CUERPOS MOMIFICADOS Bernardo T. Arriaza Vivien G. Standen I Región de Tarapacá Arica - Chile 2005 Ediciones Universidad de Tarapacá CUERPOS MOMIFICADOS Registro propiedad intelectual Inscripción N° ISBN: Prohibida su reproducción. Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida en ninguna forma o medio alguno, electrónico o mecánico, incluyendo las fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de recuperación de almacenaje de información sin permiso escrito de los autores. Este libro electrónico contó con el auspicio de: Fundación Andes C-23450-6, Museo Arqueológico San Miguel de Azapa y Centro de Investigaciones del Hombre en el Desierto. Universidad de Tarapacá, Arica - Chile PRESENTACION El Museo Arqueológico San Miguel de Azapa, dependiente de la Universidad de Tarapa- cá, tiene el agrado de presentar la obra bilingüe “Muerte, Momias y Ritos Ancestrales: La Cultura Chinchorro” que narra la historia de un antiguo grupo de pescadores que habitaron las costas del extremo norte de Chile, entre los años 5.000 al 2.000 antes de Cristo: los Chinchorros. La cultura Chinchorro, ampliamente reconocida en el mundo científico, especialmente por sus elaboradas y antiquísimas prácticas de momificación, ha despertado también el interés del público general por conocer este importante momento de la temprana historia de la humanidad, desarrollada en los ambientes costeros del desierto de Atacama. Los autores de esta obra, Bernardo T. Arriaza y Vivien G. Standen, reconocidos inves- tigadores de la cultura Chinchorro, nos entregan en un lenguaje simple y ameno una visión general sobre la muerte, las momias, y la vida cotidiana de este grupo humano, cuyos cuerpos momificados se encuentran actualmente depositados en el museo de Azapa, institución que alberga la mayor y más importante colección de cuerpos y uten- silios Chinchorro, testimonios tangibles de las creencias y de la vida diaria de estos an- tiguos pescadores. El Museo Arqueológico San Miguel de Azapa cuya misión es la de investigar, educar, y velar por la preservación del legado cultural dejado por nuestros antepasados, invita a Ud. a disfrutar esta obra y conocer algo más de estos antiguos antepasados nuestros, los Chinchorros. JUAN CHACAMA Director Departamento de Arqueología y Museología Museo Arqueológico San Miguel de Azapa LA AMANTE FIEL Y LA ANTROPOLOGIA DE LA MUERTE Una anécdota popular cuenta que, en un lugar alejado de Europa, un predicador evan- gelizaba a los nativos sobre la muerte y el gozo eterno que encontrarían en la otra vida. Un día los nativos decidieron atarlo para darle muerte. Aterrado, el predicador protes- taba diciendo: “¿Por qué quieren matarme?, ¡yo no les hago daño y además los quiero mucho!”; a lo cual los nativos respondieron: “justamente, porque no deseamos que pier- das el tiempo con nosotros, y en agradecimiento a tu labor, queremos que te vayas a gozar de la otra vida”. Enfrentados a la pregunta ¿qué es la muerte?, ¿cómo responderías? Quizás una res- puesta podría ser: la no existencia, el no ser, o la falta de vida simplemente. Pero la muerte es algo más complejo, que no debe ser definido en forma apresurada. Hoy en día, hablamos de muchos tipos de muerte, como la muerte por amor, la muerte social, la muerte espiritual, o la causada por alguna enfermedad. Y además no debemos olvidar- nos de las emociones de los moribundos y de los dolientes. Para unos, la muerte marca el final de una existencia y debemos morir para que surjan nuevas generaciones. Para otros, para quienes creen en la vida espiritual, ésta es pre- cisamente el comienzo, la entrada a una vida eterna o tan solo un paso más en el largo viaje hacia la otra vida. La muerte es tan sólo una transformación continua de sustan- cias de un estado a otro, como la oruga que se transforma en mariposa. Se podría decir que la vida representa una muerte continua, un cambio de un estado a otro. Y cuando alguien muere y se le entierra, el paso inexorable de los siglos hace que el cuerpo se mezcle con la tierra y con el agua; así, los seres que mueren -llámense aves, plantas, animales, o nosotros mismos-pasan a ser los nutrientes que permiten que el ciclo de la vida continúe. Entonces, desde este punto de vista, la muerte en sí no es la negación de la vida, sino la continuación de ciclos. Como podemos ver, no existe una respuesta única a la pregunta ¿qué es la muerte? La muerte es un problema biológico, filosófico, religioso y social. De tal manera que cada sociedad trata a sus muertos en forma distin- ta. Tanto así, que en una pueden destruir el cuerpo, cremándolo, enterrándolo, o incluso abandonarlo. En otra, en cambio, pueden tratar de preservarlo, momificándolo (Figs. 1 a 3). Actualmente, en nuestra cultura occidental Judeo-Cristiana, la muerte biológica no se discute abiertamente, es casi un tabú; situación un tanto ilógica si pensamos que la muerte es parte de nuestra existencia diaria. En general, la muerte se ha descontex- tualizado porque la gente no muere en el núcleo familiar que le vió nacer. Hoy, más que nada se entrega el cuidado de un moribundo a los hospitales y a los trabajadores de la salud pública o a personas como el Dr. Jack Kevorkian (el famoso Dr. Muerte) y su cru- zada para que la gente desahuciada pueda optar al derecho a morir cuando ella lo es- time conveniente. Tal vez nuestra falta de atención hacia la muerte se deba a que cada uno de nosotros está demasiado ocupado viviendo su propia vida. Es decir, la sociedad moderna de las grandes ciudades es tan vasta, tan amplia que ha perdido la unión, la co- munión y el sufrimiento colectivo cuando alguien muere. Los vecinos son unos perfectos desconocidos y la muerte es un tema distante, un tema casi subreal que, aunque coti- diano, pareciera pertenecer al mundo del cine y de la televisión. En la cinematografía, la muerte ha sido despersonificada, se ve, pero no se siente. A menudo, el que muere es un desconocido, un ser malo, o un don nadie; hay drama pero no hay agonía. Entonces, asesinar ha pasado a ser tristemente sinónimo de entretención. Pero, a nivel individual, cuando la muerte golpea nuestro propio núcleo familiar, entonces la vemos como la gran destructora de sueños. Se puede decir que la muerte es una paradoja. Nos asusta, pero al mismo tiempo nos entretiene. Nos aterra pensar que nos puedan enterrar vivos o que los muertos vivan. Nuestros miedos primordiales hacen que las películas de terror como Sombras Tenebro- sas, Drácula, o Frankenstein sean siempre éxitos rotundos. El cine materializa nuestras fantasías, nuestro miedo a lo sobrenatural; los monstruos nos causan miedo, nos repug- nan, pero paradójicamente nos brindan entretención. Fig 2 Fig 1 Figura 1: Una sátira a la muerte del autor José Guadalupe Losada. Figura 2: Dibujo de una mujer adulta Chinchorro momificada estilo negro. Individuo M1T1C1 (MuseoArqueológico San Miguel de Azapa, MASMA). Largo ilustrado:100 cm. Fig 3 CUIDANDO AL MUERTITO Muchas culturas no occidentales tienen una preocupación constante con los ritos mor- tuorios, el tratamiento del difunto, de su tumba y la forma de enterrarlo. Un par de ejem- plos ilustran estos puntos. Durante el reinado de los Incas, hacia los años 1400-1500 d.C. las momias de algunos ancestros eran mantenidas en templos y veneradas en for- ma permanente, incluso algunas eran exhumadas. Felipe Guamán Poma de Ayala relata lo siguiente: Noviembre fue el día de los muertos. En este mes sacaban a los muertos de sus sepulturas y los ves- tían con ricos ornamentos y plumas. A los muertos les daban de comer y beber y la gente bailaba y cantaba con ellos y los paseaban por las calles. Se gastaban mucho dinero festejando a los muertos (El Primer Nueva Crónica y Buen Gobierno, 1615). Fig 4 En la Isla de Pascua, casi cinco siglos atrás, algunos pascuenses fallecidos eran sepul- tados bajo unos grandes monumentos llamados Ahus, los que se caracterizaban por una agrupación de imponentes moais o estatuas de piedra sobre una plataforma de rocas. Estas estatuas de piedra representaban, tal vez, a los difuntos allí enterrados. En África, en el Valle del Nilo, los egipcios también construyeron grandes monumentos en honor a sus muertos: las famosas pirámides. Y en las grandes capitales del mundo, los monu- mentos en honor a los héroes muertos son muy importantes. Algunos de ellos contienen los restos óseos del difunto, quien, por lo general, fallecía en algún lugar distante. Tal es el caso de los restos de Bernardo O’Higgins, héroe de la independencia chilena que murió en Perú pero ahora sus restos se encuentran en el corazón de Santiago. También los restos de algún líder político pueden ser embalsamados y exhibidos en forma perma- nente como fue el caso de Lenin en la disuelta Unión Soviética. Como podemos ver, en muchas culturas los líderes ya difuntos son honrados con grandes monumentos y cere- monias. La muerte de un ciudadano común, en comparación con la de un líder político, conlleva menos atención y caos para la sociedad, pero los dolientes si se esforzarán para brindarle una ceremonia de despedida lo más adecuada posible. Exhibir el difunto por un tiempo prolongado trae consigo malos olores y la descom- posición de este. El arte de embalsamar es una solución a este problema, permitiendo Fig 5 Figura 5: Acuarela de un niño Chinchorro momificado estilo negro. Detalle de cara y tronco. Individuo M1T1C5 (MASMA). Largo ilus- trado: 20 cm. su preservación y exhibición (Figs. 4 y 5). Los antiguos egipcios sobresalieron por sus habilidades y costumbres de embalsamar o momificar a sus difuntos. Ellos preserva- ban el cuerpo por motivos religiosos, además de políticos, ya que creían que el alma no podía sobrevivir si el cuerpo era destruido.
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