Nobiliario De Conquistadores De Indias, Por D

Nobiliario De Conquistadores De Indias, Por D

NOBILIARIO o DE LE PUBLICA LA SOCIEDAD DE EiBLIÓFILOS ESPAÑOLES MADRID MDCCCXC1I NO BILIARIO d i-; CONQUISTADORES DE INDIAS Maduii>: i 8q2.—Imprenta y fundición de Ni. Telin, Impresor de Cámara cie S. Don llv.irislo. 8.—Telefono 3.Ï03. NOBILIARIO D ii ].F. PUBI ICA LA SOCIEDAD DE BIBLIÓFILOS ESPAÑOLES Ai A Ü R I D MDCCCXCU ADVERTENCIA PRELIMINAR (1). a S ociedad d e B ib l ió f il o s e sp a ñ o l e s acor­ dó en su última reunión que el tomo que había de publicarse en la fecha consagrada á celebrar el descubrimiento de América, contu­ L viese documentos relacionados con su historia. Al mismo tiempo, como excepción que justifica la solemnidad del acontecimiento que se pretende celebrar, resolvió poner á la venta 300 ejempla­ res, visto el caso frecuente de agotarse la tirada de nuestros libros y hacerse luego muy difícil la adquisición de ejemplares sueltos, por formar par­ te de colecciones. No hay que decir que entre los ilustrados socios había muchos para quienes era fácil cumplir el (1) En el núm. 14 de la revista E l Centenario, el ilustrado Secretario de nuestra Sociedad, Sr. de Uliagón, insertó un artículo anunciando la publicación de esta obra, tan bien es­ crito, que su lectura puede sustituir con ventaja á las noticias de esta A dvertencia. viu por el dicho Hernán Cortés.» ¡Cuánta destreza y cuánto arrojo supone hacer toda una guerra con la falta de la mano derecha! El esforzado español, con sólo el apoyo de otro compañero que le hacía espal­ das, se sitúa en un puente y angostura, hace re­ traer á buen número de indios, les arrebata un cristiano que traían prisionero, y con el ejemplo anima á los demás españoles que acometen y vencen. Juan González de León halla atajado el paso para la casa de Motezuma por una acequia sobre la cual estaba tendida enorme viga de palmo y medio de anchura, envuelta ya por las llamas. El español, con un dalle y rodela, se lanza por entre el fuego, penetra en la casa, arremete á los indios que la defienden y, auxiliado por otros compañe­ ros, se apodera de ella. Encargado de la conducción de un navio en que venían para España 130.000 pesos de oro, Alvar Sánchez de Oviedo, después de sufrir gran tormen­ ta y de navegar veinticinco días separado de la flota, se apresta á la defensa contra un corsario francés que le dispara gruesa artillería y lanza el arpón contra la nave. Con 14 arcabuces que dos pajes le iban armando alternativamente y con la poca gente que llevaba, Alvar Sánchez toma la bandera al francés y le pone en fuga. Antonio de Ribera se halla en la conquista de Puerto Viejo y Santiago de Guayaquil, en la pro­ vincia del Quito, descubrimiento de los Quijos, Chalcoma y la Cairela; con Belalcázar en los Gui- llacingas y Pastos, población de Popayán, Cali, Cartago, Quimbaya, Valle de la Vieja y Cerma; IX con Blasco Núñez Vela en Pasto y en la batalla de Iñaquito, donde recibe ig heridas, una en el rostro que le deja cortadas las narices; pierde to­ da su hacienda, y no recibe por tanto servicio otro galardón que el escudo de armas. Con solos 37 de á caballo sale Andrés de Villa- nueva de Guadalajara contra 15.000 indios que la cercan; y como aquellos pocos se negasen al com­ bate, pasa él con Cristóbal de Tapia tres ó cuatro veces de un cabo á otro por la multitud enemiga, siendo ocasión de que fuese desbaratada y la ciu­ dad quedase libre. Hernando Nieto, viendo á Alonso Ortiz de Zú- ñiga que peleaba con más de 1.000 indios y ya caí­ do en tierra, se lanza á socorrerle y se le arranca de las manos á costa de muchas heridas. Juan Roldán salva la vida á D. Diego de Alma­ gro, sacándole á cuestas de entre la muchedumbre de indios que le rodeaban, los derrota y pierde un ojo en la pelea. No recibe el menor premio. Disfrazado de indio y con un cántaro á cuestas por no ser conocido, Miguel de Zaragoza penetra de noche, con riesgo de su vida, en la provincia de Almería: se entera de lo que los indios traman; sal­ va á los españoles con su aviso, y es causa de que aquella provincia se gane. Entre los indics, el cacique D. Diego (pág.258), manco del brazo derecho de un arcabuzazo que le tiraron las gentes de Gonzalo Pizarro, es llevado á ahorcar: el clérigo que le confiesa le salva arroján­ dole de un empujón por la ventana de donde ha­ bía de colgar su cuerpo; refugiase entre los indios, X y, ñel siempre á los españoles, ayuda á matar al rebelde Pedro de Puelles; prende siete ú ocho de los amotinados en Quito, y pelea en todas las oca­ siones con singular arrojo. ¿A cpié multiplicar las citas? En un Nobiliario en que constan los nombres de Colón, Pinzón, Hernán Cortés, El Cano, Gómez de Espinosa, P'rancisco Montejo, Jiménez de Quesada, Jorge Robledo, Pascual de Andagoya, Hernando Ba- chicao y tantos otros ilustres capitanes, las haza­ ñas tienen que ser numerosas, y las cédulas que las refieren lectura interesante para el patriotismo y para la inteligencia. Aun para el menos entusiasta de la ciencia he­ ráldica, es por lo menos curioso observar el inge­ nio unas veces y la candidez otras con que los símbolos de los escudos quieren representar las ha­ zañas del agraciado. Así, por ejemplo, mientras á los servicios que dejo citados del cacique D. Die­ go corresponden en el escudo armas, banderas, castillos, leones, yelmos y lambrequines, los de otro indio de igual nombre cristiano, cacique de la isla de la Puna (Quito), que proveyó de manteni­ mientos á La Gasea, al capitán Francisco de Ol­ mos y á cuantos españoles pudo favorecer, se re­ presentan por canoas cargadas de víveres; la orla está formada por carneros, panes y peras, y la divi­ sa es una cesta llena de alimentos de la que sale un carnero en salto. El conjunto de la obra, si llega á publicarse ín­ tegra, con ennoblecer á más de cuatrocientos des­ cubridores, conquistadores, soldados, religiosos, XI indios y ciudades, constituirá poderoso argumento contra los que acusan á nuestra patria y á nuestros Reyes de ingratitud para con los que dieron un mundo á la Corona de Castilla, y probará que ha­ bía magnanimidad bastante y se sabía prescindir de preocupaciones muy arraigadas á la sazón, para imponer al indio vencido y conquistado el apelli­ do mismo del conquistador, y elevarle al nivel del altivo castellano, ennobleciéndole además con tim­ bres y blasones. Claro está que no todas las hazañas premiadas son artículo de fe, ni las recompensas extricta jus­ ticia. Hay servicios encomiados que ocultan ac­ ciones vergonzosas, y es seguro que el favor alla­ naría muchos barrancos, y que con el oro se cha­ pearían á veces brillantemente fondos de repug­ nante aspecto. Las cédulas se expedían después de la información de que hablan, presentada al Consejo de las Indias. El interrogatorio á que res­ pondían los testigos informantes solía estar, en los casos desdichados que supongo, compuesto por el interesado, y los testigos, escogidos, y aun paga­ dos, para contestar con arreglo á programa. Pero ésta es la inevitable excepción que hay en todas las cosas, y la conformidad de tantos hechos heroi­ cos, solamente apuntados en las cédulas, con lo que más por extenso reüeren las crónicas é histo­ rias de la conquista, es para nosotros garantía de que en la mayoría de las cédulas hallarnos verdad y justicia. Y aquí es oportuno citar otra tentativa hecha en el siglo xvn para reunir en un cuerpo, como XII hoy en este N o b il ia r io , la concesión de nobleza á españoles que pasaron á las Indias. Me refiero á la obra de D. Pedro Mexía de Ovando, impresa en Lima en 1621 con licencia del Virey, Príncipe de Esquiladle, y aprobación del Dr. Bravo de Saravia, con el título de Primera parte de los ata- tro libros de la Ovandina, donde se trata la natura­ leza y origen de la nobleza política y el de muchas y nobilísimas casas, con los que han pasado deltas á es­ tos reinos y al de Nueva España. En este libro, al revés que en el presente, constituyen la excepción los servicios verdaderos, y aparecen ennoblecidas personas indignas de mención honrosa. Por eso la Inquisición, en uno de sus aciertos, mandó reco­ ger los 580 ejemplares que el impresor dijo ha­ berse tirado, y, en consecuencia, la obra es ya tan rara, que sólo se conoce el ejemplar adquirido en 1889, á elevado precio, por la Academia de la Historia, acaso el remitido á la Inquisición para su examen. Son tan curiosos los informes y censuras de aquel Tribunal, que no resisto á la tentación de darlos á conocer á los lectores. Con fecha en los Reyes á 4 de Mayo de 1622, el Dr. Francisco Verdugo y el licenciado Andrés Juan Gaitán enviaron ai Consejo de la Inquisi­ ción el siguiente informe: «En esta ciudad compuso un D. Pedro Mexía de Ovando, hombre do capa y espada, un libro que le intituló La Ovandi­ na de la nobleza, y lo imprimió con licencia del Virey, Prínci­ pe de Esquiladle, que le dio á 30 de Enero de 1620, con apro­ bación del Dr. D. Alonso Bravo de Saravia, Alcalde de la — XIII Real Audiencia de esta ciudad; y luego que el libro comenzó á correr y leerse, que fué por fin del año pasado de 621, causó muy gran escándalo en todo el lugar, que muchos nos vinie­ ron a dar noticia dello, que nos obligó á leer el libro que el autor nos había dado, 3' notar dél lo mismo que el vulgo, y el Fiscal de este Santo Oficio, licenciado Gaspar de Valdespi- na, que se oponía á los registros dél, por ios cuales constaba que las más familias y personas dél eran infectas 3^ estaban no­ tados en los libros 3' registros de la Inquisición, 3' nos pidió lo mandásemos recoger mientras V.

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