Explotadores Politicos De México

Explotadores Politicos De México

EXPLOTADORES POLÍTICOS DE MÉXICO BULNES Y EL PARTIDO CIENTÍFICO ANTE EL DERECHO AJENO POR JUAN PEDRO DIDAPP MÉXICO TIP. DE LOS SUCS. DE FRANCISCO DÍAZ DE LEÓN Cinco de Mayo y Callejón de Santa Clara. 1904 Ai valiente y noble Pueblo Mexicano, que, con heroico denue- do, supo conquistar sus libertades públicas y no desmaya por imponer "EL RESPETO AL DERECHO AJENO," castigando á los menguados explotadores políticos. México, octubre de 1904, INTRODUCCIÓN. i GCÍNIZ ABA el primer cuarto del siglo XIX, cuando, semejante á la de Galileo, en vista del cataclismo que agitaba al pla­ neta terrestre á la muerte del Gran Justo, se de­ jaba oir en Europa esta grandilo-cuente expre­ sión: "La majestad real no reconoce jueces en la tierra. Sin embargo, ya que los mismos sobera­ nos, despojándola de su atributo más sagrado, la han sometido á su tribunal, COMPAREZCO ANTE ÉL CON UNA REVERENTE CONFIANZA Y EN FA­ VOR DE UN MONARCA, durante mucho tiempo reconocido por ellos, en el día abatido por los mismos, cautivo en su nombre, y que en este mo­ mento da un ejemplo al universo de la más gran­ de y más terrible vicisitud que presenta la historia de los siglos; y, ¿quién pudiera llamarse al abrigo, si se viola la inviolabilidad? "Fiel á su dignidad, superior al infortunio, só­ lo aguarda la muerte para dar fin á sus tormén- X tos; pero yo, arrebatado inopinadamente del fatal peñasco, en donde le tributaba mi obsequioso rendimiento, QUIERO TODAVÍA CONSAGRARLE, á lo lejos, los restos de una vida desfallecida, y bus­ car los medios de dulcificar los males que yo no pude sobrellevar." Este clamor era del distinguido conde de Las Cases, y resonaba en los oídos de las testas co­ ronadas en el congreso de los soberanos aliados de Aquisgrán, pidiendo justicia para aquel coloso hercúleo del entendimiento humano, aquella pa­ lanca arquimídea que, por breves años, llegó á sostener todo el peso del viejo mundo, repar­ tiendo, á voluntad, tronos, cetros y coronas, y que, á la sazón, rugía encadenado, como el Pro­ meteo de la fábula, en las rocas de Santa Elena. El noble desterrado, á la vez que impulsado pol­ la veneración á la persona del más grande hom­ bre que han visto nacer los siglos, lo animaba el espíritu de justicia, creyendo que esta púdica vir­ gen aun tenía asiento en corazones carcomidos y degenerados: elevaba su voz en patrocinio de una causa santa, porque pedía la libertad de quien supo, en el apogeo de su grandeza, otorgar liber­ tades y conceder perdones aun á los mismos cri­ minales. Pedía para quien supo dar, porque fué á pedir protección y halló presidio, impetró asilo de hospitalidad y encontró cadenas, buscó alber­ gue en una nación que se apellida civilizada y se XI le dio cautiverio, reduciéndosele á vivir lejos de la patria, de la familia y del hogar. ¡ Valiente ano­ malía de la especie humana! No pudo la vieja Albión tomar venganza del formidable co­ loso, del mismo genio de la guerra, á quien Mar­ te había ceñido inmarcesible corona por sus ha­ zañas inauditas; porque, inepta en el campo de las armas, incapaz de vencer al que había nacido con los caracteres del dios director de las nacio­ nes, descendió al lodazal más inmundo y tomó por prisionero de guerra al que se ENTREGÓ VO­ LUNTARIAMENTE en su poder, á fin de vivir tran­ quilo á la sombra de sus dizque benéficas leyes. ¡ Ironía del destino! Faltos de palabra, al romper los compromisos de Amiens; débiles para cortar­ le el vuelo al vencedor de Wagram, Tilsit; infe­ lices ante la majestuosa figura del héroe de Ita­ lia, Dresda, Austerlitz, Marengo y lena; impo­ tentes para medir sus armas con el guerrero de Egipto y San Juan de Acre; caricaturas mise­ rables á la vista de ese rey de reyes y monarca domador de vetustos tronos europeos, á la co­ bardía añadieron la traición más deleznable que señala la historia. No pudiendo reducirlo por la fuerza ni la superioridad de medios bélicos, co­ metieron la bajeza de encarcelar al que pedía hos­ pitalidad en sus dominios. De seguro que los in­ trigantes ingleses no han debido conocer jamás á lo que obligaban las leyes de la hospitalidad, XII ni tampoco definir el verdadero sentido y la sig­ nificación de la caridad cristiana, impuesta por el deber y la conciencia. A la inaudita vejación cometida por Inglate­ rra agregan otras miles los soberanos de Euro­ pa; se olvidaron entonces los vínculosde familia y amistad. Los mismos monarcas que, de rodillas, impetraban la ayuda del genio del siglo y que le ofrecían hasta sus propias hijas en matrimonio, toman actitud hostil: Austria, Prusia y Rusia, deudoras de grandes beneficios prodigados por Napoleón, contribuyen á reforzar los tormentos que, contra toda ley divina y humana, le inflin­ gía la nación sicaria y ruin, inquisidora de reyes y emperadores. Los que antes temblando ofre­ cían homenajes, ahora se tornan en valientes an­ te el grandioso cautivo, solazándose en atormen­ tarlo en su prisión. Por esto mismo, el venerable Las Cases ocu­ rre á todas partes, demandando justicia en favor del genio oprimido, aunque sea á pesar de su pro­ pia tranquilidad personal. Desafía las iras de los rtionarcas aliados y se multiplica procurando el alivio de la ilustre víctima. En lo particular se dirigió á todos los soberanos reinantes, exhibien­ do la injusticia del procedimiento inglés, que ha­ ce prisionero de guerra al que se entrega vo­ luntariamente, así como cuando se reunieron en Aquisgrán y Laybach. Pero lo que durante el XIII gobierno del gran Napoleón era todo admira­ ción y homenajes hasta la bajeza, llegó después á ser odio personal, no porque la grandeza del hombre lo haya inspirado, sino que el medio se apoderó de tal manera de las coronadas testas, que hasta la sombra del héroe de mil batallas los hacía temblar de cobardía. La víctima, no obstante los esfuerzos inaudi­ tos de Las Cases, al cabo de seis años, perece al peso del clima mortífero, sufriendo entonces una conmoción todo el mundo político. II Desde aquella época la historia ha podido le­ vantar una estatua á la memoria del autor del Memorial de Santa Elena, y su recuerdo tiene que vivir en todos los corazones afectos á los principios del derecho de gentes. En cambio, la pérfida Inglaterra y sus aliados, todos ellos ver­ dugos á falta de méritos para ser héroes, sobre­ nadan en un pestilente lago de cobardía y trai­ ción. El genio oprimido y su defensor perseguido pasan á las generaciones futuras como estrellas de primera magnitud; entretanto los que se arras­ traron á sus pies estando en las cumbres del po­ der y que después lo traicionaron y desconocie­ ron, van exhibiéndose ante las generaciones que pasan como monstruos, para quienes es poca la XIV horca y honroso el cadalso. Y, si es cierto que existe la justicia humana, ella tiene que castigar los crímenes de las naciones, y poner severos ejemplos para escarmentar á los que, condenan­ do como ley la arbitrariedad y el abuso, están propensos al delito. Aun en el día la Inglaterra, presente la falta de fuerza física de sus vecinos, esgrimido el argumento del descaro y la ley ca­ nina del despojo, primero los Estuardo, Napo­ león después, y los boeros más tarde, han sido los mártires de esa nación infractiva de las leyes divinas y humanas. La historia, según creo, jamás podrá malde­ cir lo bastante á los que impunemente todo lo atropellan. Pero á fin de que se conozcan los hé­ roes de la humanidad, es indispensable que exis­ tan los verdugos. Si Napoleón fué grande do­ minando á toda Europa, como trofeo de las victo­ rias obtenidas por su poder guerrero y sus empujes de ser extraordinario, tiene que aparecer como sublime ante la humanidad, sufriendo los rigores de abominable proscripción; porque no fué ven­ cido en ningún combate para resignarse con la suerte del cautivo. El fué—al subir á cubierta del Bellephoron, buque que debía servirle de per­ dición,—voluntariamente á llamar á las puertas de los hipócritas ingleses, quienes, remedando á Boabdil cabe los muros de Granada, sólo conocen las artimañas de las hembras, para asesinar al que antes mimaban entre sus impúdicos brazos. Por lo mismo, fiado en la nobleza é hidalguía de un verdadero enemigo, exclama aquel héroe: "Ven­ go, como Temístocles, á sentarme en el hogar del pueblo británico; póngome bajo la protección de sus leyes, que yo reclamo como del más po­ deroso, constante y generoso de mis enemigos/' ¿Quién había de creer que, después de una con­ fesión tan llena de nobleza, se le tendiese un lazo tan infame, propio de los miserables y bajos? Te­ nían que ser los ingleses lo que son, turba de am­ biciosos y faltos de todo sentimiento de genero­ sidad, para sacrificar al que jamás pudieron ven­ cer en la guerra; porque ni sus reyes entonces ni sus ministros eran capaces de descalzar al que en su ser llevaba encerrados todos los conocimientos humanos de poder y grandeza. Genio de águila caudal, Napoleón no tuvo precedente en la his­ toria, ni habrá quien le suceda, porque seres de esa talla son meteoros de brevísima duración. Pe­ ro, si es cierto que su paso es rápido, sus nom­ bres perduran á través de los tiempos y las eda­ des, porque los héroes viven en su recuerdo, de­ safiando todas las vicisitudes é inclemencias. III No pretendo, porque no me atrevo, hacer mías las célebres expresiones de Las Cases y Napo­ león; pero debo tenerlas presentes, yaque sólo han XVI cambiado las épocas y nunca las circunstancias de los hombres.

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