José Carlos De Nóbrega

José Carlos De Nóbrega

José Carlos De Nóbrega EL ANTICANON LITERARIO DE CARABOBO Un bosquejo resbaladizo 1 El Anticanon literario de Carabobo © José Carlos De Nóbrega 1ª Edición 2018, Ediciones Fábula Ilustración de portada: “Fábrica Volkswagen”, 1953, de Peter Keetman © Copyright 2018, Fábula Ediciones © Copyright 2018, José Carlos De Nóbrega © Coordinación editorial y diseño: Gabriel Jiménez Emán Santa Ana de Coro, estado Falcón, República Bolivariana de Venezuela. Email: [email protected] RIF: J-31218464-F ISBN 980-12-2075-9 Depósito legal pp201702FA4709 2 0.- Introducción. Este trabajo ensayístico, no en balde su provocador título, no pretende una visión parricida o nihilista de la literatura en el estado Carabobo, Venezuela. Por el contrario, propone una muy personal consideración de autores y obras representativas de la región. Creemos que antes que Anti-Canon, se trata de un papel de trabajo o modesto aporte crítico tendiente a un Canon literario regional más flexible, abierto y contextualizado respecto al país y América Latina. El Canon convencional no sólo apuntala el prestigio de determinados escritores de culto, sino también el de las voces autorizadas de la crítica literaria que los promocionan. En otras palabras, el inventario oficial solapa una posición de poder político e intelectual. No buscamos colisionar inútilmente con los sectores sociales e intelectuales más conservadores de la Gran Valencia. Nos conformaríamos con facilitar una discusión constructiva y dialógica –exenta de banalización mediática, academicista y política- sobre el devenir histórico de la literatura carabobeña. Especialmente, en el punto más álgido de la coyuntura política, socio-económica y cultural de la república este año 2017. La capital del estado, Valencia, ha sido impactada en todos los órdenes por la crisis de pueblo [como lo sigue sosteniendo Briceño Iragorry en Mensaje sin Destino] que hoy nos embarga. Escritores como Carlos Ochoa, Luis Alberto Angulo, Pedro Téllez, Laura Antillano y Jesús Puerta han denunciado en la prensa escrita y las redes sociales la problemática urbanística y patrimonial de la otrora ciudad industrial de Venezuela: Desde el cierre de las bibliotecas públicas, la crisis editorial, el vandalismo que daña obras de arte en espacios públicos, hasta la indolencia e incompetencia de la burocracia cultural. En lo que a nosotros corresponde, hemos verificado que se desconoce la obra literaria de nuestros escritores, tanto los llamados clásicos [Pocaterra, E.B. Núñez, Díaz Sánchez, Gerbasi] como los contemporáneos [Laura Antillano, Reynaldo Pérez Só, Eugenio Montejo, Alejandro Oliveros, Luis A. Angulo], bien sea en espacios escolares, universitarios o informales. De allí se desprende esta iniciativa provisional y no definitiva para restituir la lectura y revisita de nuestras primordiales fuentes literarias. El hecho cierto del eclecticismo metodológico que entraña esta propuesta libre, no impide el diálogo de saberes con el mundo académico de nuestras universidades autónomas, del cual provenimos ambos coautores. Sumamos asimismo el aporte conceptual de otros escritores y estudiosos de nuestra literatura. Al final de cada artículo, se señalará su autoría con las iniciales o nombres de cada quien entre corchetes. [De Nóbrega, José Carlos]. 3 1.- Nostromo (1904) de Joseph Conrad y la Gran Valencia. No hemos sabido a ciencia cierta por qué coincidimos con los escritores Alejandro Oliveros y Pedro Téllez en cuanto a la locación real de esta novela extraordinaria, ésta es la Gran Valencia que incluye a Puerto Cabello. Los ámbitos ficticios de Sulaco y la República de Costaguana se aproximan sospechosamente en lo geográfico e histórico a la urbe goda y conservadora [venida hoy a menos] y a ese esbozo peripatético de El Dorado que es todavía Venezuela. Años más tarde, el polígrafo porteño Ramón Díaz Sánchez publicaría su propia versión del país dorado en el cuento terrorista y caníbal Tríptico del Amanecer que abre el volumen Caminos del Amanecer (1941), que empalma a los Belzares devorados por la selva y la avaricia con las víctimas proletarias y depauperadas del apogeo de la República Petrolera en la novela Mene (1936). No nos mueve apropiarnos indebidamente de esta novela política perfecta, pues este Canon elástico de la literatura carabobeña presenta muestras notables del género como El Doctor Bebé (1918) de Pocaterra, Cubagua (1931) y La Galera de Tiberio (1938) de Enrique Bernardo Núñez, la misma Mene (1936) de Díaz Sánchez, Beso de Lengua (2007) de Orlando Chirinos o Perfume de Gardenia (1979) de Laura Antillano. Por el contrario, nos seduce la fusión de lo político y lo aventurero en su discurso, ello en la recreación ficcional, intensa y crítica de ciertos episodios históricos de Venezuela, Colombia y 4 Panamá que colindan con el caos y la contingencia. Eso sí, excediendo los extremismos de la mirada colonialista y la imprecación salvaje que la adversa. Recordemos que Conrad, más allá de su sobriedad escritural de habla inglesa, la ciudadanía británica y el rigor de su ética personal, pertenece a la periferia que era y es aún la escarnecida Polonia a merced de las naciones potencia que la circundan. La colonización de Costaguana, al igual que el colonialismo inglés tratado en otras de sus grandes novelas, se nos exhibe en la desnudez oprobiosa del despropósito político y financiero hecha carne viva en su desgobierno como lo cita el poco conocido opúsculo de don José Avellanos. ¿La mina de plata de Sulaco no se asimila a la industrialización de Valencia en el auge desarrollista y petrolero de la década de 1950? Podemos cotejar la configuración y la conducta disfuncional de las castas sociales tanto en la ficción como en el contexto histórico del Cuatricentenario de la ciudad industrial. En el artículo “Valencia-Sulaco”, Pedro Téllez no oculta su entusiasmo ante este peculiar hallazgo: “Estos días (marzo de 2015) se conmemoran 460 años de la fundación de Valencia, y 111 (capicúa) de la publicación de Nostromo, la Valencia de ficción”. Más adelante Téllez destaca que los mecanismos del Poder transnacional son delatados en la novela [“la compañía O.S.N. que patrocinará el golpe que busca dividir el país y controlar sus recursos”] y confirmados por la realidad de la política de sustitución de importaciones que se haría con la gran factoría valenciana casi un siglo después. Claro está, Conrad arribó a Puerto Cabello en 1876: si bien no se tiene evidencias de su visita a Valencia, tomó como texto de referencia un libro de Edward Eastweek, “Venezuela o Apuntes sobre la vida en una República Sudamericana con la Historia del Empréstito de 1864”. En el Diario Literario (Fundarte, 1996), Alejandro Oliveros corrobora no sólo que la topografía de Sulaco es la misma que la del centro de Valencia, sino también la posibilidad frustrada por los caraqueños y el centralismo político para que alcanzara en 1864 la condición de ciudad capital de la república. Al punto de machacar el estancamiento político, social y simbólico de la ciudad replicada por Conrad: “Para muchos, sin embargo, es probable que lo más doloroso sea que Valencia, en la actualidad, no es capital de ninguna República. Ni siquiera de la República Imaginaria de Costaguana”. Oliveros en su doble rol de poeta y atento ensayista, denuncia que los cogollos o cofradías de poder real han provisto en América Latina naciones y ciudades desechables por obra y calco de proyectos de país mal encaminados. 5 Tampoco nos interesa establecer paralelismos históricos: El empresario de la mina, Carlos Gould, ni su esposa equivalen a la familia Branger ni al emporio eléctrico de los Stelling; ni el revolucionario romántico Martin Decoud alude al novelista Manuel Vicente Romero García. Nostromo no nos parece una reencarnación bandida de Ezequiel Zamora, no obstante que Guzmán Bento nos remita a su némesis traidora, Antonio Guzmán Blanco, el Ilustre Americano. Nos enamora la lectura holística y en red lúdica de la literatura conjugada con la historia del continente. Recordemos que Enrique Bernardo Núñez en La Galera de Tiberio (1938) y, años después, Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad (1967) contaron sus versiones de la masacre de la huelga bananera en Colombia del año 1928, para desmitificar y desmontar Destinos Manifiestos, omisiones y falsificaciones del discurso literario e histórico que han avalado a las sociedades de cómplices como la real institucionalidad sojuzgadora que desintegra a América Latina. [DNJC]. 6 2.- José Rafael Pocaterra (Valencia, la de Venezuela, 1899 - Montreal, 1955). Su propuesta narrativa trasciende el formulismo realista a secas: Se nos antoja fuera de un Canon nacional automatizante, pues desarrolló un hiperrealismo personal tocado por un sentido del humor oscuro, satírico y pesimista. Desde su inicio, la novela Política Feminista (1912) o El Doctor Bebé (Editorial América, 1918), ambientada en la Valencia de sus afectos y odios, prefiguró la curiosa perfección poética y anti-romántica de los Cuentos Grotescos (1922), además de la humeante ráfaga que acribilla la mollera, el corazón y las tripas en Memorias de un venezolano de la decadencia (1927). Valgan los entusiastas comentarios de voces disímiles como Arturo Uslar Pietri, Luis Augusto Núñez y Enrique Grooscors (hijo). Uslar, no obstante su conservadurismo, apuesta por el cuentista: “No hay digresión y está cargado de sugestiones, no hay preciosismo pero la frase tiene la dureza y la luz de una gema. El chubasco, La I latina, Los comemuertos, son hazañas del ver y el narrar”. El atrabiliario Núñez elogia no sólo el conjunto de su obra sino también la autenticidad de su actuación política: “No quiso que se le considerara un literato, y no lo era en el sentido bizantino de la frase. Fue un escritor de recio músculo social; un creador de energía solar, la cual llevó a sus libros”. Grooscors, embargado por su exilio valenciano reconvertido en apropiación de la patria chica, inscribe su escritura en la idiosincrasia protestativa, polémica y condenatoria típica de Valencia de San Simeón el estilita, esto es el 7 Bolívar encaramado en el monolito haciendo puñetas y señalando a qué profundidad histórica y cotidiana lo sumergen en el albañal: “El Dr.

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