Gutierrez-Raul Tribunal-Constitucional-En-El-Peru.Pdf

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TRIBUNAL CONSTITUCIONAL EN EL PERÚ: ELECCIÓN Y LEGITIMIDAD 1 Tribunal Constitucional en el Perú: elección y legitimidad © Raúl Gutiérrez Canales © De esta edición, Universidad César Vallejo Fundador: Dr. César Acuña Peralta Director Académico: Heraclio Campana Director editorial: Pablo Alonso Cotrina Diseño y maquetación: Daniela R. Marticorena Primera edición, junio 2014 Tiraje: 750 unidades Impresión: JMD Servicios Gráficos José Gálvez 1549, Lince ISBN: 978-612-4158-20-9 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nº2014-07862 Universidad César Vallejo SAC Av. Alfredo Mendiola 6232, Panamericana Norte, Los Olivos. Lima,Perú Teléfono: 202 4342 Todos los derechos reservados.La reproducción parcial o total de esta obra en cualquier tipo de soporte está prohibida sin la autorización expresa de los editores. 2 TRIBUNAL CONSTITUCIONAL EN EL PERÚ: ELECCIÓN Y LEGITIMIDAD 3 4 TRIBUNAL CONSTITUCIONAL EN EL PERÚ: ELECCIÓN Y LEGITIMIDAD A Julia Canales, mi adorada madre, quien continúa siendo el motor de mis pasos, pues de mis acciones vigentes dependerá la voluntad de Dios de concederme, en su oportunidad, el privilegio de reencontrarme con ella en la vida eterna. 5 6 TRIBUNAL CONSTITUCIONAL EN EL PERÚ: ELECCIÓN Y LEGITIMIDAD Prólogo Mario Raúl Gutiérrez Canales es un joven abogado quien ha optado el título de magíster en Derecho Constitucional y Derechos Humanos, ha tomado la decisión de publicar su tesis, a la cual le ha hecho diversos ajustes y afinamientos. Con extrema gentileza me ha pedido unas líneas de presentación, que si bien brevemente, hago con sumo agrado. Y es que el tema del ahora libro que tenemos entre manos, es decir, la elección de los magistrados del Tribunal Constitucional y los problemas que conlleva, es casi inédito entre nosotros. Me refiero, por cierto, al mundo académico, o sea, a la inexistencia de libros y monografías, si bien existen muchos artículos en revistas especializadas, al margen de las toneladas de papel periódico que editan los diarios cada vez que alguna noticia aparece en la escena. Y si es sensacionalista, tanto mejor, pues va en primera plana y es materia de exhibición preferente en los quioscos de venta ubicados en las principales arterias de nuestra ciudad. En nuestro siglo XX, quizá el cambio más trascendental que hemos tenido a nivel constitucional ha sido la introducción, en nuestro ordenamiento, de un ente concentrado como fue el Tribunal de Garantías Constitucionales en la Carta de 1979. Y fue tomado —en cuanto al nombre se refiere— de la Constitución española de la Segunda República en 1931, así como de uno de los primeros borradores de la constitución que se debatía en España tras la muerte de Franco, y que los constituyentes conocieron gracias a la embajada española, cuando el rey Juan Carlos visitó nuestro país en octubre de 1978 y se hizo presente en la Asamblea Constituyente. Fue adalid del proyecto el entonces constituyente Javier Valle-Riestra, quien defendió una institución que había conocido durante su exilio español durante la dictadura militar de fines de los sesenta y que permaneció en el poder doce años: 1968-1980 (con el tiempo, sin embargo, Valle Riestra se desentendió de la fórmula y de sus alcances). El así creado Tribunal de Garantías Constitucionales, sobre el cual no existen, lamentablemente, estudios suficientes ni menos aun la recopilación de sus sentencias que duermen en las páginas del diario oficial El Peruano, se instaló a fines de 1982 en el convento de Santa Catalina en Arequipa, y duró en sus funciones diez años. Tuvo muy poca actividad en materia de control 7 abstracto de normas, y más amplia y difundida en materia de hábeas corpus y amparo, introducidos o reformulados en aquella ocasión, conjuntamernte con la entonces llamada acción de inconstitucionalidad. La elección de sus miembros era relativamente sencilla: tres los escogía el Poder Legislativo, por acuerdo de sus miembros; tres el Poder Ejecutivo; y tres el Poder Judicial. Tenía, pues, una buena estructura, pero que no dejó de tener problemas, como lo demuestra el caso del excelente magistrado Manuel Aguirre Roca. Además, en esa época se llegaba al Tribunal de Garantías Constitucionales luego de tres instancias y mediante casación por reenvío. Esto alimentaba lo que el periodismo de la época llamó el “ping pong”; es decir, sentencias de hábeas corpus o amparo, firmes y emitidas por la Corte Suprema, llegaban en casación al Tribunal de Garantías Constitucionales, y este las devolvía a aquella para que enmendase el fallo en función de lo “casado”, lo que no siempre era cumplido por la Corte Suprema. Lo que obligaba al justiciable a interponer una nueva casación, dándose así la llamada frase, que al final y en muchas ocasiones, convertía la sentencia en “papel mojado”. Detrás de todo esto, estaba el problema de la Corte Suprema que con tres delegados en el Tribunal de Garantías, no quería dejar de ser “suprema”. Y ahí empezó, sin que nadie lo advirtiese, lo que en otras partes se conocía como “guerra de las cortes” y que se iba a acentuar con el posterior y actual Tribunal Constitucional. Este primer Tribunal de Garantías fue, pues, una experiencia interesante, pero no podríamos decir que exitosa. Se dieron muchos problemas, como era la dependencia de los nombrados con aquellos a quienes en ciertos sentido representaban, la existencia de una “casación” con reenvío, la escasa cultura constitucional, no solo en el mundo forense sino de los mismos magistrados, que algunas veces acertaban un poco de casualidad. Y en general, nuestro desconocimiento de la institución. Producido el autogolpe de Estado de 1992, se convocó un “Congreso Constituyente Democrático”, que funcionó durante los últimos meses de 1993. La mayoría quería eliminar el Tribunal de Garantías Constitucionales o simplemente Tribunal Constitucional, como se le empezó a llamar entonces, y optaron por una Sala Constitucional de la Corte Suprema, que era, prácticamente, un saludo a la bandera. Esto por cuanto entonces la Corte Suprema —y aun ahora— si bien era mucho mejor de lo que existía en el mundo judicial, no tenía, en realidad, un perfil constitucional, en parte porque nunca se había preocupado de ello, o porque vivía sumergida en problemas de corte privado o penal. Y además, porque siendo un órgano profesional y cerrado, 8 TRIBUNAL CONSTITUCIONAL EN EL PERÚ: ELECCIÓN Y LEGITIMIDAD no tenía una formación marcada en Derecho Público, que, además, nadie se encargó de proporcionársela. En todo caso, se veía entonces —y se ve aun ahora— que el Poder Judicial no tiene la suficiente sensibilidad constitucional como para afrontar esa tarea, por lo menos actuando sola. Si bien, como en todo, hay excepciones, y algo hemos avanzado con relación a lo que existía. El asunto es que, por diversas circunstancias que sería largo enumerar, el Tribunal Constitucional fue reintroducido en la Constitución de 1993 —vigente aun—, pero sus miembros solo se instalaron en 1996, para que a los pocos meses tres de ellos fueran desaforados, con lo cual se le privó parte importante de sus atribuciones. Tan solo con la vuelta a la democracia, merced al interinazgo de Valentín Paniagua en su presidencia de pocos meses (2000-2001), las cosas empezaron a cambiar. Como no es tema de este libro, yo tampoco me extenderé en la producción jurisprudencial del actual Tribunal Constitucional, muy activo, quizá demasiado en sus inicios y luego algo más ponderado, con fallos interesantes y también notables desaciertos. Algunos de ellos cometidos en nombre o a so capa de una pretendida “autonomía procesal” (concepto mal traducido de su original alemán y entendido y aplicado peor), que se convirtió en ciertos momentos en un permiso “bondiano”, es decir, en una licencia para matar. Por ventura, la opinión pública ha jugado su papel, y en ciertos momentos se ha hecho presente para enmendarle los rumbos. Ahora bien, la nueva Constitución diseñó un Tribunal Constitucional con siete miembros (lo cual quizá pueda ser poco) y sin suplentes (que muchas veces son necesarios) y sin posibilidad de reelección inmediata, por un plazo de cinco años (poco tiempo, sin lugar a dudas). Su elección la hace el Congreso de la República por las dos terceras partes de sus miembros hábiles, que con un Congreso de 130, asciende a 87 votos. Cifra muy elevada que exige, necesariamente, consensos en los nombramientos, que al principio existían. Lo que sucedió en los últimos años es que la clase política (en el sentido de G. Mosca) comprendió poco a poco la importancia del Tribunal y decidió capturarlo. Esto es, poner en su interior a gente cercana a ella, de fácil acceso y eventualmente a incondicionales. Y de vez en cuando a personalidades independientes. A los políticos, por lo general, les gusta que les toquen la puerta y conceder favores para luego pasar la factura. Y esta es la visión que tienen, por lo menos, la gran mayoría. Esta situación se ha mostrado en toda su plenitud en los últimos años, en donde no hubo prácticamente acuerdos, sino simples alianzas, componendas 9 y trueques que implicaban un abierto y muy llamativo do ut des. Es decir, a nuestros políticos no les interesa las excelencias, sino el amiguismo o en todo caso, gente influenciable o con capacidad de servir. Y claro, buscar capacidades es difícil. El trámite para poder seleccionar listas ha sido complicado, y las tachas por motivos personales y baladíes han sido numerosas. Por último, en julio de 2013 se llegó a una fórmula aprobada en bloque que contenía algo de todo, con algunos elementos rescatables, pero también con algunos manchones notorios. El nombramiento cayó mal y se armó una tempestad en la opinión pública, lo que obligó a que se anulase un nombramiento recaído en seis nuevos magistrados, sin siquiera salvar a los que eran más “salvables”.

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