CAPÍTULO III. “SOMBRA ENTRE SOMBRAS”: PERVERSIÓN Y PLACER

EN EL CUERPO FEMENINO

“Sombra entre sombras” es el último cuento que cierra la colección del libro Los espejos

(1988). En éste Inés Arredondo lleva hasta sus últimos límites todas las vetas que había explorado a lo largo de su narrativa: el amor, la prostitución, el voyeurismo, la homosexualidad. Todas aquellas pasiones humanas que habían tenido presencia constante a lo largo de su obra, aquí se exaltan y se llevan a extremos inimaginables. En una entrevista realizada por Miguel Ángel Quemain, Arredondo comenta lo siguiente:

Desde “El membrillo”, mi primer cuento, hasta el último que cierra Los

espejos, “Sombra entre sombras”, lo que yo quería saber era qué era la

pureza y qué la prostitución […] en el último cuento invento cuanta

barbaridad se puede inventar para llevar hasta sus últimos límites ésta

inquietud mía, para decir si esta mujer es una prostituta, pero no, sigo con

la duda, porque ella hace toda esa serie de aberraciones, o se presta a ,

por amor, entonces yo todavía no me atrevo a juzgarla" (4)

Y quizás nadie se atreva a juzgar a Laura, la protagonista de este cuento, porque no es una prostituta, ni un ser humano malvado, como la gente del pueblo la veía. Es sólo una mujer que fue llevada hasta ese extremo de mano de las circunstancias y de dos hombres que cambiaron el rumbo de su vida, y logra despertar en el lector, más que rechazo y repulsión, comprensión y aceptación para quien entiende el verdadero motivo de sus acciones.

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“Sombra entre sombras” es una historia circular, Laura que tiene setenta y dos años y nos cuenta su vida en retrospectiva. Ermilo Paredes, hombre acaudalado y excéntrico, empieza a cortejar a Laura cuando ésta cumple quince años. En acuerdo con su madre,

Laura consciente la boda por razones de comodidad, y no por amor o cariño, a ella lo mismo le da si se da o no ese matrimonio: “Cuando me habló de si quería o no casarme con

él, a mí lo mismo me daba […] pensé en la repugnancia que yo tenía hacia los quehaceres domésticos, y en la posibilidad de unirme después a un pobretón como nosotras, llena de hijos, de platos sucios y de ropa para lavar, y decidí casarme. Ermilo no me importaba, ni para bien ni para mal” (251). Así, Laura une su vida a la de un hombre que no quiere, ni conoce. Laura es apenas una niña al casarse con Ermilo, no conoce sus deberes como esposa y nadie se lo advierte. Llega a la noche de bodas sin saber nada de lo que ha de pasar en la intimidad de la que de ahora en adelante será su casa.

Ermilo la toma en medio de un montón de azahares para el deleite de Laura, arrebatándole con esto su virginidad, pero no su pureza. La noche siguiente Ermilo intenta introducir a Laura en su mundo de juegos sexuales, hacerla un personaje más de sus fantasías. Ella lo golpea y se da entre ellos una lucha feroz que deja grandes heridas físicas que culmina con un pacto silencioso que les permite “ser felices” por más de veinte años, en el transcurso de éstos Laura aprende todo lo que debe aprender como nueva señora y dueña del almacén. Se dedica a su belleza física y le da mayor importancia a sus pertenencias materiales y a lucir hermosa, dejando de lado la necesidad de ser amada y de amar. Lo que ella posee aparentemente la satisface. Sin embargo, hay un gran vacío que un día despierta y llena el trabajador de confianza, Samuel Simpson.

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Este nombre aparece en la primera línea del cuento: Samuel es quien despierta en

Laura esa pasión insensata, esa necesidad de amor y de sentirse amada, él la lleva a introducirse al mundo al que tantos años se resistió a entrar. Ermilo la incita y, si antes hubo prohibiciones, ahora Laura entra de la mano de Samuel al círculo infernal del que no podrá salir jamás.

A la muerte de Ermilo, Laura se ilusiona con la idea de disfrutar a solas con Samuel de su amor, si antes existía la necesidad de ser tres, ahora no la había, serían sólo ella y su gran amor, pero al igual que muchas relaciones, ellos se volverán dependientes de la presencia del otro, un tercero, que forma el triángulo, de Ermilo. Viene entonces la necesidad de sustituir al verdadero Ermilo con otros que hagan que el triangulo esté completo.

Laura es humillada, ultrajada, utilizada para cumplir las más feroces fantasías de quienes se convierten en los nuevos y variables Ermilos Samuel incita la decadencia tanto de Laura como de aquella casa que si un día fue la más espléndida, al final de la narración, en palabras de la narradora, se convierte en un chiquero. Pero ella se ha de prestar a todas las barbaridades por amor, sabedora de que al final cuando se hayan cumplido con ella mil aberraciones, Samuel estará ahí para cuidarla, mimarla y tratarla con todo el amor y la pasión con que la tratara aquella primera vez, frente a Ermilo. Todo lo dará, dice, por esos momentos en los que todo el sacrificio tendrá su recompensa.

Graciela Martinez-Zalce cita en su libro Una poética de lo subterráneo: la narrativa de

Inés Arredondo un pasaje de Sigmund Freud sobre el amor y las perversiones, que dice:

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Quizá precisamente en las más horribles perversiones es donde puede

reconocerse la máxima participación psíquica en la transformación del

instinto sexual. Prodúcese aquí una labor anímica a la que, no obstante sus

espantosos resultados, no se puede negar la calidad de una idealización del

instinto. La omnipotencia del amor no se muestra quizá en ningún otro lado

tan enérgica como en estas aberraciones. Lo más alto y lo más bajo se hallan

más íntima y enérgicamente reunidos que en ningún otro lado como en la

sexualidad. (110)

Justamente es lo que sucede con Laura, quien ha de caer en este mundo de vejaciones por la recompensa del amor de ese placer infinito que le proporciona Samuel, y lo seguirá haciendo mientras tenga vida y la promesa tal recompensa.

A diferencia de “La Sunamita”, en este cuento el cambio de la protagonista no es dramático, mientras que para Luisa, protagonista de “La Sunamita”, el haberle sido arrebatada su pureza, y con esto haber cambiado su esencia y la forma de sentirse en el mundo, es sinónimo de caída. Mientras que en “Sombra entre sombras”, la pérdida de la pureza significa la promesa de la gloria, su cambio corresponde más con la adaptación a nuevas situaciones, pero siempre para alcanzar un fin deseado. Con lo que supone trascender a un nuevo momento en la vida de Laura, llevándola a la madurez, al tránsito de niña a mujer y, más adelante, a un cambio en las costumbres de vida, Tornero dice:

En “Sombra entre sombras” se arriba a estados diferentes, se van alcanzando

distintas etapas. En ninguna de las acciones descritas que modifican el

estado de la narradora-personaje se aprecia la idea de pérdida total o

negación del ser. Hay una tendencia general, en la estructura del cuento, a 58

exponer la situación que pone en riesgo la anterior y alcanzar un momento

diferente, que la narradora-personaje logra adecuar de inmediato a su vida y

que sabe aprovechar (239)

Así, en la narración se aprecian tres estados de cambio, momentos fundamentales que modifican la vida de Laura, ocasionados por la introducción de un nuevo elemento en su vida y que están representados por Ermilo y Samuel. Estos son hombres que propician o incitan el momento clave para cambiar la vida de Laura. A diferencia de otros cuentos de

Arredondo, en este no hay un momento catastrófico que cambie repentinamente la vida de la protagonista. Aquí se puede apreciar que ese cambio se da paulatinamente, tiene un inicio un desarrollo, y que al final viene la transición.

El primer momento empieza cuando ella cumple quince años, aparece Ermilo

Paredes en su vida para pretenderla y convertirla en su esposa; en ese momento él tiene cuarenta y siete años. Además, como dice la narradora, fama de sátiro y depravado.

Al narrar su vida, en esta primera etapa del cuento, se puede apreciar un tono infantil, en estos momentos Laura es aún mentalmente una niña, se puede notar en la forma de narrar y también o en las cosas a las que ella le da mayor importancia: “El revuelo de sedas y organdíes, linos y muselinas, lanas, terciopelos, me enloquecían; probarme ropa; mirarme al espejo; abrir cajas que venían de París me volvía loca, y pensaba y me regodeaba en esas cosas y en comer bombones, mientras Ermilo y mamá charlaban”

(Arredondo 251).

A ella poco le importan las visitas de Ermilo y el fin de éstas; el saber sobre su próxima vida de casada o sus responsabilidades, o la manera en la que tendrá que comportarse en su primera noche de bodas. Al descubrir su nueva recámara de casada, su 59 primera reacción es brincar sobre la cama y festejar como una niña, para ella no representa la cama donde perderá su virginidad, es sólo una cama con la que ella jamás soñó:

“instintivamente me senté en la cama para probar el colchón: era de pluma de ganso y el baldaquín hacía sombras chinescas a la luz de las velas mientras yo brincaba, ya sin zapatos, sobre ella” (252). Todo aquello no es para ella más que un juego.

El ser cortejada por este hombre muchos años mayor que ella no le interesa; el placer está en disfrutar de los regalos que él le lleva y en comer bombones. Ermilo llega a su vida y la arranca del lado de su madre, pero esto no modifica esencialmente a Laura; ella se adapta a su vida de señora y nueva rica, no cuestiona los nuevos comportamientos a los que se tiene que sujetar, se adapta a ellos.

Incluso ella misma toma conciencia de su cambio: ha dejado de ser una niña y así se lo dice a su esposo “Bueno, me he casado y he dejado de ser la hija de mamá” (255), le dice en su primera cena juntos. Ella sabe que su nuevo papel en la casa de Ermilo es el de una señora.

El verdadero cambio de Laura se da al llegar la segunda noche que pasa a lado de

Ermilo. El haber perdido su virginidad, la que la hacía una niña, no la cambia profundamente, su comportamiento es el mismo que en casa de su madre: una niña caprichosa y consentida. “Cuando no tuve nada encima pateé la ropa que tenía a mis pies”

(252): su comportamiento para con su madre es aún el que tenía en su casa:

Mi madre debía llevar horas espiando, porque apenas había salido

Ermilo, llamó a la campanilla con furor urgente. La oí subir a trompicones la

escalera, y cuando calculé que su cara de luna iba a aparecer entreabriendo la

puerta, eché ostensiblemente el cerrojo. Seguramente se quedó pasmada, pero 60

como era culpable no se atrevió a dar de golpes a la puerta como lo hubiera

hecho en otra ocasión. (253)

El cambio siempre viene en los relatos de Arredondo con un momento fuerte, algo impresionante que modifica el espíritu de quien lo está viviendo. Como ya se mencionó arriba, en este relato el cambio se da paulatinamente, pero es un hecho el que desencadena ese cambio, aquí se da en la segunda noche de bodas.

Ermilo obliga a Laura durante la tarde a leer pasajes de Historia, específicamente lo que se refiere a Enrique VIII y sus esposas. Por la noche Laura es vestida como si fuera a un baile de máscaras y Ermilo aparece en la habitación representando a Enrique VIII, ante este hecho la protagonista aún reacciona con ingenuidad. Sin advertir las verdaderas intenciones de su esposo, “lo recibí con una carcajada larga y alegre. --¡Que buena idea!

Yo nunca fui a un baile de máscaras”. Pero al descubrir que su esposo intenta formar del pasaje de la Historia una fantasía sexual en la que ella protagoniza a Ana Bolena, se asusta y rompe un tibor sobre su cabeza, se da entre ellos una lucha feroz, ella termina con una herida profunda a lo largo de su espalda, golpeada y arañada, lo mismo que él.

Durante la pelea Ermilo le grita “Adúltera, relapsa, hereje. Estás condenada a muerte” (256). Estas palabras serán como una profecía para la protagonista, que más adelante en su vida tendrán un verdadero significado.

El cambio se da paulatinamente durante la convalecencia de sus heridas es esa noche la que desencadena los motivos del cambio, en los momentos de recuperación Laura comprende que el dolor de las heridas corresponde en el mejor de los casos al sufrimiento que encuentra en esa casa. Así mismo, comprende que su madre la había vendido aunque

61 conociera lo que su futuro marido era: “Eso me ayudó a comprender que ella me había vendido a sabiendas de la vida licenciosa de Ermilo que él no ocultaba”. (258)

Al descubrir la traición de su madre, se puede apreciar un cambio en la narración, se empieza a volver más cruda y dura con su comportamiento ante ella misma y para con los demás. Cuando describe sus heridas, y ante la presencia de su madre, Laura dice:

A los quince días mi madre se presentó con todas las fanfarrias y

gritos y amenazas.

Yo tenía una fuerte jaqueca y los puntos de las heridas me supuraban,

eran verdaderas llagas. Había mandado decir a Ermilo que llamara al

médico. Además me sentía muy débil. Como pude llegué al saloncito y lo

abrí. Me quedé en el vano, me desabroche la bata y la dejé caer.

--¿Quiere ver más? --y me volví de espalda.

--¿cómo es posible que ese canalla…?

--Calle, madre. Con ese canalla me casó usted y con él vivo en esta

casa donde no puede ser insultado su nombre. De él vive usted y hasta tiene

una muchacha de servicio […] tengo prohibido recibir visitas. Hasta las

suyas porque me lastiman. (258)

La rudeza con la que se expresa en ese primer momento se irá acentuando conforme llega el desenlace del cuento. Laura ha pasado a un nuevo nivel en su vida, fue orillada por

Ermilo y las circunstancias a madurar con rapidez y a descubrir las perversiones que guarda la vida.

Tras haber sufrido heridas de cuerpo y alma, Laura y Ermilo hacen un pacto de conveniencia: “A partir de ese día hicimos un pacto silencioso en el que yo aceptaba de vez 62 en cuando sus fantasías y él acataba mis prohibiciones, y se puede decir que fuimos felices más de veinte años” (259). En ese lapso Laura acepta las escapadas de su marido y ella se adapta a una vida cómoda.

Angélica Tornero señala algo muy interesante; dice acerca de Laura lo siguiente: “Su moral relajada la conduce a aceptar a ese marido y a ser feliz, consintiendo de vez en cuando las caricias que le producían asco” (241). En el estudio que esta autora hace al cuento que aquí nos ocupa, cuestiona algunas veces la moral tambaleante de la protagonista, que la lleva a aceptar la vida licenciosa de Ermilo, y más adelante, a participar ella misma en esa vida. También es notable su transformación de valores, al adaptarse rápidamente a la vida de lujos y comodidades, y a no cuestionarse lo que sucede a su alrededor, e incluso en una ocasión a decirle al cura del pueblo: “Los ricos somos gente excéntrica, padre; ya mi marido lo era antes de que me casara con él y nadie me lo advirtió. Además, señor cura, Dios es el único que ve realmente lo que sucede, por qué sucede, y mira dentro de nuestro corazón. Yo me atengo a su juicio” (266). Lo que reafirma el no tenerle miedo a lo que la gente diga, incluso no le teme a Dios, ella simplemente se atiene a su juicio, no pide perdón ni siente arrepentimiento.

Posiblemente lo que sucede con esta protagonista es lo mismo que con Santa de

Federico Gamboa, protagonista de la novela con el mismo nombre, donde el narrador dice respecto a ella:

Lo que sí perdía, y a grandísima prisa por desgracia, era el sentido moral en

todas sus encantadoras manifestaciones; ni rastro quedaba de él, y por lo

pronto que se connaturalizó con su nuevo y degradante estado, es de presumir

que en la sangre llevara gérmenes de muy vieja lasciva de algún tatarabuelo 63

que en ella resucitaba con vicios y todo. Rápida fue su aclimatación, con lo

que a claras se prueba que la chica no era nacida para lo honrado y derecho, a

menos que alguien la hubiese encaminado por ahí, acompañándola y

levantándola caso que flaqueara. (Gamboa 76)

Así como Santa, Laura también se aclimata rápidamente a la vida que Ermilo le ofrece, pero no hay que dejar de lado las condiciones en las que se dan ambas narraciones, mientras que en Santa la voz de ésta es silenciada y la conocemos por medio del narrador, en "Sombra entre sombras" Laura cuenta con una voz propia, además de ser una fuerte crítica contra las costumbres sociales, expresada por una nueva narrativa. Mientras que la novela de Federico Gamboa es sólo un reflejo de la sociedad de la época y más que crítica, tiene sentido de enseñanza moral al presentar los bajos mundos en los que se podía caer si no se seguía el orden establecido por las “buenas costumbres”. “Sombra entre sombras” es un nuevo eje de la literatura mexicana, se aleja de lo que la literatura venía presentando hasta entonces y le da voz a quienes hasta ese momento habían estado silenciadas.

Avendaño-Chen dice, respecto a la crítica que hace Arredondo por medio de su literatura, lo siguiente: “Sus textos se crean, así, en un diálogo universal que provoca en el lector cuestionamientos de ideas tradicionales” (12). Santa es una prostituta que cae en desgracia por llevar la vida de excesos asociada a su profesión. En cambio Laura, que en sí no se puede catalogar como prostituta, es un personaje que ataca al sistema de la moral social.

La protagonista de “Sombra entre sombras”, al igual que Santa, también lleva ese germen de la “maldad”. Las bases morales de Laura no se distinguen fácilmente; lo que nos hace ser como individuos que caminan por la senda del bien o, cuando menos, por un 64 camino común a todos, es lo que se construye desde el hogar primigenio. Laura desde el inicio va en una dirección diferente, no por eso equivocada. En la narración no se menciona la figura paterna, lo que nos hace suponer que ella es hija de madre soltera o que su madre es viuda, no se aclara el punto, lo que dejará ese silencio en la educación de

Laura. La madre, con el ejemplo, no ha podido inculcarle buenos valores, pues es ella quien con su hambre de riqueza la vende a ese viejo adinerado, por asegurar una estabilidad económica: “Mi madre vacilaba entre el consejo de las vecinas y la necesidad de poder y riqueza que sentía en ella misma” (250). Con estos antecedentes, Laura es más vulnerable a aceptar los juegos eróticos y excéntricos que practica su marido, que hubieran estado lejanos a cualquier moral convencional del pueblo. Con tal de alcanzar un fin deseado, Laura no siente remordimientos o arrepentimientos al aceptar las fantasías de su esposo, para poder continuar con la vida de riquezas que lleva.

Con esto no se trata de justificar la vida de excesos, que alcanzará su máxima representación al final de la narración. A pesar de que puede haber algunas coincidencias con la novela de Gamboa, pues Laura, al igual que Santa, lleva el germen de la maldad desde el inicio, y nadie las acogió para llevarlas por el camino del bien. Hay que tomar en cuenta las costumbres o las reglas morales de cada época, mientras que Santa es una representación de la sociedad de 1900, “La Sunamita” nos muestra al México de la década de los ochentas. Sin embargo, coincide en que ambas se encontraron a hombres en sus vidas que las llevaron a destinos contrarios a los que el seno familiar o el pueblo esperaban de ellas. Llevada de la mano de Ermilo, hombre que sólo podía llevarla al vicio y a los excesos, Laura se adentra en un mundo de corrupción, ella cambia sus costumbres y principios, lo cual no logra afectar verdaderamente lo que ella es en el mundo. 65

El segundo momento de cambio que se da en el cuento es con la llegada de Samuel a la vida de Laura. Este personaje será quien de verdad cambie la esencia de Laura, y ella misma lo sabe, lo deja notar en el inicio de la narración:

Antes de conocer a Samuel era una mujer inocente, pero ¿pura? No lo

sé. He pensado muchas veces en ello. Quizás de haberlo sido nunca hubiera

brotado en mí esta pasión insensata por Samuel, que sólo ha de morir cuando

yo muera. También podría ser que por esa pasión, precisamente, me haya

purificado. Si él vino y despertó al demonio que todos llevamos dentro, no es

culpa suya. (250)

Será él quien despierte el “demonio” que Laura lleva dentro, y despierte en ella la pasión, el amor y el deseo por un hombre. Todos los sentimientos que en otros años no tuvo y no necesitó, sustituyéndolos con objetos materiales, ahora serán su única ilusión.

Desde el primer momento Laura se siente inmensamente atraída por Simpson:

“¿Cómo decirlo? Lo vi en lo alto de la escalera: fuerte, rubio, ágil, seguro de sus movimientos […] era lo más bello vivo que había visto” (259). En ese momento descubre la sensualidad de los cuerpos, la belleza del ser humano y se despierta en ella el deseo que la ha de impulsar a partir de ese momento.

Se despierta en la narradora todo aquello que permaneció dormido durante más de veinte años y se entrega a Samuel para convertirse en ese momento y para siempre en su esclava: “Yo, mandándolo, cuando lo que quería era ser su esclava” (260). Es él quien llega para cambiar el espíritu de Laura y su verdadera esencia. Si antes Ermilo le enseñó a vivir llena de lujos y comodidades, a adaptarse a una vida con un fondo de perversión,

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Samuel llega para terminar lo que Ermilo no logró durante tantos años: vencer esa barrera de prohibiciones.

Desde los primeros momentos de conocer a Samuel Simpson, se puede apreciar un cambio en la protagonista: “Pero ¿qué era aquello? Aquellas ganas de reírme y ser feliz,

¿era pecado? Mas sabía en el fondo de mí que me mentía, que era Simpson, Simpson que me sacaba de mi manera de ser” (260). Ella se va percatando poco a poco de los cambios que tiene ante la presencia del joven y sus nuevas actitudes.

Durante esa parte de la narración se puede apreciar todos los matices del cambio que va teniendo la protagonista, desde la felicidad, el temor, la angustia, la desesperación hasta el cambio total en su forma de ser. El conocer a Samuel y que éste entre a formar parte de su vida, será el detonante más importante que logre cambiar la esencia de Laura, para transformarla en esa sombra hambrienta de placer y cegada por un amor apasionado que se encuentra al final de la narración.

Al narrar Laura excluye veinte años de su vida, años en los que ella aprende todo lo necesario para su nueva vida, también se supone que ella se ha dedicado todo ese tiempo al cuidado de su belleza, no siente amor por Ermilo y su atractivo físico es sólo para su deleite, lo que la hace hacerse a sí misma una figura de adoración, no teniendo de quien ocuparse, pues no tiene hijos, se ocupa totalmente de su apariencia. Esto se intuye al leer algunas líneas de la narración: “Simpson tendría veintidós o veintitrés años y yo estaba atada a Ermilo, tenía treinta y seis años, aunque no los parecía ni por asomo” (260).

Martínez-Zalce dice: “Para Laura, el hecho de convertirse en objeto la eximiría de una rutina pedestre, la convertirá en un ser extraordinario, digno de reverencia y adoración” (111). Adoración de los demás y de ella misma, pero con la llegada de Samuel, 67 el centro de atención para Laura cambia, convirtiendo a este joven en el motivo de su vida y sus acciones; todo lo que proviene de su persona será motivo para el placer.

Se consagra a la adoración de Samuel, al impulso del deseo y a amarlo en silencio. Él se convertirá en el detonante que impulse su vida; en este momento Laura deja de tener la fuerza y autonomía que tendría durante tantos años, fuerza que la ayudará a dominar y a imponerse ante Ermilo. La voz narrativa que se encuentra al inicio del cuento, no tendrá el mismo peso cuando se encuentre ante los efectos que provoca Samuel; con su llegada

Laura pierde ese carácter recio y se deja llevar por el río de las emociones que irán todas a desembocar al mar de deseos que representa Samuel.

Es en este momento donde se presenta el tercer, y el más significativo de los momentos de transición en la vida de la protagonista, se da con su entrada “al círculo infernal”, el momento de pérdida de todo aquello que retuvo durante tantos años.

Incluso el cambio se puede apreciar gráficamente, pues éste hace más intenso y rápido el desarrollo de los hechos en la lectura; es desde ese momento cuando se desencadena el final acelerado de la narración; de una narración en pasado a la narración en presente. El párrafo comienza con una oración determinante para el resto de la narración

“La luna está llena de nubes negras” (263), ya no es en pasado ahora la narración corre paralela a los hechos y se introduce un factor determinante. Desde ese momento Laura pertenece a la noche; se ha convertido en una sombra, se exilia por voluntad propia del resto del pueblo y de la luz del día para entregarse completamente al placer: “El sol y yo ya no podemos ser amigos. Yo pertenezco a la luna menguante y siniestra” (265).

En ese momento Laura descubre a Ermilo y Samuel haciendo el amor: “Abro la puerta del cuarto de Simpson. Lo que veo me deja petrificada: Simpson y Ermilo hacen el 68 amor” (263). Aquí es cuando ella entra al juego de las fantasías sexuales, llevada completamente de la mano de Simpson, pero empujada al abismo por Ermilo. El amor y el deseo que siente por este hermoso joven la hace olvidar lo que ha visto: “Yo miro sus ojos de niño y olvido lo que he visto poco antes” (264). Laura pierde completamente su voluntad y se entrega a disfrutar de lo que tanto ha anhelado e idealizado.

La satisfacción de su propio placer la llevan a adentrarse al mundo de que se creía exenta, y en el cual ella podría mandar. Así, a lo largo de su matrimonio con Ermilo, ella logró ponerle reglas, que ella misma rompe impulsada por su placer.

El cambio de su esencia está desencadenado por satisfacer su deseo, en este sentido se contrastan dos imágenes en la narración: el contacto sexual con Ermilo es desagradable y produce asco, “luego comenzó a acariciarme y de pronto me sujetó por la trenza y me besó, metió su enorme lengua en mi boca y su saliva espesa me inundó. Sentí un asco mayor que el miedo a la muerte y desasiéndome como pude escupí su saliva espesa” (257).

En el lado contrario, se encuentra el contacto físico con Samuel: “Leche y miel bajo su lengua fina. Delicia de mis dedos al tocar su piel” (264). En el primero, vemos el asco y la falta de amor que existe, no hay caricias, en cambio con Simpson el encuentro sexual toma un rumbo que ella no conocía hasta entonces, despertando así todos sus sentidos.

Rogelio Arenas dice en su ensayo “La mirada del otro como ojo de la conciencia: erotismo y literatura en „Sombra entre sombras‟ de Inés Arredondo” lo siguiente: “Esta comunión del espíritu ha sido posible porque Laura […] ha pasado del erotismo de los cuerpos al erotismo de los corazones y finalmente al erotismo sagrado” (241).

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Laura encuentra en el placer que le proporciona Samuel un motivo de vida, ella sólo vive para esas noches llenas de caricias secretas, en las que el placer y su deseo toman forma: “No existía más que cada día para cada noche” (Arredondo 267).

Al entrar en ese mundo, Laura pierde su inocencia, cambia, pero ese cambio, es congruente con lo que ella desea, ella acepta todo, siempre y cuando la recompensa sea estar una vez más entre los brazos de Samuel.

Se ponen en juego sus valores, las creencias y la educación que ella trae a cuestas, arriba se mencionó que estos valores eran tambaleantes, que su moral apenas existía. Aquí se reafirma ese germen de la maldad que Laura posee, le avergüenza compartir su cuerpo con dos hombres, pero el deseo se impone: “Así sin culpa y sin pecado, porque es congruente con ella misma” (Martinez-Zalce 114). Todo lo que haga estará para alcanzar el fin deseado.

El cambio se percibe a lo largo de la narración final, el amor que siente por Simpson la ha transformado, incluso purificado, como señala en el párrafo que abre la narración; es ese mismo amor el que la despierta a la vida, “estás amortajada, querida, me había dicho

Ermilo la mañana siguiente a nuestro casamiento… Pues no, ya no estaba amortajada por el vejete, sino viva, muy viva con mi amor por Samuel” (Arredondo 265); en todos los sentidos, después de experimentar el placer, encontramos a una Laura distinta que ha cambiado para lograr un fin último: el placer que le produce Samuel.

Y este fin será encontrar siempre este , en controlar esa pasión con la pertenencia del cuerpo deseado. Con la muerte de Ermilo, Laura y su amante por fin pueden disfrutar de ese amor que durante tanto tiempo tuvo testigos, pero se encuentran tan ligados al triángulo que tienen la necesidad de suplir el eje que se ha roto. Laura le suplica 70 a Ermilo como si fuera un santo que le ayude con Samuel y éste no deja de extrañar la presencia del viejo.

Nuevamente incitada por Samuel, Laura se presta a las más horribles vejaciones, él la somete a un juego interminable donde ella es el centro de atención, se cae en una rutina,

“el ritual sacro”, dice Angélica Tornero. La protagonista se somete a participar en las orgías de los Ermilos, no por el placer que encuentra en participar en estos juegos, sino por uno que esta más allá. Para Georges Bataille el participar en una orgía es encontrar el placer en el hecho: “la orgía es el aspecto sagrado del erotismo, allí donde la continuidad de los seres, más allá de la sociedad, alcanza su expresión más evidente” (135). Para Laura, el participar en ellas no significa la trascendencia, el placer viene después, el placer está en ser cuidada, mimada por Samuel:

Después de un bacanal en la que me descuartizan, me hieren,

cumplen conmigo sus más abyectas y feroces fantasías, Samuel me mete a

la cama y me mima con una ternura sin límites, me baña y me cuida como

una cosa preciosa. En cuanto mejoro, disfrutando mi convalescencia,

hacemos el amor a solas, él besa mi boca desdentada, sin labios, con la

misma pasión de la primera vez, y yo vuelvo a ser feliz. (269)

Para Laura el placer no se encuentra en la pertenencia a otros hombres o el saberse deseada aún por aquellos que desde su juventud la adoraban; el placer está en la recompensa, el participar en esas orgías le da la seguridad de que al final tendrá esas

“primaveras cálidas” que tanto anhela: “Lo que importa es el sentido que adquiere el ciclo: destaca la idea de un ritual sacro” (Tornero 244). De esta forma, Laura cambia todo aquello que nunca imaginó hacer por la pasión, cegada por el amor que siente por ese 71 hombre que la ha conducido a la decadencia en la que se encuentra en el presente de la narración.

Al final del cuento la narradora es aun más cruda con las descripciones; el relato se vuelve tan realista que podría parecer grotesco, es cruel con ella misma y con las cosas que le rodean. Si antes aquella fue la casa más espléndida y ella la mujer más bella, ahora ambas son la decadencia, los despojos de lo que dejaron los Ermilos que pasaron por ellas.

La casa “con las cortinas desgarradas, ya sin alfombras, los muebles cojos, sucios y estropeados, apestosa a semen y a vomitonas, es más que un chiquero que habitación de personas” (269); tanto la casa como la narradora han cambiado. Martínez-Zalce dice que

“La vida de la casa corre paralela a la de Laura; como si ella la hubiera animado, sus etapas de construcción y destrucción se corresponden, unificándose” (112). El amor ciega a Laura a tal grado que cambia todo el lujo, la comodidad, por el placer que encuentra en la pertenencia de un hombre.

El resto del pueblo se escandaliza por lo que pasa en aquella casa quienes más se escandalizan son aquellos que tuvieron algo que ver al convertir esa casa en lo que ahora representa “es más un chiquero que habitación de personas” (269); es la animalidad que hay en vivir en el placer. Sobre este aspecto, dice Georges Bataille lo siguiente: “Quienes viven al nivel mismo de la prohibición --en el nivel mismo de lo sagrado--, que no expulsan del mundo profano, en el que viven hundidos, no tienen nada de animal aunque, a menudo, los demás les nieguen la calidad de humano” (141).

Así, Laura se encuentra tan al extremo de la perversión, de que está en el nivel de lo sagrado. La pureza y la perversión están estrechamente ligadas en este cuento. Laura está en función de sus necesidades de placer, el rito, el sometimiento, la 72 degradación no es más que un medio para alcanzar la gloria; ella cambia su esencia con el

único fin de alcanzar la dicha.

Con este cuento Inés Arredondo nos plantea la posibilidad del cambio como manera de encontrar, en la protagonista, la gloria. Si Laura es una prostituta o no, queda a conciencia de cada lector. Ella se atiene al juicio de Dios porque durante toda su perversión ella es congruente consigo misma. Todo lo que hace, lo hace por amor, por el placer de los cuerpos y el florecimiento de su alma; en definitiva ella se encuentra en el punto donde lo prohibido y lo sagrado se unen para encontrar una última recompensa. Por eso Laura dice al final del cuento: “Mi alma florece como debió de haber florecido cuando era joven.

Todo lo doy por estas primaveras cálidas, colmadas de amor, y creo que Dios me entiende, por eso no tengo ningún miedo a la muerte” (269).

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