Contexto de producción y recepción de : Respuestas a la colonialidad

Monografía de Grado para optar por el título de Literata

Por: Catalina Rodríguez Navas

Dirigido Por: Betty Osorio

Universidad de los Andes Fac ultad de Artes Y Human idades

Departamento de Literatura

Enero de 2008

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Índice

Introducción 3

Capítulo I 7

La mirada del narrador de El Carnero, la neutralidad imposible

Capítulo II 20

El honor en El Carnero, base para la construcción de personajes

Capítulo III 46

La publicación de 1859. Pieza clave en la construcción del proyecto de nación

Conclusiones 62

Bibliografía 65

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Introducción

Cuando a través del curso Literatura colombiana colonial conocí El Carnero me atrajo la manera en que intercalaba la historia oficial y la cotidiana dentro de la misma crónica. El

Carnero no me parecía un texto convencional, no era una crónica de la conquista como tantas otras que exaltan la figura del vencedor y se acercan a la épica, la crónica era bien diferente a textos como Las elegías de Varones Ilustres de Indias o Las noticias Historiales de Fray Pedro Simón. Si bien en el texto aparecían cuadros que ilustraban la vida cotidiana tampoco era sólo un compendio de narraciones cortas sobre el escandaloso ámbito privado en el Nuevo Reino de Granada. Los personajes que aparecían en el texto me causaban interés, mujeres que llevan a sus parejas a la desgracia, una hechicera involucrada en juegos de poder, sacerdotes que parecían más personajes de una novela picaresca que figuras apegadas al modelo católico. M e interesó principalmente que el texto de Freyle revelara aspectos no oficiales de la historia colonial. En la crónica santafereña aparecían relatos que involucraban a los grupos subalternos y ofrecían sobre éstos una perspectiva problemática.

Empecé a interesarme entonces por la relación entre el texto de Freyle y el establecimiento, por la manera cómo el texto representaba la relación entre los grupos dominantes y los subalternos, y cómo la manera de hacerlo sentaba una posición que implicaba una conciencia incipiente de ser neogranadino, no español, ni nativo.

El primer capítulo de esta monografía explora la visión del narrador de El Carnero, analiza la perspectiva desde la cual se narran acontecimientos relacionados con los habitantes nativos del , y los primeros encuentros entre los grupos

3 dominantes y los subalternos, poniendo énfasis en el juego de imágenes que definen a los segundos. Se analiza también la manera como el narrador se aproxima a la historia indígena y la manera en que traduce las tradiciones nativas para acercarlas a la episteme occidental.

El segundo capítulo surgió al darme cuenta de que el concepto del honor atravesaba todo el texto y era un elemento común a las historielas. Este capítulo analiza la manera cómo el honor se convierte en el texto en un recurso para sentar una posición sobre el régimen colonial. El narrador usa este concepto como una base sobre la que construye la mayoría de los personajes de las historielas. El honor se convierte entonces en un lente con el que se deforman, magnifican o empequeñecen los personajes de la crónica. De esta manera hacen su aparición conquistadores burlados, esclavos que muestran un comportamiento heroico o mujeres con incidencia en los círculos políticos.

El honor en El Carnero funciona entonces como un mecanismo que le da una vuelta de tuerca a las jerarquías sociales. Me interesó profundamente la función transformadora de la crónica: aunque el narrador afirma constantemente que en su obra no hay adornos retóricos ni construcciones literarias, el manejo que se le da al tema del honor es una clara manifestación de construcción literaria.

El tercer capítulo trata sobre la recepción inicial de la obra a partir de su publicación en 1859. Cuando empecé a trabajar con el texto no pensé en incluir un capítulo sobre este tema, sin embargo como me interesaban las relaciones entre el texto y el establecimiento, me di cuenta que la crónica había tomado un sentido diferente en el siglo XIX y que era necesario hacer este análisis. Si durante el periodo colonial la crónica sólo circuló en manuscritos, a partir de 1859 se convirtió en un texto emblemático de la literatura

4 colombiana. Este capítulo explora los elementos que Felipe Pérez como editor, y José

M aría Vergara y Vergara como crítico juzgaron útiles al proyecto de construcción de nación. Este capítulo estudia algunos textos publicados por José María Vergara y Vergara y Felipe Pérez como el prólogo a la edición de 1859 y el artículo de la Historia de la

Literatura en Nueva Granada dedicado al texto de Freyle.

El eje conductor de esta monografía será entonces la forma como el texto se posiciona frente al establecimiento ya sea en el contexto de la producción, durante el siglo

XVII o de la recepción durante el siglo XIX, cuando se estaban consolidando los proyectos de construcción de los estados nacionales.

Para llevar a cabo este análisis será de gran ayuda el texto de Walter M ignolo

Historias locales/diseños globales: colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. En este texto el investigador explora la producción de conocimiento en contextos de colonialidad. M ignolo analiza la perspectiva de los textos frente a los proyectos colonizadores, y explora la expresiones de conocimiento que no pertenecen a una perspectiva dominante y cómo a través de la historia han sido negadas y clasificadas como epistemológicamente incorrectas.

Cuando empecé a trabajar con El Carnero me encontré con un inconveniente. El texto no estaba fijado. Existían varios manuscritos publicados pero el trabajo de fijarlo no estaba, y aún no está hecho. Se presentaron entonces algunos problemas, al cotejar las ediciones hay términos, o incluso oraciones completas, que cambian dependiendo del manuscrito usado, por ejemplo en el episodio de Juana García hay dos versiones acerca del objeto con que se le castiga, a veces se trata de un dogal y según otros manuscritos de un

5 bozal. En este caso el sentido del castigo cambia mucho dependiendo del objeto. Como este caso hay muchos otros que amplían notablemente las posibilidades de interpretación. Se corre entonces el ries go de no trabajar sobre El Carnero sino sobre determinado manuscrito.

El Carnero fue escrito alrededor de 1636, sin embargo sólo fue publicado en1859, fecha en que Felipe Pérez se basó en un manuscrito actualmente perdido para hacer la primera edición. En 1884 Ignacio Borda publicó un segundo manuscrito también perdido; el Ministerio de Educación Nacional publicó un tercer manuscrito en 1955 y en este se basó

Darío Achury para hacer la edición que actualmente es la más consultada por la academia, la de la Biblioteca Ayacucho. Adicionalmente existen dos manuscritos conocidos como los de Yerbabuena y otro más, el José Antonio Ricaurte y Rigueyro, estos últimos todos publicados. Existen además, otros manuscritos que aún no se han publicado.

Esta monografía tomará como edición base la que preparó Darío Achury por considerarla la más completa de todas. El riguroso trabajo de archivo que hizo Achury hace de esta edición una herramienta útil para la comprensión del texto. Sin embargo esta monografía no descartará cotejar, en algunas partes del análisis, con los otros manuscritos publicados. Las citas corresponden a la edición de Ayacucho a menos de que se indique lo contrario.

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Capítulo I

La mirada del narrador de El Carnero, la neutralidad imposible

Este capítulo analizará la perspectiva del narrador de El Carnero. Se estudiará la manera como la voz narrativa orienta la posición del texto frente al proyecto colonizador español. Para llevar a cabo esta tarea se usará el texto de Walter Mignolo Historias globales/ diseños locales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo. Se ha considerado que este texto, publicado en español en el año 2003, es útil porque explora los conocimientos que surgen en escenarios coloniales como respuesta a las políticas implantadas por los vencedores. El texto de Mignolo analiza la producción intelectual en contextos de colonización y choque cultural y estudia la manera en que esta producción es clasificada. De esta manera Historias globales/ diseños locales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo, se convierte en una herramienta útil de análisis de El Carnero al ser éste un texto con una perspectiva, si no definida completamente, sí problemática frente al régimen español.

El Carnero se acoge desde las primeras líneas al tópico de lo visto y lo vivido;

Freyle se muestra a sí mismo más como cronista que como fabulador: “aunque en tosco estilo, será la relación sucinta y verdadera, sin el ornato retórico que piden las historias, ni tampoco llevará ficciones poéticas porque sólo se hallará en ella desnuda la verdad” (6).

Con esta afirmación el narrador aclara la orientación del texto y conduce la lectura, es decir invita al público a creer firmemente en lo que lee. Como apuntan Betty Osorio y Ángela

Inés Robledo en su ensayo introductorio a La Araucana, escribir sobre la realidad era una

7 vertiente común a muchos autores hispanoamericanos del periodo colonial como Alonso de

Ercilla, o Fray Pedro Simón. Esto se debía en parte a la prohibición hecha por las autoridades coloniales de escribir, importar o comercializar material ficcional en América. Irving Leonard en Los libros del Conquistador afirma que aunque sí hubo decretos que prohibían la difusión o producción de ficción en América, existen abundantes documentos que prueban que este tipo de libros no faltaron en las colonias españolas.

Sin embargo, aunque la ficción haya estado presente en las bibliotecas americanas la promulgación en contra del género evidencia la predilección oficial por el discurso historiográfico sobre el literario. Freyle al inscribirse dentro de éste último pretende ubicar su obra dentro de la oficialidad.

Cómo se verá más adelante la pretensión de Freyle de ceñirse estrictamente a una narración libre de “ornato retórico” no se cumple completamente; él mismo justifica la inclusión de elementos ajenos a la narración de la empresa colonizadora. La crónica está matizada por lo que el narrador llama “flores del jardín de Santafé”. Estas flores son pequeñas historias que tratan escándalos causados por la corrupción y la inmoralidad de los habitantes de El Nuevo Reino de Granada, especialmente de la élite española. Estos fragmentos tienen un componente literario que ha hecho que los críticos vean en Rodríguez

Freyle al precursor de la novela colombiana. Monserrat Ordóñez, en un artículo publicado por la revista Razón y fábula, coincide con Enrique Anderson Imbert en que el texto de

Freyle encierra cualidades novelescas y cuentísticas: “El Carnero es esencialmente un cruce entre la crónica y la novela con elementos de ambos. La crónica está vitalizada por elementos novelísticos que le dan interés” (Ordóñez, 118).

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Es posible entonces, notar que en el texto de Freyle existe un componente tanto literario como historiográfico. Esta monografía analizará conjuntamente estos dos discursos por considerar que imponer distinciones de este tipo a un texto que no las hace para sí mismo es arbitrario. A este respecto Walter M ignolo escribe:

De acuerdo a la epistemología del momento en que se escriben los textos de la historiografía indiana, muchos de ellos se inscriben explícitamente en la formación discursiva historiográfica. Desde este punto de vista es impropio tomarlos como crónicas y como género lit erario.

En cambio tal clasificación no es impropia si se considera que cuando se la hace el concepto de historiografía ha cambiado y la formación discursiva ha sufrido clara reactualización de sus reglas (Mignolo 363, 1981).

El Carnero es un texto que se clasifica a sí mismo dentro del discurso historiográfico, sin embargo esto no evita que el texto tenga valor literario y pueda también, ser analizado de esta manera.

Además de la metáfora de las flores usada para referirse a las historielas, encontramos en el capítulo V otra figura que justifica la inclusión de elementos retóricos en la crónica:

Paréceme que ha de haber muchos que digan: ¿qué t iene que ver la conquist a del Nuevo Reino, costumbres y rit os de sus nat urales, con los lugares de la Escrit ura y T estament o viejo y otras historias antiguas? Curioso lector, respondo: que esta doncella es huérfana, y aunque hermosa y cuidada de t odos, y porque es llegado el día de sus bodas y desposorio para componerla es necesario pedir ropa y joyas prestadas para que salga a la vista (36).

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Los críticos que han analizado este fragmento, como Susan Herman, Raquel

Rodríguez Chang o Ivette Hernández coinciden en que las ropas y las joyas pueden ser interpretadas como las referencias eruditas que atraviesan el texto. Ivette Hernández ha estudiado este fragmento y las diferentes interpretaciones que ha tenido en la crítica. Para ella la doncella huérfana es el texto mismo, es decir, la escritura de la historia de la Nueva

Granada. Sin embargo Freyle relaciona directamente la metáfora de la doncella con las descripciones de las tradiciones indígenas. Puede entonces, que la metáfora no se refiera a la historia neogranadina en general sino únicamente a la indígena. En este sentido Freyle cumpliría el papel de un traductor cultural que acerca una tradición inusual a lectores occidentales. En este sentido es elocuente que la historia indígena se relacione con una mujer. Hernández enfatiza la debilidad y la pasividad asociadas con lo femenino, ella concluye que la historia del Nuevo Reino de Granada es doncella porque nunca se había hecho una lectura de ella y en este sentido había permanecido intocada. Esta misma interpretación podría aplicarse a la historia indígena, se podría decir entonces que la debilidad asociada a lo femenino se debe a que lo nativo es ajeno a la tradición epistemológica occidental y en este sentido es una tradición débil que se enfrenta a una dominante, lo femenino que se encuentra por primera vez con lo masculino.

En Historias globales, diseños globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo Walter Mignolo trata el tema de los saberes que son negados en contextos conflictivos de colonialidad:

Se hizo impensable aceptar la idea de que un sujeto cognoscente fuera posible más allá del sujet o de conocimient o post ulado por el propio concepto de racionalidad inst aurado por la epistemología moderna (123).

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En el caso del Nuevo Reino de Granada los saberes indígenas constituyeron un ejemplo de conocimientos menospreciados. En El Carnero esto se hace evidente en el tratamiento que el narrador da a la historia indígena: en primer lugar vemos la metáfora de la doncella que relaciona debilidad y orfandad, y en segundo tenemos los juicios que hace el narrador acerca del método historial de los indígenas:

En todo lo descubierto de estas Indias Occidentales o Nuevo Mundo, ni entre sus naturales, naciones o moradores, no se ha hallado ninguno que supiese leer ni escribir, ni aun tuviese letras, falta el método historial; y faltando esto de donde se puede decir; que donde faltan let ras falt a el mét odo historial y falt ando esto falt a la memoria de lo pasado (16).

La afirmación de la voz narrativa pone de manifiesto la concepción que se tenía en el contexto colonial de la epistemología no occidental. La escritura alfabética es considerada como un requisito fundamental para conceptualizar apropiadamente la memoria. La historia y la memoria deben pasar por un proceso de racionalización occidental para ser considerados válidos. Esta transformación es la que lleva a cabo el narrador de El Carnero cuando intercala la narración de lo indígena con referencias bíblicas y otros referentes occidentales. El narrador mediante la escritura tiende un puente, frágil sin embargo, entre dos tradiciones epistemológicas distantes. Este insertar la historia amerindia dentro de la de europea es interpretado por Ivette Hernández como un acto violento ya que implica modificar la naturaleza del discurso indígena para hacerlo asequible al público occidental. Sin embargo, cabe preguntarse si es posible que un autor proveniente de una tradición epistemológica occidental pueda acercarse al imaginario indígena sin modificarlo.

Si esto no es posible, no habría manera de acercarse a lo nativo sin ejercer esta “violencia”.

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Tal vez es debido a esto que el narrador toma conciencia de su incapacidad para narrar lo ajeno y acude a fuentes más directas:

Yo, en mi mocedad pasé de este Reino a los de Castilla, a donde estuve seis años. Volví a él y he corrido mucha part e de él, y ent re los mucho amigos que tuve fue uno Don Juan, cacique y Señor de Guatavita, sobrino de aquel que hallaron los conquistadores en la silla al tiempo que conquistaron este reino; el cual sucedió luego a su tío y me contó estas ant igüedades y las siguient es (17).

El describir lo indígena para un público europeo no es, como manifiesta Hernández, necesariamente un acto violento. La traducción cultural es inevitable, pero la inclusión en el texto de la figura del Cacique Juan deja ver un intento del narrador por transmitir lo más directamente posible una tradición otra.

El acto de traducción cultural que lleva a cabo el narrador de El Carnero se manifiesta por ejemplo, en la construcción de la leyenda del Dorado. En este fragmento la

óptica del narrador despoja de todo contenido mítico las prácticas indígenas en un intento de traducción a la epistemología occidental:

Hacía el indio su ofrecimiento echando todo el oro, que llevaba a los pies en medio de la laguna y los demás caciques iban con él y le acompañaban y hacían lo propio lo cual acabado abatían la bandera (…) partiendo la balsa a tierra comenzaba la grita, gaitas y fotutos, con muy largos corros de bailes y danzas a s su modo; con lo cual ceremonia recibían al nuevo electo y quedaba reconocido por señor y príncipe (18).

En la representación de la ceremonia el narrador elimina el referente sagrado y se cuida de no adoptar un tono que sugiera un rito. El nominativo simple indio usado para referirse al jeque indígena o gritas para nombrar algo que tal vez formaba parte del ritual

12 de entronización crea un ambiente narrativo prosaico. La ceremonia de es representada, en algunos aspectos, como una fiesta corriente.

El narrador ha puesto el énfasis en el aspecto político de la ceremonia del Dorado eliminando casi completamente el discurso mítico, sin embargo, al no ser posible ignorar las implicaciones religiosas del rito el narrador se remite a la historia sagrada para tender un puente entre una y otra tradición. Se hace necesario acercar la divinidad indígena al imaginario occidental y entonces se la iguala con el demonio cristiano:

Sólo adoraban al demonio y a éste tenían por maestro, de donde se podía muy claro conocer que tales serían sus discípulos (…) la primera jornada que había de hacer era ir a la laguna de Guat avit a a ofrecer y sacrificar al demonio que tenían por su dios y señor (17, 18).

La figura del narrador de El Carnero deja ver las tensiones a las que se enfrenta la escritura de lo que es ajeno a la occidentalidad: por un lado se hace necesario acercarse a ello desde una perspectiva pretendidamente neutral, en este caso la figura del cacique Juan, pero por otro lado es imposible dejar de hacer equivalencias y asociaciones entre un imaginario y otro. Sin embargo, estas asociaciones también son problemáticas, un ejemplo de esto es el cuidado con que el narrador nombra lo indígena: entre dos cabezas o príncipes estuvo la monarquía de este reino (si se me permite darle este nombre) (…) llámolos príncipes porque eran conocidos por este nombre (16). En este fragmento vemos cómo el narrador no usa libremente los términos reino, príncipe y monarquía para referirse a la organización política de los indígenas. La vacilación que aparece en el texto al usar términos provenientes del imaginario europeo para referirse a los indígenas es una muestra de la problemática que existía para nombrar a lo otro. Equiparar la organización chibcha a

13 la europea mediante la asignación de nominativos europeos era inseguro y esta tensión se manifiesta en el texto.

Freyle intenta legitimar por medio de su escritura una tradición que de otra manera no hubiera encontrado un anclaje en la memoria de los habitantes del Nuevo Reino de

Granada. A este respecto Walter Mignolo afirma refiriéndose a la forma alterna de historiar: “la historia como disciplina es la historia europea, en la medida en que la memoria reflejada en la literatura no tiene valor epistemológico” (320, 2003) Así, vemos como en El Carnero se manifiesta esta tendencia de la que habla Mignolo, en los círculos de poder los saberes tradicionales no son aceptados como una forma válida de conocimiento. En El Carnero aparece la concepción tradicional en la que la memoria está ligada a la escritura, lo oral por ejemplo, no forma parte de un método historial válido. En este sentido el intento del narrador por acercar lo indígena a una forma “aprobada” de conocimiento es elocuente. El narrador del texto intuye que una cultura que no utiliza los medios tradicionales para llevar un registro histórico está condenada a la invisibilidad de la memoria. En esto consiste parte del aporte de Freyle, en tratar de encontrar una conexión entre la epistemología occidental y las tradiciones indígenas. En este sentido el texto de

Freyle se convierte, en términos de Mignolo, en una expresión del pensamiento fronterizo es decir, en una manifestación que le da voz a lo subalterno, a lo que desde la occidentalidad se niega. El pensamiento fronterizo es una manifestación epistemológica que muestra una perspectiva sobre lo subalterno que no concuerda con los designios coloniales. En este caso se podría decir que el intento del narrador de acercar una tradición historiográfica ajena a lo occidental al público lector, sería una manifestación de una perspectiva subalterna, que va en cierta forma en contra del régimen colonial:

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El pensamient o front erizo desde la perspect iva de la subalt ernidad es una máquina de descolonización intelectual y por lo tanto de descolonización política y económica (107, 2003)

De esta manera, vemos como el narrador de El Carnero no es imparcial sino que muestra en ocasiones inclinación por determinada perspectiva. Al narrar el narrador hace juicios y da opiniones sobre lo que cuenta. Sin embargo, es importante aclarar que estas manifestaciones no siempre están orientadas en un mismo sentido, a veces la voz narrativa defiende la causa indígena condenado los tratos que le da el sistema pero también juzga duramente sus prácticas y comportamientos. En el capítulo VII encontramos el siguiente comentario:

Antes de pasar de aquí quiero decir dos cosas, con licencia; y sea la primera: que como en lo que dejo escrito traigo en la boca siempre el oro, digo que podrían decir estos nat urales que ant es de la conquist a fue para ellos aquel siglo, el siglo dorado, y después el siglo de hierro y el acero ¿y qué tal acero? Pues de todos ellos no han quedado más que los poquillos de est a jurisdicción y de la de T unja, y aun de estos. Teneos no digáis mas (189).

En este fragmento, el narrador hace manifiesta su posición a favor de lo indígena.

Sin embargo cierra su comentario con “Teneos no digáis más” Esta afirmación deja ver las tensiones que existían en torno a hablar o no en contra de las políticas imperiales.

M anifestarse en contra del establecimiento implica una sujeción de la escritura, al hablar en contra del régimen colonial el discurso se fragmenta.

Sin embargo, en El Carnero también abundan los juicios de valor en sentido contrario, es decir existen anotaciones condenatorias del narrador hacia lo indígena. De

15 esta manera la voz narrativa se inscribe dentro del imaginario colonial del que habla

Santiago Castro Gómez en La Hybris del punto cero.

En este estudio Gómez analiza la manera como las élites clasificaban al otro colonial, asignándole características relacionadas con su origen étnico:

El indio fue por supuesto, el primer grupo sometido a tal clasificación axiológica. Por ser la raza vencida su diferencia cultural fue interpretada como carencia frente al ethos hispánico del vencedor (78).

En El Carnero encontramos afirmaciones que concuerdan con la preponderancia de este imaginario en el periodo colonial:

He querido decir t odo para que se ent ienda que los indios no hay maldad que no int ent en y matan a los hombre por robarlos. En el pueblo de Pasca mataron a uno por robarle la hacienda y después de muerto pusieron fuego al bohío donde dormía y dijeron que se había quemado (…) dígolo para que no se descuiden con ellos (303).

Se hace evidente entonces, que el narrador de El Carnero no toma una posición definitiva a favor o en contra de lo subalterno, cómo se verá en el capítulo siguiente, en el texto abundan los ejemplos que magnifican la figura de los africanos o los indígenas, pero también juicios que relacionan vicio y un origen racial no-blanco. Según los fragmentos analizados no es posible afirmar que el narrador tome una posición definitiva a favor o en contra de los indígenas, sin embargo, sí existe un patrón que se puede rastrear. El narrador valida con mayor facilidad la figura indígena del pasado pero condena al indígena actual al que ve como una degradación del anterior.

En los capítulos finales de la crónica la posición del narrador se hace más explícita, las manifestaciones directas contra el régimen colonial son frecuentes. Sobre el gobierno de

Francisco de Sande dice que era “penoso y de mucho enfado”, y acerca del de Antonio

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González afirma: “quiero acabar con este gobierno, que me ha sacado de mis casillas y de entre mis terrones (319)” Así, en estos últimos capítulos vemos cómo la voz propia del narrador toma más fuerza y la primera persona se hace más frecuente.

Hemos estudiado la forma como que la figura del narrador se transforma a través de la crónica. En las primeras páginas aclara que su estilo no tendrá ficciones poéticas, sin embargo esta afirmación es en sí misma retórica. La voz narrativa pretende tomar una posición historiográficamente neutral ante lo que ve, pero esta imposibilidad se manifiesta desde las primeras páginas.

Conciencia de lector

El narrador de El Carnero se caracteriza también por la fuerte conciencia de un público lector. No se trata únicamente de la actitud que ya hemos analizado de hacer epistemológicamente asequible lo otro a un público occidental, sino también de una repetida referencia a la lectura. A este respecto R.H Moreno Durán comenta:

El autor, incluso, se permite una serie de curiosas interpolaciones que a lo largo del libro van creando una especie de relación directa con el lector. Rodríguez Freyle reclama su atención, solicita su ayuda, lo increpa y en fin, lo compromete usando una curiosa gama de ardides que lo único que ponen de relieve es su insospechada dest reza narrat iva (58).

Un ejemplo de lo anterior es el fragmento ya analizado de la doncella huérfana, en

éste, el narrador se dirige directamente a su público llamándolo “curioso lector”. La voz narrativa también se anticipa a las preguntas del lector y justifica su escritura: “Paréceme

17 que ha de haber muchos que digan: ¿qué tiene que ver la conquista del Nuevo Reino, costumbres y ritos de sus naturales, con los lugares de la Escritura y Testamento?” (36).

Según los fragmentos que se han analizado, se hace evidente que el discurso de

Freyle se sitúa a medio camino entre lo nativo y lo español y no se identifica plenamente con ninguno. La escritura es entonces problemática porque no adopta un lugar de enunciación definido. Podría decirse que su discurso se encuentra, como afirma Mignolo fuera de lugar:

Durante el siglo XVI, los discursos de amerindios y españoles estaban ambos fuera de lugar: los primeros porque t enían que art icular sus enunciados frent e a gent e que había rot o sus organizaciones y los había sometido a su control. En cuanto a los discursos de los españoles en el Nuevo Mundo, estaban fuera de lugar por dos razones: cuando escribían la historia amerindia estaban escribiendo acerca de un pasado al que no pertenecían (Mignolo, 413, 2003).

Sin embargo, Freyle encuentra un punto medio en este ser fuera de lugar, si bien se ubica dentro de la tradición epistemológica occidental, incluye dentro de su texto tradiciones que no lo son; por ejemplo, el narrador le da voz a Don Juan un cacique para que narre la historia de su pueblo. El narrador de El Carnero, al incluir dentro de su crónica lo negro y lo indio abre una perspectiva que no niega la diversidad dentro del proyecto de El Nuevo Reino de Granada.

La problemática posición del narrador se manifiesta también en la construcción de las historielas, en éstas el tema del honor se convierte en una herramienta de la voz narrativa para construir personajes y crear situaciones de tensión. El concepto del honor

18 como una forma de sentar una posición frente al proyecto colonizador será analizado en el próximo capítulo.

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Capítulo II

El honor en El Carnero, base para la construcción de personaje

En el episodio IX de El Carnero tiene lugar la historia de Juana García, una esclava liberta acusada y condenada por brujería. Aunque en el proceso fueron implicadas personas de distintos orígenes sociales y étnicos, Juana y sus hijas recibieron la condena más dura:

Prendióse luego a la negra Juana García y las hijas. Confesó todo el caso (...) Depuso de otras muchas mujeres, como constó en los autos. Sustanciada la causa, el señor obispo pronunció sentencia en ella contra todos los culpados. Corrió la voz: eran muchas las que habían caído en la red, y tocaban a personas principales.

En fin, el Adelantado Don Gonzalo Jiménez de Quesada, el Capitán Zorro, El Capitán Céspedes, , Juan Ruiz de Orejuela y otras personas principales acudieron al señor obispo, suplicándole no se pusiese en ejecución la sentencia en el caso dado, y que considerase que la tierra era nueva, y que era mancharla con lo proveído.

Tanto le apretaron a su Señoría que depuso en auto. Topó sólo con Juana García, que la penitenció poniéndola en Santo Domingo, a horas de misa mayor, en un tablado, con un dogal al cuello y una vela encendida en la mano; a donde decía llorando. “Todas, todas lo hicimos y yo sola lo pago”. Desterráronla a ella y a las hijas de este reino (214).

En el episodio se hace evidente que un ingrediente fundamental de la pena es la exposición pública que debe sufrir Juana como escarmiento. Sin embargo es interesante preguntarse por qué la humillación es importante en este hecho o qué es aquello que hace que la vergüenza sea empleada como un castigo. La humillación era una característica de las penas impuestas por la Inquisición. En el libro Cincuenta años de Inquisición en el tribunal de Cartagena de Indias 1610-1660 Ana María Splendiani se refiere a métodos

20 punitivos que tenían como objeto cubrir de vergüenza al hereje. Por ejemplo, el sambenito era un traje vistoso bordado de llamas y demonios que el condenado debía usar como evidencia de su falta. Existieron además objetos llamados insignias que tenían relación directa con el pecado cometido: collares con dados colgantes para los jugadores, mordazas para los blasfemos. (Splendiani tomo 1, 26). Vemos entonces que el castigo humillante era comúnmente usado para castigar faltas que atentaban contra el orden religioso en el Nuevo

Reino de Granada. De esta manera el honor se convertía en un blanco de la justicia colonial.

Es posible leer este episodio como una contienda por el honor: el oprobio que sufre la africana, contrapuesto a los esfuerzos de toda una clase social por no verse sometida a la vergüenza, son indicadores de la importancia que en el texto de Freyle, y en general en la sociedad santafereña del siglo XVI jugaba el honor. Lyman Johnson afirma a este respecto:

Cuando los españoles y los port ugueses est ablecieron colonias en América, no sólo trajeron su cultura material-tecnología, vestimenta, cocina, cultivos, arquitectura y animales, sino también sus tradiciones afectivas e intelectuales. Entre los más importantes elementos de est a transferencia cult ural estaba la noción de honor (...) La cult ura del honor proveyó un conjunto de valores en los que se ciment aron las vidas de los individuos y la sociedad colonial” (3).

El honor jugaba en la sociedad neogranadina un papel capital, es por esto que se ha escogido este concepto como un lente a través del cual analizar algunos episodios del texto de Freyle, incluyendo el de Juana García. Este capítulo analizará la función que cumple el concepto del honor en la construcción de algunos episodios de El Carnero, para ello se

21 analizarán los parámetros que establecen el lugar de cada individuo en la jerarquía social y se estudiarán las distintas representaciones de lo honorable. Por medio de este análisis este capítulo se aproximará a la posición que frente al proyecto colonizador toma el texto.

Aunque se ha escrito bastante sobre el concepto de honor en el periodo colonial latinoamericano, sólo existe un texto que hace referencia directa a este tema y a El Carnero.

El código del honor de Juan Rodríguez Freyle, escrito por Esteban Pavlevitch y publicado en 1967 trata los episodios de amor y traición que atraviesan el texto. Para Pavlevitch estos episodios aluden al honor perdido y a la necesidad de recuperarlo: “ Es incuestionable que ahí donde entran en juego y tan abigarradamente, el amor y el complejo de pasiones que apareja, como acontece en El Carnero, tiene que serpear por fuerza el sentimiento de honor” (Pavletich 1508).

Aunque es innegable que en los episodios que trata Pavletich el honor ocupa un lugar muy importante, en esta monografía consideraremos que los apartes en los que se puede ver en funcionamiento el código de honor son muchos más. Si bien un aspecto del honor alude a la legitimidad de nacimiento y al comportamiento sexual normado, el honor no puede recluirse a únicamente a los casos de adulterio.

Aunque el concepto del honor no acepta generalizaciones, y en cada época y lugar geográfico existen diferentes maneras de asumirlo, para analizar el texto de Freyle nos acogeremos a las definiciones de William Ian M iller y Julian Pitt –Rivers:

El honor es una aguda sensibilidad a la experiencia de la humillación y la vergüenza, una sensibilidad manifestada por el deseo de ser envidiado por los otros y una propensión a envidiar el éxito de los demás. A grandes rasgos, el honor es aquella disposición que hace que un acto de alguien avergüence a quienes lo han avergonzado, que humille a quienes lo

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han humillado. La autoestima y la posición social de una persona honorable dependen íntimamente de la estima o de la envidia que despierta en los otros (Miller, 3).

Es un término de evaluación por medio del cuál un individuo se mide a sí mismo y es medido por la sociedad. El honor es la estimación que tiene un hombre de su propia valía, la reivindicación de su orgullo, pero también el reconocimiento de dicha reivindicación, su excelencia reconocida por la sociedad, su derecho al orgullo. (Pitt-Rivers, 19).

Retomando el episodio de Juana García valdría la pena preguntarse en qué consiste exactamente la falta que comete la africana y la hace merecedora del humillante castigo. El texto de Freyle nos cuenta que Guiomar de Sotomayor, una española embarazada de alguien que no era su marido, acude a Juana García para que la ayude a deshacerse de su embarazo. Sin embargo la africana le aconseja tomar medidas menos drásticas y averiguar primero dónde está el esposo. Aparentemente la falta consiste principalmente en que Juana se vale de artes mágicas para saber lo que necesita, además de que saca de un recipiente con agua un pedazo de tela de un vestido que el marido de Guiomar de Sotomayor le estaba regalando a otra mujer, a miles de kilómetros de distancia:

-Mirad si veis algo en el agua (...) -Comadre, aquí veo una tierra que no conozco, y aquí esta fulano, mi marido sentado en una silla, y una mujer está junto a una mesa, y un sastre con unas tijeras en la mano (...) -¿Queréis que le quite aquella manga a aquel sastre? Y respondióle ¿Cómo se la habéis de quit ar? Respondióle: Cómo vos queráis, yo se la quit aré (...) Apenas acabó la razón cuando dijo: Pues vedla aquí, y dio la manga (212).

En este episodio el mestizaje, no biológico sino cultural, es el factor principal. Las tradiciones españolas y africanas entran en contacto en un intento por evitar la pérdida del

23 honor. Guiomar de Sotomayor y Juana García hacen un pacto de género que les permite subvertir momentáneamente las disposiciones sociales. A juicio de esta monografía esto es lo que es castigado principalmente. Veamos entonces de qué manera Juana García y

Guiomar de Sotomayor subvierten orden.

En primer lugar, la alianza establecida entre las mujeres les permite ocultar la infidelidad de la española, que de descubrirse causaría la deshonra del hijo por nacer, de su marido y de ella misma. En la sociedad neogranadina los parámetros que concedían el honor no eran los mismos para todos, cada grupo de la sociedad debía cumplir con diferentes exigencias que les permitían o no ser admirados por los demás. En este caso a las mujeres se les exige un nivel de castidad y control sexual que no es exigido a los hombres:

El honor difiere cambia dependiendo del género: el honor masculino difiere del femenino e implica diferentes modos de conducta. Un hombre es obligado a defender su honor y el de su familia, mientras que una mujer debe conservar su pureza y virtud sexual. Una mujer debe tener vergüenza (...) una mujer que no tiene vergüenza actúa sin considerar su propio honor y el de su familia (Lauderdale, 203).

En este episodio Guiomar de Sotomayor hace grandes esfuerzos por ocultar el motivo de su falta, sin embargo el marido no tiene reparo en aceptar su infidelidad cuando su esposa le reclama: “Señora es verdad, porque un hombre ausente de su casa y en tierras ajenas, algún entretenimiento había de tener” (214). En las palabras del esposo no es posible ver ningún signo de arrepentimiento, de hecho su respuesta deja ver que socialmente no hay condena para su comportamiento. Así pues, los hechizos de Juana

García subvertirían el orden que establece la moderación sexual para las mujeres y la permisividad en este sentido para los hombres ya que por medio de las prácticas de la

24 africana Guiomar de Sotomayor borra su falta y obtiene recursos que le permiten juzgar a su marido por una conducta sexual que la afecta a ella pero no es condenada en público.

Así, la africana y la española forman, momentáneamente, un foco de resistencia al orden hegemónico.

En este capítulo es posible ver cómo las tradiciones espirituales de pueblos considerados como inferiores entran en contacto, no siempre problemáticamente, con aquellas asumidas como “correctas”. En este sentido la permanencia de saberes condenados es también una forma de resistencia. Isabel Rodríguez Vergara también encuentra en las acciones de la africana una muestra de oposición al imperio y a sus tradiciones:

Esta bruja, cuyo papel bien podría ser un símbolo ejemplar de la condición de la mujer en la historia, represent a un símbolo femenino de subversión, en cuanto viola los códigos legales transmitiendo un tipo de cultura fuera de la cultura oficial; ella encarna la reinscripción de los trazos del paganismo que el cristianismo triunfante había reprimido (79).

También Adriana M aya en su libro Brujería y reconstrucción de identidades entre los africanos y sus descendientes en la Nueva Granada, Siglo XVII afirma que las practicas espirituales africanas, que en los territorios colonizados por la corona española fueron interpretadas como brujería, pueden ser entendidas como una forma de resistencia que ella llama cimarronaje simbólico:

Además del gran cimarronaje, en la Nueva Granada los cautivos y sus descendientes, a veces libres, lucharon contra la cosificación impuesta por la trata y la esclavitud mediante una sutil forma de resistencia: la del alma. En este combate de espíritus, las tácticas fueron más conspiradoras quizás por su naturaleza esotérica (Maya, 22).

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Incluso, existe otro campo en el que Juana se opone al orden impuesto por el hombre español, el de la deshumanización del africano. Adriana Maya afirma a este respecto:

Aquí la negación de la humanidad tomó formas aun más refinadas, tanto en las prácticas punitivas, como en los códigos y normas jurídicas civiles y eclesiásticas. En las leyes que regían la vida colonial en la Nueva Granada, la palabra esclavo fue definida con los términos objeto, mercancía y bien mueble. De este modo la cosificación, cuya génesis se hallaba en el int ercambio de los product os manufact urados o mat erias primas por seres humanos, se convirtió en norma jurídica (Maya, 245).

En el texto de Freyle se nos dice que Juana era una “negra horra” es decir, una esclava liberta, ¿pero qué implicaciones tenía en ese tiempo el hecho de ser un africano libre? En Esclavitud, región y ciudad. El sistema esclavista urbano-regional en Santa Fe de

Bogotá 1700-1750, Rafael Díaz Díaz concluye que la manumisión era una circunstancia muy poco común en la urbe colonial: sólo 8 de cien esclavos accedieron a la libertad.

Juana, es entonces una mujer que accede a unos privilegios a los que muy pocos africanos podían acceder, rebelándose de esta manera contra el orden que la determinaba como un sujeto de menor valía en la escala de lo humano. Sin embargo, la libertad no la hacía igual a los demás miembros de la sociedad, según Rafael Díaz, aunque la manumisión existía como opción legal nunca fue bien vista por la elite blanca y los africanos que accedían no dejaban nunca de ser sujetos marginales:

La élite urbano-regional del área santafereña no sólo fue reacia a reconocer, en los afro mest izos libres el uso pleno y legit imo de la libert ad, complementariament e, construyó una visón de inferioridad social, cult ural e histórica de todos aquellos grupos que se gún la ideología de la época, no pertenecían ni se derivaban del contexto de la cultura y la historia hispano-europeas (184).

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En su ensayo Honor among slaves Sandra Lauderdale explora las nociones de honor entre un grupo de esclavos de Rio de Janeiro a mediados del siglo XIX. En su estudio

Lauderdale se aproxima a lo que los esclavos consideraban que afrentaba su dignidad, su honor. En este ensayo es posible ver que los códigos de comportamiento de las mujeres africanas difieren de los de las mujeres pertenecientes a otros grupos sociales en varios puntos. En primer lugar por ser mujeres que estaban obligadas a buscarse su sustento por medio del trabajo no dependían económicamente de su pareja de la misma manera como lo hacían otras mujeres. El caso de Henriqueta, que estudia Lauderdale en su ensayo, es llamativo porque para esta africana que pide el divorcio por encontrar que su dignidad se halla en menoscabada por los constantes maltratos de su esposo, la obediencia al hombre no es un requisito que deba necesariamente cumplir una esposa. De la misma manera que

Juana García, que en el texto no aparece supeditada al dominio de un hombre, Henriqueta es independiente económicamente y no considera la obediencia como un requisito para acceder a lo honorable. De esta manera vemos cómo las africanas, debido a las condiciones de vida que las alejaban de las demás mujeres adoptaron diferentes códigos de honor y dignidad.

Aunque Juana parece cargar con el peso de la vergüenza que su castigo conlleva, es de notar que los cánones de comportamiento no eran los mismos para todos los niveles de la sociedad. Así, vemos que Juana tiene dos hijas pero nunca se hace mención a su padre, sin embargo las dos mujeres son aceptadas por la sociedad, con el mismo buen talante que su madre. De esta manera vemos cómo el código de honor que ha adoptado Juana difiere en alguna media del adoptado por otros sectores de la sociedad. Por ejemplo, Guiomar de

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Sotomayor busca los medios para deshacerse de un hijo ilegitimo, sin embargo Juana se muestra en sociedad con sus hijas de padre no mencionado sin que exista ningún reproche por ello en el texto. Así, Juana sale momentánea y voluntariamente de la negociación del honor a la que hallan sometidos otros sectores de la sociedad.

Al pertenecer a determinada casta en la sociedad neogranadina se estaba obligado también a adoptar un cierto tipo de comportamiento para cumplir con las expectativas de los otros y poder acceder así a lo honorable. A Juana, al no ser española ni blanca, le es concedido un espacio de libertad que está negado para mujeres de otros sectores.

De esta manera vemos cómo Juana subvierte un orden impuesto por el establecimiento, un orden que mercantiliza el cuerpo del africano; que anula las tradiciones culturales no españolas; que confina a las mujeres a un ejercicio pasivo de su sexualidad y que mantiene alejados a los no blancos de los círculos de poder. Las acciones de Juana son una respuesta subversiva frente a una cultura que se impone sin considerar la diferencia, sin embargo este episodio es atractivo porque no se trata sólo de una resistencia étnica sino también de género, en este episodio Juana no sólo trata de reivindicar su cultura, sino su lugar como mujer.

El texto de Freyle explora entonces, dos dimensiones de la historia de la sociedad neogranadina, la pública y oficial en la que rige un orden masculino, católico y blanco; y la cotidiana y no siempre contada, en la que las mujeres subalternas adquieren poder y el mestizaje cultural está la orden del día. Este conflicto entre dos órdenes es lo que pone de manifiesto el capítulo IX, que podría ser leído simplemente como un episodio en el que un

28 crimen es castigado, pero también podría verse como una contienda por el poder, en el que la verdadera falta no consiste en la infidelidad o en un caso de brujería, sino en intentar subvertir un orden establecido. En este episodio es evidente que Juana García se ha convertido en una mujer, que a pesar de su condición de esclava liberta, logra relacionarse muy bien con la élite, esto es claro en la manera como se dirige a Guiomar de Sotomayor: “ pues comadre, aderezad que cenemos(..) que yo vendré esta noche con mis hijas y nos holgaremos (212). Guiomar de Sotomayor no trata a Juana como a una subalterna sino como a una igual, así pues encontramos que la africana, manteniendo sus tradiciones, ha logrado hacerse un lugar de poder dentro de una sociedad eminentemente blanca y católica.

Adicionalmente existe otro episodio en el que también se ve involucrada Juana y que da testimonio de sus relaciones con los círculos políticos. En el capítulo VIII se narra el accidente que tiene una nave en la que venían dos oidores y una gran cantidad de dinero.

Juana, de una manera que no es clara en el texto, se presume brujería, tiene conocimiento del accidente la noche misma en que sucede:

La noche que se perdió la capitana sobre la Bermuda, aquella mañana siguient e amaneció puesto en la plaza del cabildo un papel que decía: “esta noche, a tales horas, se perdió la capitana en el paraje de la Bermuda, y se ahogaron Góngora y Galarza y el general con toda la gente”. Tomóse la razón del papel, con día, mes y año y no se hizo diligencia de quien lo puso, aunque en la primera ocasión que vinieron gentes de España se supo que el papel dijo la verdad (202).

Los dos oidores que murieron en el accidente fundaron la Real Audiencia de Santa

Fe en 1550, pero dos años más tarde fueron condenados al destierro como castigo por tratar de evadir la presencia de Miguel Díez de Armendariz, quien sería el nuevo oidor de la Real

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Audiencia. La pena nunca se cumple porque los condenados encuentran la muerte en su viaje a España. A este respecto Isabel Rodríguez Vergara comenta: “la muerte de los oidores podría abrirse a lecturas subversivas contra el gobierno de turno, especialmente dados los conflictos que rodearon su expulsión del reino” (Rodríguez Vergara, 76).

Juana revela, por medio de los pasquines, la muerte de dos hombres que eran contrarios al régimen español. Aunque las circunstancias del capítulo pueden ser a veces oscuras, la conducta de Juana podría interpretarse como contraria a la administración enviada por la Corona y que había condenado a los dos oidores muertos en el accidente.

En este episodio el honor puede ser visto como una herramienta de la que se vale el sistema para controlar a los individuos por medio de la imposición de unos parámetros que de no cumplirse atacan directamente la dignidad. Podría decirse que el castigo impuesto a

Juana busca minar su honorabilidad al someterla a la humillación pública.

De esta manera vemos como Juana tiene incidencia en los temas políticos en Santa

Fe, la africana se muestra en El Carnero como una mujer activa que tiene acceso a los círculos de poder. Así, el ataque a su honor y su posterior destierro del reino podrían ser entendidos como una herramienta del establecimiento para deshacerse de de un sujeto marginal que adquiría demasiado poder. 1

El intento de las mujeres por subvertir el orden que les impone moderación sexual es duramente castigado, cuando un sujeto femenino se sale de los cánones de

1 En todos los manuscritos publicados, menos en uno, la palabra que usa para designar lo que se lo pone en el cuello a Juana es dogal. Sin embargo, en el de Rycaurte se encuentra bozal. Podría pensarse que la diferencia se debe a un error de transcripción; sin embargo sin que exista un documento original es imposible asegurar con total certeza algo. Si nos atuviéramos al manuscrito de Rycaurte la interpretación de que el castigo de Juana se debe más a su exceso de poder en los círculos políticos que a la brujería, tendría aun más sentido. Bozal, como aquel objeto que cubre la boca e impide hablar sería un símbolo del poder que se le arrebata a Juana con el destierro. 30 comportamiento, el desastre es su camino más seguro y en esto el texto se esfuerza por ser ejemplificante. Un ejemplo de lo anterior es el episodio de Inés de Hinojosa, quien con sus acciones va en contra de los principios de honra, virtud, y vergüenza necesarios para obtener la honorabilidad en la sociedad colonial.

Inés de Hinojosa es una mujer que planea el asesinato de sus dos maridos para conseguir la libertad y poder unirse a sus amantes. En este capítulo es interesante ver cómo los parámetros de honor difieren dependiendo del género del individuo del que se trate, aspecto que también habíamos visto en el episodio de Guiomar de Sotomayor. En el episodio de Inés de Hinojosa es el comportamiento sexual de la mujer lo que causa el desequilibrio social. Sus amantes son presentados en el texto como víctimas de su belleza y su maldad, los hombres que tienen contacto con la mujer que no pone freno a su sexualidad son objetos y no sujetos en la negociación del honor, negociación que para ellos se resuelve en una pérdida total. En este caso el error de los hombres consiste en dejar de lado la razón por buscar el deleite en la belleza de las mujeres: “¡Oh hermosura desdichada y mal empleada, pues tantos daños causaste por no corregirte con la razón!” (Freyle 227).

En el episodio de Inés de Hinojosa se manifiesta la manera en que el decoro frente a la sexualidad es uno de los pilares en los que se basa el honor femenino en el texto de

Rodríguez Freyle. En este capítulo se hace evidente que cuando una mujer pierde el miedo al señalamiento público, o vergüenza, no hay límites para la mala conducta:

En esto acabo esta mujer de echar el sello de su perversidad; y Dios nos libre, señores cuando una mujer se determina y pierde la vergüenza y el temor de Dios, porque no habrá maldad que no cometa, ni habrá crueldad que no ejecute; porque a trueque de gozar sus gustos, perderá el cielo y gustará de penar en el infierno para siempre (Freyle 223).

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En este episodio podemos ver cómo varían los parámetros de lo honorable dependiendo del género del personaje. Esta variación puede ser percibida en el fragmento en que uno de los amantes de Inés de Hinojosa es amonestado por su hermano antes de cometer el asesinato: “El hermano Hernán Bravo no le salió bien al intento antes le afeó el negocio, diciéndole que no era hecho de hombre hidalgo el que intentaba y que le daba consejo se apartase de la ocasión que a tal cosa le obligaba” (223). La sugerencia que le hace Hernán Bravo a su hermano deja ver que en términos de un hombre que no está cegado por una mujer cometer este crimen podría significar un gran daño a la honra. El hecho de que el mestizo le haga ver a Pedro Bravo que esos comportamientos no están a la altura de un hidalgo, indica una gran sensibilidad hacia el concepto del honor y a la importancia de éste en las relaciones sociales.

En este fragmento se hace evidente que mientras la conservación de la honra de Inés de Hinojosa depende de su acatamiento a la castidad y de la dominación de sus pasiones, la honra de sus amantes depende de su perspicacia para no dejarse influir por la maldad de la mujer y por medir sus actos en sociedad.

En este episodio lo que marca la estructura del relato es el concepto del honor, la estructura de la narración de Inés de Hinojosa es descendente: los personajes principales aparecen en una determinada posición y a medida que el relato avanza se produce un descenso en términos de respetabilidad, honorabilidad y status. Así, de la misma manera que sucedía en el episodio de Guiomar de Sotomayor, vemos que el erotismo es un aspecto peligroso en la sociedad colonial, debido a que a través de éste sujetos que se supone no

32 deben tener poder, lo adquieren. Es el caso de Guiomar de Sotomayor, Inés de Hinojosa y

Juana García.

El honor es fundamental en los episodios protagonizados por Guiomar de

Sotomayor e Inés de Hinojosa porque actúa como lo que regula el comportamiento en sociedad: el miedo a perder el honor es una de las causas principales que determina las acciones de los personajes. De hecho se podría decir que aquello que causa el suspenso literario producido en el lector es el riesgo que corren los personajes de perder el status que poseen y las consecuencias que de esto puedan derivar.

De manera muy similar a como sucedía en el episodio de Juana García, en el capítulo que habla de Inés de Hinojosa es posible ver también ver la subversión de órdenes.

Isabel Rodríguez Vergara comenta:

Inés adquiere aut onomía sobre su cuerpo, se niega a asumir labores domésticas y a emprender un papel reproduct ivo, preservando además su autoerot ismo; todos estos gestos la enmarcan dentro de la ideología feminista cont emporánea. La reflexión de su condición femenina, el reconocimiento de su cuerpo y su criollismo la conducen a rechazar políticamente su condición de sumisión a la cultura colonial, acto de agresión por el cual el imperio terminará condenándola (87).

Inés, al igual que Juana y Guiomar de Sotomayor, se opone al sistema por medio de la implementación de un esquema de comportamiento que se rebela contra los mecanismos de opresión. Ni Juana ni Inés han aceptado hacer de su cuerpo un objeto pasivo, en el caso de Juana al acceder a la condición de liberta, y en el de Inés, al vivir su erotismo activamente. Como habíamos visto, una consecuencia de la moderación sexual de las mujeres es su acceso al honor. Con estos comportamientos Juana, Guiomar e Inés pierden

33 en la negociación del honor, pero ganan libertad. Sin embargo, aunque estas mujeres gozan momentáneamente de la libertad de oponerse al orden colonial, lo pagan con la vida en el caso de Inés y con el destierro en el de Juana. De igual manera que la africana, la criolla no paga sólo por la muerte de sus maridos sino también por la osadía de la oposición:

Inés no debe seguir viviendo porque es un privilegio del hombre ser act ivo en oposición a la pasividad femenina, si la mujer no es pasiva no existe o no debe existir. La condena a muerte de Inés de Hinojosa debe leerse, por un lado como un efecto de su actividad sexual (su cuerpo) y por otro lado, como consecuencia política de su criollismo ya que los dos desplazan el poder masculino español en el sistema colonial del Nuevo Reino de Granada (Rodríguez Vergara, 88).

Existe en los episodios de Inés de Hinojosa y Guiomar de Sotomayor otro punto interesante. Si bien en los primeros capítulos de El Carnero encontramos alusiones a la lujuria como un comportamiento que afecta principalmente a los indígenas, en estos episodios vemos cómo la lujuria es también patrimonio de los españoles. De hecho en ninguna parte de El Carnero encontramos narraciones detalladas sobre los actos lujuriosos de africanos e indígenas, sólo vemos juicios y sentencias, nunca ejemplificados o sustentados por una historiela. El hecho de que El Carnero se hable de la lujuria de los indígenas pero sin relacionarla con algún caso tiene especial relevancia. Jaime Humberto

Gómez Borja afirma refiriéndose a las crónicas de Fray :

El cronista que relata al indígena no busca la precisión de la verdad como lo hace el hombre moderno; lo que pret endía al argument arlo y describirlo- desde las aut oridades, mitos, leyendas. y ficciones- era narrar actos de alabanza y vitupero para cumplir con fines morales determinados. En este sentido los relatos son acercamientos a la verdad de conjunto, donde se privilegia la imaginación de los detalles, los cuales no desvirtuaban, para el cronista, la veracidad del hecho. Por esta razón el caráct er de verdad del discurso histórico estaba dado por la construcción narrativa, cuyo significado era resultado de los mecanismos retóricos utilizados para darle unidad a la materia (Borja, 208).

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Aunque Borja se está refiriendo a otro cronista, esta afirmación bien podría ser válida para El Carnero. En el texto de Freyle los personajes no se crean solamente con el fin de retratar la sociedad, la postura de esta monografía es que el lenguaje no refleja neutralmente la realidad, sino que la modifica. En este sentido las historielas adquieren tanto o más valor como creadores de sujeto que los juicios sustentados en autoridades como la Biblia, aunque ambos discursos forman una unidad textual indivisible. Esta monografía considerará que el lenguaje no puede ser nunca neutral sino que siempre nace en contextos de poder específicos e interactúa con éstos activamente. A este respecto Walter M ignolo en

Historias locales/ Diseños Globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo afirma:

La producción del conocimiento y la necesidad de teorías no están guiadas por una voluntad abstracta y racional de contar la verdad, sino además (quizá fundamentalmente) por preocupaciones éticas y políticas acerca de la estructura de dominación y acerca de la emancipación humana (Mignolo, 195).

Así, el texto de Rodríguez Freyle estaría directamente relacionado con la estructura de poder y no asumiría de ninguna manera una posición neutral frente a ésta. En este trabajo la crónica de Freyle no se estudiará como un texto que refleja la realidad imparcialmente, sino como un instrumento que pretende incidir en ésta por medio de la creación de sujeto.

En este sentido, es interesante que El Carnero, por un lado, maneje juicios de valor que relacionan el origen étnico no-blanco con la carencia y deshonra, y por otro lado contradiga estos mismos juicios con la creación, por medio de las historielas, de una élite

35 corrupta y que cumple con todos los requisitos para estar en la escala más baja de la honorabilidad.

A pesar de que las historielas que hemos visto señalan a la élite blanca como un grupo que es atacado por los mismos defectos que se les atribuyen a los grupos subalternos, como la idolatría o la lujuria, el texto de Freyle no escapa de la asignación de vicios y virtudes según origen étnico. Santiago Castro Gómez afirma que este proceso de identificar con características propias de la raza a los individuos era un procedimiento habitual de relacionarse con el otro en la Nueva Granada:

La sociología espontánea de las elites no sólo clasificaba y definía el número de castas, sino que también asignaba un valor al carácter y a la personalidad de los individuos pertenecientes a ellas. Esto era parte importante en el propósito de las elites de generar un “orden” en medio del “caos” social provocado por el mestizaje durante todo el siglo XVIII. El indio fue por supuesto, el primer grupo sometido a tal clasificación axiológica. Por ser la raza vencida, su diferencia cultural fue interpretada como síntoma de carencia frente al ethos hispánico del vencedor. (...) La desviación cultural con respecto al patrón dominante empezó a ser vista como un defecto natural propio de la casta (y...) si el principal vicio atribuido al indio era la pereza, el que más caracterizaba al negro era la soberbia (Castro- Gómez 78-79).

El texto de Freyle no es ajeno a este procedimiento y existen en El Carnero otros ejemplos de estas clasificaciones que relacionan comportamiento y origen racial. En el capítulo dos encontramos la narración de las prácticas religiosas de los indígenas, que son juzgadas por el narrador de la siguiente manera: “En conclusión bárbaros, sin ley ni conocimiento de Dios, porque sólo adoraban al demonio y a éste tenían por maestro, de donde se podía muy claro conocer qué tales serían los discípulos” (Freyle 17). Es

36 interesante ver cómo la diferencia en términos religiosos es vista como herejía, como algo que debe corregirse. Estos mismos juicios de valor, en los que la diferencia cultural es asumida como carencia pueden verse al referirse al comportamiento festivo de los indígenas: “trataron de hacer fiestas y celebrar sus victorias con grandes borracheras, que para ellos esta era y es la mayor fiesta” (Freyle 23). M ás adelante, en el capítulo XVI encontramos otro juicio de valor que vincula el origen indígena con la deshonestidad y el crimen:

He querido decir t odo esto para que se ent ienda que los indios no hay maldad que no intenten, y matan a los hombres por robarlos. En el pueblo de Pasca mataron a uno por robarle la hacienda, y después de muerto pusieron fuego al bohío donde dormía, y dijeron que se había quemado. Autos se han hecho sobre esto, que nos se han podido sustanciar; y sin esto otras muertes y casos se han hecho. Dígolo para que no se descuiden con ellos (Freyle 303).

En los fragmentos analizados hasta el momento existen ciertas similitudes y puntos en común. En primer lugar encontramos que aquellos quienes sufren de la humillación, causada por la vergüenza pública en el caso de Juana, y por los juicios negativos en el caso de los indígenas, pertenecen a lo que podríamos llamar grupos étnicos subalternos. En todos los casos que hemos visto se recrean situaciones en las que estos grupos se ven señalados por conductas impropias que atentan contra el orden social, religioso y moral impuesto por los españoles.

Estas conductas impiden que aquellos quienes son señalados de cometerlas posean algún nivel de honorabilidad, en primer lugar por su condición racial y en segundo lugar por el tipo de comportamiento que se les adjudica. Aquello que va en contra de las leyes

37 sociales y religiosas no puede nunca se envidiado o admirado: quienes violentan el código del deber ser descienden en la escala de lo honorable.

Hasta este punto es posible ver que en El Carnero existe evidencia de una manera de entender la diferencia cultural como carencia. Como explica Walter M ignolo en su libro

Historias locales/ Diseños Globales. Colonialidad, conocimientos subalternos y pensamiento fronterizo, la confrontación entre unos diseños dominantes aportados por la cultura colonizadora y las características particulares de los grupos sometidos, genera la negación de la cultura subalterna y el intento de deslegitimar sus conocimientos y prácticas:

Las diferencias coloniales fueron construidas por el pensamiento hegemónico en distintas épocas, marcando la falta y los excesos de las poblaciones no europeas (...) que era necesario corregir. La diferencia colonial o las diferencias coloniales fueron enmascaradas y vendidas como diferencias culturales para ocultar el diferencial de poder (Mignolo 2003, 27).

Este choque del que habla Mignolo se hace evidente en los textos producidos en las circunstancias de contacto colonial. En algunos de los apartes que hemos analizado parecen indicar que El Carnero es un texto que perpetúa las negaciones de la cultura subalterna por medio de sus juicios de valor y de la representación de sucesos que evidencian la desigualdad en la sociedad colonial. Algunos de los fragmentos analizados dan cuenta de un sistema de pensamiento que estaba vigente en el periodo colonial, un sistema excluyente en el que se hacía necesaria la blancura, fenotípica y cultural, para acceder a una posición privilegiada en la sociedad. Si bien es posible encontrar episodios, que por medio de la representación del otro, parecen legitimar el proyecto colonial, es

38 también posible ver fragmentos que subvierten completamente el orden, casi como de un carnaval se tratara. En estos episodios quienes son objeto de burla y deshonra no son los que podría pensarse, quienes toman el papel más honroso no son los encomenderos ni los conquistadores, muchas veces ni siquiera son blancos.

Unos de los ejemplos más llamativos de dicha situación tiene por personaje principal Gonzalo Jiménez de Quesada, quien en este episodio no encarna el prototipo del sujeto colonial ideal:

El general Jiménez de Quesada como llevaba mucho oro, quiso primero ver a Granada, su patria y holgarse con parientes y amigos. Al cabo de algún tiempo fue a la corte a sus negocios, en t iempo en que est aba enlut ada por la muert e de la Emperat riz. Dijeron en est e reino que el Adelantado había entrado con un vestido de grana que se usaba en aquellos tiempos, con mucho franjón de oro, y que yendo por la plaza lo vio el secretario Cobos desde las ventanas del palacio y dijo a voces: “¿Qué loco es ese? Echen a ese loco de la plaza”; y con esto salió de ella (Freyle 188).

En este episodio vemos al conquistador, miembro de la elite neogranadina hacer el ridículo ante la sociedad española. En este fragmento se hace evidente que la imagen del conquistador se ha desplomado y revestido de vergüenza. Recordemos que la relación entre honor y vergüenza es muy estrecha, el hecho de que se relate un suceso (verídico o no) que pone en ridículo al más eminente miembro de la elite blanca neogranadina es muy diciente de la posición del texto frente al régimen colonial. Evidentemente en este momento el narrador del texto no habla desde la perspectiva del proyecto colonizador, con el derrumbe de su figura más emblemática lo que hace es subvertir por medio del humor los órdenes. De la misma manera que Juana García se opone al establecimiento al negarse a abandonar sus prácticas ancestrales, que Guiomar de Sotomayor se rebela al reclamarle a su marido por

39 una conducta que la sociedad considera aceptable, el narrador de El Carnero ofrece resistencia al régimen al poner en evidencia el ridículo de Gonzalo Jiménez De Quesada.

¿Qué posición toma el texto cuando retrata la decadencia de la casta más alta de la sociedad neogranadina? No podemos hablar de que el texto toma definitivamente la perspectiva de quienes estaban siendo oprimidos por el régimen colonial, de quienes habían sido callados, de los africanos y de los indígenas a quienes les fue negada la libre expresión de la mayoría de sus tradiciones. De ser así, probablemente el texto de Freyle nunca hubiera llegado a nuestras manos. Sin embargo, es evidente que El Carnero, aunque sea momentáneamente, toma una perspectiva contraria al proyecto colonizador.

Walter M ignolo se refiere a este tipo de textos como expresiones de pensamiento fronterizo:

El pensamiento fronterizo tiene su anclaje en el siglo XVI con la invención de América y se continua en y con la historia del capitalismo (...) El pensamiento fronterizo fuerte surge de los desheredados, del dolor y la furia de la fractura de sus historias, de sus memorias, de sus subjetividades, de su biografía, como queda claro, por ejemplo en Waman Puma de Ayala, o el Franz Fanon de Piel negra, mascaras blancas. Existe sin embargo la necesidad de un pensamient o front erizo débil en el sent ido que su emergencia no es producto de dolor y la furia de los desheredados, sino de quienes no siendo desheredados toman la perspectiva de estos (Mignolo, 28).

Así podría pensarse que el texto se convierte en ocasiones en una manifestación de lo que Mignolo llama pensamiento fronterizo débil. Para tomar la perspectiva del subalterno el narrador del texto se vale de las mismas herramientas de regulación impuestas por el proyecto colonizador y las utiliza para subvertir el orden impuesto. Esto es especialmente evidente con el honor. Este concepto visto como un mecanismo de control,

40 que rige la vida pública y privada de los individuos haciéndolos seguir un patrón de conducta considerado como correcto, es usado en algunos episodios de una manera inesperada. Así como en el fragmento que menciona a Gonzalo Jiménez de Quesada, el conquistador se ve despojado de su honorabilidad por culpa de la soberbia y la arrogancia, encontramos episodios en los que los miembros de casta superior de la sociedad neogranadina descienden al más bajo peldaño de la honorabilidad.

Esto precisamente es lo que sucede en el capítulo XII, donde se comete el asesinato de Juan de los Ríos. En este episodio un grupo de hombres blancos que ocupaba un alto puesto en la sociedad comete un crimen que es castigado por la justicia colonial. Este episodio tiene una estructura muy similar al de Inés de Hinojosa: personajes que caen desde lo más alto de la sociedad para ser castigados en medio de la vergüenza pública y la deshonra. Sin embargo esta historiela aporta un punto muy importante al análisis del honor en el texto de Rodríguez Freyle: se trata de la curiosa aparición de un africano liberto como parte fundamental de la narración. En el episodio vemos cómo en el momento en que se debía cumplir la sentencia contra Andrés de M esa, el criminal descubre que el verdugo que va a matarlo es un hombre libre, que tiempo atrás había sido esclavo en su casa. El africano recuperó su libertad y se procuró un trabajo como verdugo de la ciudad:

Llegó al cadalso y subiendo a él por una escalera vio en una esquina del t ablado al verdugo con una espada ancha en las manos. Conociólo que había sido esclavo suyo, y el propio doctor lo había quit ado de la horca y hecho verdugo de la ciudad. En el punt o que lo vio perdió el color y el habla, (...) vuelto en sí, con un gran suspiro dijo: Suplico a vuesa señoría me conceda una merced, que es de las postreras que he de pedir a vuesa señoría (...) No consient a vuesa señoría que aquel negro me degüelle (Freyle 249).

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Es interesante la reacción que tiene Andrés de Mesa al ver al hombre que había sido su esclavo, surge entonces la pregunta de qué fue lo que motivó su reacción, ¿un arranque último de orgullo que impediría que un subalterno le diera muerte? o ¿un sentimiento de vergüenza por los actos cometidos?

Aunque no es posible hacer una lectura definitiva del episodio porque el texto es abierto y deja esta decisión al lector, sería interesante pensar que se trata de lo segundo.

Pero no es fundamental dilucidar si en la reacción de Andrés de Mesa se puede leer orgullo de clase o vergüenza por el deshonor causado por sus acciones. Lo que sí queda definitivamente claro es que en la actitud de este personaje puede encontrarse desasosiego y desconcierto, causados por ver confrontados sus actos o su actual posición ante otra persona.

La confrontación es precisamente uno de los aspectos fundamentales del honor, si la vergüenza, el orgullo y el reconocimiento actúan como pilares de lo honorable, no es posible pensar el honor sin confrontación social. Si no existe reconocimiento de las faltas o de los méritos no existe tampoco la vergüenza o el orgullo. Es por esto que es posible decir que en el episodio de la muerte de Andrés de Mesa el clímax de la narración se da en el momento en que el condenado pide que traigan otro verdugo. En este punto el honor juega un papel principal, casi como si se tratara de un personaje más su presencia es tangible. La vergüenza que siente Andrés de M esa hace que el lector se identifique con él, el gesto frente a su antiguo esclavo hace que debajo del asesino se vislumbre el ser humano avergonzado por sus actos. En este episodio, en el que un hombre blanco es humillado ante un africano por la naturaleza criminal de sus actos, vemos de nuevo un orden social trastocado en el que los miembros de la elite son avergonzados y despojados de su honor.

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En el capítulo XIX encontramos otro ejemplo de una africana, que de manera similar a Juana García, alcanza una posición elevada en la sociedad neogranadina. Al contrario de Juana, esta mujer de la que nunca llegamos a saber su nombre no se precipita al desastre sino que, por medio de sus acciones ejemplares logra hacerse un lugar honroso.

En este capítulo tiene lugar la historia de Francisco Martínez Bello y su mujer. Este hombre, cegado por los celos, mata a su esposa pero es descubierto por su criada, una africana que en este episodio da muestras de agudeza:

La negra con la niña había caminado con gran diligencia, y metiéndose en una estancia donde esperaba su señora, vio venir al Francisco Martínez solo, y escondiéndose de él, y habiendo pasado, como vio que su señora no venía, dijo en aquella posada lo que pasaba (...) al día siguiente guiados por la negra fueron al lugar donde los había dejado, a donde hallaron degollada a la inocente señora (Freyle, 352).

En este episodio vemos de nuevo a un hombre blanco, de elevada posición social, envuelto en faltas deshonrosas que lo llevan a la horca. Este personaje contrasta con la figura de la africana que salva a la hija de su señora y es la que propicia la captura del delincuente, mientras Francisco Martínez muere de la manera más deshonrosa posible, esta mujer, aunque proviene de África, se convierte en el texto en una persona respetable dentro de la sociedad:

Pero guardábala Dios y nadie la podía ofender (...) Hoy es viva estas señora y muy honrada; está casada con Luís Vázquez de Dueñas, receptor de la Real Audiencia ( Freyle, 352).

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En este episodio los dos personajes principales contrastan porque mientras uno encuentra la muerte, el otro se hace un espacio de poder.

En episodios como el de Juan de M esa, Francisco M artínez Bello y Gonzalo

Jiménez de Quesada los roles de antihéroe y héroe, y de honor y deshonor no se encuentran relacionados con el origen étnico. En este sentido el texto de Freyle deconstruye el paradigma de la honra y la respetabilidad del que hablaba Santiago Castro Gómez. Si bien los autores que han trabajo el concepto del honor en el periodo colonial neogranadino han hablado de éste como una categoría rígida que determinaba el lugar de cada quien en la escala social, en el texto de Freyle lo vemos como un concepto flexible que es usado también para desprestigiar a la elite.

Aunque es innegable que el texto incurre en categorizaciones como las que se habían visto en los fragmentos que hablan de los indígenas, por medio de las historielas hay un acercamiento que ofrece otra perspectiva sobre estos grupos.

Así, el texto de Freyle funcionaría como una herramienta de descolonización simbólica, antes de que la política pudiera darse en este territorio. La sociedad que plantea

Freyle por medio de su texto no es una en la que las fronteras entre los grupos étnicos se encuentran rígidamente dispuestas, ni una en la que el honor, como bien cultural, es patrimonio único de una casta. La sociedad que plantea Freyle es una en la que el mestizaje cultural, entendido como la apropiación de elementos de culturas ajenas a la propia, no es necesariamente satanizado. En El Carnero la clase dirigente, conformada por hombres blancos, es construida como un grupo decadente que no cumple necesariamente con los requisitos para acceder al honor.

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Walter Mignolo dice que una característica del pensamiento fronterizo es tener una perspectiva epistemológica “desde la que articular el significado y el perfil la nueva matriz del poder y desde la que poder canalizar la nueva producción de conocimiento” Mignolo,

77. En este sentido el texto de Freyle cumpliría con esta característica al estar construyendo por medio del lenguaje una sociedad incluyente, que da cabida a las perspectivas subalternas.

Si tomamos como acertada la afirmación de M ercedes López Baralt en la que afirma que la literatura casi siempre afirma, niega, cuestiona, celebra o denuncia una manera de ser colectiva, podría pensarse que El Carnero es un texto que cuestiona y desestabiliza los cimientos en los que se erigía el proyecto colonizador. Tal vez, esta es una de las causas de que no se haya permitido su publicación hasta el siglo XIX y que antes de esta fecha el texto sólo hubiera circulado clandestinamente en manuscritos.

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Capítulo III

La publicación de 1859. Pieza clave en la construcción del proyecto de nación

El caso de El Carnero es un buen ejemplo de cómo los lectores determinan la obra literaria, en este caso el público contemporáneo al texto lo leyó de una manera muy distinta a como lo hicieron los lectores de los siglos posteriores. Durante la colonia, probablemente la lectura estuvo marcada por la clandestinidad, por un veto impuesto por las élites dominantes que consideraron a El Carnero como un libro que era necesario mantener en la oscuridad. Más adelante, durante el siglo XIX, los círculos intelectuales que lideraron el proceso de consolidación nacional difundieron el texto. Hans Robert Jauss en La literatura como provocación resalta la importancia del público en la construcción de la obra literaria:

En el triángulo formado por autor, obra y público, este último no es sólo la parte pasiva, cadena de meras reacciones, sino que a su vez vuelve a constituir una energía formadora de la historia. La vida histórica no puede concebirse sin la participación activa de aquellos a quienes va dirigida (163).

De esta manera si se analizan las diferentes perspectivas políticas desde las cuáles se ha leído El Carnero, no se puede únicamente estudiar la relación entre la obra y las instituciones de su tiempo, es también pertinente analizar la manera como el texto fue empleado dos siglos después de su producción. Este tema ha sido también analizado por

Vivianne Tesone, Andrés Bermúdez y Paula Cano en un ensayo publicado en la serie

Convergencias del año 2005. En este trabajo los literatos reconocen la importancia que tuvo la publicación de 1859 para el proyecto nacional:

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A pesar de su permanencia casi en el olvido por aproximadamente dos siglos, cae durante el siglo XIX en manos de intelectuales preocupados por hacer patria a través de la literatura. Al convertirlo en un texto determinante en el proceso de fundación nacional, personajes como Felipe Pérez lo llevan a un nivel que va más allá del de un simple texto histórico (45).

Así como durante el periodo colonial la crónica respondió a la institucionalidad replanteando esquemas de dominación, en el periodo republicano el mismo texto fue usado por las élites para darle sentido al pasado, al presente, pero sobre todo al futuro. Benedict

Anderson en Comunidades Imaginadas afirma:

Si se concede generalmente que los estados nacionales son “nuevos” e “históricos” las naciones a las que dan una expresión polít ica presumen de un pasado inmemorial y miran un futuro ilimitado, lo que es aún más importante. La magia del nacionalismo es la conversión del azar en destino (29).

De esta manera, la difusión del texto en el siglo XIX obedeció a un intento de construir un porvenir nacional basado, entre otras cosas, en una determinada posición sobre el régimen colonial. Esta posición fue sustentada por algunas características presentes en el texto de Freyle. Como se ha visto en el capítulo anterior, El Carnero puede ser visto en muchos de sus aspectos, como una manifestación del pensamiento fronterizo, es decir de una óptica que busca re -conceptualizar los diseños impuestos por la colonialidad. Se hace evidente entonces como el pensamiento fronterizo tiene también una dimensión diacrónica, que no sólo responde a la colonialidad en el momento de su producción sino que adquiere nuevas funciones y se transforma con el paso del tiempo.

Este capítulo estudiará la manera como los intelectuales del siglo XIX y especialmente los que pertenecieron a la tertulia y al periódico El M osaico se aproximaron

47 a El Carnero; se analizará la manera como la perspectiva fronteriza del texto colonial fue re-interpretada y usada de nuevo para crear sentido sobre la historia nacional.

En 1859 Felipe Pérez, miembro de la tertulia y del periódico literario El Mosaico publicó por primera vez El Carnero. Antes de esa fecha el texto sólo había circulado en manuscritos.

El M osaico fue una publicación de carácter literario fundada por José María

Vergara y Vergara y Eugenio Díaz Castro en 1858. Paralelamente a la publicación se creó una tertulia que, debido a que en el grupo participaban tanto conservadores como liberales, intentó mantenerse alejada de las discusiones políticas, sin embargo ni el grupo ni la revista pudieron mantener una neutralidad estricta; si bien en los primeros años el periódico fue manejado por un grupo de conservadores, en 1865 Felipe Pérez asumió la dirección y le dio una orientación liberal. Sin embargo, esta etapa duró menos de un año. Después de una larga pausa la dirección fue asumida por el conservador José María Vergara y Vergara.

Entre los escritores a quienes publicó El Mosaico se cuentan a de Samper,

Jorge Isaacs, Eugenio Díaz entre muchos otros. El grupo marcó un hito en la historia literaria del país porque fue la primera publicación y tertulia de este tipo y también porque difundió algunas de las obras más representativas de la literatura nacional como María y

Manuela.

La selección de los textos a publicar era rigurosa e implicó la construcción de un canon literario nacional:

Toda selección implicó una forma de autoridad en la que se decidía lo que era y no era apropiado, lo que era y no era literario, lo que de alguna manera se consideraba el modelo que debía establecerse y su relación con el que ya había sido aprobado. Entonces el

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periódico ocupó un papel principal en la consolidación de los factores por medio de los cuales se indujo al lector a asumir determinados gustos y actitudes (Acosta 2005, 55).

De esta manera, se hace evidente que en torno a la publicación de El Carnero hay una serie de eventos y documentos que permiten afirmar que la difusión de la crónica formaba parte de un proyecto específico de construcción de nación. Este capítulo estudiará la manera como El M osaico y puntualmente, José María Vergara y Vergara y Felipe Pérez leyeron la obra de Freyle y cómo ésta contribuyó a la conformación de la idea de nación que se proponía desde el periódico literario. Se han escogido a estos dos autores considerando que ambos fueron directores de la publicación y por lo tanto contribuyeron a determinar su orientación, pero también por pertenecer a facciones políticas opuestas. Es claro que en la propuesta de construcción de nación era determinada desde la óptica del partido político al que se pertenecía; a este respecto Carmen Elisa Acosta en Leer

Literatura, ensayos sobre la lectura literaria en el siglo XIX afirma:

Para el siglo XIX colombiano, como para el resto de América Latina, la herencia española se constituyó en uno de los elementos más polémicos. De la toma de posición ante el pasado colonial, dependía el concepto de nación que se buscaba consolidar (…) La toma de posición ante dicha herencia, con matices variados y a veces de manera poco clara, fue un factor determinante de diferenciación de los partidos políticos liberal y conservador. Simplificando los liberales se opusieron a la continuidad de la tradición (…) Por su parte los conservadores, afianzaron sus ideales en la tradición española, buscando la permanencia de las instituciones coloniales sustentada en los principios del catolicismo (116).

Para llevar a cabo este trabajo se estudiarán los siguientes textos de Felipe Pérez: el prólogo a la edición de 1859; el artículo publicado en 1865 con que se inicia su periodo como director del periódico, y Lejos de la patria, un poema aparecido ese mismo año en El

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Mosaico; de José María Vergara y Vergara se analizarán algunos fragmentos de su Historia de la literatura en Nueva Granada, publicada en 1867.

Retomando la cita de Benedict Anderson en la que se afirma que una de las funciones de los sentimientos nacionales es darle forma al porvenir y sentido al pasado histórico, es interesante ver cómo la divulgación del texto de Freyle estuvo incluida dentro del proyecto que pretendió sentar las bases de una conciencia nacional. El Carnero tuvo, dentro de los planes de su editor, la doble función de reconstruir un pasado histórico y al mismo tiempo de conformar un futuro prometedor. La crónica adquirió estas propiedades debido a que es una obra que trata el pasado colonial desde una perspectiva novedosa: para Pérez, Freyle no habla desde la mirada del conquistador sino desde la del neogranadino. El autor se convierte entonces, por obra del editor, en un compatriota que habla de temas eminentemente independentistas desde el periodo colonial. Esta mirada de Pérez se apoya en algunos rasgos del texto que hemos estudiado en el capítulo anterior. Así la posición de

Freyle frente al sistema colonial contribuye a crear la idea de la existencia de una identidad nacional incluso antes de la nación existiera oficialmente.

En el prólogo escrito por Pérez se clasifica a la obra Freyle no como española, sino como eminentemente americana, en contraposición a la de otros cronistas como Fray Pedro

Simón o Fray Alonso de Zamora:

El Carnero escrito por uno de los conquistadores compañeros del adalid Quesada, o por uno de los sátrapas togados que con el título de virreyes u oidores oprimieron esta tierra con planta de enanos tres centurias seguidas, sin perder nada de su mérito, sería un libro como tantos de los que escribieron Zamora, Piedrahita, el padre Simón, Velazco (…) Pero escrito por un pobre colono, labriego de oficio, que si bien t raía sus blasones y solar de la célebre Alcalá de Henares, había visto la primera luz bajo los corvos horizontes americanos, al

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tiempo que el sol de los aztecas i de los incas, recogiendo sus rayos de un polo a otro, se apagaba en mares de sangre de sus hijos, es ciertamente un libro admirable (II)

El Carnero adquiere entonces un valor agregado por tratarse de una obra nacional, el editor no compara a los otros cronistas con Freyle, para él los demás provienen de una tradición literaria europea, mientras este último es producto de la tierra americana:

Allá la civilización, como el astro del nuevo culto alumbraba a todos los cerebros i daba aliento a todas las almas. Pero aquí en la pobre tierra americana, donde las selvas primitivas hacían infinito todo rumbo, i donde salvaje aun la creación, sólo tenía ríos cascada, cordilleras y monstruos; donde el grito del salvaje respondía a los bramidos del tigre (…) Aquí digo la confección de un libro como El Carnero debe ser mirada como un milagro de talento (II)

En el prólogo de Pérez, Freyle es un hombre de origen humilde, caracterizado principalmente pos su trabajo, no por su labor en el campo de las armas.

El concepto de identidad nacional que Pérez desarrolla en el prólogo está compuesto principalmente por dos elementos: La descripción del espacio del espacio nacional y la de los ciudadanos que habitan dicho espacio. El lugar que Felipe Pérez define como el aquí es una América oprimida por la codicia y la violencia de los españoles, además es también un espacio virgen e indómito, promisorio pero aun salvaje. El territorio nacional está marcado por una concepción romántica de la naturaleza. Esto es notorio tanto en el prólogo a El

Carnero como en su poema A la patria, que apareció el lunes 11 de septiembre de 1865:

Allá es de fuego el sol; jamás el hielo

Marchita en alta noche el césped blando Allí no pierde el bosque su follaje

Es eterna la rosa; (…)

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Allá la libertad nos brinda abrigo Y nunca de pesar allá se llora

La naturaleza en Pérez está en consonancia con las características de los habitantes y de la nación. En este poema el autor relaciona, como ya lo había hecho antes, los rasgos físicos de la tierra con virtudes intangibles como la libertad. En Los Jigantes, una de sus novelas históricas, vemos el mismo recurso pero usado en el sentido contrario, allí la patria oprimida por el sistema colonial no ostenta la naturaleza exuberante e idílica de la que había hablado Pérez antes: “El sol no tenía oriente ni ocaso, rodaba por un horizonte de sangre, lágrimas y oprobios.”

La naturaleza que se manifiesta en los textos de Pérez no está en consonancia con un yo individual; lo está con una colectividad. La naturaleza no se corresponde con un estado interior del poeta sino que lo hace con las características políticas del territorio. Así, mientras El Nuevo Reino de Granada está bajo el dominio español la naturaleza se muestra marchita bajo un sol agobiante, rojo como la sangre derramada; en cambio, el sol de los días de Independencia es benéfico, fuente de un equilibrio climático pero relacionado también con un equilibrio político.

En el poema Pérez se remite a la inexistencia de las estaciones para construir un espacio ideal, un locus amoenus que estimula el florecimiento de bienes como la felicidad o la libertad. De esta manera el autor de la da una vuelta de tuerca a los discursos científicos provenientes de Europa que proclamaban la inferioridad del hombre americano debido a la influencia del clima tropical. De esta manera, Pérez se une a otros intelectuales del siglo

XIX como Jorge Tadeo Lozano o Joaquín Camacho que respondieron a las tesis de

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M onstequieu o Buffon acerca de la relación entre el clima tropical de América y la inferioridad del territorio y los habitantes.

Además de la imagen de la naturaleza romántica, Pérez utiliza la figura de los incas y los aztecas para dar legitimidad a un pasado nacional que no sólo se basa en lo español sino también en lo indígena. Así, la identidad de nación está marcada por un rompimiento simbólico con la tradición española y con la voluntad, también simbólica, de inclusión de las diferentes etnias en el proyecto de nación. A este respecto Andrea Cadelo comenta: “Es interesante anotar que mientras los criollos demostraban el mayor desprecio hacia los indios vivos, utilizaban al mismo tiempo, la figura del indio del pasado, idealizándola” (29). La actitud de Pérez hacia los indígenas es en el prólogo bien interesante, si bien se cumple la afirmación de Cadelo acerca del uso de la figura del indígena casi mítico, Pérez le hace un reclamo a la obra de Freyle. El editor juzga al texto por lo que él considera como una imparcialidad políticamente incorrecta:

De lo perteneciente al pueblo chibcha no hai más en él, porque nuestros projenitores, buscadores incansables de oro no vinieron al “Valle de los Alcázares” como van los sabios al país de las novedades. Aventureros, su camino no fue otro que el de la codicia. El oro era su fin y al espada su medio; obtenerlo o perecer era llenar su misión. Los que vinieron después no hallaron por tant o ninguna fuent e pura o abundante en que beber.

Más esta deficiencia con respecto a la parte política de El Carnero está cumplidamente llenada con la esplicación somera, aunque no falta, de las ceremonias relijiosas de los (III)

Así, Pérez le reclama a Freyle el hecho de no adoptar una posición más coherente con la perspectiva independentista que lee en el texto. Para Pérez el hecho de no hablar

53 sobre lo chibcha es una falta que se traduce en una posición política débil. Sin embargo es interesante apuntar que Freyle sí desarrolla el tema de lo indígena, en El Carnero hay varios episodios dónde los nativos aparecen en una posición privilegiada. Uno de los episodios más notorios es el del Cacique de Ubaque en el capítulo V, que aparece construido como un hombre ingenuo y honesto, en contraposición a un cura codicioso y pícaro.

La figura del indígena idealizado hace también presencia en las novelas históricas de Pérez. Sobre éstas Carmen Elisa Acosta hace un análisis en el que resalta las imágenes de lo indígena, la conquista y la colonia. De la misma manera que en los textos que hemos analizado en este capítulo, las novelas históricas están marcadas por una fuerte censura al régimen colonial. En su análisis Acosta afirma que los personajes de los españoles brillan por su carácter pusilánime y cruel mientras que los indígenas oprimidos por la conquista encuentran que el camino mejor es unirse a las luchas de independencia.

De esta manera vemos cómo la figura del indígena idealizado es un recurso que utilizan Freyle y Pérez para legitimar una conducta anti-colonialista. Sin embargo, y cómo se ha visto en el capitulo anterior, en Freyle sólo el indígena del pasado es legítimo, los indígenas contemporáneos son vistos con desconfianza. Igualmente en los textos de Pérez el indígena aparece más como recurso retorico que como referente real.

La crónica de Rodríguez Freyle era importante para El Mosaico porque reflejaba, desde la colonia, una posición nacional. El Carnero con sus episodios acerca de africanos y con su intento de documentar la cultura e historia chibchas representaba la voluntad de inclusión presente en el nuevo modelo de nación que tenía Pérez en mente. Además las historielas acerca de la corrupción y las inmoralidades presentes entre los círculos

54 administrativos españoles contribuían a acrecentar la imagen de barbarie y codicia que se había construido en el prólogo.

La imagen de nación que se hace evidente en los escritos de Felipe Pérez es una en que, de la misma manera como se había visto en Freyle, la inclusión de lo diverso es importante. En la colectividad que sueña Pérez y que se retrata en El Carnero los sectores humildes y marginados tienen un lugar conflictivo dentro del cuadro de lo nacional. Esto es posible verlo en el editorial que se publicó en 1865 y con el que Pérez asume la dirección de El Mosaico. En este texto se pretende delimitar a los lectores del periódico, sin embargo el público al que alude el director es sumamente amplio y diverso, tanto que podría decirse que en este caso los lectores que se mencionan no son una realidad tangible sino una metáfora de la nación:

Palabra este periódico, en adelante de la industria, del comercio, de las mejoras; eco de todo progreso; receptáculo de todo adelanto, índice fiel de las ciencias, las artes, la literatura y los inventos útiles; no será indiferente a ninguna persona de , sea cual fuere su clase, su condición, su empleo.

Tesoro del hogar y consejero del campesino, las familias podrán velar con él en las horas t ranquilas de la noche, i consult arlo paso a paso en las labores durant e el día.

Publicación barata y eminentemente popular será el entretenimiento, del artesano, de la obrera, del hacendado, del tendero, del propiet ario, del est udiant e y de la linda señorit a que retirando su mano fatigada del piano, irá a pasear sus negros y lánguidos ojos por los dulces versos de nuestros poetas, o por la bien sentida prosa de nuestros romanceros nacionales.

En este fragmento se hace evidente la visión que tenía Pérez de la relación entre la construcción de un modelo incluyente de nación y el periodismo. El Mosaico en manos de

55 su nuevo director pretende ser un abanderado del progreso nacional, progreso que pretende abarcar todo el territorio y a todos los habitantes. Se hace evidente en este fragmento el papel que tenía el trabajo dentro de la construcción de la patria, personajes como la obrera o el tendero dan muestra del intento de incluir a las clases trabajadoras dentro del modelo liberal de Nación.

Recordando la afirmación de Carmen Elisa Acosta se hace evidente cómo el discurso liberal de Felipe Pérez influye en su concepción de Nación, para este intelectual lo propio está marcado por una ruptura fuerte con la tradición española. En sus textos los peninsulares son caracterizados como los otros portadores de unas costumbres bárbaras que no concuerdan con el espíritu nacional del momento y que oponen radicalmente a la república, en el prólogo al texto de Freyle afirma:

Nuestros projenitores, buscadores incansables de oro no vinieron al “Valle de los Alcázares” como van los sabios al país de las novedades. Aventureros, su camino no fue otro que el de la codicia. El oro era su fin y al espada su medio; obtenerlo o perecer era llenar su misión

Y el 22 de Julio de 1865 afirma en El Mosaico:

Esclavizados por las naciones del Viejo Mundo, el presente siglo y parte del anterior, nos han visto romper con audacia el yugo del estranjero i revivir los tiempos de Licurgo y Platón restableciendo la República (…) este contrabalanceamiento de libertad al despotismo de las viejas sociedades es el segundo rasgo fisionómico de nuestra América (…) La república brot ando de su seno como una aurora ha quint uplicado el mundo moral (156)

En los textos de José M aría Vergara y Vergara se hace evidente una posición similar a la que tenía Pérez en cuanto la escritura, para este autor es imposible desligar la literatura

56 o el periodismo de una posición política. Aunque El Mosaico se había declarado en varias ocasiones como una publicación ajena a perspectivas de este tipo, en los textos de ambos escritores se revela la imposibilidad de ser neutrales. En la introducción a su libro Vergara se lamenta:

Nuestro escaso periodismo está exclusivamente consagrado a la política de partido; y el libro que uno lanza a la arena es recibido con indiferencia por sus copartidarios, que no le t ribut an más amparo que el silencio; al paso que los del part ido opuest o lo recogen para hacer de él un arma con la que tirar a la cabeza del autor (23).

En la introducción a su libro Vergara deplora el hecho de que la recepción de una obra esté siempre marcada por la inclinación política de los lectores, pero al mismo tiempo no puede concebir la producción sin la existencia de una toma de posición y es entonces, cuando se encuentran comentarios de este tipo insertos en textos sobre literatura:

La organización colonial no nos convenía; los reyes mismos de Castilla al haberse trasladado a este suelo, hubieran trabajado por la independencia (…) El lector encontrará al repasar las páginas que he trazado una cosa que le sorprenderá desagradablemente si es espíritu fuerte: mi libro no viene sino a ser un largo himno cantado a la Iglesia (24).

Al igual que se hace necesario hacer evidente la perspectiva sobre la nación al manifestarse sobre literatura, es también imposible no adoptar una posición frente a la colonia y a los textos que se produjeron en este periodo. En el libro de Vergara encontramos un comentario acerca de la obra de Gonzalo Jiménez de Quesada que recuerda el episodio que narra Freyle en El Carnero. En ambos la manera en que se construye el personaje del Adelantado es muy similar y podría arrojar una luz sobre la percepción que

57 tiene Vergara de las instituciones coloniales, si bien Vergara elogia el valor y el empeño guerrero de Jiménez de Quesada termina su retrato de esta manera:

Hizo un viaje a España en 1539 a dar cuent a de lo conseguido y en doce años que permaneció en Europa derrochando regiamente una enorme suma, no consiguió lo que pret endía, sino apenas e tít ulo de Mariscal y de regidor de la ciudad de Bogot á con dos mil ducados de rent a. Capit uló el descubrimiento de El Dorado; pero en esta jornada fue muy desdichado. Terminó su vida (…) devorada su alma por los disgustos y el cuerpo por la lepra (30).

Al igual que en El Carnero, y como se ha visto en el capítulo anterior, el personaje del conquistador es construido de manera poco digna. La imagen de Jiménez de Quesada en el momento de su muerte, vejado por una enfermedad como la lepra y atormentando moralmente no concede ninguna dignidad. Vergara retrata a un conquistador vencido y humillado; no a un héroe sino a un personaje que ha fracasado como ser humano. Cabe aclarar que en El Carnero el tratamiento del personaje es mucho más humorístico, en el texto de Vergara es dramático.

Al igual que Felipe Pérez Vergara recomienda ampliamente la obra de Freyle y lo clasifica como un autor nacional: “Pásenos el lector en este desahogo en atención al cariño que profesamos a nuestro caro paisano, y vamos a examinar el libro que tanto queremos”

(68).

Para Vergara el historiar tiene una gran importancia. Al fijar los hechos pasados se sientan las bases para comprender el presente, es así como vemos ciertas fechas cobran un importancia inusitada, por ejemplo, el centésimo aniversario de la fundación de Santa Fe marca una ruptura definitiva en la historia de la nación:

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Cien años van a cumplirse desde la fundación de Santa Fe. Los conquistadores han muerto y la sociedad santafereña está compuesta de criollos o de nacidos en este suelo, gobernados por jueces granadinos (66).

No debemos olvidar que la fecha a la que Vergara alude coincide con el momento en que según su autor se comienza la escritura de El Carnero. Así, Freyle no aparece en la primera historia literaria de la nación como un español, sino como el pionero de la tradición criolla.

En su libro Vergara siempre selecciona pasajes de las obras para que los lectores se hagan una idea más precisa del texto del que se habla. En el caso de El Carnero la selección que hace Vergara es sumamente elocuente. En primer lugar cita el episodio al que ya habíamos aludido, aquel en que Gonzalo Jiménez de Quesada hace el ridículo en Granada; luego cita un episodio en el que Freyle se pregunta por el origen de los indígenas del territorio y narra cómo son maltratados al ser utilizados como cargueros; por último cita el episodio, ya analizado en el capítulo anterior, del crimen cometido por Andrés de

Escobedo y Andrés de M esa. El hecho de seleccionar estos capítulos hace evidente la intención de Vergara de orientar la lectura de El Carnero. Al resaltar episodios en los que se muestra la corrupción moral, la insensatez de los gobernantes y la opresión a la que era sometidos los indígenas, Vergara deja ver que una sociedad criolla pero gobernada por españoles era un sistema deshonesto e ineficiente.

Cómo se ha mostrado, los intelectuales del siglo XIX no cayeron en la ilusión de la neutralidad. Siempre hicieron evidente su perspectiva y sus fines políticos al publicar o producir una obra. De esta manera se hace evidente cómo en Felipe Pérez y en José María

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Vergara, dos de los representantes más eminentes de El Mosaico, es imposible concebir el hecho literario desligado de la política.

Pérez, abanderado del liberalismo es mucho más directo que Vergara en sus aseveraciones contra el sistema español, en sus textos no sólo manifestó su desacuerdo con el régimen colonial sino que intentó crear una división tajante entre la tradición cultural española y la americana y para esto fue de gran ayuda la imagen del indígena.

José María Vergara, representante del conservatismo no duda, al igual que Pérez, en apoyar un proyecto independentista, sin embargo, en su caso la tradición literaria española es considerada como la base de la literatura americana y por lo tanto es altamente valorada.

En sus escritos no encontraremos los duros calificativos que Pérez usa, en los textos de

Vergara los conquistadores no fueron llamados sátrapas pero sí fueron, utilizando recursos retóricos más sutiles, despojados de su honorabilidad.

El M osaico encontró en el texto de Freyle una herramienta para construir un pasado nacional acorde con la imagen que se pretendía construir. Así, se creó la idea de que el pensamiento criollo existía desde la época colonial. El Carnero se convirtió entonces en un artefacto productor de sentido sobre la historia y el porvenir de la nación, con la ayuda del editor y del crítico la crónica adquirió funciones nuevas: En primer lugar contribuyó a definir la población nacional, en El Carnero se retrata una sociedad conflictiva pero diversa compuesta por africanos, indígenas y criollos que mostraba características propias dos siglos antes de la independencia. Esta imagen colectiva coincide parcialmente con la que se pretendió difundir desde los círculos intelectuales. En segundo lugar el texto de Freyle proyecta la patria hacia el futuro, al construir gracias a los lectores un concepto de la

60 historia nacional que marca claramente una ruptura política, y en los algunos casos cultural, con lo hispánico.

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Conclusiones

Como se hizo evidente en el primer capítulo dónde se analizó la perspectiva del narrador, es imposible hablar de una posición neutra cuando se organizan y relatan los acontecimientos privados que a su vez están relacionados con la administración colonial. En este caso la perspectiva de la voz narrativa indica una posición ante las ambiciones de los encomenderos y de las elites neogranadinas. Sin embargo esta posición es cambiante y ambigua: aunque en muchos casos se manifiesta una defensa de los grupos subalternos como indígenas: africanos o mujeres, en otros hay condenas y juicios de valor que afectan a estos mismos grupos. Sin embargo, en numerosas ocasiones, el texto toma la perspectiva de los vencidos y los reivindica ante los sistemas de opresión propios del proyecto colonial.

El tema del honor es uno de los centros significativos que articulan las historias privadas, ya que a través de éste se construyen literariamente los personajes de las historielas. El honor funciona en la mayoría de los episodios que tratan de la vida cotidiana como un hilo conductor de la crítica que Freyle hace de los grupos en el poder, a través de este lente se juzga una sociedad que no responde a los imperativos morales de la Iglesia

Católica y que por lo tanto estaría traicionando el proyecto evangelizador. Es a través de estas negociaciones que Freyle construye su posición frente al discurso hegemónico, que se resume en que al final de las historielas es la élite la que termina desprestigiada y vencida en la contienda.

De esta manera vemos cómo la crónica, en lugar de ser un fiel reflejo de la realidad se convierte en una narrativa, heredera de la novela picaresca española, que utiliza la burla y el humor para desenmascarar a los Presidentes de la Real Audiencia, a los oidores, y a los grupos relacionados con los primeros conquistadores. Además de la ridiculización de

62 las élites, en el texto de Freyle se encuentran representadas, aunque brevemente en algunos casos, manifestaciones culturales ajenas a lo occidental. Los ritos indígenas, las prácticas religiosas africanas aparecen en El Carnero como testimonio de una sociedad en la que hacían presencia procesos de hibridación cultural y étnica muy complejos y que alteraban los marcos de referencia de todos aquellos envueltos en la dinámica de colonización.

Debido a lo anterior, la crónica de Freyle muestra una sociedad diversa, en la que actores de los grupos subalternos acceden a los círculos de poder o altos escaños en la escala de honor. Es el caso de Juana García o de la africana que salva a la hija de su patrona de la muerte, accediendo a un lugar honorable dentro de la sociedad colonial.

La perspectiva problemática del texto que se manifiesta en la construcción de los personajes de las historielas y la óptica del narrador atrajo la admiración de los intelectuales del siglo XIX que vieron en este documento cultural una herramienta útil para el proceso de conformación de un imaginario sobre la patria y sus habitantes. Felipe Pérez y José María

Vergara y Vergara realzaron la posición que critica el régimen español. Así, en los fragmentos que destacó éste último en su historia de la literatura, aparecen en primer plano las defensas que hace el narrador de los grupos indígenas o las condenas a las acciones los conquistadores. Felipe Pérez a su vez aprovecha que en la crónica aparece la historia de los chibchas y están representados los diferentes grupos sociales y étnicos para construir la idea de que la nación no era algo nuevo sino que venía desde la época de la colonia. Así, El

Carnero contribuyó a crear un pasado histórico para la nación y a sentar las bases de un canon literario nacional. El texto de Freyle se convirtió, en manos de Felipe Pérez y José

María Vergara, en una obra que afirmaba la existencia un pasado histórico nacional acorde

63 con la ideología del momento y al mismo tiempo fue presentado como el precursor de una tradición literaria independiente de la península

El Carnero se muestra en muchos aspectos como un texto que defiende la perspectiva de lo subalterno. Según la terminología de Walter Mignolo la crónica de Freyle sería una manifestación de pensamiento fronterizo al reivindicar las perspectivas que han sido negadas por los designios coloniales. Aunque Freyle no perteneció a los grupos indígenas ni era africano, es decir no compartía completamente el punto de vista de las víctimas sí defendió, en algunos aspectos su posición.

Esta monografía pretendió acercarse a El Carnero para analizar su relación con el discurso hegemónico. Sin embargo, la mayor parte del trabajo está aún por hacerse. El texto no se ha fijado y las variaciones entre un manuscrito y otro son realmente significativas.

Este trabajó no ahondó como hubiera querido en este tipo de detalles: no analizó las diferencias entre los manuscritos, ni estudió las posibles adiciones u omisiones que cada nueva edición agregó al texto. Es un estudio, de alguna manera, incompleto, que al omitir bastante, quisiera ser también una invitación para que un trabajo mucho más profundo y riguroso fuera hecho sobre el texto de Rodríguez Freyle.

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