THE UNIVERSITY OF ILLINOIS LIBRARY

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V ANTOLOGÍA DE POETAS ARGENTINOS

( TOMO X )

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ANTOLOGÍA DE POETAS ARGENTINOS

POR

JUAN DE LA C. PUIG.

«LA PATRIA ES UNA NUEVA MUSA QUE INFLUYE DIVINAMENTE.»

Pr. C. J. Reáriguez.

«NUESTROS POETAS HAN SIDO LOS SA- CERDOTES DE LA* CREENCIA DE MAYO.»

y. M. Gutiérrez,

Tono X — AURORAS Y OCASOS

(

BUENOS AIRES*

XDZTomBS : MARTIN BIBDMA « HIJO BOUVAR N» 535 AÑO DBI. CBNTBNARIO—I9IO ^

antología

DE / POETAS ARGENTINOS

AURORAS Y OCASOS

CARLOS GUIDO Y SPANO RAFAEL OBLIGADO CALIXTO OYUELA MARTIN CORONADO JOAQUÍN CASTELLANOS

ENRIQUE E. RIVAROLA LEOPOLDO DIA^ LEOPOLDO LUGONES PEDRO PALACIOS

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') NOTICIAS

BIOGRÁFICAS Y BIBUOGRÁFICAS

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CARl.03 GUIDO Y SPANO

Carlos Guido y Spano nació en Buenos Aires el ^9 de Enero de 1827. Es hijo del general Don Tomás Guido, procer de la guerra de la Independencia; y habiendo alcanzado á ver alzarse sobre el horizonte el sol del centenario de la Revolución, representa el pasado y el presente; y es símbolo de gloria, de trabajo y de cultura. Las auras del Plata acariciarán ese día sobre su frente los lau- reles inmarcesibles del abolengo, entrelazados con los frescos laureles del poeta.

Sabemos por él mismo, que pasó su juventud en Río Janeiro siendo entonces su padre ^Ministro ple- nipotenciario de la Argentina en la corte de Don Pedro; y que aquél fué el ambiente de sus primeras

. relaciones con las Musas. . Después de diez años de permanencia en Río y te- niéndose noticias del mal estado de salud de su her- mano Daniel, pasó Carlos á Francia para cuidarlo, encontrándose á su llegada con la triste noticia de la trágica muerte de aquel en un bosque cerca de Amiens, La estadía de Carlos Guido en París se inició, así, en medio de la mayor congoja. Cuando su espíritu \olvió á serenarse y su juventud le recordó los encan- tos y atractivos que hacían famosa á aquella Sirena, incitándolo á buscarlos, el rumor que llegó á sus oídos y el esplendor que hirió sus ojos, no fué el de la reina del Sena ataviada con las galas de la belleza en los templos de la ciencia, del arte y del placer, sino el grito de sus muchedumbres en las revueltas oleadas de la democracia, que paseaban por las calles de la gran Villa, la bandera de los ideales de la repú- blica. Nuestro compatriota sintió caldearse en ánimo el aliento reivindicador de sus mayores; y confundién- dose con el pueblo, supo destacar su personalidad con los airosos prestigios de su ilustración, su cultura y su entusiasmo. Fué orador estruendosamente aplaudido en los clubs, tribuno aclamado en las asambleas, y caudillo festejado en todas partes.

Recordando él mismo aquellos sucesos, escribe: «¡Que vida aquella, amigo! Del hotel á la taberna, de la taberna á la Sorbona-, de la Sorbona á oir dispara- tar en las cámaras á los primeros oradores del mundo, y de allí á los teatros, á las visitas, á los museos, al gabinete de lectura, á la cucaña de los placeres fáci- les. Me entiretenía en ver hacer suertes de equilibrio en la cuerda tirante de una situación peligrosísima, por no decir desesperada, á los grandes políticos, ó en reir presenciando las extravagantes piruetas de las XI

alumnas descarriadas de Terpsícore. Todo lo vi, to- do lo anduves-.

No sabemos si medió ó nó el oportuno llamado pa- terno, pero el caso fué, que, poco tiempo después de estos sucesos el joven demagogo regresaba al Brasil, al lado de los suyos. Con los prestigios de su ruidoso

éxito en el extranjero fácil le fué á nuestro joven poeta entrar también triunfando en la sociedad brasilera, donde tantas afecciones había ya dejado. Pero esta vez fué triunfador vencido, admirador apasionado de las bellezas de su suelo y galán rendido á la bondad y la hermosura de sus mujeres; pues, muchos años des- pués y ya al descender la colina, todavía recuerda aquellos años repitiendo la célebre estrofa del Dante:

Nessun magior dolore Che ricordarsi del tempo felice Nella miseria.

La política vino á enturbiar el encanto de esta si- tuación obligando á la Legación Argentina á reti-

' rarse.. ;

Esto -significaba . la ruptura de las relaciones diplo- máticas, pero como el motivo no era de aquellos que sublevan é^ indisponen entre sí á los pueblos, sino á los gobiernos; y el de la República Argentina mere- cía entonces la reprobación del mundo entero; Carlos decidió quedarse en Río de Janeiro, fuertemente rete- nido por sus vinculaciones sociales y literarias. A pesar dé tan elocuente demostración de afecto hacia el Brasil, de buenas á primeras el Gobierno le XII exigió, por intermedio de la Policía, que saliera del territorio. Nuestro poeta protestó y reclamó de tan soberana injusticia, pero tuvo que acatar la orden; y dejándose guiar siempre por las Musas, se embarcó nuevamente para Europa.

Recordando este incidente dice el Señor Guido:

«En conciencia, el Gobierno imperial me debería una amplia indemnización de daños y perjuicios. Atentó á mi libertad, á mi quietud, á mi felicidad, y tal vez hasta á mi porvenir. A estas horas me habría comi- do ya medio millón de bananas, me vería rodeado de infinidad de mulatitos, tendría vela en todas las pro- cesiones, concluyendo al fin por vestirme de verde, ¿y quien sabe si con el tiempo no hubiera llegado á ser VlVl fazciidt'iro acaudalado, á fuerza de roncar so- bre una tierra tan fértil?» Pero, esta vez, las Musas lo llevaron al Támesis, en vez del Sena; quizás, porque: «allí florecen las letras, las ciencias y las artes; allí la palanca de Ar- químedes es manejada por el más pujante de los pue- blos, teniendo por punto de apoyo el banco de In-

glaterra ; la igualdad ante la ley es menos quimérica que en cualquier otra parte; se lee el Times fresquito, y se puede contemplar el espectáculo de una gran nación que de puro orgullosa se cree la más feliz, la más bien gobernada del universo, aunque considerable número de sus habitantes perezcan de miseria, con- firmándose aquello de que en la feria como en la corte: uno se tañe y otro se suena». No fué muy larga la estadía de Guido y Spano en XIII

la City, á pesar de lo cual supo descubrir bien pronto sus encantos y bellezas: «Sobre todas las grandezas de Londres, lo que más admiré fué las bandadas de niños rubios, sonrosados, angélicos, flores animadas, brincando por los parques, y á las bellas, novelescas in- glesas. En realidad, estas me parecieron divinas, ¡qué diablos! tenía yo veinte años; aunque á pesar de ios vapuleos del tiempo estoy por creer me sucedería hoy otro tanto». La mérry Ingland Qtitvó toda por sus ojos pero no

lo atrajo. Los atractivos haulevardiens estaban allí,

á un paso. El poeta creyó ver que la belle Francc le abría los brazos para que él le entregara sus veinte años, y volvió á pasar La Mancha, dispuesto d hacer ftaniear los gallardetes de todos sus caprichos, sacii-

dtcjido los cascabeles de su alegría inatinaly siu vids gm'a que la bullente juventud.

El inexperto soñador no había sentido venir la olea- da de la monarquía que se precitaba sobre la Francia; y lo tomó la avalancha arrobado en el más poético idilio: mientras sentado en el césped,, d la sombra de

los castalios del regio parque de Versalles, se deleitaba

leyendo en alta voz,, rodeado de un coro de distingui-

das sefioritas,^ lindas,^ sonrosadas, co?imovidas, los versos de algún poeta favorito. .Casi al mismo tiempo, se hundía en la. derrota y la ignominia el despotismo argentino, por lo que el joven Guido se apresuró á regresar á su hogar en

Buenos Aires. Y como él no ha amado nunca la po- lítica, sino la belleza, la gracia y el arte, en medio de XIV los apasionados sucesos de la Confederación se man- tuvo siempre d ¡ouai distancia de la demagogia que de la autocracia