Un comediante ante el Santo Oficio. El proceso de Alonso de Ávalos por bigamia (1589)

Bernardo J. García García

En 1587 el agustino fray Alfonso de Mendoza, catedrático de vísperas de la Universidad de Salamanca, afirmaba en una obra dirigida a don García de Loaisa, ayo y preceptor del príncipe Felipe:

¡Cuántos estupros y cuántas torpezas es necesario seguirse de tan continuado y familiar comercio y común vivienda de estos co- mediantes, en que hombres y mujeres perdidísimos y sin rastro de vergüenza cohabitan, comunican y comen a una mesa? ¿Cómo se puede creer que vivirán con castidad, con santidad y bondad en medio de las torpezas? Pues los que van a ver sus represen- taciones, aflojando las riendas a los sentidos, dando todas las li- cencias al oído y a la vista, ¿cómo puede creerse que podrán en- frenar y reprimir el alma de las pasiones, del deseo del amor, del deleite y otras costumbres ilícitas?1

Ésta era una de las principales cuestiones suscitadas en el debate so- bre la licitud del teatro comercial y sus repercusiones sobre la comuni- dad civil y religiosa. La baja condición social y profesional de los co- mediantes, y su medio de vida itinerante, en el que hombres y mujeres compartían avatares en condiciones que podían atentar contra los con- vencionalismos sociales y morales, asentados tradicionalmente en una vida familiar integrada en un modelo de residencia estable y en la per- tenencia a una estructura familiar arraigada. Ciertamente, el incipiente desarrollo del teatro comercial en aquella década de 1580, que ya apuntaba claramente a la espectacular expan- sión de las décadas posteriores, introdujo la actividad teatral como ar- gumento de la reprobación moralizante de los teólogos españoles. El cre- cimiento casi espontáneo y constante de esta profesión, los recursos en ascenso que sus representaciones y bailes estaban proporcionando para

1 Mendoza, fray Alfonso de, Quaestiones quodlibeticae, et relectio Theologica, de Christi regno ac dominio..., Salamanca, Ex Typographia Michaélis Serrani de Vargas, 1588. Cfr. Cotarelo y Morí, Emilio, Bibliografía de las controversias sobre la licitud del teatro en España, Madrid, Biblioteca de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1904, p. 467.

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sufragar gastos de beneficencia o ingresos extraordinarios a los propios de los municipios, y el poderoso atractivo que esta novedosa forma de entretenimiento urbano tenía entre todos los órdenes sociales forzaba a las autoridades civiles y religiosas a implicarse necesariamente en su re- gulación e intervenir de manera activa en el debate abierto de inmedia- to sobre su conveniencia social y pública. La incorporación más amplia de la mujer a esta profesión, después de décadas precedentes, en las que la mayor parte de las compañías de la legua españolas contaban con jóvenes imberbes para interpretar los papeles femeninos, proporcionó notable éxito a las agrupaciones teatra- les pero también suscitó una amplia y constante crítica entre teólogos, preceptores y moralistas. Querría recordar ahora las palabras del jesuita portugués Pedro de Fonseca, en la línea de las críticas que otros destacados miembros de su orden, como Pedro de Ribadeneira o Juan de Mariana, verterían contra la actividad teatral entre el último tercio del siglo xvi y las dos prime- ras décadas del xvn. En sus Escusas que algunos dan para que no se prohiban las dichas comedias, el padre Fonseca incide también en la «relajada» condición de los comediantes y sus mujeres, pero su recha- zo moralista guarda además un componente nacional, pues va dirigido contra las compañías españolas que acuden a actuar a Lisboa, y por ello se refiere a ellas como «gente vagabunda y estranjera»:

[...] la cualidad de las personas que representan farsas, que son gente vagabunda y estranjera de cuya vida no hay buena proba- ción y muy mala presunción; las mujeres son mozas, y de buen parecer, sin ningún encogimiento, así en los teatros como por las calles y casas de las ciudades y lugares. Y, puesto que digan que son casadas, como los compañeros sin escrúpulo, se piensa de muchas que no lo son por el poco cuidado y celo que ellos mues- tran tener de su honestidad, de lo cual se cuentan y saben tantos y tales ejemplos que ni apuntarlos ni oírlos sufre la modestia. En fin, esta gente igualmente es infame en los teatros y fuera de ellos2.

Este manuscrito realizado en portugués a fines del siglo xvi por el padre Pedro de Fonseca se encuentra en una versión española del siglo xvn en la Biblioteca General Universitaria de Granada, caja C-26 (11), fols. 9r.-18v. junto con sus Fundamentos por los cuales parece se deben prohibir las comedias que hoy se representan; véase la edición de Granja, Agustín de la, «Un documento inédito contra las comedias en el siglo xvi: Los Fundamentos del P. Pedro de Fonseca», en Homenaje a Camoens. Estudios y Ensayos Hispano-Portugueses, Granada, Universidad de Granada, 1980, pp. 173-194, la cita procede de la p. 187.

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Dado el apretado espacio del que dispongo y ante el preámbulo que estas reflexiones iniciales representan para el caso particular que deseo tratar, dejaré en este punto la discusión sobre la licitud del teatro3, no sin antes aludir a las conclusiones siguientes de Francisco Ortiz en su Apología en defensa de las comedias que se representan en España (1614), pues los pecados y delitos de unos comediantes no podían jus- tificar la condena de esta profesión y privar a la sociedad de los bene- ficios para la formación, la beneficencia y el ocio público que ofrecían las representaciones teatrales:

Y como sea verdad que las comedias que se representan ahora en España sean de ordinario honestas, de las quales, con dificul- tad se puede sacar ocasión de pecar, que habernos contado, ge- neralmente hablando, que el que va a oírlas, sea eclesiástico o sea seglar, no peca en ello si acaso no tiene la experiencia de su flaqueza que he dicho. Ésta es opinión indubitable que se colige de los autores allegados, y la defiende fray Alfonso de Mendoza [...], y yo la he visto defender en Salamanca con aprobación de toda la Universidad, y Casaneo cuenta del gravísimo Parlamento de París que asiste a ellas; y esto mismo vemos hoy autorizado y calificado por todos los tribunales de España, pues vemos oír comedias a obispos, oidores, inquisidores y religiosos; y en el mismo teatro que se representan las oyen en Salamanca pública- mente frailes de todas órdenes, dotores de todas facultades y ca- tedráticos de cátedras muy graves; y en poco menos de diez años que he estado en aquella Universidad no he visto hombre grave ni docto que dixese lo contrario de lo que yo defiendo, aunque se han ofrecido muchas ocasiones para hablar dello4.

En aquella misma década de 1580 el Consejo de Castilla aprobó un decreto que tendría honda repercusión en la organización de las com- pañías teatrales españolas: es el que regulaba la participación de las mu- jeres en las agrupaciones de representantes3. El texto de esta disposi-

Además de la obra de Emilio Cotarelo y Mori ya citada (nota 1), quisiera recomendar también los trabajos de García Berrio, Antonio, Intolerancia de poder y protesta popu- lar en el Siglo de Oro: los debates sobre la licitud moral del teatro, Málaga, Universidad de Málaga, 1978, y Suárez García, José Luis, «La licitud del teatro en el reinado de Felipe II: textos y pretextos», en Pedraza Jiménez, Felipe B. y González Cañal, Rafael, eds., El teatro en tiempos de Felipe II. Actas de las XXI Jornadas de Teatro Clásico (Almagro, 1998), Almagro, Universidad de Castilla-La Mancha, pp. 219-252. Ortiz, Francisco, Apología en defensa de las comedias que se representan en España, ed. de Louis C. Pérez, Chapel Hill (North Caroline), Estudios de Hispanófila, 1977 (Impreso en Valencia), capítulo VI «De los que van a oír las comedias», pp. 86-87. Sobre esta prohibición de que las mujeres representaran, dictada por el Consejo de Castilla a instancias de la Junta de Reformación de Costumbres que actuó en la cor-

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ción, dictada en Madrid el 24 de noviembre de 1587 para levantar las prohibiciones impuestas a la representación de las actrices en junio de 1586, se comunicó a los corregidores y autoridades civiles de las ciu- dades y villas castellanas en estos términos:

Por justas consideraciones a parescido se dé licencia a las mu- geres de los ¡representantes, constando primeramente que son ca- sadas y traen sus maridos consigo, para que puedan rrepresentar en abito de mugeres y no de hombres, con lo qual se mande que ningunos muchachos puedan entrar a rrepresentar bestidos ni to- cados como mugeres; y se os avisa para que luego questa rreci- báis, lo hagáis así guardar y executar en essa ciudad y su juridi- ción, castigando a los que contravinieren6.

Previamente se exigía a las actrices que acreditasen su condición de casadas o de menores dependientes de sus padres, y que solicitasen li- cencias a tal efecto. Esta regulación autorizó el ejercicio profesional de las actrices en detrimento de los jóvenes actores, quienes, pese a la pro- hibición, siguieron interpretando papeles secundarios de criadas y se- gundas damas en muchas compañías de aquella década. Nos consta que estas medidas tuvieron una aplicación relativa. Los autores de comedias y los propios comediantes trataban de guardar las apariencias y evitar las delaciones ante autoridades civiles por el in- cumplimiento de las ordenanzas reales, o ante autoridades eclesiásticas, puesto que el matrimonio no sólo constituía un contrato civil, sino tam- bién un sacramento religioso que en los casos de bigamia podía ser per- seguido por la Inquisición. Además, los matrimonios fingidos y los amancebamientos también podían motivar procesos civiles, como el caso estudiado por Agustín de la Granja sobre el comediante Alonso de Uceta, de la compañía de Juan Jerónimo Valenciano, que se presentó ante la

te durante los años 1584-1586, véase Davis, Charles y Varey, John E., Los corrales de comedias y los hospitales de Madrid: 1574-1615. Estudio y documentos, Madrid, Editorial Támesis, 1997, pp. 41-43, y 125-130; Granja, Agustín de la, «Notas sobre el teatro en tiempos de Felipe II», en García Lorenzo, Luciano y Varey, John E., eds., Teatros y vida teatral en el Siglo de Oro a través de las fuentes documentales, London, Tamesis, 1991, pp. 19-41, especialmente, 26-30 y 35-36; García García, Bernardo J., «El Teatro de las Comedias del Príncipe», Manuscrit.Cao, VI (1994-1995), pp. 5-24, especialmente pp. 11-13; y Sanz Ayán, Carmen, y García García, Bernardo J., Teatros y comediantes en el Madrid de Felipe II, Madrid, Editorial Complutense, 2000, pp. 78-79. Decreto procedente del Archivo Municipal de Granada citado en Granja, op. cit. (nota 5), doc. 1, p. 39.

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Real Cnancillería de Granada en 16257, o el de Jerónima de Salcedo, hija del autor de comedias Mateo de Salcedo, con el joven duque de Osuna en 1596-1597, estudiado por Carmen Sanz Ayán8. Sumada a las propias condiciones de vida de los comediantes, esta normativa que obligaba a las actrices a estar casadas debió de propiciar en las agrupaciones profesionales muchos abandonos, segundos y terce- ros matrimonios con actrices viudas, matrimonios fingidos y amanceba- mientos. Además, los vaivenes de fortuna y la calidad profesional de los representantes también estaban sujetos a las necesidades de la empresa, y podían obligar a contratar actrices que sería conveniente «legalizar» de acuerdo con los requisitos matrimoniales de la normativa vigente desde 1587, aunque, como veremos, incluso antes de esta regulación también procuraban guardarse las apariencias para evitar denuncias ante la justi- cia. La mayoría de los casos pasarían desapercibidos para las autorida- des, y, entre los denunciados, como el de bigamia que nos ocupa, mu- chos resultarían difíciles de demostrar dada la constante itinerancia, la gran inestabilidad de las compañías y la falta de medios legales para ga- rantizar el cumplimiento de este requisito. Como veremos, estas denun- cias procedían de personas contrarias a la vida más «licenciosa y llama- tiva» de los comediantes, pero también intervenían los celos y las disputas entre ellos mismos. Repasemos ahora los hechos y la evolución del pro- ceso por bigamia seguido por el Tribunal del Santo Oficio de Toledo con- tra el farsante toledano Alonso de Ávalos entre el 7 de marzo y el 20 de diciembre de 15899. Como era habitual en los procesos inquisitoriales, el denunciante que- da en el anonimato en el expediente conservado. El licenciado Sotocamero, fiscal del Santo Oficio de Toledo, es el responsable de promover la causa ante los inquisidores don Rodrigo de Mendoza y don Lope de Mendoza. Las diligencias comienzan en Toledo el 7 de marzo, con el primer testi- monio solicitado como testigo al celebrado autor de comedias Andrés de Ángulo, quien, según declara, era natural de Córdoba, vecino de Toledo en casa del corredor del peso real Aguilar en la parroquia de la Magdalena y tenía aproximadamente cincuenta años de edad, es decir, que nació hacia

Granja, Agustín de la, «Un caso de amancebamiento en la compañía de Juan Jerónimo Valenciano», en Diago, Manuel V. y Ferrer, Teresa, eds., Comedias y comediantes. Estudios sobre el teatro clásico español, Valencia, Universitat de Valencia, 1991, pp. 349-368. Sanz Ayán, Carmen, «Recuperar la perspectiva: Mateo de Salcedo, un adelantado en la escena barroca (1572-1698)», Edad de Oro, XIV (1995), pp. 257-286 y especial- mente pp. 277-281. Este proceso contra el farsante Alonso de Ávalos puede consultarse en el Archivo Histórico Nacional, Inquisición, Tribunal de Toledo, leg. 23, exp. 1.

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1539. Se trataba de la Cuaresma de aquel año de 1589, el período en que las compañías no podían representar; se realizaban nuevas contrataciones para la siguiente temporada y muchos comediantes volvían a sus lugares habituales de residencia. Ángulo declara porque conocía personalmente a Ávalos y había trabajado con él años atrás pero no parece que formase par- te de su agrupación aquella primavera en Toledo. Respondió al fiscal que no sabía el motivo por el que se le había llamado ante este tribunal inqui- sitorial y, al preguntarle si conocía alguna «persona casada por segunda o más veces siendo viva su primera mujer o marido», enseguida aludió al caso del farsante Alonso de Ávalos. El propio Ángulo había estado pre- sente en su boda en Ronda con la hija de un carnicero llamada Helena Díaz, y otro farsante ya difunto llamado León Granadino había actuado como padrino en el enlace. Aunque en su declaración no acierta con la fe- cha de la boda, que fija hacia 1582-1583, señala que después había visto en Toledo a Ávalos casado con otra mujer, Juana de Vega, y que sabía por testimonio de varias personas, como el del farsante sevillano Juan de Palma, que su primera mujer no había fallecido aún, sino que se hallaba amigada con el alcaide de las cárceles de castellanos de Lisboa. Indicaba además, que este otro testigo había llegado a Toledo el 4 de marzo después de ac- tuar en Valencia «quejándose de esta circunstancia y señalando que Helena no sólo vivía, sino que estaba preñada». Ángulo concluía su declaración advirtiendo que «no lo diqe por odio», pero lo cierto es que su testimonio, ratificado al día siguiente por el propio Palma, motivó el auto de prisión contra Ávalos, que ingresó en las cárceles secretas de la Inquisición sin se- cuestro de sus bienes el día 8 de marzo, después de registrarse que lleva- ba consigo solamente «19 reales menos 8 mrs., que se entregaron al pro- veedor Benito de Saavedra». El testimonio de Joan o Juan de Palma, «farsante natural de Sevilla, que tiene casa en Córdoba, y al presente reside en Valencia y está de paso en Toledo», de edad de más de treinta y siete años (n. antes de 1552), explica que, estando en Lisboa en 1586 junto con Andrés de Ángulo, el farsante Alonso de Ávalos le había pedido que hablase con el alcaide de las cárceles de los castellanos, un granadino llamado Fuentalante, para que dejase marchar a la mujer de Ávalos, con quien «estaba amigado». La respuesta fue negativa, «porque ni ella quería y estaba preñada de él». Palma no había podido verla entonces, pues se hallaba escondida para que el Auditor militar no interviniese en el caso, pero supo que estaba viva, con salud y embarazada de su amante, quien la abandonó después de parir. Esta información la tenía del propio Fuentalante, a quien vio en Granada ocho meses después. Además, se encontró con Ávalos en Medina del Campo siete u ocho meses más tar- de, casado con Juana de la Vega y ésta también preñada, y aunque le

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dijo que su primera esposa había fallecido, Palma había oído decir y murmurar a mediados de 1587 que todavía estaba viva. Remitió la con- firmación de su testimonio a otros comediantes con quienes compartía agrupación por aquellos años y de los que el tribunal inquisitorial po- dría recabar información pocos días después, ya que se hallaban tam- bién en Toledo Melchor de Villalba y su hermana Juana de Villalba, ca- sada con el comediante Juan de Morales Medrano. El mismo día 8 de marzo por la tarde tuvo lugar la audiencia en la que Ávalos fue sometido al primer interrogatorio por el fiscal inquisi- torial. Siguiendo el procedimiento habitual comenzó su declaración aportando información personal sobre su origen y genealogía, su cali- dad como cristiano practicante y una breve reseña biográfica. Dijo que era un actor vecino de Toledo, que contaba con unos 27 años de edad, nacido en el seno de una familia de Mazarambroz (Toledo) propietaria de una heredad desde época de su abuelo paterno, Alonso de Córdoba. Se crió allí y en Toledo, en donde se habían avecindado sus padres, Juan Luís de Córdoba y María de Ávalos. Una tía hermana de su padre, Catalina Ramírez de Vargas, se casó con el escribano de Mazarambroz Esteban Diez. Su hermana María de Ávalos contrajo matrimonio con otro propietario de su pueblo natal, Pedro de Benavides, y su hermano Juan Luis de Córdoba seguía siendo soltero pero no tenía noticias re- cientes de él. Según su declaración, la mayoría de estos parientes ya ha- bían fallecido en 1589. Aunque señala que sus padres y abuelos eran cristianos viejos y nunca habían sido castigados o procesados por la Inquisición, omite los nombres de su abuela paterna, su abuelo materno y los tíos hermanos de su madre. Sostiene que es cristiano bautizado y confirmado, si bien no recuer- da qué obispo le confirmó en Ronda antes de casarse. Admite respetar los preceptos de la Iglesia, oír misa y comulgar regularmente, y añade que se confesó y comulgó la pasada Cuaresma en la parroquia de San Miguel de Madrid y en otras cuaresmas, «aunque no se le acuerda en qué parte confesó e comulgó por andar siempre de una parte a otra con su oficio de representante». Al preguntarle el fiscal por las oraciones que sabía, mostró que podía signarse y santiguarse bien en romance, y rezar en latín el Padrenuestro, el Ave María, el Credo y el Salve Regina. Había aprendido a leer y a escribir en Toledo con un clérigo llamado Bautista y con otra persona apellidada Jerez, pero no había estudiado ni poseía libros prohibidos. Cuando tenía dieciocho años se marchó a Madrid para prestar servicio como paje de un noble durante dos años, y después pasó otros dos sirviendo a don Alonso del Campo, hijo del factor real, y dejó este trabajo para asentarse como ayudante de un actor llamado Torres, de manera que «desde el dicho tiempo acá a andado ^representando con

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muchos autores en diferentes lugares, ansí en Castilla, como en el rrey- no de Portugal, Aragón e Valencia». En esta primera declaración, Ávalos afirma que se casó por primera vez en Ronda con la hija de un carnicero llamada Helena Díaz (o Diez), siendo padrinos del enlace el actor ya difunto León Granadino y su es- posa Úrsula Pérez, que vivía en Granada, ante el cura de la Iglesia Mayor de Ronda, cumpliendo con las velaciones en la misma ciudad de Granada ante el cura beneficiado Villalta, de la Iglesia de la Magdalena. Cohabitó con ella hasta que vinieron a Lisboa, pero, con ocasión de haber ido a representar a Coimbra, quedó mala de un dolor de costado del que mu- rió sin hijos en el mesón de Mateo Mañero junto a la Cruz de Cataquefarás hacia 1582, y fue enterrada en la parroquia de San Pablo en la capital lusitana. En 1585 él contrajo matrimonio en segundas nup- cias con Juana de Vega en la Iglesia de Santo Tomé de Toledo. Tampoco tenía hijos de ella. El propio acusado aprovechó esta primera declara- ción para informar al tribunal de que el mismo año de esta segunda boda había sido ya denunciado por bigamia:

[...] abrá como quatro años poco más o menos que a este confe- sante le achacaron ser biva la dicha su primera muger Helena Diez antel bicario desta ciudad [de Toledo], el qual le dio por li- bre dello, e no sabe ante qué notario passó la delación dello, ni quién dello pueda dar rrac,ón, si no es Christóval Pérez, alcaide que a la sazón hera de la Cárcel Real desta ciudad, y ansí éste a andado al dicho su offic,io con la dicha su muger por diferentes partes y lugares hasta que oy fue preso por este Santo Officjo y traído a él10.

Al demandarle el tribunal cuál creía que era la causa de su procesa- miento, Ávalos respondió que la desconocía, y, al verse presionado por la primera amonestación o [a.d]munición del fiscal, adujo que la denun- cia por bigamia en 1585 y ésta de ahora podían deberse a un malenten- dido motivado porque después de muerta su primera esposa, Helena Díaz, él había hecho pasar por aquella a una amante suya llamada Juana de Fuentes, para no suscitar problemas con la justicia y poder así viajar con ella libremente como mujer casada formando parte de su compañía:

Dixo que si es por casado dos veces, questé muerta la dicha su primera muger; se amigó con Joana de Fuentes, natural de

10 Archivo Histórico Nacional (AHN), Inquisición, Tribunal de Toledo, leg. 23, exp. 1, primer interrogatorio del acusado, el farsante Alonso de Ávalos, fechado en Toledo, a 8 de marzo de 1589.

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Yuncler, junto a Yllescas, y por rrespeto de que la Justigia no tu- viese que entender con éste con el testimonio de cómo éste y la dicha Helena Diez heran casados, la traía por amiga habiéndola nombrarse Helena Diez como la dicha su primera muger, con la qual debaxo de nombre de muger estuvo muchas veces en Lisboa, de donde pudo nacer algún hierro de entender que la dicha Helena Diez, su primera e berdadera muger fuese biva por nombrarse deste nombre la dicha Joana de Fuentes, la qual casó no sabe este confesante con quién, mas de que ella y el dicho su marido traen huna tienda de bohonero y andan por los lugares11.

Como testigos que podrían verificar esta versión propuso al autor de farsas Hernán González y a su mujer Fabiana Gómez, a la actriz Francisca, «que anda en su compañía y representa», y al músico Francisco, «que ta- ñía y cantaba con el dicho Hernán González», porque ellos «conocieron a la verdadera Helena Diez, muger deste, y después a la dicha Joana de Fuentes en este mismo nombre de Helena Diez, e que no sabe do esté al presente el dicho Hernán González e las demás personas que declaradas tiene podrán dar rrazón dello». El acusador le preguntó después si Juana de Fuentes había tenido otros amantes, y Avalos respondió que al poco de fallecer su verdade- ra mujer, Helena Díaz, un soldado apellidado Garcés le arrebató por un tiempo a esta amante en Lisboa, a la que recuperó después hasta que le abandonó. Él contrajo entonces matrimonio con Juana de la Vega, para cuya licencia dio información ante el vicario de Toledo de que era sol- tero. En el segundo interrogatorio, el día 10 de marzo, Avalos no quiso añadir nada más, salvo apuntar, cuando fue amonestado nuevamente por el fiscal (segunda admunición), que su primer matrimonio tuvo lugar ha- cía más o menos doce años (1577). Al día siguiente, prestó testimonio en esta causa la joven actriz Juana de Villalba, que había sido mencio- nada en la declaración del comediante Juan de Palma. Se presenta como esposa del actor Juan de Morales Medrano, está de paso por la ciudad de Toledo y cuenta con 19 años de edad. Sospecha que el motivo de su presencia ante el tribunal es para prestar declaración sobre el represen- tante Alonso de Avalos, y al pedirle el fiscal que dijese lo que sabía so- bre el caso, contestó:

[...] estando ésta que declara en Lisboa en la compañía de Hernán Goncález, autor, abrá como cinco años [hacia 1584], estava allí

11 Ibídem.

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el dicho Alonso de Avalos en la misma compañía, le oyó decjr muchas vec.es que hera casado y que le tenían ally a su muger por fuerza, aunque esta testigo no la vio, más de entender que estava ally la dicha su muger, y él se mostrava muy penado de que ella no volviese a hazer vida con él; y demás de que el di- cho Alonso Dávalos lo deg.ía, lo degían todos los que andavan en la dicha compañía, porque algunos dellos la conogían e abían vis- to allí, e questa no sabe que sea muerta, y que en este tiempo el dicho Alonso de Avalos tenía por amiga a una Joana que hera de por aquí gerca, que no la sabe esta testigo el sobrenonbre ni de a do hera natural, aunque la vio esta testigo algunas veges12.

El fiscal le preguntó después que «si el dicho Alonso de Avalos traía a la dicha Joana por amiga debaxo de nonbre de muger y llamándola Helena Diez», Juana de Villalba respondió:

[...] agora me acuerdo señor que Helena Diez se llamava la mu- ger del dicho Alonso de Avalos y no llamava a la dicha Joana su amiga, sino Joana y nunca le oyó degir que fuese su muger, aun- que es verdad que una vez pasando por una aldea de Portugal, por algún soplo que tuvo la justicia de que el dicho Alonso Dávalos hera amangebado con la dicha Joana, le quisieron pren- der, y él se escusó digiendo que traía la carta de casamiento de la dicha Helena Diez e que ansí se llamava la dicha Joana y que hera su muger y ésta y los de la compañía que allí benían que lo entendieron, se fueron rriyendo del enbeleco, pero nunca esta tes- tigo entendió que truxesse el dicho Ábalos a la dicha Joana de- baxo de nonbre de su muger, ni de Helena Diez, sino de amiga y Joana como dicho tiene13.

Para corroborar su testimonio, Juana proponía a su hermano Melchor de Villalba, que residía en Madrid y estaba esperándola, y al comediante Bautista del Campo, de la compañía de Nicolás de los Ríos, que se en- contraba presente en Toledo. Pero al final de su declaración añadía que no sabía si Helena Díaz estaba viva o muerta, y que sólo había oído de- cir en Toledo públicamente que Avalos estaba casado en segundas nup- cias con una mujer que se llamaban Juana. Al no saber firmar, lo hizo por ella el inquisidor que presidía la audiencia. De su declaración y de la de Avalos, podemos colegir cuáles eran los miembros de la compa- ñía del autor de comedias Hernán González a mediados de los años

12 AHN, Inquisición, Tribunal de Toledo, leg, 23, exp. 1, Testimonio de la actriz Juana de Villalba, Toledo, 11 de marzo de 1589. 13 Jbídem.

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ochenta en Lisboa y otros lugares de Castilla, Aragón y Valencia: Fabiana Gómez (su mujer), la actriz Francisca, el músico y cantante Francisco; el actor Alonso de Ávalos y su amante Juana de Fuentes, el actor Bautista del Campo (en 1589 miembro de la compañía de Nicolás de los Ríos), la joven actriz Juana de Villalba (con 14 años en 1584) y su hermano el actor Melchor de Villalba. Después de estas primeras diligencias, transcurrió más de un mes hasta proceder al tercer interrogatorio de Avalos. El comediante volvió a reafirmarse en su anterior declaración, pese a ser amonestado de nue- vo. El fiscal Sotocamero leyó entonces el texto de la delación que ha- bía motivado su procesamiento por bigamia ante la Inquisición:

En la cibdad de Ronda fue casado Alonso de Avalos farsante con una hija de un carnicero que se de§ía Quitería Díaz, dirán della qualquier carnicero, porque todos son sus deudos, cono£ella an por esta seña que tubo a su padre preso porque decían se acos- taba con ella y ella propia denunció a la justicia./ Después se la llebó un soldado que era de Granada que se decía Luna y se la llebó a Lisboa y allí la a tenido muchos días y allí dizen questá agora, dirán della qualquier soldado del Castillo o el sargento Trefeno que es de Granada y los conoce muy bien. / Las señas de la muger son éstas: es una muger delgada, algo espigada de cuerpo, morena del rrostro y el rrostro aguileno y un poco pe- queño14.

El documento nos advierte sobre las circunstancias de abusos por las que la primera mujer de Ávalos, Quitería (o Helena) Díaz, había de- nunciado a su padre, y nos introduce a un soldado granadino apellida- do Luna con quien se había fugado a Lisboa. Incluye asimismo la pri- mera descripción física de la mujer, cuya identidad y paradero debe esclarecerse para probar la acusación de bigamia de Avalos. En esta mis- ma audiencia, el fiscal presentará formalmente y por primera vez la acu- sación15 al procesado, siguiendo las pautas habituales en los tribunales

14 AHN, Inquisición, Tribunal de Toledo, leg. 23, exp. 1, Documento de delación por bigamia contra el farsante Alonso de Ávalos, sin fechar. 15 «El licenciado Sotocameno fiscal deste Santo Officio en la mejor vía, forma y ma- nera que puedo y de derecho debo ante vuestras mercedes parezco y acuso crimi- nalmente a Alonso de Ávalos, representante vecino desta §iudad, preso en las cárze- les desta ynquisición y aquí presente, por hereje apóstata de nuestra Santa fe catholica y ley evangélica o al menos por muy sospechoso de serlo, porque siendo el susodi- cho christiano bautizado y confirmado y por tal se nombrando postpuesto el amor de Dios y salvación de su ánima con escándalo y en menosprecio del pueblo cathólico y religión christiana, sintiendo mal de los sacramentos y en especial del matrimonio,

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inquisitoriales. El acusado negó haber sido hereje, sino «buen católico y cristiano», y rechazó en general todo lo expuesto como delito por la acusación. Se le hizo entrega de una copia de la acusación y se le asig- nó como abogado al doctor Tello Maldonado, al cual se tomó juramen- to en dicho acto antes de la lectura pública de las confesiones del pro- cesado. Al volver a ratificarse en sus declaraciones, el inquisidor autorizó que se pasase a una nueva fase en el proceso consistente en la proban- za de los testimonios a favor y en contra del acusado. El expediente conservado no incluye referencia a nuevas diligencias hasta mediados del mes de septiembre, en que consta una petición de información al Tribunal de la Inquisición de Lisboa y a las autoridades militares españolas en la capital portuguesa. Las respuestas llegaron en- tre el 12 y el 27 de octubre. Mateo Mañero, propietario de un mesón en la parroquia de San Pablo junto a la Cruz de Cataquefarás, ya había fa- llecido, y su mujer María de Sousa no conocía a Helena Díaz. El vee- dor general de la gente de guerra española acantonada en Portugal, don Pedro de Guzmán, no tenía en sus registros a ningún soldado llamado Hernando del Castillo, y el sargento Treceno sí conocía a un soldado granadino llamado Luna que residía en Setúbal. Se trataba en realidad del alférez Juan de Luna, pero nunca había oído hablar de la tal Helena Díaz, ya que había permanecido cuatro años en Flandes y hacía apenas tres meses de su regreso a Portugal. El cura párroco de la Iglesia de San Pablo de Lisboa, Fernao Roiz, no pudo confirmar el enterramiento de Helena Díaz en el cementerio de su parroquia, y añadió que un soldado llamado Madrid, casado en Setúbal, dijo que la conocía y podría dar su dirección porque el tal Luna es tío de otro soldado que está en Setúbal en la compañía del capitán don Fernando de Agreda, y que Luna esta- ba por Lisboa para embarcar con don Alvaro de Bazán al mando de la Armada del Mar Océano. El interrogatorio de este otro soldado de la compañía del capitán Agreda, llamado también Juan de Luna, tampoco

estando casado y velado con Helena Díaz vecina de Ronda, y aviendo hecho con ella vida maridable, siendo y estando la susodicha viba, se casó segunda vez con Juana de Vega, vecina de esta ciudad, con la qual ansi mesmo ha hecho vida maridable, etc. Por esta razón de todo lo qual a cay do e yncurrido en muchas y muy graves pe- nas en derecho puestas y statuydas contra los que cometen semejantes delictos. Porque aceptando como aceptó sus confesiones en lo que por mí hacen y no en más a vuestras mercedes pido le manden condenar y condenen en todas las susodichas penas, porque para él sea castigo y otros en él tomen exemplo para no cometer otros ni semejantes delictos y pido cumplimiento de justicia y testimonio, etc. y juro a Dios que esta acusación no la pongo de malicia, etc. Fdo: El Licdo. Sotocameno», AHN, Inquisición, Tribunal de Toledo, leg. 23, exp. 1, Texto de la acusación del fiscal Sotocamero contra el farsante Alonso de Ávalos, Toledo, 14 de abril de 1589.

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resultó concluyente pues no sabía si Helena Díaz estaba viva o muerta. Él también conocía a otro soldado llamado igual, con quien coincidió cuando los ingleses atacaron Lisboa a comienzos del verano de aquel mismo año de 1589. Las averiguaciones hechas por el vigario de vara de Setúbal, Duarte Borges, para tratar de saber si la mujer que busca- ban seguía viva interrogando al soldado Pedro de Madrid de la compa- ñía del capitán Luis de Cisneros tampoco resultaron positivas. Por últi- mo, Gregorio Fereira confirmó al Tribunal de Lisboa que, efectivamente, había dos soldados naturales de Granada apellidados Luna, pero no en- contró a ninguna de las demás personas que se buscaban. Dado que las pesquisas en Portugal no eran concluyentes, aunque existían indicios a favor y en contra de lo sostenido por el acusado, los inquisidores solicitaron información al bachiller Francisco Guerrero, co- misario del Santo Oficio en Ronda, a través del Tribunal de Granada y por orden de los doctores Mexía de Lasarte y Salcedo de Morales, fe- chada en Granada el 20 de octubre. Este comisario debía consultar los libros de matrimonio de la Iglesia Mayor de dicha localidad malagueña e interrogar en secreto ante el notario de negocios de la Inquisición a los testigos que pudieran proporcionar cualquier información útil acer- ca de Helena Díaz, «una muger delgada, algo espigada de cuerpo, mo- rena de rrostro, cariaguileña, hija de Diego Díaz, cortador de carne, que vivía enfrente del Rastro junto a la carnicería en la plazuela del Mirador, y de María Calderona». El 26 de octubre aparece fechado el traslado que el cura de la Iglesia de la Magdalena de Granada, el licenciado Cabeza, realizó del acta de las velaciones del procesado, según consta- ba en el libro de casados y velados de dicha parroquia: «En 24 de abril [de 1577] velé a Alonso de Ávalos con Helena Díaz, vinieron desposa- dos de Ronda con testimonios suficientes, fueron padrinos Pedro Hernández y Úrsula Pérez, su mujer. Fdo. Alonso de Villalta [cura be- neficiado]». Entre los días 8 y 16 de noviembre el comisario Guerrero realizó una información de testigos sobre la boda de Ávalos con Helena Díaz que tuvo lugar en Ronda en 1577. Compareció primero una menudera viuda, vecina de la misma plazuela del Mirador, de unos cincuenta años de edad, que asistió a los desposorios. Según su testimonio, la boda se realizó de la forma ordinaria, les vio hacer vida marital durante ocho o nueve días y «luego se fueron con su farsa fuera desta cibdad y nunca más a buel- to a ella la dicha Helena Díaz, ni el dicho Alonso de Ávalos su marido que esta testigo aya sabido más de que a oydo decir que los an visto an- dar con la dicha comedia o farsa ambos juntos en Salamanca abrá cosa de quatro años». Si nos atenemos a la versión del acusado, esta infor- mación sobre su actividad teatral en Castilla hacia 1585 ya tendría que

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ver con su segunda mujer o con su amante Juana de Fuentes. En segun- do lugar declaró el clérigo presbítero Diego Díaz Cansino, capellán del Hospital Real de Ronda, de unos sesenta años de edad, que fue quien los desposó el 10 de abril de 1577, como consta en otro traslado del acta ma- trimonial del libro de casados y velados de la Iglesia Mayor de Ronda incorporado a este expediente: «En diez de abril de myll e quinientos e setenta e siete años, yo Pedro Díaz Cansino, cura de la Yglesia Mayor de Ronda desposé a Alonso de Ávalos, natural de Toledo, y a Helena Díaz, vecina de Ronda, fueron testigos Juan de Toledo y Juan de Lares y Matías de Villena». Según el testimonio del tercer declarante, el maes- tro de escuela de Ronda, Juan de Lares, presente en el enlace como tes- tigo, los otros dos, el platero Juan de Toledo y Matías de Villena ya ha- bían fallecido. El joven calcetero y jubetero Alonso Gutiérrez, de veintisiete años, afirma que también asistió a los desposorios, porque en 1577 formaba parte de la compañía: «que venía con ellos ayudándoles en la farsa o comedia que trayan [...], como mes y medio después de des- posados andubo con ellos y en Málaga los dexó y este testigo se fue de- llos y nunca más los ha visto ni sabido dellos». El quinto testigo fue otro vecino de Ronda, de veintiséis años, llamado don Alonso de Ahumada Mudarra, que no asistió a la boda, pero sí los vio en Ronda haciendo vida conyugal, y hacia 1584, cuando él cursaba sus estudios en Salamanca, Alonso de Ávalos y Helena Díaz llegaron allí y «andavan en una farsa y les conoció este testigo y habló con marido y muger, y les vido hacer en la dicha cibdad de Salamanca vida maridable como tiempo de un mes». Este testimonio fue respaldado también por un abogado de Ronda de unos veinticinco años, el bachiller Pedro Martínez Cordero, quien había oído decir hacia 1585 que estaban vivos en Salamanca y Medina del Campo, a donde decían que tenían casa de posadas. El 1 de diciembre tuvo lugar el último interrogatorio de Alonso de Ávalos ante el inquisidor don Lope de Mendoza. Las informaciones no habían permitido esclarecer el paradero de su primera mujer, y ninguno de los testimonios era lo bastante reciente. En el expediente no se con- servan más pesquisas con los demás comediantes aludidos en su des- cargo, como el autor de comedias Hernán González, y la profesión tam- bién itinerante de su amante Juana de Fuentes tampoco facilitaba la comprobación de este argumento en defensa de Ávalos. En esta nueva ocasión el acusado no añadió nada más a sus pasadas declaraciones. Se encontraba enfermo pues había tenido que abandonar las cárceles in- quisitoriales para ingresar, escoltado por el portero Francisco Rodríguez, en el Hospital Real de Toledo. Una vez curado, declaró que «no ha vis- to ni entendido que ningún preso trata con otros ni que les ayan entra- do avisos de fuera parte ni de fuera los ayan metido a los dichos presos

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y que ni éste los lleva e que ha sido bien tratado del alcaide y despen- sero». Era el procedimiento obligatorio al entrar y salir de las cárceles secretas de la Inquisición. El 7 de diciembre aparece fechada en Granada una carta de los doc- tores Mexía de Lasarte y Salcedo de Morales, que llegó al Tribunal de Toledo el día 19. En ella se remitían las informaciones de testigos de Ronda junto con los traslados de las actas matrimoniales antes mencio- nadas, y se informaba del fallecimiento de dos testigos clave, el cura be- neficiado Villalta, que los casó, y el actor León Granadino, cuya mujer Úrsula Pérez no había podido localizarse por haber salido de Granada hacía más de tres años. Al día siguiente, el 20 de diciembre de 1589, el inquisidor decretó la suspensión de la causa formada por bigamia contra el farsante Alonso de Ávalos y mandó dejarle en libertad, tal como se verificó de inme- diato. Habían transcurrido casi nueve meses de este proceso contra un comediante de rango menor, que había movilizado los recursos de la ma- quinaria inquisitorial recabando información de los tribunales de Lisboa y Granada, de las autoridades civiles y militares españolas en Portugal, y del ámbito local en la ciudad de Ronda. El resultado parecía poco ren- table, pero su trascendencia ejemplar para el aparato inquisitorial ten- dría notable repercusión entre los comediantes, pues ponía de manifies- to el riesgo que asumían si no cuidaban sus apariencias o se atenían a la normativa establecida. De hecho, no abundan los procesos inquisito- riales por bigamia contra comediantes y actrices; seguramente eran más frecuentes los casos de amancebamientos aunque pocos los que fueron procesados. Las dificultades en la persecución de estos delitos ante la gran itinerancia de las compañías y la falta de arraigo de sus profesio- nales ya habían sido expresadas por algunos moralistas, como el jesui- ta Juan Ferrer a comienzos del xvn, mostrando la impotencia de las au- toridades para controlar eficazmente tan siquiera los textos de las comedias representadas:

[...] es imposible cumplirse esas condiciones, porque se sabe por experiencia que han sido llamados estos representantes a tribu- nales, y por perlados santos y celosos se les han prohibido esas cosas y no lo han cumplido, ni se puede esperar de semejante gente que cumplirán cosa de cuantas dicen; porque aunque mues- tren al Santo Oficio o al perlado la comedia y las letras y los en- tremeses, después añaden ellos lo que les parece en el teatro [...]. Y así dicen cuanto quieren, aun después de haber referendado lo que tienen, y nunca bastó ni bastará ponerles penas, porque el pueblo que los había de acusar, huelga de los oyr, y en no te- niendo algo torpe, nadie los oye ni gusta de ellos; ni se ha visto

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hasta hoy que hayan los jueces castigado ninguno de estos co- mediantes, sabiéndose cierto que aun donde les han puesto las dichas condiciones y penas, no guardan ninguna de ellas. Es, en tanto grado esto verdad, que los mismos defensores de las co- medias vienen a dar por remedio, que asista siempre a ellas un oficial del Santo Oficio, lo cual bien se ve cuan indecente y di- ficultoso es, pues sería necesario andar tras ellos por las villas y lugares del reino, y de noche por las casas particulares, donde los desórdenes por ser mayores, tienen más necesidad de remedio16.

El caso de Alonso de Ávalos tiene además otro interés adicional, pues contribuye a ampliar la información disponible sobre la actividad de al- gunas de las compañías y actores de la década de 1580, demostrando la constante presencia de estas agrupaciones en los distintos reinos penin- sulares, sin que los derechos aduaneros fueran un obstáculo para su gran movilidad. Completa además la información fragmentaria disponible so- bre la actividad teatral en Lisboa en esta misma década en el Patio de las Arcas, estudiado por Piedad Bolaños y Mercedes de los Reyes17. En el proceso encontramos datos que demuestran que varias compañías es- pañolas acudieron a Portugal para actuar en Lisboa, Oporto, Coimbra y otras ciudades y villas lusas en seguimiento de la corte de Felipe II, des- pués de la incorporación de este reino a la Monarquía Hispánica en 1580, y en los años siguientes para el entretenimiento de las fuerzas castella- nas acantonadas allí, y de la corte virreinal del archiduque Alberto. Sabemos que la compañía de Hernán González se encontraba en Lisboa en 1582, y que se alojaba en el mesón de Mateo Mañero, donde es pro- bable que también pudieron ofrecer algunas representaciones. De hecho, por un documento bien conocido fechado aquel mismo año18 se acuer-

16 Ferrer, Juan, s.j., Tratado de las comedias, publicado bajo el pseudónimo de Dr. Fructuoso Bisbe y Vidal, Barcelona, Gerónimo Margarit, 1618. Cfr. Cotarelo y Mori, op. cit. (nota 1), p. 257. 17 Véanse al respecto los trabajos de Bolaños Donoso, Piedad y Reyes Peña, Mercedes de los, «El Patio de las Arcas de Lisboa a finales del siglo xvu. Comparación con el corral castellano», en Actas del Simposio Internacional El teatro español a fines del siglo xvu. Historia, cultura y teatro en la España de Carlos II (Amsterdam, 6-10 de junio de 1988), Diálogos Hispánicos de Amsterdam, 8 (1989), vol. III, pp. 811-842; «Presencia de comediantes españoles en el Patio de las Arcas de Lisboa (1640-1697)», ídem, pp. 863-901; «La construcción del patio de las Arcas de Lisboa tras el incen- dio de 1697», Philologia Hispalense, IV (Homenaje al prof. D. Juan Collantes de Terán), fase. L-II (1988), vol. 3, pp. 433-458, y «Presencia de comediantes en Lisboa (1580-1607)», en Teatro del Siglo de Oro. Homenaje a Alberto Navarro González, ed. María Luisa Lobato, Kassel, Reichenberger, 1990, pp. 63-86. 18 Biblioteca Nacional de España (Madrid), ms. 18637/10, doc. 2, «Cartas de come- diantes del siglo xvi», estudiado por Sánchez Mariana, Manuel, «Documentos sobre

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da con la compañía de Joan de Limos que vuelvan a actuar en el patio de las Arcas, ubicado en el interior de la ciudad, y no a las afueras. Podemos intuir que la presencia de la compañía de González debió de ser anterior a la de Limos (noviembre-diciembre de 1582), pero además se mencionan también otras estancias posteriores y, sobre todo, la de 1584, confirmada por el testimonio de Juana de Villalba. Aún queda mucho por hacer en el estudio de la condición socioeco- nómica de los comediantes, y son todavía muy escasos los trabajos de- dicados al seguimiento y análisis de la documentación judicial relacio- nada con la actividad teatral en España, en otros países europeos y en los espacios coloniales americanos. Ésta ha sido una pequeña contribu- ción para unos años claves en la evolución del teatro comercial en la Península ibérica, que nos permite reconstruir muchos aspectos de la tra- yectoria y orígenes de un comediante hasta ahora prácticamente desco- nocido.

actores y teatros en la Sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional », en Ruano de la Haza, J. M., ed., El mundo del teatro español en su Siglo de Oro: ensayos de- dicados a John E. Varey, Ottawa, Dovehouse Editions, 1989, pp. 409-435, editado en p. 412, n. 1; analizado también en Bolaños y Reyes, op. cit. (nota 16, 1990), pp. 63, 69-70 y 85, apéndice I.

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