ALEJANDRO LERROUX GARCÍA (La Rambla, Córdoba, marzo de 1864 / , junio de 1949)

El republicano más conocido y veterano cuando se proclamó la República el 14 de abril era cordobés de nacimiento pero pasó su juventud en , que fue su plataforma política durante buena parte de su carrera política. Su gran arma en este sentido no fueron sus estudios, pues el título universitario que aducía era de origen cuando menos dudoso, sino su retórica populista característicamente anticlerical y su trabajo en la prensa republicana con los que se hizo un nombre como renovador de este movimiento. Con gran predicamento durante años entre los trabajadores de Barcelona y su extrarradio, por lo que se le conoció como el «emperador del Paralelo», llegando a fundar una Casa del Pueblo, y gran rival por tanto del anarcosindicalismo, también fue un importante adversario de la influencia de la Lliga, burguesa y catalanista, negándose a participar en la Solidaritat Catalana, en la que sí participaron otros muchos líderes republicanos. El anticatalanismo y el rechazo del movimiento obrero a su izquierda fueron constantes en su vida y se acentuaron con los años. Fundó el Partido Republicano Radical (PRR) en 1908, inspirado en el francés del mismo nombre, y que era el principal partido histórico del republicanismo a la altura de 1931, llegando a contar con una importante organización. Como otras fuerzas republicanas fue perdiendo influencia a partir de la Primera Guerra Mundial a medida que se iba haciendo cada vez más conservador y se iba enriqueciendo de forma sorprendente. La mayoría de los especialistas consideran que, desde su estancia en Argentina en 1908-1909, vinculó las políticas públicas a sus negocios privados y a la multiplicación de su fortuna personal. Los escándalos de corrupción y la fama de venal le acompañaron ya toda su vida, empezando por los turbios negocios en el Ayuntamiento de Barcelona. Su fama de buenas relaciones con la policía, los confidentes y los servicios secretos del Estado fueron habitual objeto de comentarios y en general le garantizaban siempre la huida, por lo que apenas pisó las prisiones, algo raro en un agitador como él, lo que incluye 1930, cuando tampoco fue apresado ante la irritación de sus compañeros de comité revolucionario. Su mala fama en general contribuyó en buena medida a que sus compañeros del Pacto de San Sebastián, que él suscribió, le relegaran a partir de abril de 1931 en el Gobierno provisional a ministro de Estado (Asuntos Exteriores) y a que su partido sólo obtuviera dos carteras. En cualquier caso probablemente fue el republicano más famoso y más votado (logró cinco actas electorales, renunciando a cuatro) en las elecciones de junio de 1931. Su posición política fue contraria a que continuaran los socialistas en el gobierno después de aprobada la Constitución y se opuso a hacer concesiones al nacionalismo catalán y a la descentralización del Estado. Si a esto se suma su ausencia de los debates parlamentarios en los meses en que tomó forma la Constitución, porque su cargo le hacía estar fuera de España a menudo y porque se mostró durante toda la República bastante remiso a hablar en las Cortes, explica en parte el fracaso de su candidatura a la presidencia del Gobierno en octubre de 1931, tras la salida de Alcalá-Zamora, en beneficio de Azaña. En diciembre, él y su partido abandonaron el gabinete pasando a la oposición en el parlamento y a liderar a los descontentos con las reformas del primer bienio, en particular las clases medias y el empresariado enfrentados a las políticas laborales de Largo Caballero. Su política se guió desde entonces en intentar atraer a parte de la derecha conservadora hacia la República, siendo su partido un importante refugio de caciques rurales exmonárquicos, principalmente en el Sur. Paradójicamente los radicales liderados por él secundaron la mayoría de las leyes del primer bienio y la Constitución en líneas generales desde el Gobierno, y tras salir de él, con sus votos aprobaron en el parlamento las leyes fundamentales de la reforma agraria, el Estatuto catalán, la reforma educativa, la Ley de Congregaciones y otras leyes laicistas. Para capitalizar el descontento no le importó mantener contactos con el propio Sanjurjo antes del golpe de agosto de 1932. Las sospechas de haber estado involucrado en él se incrementaron cuando convirtió la amnistía de los implicados en un punto importante de su programa electoral en los comicios de noviembre de 1933, compartido por la CEDA. Punto en el que siguió insistiendo tras formar gobierno en diciembre de 1933 y que junto a las progresivas concesiones que se comenzaron a hacer a la derecha antilberal terminó dividiendo a su partido en 1934. Las elecciones de 1933 supusieron un gran éxito para él, aunque por detrás de la CEDA, lo que condicionó sus políticas, que evolucionaron de un revisionismo de las políticas anteriores, en particular la laboral y la agraria, a un franco contrarreformismo, impulsado sobre todo por la CEDA, y que no supo o quiso frenar. Aunque ya había sido brevemente presidente del Gobierno en sustitución de Azaña en septiembre-octubre de 1933, fue el político que más tiempo lideró los diferentes consejos de ministros durante el segundo bienio, antes de la entrada de la CEDA en octubre de 1934 y aún después, con gobiernos en los que los radicales llegaron a estar en minoría. Los más centristas, o si se prefiere izquierdistas, de su partido, le fueron abandonando de forma progresiva (Martínez Barrio, Campoamor, Samper, Álvarez Mendizábal). Los escándalos en otoño de 1935 del , que afectaba a su clan más próximo y a su hijo adoptivo, Aurelio, y el Tayà-Nombela, que le involucraba personalmente, acabaron con su carrera política y ministerial. Fuera del Gobierno y resentido, en particular por la actitud de Alcalá-Zamora, él y sus partidarios boicotearon a los gobiernos Chapaprieta y Portela, haciendo pinza en ocasiones con los cedistas, mientras su partido se deshacía. Convertido en un cadáver político, pocos le querían de aliado en las elecciones de febrero de 1936, en las que ni siquiera salió elegido diputado. El 17 de julio, bien enterado de lo que se avecinaba, como él mismo cuenta en sus memorias, ya salió hacia Portugal. Fuera de España durante la Guerra Civil, ejerció de «profranquista» en el exilio, con manifestaciones a favor del golpe y más tarde cartas dirigidas a Franco de tono más que lisonjero. En 1945 aparecieron en Buenos Aires sus memorias La pequeña historia donde más que negar haber sido un corrupto viene a afirmar que eso era práctica común y ampliamente compartida por casi todos. Sus justificaciones en esta obra del golpe y de la guerra, aún no concluida cuando escribió buena parte de ellas, le sirvieron para ganarse la tolerancia del régimen de Franco, pudiendo volver a España en 1947, donde moriría.

BIBLIOGRAFÍA

Álvarez Junco, José (1990): El Emperador del Paralelo. Lerroux y la demagogia populista. Madrid: Alianza Editorial.

Townson, Nigel (2002): La República que no pudo ser. La política de centro en España (1931-1936). Madrid: Taurus.