Recorridos Por La Musica De Camara
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JORY VINIKOUR c1avecín (Estados Unidos) Miérco les 11 de mayo de 2011 • 7 :30 p .m . SALA DE CONCIERTOS ANca DE LA REPÚBLICA BIBLIOTE Á GEL ARA GO Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. UN NUEVO INSTRUMENTO En la noche de hoy tendremos el privilegio de presenciar el estreno de un clavecín italiano construido por Jean-Franc;ois Chaudeurge y recientemente adquirido por el Banco de la República. Chaudeurge, francés de nacimiento y residente en Colombia, realizó una copia muy cercana al instrumento de Carlos Grimaldi, construido en Messina, Italia, en 1697 y conservado en la actualidad en el museo de Núremberg. Entre sus especificaciones técnicas vale mencionar que posee un sistema transpositor La 415/440 Hz, para hacer del mismo un instrumento más versátil. Construido con respeto absoluto por los materiales y métodos de elaboración de la época, las maderas del nuevo clavecín de la Sala de Conciertos de la Biblioteca Luis Ángel Arango fueron pegadas exclusivamente 1 con cola calie nte de lutería y trabajadas con herramientas de mano. La elaboración de las cuerdas se plegó al modelo original y los plectros fueron hechos con plumas de aves. La caja del instrumento es de ciprés italiano, ricamente decorada al estilo del original, y su base es de flor morado torneado, aspectos que e nmarcad os e n sus 2 .56 metros de longitud, hacen de este noble c lavecín un instrumento de sobrecogedora presencia, ideal para la in terpretación del continuo propio de los ensambles instrumentales del Barroco. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. EL TALLER DE CHAUDEURGE Nota de Nicolás Alexiades Ocurrió a finales del verano. En el sur de Bélgica las pasturas poseen un verde espléndido, ya medida que el sol poco a poco se posiciona oblicuo va bañando la vista con una luz que le confiere al paisaje un toque de irrealidad. Nos hicimos al camino con un amigo que quería hacer reparar un viejo clavicordio, y con el vetusto instrumento a bordo fuimos en busca del taller de quien nos decían era el más experto en la región. Condujimos a través de las colinas y campiñas de Walonia hasta arribar a Ville-Ies-Bois, cerca de Namur. Llegamos a una casa en zona rural , de ladrillo, espaciosa, con el taller adosado y un jardín trasero con un estanque rodeado de naturaleza un poco dejada a su propio parecer. El dueño, un hombre no muy alto, de contextura ancha y temperamento recio nos dijo en tono tosco: "iÉntrenlo al taller!" Era Jean Tournay, fabricante de clavecines que ya por entonces había decidido dedicarse a la construcción de clavicordios. Fumándose un pequeño puro levantó el instrumento malherido, lo volteó, recorrió los bordes inferiores con sus manos grandes y callosas, se tomó un instante de silencio y, abruptamente, se exaltó. - "Es absurdo construir instrumentos así -dijo-; para reparar el agujero tengo que 2 despegar toda la caja. No sirve, es irreparable". Declaración lapidaria que dejó a mi pobre amigo enmudecido, y a mí con una especie de temor reverente frente a tal episodio de animosidad. Tomándome mis riesgos osé preguntarle sobre un bello instrumento que tenía allí, a punto de terminar. Es un clavicordio -dijo-, y me mostró su teclado, preciosamente esculpido, y una pieza de madera clara, delgada y curva que reposaba sobre el banco de trabajo y que me pareció curiosa por su aspecto de meandro estático. "Es el puente, lo acabo de terminar". o "Pasados los 30 no es fácil reconvertirse al oficio de artesano. Hasta entonces yo había sido profesor de matemáticas, y alguna vez había querido ser músico, pero me dí cuenta de que mi deseo era construir clavecines", me contaba Jean-Fran<;:ois Chaudeurge cuando lo visité en su taller, no en Bélgica, sino aquí, en Bogotá. "Comencé a formarme con Tournay, en Bélgica. Allí, el asunto de la dedicación al trabajo no era cosa difícil, pues donde tiene su taller, en medio de la campiña belga, no hay absolutamente ninguna distracción; pero aquello fue sólo una iniciación, pues siento que he evolucionado mucho, particularmente en la construcción de clavecines según las viejas reglas del arte, usando materiales y técnicas inspiradas en los Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. más espléndidos instrumentos históricos". Sobre uno de los bancos de trabajo vi dos instrumentos en proceso de construcción. - Estos dos son en estilo francés, - me decía. - ¿Y aquellos tres, Jean-Fran<;ois? - Ah, esos son en estilo italiano. Todos parecían esqueletos que aún no les ha crecído la carne, estructuras óseas con curvas sensuales, marcos como vértebras y travesaños como costillares. En el centro del taller, un pequeño clavecín copia de un modelo italiano, cuyo exterior de cedro rojo suntuoso y lacado perfecto invitaba a acariciarlo como si se tratase de una piel lozana y luminosa. - Escuche, qué bello sonido ... por mucho tiempo los clavecines italianos gozaron de menos popularidad que los franceses, pero ahora son muy apreciados. A mí me encantan -y tocando me decía• su sonido es muy claro y presente. - ¿Cuál es la diferencía entre ambos estilos? - Son muchas. La estructura, por ejemplo. Vea aquí: la estructura de los clavecines italianos es muy ligera y se construye a partir del fondo de la caja. Como sólo tienen un teclado, la caja es panda, de poca profundidad, y el sonido emerge de manera muy exacta y directa. Además, los italianos hacían todo el encordado de un solo 3 material, en latón, y por consiguiente la curva que resulta dibujada entre la punta de la cuerda más corta - la más aguda- y la más larga - la más grave- es una progresión matemática perfecta, es la curva logarítmica de las frecuencias del sonido, la misma curva que reproduce el exterior lateral de la caja. - Y terminaba la explicación sonriendo, como sólo un matemático convertido a la fabricación de instrumentos puede hacerlo. - Y en el aspecto mecánico, Jean-Fran<;ois, ¿cuáles son las diferencías? - En cada estilo, la distribución del espacio disponible para la mecánica, los saltarelos y los plectros, es diferente. En los italianos, los saltarelos son más cortos y regordetes, y en los franceses, más delgados y alargados. En los italianos hay poco es pacía para instalar la mecánica de los agudos. El saltarelo es una pieza de madera pequeña, plancheta y alargada, de unos 8 o 10 cm de largo quizás, y en el medio tiene un bracito articulado sobre el que va montado el plectro, una especie de uña diminuta que, como las de un guitarrista, pulsa la cuerda cuando el clavecinista oprime la tecla. En un frasco, sobre una repisa, divisé unas plumas grandes y negras, cuyo uso no resultaba evidente ante los ojos del visitante. Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. - Son de cóndor - me dijo-o En París, cuando tenía el taller junto con mi amigo inglés Chris Clark, conseguíamos las plumas para los plectros en un almacén que vendía plumas de colores para las vestimentas de las Folies Bergére, pero, la verdad, creo que eran mejores a la hora de engalanar el vaivén de sus caderas que para hacer plectros de clavecines históricos. Las de cóndor son las mejores, me las obsequian en los zoológicos de las plumas que ocasionalmente pierden sus especimenes; son muy difíciles de conseguir, intenté una vez con las de chulo, pero fue inútil. Luego, sacó un saltarelo de un cajón donde los tiene cuidadosamente almacenados, fabricados a mano en maderas colombianas muy densas. - Mire, en el italiano el resorte es de latón, mientras que en el francés es de pelo de jabalí, aquí tengo una reserva - y me mostró un ramillete de una pelambre tan gruesa que se asemejaba a un atado de agujas. - Bueno, y de los franceses, ¿cuáles son sus virtudes?, le pregunté. - Los clavecines franceses son de sonido menos enérgico, pero muy elegante, distinguido, más redondeado, quizás menos brillante y presente que el sonido de los italianos, y tienen una resonancia más cavernosa que les confiere la mayor profundidad de la caja cuyo fondo no juega ningún papel estructural. Es por esto que son muy 4 bellos como instrumentos solistas, pero menos apropiados para la interpretación del bajo continuo, porque su sonido se pierde junto a la orquesta. Me puse a observar esos esqueletos aún sin terminar, a detallar cómo las piezas estaban unidas las unas con las otras de manera tan prodigiosa que incluso los ensambles en las uniones más difíciles, con ángulos pronunciados, eran tan perfectos que casi creería uno que el árbol creció pensando en dedicar su sacrificio a la creación de estos instrumentos sublimes. - y las maderas, Jean-Fran<;ois, ¿las consigue aquí? - Sí, casi todas. Para algunas partes uso todavía maderas que traje de Francia, como para la tabla de resonancia, pero lo demás lo construyo usando maderas locales, son estupendas, muchas veces utilizo maderas de demolición, que son las mejores, añejas y perfectamente secas, tienen una calidad que difícilmente puede competir con las de corte reciente. Vea esta madera, se llama sajo, es de aquí, y es excelente para los travesaños de la estructura interna, mire no más cómo resuena - y me lo demostraba marcando el compás sobre un travesaño que respondía con resonancia mágica al golpeteo de su dedo. La curva exterior de aquel clavecin italiano me cautivó profundamente. Consiste en una pieza única de cedro, primero adelgazada y luego Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia. hervida en agua para lograr que sus fuertes fibras accedan a plegarse con esa curva logarítmica perfecta que le imprime la silueta de sus cuerdas.