Poesía Guayanesa
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Oscar Pirrongelli Seijas Antología de la Antigua y la Actual Poesía Guayanesa Estado BOLÍVAR El Sistema de Editoriales Regionales (SER) es el brazo ejecutor del Ministerio del Poder Popular para la Cultura para la producción editorial en las regiones, y está adscrito a la Fundación Editorial El perro y la rana. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una editorial-escuela regional que garantiza la publicación de autores que no gozan de publicaciones por las grandes empresas editoriales, ni de procesos formativos en el área de literatura, promoción de lectura, gestión editorial y aspectos comunicacionales y técnicos relacionados con la difusión de contenidos. El SER les brinda estos y otros beneficios gracias a su personal capacitado para la edición, impresión y promoción del libro, la lectura y el estímulo a la escritura. Y le acompaña un cuerpo voluntario denominado Consejo Editorial Popular, cogestionado junto con el Especialista del Libro del Gabinete Cultural Estadal y promotores de literatura de la región. Oscar Pirrongelli Seijas Antología de la Antigua y la Actual Poesía Guayanesa © Fundación editorial el perro y la rana, 2018 Centro Simón Bolívar, torre norte, piso 21, El Silencio, Caracas - Venezuela, 1010. Teléfonos: (0212) 768.8300 / 768.8399. Correos electrónicos [email protected] [email protected] [email protected] Redes sociales Facebook: Fundación Editorial Escuela El perro y la rana Twitter: @perroyranalibro Sistema de Editoriales Regionales / EstadoBolívar [email protected] Red nacional de escritoras y escritores socialistas de Venezuela . Diagramación Arturo Mariño Corrección Alcides izaguirre Colaboradores Revisión técnica: Arlis Josefina Pirrongelli García Corrección mecanográfica: Arelis García de Pirrongelli Revisión bibliográfica: Manuel Antonio Ramírez Barazarte Acopio e información poética de álbumes Luis Camilo Perfetti / Américo Fernández / Domingo Solórzano / Ivo Farfán Depósito legal: dc2018001099 Isbn: 978-980-14-4209-7 PRÓLOGO A cualquier ojo crítico no se le escaparán las dificultades que representa la recopilación de datos sobre autores guayaneses que hayan dejado una huella poética (por imperceptible que ella sea) en su paso existencial como hijos de esta tierra de gracia que aún hoy, mediando la segunda década del siglo XXI, no deja de mostrársenos con cierto eco de misterio y admiración. Más difícil todavía es conseguir fuentes de in- formación sobre escritores que, sin ser nativos de esta región selvática y minera, se han dejado seducir por su poderoso magnetismo y le han cantado sutiles versos de su inspiración al paisaje, a los ríos, al cielo, a las estrellas y sobre todo a la mujer que ha sido centro de atracción por su sensualidad y su exuberante belleza. Para el investigador cuyos afanes están dirigidos con especial ahínco a desentrañar escritos de épocas tan remotas como la de los aventureros que hollaron tierras venezolanas por primera vez con fines de conquista, o sea a comienzos del siglo XVI, le resulta casi imposiblesu tarea por la inexis- tencia de recursos bibliográficos consistentes y definitivos que le permitan sustentar firmemente su labor. No debemos olvidar que hasta mediados del siglo XVIII la Historia como ciencia no estaba bien definida, y que solo desde comienzos del positivismo sustentado en la tesis de Augusto Comte, fue cuando logró enrumbarse por un cauce científico y ordena- do. Ciertamente, antes de llegar a concepciones metodoló- gicas modernas (como las concebidas por Carlyle, Aubry y Huizinga), los investigadores tenían que conformarse con los relatos de los cronistas, cuyas narraciones contenían a veces un cúmulo de versiones fantásticas al estilo de Fray Pedro Simón o Fray Pedro de Aguado. Es cierto que existieron cro- nistas dignos de crédito porque tomaron en cuenta el princi- pio de la veracidad, tales como Bernal Díaz, el Inca Garcilaso, López de Gómara, Juan de Castellanos y José de Oviedo y Baños, etc., que dieron testimonios fidedignos para la pos- teridad. Algunasveces esos testimonios se basan en vestigios quedados como simples ocurrencias de quienes los dejaron; otros son deducidos por las realizaciones de los conquista- dores y colonizadores que quisieron dejar incipientes huellas por las sendas que les tocó andar: manuscritos, murales, ruinas de aldeas o simplemente sus propias osamentas. Juan de Castellanos fue uno de los primeros que nos legó una referencia a lo que se considera la primera estrofa poética escrita en Venezuela, un epitafio atribuido a Jorge de Herrera, su compañero de aventuras en la recién fundada población de Cubagua, cuya existencia fue efímera debido a los terremotos y vendavales que la azotaron hasta dejarla desolada. Jorge de Herrera, al abandonar la isla junto con Castellanos (hacia el año de 1541, según la crónica), estampó en uno de los altos pilares semidestruidos, el citado epitafio: Aquí fue pueblo plantado, cuyo próspero partido voló por lo más subido, mas apenas levantado como del todo caído. Sin embargo, es público y notorio que dentro de los expedicionarios españoles llegados a América (y a Venezuela, por supuesto), hubo músicos y juglares que para matar la nostalgia de estar tan lejos de España, improvisaban bailes y cantos durante las noches de buen tiempo o durante los días que señalaba la Santa Madre Iglesia como fiestas de guardar. Esos cantos y recitaciones, según nos lo recuerda el polígrafo español Ramón Menéndez Pidal en su magnífi- co estudio sobre los romances de América, comprendían composiciones pueblerinas que corrían de boca en boca en España en forma de “romances viejos”, los cuales provenían de la descomposición o fragmentación de los cantos jugla- rescos que originalmente eran versos de 16 sílabas y que mediante la pausa o cesura intermedia se convirtieron en medio versos de ocho sílabas (u octosílabos). Estas observaciones sobre la historia de la poesía en Venezuela son extensibles a la zona de nuestra Guayana, tanto en lo que corresponde a la falta de documentación de- bido al oscurantismo que en cierto modo prevaleció durante la etapa de la colonización entre los siglos XVI y XVII, como a la falta de una conciencia cultural en el seno de la sociedad colonial. El despertar de este sopor comienza ya bien avan- zado el siglo XVIII con la revolución de la independencia norteamericana (1779), seguida de la caída del absolutismo francés con la muerte de Luis XVI, todo ello a consecuencia de la eclosión provocada por el enciclopedismo francés. No queremos dar a entender con esto que somos parti- darios de la leyenda negra surgida de manera malintencio- nada contra la colonización española. Creemos sinceramente que España le dio a la América cuanto podía dar: escuelas, universidades, seminarios, encomiendas y leyes que rápida- mente dieron buenos frutos en los núcleos poblacionales más desarrollados, como lo fueron Lima, Buenos Aires, Santa Fe de Bogotá, Santo Domingo y Méjico. Comenzando el siglo XVIII (1727) se decretó por Real Cédula de Felipe V, la crea- ción de la Real y Pontificia Uni-versidad de Caracas, en la cual tuvieron la oportunidad de estudiar, casi finalizando esa centuria, los líderes intelectuales que en 1811 fueron protagonistas de la declaración de nuestra independencia, como lo fueron los doctores Juan Germán Roscio y Cristóbal Mendoza. Es cierto que muchos de estos protagonistas fueron autodidactas, como lo fue nuestro Libertador, pero este hecho desmiente por sí solo la afirmación de que España mantenía a sus colonias en un estado de pos-tración e intolerancia tal, que sólo la nobleza integrada por las familias nacidas en la Península tenían acceso a los grados más altos de la edu- cación, y que, previendo la penetración de las doctrinas de Montesquieu y Rousseau sobre los derechos naturales de los pueblos, se había prohibido bajo pena de encarcelamiento la lectura y el tráfico de libros provenientes de Europa. Si esto fue así como lo pregonan los detractores de la colonización española, nos preguntamos ¿cómo se instruyó en tales doc- trinas ese grupo de pensadores que dieron al traste con la dominación hispánica?1 Guayana se mantuvo al margen de los movimientos políticos y culturales gracias a la prosperidad agropecuaria alcanzada en la región del Caroní por los misioneros espa- ñoles y a la posterior obra civilizadora llevada a cabo por los gobernadores Joaquín Sabás Moreno de Mendoza, Miguel Marmión y Manuel Centurión. Desde los tiempos de Antonio de Berríos (fines del siglo XVI y principios del XVII), el pe- queño enclave nombrado “Santo Tomé de Guayana” no pudo 1 Uno de los documentos en que se basa la Leyenda Negra en su veredicto contra la colonización española es la Real Cédula del rey Carlos IV en que niega la solicitud de las fuerzas vivas de la ciudad de Mérida para que se dote a esa población de una universidad. Consideramos que es éste un hecho aislado que no debe generalizarse contra España. resistir los ataques persistentes de los corsarios ingleses y holandeses que lo sometían al saco y a la larga, en 1764, debió ser refundado a unas 20 leguas río arriba donde el Orinoco se estrecha a unas mil varas de anchura, pudiendo ser de- fendida con cierto éxito contra las incursiones de los piratas. Desde ese año, gracias a la docilidad de los nuevos pobladores indígenas y a la posición estratégica que ocupaba, la actual Ciudad Bolívar comenzó a hacerse notar y a prosperar apa- ciblemente hasta llegar a convertirse, apenas a 50 años de su fundación (en 1817) en el centro estratégico, económico y militar que vislumbró El Libertador para imponerse defini- tivamente a las fuerzas de Fernando VII que pugnaban por mantener su dominio en territorio venezolano. Luego de la muerte del Libertador en 1830, la Guayana quedó definitivamente incorporada a la República de Venezuela y desde entonces su desarrollo demográfico, cul- tural, político y económico ha sido indetenible, gracias al talento y al esfuerzo de sus hijos.