Mundoclasico.com miércoles, 22 de febrero de 2017

ESPAÑA - VALENCIA Netamente estadounidense

DANIEL MARTÍNEZ BABILONI

Con un programa atractivo y netamente americano se Valencia, presentó por primera vez la segunda orquesta más antigua miércoles, 8 de de los EE.UU. en el Palau de la Música de Valencia. febrero de 2017. Palau de la Además, de inteligente diseño. David Robertson y la St. Música. Sala Louis Symphony comenzaron con The Iturbi. Gil Shaham, violín. St. Louis Chairman Dances: Foxtrot para orquesta, un descarte de Symphony (1987). Una ópera para republicanos y Orchestra. David comunistas en la órbita de Peter Sellers que satiriza la Robertson, director. : : Foxtrot para orquesta. visita del presidente americano a Beijing en 1972 para Erich W. Korngold: Concierto para violín y recabar la ayuda de Mao con el fin de acabar la Guerra de orquesta en re mayor, op. 35. Antonín Dvořák: Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95 Vietnam. Adams con su vena humorística exorciza en ella “Del nuevo Mundo”. Abono 5. Aforo: la colisión capitalismo-comunismo, uno de los mitos de 1817. Asistencia: 90 %​ aquel país, como él mismo señala. El compositor hace de ese humor tan mal visto por la vanguardia musical. Por cierto, cabe recordar que Sellers hizo, en plena era Reagan, que Las bodas de Fígaro transcurrieran en la Trump Tower como símbolo de riqueza, exceso y poder... Cada cual que haga su propia lectura. La relación de Robertson, los de St. Louis y Adams es estrecha. Recientemente han grabado Symphony y Guide to Strange Places (2009), y Saxophone Concerto (2015) y Scheherazade.2 (2016) en el sello Nonesuch. Por tanto su lectura de The Chairman Dances se preveía de referencia. La sólida familia de metales graves y Peter Henderson a los teclados no tardó en meternos de lleno en el carácter cinético de la pieza, en la que los elementos repetitivos son confrontados con una serie de contrapuntos que complican la textura más allá del primigenio minimalismo. El director estuvo atento en señalar cualquier acento o inflexión melódica y la flexibilidad rítmica y dinámica del conjunto resultó apabullante. En la sección cantabile de la cuerda Robertson se mostró efusivo. La veterana y certera percusión concluyó la pieza con mucho gusto y brillantez. Como solista actuó el violinista de Illinois, Gil Shaham. Juntos abordaron el Concierto para violín y orquesta de Erich W. Korngold. El músico que hizo mutar la ópera en cine, que bebe de otro emigrado, Max Steiner, y dio pie a que John Williams sea lo que es. ¡Cuánta de su música se encuentra ya en las páginas de aquel! El compositor utiliza un tema escrito para la película Another Dawn protagonizada por Errol Flynn y ese aroma a galán queda impregnado en todo él. Tampoco se pierde la pretendida obsolescencia y el talante utilitario de una música convertida en absoluta. Una característica que molestó a Theodor Adorno. Shaham lució un bellísimo y terso sonido. Su afinación es perfecta y su expresividad fue la del conjunto. No escatimaron esfuerzos en hacer asomar el puntito de olor a Sibelius que tiene. El segundo movimiento resultó hermoso, sobre todo al final, en su vagar por una armonía inestable, antes de que se haga la luz en el último Gil Shaham y David Robertson © 2017 by acorde. Las violas proporcionaron un mullido acomodo al Eva Ripoll solista en la cadencia. El tercer movimiento estuvo lleno de gracia, aunque las trompas lo afearon un poco en su conclusión. La propina también fue acertada: Schön Rosmarin de Fritz Kreisler. Un guiño a la Viena de Strauss y Mahler, que fue la de Korngold. Es una de las tres danzas vienesas a las que Kreisler negó su paternidad hasta tiempo después de escritas para comprobar su valía. “El nombre cambia, el valor permanece”, parece ser que dijo cuando algún crítico se quejó por ello. Durante el descanso muchos profesores y profesoras de la St. Louis Symphony permanecieron en el escenario preludiando a su libre albedrío. También lo hacían un rato antes del inicio del concierto. La Sinfonía nº 9 en mi menor, op. 95, “Del nuevo Mundo” de Antonín Dvořák ocupó la segunda parte. Jeannette Thurber en su encargo al bohemio de dirigir el Conservatorio Nacional de Música de Nueva York incluyó la composición de un ópera que sirviera de ejemplo a la escasa producción de música culta estadounidense. Como libreto ofreció un poema de Henry Wadsworth Longfellow, The Song of Hiawatha, que recurre a la mitología de los indios iroqueses y que se podía haber convertido en la base de la ópera nacional estadounidense. Finalmente no fue compuesta pero algunos de sus temas, cuyo origen americano se discute, fueron reutilizados en esta sinfonía. Ésta sí se vio reflejada en la Sinfonía gaélica de Amy Marcy Cheney Beach. La lectura de Robertson fue impetuosa; en algunos momentos, flemática. Hizo rodar sus temas por todos los movimientos con meridiana claridad. Empujó a la cuerda hacia arriba en todo momento y barajó sonoridades imponentes con otras sumamente delicadas. Así lo hizo al poner a la orquesta al servicio de la flauta en el primer movimiento o al enunciar la melodía del corno inglés y clarinete en el segundo, con su reflejo en los violines y chelos, en un sereno y contemplativo “Largo”. La vuelta al tema inicial después del solo de fue disuelto desde el fortísimo con mucha habilidad. Los silencios de la conclusión de esta parte fueron muy expresivos e intensos. Tal vez por ello no se vieron interrumpidos por las inoportunas toses. El “Scherzo” fue ágil y el “Allegro con fuoco” impactante. El director dibuja unas corpografías muy plásticas, lo cual tiene su correspondencia en una orquesta flexible y atenta. No obstante, los metales no pudieron evitar desparramarse en algún momento puntual. Finalmente, ante la insistencia de los aplausos, Robertson se dirigió al público en valenciano para arrancar con la obertura de la volteriana Cándida de Leonard Bernstein en una versión exuberante en lo sonoro y trepidante en lo rítmico. Con ello los de St. Louis consiguieron rendir a los asistentes y que saliésemos del auditorio con una amplia sonrisa. De camino a casa no sabíamos cuál de todas las melodías tararear. Un concierto así se merecía unas notas al programa más interesantes e instructivas que las incluidas, cuya información se puede encontrar en cualquier página web.

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