el árbol de raquel

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L etras nuevas Juan Sabines Guerrero gobernador del estado de chiapas

Consuelo Sáizar presidenta del conaculta Alexis de Ganges Angélica Altuzar Constantino directora general del coneculta-chiapas

Ana María Avendaño Zebadúa directora de publicaciones del coneculta-chiapas

CH 863M G197 A666 Ganges, Alexis de El árbol de Raquel / Alexis de Ganges. — México : CONACULTA : CONECULTA, 2012. 160 p. ; 21 cm.—(Colec. Hechos en Palabras Serie Letras Nuevas ; 44) El árbol de Raquel ISBN 978-607-7855-51-4

1. NOVELA MEXICANA — CHIAPAS 2.LITERATURA MEXICANA — CHIAPAS.

© alexis de ganges

D.R. © 2012 Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Paseo de la Reforma 175, Col. Cuauhtémoc, México, D.F., C.P. 06500. Consejo Estatal para las Culturas y las Artes de Chiapas, Boulevard Ángel Albino Corzo 2151, Fracc. San Roque, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, C.P. 29040.

ISBN: 978-607-7855-51-4 impreso y hecho en méxico

2012 Para Silvia Manfredini, traductora ideal Labán tenía dos hijas. La mayor se llamaba Lea y la me- nor se llamaba Rajel. Los ojos de Lea eran delicados, mientras que Rajel era de hermosa forma y bella apa- riencia. Iaacov amaba a Rajel, y dijo: “Trabajaré para ti durante siete años por Rajel, tu hija menor”. Dijo Labán: “Mejor será que te la dé a ti y no a otro hombre; asiéntate conmigo”. Y Iaacov trabajó siete años por Rajel y le pare- cieron unos pocos días, tanto la amaba. Iaacov le dijo a Labán: “Entrégame a mi mujer, pues se ha cumplido mi término, y me casaré con ella”. Y Labán reunió a toda la gente e hizo un banquete. Y al anochecer tomó a su hija Lea y se la llevó a él; y él se casó con ella.

Genesis, 29 Aleph

¡Un buey! (Aunque para ver un buey en aquella letra era necesa- rio entrecerrar los ojos e imaginar la evolución de la letra, desde la cabeza hasta el trazo abstracto de tres líneas uni- das entre sí). Andrés observaba con atención la litografía en el centro de la habitación donde, por extrañas circunstancias, se en- contraba después de dar muchas vueltas. Era el dibujo que ella le había mostrado. El árbol. En el centro estaba esa letra que era el principio de todo. Dibujada de una forma muy ex- traña y rodeada por múltiples círculos. Unidad, decía, en le- tras góticas. De pronto tuvo la sensación de estar en un san- tuario. ¿Debió tener eso en mente aquel anciano, al poner juntos todos sus objetos? Lo que más llamaba su atención era un retorcido instrumento, parecido a una larga serpiente, colocado en el centro de la amplia mesa en donde múlti- ples libros y pergaminos convivían en un caos ordenado. La contradicción sorprendió al mismo Andrés. ¿Cómo un caos podía ser ordenado? Sin embargo, el anciano no parecía mo- lesto con la multiplicidad de cachivaches que se amontona- ban en la estrecha estancia. Iba de un lado para otro, con el cuerpo semiencorvado como el de un venerable profeta. Su nombre, Jeremías, no había sido puesto al azar. Su padre ha- bía estado consciente, al bautizar a su primogénito, de que su hijo llevaría por siempre el peso del nombre. Jeremías, uno de los profetas mayores del Antiguo Testamento, reve-

11 Alexis de Ganges El árbol de Raquel lador de la ruina de Judá a manos del cruel Nabucodonosor —Sí. II. Al menos eso había dejado entrever aquel hombre que El anciano lo miró fijamente. Sus ojos, pensó Andrés, ahora traía, entre sus manos, un pesado y polvoriento libro eran profundos en sus cuencas milenarias. ¿No habían vi- que parecía estar a punto de deshacerse. vido los patriarcas hebreos cientos de años? También sus —Es un sofar. Aprendí a tocarlo en mi juventud. Ahora manos parecían tan antiguas como los altos del Golán, apenas soy capaz de sacarle unas cuantas notas desafina- eternas y al mismo tiempo llenas de misterios y batallas. das. Alguna vez fue el cuerno de un carnero. Mi padre me Ahora su dedo estaba sobre el mapa de Israel, señalando llevaba a la sinagoga y su sonido me gustó tanto que lo un punto en la Tierra Prometida. Al menos la suya. convencí de que me dejara aprender a tocarlo. Por supues- —¿Sabes qué es un kibutz? to, no se compra en cualquier tienda. Afortunadamente Andrés acercó su mirada al mapa que se desplegaba un amigo de mi padre le debía un favor y pudo conseguir- en el libro. Era un antiguo grabado de Israel en donde lo y regalármelo el día en que hice mi Bar Mitzvah. Ahora aún no aparecían las ciudades tal como se conocen en está ahí, sin mucho que entonar, aunque alguna vez hu- la actualidad. En vez de eso había una serie de regiones biera acompañado nuestros cantos a Elohim. desérticas, con unas cuantas indicaciones geográficas en Andrés se preguntó cómo el anciano sabía que estaba hebreo y algunos señalamientos. Con seguridad había al- pensando en el instrumento. Pero de inmediato lo distrajo gún dato que Andrés no conocía y que sólo la mirada pe- el pequeño golpe que el libro produjo cuando fue coloca- netrante y sabia de aquel anciano entendía. do en un espacio vacío de la mesa. —Por supuesto que sí. —¿Por qué quieres saber dónde se encuentra? De nuevo el dedo del anciano, que era como la rama de No esperaba esa pregunta. Había estado tan concentrado un árbol, se movió por aquel mapa y su mente se concentró en las extrañas impresiones que recibió desde que llegó a la en cada punto que iba recorriendo en el pergamino. Andrés casa del anciano, que su propósito inicial pasaba a segundo casi pudo sentir, en su propio dedo, la rugosidad del papel. plano. Sin embargo, una breve duda lo asaltaba. ¿Quería real- —Ella está en un kibutz, pero decir eso es poco, por- mente saber? ¿No era mejor regresar a su vida cotidiana? El que hay cientos de ellos en el territorio de Israel, entre la anciano no mostraba impaciencia. Estaba ahí inmóvil, y con ribera del Jordán y la orilla del Mediterráneo o en cual- el dedo en el libro, esperando una respuesta que parecía co- quier otro punto. nocer. Andrés creía saber menos sobre su propia vida. En rea- —Pero al menos sé algo. lidad se sentía tan ignorante acerca de ella que por momentos El anciano volvió a enrollar el mapa en silencio y, con le aterraba. ¿Por qué había acudido a aquel hombre? ¿Por qué la misma lentitud, lo colocó en el sitio en donde estaba dejar todo después de siete años por una extraña intuición y antes de que Andrés hiciera su pregunta. por un tonto dibujo que vio entre las cosas de ella? Después de —No sabes nada —respondió Jeremías, al tiempo que re- respirar hondo y sentir el olor a pergamino entrando por sus gresaba, ahora con otro rollo de pergamino—. Tampoco en- fosas nasales, un aroma que le era familiar, se decidió. tiendes el tiempo que ha pasado desde que dejaste de verla.

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—Siete años —dijo tímidamente Andrés, arrepintién- —Me dijeron que usted podría darme alguna respues- dose de su respuesta en el momento en que las palabras ta —Andrés se sentó, exhausto, y puso las manos sobre salían de su boca. la cabeza—. Estos siete años han sido eternos, y tan pe- —Siete años. Pobre iluso. Crees que puedes contar el sados que a veces pensé que moriría antes que volver a tiempo y que eso te servirá de algo. Ni siquiera tienes un recorrerlos. Pero cuando entré me di cuenta de que al me- motivo verdaderamente importante para querer buscarla. Lo nos iba a salir más aliviado. Sin embargo, ahora empiezo haces para llenar el vacío de tu vida, que has desperdiciado a desesperarme y no sé qué hago aquí. con una mujer que no amabas y en un trabajo que tampoco —No te daré una respuesta fácil. Sin embargo, mere- te gustaba. Y crees que importas porque eres un ser huma- ces una oportunidad y por eso te obsequiaré esto. Guárda- no, cuando en el fondo eres poco menos que una hormiga lo muy bien, puede ser tú única salvación. que mueve sus antenas tratando de encontrar el camino. Andrés tomó el pergamino y al verlo se sintió más desa­ Andrés no dijo nada. La voz que le hablaba era como dis- lentado. Era simplemente un pergamino con un montón tante, perteneciente a algo más lejano que las cuerdas voca- de letras que no podía entender porque nunca, en tanto les que entonaban las palabras. De alguna manera aquello era tiempo, se preocupó por aprender ese idioma. cierto y en los últimos meses aún más notorio. Era el loco del —¿Qué es esto? tarot que caminaba al azar por las calles sin saber exactamente —Es el mapa con el que podrás encontrar lo que buscas. a dónde ir. El cielo sobre su cabeza y la tierra bajo sus pies se- Andrés volvió a examinar aquello y de pronto, como mejaban dos bóvedas gigantescas que lo aprisionaban sin de- una inspiración, comenzó a entender un poco. La última jarle respirar, y aunque buscaba algo que pudiera rescatarle de letra era la que estaba inscrita en el centro del dibujo. tanta miseria, sólo se hundía más en la rutina y la indiferencia. Y después seguían otras letras, dibujadas con esmero y —Es verdad, pero al menos quiero intentarlo. Si bus- ­delicadeza. carla es lo último que hago en este mundo podré sen­ —Me siento más confundido que antes. tirme tranquilo y morir satisfecho, aunque no la encuen- —Antes de la luz está la oscuridad. Tienes en tus ma- tre —respiró con fuerza y contuvo su aliento un instante. nos los ladrillos de la creación, el Alef-Beth, hijo mío, pero Cuando lo soltó pudo imaginarse que de alguna forma el no te das cuenta porque aunque tienes ojos no ves y no aire que salía de sus pulmones iniciaba un largo camino, has aprendido a escuchar. Eso es más importante que llenando el universo entero de una fuerza vivificante que cualquier otra cosa que yo pueda decirte. arrastraba el espacio y reconstruía nuevamente todo, des- Andrés volvió a examinar el pergamino y de pronto se de las galaxias hasta los electrones. sintió mejor. De hecho también un poco cansado, pero El anciano, sin decir nada, abrió el pergamino que lle- supo que era necesario llegar cuanto antes a casa para vaba en la mano y bajó la mirada. examinar atentamente el obsequio de Jeremías. —No eres tan estúpido como pareces. Cuando lo inten- Mientras caminaba, empezó a recordar y la primera tas puedes responder correctamente. imagen que le vino a la mente fue:

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­despreocupadamente, y se agachó para sacar las siguien- tes. Andrés estaba concentrado en los cuadros pero se dis- trajo un momento y, por alguna razón que hasta después logró entender con certeza, se interesó por ver la foto, Beit rodeada por su marco azul cielo, que descansaba sobre la mesa de madera de roble. Lea continuó hurgando dentro de la caja cuando él tomó con una mano la fotografía y La casa. la observó largo rato. Aquella niñita le miraba con desfa- —No era muy grande pero se esmeraron en arreglarla. En chatez, de cuclillas en un prado que recibía los últimos el momento de colocar en las paredes algo que cubriera resplandores del sol. Con una mano sostenía una paleta, su fría desnudez azul, hubo una breve discusión. Por fin que seguramente se sacó de la boca para que la cámara Lea se quedó con la pared del lado derecho al comedor, no la retratara con ella, y con la otra fingía querer tapar- mientras que Andrés obtuvo el lado izquierdo. Ella colocó se el rostro del fotógrafo. Llevaba puesto un overol azul las fotografías de su adorada familia y en el centro una y los tirantes ocultaban parcialmente una playera blanca imagen de ella con su padre, a quien se le veían algunas que dejaba expuestos sus delgados brazos, de un tono aún canas pero la jovialidad aún no desaparecía de su rostro más claro que los de Lea. Lo que más atrajo la atención sereno. Lea era muy joven. Una niña casi, no mayor de de Andrés era el rostro. Su cabello era muy rubio y la quince o dieciséis años. breve sonrisa mostraba la dentadura apresada por unos —¡Pero qué diferente te ves, mi amor! —le había dicho brackets. En cambio los ojos proclamaban la libertad a los Andrés socarronamente, mientras la abrazaba de su breve cuatro vientos, como si al estar tan abiertos quisieran cap- cintura y la besaba en la mejilla—. Ahí parecías una rebel- tar hasta el más pequeño detalle. Aunque la fotografía no de sin causa. ¿Por qué tenías el pelo tan descuidado? Si lo dejaba verlos bien, Andrés se percató de que eran de un tienes tan hermoso —le acarició el cabello con la mano tono muy claro y no supo exactamente si azules o verdes mientras la otra buscaba sus senos, pero Lea lo contuvo: porque en ese momento Lea le arrebató la foto con violen- —Espera, debo seguir poniendo los cuadros. Tú coloca cia (o al menos eso le pareció más tarde, mientras recor- tus ridículas pinturas en el lado que te corresponde. daba de nuevo la fotografía con las manos entrelazadas Mientras, sacaba de la caja de cartón las fotografías bajo su cabeza y sobre la almohada con la funda de ositos enmarcadas en las que se hallaba inscrito su pasado. Ahí que habían comprado en una subasta) mientras decía: estaba el primer día de escuela, tratando de aferrarse a —¿No estabas colocando tus pinturas? Luego podrás la mano de papá mientras éste trataba de hacerla traspa- ver las fotos. Esa foto es la única que conservo de mi sar la puerta que la alejaba irremediablemente. El día de hermana. Tenía catorce años y odiaba que le tomaran campo con todas sus hermanas. ¿Desde cuándo no esta- fotos, pero ésta la tomó mi hermana mayor cuando ella ban juntas? Lea dejó sobre la mesa una de las fotografías, se distrajo.

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Andrés estaba un poco sorprendido y sólo pudo arti- de aquellas que los domingos se reúnen para contar las cular una breve disculpa: —Está bien, no importa. Estoy anécdotas de la semana en la sobremesa y ver un poco de bromeando —en ocasiones se sorprendía por la forma en televisión antes de despedirse con breves abrazos, prome- que Lea reaccionaba, como si de un instante a otro se tiendo el regreso para el siguiente fin de semana. arrepintiese de sus emociones—, ¿y ella es tu hermana Lea tenía una relación cercana con la hermana de An- menor? Si no dejas esa foto en la mesa nunca la hubiera drés, Margarita, y con su esposo, y una vez al mes ambas conocido. parejas se reunían para cenar en un restaurante lujoso y —No te enojes, chango —dijo Lea, mientras colocaba la asistir a algún espectáculo de fin de semana, generalmen- imagen en el clavo correspondiente y la movía un poco, de te una obra de teatro o un concierto. El esposo de Mar- izquierda a derecha, para que quedara centrada—. Es mi garita era un agente de bienes raíces poco aficionado a hermana más querida y a veces cuando hablo de ella, me la cultura y solían haber breves discusiones entre Lea y pongo triste. Me hace recordar mi infancia y los tiempos su concuño, entre asistir a una representación de El mer- difíciles que pasamos. Ella siempre se portaba de forma cader de Venecia, de una compañía de teatro italiana, o extraña, a veces parecía estar en otro mundo. ¿No te con- al concierto de Paulina Rubio en el Auditorio Nacional. té de aquella ocasión en que la descubrimos escondiendo Casi siempre había una curiosa alternancia en donde los los objetos favoritos de papá en un agujero en la tierra? hermanos tenían poco que decirse. Margarita era muy ca- Mamá se enojó mucho. Le dijo que era una niña imposible llada y además obediente de lo que dijera su esposo. En y que estaba harta de sus estupideces. Luego la castigó una cuanto a Andrés, esas reuniones eran un pretexto para semana, impidiéndole jugar con nosotras o ir a comprar salir de la rutina de pareja y para que Lea tuviera con- dulces a la tienda de la esquina. Además, casi no hablaba tacto con otro tipo de especímenes, distintos a los que con nadie; conmigo un poco. Me contaba sus sueños y que llevaba a la casa, como aquel bicho marrón, de rugosa estaba enojada con mamá por la forma en que nos trataba piel y cubierto de escamas, con una cola corta y chata, a nosotras y a mi padre. Pero claro que puedes ver la foto- que se movía en su herbolario como desquiciado. —Es un grafía cuando esté con las otras, en la pared. uromastic, mi amor —le explicó Lea mientras lo tomaba Andrés no se sintió del todo satisfecho con la explica- con sus delicadas manos, en las cuales se habían movido ción pero no siguió preguntando. Conocía suficiente a Lea desde enormes boas hasta minúsculos geckos. En algún para entender que le gustaba, como a un mago, ocultar momento llegaron a haber más de diez bichos diferentes detalles para reaparecerlos luego y que no era demasiado rondando por la casa y en más de una ocasión Andrés elocuente cuando se trataba de hablar de su familia. A despertó de una pesadilla en que una serpiente venenosa cuentagotas pudo extraer un poco de información des- se deslizaba entre las sábanas. Por fin, después de que pués de seis años de noviazgo. Era poco, realmente, en Andrés tuvo un ataque de pánico al ver una víbora nadan- comparación con lo que Lea sabía sobre la familia de An- do en la tina de baño (“Querido, es inofensiva. La puse drés. Claro que era una familia normal, de clase media, ahí porque es acuática. Estaba a punto de avisarte”, fue

18 19 Alexis de Ganges El árbol de Raquel la escueta justificación de Lea) llegaron a un acuerdo y Andrés no intercambió más de diez palabras. En la boda decidieron que sólo los visitantes sin veneno o ponzoña Lea estuvo muy hermosa, con un vestido rojo hasta los eran recibidos en la casa, los otros bichos se quedarían en pies y el cabello suelto. Casi un año después de la boda, el laboratorio de la universidad, en sus respectivos herbo- Lea seguía insistiendo, veladamente, en un hecho: larios. Afortunadamente Lea se interesó por otros reptiles —Hace casi siete años que somos novios. Ya sabes que y su pasión por las serpientes venenosas pasó tan rápido no me importa vivir en unión libre pero creo que hasta como su interés por la repostería y los consiguientes pas- yo, la científica loca, necesito más estabilidad, un peque- teles quemados y galletas aguadas (“mi novia no es una ño lazo que nos una simbólicamente. Y luego podremos cocinera. Es una bióloga que se especializa en reptiles”, se tener al niño —en ese momento entornaba sus ojos en- repetía Andrés ante cada uno de los fracasos y después la cantadores—. Cuando termine mi maestría y tú consigas besaba y le decía: “¿Puedes mostrarme otra vez cómo se un mejor trabajo, claro. Además, no lo haremos como mi alimenta tu uromastic?”). hermana. A mí no me importa que te vuelvas judío y me Al uromastic lo bautizaron Keith Richards porque a An- daría lo mismo que fueras budista o musulmán. Pero con drés le pareció que su piel era tan arrugada como la del gui- tanto tiempo juntos tal vez sea más conveniente estar ca- tarrista de The Rolling Stones y debía tener, por lo menos, sados —respiraba un poco—, por lo civil, al menos. la misma cantidad de años. A las serpientes las bautizaba Andrés llevaba un año evadiendo una respuesta pero Lea: Salomón, una pitón de cinco metros que estuvo con cada vez era más difícil. Antes de que la estúpida de Re- ellos dos semanas, o Dévora, la cobra que mantuvo ate- beca decidiera casarse a Lea no le importaba en lo míni- rrorizado a Andrés por casi veinte días, a pesar de que ella mo el matrimonio. Andrés la detestaba desde que llamó insistía en que le habían quitado el veneno (y para demos- “sucio cuchitril” al departamento donde vivían y advirtió: trarlo la tomaba de la cabeza, haciendo que Dévora abriera “Deben cambiarse a un mejor lugar, Lea querida”. A partir sus fauces amenazadora). A Andrés le parecía ridículo bau- de esa boda todo cambió y el acto de mudarse a una casa tizar las serpientes pero Lea se encariñaba con ellas. más grande no descartaba que insistiera veladamente. —Todo ser vivo merece un nombre. —¿Vas a colgarla también en la pared? —Andrés se —Claro, ustedes los biólogos quieren bautizar hasta el sentía molesto. Aquella imagen iba a ser un permanente trozo de tomate que se comen en la cena. recordatorio de su miedo al compromiso. ¿Pero qué ha- —¿Qué opinas de esta foto? cer? En teoría eran una pareja democrática y ella podía Andrés volteó. Ella estaba frente a él, con una foto don- poner ahí lo que le diera la gana. de Rebeca, la hermana mayor de Lea, sostenía una copa —Claro que sí. Desde que se fue a vivir a Tel Aviv no de champagne en la mano y miraba felizmente hacia la la he vuelto a ver, y ni hablar de llamarla por teléfono: tú cámara junto a su esposo vestido de frac, cuyos ensortija- sabes lo que cuesta. Lo menos que puedo hacer es tener dos rulos pendían a ambos lados de la cabeza. Era un ju- su foto en la pared. ¿No te parece? dío ortodoxo dueño de una cadena de joyerías con quien

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exactos y profundos no eran precisos. ¿Por qué ese sen- timiento tan visceral a quien, a fin de cuentas, le había dado la vida? Pero acaso era ese el principal motivo: el Gimmel haberla tenido no como el fin principal sino porque su marido la apremiaba a tener un primogénito. Así, ella fue la manzana de la discordia, el principio del fin para que la El camello, un animal que se mantenía sin beber agua por relación mostrara sus grietas de manera más visible. No mucho tiempo, en el desierto, era como ella, sin amor por es que hubieran sido más felices antes, pero su presencia meses, años incluso. fue la gota que derramó un vaso de agua sucia. Eso pensaba mientras el autobús de las diez de la no- Después nació la última hermana y su madre se las che se alejaba de la ciudad a la que llegaron a vivir ella había llevado a esa ciudad de provincia por motivos que y sus hermanas tantos años atrás, pero estaba exhausta: ocultaba muy bien. Ahora se preguntaba si estaban esca- llegar a ese instante de libertad no había sido fácil. En la pando de su padre o su madre fue la culpable por buscar pequeña pantalla del autobús pasaban una película de Mr. un sitio en donde nadie los conociera para poder reini- Bean (que tantas risas le provocara antes) pero ella estaba ciar su vida. Pero los vecinos, con el paso del tiempo, pensando en otras cosas. Se puso los audífonos y buscó, conocieron la historia de su familia y ellas fueron cata- en su viejo discman, una canción que pudiera sacarla de logadas como las hijas de una brillante neuróloga que, sus pensamientos interminables por un rato. Por fin dio a pesar de ser eficiente en su trabajo, no podía costear con la melodía que produjo el efecto mágico de relajarla. fácilmente los estudios y caprichos de cuatro hijas que A su lado, se distinguía la sombra de un pasajero, dormi- estaban creciendo con rapidez, las colegiaturas no se pa- do desde el momento en que ocupó su asiento. Para ella gaban solas y los bailes de graduación implicaban gastar conciliar el sueño no era fácil. Su mente no le otorgaba la en vestidos, pinturas y joyas. Además, su madre también tranquilidad necesaria para sumergirse en el suave desli- pensaba en su bienestar; tal vez, juzgarla era poco gentil zarse del autobús por inciertas carreteras. de su parte. Los últimos meses de su vida habían sido demasia- “¡Pero no!”, le dijo la voz que siempre se dejaba es- do intensos y apenas comenzaba a sentir la perspectiva cuchar en momentos de incertidumbre, los regaños por necesaria para interpretar los acontecimientos y las de- cualquier cosa, los horarios inflexibles de entrada y salida, cisiones que, como cadenas de un eslabón, la llevaron a las burlas hacia cada pretendiente que intentaba acercar- comprar su boleto de ida ante un curioso empleado que le se a ella (“es demasiado estúpido” o “¿No te das cuenta de preguntó si también iba a querer el de regreso. que está medio bizco?”). Todo eso podía perdonárselo en Al menos, a pesar de la vorágine de sensaciones y per- el Yom Kiphur. Lo que realmente era imposible de olvidar cepciones, una conclusión se enmarcaba con fuerza en el era otra cosa, más grave y compleja. Algo de lo que no le ojo del huracán: odiaba a su madre. Tal vez los motivos gustaba acordarse.

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Mientras las imágenes de aquello volvían a su mente el un mes de novios. Irónicamente no supo que, al decirle autobús se detuvo. Unos hombres de negro, con linternas adiós, no se estaba despidiendo sólo por esa noche. y guantes negros, entraron en el autobús y caminaron por El autobús aceleró y ella metió la mano dentro de su el pasillo entre los asientos. Ella abrió un poco los ojos. Un pequeña mochila. Hurgó entre algunos de sus objetos fa- viento helado, del que no pudo librarla la pequeña manta voritos y los pequeños regalos que llevaba como muestra tejida que le había regalado la abuela en Navidad, la obli- de agradecimiento para su hermana y su cuñado. Sacó gó a acurrucarse más en el estrecho asiento. El hombre a un chicle y se lo metió en la boca para, a continuación, su lado, en el asiento de la ventanilla, estaba roncando. buscar más a fondo y encontrar su amuleto de la suerte: En esa ocasión los hombres estaban vestidos de blanco. una pequeña estrella de David, hecha de plata, que aquél Los agentes se detuvieron ante tres personas y les pi- le regaló tres días antes de que se vieran por última vez. dieron sus credenciales; como todas las llevaban consigo, La estrechó con fuerza en la palma de su mano mientras el recorrido fue rápido y pronto volvieron a pasar frente el sabor a frambuesa se iba extendiendo por su boca, re- a ella; uno de ellos se detuvo un momento y la observó cordándole los besos que él le daba en la esquina de su con atención, con la linterna hacia abajo. El otro agente casa, en los diez minutos que ella se escapaba de sus obli- le hizo una seña y el policía continuó su recorrido, aquel gaciones caseras. breve vistazo despertó de nuevo sensaciones olvidadas y, Pero eso ocurrió antes de que ella decidiera meterse en sin embargo, muy presentes en su espíritu. la habitación a la que su madre les tenía prohibido entrar A su madre, a pesar de su carácter impenetrable, no le “bajo ninguna circunstancia”, y antes, también, de tomar gustaba la soledad. Por eso dejó entrar a la casa a algunos la decisión de escapar y que ahora la obligaba a recordar hombres. Casi todos pasaron sin pena ni gloria pero recor- cuando lo conoció. daba con nitidez a uno de ellos: era de piel oscura, ojos Al verlo en el café La Foresta supo, de inmediato, que el pequeños y siempre tenía puesto un sombrero azul. Ima- chico tenía algo distinto, difícil de precisar, que lo diferen- ginó que debió sentirse feliz de tener, a su disposición, a ciaba de los otros muchachos que intentaban cortejarla. Tal cuatro pequeñas damas de ojos claros y cabellos rubios. vez el color de su ropa, la forma en que estaba cortado su Pero eso no se lo había contado a nadie, ni siquiera a cabello, la sonrisa al saludarla o los ojos tan grandes. Pero la molesta terapeuta que intentaba hurgar en su pasado no produjo la misma impresión en Lorena, su mejor amiga, con estúpidos cuestionarios de personalidad, preguntas quien no dio tanta importancia a sus atributos: capciosas y pruebas de Roschard. —La verdad, a mí no me pareció la gran cosa —dijo El autobús arrancó y ella encendió su discman mien- mientras sorbía de su malteada, cinco minutos después tras la luz de neón del autobús se apagaba y Mr. Bean con- de que el chico se fuera después de platicar sobre su as- tinuaba golpeando una pelota de golf. Sintió ganas de es- cendencia libanesa, su afición por la poesía sufí y la inten- cuchar su canción favorita, la que bailó con él poco antes ción de invitarla a salir al día siguiente, previo intercambio de despedirse en ese bar al que asistieron para celebrar de números de celular.

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Esa noche soñó con un ángel que portaba una espa- mantuvieron sus plumas y las hermanas se abrazaron da flamígera e irradiaba una luz intensa y cegadora. Ella entre las sábanas. estaba sentada en un trono, esperándolo y a pesar de lo En el transcurso del día, mientras se acercaba la hora de amenazador de la figura no se inmutó, pues ella era la so- la nueva cita, ella se sintió inquieta y no se concentró en las berana de los mundos. El ángel se acercó a ella, ataviada clases. En vez de atender a los maestros se puso a hacer con un vestido plata con rayas celestes, entonces dejó la dibujos y a imaginar que viajaba a exóticos países: Marrue- espada en el suelo y se inclinó. cos, la India, Arabia Saudita. Tenía ganas de recorrer el de- —Soy el ángel de la muerte, pero no voy a hacerte sierto en un camello, como los beduinos, y cabalgar por la daño. Te he visto y me enamoré de ti, soberana de los península del Sinaí cubierta por una larga túnica bajo el sol mundos. ¿Quieres vivir a mi lado para siempre? ardiente, con el desierto extendiéndose hasta el horizonte. Cuando el ángel se acercó para besarla despertó, res- —¿Cuál es la raíz cuadrada de 360? —preguntó la pro- pirando con fuerza. Varios segundos tardó en percatarse fesora de matemáticas, una mujer poco agraciada, con de que no estaba en un trono sino en su cama, al lado de lentes y cabello negro, despeinado. su hermana menor, que a veces roncaba. De inmediato la Sintió un golpecito en el hombro. Era Lorena. La maes- despertó para contarle su sueño: tra la observaba con detenimiento desde el pizarrón, con —¿Otra vez estás soñando estupideces? —dijo la her- los brazos cruzados y esperando una respuesta. mana mientras se tallaba los ojos—. Es la tercera vez que —Lo que me pide es muy fácil de responder, señorita me despiertas para contarme tus ridículos sueños místi- Martínez. Si usted quiere puedo preguntar a mi hermana cos. ¿Por qué no buscas en un libro? y mañana le doy la respuesta. —No soy tan tonta. Sé lo que significa el que yo estu- —Nunca traes la tarea y no eres capaz de responder a viera sentada en un trono de luz. Está en el tarot. Lo que las preguntas que te hago ni siquiera las más simples. ¿A no entiendo es lo del ángel de la muerte. qué vienes a la escuela? Los otros profesores tampoco se —Sólo un ángel tan ridículo podría quererte, hermani- sienten muy contentos contigo. ta. Ya déjame dormir —cerró los ojos y volteó hacia el lado —¿Y usted a qué viene, señorita Martínez? —respondió contrario. Entonces volvió otra vez la cara hacia ella—. Te ella—. ¿No prefiere trabajar en algo más divertido? Conoz- gusta un chico, ¿verdad? Al menos ya has mejorado desde co un lugar donde puede olvidarse de las raíces cuadradas que soñaste con el chico que se parecía a Woody Allen. y ganar mucho dinero. Se llama “Ciudad paraíso”. Esther recibió un almohadazo en la cara y tuvo que Los otros alumnos se rieron pero la señorita Martínez defenderse. Entre ambas habían destrozado una doce- se puso roja del enojo y, sin decir nada, salió del aula, de na de almohadas, cuyas plumas terminaban flotando en inmediato todos se pusieron a platicar y a lanzarse boli- toda la habitación y luego caían a la alfombra; esto pro- tas de papel. Ella también se estaba riendo pero cuando vocaba el enojo de doña Martha, quien limpiaba la casa volteó a ver a su amiga descubrió que estaba seria y la tres veces por semana. En esta ocasión las almohadas observaba con mirada de desaprobación.

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Regresó a casa asombrada y molesta. Era la primera niño los aventaba constantemente al suelo, como proyec- vez en que Lorena no le aplaudía sus bromas y, además, la tiles, y ellas debían agacharse para levantarlos antes de señorita Martínez la expulsó dos días y le dio un reporte. que hiciera una rabieta. Cuando llegó a casa Efraím estaba en la cocina, esperan- —Está bien, entiendo que te mueres de ganas de salir do que sirvieran la comida. Él era el miembro más extra- con el ángel exterminador y llevártelo a la cama. ño de la familia y nadie estaba muy seguro de su origen; No contestó. En vez de eso se puso a armar mental- la versión oficial era que sus padres eran amigos dela mente la ropa que iba a ponerse ese día para ir al café, familia y murieron en un accidente automovilístico, pero para ver a su soñado pretendiente. ¿Estaría bien ponerse ella tenía otra hipótesis: después de tener tantas hijas y no el vestido plata con rayas celestes que le habían regala- dar ningún varón su padre decidió llevar un niño a casa: do en Navidad? ¿O era demasiado formal? Seguramente el primogénito de su hermano Isaac, cuya esposa había combinaba con las zapatillas que le regaló Lorena el día muerto de cáncer, y estaba muy deprimido como para de su cumpleaños. hacerse cargo del niño. Efraím era un niño hermoso pero Un brusco giro del autobús la sacó de su duermevela, complicado. Tenía una enorme fuerza para su corta edad en la que tenues imágenes de su pasado en los últimos y no daba ningún respiro ni a ella ni a Esther, quienes lo meses se sucedían sin conexión específica. cuidaban mientras la madre trabajaba en el hospital y, al Abrió los ojos. Alrededor estaba oscuro pero no silen- regresar, solamente preguntaba si Efraím seguía vivo. cioso. Se escuchaban algunos ronquidos, agitaciones de En ocasiones, el niño estaba sucio y no paraba de llo- cuerpos y el zumbar continuo del aire acondicionado, que rar, la cocina estaba hecha un desastre y había plumas empezaba a helarle la nariz y las manos a pesar de la de almohada en todas las habitaciones. Mamá las dejaba manta que cubría su cuerpo. Tenía hambre. De nuevo me- sin cenar y les prohibía salir en una semana. Esta vez, sin tió la mano en la mochila y hurgó un poco hasta encontrar embargo, su hermana había hecho un gran trabajo con la la bolsa con sándwiches que se había hecho en la madru- casa y el niño estaba tranquilo y ya había comido. Todo gada, mientras el resto de su familia estaba durmiendo. estaba bien y esperaba que su madre la dejara salir al Ni siquiera se lo dijo a Esther, pero dejó una nota en menos dos horas. el lugar más indicado; así, ésta se levantaría esa mañana, —¿Y no le dirás nada del reporte? —le preguntó Esther, como todas, para ir a la escuela pero no la encontraría al mostrando la hilera de brackets que ceñían sus dientes—. lado de la cama, lo cual le iba a ser muy extraño y segu- ¿O lo vas a hacer hasta mañana? ramente iba a preocuparla; extrañada, encendería el ca- —No le diré nada y tú tampoco, hermanita. ¿O te gus- lentador y entraría a la cocina para prepararse algo rápido taría que se enterara que hace unos días te pusiste su co- mientras pensaba en las posibilidades: “La muy estúpida llar favorito y perdiste una cuenta? volvió a emborracharse y se quedó a dormir con Lorena” Efraím jugaba con sus muñecos de plástico. Uno de o “Habrá tenido un accidente de regreso a casa y ahora su ellos ya no tenía la cabeza y al otro le faltaba un brazo. El cuerpo está en la morgue”.

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Entonces, mientras el té hervía en la estufa y el horno de microondas calentaba el resto del desayuno, Esther iba a subir al cuarto para meter sus cuadernos y plumas en la mochila e iba a ver, en el estrecho compartimiento en donde guardaba las cosas pequeñas, la breve nota. Dalet Terminó de comer el sándwich. Luego, volvió a cerrar los ojos y trató de cubrirse más con la manta. Mentalmen- te volvió a repasar la explicación breve, de algunas de sus La puerta. ¿Alguien estaba tocando? frases: “Tengo que hacerlo, querida hermanita, porque no Andrés se acababa de levantar. No acostumbraba dor- soporto vivir más tiempo en esta casa, con la bruja, y des- mir siesta, pero no pudo resistir la tentación de hacerlo, de que pasó aquello que tú sabes me siento muy triste”; sobre todo después de lo tarde que se habían dormido. “Pórtate lo más mal que puedas y deja de coquetear con —Mi amor —dijo Lea después del segundo orgasmo—. ese teto de tu salón”, “Come muchos chocolates por mí Estuviste maravilloso. ¡Qué digo maravilloso! Estuviste su- pero trata de mantener la línea”, “Cuida mucho de Efraím mamente encantador, gentil, tierno y amoroso. ¿Por qué y no dejes que ella lo contamine demasiado”, “Si tienes no me haces el amor tan seguido como cuando empeza- que escoger entre una confirmación y un Bar Mitzvah ya mos? ¿Por qué tuvo que pasar tanto tiempo para que me sabes que no tienes que pensarlo mucho: Moisés ya tenía desearas otra vez? Me hiciste decir “te amo” varias veces. las tablas de la ley cuando Jesucristo ni siquiera era un Andrés se sintió bien consigo mismo. Las pocas oca- embrión en el vientre de su madre”; “Ani ohev at Esther; siones en que gozaban de instantes tan maravillosos eran Baruj asem akol beserer”. como un oasis en el desierto. Después de todo muchos acontecimientos contribuían al desgaste de la relación y, desde aquello tan desagradable, nada había vuelto a ser lo mismo. Sin embargo, esa noche le daba esperanzas para que los problemas más graves con Lea pudieran re- solverse. —¿De verdad te gustó? —Andrés la abrazó con fuerza y se entretuvo observando las pecas que ella tenía alrede- dor de los hombros—. Me esforcé mucho por complacer- te pero no oí que dijeras “te amo”. —Ani ohev at. ¿Recuerdas? Ani ohev at, Andrés. Ahora, en la tarde del día siguiente, después de mostrar su sonrisa durante toda la jornada de trabajo, Lea seguía durmiendo. Su rostro, de perfil, era tan dulce que Andrés

30 31 Alexis de Ganges El árbol de Raquel no había resistido la tentación de acariciarlo suavemente. del cuarto—. Ya voy, ya voy. Qué hora tan mala para visi- Su pelo rubio, casi blanco, caía suavemente alrededor de su tar a alguien. Debería estar prohibido hacerlo en la hora rostro, en ondas tan suaves a su tacto que Andrés no pudo de la siesta. Todavía un poco adormilado pasó por el co- menos que pensar en lo feliz que era al haberla conocido. medor en penumbra, respirando fuertemente mientras Otra vez se escucharon tres fuertes toquidos, y uno buscaba la llave en su pantalón. ¿Qué hora sería? Estaba cuarto más suave. Efectivamente, estaban tocando la bastante oscuro. Seguramente habían dormido no menos puerta. Andrés se talló los ojos e hizo a un lado la sobreca- de cinco horas, después de comer una pizza encargada ma blanca, de plumas de ganso, que Lea había comprado por teléfono, ante la absoluta indisposición de Lea de co- en el Palacio de Hierro con el primer pago de su beca de cinar ni un sándwich. maestría y que a Andrés le pareció excesivamente cara y —No me importa que no sea kosher. Pide una pizza de fatigosa hasta que, una noche de intenso frío, agradeció champiñones y salami y un refresco. Me dejaste dema- la sabiduría de las mujeres y su capacidad de ver a futuro. siado cansada como para siquiera ir a la cocina. Anda, mi Le encantaba ese cobertor, al levantarse sintió una ráfaga vida. Sigue de bueno con tu chica judía y tráele de comer de viento que venía probablemente de la rendija del baño, hasta su cama. que siempre dejaba abierta. Se sentó unos segundos en Por fin sacó su llavero y tardó unos segundos más en la orilla de la cama, buscando su pantalón y rascándose girar el picaporte. Mientras lo hacía preguntó: “Quién es”, la cabeza. Probablemente era el del recibo de teléfono, surgido más por costumbre que por temor a los ladrones algún vendedor de enciclopedias o quizá un predicador, (los guardias de la unidad habitacional no dejaban pasar como el que la vez anterior quiso convencerlos de que La a nadie sin antes preguntarle a dónde iba y sus motivos). luz del mundo era la única opción posible para que salva- No hubo respuesta, pero de todas maneras Andrés giró el ran su alma. picaporte y abrió la puerta. —Somos judíos ortodoxos —le respondió Andrés —Hola. ¿Está Lea? mientras cerraba la puerta—. Mi esposa va a dar a luz al La pregunta, formulada con tanta sencillez, parecía de- Mesías, así que deje de molestarnos. masiado poco para lo que Andrés estaba contemplando, Lea no había parado de reír ante la ocurrencia de An- con los ojos abiertos y una expresión de idiota en el ros- drés. ¿Cómo que voy a dar a luz al Mesías? Acaba de pasar tro. Su mente y sus ojos no se ponían de acuerdo. ¿Lea mi mes. preguntaba por Lea? ¿No estaba durmiendo tranquila- —Ya sé, querida, pero ese ridículo predicador no volve- mente unos segundos antes? Cuando por fin la imagen rá nunca más. De hecho, voy a poner en la puerta: “Esta- pudo formarse en su mente, Andrés empezó a notar las mos esperando al Mesías. Predicadores, abstenerse”. diferencias, que no hacían el hecho menos extraño. Sí, —La puerta, claro —se dijo Andrés al escuchar por ter- era más bajita y su rostro un poco más redondo y tenía el cera vez los breves toquidos. Terminó de abrocharse el pelo con un mechón pintado de rojo. Por lo demás era Lea cinturón, se puso sus sandalias y salió con pasos rápidos algunos años antes.

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—Me dijo que vivía en la casa número 22. Tal vez me —A ver, ¿cómo me llamo?. equivoqué. Disculpe. Andrés trató de recordar nombres judíos ninguno co- Sonrió y dejó en el piso una grande y pesada mochila rrespondía con aquella personita. Judith, Esther, Rebeca… negra pintada con colores psicodélicos. Puso las manos Al fin sugirió: en la cintura. —¡Susana! La mano de Andrés sostenía aún el picaporte. Su —Frío, frío, cuñado. ¿De dónde sacaste una memoria centro del habla tampoco atinaba a dar una respuesta, tan mala? Yo puedo recordar muchas más cosas que tú. y aquel ser que frente a él preguntaba por Lea se ponía Las capitales de todos los países de América, por ejemplo. impaciente. Trata de nuevo. —Disculpe señor. ¿Podría decirme entonces si conoce Otra vez la memoria. En algún momento se lo había a Lea? Vive en este fraccionamiento. Si no sabe puedo dicho Lea. Conocía el nombre de la mayor pero los otros irme. Voy a preguntar con los guardias. casi no los mencionaba. Trató de relacionarlo con algo. ¿La Al decir esto se agachó a recoger su mochila y miró Biblia? Por fin un destello le llegó a la cabeza y arriesgó: de nuevo a Andrés. Éste al fin supo que debía dar una —¡Raquel! respuesta rápida. La chica sonrió aún más y lo tomó de la mano. —Ella está dormida. —Mucho gusto, señor Andrés. Ha pasado la prueba. —¡No me equivoqué —dio un par de saltitos y son- Ahora, por favor déjeme entrar a la casa. Esta mochila rió—. ¡Ella sí vive en este número! ¿Por qué no me querías está bastante pesada y la vengo cargando desde el metro. decir? Sin comprender aun lo que estaba pasando, Andrés se —¿Por qué? No sé —Andrés no podía quitarle la vis- hizo a un lado para que Raquel entrara. Se sentía comple- ta—. Pues porque no esperábamos visitas . No sé tamente confundido, pero la chica le había alegrado más quién eres. el día. ¡Era tan parecida a la hermana! Era extraño que, —¿No sabes quién soy? ¿Qué no te ha hablado de mí aparte de esa fotografía, Lea no la mencionara casi nunca. Lea? Yo sí sé quién eres, aunque Lea nunca me ha manda- —Me muero de hambre, cuñadito. ¿Tienes pastel de do fotos. Eres Andrés. chocolate, helado de vainilla, madzes? De pronto Andrés recordó la imagen. Claro, ¿quién más —¿Madzes? podía ser? Era la misma sonrisa, los mismos ojos brillan- —Sí, madzes —se sentó en el sillón blanco y dejó a un tes, también esos brackets. Sin embargo, algo carecía de lado su mochila—. Vaya, me duelen mis piecitos —al decir lógica. ¿Qué hacía ella ahí? No había ningún motivo para esto se quitó un zapato y comenzó a sobárselo con una su presencia frente a la puerta del departamento y sin mano—. Creí que estaba más cerca del metro, pero tuve embargo estaba ahí, parada, con su mochila ahora en la que recorrer como cinco cuadras —se quitó el otro zapato, mano y con una expresión de absoluta certeza. pequeño y de un rojo brillante—. Los madzes son pasteles —Ya sé quién eres. La hermana de Lea, ¿verdad? judíos tradicionales. ¿Hace cuánto vives con mi hermana?

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—Pues, como… —Gracias, cuñadito. Sólo comí un sándwich desde que —¡Le encantaban! Y ya estaba un poco llenita de tanto salí de la casa. Por cierto, ¿dónde está la mensa de Lea? comer, pero por suerte adelgazó al llegar a la pubertad. Quiero darle un abrazo. Nos gustaba comerlos a escondidas de mamá —ahora Andrés se sentó en el sofá, sin cambiar la expresión había estirado ambos pies hasta que tocaron la mesa de de su rostro, y miró atentamente a Raquel, quien en esta centro—. ¿Al menos tienes algo de tomar? ocasión sí desvió la mirada. —Te traeré refresco y… no tengo nada dulce pero so- —Mi querida niña, yo te pregunté algo antes. bró un trozo de pizza. —Está bien. Me gusta la pizza. Sobre todo la de pepe- roni. ¿Tienes de esa? —No, lo siento. Es de champiñones. Ya sabes que tu hermana detesta la carne y yo debo atenerme a sus gus- tos. Tú no eres vegetariana, ¿verdad? —Claro que no. Me gustan los tacos de perro y no podría vi- vir sin carne. Creo que ahora mi hermana será una contra dos. Mientras se dirigía a la cocina, Andrés escuchó esa afirmación, pero no dijo nada. Cada vez le parecía más extraña la presencia de Raquel en la casa. Cortó un trozo de pizza y lo puso un minuto en el horno de microondas. Luego sirvió un vaso con refresco hasta el borde. Mientras el plato daba vueltas, Andrés preguntó: —Y dime, ¿cómo está tu mamá? No hubo respuesta. —Ya casi está la pizza. No te desesperes. El horno emitió tres agudos pitidos y Andrés sacó el humeante trozo de pizza con sus champiñones como rue- das pequeñas. Tomó el vaso con la otra mano y se dirigió al comedor. Colocó ambas cosas en la mesa de centro. Aún esperaba una respuesta de Raquel, quien miró el re- fresco y la pizza como si no hubiera comido en cien años, y sin pensarlo dos veces comenzó a devorar la pizza con grandes mordiscos y a beber el refresco de tal forma que casi se derramó en su blusa. Por fin hizo una pausa.

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más oscuro, pero por lo demás eran bastante parecidas. Andrés comenzaba a sentirse extraño y desplazado. Por fin se separaron, contra la voluntad de Raquel. Se formó un triángulo. Las dos hermanas a los lados y An- Hei drés en el vértice. Por fin, Lea ordenó que se sentaran, y mientras que Lea y Andrés ocupaban el sofá, Raquel se sentó en el sillón, no sin antes quitarse los zapatos para La ventana estaba entreabierta. Raquel se asomó un instante entrelazar las piernas. por ella y luego comenzó a dar vueltas por la casa. En- —Hermanita, ¡qué feliz estoy de verte! —Lea sonrió tonces se detuvo frente al muro de las fotografías y miró y miró por unos instantes a su hermana, quien también un largo rato la suya, después volteó a ver a Andrés como parecía muy feliz. si quisiera decir: “Esta no era yo. Ahora soy mucho más —Me sorprendiste. Yo te esperaba dentro de dos días. grande. ¿Está loca Lea? ¡Cómo se le ocurre colgar las fotos —Sí, Lea, yo también pensé eso —Raquel agachó lige- familiares a la vista de todo mundo!”. ramente la cabeza— pero no soportaba estar más tiempo —Ya sé. Supongo que no eres muy fotogénica. Pero en la casa. saliste muy bien en esa fotografía. En cuanto a tu madre, —A ver —Andrés tomó la palabra. Había sacado un sólo tiene un espacio en la pared. Y se ve tan indiferente cigarrillo de los que ocultaba en uno de los estantes de la a todo lo que le rodea, excepto a sí misma, que prácti- sala, y lo encendió, ante la expresión de desagrado de Lea camente es invisible. Por cierto, tú también estás en esa quien lo aceptaba por ser un momento especial. foto, pero miras del lado contrario de tu madre. —¿Puedo fumar uno? Las chicas de mundo fuman ci- —Siempre lo he hecho, Andrés. Pero no puedo decirte garrillos. más sobre ella. Por favor, cambiemos de tema. ¿Dónde Lea la volteó a ver con mirada adusta y cruzó los brazos, está mi hermanita? pero Andrés se rió y le pasó la cajetilla de Camel y el encen- —La dejé dormida. No quise despertarla porque ayer dedor. Con expresión de chica de mundo, Raquel encendió nos dormimos muy tarde. Y además, se enojaría mucho. su cigarro y lo aspiró fuertemente para a continuación toser No sabes cómo se pone. varias veces. Lea reaccionó con su típica risa aguda, aunque —¡Lea! —Antes que Andrés se percatara, Raquel había siempre se tapaba la boca, como si le diera vergüenza. An- salido corriendo hacia su hermana, de pie en el centro drés también se burló, inhalando fuertemente su cigarro. de la habitación, con una bata rosada y el pelo un poco —No seas payasa —dijo Lea—, no sabes fumar. Eres despeinado. Se abrazaron fuertemente. Durante varios se- una niña, y tampoco eres una chica de mundo. gundos, Andrés fue espectador silencioso de sus muestras —Ahora no —Raquel aspiró con menos fuerza el ciga- de afecto. Lea era un poco más alta y su cuerpo más es- rro—. Pero en poco tiempo me iré muy lejos, para cono- belto, mientras que el cabello de Raquel era de un rubio cer todos los países de la Tierra.

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—Bueno, señoritas —Andrés puso una cara solemne Lea tenía los ojos puestos en algún lugar del techo. Un que no le quedaba, y de la cual ellas se rieron—, esta poco avergonzada por su falta de información. junta es para que el jefe de esta casa, o sea yo —risas —Está bien: Raquel vivirá un tiempo con nosotros —se más breves—, se entere del motivo por el cual esta damita levantó y estiró ambos brazos, como queriendo expresar se encuentra ahora compartiendo nuestro hogar. ¿Quién su asentimiento por lo acordado por las hermanas—, y lo será la primera en hablar? mejor es que se instale cuanto antes. Aunque espero que Ambas se vieron una a otra pero no levantaron la mano. traigas suficiente ropa en esa mochila psicodélica. —Bueno, entonces yo seré quien nombre a la oradora. —¡Claro! Tengo dos pantalones más y cinco blusas, Mi querida Lea, explícanos qué ocurre. además de ropa interior. ¿Qué más necesito? —Bueno, amor. Primero debo pedirte una disculpa por —No te preocupes, cariño. Yo puedo prestarte algo no haberte informado antes. Lo siento, pensaba hacerlo de ropa —Lea se acercó a su hermana y la tomó de la mañana pero ya ves que la niña se adelantó. Además todo mano—. Mañana te pruebas unas blusas mías y una falda. ocurrió muy rápido. Ayer pensaba decírtelo, pero con tan- —No me gustan las faldas. ¡Las odio! En la escuela nos tas distracciones se me olvidó. obligaban a usarlas. Eran unas cosas horribles. Andrés puso la ceniza del cigarro en un cenicero ­redondo. —Tonta. Está bien, no importa la falda. También te —En cuanto a que mi hermanita esté con nosotros, se daré unos aretes que eran de la abuela y que por algún debe a que ella y mamá no tenían una buena relación y motivo tengo yo. Raquel decidió poner tierra de por medio. Hace unos días —¿La abuela judía? me habló llorando. Dijo que no soportaba la forma en que —Claro. Es una de las pocas cosas que trajo cuando madre se ensañaba con ella. Como sea, en una ocasión salió de Polonia. anterior mamá habló conmigo y aseguró que estaba harta —¡Gracias, Lea! Siempre he querido tener algo de la de que Raquel no la obedeciera. abuela. Raquel parecía abstraída y su rostro estaba ligeramen- Andrés estaba impaciente, con los brazos cruzados y te inclinado. Escuchaba lo que su hermana decía pero escuchando con atención lo que decían las hermanas. pensaba en otras cosas. Se sentía triste por sus hermanos Aún no asimilaba la sorpresa, aunque dos días antes ha- menores. Les había dejado una nota antes de irse y en bía visto la fotografía de Raquel. Sin embargo, era cier- ese momento debían estar confundidos y asombrados to que las fotografías no la favorecían demasiado. Ahora por su ausencia. se veía radiante aunque vistiera con sencillez: una blusa Andrés se rascaba la cabeza. Todo ese asunto era púrpura y un pantalón de mezclilla bastante percudido. muy complicado y estaba molesto por el hecho de que Además, sus tenis tenían la apariencia de no haber sido Lea ocultara algo importante. Él no se habría opuesto; lavados en un siglo. sin ­embargo, ahora Raquel estaba sentada frente a ellos, —Basta de sentimentalismos —Andrés tomó a Lea de como esperando una respuesta de Andrés, mientras que la cintura—. Hay que arreglar el cuarto de visitas. Lo te-

40 41 Alexis de Ganges El árbol de Raquel nemos desordenado porque ahí pusimos todos los cachi- —¿Puedo verlo? vaches que no tenían sitio en otro lado. Además, hay un —Claro, pero dudo que lo consigas. Seguramente en huésped que se te adelantó. este momento tiene el color de las plantas que le rodean. Raquel abrió mucho los ojos. Sólo en ese momento —Deja buscarlo. Tengo buena vista. Andrés se dio cuenta de la principal diferencia entre las Raquel acercó su rostro al terrario. Durante largos ins- hermanas. Los ojos de Lea eran como la miel, los de Ra- tantes mantuvo los ojos fijos, mientras Lea y Andrés la quel tenían un color que se asemejaba a los de una pie- contemplaban en silencio. De pronto, Andrés se sintió dra preciosa, cuyo nombre no recordaba con exactitud, preocupado. Aunque era la hermana de Lea, algo había pero que juntos formaban algo que no era exactamente cambiado en la casa. Ya no eran una pareja: ahora eran verde ni azul. tres personas. Iba a ser difícil acostumbrarse en un prin- —Andrés, no la asustes. Es un bicho muy simpático, cipio. Y mientras veía a Raquel observar el terrario, sin pero a veces se sale de su jaula y le da por morder. pestañear ni hacer ruido, empezó a preguntarse cómo era —¿Qué es? —Raquel se había levantado del sillón y que siendo tan parecidas físicamente, Lea y Raquel difirie- daba breves saltitos—. Dime, Lea, ¿qué bicho tienes ahora? sen de forma tan tajante en carácter. —Es un camaleón. —¡Ya lo vi! —Raquel señaló con un dedo hacia un pun- —¿Un camaleón? —Raquel se había puesto sonrien- to del terrario. Andrés y Lea se agacharon. Ahí dentro, te—. Quiero verlo. ¿Cambia de color? sobre un pequeño tronco de madera, el camaleón sacaba —Todo el tiempo —Andrés trataba de calmarla—. Es una lengua larga y enrollada sobre sí misma, mientras una criatura más voluble que cualquier mujer. que su ojo izquierdo observaba atentamente. No parecía —¿Cómo se llama? ¿Le pusieron algún nombre? preocupado. Tenía un tono marrón en su piel de reptil. —No. Lea todavía no lo ha bautizado. Lo trajo hace —Bueno —Lea acarició el pelo de su hermana—. Pare- tres días. Así que a ti te corresponde poner nombre a tu ce que tú y el camaleón se van a llevar muy bien. compañero de cuarto. En ese momento, Andrés recordó el nombre de la piedra: Raquel se quedó unos segundos pensativa. Mientras tan- ¡Aguamarina! to, Lea había ido al cuarto. Andrés se percató de que un resplandor de tristeza cruzó por los ojos de Raquel. Fue algo sumamente breve. Un momento después volvió a sonreír. —¿La llevamos al cuarto? —Andrés levantó la mochila e hizo un gesto a Raquel. Ella asintió con la cabeza. —Lo vamos a dejar un rato en la sala —Lea regresaba cargando un terrario no muy grande. Estaba lleno de pe- queñas plantas. Buscó un lugar apropiado y al fin lo dejó sobre la mesa de centro.

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puesto? ¡Pero claro!, estaba colgada en el tendedero del pequeño patio de la cocina. Aún ligeramente dormido sa- lió del cuarto y entonces descubrió que la luz de la sala estaba prendida. Completamente adormilado empezó a Vav preguntarse si la había dejado así cuando vio una silueta sentada en uno de los sillones. Era cierto, ya no estaban solos. Por un momento se Un arado. En su sueño, él se encargaba de empujar uno avergonzó un poco: tenía puestos un boxer negro y una a lo largo de la tierra dura. Había dos bueyes pero eran delgada playera. Era tarde para ponerse otra cosa. Ella muy lentos y aunque los golpeaba constantemente con cerró el libro que estaba leyendo y lo contempló con una una vara, no lograba que avanzaran demasiado. Cansado sonrisa estática. Sus piernas estaban recogidas sobre el se limpió el sudor con una mano. Luego giró la cabeza. sillón; Andrés se dio cuenta, mientras se acercaba con Había un anciano de barba blanca que lo observaba con lentos pasos, rascándose la cabeza y bostezando vistosa- atención, como analizando su tarea con cuidado. Por fin, mente, que sus pies estaban desnudos bajo el pantalón de sonrió. “Sigue así —dijo con voz grave—. Te falta poco piyama azul claro. Arriba tenía una blusa y él no pudo evi- tiempo. Un poco de paciencia. Pronto será tuya”. tar fijarse en los breves pechos que debajo se insinuaban. Andrés se levantó a las seis de la mañana. “¡Qué sue- De inmediato apartó la vista y se sentó enfrente. ño tan extraño”, pensó, nunca se imaginó trabajando la —Creí que yo era el madrugador de la casa —exclamó, tierra. Lea iba a dormir hasta las ocho y luego habría de sólo por empezar la conversación—, pero veo que te ade- levantarse para estudiar y preparar sus clases de zoología lantaste. ¿Qué estás leyendo? de la universidad. Al desprenderse del cuerpo con el que Raquel le mostró la portada del libro. La lengua absuel- compartía el sueño, Andrés experimentaba algo parecido ta, de Elias Canetti. Una lectura desconocida para Andrés, a ser expulsado de una cálida y confortable placenta. De quien se jactaba de conocer a muchos autores. manera ritual metió el rostro varios segundos en el pelo —Es muy bueno —dijo ella—. Me lo regaló un ex novio. de Lea, intentando apresar las células y átomos antes de —¿Ah sí? ¿Y está interesante? comenzar su rutina. Lea casi siempre se volteaba e inten- —Mucho. Es acerca de la vida de los judíos en el gueto taba abrazarlo, aún dormida, pero él la alejaba y, en un de Varsovia. A Alejandro le gustaba leer. Me regaló mu- esfuerzo de voluntad no siempre triunfante, se levantaba chos libros. Traigo algunos en mi mochila. de la cama. —¿Como qué traes? —Andrés se había olvidado de la Se puso sus sandalias y fue hacia el cuarto de baño, toalla y en ese momento sus piernas estaban cruzadas y pero descubrió que ahí no estaba su toalla, sólo la verde, su espalda estaba apoyada contra el respaldo del sillón; de Lea. Abrió la cortina del baño pero tampoco la encon- observaba atentamente a Raquel mientras ella inventaria- tró en la pequeña repisa de la regadera. ¿Dónde la había ba sus libros.

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—Justina o los infortunios de la virtud, del Marqués de Fue hacia la cocina y abrió la puerta del patio. Hacía Sade; El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger; El con- frío. Durante varios segundos se quedó contemplando el de de Montecristo, de Alejandro Dumas; Otras voces, otros cielo en el momento en que se iba iluminando con la ma- ámbitos, de Truman Capote; Lolita, de Nabokov, y otro li- ñana. Las luces de muchas casas estaban prendidas y el bro, pero no puedo mostrártelo. sonido de los automóviles se escuchaba como siempre, —¿No?, ¿por qué?, ¿es un libro raro? interminable y monótono. Andrés tomó su toalla y volvió —Mejor lo olvidemos. No es algo que importe demasiado a meterse a la cocina. Cerró la puerta y con pasos rápidos —Raquel estiró las piernas; parecía soñolienta. Con un dedo se dirigió al cuarto. Raquel seguía inmóvil, como en otro tenía la página entre las hojas del libro. A Andrés le pareció mundo. más prudente no seguir preguntando por el libro prohibido. —Raquel —dijo, aunque no le parecía necesario ha- —¿Tienes sueño? cerlo—, si tienes hambre hay leche en el refrigerador y —Un poco. Casi no pude dormir. Estuve viendo un lar- cereal. También jamón y galletas. go rato al camaleón. Es un bicho muy raro. Me puse a —Gracias, Andrés, pero no te preocupes. Esperaré a pensar en nombres. Creo que lo llamaré Aleph. Lea —estiró las piernas—. Quiero desayunar con ella. —¿Aleph? —Andrés se rascó la cabeza. No estaba acos- Andrés se metió al cuarto. Al hacerlo no pudo evitar tumbrado a hablar sobre camaleones a esa hora de la ma- acordarse del nombre del camaleón, A-leph. ñana. Ya debía haberse vestido. Pero al mismo tiempo no Pero pronto se olvidó. Tenía que apurarse. Llevaba casi podía dejar de escuchar a Raquel—. ¿La primera letra del veinte minutos de retraso. alfabeto hebreo? ¿Cómo se te ocurrió? —No sé. Simplemente me vino a la mente. ¿No te gus- ta? —cerró un momento los ojos, como si estuviera delei- tándose con la palabra—. A-leph, A-leph. Nuestro cama- león ya tiene nombre. Espero que le guste a Lea. —Yo creo que sí —Andrés miró su reloj—. Cuéntale en cuanto despierte. ¿No piensas irte a dormir un rato? —Enseguida. Sólo acabo un capítulo más del libro y te prometo que me voy a la cama, cuñadito. Andrés se sintió raro al oírse llamar de esa forma. Re- beca, la mayor, nunca le habló de esa forma. La dichosa palabra le recordaba que el matrimonio con Lea debía es- tar cerca, de algún modo. Trató de borrar esa imagen de su cabeza y se levantó del sillón, mientras Raquel abría el libro y continuaba leyendo.

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Julio, otro ingeniero en electrónica con quien de alguna manera estaba disputando el puesto de jefe del departa- mento de innovación, los miró de reojo cuando se levan- Zain taron y fueron hacia la puerta, sin dejar de apuntar, con diligencia, todo lo que se explicaba frente a la pantalla de proyecciones. “El arma más eficaz para que nuestro equipo se modernice es Andrés y Ramón caminaron con sigilo a la pequeña aplicarnos en usar una mejor tecnología. Ustedes, como cafetería, esperando que el jefe no apareciera frente a expertos, están obligados a mantenerse informados. Aquí ellos. Dieron una vuelta y abrieron la puerta del cubículo les presento algunos de los avances más importantes en de cuatro mesas y una máquina para café, además de un cuanto a la mejora de los microprocesadores, las redes y la horno de microondas, un lavadero y un pequeño frigobar. inteligencia artificial pues, como se ve en la pantalla, nue- Había también una máquina expendedora de golosinas y vos avances tecnológicos pueden cambiar radicalmente la Ramón metió un par de monedas mientras Andrés servía manera en que nos relacionamos con las computadoras y dos tazas de café. los sistemas cibernéticos”. Se sentaron, uno frente a otro. El primero en hablar fue Andrés estaba distraído, pero intentaba concentrarse Ramón, quien se puso a contar de nuevo los problemas en lo que aquel hombre de baja estatura y ojos peque- que se le presentaban por la pensión de su hijo. Andrés ños estaba explicando. Se trataba de un conferencista de escuchaba pacientemente, porque entendía lo importante prestigio internacional y hablaba de un importante para- que era ese tema para su amigo, pero le provocaba un leve digma, pero en lo único que podía concentrarse era en el dolor de cabeza. Era sólo un año mayor que él y ya tenía un encuentro de la mañana con Raquel. divorcio y un hijo al que adoraba, que sólo veía un día a la Alrededor estaban algunos de sus más recalcitrantes com- semana. Para Andrés, sin embargo, se trataba de algo que petidores pero también Ramón, su compañero de trabajo aún no le cabía en la cabeza. ¿Por qué era tan importante más leal y quien, en ese ámbito de ratas inmundas, le parecía traer niños a un mundo hostil y con tantos problemas? la única persona honesta. Bastó con entrar a la oficina para —Nunca pensé que mi ex esposa pudiera ser un mons- que Ramón lo interceptara, un café en una mano y un fajo de truo —exclamó Ramón, bajando la cabeza casi al nivel de la papeles en la otra, y le preguntase si algo le estaba preocupan- mesa—. Piensas que has encontrado a tu alma gemela y de do. Andrés dijo que la hermana de Lea estaba de visita y que la noche a la mañana te arranca la cabeza sin explicaciones. solamente se sentía un poco estresado. Sin embargo, cuando Hubo un breve silencio, incómodo, en el que Andrés Ramón se percató de que, en la conferencia, Andrés seguía sorbió su café y se puso a pensar en las cosas que a él ensimismado, le tocó ligeramente el hombro y le cerró un ojo. le atormentaban. No eran muchas, a fin de cuentas: una Andrés sonrió e hizo un asentimiento con la ­cabeza. Era la gran parte de ellas estaban ocultas en lo profundo de su señal de que salieran a tomar un café para relajarse un poco. cabeza, guardadas bajo llave. No era conveniente sacarlas

48 49 Alexis de Ganges El árbol de Raquel en cualquier momento porque echarían a perder muchas —Lo que te hace falta, mi querido Andrés —Ramón cosas. Sin embargo, lo que concretamente le preocupa- se levantó, tiró su vaso desechable en el bote de basura ba, ese día, era la presencia de Raquel en la casa. ¿Cuál y luego le dio una palmada en el hombro—, es salir de la era la verdadera historia de la hermana de Lea? ¿Cuál era rutina. Mira, este fin de semana es la despedida de soltero el futuro inmediato de la chica y cuánto tiempo pensaba de mi sobrino y queremos hacerle una fiesta. Estás invi- quedarse con ellos? Todo eso rondaba su mente, junto con tado. Mi hermano ya contrató dos bailarinas que podrían una sensación más extraña: no podía dejar de pensar en resucitar a un muerto. la aguamarina, era su nueva obsesión. —Te agradezco, pero este fin de semana estamos invi- —¿Y tú cómo vas con tu mujer? ¿Ya volvió a pedirte tados a cenar en casa de unos amigos —mintió Andrés—. matrimonio o se ha olvidado del tema? Es una lástima. Andrés se inclinó contra la silla y cruzó las piernas. Se —Andrés, debes independizarte de tu pareja. No es le antojaba un cigarro; aunque habitualmente no fumaba, bueno mantenerse atado a lo que ella diga. Mira, los ena- un poco de humo en los pulmones resultaba una forma de morados son muy felices cuando comienzan una relación calmar la ansiedad; al menos hasta que el río volviera a su pero sé, por experiencia, que eso siempre cambia. Per- cauce o hasta que Lea olvidara por completo sus ideas de dona que te lo diga pero creo que ya perdiste esa ilusión. matrimonio. En vez de eso se contentó con cerrar los ojos Andrés hizo una mueca que igual significaba acepta- y aspirar una larga bocanada de aire: ción que rechazo. Miró su reloj. Habían pasado quince mi- —No hemos vuelto a hablar al respecto, lo cual me nutos. Trató de relajarse y, después de acomodarse la ca- agrada. Como a casi todas las mujeres —a Andrés no le misa en el pantalón, siguió a Ramón por el mismo pasillo. gustaba generalizar pero eso daba a Ramón esperanzas: Entraron con discreción, aunque no pudieron evitar su caso no era el único—, le interesa llamar la atención que el conferencista volteara a verlos. La página de Power sobre ciertas cosas que luego olvida, cuando sus herma- point mostraba datos técnicos, ecuaciones diferenciales e nas y amigas dejan de recordárselo en el café. ilustraciones de modernas computadoras. Se quedaron reflexionando sobre la naturaleza feme- —Y esto, queridos amigos —dijo el conferencista, seña- nina. Alrededor se escuchaba el zumbido del refrigerador. lando con la luz infrarroja de su llavero—, es el futuro de las De pronto Ramón dijo: comunicaciones. Quien logre poseer antes esta tecnología —Te noté un poco ausente en la junta. ¿Tuviste algún tendrá una poderosa ventaja sobre sus competidores. problema en la noche o estabas asustado por el idiota de Ju- —¿Qué es? —preguntó alguien de la fila delantera. lio? No debes preocuparte, no hay ningún motivo por el cual —Es una idea en proceso para mejorar la inteligencia ese arribista logre superarte en lo que buscas. Sólo manten- artificial. Todavía se encuentra en etapa de diseño, pero te tranquilo y estable, verás como todo se soluciona. como pueden ver está formado por módulos, cada uno —Realmente no me preocupa; ese imbécil no será un tiene una función distinta y juntos crean un sistema per- obstáculo. Sólo me levanté disperso. fecto. Fue diseñado por un grupo de científicos ingleses y

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—bajó la voz, como contando un secreto— quien primero —Yo creo que ese número ideal de escalas de creación, lo perfeccione tendrá una considerable ventaja sobre los combinado con una adecuada arquitectura, permitirá al competidores. El problema, sin embargo —continúo ex- sistema funcionar de una manera mucho más eficiente. plicando—, es que nos hemos topado con algunas ecua- Pienso, incluso, que podría tener algunas emociones bási- ciones irresolubles. cas y retroalimentarse de sus experiencias. El conferencista dio por terminada su ponencia y agre- El murmullo subió de volumen. Andrés salió avante de gó: —¿Alguna pregunta? la pregunta inesperada. Ahora el entrevistador iba a bus- Varias manos se alzaron, entre ellas la de Julio. “Ese car a otro infortunado para plantearle un problema más idiota —pensó Andrés— nunca pierde la oportunidad de complicado. hacer preguntas”; era su naturaleza, llamar la atención. —Parece una buena idea, aunque yo lo pondría en Se alegraba de no ser como él, pero la existencia de seres duda. Sin embargo, creo que nuestro amigo es capaz de como Julio era inevitable. La única solución consistía en probarnos si puede lograrlo. aprender a convivir con ellos. Andrés contuvo la respiración. Aún no la había librado. De pronto Andrés tuvo que salir de sus pensamientos. Disimuladamente echó un vistazo y ahí estaba la sonrisa El conferencista lo estaba señalando con un dedo. de Julio, tan visible e irónica que se sintió molesto, al re- —Usted, señor. Parece un hombre calificado. ¿Se sien- cordar que comenzaron siendo buenos compañeros de te capaz de apoyarnos en el perfeccionamiento de este trabajo hasta que Julio le robó una idea. sistema? —Creo que me llevaría algo de tiempo. Andrés sintió que la pregunta lo tomaba por sorpresa, —¿Cuánto tiempo? pero era necesario decir algo para no quedar como un Andrés se puso a pensar en el lío en que se estaba me- idiota frente a Julio. En unos pocos segundos, sin embar- tiendo, al comprometerse para realizar una tarea para la go, una idea salvadora vino a su mente. cual no se sentía calificado. Quizá, si pedía una cantidad —En mi opinión —comenzó a decir, primero tímida- de tiempo razonable tal vez algo podía salvarlo en el últi- mente, pero después con más determinación— hay un mo momento. número ideal de conexiones que este sistema debe po- —Un mes, quizá unos días más. seer. Teniendo en cuenta que la misma conciencia no sur- De nuevo el murmullo general se escuchó en la sala. gió de la nada, una inteligencia artificial necesitaría un Andrés respiró, entre aliviado y molesto. Entonces el con- determinado número de pasos para ser creada, desde un ferencista puso de testigos a todos los que estaban en esa punto más alto hasta uno más elemental. sala para que Andrés cumpliera su promesa; después se Todos voltearon a verlo y hubo un murmullo en la sentó, más preocupado y un poco tenso. No tenía la me- sala. El expositor lo miraba con una mezcla de interés y nor idea de cómo empezar a desarrollar su sistema. ­desdén. Andrés debía terminar su idea. Por fin dijo, acu- Cuando terminó la conferencia todos fueron saliendo diendo a lo primero que le vino a la mente: de la sala. Sin embargo, quedaron unos cuantos, entre

52 53 Alexis de Ganges ellos el jefe de Andrés, un hombre ligeramente calvo y de ojos pequeños que estaba hablando con el conferencista; cuando Andrés pasó junto a ellos, lo llamó por su nombre. —Andrés, me pareció muy acertada tu participación. Me gustaría que conocieras mejor al señor Schwartz y, Teth en mi opinión, hay que llevarlo a un buen restaurante. ¿Te parece bien hoy a las ocho en La Casa del Fauno, en Polanco? La cama era muy cómoda, así que pudo dormir muy bien, Andrés respiró con fuerza. Una parte de su mente lo cuando despertó se sintió lista para acudir a la casa que instaba a huir, pero la otra insistía en que era una oportu- anhelaba visitar, así que se dio un baño rápido y se vistió nidad para que su jefe lo ascendiera. con una blusa blanca y un pantalón de mezclilla. Antes de —Su empleado es muy inteligente, señor González —sen­ salir, cuando estaba cerrando la puerta de la casa (Lea le tenció el señor Schwartz—. Sin duda, en la cena de esta había dado un manojo de llaves para la puerta del depar- noche vamos a poder hablar de muchas cosas importantes tamento y para la reja de la unidad) pensó que era conve- para el futuro de nuestras compañías. niente llevar un saco. Le dio una palmadita en el hombro, y Andrés supo que Escribió rápido un mensaje para Lea en una servilleta no podía fallar en la realización de su tarea. de papel y salió. Luego caminó las cuatro cuadras que la separaban de la estación del metro Miguel Ángel de Quevedo, que en ese momento de la tarde, cuando ya había pasado la hora pico, estaba poco transitada. Ra- quel metió dentro de la máquina uno de los boletitos que guardaba en su bolsillo y entró en el andén, a donde pre- cisamente arribaba un tren que abrió sus puertas con un sonido agudo. Durante el trayecto se distrajo observando a las per- sonas que viajaban frente a ella: una pareja de mujeres que se abrazaban, como si fueran lo único que tuvieran en el mundo; un anciano de barba blanca y lentes delga- dos que leía el periódico y hablaba por teléfono al mismo tiempo; tres jóvenes con corbata y camisas blancas, cada uno con una Biblia y que, como pensaba Raquel, segura- mente eran mormones listos para predicar la buena nue- va de su profeta Moroni.

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A Raquel le llamaban la atención las ilustraciones que una serie en absoluto, y casi sin pensarlo vio el 323 casi mostraban cada estación del metro. Eran tan gráficas que borrado en la pared blanca. El picaporte era un león con constituían un alfabeto en movimiento. Ya había pasado el hocico abierto, ella lo hizo golpear dos veces y esperó, por Viveros, Coyoacán, Zapata, División del Norte y Eu- con las manos en los bolsillos de su saco para protegerse genia; entre esta estación y Etiopía ¿cuánto tiempo había del fuerte viento. transcurrido? Sin embargo, la relación entre sus pensa- Aguardando, Raquel se fijó en la curiosa arquitectura mientos y dicho tiempo era extraña, como si el metro de la casa. Era la más grande en el callejón, de tres pi- hubiera sido diseñado de tal manera que el espacio y el sos, con ventanas pequeñas y asimétricas. De la azotea tiempo normal se quedaban afuera, en las calles, mien- sobresalían grandes canalones que proyectaban sombras tras el subterráneo proporcionaba otro tipo de relación breves en la calle, pero lo que más llamó su atención fue entre el usuario y la experiencia en movimiento. una pinta en la pared blanca, con tinta roja: Dod juden. La puerta se abrió y Raquel se dio cuenta de que, por ¿Neonazis en el Distrito Federal? Absurdo. ¿Y por qué estar pensando en otras cosas, no se había percatado que él no había borrado esa ofensiva pinta? ya estaba en Centro Médico. Sin pensarlo salió disparada Con un crujido, la pesada puerta de madera se abrió y hacia el andén, buscando las escaleras y caminando con en el umbral apareció su padre, vestido con una larga bata rapidez hacia la intersección con la línea uno. Por fin vio marrón y una barba en la que asomaban algunas canas. un letrero y se metió rápidamente para salir al siguiente Raquel se lanzó contra él y lo abrazó con fuerza. En andén, en donde tampoco había muchas personas. Ahí, momentos así le era imposible retener su afectividad, a mientras llegaba el tren, se entretuvo observando los di- veces reprimida, y aquel hombre no pudo dejar de mani- versos carteles que hablaban de las adicciones o de la im- festar su asombro, pero luego se dio cuenta de que era su portancia de cuidar el ambiente. Por fin el gusano mecá- hija y se dejó abrazar durante casi un minuto, mientras nico se detuvo y abrió sus puertas. Raquel aspiraba aquel aroma a sándalo y tabaco de pipa Sólo una estación; Raquel se bajó del metro y sacó de que le traía recuerdos de la infancia. su bolsillo el papel en que había anotado la dirección de la —¡Hija querida! —dijo por fin su padre, cuyo rostro casa. Enseguida preguntó con un vendedor ambulante y mostraba ya algunas arrugas y breves surcos alrededor de éste le indicó la calle principal en la cual se encontraba el los delgados lentes. “¿Cuántos años contaba?”, se pregun- callejón donde su padre vivía. tó Raquel, y pensó que, si le llevaba siete años a su madre, No fue fácil encontrar la casa. La estuvo buscando un que ya había cumplido cuarenta y cinco, su padre tenía buen rato antes de hallar el oculto callejón Gustav Mey­ la fabulosa edad de cincuenta y dos años, justo cuando rink. Al entrar, Raquel sintió que la transportaban a otra la sabiduría comienza a templarse y los deseos fútiles se época. A pesar del anonimato, las casas eran hermosas vuelven menos opresivos para el alma y el cuerpo, según y bien construidas, con paredes rojas o azules y tejados recordaba haber leído de algún viejo rabino con muchas de dos aguas. Estuvo viendo los números, que no seguían lecturas de la Torá a cuestas.

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—Hija querida —dijo por fin el hombre—. Mi pequeña Lea. más, la penumbra es una manera de estar en ­comunión Raquel se libró del abrazo y puso una cara que hizo con uno mismo. respingar ligeramente a su padre. Luego cruzó los brazos Raquel se encogió de hombros y su padre encendió los y miró hacia el lado opuesto. focos, de inmediato las velas perdieron su poder de ilumi- —¿Qué pasa, hija? —la miraba con asombro—. ¿Por nación. En cambio, aparecieron varios cuadros colgados qué te enojas? de las paredes y un piano cerrado del lado derecho de la —¿Por qué me enojo? Papá, soy Raquel. mesa. Sobre éste había un portarretratos que de inmedia- —¡¿Raquel? Claro! Esta memoria me falla cada día más to atrajo su atención. —se dio unos golpecitos en la cabeza con el dedo. —En esa foto están todas juntas —su padre se acercó —Bueno —Raquel cruzó los brazos—, confío en que a ella por la espalda y le puso una mano en el hombro, no volverás a confundir mi nombre. mientras con la otra le pasaba el portarretratos. Ahí estaba —No, pequeña, puedo fallar una vez pero no soy tan ella casi en el centro, al lado de Esther, la más pequeña, estúpido. Recuerdo que tenías cinco años cuando me se- con un pañal, una playera rosada y un chupón en la boca. paré de tu madre. Yo siempre te vi como la más misterio- Lea estaba en el centro, con una sonrisa que mostraba sa de mis hijas —se quedó un momento pensativo, como sus bien formados dientes pero con el pelo despeinado, recordando algo muy lejano en el tiempo—. Pero en fin, cubierto por una gorra de beisbol puesta de lado y una me parece magnífico que me visites después de tantos blusa anaranjada. Entre ella y Raquel sus padres habían años. Ven —tomó de la mano a Raquel y la hizo meterse descansado nueve años en su incansable búsqueda del un en la casa—. Te gustará conocer mi hogar. primogénito. Cuando ella nació su madre se sintió tan de- El pasillo estaba en penumbra. Era largo y pasaron va- cepcionada con el resultado que ni siquiera la amamantó. rios segundos antes de que llegaran a un sitio más ilu- —Yo tomé esa foto —dijo su padre, de pie a su lado y minado. Se trataba de una amplia sala con una mesa contemplando con nostalgia aquel fragmento de pasado. ovalada. En el centro estaba colocado un candelabro con De pronto Raquel sintió que muchas preguntas comen- sus siete brazos encendidos. Alrededor todo estaba en pe- zaban a entablarse en su mente. ¿Qué tan cierta era la numbra y las llamas de las velas, cuando alguna brisa se versión de su madre sobre la separación? Pero tal vez no colaba por las rendijas de las ventanas, oscilaban de un era el momento preciso para empezar a preguntar cosas lado a otro y proyectaban sombras en las paredes blancas. y se limitó a dejar el portarretratos en el mismo lugar y —¿Por qué tienes iluminada así la casa? —pregun- a sonreír a su padre, quien no había cambiado su rostro tó Raquel, al tiempo que empezaba a sospechar que sereno y cálido. su padre era un tacaño que no quería pagar el recibo —Ven, te voy a enseñar el resto de la casa. de luz. Pasaron por un breve arco que dividía el comedor de la —Me gusta que la casa esté iluminada con velas. Una sala. Un sitio tranquilo y con un intenso olor a incienso, amue- costumbre que me quedó de mi infancia en ­Varsovia. Ade- blado con sillones verdes y una pequeña mesa ­cuadrada con

58 59 Alexis de Ganges El árbol de Raquel un tablero de ajedrez cuyas piezas, colocadas en distintas ca- sus momentos más agradables en ese recinto. Pero no re- sillas, indicaban que se estaba jugando una partida. cordaba haber estado en una biblioteca tan grande dentro —Todos los fines de semana mi amigo, un rabino que de una casa aunque Alejandro, que estudiaba literatura, vive a una cuadra de aquí, viene para que juguemos aje- tenía también muchos libros en su cuarto. drez y hablemos de política y religión. Esos son los restos —Nunca me imaginé que tuvieras tantos libros —dijo, de nuestra última e inconclusa partida. abriendo uno al azar. De inmediato los extraños símbolos Giraron a la derecha, donde estaban unas escaleras de la sorprendieron—. ¿Qué idioma es éste? madera. Su padre le hizo una seña de que subieran y ella Su padre se acercó a ella y tomó el libro. trató de no hacer ruido al pisar aquellos escalones, pero —Este idioma, querida hija, es hebreo y se lee de de- aun así sus pisadas provocaban un leve eco, a diferencia de recha a izquierda. su padre que no hacía ningún ruido mientras iba subiendo. —¿De derecha a izquierda? —Raquel abrió más sus La segunda planta era un estudio, iluminado por las ven- grandes ojos verdes. La gata se había trepado a la mesa y tanas que daban a la calle. En el centro, un enorme sillón cuidadosamente pasaba entre las pilas de libros—. A mí cubierto por una manta azul y con algunos objetos encima. me gusta escribir de esa manera. Frente a las otras paredes había libreros ocupados casi en —Entonces no te será difícil aprender hebreo —su pa- su totalidad y con algunas estatuillas y objetos diversos. dre se quitó un momento los lentes y los limpió con una De pronto sintió un roce debajo de su rodilla. tela blanca—. A mí se me complicó un poco al principio, —Ella es Tisha, mi única compañía en las tardes. Tie- pero después me entusiasmé profundamente por sus so- ne ya siete años y muchos gatos regados por el mundo, nidos y palabras. producto de sus libertinajes. Es una gata muy tranquila, Le leyó un pasaje y Raquel escuchó, ensimismada y ab- parece que se ha sorprendido por tu visita inesperada. sorta, la bellísima sonoridad de aquella lengua antigua y Raquel miró atentamente a la gata que se restregaba mística. De pronto supo que deseaba aprenderla, aunque contra ella y se agachó para acariciarla. Su pelo era blanco le costara mucho trabajo y le llevara muchos años. con pequeñas manchas negras. Al ser tocada por su mano —¿Puedes enseñarme a leer en hebreo? maulló un par de veces y de nuevo rozó su espalda contra Su padre la miró y sus dientes aparecieron en una fran- el pantalón de Raquel. ca sonrisa. Dejó el libro en la mesa y se sentó en una silla —Creo que le has caído bien. Nunca ha hecho eso con frente a ella. el rabino Jeremías. —Leer en este idioma me trae muchas inquietudes. Mi Había una mesa grande con muchos libros encima. Ra- padre nos leía capítulos enteros de la Torá antes de dor- quel sintió una gran curiosidad por ver el contenido oculto mirnos. Éramos cuatro hermanos y una hermana mayor, en aquellas páginas. Desde muy pequeña le fascinaron los Ruth. Él era muy exigente en nuestra enseñanza. Nos hizo libros, aunque en su casa no había muchos; sin embargo, aprender de cabo a rabo la historia del pueblo judío. Mu- desde que descubrió la biblioteca pública pasó muchos de chos de estos libros pertenecieron a él.

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—Qué interesante, papá —a Raquel se le iluminaron En el centro del cuarto, ocupando toda la pared, estaba los ojos—. Quisiera poder leerlos. un extraño dibujo compuesto por diez círculos de muchos —Tal vez a su debido tiempo —puso un dedo en su colores. Cada círculo estaba unido al otro por líneas con sien—. No me opondré a enseñarte. De hecho ahora mis- un número: mo te daré la primera lección, aunque no exactamente de hebreo, sino sobre el camino que tienes que seguir para encontrarte a ti misma. 1 Kether Se dirigió hacia uno de los libreros y del estante de en Corona 12 11 medio sacó un pesado volumen al que, antes de poner 3 2 Binah sobre la mesa, le sopló con fuerza, haciendo que miríadas 14 Chokmah Entendimiento Sabiduría de motas de polvo se expandieran en el aire. Raquel sintió un cosquilleo en la nariz y no pudo conte- 18 13 16 17 15 ner un fuerte estornudo. ¿Encontrarse a sí misma? Era ab- 5 4 surdo, la única persona que no dejó de encontrar era ella, no Gueburah importaba cuánto jugara a las escondidas con su propio yo. Seberidad 19 Chesed Fuerza Misericordia —Eso de encontrarme a mí misma va a requerir mu- 6 20 Tiferet cha paciencia y la verdad creo que prefiero quedarme así, Belleza 21 Inteligencia perdida. mediadora 24 8 26 7 Su padre se rió y puso el libro sobre la mesa. Luego lo Hod 27 25 Netzach abrió por la mitad. De nuevo Raquel contempló aquellos Gloria Victoria 30 28 extraños caracteres, pero súbitamente le parecieron me- 9 Yesod nos enigmáticos, como si empezaran a formar parte de Fundamento 29 su vida. Se fijó sobre todo en un símbolo formado por dos 31 rayitas en diagonal. 32 —Éste es el Sefer Yhesira, escrito hace muchos años por Shimon Alevi… En este libro están las claves del Árbol 11 - Aleph 5 22 - Lamed de la Vida. 12 - Beth Malkuth 23 - Mem —¿El Árbol de la Vida? 13 - Guimel Reino 24 - Nun 14 - Dalet 25 - Samej —Sí —su padre le guiñó un ojo— y está arriba. Ven, te 15 - Hei 26 - Ain lo voy a enseñar. 16 - Vav 27 - Pei Raquel siguió a su padre, quien abrió una pequeña 17 - Zain 28 - Tzadik 18 - Jet 29 - Kut puerta en el fondo de la habitación con una diminuta llave. 19 - Tet 30 - Reish Adentro estaba muy oscuro, hasta que él encendió la luz. 20 - Iud 31 - Shin 21 - Kaph 32 - Tav

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Ella estuvo contemplando el gráfico sin entender qué respuesta más satisfactoria y sin embargo no la llenaba representaba, esforzándose por encontrar una relación completamente. Era un sofisma. Recordaba esa palabra conocida sin conseguirlo. de su curso de filosofía, uno de los pocos que realmente —Es el Árbol de la Vida —dijo su padre—. Como ves, le había interesado. Para ella, un sofisma era una forma está formado por diez sefirot. de responder algo con una respuesta sin sentido pero que —¿Diez qué? sonaba elegante y complaciente. —Esferas —él señaló con un dedo hacia la parte in- Pero detestaba los sofismas, así que insistió de nuevo. ferior del dibujo—. La última que ves ahí es Malkuth o —Te fuiste de la casa, padre. Nos dejaste solas, a tus el reino, y la primera es Kether, la corona. Es la primera cuatro hijas. ¿Eso es seguir el camino hacia Dios? emanación del Ensof, de donde el hálito divino hizo la —Los caminos de Dios, hija querida, son demasiado creación recorriendo las esferas. Hay también tres colum- complejos y tú eres aún joven para entenderlos. Lo sé, nas. Cada una de ellas representa el lado femenino o el siempre te sentiste demasiado madura. Desde que eras masculino. niña me preguntabas cosas que no podía responder y Raquel observó con más atención los círculos. En cada corrías demasiado rápido tratando de alcanzar tu propia uno estaba escrito, con los mismos caracteres que acaba- sombra. ba de ver en el libro, el nombre de las esferas. —Papá, ya soy madura. La madurez no tiene que ver —¿Y eso para qué sirve? con la edad. —Es un mapa de tu vida. Sirve para seguir un camino —Es verdad, la madurez no tiene que ver con la edad correcto sin perderte en senderos inciertos. sino con el Árbol de la Vida. Raquel sintió ganas de decir algo pero no sabía exacta- Su padre, entonces, se puso a encender las velas de un mente cómo expresarlo. Ahí estaba su padre, hablándole candelabro de siete brazos. de algo tan complicado para su entendimiento y, sin em- —Esto es una ménora, Raquel. Es otra representación bargo, no era el sitio exacto donde ella deseaba haberlo en- de eso que estás viendo en la pared. Sin embargo, tiene contrado, tantos años después de la separación definitiva. los mismos círculos inscritos en ella, y cada que enciendo Respiró fuerte y preguntó: una vela un círculo se ilumina. —¿Y tú por qué no lo has seguido? Su padre se sentó e indicó a Raquel que lo hiciera en un Contra lo esperado su padre no se inmutó. Se cruzó par de taburetes forrados con terciopelo azul. Las llamas de brazos y siguió contemplando el dibujo, con el rostro de las siete velas se movían caprichosamente, fluyendo tranquilo y sin una expresión definida. con el viento pero cada una de ellas adoptaba una danza —Hija mía, habrías de sentirte asombrada si te dijera distinta y diversos reflejos en la pared, que se alargaban o lo mucho que me he esforzado en transitarlo. acortaban dependiendo de fuerzas infinitesimales. Hubo un silencio que pareció adquirir consistencia. —¿Te das cuenta que no puedes controlar el movi- Raquel pensó que su pregunta simplemente adquiría la miento de las velas?

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—Pero ellas no tienen libre albedrío —esa era otra pa- labra que recordaba claramente. Su profesor, tan atractivo con sus lentes de aros verdes y su pelo despeinado, la remarcaba con un gis rojo en el pizarrón mientras iba re- pitiendo los nombres de varios filósofos. Jet —¿Estás segura? ¿Y cómo sabes que nosotros sí tenemos? —Padre, es absurdo que digas lo contrario —Raquel mo- vía las manos y respiraba con fuerza, tratando de encontrar “Un temor extraño y un tanto absurdo”, se dijo Lea. Por algún una réplica en su mente—. Yo estoy aquí porque así lo quise. motivo, desde que era muy joven siempre deseó que su fa- —Es verdad, y yo estoy de acuerdo en que tenemos milia fuera unida y hubiese armonía entre ella, sus padres libre albedrío, pero los impulsos externos que nos rodean y sus hermanas. Constantemente se vio en dificultades son incontrolables. Los átomos de oxígeno que mueven para conseguirlo y ninguna de sus hermanas apreció sus estas llamas también te tocan a ti y a cada una de las cé- consejos, aunque coincidían en que era la más inteligente lulas de tu piel, a cada instante. de todas. Cuando Eduardo, su novio filósofo y engreído, la Raquel cerró los ojos. Empezaba a sentirse cansada y escuchó, durante una buena parte de la noche, relatar las deseaba levantarse, correr hacia la puerta y no volver nun- dificultades enfrentadas para soportar lo que ocurría en ca más a esa casa vieja, pero entonces pudo percibir la su casa (el hecho de que su hermana fuera una interesada corriente de aire que tocaba cada uno de sus poros en la cuyo único objetivo era desposar a un judío rico o que a piel descubierta; respiró y se dio cuenta de cómo el aire su madre le importaran poco sus hijas menores), lo único entraba por las aletas de su nariz y rozaba cada uno de que hizo fue citar a un autor ruso y después quedarse dor- sus pelitos dentro de la cavidad respiratoria y entonces se mido, satisfecho por haber tenido sexo con ella después dio cuenta de que su padre estaba en lo correcto. de tres meses de estar juntos. Guardó silencio y trató de relajarse un poco. Tenía ga- Recordaba un poco la frase: “Todas las familias felices nas de dormir profundamente. se parecen; en cambio, todas las familias infelices son, a —Estás cansada, querida —su padre tocó su mejilla. su manera, diferentes”. Estaba caliente y Raquel ladeó un poco su cabeza, como ¿O era al contrario? si la palma fuese una almohada de suave piel—. Basta por El borboteo de la olla en que se cocía la sopa la sacó de hoy de hablar de esto, cuando regreses te explicaré con sus reflexiones. Se dijo que ya era momento de contratar calma en qué consiste este árbol. a una muchacha que la ayudara un poco. Era complicado Bajaron en silencio hasta el comedor y, mientras él prepa- entrar a las dos de la tarde en la casa, después de recorrer raba un té, Raquel repasaba en su mente las esferas, así que, más de diez estaciones del metro, y ponerse a preparar la escuchando a su padre silbar una alegre melodía de Europa comida para que Andrés, quien llegaba una hora más tar- Oriental, se puso a dibujar en su mano el Árbol de la Vida. de, únicamente se sentara y, además, no quisiera contarle

66 67 Alexis de Ganges El árbol de Raquel nada de lo ocurrido en el trabajo. Claro, era normal, los La cerradura de la puerta sonó con un chasquido y Lea hombres detestaban hablar de lo que acontecía en su jor- hizo un movimiento, por inercia, hacia la puerta. Andrés nada laboral y en cambio ella disfrutaba de relatarle que un entró y, después de lanzar su saco y su portafolio hacia el alumno estaba muy entusiasmado con hacer su tesis sobre sillón, se acercó a Lea para darle un beso. el Pantherophis guttatus y sus hábitos reproductivos. —¿Cómo te fue hoy? —pregunto Lea, aunque ya co- Salió de la cocina con un delantal celeste amarrado en nocía la respuesta, como una actriz que ha ensayado la la cintura y con la olla caliente en la mano cubierta por un escena cientos de veces. guante rosado: —Bien, hoy no pasó nada interesante en la oficina —An- —¡Ya está la comida! drés vio a Raquel y la saludó con una sonrisa—. ¡Hola, se- Lea puso la olla en una tabla de madera. Su herma- ñorita! ¿Qué hizo usted esta mañana? ¿Seguiste leyendo La na estaba ahí sentada, inmóvil y pensativa, como en otro lengua absuelta? mundo. —No, Andrés. Estaba un poco aburrida y preferí darme —¿Ya te lavaste las manos? una vuelta por Coyoacán y platicar con algunos hippies Entonces vio su mano, pequeña y muy blanca, y se que encontré en el parque. percató de un dibujo que abarcaba el borde de la mano Lea no dijo nada. No le gustaban las mentiras pero en- izquierda, la muñeca y una parte del brazo. tendía que de vez en cuando es mejor decir algo distinto —¿Qué te pintaste ahí, Raquel? para no entrar en complicadas explicaciones sobre los ac- —El árbol. tos individuales. Ella le mintió a su madre muchas veces —¿El árbol? —Lea tomó la mano de su hermana y la diciendo que iba a tomar un café con sus amigas y en observó un momento. No era eso en absoluto, sino más cambio salía con el estúpido de Eduardo o con ese mu- bien un esquema formado con varios circulitos y líneas chacho que se creía Jim Morrison, conducía un Mustang que se unían unas con otras formando una especie de azul marino y siempre ponía algo de Scorpions, Europe u polígono que le recordaron la molécula del benzeno. otro grupo ochentero en el estéreo mientras la llevaba a —Sí, hermanita, es el árbol del que florecerá mi vida. pasear por la autopista. Tú tienes también uno, Lea. Sólo está esperando florecer —Bueno, la verdad es que muero de hambre —Andrés en todo su esplendor. Me lo dijo papá. se sentó, esperando que Lea le sirviera con el cucharón, —¿Fuiste a ver a papá? —Lea experimentó un senti- como era usual, pero en cambio ella comenzó a tomar su miento confuso, una mezcla de enojo y envidia hacia Ra- sopa. Andrés respiró con fuerza y se sirvió él mismo—. quel, que tan fácilmente iba a la casa de su padre como Cariño, hoy te quedó muy rica la sopa. Hace mucho tiem- si nada hubiese ocurrido. Ella no era capaz de hacerlo (o po que no preparabas algo tan delicioso. al menos intentaba convencerse de ello) porque guardaba —Sí, Andrés, es que la sopa de queso es la favorita de Raquel. muchos sentimientos encontrados—. Bueno, luego habla- —No, Lea, mi sopa favorita es la de ravioles. remos de eso si no se va a enfriar la sopa. —¿Ya cambiaste de gustos?

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Raquel iba a responder que, desde que recordaba, ésta era su —No, por mí no se detengan —Raquel se sirvió una sopa favorita, pero la mirada de Lea le hizo cambiar de opinión. generosa ración de matzes y empezó a comerlos con avi- El resto de la comida transcurrió en silencio, con ocasio- dez—. Fajen con confianza. nales “Pásame la sal” o “¿Quieres más agua?”, hasta que —¡Raquel! —Lea volteó a verla con disgusto. Lea se levantó para llevar los platos y dijo: “Voy por el café”. —Déjala, querida —Andrés la apretó un poco más—. Andrés y Raquel se quedaron uno frente al otro. An- Nos está dando un buen consejo. drés la miró fijamente varios segundos y al fin preguntó: Lea cedió un poco y dejó que Andrés la besara, pero —¿Qué es eso que tienes ahí? luego se liberó de su abrazo. De inmediato, a Andrés le vino a la mente el reto de la —Espera. Tengo que hablar un asunto importante con conferencia y la inesperada oferta de trabajo. mi hermana. —¿Tú también te vas a burlar de mí? Es un árbol. Raquel no paraba de comer pastelillos. Lea se sentó —Nunca he visto un árbol parecido. ¿Qué tipo de frutos da? frente a ella. —Son frutos muy personales, pero no se comen. Más —Desde mañana regresarás a la escuela. bien se asimilan y se plantan en buena tierra. Pero puedes Raquel dejó de comer y se quedó viendo a su hermana compartirlos, claro que no con cualquier persona. Tienes con cara de pocos amigos. que ser muy inteligente para saber elegirla. —¿Mañana? Pensé que hasta la próxima semana. —Vaya, ahora sí me has dejado intrigado —se rascó la —No, Raquel. No debes perder ni un día de clases. Hay cabeza—. Debes explicarme con calma. una escuela en donde pueden aceptarte a medio semes- Lea salió de la cocina con una charola en la que había tre gracias a que somos judíos. ¿Crees que papá esté de puesto tres tazas de café, la azucarera y un pequeño plato acuerdo en pagar la colegiatura? con unas pequeñas y curiosas galletas. —No sé —Andrés se percató, bebiendo de su café sin —¡Matzes! —exclamó Raquel—. Gracias, hermanita. azúcar, que su cuñada estaba incómoda y se removía en el —Maz ¿qué? —era la primera vez que Andrés escu- asiento, como si algo le diera comezón—. De todas formas, chaba el nombre de esos pastelitos que Lea cocinaba en no me importa que la escuela sea para judíos o para me- ocasiones especiales. nonitas. Cuando vivía allá —Raquel señaló un lugar impre- —Matzes, querido —Lea repartió las tazas de café y ciso que igual significaba sur o norte— iba a un colegio del puso los panecillos en el centro—. ¿No te he dicho varias que me expulsaron por una tontería. Además, las escuelas veces? Pero no prestas atención. privadas siempre imponen reglas absurdas. Pero, como te —Qué más da —Andrés tomó de la cintura a Lea y dije, iré a la correccional de menores si tú lo ordenas. luego la atrajo hacia él—. De todas formas no me importa —¡Cállate, Raquel! Me dijiste en tu carta que ibas cómo se llaman, Lea, los preparas deliciosos. a aceptar las reglas pero no haré nada en contra de tu Lea se dejó besar una vez pero luego se separó de Andrés. ­bienestar —Lea se sirvió dos cucharadas en su café y lo —Andrés, qué ejemplo le estamos dando a mi hermana. estuvo removiendo un largo rato con la cucharita—, pero

70 71 Alexis de Ganges El árbol de Raquel para mí, y supongo que también para papá, es importante —Lea, querida. No te preocupes por lo que yo piense que vayas a esa escuela. —Raquel se levantó y en dos pasos se lanzó hacia Lea y la —En realidad para mí no fue importante ir a una buena abrazó con fuerza. Lea parecía aceptar el abrazo con apre- escuela en la preparatoria —dijo Andrés—. La vida empezó cio pero con cierta distancia. De seguro ya estaba acos- en la universidad —se sintió aliviado por expresar su punto tumbrada a los espontáneos arrebatos de su hermana—. de vista aunque implicase llevar la contraria a Lea y volver- Si quieren que yo entre a esa escuela lo haré. Sólo estaba se abogado del diablo—. Estoy seguro de que Raquel tiene siendo caprichosa. Pero no te llevaré la contraria. muchos planes pero —y la miró— en este momento tienes Se separaron. La expresión de Lea no revelaba sorpre- que hacer lo que dice Lea —suspiró aliviado. Con esa salida sa. A partir del día siguiente Raquel entraría a la escuela recuperaba la confianza de su pareja. media superior Gershom Scholem, a cinco estaciones en —Pues para mí sí fue importante ir a una buena es- metro de la casa. Junto con matemáticas, geografía y quí- cuela —Lea parecía ligeramente molesta y su tono de voz mica iba a tener clases de judaísmo, hebreo y cábala, ade- no se le escapaba a Andrés—. Además yo también tuve más de una materia con el curioso nombre de “Sionismo circunstancias familiares difíciles y, quieras o no, debes moderno 1”. relacionarte con judíos —de nuevo puso su cara pensati- El folleto con los horarios y el código de disciplina (se- va—. Aunque no estoy de acuerdo con muchas costum- paración estricta entre hombres y mujeres, visita a la si- bres anacrónicas, otros aspectos del judaísmo son dignos nagoga al menos una vez a la semana, oración de gracias de admiración. el viernes en la noche) tenía, en la portada, un diagrama Andrés hizo una mueca que igual significaba “Estoy de curioso. Eran diez círculos con extraños nombres unidos acuerdo” que “Me importa un carajo”. por líneas verticales y horizontales. —En otras circunstancias yo no hubiera podido hacer “Como el que tiene en la mano”, pensó Andrés. una maestría, pero en la actualidad las mujeres judías ocu- Tras observar durante varios segundos el folleto, Andrés pan un lugar importante en todos los ámbitos. Como ejem- fue al cuarto de Raquel mientras las hermanas se reían con plo tienes a Golda Meier, la primera ministra de Israel. un programa cómico en la televisión. Empujó la puerta, pen- “Vaya, tengo una novia ilustrada”. De nuevo Andrés se sando que sólo iba a dejar el papel en la cama, cuando vio repetía, entre irónico y orgulloso, la conclusión a la que ha- que ésta ya estaba ocupada por un conjunto que, dedujo, bía llegado poco tiempo después de empezar su relación era el uniforme de la Gershom Scholem. Una falda roja no con Lea. En un principio fue importante su belleza pero demasiado corta ni larga y una blusa blanca, completado por después lo deslumbró con su inteligencia. Sin embargo, un saco rojo con el sello de la escuela a la altura del pecho. durante breves instantes Andrés sentía que a Lea le falta- Dejó el folleto encima del uniforme, pero antes de salir ba algo que era posible, quizá, llamar libertad de espíritu, deslizó los dedos en la falda. aunque de inmediato silenciaba esa idea pensando en lo afortunado que era de tener una novia tan inteligente.

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Cuando su madre le pidió que fuera a despedirse lo hizo a regañadientes y, al ver aquel despojo que tan indiferente- mente la había tratado, le susurró al oído: —Papi, perdona que te lo diga, pero creo que te irás al Lud infierno. El hombre murió abrumado y ella tuvo la secreta vic- toria de su venganza, algo que se guardó para sí misma y La mano del destino quiso que, antes de que Raquel fuese que sólo contaba a sus muñecas, a las que después arran- concebida, la casa estuviera ocupada por Lea y Ruth. Ellas caba la cabeza buscando algún rasgo de materia gris. Des- eran agua y aceite; Lea discutía con Ruth por cosas tan de la muerte de su padre se propuso secretamente ejercer simples como la pertenencia de una muñeca o quién se la medicina no tanto como posibilidad de salvar vidas, bañaba primero. Al final no importaba el motivo de la sino como una forma de dejar al descubierto la vulnerabi- discusión: su madre siempre regañaba a Lea y consentía lidad del ser. ¿Había algo más frágil que un cuerpo huma- a Ruth, aunque Lea estuviera en lo correcto. no abierto en una sala de operaciones? ¿Había un motivo para que la madre prefiriese a una La concepción de Ruth coincidió con la época más feliz sobre la otra? de su vida. Los padres de su novio eran ricos emigrantes Tan evidente como la densidad del Mar Muerto: cuan- polacos con un negocio de joyas bastante floreciente. Él, do Ruth nació, Rosalba quería una niña. En parte, aunque un chico retraído al que conoció porque era el mejor ami- no lo admitiera, para oponerse al deseo de su marido, go de su hermano Enrique. Rosalba se sentía afortunada. quien anhelaba un varón. ¿Por qué ese afán de llevarle la Era un hecho que a Samuel iba a tocarle por lo menos una contraria? Desde la noche de bodas ella empezó a mos- décima parte de aquella fortuna considerando, claro está, trar su verdadera forma de ser, la que astutamente ocultó que era el benjamín en hermanos, seis durante los dos años del noviazgo. En la boda su embara- de ellos varones. Físicamente no era su tipo, pero le ayu- zo era de dos meses pero lo cubrió bastante bien ante los daba tenerlo dominado hasta cierto punto. Ella decidió el familiares y amigos judíos que asistieron a la celebración, momento de darle su cuerpo y fingió ser virgen, aunque en donde ella accedió a renunciar a su antigua religión. ya había estado con un vecino cuando tenía quince años. ¿Qué más daba? Jamás la ejercía. El cristianismo y el ju- Recordaba el día en que, trémula e impacientemente, daísmo eran dos formas igualmente útiles o desechables Samuel le quitó la ropa. ¿Había gozado de un momento de si convenían a sus planes. Probablemente nunca tuvo mu- mayor triunfo que el instante de despojarlo de su virgini- cho de cristiana en su corazón: uno de sus más antiguos dad mientras estaba fingiendo que era su primera vez? “Al recuerdos de la infancia tenía que ver con su padre mo- menos no desde la muerte de mi padre”, se dijo mientras ribundo, al que lloraban su madre y hermanos mientras el chico de ojos pequeños, nariz respingada y cejas inexis- ella se dedicaba a ver un tonto programa de televisión. tentes se venía y lanzaba sus espermas judíos hacia su

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óvulo cristiano. Cuán satisfecho e ignorantemente feliz se Cuando Rosalba lo conoció él leía y hablaba con fluidez sintió el inexperto Samuel, cuya primera experiencia no hebreo y yiddish. Su única experiencia erótica era una duró más de cinco minutos, pero que al terminar la abrazó detallada lectura del Cantar de los cantares (lápiz rojo in- con ternura y le dijo que la amaba (una palabra que ella cluido). “Tus dos pechos, como gemelos de gacela, que se odiaba con toda su alma: “Es una palabra estúpida”). apacientan entre lirios”, le había dicho a Rosalba mientras No fue extraño que dos meses después, cuando ella se besaban en el pasillo de la facultad de medicina. “¿Qué le explicó que su sangre menstrual no estaba corriendo dijiste? —respondió ella—. Otra vez con tus tonterías, libremente como era normal, él se sintiera confundido Samuel. Mira, no tengo tiempo para andar escuchando pero feliz. Su entendimiento de los complejos elementos poemas estúpidos, tengo que entrar a mi clase de neuro- que daban forma al pensamiento del pueblo judío eran logía. Nos vemos mañana”. fáciles de asimilar, pero no que sus espermas pudieran Era Ruth una niña rubia y sonrosada que recibió el ma- concebir un ser humano en el vientre de su mujer. yor acto de ternura de Rosalba hacia un ser vivo cuando la —¿Y qué esperabas, tonto? No usamos protección de enfermera la puso en sus brazos. Cinco minutos después ningún tipo y yo estaba en mis días fértiles. Era obvio, mi la dejó a un lado de la cama y se quedó profundamente inocente Samuel, que yo quedara embarazada. ¿Nunca te dormida. Tuvo un sueño. Una mujer muy vieja la señalaba explicó tu madre cómo funcionan las cosas? con el dedo, le decía reclamándole su comportamiento: Su madre, una robusta y laboriosa judía polaca cuyos “Yo soy tú, un día estarás como yo y ninguno de tus vás- padres murieron en el gueto de Varsovia, jamás entendió tagos se interesará por ti y tampoco tu esposo”. cabalmente la concepción de sus propios hijos. Cada cierto Despertó por el llanto de la criatura, la estaba aplas- tiempo su marido entraba en ella en medio de un ritual tando con su cuerpo. La enfermera se la llevó y ella se complicado y poco erótico que concluía en menos de lo que sintió aliviada de no tener que expresar más ternura. El tardaba en quitarle la ropa interior. Un mes después era ne- sueño lo olvidó pronto pero no su determinación de que cesario lavar la sangre o, en nueve meses, abrir las piernas su hija fuera una mujer afortunada. Samuel también re- y dejar que algo saliera de su vientre. Samuel nació en un cibió con alegría a su hija y tuvo la suerte de encontrar momento en que ella, cansada de tantos hijos, ya no desea- un trabajo adecuado para su introversión. Lo nombraron ba cuidarlo; era débil y, ante la indiferencia de sus padres y encargado de una importante biblioteca judía de la ciudad la poca atención de sus hermanos, se refugió en la extensa de México, con un sueldo aceptable. Sin embargo, estaba biblioteca de su padre, con libros antiguos e incunables y decidido a tener un varón. Un primogénito que le diera la obras esotéricas que daban recetas para fabricar golems o validez perdida ante los ojos de su padre, molesto por su buscar entre el alfabeto judío el nombre de Dios. A los trece boda con una mujer no judía. años convaleció durante un mes por una alergia causada —Todos tus hermanos están casados de acuerdo con por el polvo de la biblioteca, pero eso no le disuadió de pro- nuestra ley y tú te atreviste a violarla por irte con esa seguir con la lectura de los complejos manuscritos. mujer que te convenció con sus tonterías. No estoy con-

76 77 Alexis de Ganges El árbol de Raquel tento contigo, hijo. Será mejor que pronto me des un Fue en ese tiempo cuando, ante el crecimiento de la motivo de alegría. familia, la pareja decidió buscar una casa más grande. El Samuel sintió que debía ofrecer un varón a su padre. sitio elegido fue una residencia con un amplio jardín, en Era como el acto que podía liberarlo de la secreta tiranía cuyos muros de adobe vivían muchos bichos raros. Lea que ejercía en él. Por eso, cuando nació su primera hija la aprendió a convivir con las lagartijas que todas las noches bautizó como a la hermana con quien pasó algunos bue- salían a cazar insectos, con los geckos y las salamandras, nos momentos de su infancia. La imaginaba así, cariño- y lentamente les tomó más afecto que a su propia familia. sa y sensible, pero bastaron unos años para sentirse des- Un día, cuando Lea tenía diez años, sus padres la ol- mentido: desinteresada en los demás, sólo le importaba el vidaron porque la esperanza de un varón en la familia espejo. Todos los días se detenía largas horas, observán- aparecía otra vez en el horizonte. dose y buscando algún defecto. Cuando el padre intentó El nuevo embarazo de Rosalba fue un martirio. A los enseñarle algunos aspectos de sus propios conocimientos tres meses hubo una amenaza de aborto y a los cinco ella le dijo que no le interesaban esas tonterías. una enfermedad que se prolongó hasta el nacimiento En cambio Rosalba, a quien Samuel quería cada vez de quien, en las esperanzas de todos, iba a reconciliar a menos y quien estaba poco tiempo en la casa, tenía una Samuel con su familia y a darle a Rosalba la posibilidad de relación cercana con Ruth y la consentía como sólo se pue- tener un poco de la herencia familiar. de hacer con alguien con quien se siente afinidad. Para Raquel desilusionó a su madre, quien ni siquiera tuvo Samuel el espectáculo de la madre y la hija relacionándose ganas de cargarla después del parto y dejó que las en- de una manera tan frívola era patético y trataba de ence- fermeras se hicieran cargo de la criatura de brevísimos rrarse más en sus estudios. Fue hasta que nació su segun- cabellos. Su padre, en cambio, resignándose a que el To- da hija con la cual, empezando a resignarse ante la impo- dopoderoso no cumpliera su deseo, tomó un afecto es- sibilidad de procrear un varón, sintió el verdadero afecto pecial por la niña, dedicándole todo el tiempo posible y paterno. “Si voy a ser padre de mujeres —se dijo durante cuidándola con esmero. Ya que su hija anterior se llamaba un momento de reflexión profunda en la sinagoga— pon- Lea, como la primera esposa de Jacob, decidió bautizar a dré a mi pequeña un nombre que represente un buen ca- la niña como la segunda, por quien el futuro patriarca se mino. La llamaré como la primera esposa de Israel”. sacrificó siete años: Raquel. Así, bautizaron como Lea a la segunda niña, aunque Rosalba, en el fondo, detestaba esos nombres judíos. Era una niña frágil y su madre ya no guardaba residuos de ternura: fue amamantada por una nodriza, indiferente a los continuos llantos de la niña. Su padre, cuando no estaba trabajando en sus complejos estudios, le otorgaba un poco de afecto y atención.

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—No. ¿Qué es? —Un libro de Truman Capote. —¿Y de qué trata? —Tiene varios cuentos. El primero se llama “Música Kaph para camaleones” y es sobre una señora de Martinica que ofrece ajenjo a un huésped extranjero; él se relaja y la se- ñora comienza a tocar una canción; los camaleones que Las nubes dejaban caer la lluvia, el sol continuaba saliendo en están en la casa se van acercando con lentitud. el horizonte y, mientras tanto, pasaron cuatro semanas —Parece interesante. desde la llegada de Raquel. Ella estaba adaptándose con —Claro que sí. He leído varios libros de Truman Capote rapidez a la vida cotidiana de la pareja y, salvo breves lla- y ese es uno de mis favoritos. Pero es difícil escoger. ¿Sa- madas de atención cuando llegaba un poco tarde a la casa, bías que escribió su primera novela a los veintidós años? nada perturbaba el ritmo habitual de los acontecimientos. Se llama Otras voces, otros ámbitos. Luego ocurrió algo. “Algo muy tonto en verdad”, pensó —No lo conocía, pero me están dando ganas de leerlo. Andrés, y se sintió incómodo por haber puesto en juego la —Si quieres te presto uno de sus libros. Lo traje conmi- manzana de la discordia. go porque me lo regaló mi ex novio. Se llama Desayuno Afortunadamente no pasó a mayores pero, en perspec- en Tiffany’s. Según él, yo le recordaba a la protagonista. tiva, Andrés se dio cuenta que la tensión radicaba en otro —De acuerdo. Creo que tendrás que prestarme algu- punto, no exactamente en el centro de la disputa. Uno de nos de tus libros —Andrés se sentó frente a ella, en la los reptiles de Lea se había extraviado y era un bicho lo sufi- alfombra azul. Ella estaba inmóvil, atenta a los movimien- cientemente exótico como para que ella pusiera el grito en el tos de Aleph, que sólo sacaba la mitad de su cuerpo de cielo y culpara, en primera instancia, a Raquel. Irónicamente debajo del tronco. a ella sólo le importaba Aleph, el camaleón, y a veces podía —Sí, te puedo prestar los que quieras. De todas formas ver cómo mudaba de color mientras le tocaba una melo- no traje muchos. Mi padre, en cambio, tiene muchísimos, día en su flauta, lo cual Andrés hubiera supuesto inverosímil pero varios están escritos en hebreo. ¿Sabes que me estu- de no haberlo observado una tarde en la que Raquel estaba vo enseñando el alfabeto? sentada de cuclillas en la alfombra, moviendo ágilmente sus —¿De verdad? —Andrés vio sus ojos. Por un instante dedos a lo largo del instrumento mientras el camaleón, en su todo lo que le rodeaba desapareció, excepto el color ver- terrario, seguía muy atento los cambios de tono. de de los ojos de Raquel. Respiró con fuerza y cambió —¿Has leído Música para camaleones? —le preguntó al de posición. Su pierna empezaba a entumirse—. Lea lo terminar la melodía mientras él echaba un último vistazo visitaba a menudo hasta hace unos meses. Luego, un día al camaleón, antes que se metiera bajo el pequeño tronco dejó de hacerlo sin ninguna explicación. Sólo una vez me que era su refugio. llevó. Él fue amable pero un poco frío. Tal vez esperaba

80 81 Alexis de Ganges El árbol de Raquel otra cosa para su hija: no sé, un joven a punto de hacer su estaba hablando. La culpaba de la pérdida de un animal Bar Mitzvah. que no había visto en su vida. Su más querida hermana —No, Andrés. Mi padre no tiene esos prejuicios, a él le se estaba pareciendo a su madre en su costumbre de asig- da lo mismo, sólo que es muy reservado. nar culpas pero Raquel no tenía ganas de defenderse. El —¿Crees que quiera ayudarme en mi trabajo? hecho de vivir en la casa de su hermana implicaba seguir Raquel no dijo nada. Andrés bajó los ojos esperando reglas. ver otra vez el dibujo y de pronto se fijó en una pulsera en —¿Cómo es tu lagarto, hermanita? —preguntó tími­ la muñeca de Raquel. Era de madera y en el centro tenía damente. una pequeña piedra. Su mano comenzó a moverse hacia —¿Que cómo es? Deberías saber perfectamente, si es- ella y estaba a punto de tocarla. tuviste jugando con él, estúpida. —¡Raquel! —Querida —Andrés se había levantado y sostenía a Asustado, Andrés volteó para ver, en el umbral del cuar- una cada vez más incontrolable Lea de los hombros—. to, a una Lea enojada, con el rostro enrojecido, el cuello Cálmate ya. Raquel no tiene la culpa. dilatado y lanzando miradas de furia hacia su hermana. —¡Tú cállate! No tienes que ver con este asunto y, ade- —¿Qué hiciste con el lagarto que estaba en mi cuarto? más, no hemos terminado de discutir lo nuestro. Todavía Raquel cambió la expresión de su rostro y abrió mucho estoy muy molesta. la boca para intentar expresarse pero Lea no la dejó, pues —Precisamente por eso deberías fijarte a quién res- se acercó a ellos y comenzó a hablar atropelladamente. ponsabilizas de lo que te pasa. —¿Sabes lo importante que es para mí? Es el único —¡Ahora resulta que te has aliado con ella! ejemplar a cientos de kilómetros a la redonda, es casi im- —¡No estoy aliado con nadie! —Andrés tuvo unas ga- posible encontrarlo en su hábitat natural. ¿Sabes lo mucho nas casi incontenibles de empujarla, pero se contuvo—. que me costó sacarlo del laboratorio? Si no lo encuentro Yo soy el único culpable de que tu maldito bicho no esté tendré que despedirme de mi investigación de dos años. en su herbolario. ¿Sabes cuántas horas pasas con esas Además, tendré que pagarlo. ¡Todos mis ahorros! malditas bestias? Andrés intentó decir algo pero Lea ni siquiera lo vio. Ahí sentada, en medio de la sala, Raquel se sintió incó- En cambio siguió enumerando los problemas que iba a moda y una tristeza oscura pareció brotar de su alma. No acarrearle la pérdida del animal y lo mucho que odiaba le gustaba ver así a su hermana pero no sabía qué hacer. que tocaran sus cosas. Tal vez era mejor esperar el fin de la tormenta. —Jamás se me ha perdido un animal y apenas llegas tú —¿Qué dices? ¿Por qué me reclamas esto delante de y se escapa el más valioso. Puse en letras bastante grandes mi hermana? Eres un idiota, Andrés, no tienes el menor que estaba prohibido acercarse al herbolario. ¿No sabes leer? tacto para decir las cosas que te molestan. Raquel bajó la cara sin replicar las palabras de Lea, que —¿Y tú? Ya estoy harto de tus indirectas. ¿Por qué todo empezaban a herirla. Ni siquiera podía entender de qué el tiempo estás molestando con eso del termómetro y los

82 83 Alexis de Ganges ciclos de la luna? Cuando te conocí pensé que eras una brillante científica, que necesitabas todo el tiempo para realizar tus investigaciones. ¿En qué momento se te ocu- rrió que querías un niño? ¿Sólo porque tu estúpida herma- na tuvo un hijo ahora también quieres uno? Lamed Lea lo vio unos instantes, enfureciéndose visiblemente. Luego soltó un “Vete al diablo, idiota” y corrió hacia su cuarto, que cerró con fuerza. Él se quedó de pie, en medio Aprender que en las parejas no todo es lo que parece fue una de la habitación, con los puños cerrados extendidos a los lección importante. lados y temblando ligeramente. El reptil estaba en casa de Marcelo, el mejor amigo de —Andrés. Andrés; el incidente fue planeado por ellos pero se salió Volteó. Ahí estaba ella, de pie, y lo miraba con ojos de control. Lea se tranquilizó un poco cuando Andrés le profundamente sensibles. El enojo seguía temblando en dijo la verdad. todo su cuerpo, pero el abrazo lo ayudó a dispersarlo y de —Lo siento, no debí culparte de esa manera, hermana pronto se sintió mucho más tranquilo. —dijo Lea, abrazando con fuerza a Raquel. —¿Quieres un helado? Yo te invito. —Perdóname, Raquel, fue mi culpa. Hice una broma y no pensé en las consecuencias —replicó Andrés, mientras observaba el abrazo de las hermanas. —Sentirte culpable no te queda, cuñadito —respondió Raquel, sonriendo burlonamente—. Será mejor que deje- mos así las cosas. —¿Nos acompañas a buscar al reptil? —preguntó Lea. —Sí, me encantaría. Hace tiempo que tengo ganas de salir a pasear. La casa de Marcelo estaba en Coyoacán. Él era un hom- bre delgado y moreno que los recibió en su casa entre risas y abrazos. Por dentro era un sitio sumamente aco- gedor y Raquel pensó que deseaba vivir en un lugar así, lleno de pinturas y antigüedades. —Marcelo es arquitecto, pero dedica más tiempo a la pintura. —Así es. Me fascinan los colores brillantes. ¿Saben que hice un retrato del reptil? Un ser increíblemente estético.

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Creo que le gustó mucho porque se quedó observando mi Les hizo una seña y lo siguieron a la sala, un sitio pintura con sus ojos saltones. confortable y decorado con buen gusto, pensó Raquel, —¿Hiciste un retrato de mi reptil? Son ustedes unos mientras veía los cuadros que cubrían las paredes, al- desgraciados —Lea parecía más contenta. A fin de cuen- rededor de los elegantes sillones azules. Esa casa con- tas ella y Andrés se habían encerrado varias horas y él trastaba en iluminación con la de su padre y también explicó la broma. Se sentía muy avergonzado por haber con el pequeño departamento en que su hermana y su perdido el control. cuñado vivían tranquilamente, antes que ella aparecie- —Así es —Marcelo sonrió e hizo una curiosa reveren- ra en sus vidas. cia, como si contemplara una obra maestra y debiera ale- Se sentaron los tres y Marcelo se quedó de pie. jarse un poco para admirarla mejor—. Cuando termine —¿Qué quieren tomar? —preguntó. de retocarlo será el cuadro protagónico de mi próxima —A mí sírveme un whisky —dijo Andrés—. ¿Me acom- exposición. La llamaré Mi laberinto de la soledad. pañas con uno? —¿Como el libro de Octavio Paz? —dijo Raquel —Está bien, aunque eches a perder mi abstinencia de Marcelo la vio e hizo un gesto de sorpresa. dos días ¿Y tú, Lea? —¿Paz? ¡Claro!, como su libro. Aunque yo estaba pen- —Para mí un refresco. sando más bien en mi propio laberinto. Por cierto, a ti no —¿Un refresco? La última vez que viniste tomaste tequila. te conozco —se puso un dedo sobre la alargada barbilla y —Es cierto, pero últimamente me he sentido un poco la miró con ojos entornados—. ¿Con quién tengo el gusto? indispuesta y prefiero no tomar alcohol. —Es mi hermana —Lea la miró con cierta condescen- —Como quieras —volteó hacia Raquel, inmóvil en el dencia y Raquel no pudo evitar sentirse un poco desplaza- sillón y tratando de captar todo alrededor, con ojos inquie- da, como si no tuviera derecho a presentarse ella misma—. tos—. ¿Y usted, señorita? Vino a vivir con nosotros un rato mientras se instala en la —Yo sí quiero un tequila. ciudad. ¿Sabes que por tu culpa la regañé? —le puso una Lea y Andrés se vieron de frente. Marcelo abrió un mano en la cabeza. Raquel se sintió al borde de un retroce- poco la boca pero no dijo nada. so a la infancia—. Son ustedes insoportables cuando se lo —¿Un tequila? Vaya, usted no le hace remilgos a los proponen. Quiero decir, Marcelo, ¿qué ganabas con seguir placeres de la vida. el juego a Andrés? —¡Raquel! —Lea la miró con cierta molestia—. ¿No —Lea, ¿acaso no conoces a tu hombre? Debes saber prefieres un refresco? que cuando se propone convencer a alguien de algo casi —Tengo diecisiete. No creo que haya nada de malo en siempre lo consigue, ¿verdad, amigo? —cerró un ojo y An- que tome un tequila. drés sonrió forzadamente—. Pero no debo dejarlos aquí —Déjala, Lea —Andrés cruzó una pierna y puso las parados. Vamos a sentarnos y a tomar algo para quitarnos manos en el respaldo del sillón—. No creo que le haga el mal sabor de boca. mal un tequila.

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—Ahora las chicas crecen más rápido —dijo Marcelo, —Lea, si yo te veía llegar ebria a la casa y eras más quitándole importancia al asunto—. Un tequila, un whis- joven que yo —se defendió Raquel—. ¿Dónde quedó tu ky y un refresco. espíritu festivo? Mientras esperaban, Lea y Andrés se pusieron a pre- Lea mostró una sonrisa forzada mientras su rostro en- guntar a Raquel de las cosas que había hecho durante la rojecía un poco. semana. La escuela, aunque estricta, le estaba gustando. —No tienes que hacer las mismas tonterías que yo. Antes la habían expulsado de tres institutos y al fin pare- —Déjala, Lea. Es la primera vez que sale con nosotros. cía adaptarse a uno. —Raquel —insistió Marcelo—, tómate el tequila. —Muy bien, Raquel. Espero que puedas terminar pron- Raquel se llevó la copa de tequila a la boca y sin pen- to para empezar una carrera —dijo Lea. sarlo mucho bebió el líquido blanco de un trago, esto hizo —Es lo que yo digo —comentó Andrés—. Ojalá sea tan que su rostro se deformara y apareciera una mueca forza- estudiosa como tú. da en su boca, luego le salieron un par de lágrimas. Dejó —He conocido nuevos amigos. El padre de uno de el caballito en la mesa y puso una sonrisa triunfal. ellos fue soldado durante la Guerra de los Seis Días. Pilo- —¿Ves, Marcelo? Sí pude. Apuesto a que tú no lo con- teaba un avión y se ganó un reconocimiento por destruir sigues. aviones árabes. Él respondió con una sonora carcajada que hizo reír a —¿En serio? —Andrés parecía haberse interesado—. Raquel. ¿Y no te dijo qué avión era? —¿Yo? Cuéntale de nuestras borracheras, Andrés. Así Marcelo regresó con una pequeña bandeja que dejó en como lo ves, tu cuñado no siempre ha sido el chico bien la mesa de centro y se sentó en otro de los sillones, frente portado que aparenta. También tuvo sus momentos de a Raquel. tirar la casa por la ventana. —Espero que te guste tu tequila —dijo, pasándole un —¿En serio, Andrés? Cuéntanos un poco —Raquel caballito de tequila y unos limones. miró a su cuñado. —Gracias, Marcelo —respondió ella, tomando el tequi- —No creo que sea el momento adecuado —miró a Lea la y observándolo con interés—. ¿Está bien si lo tomo de de reojo. Ella parecía absorta, en pensamientos lejanos, un trago? como si aquello que estaba pasando no le importara. —¿De un trago? —Andrés dejó su whisky en la mesa—. —Marcelo, ¿dónde dejaron a mi reptil? Raquel, mi amigo va a pensar que eres alcohólica. —Digamos que tu pequeño y adorado reptil es un re- —Déjala, Andrés. Si se cree muy valiente que nos lo hén y la condición para devolvértelo es que te tomes al muestre —Marcelo se volvió hacia ella, sonriendo con iro- menos un trago con nosotros. nía—. Apuesto a que no puedes. Lea pareció molestarse, pero al fin cedió: —No deberías poder. Eres casi una niña —dijo Lea, —De acuerdo, quiero algo de tomar. ¿Qué me ofreces, que no había probado su refresco. negociador de rehenes?

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—Pues además de tequila y whisky, tengo una crema —Y yo otra de tequila —agregó Raquel. irlandesa muy rica, que me regaló una ex novia. Cuando —Pero no tienes que hacerlo —intervino Andrés—. la pruebes querrás tomarte toda la botella. Marcelo no terminó el suyo. —Está bien, tráeme tu crema irlandesa. Pero tomaré —Lo haré porque me hizo reír y para darle otra sólo una copa. ­oportunidad. Marcelo se fue y dejó a sus invitados solos. De inme- Marcelo sirvió a Lea, quien pareció restarle importan- diato Lea reprendió a Raquel: cia a Raquel. Andrés, por no ser menos, también se sirvió —¿Dónde aprendiste a tomar de esa forma? ¿Con tus más whisky y Marcelo insistió en la revancha. Esta vez se amigos o con un novio? acabaría el caballito o, en caso contrario, iba a regalarle —Déjala, Lea, un tequila no le hace mal a nadie. uno de sus mejores cuadros a Raquel. —Sí, pero no conoces a esta ebria. Una vez casi le da —No tienes que hacerlo, Marcelo —le dijo Andrés—. Creo congestión alcohólica en un Año Nuevo. que a ella no le interesa despojarte de tus obras de arte. Marcelo regresó con la botella y la puso en la mesa, —Yo quiero, amigo —se sirvió un generoso chorro de junto con algunas copas. tequila—. Además, esta vez sí podré tomar completo mi —Yo también tomaré de esta crema, para que Lea se anime. tequila. Claro que, si gano, ella se tomará otro igual. —Marcelo, no has tomado tu tequila —dijo Raquel, Raquel llevaba la mitad de su caballito y empezaba a mirándolo con ojos desafiantes—. ¿No tendrás miedo de sentirse cálidamente bien, así que estuvo de acuerdo. hacer el ridículo frente a una niña? Esta vez Marcelo tomó suficiente aire y, dándole un im- —Bueno, te demostraré que puedo hacerlo mejor que pulso fuerte a su brazo, se llevó el caballito a la boca; sus tú, pero a condición de que te tomes otro caballito, como concentrados espectadores no se sintieron defraudados: el del principio —Raquel asintió pero esta vez no se inte- se terminó el tequila de un certero trago y dejó la copa resó por su hermana. con gesto de triunfo sobre la mesa. Marcelo se sirvió tequila hasta el borde y luego, con —¡Lo hice, Raquel! Ya sabes lo que tienes que hacer. un gesto teatral, se llevó el contenido a la boca. Se tomó Para ese momento, Andrés y Lea ya habían llenado tres cuartas partes antes de que un sonoro tosido le hi- sus respectivas copas y, en vez de fijarse en Raquel, se ciera escupir un chorro de tequila; Andrés, alarmado, se concentraban en una conversación íntima. acercó a ayudar a su amigo pero éste le hizo un gesto de —Mira a esos tórtolos, Raquel. Creo que no los necesita- que no había problema y a continuación pudieron ver dos mos —sirvió de nuevo el caballito hasta el borde—. Muestra lágrimas resbalando por su rostro. Pero sonreía, y dejó el al viejo Marcelo que tu anterior logro no fue por suerte. caballito vacío sobre la mesa. Raquel, bajo la mirada escrutadora del anfitrión, se lle- —¿Ya ves lo que pasa por presumir? —sermoneó Lea—. vó un limón y lo puso en su lengua. Luego tomó el caba- Sólo por verte perder de esa forma me tomaré otra copa llito de tequila y, tras mostrar al anfitrión que no había de Baileys. trucos, se lo llevó a la boca.

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—Lo logré. Lea, Andrés, me pude tomar el caballito. Yo creo que por eso ella prefiere los juegos de niños que Ellos voltearon un momento pero no prestaron mucha tener muñecas, ¿verdad, Lea? atención a su triunfo. Sólo vio el suéter de su hermana sobre el sillón y lige- —Bueno, al menos no tendrás que tomar otro —dijo ras marcas de los cuerpos en la tela. Andrés, y regresó su atención a Lea. —Déjalos, Raquel. Se fueron al cuarto de visitas. Mejor —Déjalos, están ocupados en sus asuntos. Mejor cuén- sígueme contando tu historia. tame de ti, Raquel. ¿Cómo viniste a dar a este lugar? Alrededor de ella todo se fue volviendo confuso y, sin —Es una larga historia. No sabría ni por dónde empezar. darse cuenta, comenzó a contarle a Marcelo su vida antes —Tal vez esto te ayude —Marcelo le sirvió otro chorrito de llegar a la casa de su hermana, su fracasada relación de tequila—. ¿Dices que estabas viviendo en una pequeña con Alejandro y, lo que antes había guardado en secreto, ciudad colonial? la razón que la motivó a irse de su casa. No supo cuándo —Sí, vivía con otra hermana y con mi madre —con la tristeza se confundió con las ganas de que Marcelo la cautela, Raquel probó el tequila. Se sentía levemente ma- abrazara; Marcelo, el artista, que olía tan bien y tenía un reada. Casi nada. De vez en cuando la habitación parecía hermoso tatuaje en la espalda. girar un poco y algún objeto se distorsionaba, pero básica- mente se sentía tranquila. —Tu hermana no es muy comunicativa cuando se tra- ta de su pasado. De hecho, no sabía que tenía una herma- na tan bonita. Raquel se sonrojó y volteó hacia donde estaba Lea, pero de inmediato volvió la cabeza. Andrés y ella es- taban besándose con pasión en el sillón de enfrente, como si la pelea del día anterior se hubiera disuelto con el alcohol. —Lea no es muy comunicativa. Pero tendrías que co- nocer a mi otra hermana. Es más habladora que un loro. —¿A qué otra hermana te refieres? —Marcelo se sirvió un poco más de tequila e hizo un gesto a Raquel. Ella cho- có su caballito y dijo “salud”, ambos tomaron de un sorbo lo de sus respectivas copas. —Es más pequeña que yo y creo que le ha tocado lo peor de mi familia. Fue en esa época cuando mis padres decidie- ron separarse. Tal vez si hubiera sido un varón —sus­piró—.

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—No te preocupes por ellos. Están perfectamente. Había una pintura y Marcelo se puso a explicarle algu- nos detalles. Trató de levantarse. Al principio le costó trabajo y vol- Mem vió a acostarse en la cama. Hubiera deseado quedarse acostada todo el día pero su curiosidad fue más fuerte. Hizo otro esfuerzo y logró dejar la cama. El agua la estaba mojando y cubría todo su cuerpo. ¿Era un “¿Se enojará Lea conmigo?”, pensó mientras buscaba río, el mar? En todo caso era el sueño en que su cuerpo, su pantalón. Se agachó y vio debajo de la cama. Ahí sólo sumergido en algo líquido, se dejaba flotar a la deriva. había polvo y un objeto extraño. Alargó la mano, con una Despertó con un fuerte dolor de cabeza y la sensación mezcla de curiosidad y precaución. de que estaba en un lugar extraño. Al observar de un lado —¡Qué asco! —se dijo mientras soltaba el objeto pega- a otro, buscando una explicación, se dio cuenta de que joso y alargado, que osciló un poco entre sus dedos antes estaba acostada en una amplia cama, sola. La cabeza re- de ser lanzado contra la pared. costada en una almohada azul, alrededor de la cual caían De pronto empezó a sentirse nerviosa. ¿Qué podía sig- sus cabellos. Los muebles eran extraños: una televisión nificar un condón usado debajo de una cama? “Es obvio, plana empotrada contra la pared; bocinas en las esquinas querida”, respondió una voz en su mente. Se levantó y del cuarto, un clóset de madera y una pila de ropa sucia buscó con mayor aprensión su ropa. Ahora en la esquina en la otra esquina. La ventana estaba del lado derecho, cu- de la habitación. Hurgó por aquí y por allá, entre lo que bierta por una persiana que dejaba entrar un poco de luz. se revelaron como pantalones y un par de playeras sucias, “Es de mañana —pensó y de nuevo sintió una pun- pero tampoco estaba ahí. zada en la cabeza. Cerró los ojos. Trató de ubicarse en el Sintió frío y vergüenza. Temió que alguien entrase y la espacio y el tiempo pero nada vino a su mente—. ¿Dónde viera así. Temerosa, se dirigió a la puerta y la abrió con están Andrés y Lea?”. precaución, observando por la rendija antes de salir. Un De pronto se dio cuenta que estaba desnuda de la cin- vientecillo helado la hizo tiritar. tura para abajo, y que todo el cuerpo le pesaba como un Era un pasillo y no había nadie a la vista. Con cuidado tronco. También se percató, al llevarse la mano al cuello, salió y fue hacia el final con pasos cortos, deteniéndose a de que tenía una mordida bajo la oreja derecha. cada rato para ver si no había alguien detrás. Ahí estaba “Maldición —pensó—. ¿Qué diablos ha pasado?”. la sala, ahora vacía y desordenada: una botella en el piso, Una imagen vino a su mente. Marcelo llevándola a re- copas y vasos sobre la mesa de centro, muchas colillas en correr su casa. el cenicero. Comenzó a recordar la forma en que se había —¿Dónde están Lea y Andrés? —preguntó en un últi- tomado un caballito tras otro y los últimos momentos en mo asomo de conciencia. que vio a su hermana y a Andrés, besándose en el sillón.

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Escudriñó en el espacio entre los dos sofás. Ahí, sobre Arrugó el papel. Sí, Lea debía estar profundamente la alfombra, estaban sus pantalones: en el lugar menos molesta por su comportamiento de la noche anterior, y indicado… ella muy avergonzada. Empezó a sentirse nerviosa. Sin ¡Lo ideal era tenerlos puestos! embargo, tenía hambre y abrió el refrigerador. Podría Los tomó con una mano. Luego vio alrededor, intentan- pensar mejor con el estómago lleno. do encontrar más pistas, aunque los pantalones y aquello Había un paquete con waffles. Lo abrió y metió dos en debajo de la cama eran una prueba fehaciente. Sin embar- el horno de microondas. go, aún no se sentía capaz de asimilarlo. ¿Dónde estaban ¿Qué hacer? El horno marcaba los segundos y ella se Andrés y su hermana? sentía cada vez más nerviosa. Recorrió la casa. Estaba descalza. ¿En dónde puso sus Decidió llamar a casa de su padre. Quizá era conve- malditos zapatos? Se metió por otro pasillo y vio una puer- niente refugiarse ahí un día para evitar el castigo que le ta. Entró y descubrió la cama destendida y una botella de esperaba. vino vacía en el buró. Regresó a la sala y marcó el teléfono. Se lo sabía de memoria. “Éste debe ser el cuarto de visitas. Seguro aquí dur- Esperó… El teléfono sonaba ocupado. Lo colgó, enoja- mieron esos dos”, pensó. Y de pronto sintió una enor- da. ¿Cómo se había metido en una situación tan estúpida? me curiosidad por saber lo que había ocurrido después. Primero el maldito reptil y ahora una relación con un tipo Lo último que recordaba era que Marcelo la estaba abra- que le llevaba por lo menos quince años. zando y luego… De pronto escuchó que una llave giraba. Regresó a la sala. Había otra puerta. Entró y vio la co- Asustada, tomó el pantalón del sillón y corrió a la coci- cina desordenada. Sí, Marcelo debía ser un soltero empe- na. Habían pasado dos minutos y la bandeja seguía giran- dernido a juzgar por el estado de su departamento. Sin do. Rápidamente se puso los pantalones, pero al hacerlo embargo, vio una nota sobre la mesa de la cocina. tan rápido, tropezó y cayó. “Maldita sea”, pensó, tratando de abotonarse el panta- Querida Raquel. Hay wafles y leche en el refrigerador. lón en el suelo mientras el horno de microondas termina- Tu hermana y tu cuñado se fueron desde temprano. Yo ba de calentar sus waffles con un pitido agudo. también tuve que salir a hacer unos asuntos, pero regre- Entonces escuchó voces. Era la voz de un hombre. so más tarde. Tal vez es conveniente que te quedes aquí Se levantó, con los pantalones ya puestos, y trató de otra noche. Tu hermana parece molesta, a juzgar por la calmarse. No se le ocurrió otra cosa que sacar la comida forma en que se despidió. Pero intentaremos contentarla del horno y ponerla en un plato. Pero faltaba la miel. Se juntos. Al menos se llevó su reptil. agachó a buscar en la alacena. Por cierto, gracias por darme una de las noches más Entonces se abrió la puerta de la cocina. hermosas de mi vida. —Espera un momento, ahorita llevo las aceitunas. Tú sírvete con confianza.

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Raquel se levantó, asustada, y dejó caer un frasco de —Bueno, di lo que quieras, pero no salgas hasta que te diga. mayonesa que rodó por el suelo. Se fue y ella se quedó sola. Sabía que sólo le quedaba —¡Raquel! ¿Qué haces aquí? Creí que ya te habías ido. desayunar y se sentó, tratando de recordar qué había pa- —No, no me he ido —recogió el frasco de mayonesa y sado la noche anterior… lo guardó de nuevo—. Pero creo que tienes que explicar- —¿Cómo conociste a Andrés? me algunas cosas. —Vaya, eso sí que es una historia compleja. ¿Sabías —Sí, claro. Te explicaré todo, pero hazme un favor: no que conocí primero a tu hermana? salgas de aquí hasta que ella se vaya. —¿En serio? Ella nunca me dijo que tuviera un amigo —¿Hasta que ella se vaya? ¿A quién te refieres? que pintara. —A mi representante artística. Me advirtió que dejara —Seguro no sabes muchas cosas de tu hermana. de tener aventuras porque eso estaba haciéndome perder —Sí, pero respecto a chicos solemos contarnos todo lo tiempo en la creación de mis cuadros. Pero, bueno, tú no que nos pasa. eres una aventura, mi niña hermosa —se acercó y le dio —¡Quizá te haya contado algo de otra manera! De cualquier un beso. Por un momento Raquel quiso empujarlo, decir- forma tu hermana es muy bella y siempre me ha gustado. le que era un estúpido que no tenía el menor sentido de —Eso sí que suena exagerado viniendo de un artista tan la decencia, pero el beso fue tan agradable que se dejó egocéntrico. Mejor dime cómo conociste a mi hermana. también acariciar por aquellos dedos artísticos. —En una exposición de mi obra. De hecho, le regalé —Marcelo, ¿ya vienes? Tenemos que platicar sobre tu uno de mis mejores cuadros. próxima exposición. —¡Espera! Ya sé quién eres. ¿Sabes que tu cuadro aún Raquel se soltó y se cruzó de brazos. está en el cuarto que Lea ocupaba y en el que he dormi- —Eres un embustero, Marcelo. Seguro te piensas coger do muchas noches? ¡Soñé con él! Nunca imaginé que ese a esa vieja ante mis propios ojos. cuadro pudiera ser tuyo. —¿Coger con ella? Tiene cuarenta y cinco años. Si —¿Soñaste con él? ¿Cómo está eso? Ahora sí me has quieres asómate por la ventana. Mi hermosa Raquel, es- intrigado. tás loquita —le dio otro beso—. Teniéndote aquí no se me —Sí, soñé que ese cuadro era la libertad de mi alma, ocurriría siquiera tocarla. como si con él pudiera viajar a sitios lejanos. Me ayudó a —¿Marcelo? ¿Sigues ahí? tomar la decisión de irme de mi casa. —Mira, si quieres ahorita que esté distraída puedes —Sí, imagino que no fue fácil —su voz era agradable meterte al cuarto. ¿Está bien? Yo vendré a avisarte —puso y pronunciaba las palabras como si las fuera escogiendo rápidamente unas aceitunas en un platito—. Come tran- con mucho cuidado. quilamente tu desayuno y no seas tan celosa. —Me retenían muchas cosas. Además no quería dejar —¿Celosa? No me hagas reír. Si pasó algo fue porque a mi hermana menor sola. Mamá se desquita con ella de me diste demasiado tequila. sus frustraciones.

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—¿Sabes? Yo tuve una infancia insípida. Mi padre que- ría que fuera ingeniero. ¿Te imaginas? Decía que la pintu- ra era para maricones. —¿En serio? ¿Y cómo lograste hacer lo que querías? —Es una larga historia… —Marcelo bostezó y se que- dó viendo a Raquel. Entonces cambió de expresión y sus Nun ojos brillaron—. ¡Espera! ¡Quédate en esa posición y no muevas tu cara! Se levantó. Raquel trató de respirar con calma, pero no El pez por la boca muere. Qué cierto era. podía. Entonces Marcelo regresó con un bloc de hojas en Andrés recordaba a su suegra con una mezcla de an- una mano y un lápiz en la otra, se sentó frente a ella y em- gustia y respeto. Era una mujer impredecible que jamás lo pezó a mover ágilmente las manos sobre una de las hojas. había aceptado como pareja de Lea, a pesar de no cono- —¿Te gusta? —dijo después de cinco largos minutos, cerlo suficiente. Un día se reunieron para comer con ella y Raquel pudo relajarse de nuevo, pero al ver el dibujo se porque estaba de paso en un congreso de neurocirugía. dio cuenta de que Marcelo la había dibujado a su mane- La comida estuvo excelente, en un pequeño restaurante ra, con una expresión que ella desconocía. Entonces, sin de Polanco que era un lujo para el modesto sueldo que él poderse contener abrazó a Marcelo y empezó a besarlo. percibía en esos días. Lea tampoco tenía mucho dinero y Andrés sentía que todo el presupuesto de la semana se En ese momento Marcelo entró en la cocina, sacándola iba a desequilibrar después de haber probado el delicio- de sus cavilaciones y de su mínima atención en un trozo so filete angus o los ravioles rellenos de espinacas. Por de comida en el tenedor. fortuna, cuando retiraron la sopa su suegra anunció, sin —Ya se fue mi representante. Ven, vamos a mi cuarto. ningún asomo de entusiasmo en la voz: Hay muchas cosas que aún no sé de ti y quiero que me —Yo invito. Pidan lo que gusten. las cuentes. El postre fue magnífico. Budín de chocolate para Lea, Ella accedió pero no llegaron a la habitación: se queda- profiteroles con miel para él. Hasta ese momento la con- ron a la mitad del pasillo, sobre el piso. versación estaba fluyendo con la tranquilidad de un cru- cero por el Caribe. Pero claro está, había amenaza de tor- menta y, después de hablar de temas sencillos o triviales (un doctor la había invitado a participar en un proyecto para un nuevo hospital de neurología y le pedía que toma- ran una copa en el bar del hotel. Ella se negó argumen- tando dolor de cabeza. ¿Y era guapo? Estaba completa- mente pelón y tenía una cicatriz junto a la ceja izquierda.

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¿Y ahora qué nueva cosa investigas, hija? Un animal muy es que eres mi hija y quiero un futuro próspero para ti. Ya extraño, mamá. Una nueva especie de reptil descubier- sé que tu padre nunca las alentó a superarse. Es un hombre ta hace poco en el Estado de México que tiene todas las mediocre y ni siquiera se distingue mucho dentro de su co- características de un dinosaurio. Siempre buscas bichos munidad. Por un tiempo tuvo deseos de superarse pero su raros, hija. Intercambio de miradas entre Lea y Andrés y falta de ánimo nos llevó a un callejón sin salida. movimiento de cejas de ella) la conversación por fin se Una breve pausa. A un lado había una pareja de ex- inclinó hacia los datos necesarios: tranjeros que hablaban un idioma extraño, quizá de algún —Y dígame, joven, ¿tiene un trabajo estable en estos país de Europa Oriental. Dos ruidosos niños rubios —mu- momentos? —Lea había movido la silla, provocando un jer y varón— jugaban entre sí, y de pronto comprendió chirrido agudo al rozar la pata con el suelo. que el objetivo de su suegra era ver a su hija Lea con unas —¿Y estás cómoda en el hotel mamá? criaturas como aquellas. Una larga historia que se repetía. —No, es una pocilga ruidosa. Había que mantener limpia la sangre a cualquier precio. De nuevo miró fijamente a Andrés. Ojos curiosos y —En todo caso, es usted joven y todavía le queda mu- profundos enfocándose en su ser, escudriñándolo como cho camino por andar, pero ojalá pueda lograr pronto un un escáner. ascenso. Mi Lea no nació para ser pobre. —¿Tiene posibilidades de ascender o es uno de esos —Basta, mamá. Deja de decir esas cosas. Yo estoy bien trabajos en que uno está estancado de por vida? con Andrés. No me importa que no gane un millón de Andrés se sentía incómodo. La comida ya no era tan pesos al año como tu yerno, que tiene negocios sucios en buena y en su estómago se estaba convirtiendo en una el Medio Oriente. Andrés es honesto e íntegro, me quiere masa indigerible. ¿A qué diablos se refería con un traba- muchísimo y yo estoy muy enamorada de él. ¿Por qué jo estable? Apenas había salido de la universidad y no le siempre quieres meterte en nuestra vida? Mi hermana ni estaba yendo tan mal. Él y Lea ganaban suficiente para siquiera estaba enamorada de ese tipo. Tú arreglaste la mantener la casa y, lo más importante, tenían muchos boda, pero yo nunca me dejé manipular por ti. planes. Jamás iban a quedarse en la calle. Al menos mien- —Te fuiste joven de la casa pero luego regresaste. Siem- tras él pudiera trabajar y ella siguiera estudiando. Sin em- pre quisiste ser rebelde, hijita, yendo a esos lugares donde bargo, su madre hacía preguntas que no parecían llevar fuman marihuana y escuchan ese ruido que llaman mú- una buena intención y Andrés no encontraba la forma de sica, pero en el fondo eres una niña inocente. Deberías responder porque no esperaba un ataque tan directo. aceptar que te gusta la estabilidad. ¿O no es cierto que —¿Sabes que tu hermana está viviendo en una casa bas- preferías un cuarto separado de tus hermanas y siempre tante grande en las afueras de Tel Aviv? Incluso me invita- te peleabas con ellas cuando usaban algo tuyo? ron unos días pero no creo poder ir en mucho tiempo. Los De pronto, lo que Andrés estaba viendo venir desde viajes largos en avión descompensan mi organismo —se hacía algunos segundos ocurrió: Lea se levantó de la silla inclinó hacia atrás en su silla—. A lo que voy, Lea ­querida, y, con los brazos cruzados, salió del restaurante.

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Se sintió profundamente incómodo. Una parte de él —Así es. En parte esto tuvo que ver para que nuestro quiso ir tras Lea pero puso toda su fuerza de voluntad en matrimonio se fuera al diablo. No se pueden tener cuatro no hacerlo, pues habría sido darle la espalda a su madre. hijas y la cabeza en tonterías al mismo tiempo. Yo estaba —¿Le gustó la comida, señora? —Andrés lidió con lo haciendo delicadas operaciones en el hospital, todo el día, primero que se le vino a la mente para relajar un poco la y él se encerraba en su cuarto con sus libros viejos. pesada atmósfera, pero la respuesta de su suegra no alivió Andrés se rascó la cabeza y miró hacia la calle por la situación. una amplia ventana. ¿O estaba en el baño? Tal vez más —No, me pareció bastante mala. Cuando fui a Europa tarde iba a reprocharle no haberla seguido y él no iba a conocí muchos restaurantes mejores que éste. saber cómo explicarlo: “Amor, tenía que escuchar cómo —Vaya, pues a mí no me pareció tan mala. Gracias por tu mamá cortó con tu papá. Es importante para nuestra la invitación —discretamente miró hacia la puerta, pero no relación. Me sacrifiqué por ti atendiendo a la bruja”. estaba Lea. Trató de mirar de frente a su suegra pero no lo —¿Y después de eso no pensó en volverse a casar? —ya consiguió. Aquellos ojos lo evadían, como si hubiera en su estaba: había usado su carta más difícil para salir del paso. interior una nube que impidiera verlos directamente. La pregunta que, muy en el fondo, tenía la certeza de que —¿Y qué le pasa a tu novia? —seguía comiendo su pos- no podría preguntarle a su suegra. tre como si nada pasara—. Supongo que ya estás acos- Hubo una pausa inmensa mientras ella bebía de su café tumbrado, ya que no fuiste tras ella. Cuando yo tenía y parecía sopesar su amargura. ¿Acaso dos cosas amargas discusiones con su padre se ponía de su lado. Claro, yo no se relacionan perfectamente? De pronto la taza, en lugar trataba de darles una buena educación, seguridad en sí de ser colocada en el platito fue lanzada a un lado con cierta mismas, certezas. Su padre era un soñador que a veces, y violencia premeditada, se diría más tarde Andrés, aunque está mal que lo diga siendo mi ex esposo, estaba en otro en ese instante sólo vio un accidente sin importancia. mundo. Por ejemplo, estaba obsesionado con sus inves- El mesero, quien desde el principio se había sentido tigaciones sobre números y letras judías y tonterías así, nervioso, relegó la tarea a un colega, quien se acercó para yo terminaba aportando la mayor parte del dinero para cambiar el mantel. mantener la casa. —Después de romper relaciones con mi marido estuve —Sí, eso me dijo Lea alguna vez —Andrés tenía ganas con un hombre. En realidad parecía lo adecuado para las de ocultar su rostro en la tierra, como una avestruz asus- circunstancias. No era fácil que alguien se acercara a una tada. Debía mantener un equilibrio entre su lealtad hacia mujer divorciada y con cuatro hijas, pero Lea y dos de la mujer que amaba y una relación apenas sutil con su sus hermanas se encargaron de hacerle la vida imposible, suegra, pero cada instante tenía más ganas de lanzarse hasta que decidió poner tierra de por medio. No lo culpo sobre esa mujer insoportable y darle un buen golpe en del todo. La única que siempre se ha portado bien conmi- medio de la cara—. Que su padre investigaba no sé qué go es Ruth. Nunca me dio problemas, como usted ha de cosas sobre ocultismo. saber. Su boda fue magnífica, ¿no le parece?

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Él recordaba una aburrida ceremonia llena de judíos ­suerte, porque, a pesar de todo tuvimos una época de va- vestidos de negro y mujeres cubiertas con velos. Al me- cas gordas, como le gustaba decir a mi marido. nos hubo una generosa cantidad de alcohol y al final los Andrés masticó sin muchas ganas su postre. El café más aburridos como él, y un aplicado estudiante de física le sabía más amargo que de costumbre y un leve dolor nuclear de la Universidad de Jerusalén, habían salido a comenzaba a gestarse en la boca del estómago. Disimu- buscar un poco de acción en un tugurio de mala muerte. ladamente echó un vistazo sobre las otras mesas. Lea no Recordaba al impecable y prometedor judío abrazando a estaba en ningún lado. una gorda prostituta y diciendo incoherencias sobre la im- —Una vez tuvo un sueño. Dijo que había soñado que portancia de la circuncisión. luchaba contra un ángel y lo había vencido. Imagínese —Mis hijas nunca aceptaron tener un padrastro. Su- qué ridiculez. pongo que siguen queriendo al inútil de su padre. Andrés recordó aquel pasaje de la Biblia. En algún mo- —Señora, no creo que el padre de Lea sea lo que usted mento se lo contó su suegro. Jacobo estaba atravesando dice. En mi opinión es un buen hombre. un río y en la noche, sin previo aviso, se le apareció un án- —Pues déjame desmentirte. Estuve casada con él vein- gel y empezó a pelear contra él. Lo hicieron toda la noche te años, ¿crees que no lo conozco de pies a cabeza? y al final el ángel le luxó una pierna a Jacobo, pero él no —Supongo que sí, pero… se dio por vencido. Cuando estaba llegando el amanecer, —Al principio pensé que iba a cambiar. Que su etapa el ángel pidió a Jacobo que lo soltara, pero él le dijo que no de adolescencia pasaría y se iba a convertir en alguien lo haría hasta que le diera algo muy especial. Se trataba de maduro. Pero eso no pasó y ahora entiendo que estaba cambiarle el nombre y ponerle Israel, que significaba “El destinado a ser un perdedor. que lucha con Dios”. —¿Y usted no intentó cambiarlo? —Andrés se sentía —¿Entonces su esposo luchó contra Dios? cada momento más incómodo. ¿Cómo diablos había ter- —¿Cómo? minado solo con su suegra? Difícil concebir una situación En ese momento regresó Lea y Andrés agradeció que más absurda. la conversación terminara. —Además, nunca se hacía cargo de la educación de —¿Conversaron a gusto? Apuesto que ahora se llevan sus hijas. Creo que en realidad no le importaba mucho. de mil maravillas. Muchas veces tuve que pedirle ayuda a mi hermana para Pidieron la cuenta. Lea se despidió de su madre sin mu- cuidarlas. Pero luego nos peleamos por tonterías. cha efusividad pero él no pudo escuchar lo que estaban —A veces pasa. Yo me he peleado algunas veces con diciendo. Detuvieron un taxi, la señora abordó y, con una mis hermanos. mueca, indicó la dirección al taxista. Por fin el automóvil —No creo que sea lo mismo. Mi hermana es una de desapareció en la distancia y él se sintió más aliviado. las personas más insoportablemente envidiosas que co- —Vamos a la casa —dijo, tomándola de la cintura, y nozco. Empezó a tener celos de nuestra racha de buena se dirigieron con rapidez a la terminal del metro Polanco.

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—Hola, papá. Qué bueno que llegaste —dijo Raquel abrazándolo con fuerza—. Tenía muchas ganas de verte y mira, te traje algo. Sacó de su bolsa una pequeña cadena de plata con las Samej letras del nombre de su padre grabadas en hebreo. Su pa- dre pareció alegrarse mucho al verlo. Sin embargo, su feli- cidad fue empañada por una nueva pinta en la pared. Poner sus ideas en orden, era lo importante en ese —Maldita sea. Seguramente aprovecharon para poner- ­momento. la ahora que me fui. Saben que puedo llamar a la policía, Regresó a casa de su padre dos días después de cono- si los veo. Ven, hija. Entremos a la casa. cer a Marcelo y sin que Lea le dirigiera la palabra aún. Esta Mientras su padre abría la puerta Raquel observó la vez encontró el sitio con más facilidad. Tocó varias veces pared en que terminaba el callejón. Efectivamente había sin respuesta. Por fin, cuando pensaba marcharse, se le una nueva pinta, esta vez en español. “Judío, te estaremos ocurrió levantar la cabeza. esperando en donde menos te lo esperes para quemarte”. La ventana estaba abierta. Por instantes el viento mo- Raquel y su padre entraron. Las palabras resonaban vía los batientes y hacía sobresalir un trecho de la corti- fuertemente en los oídos de ella, como si un ser absoluta- na. A Raquel se le estaba ocurriendo escalar el muro y mente despreciable se las hubiera dicho y desapareciera meterse dentro de la casa cuando, desde la otra esquina, después sin dejar rastro. divisó la figura de su padre acercándose lentamente ha- De nuevo el pasillo y luego la sala, con los objetos que cia donde ella estaba. ella empezaba a conocer profundamente, como si forma- Conforme se aproximaba, Raquel sintió un ligero tem- ran parte de la historia anterior a su vida. Un momento en blor en la piel, como si no bastara la visita anterior para el cual no había nacido y el universo se las arreglaba sin percatarse del profundo respeto que sentía hacia la figura su presencia. ¿Cómo era posible? Ella intentaba imaginar paterna, a la que apenas recordaba fugazmente durante la la vida sin su propia existencia. “Si no hubiera nacido —se infancia y que ahora, en aquella gran ciudad, le mostraba decía a veces— la belleza del mundo simplemente habría aspectos desconocidos de su propio ser. Después de todo dejado de tener un motivo para existir”. él había prometido enseñarle más objetos de su casa. Su padre estaba más callado que la vez anterior, pensati- Por fin él se acercó lo suficiente para reconocerla, lo vo ¿Era quizá la pinta en la pared lo que le estaba afectado? que le hizo apretar el paso. Traía en una mano una bolsa Raquel intentó quitarse esa horrible expresión de la cabeza de papel marrón y en la otra una sombrilla. Vestía con y concentrarse más en vivir ese momento. Aprendía nue- sobriedad: pantalón gris y saco café. Sin embargo, su ros- vas cosas con él y comenzaba a quererlo más que a su ma- tro, un poco serio, mostró una sonrisa cuando descubrió dre, con quien la relación fue siempre tensa y compleja. Su a Raquel frente a la puerta de su casa. padre, en cambio, accedía a estar con ella tal y como era,

108 109 Alexis de Ganges El árbol de Raquel sin pedirle o agregarle otras cosas, y ella se estaba sintien- muy bueno poniendo música. Los demás contribuíamos do agradecida. Le daba seguridad en sí misma. con las letras. Lástima que Yonathan, el cantante, muriese De pronto vio una fotografía enmarcada con sencillez y en un accidente automovilístico. rodeada por cuadros y objetos sin importancia. Allí estaba —Nunca imaginé que hubieras estado en un grupo de rock. un chico sonriente, sosteniendo dos baquetas y detrás de Comenzó a silbar la tetera en la cocina y su padre los tambores y platos de una batería en cuyo bombo esta- corrió a apagar la flama. Mientras, no dejaba de hablar, ba escrito, con letras psicodélicas, “Los profetas locos”. A como si de pronto le hubieran dado cuerda. su lado aparecían dos jóvenes tocando sus instrumentos —¿Sabes que fue en el bar en que tocábamos en ese pero el punto focal era él, sonriente y seguro de sí mis- tiempo, uno llamado Jericó, donde conocí a tu madre? mo ante la cámara. Algo logrado pocas veces por Raquel —¿De verdad? —Raquel se sentó en un sillón, con los cuando intentaban tomarle una foto. ojos muy abiertos—. ¿También mi mamá era hippie? —¿Eres tú? —se atrevió a preguntar al haber notado que —¿Tu madre hippie? —se rió. Tenía una bandeja con dos la sonrisa era sumamente parecida a la mostrada por su tazas humeantes y galletas. Las puso en la mesa de centro y padre hacía unos minutos. Y lo mismo ocurría con el pelo se sentó junto a Raquel—. Bueno, tu madre era sobre todo lacio y los ojos curiosos, la única diferencia era la edad. una rebelde sin causa, y la verdad no era un modelo de vir- Su padre estaba preparando té en la cocina. Se acercó tud. Aquel día llegó al bar en una minifalda con algunas ami- a Raquel para ver a qué se refería y, durante varios segun- gas. Realmente me costó trabajo llevar el tiempo esa noche dos, estuvo contemplando el cuadro con mirada atenta y porque no podía dejar de ver la mesa donde estaba tu madre. pensativa. Por fin dijo, como si le costara mucho trabajo Por cierto, ¿te gustaría escuchar una canción nuestra? reconocerse en ese extasiado baterista: A Raquel se le iluminaron los ojos, como si le hubieran —Sí, soy yo. Fue hace mucho tiempo. Ni siquiera había dicho que iba a recibir un premio. Dijo que sí, que le en- conocido a tu madre. cantaría escuchar una canción tocada por su padre. A ella le pareció estar frente a un instante de tiem- —Tienes suerte de que hayamos grabado nuestro pri- po congelado. Una imagen de cuando ella ni siquiera era mer y único sencillo, número mil doscientos en la lista de una posibilidad. Pudieron haber pasado tantas cosas y, popularidad. Se llama “El día del Sabath” y está dedicado, sin embargo, sus padres se encontraron a pesar de ser de alguna forma, a tu madre. tan distintos. Se levantó y fue hacia su colección de discos. Varios de —¿Y qué tocaban, papá? —preguntó Raquel sin quitar ellos eran de acetato. Raquel nunca había escuchado uno la vista de la fotografía. de ésos, le parecían de la prehistoria. —Pues éramos un grupo muy hippie pero todos éra- Él sacó el disco de su funda, la cual pasó a Raquel, mos judíos. Primero empezamos haciendo covers de Janis quien la observó como un arqueólogo contemplando una Joplin, The Doors o Led Zeppelin. Luego escribimos can- reliquia del pasado. En ella estaban los cuatro integran- ciones. El mejor compositor fue el guitarrista, David, era tes del grupo: el cantante en el centro, con el micrófono

110 111 Alexis de Ganges El árbol de Raquel levantado en perpendicular; el guitarrista hacía chocar su —Me gustó mucho, papá. De verdad que eres un gran guitarra contra un amplificador; el bajista parecía muy baterista. tranquilo, con su instrumento bien agarrado, y el bateris- —Si quieres te regalo el disco. ta, su padre, alocado detrás de su instrumento. —¿De verdad? Me encantaría. —¿En dónde estaban tocando aquí? Él guardó el disco en la funda y se lo entregó a Raquel, —En ninguna parte —colocó la aguja en el disco que quien lo puso en una bolsa de colores que había compra- ahora giraba y el sonido salió de dos altavoces ubicados do dos días antes en Coyoacán. a ambos lados del techo—. Fue un montaje para parecer- —Y ahora vamos al estudio. ¿Recuerdas ese libro que nos a nuestro grupo favorito: The Who. viste en la biblioteca? —¿Y ésos quiénes son? Raquel se levantó. El libro no había dejado de intrigarle La música los envolvió. Los acordes de guitarra eran desde que se fue de casa de su padre, una semana antes. limpios y pesados al mismo tiempo, como si quisieran Tenía una enorme curiosidad por entender algunos de los provocar a quien estaba escuchando. La voz del cantante extraños diagramas. Él hizo una seña y subieron las esca- era densa y profunda y hablaba de una chica que había leras. Ella se fijó en los pasos de su padre. Empezaban a llegado en un Cadillac blanco al bar. Pero Raquel intenta- sonar cansados. ba fijarse, sobre todo, en los golpes de la batería. Entraron a la biblioteca. De nuevo el familiar olor a —Es normal que no hayas oído hablar de ellos. Se se- libros y naftalina. Los cuadros en las paredes, represen- pararon hace mucho tiempo. Empezamos tocando varias tando desde extrañas bestias hasta conjuntos musicales o de sus canciones. paisajes lejanos. Todo estaba como la última vez. La guitarra y el cantante se callaron, sólo el bajo siguió El libro continuaba abierto, mostrando sus imperece- tocando un par de notas. De pronto una avalancha de so- deras páginas blancas. Raquel imaginó que en las noches nidos: tambores que sonaban en todas las direcciones, aquel volumen tenía un misterioso poder de convocar ar- provocando un verdadero desastre sónico que a pesar de canos secretos. Imaginaba que alguien se había tomado el todo parecía armonioso. Durante varios segundos escu- tiempo de indagar muy a fondo en realidades complejas chó en silencio. Su padre también parecía atrapado por el que sólo debían ser reveladas a quien pudiera entenderlas recuerdo del solo que tocó tantos años atrás. cabalmente. —Eras muy bueno, papá. ¿Todavía tienes la batería? Su padre se sentó y con sus dedos largos y delgados —Sí, pero casi nunca la toco. Compré una nueva en hojeó el libro varias veces. Ante la vista de Raquel apare- cuanto pude y la otra la tengo como una pieza de museo. cieron misteriosos diagramas y dibujos curiosos. La forma Raquel se quedó callada un largo rato. La canción ini- de las letras era además muy extraña, como si hubieran ciaba su viaje hacia el final sin que la batería perdiera su sido hechas a mano o con alguna extraña técnica antigua. protagonismo. Por fin se terminó y en las bocinas se escu- —Dime, querida, ¿qué sentiste hoy cuando te subiste chó el sonido de la aguja rasgando el disco. al metro?

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—Es curioso que lo preguntes —respondió Raquel, a una señal: de eso se trata el árbol de tu vida. Por lo tanto, quien el súbito cambio de tema no le causó conflicto—, no hay nada que puedas hacer, por insignificante que pa- pero cada vez que me subo al metro siento algo extraño, rezca, que no te lleve hacia tu propio destino. como si el tiempo cambiara de forma. —¿Pero eso significa que estoy predestinada? —Eso es porque el metro, como muchas otras cosas —No, querida. Ahí está el centro de la paradoja: tú vas que te rodean, tiene una estructura cabalística. haciendo tu destino y le vas dando un significado, y a pe- —¿Me estás tomando el pelo? sar de eso nunca te desvías de tu camino. —No, mi niña. No lo haría con algo tan serio. Como —¿Qué dice la señal? cualquier cosa en este mundo, hacer el sistema de trans- De pronto Raquel vio algo en la expresión de su padre porte colectivo implicó una gran inversión, y adivina quié- que la hizo callar. Estaba rígida y cansada, no había duda. nes aportaron la mayor parte de los fondos. Él cerró un momento los ojos y ella pensó en una tortuga —¿Judíos? muy vieja llegando al final de su vida. —Exacto. Como muchas otras cosas, el metro está fi- Entonces su padre cerró el libro y se levantó trabajo- nanciado en gran parte con fondos judíos; ya sabes que samente. necesitamos mantenernos en constante comunicación —Basta de hablar de esto por hoy. Estoy cansado y para sobrevivir como pueblo. Mira, te voy a explicar. enfermo y sé que pronto dejaré el mundo físico. Pero aún Dibujó un diagrama rápidamente en una hoja de papel no debo contarte todo. Tú misma has estado encontrando blanco, con rayas y círculos. las pistas del libro de Raquel. —El metro tiene nueve líneas con número y una con Raquel sintió una profunda tristeza. De pronto se puso letra. Cada una de ellas representa una séfira. Por ejem- a llorar desconsoladamente. Era tan injusto que su padre plo, La raza es Kether, la corona, y por eso es tan grande, le dijera que iba a morir pronto cuando estaba empezan- porque simboliza el inicio de todo. En cambio, una esta- do a conocerlo después de tantos años. Entonces no pudo ción como San Lázaro es más pequeña, pero está cerca de contenerse y abrazó con fuerza el cuerpo cansado que la estación de autobuses y es Malkuth, el reino o principio estaba de pie frente a ella. terrestre. Cuando te mueves de una estación a otra estás —Estaremos bien, mi pequeña. Aún debo revelarte recorriendo alguno de los treinta y dos senderos que for- otro secreto antes de irme. Ahora tranquilízate. Tu árbol man el Árbol de la Vida. apenas empieza a florecer y debes guardar esas lágrimas Raquel se quedó muda, mirando el dibujo. Por fin dijo: para mejores cosas. —¿Eso significa que cuando voy de la casa de Lea hasta Bajaron juntos por la escalera y por primera vez Raquel aquí estoy recorriendo una señal? —Raquel no cabía en sí sintió, al despedirse de su padre, que su vida empezaba a de su asombro. tener sentido. —Así es, preciosa. Es más fácil de explicar que si te doy a leer ese libro polvoriento. Cada acción que haces es

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—Es la poesía, mi querido Marcelo. Me encanta leer poesía, me fascina encontrar el momento justo para decir una frase poética, sobre todo cuando la situación se está poniendo aburrida. Pero también me gustan tus pinturas. Ain —Qué coincidencia —respondió Marcelo, dirigiendo su lengua hacia el vientre de Raquel, cubierto por un en- caje lila—. A tu hermana también le gustan. El ojo estaba acostumbrado a percibir la belleza de una mujer Raquel se quitó del cuerpo de Marcelo y se incorporó desnuda, pero ahora era distinto. en la cama. Marcelo se quedó unos segundos con la len- Marcelo estaba sintiendo algo. Era artista y lo natural gua de fuera y luego se quedó viendo fijamente a Raquel, es que debía experimentar todo tipo de emociones, pero quien tenía los brazos cruzados y no sonreía en absoluto. las que empezaba a sentir lo desconcertaban. Se propaga- Respirando fuerte se incorporó frente a ella, que no cam- ban por su cuerpo, provocándole tibias cosquillas cuando bió su expresión. pensaba en Raquel, quien acudía varias veces a la sema- —Y ahora, mi pequeña niña, ¿qué es lo que te molestó? na, a veces interrumpiendo su proceso creativo o hacien- —Te dije que no hablaras de mi hermana. Si te gusta, do que se olvidara de sus otras amantes. no tienes por qué recordarlo todo el tiempo. —He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y dulce; —Cualquiera diría que estás celosa —Marcelo ladeó un nuestro lecho es de flores —le susurró ella en una oca- poco la cabeza—. Ahora no te diré si nos acostamos. sión, mientras él le besaba los senos, en donde minúscu- —¡Marcelo, eres un idiota! —Raquel agarró la almo- las pecas rodeaban sus pequeños pezones. hada y golpeó su cara con todas sus fuerzas—. Eres un —¿Qué dijiste? —Marcelo dejó de besar los senos y se maldito patán que no vale un centavo. acercó al rostro, con una sonrisa en la que se veía la hilera —¿En serio? —Marcelo tomó otra almohada y trató de de brackets—. Suena bonito. defenderse del siguiente ataque—. Hacía años que no es- —Como el manzano entre los árboles silvestres, así es cuchaba “patán” de labios de una dama. Define qué signi- mi amado entre los jóvenes —Raquel se acercó a besarle fica para ti esa palabra. la barbilla y el cuello y se detuvo un instante en el lóbulo —Significa que te calles. Me molesta mucho que men- de la oreja para susurrar—: el Cantar de los cantares. Y tú ciones a mi hermana. debes decirme: Tu ombligo es como un cántaro. —No te enojes conmigo —Marcelo trató de abrazarla —Una vez pinté un cántaro y batallé mucho para en- pero ella lo esquivó y se cruzó de brazos—. No lo dije para contrar la forma adecuada —Marcelo volvió a bajar a los molestarte. Además, ¿realmente crees que yo me hubiera senos pero, en vez de detenerse continuó su recorrido acostado con tu hermana? Andrés es mi mejor amigo. descendente hasta el ombligo—. Pero lo que tú dices me Raquel respiró con fuerza, sin quitar la mueca de sus hace imaginar el cántaro como si lo tuviera ante mis ojos. labios. Miró fijamente a Marcelo, intentando descifrar sus

116 117 Alexis de Ganges El árbol de Raquel verdaderas emociones. Por fin movió la cabeza de arriba al desprenderme de ella, la miré de pies a cabeza y en- hacia abajo. tonces me dijo: “Haz un cuadro mío, Marcelo”. Luego se —¡Vaya, sí que he perdido credibilidad ante tus ojos! quitó la ropa. —Marcelo se levantó y sacó una cajetilla de cigarros de —¡Me estás engañando! su pantalón, en la silla junto a la cama; encendió un ciga- —No. Te engañaría si dijera que no sentí un gran de- rro con parsimonia, mientras los ojos de ella recorrían los seo por tu hermana, pero tuve que contener los impulsos movimientos de su cuerpo desnudo y los tatuajes en un que, en otras circunstancias, no habría dudado en poner brazo y junto al abdomen—. Bueno, la verdad estuvimos en juego. muy cerca pero me contuve —hizo una mueca de decep- —¿Por fidelidad hacia Andrés? ción— en el momento preciso. Marcelo la miró un instante y estuvo a punto de reír, —¿Te contuviste? —los ojos de Raquel brillaron un pero se detuvo. poco y sus labios se movieron apenas—. ¿Cómo que te —No, mi inocente niña. Lo hice porque respeto a tu contuviste? No entiendo. hermana. La fidelidad hacia un amigo no es suficiente —Sí, me contuve porque tu hermana ya estaba salien- para controlarse frente a una mujer desnuda. do con Andrés. Me contuve porque sabía que no iba a —No sé si creerte. Eres un cínico y no te importó en lo perdonármelo —Marcelo puso la ceniza de su cigarro en absoluto llevarme a tu cama, aunque estuviera mi herma- un cenicero de laca, en el buró de la cama—. Pero habría na cerca de nosotros. deseado ser una bestia con instintos. El problema es que —No importa si me crees o no. En cualquier caso, es los seres humanos no tenemos instintos. un recuerdo propio y lo comparto contigo porque me —Cómo no, cuando tenemos hambre o sed… agradas. —No tengo ganas de empezar una polémica. Yo sé que —¿Y por qué te agrado? no tenemos porque yo y tu hermana habríamos termina- —Ojalá lo supiera. Mejor hagamos el amor. do revolcándonos, sin que Andrés nos importara. Marcelo la abrazó con fuerza, casi con violencia, y Ra- —¿Sabes que no te creo? —Raquel dio una chupada quel se puso a pensar, en medio del intenso placer que del cigarro de Marcelo y luego lo abrazó con fuerza—. estaba sintiendo, en que aquello no podía durar mucho. ¿Cómo le hiciste para que mi hermana se quitara la ropa? Él no estaba acostumbrado a ningún tipo de compromiso —Fácil. La estaba pintando. y seguramente continuaba teniendo relaciones con otras —Mi hermana haciendo de modelo, y además desnu- mujeres. Sin embargo, era mejor disfrutar esa fruta en su da. No lo sé, Marcelo. Me cuesta trabajo imaginarlo. Para árbol. Debía estar ahí por algún motivo. empezar, ¿cómo la convenciste de que posara para ti? Pero mientras él entraba en ella, Raquel miró sus ojos —Tu hermana estaba enojada con Andrés. No quiso y tuvo la certeza de que la historia que le había contado decirme de qué se trataba, pero estaba llorando. Yo tuve era sólo parcialmente cierta, y que en realidad Marcelo que abrazarla y sentí lo frágil de su cuerpo. Entonces, y Lea habían sido amantes. “Estoy siendo penetrada por

118 119 Alexis de Ganges el mismo hombre que alguna vez le hizo el amor a mi hermana”, pensó, antes de que una pantalla de chispas la cegara y una corriente eléctrica recorriera su cuerpo, mientras un grito corto y certero salía de su garganta. Pei

La boca de Marcelo era suave y carnosa, pero después de un tiempo sus besos dejaron de ser los mismos. De hecho, se estaban volviendo más desagradables porque cada vez que Raquel llegaba a su casa encontraba una prueba (un rastro de carmín, un aroma tenue pero persistente) de la presencia de otras mujeres. Sin embargo, se diría Raquel a la distancia, a pesar de los inevitables celos y las consiguientes escenas, esos tres meses fueron de una intensidad pocas veces recordada en etapas anteriores de su vida. Por las mañanas tenía que ir a la escuela, pero en ocasiones doblaba la esquina una cuadra antes y tomaba el metro; tres estaciones más (en el idioma cabalístico su tránsito por esas estaciones significaba “lujuria”) estaba cerca de la casa de Marcelo. En el momento en que llegaba él ya la estaba esperando, dando quizá el último retoque a algún cuadro. Ella aguar- daba unos minutos en el cuarto, leyendo su último descu- brimiento: Emily Dickinson. En algunos de sus párrafos se reconocía a sí misma, sobre todo en uno que había marcado con un plumón rojo:

Morir no duele mucho Nos duele más la vida. Pero el morir es cosa diferente Tras la puerta escondida.

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La costumbre del sur, cuando los pájaros Un día decidió llevar un bote de pintura y cubrir las Antes que el hielo venga pintas. A la original se habían añadido otras dos y Raquel Van a un clima mejor. no podía entender por qué su padre no intentaba descu- Nosotros somos pájaros que se quedan. brir al responsable. —No, hija, déjalas —fue la respuesta de su padre—. En Marcelo entraba en el cuarto y, sin darle tiempo de pen- realidad yo sé quién las hace. sar, comenzaba a desnudarla. Al principio Raquel no pen- —¿Y por qué no lo denuncias? saba mucho en lo que estaba ocurriendo, dejaba que él le —Porque yo le digo que las haga. hiciera el amor en todas las posiciones imaginables; una La respuesta dejó pasmada a Raquel pero no agregó vez se detuvo en una librería de Coyoacán para comprar un nada. Como tantas cosas en la vida de su padre, aquello ejemplar del Kamasutra bellamente ilustrado pero a Marcelo era también un extraño misterio. las imágenes no le agradaron y sugirió, en cambio, que era Mientras tanto, Andrés había logrado su anhelado as- capaz de ilustrar —e iluminar— mucho mejor el viejo libro. censo en el trabajo pero, contra lo imaginado, le parecía —¿De verdad? ¡Si quieres puedo ser tu modelo —res- más difícil concentrarse en sus nuevas tareas y se sentía pondía ella, mientras Marcelo la cogía de frente, mirándo- constantemente cansado y preocupado por sus nuevas fun- la con expresión de éxtasis—. Puedo agregar los poemas ciones. La relación con sus compañeros era más tensa de que te dedico —agregaba mientras él le daba la vuelta y la lo habitual y, cuando llegaba a casa, sólo quería sentarse a cogía por atrás, ella sentía el peso de sus 72 kilos en el mo- comer y luego tirarse en la cama para dormir una siesta. mento en que se inclinaba contra la curva de su espalda. Cuatro meses después de llegar a esa ciudad Raquel Raquel estaba sintiendo algo: rubores al pensar en Mar- ya había pasado por la más intensa experiencia amorosa celo, palpitaciones en el corazón cuando abría con la llave de su vida y se sentía de buen humor. En cambio, Lea que él le había dado. A veces, cuando él le dejaba una mar- cambió por completo. Lea, su hermana querida, ya no era ca en el cuello se pasaba horas frente al espejo, observán- la misma: desde que visitaron a Marcelo no volvió a ser dola y, en vez de cubrirla con maquillaje la dejaba así, sin amorosa con ella. Sólo le preguntaba lo necesario para importarle que alguien le preguntara el origen. el correcto funcionamiento de la vida cotidiana. El mis- Pero no descuidaba las visitas a su padre. Desde aquel mo Andrés, no siempre demasiado suspicaz, comenzó a momento en que él le confesó que no estaba bien de sa- sospechar que la relación entre Raquel y Marcelo estaba lud le llevaba dulces y pasteles, le cocinaba la cena o lo teniendo un efecto extraño en la relación entre las herma- ayudaba con la limpieza del cuarto, aunque normalmente nas. Era algo notorio pero no siempre visible. Sin embar- una señora lo hacía tres veces a la semana. Su padre le de- go, quería pensar que era sólo una etapa y que en algún cía que no se molestara tanto pero ella insistía. Además, momento iban a reconciliarse. él la ayudaba con los pequeños gastos, aquellos caprichos —¿Qué ha pasado con Marcelo? —decidió preguntarle que no se atrevía a pedir a sus anfitriones. un día. Raquel se quedó callada un largo rato y luego dijo:

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—Hace dos semanas que no sé nada de él. Raquel lo miró y Andrés sintió un muy leve cosquilleo Siguió comiendo como si nada, pero Andrés pudo notar en la columna. Cerró un momento los ojos, intentando que su semblante se ponía serio y decidió que debía hablar concentrarse en la sopa, pero había algo que no podía qui- al respecto con su amigo, pero con tanto trabajo se olvidó. tarse de la cabeza. Una imagen totalmente involuntaria y Lo que en cambio tenía muy presente en la memoria era la que ocurrió simplemente como en sueños. Raquel había metamorfosis de Lea. En definitiva, se dijo, no era la misma olvidado cerrar su cuarto, dejando una minúscula rendija que antes. Un día, por ejemplo, la encontró hablando por al regresar de la escuela. Como el uniforme le incomoda- teléfono con su madre, acerca de Raquel. A Andrés le pare- ba se lo cambiaba al llegar a casa. Lea aún no llegaba y ció que estaba negociando un posible regreso. Durante la Andrés pudo ver a Raquel cambiándose la ropa. Tuvo un comida Lea aprovechó para sacar a colación el tema. casi insoportable deseo de entrar, pero se contuvo. —Raquel, ¿has pensado que mamá y tú podrían llevar- —Raquel, te acostaste con el mejor amigo de Andrés. se mejor ahora? ¿Cómo diablos pudiste hacerlo? Raquel levantó la vista, asustada, y miró a Andrés, —Lea, no seas tan puritana —Andrés sintió que estaba quien no supo qué decir al respecto. molesto. ¿Por qué Lea adoptaba ahora el carácter de su —¿Tú qué opinas, Andrés? ¿No te parece que le haría madre? ¿Era la chica liberada y coqueta que conoció en la bien reconciliarse con mi madre? exposición de Marcelo y con quien se acostó a la semana —No, Lea. Me bastó convivir un rato con mi suegra siguiente?—. Fue un desliz. Tú sabes cómo es Marcelo. para darme cuenta de que vivir con ella es un infierno. Incorregible. Raquel debe quedarse aquí. No sé si con nosotros, pero De pronto, Raquel empezó a llorar. Primero delgadas lejos de su madre. lágrimas y luego un sollozo breve. Hubo una breve pausa en la que sólo se escuchó el so- Andrés la vio y se levantó de su silla. nido de los cubiertos. —Raquel, no llores —la abrazó—. No le hagas caso a Lea. —Yo pienso lo mismo que Andrés —respondió Raquel, Cuando vio hacia el lugar de Lea comprobó que, como con determinación—. Nunca volveré con mi madre. Pre- el día en que comieron con su madre, también ahora ha- fiero cualquier cosa pero eso no. Si quieres puedo vivir bía escapado. con mi padre. Los puedo dejar en unos días. Ya he habla- Andrés necesitaba silenciar algunas dudas que no lo do con él. dejaban dormir y que además volvían su horario de traba- El rostro de Lea pareció expresar bien su incomodidad jo un constante martirio, así que una noche decidió hacer ante el dilema. Andrés no deseaba que Raquel se fuera y algo que estuvo postergando por mucho tiempo. por eso quería hacer todo lo posible para evitarlo. Decidió quedarse más tiempo en la casa mientras las —Dale un poco más de tiempo, Lea. Le ha costado hermanas salían. Cualquier pretexto iba a estar bien para adaptarse, es cierto. Y ha hecho cosas que te disgustan, llegar tarde, ahora que su puesto de trabajo era mejor y, pero te aseguro que puede cambiar. ¿Verdad, Raquel? por otra parte, le importaba menos conservar su empleo.

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Después de cerciorarse de que estaba solo en la casa, en el Árbol de la Vida. Yo creo que éste es posiblemente entró en el cuarto de Raquel. el ordenamiento. “Sólo necesito una prueba —se dijo—. Una pequeña Yo (Kether): Yo soy la corona, claro está. El ain, que es prueba de que mis pensamientos no están equivocados”. la nada y el ani, que es el yo. El cuarto estaba ligeramente desordenado: la cama Andrés (Netzach): es un chico demasiado complejo. tendida con rapidez, algunas prendas de ropa sobre las En realidad desde que lo vi por primera vez me pare- sillas, una blusa en el suelo y un calzón debajo de la cama, ció que había cierta tristeza en sus ojos. Pensé que en con una pequeña mancha roja. Había varios libros, algu- el fondo era tímido, pero conforme pasa el tiempo me nos de los cuales ya se los había mostrado Raquel en dife- voy dando cuenta de otros aspectos de su personalidad. rentes ocasiones. Andrés dio varias vueltas, intentando no Debo confesar que me agrada más de lo que debería, dejar huellas de su paso pero era inevitable, pues no pudo considerando que es novio de mi hermana. evitar tocar las prendas de ropa, tan distintas a las de Lea, Lea (Binah): Es mi hermana querida. Sin embargo, úl- pero evocadoras de un extraño deseo. timamente no me llevo muy bien con ella. Desconozco el El camaleón estaba en su terrario, inmóvil. Andrés se motivo profundo, pero tengo cierta idea de lo que ocurre. sentó en la cama, sin dejar de contemplarlo, aunque ape- En el fondo, ella aceptó hacerse cargo de mí por razones nas se distinguía de su pequeño tronco. Por un momento que no eran sólo de bondad. Sabía que podía obtener deseó ser aquel bicho sin ninguna responsabilidad, más algo a cambio. ¿Pero qué? Aún no logro descifrarlo. que mimetizarse con el entorno. ¿Debía irse? No había Tengo la ligera sospecha de que está celosa de mi re- encontrado lo que buscaba, se dijo, levantándose con cui- lación con Marcelo. dado, y de pronto se fijó en un pequeño cajón del clóset Marcelo (Malkuth): No quiero hablar de él. del que nunca se había dado cuenta antes. Madre (Gueburah) La detesto. Ella para mí no signifi- “No debes hacerlo —se dijo—. Ella nunca te perdona- ca más que un permanente obstáculo en mi existencia. ría si lo supiera”. Ella se ha opuesto a todo lo que yo he querido hacer. Sin Pero ya estaba aquí, le respondió otra voz; ya había embargo, creo que podría llegar a aceptarla si un día me profanado el espacio de Raquel: no tenía más remedio pidiera perdón. Pero es tan soberbia. No entiendo qué que terminar lo que estaba haciendo. ocurrió en su vida para que fuera así. Bueno, lo deduzco. Entonces encontró un cuaderno rojo, con distintos Su familia estaba mal de la cabeza y ella, además, siem- apuntes y dibujos. Al abrirlo vio en la primera página: pre tuvo problemas con su hermana. Simplemente me saca de quicio que nunca haya podido ceder un poco en Diccionario cabalístico de Raquel lo que ha hecho hasta ahora. Padre (Yesod): Él me ha enseñado muchas cosas sobre Mi padre me sugirió hacer un diccionario cabalístico. los judíos que aún no logro entender cabalmente. ¿El pueblo Dice que cada persona que es importante tiene un lugar elegido por Dios? Es demasiado extraña la forma en que han

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visto su historia. Sí, ellos son el único pueblo favorito de Dios. —¡Andrés! —exclamó. Tenía el rostro enrojecido y ¿Qué se puede hacer ante semejante megalomanía? Y están, una gruesa lágrima le corría por la mejilla—. ¿Qué haces además, sus extrañas doctrinas. ¿Qué significa todo eso de aquí? —Raquel tomó su blusa y se cubrió los senos, que crear golems poniéndoles el nombre de Dios en la frente o se veían brevemente a través del sostén. ponerse lazos alrededor del brazo y una caja en la frente? —Vine a ver qué tenías. Escuché el ruido de algo que Tengo miedo por mi padre. Sé que sufre de una en- se rompía y temí que te hubiera pasado algo. fermedad y que quiere transmitirme todos sus estudios y Raquel bajó la cabeza. Andrés miró hacia el otro lado conocimientos antes de morir. Por eso trato de entender de la cama. Ahí había varios restos grandes de vidrio y de la complejidad de todo lo que él sabe... madera cubriendo algo que era una pintura, después de ¿Dónde están las otras esferas? fijarse más, descubrió que se trataba de un dibujo con el rostro de Raquel. De pronto escuchó que abrían la puerta. Apresurada- Entonces Andrés abrazó con fuerza a Raquel, quien mente metió otra vez el cuaderno en donde lo había en- siguió llorando, y durante media hora la escuchó despo- contrado y salió del cuarto; fue a su habitación, sin hacer tricar contra Marcelo y todas sus estúpidas “viejas”, sus ruido, se acostó en la cama y luego prendió el televisor. mentiras y sus incoherencias. Escuchó los pasos que se dirigían al cuarto de Raquel. —Nunca más voy a regresar a esa maldita casa —ex- ¿Era ella? Andrés aguzó el oído. clamó Raquel, rompiendo en llanto nuevamente—. Ojalá Escuchó cómo se quitaba los zapatos y, después, que y se muera dentro de ella, con todas sus pinturas. abría la llave de la regadera. Luego una larga pausa. Andrés recordó brevemente lo que ella había puesto Entonces oyó el sonido de algo rompiéndose. en su diario y por un momento sospechó que lo dejó a ¿Le había pasado algo a Raquel? propósito para que él lo leyera, pero descartó esa idea Corrió a su cuarto y empujó la puerta. Raquel estaba pensando en que, en el fondo, Raquel era aún una niña sobre la cama, de espaldas, y, con excepción de su sostén, inocente. nada más cubría la parte superior de su cuerpo. Debajo Entonces ocurrió algo que Andrés recordaría después llevaba una falda corta que dejaba ver sus piernas delga- como uno de los instantes más dulces de su existencia das y blancas, un poco pálidas. pero al mismo tiempo uno de los más complicados. Es- Andrés se percató, por los sonidos que emitía sobre la taba muy cerca del rostro de Raquel y, casi sin voluntad, almohada, de que estaba llorando. Por un momento no ya había besado sus labios, suavemente al principio y un supo qué hacer y se quedó de pie, viendo cómo ella so- poco más fuerte después, sin que ella hiciera nada por llozaba sin percatarse de su presencia. Por fin, respirando evitarlo, pero al mismo tiempo sin dejar que él besara con con fuerza, se decidió a tocarla suavemente en su hombro demasiada intensidad. Y entonces, cuando se separó de desnudo; Raquel se sobresaltó y volteó rápidamente, se- ella, pudo ver que en el rostro de Raquel se había formado cándose las lágrimas con el torso de la mano. una expresión de horror y asombro mezclados.

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—Andrés, me voy a bañar —dijo, levantándose sin ver- le a la cara. Andrés se quedó unos segundos sentado en la cama de Raquel, con el eco del beso, regresando una y otra vez a su mente, en una mezcla de placer y profundo enojo hacia sí mismo. Tzadik Recordó que Lea iba a llegar en cualquier momento y se levantó con rapidez, yendo hacia el cuarto y cerran- do la puerta. Cambió los canales de la televisión, pero El caos invadía la vida de Andrés, quien detestaba la contra- después de buscar un rato descubrió que no había nada dicción en la que estaba atrapado. interesante. ¿Era posible que algo hubiera ocurrido entre Lea y Una imagen de Raquel bañándose apareció en su men- Marcelo? ¿Era acaso un invento de Raquel para odiar te. Pensó en entrar en la regadera, pero luego se dijo que, con causa de razón a quien la había usado como a una dadas las circunstancias, era lo más estúpido que podía más en su colección de mujeres? En cualquier caso, An- hacer. Mientras deslizaba su mano hacia su bragueta, re- drés pensaba que era una posibilidad verosímil, sobre pasó una película con todas las visiones de su imagina- todo porque conocía a Marcelo lo suficiente para saber ción, incluyendo la primera de Raquel de pie frente a la que era capaz de eso y más. Pero el cuaderno, se decía, puerta y preguntando por su hermana. no era prueba suficiente de que fuera cierto. A fin de Veinte minutos después llegó Lea con una bolsa del cuentas, no sabía si lo escrito en la libreta de Raquel era supermercado para preparar la cena. un invento. ¿Pero cómo preguntarle? ¿Cómo hacerlo sin que se die- ra cuenta de que había visto su libreta? Sólo existía una manera de saberlo. Lea se estaba dando cuenta pero no quería confesár- selo. No quería porque, a pesar de todo, aún sentía algo por Andrés. ¿La relación estaba llegando a su fin? Si las señales se dieron en diferentes momentos y ella simplemente se hizo de la vista gorda, eso no importaba. Los tres meses después de la visita a Marcelo fueron di- fíciles. Simplemente estaba poco concentrada y esa beca de doctorado en el extranjero se difuminaba por momen- tos. ¿De qué iba a servirle cuando no podía poner orden en su propio comportamiento?

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—Te noto extraña —le dijo un día el doctor González, —Sí, me encantaría, doctor. De hecho, me siento muy su director de tesis—. Últimamente tus informes son un halagada por su invitación. Sólo le pido unas horas para poco menos brillantes. pensarlo. —Estoy muy estresada, doctor —se disculpó Lea—. Es —Claro, me puedes llamar mañana para confirmar. complicado de explicar, lo sé, pero mi hogar es un desastre. Mis colegas se sentirán honrados con tu presencia. Les he —Quizá deberías tomarte unos días libres. Estás avan- hablado de ti y comparten mi admiración. zando correctamente —el doctor se puso a jugar con su De nuevo esa tibia mirada. ¿Dónde la sintió antes? Sí, pluma fuente, sin dejar de mirarla. en aquella ocasión en que Marcelo los invitó a su casa. —No creo que sea necesario. Ella tuvo la sensación de que, aunque él hubiera puesto —De hecho, quería hacerte una propuesta —dejó su toda su atención en su hermana, lo que le molestaba era pluma y recargó los codos en la mesa. no haber podido llevársela a ella a la cama. ¡Qué mal se Lea se asustó un poco. Por momentos, la tibia mirada sintió en aquella ocasión, en que él le robó un beso y a del doctor González, reconocido investigador a quien pocas continuación quiso quitarle la ropa, sólo para que ella lo veces se la veía con una mujer, la traspasaba ligeramente. empujara y le dijera que era un idiota y un pésimo amigo! Era como si en lo más oculto de su ser él sintiera algo por Claro que seguramente estaba buscando alguna venganza ella, pero no se atreviera a confesárselo ni a él mismo. y quizá por eso accedió a hacerle la broma con el reptil. Él carraspeó y continuó. —Por cierto, ¿cómo está tu novio? —Queremos organizar, yo y otros colegas, un pequeño La pregunta la tomó por sorpresa, porque únicamente viaje de exploración a Valle de Bravo. Observar algunas habían coincidido en una ocasión. Andrés se estuvo bur- especies en su hábitat natural. Somos tres: el doctor Mi- lando todo el camino de regreso a casa. guel, la doctora Helena y un servidor, pero tenemos es- —Estoy seguro de que le gustas mucho a tu profesor. pacio para alguien más. Tú puedes ayudarnos en varias —¿Cómo crees? —respondió ella. tareas y de paso aprender algunas cosas interesantes. —Está casado con una científica que, además de ser Lea se quedó callada. Su cuerpo entero le estaba pi- atractiva, gana en un mes más de lo que nosotros en un año. diendo unos días de relajamiento. Además, el hecho de —Y eso qué. Tú eres mucho más joven y también eres que tres reconocidos científicos la invitaran a viajar con inteligente. ella era un honor que no deseaba perderse. Por si eso Se abrazaron y se dieron un largo beso. Por alguna ra- fuera poco iba a ir Miguel, un joven y brillante científico, zón esa conversación la excitó y, después de entrar en la apenas cinco años mayor que ella y a quien admiraba casa, no alcanzaron a llegar a la cama y lo hicieron en el profundamente. Claro, también se daban algunos detalles sillón. Aunque eso era antes. Antes de esos tres largos me- en contra, pero eso era lo de menos. Lo importante era ses en que él apenas la había tocado. En cambio, se pa- que se le estaba dando la oportunidad de dejar su mente saba horas platicando con su hermana y a veces se reían en blanco y asentir. como si fueran cómplices de alguna travesura.

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—¿Mi novio? Él está muy bien, doctor. Le acaban de Se imaginó dictando conferencias, viajando por el mundo, dar un ascenso gracias a que logró ayudar en un proyecto publicando artículos y descubriendo aspectos de la natu- de la compañía donde trabaja. raleza nunca antes descifrados. Y extrañamente, recordó —¿De verdad? Veo que también tu novio es muy inte- al doctor Miguel y su tímida insinuación hacía casi cinco ligente. meses, a la cual ella había respondió con indiferencia. —Sí, bastante —pensó Lea con sarcasmo. En realidad —¿Dice que irá también el doctor Miguel? había sido Raquel quien le había dado la solución a sus El doctor González asintió con la cabeza, lentamente, problemas después de largas noches de buscar infructuo- mientras sorbía un trago de su café latte y alzaba ligera- samente una respuesta. mente las cejas, en un gesto que podía significar nada y —¿Y crees que eso sea problema cuando empieces tu todo, dependiendo de quién lo interpretara. doctorado? Lea se quedó pensativa en el umbral de la puerta. Era difícil responder a una pregunta tan complicada. Sin em- bargo, era probable que Andrés tuviera menos deseos de ir a vivir a otra parte dado que le habían aumentado el sueldo y tenía posibilidades de ascender aún más. Antes se la pasaba hablando mal de su trabajo y ahora sólo se refería a sus actividades laborales, aunque cada vez pare- cía más cansado. Incluso parecía estar claudicando con la idea de tener un hijo y la culpaba a ella de ser débil y desear uno. ¡Como si no fuera una evidente proyección! “¿Debería pensar que soy una estúpida si me guío por lo que hace mi hermana mayor?”. No, era absurdo: Ruth era una estúpida acoplada a la perfección, al matrimonio y ella estaba sedienta de probar algo distinto. —No, no creo que Andrés se deje atrapar por un traba- jo que realmente no le interesa. —Muy bien, porque ya sabes que tienes las puertas abiertas en por lo menos tres universidades en donde ten- go colegas. Ellos estarán encantados de recibirte. Lea cerró un instante los ojos y súbitos deseos de gloria y conocimiento pasaron por su mente, provocando una sen- sación parecida a la excitación sexual, pero más ­profunda.

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y sin embargo aquí estoy, sintiéndome tan culpable como nunca me he sentido antes y con ganas de que me la metas otra vez hasta que grite de dolor y placer —Raquel se acurrucó en la cama y se tapó la cara con ambas ma- Kuth nos—. ¿Hay alguna forma de remediar este sentimiento de culpa torcido? —No es tu culpa, Raquel. Entre Lea y yo el amor ya no El mono actúa guiado por instintos. Así se sintió Andrés y era es igual. Yo me siento tan cansado después del trabajo y tan placentero. Además, había ocurrido tan rápido que ella… No sé, ha cambiado tanto. Tú sólo hiciste que me ninguno de los dos supo qué decir al terminar de hacer diera cuenta de lo que estaba ocurriendo. el amor. Sin embargo ambos suponían de antemano que —Eso no importa. ¿Por qué debía ser yo el instrumento ese instante tenía que pasar en algún momento. Y sin em- por el cual te percataras de tu fracaso con mi hermana? bargo no encontraban muchas palabras que expresaran el Me parece que es bastante hipócrita, Andrés, es como uti- hecho de revolcarse, desnudos y lujuriosos, en la cama de lizarnos a las dos para sentirte mejor. Raquel, mientras su hermana estaba en un viaje de estu- —Raquel, me estás haciendo sentir culpable —Andrés dios en Valle de Bravo. Ella, Andrés y hasta el camaleón, se sentó en la cama y comenzó a mover las manos, a al- que cambiaba a cada instante de colores —algunos muy zar los hombros. Se sentía atrapado por las palabras que intensos— estaban en un oasis en medio de un desierto tan hirientemente ella pronunciaba. de incertidumbre y en ocasiones era necesario regresar a —Quiero decir, no fui yo la que vino a esta casa y pro- lo árido después de probar los dátiles del paraíso. vocó que ocurriera todo esto. —Andrés, tengo miedo y vergüenza. ¡No puede ser! —¿Ah, sí? —Raquel se levantó y se puso frente a An- ¿Es posible que no haya podido evitar meterme en la drés, mirándolo con ojos de furia—. Soy entonces la cul- cama contigo? pable, ¿verdad? Sé que estabas celoso de Marcelo y que Él la abrazó, pero ella trató de evitarlo. Había ocurri- leíste mi cuaderno. Tal vez yo no soy inocente, pero no do algo demasiado fuerte, excesivamente complejo como me culpes por llegar a tu vida y mostrarte tu vacío. En para que se sintiera tierna o amigable. Quería golpear a realidad, ya sé lo que debo hacer: voy a irme de esta casa. Andrés y deseaba también hacerse daño a sí misma y Andrés se sintió preocupado; sin embargo, no dijo gritar lo cabrona que era para que todos los vecinos se nada. Se quedó un buen rato en silencio y luego la tomó enteraran y la lapidaran, como hacían con las adúlteras de la mano. en los relatos bíblicos. —No, Raquel. Nos iremos juntos —la jaló hacia él, la —No tengo temor por eso. Sé que ella lo sabrá tarde tumbó en la cama y sin decir nada la penetró. Raquel dejó o temprano. Tengo miedo por mí misma. No entiendo que lo hiciera, pero sus ojos se mantuvieron abiertos e cómo fui capaz de hacer esto. Debí controlar este impulso inmóviles mientras él la embestía a su propio ritmo.

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Cuando terminaron él se quedó en silencio, acosta- El anciano soltó una carcajada sonora y se inclinó un do y mirando hacia el techo. Raquel tampoco dijo nada, poco hacia ella. en cambio se levantó y empezó a ponerse la ropa, sin —Te entiendo, pero no tienes nada que temer. Soy ver a Andrés a los ojos. La casa de su hermana era una Jeremías, el mejor amigo de tu padre desde que tengo prisión y ella se sentía incapaz de controlar sus peores memoria. Me dejó encargada la casa porque salió de impulsos. viaje. Al día siguiente Andrés se fue al trabajo sin despedirse —¿De viaje? Pero no me dijo nada. de ella y Raquel decidió que necesitaba hablar con alguien —Fue algo imprevisto, pequeña. Él se fue a un viaje urgentemente, así que se dirigió a la casa de su padre. muy importante. Me dijo que cuando llegaras te recibiera Esta vez sólo tocó una vez y un anciano de barba cano- porque la casa es tuya tanto como de él. sa la recibió, provocando un estupor en ella, quien espera- A Raquel le costaba trabajo entender lo que estaba ocu- ba encontrarse con su padre, abrazarlo y llorar. rriendo. El anciano, sin inmutarse, sacó una pipa del bol- —¿Está mi padre? sillo y la encendió placenteramente. El humo salió flotan- El anciano la quedó mirando un buen rato, como si do de entre sus barbas de una manera que a ella le habría estuviera buscando en ella algún extraño detalle. Luego parecido graciosa en otra circunstancia. cerró los ojos y volvió a abrirlos varios segundos después. —De hecho, tu padre me dejó algunas cosas para ti. —Tú eres Raquel, ¿verdad? ¿Quieres que te las traiga? Raquel escuchó su nombre con un acento distinto, Raquel tuvo ganas de salir de ahí. Sentía que lo que como si las palabras fueran entonadas en otro idioma. Era estaba ocurriendo no era del todo bueno. Se sentó y sintió algo así como “Rahel”. El anciano estaba vestido con un como si los minutos que tardó el anciano en regresar fue- gran saco marrón y tenía lentes pequeños sobre la nariz, ran milenarios. Por fin apareció. Se sentó frente a ella sin que ocultaban sus grandes ojos. El atuendo lo completa- decir nada y puso sobre la mesa una carpeta. ban un pequeño gorro y una bufanda gris. —Ábrela. —Sí, yo soy Raquel y vine a ver a mi padre. —¿Qué es? —Sí, te pareces mucho a él… Pero pasa. Aquí afuera —Debes verla por ti misma —los ojos del anciano pa- hay frío —Raquel entró sin saber muy bien qué estaba recían contener siglos de experiencia—. Es algo que él te ocurriendo y de pronto la casa se le antojó extraña sin dio a ti y no es para nadie más. la presencia de el ser que le daba calidez. Sin embargo, Raquel vio un sobre y, a un lado, un mapa y un boleto siguió al viejo al mismo sitio al que había seguido a su de avión. Rasgó el sobre, sintiendo una tensión que sólo padre, con pasos lentos como los de él. recordaba haber sentido cuando abandonó la casa de su —¿Quién es usted? —preguntó Raquel cuando llegaron madre en aquella fría madrugada. Dentro estaba una lar- a la sala—. Perdone que desconfíe pero no esperaba en- ga carta escrita con la hermosa letra de su padre, cuya contrarlo aquí. caligrafía era tan similar a un dibujo.

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Conforme iba leyendo una sensación de profundo y ­aprenderás aquello que aquí sería difícil aprender. Te abandono empezó a invadirla. Toda la vida de su padre dejo también dos boletos de avión. Uno para que te va- estaba contenida en aquel papel tan blanco y también yas y el otro sólo por si un día quieres regresar. Si estan- algunos de sus peores errores. Raquel empezó a sentir do ahí te convences de que encontraste tu hogar puedes que cualquier fragmento de rencor que sintiera se iba des- cancelarlo. En cuanto al dinero, te abrí una cuenta en vaneciendo y sólo quedaba aquello que ellos vivieron en la que deposité lo suficiente para que puedas cubrir tus esos cuatro meses de intenso aprendizaje. De pronto to- gastos necesarios y para una emergencia, aunque en el dos los acontecimientos de su vida adquirían una forma kibutz tendrás todo lo necesario. A cambio, podrás hacer clara. Nada era fortuito. Cada pequeño hecho conducía a algo para retribuirles tu manutención. ese instante del tiempo en que ese anciano solemne espe- Me despido de ti, hija. Pronto tendrás noticias de dón- raba a que ella terminase, con toda paciencia, aunque ella de estoy, y si un día quieres ir a visitar el lugar donde nací se detuviera en algunos párrafos para leerlos de nuevo. no dudes en contactar con tu tía, cuya dirección te adjun- De pronto tuvo un miedo inmenso, más grande que to. Despídeme de tus hermanas y, si un día perdonas a tu el que recordara haber tenido antes, porque una parte de madre, confiésale que la amé con toda mi alma, con sus su mente sabía con certeza hacia dónde se dirigía la carta virtudes y defectos. aunque la otra, esa que pensaba que era una niña madura por el sólo hecho de estar viva, se negaba a aceptar cual- Raquel dejó caer la carta al suelo y se puso a llorar des- quier fin trágico o inadecuado. Pero al fin llegó al párrafo, consoladamente hasta que sintió la mano de Jeremías en y debió leerlo tres veces antes de que gruesas lágrimas su cabeza. Por fin se levantó y miró con detenimiento el empezaran a deslizarse por sus blancas mejillas, los ojos mapa que le había dado su padre. Era un mapa de Israel del anciano, tan sabios, sólo parecían estar de acuerdo sobre el que estaba dibujado el Árbol de la Vida, con sus con sus sentimientos: distintos sefirots. El último, Kether, casi tocaba la frontera con Jordania y estaba señalado con rojo. Regresé a mi natal Polonia para pasar las últimas sema- —Dígame, ¿usted vio partir a mi padre? nas que me quedan de vida. Quiero estar en el pueblo de El anciano asintió con la cabeza. mis antepasados y observar las salidas del sol, el fulgor —Quiero cumplir sus deseos lo más pronto posible. de la nieve, el canto de los pájaros polacos y los residuos de nuestra historia que aún se conservan. Me quedaré en la casa de mi hermana y ella cuidará bien de mí, pero deseo que tú completes tu árbol, por eso te dejé, en un mapa, la ubicación exacta del kibutz en el que serás bien recibida. Estoy seguro de que te encantará, pues está lleno de chicos y chicas que te harán la vida más feliz

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quizá era mejor que Lea supiera la verdad al día siguiente, cuando estuviera más relajada. —De acuerdo. Voy por el aceite. Andrés se metió en el baño. En el televisor se escucha- Reish ban disparos y gritos. —Por cierto, ¿cómo está Raquel? ¿Se portó bien mien- tras no estuve? La cabeza le dolía intensamente y se sentía devastado. Lea Andrés regresó corriendo con dos botellas en la mano. regresó en la noche, muy cansada. No se fijó en que el —¿Prefieres aceite natural o de esencias de flores? cuarto de Raquel estaba abierto y a oscuras, sino que entró Lea sonrió y se puso en una posición que hubiera vuel- directamente a su habitación y empezó a quitarse la ropa. to loco a Andrés sin tanta ansiedad acumulada. Ella con- Andrés estaba sentado frente a la televisión con el con- templó las dos opciones que le proponía y se decidió por trol en la mano. Lea se acercó a darle un beso y comenzó el de esencia de flores. a desabrocharse la blusa. —Bien. Entonces quítate el camisón y acuéstate —dijo —El congreso estuvo terriblemente cansado. Vengo él, acercándose. muerta. Lo único que quiero es acostarme y quedarme —Como tú quieras, amor —Lea se quitó lentamente el dormida. camisón con movimientos que pretendían excitarlo. Andrés estaba preocupado. ¿No se había dado cuen- Se acostó y Andrés comenzó a aplicarle el aceite por ta de que Raquel no estaba? ¿Era conveniente decirle en toda la espalda, pasando una y otra vez las palmas de ese momento o esperar hasta el día siguiente? Cambió el las manos sobre la suave piel, lenta y constantemente, canal de televisión y apareció un documental en el Disco- mientras Lea disfrutaba del placer y emitía leves gemidos. very Channel. Luego fue bajando un poco hasta las nalgas y las piernas. —Déjalo ahí —Lea se puso el camisón y se sentó en Ella parecía excitarse más cada momento, mientras An- la cama. Ahora estaba quitándose el pantalón y sus enor- drés se sentía ajeno. Sin embargo, como la culpa seguía mes incertidumbres encontraron una solución. Había que recorriendo lentamente sus venas, se sentía obligado a darle una oportunidad a Andrés antes de decidirse. complacerla. De pronto Andrés sintió la mano de Lea sobre su hom- De pronto, Lea se volteó y lo miró con ojos llenos de bro y a continuación un beso en el cuello: lujuria. —¿Me darías un buen masaje antes de dormirme? —Quítate la ropa. Algo rico. Obediente, Andrés comenzó a desabotonarse la camisa Ahí estaba su hermosa mujer sólo en camisón, pidién- mientras Lea lo miraba y lo apresuraba con susurros. An- dole que la tocara con las manos que, el día anterior, le drés se quitó la camisa y la tiró a un lado de la cama. Enton- habían quitado la ropa a Raquel; tragó saliva. Decidió que ces Lea lo atrajo hacia ella con un súbito y fuerte impulso.

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—Hazme el amor, hasta poseerme por completo. —¿Dónde está mi hermana? Andrés empezó a quitarse el pantalón, pero lo hacía Lea se quedó de pie cerca de la puerta, con las manos con poco entusiasmo. Lea no parecía notarlo. en la cadera. Su expresión se hizo aún más dura y Andrés Cuando Andrés quedó en ropa interior ella lo abrazó no pudo responder al instante. Por fin dijo: fuertemente y empezó a besarlo, luego ella le tomó su —¿Tu hermana? Bueno, debo explicarte con calma mano y la puso en su clítoris. Él sintió que era algo que porque es complicado. debía hacer, sin que el contacto con las partes íntimas de —No creo que sea complicado —Lea blandió frente a ella le produjera una verdadera excitación. Ella le acaricia- él un pequeño papel—. ¿Dónde está mi hermana? ¡Mal- ba el pene que seguía tan flácido como cuando entró en dito infeliz, será mejor que me digas ahora mismo lo que el cuarto. hiciste con ella! —¡Quítame toda la ropa! —No sé de qué hablas —empezó a sentir un miedo in- Cuando terminaron, Andrés se desplomó a un lado tenso haciéndole cosquillas en todo el cuerpo. Se levantó de ella, suspirando con fuerza y cerrando los ojos. Sentía un poco, fingiendo una sorpresa que realmente no sentía. una extraña sensación, una mezcla de placer y vergüenza. —¿No sabes de qué hablo? —Lea se acercó a su to- Mientras penetraba a Lea no había dejado de visualizar, cador y lanzó un frasco de desodorante contra Andrés, fugazmente, imágenes de Raquel y, para venirse, recordó quien apenas tuvo tiempo de esquivarlo—. ¡Maldito ca- sus ojos mirándolo fijamente, tremendamente asustados. brón! —un frasco de perfume se estrelló a dos centíme- —¿Qué ibas a decirme? —Andrés acarició su mejilla. tros de su cabeza—. Pensaba hablar contigo mañana, Le encantaba tocarla con la mano e ir descendiendo hasta con más calma, pero no tiene sentido, y la verdad es que el mentón. desde que vine pensaba en dejarte. Me hiciste el amor y —Olvídalo. Tal vez no sea necesario. ¡Pasaste la prueba! lo dudé por un instante, pero no estoy ciega. Se acabó, Andrés fue al baño, levantó la tapa del excusado y co- Andrés. Se acabó todo esto. Estoy harta de tus estupide- menzó a orinar, casi por completo relajado. ces. ¿Cómo pudiste? —Lea blandió la carta una y otra vez —Por poco se me olvida. Le traje algo a mi hermana —es- frente a él—. ¿Qué estabas pensando, idiota, al cogerte cuchó que decía ella. Salió corriendo del baño pero antes de a mi hermana? que él pudiera decir algo Lea ya había salido al pasillo. Andrés Andrés cerró los ojos y sintió cómo la sangre le subía se quedó acostado en la cama. Su mente era como una nebu- a la cabeza. Sin embargo, atinó a responder algo para losa y no acertaba a pensar en nada concreto. defenderse. Oyó pasos y enseguida entró Lea. Andrés nunca la ha- —¿Qué estaba pensando? ¿Crees que soy tonto? Sé que bía visto así, con el rostro tan enrojecido y una expresión lo hiciste con Marcelo. tan desagradable en la comisura de los labios. Él frunció Lea abrió mucho la boca, miró a Andrés un instante y las cejas, sabiendo que era inútil fingir sorpresa pero sin luego fue hacia su tocador y le lanzó otro frasco de loción poder evitarlo. que en esta ocasión lo golpeó en el hombro.

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—Maldito estúpido. Además, me acusas de algo ab- surdo. ¿Cómo voy a acostarme con el imbécil de tu ami- go? ¿Quieres ofenderme de una forma más creativa? La verdad ya no te sentías bien conmigo y deseaste a mi hermana desde que vino —Lea cruzó los brazos—. Pues Shin no, no te engañé con Marcelo pero conocí a alguien en el congreso y sí, me gustó mucho y quiero intentarlo con él. No iba a decírtelo hasta mañana pero al diablo con eso Los dientes le castañeaban y sentía un fuerte temblor en todo —Lea tomó una maleta del clóset y empezó a guardar la el cuerpo; estaba percibiendo una profunda ansiedad ropa que encontraba—. No me importa que te quedes en como nunca antes, excepto en el momento de escaparse la casa. Yo ya tengo otro lugar en dónde vivir. de casa. El movimiento del avión, al estar despegando, Lea salió por la puerta, cargando su pequeña maleta y había precipitado una fuerte descarga de adrenalina y, cerrando con tal fuerza que el espejo del tocador se quedó cuando el aparato por fin volaba sobre el océano Atlánti- temblando un buen rato. Andrés contempló el moretón co, después de un largo y abrupto ascenso, decidió levan- de su hombro, sin pensar en nada. “Así es como uno se tarse e ir al baño porque su vejiga iba a explotar, como siente cuando lo dejan”, pensó. un Big Bang. Después de recorrer el largo pasillo, hasta la Se acostó de nuevo en la cama, cerró los ojos y deseó cola del avión, encontró por fin el baño y se metió en él, con fuerza que el sueño llegara rápidamente. llegando apenas a tiempo de sentarse en el retrete. Mientras descargaba su vejiga se puso a meditar en los acontecimientos de los últimos meses. El hecho de estar ahora a miles de kilómetros en el cielo, con destino a Ámsterdam para después tomar el avión a Tel Aviv, era algo sorprendente, considerando, además, que lo había hecho sin permiso de su madre y gracias a la ayuda del amigo de su padre con los trámites y el pasaporte. Ahora era como dejar tirar un pesado lastre y escapar hacia un país desconocido para conocer nuevas personas, dedicar- se a labores distintas (Jeremías le explicó varios detalles relacionados con los kibutz, que ella tenía que acatar y a los cuales era necesario acostumbrarse) y rehacer sus expectativas vitales. Al mismo tiempo, sin embargo, sen- tía una tristeza apenas contenida por no despedirse de manera correcta de su hermana y por haber provocado

146 147 Alexis de Ganges El árbol de Raquel un daño irremediable; sin embargo, se dijo Raquel, eso y ­muchos pájaros alrededor. Raquel pensó en el jardín del formaba parte de su árbol. No era algo de lo cual tenía que Edén. ¿Acaso merecía ir al Paraíso a pesar de todas las tonte- sentirse culpable. Andrés era tan responsable o más que rías que había hecho? Y lo peor de todo: había traicionado a ella de lo acontecido. su hermana. ¿Acaso no merecía que la enviaran al infierno? Pero entonces la reprendió una voz: había traiciona- Entonces, el árbol hizo algo que en otra circunstancia do la confianza de su hermana y, además, desconfiado le habría parecido absurdo pero ahora lo veía como nor- de su honestidad. Su mirada se detuvo un instante en el mal: aquella criatura maravillosa empezó a entonar una pubis: la vagina de una chica que acababa de cumplir 18 suave melodía con ayuda del viento, que se había hecho años y, sin embargo, contenía en ella las huellas de un más intenso y pasaba entre sus ramas. profundo conflicto fraternal. Era curioso, pensó de nuevo, Raquel se recargó entonces contra su tronco y empezó subiéndose la ropa interior. En realidad no se sentía tan a disfrutar intensamente de aquella música tan hermo- culpable: el placer no iba a desvanecerse y, como su padre sa, simplemente dejándose llevar por ella hacia regiones le enseñó, el sexo formaba parte de las raíces más profun- insospechadas, utilizándola como una escalera al cielo, das de un ser humano. como un caracol que se posesionaba de su oído. Salió de nuevo mientras el avión seguía flotando sobre De pronto, el árbol empezó a transformarse. Primero las nubes y rápidamente fue a su asiento, pues las aza- imperceptiblemente y después más rápido. Su tronco iba fatas comenzaban a hacer su recorrido con el carrito de cambiando de color. Sus hojas salían flotando impulsadas alimentos. Llegó justo cuando una de ellas, de pelo cas- por el viento, llenando todo alrededor de una alfombra taño claro y ojos claros, se detenía para ofrecerle algo de verde, y las ramas se inclinaron más, dejando al alcance comer. Raquel recordó que no había comido nada desde de Raquel sus sabrosos frutos. Ella extendió suavemente que salió de la casa de su padre, en un taxi controlado, y la mano y alcanzó uno. Era suave al tacto. Lentamente se comió rápidamente el sándwich, los cacahuates y el jugo lo llevó a la boca y le dio un mordisco. de naranja que formaban parte del almuerzo. Luego se Sabía delicioso. Nunca antes había probado algo tan entretuvo un rato en observar las nubes que iban pasando agradable al paladar. por la ventanilla, imaginando que era una de ellas y que La despertó la voz de la azafata indicando que los pa- flotaba suavemente en el cielo, sin ningún tipo de respon- sajeros debían abrocharse los cinturones, pues en unos sabilidad, sentimiento de culpa o angustia. minutos el avión iba a descender en Ámsterdam. Raquel Se reclinó en su asiento, cerró los ojos y trató de rela- abrió los ojos y el sueño se disipó tan rápido como había jarse. Lentamente se fue quedando dormida. surgido. ¿Tantas horas había dormido? Ante sus ojos apareció un gigantesco pero hermoso árbol. Se frotó los ojos y pudo ver a la chica que le había servido Era muy frondoso y su tronco era grueso y firme. Ella estaba la comida mostrando, mediante señas, las indicaciones que abajo y había llegado por algún motivo que en ese momen- ahora daba en inglés. Raquel respiró con fuerza, mientras el to desconocía. Era un lugar hermoso, con un prado verde avión se inclinaba hacia el aeropuerto de Ámsterdam.

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juntos, pero desistió aunque consiguió el número telefónico. No tenía caso, se dijo, con el auricular en la mano izquierda mientras con la otra sostenía un cigarrillo, su nuevo hábito. Durante una larga noche de borrachera con Marcelo am- Tav bos se abrazaron y se pusieron a hablar del pasado y a recor- dar los tiempos en que él y Lea en un sillón y Marcelo y su mujer en turno en otro se pasaban toda la noche discutiendo “El sello que ella dejó en mi alma es indeleble”. sobre arte, ciencia, política o cualquier tema que surgiera es- Después de salir de aquella casa, Andrés estuvo pensan- pontáneamente en el transcurso de la noche. Andrés con- do en lo que le dijo el anciano; esos siete años habían sido siguió que Marcelo le contara la manera en que terminó su para él de una gran soledad y muchas relaciones pasajeras. relación con Raquel. En realidad no había sido por otra chi- Sin embargo, ahora que tenía la clave para saber dónde es- ca, fue debido a una larga discusión sobre si ella tenía o no taba Raquel se sentía igual de desamparado. Pasaron varios razón en haber abandonado a su madre. Marcelo empezaba meses y Andrés continuaba pensando en las palabras de a ocupar, frente a Raquel, un lugar que no le correspondía: Jeremías. Todas las noches intentaba encontrar alguna res- el de padre. Eso fue insoportable para ella, pues no buscaba puesta y anotaba sus pensamientos en una pequeña libreta. otro progenitor, sino un hombre que la escuchara. Algunas de las conclusiones a las que llegó eran extrañas Sin embargo, cuando llegó el momento de aclarar si y, por otro lado, la búsqueda de palabras era constante. Se efectivamente Marcelo se había acostado con Lea, Andrés había dedicado a aprender hebreo con un profesor excén- prefirió, cobardemente —se dijo luego—, desviar la con- trico y muy inteligente que le contaba todo tipo de detalles versación hacia otras vertientes. sobre la vida en el Medio Oriente, la Biblia y el Holocausto; En ocasiones despertaba a medianoche, después de también revisaba mapas de Israel y se había aprendido el soñar con alguna de las hermanas. La cama en la que nombre de todos los kibutz importantes, sus características dormía era bastante grande y así le gustaba pues cuando y hasta el número de habitantes que cada uno tenía. llevaba a una mujer no era necesario dormir tan cerca; Mientras tanto, Andrés se enteraba ocasionalmente de la se veía abandonado en medio de la cama, clamando por vida de Lea, al parecer seguía casada con el científico y ahora el amor de Raquel mientras que un extraño personaje se era doctora en genética por una universidad europea. Su sue- burlaba entre las sombras de un árbol. En ocasiones, era ño de engendrar hijos era una realidad: tenía una niña y un un payaso de azul; en otras un rabino lúgubre, de som- niño con nombres normales, no judíos. Al parecer el esposo brero alargado y largos caireles negros; a veces una mujer la había alejado lo más posible de cualquier cosa que oliera vestida con un manto: Andrés estaba convencido de que a judaísmo. En una ocasión Andrés decidió llamarla, sentía era la madre de Lea disfrutando su triunfo. En uno de esos una extraña necesidad de pedirle perdón por todos los malos sueños, intentó atrapar a la maldita y decirle que lo dejara ratos que la hubiera hecho pasar en el tiempo que estuvieron en paz o iba a estrangularla en la calle, delante de todos.

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Pero entonces, cuando por fin pudo tomarla de los hom- Entonces despertó sobresaltado, pero aquello en lo que bros, se convirtió en Raquel, mirándolo con sus inocentes había estado pensando todavía permanecía en su cabeza y, y mustios ojos. de hecho, contenía un extraño orden. De inmediato tomó Andrés sentía una profunda soledad y buscaba constan- su cuaderno y se puso a anotar las imágenes, cada una de temente cómo llegar a un acuerdo con ella. “Vamos —le las cuales remitía a una letra del alfabeto. Entonces tuvo es- preguntaba a veces—, ¿qué es lo que quieres que haga? crita, frente a él, una palabra de varias letras: Alumot. ¿Qué pida perdón a Lea de rodillas? ¿Me circuncide? ¿Re- De inmediato se acercó a su mapa y comenzó a buscar nuncie a mi trabajo?”. un lugar llamado así. Después de varios minutos por fin, Pero la respuesta no llegaba fácilmente, y sin embargo, lleno de emoción, descubrió un kibutz llamado Alumot. por momentos él vislumbraba la respuesta. A fin de cuen- Ahí estaba. No podía existir la menor duda. Después de tas las pistas que le había dado Jeremías lo habían hecho tantos años, casi por azar, encontró el sitio a donde Ra- hacer todo tipo de combinaciones de palabras y cálculos y quel había escapado. se sentía muy seguro de dónde podía encontrarse Raquel. Comenzó a pensar en ir a ese lugar. Sin embargo, con- En ocasiones jugaba con las letras y, misteriosamente, fue forme pasaban los días otros asuntos pendientes y la pro- descubriendo que cada una le recordaba algo en especial: pia rutina le hacían olvidar su objetivo y dejaba pendiente beit era una casa con una pareja feliz, gimmel un came- la búsqueda de más información para el viaje. Así, llegó llo, dalet una puerta o vav un gancho. Lentamente, en su diciembre y él aún no había comprado ningún boleto ni duermevela, formaba combinaciones que al mismo tiem- hecho ningún plan específico. po creaban palabras y luego frases. En un cuaderno tenía Un día sonó el teléfono en un momento en el que más de cien combinaciones extraídas de aquellos mo- usualmente nunca lo hacía. De mala gana, Andrés contes- mentos. Además, muchas de esas palabras eran ciudades tó y la voz del otro lado de la línea le hizo estremecerse. o pueblos de Israel y él las iba anotando cuidadosamente —Hola, Andrés. ¿Te acuerdas de mí? en un mapa que tenía pegado sobre la cabecera. Andrés pensó, durante varios segundos, qué debía Una noche, después de tomarse varias cervezas y cam- contestar. Estaba demasiado sorprendido pero era nece- biar varias veces los canales de la televisión, comenzó a sario encontrar una respuesta rápida. quedarse dormido en el sillón. Sus pensamientos vagaron —Claro que sí, te…, te recuerdo —tartamudeó—. ¿Pero por senderos inciertos y empezó a recordar; pensó en un cómo conseguiste mi número? buey pastando a la luz de la luna en la casa de campo —¿Crees que soy tonta? Pregunté en tu trabajo. Estoy de sus abuelos, en un maestro mostrándole la tabla de aquí. Acabo de regresar de Israel. ¿Sabes? Quiero verte. multiplicar cuando era niño, en el agua cristalina de una Ya sé, ha pasado tanto tiempo, pero quisiera explicarte fuente del parque en donde siempre metía las manos y en ­algunas cosas. Cuando me conociste era una niña y no el signo de la victoria que su padre hacía cuando ganaba podía entender que la madurez no es un estado de gracia su equipo de futbol favorito. sino un proceso. Por eso hice muchas tonterías.

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Andrés sólo respondió un breve sí. de la vida y tenía un árbol pintado con delicadeza pero, en —¿Te gustaría que nos viéramos mañana? vez de frutos, de sus ramas colgaban luces brillantes de Andrés sintió un cosquilleo que se extendió por su distintas tonalidades. espina dorsal. La llamada telefónica era algo inesperado Entonces, Andrés se percató del nombre del autor: ¿el pero la voz de Raquel sonaba tan distinta, como si hubiera padre de Raquel y Lea? transcurrido una eternidad desde su llegada a la casa. Sin- Con el corazón palpitando Andrés abrió el libro al azar y leyó: tió una mezcla de desilusión y alegría. De alguna manera aquello empezaba a parecer una extraña redención. Dice el Zohar que la palabra hebrea que significa “nada”, —Me encantaría, Raquel. No sabes cuánto. ain, tiene las mismas consonantes que la palbra “yo”, —Bien, querido Andrés. Nos veamos mañana enton- ani —y, como hemos visto, el Yo de Dios es concebido ces. Yo estaré solamente tres días más. No tengo dema- como el estadio final en la emanación de los sefirot, ese siado tiempo, como te das cuenta. Debo regresar a Israel estadio en que la personalidad de Dios, en una reunión pero no puedo irme sin hablar contigo. simultánea de todos los estadios anteriores, se le revela —Está bien. Dime dónde nos vemos. a su propia creación. En otras palabras, el paso de ain a Andrés apuntó la dirección. ani es simbólico de la transformación por la cual la Nada —Nos vemos mañana —respondió pero antes de col- pasa por las manifestaciones progresivas de su esencia gar alcanzó a decir: en los sefirot a estar dentro del Yo, un proceso dialéctico —¡Raquel! cuya tesis y antítesis empiezan y terminan en Dios. —¿Qué pasó? —respondió del otro lado de la línea. —Nada. Espero que duermas bien. —Hola. ¿Tenías mucho tiempo esperando? Al día siguiente estuvo puntual en el café de La Conde- Andrés alzó la cabeza hacia la voz. Abrió mucho la boca, sa en donde Raquel lo había citado. Era un lugar pequeño pretendiendo decir algo, pero no pudo articular ninguna pala- pero bien decorado, con imágenes del Medio Oriente, sobre bra. ¡Siete años! Raquel estaba transformada en una hermosa todo: mujeres de ojos grandes y cabellos negros, sinagogas, mujer de 24 años. Un poco más delgada, con el cabello largo y hombres rezando frente al Muro de las Lamentaciones y, en una blusa azul, pero con el mismo brillo en los ojos. Andrés se el centro de la pared, un letrero en hebreo que, después de levantó y se dejó apresar por el fuerte abrazo que se prolongó repasarlo varias veces, descubrió que decía “Elohim”. por infinitos segundos, hasta que se sentaron. Andrés se sentó y pidió un café. Se puso a observar al- Andrés le mostró el libro de su padre y Raquel lo estu- rededor y descubrió que había libros en un pequeño estan- vo hojeando un buen rato, mientras sus ojos empezaban a te. Intercambió un gesto con el dueño, un hombre ­fornido, humedecerse ligeramente. Pero se contuvo, sonrió y dijo: de delantal y un pequeño gorro blanco. El hombre asintió —Aún lo extraño, pero en este tiempo yo también es- con la cabeza y Andrés se puso a ver los libros, hasta que cribí un libro. descubrió uno que llamó su atención. Se llamaba El árbol —¿En serio? ¿Cómo se llama?

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—El árbol de Raquel. Es como una biografía ficticia, un ­intensidad. Él es mi Tiferet. ¡Por fin encontré la luz que diccionario y un libro de magia. ¿Recuerdas mi cuaderno? me hacía falta! Pues ahí está el origen de mi libro. Claro que está inédito. Andrés bajó la cabeza. Raquel se percató de su gesto y —Me alegra por ti, Raquel. No sabes cuánto —Andrés le acarició la mejilla. estuvo a punto de tomarla de la mano pero se contuvo—. —Andrés, no estés triste. A ti también te quise mucho. No pensé que volviéramos a vernos. Desde que desapare- De una manera distinta, tal vez, pero sigues estando en mi ciste aquel día, tan rápido como llegaste. corazón —se acercó más y lo besó en la mejilla—. Sé que es- —No, Andrés, yo sabía que un día tendríamos que tarás bien muy pronto. Te lo prometo. Así lo veo en tu árbol. hablar, pero en ese momento tuve que irme. ¿Sabes que Se sentaron en una banca, contemplando los árboles perdí comunicación con mi hermana por casi dos años? movidos por el viento y a las personas que, solas o en pa- Luego ella fue a visitarme a Israel, con su marido y su rejas, caminaban por el pequeño parque. Raquel dijo que pequeña niña. Nos abrazamos y dijo que ya no estaba tenía que irse y Andrés la acompañó a buscar un taxi. Por molesta conmigo. Fue maravilloso. Después yo tuve un fin se detuvo un sedán verde. novio por un rato, pero terminé por dejarlo porque era Raquel abrazó a Andrés de nuevo, ahora, pensó él, con muy posesivo. También concluí la licenciatura y ahora voy menos fuerza que unas horas antes. Luego le dio un beso a regresar para hacer un posgrado en Tel Aviv. Además, he en la frente, lo miró por última vez y agitó la mano. conocido muchos países, sobre todo del Medio Oriente. —Escríbeme, Andrés. No pierdas el contacto y dime Tienes que ir un día —Raquel respiró con fuerza y tocó la cuando estés feliz, triste o simplemente necesites hablar mano de Andrés— pero dime, ¿tú qué has hecho? con alguien. Andrés empezó a contar su vida después de que Lea lo Andrés se quedó parado varios segundos, luego dio media dejara. En un oculto reclamo le dijo a Raquel que, mien- vuelta y empezó a caminar, sin rumbo fijo. De pronto recor- tras ella viajaba, él simplemente se mantuvo en el mismo dó que no había pedido a Raquel ningún dato para escribirle. lugar, frustrado y molesto por las circunstancias pero ex- Caminó unos pasos más. Tampoco le preguntó si el ki- trañándola de forma constante. Ninguna mujer la había butz era Alumot, aunque ya no importaba. En medio de la hecho olvidarla. brisa logró encender un cigarro. Entonces, al alzar la vista, Hablaron varias horas y comenzó a anochecer. Andrés vio un enorme árbol con sus hojas agitadas por el viento. sugirió que pagaran la cuenta y caminaran un rato por las En el centro de su corteza tenía un enorme hueco, pero calles de La Condesa. Raquel dijo que sólo un rato porque eso no lo hacía menos imponente. tenía que regresar con su pareja. “Ése debe ser el árbol del que me habló Raquel”, pen- —¿Estás con tu pareja? só, comenzando a caminar más rápido porque el viento —Se llama David. Vino conmigo desde Israel y me arreciaba y en la televisión pasarían un documental sobre espera en el hotel. Estamos muy enamorados, Andrés. las nuevas teorías de la formación del universo, en contra- Nunca antes había querido a un hombre con tanta posición con los siete días del Génesis.

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Aleph...... 11 Beit...... 16 Gimmel...... 22 Dalet...... 31 Hei...... 38 Vav...... 44 Zain ...... 49 Teht ...... 55 Jet ...... 67 Lud...... 74 Kaph...... 80 Lamed ...... 85 Mem 95 Nun ...... 101 Samej ...... 107 Ain...... 116 Pei...... 121 Tzadik 131 Kuth ...... 136 Reish 142 Shin ...... 147 Tav 150 El árbol de Raquel se terminó de imprimir en octubre de 2012 en Talleres Gráficos de Chiapas, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Los interiores se tiraron sobre papel cultural de 45 kg y la portada sobre cartulina couché de 169 kg. En su composición tipográfica se utilizó la familia ITC Usherwood. Se imprimieron mil ejemplares.

La edición estuvo a cargo de la Dirección de Publicaciones del CONECULTA Corrección de estilo / Liliana Velásquez Diseño y formación electrónica / Mónica Trujillo Ley • Mario Alberto Palacios Álvarez