M. Boitard

Museo de Historia Natural

2003 - Reservados todos los derechos

Permitido el uso sin fines comerciales

M. Boitard

Museo de Historia Natural Descripción y costumbres de los mamíferos, aves, reptiles, peces, insectos, etc....

Tratado de las aves

Introducción Después de haber estudiado aquella parte de la zoología que trata de los mamíferos, no solamente en lo que pertenece a la historia de dichos animales, costumbres e instintos, sino también en la parte puramente científica, como es su organización, nomenclatura y la división de familias, géneros, órdenes, etc., debemos pasar al estudio no menos interesante de las aves. Pero antes de exponer su historia debemos dar al lector ciertas nociones generales que nos eviten fastidiosas repeticiones. Ya hemos dicho en la primera parte que esta obra no tan solo va dirigida a los que se aplican al estudio de las ciencias naturales, sino también, y más especialmente, a la generalidad de los lectores, que solo apetece en esta clase de obras una lectura amena, instructiva y que no canse al entendimiento; así es que en cuanto podamos evitaremos la nomenclatura técnica, o la explicaremos para hacer asequible a todos su comprensión.

Volar y poner huevos: he ahí los caracteres que a los ojos del vulgo distinguen a las aves, sin embargo de no pertenecerles exclusivamente estos atributos; así hemos observado ya el vuelo en diferentes mamíferos, en especial en los murciélagos y la facultad de reproducirse por medio de huevos se encuentra en la mayor parte de los animales inferiores; y aun entre los insectos hay numerosas familias que son juntamente volátiles y ovíparas. ¿Cuál es pues el carácter exterior que pueda ser considerado como propiedad exclusiva de las aves? El tener la piel cubierta de plumas. La parte de la zoología que trata de las aves lleva el nombre de Ornitología.

La clasificación de las aves, al hacernos pasar sucesivamente en reseña todas las familias, nos suministrará ocasión para describir sus hábitos, los cuales están siempre en relación con su organización respectiva. Sin embargo, no son los gabinetes del Jardín de las Plantas los lugares más a propósito para estudiar dichos hábitos, siempre tan varios e interesantes; pues los animales que, recogidos de todos los puntos del globo, se han reunido en esas galerías; esos seres inmóviles y silenciosos que un tiempo amaron, cantaron, riñeron, gozaron y padecieron, y a quienes agitó la ira, y movieron los celos, el temor, el amor a la prole, etc., hállanse convertidos en heladas momias, que si bien son elocuentes para el sabio, son para el vulgo mudos e inertes: vedlos colocados con monótona uniformidad en su negro pedestal o sustentáculo, sin conservar de su pasada existencia más que las formas y los colores. Tampoco pueden estudiarse bien sus costumbres en la Colección de animales vivos; pues la estrechez de la jaula que hace casi inútiles las alas, el reducido horizonte que las rodea, la regularidad de su alimentación, que en estado libre está expuesta a mil vicisitudes propias para desarrollar su industria, todo contribuye a degradar al y a borrar el carácter más sobresaliente de su especie. El espíritu metódico que presidió en el arreglo de las galerías del Museo, la coordinación establecida entre la serie de los seres creados, en que cada uno lleva escrito al pie el nombre de la familia, género, y especie, honran ciertamente a los sabios que dedicaron sus vigilias a la historia del reino animal; pero la nomenclatura no es más que el alfabeto de la ciencia, y no debemos detenernos en él cuando tantísimo queda que leer en el gran libro de la naturaleza. En los campos, en los prados, a orillas de los ríos, en los desiertos y soledades, en medio de los bosques vírgenes del Nuevo Mundo, he ahí donde se presentan las más hermosas páginas de esta obra maravillosa.

Si como la paloma emigrante, pudiese el lector adelantar 25 leguas por hora, atravesara en dos días el Océano Atlántico, y siguiendo las huellas del ilustre AUDUBON, penetraría en los profundos bosques, en los inmensos lagos, en las interminables sabanas, y en las playas marítimas de la América Septentrional. Acaso se me preguntará: ¿quién fue Audubon? Fue el héroe de la ornitología, el pintor e historiador de las aves: jamás hubo vocación de naturalista más patente, ni mejor desempeñada que la suya, ni aun la del mismo Francisco Levaillant, de quien en breve trataremos. Entre todos los sabios que se han dedicado a la botánica, sólo Levaillant pudiera por su actividad compararse a Audubon. Amó las plantas, fue un explorador infatigable y un profesor elocuente, pero ignoraba el arte del dibujo; y este vacío en los medios de expresarse, que le hizo tributario de un lápiz extraño, emponzoñó los últimos instantes de su vida, dándole inquietud sobre el porvenir de su obra. Audubon fue un naturalista completo que se bastó a sí mismo; y siendo observador, iconógrafo y escritor, empleó su vida entera en el estudio de las formas y costumbres de las aves. Su pincel nos ha trasmitido las primeras con suma exactitud y fidelidad; y su pluma nos dejó de las segundas admirables descripciones. No hallamos en él al conde de Buffon, afeitado, peinado, empolvado, con sus chorreras de encajes y el espadín al cinto, sentado a su bufete, indignándose a sangre fría contra el tigre, y dirigiendo a la posteridad las siguientes armoniosas líneas:

«El instinto del tigre es una rabia permanente, un furor ciego, que nada conoce, nada distingue, y que a menudo le impele a devorar hasta a sus propios hijos, y a despedazar a la madre cuando intenta defenderlos... ¡Cómo no lleva al exceso esa sed de sangre, y no destruye desde su nacimiento la raza entera de los monstruos que produce...!» El agreste Audubon es muy distinto: es el hombre de las selvas, con larga y flotante cabellera, de facciones muy marcadas, de mirada ardiente y móvil, con su escopeta, su zurrón y cacerina, sacando dibujos, de pie y al aire libre, de sus queridas aves, cuyas rápidas evoluciones y caprichosas actitudes sorprende al vuelo. Fiel comensal de las mismas de quien se constituye historiador, estúdialas al caer la tarde; pasa la noche al pie del árbol que las cobija a fin de poder estudiarlas al amanecer, aguardando que bajo alguna hospitalaria choza pueda trazar su biografía, en un estilo que causaría envidia a Buffon. Como muestra, oigámosle referir las primeras impresiones de su infancia, que decidieron su vocación.

«Recibí la vida y la luz, dice, en el Nuevo Mundo; mis abuelos fueron franceses y protestantes. Antes de tener amigos, llamaron mi atención los objetos materiales de la naturaleza, y conmovieron mi corazón. Antes de conocer o de sentir las relaciones del hombre con sus semejantes, conocí y sentí las que existen entre este y los seres inanimados. Mostrábanme la flor, el árbol, el césped, y no solo me divertían como a los demás niños, sino que me encariñaba por estos objetos; no eran para mí juguetes, sino unos amiguitos. En medio de mi ignorancia suponíales una vida superior a la mía; de modo que mi respeto y amor hacia estos objetos insensibles datan de tan lejos que excede a mi memoria. Una singularidad muy curiosa, que no quiero pasar en silencio, influyó en todas mis ideas y sentimientos: empezaba apenas a balbucear las primeras palabras que enseñan a los chiquillos y que tanto conmueven al corazón de una madre, y apenas podían sostenerme los pies, y ya los varios matices de las plantas y el azul del cielo me penetraban de una infantil alegría; entonces empezaba a formarse mi intimidad con la naturaleza, a quien tanto he amado, y que ha pagado mi culto proporcionándome goces tan vivos; intimidad nunca debilitada ni interrumpida, y que solo terminará en el sepulcro.»

Al pasar de la primera a la segunda infancia, sintió Audubon desarrollarse en su alma la necesidad de entrar en íntimas relaciones con la naturaleza física, cuyo impulso se había ya manifestado desde la cuna. Cuando no podía hundirse en los bosques, o trepar por las peñas, o recorrer las riberas del mar, parecíale hallarse fuera de su elemento; y para encerrar el campo dentro de su casa poblábala de aves. Siendo su padre hombre dotado de una alma poética y religiosa, prestábase con complacencia a estas aficiones de su único hijo, subvenía a los gastos que ocasionaban, y le dirigía por sí mismo en el estudio de las aves, de sus emigraciones, amores, lenguaje y demás particularidades. A diez años, viendo Audubon, quien hubiera deseado apropiarse toda la naturaleza, que en las aves empajadas no podían conservarse ni el brillo de los colores, ni la belleza de las formas, probó de dibujarlas; pero sus primeros ensayos fueron desgraciados, y su lápiz produjo una infinidad de monstruos, que lo mismo se parecían a cuadrúpedos o pescados que a aves. No se desanimó por este primer contratiempo, y cuanto más malas eran las copias más admirables le parecían los originales. Mientras tanto, al trazar aquellos informes bosquejos estudió la ornitología comparada hasta en sus más minuciosos pormenores. Su padre, lejos de contrariar su afición a la pintura, le envió a París, donde aprendió los elementos del dibujo bajo la dirección del célebre David. Pronto empero se cansó de diseñar narices, ojos, bocas y orejas, etc., y regresó a sus bosques, donde prosiguió sus estudios favoritos con más ardor que antes.

Poco después de su llegada a América, fue esposo y padre, pero ante todo naturalista, a pesar de las representaciones de sus amigos. Su fortuna sufrió notable menoscabo; pero otro tanto se aumentó su entusiasmo ornitológico. Hacía tiempo que estaba pensando en la conquista de los antiguos bosques del Continente americano; y emprendió solo largos y peligrosos viajes; visitó en sus sitios más recónditos las playas del Atlántico, las riberas de los lagos y de los ríos; y al cabo de algunos años vio completarse poco a poco su colección de dibujos. Entonces por vez primera cruzaron por su alma ideas de gloria y de inmortalidad, y se estremeció de alegría al pensar en que el buril de un grabador europeo podría hacer imperecedero el fruto de tantos trabajos y fatigas. Pero esperábale una terrible prueba.

«Después de haber habitado, dice, durante algunos años en las riberas del Ohio, en Kentucki, partí para Filadelfia: mis dibujos, mi tesoro, mi esperanza, estaban esmeradamente embalados en una maleta, la cual cerré y confié a un pariente, no sin suplicarle que pusiese la mayor vigilancia en aquel depósito tan precioso para mí. Mi ausencia duró seis semanas: apenas estuve de vuelta, pregunté por mi maleta; me la trajeron, la abrí; pero júzguese cuál sería mi desesperación viendo que solo encerraba pedazos de papel desgarrados y casi reducidos a polvo, convertidos en lecho blando y cómodo donde reposaba una nidada entera de ratas del Norte. Un par de estos animales tuvo a bien roer la maleta y establecer dentro su familia. Véase lo que me quedaba de mi trabajo; unos dos mil habitantes del aire, dibujados y coloridos por mis manos habíanse inutilizado completamente. Pasó por mi cerebro un ardor semejante a una flecha de fuego, estremeciéronse todos mis nervios, y durante algunas semanas fui presa de intensa calentura; hasta que por último se despertaron mis fuerzas físicas y morales; volví a coger la escopeta, zurrón, álbum y lápices, y otra vez me sumergí en las selvas, como si nada me hubiese acontecido. Héteme empezando de nuevo todos mis dibujos, satisfecho viendo que salían más perfectos que los primeros; y aunque necesité tres años para resarcirme de la pérdida causada por los ratones, puedo decir que fueron para mí tres años de felicidad.»

Pero a medida que la colección de Audabon se iba acrecentando, los vacíos que en ella se hallaban eran tanto más visibles, y sensibles para él, en cuanto iban siendo más raros; suplicio inevitable para el hombre que después de haber adelantado mucho camino a impulsos de una ambición, sólo puede andar con lentitud el resto que le separa de su objeto. Finalmente, haciendo el último y más generoso esfuerzo, recogió los restos de su fortuna, pasó diez y ocho meses en las soledades más remotas de las selvas americanas, y concluyó su obra. «Entonces, dice, fui a ver a mi familia, que vivía en la Luisiana, y llevando conmigo las aves del Nuevo Continente, me hice la vela para el antiguo Mundo.»

Necesitaba un grabador y suscriptores para abrir una senda a la publicación más temeraria que nunca haya inspirado la historia natural. Tratábase de grabar cuatrocientas láminas colosales, y dos mil copias de aves con colorido, todas retratadas en sus dimensiones naturales, desde el águila hasta el más diminuto gorrión; y cada uno colocado en su árbol predilecto, junto con su hembra y su parva, o persiguiendo la presa favorita, o picoteando el fruto más de su gusto, o por último en lucha con sus enemigos o rivales. A medida que Audubon se acercaba a Europa, no podía librarse de un temor profundo: si a su llegada no encontraba altos y poderosos protectores que lo sostuviesen en su designio, iba a hallar en la indigencia y el olvido el premio de sus heroicos trabajos. Ciertamente no se dirigió a Francia, pues sabía que una empresa simplemente científica, cuyo éxito requería por principal condición la perseverancia, presentaba muy pocas probabilidades en ese país, donde tantas cosas se empiezan y tan pocas se terminan; donde la Biblioteca real aún no tiene su catálogo; donde el Louvre, sentado en medio del fango, muestra a los admirados extranjeros las ruinas de un edificio que nunca ha existido. Así pues, dirigiose a la Gran Bretaña nuestro naturalista, y en ella Audubon, de origen francés y americano por adopción (doble motivo para la malquerencia británica), viose acogido con cordialidad y magnificencia por los hombres célebres en las ciencias, en el comercio y en la política, así de Inglaterra como de Escocia. No le faltaron estímulos morales y materiales; y así pudo empezar y llevar felizmente a cabo esa obra inmortal que nos representa el Nuevo Mundo con su vegetación, su atmósfera, y hasta con los propios matices del cielo y de las aguas. El texto es digno de las láminas; y uno y otras pueden verse hoy en la Biblioteca del Museo de Historia natural de París.

Circulación de la sangre en las aves Si consideramos a las aves bajo el punto de vista de su estructura interna, nos presentan grande analogía con los mamíferos. En ambas clases el esqueleto se compone casi de unas mismas piezas, y solo presenta ligeras diferencias en la forma y disposición de los huesos. La circulación de la sangre es también en un todo semejante: así en los mamíferos como en las aves se ven como dos corazones; el izquierdo que envía a todos los órganos del cuerpo sangre roja, destinada a deponer en ellos nuevos materiales, y a desembarazarles de las moléculas viejas y gastadas, las cuales acarrean las venas hacia el corazón derecho. Este a su vez impele hacia los pulmones esta sangre negruzca y alterada por el ácido carbónico; en los pulmones se absorbe el oxígeno del aire atmosférico en el acto de la respiración, el cual sustituye al ácido carbónico, que exhala la superficie de los pulmones, volviendo a la sangre su color encarnado y sus propiedades vivificadoras. Desde los pulmones, pasa la sangre al corazón izquierdo para ser nuevamente empujada hacia los órganos que está destinada a nutrir. En una palabra, en las aves, lo mismo que en la clase precedente, la circulación es doble.

Respiración de las aves Hay una función importante que distingue a las aves de los mamíferos, y esta es la respiración. En los mamíferos el árbol respiratorio divídese en dos ramas principales, llamadas bronquios, y cada una de las últimas ramificaciones de los bronquios termina en una vegiguilla que se llena y se vacía de aire a cada movimiento respiratorio del animal. Las láminas huecas de dicho árbol (células del pulmón) no se extienden más allá del pecho, y lo mismo que el corazón están separadas de la cavidad del abdomen por un tabique móvil que se hincha y se aplaca alternativamente, al que se ha dado el nombre de diafragma. En las aves este tabique móvil no existe, el árbol respiratorio ocupa el pecho y el abdomen. El lector habrá podido observar al trinchar un pollo en la mesa esa sustancia negruzca y esponjosa pegada a las costillas y a la coluna vertebral; dicha sustancia la forman celdillas pulmonares. Pero no se limitan aquí los órganos de la respiración en las aves, sino que hay dos ramas que sobrepasan del abdomen y del pecho, van a ramificarse y distribuirse en las innumerables sinuosidades del tejido celular, y abren al aire exterior un paso por entre los músculos, en el espesor de los huesos, y hasta en el interior de las plumas, en una palabra, en todas las partes del cuerpo.

De semejante disposición resulta que el aire, que en los mamíferos solo se halla en contacto con las últimas ramificaciones del árbol venoso en el pecho, en las aves invade la profundidad de los órganos, y en ellos va a bañar las últimas ramificaciones del árbol arterial, lo que constituye para el animal una respiración doble.

Esta respiración privilegiada era una necesidad para las aves en la vida aérea a que la naturaleza las ha destinado. Necesitaban una grande rapidez de movimiento para sostenerse en los aires, y el estudio de la fisiología nos enseña que la viveza del animal guarda estrecha relación con la cantidad de oxígeno que este respira. A más necesitaban una temperatura interior capaz de resistir al frío intenso de las altas regiones de la atmósfera, contra el cual su vestido de plumas no hubiera bastado a preservarlas; pero es sabido que la respiración es una de las principales fuentes del calor vital; así las aves tienen una temperatura de algunos grados superior a la del hombre. Sobre todo debían tener la facultad de disminuir su peso a su arbitrio, a fin de sustraerse más fácilmente a las leyes de la pesadez que atrae a todos los cuerpos hacia el centro de la tierra. Por lo mismo debe saberse que un cuerpo cualquiera sumergido en un fluido, como agua, aire, etc., pierde de peso una cantidad exactamente igual a lo que pesa el volumen de agua, o de aire, que el cuerpo desaloja; si el cuerpo pesase 100 libras, y por su volumen desalojase 40 libras de agua, entonces aquel sólo pesaría estando sumergido 60 libras. Esto lo experimenta cualquiera en el simple acto de sumergirse en un baño. Si el cuerpo es más ligero que el agua, teniendo el volumen de fluido desalojado mayor peso, esto hará que el cuerpo sobrenade: así es como un pedazo de corcho no puede permanecer en el fondo del agua. En el aire sucede lo mismo: si echamos al aire un globo lleno de gas hidrógeno, que es catorce veces más ligero que el aire que desaloja, observaremos que tiende a elevarse con una fuerza muy difícil de resistir, y apenas libre, se eleva a las alturas atmosféricas arrastrando el peso del globo, del esquife y del aeronauta, cada uno de los cuales es más pesado que el aire.

Véase precisamente lo que sucede en las aves: dilatado su cuerpo por todos los puntos por el aire que llena las celdillas respiratorias, pierde una gran parte de su peso. Este aligeramiento, sin embargo, no fuera suficiente a sostenerlas y trasportarlas en la atmósfera, siendo esta la ocasión de explicar el mecanismo del vuelo.

Vuelo de las aves Aunque el aire es un fluido poco denso y resistente, con facilidad se concibe que golpeándolo rápidamente con una superficie ancha y sólida, al paso que cederá a dicha superficie, le opondrá cierta resistencia; la cual será tanto mayor, cuanto el movimiento de la superficie haya sido más pronto. Ahora, imaginémonos una ave suspensa en medio de los aires, inmóvil y con las alas extendidas; si las baja rápidamente hacia el pecho, el aire que recibe el golpe de su superficie ancha y sólida cede a su impulso; pero como no puede desalojarse con bastante prontitud, porque es mayor que la suya la velocidad de las alas, les resistirá, y con esta resistencia les ofrecerá un verdadero punto de apoyo, por el cual el cuerpo del ave es impelido en sentido contrario.

Esta es la primera condición del vuelo. No hay necesidad de decir que si después de este primer esfuerzo, las alas permanecen inmóviles, vencida la gravitación momentáneamente, recobrará su predominio y el ave caerá al suelo, lo mismo que vemos en un animal cualquiera después que ha dado un salto.

Pero si después de bajar y recoger con rapidez las alas extendidas, y de arrimarlas vuelve el ave a separarlas con la misma velocidad, es evidente que el aire situado encima les ofrecerá la misma resistencia que el aire puesto debajo, y que un momento antes había desalojado. De esto resultará que el cuerpo volátil elevado en el primer instante por la resistencia del aire inferior, bajará igual espacio en el segundo por la resistencia del aire superior, y esta oscilación rápida en definitiva le hará permanecer a la misma altura. Esto hace, por ejemplo, el gavilán cuando se cierne inmóvil en los aires, antes de dispararse hacia su presa como el rayo.

¿Qué debe pues hacer el ave para trasladarse de un punto a otro en el espacio? La primera condición, como se ha visto, era la de empujar el aire situado debajo de las alas; la segunda consiste en hacer de manera que cuando estas se dispongan a recobrar su primera posición el aire superior les oponga la menor resistencia posible, por lo que el ave, después de haber dado su aletazo, repliega el ala a fin de disminuir su superficie; luego la levanta así replegada, en seguida la extiende y la baja de nuevo, acelerando los movimientos del ala a proporción de la rapidez que intenta dar a su vuelo.

Osteología de las aves Vamos a dar algunos pormenores relativos a la estructura interior de las aves, y en especial a los admirables instrumentos que emplea para nadar en las diferentes capas del océano gaseoso, en cuyo fondo están condenados a permanecer la mayor parte de los mamíferos. En el gabinete de anatomía comparada del Museo, vese que el esqueleto de las aves es casi el mismo que en los mamíferos; solo que hallándose los huesos de las aves ahuecados por numerosas celdillas llenas de aire, son mucho más ligeros. La cabeza presenta dos mandíbulas muy prolongadas; la superior está unida a la frente de modo que conserva un poco de movilidad. La inferior, en que cada rama se compone de dos piezas, no se halla articulada con el cráneo por una eminencia, sino que está suspendida de un hueso móvil llamado hueso cuadrado, o hueso del tímpano, y forma parte del peñasco en la clase de los mamíferos. Las mandíbulas están cubiertas de una sustancia córnea, lo cual hace los bordes cortantes, en cuyo estado constituyen el pico. Estas láminas córneas hacen las veces de dientes, y hasta en algunos casos están erizadas de asperezas a modo de dientes, destinadas a retener la presa, pero no a mascar alimentos.

Esqueleto del Águila Pigarga.

La cabeza de las aves puede efectuar en su unión con la coluna vertebral un completo movimiento de rotación; porque en lugar de estar articulada con dicha coluna por medio de dos caras articulares laterales, como en los mamíferos, se articula mediante una sola eminencia o cóndilo semiesférico, la cual es recibida en una fosa o cavidad proporcionada de la primera vértebra cervical, y en ella gira con la mayor facilidad. Siendo por lo regular el pico el único órgano destinado a coger la presa, son las vértebras cervicales muy movibles unas sobre otras, y mucho más numerosas que en los mamíferos, lo cual permite al cuello doblarse en forma de S, alargarse y acortarse con rapidez, según las necesidades del ave. No sucede esto en las vértebras de la espalda, o dorsales, pues todas son inmóviles para que puedan prestar a las costillas y a las alas un sólido punto de apoyo. Cada costilla, en su parte media presenta una lámina complanada que sube hacia atrás, y va a apoyarse en la costilla posterior.

Para combinar la fuerza de las alas con la solidez del pecho, la naturaleza ha levantado la cara anterior del esternón en forma de cresta o de quilla en las aves. Dicha cresta longitudinal, o arista, suministra anchos puntos de adherencia a las fibras de los fuertes músculos destinados a mover las alas hacia abajo. Encima del esternón viene a colocarse la horquilla que forman las clavículas con su unión, en forma de V: estas se adhieren a los omóplatos, los cuales son estrechos, oblongos, y paralelos a la coluna vertebral. Finalmente, a estos huesos se añaden otros dos, uno de cada lado, que bajando por entre el omóplato y la clavícula, se apoyan en el esternón; con que son como unos pilares que consolidan más y más el arco que forman los dos primeros huesos.

En las aves los miembros superiores, no están destinados al tacto, a la prensión o a caminar, sino que son órganos de traslación y constituyen los admirables remos a que se ha dado el nombre de alas. Estas se componen de penas, o plumas recias y fijas por la base en el brazo, el antebrazo y la mano, la cual, en vez de dividirse en dedos que perjudicarían a la solidez del ala, solo presenta de estos unos rudimentos, y además se halla muy poco desenvuelta. Los huesos del brazo y antebrazo son semejantes a los del hombre; y cuanto este último es más largo, más vigoroso y potente es el vuelo. Tocante a la mano, la muñeca, o carpo, consta de dos huecesitos, situados el uno junto al otro; el metacarpo lo forman dos huesos unidos por ambos extremos; y al extremo del mismo metacarpo existe un huecesito que figura el pulgar. Los dedos son solamente dos, el uno externo muy pequeño, y el otro interno, compuesto de dos falanges y bastante largo.

Esternón de las aves.

Las extremidades o miembros inferiores de las aves los sirven de sostén cuando se hallan descansando o posadas; así en realidad pueden llamarse animales bípedos, y por lo mismo tienen el bacinete o pelvis ancho y fuertemente adherido a la coluna vertebral. Como el ave coge con el pico los objetos que se hallan en el suelo y pueden convenirle, y para ello su cuerpo se inclina hacia delante, y avanza mucho más que los pies; era necesario, para que pudiese conservar el equilibrio, que sus patas pudiesen doblarse bastante; que los dedos fuesen algo largos para adelantarse más allá del punto donde caería una línea vertical que pasase por el centro de gravedad: véase la razón porque el muslo tiene su flexión hacia delante, porque el tarso es oblicuo con respecto a la pierna, y los dedos son largos; todo a fin de establecer una base de sustentación bastante ancha. El hueso del muslo, o fémur, es corto; los dos de la pierna son más largos; la tibia es gruesa y fuerte, y el peroné tan delgado, que viene a formar como un estilete óseo. El tarso y metatarso están representados por un solo hueso, el cual termina inferiormente en tres poleas. El número de dedos nunca pasa de cuatro; regularmente el interno, o pulgar, se dirige hacia atrás, y los otros tres hacia delante; el número de las falanges de que consta cada dedo, por lo regular va aumentando desde el dedo interno hasta los más externos; esto es, si el pulgar que, como acabamos de decir, es el más interno, tiene dos falanges, el inmediato tiene tres, el siguiente cuatro y el más externo cinco. Alguna vez falta el pulgar o el dedo externo, conforme veremos en el avestruz, el cual no tiene en cada pie más que dos dedos.

El ave más a menudo se posa en los árboles que en el suelo, y fácilmente se ve la razón recordando las condiciones del vuelo, una de las cuales es que al dar el primer aletazo encuentre suficiente aire inferior que le resista e impela en sentido contrario. Por esto los pajaritos para tomar el vuelo desde el suelo empiezan por dar algunos saltos; y las grandes aves difícilmente toman el vuelo, como no sea desde un árbol o de una altura cualquiera, y aún sus primeros movimientos son pesados, no adquiriendo el vuelo toda su rapidez y agilidad hasta que el ave tiene debajo de sí una regular coluna de aire.

Posada el ave en una rama, la abarca con los dedos, y por un maravilloso mecanismo la estrecha con tanta mayor fuerza, cuanto más tiempo hace que en ella está parada. Consiste este fenómeno en que los músculos flexores de los dedos pasan por encima de las articulaciones de la rodilla y del talón; y cuando estas, fatigadas por el peso del cuerpo, se doblan, tiran de los tendones de dichos músculos, y por consecuencia aumenta la flexión de los dedos, y a proporción la fuerza con que estrechan la rama que sostiene al animal.

En las aves de largas piernas, o zancudas, que casi siempre posan en el suelo, la naturaleza les ha ahorrado la fatiga consecuente a una larga estación, pues en ellas el muslo no puede doblarse sobre la pierna. Cuando el miembro está extendido, la extremidad inferior del fémur, que presenta una cavidad, aplícase a una eminencia de la tibia; y no teniendo el animal necesidad de contraer los músculos, no sufre cansancio.

Cuando estudiaremos las familias, se verá que la estructura y conformación de las patas se halla en estrecha relación con las costumbres del ave: así, las que caminan, como por ejemplo el avestruz, tienen las piernas largas y robustas y los pies pequeños; las de rapiña, como el águila, las tienen cortas y vigorosas con uñas ganchosas y cortantes; las que viven a orillas de las aguas y sacan de ellas su alimento vadeándolas, tienen las piernas delgadas, y desmedidamente largas, de modo que parece andan sobre unos zancos.

Las aves que habitan en aguas profundas, tienen los pies palmeados, es decir, que entre los dedos se extiende una membrana, que sin impedirles los movimientos de aproximación y separación, constituyen verdaderas aletas. Finalmente, las aves que tienen necesidad de una posición vertical para poder trepar a los árboles, tienen el dedo externo que se dirige hacia atrás al lado del pulgar, de donde resulta que no tienen más que dos dedos dirigidos hacia delante. En este caso se hallan los loros.

Hablemos de los órganos del vuelo: las plumas de que se componen se llaman penas.

Figura del ala.

Las que pertenecen a las alas se llaman remeras, lo que significa remos. Las remeras que salen de la mano, es decir, del carpo, metacarpo y dedos, son diez, y se denominan remeras primarias; delante de estas nacen las remeras bastardas, las cuales están fijas en el hueso del pulgar, formando en el pliegue del ala una especie de apéndice suplementario; detrás de las primarias se hallan las remeras secundarias, cuyo número varía, y parten del hueso del antebrazo. Las penas que adhieren al húmero son menos recias, y llevan el nombre de escapulares.

Toda vez que las alas son unos verdaderos remos para las aves, necesitaban esos navegantes aéreos un timón para dar dirección a su navecilla, el cual lo forma la cola. Esta por lo regular consta de doce penas adheridas al coxis, que se llaman rectrices o timoneras; y extendiéndose o recogiéndose, levantándose, o bajándose, disminuyen o aumentan la oblicuidad del vuelo en cuanto a su dirección. Pero no son éstas solas las que determinan la dirección, pues cooperan a ello las remeras de las alas. Por último las plumas más suaves que cubren la base de las remeras y de las rectrices han recibido la denominación de tectrices o coberteras.

Penas de la cola, o rectrices.

Estructura de las plumas En cuanto a la estructura anatómica de dichas penas, así como del resto del plumaje que viste el cuerpo del ave, acaso el lector se admire al decirle que es de la misma naturaleza que la de los cabellos. Ya se sabe que el cabello nace de una bolsita o bulbo llamado cápsula, residente en el espesor del dermis, y que se abre paso al exterior por un orificio estrecho; una pequeña yema cónica ocupa el fondo de la bolsita, y recibe un nervio, una arteria y una vena, y sobre dicha yema se amolda el cabello, primero en estado líquido, pero que luego se pone seco. También la pluma se forma en una cápsula; la que en lugar de presentar una bolsita de figura oval, se prolonga a modo de una vaina, que varias veces se ve sobresalir algunas pulgadas de la piel del animal. Cada pluma consta de un tubo o caño córneo que constituye su base; de un tallo o tronco, que se halla a continuación del tubo; y de barbas laterales, que también presentan otras barbillas en sus bordes. La yema de que nace la pluma es prolongada y forma el eje de esta; siendo en la superficie de dicho eje donde se amolda la sustancia de la pluma. Desécase en el tallo después de haber depositado en él una materia blanca, esponjosa y elástica; sécase igualmente en el tubo que se ha formado a continuación del mismo eje; y esta sustancia da origen a aquellas películas arrolladas y encajadas unas en otras que encontramos dentro del tubo cuando cortamos una pluma.

La nueva pluma, primero está encerrada en la cápsula, la que se destruye en su extremo desde que la punta de aquella se ha formado. Entonces esta se manifiesta, desenvuélvense sus barbas y se extienden por los lados quedando el extremo del tubo inserto en el dermis. Sin embargo, no se halla fijo con mucha solidez, supuesto que cada año cae, y aún acaso dos veces al año, en el otoño y la primavera. Esta época en las aves llámase de muda, y mientras dura permanece el animal triste y silencioso. Así pues, la librea de las aves cambia con las estaciones, y muchas de ellas en verano tienen el plumaje muy diferente del que presentan en invierno. Tampoco conservan en la edad adulta los colores que tuvieron cuando eran tiernas; las hembras además no ofrecen un plumaje tan bello como los machos, quienes a veces por la brillantez y hermosura de sus colores rivalizan con las más hermosas flores o los más relucientes minerales.

El aparato de la digestión presenta en las aves notables particularidades: carecen del velo del paladar que separa las fauces o faringe en los mamíferos. El esófago, hacia la mitad de su trayecto se dilata y ensancha formando el buche, que viene a ser como un primer estómago, pues en él se detienen por algún tiempo los alimentos y es muy capaz en las aves que se nutren de granos. En tiempo de la cría arrojan en la garganta de los pollos el alimento medio digerido, y proporcionado a las pocas fuerzas del estómago en tan tiernos animalitos.

Después del buche sigue el ventrículo succentoriado, que no es más que una dilatación del esófago, y tiene la superficie cubierta de una multitud de glándulas, o folículos, que segregan un humor abundante, verdadero jugo gástrico que penetra y empapa los alimentos. Este segundo ventrículo se abre por su parte inferior en otra cavidad llamada molleja, donde termina la transformación de las materias alimenticias en quimo. La molleja es el órgano más interesante de cuantos componen el aparato digestivo de las aves; tienen sus paredes considerable espesor y maravillosas fuerzas; tapízalas en su cara interna un epidermis cartilaginoso, y los alimentos son molidos por la acción de los fuertes músculos que lo rodean. A fin de cooperar a esa trituración, las aves se tragan piedrecitas, las cuales, puestas en movimiento por la fuerte acción de los músculos de la molleja, fácilmente trituran los granos que tragó el animal, haciendo el oficio de unos verdaderos dientes; y puede decirse sin exageración que el animal masca su alimento no con las mandíbulas, sino con la molleja. En cuanto al intestino, diremos que recibe del hígado la bilis, y del páncreas la saliva, lo mismo que en los mamíferos, y el quimo se forma del mismo modo.

Sentidos de las aves Vamos a ocuparnos de la vida de relación en las aves. Estas tienen el tacto muy poco desarrollado, y para convencernos de ello hasta que consideremos las plumas de que todo su cuerpo se halla cubierto. Tampoco es muy marcado en ellas el sentido del gusto; pues por lo regular tienen la lengua endurecida en la punta, de modo que puede decirse que tragan los alimentos sin gustarlos o saborearlos. No obstante, hay algunas aves cuya lengua es blanda y termina en papilas nerviosas, que deben comunicarles la facultad de distinguir los sabores. En cuanto al olfato, no cabe duda en que las aves lo tienen exquisito, especialmente aquellas que se mantienen de sustancias animales; como por ejemplo los buitres, a quienes se ve llegar de remotos lugares a quienes se ve llegar de remotos lugares a un campo de batalla pasadas algunas horas del combate. El órgano del oído es también menos complicado en las aves que en los mamíferos; carecen absolutamente de pabellón o concha de la oreja, consistiendo su oído externo en una simple abertura, no saliente, y cubierta de plumas particulares. El conducto auditivo es un simple tubo membranoso; la cadena de los huesecillos consiste en un solo hueso, el cual establece comunicación entre la membrana del tímpano y la ventana oval; por último, en el oído interno el caracol está muy poco desenvuelto.

Pero si los sentidos del tacto, olfato, gusto y oído son más o menos obtusos, por otra parte, el de la vista es mucho más perfecto y complicado que en los mamíferos. En primer lugar el globo del ojo es más voluminoso a proporción del tamaño de la cabeza; la retina, o membrana sensible, es más densa, y del fondo del ojo parte otra membrana negra y rugosa que se adelanta hacia el cristalino, a la cual llaman peine. Aunque la naturaleza de esta membrana no está aún bien determinada, algunos naturalistas la miran como una prolongación nerviosa destinada a dar mayor extensión a la facultad visual. El iris goza de muy extensas contracciones, lo que comunica una grande movilidad a la abertura de la pupila, que es siempre circular. La córnea transparente es muy convexa, y el cristalino complanado, especialmente en las aves de rapiña, que se elevan a considerables alturas. Además, tienen la facultad de poner más o menos convexos los medios transparentes destinados a refringir los rayos que se dirigen a la retina; vense también unas láminas óseas dispuestas circularmente y alojadas en el espesor de la córnea opaca, junto a su unión con la transparente, y sobre este círculo tiran cuando quiere el ave los músculos destinados a mover el globo del ojo. Esta tirantez distiende y pone más convexa la córnea transparente, y acaso también el cristalino y el cuerpo vítreo, de lo cual resulta una fuerza de refracción muy considerable. Resulta también que el ave, que es necesariamente présbita, supuesto que desde grande altura divisa objetos pequeños, se vuelve a su voluntad miope cuando al abalanzarse a su presa tiene necesidad de distinguirla bien a medida que a ella se aproxima. Finalmente, como complemento de esta maravillosa organización, la naturaleza ha provisto a las aves, a más de los dos párpados, de otro, situado en el ángulo interno del ojo, que puede cubrir la córnea a modo de una cortina y preservar la vista de una luz sobrado intensa.

Celebro La masa celebral se halla menos desenvuelta en las aves que en los mamíferos. Los hemisferios del cerebro carecen de circunvoluciones, así como tampoco los une un cuerpo calloso; los tubérculos que dan origen a los nervios ópticos, son por su magnitud proporcionados a la extensión de las facultades visuales del ave, manifiéstanse prominentes hacia atrás y a fuera del cerebro; en vez de ser pequeños y de estar cubiertos por la masa cerebral, como en los animales de orden superior.

Cerebro.

Canto de las aves La voz de las aves es, como la del hombre, un soplo vibrátil, pero su laringe es muy diferente. Recordemos la estructura del órgano vocal en la especie humana. Entre la cámara posterior de la boca y la tráquea existe una pequeña caja, indicada exteriormente en el cuello por la prominencia que llaman vulgarmente la manzana de Adán. Encima de esta caja se aplica, cuando tragamos el bolo alimenticio, una especie de cucharita, denominada epíglotis. La cavidad de dicha caja, que lleva el nombre de glotis, es poco espaciosa, por arriba comunica con la boca, y por la parte inferior con la tráquea arteria mediante dos pequeñas hendiduras longitudinales, dirigidas horizontalmente de atrás hacia delante. Los dos labios de la hendidura inferior se llaman cuerdas vocales, las cuales, ora tensas, ora flojas, producen los varios sonidos de la voz humana.

En las aves, la hendidura superior dista mucho de las cuerdas vocales; y dicha hendidura que llaman laringe superior, tiene sus labios inmóviles, y no los cubre epiglotis. En la parte inferior de la tráquea; arteria, en el punto donde va a bifurcarse para formar los bronquios, existe una especie de travesaño óseo, y encima una película o membrana en forma de semiluna: de cada lado, debajo de dicho travesaño óseo; es decir, en el origen de cada bronquio, hay una hendidura, cuyos labios son unas verdaderas cuerdas vocales. El primer anillo de los bronquios está separado por una membrana del último huesecillo que termina la tráquea; y en esta doble caja de tambor, llamada laringe inferior, es donde se forma la voz de las aves, en virtud del complicado juego de los numerosos músculos que distienden o aflojan las cuerdas vocales y las membranas de este admirable aparato. Fácil es comprender cómo el enorme volumen de aire contenido en todo el cuerpo del animal contribuye muchísimo a dar fuerza y extensión a la voz; de manera que el que llamó al ruiseñor una voz con plumas expresó poéticamente una realidad anatómica.

Órgano de la respiración y de la voz en las aves.

En resumen, la tráquea y la laringe en las aves forman un solo cuerpo, cuya extensión ocupa del todo la cavidad de la glotis; y en vez de un par de cuerdas vocales, se encuentran dos. En las aves cuyo canto es poco modulado, el tabique semilunar de que hemos hecho mención no existe, y en las que absolutamente carecen de canto faltan siempre los músculos de la laringe.

Huevos de ave Para terminar estas consideraciones generales, falta que digamos algo de los huevos y de las precauciones de que son objeto. El huevo en los primeros tiempos de su formación solo consta de yema, a la cual envuelve una película membranosa, muy fácil de observar; en un punto de ese envoltorio hay una mancha blanca, en cuyo interior más tarde se desarrolla el pollito. No tarda en envolver a la yema una sustancia glutinosa, que constituye lo que llamamos la clara del huevo. Por último, al rededor de esta nueva sustancia se desenvuelve una membrana doble, cuya lámina externa se concreta poco a poco, volviéndose terrosa, y forma la cáscara. En este estado es cuando el ave lo pone.

Nidos Pero antes de efectuar la puesta la hembra, al parecer presiente la necesidad que tendrá de una almohada donde deponerla y que más tarde pueda servir de cuna, suave, caliente y sólida para el ser débil y desnudo que va a salir del huevo: en este trabajo se emplean de mancomún así el macho como la hembra. El arte admirable con que llevan a cabo esa obra maravillosa de arquitectura no lo han adquirido por enseñanza ni por tradición; supuesto que los pájaros jóvenes que por primera vez hacen su puesta, y que nunca vieron a sus padres, ejecutan el mismo trabajo que sus antepasados y construyen nidos absolutamente idénticos. Por lo mismo no debemos considerar esos admirables productos como el resultado de una previsión; sino solo de una especie de íntimo presentimiento, de que el animal no puede darse cuenta, pero que le impele a ejecutar los actos más conducentes a la propagación de la especie.

Las paredes de los nidos regularmente tienen por esqueleto, digámoslo así, pajas, o tronquitos flexibles, unidos y cubiertos con barro o arcilla. ¿Pero cómo ha podido el ave desleír esta arcilla? Con saliva: las glándulas sublinguales se convierten en asiento de una secreción extraordinaria, y suministran una gran cantidad de saliva viscosa que convierte la arcilla en un cimento perfecto. Una vez queda terminada la casa, falta entapizar su interior con materiales blandos; y el ave los halla en la lana y pelos de los mamíferos, en las barbillas de las plumas algodonosas: ¡cuántos viajes y fatigas le cuesta el reunir estos ligeros materiales! Algunas veces los padres a costa de su propia sustancia proporcionan una cama a su cría, para lo cual se arrancan el fino plumón que les cubre el pecho.

Luego de terminado el nido efectúase la puesta, y cuanto más pequeña es el ave, tanto mayor es el número de huevos que pone; la razón de esto creo superfluo decirla. El águila pone solamente dos huevos, y el reyezuelo veinte. Pero el huevo que antes de salir del cuerpo de la hembra tenía el calor que el cuerpo de esta le comunicaba, tiene necesidad de conservar una temperatura regular para que el embrión que contiene adquiera su desarrollo; y a llenar esta necesidad se dirige el laborioso período llamado de incubación; función que desempeña la hembra con una constancia incansable, y tal que alguna vez llega a alterar su salud. En ciertas especies el macho comparte esta tarea con la hembra; pero en otras va en busca de alimento, mientras ella permanece constantemente empollando los huevos; algunos machos cantan para distraer a su compañera cuando desempeña esta interesante función. Sucede, no obstante, en la zona tórrida, donde el ardor del sol basta para favorecer el desarrollo del pollito dentro del huevo, que la hembra se contenta con excavar en la arena un hueco redondeado, y en él pone sus huevos; pero este es un caso puramente excepcional.

El tiempo de la incubación varía según las especies: en la gallina es de veinte y un días; en el cisne de cuarenta y cinco; en el pato de veinte y cinco; en el canario de diez y ocho; en el pájaro mosca de doce, etc. Llegado el instante de abrirse el huevo, el pollito rompe la cáscara y sale a la luz. No le hubiera sido posible romper las paredes de su encierro, a no haberle provisto la naturaleza de una punta córnea en la extremidad del pico, la cual le sirve como de martillo, y cae al cabo de algunos días de nacido.

Así que los pollitos han salido del huevo, a la penosa quietud de la incubación sucede la actividad de la madre para alimentarlos: macho y hembra van a buscar el pasto para la familia; y por medio de cierta regurgitación introducen en el pico de los pequeñuelos las sustancias alimenticias, después de haberlas conservado durante algún tiempo en el buche, donde adquieren animalización. Después se ocupan en su educación con una inquieta vigilancia y un esmero tal, que no puede contemplarse sin enternecimiento. La madre dirige los primeros pasos de los hijos, les llama cuando ha encontrado presa, les anima y adiestra en el vuelo, y cuando se les acerca un enemigo los defiende con intrepidez, cualquiera que sea en otras circunstancias su natural timidez o debilidad.

Viajes de las aves Cuando tratemos de las numerosas familias de la clase de aves, manifestaremos las costumbres propias de cada una de ellas; pero de todos sus instintos, el más curioso tal vez es aquel que impele a diferentes especies a emprender viajes en ciertas estaciones del año. Las emigraciones de las aves constituyen la parte más incomprensible de su historia. Unas, que viven de insectos, abandonan la Francia en otoño para ir a buscarlos en latitudes más meridionales, y regresan por el mes de abril. Otras necesitan una primavera perpetua; llegan a Francia a fines del invierno; y luego después de mayo vuelven a partir hacia el norte, donde permanecen mientras dura nuestro verano, vuelven otra vez a Francia en otoño, y al asomar los primeros fríos salen hacia las regiones meridionales: con esto emprenden cada año cuatro emigraciones. Otras apetecen constantemente un estío semejante al de Francia: abandonan la zona tórrida a fines de la primavera, pasan en Francia los tres meses más cálidos, y salen de este país en otoño. Por último, las hay que necesitan un frío moderado; y en otoño abandonan las regiones glaciales, y vienen a pasar el invierno en nuestras comarcas, volviendo a las septentrionales al llegar la primavera, para efectuar en ellas la puesta.

No siempre el objeto de esas emigraciones es hallar con más facilidad los medios de subsistencia; muchas veces es el huir del calor o del frío, o buscar una temperatura propia para hacer su puesta, o para pasar bajo las mejores circunstancias el tiempo crítico de la muda. Lo más raro en esas emigraciones es que se emprenden antes de llegar el tiempo de escasear las subsistencias, o de que el rigor de la estación las haya hecho necesarias. ¡No es ciertamente una tradición que pase de padres a hijos; supuesto que algunos tiernos pajaritos sacados del nido antes de nacer, y nacidos en jaulas sin que jamás vieran a sus padres, sienten la necesidad de viajar cuando llega cierta época: así vemos al ruiseñor emigrar sin salir de la jaula, la cual recorre mil veces de uno a otro extremo con una especie de agitación febril. Esto hizo decir a Cuvier que los animales tienen en el celebro imágenes innatas y constantes que les obligan a obrar como hacen comúnmente las sensaciones ordinarias y accidentales: «Son, dice este naturalista, una especie de sueño o visión, que de continuo les sigue, y en cuanto tiene relación con el instinto pueden considerarse como especies de sonámbulos.» Ahora es fácil comprender la exactitud de la voz instinto, que literalmente si significa aguijón interno.

Clasificación de las aves En distintos tiempos han tratado los zoologistas de establecer una clasificación de las aves; pero las innumerables especies (conócense ya 5000) ha hecho tanto más difícil esta tarea, en cuanto la organización de estos animales ofrece la mayor uniformidad. Existiendo estrecha relación entre la conformación del pico y de las patas, y su régimen alimenticio, resulta que los caracteres de más valor sacados de los órganos internos, hállanse representados al exterior en cierto modo por la estructura de los órganos que el ave emplea para coger los alimentos. Seguiremos el método de Cuvier, por considerarse el menos imperfecto de cuantos hasta el día se han publicado.

Cuvier divide la clase de las aves en seis órdenes; de los cuales cinco tienen no más que un dedo posterior (el pulgar que alguna vez falta), y el sexto presenta el dedo externo vuelto hacia atrás lo mismo que el pulgar; resultando tener dos dedos anteriores y dos posteriores. Esta disposición permite al animal trepar con facilidad a los árboles, cuya circunstancia les ha valido el nombre de aves trepadoras: tales son el loro, el pico-verde, el cuclillo, etc.

El primero de los seis órdenes comprendo las aves que tienen el pico y los dedos corvos, muy recios, propios para despedazar la carne de los animales de que se alimenten; y abraza las aves de rapiña, o rapaces; tales como el águila, el buitre, el búho, etc.

El orden de las gallináceas está caracterizado por un pico mediano, prominente en su parte superior, y propio tan solo para coger granos o lombrices; el aire de las aves que componen este orden en general es pesado, y las alas cortas: así se ve, por ejemplo, en el gallo, la perdiz, el faisán, etc.

El orden que sigue después de las gallináceas compónese de aquellas aves que tienen los tarsos altos, las piernas desprovistas de plumas en su parte inferior, y la figura prolongada; tales son el Ibis, la cigüeña, la garza real, etc.

En los cuatro órdenes que acabamos de mencionar, los dedos son sueltos y libres; esto es, más o menos separados entre sí; el orden que sigue al de las zancudas, tiene las patas de mediana longitud, y terminan en una ancha aleta, formada por la mutua reunión de los dedos anteriores entre sí por medio de una membrana flexible. Estos pies, que por su conformación se llaman palmeados, son a propósito para nadar, y han valido a las aves así conformadas el nombre de palmípedas; sirvan de ejemplo el cisne y el pato, etc.

Finalmente, tenemos el orden de los páseres, cuyo sitio natural es entre las rapaces y las trepadoras; pero que citamos el último por cuanto solo ofrece caracteres negativos. En efecto, los páseres no tienen los dedos corvos y fuertes como las rapaces, ni dos dedos posteriores como las trepadoras, ni el pico, vuelo y aire de las gallináceas, ni las piernas delgadas y largas de las zancudas, ni finalmente los pies palmeados como las palmípedas. Es el orden que contiene mayor número de especies, y pertenecen a él, por ejemplo, el cuervo, la urraca, el mirlo y todos los pájaros de pequeñas dimensiones.

A más de lo dicho, pueden subdividirse las aves en terrestres y acuáticas, en aves domésticas, aves de paso, silvestres, ribereñas, nocturnas, etc., etc.

INDIA Y ÁFRICA.

El pequeño Paraíso esmeralda y el Turaco paulino.

Orden de las rapaces Empecemos por las rapaces, que Linneo llamó accipitres: su papel entre las aves es el mismo que el de los carniceros entre los mamíferos. Examínese el águila, que para nosotros constituye el tipo de su orden: su fisonomía ya indica ferocidad, y en su organización todo nos descubre un poder destructor que fácilmente debe vencer a los animales destinados a servirle de pasto. El pico es corto, la mandíbula superior encorvada en su extremo y terminada en punta aguda, sobresaliendo de la inferior; la base del pico se halla envuelta por una membrana, en la que se abren las ventanas de la nariz; las uñas son corvas, aceradas y retráctiles, semejantes a las que hemos hallado en el género gatos entre los mamíferos; es decir, que pueden doblarse hacia dentro, y coger con gran fuerza una presa, por lo que se han llamado garras; las uñas más fuertes son las del pulgar y del dedo interno; los muslos y piernas son gruesos y robustos, las alas largas, las remeras recias y firmes, y el esternón muy desenvuelto, a fin de ofrecer un punto de inserción a los músculos destinados a mover las alas.

Como estas aves solo viven de presa animal no tienen necesidad de un aparato digestivo muy desenvuelto; pues la asimilación de estas sustancias se efectúa con facilidad. He aquí por qué las aves de rapiña, lo mismo que los mamíferos carnívoros, están dotadas de un estómago simplemente membranoso, y de intestinos de poca extensión.

La mayor parte de los naturalistas, atendiendo a los hábitos y organización, han dividido este orden en dos familias naturales; a saber, en diurnas y nocturnas. El águila pertenece a las primeras; sus ojos miran lateralmente; su dedo externo se dirige hacia adelante, y una membrana lo une por la base al dedo medio; las diurnas son así llamadas porque persiguen la caza durante el día sin que les incomode la luz del sol. El búho es un rapaz nocturno, porque no ve bien sino con el crepúsculo, o la luz de la luna; sus ojos miran hacia el frente, su cabeza es gruesa y el cuello muy corto; tiene el dedo externo enteramente libre, y a su arbitrio puede llevarlo a delante o atrás; lo que a veces pudiera hacer tomar al búho por una ave trepadora, si los caracteres que prestan sus uñas y pico no excluyesen toda comparación.

Familia de las rapaces diurnas La tribu de las rapaces diurnas, se ha subdividido todavía en otras tribus secundarias: empezaremos por tratar de la de los buitres.

Tribu de los Buitres Al establecer un cotejo entre la fisonomía bajamente feroz del buitre y el aire fiero al par que belicoso del águila, desde luego deja de admirarnos que esta se alimente de presa viva, mientras aquel se ceba en los cadáveres.

Los buitres se distinguen fácilmente por su cabeza pequeña y desnuda de plumas; por su cuello largo y también implume en su parte superior, mientras que en la inferior ostenta una golilla o collar de plumón o de plumas; sus ojos no son hundidos; tiene los tarsos revestidos de escamitas; su aire carece de nobleza, y sus largas alas, que se ven obligados a llevar medio extendidas cuando andan por el suelo, les comunican un aspecto zurdo y pesado. Aunque su vuelo carece de rapidez, elévanse a una altura prodigiosa. Cuando se hallan en esas altísimas regiones del aire llegamos a no divisarlos; al paso que ellos con su vista sumamente perspicaz y apta para abrazar una vasta extensión de terreno, ven perfectamente todos los objetos del suelo; así es que apenas muere algún animal que descienden hacia él dando vueltas por el aire. Nunca acude uno solo allí donde hay botín; sino que van a bandadas numerosas, y se les ve despedazar las carnes de los animales muertos, no con las garras, que tienen poco fuertes, sino con el pico largo y encorvado únicamente en su extremo. Sácianse con una repugnante voracidad, y luego forma su buche una prominencia desagradable; de sus narices filtra un humor fétido, y el trabajo de la digestión les comunica además un aspecto pesado y estúpido.

BUITRES

El género de los buitres propiamente dichos consta de especies habitantes todas en el antiguo continente, y sus caracteres son como siguen: pico en su base cubierto de una membrana lisa; recto, fuerte y grueso; algo deprimido lateralmente, convexo en su cara superior, con bordes rectos y corvo en el extremo de la mandíbula superior: la inferior es más corta y obtusa en el extremo. Los orificios de la nariz son arqueados, y en dirección transversa. La boca es muy grande y hendida hasta los ojos. La cabeza y el cuello están desprovistos de plumas, y solamente se nota en estas partes un plumón muy fino. Guarnece la parte inferior del cuello un collar o golilla de plumas. Tienen el buche muy prominente, la primera remera más corta que la sexta y la tercera y cuarta son las más largas.

EL BUITRE LEONADO (Vultur fulvus, LIN.). Este buitre se halla representado en la lámina: siempre errante y con una hambre insaciable, gústale llenar el buche con carne corrompida; sin embargo, es tan cobarde que a menudo se ve obligado a cederla a los cuervos. Cuando duerme y en el acto de la digestión mantiene el cuello encogido y la cabeza entreoculta en medio de las plumas del collar. En volumen iguala o aventaja al cisne, siendo su longitud total 5 pies y 6 pulgadas. El plumaje, cuando el animal es viejo, es superiormente de un bello ceniciento azulado e inferiormente casi blanco; las alas y la cola, negras; el cuello poblado de un plumón raro de color pardo; la golilla o collar es blanco puro; el pico pardo azulado y en el extremo negruzco; el iris de un hermoso anaranjado, los pies también negruzcos, el cuerpo entreverado de gris y leonado en los individuos adultos, y leonado en los jóvenes. Vive este animal en los altos montes de todo el antiguo Continente: sus huevos son de un blanco parduzco, con algunas manchas blanco-rojizas.

Buitre leonado.

El BUITRE PARDO (Vultur cinereus, LIN.). Es de color pardo-negruzco; su collar, en vez de estar dispuesto circularmente, asciende hacia la nuca, en cuyo punto se ve un moño de plumas; los pies, así como la membrana de la base del pico, son de color violáceo azulado: es más voluminoso y menos cobarde que el buitre leonado, puesto que algunas veces ataca a los animales vivos.

El BUITRE AURICULAR (Vultur auricularis, DAUDIN.). Vive con especialidad en la zona tórrida. Difiere de los antecedentes en una cresta carnosa, que arrancando desde cada oreja, se prolonga en línea recta por el cuello. Tiene la cabeza y la mitad del cuello implumes; el color rojo claro en las partes inferiores, violáceo hacia el pico, y blanco cerca de las orejas. La envergadura (o el espacio que media entre las puntas de las alas extendidas) alcanza a más de 10 pies. Habita en las concavidades de los montes más altos del África austral. Esta ave, lo mismo que los demás buitres, construye su nido en las peñas inaccesibles: compónese de un extenso espacio, defendido exteriormente por un declive hecho con astillas y cimento; y en su interior está guarnecido de paja y heno. Por lo regular no ponen más que dos huevos los buitres, y los hijos se alimentan de la carne corrompida que los padres desembuchan, no dentro del pico de los polluelos, como las palomas, sino poniéndosela delante a su alcance.

SARCORANFOS

Los sarcoranfos pertenecen igualmente a la tribu de los buitres; el cóndor nos presenta sus caracteres distintivos, que son los siguientes: una carúncula carnosa encima de la base del pico; los orificios de las narices ovales y en dirección longitudinal; la tercera remera muy larga; las uñas casi obtusas y la posterior más corta.

CÓNDOR, O GRAN BUITRE DE LOS ANDES (Vultur gryphus, LIN.). Su envergadura es de 9 a 12 pies, y no de 18 pies, como se dijo en las exageradas relaciones de algunos viajeros. Este animal es negruzco; con una gran porción del ala de color ceniciento; su collar es sedoso y blanco. El macho, a más de la cresta carnosa, que es gruesa y sin dentellones, está provisto de una barbilla lo mismo que el gallo; la hembra carece de una y otra, y es enteramente de un matiz pardo-oscuro; tiene el cóndor los tarsos granujientos y azulados. Su morada especial es en las cordilleras de los Andes, en la América meridional. Es de todas las aves la que tiene más poderoso el vuelo: desde las enriscadas cumbres de esos montes, situados bajo el ecuador y a 15000 pies de elevación sobre el nivel del mar, desciende a los valles y llanuras, y hasta a las rocas donde se estrellan las olas del Océano Pacífico; en seguida se remonta otra vez por encima de la inmensa cordillera a una altura que se eleva a más de 4000 pies de las orillas que acaba de abandonar. De este modo se libra de las vicisitudes de temperatura que fueran mortales para el hombre más robusto, y este tránsito desde la zona tórrida a la zona glacial, que esta ave efectúa en pocos minutos, ninguna influencia ejerce en su salud. Pasa la noche en la cavidad de algún peñasco y cuando los primeros rayos del sol reflejan en las nieves perpetuas que lo rodean; endereza el cuello, sacude la cabeza, inclínase en el borde del peñasco, agita las alas y emprende el vuelo. En el primer arranque nada tiene este de vigoroso, y describe una curva descendente, cual si las leyes de la pesadez fuesen más poderosas que los esfuerzos del ave; pero muy pronto esta se levanta sostenida por sus alas redondeadas y sus recias remeras casi sin necesidad de dar ningún batimiento, pues para tomar cualquiera dirección bástanle algunas oscilaciones apenas perceptibles.

Cóndor.

Imposible parece que una ave dotada de tan fuerte organización sea tan cobarde como las demás especies de buitres; y uno se siente inclinado a dar por auténticas las relaciones de los viajeros que lo representan como siendo el terror de las montañas del Perú; aunque no hay duda que tales viajeros se han dejado llevar más de su imaginación que de la realidad de los hechos. Así es que, no satisfechos con exagerar las dimensiones de las alas del cóndor, han dicho que ataca a los carneros y a las llamas, y que los arrebata al aire cogidos entre las garras; pretendiendo además que se arrojaba encima del hombre, y que reunidos algunos de dichos animales daban muerte a un buey. Humbold, y en especial D'Orbigni, que publica la relación de su viaje a la América meridional, han reducido a su justo valor tan estupendas hipérboles. El cóndor sólo se alimenta de animales muertos o moribundos, y un simple pastor con un palo le hace huir. Cuando una oveja o una vaca se apartan del rebaño para dar a luz un hijo, advertido el cóndor por un horrible instinto de que pronto un ser débil e indefenso le proporcionará agradable presa, va a posarse en una peña cercana, desde donde vigila con atención a la pobre madre que siente ya los dolores del parto; y cuando el ave conoce que va a llegar el fatal instante, emprende el vuelo, cerniéndose circularmente por encima del sitio donde ha de hallar la víctima; y apenas sale esta al mundo, que el cóndor se derriba sobre ella y le abre las entrañas con las garras, sin hacer caso de los gritos desesperados de la pobre madre, a la cual por otra parte no causa lesión alguna.

El cóndor no construye nido; pues depone meramente sus dos huevos en el hueco de una peña; los párvulos dentro de seis semanas se hallan ya en disposición de tomar el vuelo; y después de haber pasado algunos meses con los padres, que los adiestran, los abandonan para proveer por sí solos a sus necesidades.

El IRUBI (Vultur papa, LIN.). Pertenece también al género sarcoranfo: es del tamaño de una oca; está coronado de una cresta dentellada como la del gallo, y adornada de vivos colores, lo mismo que las barbillas carnosas del cuello. Habita en la América meridional, y se mantiene en los llanos o en los collados poblados de bosque inmediatos a los pantanos. Aliméntase de animales muertos, y aprovecha los residuos de alguna presa abandonados por el jaguar o el tigre. Lo mismo que el cóndor, acecha el momento en que se retiran a parir los mamíferos herbívoros, para echarse encima del recién nacido. La cobardía de estos animales es sin duda efecto de ser sus garras obtusas e impropias para ofender. Dase al Irubi el epíteto de rey de los buitres, por la cresta que corona su cabeza, y por la especie de tiranía que ejerce en los demás buitres más débiles, a quienes echa lejos del cadáver que empezaron a devorar.

PERCNÓPTEROS

El género percnóptera contiene buitres que no tienen implume más que la cabeza: su pico es delgado; las narices ovales y longitudinales; su tamaño no pasa de mediano, y su fuerza es mucho menor que en los buitres propiamente tales; así es que no se alimentan más que de carnes corrompidas e inmundicias. Son notables las dos especies siguientes:

El PERCNÓPTERO DE LOS ANTIGUOS. Debe notarse que el nombre de percnóptero significa: alas manchadas de negro; y efectivamente en el macho el color negro de las primeras remeras contrasta con el blanco del resto del plumaje. Esta ave es muy común en Grecia, Egipto y Arabia: los Egipcios le dan el nombre de gallina de Faraón, y lo respetan por que les libra de las inmundicias. Siguen a las caravanas en el desierto para aprovechar sus desperdicios.

El URUBÚ (Vultur jota, CH. BONAPARTE). Es la segunda especie de percnóptero: lo mismo que el antecedente es del tamaño de un cuervo; es enteramente de un negro muy vivo y lustroso; su cabeza del todo implume; se halla muy extendido en el Perú, la Guyana, el Brasil y demás partes cálidas o templadas de la América. Nútrese también de inmundicias; y su afán en retirarse cuando llega a su mismo pasto el Irubi es lo que principalmente ha valido a este último el nombre de rey de los buitres.

Tribu de los Grifos Vamos a hablar de un ave que por sí sola constituye la segunda tribu de las rapaces diurnas: tal es el GRIFO o GIPAETO. (Vultur barbatus, LIN.). Es el ave rapaz de mayor tamaño de las del antiguo Continente: difiere muy poco de los buitres; pero tiene la cabeza y el cuello cubiertos de plumas, y el pico muy robusto, recto, y en la punta ganchoso y prominente; sus narices están cubiertas por unas cerdas recias que se dirigen hacia delante, iguales a las que forman un pincel que lleva debajo del pico. Así como en general tienen los buitres tarsos escamosos, el grifo los tiene cubiertos de plumas hasta los dedos. La longitud excesiva de las alas le obliga a replegarlas con lentitud; y de sus remeras la tercera es la más larga de todas. El color del manto es negruzco, con una lista blanca en el medio de cada pluma; el cuello y demás partes inferiores del cuerpo son de un leonado claro y lustroso, con una faja negra que circuye la cabeza. Habita esta ave en las cumbres de todas las altas cordilleras de montañas; y aunque dista de tener las dimensiones del cóndor, no obstante es mucho más temible, pues ataca a los animales vivos, y es tan diestro que casi nunca yerra el golpe. Su táctica es como sigue: cuando los corderos, cabras, gamos o vacas se han adelantado paciendo la yerba hasta el borde de una peña escarpada, el grifo se arroja a ellos y les obliga a caer en el precipicio, y luego que se han descoyuntado o muerto en la caída los devora en el mismo sitio. En Alemania llaman al grifo Lentmer geyer; es decir, comedor de corderos. También se ha supuesto que ataca a los hombres dormidos, que arrebata animales de gran corpulencia, y que hasta se ha llevado niños alguna vez; pero no hay más que mirarle las garras poco ganchosas y nada aptas para coger, y se dará el valor que se merecen a tales exageraciones. Por lo demás, si bien el grifo desdeña la carne muerta, no deja de comerla cuando nada mejor encuentra.

EL GRIFO.

Tribu de los Falconios Pasemos a tratar de la tribu de los falconios, la más numerosa en especies, y que contiene aves de dimensiones muy diversas desde el águila hasta el esmerejón. Todas tienen pico fuerte, ganchoso y corvo casi siempre desde su raíz, y las garras corvas y agudas; pero el carácter más notable de los falconios son los arcos ciliares muy prominentes, lo cual hace parecer a los ojos hundidos en las órbitas. Los falconios tienen la vista sumamente perspicaz, los movimientos vivos y el vuelo rapidísimo. Casi todos son cazadores y juntan la fuerza al arrojo: necesitan una presa viva, y solo muy hostigados del hambre llegan a devorar carnes muertas. Cogen la presa con las garras, y algunos hasta se la llevan arrebatada por los espacios. Según veremos luego, una misma especie a veces viste diversas libreas, según cual sea la edad del individuo; y esta variación, proveniente de la muda anual de las aves, y que dura basta el tercero o cuarto año, ha sido causa de haber los naturalistas multiplicado las especies y caído en varios errores. No solamente hay individuos de una misma especie que se diferencian por la librea, sino hasta por el tamaño; así la hembra es como un tercio mayor que el macho.

Esta tribu se halla dividida en dos secciones, cuyo título, aunque absurdo, han conservado los naturalistas: la primera se llama de rapaces nobles, y la segunda de rapaces innobles. Componen la primera los que la antigua nobleza adiestraba a la caza, y que vencidos por las privaciones que se les imponían con el objeto de domesticarlos, ponían al servicio del amo su fuerza, astucia y arrojo; eran estos el halcón, el aguilucho, el esmerejón y el gerifalte.

La segunda sección comprende aquellas aves de rapiña, a las que ni las privaciones, ni la abundancia, ni el rigor, ni los halagos podían domar enteramente, y que en su mayor parte antes que obedecer hubiéranse dejado morir de hambre. El águila se halla al frente de esa raza altiva, obstinada en usar por cuenta propia las belicosas facultades de que dotó la naturaleza; y a esas aves, sin embargo, se las llama innobles.

HALCONES NOBLES

Empezaremos por los falconios llamados nobles; y al compararlos con las demás rapaces, no es posible desconocer que la naturaleza les ha favorecido con preferencia en cuanto a armas ofensivas y a los órganos del movimiento. Su mandíbula superior empieza a encorvarse desde la raíz, y a cada lado de la punta tiene un diente puntiagudo que se adapta a una correspondiente escotadura de la mandíbula inferior; las alas son largas y puntiagudas; las dos primeras remeras, y en especial la segunda, sobrepasan de mucho a las demás, de cuya disposición resulta un vuelo oblicuo, pero muy vigoroso. En esta sección solo tenemos que estudiar dos géneros; pero antes de ocuparnos en la descripción de las especies que contienen, no será intempestivo dar una idea sucintamente de la caza con halcón o cetrería.

Reducir un animal silvestre a abdicar su propia voluntad, a desconfiar de sus recursos; hacer que vea en el hombre el árbitro de su reposo y de su bienestar; en una palabra, sujetarlo por medio del temor y moverle por la esperanza: he ahí el objeto que el halconero se propone; principios en que igualmente está fundado el arte de reducir los mamíferos domesticables. Para adiestrar al halcón lo primero es obligarle a permanecer en un mismo sitio inmóvil y privado de la luz por espacio de tres días, en cuyo tiempo el halconero lo lleva en el puño continuamente, con las piernas metidas en unos grillos hechos de correas, que terminan en unas campanillas o cascabeles. En tal estado se le impide entregarse al sueño, y si se rebela se le mete la cabeza en agua. Al suplicio de la inmovilidad, de las tinieblas y de la vigilia, se le añade el del hambre; y así vencida el ave por la inanición y el cansancio, se deja encasquetar el capillo. Cuando, después de haberle quitado el capillo, coge la comida que le presentan de cuando en cuando, y en seguida se deja encapillar otra vez con docilidad, entonces créese que ha renunciado a la libertad y que reconoce por dueño al que le concede el alimento y le permite el sueño. A fin de hacer al ave más dependiente todavía, se le aumentan sus necesidades; para lo cual se aguija artificialmente su apetito dándole a comer pelotillas de estopa atadas a un hilo, haciéndoselas tragar y sacándolas en seguida tirando del hilo. Esta operación llamada curalle causa un hambre voraz, la cual se satisface, y la satisfacción que al animal le resulta le adhiere al mismo que le ha atormentado.

Capacete.

Cuando esta primera lección (que alguna vez es necesario repetir) ha tenido buen éxito, llevan el animal al césped de un jardín, donde, quitándole el capillo, el halconero le presenta un pedazo de carne; si el animal para comerla salta espontáneamente al puño, su adiestramiento está adelantado, y entonces tratan de hacerle conocer el señuelo. Este consiste en una porción de cuero con alas y patas de ave; es una imitación de presa, que lleva atado un pedazo de carne, y está destinado a servir de reclamo para hacer, bajar el halcón cuando se halle volando por el aire. Importa mucho que el halcón esté no solo acostumbrado, sino engolosinado por el señuelo, destinado a ser la recompensa de su docilidad; de modo que después de haberle dominado por medio del hambre, consolídase el dominio por la glotonería; pero sin la voz del hombre no bastaría el señuelo. Cuando el ave obedece ya al reclamo en el jardín, llévanla al campo, donde atada al fiador (bramante de unos 60 pies de largo) le quitan el capillo y desde algunos pasos de distancia le enseñan el señuelo, y si se arroja a él, le dan la carne. Al día siguiente repiten lo mismo a mayor distancia, y cuando se lanza al señuelo desde toda la longitud del hilo, en tal caso se considera completamente asegurado.

Para completar el adiestramiento del halcón es necesario hacerle conocer y manejar la caza especial a que le destinan. Para esto se tienen algunas aves domesticadas. Primeramente se ata alguna a un poste y se suelta encima el halcón retenido por el fiador; cuando conoce lo vivo, se le suelta del fiador y lo lanzan hacia una presa libre, a la que de antemano han cosido los párpados a fin de impedirle toda defensa. Por último, se da por bueno cuando se está seguro de su obediencia.

La cetrería, que hizo un tiempo las delicias de la nobleza, tenía muy a menudo por objeto, no el procurar al cazador una caza comestible, sino el proporcionarle un espectáculo divertido. El vuelo del faisán, de la perdiz y del pato silvestre, constituían, a lo que se decía, una diversión de caballeros; y se llamaba diversión o pasatiempo de príncipes al vuelo del milano, de la garza real, de la corneja y de la urraca, verdadera caza de lujo, sin ningún valor como culinaria o comestible. El del milano era de todos el más raro. La mayor dificultad consistía en hacerle descender de las elevadas regiones del aire a donde ni aun el mismo halcón hubiera podido alcanzarle. Tomaban para lograrlo un búho, ave nocturna de rapiña de que luego hablaremos; pegábanle una cola de zorra a fin de hacerle más visible, y en este estado le dejaban revolotear en un prado y a flor de tierra. Entonces el milano, que se cierne en las nubes acechando por si divisa alguna presa, al observar con su penetrante vista que se mueve en el suelo un objeto extraño, desciende para examinarle de más cerca; pero en el mismo instante se le suella el halcón, el cual desde luego se eleva por encima a fin de dispararse sobre él verticalmente; y empieza una lucha que ofrece los lances más interesantes y variados, después de los cuales al fin e halcón lo coge y lo lleva a su dueño.

La caza de la garza real y de la cigüeña, siendo menos recreativa para el espectador, era más peligrosa para el halcón: el animal perseguido se dejaba alcanzar más fácilmente, al paso que se defendía con más valor, y alguna vez el agresor era víctima de las heridas que recibía, a las cuales sobrevivía muy poco tiempo. Empleaban también el halcón, y más aún el gerifalte, en la caza de la liebre: después de haber soltado el halcón hacían salir la liebre valiéndose de un sabueso, y el ave, que se cernía por encima del llano, al verla caía sobre ella como el rayo.

Cacería con halcón.

Pero de todas las especies de cetrería la más divertida, más llena de lances diversos, y la más fácil, ya que no fuera la más noble, era la de la corneja: lo mismo que para la del milano se valían de un búho para atraerla, y en seguida soltaban dos halcones. El ave perseguida elevábase desde luego a la mayor altura, pero los halcones pronto la superaban; y entonces, desconfiando la corneja de escapar con el vuelo, dejábase caer desplomada con una velocidad increíble y se echaba entre las ramas de un árbol. Los halcones no, la seguían, contentándose con cernerse por encima; pero los halconeros acudían debajo del árbol y con sus gritos obligaban a la corneja a abandonar su asilo; y después que la infeliz había empleado todos los recursos del vuelo y de la astucia, al fin caía en las garras de sus perseguidores.

La caza de la garza es tan atractiva como la de la corneja. Regularmente se atrae a la garza cuando se halla en un árbol. Habiéndose soltado de antemano los halcones, y elevados a cierta altura, guíanse por la voz del halconero y por los movimientos del señuelo. Cuando se ve que se hallan a distancia a propósito para atacar, entonces se ahuyenta a la garza, la cual trata de huir volando de un árbol a otro; y en el momento del tránsito muy a menudo queda cogida. Pero si una vez el halcón ha errado el golpe, entonces es muy difícil obligar a la garza a abandonar el árbol donde se ha refugiado, y antes se deja coger por mano del hombre que exponerse a los ataques de su terrible enemigo.

Si se trataba de la caza de campo o de ribera, empleaban la misma maniobra que para la garza; es decir, en la caza de perdices, faisanes y patos silvestres.

Baste de explicaciones de cetrería, que actualmente parecerán acaso pesadas; pero que nuestros tatarabuelos hubieran leído con el más vivo interés. La caza del halcón era la diversión predilecta de las antiguas damas. En cuanto a nosotros los que vivimos en este siglo de pequeñeces, al paso que somos admiradores de la edad media y del renacimiento, creemos bastante para reproducir la poesía de los antiguos tiempos con rodearnos de muebles históricos, llevar las barbas terminadas en punta, y dar un corte clerical a los cabellos; sin cuidarnos de lo más digno de imitación de aquella noble época; a saber, las pasiones enérgicas, la lealtad y afecto inalterables, la generosidad, el pundonor, el ardor en la fe y la religión, el descuido de lo material y positivo, el respeto a las damas y la pasión por la caza.

No solo se practicaba la cetrería en Europa, sino también en el Asia y el África septentrional. Según el viajero Thevenot, los persas adiestran el halcón para la caza del gamo y de la gacela. Para ello disponen pieles de estos animales rellenas de paja que simulan el animal vivo, y para dar la comida a los halcones la colocan siempre encima de las narices del animal figurado. Una vez ya acostumbrados, los llevan al campo, donde apenas descubren una gacela, que se le ceban encima de las narices; y agarrados a tan delicado sitio les impiden la vista con el movimiento de las alas y retardan su carrera de modo que con facilidad la alcanzan los perros.

Después de haber dado una idea del arte de halconería, pasemos a hablar de las diferentes especies de halcones:

El HALCÓN COMÚN (Falco communis, LIN.). Es del tamaño de una gallina, siendo su longitud de unas 18 pulgadas desde la punta del pico a la extremidad de la cola, y unos 3 pies de envergadura de las alas. Es fácil conocerle en unos bigotes semicirculares y negros que presenta en las mejillas, más anchos que en ninguna de las otras especies.

EL HALCÓN.

Las variedades del halcón difieren de librea, según hemos dicho, conforme sea la edad del individuo.

El HALCÓN PEREGRINO (Falco peregrinus, LIN.). No es más que el halcón común con la librea de joven, un poco más negra que la del halcón gentil. Esta ave es procedente del Mediodía.

El HALCÓN GENTIL. Es esta variedad más común que las anteriores y menos estimada. A medida que el ave envejece adquiere colores menos variables: el dorso, que cuando joven era de color castaño con los bordes de las plumas amarillos, se vuelve castaño uniforme con rayas transversas ceniciento-negruzcas; el vientre y los muslos, que antes presentaban manchas longitudinales del mismo color castaño, tienen después rayas negras en dirección transversal. Esta variedad se encuentra en todo el hemisferio noble del globo, y anida en las peñas más escarpadas. Abunda en las islas del Archipiélago lo mismo que en las Orcadas y en Islandia.

El halcón pone cuatro huevos en los últimos meses de invierno, siendo corto el tiempo de la incubación. Luego que los halconitos llegan a adultos, los padres los echan, y entonces son muy fáciles de coger. La vida de estas aves es muy larga: hace 50 años que en el Cabo de Buena Esperanza cogieron un halcón que llevaba un collarcito de oro, y en él grabado que el año 1610 pertenecía al Rey de Inglaterra Jacobo I; por consiguiente, tenía la sazón 180 años, y todavía era bastante robusto.

El vuelo del halcón es tan rápido, que apenas puede seguirle la vista: elévase por encima de su víctima, y luego se dispara hacia ella como si cayese de las nubes. Su alimento ordinario son las perdices, patos, palomas, ocas; en especial le gustan los faisanes y los pollos; lo que le ha granjeado el nombre de gavilán de los pollos en los Estados Unidos, y de comedor de pollos en la Luisiana. No teme atacar al milano, ya para arrebatarle la presa, ya simplemente para hostigarle, pues nunca come de su carne, que le disgusta.

HALCÓN.

Además hay las siguientes especies:

El ALCOTÁN (Falco sacer, NAUM.). Su talla es mayor que la del halcón peregrino, su plumaje es también semejante al de este último cuando es joven; únicamente el bigote del alcotán es más estrecho y menos marcado; tiene unas mosqueaduras o manchitas en la parte anterior del cuello; y por último la cola sobresale de las alas. Esta especie al parecer procede más bien del oriente que del norte.

El BUARO (Falco subbuteo, LIN.). Es mucho más pequeño que el halcón común; anida en los bosques, y se posa en la cima de los árboles más altos; la parte anterior del cuello, el pecho, y el vientre son blancos, con manchas longitudinales de color castaño, de cuyo color ofrece una mancha en las mejillas; los muslos y el bajo vientre son rojos; y superiormente el plumaje es del mismo matiz castaño. Es más difícil de adiestrar que el halcón común. En estado de libertad ataca con preferencia a las alondras; y cuando no halla algo mejor, a los grandes insectos.

El ESMEREJÓN (Falco Aesalon, LIN.). Es la más pequeña de todas las aves de rapiña; puesto que es del tamaño de un tordo; siendo tan dócil, ardiente y animoso como el halcón común, lo empleaban en la caza de alondras, codornices y hasta de perdices. Superiormente es castaño en las partes inferiores blanquizco con manchas de aquel color hasta en los muslos; su vuelo es bajo aunque rápido y ligero; recorre los matorrales en busca de pajaritos, y anida en los montes. Antes se consideraba al esmerejón macho y viejo como especie particular (Falco lithofalco, LIN.). El cual tiene el plumaje ceniciento en las partes superiores, y blanco-rojizo en las inferiores, con manchas longitudinales de color castaño claro.

Esmerejón.

El CERNÍCALO (Falco tinnunculus LIN.) Es el ave de rapiña que más esparcida se halla por los países templados de Europa: alguna vez se la adiestraba en los tiempos de la cetrería; tiene los dedos más cortos que el esmerejón y que el buaro, y su vuelo es menos rápido, por lo que da caza a los ratones lagartos, insectos y a los pajaritos cuando están parados; y cuando se le escapan los persigue con encarnizamiento. Comúnmente se cierne en el aire despidiendo un grito agudo. Su plumaje es rojo manchado de negro en las partes superiores, y blanco en las inferiores con manchas oblongas de un castaño claro. La cabeza y cola del macho son cenicientas; las alas terminan a unas tres cuartas partes de la longitud de la cola. Anida esta ave en los antiguos torreones y en medio de ruinas; a veces establece también su morada en los bosques, en la cima de los árboles más altos; donde construye un nido bastante grosero, y en él pone la hembra seis huevos, alimentando luego a los pequeñuelos con insectos al principio, y después con ratones campesinos. Semejante fecundidad, carácter excepcional entre las rapaces causa de que el cernícalo abunde tanto.

El PEQUEÑO CERNÍCALO (Falco cenchris, FRISCH.). Con frecuencia han confundido esta especie con la precedente; sin embargo, se diferencia de ella en que tiene las alas algo más largas, y las uñas blancas, el macho no presenta manchas en las partes superiores. Encuéntrase al mediodía de Europa.

CERNÍCALO PARDO (Falco vespertinas, LIN.). Esta especie es aún más pequeña que las dos anteriores, la cual se encuentra al este de Europa, y muy rara vez en Francia. El macho es ceniciento oscuro, con el bajo vientre y los muslos rojos; y la hembra tiene la espalda cenicienta con manchas negras; la cabeza y partes inferiores son más o menos rojas.

Cernícalo.

Las especies de halcones de que acabamos de tratar habitan en Europa; vamos ahora a dar a conocer algunas especies exóticas, entre las cuales se aproximan al halcón común las siguientes:

El MOÑUDO (Falco galericulatus, SHAW.). Pertenece al mediodía del África, y proviene su nombre del moño o penacho que supera su cabeza, el cual nace en la frente, y cuando lo baja le llega hasta la nuca: el ave lo extiende o abate según las pasiones que la agitan. El macho es del tamaño de una paloma, y la hembra es una cuarta parte mayor. Este halcón vive de la pesca; establece su mansión a orillas de los lagos o del mar, donde se alimenta de pescados, cangrejos y moluscos. Anida en las rocas inmediatas al mar, o en los árboles de las orillas de los lagos, siendo su puesta por lo regular de cuatro huevos. El macho ayuda a la hembra en el trabajo de la incubación, y cuando esta empolla le trae el alimento.

El HALCÓN MONTAÑÉS (Falco capensis, SHAW.) Es otra especie próxima del cernícalo: pertenece, lo mismo que la precedente, al África meridional, donde los naturales la llaman halcón rojo del Cabo. Vive en los montes, y anida en las peñas; construye un nido grosero y descubierto enteramente, el cual por lo regular contiene ocho huevos, los que defiende con encarnizamiento en caso de cualquiera agresión extraña. Esta especie es más fuerte que el cernícalo y su agudo y frecuente graznido es muy parecido al de este último.

Vamos a hablar del género gerifalte, el cual forma la segunda división de los halcones adiestrables. Las alas son semejantes a las de los halcones, los hábitos son los mismos, pero el pico, en vez de ser dentado en los bordes, ofrece a cada lado un simple festón a semejanza de las rapaces rebeldes al hombre, de que hablaremos luego; la cola es larga y sobrepasa mucho de las alas.

Una sola especie conocemos de este género europeo, que es el GERIFALTE. (Falco islandus, LIN.). Es una cuarta parte mayor que el halcón común, y el ave más apreciada de los halconeros de cuantas se empleaban en la cetrería. Traíanlo a los países meridionales de Europa desde Islandia y Rusia. Su plumaje es castaño superiormente; con una hilera de puntos de color más claro en los bordes de las plumas, y rayas transversas en las penas y coberteras de las alas: las partes inferiores son blanquizcas, con manchas oblongas de color castaño, las cuales con el tiempo se cambian en líneas transversas en los muslos; la cola tiene rayas del mismo color castaño y parduzcas. Esta librea hace muy distinto efecto según predomina uno u otro de los colores castaño y blanco, en términos que se ven algunos gerifaltes cuyo plumaje es en el cuerpo enteramente blanco, sin más que una mancha de color castaño en el centro de cada pluma del manto. Según Pedro Belón, es el gerifalte una ave, que no verían los franceses si no se la trajesen de otros países; es apta para toda especie de caza de cetrería, pues todo lo embiste, siendo la más atrevida de las aves de rapiña.

Gerifalte.

HALCONES INNOBLES

La sección de los halcones que no son susceptibles de adiestramiento o innobles, es más numerosa que la precedente: las aves de que se compone tienen el vuelo menos vigoroso; al paso que sus hábitos y su valor son iguales a los de los halcones nobles. Semejante desigualdad en la fuerza del vuelo depende de las proporciones de las remeras, de las cuales la primera es más corta, y la cuarta más larga, lo que causa el mismo efecto que si el ala se hallase truncada oblicuamente por su extremo. Su pico es también menos recio; y en lugar de presentar un diente a cada lado de la punta de la mandíbula superior, solo tiene un ligero festón en el medio de su longitud.

Las águilas forman el primer género de esta sección: tienen el pico muy fuerte, recto en la base y únicamente corvo en la punta. Estudiaremos primero el grupo que forman águilas propiamente dichas, las cuales tienen los tarsos cubiertos de plumas hasta la raíz de los dedos, la cabeza complanada y el arco superciliar muy prominente.

ÁGUILA REAL.

El ÁGUILA COMÚN (Falco fulvus LIN.). Tiene la cola más larga que las alas y muy redondeada; es parda en la mitad superior y blanca en la inferior; el plumaje es de un castaño oscuro que se vuelve negro con la edad, y en la nuca es leonado. Durante mucho tiempo se conoció esta especie bajo tres distintos nombres, por efecto de las mudanzas de color que se efectúan en su librea con la edad: así el águila parda llamábase águila negra cuando vieja; y teniendo el plumaje perfecto llamábase águila dorada; en cuyo caso su cola es negruzca, con fajas cenicientas irregulares. La hembra tiene 3 pies de longitud desde la punta del pico hasta los pies, 8 pies y medio de envergadura, y pesa 18 libras; en tanto que el macho solamente pesa 12. Las uñas son negras y agudas, teniendo a veces la posterior cinco pulgadas de longitud; el pico es azulado; las narices ovales y oblongas; los ojos grandes, si bien parecen hundidos en las órbitas, por efecto de lo saliente del arco ciliar. En esta ave puede observarse perfectamente esa membrana corrediza de que hemos hablado, la cual le permite mirar fijamente al sol. Abunda el águila en los grandes bosques de las regiones templadas de Europa, del Asia Menor y del África septentrional, y la hallamos hasta en Fontainebleau. Come otras aves de bastante corpulencia, liebres, corderos y cervatillos; al paso que cuando estos animales faltan, se arroja sobre otras víctimas más débiles; por último, si no halla absolutamente presa viva, no desdeña la carne muerta y corrompida. El Águila Real es muy huraña, y vive en compañía de la hembra en medio de los riscos, arrojando de sus alrededores a toda ave de rapiña que en ellos intente establecerse. Échase sobre la presa con la velocidad del rayo, y después que se ha saciado de su sangre, llévase el cuerpo con las garras al lugar de su retiro; donde lo despedaza, y presenta a sus aguiluchos los miembros aún palpitantes. Hace el nido por lo regular en el rellano de una peña escarpada, formándolo con tronquitos bastante gruesos, entrecruzándolos, y sus paredes se van elevando de continuo por la acumulación de huesos allí abandonados. La hembra pone por lo común dos huevos y los empolla por espacio de treinta días, durante los cuales el macho solo es el que caza para subvenir a las necesidades de la hembra. Cuando nacen los aguiluchos, los padres van a buscarles alimento; y si hemos de creer el testimonio unánime de los montañeses, mientras uno de los padres recorre los matorrales, el otro se mantiene parado en una alta roca u otro sitio elevado para coger al vuelo los pájaros que se escapan de la persecución. La fisonomía seria e imponente de esta ave, su voz grave, sus ojos brillantes, sus cejas marcadas y salientes, su rapidísimo vuelo, y sobre todo su fuerza y su valor, la hicieron tomar entre los antiguos por el símbolo del poder y del dominio. Dedicáronla al primero de los Dioses; los monarcas lo mismo que los pueblos belicosos la adoptaron por enseña de guerra; y luego, a fin de adular a los conquistadores, se atribuyó al águila un grado de nobleza y magnanimidad que se halla muy poco conforme con los hechos observados. Oigamos como se expresa sobre este asunto cierto naturalista poeta. «El águila bajo muchos aspectos así físicos como morales ofrece grande conformidad con el león: la fuerza y el consiguiente imperio sobre las demás aves, igual al del león sobre los cuadrúpedos: la magnanimidad, por cuanto se desdeña de atacar a los animales pequeños y débiles, lo mismo que el león, y desprecia también sus insultos; solo después de haberla por mucho tiempo provocado la corneja y la urraca con sus gritos se determina a castigarlas con la muerte. Por otra parte, no quiere otro bien que el conquistado por ella misma, ni otra presa que la que ella se proporciona. La templanza es otra cualidad común; pues el águila nunca come por entero su caza, sino que como el león, deja algunos restos a otros animales: por intensa que sea su hambre nunca la satisface con animales muertos.» ¿Es propio este lenguaje de un historiador de la naturaleza?

El ÁGUILA IMPERIAL (Falco imperialis, BECHST.). Es algo mayor que el águila real, y al mismo tiempo más gruesa y de alas más largas; tiene una gran mancha blanca en las penas escapulares; las narices se dirigen transversalmente, la cola es negra; con ondas pardas en su cara superior. La hembra es leonada, con manchas de color castaño. Esta ave habita en los altos montes del mediodía de Europa, de Egipto y del África septentrional; es más fiera aún que el águila real, y su voz llena de terror a los gamos y ciervos, animales que acostumbra a preferir por víctimas. Antiguamente tuvo también gran fama de magnanimidad, más todavía que el águila real, según se ve confirmado en las elocuentes frases de Buffon que acabamos de copiar.

El ÁGUILA MANCHADA (Falco maculatus, LIN.). Es un tercio más pequeña que las antecedentes; como la imperial, vive también en los montes del mediodía de Europa: tiene los tarsos más delgados; el plumaje de color castaño; la cola negruzca, con listas de un matiz más claro; en las pequeñas coberteras, una raja formada por una serie de manchas de un leonado claro, y otra faja en el extremo de las grandes coberteras, que asciende hacia las penas escapulares, y en fin, otra en el extremo de las remeras secundarias. En la parte superior de las alas se ven como unas gotitas de color leonado. Cuando el ave envejece adquiere un matiz oscuro uniforme. Las alas apenas tienen 4 pies de envergadura; sus gritos son plañideros y frecuentes, así es que se le ha dado el nombre de águila chillona. No es difícil domesticarla y hubiérase empleado sin duda en la caza de cetrería a no ser esta especie tan cobarde en términos que la vence el gavilán.

El ÁGUILA AFRICANA (Falco bellicosus, DAUD.). Es la más notable de las que el célebre naturalista Levaillant observó en el África meridional. Es del tamaño de la Real, aunque su cabeza es más redondeada, el pico más débil y no tan corvo; al paso que tiene las garras más fuertes y más vigorosos los músculos; tiene 8 pies y medio de envergadura o de abertura de las alas; las plumas de la nuca fórmanle una especie de penacho pendiente por detrás; las penas de la cola son iguales; la parte inferior del cuerpo desde la garganta hasta la cola, inclusas las piernas, es de un hermoso blanco; la parte superior de la cabeza, la posterior y laterales del cuello, están cubiertas de plumas blancas en su raíz y pardo castañas en el extremo; el matiz blanco domina tanto como el castaño en algunos puntos del cuello, formando una especie de atigrado bastante vistoso; la espalda y coberteras de la cola son oscuras como todo el manto, salvo que los bordes de las plumas ofrecen un matiz más claro que el fondo: las remeras primarias son negras; las secundarias con rayas transversas blancas y negruzcas; las penas escapulares son blancas en los bordes y la extremidad, y la cola es rayada a semejanza de las remeras secundarias. El valor de esta especie es igual a sus fuerzas: hace continua y terrible guerra a las gacelas y a las liebres.

El modo como el águila africana que acabamos de describir emprende la caza es con las piernas extendidas y las garras abiertas, elevándose a veces a tal altura que se pierde de vista; mientras se oye todavía su voz, ya aguda y penetrante, ya ronca, grave y lúgubre. En sus dominios no tolera a ninguna otra de las grandes aves de rapiña, pues su concurrencia pudiera agotar los recursos; no obstante, alguna vez se ve en el caso de tener que defender su presa de los ataques de los cuervos y de los buitres, que para arrebatársela se reúnen en bandadas numerosas; aunque su altanera actitud basta casi siempre para tenerlos a raya. Macho y hembra trabajan de concierto en la construcción del nido, el cual hacen en altos árboles: no es este cóncavo, sino que consiste en una especie de tablado bastante fuerte para sostener el peso de un hombre. Compónese primero de fuertes perchas cruzadas y entrelazadas con ramas flexibles, y encima una capa de leña menuda y de musgo, y esta segunda capa la cubren de astillas de leño seco, encima de las cuales ponen los huevos. Si no encuentran árboles, hacen el nido en las peñas inaccesibles, en cuyo caso el suelo del nido no lo forman palos cruzados pues fuera inútil, solo si hay las astillas que sostienen los huevos. Estos son dos, de color blanco y de figura casi esférica. Mientras la hembra está empollando se alimenta de lo que le trae el macho, y luego que los párvulos han nacido, como no se aparta de ellos la hembra, el macho provee a las necesidades de la familia entera; con todo, los aguiluchos se vuelven en breve tan voraces, que es fuerza que así el macho como la hembra cuiden de satisfacer su apetito buscándoles ambos el sustento. A veces suele suceder que algunos pequeños mamíferos carnívoros se aprovechan de esta ausencia de los padres haciendo una visita a los pequeñuelos, cuyo resultado es la desaparición de uno de estos. También acontece, cuando el nido se halla en un árbol, que suben a él los hotentotes, no para hacer daño a la cría, sino con objeto de quitarles parte del botín que los padres les han traído, cuyo robo se repite cada día; de modo que las águilas proveen por algún tiempo a las necesidades de sus hijos y a las de otra familia extraña.

Pasemos a ocuparnos en la sección de las águilas pescadoras, las que se diferencian de las anteriores por tener plumas en la parte superior de los tarsos, y en lo restante escamas. Son aves que permanecen en las inmediaciones de los ríos y del mar donde se alimentan de peces.

La primera especie es la grande águila de mar, o Pigarga, la cual habita especialmente en el hemisferio del norte; por mucho tiempo hicieron de ella tres especies los naturalistas, inducidos en este error por las mudanzas que se operan así en el tamaño como en la librea por la edad o el sexo. Cuando joven es el falco ossifragus, LIN., tiene el pico negro; la cola negruzca con manchitas blanquizcas; su plumaje es de color pardo oscuro, con una mancha aún más oscura en el centro de cada pluma.

La llamada falco albicilla es la hembra adulta, que con la edad se vuelve de color pardo oscuro uniforme, más claro en la cabeza y el cuello, con la cola enteramente blanca y el pico amarillo claro; su tamaño es comparable al del águila real.

Por último la PEQUEÑA PIGARGA, falco albicaudus, es simplemente el macho del grande.

El águila de mar vive a orillas de las aguas, en los bosques; encuéntranla por lo regular durante el invierno en las costas de la Mancha. Su vuelo es más bajo y lento que el de las águilas propiamente dichas: caza de noche lo mismo que de día, y coge los peces lanzándose a ellos cuando se hallan a flor de agua, y hasta se sumerge alguna vez aliméntase también de focas tiernas, de aves marítimas, y de mamíferos terrestres.

Cuando advierte que alguna ave de rapiña más débil ha cogido algún pez, la embiste, obligándola a soltar su presa, de la cual se apodera.

Hay en América un águila casi tan grande como el águila común, la que alguna vez aparece también al norte de Europa, y es el ÁGUILA DE CABEZA BLANCA (falco leucocephalus, LIN.). Cuando joven, tiene el cuerpo y la cabeza de color castaño- ceniciento; con todo, no debemos confundirla con la pigarga vieja, cuya cabeza con la edad se vuelve blanca. El plumaje en la que nos ocupa es de color castaño oscuro uniforme; la cabeza y la cola blancas, y el pico amarillento. El halcón de cabeza blanca está representado en la bandera de los Estados Unidos de América; no hay ave que pueda compararse a esta águila en la fuerza del vuelo, en la astucia y en el valor; aunque su índole es fiera y tiránica. Franklin desaprobaba la elección que hicieron sus compatricios del águila de cabeza blanca para blasón nacional; pues la comparaba a un ladrón alado que se aprovecha de sus ventajas para arrebatar a las aves más débiles la presa que conquistaron; por lo que decía ser indigna de representar la independencia leal y generosa del pueblo americano.

«¿Quiérese, dice Audubon, conocer los hábitos del águila de cabeza blanca? Trasladémonos al Misisipí a fines del otoño, cuando millares de aves huyen del norte acercándose más al sol. Dejemos a nuestra lancha cortar las aguas del gran río. Cuando veamos dos árboles más altos que los demás y situados uno en frente del otro a orillas del río, levantemos los ojos; allí está el águila posada en la cima de uno de dichos árboles; centellean sus ojos, y giran en sus órbitas, como globos de fuego: el ave está observando la vasta extensión de las aguas: a veces sus miradas se desvían y dirigen a la tierra: observa y aguarda, no hay ruido que no perciba en medio de su vigilancia; no le escapa el gamo que apenas roza las hojas. En el árbol frontero se halla la hembra de centinela; y de cuando en cuando con un grito parece exhortar al macho a que tenga paciencia, al cual este corresponde con cierto batimiento de las alas, inclinando el cuerpo y acompañando la demostración con un grito estridente y áspero parecido a la risa de un demente; y en seguida se vuelve a quedar silencioso e inmóvil como una estatua. Por debajo del árbol, llevados de la corriente de las aguas, van pasando con dirección al sud apretados batallones de patos, gallinas de agua, avutardas, que se libran de la muerte por el desdén con que el águila mira esta presa. Finalmente, llega a oídos de los dos vigilantes un lejano ruido conducido por el aire, ruido que participa de las roncas vibraciones de un instrumento de metal: es la voz del cisne. Entonces la hembra avisa al macho con un grito formado de dos notas. Estremécese todo el cuerpo del animal, y con dos o tres picotazos dados en su plumaje se prepara a su expedición: al fin va a partir.

»Entre tanto adelanta el cisne como un navío flotante en el aire, con el blanquísimo cuello tendido hacia delante, y los ojos centelleantes de ansiedad; el precipitado batir de las alas basta apenas a sostener la masa del cuerpo, las patas, recogidas bajo de la cola, desaparecen de la vista; y así se va acercando lentamente, siendo el blanco de insidiosas asechanzas. Óyese un grito guerrero, y el águila se dispara con la rapidez de una bala. El cisne, que ha visto su verdugo, baja el cuello, describe un semicírculo, y sobrecogido de un terror mortal, hace todos los esfuerzos y maniobras imaginables para escapar del peligro; no le queda otro medio que sumergirse en la corriente; pero el águila lo ha previsto y le obliga a mantenerse en el aire, permaneciendo debajo, y amenazándole de continuo con herirle en el vientre o debajo del ala. Semejante táctica, cuya destreza pudiera envidiarle el hombre, tiene siempre el resultado que el águila se promete; pues fatigándose el cisne pierde toda esperanza de salvación. Con todo, temiendo el águila que su víctima pueda caer en el agua, se arroja con ímpetu, hiérela debajo del ala con las garras y la hace caer oblicuamente a la orilla. Una vez terminada la conquista a costa de tanta cautela, actividad y destreza, no es posible contemplar sin terror las muestras de alegría que da el águila por su triunfo: baila encima de la víctima moribunda, hincando en sus carnes las aceradas uñas, bate las alas, aúlla de gozo, y las últimas convulsiones de la presa parecen embriagarla de placer, pues levanta la calva cabeza y sus ojos están llenos de fuego. Júntasele luego la hembra, y ambos revuelven el cisne, y se sacian de la sangre palpitante y cálida que fluye de sus entrañas.»

¿No forma esto un drama completo, con su exposición atractiva, la inquietud creciente y con sus imprevistas peripecias? ¿No produce terror y compasión como una verdadera tragedia? Compárense a esta hermosa pintura de los hábitos del águila las mejores páginas de Buffon, y al punto se verá cuánto dista el naturalista sedentario del naturalista viajero... Lejos de nosotros, sin embargo, la ingrata idea de rebajar el mérito del inmortal escritor que tantos servicios prestó al Jardín de las Plantas, y al que contará siempre la Francia como una de sus primeras glorias literarias; al parangonar el estilo de esos dos sabios solo intentamos señalar las ventajas que tiene un ingenio sencillo y exacto que ha estudiado de cerca la naturaleza, sobre el genio brillante a quien solo cupo estudiarla en una colección o en un jardín. Una apasionada afición a la historia natural es todo el secreto del talento descriptivo de Audubon; y la simple y atenta observación de los hechos bastó para dar a sus escritos una animación y un colorido, que no hallará el escritor más elocuente en el polvo de su retrete.

El ÁGUILA DE WASHINGTON (Falco Washingtonii), que sigue inmediatamente a la de cabeza blanca, y presenta con ella y con la pigarga cierta afinidad, la observó Audubon por la primera vez en 1814, quien tuvo más satisfacción (son sus mismas expresiones) al hallar esta nueva especie, que Herschell al descubrir su planeta. Fue por el mes de febrero, que nuestro naturalista se dirigía hacia arriba del Misisipí; envolvíale un aire glacial, de suerte que apagaba enteramente su entusiasmo, y miraba indiferente cómo a su vista desfilaban a millares las aves acuáticas que bajaban por el río: de repente pasó un águila por los aires; levantose el naturalista, y desde luego advirtió que pertenecía a una especie nueva para él; así fue que saltó en tierra, y vio que el águila se dirigía hacia las encumbradas peñas. Al día siguiente fue a apostarse en frente de aquel sitio, aguardando con paciencia esas aves desconocidas antes, y que debían suministrarle materia para una página interesante de la historia natural. Al cabo de algunas horas de espera, oyó un silbido; y vio en el borde de la salida que presentaba la peña más elevada, a dos aves agitándose con muestras de impaciencia y de regocijo: eran los aguiluchos que celebraban la aproximación de los padres. El macho pareció primero trayendo un pescado en el pico, y lo dio a los aguiluchos; y en seguida fue la madre con otro pescado; pero más cautelosa que aquel, arrojó en torno una mirada llena de recelo, con que reparó en el hombre que permanecía inmóvil frontero a la peña. Al instante soltó la presa, y se puso a dar vueltas por encima del importuno, tratando de alejarlo con sus gritos; los aguiluchos se escondieron, y Audubon recogió el pez y se marchó. Volvió al día siguiente pero nada vio; volvió el otro y se estuvo aguardando todo el día; pero las aves habían previsto la invasión, y en consecuencia toda la familia había mudado de domicilio. Dos años después vio otra águila de aquella misma especie, que se elevaba encima de un recinto o cercado, donde hacía pocos días se habían muerto unos cerdos: preparó la escopeta, y aproximose poco a poco, viéndole el águila sin miedo; disparó el fusil, y el ave cayó muerta. Audubon sacó un dibujo, y le dio el nombre de Washington. El invierno siguiente pudo observar a su sabor las costumbres de una pareja de estos animales. Su vuelo difiere del del águila de cabeza blanca en que abarca mayor espacio, se cierne más cerca de la tierra o del agua, y cuando se abalanza a una presa, describe en torno de la misma una espiral, la que va estrechándose por grados con el designio, seguramente, de cortar toda retirada a la víctima; no cayendo sobre ella sino cuando la tiene a unas cuantas varas de distancia. Así que se ha apoderado de ella, huye oblicuamente hasta muy lejos, elévase gradualmente, y su vuelo forma un ángulo muy agudo con la superficie del agua.

Entre las águilas pescadoras debemos contar las siguientes:

La VOCÍFERA (Falco vocifer, SHAW.) Tiene las dimensiones de la osífraga, la envergadura de las alas de 8 pies; la parte exterior del cuerpo blanca, lo mismo que la cola; y lo restante de color castaño rojizo con mezcla de negro; las plumas de la cabeza, de la espalda y las escapulares son también blancas, y presentan sus bordes de color castaño; en las del pecho se ven manchas oblongas y negruzcas; las remeras son negras y en parte jaspeadas de blanco y de rojo en sus barbas externas. Habita esta especie en la embocadura de los ríos, en las costas de la América meridional. Se abalanza a los peces desde lo alto del aire, y va luego a comérselos en una peña vecina o en los troncos de los árboles inmediatos al río. Casi siempre come en un mismo sitio, de modo que en él se encuentran huesos de gacela y de un gran lagarto común en aquellos ríos, lo cual es prueba de que no se alimenta exclusivamente de pescado. Estas aves, cuando están paradas se llaman y responden desde grandes distancias con gritos diferentemente modulados; su vuelo es vigoroso y se elevan, a grande altura.

El BALBÚZAR (Falco haliaetus, LIN.) Es otra especie de águila pescadora que se halla esparcida por las inmediaciones de las aguas dulces de todo el globo. Distínguese de las demás por sus uñas redondeadas inferiormente, sin ninguna señal de ranuras, por sus tarsos reticulados, y por sus alas que sobrepasan a la cola, y en las cuales la segunda remera es más larga que las demás. Esta especie es una tercera parte menor que la osífraga; su plumaje es blanco, y el manto de color castaño, de este mismo desciéndele una faja desde el ángulo del pico hacia la espalda, y del mismo también presenta varias manchas encima de la cabeza, en la nuca, y algunas en el pecho. Dánsele en Francia los nombres vulgares de Craupêcherot y de Nonnete (monjita).

Atribuyose por mucho tiempo a esta especie un carácter excepcional muy extraño; a saber, que los dedos de su pata izquierda eran palmeados para nadar; al paso que los de la derecha eran sueltos y libres para coger la presa en el agua; semejante error popular, cuyo origen hallamos en Alberto el Grande, fue acreditado por Aldrovando, Gesner y hasta por Linneo; quien no obstante lo ha suprimido en sus últimas ediciones.

El ÁGUILA BRAQUIODÁCTILA (Falco brachydactilus,TEMM.). Esta especie vive en los grandes bosques del norte de Europa, y hasta se halla en Francia, donde le dan el nombre de JEAN LE BLANC. Guarda un término medio entre el balbúzar y el águila propiamente dicha; con todo, es de mayor magnitud que la primera, a la cual por otra parte se asemeja en tener los tarsos reticulados; sus alas son semejantes a las del águila común, su pico es más corvo; y sus dedos proporcionalmente más cortos. Superiormente es de color castaño, y blanco en las partes inferiores, con manchas de un matiz claro; la cola presenta tres fajas de este mismo castaño claro; las cejas son negras, y la membrana del pico es amarilla, lo mismo que los pies. El aire de este animal se aproxima más al de un percnóptero que al de una águila. Come con especialidad lagartos, ranas, serpientes; frecuenta también los lugares habitados, y arrebata las gallinas, los pavitos, gansos, etc., así es muy conocida de los aldeanos, quienes, como hemos dicho, la llaman Juan el blanco.

Buffon crió una de estas aves, la cual no era arisca, y permitía que la manoseasen sin enfurecerse, comía en presencia de su guardián; pero nunca bebía sino a solas y después de haber observado en derredor de sí por algún tiempo. Buffon atribuye esta precaución a la necesidad que para beber tiene de sumergir en el agua toda la cabeza hasta los ojos, lo cual la expone a la sorpresa de un enemigo.

Águila destructora.

Las HARPÍAS son águilas de América, que se diferencian de las pescadoras tan solo por tener más cortas las alas; tienen las uñas largas y muy agudas, y los tarsos muy gruesos y robustos.

Forma el tipo de este género el ÁGUILA DESTRUCTORA, o ÁGUILA CON MOÑO (Falco cristatus, LIN.). Su talla es mayor que la del águila común; la parte posterior de la cabeza se halla adornada con un penacho formado de plumas oblongas; y al levantarse junto con las que cubren las mejillas, la fisonomía del ave ofrece cierta semejanza a la de la lechuza, aumentándose esta analogía por el hábito que tiene de llevar hacia atrás el dedo externo, como el pulgar. Su plumaje es ceniciento en la cabeza y el cuello; negruzco en el manto y lados del pecho; blanquizco en las partes inferiores, y con rayas de color castaño en los muslos. Tiene el pico grueso, y su robustez es proporcionada a la fuerza de sus poderosas garras; tal que dicen haber visto a una harpía hender el cráneo de un hombre a picotazos. Vive en los países húmedos, y frecuenta en especial los ribazos y las cercanías de los bosques, pero nunca penetra en ellos. Por la mañana toma el vuelo, dando vueltas a lo largo de los canales y en los contornos de los bosques, en acecho de los perezosos, cervatillos, y monos sus habitantes; cuando divisa alguno, se abalanza a él, y lo primero que hace es romperle el cráneo a picotazos. Las plumas de esta ave son muy buscadas de los Indios, quienes las emplean para emplumar las flechas. Si logran coger alguno de estos animales lo guardan cautivo, le alimentan con esmero, y le quitan las penas dos veces al año. También dan mucho aprecio al plumón, con el cual empolvan sus cabellos, empapándolos antes de esta operación en aceite de coco; pero este adorno no se usa sino en las ocasiones solemnes; tales como duelos, visitas de cumplimiento, festines, etc. Hasta las uñas constituyen para ellos cierta especie de trofeo, y las llevan pendientes del cuello.

Las águilas-azores, que nos servirán de transición para pasar a tratar de los azores propiamente dichos, tienen las alas cortas lo mismo que las harpías, aunque los tarsos son en ellas altos y delgados y los dedos débiles.

El ÁGUILA AZOR MOÑUDA DE LA GUYANA (Falco Guianensis, DAUD.). Aseméjase mucho a la harpía con moño, así en los colores como en el moño; pero es mucho más pequeña y tiene los tarsos altos, delgados y como escamosos. El manto es negruzco, y a veces variado de pardo oscuro; el vientre blanco con undulaciones leonadas más o menos aparentes; la cabeza y cuello, ya son pardos, ya blancos, y el moño es oblongo y negruzco.

El ÁGUILA-AZOR NEGRA Y MOÑUDA DE ÁFRICA (Falco occipitalis, DAUD.). Levaillant la llamó Huppart. Es del tamaño de un gran percnóptero; negra, y su penacho de 5 a 6 pulgadas de largo, bájale graciosamente por detrás de la cerviz, y agitándose al menor soplo del aire, adquiere mil formas tan variadas como vistosas. Sus tarsos están abiertos en toda su extensión de plumas finas; el borde del ala es blanquizco, lo mismo que las fajas que existen en la cara inferior de la cola. Da caza a las liebres, palos, y ni aún pueden escapar a la rapidez de su vuelo las ligeras perdices del África. Coloca el nido en los árboles, construyéndolo de lana o de plumas; su voz es plañidera y rara; pero sus gritos son repetidos cuando va en persecución de los cuervos, que son sus mortales enemigos, puesto que se juntan y mancomunan con designio de arrebatarle la presa, lo cual logran casi siempre por la fuerza de su pico, y sobre todo por la superioridad numérica; así es que alguna vez atacan a los aguiluchos en los nidos, y los devoran entre los desesperados gritos de los padres.

La BLANQUECINA (Falco albescens, DAUD.). Debe este nombre a Levaillant. Tiene las plumas blancas, con flámulas pardo-negruzcas en el manto, y al paso que en las demás especies este es áspero al tacto, en la de que tratamos es fino y suave. Se alberga en los bosques, y da caza a las aves; su forma es esbelta, su cola larga, y su vuelo flexible: es el mayor enemigo de las palomas zoritas. No deja de ser una notable particularidad en esta águila, que al paso que persigue con afán a las palomas, deja libres a los pájaros pequeños aunque se le acerquen, y hasta van a su nido para hallar un asilo cuando los persiguen otras aves de rapiña de un orden inferior.

Los azores tienen también las alas más cortas que la cola; su pico se encorva ya desde la raíz, cuyo carácter se continúa en las demás especies de que sucesivamente hablaremos; sus uñas son muy ganchosas y aceradas. Los azores propiamente dichos, tienen los tarsos desnudos, como escamosos, y algo cortos.

AZOR COMÚN (Falco palumbarius, LIN.). Es la única especie de este género que hallamos en nuestros países: el macho tiene 16 pulgadas, y la hembra unos 20 pies; es decir, un tercio más de longitud; el plumaje es pardo o castaño superiormente; el sobrecejo blanquizco; las partes inferiores del ave son blancas, con rayas pardas transversales en el adulto, y con manchitas oblongas en los azores tiernos; en la cola se ven cinco fajas también pardas pero más oscuras.

El azor es común en Francia, se alberga en los collados poblados de bosque, en los árboles más altos; tiene el tamaño del gerifalte, pero no es tan animoso. Abalánzase a la presa siempre oblicuamente; a veces la persigue al vuelo, aunque de ordinario la acecha posado en un árbol, y en la ocasión oportuna se arroja a ella tanto con el salto como con el vuelo. Su alimento se compone por lo regular de palomas, ardillas, lebratillos y ratones campesinos. No obstante que es cazador muy diestro y astuto, con facilidad lo cogen: para ello se coloca una paloma blanca entre cuatro redes de 9 a 10 pies de alto: y el azor se precipita a ella, siendo lo más particular que no trata de librarse hasta haber devorado la presa. Igualmente los adiestraban los halconeros lo mismo que al halcón, y empleando a corta diferencia los medios de que ya hemos dado noticia, lo cual constituyó la caza del azor. Llamáronles aves de puño, porque sin necesidad de adiestrarlas a ello volvían al puño.

El AZOR DE COLA ROJA (Falco borealis, LIN.). Vive en toda la América septentrional, tiene 1 pie 8 pulgadas de longitud, y 4 pies de abertura de las alas; su plumaje es pardo superiormente, y blanco en las partes inferiores; la cola tiene un rojo herrumbroso con una faja transversal negra en la extremidad. Al acercase la estación rigorosa emigra hacia el Sud; aliméntase de pájaros y de pequeños mamíferos; vuela muy alto y a veces apenas mueve las alas, despidiendo al mismo tiempo una voz triste y prolongada que se oye desde lejos, cuyo objeto probable es aterrorizar a los pajaritos del contorno y obligarles a huir y a levantarse. También hace sus visitas a los corrales, lo que le ha hecho llamar en la Luisiana gran destructor de gallinas.

Los gavilanes son azores cuyos tarsos son más altos que en los azores propiamente dichos, siendo este el único carácter que los diferencia; así es que muchos autores los reúnen en un mismo género, distinto de los precedentes por la estrechez de la cabeza, por el pico encorvado desde la raíz, los pies largos, con relación a la cola, y la curvatura de la espalda que les hace parecer gibosos. Los gavilanes, lo mismo que los azores, anidan en los árboles; y muchas veces se les ve cazar reunidos en familia; es decir, el macho la hembra y los hijos.

El GAVILÁN COMÚN (Falco nisus, LIN.). Su librea es igual a la del azor común; pero es un tercio más pequeño; cuando joven las manchas pardas de las partes inferiores tienen la figura de una flecha, o bien de lágrimas oblongas; y las plumas del manto tienen los bordes rojos. El gavilán es domesticable, y un tiempo lo adiestraron para la caza de la codorniz y de la perdiz. Cuando llega la estación invernal que los pájaros insectívoros emigran, los siguen algunos gavilanes; aunque siempre quedan bastantes para hacer una guerra de exterminio a los pájaros granívoros de nuestras comarcas.

Gavilán común.

El MINULO (Falco minullus, SHAW.). Es un gavilán muy pequeño del África, inferior aún a nuestro esmerejón; siendo el macho apenas del tamaño de un mirlo. Superiormente es pardo; la garganta y pecho blancos, con manchitas pardas que en la parte inferior son más gruesas y toman la figura de lágrimas; aliméntase de pajaritos y de insectos; es atrevido y animoso, a pesar de ser tan diminuto arroja de las cercanías a las picazas manchadas, cuya concurrencia le incomoda, y a veces hasta ataca a los milanos y percnópteros, librándose de las uñas de estos animales mayores y más fuertes, por la rapidez de sus movimientos: anida en las mimosas y en ellas pone sus huevos; los cuales a menudo se ve obligado a defender de los cuervos, a quienes gustan en extremo.

El GAVILÁN CANTOR (Falco musicus, DAUD.) Pertenece igualmente al África, donde lo observó Levaillant: es tamaño como el azor; su plumaje ceniciento superiormente, y blanco con rayas pardas en las partes inferiores: antes de la edad adulta es variado de rojo. Aliméntase de liebres, topos, ratones, codornices y perdices, y anida en los árboles. Como en las demás rapaces, la hembra es un tercio mayor que el macho, con quien forman una pareja que nunca más se separa. Durante la incubación este último se vuelve cantor, y no cesa de distraer a la hembra así de día como de noche con su música: entonces puede un observador acercársele a trechos, pero debe permanecer inmóvil, porque al menor movimiento que el ave note huye.

Levaillant mató un macho, y la hembra lo buscó por todas partes despidiendo gritos lamentables hasta ponerse a tiro de escopeta; otro día mató primero una hembra, y el macho vuelto más receloso subiose a las más altas peñas fuera del alcance, y prosiguió cantando.

El TACHIRO (Falco tachiro, DAUD.). Pertenece al África y se asemeja a nuestro gavilán común; es de tamaño algo menor que el grande azor; tiene más cortos los tarsos, y más largas las alas, las que estando el ave en reposo, alcanzan más allá de la mitad de la cola; esta es casi tan larga como el cuerpo. Es la plaga de los pajaritos, cuyos gorjeos confunde con su chillido agudo y desapacible. Tiene la cabeza y el cuello entreverados de blanco y de rojo, con manchitas negras, la garganta blanca con mezcla de rojizo; el manto pardo oscuro, lo mismo que las coberteras; las remeras blancas en su extremo, la cara inferior de la cola también blanca, y la superior parda con fajas transversas negras.

Hace el nido en la bifurcación de los grandes árboles con ramitas flexibles entapizadas con musgo y plumas. Pone tres huevos y alimenta a los parvulitos con langostas y mantas.

Los milanos forman el tercer género de los halcones innobles, y sus caracteres consisten en la extrema longitud de las alas, la cola ahorquillada, el pico débil, poco encorvado y desproporcionado a la magnitud del ave, los tarsos cortos, y las uñas no muy fuertes; así es que las especies de este género son cobardes.

MILANO REAL.

El MILANO REAL (Falco milvus, LIN.). Perteneciente a Europa, tiene los tarsos desnudos y como escamosos; su longitud es de 16 a 17 pulgadas desde la punta del pico hasta los dedos de los pies; el plumaje es leonado; las remeras negras, y la cola roja; su vuelo es el más rápido entre todas las rapaces, y se sostiene con facilidad en los aires durante larguísimo espacio; tiene cerca de 5 pies de envergadura, pero la debilidad de sus armas no le permite dirigir sus ataques sino a los reptiles, ratas, turones, y a los grandes insectos: a veces trata de llevarse los pollitos, pero las gallinas los defienden y hacen huir al agresor con sus gritos. El epíteto de real en nada le honra, y solo lo debe a que los príncipes le daban caza con el gavilán.

El PARÁSITO o MILANO NEGRO (Falco ater, LIN.). Esta especie lo mismo pertenece a Europa que al África: es más pequeño que el precedente; la cola es menos bifurcada; el plumaje superiormente es pardo negruzco, y blanquizco en las partes inferiores y en la parte superior de la cabeza. Es más fuerte, ágil, y así también más animoso que el milano real; eleva el vuelo a prodigiosas alturas, despidiendo un chillido penetrante. Levaillant le dio en África el nombre de parásito, pues esta ave, aun herida, tenía el atrevimiento de ir a robarle la comida en medio el campo. Cada día acudía una de la misma especie allí donde Levaillant había visto el primer individuo, así podía matarlas fácilmente. La rapacidad de esta ave le impele a arrebatar la presa a los cuervos. Belón vio emigrar numerosas bandadas de esta especie. Pasan de Europa a Egipto por el otoño, atravesando el Ponto Euxino; permanecen en Egipto durante el invierno, y a principios de abril regresan al Mar Negro, el cual atraviesan otra vez para volver a Europa.

El BLACO (Falco melanopterus, DAUD.). Es un milano de tarsos muy cortos, reticulados, y entrecubiertos de plumas en su porción superior. Tiene el tamaño del esparaván o gavilán común; el plumaje blando y sedeño, superiormente ceniciento, y blanco en las partes inferiores; las pequeñas coberteras de las alas negruzcas, y la cabeza y el cuello de un gris rojizo. Cuando se halla parado en la copa de los árboles se ve relucir al sol la blancura de su vientre; pero cuando vuela anúnciase su presencia por su voz aguda y chillona. Solo vive de grandes insectos, tales como langostas, etc.

El MILANO DE LA CAROLINA (Falco furcatus, LIN.). Es otro milano de tarsos cortos, reticulados y entrecubiertos de plumas, que debemos unir a los anteriores: en cuanto al tamaño, guarda un término medio entre el blanco y el milano real; el plumaje es blanco superiormente, con las alas y la cola negras; en la espalda se observa un hermoso reflejo verde y purpúreo; las dos rectrices externas son muy largas, lo cual aumenta la bifurcación de la cola. Esta linda ave vive en América, y se mantiene de lagartos, víboras e insectos.

TRIORQUES. Este género se diferencia de los demás en que el espacio que media entre el ojo y el pico, que en los halcones se ve desnudo o meramente cubierto de algunos pelos, hállase en éste poblado de plumas densas y contorneadas en figura de escamas; por lo demás tiene el pico débil lo mismo que los milanos. Solo hay que notar una especie que es el TRIORQUE COMÚN (Falco apivorus, LIN.). Es algo menor que el pernóctero, pues su longitud es de 22 pulgadas desde la punta del pico a la extremidad de la cola, y de 18 hasta la extremidad de las patas; la envergadura es lo menos de 4 pies; tiene el plumaje superiormente pardo, y en las partes inferiores diversamente undulado de pardo y de blanquizco según los individuos: el macho a cierta edad tiene la cabeza cenicienta. Esta especie se mantiene de pequeños reptiles, y en particular de larvas de insectos. Hace una guerra cruel a las abejas y avispas, y con ellas alimenta a sus polluelos. El nido está formado de tronquitos entapizados de lana en su interior. A veces no se toma otro trabajo que el de apropiarse el de algún milano.

El género de los Busos, lo mismo que el antecedente y que otros que luego veremos, tiene las alas largas y la extremidad de estas al mismo nivel que la de la cola; el pico corvo desde la raíz; a más los tarsos son cortos y recios, pero las garras débiles.

El BUSO COMÚN (Falco buteo, LIN.). Vive en Europa; tiene 20 pulgadas de largo y 4 pies y medio de envergadura el plumaje pardo, y más o menos undulado de blanco en el vientre y el pecho; los tarsos desnudos y como escamosos. Es el ave de rapiña que más abunda en nuestras comarcas, en cuyos bosques se alberga durante todo el año. Tiene el cuerpo macizo, la cabeza gruesa, y el vuelo pesado; pasa muchas horas posada en una rama en una pereza estúpida. Con todo, el buso destruye gran cantidad de caza; a la cual no ataca al vuelo sino que se abalanza a ella desde la cima de un árbol o desde otra altura. Especialmente persigue a los lebratillos, conejos, perdices y codornices y siembra la devastación en los nidos de las aves; cuando le falta caza, aliméntase con lagartos, serpientes, ranas y langostas.

El Buso común.

El BACHA. Es un huso de África que lleva un ancho moño de plumas negras y blancas; su tamaño es el del buso europeo; el plumaje pardo con manchitas blancas redondas a los lados del pecho y en el vientre; en el medio de la cola presenta una faja ancha blanca. Es ave muy cruel que pasa días enteros en las cimas escarpadas acechando si ve algún Klip- das, especie de paquidermo pequeño del género de los damanes y tamaño como un conejo. Cuando puede coger alguno de estos animales se complace en despedazarle vivo, y más parece que satisface una venganza que una necesidad natural.

BÚSARES. Los búsares forman un género caracterizado por unos tarsos delgados y más altos que los del buso, y por una especie de collar que a cada lado del cuello le forman los extremos de las plumas que le cubren los oídos. Estas aves habitan de preferencia en los pantanos. Tenemos en Francia tres especies, cuyo plumaje es tan vario que ha producido muchos errores, y son las siguientes:

El PIGARGO (Falco pygargus, LIN.). Es algo más grueso que la corneja; el plumaje es superiormente pardo, y en las partes inferiores leonado con manchas oblongas del primer matiz; el abdomen es blanco en su extremo, cuyo último carácter le ha valido el nombre de pigargo, vocablo griego que significa grupa blanca; las alas terminan a tres cuartos de la longitud de la cola; las penas de esta última y la superficie interna de las alas presentan rasgos en dirección transversal.

La que vulgarmente llaman AVE DE SAN MARTÍN, cuyo plumaje es ceniciento, y las remeras negras, no es más que un pigargo macho llegado a su segundo año. El mismo origen tienen los nombres de halcón azul, halcón blanquizco, halcón común, halcón blanco, halcón montés, halcón gris, halcón bohemio, que los autores miraban como indicantes de otras tantas especies diversas. El pigargo hace su nido en el suelo en las selvas pantanosas, donde al anochecer vuela casi rozando el suelo a caza de lagartos, ranas, ratas, perdigones y pájaros acuáticos; introdúcese también en los gallineros y palomares, y desgraciados entonces los pichones o pollitos que encuentra.

Ave de San Martín.

El BÚSAR CENICIENTO (Falco cineraceus, MONTAG.). Tiene el cuerpo más delgado y más largas las alas que el pigargo; por lo demás sus hábitos son los mismos.

El HARPAYA (Falco rufus, LIN.). Es de color rojo parduzco, con la cola y las remeras primarias cenicientas; carece de rayas transversales debajo de las alas y de la cola. Vive también en sitios pantanosos, y da caza a los reptiles.

Estas tres especies, al paso que viven en Europa, se encuentran también en África y América.

El RAMÍVORO (Falco ramivorus, SHAW.). Sus dimensiones y hábitos son semejantes a los del búsar; pero su pico es más largo y más delgado en la base; las partes superiores del cuerpo son de un pardo claro, y en las inferiores, de un castaño también claro, se ve alguna mezcla de blanco en el pecho y en el bajo vientre. Las alas son pardas y en su cara inferior se ven fajas transversales blancas y de un castaño claro. Mantiénese cerca de los pantanos, donde se alimenta de ranas, peces, y hasta de avecillas acuáticas.

Tribu de los Mensajeros Tribu de los mensajeros: esta es la última de la familia de rapaces diurnas, y consta de un solo género, que únicamente contiene una especie, a saber el MENSAJERO SECRETARIO, o SERPENTARIO (Falco serpentarius, LIN).

El Mensajero pertenece al África, tiene los tarsos el doble más largos que las demás rapaces, cuyo carácter le hizo colocar entre las aves zancudas; pero sus piernas enteramente cubiertas de plumas, el pico corvo y hendido, las cejas prominentes, y por último la estructura de sus órganos interiores, le colocan incontestablemente entre las rapaces.

Sus tarsos son escamosos, y los dedos cortos a proporción; el contorno de los ojos desnudo de plumas; la nuca adornada con un largo penacho, lo que ha valido a esta ave el nombre particular de secretario; y por último, las penas medias de la cola son mucho más largas que las demás. La altura del mensajero es de 5 pies y medio; los tarsos y dedos están guarnecidos de anchas escamas de color pardo amarillento; el moño o penacho se compone de diez plumas desiguales, que el animal eleva o abate a su arbitrio; las penas de la cola son escalonadas y negras, menos en sus extremos que son blancos; las dos del medio son de un pardo azulado y doblemente largas que las restantes; las plumas de la garganta blancas y las del pecho pardo-azuladas; las remeras negras, lo mismo que las plumas que visten las piernas; el contorno de los ojos, desnudo de plumas como hemos dicho, es amarillo lo mismo que la base del pico, siendo lo demás de este último y las uñas negruzcas. Esta ave es la destructora por excelencia de las serpientes venenosas, por lo que la llaman en el Cabo de Buena Esperanza Comedor de serpientes. Es indudable que la naturaleza ha dado al secretario la misión de mantener el equilibrio entre reptiles peligrosos y los animales inofensivos que viven en los arenales de las regiones del África, equilibrio necesario en la grande obra de la creación, y sin el cual muy pronto quedaría la tierra poblada únicamente de seres malignos y dañinos.

Este enemigo de las serpientes es ave corredora, pues la cortedad de los dedos y lo obtuso de las uñas no le permiten coger una presa; y sus pies solo le sirven para correr o saltar; por cuya circunstancia le han aplicado el nombre de mensajero. Rara vez emplea las alas en el vuelo; pero la naturaleza las ha provisto de ciertas eminencias óseas, especies de apófisis del metacarpo, las cuales, aunque obtusas y redondeadas, constituyen unas armas ofensivas y defensivas más terribles que las garras. Persigue y ataca corriendo a las serpientes; siendo la pelea empeñada entre ambos animales, un espectáculo que rebosa de interés. Atacada la serpiente, se para, se endereza, y amenaza al secretario con terribles silbidos y con el cuello hinchado: este entonces extiende una ala, y se la presenta a modo de un escudo que lo cubre entero; arrójase la serpiente, y su enemigo agita el ala con rapidez, hiere al reptil, dando luego un salto y retrocediendo: así da otros brincos en todas direcciones; de modo que fuera un espectáculo muy divertido, a no tratarse de la muerte de uno de los combatientes. Vuelve a la carga el ave, presentando siempre la punta del ala a los colmillos del reptil, quien agota su veneno mordiendo las insensibles penas; mientras tanto con el ala libre le sacude el ave repetidos y mortales aletazos, como con una fuerte maza. Aturdido el reptil con tan multiplicados ataques, pronto recibe el golpe de gracia que le rompe el espinazo, y se arrolla en el polvo; entonces su contrario lo coge con presteza con el pico, lo arroja al aire, y al caer privado de sentido, el vencedor le rompe los sesos y lo devora. El sabio naturalista inglés Smith dice haber visto a un secretario coger con el pico y las patas una gran serpiente, a la cual había antes aturdido y derribado de un fuerte aletazo, elevarse con la presa perpendicularmente en los aires, y soltarla luego desde grande altura, a fin de acabar con ella del todo y poderla despedazar con entera seguridad.

Esta ave, pues, puede hacer grandes servicios en los países donde vive limpiándolos de los reptiles venenosos que los infestan; así es que la han importado a las Antillas francesas para librar al país de la víbora hierro de lanza, o trigonocéfalo amarillo que abunda especialmente en la Martinica, y cuya mordedura mata con instantaneidad. Esta terrible serpiente, que se alberga en los plantíos de caña de azúcar, y hasta a veces penetra en las casas, tiene de 6 a 7 pies de longitud, y se arroja como una flecha a los pequeños mamíferos, a las aves, y hasta ataca al hombre.

El secretario no come solamente serpientes, sino otros reptiles y grandes insectos. Véase lo que constituye una comida de esta ave: Levaillant encontró en el estómago de un individuo de esta especie 21 tortuguitas enteras, entre las cuales había algunas que tenían dos pulgadas; 11 lagartos de ocho pulgadas de largo; 3 serpientes de dos pies y medio; cuyos animales tenían todos taladrado el cráneo; además contenía una multitud de langostas y grandes coleópteros; y por último, un pelotón de vértebras, estuches de insectos y escamas de tortuga, residuo de las precedentes comidas y destinado a ser provocado por el vómito.

El mensajero construye el nido en forma complanada en los árboles o en los matorrales, cuyas ramas separa y le sirven de apoyo para el nido, echando retoños que subiendo a mayor altura le forman como un muro que lo hace invisible e inaccesible. Los polluelos crecen con tal lentitud, que dura cinco o seis meses; entonces su andar es desagradable; pero cuando el animal es adulto, su porte es ágil y lleno de dignidad, pues cuando no persigue a una presa camina con lentitud y calma. Cuando le persigue un cazador, huye corriendo, y solo toma el vuelo cuando le persigue a caballo y a galope; aunque nunca se eleva mucho, y vuelve al suelo a poco rato. Es desconfiado, astuto y muy difícil de llegarle tiro, pues lo llano de las comarcas donde vive le permite ver entorno suyo a grande distancia. Esta ave tan particular es domesticable, y los habitantes del Cabo de Buena Esperanza la crían para que les libre de ratones y de los reptiles que se introducen en sus gallineros; vive bien con las demás aves domésticas; aunque debe tenerse cuidado de no dejarle en ayunas, pues por poco que el hambre la hostigue sacrifica a sus comensales; por lo demás es de índole tranquila, y cuando se levanta alguna riña en el corral acude a poner en paz a sus habitantes.

El mensajero.

Familia de las rapaces nocturnas Vamos ahora a estudiar la familia de las aves rapaces nocturnas. Estas tienen, según ya dijimos, la cabeza gruesa; el cuello sumamente corto; los ojos hacia delante y en extremo grandes; siendo su retina tan impresionable a la luz, que les basta con poquísima cantidad. Esto hace que no puedan sufrir la claridad del día sin quedar deslumbradas; al paso que durante el crepúsculo distinguen perfectamente los objetos menos iluminados. Tienen también el oído delicadísimo, por efecto de las grandes cavidades del cráneo que tienen comunicación con su aparato; los ojos se hallan rodeados por un cerco de plumitas erizadas, de las cuales las anteriores cubren la membrana del pico, y las posteriores los orificios del oído. Su pico es comprimido, y corvo desde la raíz; las barbillas de las plumas son blandas y suaves, y al volar no producen ruido alguno, lo cual les permite acercarse a su presa sin ser sentidas. Las rapaces nocturnas devoran sus víctimas sin desplumarlas ni desollarlas; sino que por un particular mecanismo las partes duras son separadas envueltas en la piel, y en seguida el ave las vomita en forma de pelotillas. Puesto el sol, óyese el graznido áspero y lúgubre del ave de rapiña, el cual siembra el espanto en los alrededores entre los diferentes animalejos, que huyen o se esconden. Durante el día duerme en su agujero; y si casualmente sale del mismo y se muestra a la luz, su aparición es una fiesta para los pajarillos del contorno, quienes acuden a porfía a insultarla y a provocarla con su gritería y sus picotazos: el ave nocturna no trata de defenderse, sino que se encoge y agacha tomando las actitudes más estrambóticas, aguardando a que la vuelta del crepúsculo le permita tomar venganza yendo a buscarles en sus propios nidos. En este odio instintivo que tienen los pajarillos a su opresor se funda la caza al reclamo: basta colocar una lechuza o mochuelo, y aun tan solo contrahacer su voz para atraer a un sitio, que de antemano se ha untado con liga, todos los pájaros de las cercanías. Esta especie de caza conociéronla los antiguos pues de ella habla Aristóteles; verifícase una hora antes de ponerse el sol, porque entonces es fácil coger las avecillas; pero apenas ha empezado el crepúsculo, que el grito de la lechuza las llena de terror y hace huir.

EL GRAN DUQUE

La familia de las rapaces nocturnas es tan natural, que de ella se ha hecho un solo género, dividido en varias secciones según son sus penachos, la magnitud de las orejas, y la extensión de las plumas que rodean a los ojos: este es el género Strix de Linneo, cuyas especies más interesantes vamos a dar a conocer.

La sección de los mochuelos tiene por caracteres un disco de plumas delgadas que rodean a los ojos; garzota móvil; la concha de la oreja grande y provista anteriormente de una membrana que la cubre; y en fin el tener los pies con plumas hasta las uñas.

El MOCHUELO COMÚN (Strix otus, LIN.). Es común en Francia y tiene 13 pulgadas desde la parte superior de la cabeza hasta la extremidad de la cola; su plumaje es leonado con manchas pardas oblongas en la espalda y partes inferiores; en las alas y el dorso tiene rayas pardas; las garzotas son largas como la mitad de la cabeza, y en la cola se ven ocho o nueve fajas pardas. Esta ave regularmente se alberga en las peñas, en los edificios arruinados y en los huecos de antiguos árboles; durante la noche despide su voz plañidera, grave y prolongada. De ella se sirven los cazadores como de reclamo para cazar pájaros. Muy raras veces construye nido, sino que se apodera de los que abandona la urraca, el cuervo, o el pernóctero. Cuando no halla pájaros, da caza a los turones y campañoles, acude a las granjas en busca de ratones y vuelve a su retiro al amanecer.

La LECHUZA (Strix ulula, LIN.). Hállase difundida casi por todo el globo; regularmente se abriga en las peñas, ruinas, canteras, lejos de las habitaciones; su altura desde la cabeza a los pies es de unas 13 pulgadas; su plumaje se asemeja al del mochuelo común; no tiene rayas reticuladas en la espalda y sí manchas oblongas en el vientre; solo el macho tiene garzotas, pero muy pequeñas, y las levanta rarísima vez. En algunos países la lechuza no disgusta a los labradores, por cuanto limpia los campos de los turones que los infestan.

LECHUZA.

La LECHUZA CONEJERA (Strix cunicularia, LIN.). Vive en América; su plumaje es pardo superiormente y blanco en las partes inferiores; sus pies son velludos y están llenos de tubérculos; el pico es blanco verdoso: cobíjase en las madrigueras que han abandonado las zorras y armadillos; pero no las excava él mismo como durante mucho tiempo se había creído. Duerme de día, y en los crepúsculos de la mañana y de la tarde sale a caza de pequeños roedores, reptiles, e insectos de que se alimenta. De todas las aves nocturnas es la que mejor soporta la luz del día.

Las Lechuzas se diferencian de los mochuelos por la falta de garzotas.

La LECHUZA GRIS DEL CANADÁ (Strix nebulosa, LIN.). Tiene la cabeza, el cuello, el pecho, la espalda y las coberteras de las alas de color pardo, con manchas blancas; el vientre blanco sucio con rayas pardas; la cola de este último matiz, y en su extremidad blanca a más de algunas fajas de este color. Es gran destructora de gallinas, ratas, lebratillos, conejos y pájaros; en especial va en busca de cierta rana parda, de modo que en la Luisiana la creen piscívora. Sus gritos, según dice Audubon, pueden compararse al modo de reír de un petimetre: uaha uahaha. Permanece constantemente en la Luisiana, aunque se encuentra también en los bosques aislados, al anochecer y aun a la mitad del día. Cuando el tiempo amenaza lluvia repite esta ave más fuertes sus risotadas, penetra en los lugares más escondidos, donde sus iguales le contestan con gritos extraños y disonantes. Al paso que puesto el sol ataca a los animales de que se alimenta; de día es tan medrosa, que la obligan a huir los pajaritos, y aun hasta que se le presente una ardilla.

Las azumayas o brujas tienen las orejas en la misma disposición que los mochuelos pero en lugar de tener el pico corvo desde la raíz, es recto y solo encorvado en la punta. Carecen de garzotas, y de pelos en los dedos.

Lechuza azumaya.

La AZUMAYA o BRUJA (Strix flammea, LIN.). Es una especie común en Francia, y que se halla esparcida por todo el globo; tiene unas 14 pulgadas de longitud desde la punta del pico a la extremidad de la cola; la espalda matizada de leonado y ceniciento, con vistosos puntos blancos, colocado cada uno en medio de otros dos puntos negros; el vientre unas veces es blanco y otras leonado, con mosqueaduras pardas o sin ellas. Esta ave es la que el vulgo llama lechuza de los campanarios. Su voz lúgubre, que hace oír en medio del silencio de la noche llena de terror al vulgo crédulo, y ha dado pie para mil consejas. Puede llamarse doméstica puesto que vive en las ciudades más populosas; durante el día se mantiene recogida en los campanarios, torres y otros edificios altos, de donde no sale hasta la hora crepuscular. Su canto, unas veces sibilante, otras áspero y lúgubre, unido a la proximidad en que los campanarios donde se abriga se hallaban antes con respecto a los cementerios, y el campear la lechuza durante las silenciosas horas de la noche, difunde tal terror en los ánimos preocupados, que consideran a la lechuza como nuncio de muerte y del más siniestro agüero.

Los Alucones, se diferencian de las lechuzas comunes por su concha reducida a una cavidad oval, que aún no ocupa la mitad de la altura del cráneo; tienen los pies cubiertos de plumas hasta las uñas.

El ALUCÓN o LECHUZA SILVESTRE (Strix aluco). Pertenece a esta división: es algo mayor que el mochuelo, de cuyos hábitos participa enteramente; su cuerpo está lleno de manchas oblongas transversas y como dentelladas en su contorno lateral; presenta a más otras manchas blancas en los hombros y hacia el borde anterior del ala; el fondo del plumaje es parduzco en el macho, y rojizo en la hembra, lo que durante mucho tiempo los hizo tomar por especies distintas; tiene esta ave unas 15 pulgadas de alto.

El AUTILLO (Strix stridula). Se diferencia del antecedente tan solo en tener 12 pulgadas de altura, en que su canto no es tan confuso, y se parece a un aullido lejano; el cual imita el cazador en la caza al reclamo.

Los búhos están provistos de garzotas lo mismo que los mochuelos, y tienen la concha orejas pequeña como los alucones.

El GRAN BÚHO (Strix buho, LIN.). Es la mayor de las aves rapaces nocturnas, puesto que su longitud es de unos 2 pies; su librea es de color leonado con una raya y puntos pardos en cada pluma: este último color predomina superiormente, y el leonado en las partes inferiores; las garzotas son casi del todo negras. El gran búho es bastante común en los extensos bosques del Este de Europa, y hasta abunda en Francia; se alimenta de liebres, conejos, topos, turones y los hace salir con su terrible canto que resuena lúgubre en medio del silencio de la noche. Según dicen, llega a atacar hasta a los corzos tiernos: come también reptiles, con los que nutre a sus polluelos. El nido del gran búho tiene 5 pies de diámetro, y se compone de tronquitos entrelazados, de raíces flexibles que cubre interiormente con hojarasca: su cría consta de dos o tres polluelos; los cuales siendo en extremo voraces, necesitan la mayor actividad de sus padres en la caza para poder satisfacer el hambre. Estos se baten con los pernócteros para arrebatarles la presa. Puede decirse que el gran búho es el menos nocturno de las aves de que vamos tratando, pues es la que más temprano sale de su retiro al ponerse el sol, y la que lo verifica más tarde después de amanecido.

El BÚHO DE VIRGINIA, o GRAN BÚHO CON CUERNOS (Strix virginiana, LIN.). Pertenece a la América septentrional. Su tamaño es casi igual al del gran búho; su cuerpo superiormente es pardo con rayas delgadas, unas rojas y otras grises; en las partes inferiores es pardo ceniciento, con estrías transversas pardas; la garganta y los costados son anaranjados con manchas negras. En las noches puede vérsele cómo vuela rápido y silencioso en busca de presa.

Sobre el búho de Virginia dice Audubon lo siguiente: «El marinero que baja por el gran río observa al cazador nocturno que pasa volando por encima de su harca con las alas extendidas; traspasa los collados, o baja, o se eleva por los aires semejante a una sombra, o en fin desaparece en el bosque. La barca, que entretanto va siguiendo las sinuosidades del río, pronto llega a una ensenada inmediata a un campo recién labrado; la luna arroja su pálida claridad en la cabaña del colono; en el campo que la rodea vese un árbol que la segur ha perdonado y sirve de dormitorio a la volatería doméstica: entre esta se halla una clueca que está empollando. Entonces el búho, cuya vista penetrante ha descubierto ya su presa, ciérnese circularmente en torno del ave meditando el ataque. Pero la clueca es más vigilante que el búho; levántase, agita las alas y cloquea tan ruidosamente, que despierta a todos los gallos y gallinas sus compañeros: entonces la alarma y vocería se hace general, en términos que despierta al colono; este sale con la escopeta preparada, y al descubrir al merodeador con plumas, parado en una rama, dispárale el arma, y un solo tiro restablece la calma en el gallinero.»

El búho de Virginia tiene el vuelo elevado, rápido y elegante; se cierne con suma facilidad abarcando un extenso círculo, sin más que dar una ligera inclinación a las alas y a la cola. De cuando en cuando roza silenciosamente el suelo con velocidad, y arrebata su presa e improviso; a veces se para de repente en alguna empalizada; sacude las plumas, y despide una voz terrible, la cual ya es semejante a los aullidos de un perro que perdió a su amo, ya combina sonidos ásperos y confusos, de modo que parecen los últimos quejidos de un hombre asesinado que tratase en vano de llamar socorro; a veces, a pesar de hallarnos de él sólo a cincuenta pasos de distancia, su voz parece que viene de una milla lejos. Mientras exhala tan disonantes voces, balancea su cuerpo, en especial la cabeza, toma las actitudes más grotescas, y entre cada grito produce con el pico un chasquido como por vía de pasatiempo, o amuela la punta del pico, lo mismo que amuela sus colmillos el jabalí.

Las gallináceas casi adultas, las gallinas, faisanes, pollos, patos, conejos y oposumes forman el pasto ordinario de esta rapaz, que come también los peces muertos que acaso las olas arrojan a la orilla. Encuéntrasele en las riberas de los ríos y lagos en todas estaciones; gústale dormir en los algodoneros y sauces de las inmediaciones de los pantanos, donde se mantiene derecho, con el plumaje apretado, las garzotas bajas y la cabeza apoyada en el hombro. Cuando buce sol puede uno aproximársele; pero si el día es nebuloso, levanta luego la cabeza y las garzotas, y huye lejos de aquel sitio. A fines del invierno llega para él la estación de la puesta: entonces los ridículos gestos y estrambóticas evoluciones que esta ave hace para agradar a la hembra son verdaderamente indescriptibles; pues consisten en corvetas, medias vueltas, contorsiones y chasquidos dados con el pico; lo cual forma un espectáculo capaz de disipar la más negra melancolía; cuando la hembra admite el homenaje, responde imitando los mismos meneos y pantomimas del compañero, y juntos vanse a construir el nido en alguna rama principal de un árbol inmediata al tronco. Exteriormente está el nido formado de tronquitos tortuosos, y en el interior entapizado de plumas y de yerbas blandas. Tiene un diámetro de 3 pies; el macho comparte con su compañera los cuidados de la incubación; y los polluelos, que son en número de tres a seis, no salen del nido hasta hallarse enteramente cubiertos de plumas, en cuya ocasión van siguiendo a los padres pidiendo alimento con acentos plañideros.

Los Autillos carecen de garzotas; tienen la concha de la oreja oval y apenas mayor que las demás aves; el disco de plumas delgadas que les rodea los ojos es más pequeño e incompleto que en los búhos. Semejante organización los acerca a las diurnas; y en efecto, varias de ellas cazan lo mismo de noche que de día.

El HARFANGO (Strix nyctea, LIN.). Es la mayor de las rapaces nocturnas desprovistas de garzotas; pues su tamaño iguala al del bilbo, si bien tiene la cabeza mucho más pequeña; las alas no pasan de la mitad de la longitud de la cola; las cuatro primeras penas son dentadas a modo de sierra; el plumaje es blanco como la nieve, con manchas negras, que van desapareciendo a medida que el ave envejece; el pico negro y casi del todo oculto entre plumas descompuestas; los pies están revestidos de plumas hasta las uñas; por último, la cola es corta. Esta ave vive en el norte de Europa, Asia y América; y apenas se encuentra alguna más acá de Suecia: caza a la mitad del día, y anida en los peñascos escarpados, o en los añosos pinos de los países glaciales. Pone dos huevos blancos y manchados de negro, y se alimenta de pequeños mamíferos.

La LECHUZA DE TENGMALM (Strix Tengmalmi, LIN.). Es tan pequeña, que no aventaja su tamaño al de un mirlo; lo mismo que la antecedente, tiene las alas cortas y los dedos cubiertos de plumas: el macho es superiormente de un rojo parduzco con matices negruzcos; en la cima de la cabeza y en el cuello se ven manchas blancas redondeadas; el pico es amarillo, lo mismo que el iris, que a más es muy brillante. La hembra es algo mayor; la llaman rubia; las partes superiores son parduzcas, con manchas blancas redondeadas encima de la cabeza y en las penas de las alas; otra mancha negra se observa entre el ojo y el pico; las partes inferiores están entreveradas de blanco, y también el plumón que viste los pies y los dedos. Esta especie vive en Noruega, Rusia, Alemania, y hasta en Francia, donde se alberga en los bosques de abetos. Pone dos huevos enteramente blancos, y hace el nido en los ecos de los árboles. Por último, aliméntase de falenas, escarabajos, y también de pajarillos tiernos o enfermos.

Lechuza Tegmalm.

La PEQUEÑA LECHUZA (Strix passerina, GMEL.). Es aún más pequeña que la antecedente, siendo casi igual su plumaje; cúbrenle los pies, en lugar de plumas, pelos muy claros; tiene la cola corta, con cinco fajas anchas de color claro. Rara vez se alberga en los bosques, pues prefiere los muros antiguos o medio derruidos. No es enteramente nocturna; da caza a los gorriones, y en particular coge con suma destreza las ratas. Despluma las avecillas antes de despedazarlas en lo que se diferencia de la mayor parte de rapaces nocturnas, quienes devoran su presa entera sin quitarle las plumas.

Los Scops forman la última sección del género Strix, y solo difieren de las de la antecedente por sus garzotas semejantes a las de los búhos y mochuelos. Existe en Francia una especie y es la siguiente:

El PEQUEÑO BÚHO (Strix scops, LIN.). Esta ave apenas llega al tamaño de un mirlo; tiene el plumaje ceniciento, con visos de color leonado, y vistosamente salpicado de manchitas oblongas, negras, y de líneas undulosas grises; presenta una serie de manchas blanquizcas en las penas escapulares; cada garzota se compone de seis a ocho plumas. Este animal es de grande utilidad al labrador, puesto que hace continua guerra a los ratones campesinos, que tanto daño causan en los granos.

Orden de los Páseres Antes de entrar en la historia natural de los páseres, que constituyen el segundo orden de la clase de aves, permítasenos dar algunas noticias relativas a Francisco Levaillant, antecesor de Santiago Audubon, y que hizo en el África meridional lo que este último en la América del norte. Ambos a dos nacieron en el Nuevo Mundo, ambos tuvieron por primer espectáculo la pompa de las selvas vírgenes y primitivas y la majestad del Océano; ambos quisieron apropiarse las maravillosas producciones de la naturaleza de los trópicos para describirlas; y ambos, en fin, sacrificaron la vida material y positiva al cumplimiento de la misión que recibieran del destino. Si Audubon tiene sobre Levaillant la ventaja incontestable de un talento descriptivo y de una expresión iconográfica, Levaillant debe ser considerado como el maestro de Audubon y su modelo; pues fue el primero que desempeñó el papel de viajero emprendedor, explorador sagaz, colector infatigable, cazador consumado y observador paciente y exacto.

Nació Levaillant en 1753 en la Guyana holandesa. Su padre, comerciante acaudalado originario de Metz, era a la sazón cónsul en Paramaribo, y tenía grande afición a los viajes y a la historia natural, lo cual decidió la vocación del hijo. Francisco desde la infancia reunía colecciones de insectos y de plantas, y en su casa criaba pájaros y monos. En esa época le aconteció una desgracia, que fue la causa de su primer pesar de naturalista. Habiendo dejado su mono solo en el pequeño museo que había reunido, lo encontró a la vuelta que se entretenía comiéndose los insectos que tenía clavados con alfileres en unas cajas. La colección entomológica quedó en el mayor desorden, pero el goloso mono que se había tragado algunos escarabajos con las agujas que los sujetaban, murió de resultas de tan indigesta comida.

A los diez años vino Levaillant a Europa con su familia; recorrió la Alemania, la Lorena, los Vosges, siempre cazando, disecando y aumentando su tesoro. A los veinte de edad llegó a París, donde pasó tres años visitando y examinando las colecciones de esa capital y enriqueciendo la suya. Pero de repente sobrecoge a su alma una inmensa ambición, ocurriéndole la idea nada menos que de emprender una expedición al África meridional, país muy poco conocido todavía; y desde aquel instante nada fue capaz de detenerle en Francia. «El interior del África, dice, parecíame un Perú; era una tierra virgen, y el entusiasmo me hacía tomar interiormente por el hombre privilegiado a quien estaba guardada aquella empresa.» En efecto, partió para Holanda, y en 1780 se embarcó en un buque de la Compañía de las Indias, que en tres meses lo condujo al cabo de Buena Esperanza. Empezó su expedición bajo tristes auspicios; pues apenas desembarcado, con el afán de aposesionarse del país, dio principio a sus investigaciones en el litoral, sin aguardar a que fuesen desembarcados su equipaje y sus colecciones, las cuales eran preciosas por sus aves y mamíferos; cuando la flota holandesa estacionada en la bahía de Saldaña viose de improviso atacada por los ingleses; las embarcaciones mercantes fueron a estrellarse en la costa; y Levaillant, que a la sazón estaba haciendo una cacería a lo largo de la costa, vio estallar en su presencia el buque que contenía todos sus efectos; y a más, viose precisado a emprender la fuga, supuesto que a sus pies llegaban las balas inglesas que surcaban la arena de la playa. Desde entonces sus haberes quedaron reducidos a su escopeta de caza, al ligero vestido que llevaba puesto, y a la cantidad de diez ducados. Pero como con sus modales francos y benévolos habíase granjeado amigos en aquella colonia, solo fue momentánea su necesidad: el colono Slaber lo acogió en su casa, donde fue a buscarle Boers, fiscal de la colonia, lo llevó al cabo de Buena Esperanza, y muy en breve, colmado de beneficios por este hombre generoso y otros colonos principales, pudo dar comienzo al gran viaje que meditaba.

El día 18 de octubre de 1781, unos nueve meses después de su llegada, partió del Cabo hacia el interior del África dirigiéndose al este. «Fue entonces, dice él mismo, cuando entregado del todo a mí mismo, volví al estado primitivo del hombre, y por la vez primera respiré el aire puro y delicioso de la libertad.» Su acompañamiento era considerable, pues lo constituían grandes carretones, cargas de armas, jaurías, un tropel de hotentotes para servirle, y además rebaños para alimentar a tantos hombres y animales. Levaillant, que a pesar de su juventud conocía el corazón humano, estableció en su pequeño ejército una severa disciplina: cada cual tenía señalado el puesto que debía ocupar, y las respectivas atribuciones; todos le miraban como a un monarca absoluto; y en efecto, era el Alejandro de la historia natural yendo a la conquista del reino animal al través de las inmensas soledades del África. Su traje pintoresco, su sombrero adornado con un plumero de plumas de avestruz; su fiel escopeta, que nunca apartaba de sí; la bandera que hacía plantar a los umbrales de su tienda como señal de autoridad y de mando; su prudente firmeza, su talento ingenioso y fecundo en expedientes, y la ciega adhesión de los hotentotes; todo en una palabra era adecuado para imponer respeto a las tribus que hallaba tal vez en su camino.

En esta expedición recorrió a lo largo la costa oriental del África; y después de diez y seis meses de ausencia regresó al cabo de Buena Esperanza; donde en vez de entregarse al descanso, desde luego se ocupó en buscar medios para una segunda correría. El 15 de junio de 1783 púsose en viaje con una comitiva aún más numerosa que la de la primera vez; puesto que se componía de 19 hotentotes, 13 perros, 3 caballos y 52 cabezas de ganado: tres grandes carros conducían todos sus efectos. El designio de Levaillant fue en esta segunda expedición atravesar el África del sud al norte pero muy pronto se le opusieron insuperables obstáculos: la aridez del suelo y la falta de agua causó la muerte a la mitad de los animales de carga, de modo que se vio en la precisión de abandonar parte del equipaje en la orilla izquierda del Orange; y seguido tan solo de algunos fieles hotentotes, dirigiose a explorar las comarcas más accesibles.

Al paso que iba adelantando por aquellos países desconocidos, tomaba por guías sucesivamente a los naturalistas de cada horda, cuyo afecto se ganaba con su franqueza y buen trato, con su audacia, su prudencia, y sobre todo con regalos oportunamente repartidos; y así fue como de un punto en otro llegó hasta el país de los Bosquismanes, cuyo afecto se granjeó, no obstante que eran el terror de todas las hordas vecinas. Con su ayuda se propuso llevar a cabo el grandioso proyecto que había formado de atravesar diametralmente el África; sin embargo, tuvo que renunciar al cumplimiento de sus esperanzas. Acompañado de bosquismanes penetró hasta más allá del trópico de Capricornio, a 300 leguas del Cabo; en seguida regresó a su campamento a la orilla del Orange, y emprendió de nuevo la ruta hacia el cabo de Buena Esperanza, a donde llegó después de mil fatigas, privaciones y peligros, pasados diez y seis años de ausencia. En 1784 partió del Cabo, regresó a Francia con sus tesoros zoológicos, y se ocupó en la publicación de sus dos viajes, y en el arreglo de sus colecciones. La relación de sus aventuras ofrece todo el interés de una novela; sus grandes cacerías son dignas de los héroes de Homero; en ellas componen la caza elefantes, jirafas, rinocerontes e hipopótamos: las tranquilas veladas del bivac interrumpidas por la nocturna visita del terrible león que divaga al rededor del campamento, que aunque permanece silencioso y oculto, no deja por ello de aterrorizar instintivamente a todos los animales de la caravana; el hospitalario acogimiento dado a Levaillant por las hordas salvajes que iba a visitar; los pormenores que nos dan a conocer las costumbres de los buenos hotentotes; los variados incidentes de la vida nómada, y finalmente los padecimientos y peligros del viaje, inspiran al lector vivísimo placer y entusiasmo. Siente este un interés profundo por el desgraciado naturalista, a quien devora la sed, y que tendido en el suelo, aguarda con ardiente ansiedad la tempestad bienhechora, cuyas señales precursoras van anunciándole sucesivamente los hotentotes; uno se siente refrescar juntamente con él por las gruesas y abundantes gotas de lluvia, a las que presenta con afán el abrasado pecho; compartimos así su desaliento, cómo sus esperanzas y alegría, cuando tras largas jornadas de marcha por áridos arenales, ve aparecer una yerba delicada, anuncio de la cercanía de agua; haciéndose oír a poco los lejanos mugidos de las olas del Río Grande, hacia el cual corren presurosos, hombres, caballos, bueyes y carneros para tomar un delicioso baño. El interés de esta relación es tan fuerte, que no han faltado envidiosos que han puesto en duda la veracidad del autor. El viajero Barrow acusó a Levaillant de haber inventado nombres de pueblos salvajes que nunca han existido; pero el misionero Campbell, menos escéptico, o acaso menos envidioso que Barrow y que Lichstenstein, reconoció la exactitud de Levaillant en todo lo concerniente a las costumbres y usos de los hotentotes.

Tocante a las colecciones, que componían su única riqueza (puesto que sus expediciones le arruinaron casi completamente), presentolas al gobierno; pero los apuros de la revolución retardaron la compra: mientras estaba redactando sus obras, fue puesto en la cárcel como sospechoso, y solo debió salvar la vida a la reacción del 9 termidor. Por último, el gobierno comprole una parte de la colección, pagándola en obras duplicadas de las bibliotecas nacionales; y lo restante vendiose al ornitologista Temminck, y pasó a Holanda. Este triste resultado de tantas fatigas, trabajos y sacrificios, hirió profundamente el alma de Levaillant, de lo que se resiente el tono general de todos sus escritos: en ellos vemos al hombre que conoce sus méritos, y que se indigna al verse desconocido. Falleció en 1824, a los 71 años de su edad, en una pequeña hacienda que poseía en Noue, cerca de Sezanne.

A más de la relación de sus viajes, dio al público 12 tomos en folio sobre las aves de África, de América, y de las Indias. Esa obra inmensa, que asegura la inmortalidad a su autor, no brilla con respecto al estilo; pues Levaillant no estaba muy práctico en escribir; así fue que Casimiro Varón y Legrand d'Aussy redactaron sus obras; con todo, no debemos dar a semejante redacción más que una importancia simplemente gramatical; pues los pensamientos, y hasta las expresiones, pertenecen a Levaillant, como lo prueban sus cartas particulares, donde se hallan las mismas ideas y de idéntico modo expresadas que en sus libros. Por lo demás si la forma es algunas veces incorrecta, y otras un tanto declamatoria, el fondo es notabilísimo bajo el aspecto de la historia natural: en él admiramos al sagaz observador de las costumbres de las aves, la exacta descripción de estas y de sus caracteres exteriores, una juiciosa determinación de las especies y artificios sutiles de la caza. Añádanse las preciosas láminas del dibujante Barraband, y deberemos confesar que las obras de Levaillant son un monumento imperecedero como la ciencia.

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Hemos hablado ya de los caracteres negativos que distinguen a los páseres: estos no son rapaces, ni nadadores, ni zancudos, ni trepadores; y en su mayor parte se alimentan de granos, frutos o insectos. Los granívoros tienen el pico grueso y cónico; los insectívoros prolongado, para poder zamparse vivos los insectos; algunos hay de pico bastante fuerte para permitirles atacar a los menores pajarillos. Las piernas en las aves de este orden son cortas, o no muy largas; los dedos por lo regular endebles, y en número de cuatro: tres anteriores, y uno posterior; los dos externos se hallan unidos por la raíz; las uñas son delgadas y poco corvas; la garganta musculosa; algunos tienen muy desarrollada la glotis inferior, y son los pájaros cantores.

Forman los páseres un orden muy natural, puesto que todas las aves de que consta ofrecen una gran semejanza en su estructura; sin embargo, aunque es fácil separarlos de los órdenes inmediatos, no lo es determinar entre ellos subdivisiones bien marcadas, a causa de las transiciones casi imperceptibles que conducen de uno a otro género. Cuvier los clasifica según la conformación de los dedos y del pico, dividiéndolos en cinco familias; y en las subdivisiones de estas ha sabido conservar con admirable sencillez los grandes géneros de Linneo, que los autores dejaron sin compasión desmembrados, dando nuevo nombre a cada sección y destruyendo así la más preciosa utilidad de la nomenclatura de Linneo, cual es la de reunir bajo un solo nombre genérico un gran número de especies. Aprovecharemos esta economía de lenguaje, tan favorable a la memoria, y que Linneo transmitió a Cuvier, quien la consideraba como una de las más felices innovaciones del reformador de la ciencia.

Familia de los Dentirrostres La primera familia de los páseres es la de los dentirrostres, voz que significa pico dentado; y en efecto, el pico presenta en estos una escotadura a cada lado de la punta del pico, y estas escotaduras correspondientes a dos puntas o dientes de la mandíbula superior, comunican al pájaro la facultad de desgarrar una presa blanda. La mayor parte de los dentirrostres son insectívoros, si bien comen bayas y otras frutas tiernas.

Pega rebordas El género de las pega rebordas tiene el pico fuerte, cónico o deprimido, y más o menos ganchoso en la punta, lo cual las aproxima a las rapaces, entre las que algunos naturalistas las colocaron. Las especies de este género son muy crueles, aliméntanse de presa viva, cogen grandes insectos, y atacan a los reptiles, mamíferos y pájaros de reducido tamaño.

La PEGA REBORDA COMÚN o GRIS. (Lanius excubitor, LIN.). Es la especie más común en Europa; tiene unas 9 pulgadas; la cima de la cabeza, la nuca, la espalda y las coberteras de la cola son de un pardo ceniciento claro; las alas y la cola negras, lo mismo que una faja que tiene al rededor de cada ojo; la garganta, el pecho y demás partes inferiores blancas, así como la raíz de las remeras primarias, el extremo de las remeras escapulares, y el borde externo de las dos rectrices laterales; los ojos, el pico y los pies son negros. La hembra tiene el vientre algo grisáceo, y del mismo color lo tienen las jóvenes, y a más muchas rayas circulares pardas. El canto de este pájaro es trui, trui; y lo repite sin cesar cuando está parada en la cima de algún árbol: es valiente, y no siempre huye al acercársele el cazador; defiende su nido de los ataques del cuervo con tal firmeza que le obliga a huir. Vive de insectos que coge al vuelo; aunque come también ratones campestres y hasta pajarillos, cuyas carnes despedaza después de haberles comido los sesos. Anda en las bifurcaciones de las ramas inmediatas al tronco principal, y pone seis huevos blanco- rojizos con manchitas pardas. Es pájaro que no emigra.

Pega reborda común.

El DESOLLADOR (Lanius collurio, LIN.). Habita igualmente en Europa: su tamaño es de 6 pulgadas; tiene la parte superior de la cabeza de color ceniciento azulado, y también la parte superior de la espalda, nácele junto al pico una faja negra que rodea los ojos, y va a perderse en el orificio de las orejas; la garganta y el vientre son blanquizcos; el manto y coberteras de las alas de un rojo-pardo; las remeras negras y en los bordes leonadas; las rectrices del medio también negras, y las laterales blancas en su origen. El desollador destruye los pajaritos, los lagartos, ranas, y sobre todo los insectos, a los cuales ensarta en los aguijones de los espinos y zarzales. El nombre de desollador viene del modo como desuella a sus víctimas después de haberlas ensartado en las espinas de los matorrales. Dicen que a fin de atraer a los pájaros imita sus cantos, aunque semejante astucia solo le sale bien con los jóvenes. Anida en los arbustos; llega a nuestro país en la primavera, y lo abandona en el otoño.

Pega reborda fiscal.

El FISCAL (Lanius collaris, LATH.). Esta especie pertenece al África, tiene 9 pulgadas de longitud como la pega reborda europea; la cabeza, la cerviz y el manto pardo negruzco; las alas negras con una mancha blanquizca en el centro de las penas; mayores, cuyos bordes son blancos, la cola es más larga y ancha que la de la pega reborda común, con las dos rectrices del medio negras. Abunda esta especie en el Cabo de Buena Esperanza: es infatigable en la caza; desde que divisa una langosta, una manta o un pajarito, se arroja a él, lo coge, y va a colgarlo de una zarza. Esta última maniobra la practica siempre de modo que la espina traspase la cabeza de la víctima; y cuando el arbusto no es espinoso, entonces sujeta con destreza la cabeza en la bifurcación de dos ramitas. Luego cuando al fiscal le aprieta el hambre va a recorrer sus horcas, y como las víctimas que más le gustan. A esta industria rapaz debe el nombre de fiscal, alusión nada lisonjera para la administración de justicia. El instinto destructor de este pájaro lo conduce a amontonar víctimas mucho más allá de lo que exige la necesidad, así es que la mayor parte se desecan en la horca. El fiscal es chillón, pendenciero, vengativo y enemigo de toda concurrencia; así arroja de sus dominios a las aves que se alimentan de las mismas sustancias que él; aunque por mucho que haga, estas siempre hallan medio de soplarle algunos de sus ahorcados.

El BACBAQUIRI (Lanius bacbackiri, SHAW.). Esta especie abunda también en el África meridional: no tiene el pico tan recio como las precedentes, y en su aire se acerca un tanto a los mirlos; su altura es de 7 pulgadas y media; las partes superiores son de un verde oliváceo; la cima de la cabeza, parda, y junto al pico le nace una raya negra, que bajando por los lados del cuello, se ensancha a modo de coraza en el pecho; cuya particularidad le ha dado el nombre vulgar de mirlo con collar; la garganta y partes inferiores son amarillas, y el pico y los pies negros. Esta especie es poco arisca y muy vocinglera. Por el sonido particular de su canto se le ha dado el nombre bacbaquire. Sin embargo de ser mansa, no deja de participar del instinto sanguinario de sus congéneres. Se ha observado que viven en parejas y que hasta la muerte no se separan; anidan en espesos matorrales; durante el primer año los hijos siguen a los padres formando juntos una pequeña familia viviendo amistosamente, lo cual contrasta con la índole quimerista que muestran con las demás aves.

Los pardalotes son unas pegarrebordas muy pequeñas; tienen la cola corta y también el pico, el cual es algo comprimido y escotado cerca de la punta.

El PARDALOTE MOÑUDO (Pardalotus cristatus, VIEILLOT.). Es una especie perteneciente a la América meridional; su longitud es de 3 pulgadas; las partes superiores son de un verde oliváceo, que tira a amarillo; las plumas de la parte superior de la cabeza, de la frente y de la nuca son pardas en su terminación; junto a la nuca presentan un penacho colorado, las pequeñas coberteras de las alas son blancas en su mitad exterior; las remeras pardas, con los bordes exteriormente de un verde oliváceo; rectrices verdes y de mediana longitud; la garganta y partes inferiores de un hermoso amarillo, el cual es más subido en el cuello y parte anterior del pecho; el pico es negro y en el centro grisáceo, y los pies enteramente negros. Este pájaro se alberga en los montes, en las orillas de los manantiales de los ríos. Encima del espumoso lecho de estas aguas, que van despeñándose entre las rocas y dirigiéndose a la llanura, donde correrán tranquilas y silenciosas, inclinan los bambúes sus undulantes ramas, reunidas por medio de enredaderas; allí se ve revolotear continuamente a los pardalotes siempre a pares; saltar de rama en rama, beber el rocío que contienen las hojas de la tidlansia; y saciarse de suculentos frutos y de insectos. Con todo, a veces interrumpe estos festines un trágico acontecimiento. En las rendijas de los bambúes secos, mantiénese emboscada una araña monstruosa, la migala, de largas patas y robustas mandíbulas, cuya mordedura es ponzoñosa. En tanto que los pardalotes persiguen alegremente a los insectos entre las hojas sin el menor recelo, la migala desde la entrada de su agujero detiene a alguno de aquellos pájaros importunos, híncale en la garganta sus tenazas, y chúpale con afán la sangre, en presencia de su compañera, sobrecogida de terror. De esta suerte, aquel vertebrado que durante su vida había inmolado centenares de insectos a su hambre, viene a ser presa al fin de un articulado más poderoso que él: así la Providencia en su misteriosa sabiduría ha permitido esta sangrienta compensación.

Papamoscas Los papamoscas tienen el pico complanado horizontalmente, guarnecido de pelos en la base, y en la punta ganchoso. Dichos pelos laterales son bastante recios, y están sin duda destinados a impedir que se escape la presa. Los hábitos de los papamoscas son semejantes a los de las pegarrebordas: tienen los ojos grandes y perspicaces, y principalmente se alimentan de insectos; aunque los que tienen mayores fuerzas atacan a los pajarillos; habiendo dado Buffon a estos últimos el nombre de tiranos. Tenemos en Europa solo cuatro especies, tres de ellas, de paso en el mediodía de Francia, a saber:

El PAPAMOSCAS GRIS (Muscicapa grisola, LIN.). Es pardo oscuro, con los bordes de las remeras y de las rectrices de un blanco sucio, y algunas manchitas grises en el pecho: su longitud total es de 5 pulgadas y media. Esta especie coge los insectos al vuelo; mantiénese silenciosa y solitaria posada en la cinta de los árboles en los bosques y en los vergeles. Algunos crían este pájaro en las habitaciones para que destruya las moscas.

El PAPAMOSCAS CON COLLAR (Muscicapa albicollis, TEMMINCK.). Esta especie puede dar margen a varios errores por los cambios que experimenta el plumaje del macho en la estación de la cría: durante el invierno es, lo mismo que la hembra, pardo con una faja blanca encima del ala; al paso que en verano tiene el pico, los pies, la cabeza, la espalda, las alas y la cola negras, de cuyo color negro despréndese un blanco puro en figura de un medio collar en la cerviz, ocupando a más la frente, toda la parte inferior del cuerpo, el borde externo de la cola y por último formando una gran mancha en el ala y delante de esta otra más pequeña. Esta ave, así como la antecedente, hace el nido en el hueco de algún árbol, y lo entapiza con musgo y pelos de animales, frecuenta lo interior de los grandes y poblados bosques, mantiénese en la cima de los árboles, y no desciende sino en tiempo lluvioso en busca de presa, que para él consiste en mosquitos. En tiempo de la cría el macho adquiere un canto agradable semejante al del pitirrojo.

El BECAFIGO (Muscicapa luctuosa, TEMM.). El macho está sujeto a las mismas variaciones de plumaje que el antecedente; pero en él la nuca es negra lo mismo que la espalda; carece de pequeñas manchas en los bordes de las alas: en Provenza es bastante conocido con el nombre de verdadero becafigo. Es poco receloso; así, se le encuentra en las higueras, coge los insectos de la superficie de las hojas y de los frutos, y según Vieillot, come también higos cuando están maduros.

El LINDO (Muscicapa scila, VIEILL.). Es una especie muy hermosa y muy pequeña perteneciente al África meridional: tiene la cola escalonada, y con franjas blancas a cada lado de la misma, siendo negra en el centro, las remeras primarias son negras, y las últimas en parte son de color blanco, el cual va a confundirse con el del borde de las coberteras: los ojos son pardo-encarnados, y les comunica no poco brillo una mancha negra, que naciendo en el ángulo del pico, lo cruza y se extiende hasta la oreja; el centro de la garganta y del pecho presenta un matiz rojizo, el cual parece ser sangre que fluye de una herida; lo restante del plumaje es de un hermoso pardo azulado. Esta avecilla se pone en emboscada para coger a los mosquitos que se presentan a su alcance; y cuando pasa una bandada de estos insectos por cerca del lindo, se lo ve cruzar en todas direcciones y de un solo vuelo por aquella movediza coluna, cuyos movimientos sigue saciándose a su sabor. Én las horas más ardorosas del día en que los mosquitos se hallan en reposo, busca su sustento en los árboles; y entonces come orugas, arañas, etc.; su grito zí, zí, zit lo descubre en medio de la frondosidad de las ramas, donde la vista pudiera apenas distinguirle a causa de su agilidad y pequeñez.

El CORONADO (Muscicapa coronata, LATH.). Pertenece a una sección del género papamoscas, y su pico es largo y complanado; la punta de la mandíbula superior y sus escotaduras laterales son endebles, y tiene en la raíz del pico polos muy largos. La debilidad de estas avecillas no les permite dirigir sus ataques sino a los insectos: todas son extranjeras. El que Buffon llama papamoscas moñudo, o coronado, a causa de la cresta derecha y redondeada que corona su cabeza, tiene superiormente el cuerpo pardo, y las partes inferiores de un hermoso color encarnado, lo mismo que el moño y las partes laterales de la cabeza. La hembra carece de moño; sus colores son los mismos que en el macho, pero menos vivos y marcados. El coronado participa de la resignada paciencia, de la perspicacia de vista y de la rapidez del vuelo que se nota en todos sus congéneres: mantiénese inmóvil en las extremidades de las ramas acechando su presa y despidiendo por intervalos un canto triste. Vive reunido en parejas en las llanuras húmedas y sombrías donde abundan los insectos, y es muy poco arisco. En especial frecuenta los algodoneros, donde da caza a las mariposas que van a chupar el néctar de las flores. Es ave de llano, y por lo mismo nunca penetra en las selvas vírgenes sino que accidentalmente vaya siguiendo la sinuosidad de los valles.

Cotingos Los Cotingos son aves de la América ecuatorial, notables por lo lustroso de su plumaje: tienen el pico complanado lo mismo que los papamoscas; aunque a proporción es más corto, bastante ancho, y con una ligera corvadura.

El COTINGA ODINGA (Ampelis carnifex, LIN.). Buffon lo llama Cotinga rojo de Cayena: tiene unas 7 pulgadas de longitud; las partes superiores de un rojo oscuro, cuyo matiz va aclarándose, y pasa a ser escarlata en el obispillo y la cola; el moño que adorna su cabeza es de un colorado vivo, y consta de plumas delgadas y recias; la extremidad de las rectrices de un colorado que tira a castaño, y los bordes son colorados; las remeras pardo rojizas; las partes inferiores son también coloradas con visos pardos; el pico es rojizo; los pies amarillentos y cubiertos en su parte posterior de un ligero plumón. La hembra carece de moño y su plumaje tira más a pardo.

Esta ave, lo mismo que sus congéneres, es silvestre, recelosa y taciturna: vive solitaria en sitios húmedos y umbrosos; nunca penetra en lo interior de los bosques; y sí sólo medio día va a las pendientes de los collados a la altura donde crece el laurel glandífero, cuyo fruto constituye su principal alimento. Desde setiembre hasta enero basta este árbol para alimentar al adinga; pero desde que maduran los granos de la uvaria, va viajando de comarca en comarca, visitando primero el Norte, donde la actividad de la vegetación le proporciona un botín precoz; y en seguida el Sud, donde son los frutos más tardíos. A la estación de la cría es cuando el adinga llega a las provincias meridionales del Brasil. Hace el nido en los árboles más altos a fin de quitarlos del alcance de los mamíferos roedores, a los cuales gustan muchísimo sus huevos.

La CORACINA ENSANGRENTADA, o EL PAVAO (Coracias sculata, LATH.). Esta especie pertenece al Nuevo Mundo; tiene 15 pulgadas de longitud; su plumaje es negro, excepto en el pecho que es de un vivo encarnado: el pico amarillento, el iris y los pies pardo azulados; la hembra tiene el color encarnado marchito y menos marcado sobre un fondo negro.

Esta ave es una de las más silvestres de la América meridional; y así vive solitaria en las selvas vírgenes del Brasil, bajo los umbríos arcos de verdor sostenidos por los troncos de las palmeras: allí se alberga la mayor parte del año, sin salir de la espesura donde crecen sus árboles favoritos. Cuando los frutos del laurel glandífero están maduros, aliméntase con ellos, teniendo por comensales a los tucanes, con los cuales vive en la mejor armonía; pero cuando cesa la abundancia, vuélvese a su soledad y consume gran cantidad de bayas de mirtáceas, en especial las del jabuticaba por contener una pulpa acidulada. Los cazadores miran al Pavao como una pieza excelente: espéranle en acecho, andan silenciosos y con cautela por encima de la yerba que oculta la serpiente de cascabel y dirígense al sitio de donde salen los sonoros cantos del ave.

El CHARLADOR DE BOHEMIA (Ampelis garrulus, LIN.). Esta especie europea se acerca a los Cotingas de América. Es algo mayor que un gorrión; su plumaje presenta una vistosa repartición de matices grises y violados; la garganta es negra; la cola de este mismo color y amarilla en los bordes; y las alas también negras con mezcla de blanco. Adorna su cabeza un tupé de plumas algo más largas que las demás; y las penas secundarias de las alas se ensanchan en su extremidad formando un disco oval liso y colorado.

A pesar del nombre que lleva, es el charlador un pájaro silencioso; su voz es muy débil, y su canto se expresa por las sílabas, zí, zí, zí. Durante el verano habita en el norte de Europa, y acaso allí en la época de la cría despliega un canto más animado que en los países donde pasa el invierno. Por lo regular emigra a los países orientales, y solo por casualidad aparece en nuestras regiones templadas, lo cual le ha hecho mirar como un ave de mal agüero: viaja en numerosas bandadas, es estúpido y fácil de coger y come de todo. Según dicen es su carne excelente.

Drongos Pertenecen los drongos al África y a las Indias, y se diferencian de los papamoscas en que tienen ambas mandíbulas ligeramente corvas en toda su extensión.

El DRONGO CON PENACHO (Laiuus forficatus, LIN.). Es del tamaño de un tordo; tiene el plumaje negro con cambiantes verdes; elévase desde la frente un penacho formado por largas y delgadas plumas, y se encorva hacia delante; el pico, pies y uñas son negros, y los ojos pardos. Los drongos habitan en los bosques en pequeñas bandadas; de estos parten antes y después de ponerse el sol, y se mantienen en los alrededores acechando las abejas que van a la pecorea o vuelven de ella. Forman una escena muy animada unas treinta aves revoloteando confusamente en torno de un árbol, cazando las abejas al vuelo en mil varias direcciones y entre continua gritería. Si un enjambre les escapa, se retiran luego en busca de otro. Los hotentotes miran esta escena nocturna, según dice Levaillant, como una conversación entre esos pájaros y los brujos, de donde nació el epíteto de diabólico que les dio aquel pueblo supersticioso.

Drongo con penacho.

Tanagras Forman este género unas aves que viven en las regiones cálidas de América, y cuyo plumaje presenta vivísimos colores. Tienen el pico cónico triangular, levemente encorvado en su arista, y con escotaduras en la punta: sus alas son cortas. Los tanagras tienen los hábitos muy semejantes a los de los gorriones, y lo mismo comen granos que frutos e insectos.

El RÁNFOCELO ESCARLATA (Tanagra brasilia, LIN.). Tiene 7 pulgadas de alto; el plumaje de un color escarlata vivísimo; las alas, cola y piernas de un negro aterciopelado; el pico negruzco superiormente, y blanco en su parte inferior. La hembra tiene las partes superiores verdes, y las inferiores, de un verde amarillento; las remeras y las rectrices de un pardo verduzco. Este pájaro se alberga en las umbrosas riberas de los ríos, donde se alimenta de frutas pulposas; en especial lo gustan las de la Eugenia, que los brasileños llaman Pitangas, y hacen de ellas jaleas acídulas muy sabrosas.

El ARZOBISPO (Tanagra archiepiscopus, DESM.). Tiene las partes superiores de un verde oliváceo; la cabeza, cuello y pecho de un gris apizarrado, con cambiantes violáceos; el vientre gris; las remeras y rectrices pardo-negruzcas con los bordes verde-amarillentos; las pequeñas coberteras del ala de un amarillo dorado, y el pico y los pies negros. Su tamaño es de 7 pulgadas: abunda mucho este pájaro en el Brasil, donde va en pequeñas bandadas; el canto del macho no es desagradable. Para su alimento, prefiere esta ave la fruta de los solanos, y sobre todo las del fitolaca.

Mirlos El género de los mirlos ofrece interesantes especies: las que lo componen tienen el pico comprimido y arqueado, aunque sin punta ganchosa, ni sus escotaduras encajan en dientes tan fuertes como las de las picazas. No obstante, hay circunstancias graduales y de transición entre uno y otro género: estos animales tienen un régimen más frugívoro, y aunque comen insectos, gústanles mucho las frutas. Aquellos que tienen el color del plumaje más uniforme, o distribuido en grandes masas, son los que especialmente llevan el nombre de mirlos; y se reserva el de tordos a los que tienen su plumaje parduzco; es decir, sembrado de manchitas negras y pardas. La primera especie es el mirlo común.

El MIRLO COMÚN (Turdus merula, LIN.). Su tamaño es de 9 pulgadas y media; su plumaje enteramente negro, el pico y el contorno de los ojos, de color amarillo. La hembra es negruzca superiormente, y pardo-rojiza en las partes inferiores, la garganta se halla salpicada de manchas rojizas; el vientre es ceniciento, y el pico y los pies negruzcos.

Los mirlos se hallan difundidos por todos los países de Europa; son aves sedentarias, y aún parece que cobran apego a los sitios donde por primera vez fijaron su residencia: su alimento consiste en insectos y frutas de toda especie. Durante el invierno acuden a los bosques de árboles siempre verdes; como abetos, enebros, etc., y solo entonces van reunidos en bandadas; en los demás tiempos viven solitarios o en parejas; el movimiento de la cola es en ellos muy frecuente, sobre todo cuando les agita alguna pasión; son de índole recelosa y selvática; pero se domestican fácilmente, y puede enseñárseles a silbar algunas notas y hasta a articular palabras. El canto del macho, el cual se oye durante la primavera, es brillante. Junto con la hembra se ocupan en la construcción del nido, lo colocan en los matorrales a muy poca altura del suelo, y lo forman de raicillas, musgo y yerbas secas, acolchándolo en su interior con lana y plumón. La puesta consta de cuatro o cinco huevos, de un verde-azulado con manchas pardas confusas y numerosas.

MIRLO CANTOR (Turdus musicus, LIN.). De todas las especies de nuestros climas este es el que mejor canta, y el que más se apetece como sabroso bocado: su tamaño es de 8 pulgadas y media; sus partes superiores son pardo-oliváceas; los bordes y extremidad de las coberteras de las alas, amarillo-rojizos; las mejillas amarillentas; la garganta blanca; los lados del cuello y el pecho amarillo-rojizos, con manchas pardas que forman como un triángulo; el vientre y costados blancos con manchas pardas de figura elipsoide; el pico es amarillento, y los pies pardos.

Esta especie viaja a bandadas numerosas; y en nuestras comarcas aparece dos veces durante año: llega a fines de setiembre y permanece todo el tiempo de las vendimias; durante el invierno vive en los países del mediodía, y vuelve a Francia por la primavera; aunque muy pronto los calores del estío, que según parece incomodan bastante a este pájaro, le obligan a dirigirse hacia el norte. Durante su primera aparición, es decir, en otoño, las frutas que encuentran en abundancia comunican a su carne un sabor muy delicado; pero por la primavera, faltando aquellas, se ven obligados a vivir de insectos y caracoles, lo cual le quita del todo su estima haciendo de ellos una caza inútil. Algunos pasan en Francia toda la buena estación, en cuyo caso anidan en los manzanos o en los matorrales. El canto del macho es sumamente delicioso; posado en la cima de un árbol no cesa durante horas enteras de exhalar sus melodías. Su grito ordinario consiste en un pequeño silbido. A excepción de las épocas de viaje, estos pájaros solo andan reunidos en cortas bandadas de ocho o diez individuos, que parecen componer una familia.

El TORDO VULGAR (Turdus viscivorus, LIN.). Su tamaño es de 11 pulgadas. Tiene la cara inferior de las alas blanca. Sus hábitos son iguales a los del mirlo; pero es menos estimado como pieza de caza: es de índole tan desconfiada, que rara vez cae en los lazos. Aliméntase de orugas, caracoles, y también de frutas suculentas; como son ayas, cerezas, bayas de enebro, hiedra, y en especial de muérdago; y como a las semillas, de esta última planta no las altera la digestión, el ave va lejos a deponerlas mezcladas con los excrementos, volviendo así a sembrar el muérdago que crece parásito en la encina y el manzano.

El tordo vulgar, a más de su natural desconfianza, es de carácter pendenciero, tanto que a menudo se pelea con los de su misma especie; pero en tratándose de atacar o de rechazar a otra ave de mayores fuerzas, se juntan con afán y mancomunan sus esfuerzos contra el enemigo común; así es como les vemos atacar a los cuclillos, cuervos, picazas, lechuzas, y hasta a las rapaces diurnas coma el gavilán, el esmerejón, etc. Levaillant, que habitaba en la aldea de Asnieres, cerca de París, fue atraído cierto día hacia el llano de Gennevilliers por los gritos de una multitud de tordos, que estaban reunidos delante de un matorral; fue allá, y vio un águila pigarga que se había refugiado allí, donde se mantenía acurrucada. Fue este un afortunado hallazgo para aquel cazador, que aún no había entonces conquistado jirafas y elefantes de África. Volviose al punto a la aldea; tomó una pistola de carga con gruesos perdigones, y volvió al matorral, donde los intrépidos tordos tenían todavía al águila acorralada en el mismo sitio. Pero ¡ah! la escena tenía lugar en el sitio llamado el Recreo del Rey: no ignoraba Levaillant las bárbaras leyes que aún en esa época estaban vigentes para los delitos de caza; pero si por una parte temía las penas que estas imponían a los cazadores intrusos; por otra aguijábale con más fuerza el deseo de poseer un águila encontrada a dos leguas de París: con que, echa una ojeada a los alrededores; acércase al águila; tírale a diez pasos de distancia, y la mata: entierra la pistola; coge el águila, y se vuelve a su casa, creyendo que de todos lados salían guardabosques a detenerle. Por último llegó, sin que hubiese sido notado, a su habitación, con tan preciosa conquista; no menos contento y satisfecho que algunos años después, cuando en África mató por primera vez una jirafa.

Levaillant observó en África numerosas especies de mirlos; de las que vamos a dar a conocer las principales.

El GRIVU (Turdus olivaceus, LATH.). Es semejante a nuestro tordo común, y despide la misma voz de llamamiento zipp, zipp. En la estación de la cría el macho tiene un canto sibiloso, que empieza una hora antes de salir el sol, y por la tarde lo repite, continuándolo a veces toda la noche. Es ave de paso en el Cabo de Buena Esperanza; cuyo paso dura unos doce o quince días: frecuenta los sitios húmedos, y da caza a los insectos a lo largo de los setos y de las malezas. Su tamaño es de 8 pulgadas y media; sus partes superiores son pardo-oliváceas; la anterior del cuello y pecho parduzca con visos anaranjados; la garganta es blancuzca con estrías pardas; y lo restante de las partes inferiores de un amarillo anaranjado; finalmente el pico y los pies son amarillos.

El ROCAR (Turdus rupestris, LATH.). Es semejante al mirlo de roca de nuestros climas: tiene 8 pulgadas de longitud; sus partes superiores son pardas con los bordes de las plumas rojos; la garganta y el cuello de un pardo azulado; las remeras de un pardo oscuro con los bordes azulados, el obispillo, las rectrices laterales, y las partes inferiores de un vivo colorado, y el pico y los pies negros. Es pájaro muy receloso y difícil de obtener, pues se para siempre al borde de hondos precipicios, y anida en los huecos de las peñas, donde es imposible penetrar aún en el caso de haber descubierto la entrada de la hendidura. Su canto es bello, y tiene a más la facilidad de imitar los de otras aves.

El ESPÍA (Turdus explorator, VIEILL.). Lo mismo que el rocar, es una especie muy inmediata a la del mirlo de roca: tiene 8 pulgadas; sus partes superiores son pardas; las coberteras de las alas y las remeras negruzcas, con los bordes blancos; la cabeza, cuello y las escapulares son pardo-azuladas; las coberteras de la cola, y las rectrices laterales rubias; el pecho es de un rojo marrón; el vientre rojizo y el pico y los pies negros.

Vive el espía en enriscados montes, en cuyas peñas cría a sus hijos: es más esbelto y ligero que el rocar, teniendo también mayor envergadura. La caza de esta ave es muy difícil; pues parece que se burla del cazador, alejándose más y más a medida que este se le va acercando, y parándose siempre a distancia segura. Así que llega el ave a una peña, vuélvese de repente a fin de no perder de vista al sujeto que lleva trazas de perseguirla, y se befa de él levantando la cola, batiendo las alas y despidiendo una voz aguda. Si cansado el cazador de sus inútiles pasos, se oculta tras de una roca para acechar y esperarla en aquel sitio, entonces llega el espía, después de haber hecho un gran rodeo, a colocarse de manera que pueda ver a su enemigo y vigilar todos sus movimientos. Necesítase suma destreza para aprovechar el tiro; pues apenas tiene el tiempo este de salir del arma, que ya el ave se ha hundido en el suelo, y evita el plomo mortífero; si la yerran se mantiene oculta muchísimo tiempo; y si quedó herida, dirígese arrastrando debajo de alguna peña, en donde muere siendo una víctima inútil. El único modo de acertarla es esconder el arma en las malezas: entonces, viendo al hombre desarmado el ave se le acerca y al fin puede conducirla al sitio donde está oculta la escopeta; en cuyo caso la coge de improviso y le tira sin darle el tiempo de alejarse. En la época de la cría es menos tímida, y cuando alguien quiere apoderarse del nido, tanto el macho como hembra lo defienden con la mayor intrepidez; aunque por otra parte el nido está situado a tanta profundidad en el hueco de la peña que casi es imposible alcanzarlo.

El RECLAMADOR (Turdus reclamator, VIEILL.). Tiene 7 pulgadas de largo; las partes superiores pardas, variadas de azulado y de oliváceo; las remeras negras con los bordes pardo-azulados; las rectrices intermedias negruzcas y las laterales amarillas con los bordes negros; las partes inferiores son leonadas; el pico ceniciento, y los pies amarillos. Este pájaro tiene una voz de llamamiento muy extraordinaria, y que llenó de terror al alma supersticiosa de un hotentote de los que acompañaban a Levaillant. Habiendo aquel pobre muchacho muerto una hembra de la especie de que tratamos, oyó que un macho repetía en torno suyo: pict myn vraw; palabras que en lengua holandesa significan. Pedro, mi mujer; y le pareció que el ave reclamaba su hembra; en términos que desde aquel punto no quiso tirar a ninguna otra de la misma especie. De ahí tomó pie Levaillant para dar a este pájaro el nombre de reclamador. A más, tiene un canto melodioso en la época de la cría, el cual ejercita a todas horas, así de noche como de día. Pósase en la cima de los árboles más altos, y es difícil acercársele cuando canta.

El IMPORTUNO (Turdus importunus, VIEILL.). Tiene el mismo tamaño y formas que el antecedente: superiormente es oliváceo; los bordes de las renteras y de las rectrices laterales son amarillentos; las partes inferiores presentan un verde oscuro, y el pico y los pies son pardos. No es menos turbulento que el reclamador; el canto consiste en un continuo, pit pit. Abunda en la extensión de las costas orientales del África. Estas aves importunaban a Levaillant revoloteando cerca de él, saltando de árbol en árbol, e impidiéndole otra caza; cerníanse encima de su campamento, y cuando quería trabajar le era preciso desembarazarse a tiros de unos pájaros tan curiosos y bulliciosos.

El JUAN FEDERICO (Turdus phenicorus, LATH.) Tiene 6 pulgadas y media de longitud; sus partes superiores son de un pardo oliváceo; la frente y las cejas blancas; el cerco de los ojos negro; la garganta, el pecho, el obispillo y las rectrices laterales de un vivo colorado; la cola escalonada, y el pico y pies cenicientos. Por la delgadez del pico se asemeja esta especie a los collalbas, de que luego hablaremos. La de que estamos tratando se ha dado ella misma el nombre; pues en su canto, que repite durante todo el día, parece que articula estas palabras Juan Federico bajo distintos tonos; acompañándolo con cierto movimiento de las alas y de la cola. Tiene una vista sumamente perspicaz, de modo que a larga distancia divisa el más diminuto insecto; es poco arisca y muy curiosa, bastando para atraerla con remover algo la tierra; así cae en todos los lazos que le tienden y muere cautiva. Sólo el macho tiene verdadero canto; pues la hembra solo despide la voz tic, tic, semejante a la del pitirrojo. El Juan Federico abunda en el sud del África, donde es muy apetecido por la delicadeza de su carne.

El MIRLO POLIGLOTO (Turdus polyglottus, LIN.). Es conocido en la América meridional con el nombre de burlón. Tiene 9 pulgadas; las partes superiores de un gris oscuro; en las rectrices del ala se nota una mancha oblicua, regularmente acompañada de algunas manchitas; el sobrecejo es blanco, lo mismo que los bordes de las rectrices, las cuales son negruzcas; las partes inferiores blanquizcas con manchitas blancas, y el pico y los pies negros. La voz ordinaria de este pájaro es triste, pero en la época de la cría el macho despliega un canto sumamente delicioso.

Cuando un viajero oye el fuerte y apasionado canto del mirlo poligloto por entre las ramas de la magnolia de la Luisiana, compáralo a las nocturnas melodías del ruiseñor, y siente, según Audubon, un secreto desdén hacia lo mismo que antes fue su admiración. La bignonia y la ampelopsis enlázanse en torno de los árboles, los coronan, y vuelven a caer formando guirnaldas; aromáticas flores, racimos que maduran, purpúreos corimbos y una atmósfera suave y luminosa embelesan todos los sentidos: si entonces levantamos la vista; en una rama de magnolia vemos que descansa la hembra; mientras que el macho, más ligero que la mariposa, da rápidas vueltas en torno, subiendo, bajando y volviendo a subir, con su bello plumaje medio extendido, saludando con la cabeza a su dulce compañera, y empezando de nuevo su admirable canto cuantas veces se eleva por los aires. No empieza, como el ruiseñor, su canto con largos y melancólicos suspiros; sino que entra de repente en su tema melódico, el cual luego modula, gradúa o varía con un arte increíble, haciendo que su dulce cantilena contenga los más melifluos sonidos que a su imitación le presenta la naturaleza; tales como el susurro de las hojas, el lejano retumbo de la catarata, o el delicioso murmullo del vecino arroyuelo. Este canto acompaña a su vuelo; sin embargo es un simple preludio; pues cuando se posa en la rama que sostiene a la hembra, entonces sus notas adquieren más brillo, mayor dulzura y delicadeza. En seguida toma otra vez el vuelo, y examina, antes de bajar, los contornos por si ve algún enemigo que amenace su calma y seguridad; bate las alas, y parece que en los aires ejecuta una juguetona danza; después vuelve al lado de su amiga, y por final de ese gran concierto, le da la imitación más exacta de todas las melodías, gritos, silbidos y acentos que pertenecen a las demás aves, y hasta a los cuadrúpedos: el ladrido de la zorra, el mugido del bisonte, el mayido del gato cerval, el canto del pardillo, y de la perdiz; el cloqueo de la gallina y hasta el graznido del cuervo y del mochuelo imita con tanta propiedad, que llena de espanto a los pajaritos del contorno. Finalmente, la hembra despide un sonido particular, triste y como sofocado, con que impone silencio al macho; y en seguida la pareja se ocupa en buscar un sitio a propósito para hacer el nido, el cual hacen siempre cerca de alguna casa habitada. El poligloto al parecer conoce que su canto agrada al hombre, por lo que es muy manso. Regularmente escoge para colocar el nido un naranjo, una higuera o peral, en la bifurcación de una rama: pone cinco huevos de forma regular, de un viso verde, con manchas pardas: hace tres crías cada dos meses, desde que empieza la primavera hasta el otoño; y en el tiempo de la incubación, el macho va en busca de insectos, y los lleva a la hembra, que se lo agradece con un grito lleno de ternura: muy rara vez se aparta esta última del nido para refrescarse o revolcarse en la arena; y si a la vuelta halla algún huevo fuera de su lugar, suelta un grito bajo y triste, que atrae luego al macho, y ambos se consuelan mutuamente. No se crea que por ello abandone los huevos; antes al contrario multiplica sus cuidados, y ya no los deja más hasta que nacen los pollitos, guardándolos con tal afán, que cuando están cerca de nacer, antes se deja coger que abandonarlos. La incubación dura quince días, tiempo igual al que dura la infancia de los pajarillos, a quienes los padres alimentan con gusanos. Los plantadores tienen mucho respeto a tan amables vecinos, y prohíben a sus chiquillos que los inquieten. Los enemigos más peligrosos son los gatos domésticos y las serpientes; en cuanto a los pájaros de rapiña, son muy pocos los que atacan al burlón, pues siempre se defiende vigorosamente, y hasta se anticipa con frecuencia al agresor: el único que alguna vez le sorprende es el HALCÓN DE STANLEY (Falco Stanleii), el cual vuela bajo y arrebata al burlón sin pararse; pero si llega a errar el golpe, entonces el páser es quien le ataca a su vez, persiguiéndole, y llamando en su auxilio a sus iguales, y aunque no pueda alcanzar al merodeador, la alarma movida entre los pájaros le aturde y desconcierta.

Los poliglotos de la Luisiana no emigran; solo que en octubre llegan del norte los viajeros, a quienes reciben los sedentarios primero a picotazos, lo cual desde luego intimida a los recién llegados; pero viene el invierno y se restablece la sociabilidad. El burlón es muy domesticable; sigue al hombre lo mismo que el perro; a veces sale a cantar en los bosques, y vuelve cuando regresa su amo: con todo, el adiestramiento no perfecciona las facultades músicas de esta ave.

Mirlos de agua Se han separado de los mirlos propiamente dichos por tener el pico comprimido, recto y compuesto de mandíbulas igualmente altas, delgadas y puntiagudas, siendo la superior ligeramente arqueada. Constituyen el género Cinclo.

El BUZO (Turdus cinclus, LATH.). Tiene las partes superiores pardo-negruzcas, con visos cenicientos; el pico negruzco; el iris gris; y su longitud es de 7 pulgadas. En la hembra son dichos matices más claros, y la cima de la cabeza y la cerviz de color ceniciento oscuro. Este pájaro pertenece a Europa; tiene las piernas algo largas, y frecuenta las orillas de los claros arroyos en busca de insectos acuáticos, de que se alimenta. Lo que comunica a su historia bastante interés, es la facultad que tiene de caminar por el fondo de las aguas. Las aves nadadoras tienen los pies palmeados; las zancudas solo se sumergen hasta el cuerpo; pero el buzo, sin ser palmípedo ni zancudo, se sumerge enteramente, y se pasea por el fondo con sus pasos contados cual si se hallara en terreno seco, ya siguiendo a lo largo la pendiente del lecho, ya al través desde una orilla a la opuesta. Cuando entra en el agua, al llegarle debajo de las rodillas extiende las alas, las deja colgantes y las agita con cierto temblor; en seguida sumérgese hasta el cuello y por último hunde la cabeza, la cual lleva en el mismo plano que cuando se encuentra al aire. Baja al fondo, donde avanza o retrocede, recorriéndolo en todas direcciones y zampándose al propio tiempo los insectos de agua dulce que encuentra, y que constituyen su principal alimento. Así pues, para esta avecilla es el agua un elemento tan natural como el aire: no titubea al entrar en ella, ni busca rodeos, sino que se sumerge directamente. Las plumas del buzo, a semejanza de las del pato, están cubiertas de cierta grasa que impide que el agua las penetre; y cuando se pasea por el fondo parece cubierto de vejiguillas de aire que le dan un brillo argentino.

Buzo.

Oropéndolas El género de las oropéndolas sólo se diferencia de los mirlos por alguna mayor fuerza en el pico, y tener a proporción algo más largas las alas.

La OROPÉNDOLA EUROPEA. (Oriolus galbula, LIN.). Esta especie es de las más hermosas que tenemos en Europa; tiene a corta diferencia el tamaño del mirlo; el macho es de un hermoso amarillo; las alas y la cola negras, lo mismo que una mancha que tiene entre el ojo y el pico, y el extremo de la cola amarillo. No obstante, los individuos jóvenes mientras no son adultos y las hembras durante toda su vida presentan en lugar del color amarillo el oliváceo, y el pardo en lugar del negro. El paso de la oropéndola tiene lugar en abril, cuando regresa del África, y en agosto cuando vuelve allá a pasar el invierno. A su llegada se aparean y trabajan en la construcción del nido, el cual es admirable: afiánzanlo en la bifurcación de dos ramitas, y al rededor de estas entrelazan varias briznas de paja, cáñamo o lana, parte de las cuales yendo directamente de una a otra rama forman el borde del nido por su cara anterior; al paso que las otras, penetrando en su entretejido y pasando por debajo, van a parar también en la rama opuesta y dan mucha solidez a la obra. Lo interior está acolchado con una capa de musgo, telarañas, plumas, etc. La hembra pone cuatro o cinco huevos oblongos, blanquizcos, salpicados de manchitas pardas. Aliméntanse los pequeñuelos con insectos y larvas; los padres defiéndenlos de todo ataque extraño, aunque venga del hombre: así refiere Geneau de Montbelliard que habiendo cogido un nido, la hembra murió en la jaula junto a los huevos por no abandonarlos. Estas aves, además de insectos, comen cerezas y otras frutas suculentas cuando están maduras, con lo que su carne adquiere un gusto delicado.

Liras LA LIRA (Menura lira, VIEILL.). Es una ave de la Nueva Holanda, de tamaño casi como el del faisán, por cuya razón algunos autores la pusieron entre las gallináceas; pero Cuvier ha demostrado que pertenece a los páseres, por tener los dedos de los pies separados, excepto la primera articulación del externo y del medio; y que se acerca a los mirlos por el pico triangular en la raíz, largo, poco deprimido, y escotado hacia la punta. Es el macho muy notable por la configuración de la cola, compuesta de diez y seis penas; doce de ellas separadas y paralelas; dos medias guarnecidas de barbas espesas solamente de un lado, y dos externas, encorvadas formando una S, a semejanza de los brazos de una lira, cuyas barbas internas son largas y densas formando como una ancha cinta; y las externas cortas, menos en la extremidad, en que van alargándose. La hembra solo tiene doce penas en la cola, y su configuración y estructura son lo general a todas las aves. Esta ave magnífica se alberga en los bosques de eucaliptus y de casuarina, y en las soledades australes, representa la lira de los griegos del antiguo mundo.

LIRA.

Picofinos Vamos ahora a tratar de un género sumamente numeroso, caracterizado por un pico recto, delgado y semejante a un punzón, es decir, del género picofinos, el cual se ha dividido en varias secciones; aunque nos limitaremos a dar a conocer las especies que mayor interés ofrecen.

La CALLALBA COMÚN (Motacilla rubicola, LIN.). Es un pajarito de 4 pulgadas y media, pardo, con el pecho rojo, la garganta negra, los lados del cuello blancos, lo mismo que encima de las alas y el obispillo. Habita en Europa y África; vésele revolotear ligero en torno de los matorrales, siendo incesantes los rápidos movimientos de las alas y de la cola. Aliméntase de insectos, y hace el nido en los troncos de los matorrales y en las hendiduras de las peñas. Su paso por nuestros países es en la primavera y en el otoño; aunque en el África es sedentaria.

El FAMILIAR (Sylvia sperata, VIEILL.). Esta especie pertenece al África meridional, tiene unas 5 pulgadas; las partes superiores son pardo-verduscas; las remeras y sus coberteras, pardas, con los bordes de un matiz más claro; las rectrices intermedias, negruzcas; y las laterales, leonadas, con manchas oblicuas negruzcas; las partes inferiores, grises con visos rojos, y el pico y los pies negros. Este pájaro tiene la costumbre de batir las alas a cada instante, y por intervalos levantar y abatir prontamente la cola. Casi nunca se posa en el suelo, y cuando esto sucede, no permanece más tiempo que el simplemente indispensable para tragarse un gusano. De todos los páseres este es el menos arisco; pues, según Levaillant, se deja alcanzar y acariciar, sin dar muestra de susto, y para atraerlo hasta con enseñarle una lombriz, y al punto acude a posarse en la mano.

El PITIRROJO (Motacilla rubecula, LIN.). Tiene el pico algo más estrecho en la base que la collalba; su tamaño es de 5 pulgadas y media; superiormente es pardo oscuro; la garganta y el pecho, son colorados, y el vientre negro. Encuéntranse los pitirrojos en Francia en casi todas las estaciones; los que han permanecido durante el invierno cuando aparecen los fríos rigurosos van a buscar un refugio en las casas. Por la primavera vuélvense a los bosques para hacer su cría. El pitirrojo es muy madrugador, así es que se oye su canto desde la aurora, con el cual distrae a la hembra mientras está empollando los huevos.

La PEZPITA DE GARGANTA NEGRA (Motacilla phaenicurus, LIN.). Superiormente es parda; tiene la garganta negra, el obispillo y las penas de la cola de un encarnado claro. Anida en los muros derruidos, en el techo de habitaciones aisladas, y en los huecos de los árboles. El macho por la primavera tiene un canto melodioso, que hace oír especialmente al amanecer y después de puesto el sol.

CURRUCAS

Las currucas tienen el pico recto y delgado en todas sus partes, algo deprimido hacia delante, con arista superior y ligeramente corvo en la punta. La más célebre de todas es el ruiseñor (Motacilla luscinia, LIN.). Su longitud es de 6 pulgadas y 2 líneas; sus partes superiores son pardo-rojizas; la garganta y el vientre blanquizcos; el pecho y costados cenicientos; la primera remera es corta, la segunda más corta que la tercera, e igual a la quinta. He ahí los matices del ruiseñor; pero lo que sobre todo caracteriza a este pájaro es la melodiosa variedad de su canto. Hay en la obra de Buffon una página admirable, en que su autor Geneau de Montbelliard se elevó a la altura del asunto que trata; y dejando aparte ciertas exageraciones, que hacen del ruiseñor un artista sobrado civilizado, aunque por otra parte son hijas de un sincero entusiasmo, el capítulo que trata de este pájaro es una obra perfecta. Pudiera creerse que el autor tenía delante en la ventana de su gabinete una de esas currucas, y que en cierto modo escribía bajo su dictado cuando iba enumerando con tal gallardía las maravillosas cualidades de su canto. «Brillantes gorjeos, vivas y ligeras tiradas, celeridad de puntos, en que la limpieza compite con la volubilidad; un sordo murmullo interior, que a pesar de no ser del todo apreciable al oído, da mayor realce a los tonos sensibles; trinos briosos, rápidos y fuertemente articulados con el mejor gusto; animación; deliciosos y penetrantes sonidos, verdaderos suspiros de amor y voluptuosidad: he ahí un melodioso conjunto de bellezas que naciendo del corazón, hacen palpitar todos los corazones.» El alemán Bechstein probó a escribir las sílabas que este pájaro al parecer articula: y son como sigue: Tiúu, tiúu, tiúu, tiúu, schpetiú tocúa. -Tió, tió, tió, tió, tioitia. - Kuntío, kuntío, kuntío, kuntío, etc. Pero esta traducción no da idea más que de los consonantes articulados, siendo imposible reproducir con todo su embeleso las sonoras vocales del ruiseñor; de modo que para quien no oyó al pájaro es una letra muerta.

Ruiseñor.

El ruiseñor es de índole tímida, viaja, parte y vuelve solo; llega a nuestras comarcas a principios de abril; y para cantar no aguarda a la hembra, aún cuando en la época de la incubación su canto se vuelve mucho más animado y expresivo. Hace el nido en los matorrales a poca elevación del suelo, y a veces basta entre las raíces, construyéndolo con musgo, hojas de encina, crines y estopa. La puesta consta de cuatro o cinco huevos redondeados pardo-verduzcos; y durante la incubación canta así de noche como de día; pero luego de nacidos los pajarillos, lo que se efectúa a últimos de mayo, altérase la voz de esta ave, convirtiéndose en una especie de graznido ronco. Alimenta a su cría con gusanitos y larvas de insectos, lo que desengurgita en sus piquitos. Al fin de setiembre emigra a Egipto, Siria y Asia en busca de alimento, de que carecería en nuestros países.

Las currucas que siguen después del ruiseñor tienen en su mayor parte agradable canto y alegres movimientos, y también dan una caza continua a los insectos.

La CURRUCA GRIS o COMÚN (Motacilla orphea, TEMMINCK.). Es la mayor de las que existen en nuestro país, pues tiene 6 pulgadas de longitud; su plumaje es pardo- ceniciento en las partes superiores, y blanquizco en las inferiores; el extremo del ala es blanco; la pena externa de la cola es blanca en sus dos tercios; la segunda tiene una mancha en la extremidad, y las restantes un ribete. Llega a nuestro clima por la primavera: su índole es tímida, pero muy alegre, y el más leve ruido la asusta y la obliga a esconderse entre las hojas, aunque no pasa un momento sin que vuelva a revolotear de un árbol a otro en persecución de insectos. Anida en los arbustos o en las ramas; por último, aunque durante la primavera esta avecilla es insectívora, por el otoño se vuelve frugívora, y es entonces su carne exquisita y muy estimada.

La CURRUCA DE CABEZA NEGRA (Motacilla atricapilla, LIN.). Tiene 5 pulgadas y media de largo; la parte superior de la cabeza es en el macho de un negro perfecto, y por una parte se extiende hacia la nuca; mientras que por otra pasa por encima del ojo, partiendo de la raíz de la mandíbula superior; lo restante del cuerpo es pardo, cuyo matiz va siendo más claro a medida que desciende a las partes inferiores. Esta especie es común en Europa, y se alberga en los setos de nuestros jardines, sin que la asuste la aproximación del hombre. El macho tiene un canto brillante que se acerca al del ruiseñor.

La CURRUCA PEQUEÑA (Motacilla salicaria, LIN.). Tiene las partes superiores pardas, y a veces con un matiz oliváceo; las inferiores blanquizcas en el vientre, las coberteras de la cola y la garganta; el pecho y costados son pardo-rojizos; el espacio entre el pico y el ojo es blanco; las penas del ala y de la cola son de un pardo claro, y lo mismo el pico y los pies. La hembra tiene el cuerpo sembrado superiormente de manchas y de visos verduzcos, y las inferiores de un ceniciento claro: el tamaño es de 5 pulgadas y medía. Este pájaro frecuenta nuestros vergeles, bosquecillos y arbustos de los jardines hasta en el interior de las ciudades más populosas. Sale de acá en otoño, y va a pasar el invierno en Asia y África. El canto del macho se asemeja al del antecedente, si bien es más melodioso y vario. Anida en los setos y grandes arbustos, colocando el nido casi al descubierto, el cual se compone de tallos de yerbas en el exterior y de crines interiormente.

El RUISEÑOR DE RÍO (Turdus arundinaceus, LIN.). Tiene el plumaje pardo-rojizo superiormente, y amarillento en las partes inferiores; la garganta blanca, y un rasgo blanco en el ojo; el pico casi tan arqueado como el de los mirlos, lo cual indujo a Linneo a clasificar este género entre los tordos. Su tamaño es de 7 pulgadas; hace el nido en los juncales, y se alimenta de insectos.

El PICOFINO DE LOS CAÑAVERALES (Motacilla arundinacea, LIN.). Aseméjase al ruiseñor de río así en el plumaje como en los hábitos; sin embargo es una tercera parte más pequeño; sus partes superiores son pardo-rojizas, de un solo matiz y sin manchas; la garganta es blanquizca, y se ve un rasgo de ese mismo color al rededor de los ojos; todas las partes inferiores presentan un baño rojo, en especial los costados; la cola es bastante larga y redondeada; el pico deprimido lateralmente; la mandíbula superior es parda, y la inferior amarillenta; los ojos negros, los pies y las uñas pardo-oscuros. Esta especie frecuenta los ríos, lagos, pantanos, etc.; el macho hace oír su canto ronco durante el día, y a veces también por la noche. Casi siempre le vemos trepar por los cañaverales cogiendo el tallo de una caña y recorriéndolo, a saltitos en toda su extensión. Hace un nido oblongo, diestramente entrelazado en las cañas; y la hembra pone cuatro o cinco huevos de un blanco verduzco y con manchas pardas y verdes.

El picofino de los cañaverales.

La COSTURERA (Motacilla sartoria, LIN.). Es esta una pequeña especie de las Indias, de 5 pulgadas de longitud y cuyo plumaje es del todo amarillo. Acaso es este pájaro el que manifiesta entre todos una industria maternal más ingeniosa y admirable: construye el tejido del nido con fibras delicadas, plumas, plumón, vilano de los cardos; y luego con el pico y las patas hila el algodón que ha sacado del gossipium; en seguida agujerea los bordes de varias hojas de limbo sólido y ancho, y en tales agujeros pasa su hilo, de modo que va cosiendo juntas varias hojas hasta que forman un dosel suspenso y que envuelve del todo el nido que el ave quiere esconder de los extraños y de los enemigos.

La CURRUCA DE INVIERNO (Motacilla modularis, LIN.). Es la única especie de curruca que permanece en estas comarcas durante todo el año; su voz ordinaria, que es muy suave, consiste en las sílabas trit, trit, trit, trit, repetidas con viveza y con timbre argentino, lo que permite distinguirla muy fácilmente entre el murmullo de las demás aves; y no obstante la monotonía de este canto, nos gusta tanto más, cuanto que es el único que se oye durante la triste estación de invierno. Esta avecilla, destinada a pasar entre nosotros el tiempo de riguroso frío, tiene el plumaje más denso que las demás currucas. Tiene 5 pulgadas y 5 líneas de longitud, la parte superior la cabeza cenicienta con manchas pardas; los lados del cuello, la garganta y el pecho de un gris apizarrado, que se vuelve más claro bajando hacia el vientre, donde acaba por ser blanquizco; la espalda, las alas y los costados, las rectrices el obispillo y las remeras son pardas con los bordes rojizos; el pico es más perfectamente cónico que el de los demás picofinos, y tiene los bordes algo reentrantes. Esta especie abandona los bosques en otoño, y aparece en nuestros vergeles y jardines; en verano vive de insectos y de frutas, y en invierno se contenta con granos. Al aproximarse la estación estiva dirígese a los bosques, y en su más densa espesura hace el nido, que construye con musgo, lana, crines y plumas: la puesta se compone de cinco huevos de un hermoso azul claro.

Curruca de invierno.

La CURRUCA MANCHADA DEL CABO DE BUENA ESPERANZA (Motacilla macroura, LIN.). Pertenece al mediodía de África; su tamaño es de 6 pulgadas; su plumaje superiormente pardo, y en las partes inferiores blanco-amarillento con manchas pardas; el sobrecejo es blanco, y la cola prolongada y de figura cónica.

La Curruca manchada del Cabo es una de las avecillas más familiares del orden de los páseres; así es que los colonos del cabo de Buena Esperanza no le hacen daño alguno, aunque se introduce sin empacho en las habitaciones; siendo muy golosa de sustancias grasientas, va a picotear en las mesas las candelas de sebo, y demás materias crasas. Llegada la estación de la cría, va a buscar en las estancias, en las camas y en los cestos, algodón y estopa para la construcción del nido, el cual coloca con preferencia en un arbusto que llaman capoc-boschje y que produce una abundante estopilla, que el ave sabe bien aprovechar. La poca altura de este arbusto, y en especial el carácter confiado del pájaro que en él anida, permitieron observar del todo las costumbres de este pájaro a Levaillant en lo concerniente a la estructura del nido, incubación y modo de criar los hijos. El 11 de octubre empezaron los trabajos observados por dicho naturalista; al día siguiente, hallose ya sentada la base del nido, que consistía en una masa bastante informe, de 4 pulgadas de espesor y 6 pulgadas de diámetro, siendo los materiales musgo, estopa y hebras herbáceas; la hembra estuvo todo aquel día aplanándolo o apisonándolo con los pies; en tanto que el macho iba en busca de nuevos materiales y se los traía, acabando ambos de formar el colchón, revolcándose por encima, rozándolo de continuo con el pecho, y batiéndolo con el borde de las alas como con un palo. Al tercer día los alados arquitectos trabajaron en las paredes del edificio: el uno con la espalda levantaba los bordes del colchón para enderezarlo en el interior; mientras que el otro entrelazaba con el pico algodón en los bordes levantados, y los afianzaba en el arbusto, cuyas ramas servían también de armatoste, aunque sin formar prominencia en el nido. Acompañaban a dichos trabajos, que duraron seis días, mil caricias, arrullos, aletazos, y se animaban y congratulaban con tiernos acentos que se dirigían ambos esposos. El séptimo día estaba ya el fondo del nido acolchado con una capa algodonosa tan diestramente entretejida, que hubiera sido imposible desprender de la misma la menor hilacha sin desgarrarla. Al terminar el día séptimo puso la hembra un huevo; el octavo, otro y al día nono otro, el décimo ninguno, pero al siguiente hubo dos más; el duodécimo día, otro, y el último huevo lo puso el décimo tercio: en todo siete huevos. Durante la construcción del nido y la puesta, en los intervalos de descanso, uno de los dos se mantenía muy cerca del sitio, a fin de velar sobre su propiedad, acudiendo cada vez que se acercaba algún importuno, o alguna otra ave; la que tal vez se hubiera apropiado aquel domicilio tan diestramente preparado: semejantes usurpaciones no son raras entre las aves, y sin la intervención de Levaillant, no hay duda que unos paros, aves más fuertes que la curruca manchada, acaso hubieran conseguido apropiarse dicho nido echando de él a sus industriosos dueños, Empolló la hembra los huevos con admirable paciencia, y cuando la necesidad de movimiento o de alimento era demasiado imperiosa, llamaba a su compañero, quien al punto acudía a relevarla. Con todo, esta sustitución duraba poco, tan poco que a los veinte minutos volvía la hembra a su puesto, y despedía al macho, quien posado en un matorral inmediato, exhalaba un canto lleno de tierna alegría. Cuando se acercaba un perro o un extraño, daba el macho un grito penetrante y la pareja emprendía la fuga; pero a pocos momentos volvía la madre al nido. Sólo Levaillant podía acercarse sin espantarlos: era como el amigo de la casa; tomaba parte en sus placeres como en sus disgustos, y a veces se halló dándoles consejos cual si tratase con unos seres capaces de entender sus palabras. Durante la incubación, conoció la hembra que iba a poner otros huevos. ¿Qué hacer con aquellos hijos supernumerarios para quienes faltaba lugar o espacio en la casa materna? ¿Cómo era posible empollar estos y al mismo tiempo ir en busca de alimento para sus hermanos nacidos con antelación? Nunca fue más exigente el derecho de primogenitura, como ni tampoco más legítimo. ¿Hizo acaso la madre las antecedentes reflexiones? Esto solo lo sabe Dios; lo cierto es que cada huevo de los últimos fue puesto en el suelo friera del nido; la hembra llamaba a su compañero y los dos con el pico los rompían y comíanse juntos las yemas. A los catorce días de incubación nacieron los siete hermanitos primitivos, implumes y con los ojos cerrados. La madre desembarazaba el nido de los restos de cáscaras a medida que los pajarillos iban naciendo, y hasta al anochecer no les suministró alimento. Al día siguiente fueron juntos a hacer provisión el padre y la madre: al tercer día de nacidos los hijos la parte superior de la cabeza, las alas, la espalda y del obispillo se les cubrió de un plumón, y se entreabrieron sus ojos, los que al otro día estaban enteramente abiertos; al quinto las plumas de la espalda empezaron a tener una línea o dos, así como las del obispillo y de los costados: desde este instante los hijos parecían hambrientos, y a proporción se aumentó la actividad de los padres en buscarles el sustento. Al sexto día se estableció Levaillant cerca del nido desde que salió el sol hasta el anochecer: desde las siete hasta las diez de la mañana fueron los padres cincuenta y tres veces a hacer provisión, consistente en orugas verdes, arañas y huevos de hormiga: de las diez a las doce hicieron diez y nueve viajes; y de las tres de la tarde hasta el anochecer, sesenta y seis. Al día octavo los parvulillos tenían todo el cuerpo cubierto de plumas excepto el vientre, y durante los tres días siguientes exigieron tanta cantidad de alimento, que, los padres ocupáronse todo el día en satisfacerles, en términos que el día once los pobres animalitos hicieron doscientos diez y seis viajes. A los quince días halló Levaillant en su visita de por la mañana que tres de los parvulitos estaban fuera del nido, y muy luego fueron saliendo sucesivamente los cuatro restantes, excitados por el hambre y por la voz de sus padres, que se abstuvieron de entrar a darles de comer. Al mediodía el nido quedó desocupado y abandonado para siempre, y las tiernas curruquitas se establecieron en los arbustos y setos de los jardines. Los padres continuaron dándoles la comida por algunos días, y por último constituyeron una pequeña bandada, viviendo en la más perfecta armonía. La verdad histórica nos obliga a dar cabida a un rasgo sombrío en medio de un cuadro tan embelesador y de tan halagüeño colorido. Imagínese el lector una de esas hermosas curruquitas que acababa de salir del nido y triscaba alegre en los matorrales y de improviso se halla entre las quijadas de una hedionda serpiente, que la estaba acechando bajo de la hojarasca: figúrese los gritos de angustia de la víctima pidiendo el socorro de sus protectores naturales, y compréndase, si es posible, la impotente desesperación de la madre... Añadamos, sin embargo, que aquella inocente criatura, con todo y ser tan joven, había privado de la vida y de la posteridad a centenares de arañas y de hormigas. ¡Oh ley misteriosa de las compensaciones! Lo mismo el mundo físico que el mundo moral están bajo tu dominio; y la meditación de esto es el principio de la sabiduría.

Reyezuelo.

El REYEZUELO COMÚN (Motacilla regulus, LIN.). Pertenece a una sección cuyo pico fino es perfectamente cónico y sumamente agudo. Es el más pequeño de los pájaros de Europa; tiene 4 pulgadas de longitud total; la cabeza adornada con una coronilla, cuyos bordes de cada lado son negros sobre un fondo claro, y cuyas plumas pueden erizarse en forma de crestón: de allí su nombre reyezuelo; la cerviz, el cuello, el obispillo y las coberteras de la cola son de color oliváceo con matices amarillos; la garganta y pecho rojizos; el vientre y demás partes interiores blanquizcas; las remeras y rectrices pardas, con mezcla de oliváceo; obsérvanse dos fajas blanquizcas en las alas, y por último tiene el pico negro y los pies amarillos. Este lindo pajarito se solaza en los arbolados, en incesante movimiento, examinando las grietas de las cortezas, escarbando en las hojas secas agarrándose a las ramas en todos sentidos, y despidiendo de continuo el grito zí, zí, zí, zí que le descubre; no es receloso, y así permite que se le aproximen bastante. Suspende el nido, que construye con exquisito arte, en la bifurcación de las ramas de una haya o abeto; su forma es esférica, con la entrada hecha en un lado. El tejido exterior está formado de musgo y telarañas; y en el interior se halla el nido acolchado con blando plumón; donde descansan los huevos, que son tamaños como guisantes y de un color blanco ligeramente rosado.

Reyezuelo troglodita.

La NEVATILLA (Motacilla alba, LIN.). Su pico es aún más delgado que el de las currucas: las piernas altas, y la punta de las alas replegada y cubierta por las plumas escapulares. La longitud total de la nevatilla es de unas 7 pulgadas; sus partes superiores con cenicientas, y las inferiores blancas; la garganta, pecho y una calota que cubre la nuca son negros, lo mismo que las coberteras superiores de las alas, aunque sus bordes son blancos:

También son negras las remeras y rectrices; pero las dos penas más externas de la cola son blancas con los bordes negros.

Las nevatillas, que también se llaman lavanderas, llegan a nuestros climas muy a los principios de la primavera, y forman pequeñas bandadas que viven a orillas de las aguas: con frecuencia andan aparcadas, llamándose sin cesar mientras vuelan. A más de la voz de llamamiento bist-bist, bist-bist, tienen otra fuerte y clara que puede expresarse por guit, guit. No hay cosa más ligera ni más alegre, graciosa y elegante, que el aire y movimientos de estos pajaritos. Viendo el vulgo que este pájaro frecuenta las orillas de las aguas, y comparando el continuo movimiento con que esta avecilla levanta y baja la cola a la pata de lavar la ropa, le dio el nombre de lavandera. Aliméntase con insectos; y construye el nido en algún hueco debajo del musgo, o entre raíces, siendo los materiales yerbas secas, musgo y crines: el macho da muestras de un amor a la familia igual al de la hembra.

Nevatilla.

Las aguzanieves son iguales a las nevatillas, sin otra diferencia que tener algo más larga y ligeramente corva la uña del dedo pulgar.

La AGUZANIEVE DE PRIMAVERA (Motacilla flava, LIN.). Es cenicienta en las partes superiores, verde olivácea en la espalda, y en las partes inferiores amarilla; tiene las penas laterales de la cola blancas en sus dos tercios, y una faja del mismo color que va desde el pico a la parte superior de los ojos. La longitud total del cuerpo es de 6 pulgadas y media. Estas avecillas están muy esparcidas por Europa, y son las primeras entre las de su género que reaparecen en nuestros campos al terminar el invierno. Por la primavera se reúnen en numerosas bandadas; y recorren los terrenos elevados y las tierras labradas. Durante el verano permanecen en lugares húmedos, en los prados, y también a menudo siguen a los rebaños, donde acuden en persecución de los insectos.

La AGUZANIEVE AMARILLA (Motacilla boarula, LIN.). No es tan común como la antecedente, y vive especialmente en el norte de Europa. Su tamaño es de 7 pulgadas y media; su plumaje ceniciento en las partes superiores, el obispillo amarillo oliváceo, la garganta y parte anterior del cuello negras; el sobrecejo, el pecho y partes inferiores de un amarillo muy vivo; nótase debajo de los ojos una fajita blanca, que a veces desciende por los lados de la garganta; las remeras primarias y las coberteras son negruzcas, las secundarias presentan los bordes de un amarillo claro y blanco en su origen; las seis rectrices intermedias son negruzcas con franjas exteriores de un verde oliváceo; las seis laterales blancas. Esta ave es con frecuencia solitaria, mueve continuamente la cola, y cuando vuela su voz parece que pronuncie bist, bist, bist; al paso que cuando se para tiene un canto particular, que parece ser de llamamiento.

Aguzanieve amarilla.

Vamos a terminar el numeroso género de los picofinos con los autos o bizbitas, que confundió Linneo con las alondras a causa de la longitud de la uña del pulgar; aunque la circunstancia de tener el pico delgado y con escotaduras las coloca entre los picofinos.

La BISBITA COMÚN o ALONDRA DE LOS PRADOS (Alauda pratensis, LIN.). Tiene 5 pulgadas 8 líneas de longitud total; el plumaje superiormente pardo oliváceo, y en las partes inferiores blanquizco con manchas pardas en el pecho y costados; el sobrecejo blanquizco, y los bordes de las rectrices externas blancos. Este pájaro vive en los prados húmedos, y anida en los juncales y matas de yerbas. Las frutas azucaradas de que en otoño se alimenta le comunican mucha gordura, y a su carne un sabor muy delicado; en cuyo tiempo es buscado bajo el nombre de becafigo.

Familia de los Fisirrostres Los fisirrostres forman la segunda familia en el orden de los páseres; su pico es corto, ancho, complanado horizontalmente, ligeramente ganchoso, muy hendido, y sin escotaduras; así la abertura de la boca es anchísima y entran con facilidad los insectos que estas aves van persiguiendo al vuelo. Fisirrostres significa literalmente, pico hendido; aseméjanse a los papamoscas, sin más diferencia que la falta absoluta de escotaduras en el pico. Es la familia de que tratamos poco numerosa, pues solo contiene dos grandes géneros: las golondrinas y los papavientos o chotacabras. Siendo su régimen alimenticio puramente insectívoro, son por necesidad aves viajeras que abandonan en invierno nuestras comarcas. Las golondrinas son notables por el espesor de su plumaje, la grande longitud de las alas y la rapidez del vuelo; se subdividen en golondrinas propiamente dichas y en vencejos, diferenciándose estos últimos por la particular conformación de las patas, cuyos dedos todos se dirigen hacia delante, incluso el pulgar, y no tienen más que tres falanges; al paso que en las golondrinas tanto el número de estos como la posición del pulgar nada ofrecen al de excepción.

Golondrinas Hay en Francia cuatro especies de golondrinas propiamente dichas, y son las siguientes:

La GOLONDRINA DE CHIMENEA (Hirundo rústica, LIN.). Tiene 6 pulgadas y media de longitud; la frente y la garganta de color de chocolate; las partes superiores del cuerpo negras, con cambiantes violáceos; en el pecho vese una ancha faja parda; las remeras son negras lo mismo que las rectrices, que excepto las intermedias, todas tienen una mancha blanca más o menos redondeada en las barbas internas; la cola es bifurcada, el vientre de un blanco mustio, el pico negro y los pies pardos. Es la mensajera de buen tiempo, pues llega acá en abril, siendo la última que emigra. Anida en lo alto de las chimeneas: el nido exteriormente se compone de barro mezclado con paja y crines, y en su interior de yerbas secas y de plumas. La hembra pone de tres a cinco huevos, blancos con manchitas pardas o violadas. Lo mismo que las que siguen, hace guerra a los insectos, que coge al vuelo, ya en las elevadas regiones del aire, ya rozando con la tierra.

Golondrina de chimenea.

La GOLONDRINA DE VENTANA (Hirundo urbica, LIN.). Es superiormente negra, y en el obispillo y partes inferiores blanca; tiene los pies cubiertos de plumas hasta las uñas; su tamaño es de 5 pulgadas; es la que más esparcida se halla y que más abunda entre todas las especies de Europa. Llega a Francia ocho o diez días antes que la de chimenea; construye el nido en un recodo de ventana, o debajo de las de las granjas y establos; el cual en su extremo se compone de barro; el centro de este cimento, está consolidado con paja, y acolchado en el interior con una grande cantidad de plumas. La hembra pone cuatro o cinco huevos blancos y sin manchas. Cada pareja se sirve del mismo nido durante una serie de años, y sabe encontrarlo y reconocerlo después de sus lejanas emigraciones: lo que se ha comprobado atando un cordoncito de seda a una de las aves dueñas del nido. Spallanzani, vio por espacio de diez y ocho años consecutivos volver una pareja al mismo nido, sin practicar en él casi reparación alguna. Lo mismo ejecuta la de chimenea; solo que cada año hace un nuevo nido encima del anterior. Son estas aves muy sociables: apenas un enemigo amenaza a alguna o a su cría, despide agudos silbidos; al instante acuden todas las demás golondrinas del contorno, y unidas hostigan al animal cuyos ataques se temían. Hase visto en Ermenonville a una bandada numerosa de golondrinas delante de uno de sus nidos, del cual un gorrión se había apoderado, y con mortero tapiaron la entrada condenando al intruso al suplicio de Ugolio.

La GOLONDRINA DE MONTE (Hirundo rupestris, LIN.). Diferénciase de la de chimenea en tener la cola menos ahorquillada; el plumaje superiormente pardo claro; y el vuelo más lento; siendo sus hábitos idénticos a los de la antecedente.

La GOLONDRINA RIBEREÑA (Hirundo riparia, LIN.). Su longitud no pasa de 4 pulgadas 8 líneas; las partes superiores y el pecho son pardas; y las inferiores y la garganta blancas; pone sus huevos en agujeros a lo largo de las riberas de las aguas. Se ha dicho que esta especie en vez de emigrar como las demás, pasa el invierno aletargada en el fondo de los estanques, etc. Varios observadores dignos de fe han asegurado haber sacado del agua algunas de estas aves en estado de muerte aparente, habiéndoles vuelto la vida por medio de un calor gradual. No obstante lo inverosímil de este hecho, no vemos que Cuvier lo ponga en duda. Lo cierto es que la mayor parte de las golondrinas emigran a los países cálidos; por el equinoccio de otoño se reúnen en numerosas bandadas, y luego desaparecen. El punto de reunión general es en las orillas del Mediterráneo, donde se las ve juntas en innumerables legiones en alguna considerable eminencia. Allí esperan durante algunos días el momento oportuno, y por último emprenden de común concierto su viaje al través del mar. Asegúrase que llegan al Senegal en octubre, donde pasan el invierno y mudan el plumaje.

La SALANGANA (Hirundo esculenta, LIN.). Pertenece esta especie al Archipiélago Índico; tiene la cola ahorquillada; las partes superiores pardas, y las inferiores blanquizcas, lo mismo que la extremidad de la cola. Los chinos tienen en grande aprecio el nido, y lo venden muy caro, pues lo consideran como alimento muy nutritivo. Los tales nidos son amarillentos, semidiáfanos, y de rompimiento como vítreo; tienen la figura de una pila de agua bendita, y presentan arrugas concéntricas semejantes a las de las conchas de ostra.

Nido de golondrina Salangana.

La procedencia de los materiales empleados en la construcción de dichos nidos ha sido por mucho tiempo objeto de dudas para los naturalistas. Los Chinos dicen ser la freza de pescado, que el ave recoge de la superficie del agua; los Javaneses, el jugo balsámico de un árbol que llaman calambuco; ciertos viajeros pretenden ser un jugo animal elaborado en el estómago de la ave; pero la opinión más general en el día es que la salangana construye el nido con ovas del género Gelidium, recogidas en la superficie de las aguas, y que luego junta y amontona con simetría en el nido, después de macerarlas con saliva. Séase lo que fuere, dichos nidos se disuelven en el agua lo mismo que gelatina, de suerte que se prepara con los mismos una especie de bebida de muy grato sabor. En Java es donde con especialidad los recogen a fin de venderlos a los Chinos: las profundas cuevas abiertas en las peñas se hallan entapizadas por tales nidos; los que se encuentran igualmente en los montes del interior, y aún tienen un color más vivo, por entrar en su construcción yerbas terrestres menos gelatinosas. Descienden los naturales de Java a las cuevas por medio de escalas hechas de bambú, y alumbrándose con antorchas. Es una expedición tan arriesgada como productiva, para cuyo buen éxito invocan a cierta divinidad que tiene por especial atributo la protección de los cazadores de nidos. Hácenle el sacrificio de un búfalo, y nunca descienden a un precipicio sin haber hecho perfumar antes su entrada por un sacerdote, quien quema en él benjuí, resina balsámica muy suave.

Los vencejos tienen las alas más largas, y las piernas más cortas que las golondrinas; de modo que cuando se hallan en el suelo, les es imposible arrancar el vuelo, el cual es sin embargo en ellos más vigoroso y rápido que en todas las demás aves.

El VENCEJO NEGRO (Hirundo apus, LIN.) Esta especie es la más común en nuestros climas; tiene unas 8 pulgadas de longitud, y 15 pulgadas de abertura de las alas; la cola bifurcada; el plumaje negro fuliginoso, a excepción de la garganta, que la tiene blanca.

Llega a nuestras comarcas en el mes de abril, más tarde que las golondrinas, en razón de que los insectos que constituyen su peculiar alimento no se elevan a las regiones donde el ave acostumbra a volar hasta estar suficientemente templada la atmósfera. Lo mismo que las golondrinas, vuelve a aposesionarse cada año del mismo domicilio que ocupó los años precedentes; siendo en los huecos o hendeduras de las paredes o bajo los tejados donde prefiere colocar el nido. Cuando halla el nido en que hizo la última cría; no se toma la molestia de construir otro. Durante los más intensos calores permanece el vencejo de día en su habitación, saliendo solamente por la mañana y al anochecer a caza de insectos, y a volar, sin más objeto que solazarse y ejercitar el vuelo, describiendo en los aires infinitas evoluciones, en torno de las torres y campanarios y delante de los edificios y exhalando agudos silbidos. Pero cuando se entregan a la caza, tienen un modo de volar lento y sin mover a veces casi las alas; andan solas y silenciosas, interrumpiendo o mudando con rapidez la dirección del vuelo en distintos sentidos. Levaillant observó en África una especie de vencejo, que llama velocífero a causa de la maravillosa rapidez del vuelo, que recorre media legua en un minuto; tiene el plumaje negro vivo, con reflejos azules en la cabeza, alas y cola, y de un negro menos intenso en las partes inferiores del cuerpo. Sus hábitos son semejantes a los del vencejo negro.

Chotacabras Los chotacabras o papavientos son páseres nocturnos cuyo plumaje está matizado de pardo o ceniciento, lo mismo que en las rapaces también nocturnas; como estas, tienen así mismo los chotacabras los ojos grandes, que se deslumbran a la luz del día; su pico, guarnecido de recios bigotes, puede zamparse los mayores insectos, los cuales detienen mediante una saliva glutinosa; cázanlos a la hora del crepúsculo. Viven aislados, y cuando vuelan lo efectúan con la boca anchamente abierta, de modo que engolfándose el aire en su cavidad produce un susurro particular, al cual estas aves deben el nombre de papavientos.

Chotacabras europeo.

CHOTACABRAS EUROPEO (Caprimulgus europaeus, LIN.). Es del tamaño del tordo; su plumaje es pardo con ondulaciones y manchas negruzcas; desde el pico a la nuca extiéndese una lista blanca, lo mismo que en la garganta y en el borde de las rectrices laterales. Aliméntase de abejorros y avispas, y su voz tiene cierta semejanza al graznido de un reptil; por lo que el vulgo le llama sapo volante. No construye nido, sino que deposita simplemente los huevos en el hueco de un árbol, y hasta a veces en medio de un camino. Si nota haberse desarreglado algún huevo, examínalo un buen espacio volviéndolo y revolviéndolo, hasta que al fin lo coge con el pico y lo lleva a otra parte.

Familia de los Conirrostres Forman los conirrostres la tercera familia de los páseres; tienen el pico recio, más o menos cónico y sin escotaduras en la punta, y su régimen es en general tanto más exclusivamente granívoro, cuanto mayor es la fortaleza del pico.

Alondras El género de las alondras tiene por carácter la uña del pulgar recia, recta y mucho más larga que las de los demás dedos. Las alondras son granívoras, herbívoras, e insectívoras. Hacen dos puestas al año, y en otoño se ponen tan gordas que constituyen un bocado exquisito para los gastrónomos.

La ALONDRA DE LOS CAMPOS (Alauda arvensis, LIN.). Tiene 6 pulgadas y 10 líneas de longitud; el vientre blanco, las rectrices pardo-negruzcas, a excepción de las dos laterales que tienen los bordes blancos. Vive en todo el antiguo Continente; la elevación de su vuelo y la fuerza de su canto son cosas conocidas. El macho es quien ejecuta esa ascensión vertical acompañándola con tan alegres modulaciones; y después de haberse elevado a las regiones superiores del aire, déjase caer desplomado hasta muy cerca del suelo, volviendo muy pronto a levantarse volando.

La ALONDRA DE LOS BOSQUES (Alauda nemorosa, LIN.). Tiene 6 pulgadas de longitud, adórnale la cabeza un moño de plumas, que el ave levanta o aplaca a su antojo; rodéale la cabeza un rasgo blanquizco; las rectrices son negras, salvo las dos laterales que tienen el borde externo blanco. Vive en Europa, y a veces se para en los árboles.

Alondra de los bosques.

La CENTINELA (Alauda capensis, LATH.). Es la más hermosa entre todas las de África; tiene la garganta amarilla, ceñida de una corbata negra, cuyas cintas forman el marco, mientras el amarillo constituye el fondo. El sobrecejo es de un hermoso matiz anaranjado, el cual es también el de toda la parte superior del cuerpo; la cola es blanca en la extremidad de las rectrices laterales; las alas pardas con manchas grises; llevan una especie de charreteras amarillentas; el pico es gris; los pies pardo-amarillentos, y los ojos pardo- anaranjados. Este brillante pájaro es propio del cabo de Buena Esperanza, donde le dan caza para comerlo. Particularmente abunda en los prados húmedos. Al ver presentarse otro animal, suelta una voz que parece decir, ¡quién vice! ¡quién vive! cuya circunstancia, junto a los vivos colores del plumaje, o dígase uniforme, le hizo dar el nombre de centinela.

Paros Los paros tienen el pico corto, cónico, recto, guarnecido de pequeños pelos en su raíz, y los orificios de la nariz ocultos bajo las plumas. Son vivos, petulantes, y se hallan en continuo movimiento, revoloteando sin cesar de un árbol a otro, examinando todas las ramas, suspendiéndose en ellas de mil maneras, y hasta a veces cabeza abajo, sin soltarlas, desgarrando las yemas, comiendo insectos, y también pajaritos si alguno encuentran enfermo o enredado en un lazo; en cuyo caso le taladran el cráneo y le comen los sesos.

CARBONERA o EL HERRERILLO (Parus major, LIN.). Es la mayor entre todas las especies de paros de Europa, pues su tamaño es de 6 pulgadas; tiene el plumaje oliváceo superiormente, y amarillo en las partes interiores; la cabeza negra, lo mismo que una faja longitudinal que se nota en el pecho; en cada mejilla tiene una mancha blanca triangular. Aunque es ave fiera, gústale la sociedad de sus semejantes; pero si la enjaulamos junto con otros pájaros, los persigue sin cesar hasta que les ha dado muerte. En especial se hace temible cuando una vez ha gustado los sesos de alguno. Abunda este paro en los árboles de nuestros jardines, donde con facilidad puede observarse su agilidad y movimientos y su canto alegre. Anida en el hueco de un árbol, y a veces en el agujero de un muro, en el nido que abandonó una ardilla, un cuervo, etc. Constrúyelo sin arte, y compónese de musgo, lana y plumas. La puesta consta de ocho o diez huevos blanquizcos, salpicados de puntos grandes y pequeños y de rasgos de un rojo oscuro.

La carbonera.

La CARBONERA PEQUEÑA (Parus ater, LIN.). Diferénciase de la antecedente en ser más pequeña, y en que los puntos que aquella tiene de color oliváceo, son en esta cenicientos, y blanquizcos los que en aquella son amarillos. Este paro habita con preferencia en los grandes bosques de abetos.

El MOSTACHO o PARO BIGOTUDO (Parus biarmicus, LIN.). Difiere de los paros comunes por la corvadura que se nota en la punta de su mandíbula superior. Este hermoso pájaro es del tamaño de la carbonera; tiene el plumaje leonado, y el macho la cabeza cenicienta, con un pincel de plumas negras al rededor de los ojos que termina en punta dirigiéndose hacia atrás; habita en los pantanos y arbolillos acuáticos, donde se alimenta de insectos y de las semillas de las cañas; tiene un canto muy suave y alegre.

Aves Tontas Las aves tontas tienen el pico cónico, corto y algo comprimido, con un tubérculo duro y prominente en el paladar. Son casi exclusivamente granívoras; buscadas de los cazadores, y muy fáciles de coger, pues tienen poca previsión y caen en toda especie de lazos. La especie que de más fama goza es el Hortelano.

El HORTELANO (Emberiza Hortulana, LIN.). Tiene la espalda pardo olivácea; la garganta amarilla; las dos rectrices externas de la cola blancas en su parte interna. Engorda en otoño y es muy apetecido por la delicadeza de su carne. A macho llega a imitar algunas modulaciones de otros pájaros, si se le coloca cerca de estos.

El hortelano.

Fringílagos Constituyen los fringílagos un género muy fecundo en especies; sus caracteres son: pico cónico más o menos grueso en la base, y no anguloso en sus comisuras. La mayor parte son granívoros. Los fringílagos se han subdividido en tejedores, gorriones, pinzones, pardillos, jilgueros, pico-gruesos, buvrelos, etc. Entre los tejedores, así llamados por el arte con que entretejen el nido, distínguese el Republicano.

El REPUBLICANO (Loxia socia, LATH.). Habita en el cabo de Buena Esperanza; su plumaje es pardo oliváceo superiormente, y amarillento en las partes inferiores; la cabeza y las penas son pardas. Aproximan sus nidos de manera que vienen a constituir un solo cuerpo con diferentes comparticiones.

Los gorriones propiamente dichos tienen el pico algo más corto que los tejedores, cónico y algo convexo, citaremos como tipo al siguiente:

El GORRIÓN DOMÉSTICO (Fringilla doméstica, LIN.). Es pardo con manchas negruzcas superiormente, y gris en las partes inferiores; con una faja blanquizca encima de las alas; la calota del macho es roja en los lados, y la garganta negra. Este pájaro abunda en todos los puntos del antiguo Continente donde el hombre cultiva cereales.

Al paso que el gorrión doméstico manifiesta grande atrevimiento y confianza en nuestras ciudades, en los campos se vuelve receloso y astuto, y se burla de la persecución del cazador. Por lo regular anida debajo de las tejas, en los agujeros de las paredes, o en vasos de barro que el hombre le proporciona, en cuyo caso se contenta con arreglar en él cierta cantidad de paja; pero cuando coloca el nido en altos árboles, constrúyelo con grande arte, y a más de ello añádele una especie de techo que lo pone a cubierto de la lluvia: hace varias puestas al año, cada una de seis huevos azulados, con más o menos manchitas pardas. Su longevidad no deja de ser notable, habiéndose visto un gorrión que vivió 21 años.

Los pinzones tienen el pico algo más convexo que los gorriones; hablaremos primero del pinzón común.

El PINZÓN COMÚN (Fringilla caelebs, LIN.). Es uno de los pájaros más comunes en nuestros campos; su tamaño es de 5 pulgadas y media; es pardo superiormente, y de un rojo violáceo en las partes inferiores en el macho, y grisáceo en la hembra: tiene dos fajas blancas en el ala, cuyo matiz se ve en las partes laterales de la cola. Es vivo, alegre en el canto, y se halla en toda Europa.

El pinzón común es un pájaro que se coge con facilidad, y con la misma se le puede adiestrar en una jaula cuando se ha cogido joven, siendo capaz de imitar y apropiarse el canto de las demás aves. Este resultado se obtiene cuando su dueño para impedirle distinguir el día de la noche, le pasa por los ojos un hierro candente... ¡Es una atrocidad! sin duda exclamará el lector; pero se verá que esto es nada si lo comparamos con las crueldades que ejerce el rey de la naturaleza sobre todos los seres que le rodean, por utilidad, diversión y aún por el simple gusto de atormentar y hacer mal. A pesar de que los alemanes no usan tan bárbaro medio de educación música, no hay en el mundo otro punto donde más se aprecie el canto del pinzón que en Alemania; en términos, que los aficionados han estudiado todos sus matices, y ningún sonido se ha escapado a su inteligente oído. Como el canto de este pájaro ofrece semejanza con ciertos sonidos articulados, han determinado distinguir sus numerosas variedades por medio de sílabas finales de la última estrofa que entona el ave, y en ellas han creído encontrar palabras alemanas. Los habitantes de Rould a veces andan treinta leguas para coger a la liga alguno de esos apreciados pájaros, y se ha visto labradores dar una vaca en cambio de un pinzón bien enseñado.

El PINZÓN DE MONTAÑA (Fringilla montifringilla, LIN.). Se ha llamado también pico grueso de las Ardenas. Es más grueso que el pinzón común, puesto que su tamaño es de 6 pulgadas y media; de las cuales la cola se lleva 2 y media y el pico media. Este es amarillo con la punta negra; la altura de las piernas es de 9 líneas, y son de un color de carne oscuro; las plumas de la cabeza y de las mejillas son negras, con los bordes rojizos, más anchos y marcados en los machos jóvenes, y que con el tiempo se van debilitando más y más; así la nuca como el vientre parecen empolvados de gris blanquizco; las plumas de la espalda son negras, con anchos bordes de un amarillo oscuro; el obispillo es blanco; la parte anterior del cuello, el pecho y las pequeñas coberteras de las alas son de un rojo más o menos vivo; las grandes coberteras negras con el extremo blanco; las penas pardo-oscuras comarcas en invierno, echado de su país por el rigor del frío. Con todo, en otoño se encuentran a millares en los bosques de Alemania. Su canto ofrece poco brillo, como que lo forman leves silbidos, aunque es capaz de perfeccionamiento.

Pinzón de montaña.

Los jilgueros tienen el pico exactamente cónico, sin que ofrezca convexidad en ningún punto: son exclusivamente granívoros.

El JILGUERO COMÚN (Fringilla carduelis, LIN.). Es uno de los pájaros más lindos pertenecientes a Europa; tiene 5 pulgadas y 3 líneas de longitud; la parte superior parda, y la inferior blanquizca; la cara de bellísimo escarlata; una hermosa mancha amarilla en cada ala; las remeras terminan todas en una manchita blanca de figura más o menos triangular; las rectrices intermedias son blancas en su extremo, y lo mismo las laterales, aunque en mucho mayor espacio. Para alimento prefiere las semillas del cardo y de otras plantas de la misma familia. Es muy domesticable, y le obligan a veces a subirse él mismo el agua en unos cubitos, y la comida en un carretoncito. Tiene el canto muy variado, y vive 20 y más años.

Jilguero.

EUROPA.

El Reyezuelo de triple venda, el Jilguero, el Abejaruco, el Paro y el Pico-gordo.

El PARDILLO (Fringilla cannabina, LIN.). Tiene 5 pulgadas y 4 líneas de longitud; el plumaje de la espalda pardo-leonado; las penas del ala y de la cola negras con los bordes blancos; las partes inferiores blanquizcas; a los machos cuando son viejos cúbreseles el pecho y la cabeza de un hermoso rojo; por último, el pico es pardo. Este pájaro se halla casi en toda Europa; hace el nido en los viñedos, arbustos o matorrales; la hembra lo construye y empolla sola los huevos; el macho alimenta la parva. Su canto es grato, brillante y flautado: los aficionados lo tienen en grande estima, pues es susceptible de adiestramiento y se perfecciona a punto de reproducir las sonatas que se le enseñan.

El VERDERÓN (Fringilla spinus, LIN.). Esta especie es harto conocida; su pico se adelgaza hacia la punta, la cual es sumamente aguda; su plumaje es superiormente oliváceo, y amarillo en las partes inferiores, con una calota o solideo, la cola y las alas negras, y en estas dos fajas amarillas. Anida en las levadas cimas de los abetos: acostúmbrase pronto a la jaula; de modo que cogido joven se le enseña a volver espontáneamente después de haberle abierto la puerta y dejádole salir libre.

El VERDECILLO (Fringilla serinus, LIN.). Pertenece a las montañas meridionales de Europa: su tamaño es como el del antecedente; en las partes superiores oliváceo, y en las inferiores amarillento, con manchas pardas, y una faja amarilla en el ala.

Déjase coger con la mayor facilidad, y una vez enjaulado es este pájaro en extremo cariñoso; halaga con el pico a sus compañeros de esclavitud, gustándole sobre todo la compañía del jilguero, cuyo canto imita sin dificultad: aunque su voz no es fuerte, tiene melodía, asemejándose su canto al del canario, de que vamos a hablar.

El CANARIO (Fringilla canaria, LIN.). Tiene el pico más corto que el pardillo; su agradable canto y su aptitud para el cautiverio, han generalizado este pájaro en todas partes. No se halla aún bien determinada su primitiva patria; y si bien se le encuentra en estado silvestre en las Islas Canarias, algunos viajeros lo creen originario del Asia.

El CARDENAL DOMINICANO (Loxia dominicana, LIN.) y el CARDENAL MOÑUDO (Loxia cucullata DAND.) son dos especies raras de la América meridional; ambos algo mayores que un gorrión, y notables por el hermoso color purpúreo de la cabeza y de la garganta; diferéncianse principalmente entre sí en que el segundo tiene las plumas de la parte posterior de la cabeza largas y escalonadas, con la facultad de levantarlas en forma de moño; lo restante del plumaje ofrece en ambos una faja negra en la cerviz; el matiz blanco en los costados, pecho y partes inferiores; y negras las alas, espalda y cola. Su canto no tiene nada de particular, y aún rara vez se les oye la voz; pero la riqueza del plumaje les hace dignos de ocupar un distinguido lugar entre las aves más hermosas del mundo. Estas aves nunca se encuentran en los grandes bosques, pues prefieren los matorrales de los llanos, y muy rara vez se alejan de su acostumbrado albergue. Aliméntanse con las semillas del agrimonio y de gramíneas, etc.

VIUDAS. Son aves del África y de las Indias que tienen el pico como los pardillos, y constituyen la transición de estos a los pico-gruesos: todas ostentan el color negro en el plumaje; por cuyo motivo se ha dado el nombre de viudas a esta sección del numeroso género de los gorriones.

La VIUDA CON COLLAR DE ORO (Emberiza paradisea, LIN.). Llámase también gran viuda de Angola; tiene 5 pulgadas y media de longitud; la cabeza, la espalda, las alas y la cola de un negro intenso; el collar y partes inferiores de un castaño rojizo muy vivo; el vientre blanco; las rectrices larguísimas, y las dos del medio anchas, fuertes y puntiagudas. Esta especie abunda en el Senegal, siendo sus costumbres semejantes a las de los pico- gruesos de que vamos a tratar.

Viuda con collar dorado.

Los pico-gruesos tienen el pico exactamente cónico, y solo se diferencia por su excesivo grosor.

El PINZÓN REAL, o PICO-GRUESO COMÚN (Loxia coccothrausies, LIN.). Es de notar por su gran pico amarillento, y su figura gruesa y encogida; su longitud es de 6 pulgadas y media; su espalda y parte superior de la cabeza son de color pardo, y lo demás del plumaje grisáceo; la garganta y las remeras, negras, con una faja blanca en cada ala; es pájaro solitario, agreste y silencioso; no es adiestrable; y vive en los bosques. Anida en las hayas; y se alimenta con toda especie de frutas que tengan hueso.

El VERDERÓN (Loxia chloris, LIN.). Es del tamaño de un gorrión; y tiene de longitud 6 pulgadas y media. Las partes superiores del cuerpo son verduscas; las inferiores amarillentas, y el borde externo de la cola amarillo; el pico no es tan grueso como en la especie precedente, complácese en los bosquecillos de los jardines y en los parques sombríos; y abunda en los alrededores de París. Es muy manso y familiar. Aliméntase de frutas, granos y alguna vez de insectos. Acostúmbrase a la jaula, y su canto se asemeja al del pinzón.

Verderón.

Los Buvrelos, tienen el pico redondeado, grueso y convexo en todos sentidos. Nuestro BUVRELO COMÚN (Loxia pyrrhula, LIN.), tiene 6 pulgadas y 3 líneas de longitud; es ceniciento en sus partes superiores, y rojo en las inferiores, con la parte superior de la cabeza negra a manera de un solideo. Este pájaro junta a la hermosura del plumaje las más apreciables cualidades: tiene una garganta tan flexible, que aprende con facilidad el canto, y hasta la articulación de palabras; y sobre todo es susceptible de cobrar adhesión al dueño. Anida en los bosquecillos de arbustos. El macho alimenta a la hembra mientras empolla los huevos, y hasta la reemplaza en esta función durante algunas horas al día: su alimento consiste en frutas, granos y yemas.

Los pico-cruzados tienen el pico deprimido en los lados, y las mandíbulas tan cortas que sus puntas se cruzan, ya hacia un lado, ya hacia otro.

Pico-cruzado común.

El PICO-CRUZADO COMÚN (Loxia curvirostra, LIN.). Albérgase en los bosques de árboles verdes, como pinares, etc., donde se alimenta de piñones, que sabe sacar con el pico de dentro las piñas de pino o de abeto. Su tamaño es de 6 pulgadas. El macho, cuando tiene el plumaje así en las partes superiores como en las inferiores de color de ladrillo, con un baño de color verde o amarillento; las remeras y rectrices pardas; las coberteras de la cola de un blanco sucio, y en el centro de cada pluma se nota una gran mancha oblonga de color pardo. De este último color son el iris y los pies. Con la edad desaparece el color rojo de la garganta. El pico cruzado hace el nido en invierno; con líquenes dados de trementina.

El Pico-duro (Loxia ennucleato, LIN.). Diferénciase de los pico-gruesos en que la punta de la mandíbula superior se encorva por encima de la inferior. Este pájaro habita en el norte de ambos continentes; siendo en sus hábitos semejante al pico-cruzado; tiene el plumaje rojo o rojizo, y las penas de las alas y de la cola negras con los bordes blancos.

El AGUIJA-BUEYES (Buphaga africana, LIN.). Esta especie del África, es cercana a los pico-duros; tiene el pico que empieza siendo cilíndrico, y luego se pone convexo antes de llegar a la punta, la cual es obtusa. Las partes superiores son pardo-rojizas, y las inferiores de un leonado claro, que se vuelve casi blanco en el vientre; el pico es amarillo en su origen y rojo vivo en la punta. Debe su nombre a la costumbre de agarrarse a la espalda de los bueyes, picándoles fuertemente la piel para hacer salir y comer las larvas de tábano que en ella se crían. Conoce el punto donde se esconden en las eminencias del cuero. El buey, conociendo que le libran de tan incómodos huéspedes, se presta gustoso a las operaciones quirúrgicas del pájaro.

Cásicos El género de los cásicos o tropiales, comprende las especies americanas que tienen un gran pico exactamente cónico, grueso en la base y sumamente agudo en la punta. Linneo los colocó en el género de las oropéndolas. Son pájaros muy sociables, y forman numerosas bandadas, que a menudo hacen estragos en los campos cultivados.

El CÁSICO CON MOÑO (Oriolus cristatus, LIN.). Tiene 18 pulgadas de longitud; el plumaje pardo castaño en el obispillo y debajo de la cola; de las doce rectrices de esta, diez son de un hermoso color de limón, y las dos restantes de un negro marchito, como todo lo demás del plumaje. Habita en el Brasil, y 5 veces se le encuentra en las selvas vírgenes; bien que lo más frecuente se establece cerca de los lugares habitados.

Vive a bandadas y se reúne a otra especie de cásico (el Jupuba), cuyo plumaje es negro aterciopelado como el suyo, con plumas de un colorado sanguíneo en la rabadilla. Estos pájaros echan a perder gran cantidad de naranjas, las cuales taladran a picotazos para comer la pulpa, y arrojan las pepitas. Las tórtolas que, al contrario, apetecen las pepitas, se aprovechan de los restos del festín del cásico. El moñudo construye el nido con un artificio y precaución que admira: dale la forma oblonga de una bolsa hinchada en la parte inferior; la entrada se halla en la parte superior y en uno de los lados: su tejido se compone de líquenes y hebras de cortezas, en especial de filamentos de la Ticlandsia usneoïdes, que ha el puesto el ave tan delgados como crines de caballo. Cuélgalo ya en la extremidad de una palma, ya de una rama, cuidando siempre de ponerlo apartado del tronco a fin de que esté fuera del alcance de enemigos que pudieran trepar por él.

El TROPIAL BALTIMORE (Oriolus Baltimore, LIN.). Hanlo colocado en el género de los cásicos. Tiene 7 pulgadas de largo; las partes superiores negras, la rabadilla de un matiz anaranjado verduzco; las coberteras del ala negras con bordes anaranjados; las grandes remeras pardo-negruzcas, las secundarias, negras, con los bordes blancos; las rectrices amarillas y en su origen negras, lo mismo que las dos rectrices intermedias en toda su extensión las partes inferiores son de un amarillo anaranjado la garganta negra; los pies y el pico pardos, siendo este del todo recto. Este pájaro vive en América y principalmente en la Luisiana, establécese en las pendientes de los collados, y coloca su maravilloso nido en los tulipanes, en cuyas hojas y anchas flores encuentra las orugas y coleópteros que son su alimento. Componen el nido poniendo el macho una hebra del Tillandsia usneoïdes extendida entre dos ramas, y luego pone otra al través la hembra formando cruz; y repitiendo esto mismo sucesivamente, resulta una red o tejido admirable en figura de nido. En este no entra ninguna sustancia cálida, y lo colocan con exposición hacia el norte, tal vez presintiendo los grandes calores que han de sobrevenir; puesto que en las regiones no tan cálidas como la Luisiana, por ejemplo en la Pensilvania y Nueva York, lo sitúan siempre expuesto al mediodía, y lo tapizan de lana y algodón. Tiene el Baltimore unos movimientos graciosos que le son peculiares; su voz es suave; aliméntase con insectos en la primavera, con fresas y cerezas en verano, y con higos en otoño. Emigra al sud, donde pasa el invierno, y después del equinoccio vuelve a los Estados Unidos.

El TROPIAL VARIADO (Oriolus varius, LIN.). Ofrece mucha variedad en sus colores, según la edad o el sexo del individuo: el macho hasta haber llegado a la tercera primavera no lleva su librea definitiva; tiene 6 pulgadas de longitud, el pico azulado y convexo en toda su extensión; el plumaje negro, excepto en la parte inferior del dorso, en la rabadilla y el vientre que es pardo castaño; los bordes de las remeras secundarias son blancos. Esta ave, inferior al Baltimore en cuanto a viveza de colores, acaso le aventaja considerada como industrioso arquitecto: su nido tiene contornos más graciosos, siendo tan ligero, que apenas pesa media onza: por lo regular lo coloca en algún árbol frutal. Oblíganle a veces, sin embargo, colocarlo en algún árbol de ramas menos consistentes, tal como, por ejemplo, un sauce llorón; en cuyo caso, excitado su instinto por la necesidad, llega a rayar casi en inteligencia. Después de examinar el árbol con la más escrupulosa atención, y de mostrarse como afligida la pareja de no tener sitio más adecuado, atan con hebras herbáceas las ramas más delgadas y flexibles del sauce, de manera que vienen luego a tomar la figura de un cesto cónico, y en él colocan el nido, al cual, en vez de darle la forma semiesférica que acostumbran en los frutales, lo construyen oblongo, y de un tejido menos apretado, a fin de que tenga mayor elasticidad y se adapte a los movimientos de las ramas cuando las agita el aire.

El JAMACAI (Oriolus Jamacaii, LIN.). Pertenece igualmente al género de los cásicos. Tiene 8 pulgadas de largo; las partes superiores, inclusa la cabeza, amarillas; las remeras de un negro puro, lo mismo que una faja que tienen en la espalda y que las rectrices; las partes inferiores son amarillentas; la garganta y parte anterior del cuello, el pico y los pies, negros. Solo se halla esta ave en algunas comarcas del Brasil; su canto es tan melodioso, como hermoso su plumaje. Vive a bandadas en los llanos, recorriendo los guayabos, cuyo fruto apetece en gran manera a causa de su pulpa aromática y azucarada. Las semillas del guayabo, aún después que han pasado por la acción digestiva del estómago del Jamacai, conservan su potencia germinativa; de modo que este pájaro, al paso que goza de la dulzura de la fruta, se convierte en un medio para propagar tan interesante y provechosa planta.

Estorninos Los estorninos se diferencian de los tropiales o cásicos por su pico enteramente recto y deprimido, en especial en la punta.

El ESTORNINO COMÚN (Sturnus vulgaris, LIN.). Esta especie abunda mucho en el antiguo Continente; tiene el plumaje negro con cambiantes verdes y violados, y en todos puntos se ven manchitas blancas o leonadas. El macho cuando joven es gris parduzco. Aliméntase este pájaro de insectos de toda especie; vuela en numerosas y densas bandadas, siendo fácil cogerlo y domesticarlo; y aunque naturalmente su voz es áspera y chillona, el adiestramiento comunica suma flexibilidad a su garganta: de modo que aprenden a silbar, a cantar, y hasta a articular palabras.

ESTORNINO COMÚN.

Cuervos Los cuervos, a los cuales ciertos autores consideran como formando una familia separada, en realidad solo difieren de los demás páseres conirrostres por ser de mayor tamaño, el cual les permite perseguir a otros pájaros. Se han dividido en tres géneros: cuervos propiamente dichos, grajos, y paradíseos.

Los cuervos propiamente dichos tienen el pico complanado lateralmente y muy fuerte; y los orificios de las narices cubiertos de plumas dirigidas hacia delante.

El CUERVO COMÚN (Corvux corax, LIN.) Es el mayor de los páseres europeos, pues tiene 23 pulgadas de longitud, siendo su tamaño igual al del gallo. Tiene el plumaje enteramente negro, con reflejos purpúreos y azulados en la parte superior del cuerpo; el vientre es verduzco con ligeros cambiantes; la cola redondeada, y la mandíbula superior convexa superiormente. Vive solitario; vuela muy alto, y huele los cadáveres a más de una legua de distancia; es omnívoro, y hasta arrebata la volatería de los corrales: anida en altos árboles o en escarpadas peñas. Domestícase fácilmente; y adiestrado imita la voz de otros animales y hasta la humana; es ratero por instinto, y esconde hasta aquellas cosas que de nada pueden servirle; como monedas, joyas de plata, y objetos brillantes. Encuéntrase en todas partes, y los antiguos romanos deducían mil agüeros de su vuelo, movimientos, etc.

La CORNEJA (Corvus corone, LIN.). Es una cuarta parte más pequeña que el cuervo; tiene la cola menos redondeada, y el pico más recto. Durante el verano se mantiene en las selvas, donde se alimenta con toda especie de fruto, de lombrices, insectos, carne corrompida, etc.; pero en el invierno se acercan a los sitios habitados y déjanse caer a bandadas en las tierras labradas para comer la sembradura y los insectos; retirándose por la noche otra vez al bosque. Lo mismo que el cuervo común, la corneja se domestica y aprende a articular: roba los objetos relucientes. Habita en todo el hemisferio septentrional.

Corneja.

La CORNEJA CABIZCANA (Corvus cornix, LIN.). Es algo mayor que la corneja común; tiene el cuerpo ceniciento, y la cabeza, alas y cola negras. Frecuenta las riberas del mar y los estanques, y se alimenta de peces, conchas y reptiles.

La CORNEJA DE PICO BLANCO (Corvus frugilegus, LIN.). Es más pequeña que la corneja; y tiene el pico más recto y puntiagudo; es igualmente frugívora que insectívora: vive con las demás cornejas, pero no apetece como estas la carne corrompida.

La CHAVA (Corvus monedula, LIN.). Llámanla también pequeña corneja de los campanarios: es una cuarta parte más pequeña que la corneja común; su color es menos negro, y tira a ceniciento al rededor del cuello y debajo del vientre. Anida en los campanarios y antiguas torres, y vive reunida en bandadas. Su régimen alimenticio es el mismo que el de las cornejas comunes, y en especial hace cruda guerra a las aves de rapiña.

La PICAZA COMÚN, URRACA o MARICA (Corvus pica, LIN.). Tiene 18 pulgadas de longitud; la cola larga y escalonada; el plumaje es negro sedeño, con cambiantes purpúreos, azules y dorados; el vientre blanco y una gran mancha de este mismo color en cada ala; su charla y ratería instintiva son proverbiales. Es omnívora, amontona abastecimientos, y come granos, ratones, insectos, lombrices, carne corrompida y hasta ataca a los polluelos de los corrales y gallineros.

El GRAJO COMÚN (Corvus glandarius). Tiene las mandíbulas algo más cortas que las especies antecedentes, y terminan ambas de repente en una curvatura casi igual; el tamaño de esta ave es de 15 pulgadas; su plumaje gris violáceo, con los bigotes y las penas negros; siendo especialmente notable por una gran mancha de brillante azul con rayas de un azul más oscuro que forman las coberteras de las alas. Los grajos son de índole viva y petulante, y cuando los irritan erizan las plumas de la frente; aliméntanse de insectos, granos y sobre todo de bellotas. Esconden los objetos, y hacen provisiones, lo mismo que las urracas; pueden adiestrarse, y tienen inclinación a imitar todos los sonidos.

El CASCANUECES (Caryocatactes, LIN.) Tiene ambas mandíbulas puntiagudas e igualmente rectas; su tamaño es de 13 pulgadas; su color pardo manchado de blanco en todo el cuerpo. Es el más desconfiado de entre los cuervos. Al verle trepar a los árboles, picoteando la corteza para hacer salir las larvas de insectos depuestas en su espesor, pudiera tomársele por un ave del orden de los picos. El cascanueces se alimenta también de frutas, y hasta de pajarillos.

El CUERVO GARLADOR (Coracias garrula). Es del tamaño del grajo; su plumaje es de color verdemar; la espalda y penas escapulares leonadas; la extremidad del ala azul. Es ave sociable con sus semejantes, aunque de otra parte es selvática y chillona. Habita en los bosques de encinas y abetos en el norte de Europa, y se alimenta de insectos y reptiles. Emigra en el invierno.

Los paradíseos, llamados vulgarmente aves del paraíso, tienen, lo mismo que los cuervos, el pico recto y deprimido, y las ventanas de las narices cubiertas de plumas; las cuales, en vez de ser recias y delgadas, presentan un brillo metálico. Estas aves son originarias de Nueva Guinea e islas inmediatas; tienen las plumas de los costados largas y delgadas en forma de penachos, mucho más largos que el cuerpo del ave. En ellas obra el viento de modo que, según su dirección, lleva al ave contra su voluntad, obligándola a elevarse hasta hallar una atmósfera más tranquila. En algunas, dos de las plumas que visten el obispillo adquieren además una extensión filiforme de mayor longitud aún que los penachos que dejamos mencionados. Unos pájaros tan magníficos solo se conocían en Europa por las muestras secas y mutiladas que se usan en la fabricación de plumeros.

Los naturalistas de su país les arrancan los pies y las alas; de suerte que se llegó a creer que carecían de tales miembros, y que vivían continuamente en los aires, sostenidos por sus largas plumas laterales; pero desde que hemos podido proporcionarnos individuos enteros, se ha visto que no presentaban anomalía alguna, y que naturalmente debían ocupar un lugar entre los cuervos. Empezaremos su descripción por la especie que de más antiguo conocemos.

La ESMERALDA (Paradisea apoda, LIN.). Es del tamaño de un zorzal; tiene el plumaje de color marrón, la parte superior de la cabeza y del cuello amarilla; el contorno del pico y de la garganta verde esmeralda. El macho es quien se halla adornado con esos hacecillos de plumas amarillentas con que embellecen las damas su tocado. Esta ave por la noche se mantiene posada en la cima de altos árboles, y de día desciende, manteniéndose oculta entre las hojas. Los papús le hacen una guerra incesante; durante la noche trepan al árbol, acercándose al ave en tanto que hallan ramas bastante firmes para sostenerles: así aguardan con paciencia a que salga la aurora, y al primer albor de la madrugada, antes que el ave despierte, le arrojan aceradas flechas.

Familia de los Tenuirrostres Hemos llegado a la cuarta familia de los páseres, compuesta por los Tenuirrostres, así llamados por la delgadez del pico, que además es largo y sin escotadura. Comparados a los conirrostres, vienen a ser como los pico-finos con respecto a los demás dentirrostres: su principal alimento consiste en insectos.

Sitelas Las Sitelas son el primer género de esta familia, y tienen el pico recto, puntiagudo y deprimido en la punta; sus hábitos se asemejan a los de los picos, pues también, como estos, descostran la corteza de los árboles a picotazos en busca de insectos, y trepan en todas direcciones, a pesar de no tener más que un dedo posterior. Tenemos en nuestros países la especie llamada Sitela europea.

La SITELA EUROPEA (Sitta europea, LIN.) Es del tamaño del pitirrojo; su plumaje ceniciento azulado superiormente, y rojizo en las partes inferiores, con una faja negruzca que le baja por detrás de cada ojo. Vive solitaria en los bosques. En el verano hace su cría en el hueco de algún árbol, estrechando dicho hueco cuando ofrece demasiada capacidad, para lo cual emplea tierra crasa. Es granívoro tanto como insectívoro. Es ave que nunca se aleja del lugar donde nació, y el hueco que le sirvió de cuna le sirve después de almacén, donde reúne las avellanas, nueces y demás que le sirve de comida, y lo rompe con el pico sujetándolo con las patas.

Trepadoras Son las trepadoras unos tenuirrostres cuyo pico es corvo; su nombre les viene de la semejanza que tienen con los picos en cuanto a trepar a los árboles, sirviéndose del pico como de una palanca; y de tener, corno estos, la cola gastada y terminada en punta fuerte.

El TREPADOR DE EUROPA (Certia familiaris, LIN.). Es una avecilla de 5 pulgadas de longitud total; superiormente es cenicienta con estrías blancas, rojas y negruzcas, las remeras son pardo-oscuras, con una mancha amarillenta en su terminación, y una faja de este mismo color en medio de la garganta; el pecho y vientre son blancos. Frecuenta los bosques y vergeles; pasa una vida laboriosa trepando sin cesar y recorriendo los árboles en toda su extensión, examinando las ramas, y picoteando sin parar un momento en la corteza para hacer salir las larvas e insectillos, en especial de los que se crían en los pinos. Cuando revolotea despide una voz tan fuerte que es maravilla pueda salir de un animal tan pequeño.

El trepador de Europa.

El TREPADOR PINZÓN (Dacnis viridis, VIEILL.). Es una especie perteneciente al Brasil, notable por el hermoso color verde de su plumaje, que ofrece mil cambiantes según le da la luz con más o menos oblicuidad, unas veces oscuro, otras brillante y limpio, y siempre sedeño y como plateado. Esta ave magnífica se muestra todo el año, si bien abunda más en octubre y en marzo, en la estación de las lluvias, que es también cuando fructifican los arbustos de cuyo fruto se alimenta. En lo que va de abril a noviembre permanece en los bananeros inmediatos a los ríos del interior del Brasil.

Suimangas Los suimangas son especies que ni trepan, ni tienen gastada la cola; pero que se colocan entre las trepadoras a causa de la conformación del pico: todos pertenecen a la América, chupan el néctar de las flores, y les gustan mucho los insectos. El pico de estas aves es largo y delgado, con los bordes de las mandíbulas dentados a modo de una finísima sierra; su lengua puede dilatarse hasta fuera del pico, y es ahorquillada en la punta. Viven entre las flores, cuya miel chupan, de donde les vino el nombre suimangas, que significa comedores de azúcar. Estos pajarillos, cuyo plumaje brilla con metálicos colores, viven en el antiguo continente, y son como la representación de los colibrís: tienen un natural alegre y un canto agradable.

Colibrís Los colibrís pertenecen todos a la América, y habitan la zona intertropical, sin nunca extralimitarse. Su pico es largo y delgado; la lengua se prolonga lo mismo que la de los picos, y se divide en dos filamentos, que sirven como una especie de sifón para absorber el néctar de las flores. Especialmente se nutren de insectos: como tienen las piernas cortas, no son aptos para andar; pero esta desventaja se halla ampliamente compensada por la perfección de los órganos del vuelo. Estos pájaros, los más pequeños de su clase, son también los que han recibido de la naturaleza unos colores más brillantes; cada una de sus plumas se halla provista de una gran cantidad de barbillas, verdaderos puntos de reflexión, los cuales, según los grados de incidencia del lumínico, descomponen este fluido y reflejan los rayos de varios colores que no han absorbido. Los peruanos los llamaban cabellos del sol, y formaban con sus plumas cuadros de una brillantez extremada. No son huraños; antes bien permiten acercárseles hasta muy cerca; pero se escapan como una flecha al menor ademán que se haga para cogerlos. Siendo irascibles, a proporción de su pequeñez, se pelean entre sí con encarnizamiento; y cuando se trata de defender la cría atacan con denuedo a aves diez veces mayores, y acaso logran ahuyentarlas. Pero su más terrible enemigo es la migala, o araña-cangrejo, de que ya hicimos mención al tratar del pardalote. Su nido, en cuya contextura corren parejas la solidez con la delicadeza, consiste en una cápsula pequeña acolchada con seda y algodón, y suspendida de una rama, de una hoja, y hasta a veces de una paja de las que cubren las chozas en la América meridional; contiene dos huevos blancos apenas del tamaño de un guisante, y de ellos al cabo de doce días de incubación salen unos pajaritos del tamaño de una mosca ordinaria.

Los colibrís con dificultad viven enjaulados; pues la jaula los mata de languidez, toda vez que les impide el movimiento, circunstancia esencial para que puedan vivir. Con todo, pueden conservarse cautivos por algunos meses suministrándoles para comida una pasta muy fina, compuesta de bizcocho, vino y miel, cuya sustancia tornan pasando la lengua por encima de ella. Un general inglés logró alimentarles durante cuatro meses con jarabe que ponía en el fondo de unas flores artificiales, que imitaban perfectamente las corolas acampanadas que más gustan a esos pajarillos. En vano se ha tratado de transportarlos conservándolos vivos a Europa. El ornitologista Latham refiere que cierto joven, al partir de Jamaica para regresar a Inglaterra, cortó la rama que sostenía un nido, en el que empollaba la hembra del COLIBRÍ ALZACUELLO VERDE (Trochulus gramineus, LIN.). Esta muy pronto se familiarizó hasta tomar el alimento que le ofrecían; siguió empollando con asiduidad en la embarcación; pero después de nacidos los pajarillos murió.

Estos últimos llegaron vivos a Inglaterra: resistieron la influencia del clima por espacio de dos meses en casa de lady Hamon, llegando a ser tan familiares, que iban a tomar el alimento en los labios mismos de aquella señora.

El género de los colibrís comprendo dos secciones: la primera contiene los pájaro- moscas, cuyo pico es recto; y la segunda los colibrís propiamente dichos, cuyo pico es corvo.

PÁJARO-MOSCA

El PÁJARO MOSCA MÍNIMO (Trochilus minimus, LIN.). Es el más diminuto de los pajaritos de su nombre; puesto que no es mayor que una abeja. Su plumaje es de un gris violáceo.

El PÁJARO MOSCA GIGANTE (Trochilus gigar, VIEILL.). Así como el anterior es el más pequeño de la especie, este es el que presenta mayores dimensiones, de modo que iguala a nuestro vencejo; tiene el pico largo, recio y convexo; y el plumaje verde brillante en las partes superiores, más oscuro en las pequeñas coberteras y en las rectrices, y el cuerpo pardo, rojizo, con puntos pardos.

Tratándose del pájaro-mosca no puede prescindirse de citar a Buffon, quien se expresa en estos términos: «Entre todos los seres animados este pajarito es el más elegante en su forma, al paso que el más brillante en sus colores. Las piedras preciosas, los metales abrillantados por el arte del hombre, no pueden parangonarse con esa joya de la naturaleza, quien en el orden de aves la ha colocado en el mínimo grado de magnitud: maxima miranda in minimis. El pájaro-mosca es su obra maestra, y así le ha colmado de todos los dones que sólo dejó repartidos entre las demás aves: ligereza, rapidez, volubilidad, gracia y magnífico plumaje, todo lo reunió en este ser predilecto. Brillan en su bella librea la esmeralda, el rubí y el topacio; y nunca los mancha el polvo de la tierra, puesto que esta avecilla, en su vida enteramente aérea apenas toca el suelo algunos instantes; muy al contrario, de continuo en el aire, vuela de flor en flor, de cuyo brillo y matices participa, lo mismo que de su frescura; y como se alimenta con su dulce néctar, nunca se aparta de los climas donde aquellas sin cesar se renuevan. En esos países, los más cálidos del Nuevo Mundo, se encuentran todas las especies de pájaro-moscas, las cuales son bastante numerosas, y parecen confinadas entre ambos trópicos; pues las que en el verano adelantan hasta las zonas templadas, permanecen en ellas muy poco tiempo. Parece que andan siguiendo al sol, que adelantan o se retiran con este astro, y que vuelan en alas de los céfiros en pos de una eterna primavera... Su pico es una aguja delicada, y su lengua un hilo sutil; sus ojuelos negros, dos puntos brillantes. Su vuelo es continuo, zumbón y acelerado; siendo tan vivo el batimiento de las alas, que parándose el pájaro en el aire, no solo parece que ocupa siempre el mismo punto, sino que se halla enteramente inmóvil, así es como por algunos instantes le vemos detenido delante de una flor, y dispararse en seguida como una saeta hacia otra. Recórrelas todas, y en sus cálices introduce la lengüecita delicada, halagándolas con sus salas, sin fijarse en ninguna, aunque sin abandonarlas jamás; y solo apresura su inconstancia para seguir mejor sus amores y multiplicar sus inocentes deleites; puesto que ese voluble amante de las flores vive a expensas de estas sin marchitarlas, contentándose con chupar su miel, a cuyo uso parece su lengua únicamente destinada.»

He ahí una de esas brillantes páginas que nunca podremos admirar cuanto lo merecen, y que colocaron a Buffon entre los primeros prosadores de Francia; sin duda el colorido, la riqueza y elegancia del pájaro-mosca no aventajan a la belleza de esta descripción. Pero trátase de historia natural y no de mitológicas alegorías: ni el ánimo más propenso a ilusionarse puede ver en el pájaro-mosca al voluble amante de las flores, especie de petimetre en miniatura, vestido de terciopelo, oro y pedrería, revoloteando de una a otra hermosa, y repartiendo sus favores entre unos seres que no pertenecen a su especie. Si el pájaro-mosca chupa el néctar de las flores, principalmente lo que en ellas busca es una presa viviente; he ahí cuáles son los inocentes deleites que les pide; y su amorosa inconstancia, consiste en dejar la flor donde acaba de picotear a un insecto por la inmediata donde cree que encontrará otro. Compárese con esas graciosas ficciones la biografía del pequeño rubí de la Carolina, referida sin exageración, aunque con calor, por un hombre que cuenta lo que vio, y luego podrá hacerse un juicio exacto entre el poeta y el historiador. Pero antes de presentar esta descolorida traducción del texto inglés de Audubon, expongamos los caracteres específicos del pájaro-mosca pequeño rubí.

El Pájaro-mosca brillante en una Tidlensia

(Vanesa Antigonel).

El PEQUEÑO RUBÍ (Trochilus colubris, LIN.). Llámanle en los Estados Unidos, pájaro murmullo, (Humming bird), a causa del continuo zumbido de sus alas: tiene 5 pulgadas de largo; superiormente es verde dorado; blanco grisáceo en las partes inferiores; la garganta de un matiz de rubí en extremo brillante en el macho; y en la hembra ocupa su lugar una especie de corbata blanca; la cola es poco ahorquillada, y se compone de rectrices delgadas; y el pico es recto y negro, lo mismo que los tarsos.

«Quien al ver zumbar por el aire a esa lindísima criatura, sostenida por sus armoniosas alas, volar de flor en flor con giros y movimientos tan agraciados y vivos, recorriendo las vastas regiones americanas, donde al parecer va sembrando rubíes y esmeraldas; ¿quién, decía, al ver brillar esa partícula del arco iris, no siente elevarse sil ánimo y consideración hacia el Criador de semejante maravilla? Puesto que si Dios no ha dotado a todos los hombres del genio que a su ejemplo crea, al menos a nadie ha negado el don de admiración. Cuando el sol nos vuelve la primavera, y con ella se abren a millares los gérmenes del reino vegetal, aparece entonces el pequeño pájaro-mosca yendo de acá para allá en alas de una hada; inspecciona con solicitud cada flor abierta, y saca los insectos en ella introducidos; al modo que un diligente aficionado a las flores cuida de su planta predilecta librándola de enemigos interiores que pudieran empañar el terso candor de sus pétalos. Vémosle suspenso en el aire, el cual sacude con tan rápido estremecimiento de alas, que hace parecer al pájaro en una inmovilidad completa. En esta posición echa una mirada penetrante hasta los recodos más ocultos de las corolas; y con los leves movimientos de sus plumas es un viviente abanico que refresca la flor que está examinando; al mismo tiempo produce un zumbido dulce y sonoro, propio para adormecer a los insectos ocupados en hacer su botín. De improviso introduce el agudo y largo pico; la dilatable y bifurcada lengua, que se halla cubierta de un humor viscoso, va a buscar al insecto, y en un instante el pájaro lo traga. Esta operación es cosa de un abrir de ojos, y no cuesta a la flor más que una gotita de néctar que sale junto con el insecto; pero este hurto, sin empobrecer a la planta, la libra de un parásito dañino.

»Así los prados como los vergeles, los campos como las florestas y las selvas, son alternativamente objeto de las excursiones del Humming bird, quien en todas partes encuentra placer y alimento. Su garganta es superior a toda ponderación: ya presenta el móvil brillo de la llama, ya el profundo negro del terciopelo; su cuerpo, que superiormente reluce con un verde dorado, atraviesa el espacio con la instantaneidad del relámpago, y cae en cada flor como un rayo del sol; se levanta, se precipita, sube, baja, va y vuelve, siempre a saltos tan rápidos como imprevistos... Tal le vemos en las provincias septentrionales de la Unión adelantando en los bellos días de la primavera y retirándose cuerdamente al asomar el otoño.

»¡Cuánto placer hallé estudiando las costumbres y siguiendo la viva expresión de los sentimientos de una par de estas lindísimas criaturas durante la época de la cría! Extiende el macho su magnífico pectoral a fin de que reluzcan con más viveza las plumas; salta sostenido sólo por una de las alas, y gira al rededor de la hembra; en seguida se arroja a una flor abierta, llena su pico de botín, y va a deponer en el de su dulce compañera el insecto y el néctar que para ella ha cogido... Cuando sus delicadas atenciones son aceptadas, muestra una viveza particular en todos sus movimientos que retratan la dicha y satisfacción de que se halla poseído, y mientras la hembra se saborea con el regalo que ha recibido de su obsequioso amante, este la refrigera con las alas. Las atenciones y cuidados del macho aumentan a medida que se acerca el tiempo de la puesta, y da muestras de un valor que supera de mucho a sus verdaderas fuerzas, así es que ni teme dar caza al pájaro azul, ni al martín, y hasta resiste al papa-moscas tirano, volviendo luego junto a la hembra lleno de júbilo, y batiendo sus zumbadoras alas. Aunque sin dificultad pueden comprenderse, es imposible hallar términos con que expresar esas pruebas de animosa y fiel ternura que el macho, en apariencia tan débil, da a la hembra para justificar la confianza y seguridad de que debe estar poseída en el nido, donde en breve la retendrá el amor materno.

»En el nido de este pájaro-mosca, ¡cuántas veces eché una mirada furtiva a su recién nacida progenie! Dos pajaritos, tamaños cada uno como una abeja, desnudos, ciegos y endebles, apenas podían levantar el pico para recibir el sustento: pero por otra parte, ¡cuánta ansiedad causaba mi presencia a los padres! Rozaban mi rostro con inquieto vuelo, descendían a la rama más inmediata, subían otra vez, revoloteaban de derecha a izquierda y viceversa, aguardando con mortal afán el resultado de mi visita. Después, una vez asegurados de que esta era inofensiva, ¡qué transportes de alegría manifestaban! En su sencilla y natural expresión creía ver las angustias de una pobre madre que teme perder su idolatrado hijo atacado de peligrosa enfermedad, y la felicidad de la misma luego que el médico acaba de declararle que pasó la crisis y que el hijo está salvado.

»El nido del rubí es de una delicada contextura; la parte exterior fórmala un liquen gris, y parece ser parte integrante de la rama, cual excrecencia accidentalmente desarrollada; la parte contigua está formada de algodonosas materias, y el fondo de filamentos sedeños sacados de diferentes plantas. Contra el axioma que supone el número de huevos en relación con la pequeñez de la especie, la hembra solo pone dos huevos, de un blanco puro. La incubación dura diez días; y el ave en una estación hace dos crías. A una semana de haber nacido los hijos son aptos ya para el vuelo, aunque reciben el alimento de sus padres durante otra semana todavía, y estos lo desengurgitan a sus piquitos, a semejanza de lo que hacen las palomas. Luego después, cuando los jóvenes se encuentran en estado de proveer por sí mismos a sus necesidades, júntanse con los de otras nidadas y juntos emigran a otros sitios dejando a los viejos. Hasta la siguiente primavera no tiene su plumaje el colorido perfecto, sin embargo de que en los machos la garganta ofrece la viva impresión de los colores de rubí antes de la emigración de otoño.

»Estos pajaritos muestran particular afición a las flores tubulosas; tales como la datura stramomium, la bignonia radicans y la madreselva; y esto no solo para mitigar su sed con el néctar que en ellas se contiene, sino por los pequeños coleópteros y moscas que dicho humor atrae. No son ariscos, pues no solo no huyen a la aproximación del hombre, sino que hasta se introducen en las habitaciones donde hay flores recientes. Esta especie es abundante en la Luisiana: cógenlos con una escopeta cargada de agua a fin de no malograr su plumaje, y también, lo que es mejor, con unas redecillas como las que se emplean para cazar mariposas.»

Si hay especies de colibrís muy mansos y que buscan lugares habitados, no faltan otras que prefieren la soledad y retiro de las selvas vírgenes: de este número es el COLIBRÍ RADIANTE (Trochilus radiosus, que en el Brasil llaman Abeja flor, y cuyos individuos ha dado a conocer en Europa el primero el sabio explorador A. de Saint Hilaire). Gústale la sombría espesura de los árboles y las rocas graníticas, entre las cuales los bulliciosos torrentes se abren un sendero sinuoso, cayendo en los remansos orillados de bambúes. La perpetua frescura de estos sitios favorece al crecimiento de una multitud de plantas parásitas; las vainillas, las amarilis y las tidlansia serpentean a porfía en torno de una delgada rama, o en la árida superficie de una roca, y se entremezclan con los yaros y escolopendras. Allí vive la Abeja flor cuya índole arisca hace que sus costumbres difícilmente puedan observarse. Su vuelo es rápido, y su fuga va acompañada de un grito fuerte y quejumbroso. Cuando está irritada, o bien cuando se defiende de los ataques de otra ave, extiende la cola, vivamente matizada de color de fuego.

AMÉRICA.

El Pájaro-mosca rubí topacio, el Eufono vendado, el Ranfocelo flamígero, el Pájaro-mosca Delalande, la Cotorra tui-ete.

Abubillas Terminaremos la familia de los páseres tenirrostres con el género Upupa o Abubilla: adornan la cabeza de estos pájaros dos hileras de plumas largas, que se levantan o se bajan a voluntad del animal; el pico es más largo que la cabeza, ligeramente encorvado, y triangular en su raíz; la mandíbula superior más larga que la inferior. Las abubillas son muy golosas de los escarabajos, y los magullan a picotazos hasta que los reducen a una bola oblonga; luego la echan al aire de modo que al caer puedan cogerla y tragarla según su longitud; si cae atravesada, vuelven a empezar. Al paso que van proveyendo a su mantenimiento, no dejan de estar alerta con respecto a las aves de rapiña que pudieran tomar en ellas el desquite de los insectos que acaban de sacrificar. Si, por ejemplo, pasa por encima de la abubilla un cuervo, esta se agacha tocando su vientre al suelo, extendiendo las alas y la cola, que la rodean a modo de una corona; y doblando la cabeza sobre la espalda, presenta el pico hacia arriba, en cuya extraña postura tomaríase al ave por un trapo viejo.

La ABUBILLA COMÚN (Upupa epops, LIN.). Este hermoso pájaro tiene 11 pulgadas de longitud total; cabeza, cuello, manto, pecho y vientre, rojo-vinoso, el bajo vientre y las coberteras inferiores de la cola, de un blanco puro, con algunas manchas oblongas negruzcas en los costados; las coberteras superiores de las alas se ven transversalmente rayadas de blanco y de negro; las remeras primarias son negras, y a cosa de un tercio de su longitud las atraviesa una faja blanca; otra faja blanca atraviesa las rectrices hacia su mitad, siendo estas negras; las plumas que forman la cresta o moño que adorna la cabeza terminan en una mancha negra precedida inmediatamente de otra blanquizca. La abubilla vive solitaria y le gusta pasear por el suelo en los sitios húmedos, donde encuentra lombrices insectos acuáticos y coleópteros.

Coloca Cuvier entre las abubillas al Corvus graculus de Linneo y demás de su especie. Tiene este el tamaño de una corneja; el plumaje negro con reflejos violáceos, verdes y colorados; las piernas y el pico de brillante color de púrpura, y el iris pardo. Esta ave se alberga en los Alpes y en los Pirineos; anida en las hendiduras de las peñas quebradas, y su descenso a las regiones bajas es anuncio de nieves y de un frío intenso: esto explica bastante su régimen alimenticio, que consiste en frutos e insectos. Los Proméropes y los Epímacos son abubillas exóticas faltas de moño, al paso que de plumaje magnífico por la viveza de los colores.

Abubilla.

Familia de los Sindáctilos Hétenos al fin llegados a la familia última y menos numerosa entre las de los páseres, la cual se diferencia de las demás por un carácter bien marcado, del cual les ha venido el nombre: hablamos de la familia de los sindáctilos. Los pájaros de que consta tienen todos el dedo externo tan largo como el del medio y ambos están unidos hasta la penúltima articulación; al paso que en las otras cuatro familias los dedos son desiguales, y unidos solo en uno o dos falanges.

Abejarucos Los abejarucos tienen el pico largo y triangular en su raíz, ligeramente corvo y muy puntiagudo; la cortedad de los pies, la extensión de los alas y la rapidez del vuelo, les comunica alguna semejanza a las golondrinas.

El ABEJARUCO DE EUROPA (Merops apiaster, LIN.). Tiene 10 pulgadas de largo; la espalda de color leonado, la frente y el vientre azul de mar y la garganta amarilla con cerco negro. Esta hermosa ave viaja en numerosas bandadas por el mediodía de Europa; frecuenta los vergeles, donde caza al vuelo a los insectos de alas membranosas que van a chupar el humor de las flores, como son abejas, avispas, etc., que nunca le pican. Coloca el nido en las arenosas riberas de los ríos, en hoyos que el pájaro mismo excava, de 4 a 5 pies de profundidad. Los pequeñuelos permanecen en ellos bastante tiempo en compañía de sus padres; lo cual hizo creer a los antiguos que el abejaruco cuidaba de sus padres cuando eran viejos.

Los alciones tienen el pico recto, anguloso, puntiagudo y mucho más largo que los abejarucos; como estos, anidan igualmente en los hoyos de las riberas. Tenemos en Europa una especie que por la hermosura de sus colores pudiera competir con los páseres más brillantes de las regiones tropicales: tal es el Martín pescador.

El MARTÍN PESCADOR (Alcedo ispida, LIN.). Es del tamaño de Un gorrión; su plumaje es liso, y le permite sumergirse en el agua sin inconveniente; la espalda, obispillo y coberteras superiores de la cola son de un hermoso azul celeste; y este mismo color forma manchitas en la cabeza y en las escapulares; las demás partes superiores son verduscas con cambiantes de verde-mar; entre el pico y el ojo, y también en las mejillas, hay una lista roja; en la garganta y lados del cuello una faja blanco-rojiza; y el pecho ostenta un color rojo ígneo que se extiende hasta el vientre y por las coberteras inferiores de la cola: las plumas de esta son en extremo cortas, negruzcas en su cara inferior, y de un bello azul en la superior; de cada lado del pico nace y se extiende una faja colorada como la parte superior de la cabeza; las remeras son negras en sus barbas interiores, y de un verde azulado en las externas; el pico es negro y en la parte inferior rojizo, y el iris y los pies rojos.

Martín pescador.

Es el martín pescador un animal triste, receloso y selvático, y vive solitario durante casi todo el año. Su vuelo arranca rápido y sigue a lo largo las sinuosidades de los arroyos, rozando casi con la superficie del agua; y luego va a posarse en una piedra, o en una rama seca que avanza por encima de la corriente, desde cuyo punto acecha paciente una presa, y se deja caer a plomo encima de los peces e insectos acuáticos de que se alimenta. Después de algunos instantes de inmersión, vuelve a salir del agua con un pez en el pico; el cual va a quebrantar en una roca antes de comerlo. En la Nueva Holanda hay especies, cuyo plumaje grisáceo y no liso parece que indica hábitos terrestres: en efecto, no frecuentan las aguas y viven tan solo de insectos, por lo que les llaman martincazadores.

Calaos Por último, el género más extraordinario de la familia de los sindáctilos, y tal vez del orden de los páseres, es el de los calaos, aves de la India y del África, sumamente notables por un pico enorme, dentado y superado de prominencias a veces tan grandes como él mismo. Los hábitos de estas aves son iguales a los de los cuervos: comen frutos tiernos, dan caza a los ratones, a los pájaros y a los reptiles, y hasta se alimentan de cadáveres.

El CALAO RINOCERONTE (Buceros rhinoceros, LIN.). Tiene 4 pies y 4 pulgadas de longitud, incluso el pico que coge cerca de 1 pie; su plumaje es negro; excepto en el obispillo, vientre y la raíz y extremidad de las rectrices, lo cual es blanco: su pico tiene la figura de una hoz, y lleva un enorme casco encorvado hacia arriba, semejante al cuerno del rinoceronte, de color rojo y de anaranjado, separados por 2 líneas negras. Cuando jóvenes solo presentan como un rudimento de casco, y nada de cuerno. Esta especie se halla en las Indias Orientales.

Orden de las Trepadoras Las aves de que se compone este orden tienen la misma organización y el mismo régimen que los páseres, de los cuales difieren por tener el dedo externo dirigido hacia atrás lo mismo que el pulgar: esta disposición de los dedos, en que hay dos hacia delante y los dos restantes hacia la parte posterior les da mayor aptitud para cogerse de las ramas de los árboles; y aún algunos aprovechan esta facilidad para trepar por ellas en todas direcciones. De ahí se han llamado trepadoras: sin embargo, no debemos tomar esta denominación en todo rigor; puesto que si entre los páseres hemos hallado aves que trepan, hallaremos algunas que no lo hacen entre las que se llaman trepadoras, tal es, por ejemplo, el cuclillo: este es el inconveniente de los nombres sobrado exclusivos; pues vemos que un orden de animales designado por alguno de esos caracteres fisiológicos, de repente se encuentra dislocado desde que viene a añadírsele una nueva especie, cuyo aire es diferente, aunque sea idéntica su estructura anatómica.

Picos Empezaremos a tratar de este orden por el numeroso género de los picos; pues a sus especies es aplicable con toda propiedad la denominación de trepadoras. Los picos trepan perpendicularmente, o describiendo una línea espiral a lo largo de los troncos y gruesas ramas de los árboles; su cola se compone de diez penas fuertes y elásticas, y con ella se apoyan en el acto de trepar; tienen el pico largo, recto y anguloso, propio para hender la corteza de los árboles; su lengua es delgada, viscosa y provista en su extremidad de puntas a modo de espinas dirigidas hacia atrás, y gracias a las grandes astas del hueso lingual, que la empujan hacia delante, puede prolongarse mucho por defuera del pico. Su alimento son larvas e insectos coleópteros, que hallan entre la corteza de los árboles. Después de haber picoteado en un lado del tronco o rama para cazar los insectos, acuden luego al lado opuesto; no para ver si han taladrado el árbol, como cree el vulgo, sino para coger los insectos que por contragolpe han despertado y puesto en movimiento. Dice Buffon que los picotazos de estas aves les manifiestan por medio del sonido los puntos huecos donde anidan los gusanos, como también si hay alguna cavidad en la que puedan anidar o cobijarse. Los picos son inquietos, ariscos y regularmente viven solitarios. En tiempo de la cría, se llaman unos a otros dando repetidos picotazos en una rama seca. Vamos a hablar sucintamente de las principales especies de este interesante género.

El PICO NEGRO (Picus martius, LIN.). Tiene 17 pulgadas de largo, siendo casi del tamaño de una corneja; su plumaje es de un hermosísimo negro, excepto la cabeza que en el macho es enteramente colorada, y en la hembra solamente hacia la nuca. Viven en los bosques de abetos del Norte. Esta especie es muy golosa de abejas, avispas, hormigas y orugas; y alguna vez es frugívora.

El PICO VERDE (Picus viridis, LIN.). Es uno de los pájaros más hermosos de Europa; tiene de largo unas 12 pulgadas y media, siendo su tamaño el de una tortolita. Superiormente es verde, y en su parte inferior blanquizco; la cabeza colorada, y el obispillo amarillo. La hembra tiene menos color en la cabeza, y unos bigotes negros. Vive el pico verde en los bosques, en especial de hayas y de olmos. No solo come insectos en los árboles, sino que durante la primavera y el verano se mantiene y anda por el suelo, hábito de que no participa ningún otro de los picos de Europa: esto es efecto de ser muy goloso de hormiga. Hacen el nido en un árbol tierno, y trabajan de mancomún el macho y la hembra en excavar un hueco oblicuo y profundo, en que hacen un lecho de musgo y lana. La hembra pone de cuatro a seis huevos blancos.

El PICO PEQUEÑO (Picus minor, LIN.). Es del tamaño de un gorrión sus partes superiores son negras con manchitas blancas; la frente y región de los ojos, las partes laterales del cuello y las inferiores son blancas con delicadas estrías negras en el pecho y costados; la cima de la cabeza es colorada; la nuca, el manto y coberteras de las alas son negras, de igual color que los bigotes, los cuales descienden por los lados del cuello. Las rectrices laterales son blancas y rayadas de negro en su terminación; el pico y los pies negruzcos, y el iris rojo. La hembra no tiene color rojo en la cabeza; su plumaje en general está más matizado de color castaño, y presenta mayor número de manchas. Esta especie no es muy común en Francia, pues se halla más extendida por el norte de Europa y países orientales de la Siberia. No excava el nido, sino que aprovecha algún hueco que se ofrezca naturalmente en los árboles.

Pico pequeño.

El PICO ARADOR (Picus arator, LIN.). Pertenece al África meridional: su longitud es de unas 10 pulgadas; sus partes superiores son de un color castaño oliváceo, con manchitas y rallitas de matiz leonado, la parte anterior del cuello y superior del pecho de color castaño-oscuro con manchas leonadas; lo restante del pecho, el vientre y el obispillo colorados; los costados oscuros, los pies castaños y el pico negro. Esta especie no trepa a los árboles, sino que busca su alimento por el suelo picoteando y escarbando, y así coge las larvas de los insectos que cubre la tierra. Estos pájaros viven en los riscos del África meridional, crían en las cavidades de las peñas, y de día descienden a los llanos.

El PICO DORADO (Picus auratus, LATH.). Este pájaro pertenece a la América septentrional: su longitud es de 11 pulgadas; tiene las partes superiores de color castaño con rayas negruzcas; la parte superior de la cabeza y el cuello de un pardo plomizo; la nuca de un vivo encarnado, los bigotes negros; blanco encima del obispillo, y las coberteras de la cola variadas de negro y de blanco; los troncos de las remeras y de las rectrices son de un amarillo oscuro dorado; la parte anterior del cuello de un ceniciento vinoso con una ancha semiluna negra en el pecho; las partes inferiores son blanquecinas, y como con un baño de rojizo; finalmente el pico y los pies son oscuros.

Llegada la época de la cría, hace oír el pico dorado desde las copas de los árboles su canto sumamente alegre. Vese una docena de machos que cortejan a una sola hembra, a cuyo alrededor revolotean subiendo, bajando y saltando; de lo que resulta una especie de baile grotesco, imposible de presenciar sin reírse. Así es cómo demuestran esos enamorados sus deseos a su hermosa, sin celos entre sí ni odio; y en cada árbol repiten los mismos galanteos. Entonces la hembra, con toda coquetería, da un picotazo al que honra con su preferencia, y los demás pretendientes huyen volando. La dichosa pareja se ocupa en buscar una habitación cómoda para su futura prole. Así el macho como la hembra trabajan alternativamente en excavar con el pico el hueco que ha de ocupar el nido, y quince días después de concluido este pone la hembra seis huevecitos blancos y transparentes como el cristal. Pero desgraciadamente no siempre escapan de la voracidad de la culebra negra; así como también los padres suelen alguna vez ser víctimas del gavilán; pero hallan por otra parte un asilo impenetrable en los agujeros estrechos y profundos de los árboles.

Tuercecuellos El reducido género de los tuercecuellos presenta en sus individuos una lengua capaz de prolongarse fuera del pico, lo mismo que en el género antecedente, aunque sin puntas o espinas. Las penas de la cola tienen la forma ordinaria: son estos pájaros poco trepadores; aunque por lo demás tienen los hábitos de los picos. Solamente se conocen tres especies, una de las cuales vive en nuestros países.

El TUERCECUELLO DE EUROPA (Yunx torquilla, LIN.). Tiene 6 pulgadas y media de altura, siendo su tamaño el de una alondra. Superiormente es de color castaño, con undulaciones y manchas longitudinales de color leonado, que producen un efecto muy vistoso, inferiormente domina el color blanquizco con rayas transversales negruzcas. Su voz es una especie de silbido más o menos agudo. Vive solitario, y antes busca su alimento en tierra que en los árboles, prefiriendo a todo las hormigas, en cuyos hormigueros introduce su lengua delgada y glutinosa, retirándola cargada de presa. Su nombre genérico le viene del extraño hábito que tiene de volver la cabeza lentamente, de modo que queda en posición del todo inversa, lo cual efectúa cuando ve algún objeto nuevo o cuando se le sorprende.

Cuclillos Los cuclillos constituyen un género, cuyos caracteres particulares consisten en tener el pico mediano, bastante hendido o abierto, y levemente corvo, y además en ser su cola bastante larga. Son insectívoros y viajeros. Los cuclillos propiamente dichos tienen los tarsos cortos, y la cola compuesta solamente de diez penas. Estas aves disfrutan de cierta celebridad, por algunos hábitos particulares que han prestado y prestan todavía ocupación a los naturalistas: así es que no solo el cuclillo no construye nido para su cría, sino que pone sus huevos en nidos extraños, abandonando a sus propios dueños el cuidado de la incubación y cría de la prole. Solo depositan un huevo en cada nido, y su instinto les conduce a elegir los de aves insectívoras: además de esto, para que se vea hasta dónde llega la previsión del ave que nos ocupa, siempre la especie a quien prefiere es aquella cuyos hijos son más débiles que los del cuclillo. La causa de semejante fenómeno, único en la historia de las aves, es aún desconocida: unos creen que la hembra obra así para librar a sus hijos de la voracidad del macho; otros opinan que es efecto de la longitud y anchura del esternón, el cual en los cuclillos llega desde el pecho hasta los muslos, impidiendo así la comunicación del calor desde el cuerpo de la madre al huevo, condición indispensable en la incubación; acaso también pudiera la hembra romper los huevos con la presión de dicho hueso, puesto que la cáscara es sumamente delgada. Finalmente, otros lo atribuyen a la posición de la molleja, la cual quedaría comprimida en el acto de empollar. Séase por lo que fuere, la hembra coge su huevo con el pico, el cual es bastante ancho, y llevándolo medio tragado, va a depositarlo en los nidos de la curruca, de la nevatilla, del pitirrojo, del ruiseñor, del verderón, del tordo, o del mirlo siendo también muy notable que la empolladora se vuelve una madre tierna y cuidadosa para los parvulillos intrusos. Pero si el afecto de madre la ciega a punto de hacerle adoptar por suyos unos seres extraños introducidos en su familia, no sucede lo mismo por parte del cuclillito, quien casi siempre trata como enemigos a aquellos de quienes le han hecho hermano ilegítimo. Apenas salido del cascarón, emplea sus nacientes fuerzas en expulsar a sus comensales más débiles: para conseguirlo, se deja resbalar debajo de uno, lo coloca sobre su espalda, manteniéndolo así con las alas; luego se arrastra hacia atrás hasta el borde del nido, y echa su carga fuera; repitiendo la misma maniobra en los restantes, hasta haberlos precipitado todos. No obstante, alguna vez suele también vivir con ellos en buena armonía, lo cual dependerá tal vez de la cantidad más o menos abundante de alimento que puede la madre adoptiva suministrarle. Alguna vez sucede que es la madre del cuclillo, la que antes de depositar su huevo en el nido que quiere usurpar, cuida de destruir los que acaso en él encuentra. Los padres del cuclillito permanecen en un sitio cercano al nido que contiene su huevo; y el hijo cuando tiene ya fuerzas para volar abandona a sus abastecedores, y se junta a sus padres naturales, quienes se encargan de completar su crianza.

CUCLILLO GRIS.

El CUCLILLO GRIS DE EUROPA, o CUCLILLO COMÚN (Cuculus canorus, LIN.). Tiene 11 pulgadas de longitud; sus partes superiores son de un matiz ceniciento azulado; más subido en las alas, y más claro en la garganta y el pecho; obsérvanse unas manchas blancas en las barbillas internas de las remeras; las rectrices, son negruzcas, manchadas de blanco, y de este mismo color en su terminación; las partes inferiores del ave son blanquizcas y rayadas transversalmente de negro; los bordes del pico, el iris, y los pies son amarillos. -Llega este pájaro a nuestros climas por abril, y se anuncia mediante un canto muy monótono, al cual debe su nombre. Habita en los bosques solitario, y cambia continuamente de lugar en busca de alimento, que consiste en insectos y orugas: hasta puede tragar las orugas velludas, lo que es imposible a otros pájaros. Es muy difícil aproximarse a esta ave, pues pasando de uno a otro árbol se mantiene siempre fuera del alcance del cazador. La carne del cuclillo es sabrosa. Por último, emigra viajando de noche y va a buscar bajo los trópicos el alimento que no pudiera hallar por acá durante el invierno.

El CUCLILLO SOLITARIO (Cuculus solitarius, CUV.). Pertenece al África, y es largo de 3 pulgadas; tiene las partes superiores negruzcas con las barbillas cenicientas en el extremo; las rectrices son blancas en su terminación, y la de las remeras es negruzca; las partes inferiores son coloradas; el pico oscuro y amarillento en la parte inferior de la base. Se ha llamado solitario porque en una grande extensión de territorio solo se encuentra una pareja. El macho despide de continuo su grito quejumbroso, cu-a-ac; la hembra una especie de arrullo que expresa el contento.

El CUCLILLO CHILLÓN (Cuculus clamosus, CUV.). Pertenece igualmente al África meridional; su longitud es 12 pulgadas; el plumaje negro azulado, las remeras son negras en su extremo; las rectrices graduales y blancas en la terminación; el pico negro, y los pies amarillentos. Esta ave tiene una voz fuerte y sonora, que se oye a larga distancia.

El CUCLILLO DORADO (Cuculus auratus, LIN.) Lo mismo que los antecedentes es propio del África. Tiene 5 pulgadas; sus partes superiores son de un verde dorado, con cinco listas blancas en la cabeza; las remeras de un castaño verduzco, con manchitas blancas; las rectrices también blancas en su terminación de este último matiz son además las partes inferiores; el pico y los pies oscuros y el iris de color anaranjado. El pico es en esta especie algo más deprimido que en las anteriores. No es difícil descubrir este magnífico pájaro, pues sin cesar se oye su canto.

Cucales Son especies del África y de las Indias que difieren de los cuclillos en tener la uña del pulgar larga, recta y puntiaguda; sobre todo se diferencian de los mismos por sus hábitos, puesto que empollan ellos mismos los huevos, que ponen en el hueco de algún árbol.

El CUCAL HUHU (Cuculus aegyptius, LATH.). Su longitud es de 13 pulgadas; las partes superiores son de un verde oscuro y con cambiantes; las coberteras de las alas son de un verde-rojizo; las remeras rojas y en su terminación verdes; la parte de encima de la cola de matiz castaño; las rectrices verdes con brillantes reflejos. Las partes inferiores son blanco-rojizas; el pico negro; el iris rojo y los pies negruzcos. Si el cazador mata el macho, la hembra escapa; pero si mata a la hembra de seguro tendrá también al macho, el cual acude a llamarla con acentos penetrantes. Estos pájaros tienen la costumbre particular de suspenderse de las ramas bajas de los árboles en sentido longitudinal.

Los INDICADORES. Lo mismo que a los cucales los separó Levaillant de los cuclillos propiamente dichos, de los que difieren, no solo por sus hábitos (pues empollan ellos mismos), sino por el pico alto, corto y casi cónico como el del gorrión, y por la cola compuesta de doce penas, y algo ahorquillada. Conócense dos especies: el pequeño, y el grande indicador. Este último (cuculus indicator, LATH.) tiene de alto 6 pulgadas, una pulgada más que el pequeño: las partes superiores de su cuerpo son pardo-rojizas; las coberteras de las alas están señaladas con una mancha amarilla; las remeras son de color castaño, y la cima de la cabeza parda; la garganta y el pecho son blanquecinos y el vientre blanco. Los indicadores se alimentan de miel, que hallan en los bosques, y siendo su voz chillona, su vuelo corto y su índole poco arisca, puede el hombre seguirlos. Así los africanos creen que esta ave llama al transeúnte para indicarle donde están las colmenas y participar ambos de este descubrimiento. El indicador anida en los huecos de los árboles, y especialmente pone sus huevos en la madera carcomida. Sáciase de miel y de cera, pero no ataca a las abejas aunque destruye bastantes defendiéndose de sus aguijones. Estas le hostigan con perseverancia dirigiendo sus miras a picarle en los ojos; no siendo raro hallar al pie de un árbol un indicador muerto de hambre por haberle cegado las abejas, imposibilitándole hasta para hallar un asilo.

Barbudos Tienen el pico grueso y cónico, guarnecido de barbas recias dirigidas hacia delante; las alas cortas; el vuelo bastante pesado, aliméntanse de insectos, de frutas, y hasta a veces también de pajaritos.

El BARBUDO ELEGANTE (Bueco elegans, LIN.). Llamado también cabezón elegante, es una ave perteneciente a la América meridional, cuya talla es de 5 pulgadas 3 líneas. Tiene las partes superiores verdes; la cima de la cabeza, el mentón y la garganta coloradas y con los bordes azules; el pecho amarillo con una placa de color rojizo empañado, que desciende hacia el vientre; este y los muslos son verduzcos con rayas verdes; de este mismo color son las rectrices; los pies plomizos, lo mismo que el pico, el cual a más presenta un matiz amarillento en la punta y bordes de las mandíbulas. Vive este hermoso pájaro en las riberas del río de las Amazonas, en país tan agreste que ofrece mil obstáculos a los naturalistas; así es que se encuentra en muy pocos museos. Es insectívoro y gran destructor de moscas y de mariposas.

Curucús Los curucús tienen barbas como los anteriores; el pico corto, más ancho que alto, corvo en la base y con arista superior corva y obtusa; los pies están cubiertos de plumas hasta los dedos; la cola es larga y ancha, y el plumaje fino y muy denso. Anidan en los huecos de los árboles; son insectívoros, y no vuelan sino por la mañana y al anochecer.

El CURUCÚ ROSALBA (Trogon variegatus, SPIX.) Pertenece a la Guyana, y tiene 7 pulgadas. Sus partes superiores son de un verde esmeralda; la garganta es verde, con un collar blanco; las partes inferiores son coloradas; las tres rectrices laterales listadas alternativamente de negro y de blanco; el pico y los pies oscuros. Es un pájaro muy raro.

Anis El género de los Anis contiene dos especies pertenecientes a las regiones ecuatoriales. Difieren de las demás trepadoras por el pico grueso, comprimido, corvo, sin dentelladuras, y superado de una cresta vertical cortante. Hállanse en las comarcas húmedas y cálidas a bandadas de 15 a 20, siempre unidos y estrechados entre sí. Viven de maíz, de arroz, frutas, y sobre todo de insectos. A veces se dejan caer encima de la espalda de los bueyes, librándolos de las larvas de insectos parásitos que se alojan en su piel. Llegada la estación de la cría, no por ello dejan estos pájaros de vivir unidos, cuyo carácter excepcional de sociabilidad los distingue de los demás pájaros. Todas las hembras de la bandada empollan en un mismo nido, el cual es proporcionado al número de huevos que ha de contener, y sólidamente construido en las anchas bifurcaciones de un espeso matorral o de un árbol frondoso. Cada hembra pone en él cuatro huevos, redondos y verduzcos. A menudo acontece que en aquel pequeño falansterio los huevos se mezclan y confunden; entonces las hembras extienden sus alas protectoras sobre todos indistintamente, y cuando han nacido los polluelos los padres dan el pico a cuantos lo piden.

El ANI DE LOS PALETUVIOS (Crotophaga major) y el ANI DE LAS SABANAS (Crotophaga Ani, LATH.), tienen entrambos el plumaje negro con algunos cambiantes verdes y violáceos; el primero es del tamaño del grajo, y el segundo del de un mirlo.

Tucanes Caracteriza al extraño género de los tucanes un enorme pico, casi tan grueso y largo como el cuerpo del ave; corvo en la punta, y desigualmente dentellado en los bordes. Otro carácter particular ofrecen en su lengua, larga, estrecha y provista de barbillas laterales, como en una pluma. A primera vista pudiera creerse que el pico debe de incomodar con su peso al ave; pero como es sumamente esponjoso, es muy ligero, siendo una arma defensiva muy débil. Los tucanes pertenecen a los países cálidos de la América, donde viven en cortas bandadas, y se alimentan de insectos, frutas, huevos y hasta de pajaritos. Cuando han cogido con el pico el alimento, lo tiran al aire para que caiga en su gaznate por las simples leyes de la pesadez.

El TUCÁN TUCAL (Ramphastos tucanus, LATH.) Tiene 20 pulgadas de longitud; sus partes inferiores son negras con reflejos bronceados; las mejillas y parte anterior del cuello de color anaranjado; las coberteras de la cola de un amarillo sulfúreo; el pico tiene 4 pulgadas y media de largo; la mandíbula superior es verde, con tres manchas triangulares de color anaranjado en los lados, una línea amarilla superiormente, y en la punta es azul. De este color es la mandíbula inferior, con cierto matiz verde en su centro. Los pies son de color ceniciento-azulado. Las plumas de esta hermosa ave fueron en otro tiempo muy buscadas por las señoras del Brasil y del Perú, quienes adornaban con ellas sus vestidos; pero pasó ya esta moda.

El TUCÁN ARIEL (Ramphastos ariel, VIGORS.) Es una simple variedad del antecedente: tiene el pico negro con una faja amarilla en la base, y el arranque de la arista superior es azul.

Papagayos Terminaremos el orden de las aves trepadoras tratando de los papagayos, caracterizados por un pico grueso y duro, redondeado por todos sus puntos, y envuelto en su base por una membrana en la que se abren los orificios de las narices; su lengua es gruesa, carnosa y redondeada; la estructura de la laringe inferior presenta mucha complicación; por lo que estas diferentes particularidades, unidas a la disposición de las narices, explican la facilidad que tienen estas aves de imitar la voz humana, no siendo esta, como dice Buffon, una facultad que coloque al papagayo entre los a animales superiores. Los papagayos son esencialmente trepadores; véseles pasar de rama en rama cogiéndose con el pico, lo mismo que con las patas, las cuales son robustas y provistas de fuertes y ganchosas uñas. No obstante esta disposición de las patas y del pico, no es el papagayo animal carnívoro, pues se alimenta de frutos, y en especial de almendras que monda diestramente. Cuando come se sirve de una de las patas para llevar el alimento a la boca, sosteniéndose con la otra. Estas aves viven en parejas durante la época de la cría; pero fuera de este tiempo van reunidos en bandadas. Recréanse a orillas de los arroyos, donde se bañan varias veces al día. Su voz natural es áspera y chillona; su plumaje presenta colores variadísimos, casi siempre puros y muy relucientes, entre los cuales predomina el verde, sigue a este el colorado, y en fin el azul y amarillo. En su mayor parte pertenecen a la zona tórrida; y los hay en ambos continentes, aunque en cada uno las especies son diferentes. A más en cada isla algo considerable hállanse especies particulares. Este numeroso género lo y han subdividido en varias secciones, fundándose generalmente en las formas de la cola.

Los Aras tienen la cola larga con sus penas graduales, y las mejillas desnudas de plumas; pertenecen a la América meridional, la mayor parte son de gran tamaño y ofrecen vivísimos colores.

El ARA COLORADO (Psittacus macao, LIN.). Tiene 50 pulgadas desde el pico hasta la cola; la cima de la cabeza es de un colorado muy vivo, lo mismo que la parte más superior de la espalda, el cuello, el pecho, el vientre y los muslos; las coberteras tienen un baño de azul, la piel desnuda de las mejillas es blanca, adornada con plumitas coloradas, dispuestas en líneas entorno de los ojos. Esta especie habita en las Antillas y en el Continente meridional; es poco arisca y se habitúa fácilmente a la cautividad, aunque en esta situación, según dicen, se halla muy propensa a padecer epilepsia.

El ARA ARACANGA (Psittacus Aracanga, LIN.) aseméjase al ara colorado, pero es 4 pulgadas menor; el color encarnado de su plumaje es menos subido y pasa a ser amarillo en el cuello y los hombros, el azul de las alas es más puro. Esta ave es muy común en la Guyana.

El Ara aracanga.

Las cotorras-aras tienen la cola larga y las mejillas sin plumas.

La COTORRA-ARA VERSICOLOR (Psittacus versicolor, LATH.), llamada por Buffon papagayo de cuello colorado, tiene 9 pulgadas de longitud; las partes superiores verdes, la cabeza de color castaño, la frente azul lo mismo que el collar, las remeras son también de este color y exteriormente orilladas de verde, los tarsos rojos, las orejas grisáceas; el cuello, garganta y pecho de un castaño oscuro; el vientre, encima de la cola y las coberteras de color castaño purpurino, y el pico y los pies oscuros. Vive esta ave en Cayena, y se encuentra igualmente en el Brasil.

Las cotorras tienen la cola larga y las mejillas con plumas. La primera que se conoció en Europa, donde la trajo Alejandro de Macedonia, es la que lleva su nombre (Psittacus Alexandri, LIN.), o el de cotorra de cola asaetada, o de cotorra con collar. Tiene las partes superiores de color verde, la garganta negra y un collar de un encarnado muy vivo; los hombros de un rojo subido; las partes inferiores son de un verde claro; la parte inferior de las alas y la cola son amarillentas; y por último el pico rojo y las patas pardas. Las dos rectrices del medio de la cola sobresalen de mucho a las demás. Esta ave habita en las Indias orientales.

NUEVA HOLANDA.

El Kakatoes de moño amarillo y la Cotorra omnicolor.

La COTORRA GUARUBA (Psittacus luteus, LATH.) es una especie del Brasil; tiene la cola gradual o escalonada; su tamaño es de 13 pulgadas; el plumaje amarillo; las rectrices intermedias verduscas, y azules en su terminación; lo mismo que los extremos de las rectrices laterales; el pico y los pies son de color oscuro. Esta linda cotorra es muy recelosa, siendo muy difícil aproximársele: pasa una parte del día en los campos de maíz, por la tarde vuelve a los bosques, los cuales, lo mismo que los llanos, le suministran abundante alimento. Gústanle sobremanera las almendras del Locytis ollaria.

Los cacatúas tienen la cola corta e igual, en la cabeza presentan un moño de plumas largas y estrechas que puedan levantar y bajar a su arbitrio. Su plumaje es blanco, y su habitación en los sitios pantanosos del Mar del Sud.

Los papagayos propiamente dichos tienen la cola corta e igual, y carecen de moño.

El PAPAGAYO GRIS (Psittacus erythacus, LIN.), es una especie del África, muy conocida: su plumaje es pardo ceniciento claro, excepto la cola, que es colorada, del vientre blanquizco, y el extremo de las remeras negruzco. Las membranas de los ojos y las mejillas parecen cubiertas de un polvo escamoso; el pico y los pies son negros, y la longitud total del ave es 15 pulgadas. Es la especie que en Europa merece la preferencia por su mansedumbre y su adhesión al dueño, unido a su facilidad en articular las palabras que le enseñan.

El PSITÁCULO CAICA BARRABANDO. (Psittacus barrabandii, KULH.), es una especie que tiene la cola corta, y la talla de 6 pulgadas y media; el plumaje es de un verde reluciente; la cabeza, parte superior del pecho y una porción de la garganta son negros, con los bigotes de color amarillo: lo restante del pecho es ceniciento; las piernas son de un amarillo dorado; las remeras de un azul negruzco con sus orillas verdes: las coberteras superiores de las alas azules; las inferiores, coloradas; las rectrices verdes y en su extremo azules; el pico y los pies, negruzcos. Esta ave habita en el Brasil y en la Guyana.

Todas las secciones del género que acabamos de explicar se unen entre sí por medio de insensibles transiciones; siendo la única que se separa por sus caracteres bien marcados el papagayo con trompa. Esta ave tiene la lengua cilíndrica, y terminada por una leve tumefacción, hendida en la punta, y capaz de prolongarse muy afuera del pico a modo de una trompa. Solo se conocen dos especies, pertenecientes a las Indias orientales; siendo una de ellas el microgloso negro (Psittacus aterrimus, LIN.): su magnitud es de 14 pulgadas; el color del plumaje, pardo-negruzco, más oscuro en la espalda y en las alas, y el pico y los pies cenicientos.

Orden de las Gallináceas El orden de las gallináceas es el más útil y provechoso al hombre de cuantos componen la clase de las aves; la mayor parte de sus especies son domésticas y pueblan nuestros corrales; las restantes especies silvestres nos suministran una caza muy apreciada.

Las gallináceas, cuyo tipo es la gallina común, tienen el pico corto o mediano y algo aguileño superiormente; los orificios de las narices abiertos en un ancho espacio membranoso que se halla en la base del pico, y cubiertos por una escama membranosa; su aire es pesado; las alas cortas y el vuelo difícil. La laringe inferior es muy sencilla, lo cual explica cómo las gallináceas tienen todas una voz desapacible. Estos animales son casi exclusivamente granívoros, tienen el buche muy capaz y la molleja llena de robustez. Hacen el nido sin artificio, y consiste por lo regular en un amontonamiento de paja. Sin embargo, esa aparente negligencia en la construcción de la cuna de su familia en nada perjudica a la prosperidad de esta, supuesto que apenas el pollito acaba de romper el cascarón, que se halla ya en disposición de correr por el suelo; de modo que un nido hecho con el mayor primor y arte hubiérales sido absolutamente inútil. Por lo demás, la madre pone en la incubación la mayor asiduidad, y cuando los polluelos han nacido vela sobre ellos con una solicitud que ha llegado a ser proverbial.

La familia de las palomas, de la que algunos ornitologistas han hecho un orden particular, ha sido colocada por Cuvier entre las gallináceas; aunque en verdad difiere por sus hábitos cuanto por su estructura. Las verdaderas gallináceas son polígamas; el macho no alimenta a la hembra durante la incubación, ni participa de este trabajo. Su vuelo es incompleto; buscan en el suelo su alimento escarbando de continuo, y se complacen echándose en el polvo. Casi nunca se abrigan en los árboles; sus dedos anteriores están unidos en su origen por una membrana corta y como dentellados en sus bordes. En las palomas sucede todo lo contrario: todas son monógamas, es decir, que cada macho tiene una sola compañera, vuelan perfectamente, y la mayor parte anidan en los árboles; tienen los dedos libres, y la cola compuesta de doce penas; al paso que la de las gallináceas propiamente tales consta de catorce y aún a veces de diez y ocho.

Familia de las Palomas Siendo las palomas bajo ciertos aspectos unos animales intermedios entre los páseres y las gallináceas, trataremos en primer lugar de ellas. A más de los caracteres generales que acabamos de indicar, tienen el pico comprimido, corvo en la punta, y desde la base de la mandíbula superior parte una membrana desnuda y blanda, en la que se abren los orificios de las narices, las que están cubiertas por una escama cartilaginosa algo entumecida. Tienen hábitos mansos y familiares; viven apareadas, y en cada pareja se observa una ternura y constancia admirables, en términos que no se disuelve nunca sino con la muerte de uno de los que la forman. El macho ayuda a la hembra en la construcción del nido y a empollar los huevos; que por lo regular no pasan de dos en cada puesta; aunque verifica muchas al año. Los pichoncitos no se hallan en disposición de andar desde que ven la luz, como acontece en los polluelos de las gallinas; sino que nacen ciegos y endebles, cubiertos de un ligero vello, y no abandonan el nido hasta hallarse del todo vestidos de plumas. Hasta entonces los padres los mantienen, desengurgitando el alimento a medio digerir y en forma de papilla en el pico de los pichones. Las palomas comen casi exclusivamente granos y bayas, aunque alguna vez también insectos; beben de un tirón metida la cabeza en el agua; al paso que las gallináceas la levantan a cada sorbo. Viven las palomas en las orillas de los bosques y en las inmediaciones de las aguas, y no acostumbran a reunirse en bandadas sino en las épocas de emigración, su vuelo es algo pesado y ruidoso, pero lo sostienen por mucho tiempo.

La familia de las palomas consta de tres géneros: 1.º Las palomas, que tienen las patas cortas, y el pico delgado y flexible; 2.º Las palomas-gallinas o colombi-gallinas, con los tarsos altos y los hábitos análogos a los de las gallináceas propiamente tales; y 3.º los colombares, los cuales forman una división muy marcada, caracterizada por un pico grueso y sólido, los tarsos cortos, y los pies anchos y bien contorneados.

Columbas En Europa solo tenemos especies del género columba, de las cuales conocemos cuatro en estado silvestre que son: la paloma zorita, bravía, o agreste; el colombino, o pequeña zorita; la paloma torcaz o de roca, y la tórtola. Aunque todas son más o menos domesticables, la única verdaderamente doméstica es la zorita. Es muy apreciada, no solo por el exquisito sabor de su carne, y por otras cualidades de que luego hablaremos; sino también como un objeto de diversión y recreo: su reluciente plumaje, dulce arrullo, acompañado de extraños ademanes, y su amable índole la hacen tan propia para una estancia como para un palomar. No menos interesa la tórtola con sus suaves y amorosos hábitos; sin embargo, viene a enfriar algo la poesía de que la reviste nuestra imaginación, la idea de que los habitantes de los países fríos y húmedos de Europa le atribuyen la extraordinaria propiedad de atraer hacia ella los resfriados, catarros y reumatismo; y en consecuencia conservan junto a sí estos animales durante el invierno en sus mismas habitaciones. «Lo cierto es, dice Bechstein, que la tortolita en cuanto tiempo dura la enfermedad de sus amos ella también está enferma.» Esta simpatía puede explicarse por la acción del aire sofocado de las estancias calientes, en las que se mantienen encerrados los afectos de reumatismo. Pero vamos a particularizar dichas especies.

La ZORITA (Columba palumbus LIN.). Es la mayor de las cuatro especies mencionadas; y tiene la cabeza cenicienta, las partes laterales y superior del cuello de un verde dorado metálico cambiante en azul y cobrizo según los accidentes de la luz; vese a cada lado del cuello una semiluna blanca; el pecho es de un matiz violáceo; la parte superior de la espalda y las coberteras de las alas, ceniciento-parduzcas; las remeras primarias, pardas, con los bordes externos blancos; el pico amarillento; el iris amarillo, y los pies colorados y casi enteramente cubiertos de plumas. Aunque las zoritas viven en toda Europa, prefieren sin embargo los países meridionales. Llegan a la primavera y emigran en otoño; viajan por lo regular a bandadas; y alguna vez también solas y aisladamente. Albérganse con preferencia en los altos arbolados. Construyen con tronquitos su nido, de bastantes dimensiones y capacidad para contener juntos al macho y a la hembra.

Son aves muy agrestes, siendo imposible reducirlas a domesticidad; aunque al parecer poseyeron los antiguos el medio de lograrlo.

El COLOMBINO (Columba anas, LIN.). Comúnmente la llaman pequeña zorita; y en efecto lo es algo más que la antecedente. Su plumaje es gris-apizarrado; el pecho violáceo; los lados del cuello de un verde metálico y cambiante; tiene dos manchas negras en cada ala, regularmente en las penas bastardas y en las grandes coberteras. Los colombinos viajan a bandadas de trescientos a cuatrocientos en busca de climas templados, arreglando sus viajes conforme a las vicisitudes de las estaciones. Albérganse en los bosques, y anidan en las ramas o huecos de los árboles: son muy comunes en África.

La PALOMA TORCAZ o DE ROCA (Columba livia, BRISS.). Es aún más pequeña que las dos precedentes; tiene su plumaje un color gris-apizarrado; el contorno del cuello de un verde cambiante metálico; dos fajas negras en el ala, y el obispillo blanco; al paso que en el colombino es este de un blanco ceniciento; cuya particularidad principalmente es un distintivo de la torcaz. Anida con preferencia en las rocas, en las torres antiguas y en las ruinas; y nunca hace el nido en los árboles como las especies que anteceden siendo tal vez nosotros deudores a este instinto de la facilidad con que conservamos estas aves en los palomares. Las torcaces silvestres viven a bandadas; y aún dicen que siempre hay una de ellas que vigila por la seguridad de las compañeras cuando van en busca del sustento. En las comarcas pobladas de Europa es muy raro ver de estas aves en estado bravío; y solo las hallamos en tal estado de independencia en las islas del Mediterráneo. Entre nosotros, no solo se habitúan con facilidad al estado doméstico, sino que espontáneamente abandonan su libertad por la vida de nuestros palomares. Por consiguiente es el tronco y cepa principal de donde llevan su origen nuestras palomas domésticas, cuyas variedades de raza hanse multiplicado al infinito.

Paloma torcaz.

Divídense las palomas domésticas, en unas que mantenemos siempre encerradas en el palomar y se llaman terrestres; y otras que casi pueden mirarse como libres, puesto que todos los días dejan su mansión y se desparraman por los campos; y tienen el nombre de voladoras. La variedad llamada Torcaz de palomar ha conservado del todo su plumaje y hábitos primitivos; y alguna vez vuelve a la vida independiente. La paloma mensajera es una variedad de pequeña talla, notable por su fecundidad, por la ligereza del vuelo, y sobre todo por la particular facultad que tiene de volver a hallar desde inmensas distancias el palomar en el cual nació, o aquel en donde tiene su cría. Los traficantes en palomos fundan en dicha propiedad un trato fraudulento. Cuando tienen noticia de que el comprador lleva intención de poner el ave en palomar abierto, se la venden por muy poco precio, pues saben que por mucha que sea la distancia, y por bien tratada que esté en su nueva habitación, ha de volverse a la antigua; de modo que hay paloma que se ha vendido diez veces por una misma persona. La Mensajera, llamada también paloma voladora, está muy difundida por París; es gris, azul, roja, negra, de color de canela, amarillento, variado con pintas blancas y negras, etc. Esta especie de paloma tiene el vuelo muy elevado, y reconoce fácilmente su palomar en medio de las innumerables chimeneas de la capital de Francia; de ella se servían, y aún se sirven, los orientales para llevar mensajes. Refiere Belón, que los marineros de Egipto y del Archipiélago griego criaban en sus embarcaciones de esta especie de palomas a fin de soltarlas así que llegaban a su destino; luego regresaban las aves al punto de donde el buque saliera, y anunciaban a las familias de la tripulación la prosperidad del viaje. En Siria, Arabia y Egipto, llevan palomas metidas en cestos a considerables distancias, y después, dejando a veces pasar mucho tiempo, se las suelta atándoles un billetito en el ala. Una vez libre el animal, se eleva primero verticalmente a una altura considerable, desde cuya región parece que emplea algunos instantes en orientarse sobre el rumbo que ha de seguir, y por último, se dirige sin vacilar directamente al punto donde dejó su antigua mansión. En el Mogol emplean las palomas como correos en las ocasiones de importancia o de urgencia: dichas aves viajan con asombrosa rapidez, y algunas veces las ven tendidas en la arena con el piquito abierto esperando el rocío que las refresque, y así tomar aliento. Empléanlas también en las poblaciones sitiadas para llevar pliegos y noticias, de que no faltan en la historia memorables ejemplos. En 1574 el Príncipe de Orange se sirvió de uno de estos correos, debiéndole la ventaja de hacer levantar el sitio de una de sus plazas fuertes; por lo que quiso que las palomas que habían salvado la ciudad fuesen alimentadas a costa de la población en un palomar construido a próposito para el caso; no solo esto, sino que quiso que después de muertas fuesen embalsamadas y custodiadas en la casa municipal, en demostración de eterno reconocimiento. Concíbese muy bien que estos correos se hayan empleado en asuntos que nada tienen que ver con la política; sobre lo que pudiéramos citar el ejemplo de cierto abogado joven, habitante en el arrabal de Saint Jacques, quien envió su anciano tío a pedir la mano de una señorita, que vivía con su padre en el valle de Montmorency. El bueno del tío se encargó muy gustoso de la comisión; pero como al joven le interesaba conocer pronto la respuesta; añadió al tío unos mensajeros suplementarios metiendo una paloma en cada bolsillo del redingote. Acaso se diga que bastaba con una; pero los amantes verdaderos son previsores; y el nuestro no contaba con las garras del gavilán. Las instrucciones de este tío de comedia clásica eran, que si la respuesta fuese favorable debía soltar la paloma, con cinta colorada que de antemano se le ató a la patita; y suponiéndola adversa soltaríalas sin cinta. Fue el amante al palomar, y a los doce minutos de la respuesta las palomas habían vuelto con sus cintas coloradas. Presúmase cuál sería la acogida del amante abogado.

Las palomas papudas, constituyen una raza bien marcada, la cual debe el nombre al hábito que estos animales tienen de hinchar el buche llenándolo de aire. El volteador, tipo de otra raza; elévase a grande altura, y luego da cinco o seis vueltas sobre sí mismo con la cabeza hacia atrás cual si tuviese vértigos; otras tienen el vuelo circular al modo de las aves de rapiña batiendo las alas: sus movimientos y aire participan de la influencia de la domesticidad: lo cierto es que por el solo efecto de la libertad tardan muy poco en perderse. La raza de las palomas monjiles, se conoce por la especie de toca que les desciende por los lados de la cabeza y por la espalda; aunque no tienen el vuelo rápido, por otra parte son muy familiares y fecundos. La paloma con collar es una variedad que se aproxima a la antecedente, pero es más pequeñita, su vuelo sostenido, aunque algo pesado, y acaba siempre por volver al palomar, sea cual quiera la distancia que de él la separe. Con alguna dificultad da el alimento a sus pichones a causa de la cortedad del pico: llega esta a ser tal en las palomas polacas, que los pobrecillos mueren de hambre, siendo necesario, si se quiere conservarlos, hacerlos criar por otras palomas de pico largo. Las palomas romanas se conocen en un cerco de piel desnuda, colorada y arrugada que tienen al rededor de los ojos; su plumaje es gris, pesado su vuelo, su andar torpe y su fecundidad mediana.

La TÓRTOLA (Columba turtur, LIN.). Vive en los bosques lo mismo que la zorita; se distingue por su manto leonado con manchas pardas, y su cuello azulado con una mancha a cada lado de color blanco y negro mezclados. Es la más pequeña de las cuatro especies silvestres que viven en Europa. Nos abandona a fines del verano para ir a invernar en los países meridionales. Busca albergue en los sitios más espesos, umbríos y frescos del bosque; de ordinario hace el nido en los grandes árboles, construyéndolo con tronquitos, y dándole una forma casi llana. Viven en parejas y reunidas en pequeñas bandadas; su arrullo tiene una expresión triste y plañidera, y desempeña maravillosamente su parte en el gran concierto de armonías de las vastas selvas, armonías que penetran en el corazón y le conmueven mejor y con más intensidad que los doscientos músicos del Conservatorio. El murmullo de las corrientes aguas; el blando susurro de las hojas que desde el piano gradualmente hasta el forte se modifican al infinito; el lejano ladrido de los perros, el balido de las ovejas, los mil cantos de los páseres parleros, interpolándose el estridente chillido del picoverde, y el triste graznido del cuervo, que contrasta con el alegre bullicio de los demás pájaros; todo ese conjunto de armónicos sonidos forma una sinfonía pastoril, que Beethoven mismo confesaría ser superior a la suya. Añádanse las pisadas en la seca hojarasca del ligero cervatillo, la rápida e instantánea carrera del jabalí al través de la maleza, derribando las ramas con estrépito, y acompañando su galope con un sordo gruñido; y así podrá comprenderse que en el seno de la naturaleza viviente puede estudiarse la historia natural mucho mejor que en un inanimado museo. Con todo, la vasta colección que forma el de París en el Jardín de las Plantas tiene una incontestable utilidad para el estudio de las formas del reino animal.

Las especies extranjeras son las siguientes.

La PALOMA RISORIA o TÓRTOLA CON COLLAR (Columba risoria, LIN.). Es originaria del África, lleva en la cerviz un collar negro. Críase en pajareras pues sus hábitos son mansos como los de la tórtola europea, aunque es aquella mucho más limpia; su arrullo se asemeja a la risa; pero tiene otros sonidos más tiernos para llamar a su compañera: cuando arrulla no da vueltas, como hace la paloma doméstica; en vez de esto da algunos saltitos hacia adelante, se para, llena su buche de aire y luego baja el pico hasta el suelo.

Entre las especies extranjeras debe contarse la columba arcuatrix de Temminch; especie perteneciente al sud del África, de que hemos ya hablado al tratar de las rapaces diurnas. Es menor que la zorita común, pues solo tiene 15 pulgadas de longitud total; las partes superiores son de color pardo violáceo; la frente negruzca, encima de la cabeza es gris-azul; la auréola de los ojos anaranjada; las mejillas grisáceas; el cuello de un gris vinoso, con los bordes de las plumas de un matiz más claro; una faja blanquizca con manchas negras en el pecho; las coberteras del ala y partes inferiores de un color pardo vinoso, salpicadas de manchitas blancas; el pico y pies amarillos. Por sus hábitos se asemeja mucho a la zorita; en su vuelo describe una serie de parábolas irregulares, acompañándolas con un canto muy agradable. Como es sabido, es el pasto predilecto del águila blanquizca, que le da una caza tan diestra como activa.

La PALOMA VIAJERA (Columba migratoria, LIN.). Distínguese de las precedentes por su cola larga y aguda; tiene el ave 22 pulgadas de longitud desde el pico hasta el extremo de las rectrices. La cabeza es de un azul apizarrado, cuyo matiz, salpicado de manchas negras y pardas, domina en todo el plumaje: el cuello presenta los colores más bellos; el dorado, el verde, la púrpura y la escarlata brillan con magníficos reflejos; el vientre es blanco puro; las dos rectrices medias son negras, y las demás blancas; el pico y las uñas negras y el iris anaranjado. Esta especie pertenece a la América del Norte; aliméntase con los frutos del álamo, del moral, de la encina, del haya, etc., y con trigo y arroz. Emigra del sud al norte, y del este al oeste, desde el Golfo de Méjico hasta la bahía de Hudson, cuyos viajes no solo se arreglan según las vicisitudes de la estación, sino a los medios de subsistencia que las comarcas por donde viaja pueden suministrarle.

La paloma viajera tiene un vuelo tan rápido que es un asombro: en Nueva York se han muerto de estas aves, y en la molleja se les halló arroz todavía no alterado por la digestión, arroz que solo podían haberlo comido en la Carolina; y como los alimentos más difíciles no pueden resistir más allá de doce horas a la acción del jugo gástrico en los animales, de ahí se dedujo que habían en seis horas corrido un espacio de 400 millas; es decir, 23 leguas por hora, o una milla por minuto.

No menos aventajada es su vista que su vuelo; puesto que desde las elevadas regiones del aire divisan las frutas y granos que pueden alimentarlas; y si por casualidad no han fructificado los árboles que las sustentaron el año anterior, se las ve pasar de largo hacia otras más fértiles comarcas.

Pero lo que más sorprende en las costumbres de la paloma que nos ocupa es el sin número de individuos que componen sus aéreas y viajeras legiones. Durante el otoño de 1813, recorriendo Audubon el Kentucki, vio pasar por encima de su cabeza 163 bandadas en el espacio de veinte minutos; finalmente, todas se juntaron, y ocultole la luz del sol una nube inmensa de palomas: durante esa eclipse de nueva especie caía como granizo el estiércol de los volátiles, los cuales con su vuelo producían un ruido monótono que provocaba al sueño. El cálculo que hizo Audubon para deducir el número de dichas aves arrojó una suma asombrosa. Supongamos, dijo, una columna de 1 milla de anchura, y supóngase que efectúe su paso en 3 horas: como su velocidad es 1 milla por minuto su longitud será de 180 millas, compuesta cada una de 1760 yards: si cada yard cuadrado lo ocupa un par de palomas, se hallará ser el número de estas aves 1.115.136.000. Consumiendo cada individuo diariamente medio cuarterón de frutos, el alimento de una bandada necesita 8. 712. 000 fanegas de granos cada día.

Las bandadas viajeras se mantienen a una altura muy superior al alcance de la mejor escopeta. Desde que algún gavilán amenaza la retaguardia, estréchanse las filas formando una masa compacta, la cual ejecuta las más hermosas evoluciones en los aires; ya precipitándose hacia la tierra con el ímpetu de un torrente; ya, cuando sus giros y rodeos han desconcertado al enemigo, roza casi el suelo con una velocidad inconcebible, y levantándose otra vez como una majestuosa columna, vuelve a sus undulaciones, imitando en el aire, aunque en desmesurada escala, la sinuosa marcha de la serpiente.

Desde que las palomas divisan de lejos una suficiente cantidad de alimento en los árboles o en los campos, dispónense a hacer alto; y entonces se las ve volar circularmente para explorar los alrededores; de manera que sus giros en planos de diferentes inclinaciones hacen brillar alternativamente los bellísimos colores de su plumaje. Según en qué posición, se ve a toda la bandada revestida de azul claro; al que en un momento se sustituye un matiz purpúreo subido; y luego desaparecen entre la espesura de los árboles, que en un abrir de ojos dejan sin ningún fruto. Al medio día descansan, y hacen la digestión posadas en los árboles; pero al ponerse el sol se elevan todas a un tiempo para ir a pasar la noche tal vez a cien leguas de donde comieron.

La constancia con que vuelven a dormir en un mismo sitio les ha sido fatal desde que el hombre se ha posesionado de las soledades de América. Las palomas escogen para ello un bosque de altos árboles; pero allí mismo se prepara durante la noche una horrible escena de destrucción. Pueblos enteros de cazadores y granjeros van a esperar allí antes de ponerse el sol; unos llegan con carros vacíos, que se llenarán dentro de pocas horas; otros conducen piaras de cerdos para cebarlos allí mismo con la sabrosa y nutritiva carne de paloma; cada cual hace sus preparativos; cárganse las escopetas, enciéndense las hachas, los hornillos están llenos de azufre, cuyo vapor mefítico debe derribar las aves; todo en fin se halla dispuesto; cuando a eso de las nueve óyese un clamor general diciendo: ¡Aquí vienen! Llegan en efecto; y su paso mueve el aire como la brisa precursora del huracán. Abátense innumerables legiones encima de los árboles, y entonces empieza una escena de carnicería y confusión imposible de describir: la gritería de los hombres, los repetidos tiros, el estallido de las ramas superiores de los árboles, que se rompen y desgajan bajo el peso de las infelices aves, que se desploman sobre las que ocupan las ramas que están debajo; todo ese terrible tumulto excita una penosísima sensación en el naturalista, quien solo con el objeto de observar permite alguna vez la destrucción de un ser dotado de vida. Durante tan atroz carnicería van llegando nuevas bandadas, y palomas a millones, hasta media noche que llegan las últimas a la selva; pero el estrago y la matanza continúan hasta que amanece el día siguiente. Así que los primeros rayos del sol doran las copas de los árboles, las bandadas abandonan el bosque, y van en busca de alimento, sin que en su infinito número aparezca diminución sensible. Entonces cambia la escena: a la algazara y confusión nocturna, suceden los aullidos de los lobos, zorras, linces, euguares, que acuden a participar del festín que el hombre les ha preparado; así como también con el mismo intento se ven descender de los aires águilas, halcones, buitres y cuervos, y todos se aprovechan de aquella noche de destrucción.

Colombares Los colombares forman un género bien señalado en la familia de las palomas; distínguense por su pico grueso y fuerte, complanado lateralmente; sus tarsos son cortos, y sus pies anchos. Solo se conocen algunas especies, pertenecientes todas a la zona tórrida del antiguo continente.

Colombi-gallinas El género colombi-gallinas forma transición entre las demás palomas y las verdaderas gallináceas; tienen los tarsos altos y buscan su alimento en el suelo como los gallos, sin subir nunca a los árboles, y el pico es delgado y flexible. El colombi-gallina HOCCO o PALOMA CORONADA (Columba coronata, LIN.). Vive en el Archipiélago Índico; es enteramente azul apizarrado, con color marrón y blanco en el ala; adórnale la cabeza un crestón vertical formado de plumas largas y delgadas. Esta especie es doméstica en Java, pero en Europa nunca ha sido posible domesticarla.

Familia de las Gallináceas Hemos estudiado comparativamente los caracteres distintivos de las verdaderas gallináceas; vamos ahora a dar a conocer los principales géneros, y las especies más interesantes de esta familia.

Aléctores Los Aléctores son grandes gallináceas de América, semejantes a nuestros pavos; tienen la cola ancha y redondeada, compuesta de grandes y recias penas; viven en los bosques, donde se alimentan de los renuevos de los árboles y de los frutos; en ellos anidan y se posan en sus ramas; son aves sociables y tienen grande disposición a la domesticidad. El género hoccos, perteneciente a esa pequeña tribu, está caracterizado por un fuerte pico, rodeado en su origen de una membrana, en la cual se abren los orificios de las narices; adorna su cabeza un penacho de plumas erizadas, largas, delgadas y arroladas en su extremo superior.

El MITU-PORANGA (Crax alector, LIN.). Es de la talla del pavo; su plumaje es negro; el vientre blanco, y la cera del pico amarilla. Vive reunido en numerosas bandadas en los bosques de la Guyana; su índole es mansa y nada recelosa, de suerte que pueden matarse fácilmente muchos hasta a tiros, toda vez que no huyen más allá de uno a otro árbol. Así, muy al contrario, los que se aproximan a los sitios poblados se vuelven ariscos, y ya no andan reunidos. Por lo demás, pueden domesticarse, y en las Colonias se come carne de los jóvenes, que es muy blanca y delicada.

Los Pauxi tienen el pico más corto y grueso; y la piel de su origen se halla cubierta de plumas cortas y densas como terciopelo.

El HOCCO DE MÉJICO (Crax pauxi, LIN.). Tiene las partes superiores negras con reflejos verduzcos, y el borde de cada pluma de un negro puro; la cabeza y el cuello están guarnecidas de plumitas aterciopeladas y de un negro apagado; las rectrices son negras, y sus extremidades blancas; las partes inferiores son negras con cambiantes; el abdomen es blanco puro; el pico rojo-oscuro, y tiene en la raíz una especie de casco casi del tamaño de la cabeza, de color azul-claro, y de consistencia como de piedra. Este pájaro vive a bandadas, como los hoccos, en las vastas selvas de la América meridional; hace sus puestas en el suelo; es de índole pacífica y nada bullicioso, por lo mismo puede domesticarse con facilidad, en cuyo estado vive en buena armonía con las demás gallináceas.

Hocco de Méjico.

Pavones Los pavones tienen una garzota y moño; las coberteras de la cola en el macho son más largas que las rectrices, cuyo número es de diez y ocho.

El PAVOS COMÚN o PAVO REAL (Pavo cristalus, LIN.). Es originario del Norte de la India; y fue Alejandro magno quien lo remitió a Europa, donde sin la menor dificultad se domestica. La especie silvestre se mantiene en la más densa espesura de los bosques. Hace sus puestas la hembra en el suelo, en huecos diestramente ocultos; lo que no impide que los mamíferos carniceros los encuentren, puesto que les gustan muchísimo los huevos. Muy conocido y observado es el pavo real doméstico, ya cuando hace la rueda delante de la hembra, ya cuando sube a un travesaño y deja pendiente su magnífica cola; pero los individuos silvestres tienen aún el plumaje más brillante, y la cola mucho más poblada. El plumaje que vamos a describir es el del pavo de Indias. Este tiene la cabeza, cuello, garganta y pecho de un azul lustroso con reflejos verdes; la garzota que adorna su cabeza es de un verde cambiante en azul; las pequeñas coberteras de las alas de un verde oscuro con visos dorados; y las medias de un azul brillante con orillas verdes; siendo las mayores de un negro verduzco, y su extremo rojo cobrizo; las diez remeras primarias son pardo ferruginosas, y las demás pardas, exteriormente guarnecidas de un verde bronceado, excepto las de la muñeca que son enteramente pardas; las coberteras de la cola muy largas, y sobrepasan de las rectrices; tienen sus barbas desunidas, y en su extremo presentan un ojo brillante; las partes inferiores son negruzcas, con visos dorados; los muslos de un gris negruzco y de bronce, con una faja leonada en la rodilla. La longitud de esta ave es de 4 a 5 pies; es decir, de medio pie más que el pavo doméstico. Es sabido que la hembra no está adornada con la hermosa librea del macho. En estado de domesticidad, hace una puesta al año, que consta de diez a doce huevos, los cuales empolla por espacio de treinta días.

EL PAVO REAL.

El PAVÓN DEL JAPÓN o DE JAVA (Pavo Japonensis, BRISS.). Tiene la cola casi tan hermosa como la del pavo común; sus partes superiores son de un azul negruzco metálico, con el borde de cada pluma de un verde dorado, que termina en una franja negro-lustrosa; la coronilla de la cabeza se ve adornada con plumas pequeñas, aterciopeladas, de verde dorado, con reflejos azules; y en especial con una garzota compuesta de veinte plumas largas y delgadas, de tallo blanquizco y con barbillas de cada lado sueltas y destriadas, que reuniéndose en el extremo forman una hermosa barbilla verde-azulada y dorada muy brillante; el cuello, la garganta, y parte anterior del pecho están cubiertos de plumas de un azul verdusca reluciente, con un cerco dorado, y los bordes con franjas azules; las coberteras menores y medias del ala son verdes con reflejos azules; las mayores de un negro verduzco, con los bordes de un verde dorado; las remeras de un leonado marrón, con su tallo y extremidad de un negro verduzco; las coberteras superiores de la cola son de un vistoso verde-dorado brillante, cruzado a trechos por líneas leonadas; las rectrices de un negro verduzco unduladas y en su extremo parduzcas; las partes inferiores negras con reflejos dorados; el pico y los pies negruzcos. Esta hermosa ave, del tamaño de 5 pies y 6 pulgadas, habita en el Japón.

Los pavones llamados laphophorus son iguales a los anteriores, sin más diferencia que el no prolongarse las coberteras de la cola hasta más allá de las rectrices, como sucede en aquellos.

El PAVÓN RADIANTE (Laphophorus refulgens, TEMM.). Es del tamaño como un pavo, y negro; la garzota y las plumas de la espalda con diferentes cambiantes de dorado, cobrizo, záfiro y esmeralda; las penas de la cola rubias; la hembra es de color pardo con matices grises y leonados: esta magnífica especie se alberga en las montañas del Norte de la India.

Pavos El género de los pavos se distingue muy fácilmente por la piel desnuda y apezonada que les cubre la cabeza y la cerviz, como también por los apéndices carnosos, de los cuales el uno le cuelga a lo largo del cuello, y el otro, situado en la frente, es capaz de prolongarse y encogerse según la agitación interna en que el macho se encuentra; debajo del cuello se observa un pincel formado de pelos recios; las coberteras de la cola no son tan largas como en el pavón, y se enderezan del mismo modo cuando el animal hace la rueda.

El PAVO COMÚN (Meleagris gallo pavo, LIN.). Todo su plumaje es pardo-oscuro, con los bordes de las plumas del cuello, garganta, espalda y escapulares, que despiden reflejos azulados; los pies pardo-rojizos; las uñas y el pico negros; el iris rojo-parduzco; su talla es de cuatro pies, y su plumaje varía mucho con la domesticidad. Es muy irascible; y la simple vista de un objeto encarnado lo pone furioso.

Pavo común.

Los pavos son originarios de América, y hasta a mediados del siglo XVI no se naturalizaron en Europa, y lo fueron a causa de la sabrosidad de su carne, de su magnitud y de su fecundidad. Los primeros los llevaron a España unos misioneros en 1552; y diez y ocho años después, con motivo de las bodas de Carlos IX, se comieron en Francia los primeros pavos. El pavo común se encuentra en estado silvestre en varios puntos del interior de la América septentrional; en particular abundan en las inmensas praderas inmediatas al Ohio, al Misisipí y al Misuri: véseles caminar y emigrar a pie de unas a otras comarcas según abundan las frutas y granos de que se alimentan. Los machos viajan a bandadas desde diez hasta ciento; y las hembras se adelantan por separado con sus hijos o en unión con otras familias, y evitan con cuidado el dar con los machos, quienes embisten a los hijos y aún a veces los matan: a pesar de esto, todos siguen una misma dirección. Cuando llegan a las riberas de un río, páranse en el punto donde el terreno es más alto, y allí permanecen uno o dos días como deliberando; luego suben a los árboles, y a una señal dada por su guía o jefe, arrancan el vuelo para trasladarse a la orilla opuesta. Los viejos llegan con facilidad al término, aun cuando el río tenga de ancho la tercera parte de una legua; pero los jóvenes caen al agua, y acaban la travesía a nado. A fines de invierno, las hembras sepáranse de los hijos, los cuales son ya adultos, y aquellas se aplican a los cuidados de la puesta e incubación. En un nido de hojarasca seca colocada en el suelo ponen de diez a quince huevos, los cuales han de defender de los cuervos, gatos silvestres, y hasta de los pavos machos. Sucede a menudo reunirse varias hembras para empollar y criar los pollos de mancomún. Los pavos domésticos son menores que los silvestres; su plumaje es negro, al paso que en estado natural es pardo verduzco con visos cobrizos; también la carne de los domésticos es menos sabrosa que la de aquellos; sin embargo, es muy estimada, y por esto en nuestros campos crían gran número de estas aves. En el mediodía de Francia por lo regular los matan antes de llegar a tres años, pues con la edad vuélvense malos y coriáceos.

El PAVO OCELADO (Meleagris occellata, CUV.). Es esta una especie de pavo descubierta en la bahía de Honduras, notable por la brillantez de sus colores que rivalizan con los del pavón, y sobre todo por los espejuelos de color de zafiro, con cercos dorados y de color de rubí, que adornan su cola.

Pintadas Las pintadas tienen también la piel de la cabeza desnuda, barbas carnosas debajo de los carrillos, y la cola corta y pendiente; las plumas del obispillo comunican al cuerpo una forma convexa y prominente, y además presentan por lo regular una cresta callosa; los pies no tienen espolones.

La PINTADA MELEÁGRIDA (Numida meleagris, LIN.). Es procedente del África; su plumaje es apizarrado y cubierto en todas partes de manchas negras y blancas. En estado silvestre viven estas aves reunidas en grandes bandadas en lugares pantanosos. Ya en tiempo de Aristóteles se hallaban aclimatadas en Europa, y los romanos tenían en grande estima su carne, que en efecto es exquisita. Perdióse la raza en la edad media; pero los portugueses la connaturalizaron de nuevo así entre nosotros, como en la América meridional. No obstante, es difícil criar pintadas al lado de otras gallináceas; pues su índole chillona, pendenciera y tiránica las hace la plaga del corral donde se crían.

Faisanes Componen el género faisanes aquellas especies que están caracterizadas por tener las mejillas en parte implumes, y guarnecidas de una piel colorada, y las penas de la cola variamente dispuestas a modo de tejado.

El GALLO DOMÉSTICO (Phasianus gallus, LIN.) y su hembra, llamada GALLINA, forman una especie que la domesticidad ha hecho variar al infinito: sus caracteres distintivos son la cresta colorada, carnosa, festoneada, y a menudo configurada a modo de corona que adorna la cabeza: y los dos apéndices de la misma sustancia y color que cuelgan de cada lado de la mandíbula inferior. La cola compónese de catorce rectrices, levantadas en dos planos verticales; entre las cuales las dos intermedias, más largas y sumamente encorvadas en el macho, caen formando un penacho flotante. Los tarsos se hallan provistos de largos, fuertes y acerados espolones. La gallina es mucho más pequeña que el gallo, no tiene como este el cuello y parte extrema de la espalda poblado de plumas largas y delgadas. No conocemos la patria originaria del gallo doméstico; créese que desciende de alguna de las especies aún vivientes en la actualidad en estado silvestre en el Indostán e isla de Java: una de ellas llamada Gallo de Sonnerat, es notable por las plumas del cuello en el macho, las cuales tienen el tallo que va ensanchándose hacia abajo en tres discos sucesivos de una sustancia córnea, y la cresta dentellada; la otra, llamada gallo de Bankira, solo lleva en el cuello largas plumas caídas de un rojo dorado. La tercera especie es el gallo ajamalas, el cual es negro, con el cuello verde cobrizo, con mallas negras; la cresta, lisa o no dentada; y debajo de la garganta se ve una especie de tallo sin barbas laterales: por lo demás, el gallo doméstico ha sufrido infinitas modificaciones; aún sin contar las variedades de color y de tamaño. Hay razas en que sustituye a la cresta un moño de plumas erizadas; y es el gallo con moño: otras tienen los tarsos, y hasta los dedos, cubiertos de plumas; tal es el gallo de Bentham: otra variedad constituye el gallo negro, y es notable por el color negro de su cresta y de las barbas; finalmente hay otras variedades monstruosas, que tienen cinco y seis dedos en los pies. Los gallos domésticos se avienen a toda suerte de alimentos; ocúpanse sin cesar en escarbar la tierra y los estercoleros en busca de qué comer; los granos, larvas e insectos que encuentran bastan casi a su manutención, y en nuestras granjas es raro que necesiten un suplemento de alimentación sino durante el invierno. A más de los restos de la mesa que se les echa, arréglanles criaderos de gusanos; para lo cual amontonan en algún hoyo sustancias animales, como sangre, tripas, etc., que atraen una multitud de moscas, cuyos huevos pronto convierten toda aquella masa de corrupción en un montón de gusanos. La fecundidad de las gallinas no se prolonga mucho más allá de cuatro años; pero dura todo el año, excepto en el invierno, que es la estación de la muda. La gallina que no está ocupada en empollar puede poner un huevo diario; y por término medio una gallina da más de 50 huevos el año. Después de haber puesto cierto número, manifiesta deseos de empollarlos con un canto particular, entonces se le dejan una docena, y se le arregla en un sitio tranquilo y quieto un nido con paja quebrantada. Al cabo de veinte días de incubación, el polluelo rompe la cáscara a beneficio de un martillito, del que provisionalmente tiene provisto el pico. La clueca prodiga a los pollos los cuidados más tiernos, asiduos y previsores; los abriga debajo de las alas; búscales el alimento, y defiéndelos con valor del ave de rapiña y demás enemigos; el gallo no cuida ni de la incubación, ni de la cría de los pollos.

La clueca y los polluelos.

Se ha encontrado un medio de hacer nacer los huevos de gallina sin necesidad de empollarlos la madre; para esto no hay más que ponerlos en un horno cuya temperatura no exceda ni baje de la del cuerpo de una gallina; lo cual practican con muy buen éxito en Egipto: lo mismo se ha conseguido en Francia, aunque semejante medio no ha dado todas las ventajas que del mismo se prometieran.

No necesitamos alabar la hermosura del gallo doméstico; cuantos han puesto los pies en un corral pueden haber observado las maneras graves, altivas y elegantes de esta magnífica ave; que contrastan con el aire humilde, aunque no sin gracia, de las gallinas que forman su harén. El hombre ha aprovechado en su interés el carácter celoso y enemigo de toda rivalidad que tiene el gallo; y ha hallado medio de convertir en gladiadores a tan animosos animales, lanzándolos unos contra otros después de armar sus garrones con cuchillitos de acero bien templado. Las peleas de gallos han llegado a ser una diversión nacional en Inglaterra, y a ellas las personas de todas clases y condiciones muestran una afición extremada: he ahí las atrocidades del circo romano reducidas a miniatura; aunque no menos odiosas, no obstante sus diminutas proporciones, que si se tratase de una lucha entre leones o elefantes. Que dos gallos rivales se disputen a espolonazos el imperio de un corral, obedece a su natural instinto, y el espectáculo que ofrecen sus ataques, muy rara vez mortales, pueden por un instante gustar al observador; pero excitarles un furor facticio con licores espirituosos, añadir el puñal a las armas con que los dotó la naturaleza, hacer ruinosas apuestas sobre el valor y fuerzas de esas pobres aves, aplaudir con frenesí un golpe bien dado que acaba de partir el cráneo de uno de los combatientes, extenderlo palpitante en la arena contando con afanosa curiosidad las heridas del vencedor, que tal vez no podrá ya más entrar en lucha; todo esto debe confesarse sumamente indigno de un pueblo civilizado. Debemos apresurarnos a decir que tan triste diversión ha quedado limitada al pueblo inglés, y que no obstante numerosas tentativas nunca ha encontrado acogida en el público francés.

Los faisanes propiamente dichos, tienen la cola larga y escalonada, con las penas dobladas cada una de ellas en dos planos, cavalcando entre sí como las tejas de un tejado.

El FAISÁN COMÚN (Phasianus colchicus, LIN.). Es la especie conocida de más antiguo: tiene las partes superiores de un pardo-marrón con visos rojizos, purpúreos y blancos; la parte superior de la cabeza de un verde oscuro; circuye los ojos una membrana colorada callosa; de cada lado de la cabeza levántase un copete de plumas a modo de unos cuernos; la garganta y parte interior del cuello son de un verde metálico relumbrante; el pecho y parte superior del vientre purpúreos con negro cambiante; lo restante de las partes inferiores es rojizo; las remeras son pardas con manchas rojizas triangulares; las rectrices de un gris oliváceo, con los bordes pardos y rayados de negro; el pico negro y el iris garzo o amarillo. Esta ave, cuya longitud es de 34 pulgadas, abunda en el Cáucaso, y en las pantanosas llanuras vecinas del mar Caspio. Aliméntase de frutas, granos, e insectos; pasa la noche posada en los árboles y anida en los arbustos; sus huevos son más pequeños y endebles que los de gallina, gris verduzcos con manchitas pardas. Dícese que el faisán fue introducido en Grecia a consecuencia de la expedición de los argonautas a la Cólquide. En el día se crían en todas las comarcas templadas de Europa, pero su cría requiere muchos cuidados.

FAISÁN COMÚN.

El FAISÁN DORADO (Phasianus piclus, LIN.). Es originario de la China, lo mismo que el antecedente; es un ave magnífica, la cual creyó Cuvier fuese el fénix descrito por Plinio; adórnale la cabeza un hermoso moño dorado; circuye el cuello un collarcito anaranjado con mallas negras; la parte superior de la espalda es verde; el obispillo amarillo; el vientre de color de fuego; las alas son rubias, con una hermosa mancha azul, la cola parda, muy larga y con manchas grises.

El FAISÁN CON COLLAR (Phasianus torquatus, TEMM.). Esta especie pertenece a la China, y su longitud es de 29 pulgadas. Sus partes superiores son negruzcas con visos amarillos y rayas blancas la cima de la cabeza leonada con un baño verde; dos rasgos blancos fórmanle las cejas; la cerviz con sus partes laterales y la garganta presentan un magnífico verde con matices violáceos, y un ancho collar blanco se extiende por los lados del cuello; las coberteras de la cola son de un verde claro; las partes inferiores de un amarillo blanquizco manchado de violáceo; el pecho purpúreo con visos violados; el vientre negro con cambiantes; las coberteras del ala grises, con visos verdes; las rectrices oliváceas con anchas undulaciones negras; los pies grises, y el pico y las pupilas amarillos.

Faisán con collar.

El FAISÁN CORNUDO (Meleagris satyrus, LATH.). Pertenece al Himalaya, es del tamaño de un gallo, y su cabeza está casi desnuda; tiene detrás de cada ojo un cuernecito delgado, y debajo de la garganta una papada que puede hincharse, según las disposiciones internas del ave; el plumaje es colorado, brillante y con manchitas oblongas blancas.

Tetraos El numeroso género de los tetraos está caracterizado por una membrana implume y las más veces colorada que ocupa el lugar de las cejas.

El UROGALLO, o GRAN GALLO SILVESTRE, (Tetrao urogallus, LIN.). Lo mismo que todos los de su especie carece de espolones: es la especie mayor del orden de las gallináceas; su plumaje es de color apizarrado con rayas finas y negruzcas al través. La hembra es leonada, con líneas pardas transversales. Vive esta ave en los elevados bosques, y se alimenta de frutos y renuevos de los árboles. El macho goza de la facultad de erizar las plumas de la cabeza a modo de moño, y de hacer la rueda con la cola extendida.

No obstante de ser muy recelosa, permite que se le aproximen en la época de la cría, si para adelantarse uno aprovecha el instante en que está cantando. Por lo demás no ha sido posible criarla en domesticidad.

La ORTEGA COMÚN o POLLA DE LOS AVELLANOS (Tetrao bonasia, LIN.). Es algo mayor que las perdices: su plumaje se halla variado de pardo, blanco, rojo y gris; cerca del extremo de la cola se ve una faja negra; de este mismo color es en el macho la garganta; adorna la cabeza una especie de moño pequeño. La ortega varía accidentalmente de un blanco puro con algunas plumas pardas, a un matiz más o menos ceniciento. Gustan las ortegas de los poblados y altos bosques de abetos o de alerces: en ellos en verano se alimentan de frutas de mirtilo, de frambuesas, etc., y en invierno con los retoños de los árboles. Estas aves más tiempo emplean caminando por el suelo que volando; y cuando se ven perseguidas prefieren esconderse a huir. Su carne es muy delicada; pero hasta ahora no ha sido posible domesticarlas.

Los lagopedos, vienen a ser tetraos de cola redonda o angular, cuyos dedos y piernas están cubiertos de plumas.

El LAGOPEDO COMÚN, o PERDIZ BLANCA DE LOS PIRINEOS (Tetrao lagopus, LIN.). Se alberga en los altos montes del centro y del norte de Europa, donde vive de frutos y de retoños; su plumaje varía según las estaciones; en invierno es blanco, con una lista negra a los lados de la cara, y en verano es leonado con rallitas negras. Durante el frío se mantiene en madrigueras que se abre debajo de la nieve; por lo que el vulgo la llama perdiz de nieve.

Las perdices son tetraos con tarsos y dedos implumes.

La PERDIZ GRIS (Tetrao perdix, LIN.). Es la especie más común en el norte de Europa; tiene 12 pulgadas de largo; las partes superiores rojizas, con rayas transversales pardas y negras; la cabeza y las coberteras de las alas presentan los mismos matices; y a más un rasgo longitudinal blanquizco; la frente, las mejillas y la garganta de un rojo claro; obsérvase entre el ojo y la oreja de cada lado un espacio sin plumas, rojo y granujiento; el cuello y partes inferiores son cenicientas, con rayas angulosas negruzcas; el macho tiene el pecho adornado de una gran mancha rubia de figura semilunar; las remeras son pardo- cenicientas con manchas blanquizcas; la cola consta de veinte rectrices, de las cuales las cinco de cada lado son de un bello rojo, con los bordes blanquizcos; y las restantes rayadas de negro, con manchas de un rojo claro sobre un fondo gris; el pico y los pies son ceniciento-azulados.

Las perdices grises son sociables, viven en familia, sin alejarse mucho del sitio donde han nacido; gústales el país llano, los campos sembrados de trigo; y solo se refugian en los matorrales cuando el cazador o un ave de rapiña las persigue. La época de la cría empieza para ellas a fines de invierno; y entonces disuélvense las compañías para dar lugar a la formación de parejas. Efectúan la puesta en mayo, en nidos situados en los campos de trigo o en los prados, y consistentes en un montón de paja o de yerba groseramente dispuesto; en ellos pone cada hembra diez y ocho huevos de un gris verduzco. La hembra sola cuida de la incubación, y mientras la verifica cáenle las plumas del vientre. Los perdigoncillos corren ya desde el instante en que salen de la cáscara; y entonces el macho toma parte en el cuidado de criarlos; haciendo macho y hembra provisión del alimento favorito, a saber de crisálidas de hormigas: después el régimen de los hijos se vuelve vegetal, y entonces comen granos, en especial de trigo, que desentierran con grande destreza hasta cuando el suelo se halla cubierto de nieve. Mientras los perdigoncitos son todavía tiernos, cuéstales mucho tanto al macho como a la hembra, dejarlos cuando se acerca un enemigo; pero si el peligro se hace inminente, el macho parte primero, despidiendo un grito particular, volando con pesadez y como herido del ala, algunos instantes después huye la hembra, y se aleja mucho más, siempre en dirección opuesta a la que tomó el macho; sin embargo, vuelve corriendo por el suelo entre los surcos hacia donde dejó sus hijos acurrucados bajo la yerba; los reúne, y huye otra vez con ellos, en caso de no haber aún pasado el peligro. La voz de llamamiento de estas aves es agria y semejante al nido de una sierra. La caza que más se usa con las perdices, cuya carne es un manjar muy estimado, se hace con escopeta y con perros perdigueros.

La PERDIZ ROJA (Perdrix rufa, LIN.). Es algo mayor que la gris; y se halla con más frecuencia al mediodía que en el norte de Europa: tiene las partes superiores de un gris pardo y verduzco; la frente de un ceniciento azulado; la nuca de un gris rojizo; las mejillas, garganta y parte superior del cuello blancas, lo mismo que un rasgo o pincelada que hay detrás de cada ojo; extiéndese una faja negra por el pecho y lados del cuello, formada de un sin número de manchas y de rayas; las remeras son pardas, con los bordes posteriores leonados; y las rectrices rubias, excepto las cuatro intermedias que son de un gris parduzco; las plumas que visten los costados son ceniciento-azuladas en su origen, y con rayas negras, rojas y blancas en sus extremos; finalmente, el pico y los pies son colorados.

Perdiz roja.

La perdiz roja gusta de los terrenos elevados, como son las pendientes de los collados; aunque a veces se encuentra en los llanos y a orillas de los bosques. Viven muchas familias reunidas; y cuando son perseguidas huyen por partes en distintas direcciones para después reunirse en un punto común. En lo demás sus hábitos son iguales a los de la especie que antecede.

La BERTAVELLA, o PERDIZ GRIEGA (Perdix saxatilis, LIN.). Solo se diferencia de la perdiz roja en ser de mayores dimensiones, y más cenicienta en su plumaje. Vive a lo largo de las cordilleras de montañas del mediodía de Europa; y su carne es preferible a la de la antecedente.

Las codornices son más pequeñas que las perdices; tienen el pico pequeño; la cola corta, baja y como cubierta por las plumas del obispillo; no tienen las cejas rojas, y carecen de espolones.

La CODORNIZ COMÚN (Tetrao cothurnix, LIN.) Tiene las partes superiores variadas de pardo y de gris, con una estría blanquizca o rojiza en el centro de cada pluma; la parte superior de la cabeza es parda y rojiza: vense tres rayas blanquizcas, de las cuales las de los lados rodean los ojos; la garganta es negra; el pecho rojizo; el vientre y muslos, blanquizcos; el pico negro, y los pies de color de carne; la longitud del ave 7 pulgadas y media; la hembra tiene el pecho blanquizco salpicado de manchas negras redondeadas.

Codorniz común.

Las codornices, cuya conformación parece pesada y poco a propósito para el vuelo, son célebres no obstante, por sus emigraciones: llegan a Francia por la primavera, salen en el otoño, y atraviesan el Mediterráneo dirigiendo su rumbo a Egipto, Siria y África. En dicha época se reúnen en numerosas bandadas, y vuelan lo más común a la claridad de la luna o del crepúsculo. Cuando en su travesía encuentran un peñasco o una isla, bajan a ella para tornar descanso; así es que su caza produce mucho en algunas islas del Archipiélago. Es el instinto de emigración tan profundamente innato en esas aves, que una codorniz enjaulada desde su nacimiento, sufre en la época del paso una inquietud y agitación que no la deja un momento de sosiego; y da en la jaula tales saltos, que se rompería la cabeza si el techo no fuera de lienzo. Excepto en la época del viaje viven estos pájaros aislados. El macho no toma parte en el cuidado de la cría; la hembra hace su puesta en tierra y casi siempre en medio de los trigos, la cual consta de ocho a doce huevos. Nunca se posan en los árboles; y se alimentan de granos, semillas e insectos. Cázanse las codornices con escopeta y con perros, y también con redes y lazos atrayéndolas con la imitación de su canto.

Orden de las Zancudas Las aves que constituyen el orden que va a ocuparnos presentan como carácter común la parte inferior de las piernas implume; a cuya disposición en general va adjunta la longitud de los tarsos; circunstancia que les permite entrar en el agua hasta cierta profundidad sin mojarse las plumas, seguir el vado y pescar el sustento por medio de un pico y cuello largos, a proporción de las piernas: de ahí procede el nombre que se les ha dado de aves ribereñas. No obstante, se han colocado entre las zancudas otras aves que viven muy lejos del agita; tales como los avestruces; por otra parte hanse admitido como zancudas aves de piernas no muy largas, pero que por sus hábitos acuáticos no deben separarse de las ribereñas. Consta el orden de las zancudas de cinco familias principales y de algunos géneros separados.

Familia de las Brevipenas Su carácter consiste en la extrema cortedad de las alas que les hace imposible el vuelo: los músculos encargados de sus movimientos, lo mismo que los huesos en que están implantados, son delgados y débiles; pero en compensación las piernas son largas y robustas, y los músculos de estas partes presentan enorme espesor; por lo que las brevipenas corren con extraordinaria velocidad. Sus hábitos son distintos de los de las ribereñas, pues viven en lugares secos, comen yerbas y granos, y su pico mediano y poco agudo les da cierta semejanza a las gallináceas. Componen esta familia dos solos géneros, que son los Avestruces y los Casoares.

Avestruces Los avestruces, no obstante la cortedad de las alas, las emplean a modo de velas para correr con mayor velocidad; carecen de pulgar; tienen el pico complanado, y la lengua corta y redondeada. Las plumas de estas aves son muy buscadas por su tallo delgado y sus largas barbas. Conócense dos especies.

El AVESTRUZ DE ÁFRICA (Struthio camelus, LIN.). Solo tiene dos dedos, de los cuales al extremo le falta la uña y es corto. Es la mayor y más corpulenta de todas las aves; tanto, que llega a 7 y a 8 pies de altura. El macho es negro, hermoso con interpolación de blanco, y grandes plumas de este color en las alas y la cola: en la hembra en lugar del negro se presenta un gris uniforme. Las plumas hermosas, anchas y ondeantes con que adornan las señoras su tocado pertenecen al macho de esta especie.

El avestruz es célebre desde la más remota antigüedad, vive a bandadas en los desiertos arenales del África y de la Arabia. Es herbívoro y de una excesiva voracidad; teniendo tan obtuso el sentido del gusto, que traga sin distinción guijarros y pedazos de hierro, de cobre o de vidrio; de donde nació el error vulgar sobre que esta ave goza de la propiedad de digerir los metales. En las regiones intertropicales el avestruz no empolla los huevos, contentándose con ponerlos en la arena bajo el calor del sol; pero fuera de los límites de los trópicos se hace la incubación de un modo regular y constante. Cuando llega la época de la cría, júntanse varias hembras y hacen sus puestas en un hoyo común, el cual a veces contiene hasta sesenta huevos. Cada avestruz pone doce, y cada huevo pesa unas tres libras. Durante el día empollan las hembras alternativamente, y por la noche las reemplaza el macho, puesto que entonces no se trata ya solo de mantener el calor en la nidada, sino de defenderla de los chacales y otras fieras. La incubación dura de treinta y seis a cuarenta días, y no siempre interrumpe la puesta; pero los huevos tardíos los ponen aparte para que sirvan de alimento a los pollos cuando nazcan. El avestruz, que algunos naturalistas presentan como un animal estúpido, es muy vigilante y astuto para evitar la persecución de los cazadores. Su carrera aventaja a la del mejor caballo, y al mismo tiempo que corren arroja tras de sí piedras con gran fuerza; pero la industria humana ha sabido inutilizar todos sus medios de defensa; rodéanlos los cazadores montados en veloces caballos y estrechando poco a poco el cerco, se envían mutuamente los avestruces, que huyendo de unos dan con otros, hasta que cansados ya de fatiga los matan a garrotazos.

Avestruz.

EL NANDÚ o AVESTRUZ DE AMÉRICA (Struthio Rhea, LIN.). Es la mitad más pequeño que la especie precedente, y se diferencia sobre todo en los pies, los cuales tienen tres dedos, todos con uñas; su plumaje no es tan denso, de color grisáceo y más o menos pardo en la espalda; el macho tiene una línea negra que se extiende a lo largo de la cerviz. Esta ave vive en parejas, o en pequeñas bandadas en las llanuras de la América meridional; corre con una extrema velocidad, y nada con no menor destreza. Sus plumas no tienen el valor que las de su congénere del África, pues solo se emplean en hacer plumeros de quitar el polvo. Cogido joven se domestica perfectamente.

Casoares Los casoares tienen las alas aún más cortas que los avestruces, las cuales de nada les sirven para correr; pero sus pies, que tienen tres dedos con sus uñas, gozan de mucha agilidad. Estas aves viven en la Nueva Holanda y en el Archipiélago Índico, representan en estos países al avestruz; pero a primera vista ya se les distingue de este en las barbas de las plumas, que caen a modo de crines.

El CASOAR CON CASCO (Struthio casuarius, LIN.). Después del avestruz es la mayor de las aves; habita en el Archipiélago Índico, y sus plumas en su mayor parte son dobles, puesto que de cada caño nacen dos tallos; las alas tienen cinco penas débiles, desprovistas de barbas, semejantes a aguijones, y son para esta ave unas verdaderas armas: el pico está deprimido por los lados; en la cabeza y eso una eminencia huesosa en forma de casco, guarnecida, lo mismo que la parte superior del cuello, de una piel desnuda de color azul celeste y de color de fuego. No come granos, y sí solo frutas y huevos.

El Casoar de Nueva Holanda no lleva casco, tiene el pico deprimido y carece de espolones.

Familia de las Presirrostras La segunda familia de las zancudas contiene géneros de altas piernas o zancos; sin pulgar, o situado este a cierta altura y muy corto, de modo que no toca al suelo; el pico mediano y bastante recio para escarbar la tierra en busca de lombrices, y las alas aptas para el vuelo.

Abutardas Las abutardas tienen el aire de las gallináceas; el andar pesado; las alas les sirven menos para volar que para apresurar su carrera, y entonces rozan el suelo con suma velocidad: comen yerbas, lombrices y demás insectos; nunca suben a los árboles, y hacen la puesta en un hoyo en el suelo entre la yerba.

La GRANDE ABUTARDA (Otis tarda, LIN.). Es la mayor de las aves de Europa: su plumaje es amarillo, y cruzado en la espalda transversalmente por rayas negras, y grisáceas en la cabeza, cuello y pecho: el macho tiene prolongadas las plumas de las orejas, formando como una especie de bigotes. La abutarda llega en invierno a los extensos llanos de Provenza y de Champaña, donde vive reunida en bandadas, y permanece hasta la primavera, época en que se juntan las parejas: unas van a pasar el verano en países menos cálidos; las demás se quedan entre los trigos, y hacen allí su nido y su puesta en el suelo: esta especie es muy buscada como una de las mejores piezas de caza.

La PEQUEÑA ABUTARDA o GALLARÓN (Otis tetrax, LIN.). Es la mitad más pequeña que la antecedente y mucho menos común; al paso que es mayor su estima. Llega a nuestro país por la primavera, y se va en otoño: encuéntrase en Beauce y en Berry, y por lo regular se alberga en los campos de avena o centeno: en el mediodía de Europa es sedentaria.

Abutarda pequeña o Gallarón.

Pluviales El género de los pluviales consta de aves que también carecen de pulgares aunque tienen el pico deprimido y entumecido hacia la punta.

El CURLAS TERRESTRE (Charadrius oedicnemus, LIN.). Tiene la extremidad del pico abultada tanto superior como inferiormente y las fosas nasales se extienden solo hasta la mitad de su longitud; es del tamaño de la chocha perdiz; tiene el plumaje gris leonado, con una mancha parda en el centro de cada pluma; un rasgo pardo debajo de cada ojo, y el vientre blanco. Esta ave vive en las tierras secas y pedregosas, donde se nutre de caracoles e insectos. A fines de otoño júntanse los curlis a bandadas de trescientos a cuatrocientos, y emprenden su emigración hacia el mediodía.

El PLUVIAL DORADO (Charadrius pluvialis, LIN.). Es una especie común que vive en numerosas bandadas y habita a orillas del mar, en los pantanos y en las embocaduras de los ríos. Se le ha dado el nombre de pluvial, porque llega a nuestro país en el tiempo de las lluvias, que coincide con los dos equinoccios; hállase esparcida esta ave casi por toda la tierra; su plumaje es negruzco, con puntos amarillos; la garganta y el vientre blancos; el pico entumecido solamente en la mandíbula superior, y ocupando los dos tercios de la longitud de esta la abertura de las ventanas nasales, lo cual lo hace muy endeble. En invierno abunda este pluvial en las orillas del mar, siguiendo constantemente la línea de las aguas; despide un grito frecuente, y da patadas en la arena para hacer salir los gusanos marítimos y otros animalejos que forman su sustento. Va a hacer el nido y la puesta en las regiones boreales.

Pluvial dorado.

Aves frías Las aves frías, tienen el pico de los pluviales; pero tienen pulgares, los cuales por otra parte son tan diminutos, que no pueden tocar al suelo: los tarsos son como escamosos.

El AVEFRÍA CON MOÑO (Tringa vanellus, LIN.). Es una especie elegante de las dimensiones de la paloma; su plumaje es negro bronceado con reflejos metálicos, lo cual junto a la garzota larga y delgada que le corona la cabeza, le ha valido el nombre de pavoncito silvestre. Llega a Francia reunido en grandes bandadas por la primavera; su vuelo es vigoroso y elevado; da vueltas con gracia por encima de las lagunas, pantanos y otros lugares húmedos, los que frecuenta en busca de gusanos, que sabe sacar con destreza de la tierra: es muy arisco, y al elevarse despide un grito seco y cortado: hace la puesta en abril y a fines de otoño. Las familias de las avefrías, dispersas por los sitios pantanosos, se juntan en bandadas de quinientos a seiscientos individuos, y emprenden su viaje al mediodía.

Ostreros Los ostreros, tienen el pico largo, recto, puntiagudo y muy resistente y fuerte; las fosas nasales no ocupan más que la mitad de su longitud, y los orificios de la nariz se ven abiertos en el centro a manera de una simple cisura. Los tarsos son reticulados, y los pies no tienen más que tres dedos.

El OSTRERO EUROPEO (Haemotopus ostralegus, LIN.). Llámanle algunos urraca marítima, por su plumaje negro y blanco: es una ave de las dimensiones del pato, cuyo pico y pies son de color encarnado muy vivo. Habita a orillas del mar, y sigue constantemente a la ola que le trae gusanos y moluscos, de que se alimenta: auxiliado del pico llega a abrir las conchas bivalvas y arrancar de ellas sus habitantes; vuela y corre veloz, y nada con bastante soltura; anida en los llanos pantanosos; vive solitaria durante la cría, y viaja reunida en bandadas.

Corredores Los corredores, así llamados por su velocidad en la carrera, son aves de alas cortas, piernas altas, y pico delgado y cónico. A veces vemos aparecer en Francia una especie de este género originaria del África septentrional, y cuyos hábitos son desconocidos; tal es el Charadrius gallicus de Linneo, de plumaje leonado claro y vientre blanquizco. El Cursorius anaticus de Latham, especie del mismo género que fue traída de las Indias, es gris parduzca con el pecho rojo. Estas especies tienen detrás de cada ojo un rasgo blanco y otro negro.

Familia de las Cultrirrostres Aquellas zancudas cuyo pico es grueso, largo, fuerte, cortante y puntiagudo, forman la familia de las cultrirrostres, palabra que significa pico en forma de cuchillo: se ha dividido esta familia en tres géneros principales, a saber: las grullas, garzas, y cigüeñas.

Grullas Las grullas tienen el pico recto y poco hendido; las piernas como escamosas, los dedos medianos, con el pulgar que apenas toca al suelo.

El AVE TROMPETA, o AGAMI (Psophia crepitans, LIN.). Es una especie de la América meridional, algo mayor que una gallina. Debe su extraño nombre a la facultad que tiene de producir sonidos sordos y profundos, semejantes a la voz de un ventrílocuo: tiene el plumaje negruzco, con reflejos violáceos, brillantes en el pecho; y el manto ceniciento, con visos leonados en la parte superior. Este animal hace el nido en el suelo al pie de un árbol; su vuelo es difícil, pero muy rápida su carrera; es mansa y fácil de cazar, pues se atrae imitando su canto. Domestícase a punto que cobra apego al dueño y le sigue como un perro; gusta de que le halaguen, y puede guardar un rebaño o una bandada de volatería de corral; por último, a todas estas prendas añade la de ser su carne un manjar sabroso.

La GRULLA CORONADA, o AVE REAL (Ardea pavonina, LIN.). Esta es una hermosa especie del África, de 4 pies de altura y de esbelto talle. Su plumaje es ceniciento en las partes superiores; su vientre negro; el obispillo leonado, y blancas las alas; corónale la nuca un hacecillo de plumas delgadas, largas y amarillas, las cuales a su arbitrio abre en abanico. Esta ave tiene la voz resonante como trompeta: críanla en estado de domesticidad en algunas casas de África, manteniéndola con granos; aunque en estado silvestre frecuenta los pantanos, y vive de peces.

Grulla coronada.

La DONCELLITA DE NUMIDIA (Ardea virgo, LIN.). En el tamaño y la figura es semejante a la grulla coronada: tiene el plumaje ceniciento, el cuello negro, y adornan su cabeza dos garzotas blanquizcas, formadas por la prolongación de las plumas delgadas que le cubren los oídos. Se le da el nombre de señorita, o doncellita por su porte elegante y sus afectados y extraños contorneos. Habita en las costas orientales y occidentales del África, en Egipto, Numidia, costas de Tripoli y en el litoral del mar Caspio. Es de índole sociable y fácil de domesticar. Viaja a bandadas de doscientos o trescientos individuos, formando en las regiones aéreas una falange triangular. Llegadas a término del viaje, desde luego permanecen asociadas; después se dispersan en parejas, y aún dura algún tiempo que se reúnen al anochecer y al amanecer, y se entregan a toda especie de juegos: unas bailan juntas; otras se las apuestan a correr, haciendo unos movimientos en extremo grotescos. Pasadas algunas semanas disuélvense estas reuniones, y cada pareja permanece aislada.

Doncellita de Numidia.

La GRULLA COMÚN (Ardea grus, LIN.). Esta especie es originaria del norte, y su longitud pasa de 4 pies; la piel que cubre la cabeza es implume y colorada, y la garganta negra; lo restante del plumaje es ceniciento: adornan el obispillo varias plumas levantadas y crespas, parte de ellas negras. La grulla es célebre por sus emigraciones del Norte al sud en invierno, y del sud al norte en la primavera. Viaja a bandadas muy numerosas dispuestas en forma de un triángulo, cuyo ángulo anterior ocupa el guía: este hace oír por intervalos su voz, a la cual responden todas las demás de la bandada. De su voz y de su vuelo sacaron antiguamente los griegos indicios de variaciones atmosféricas. El vuelo de las grullas es alto y sostenido; al paso que hallan dificultad en arrancarlo. Duermen reunidas, con la cabeza bajo del ala, y siempre queda una en vela observando si amenaza algún riesgo. Anidan en los terrenos bajos y pantanosos de las comarcas septentrionales; siendo no menos notable su afecto materno que su instinto sociable.

GRULLA CENICIENTA.

Garzas El género de las garzas tiene por caracteres: el pico hendido hasta los ojos; los cuales están rodeados de una piel desnuda que se extiende por la mandíbula; las piernas como escamosas; los dedos, incluso el pulgar, bastante largos; y la uña del dedo medio cortante y dentellada en su borde interno. Estas aves viven a orillas de los ríos y pantanos, donde se alimentan de moluscos, insectos y ranas, destruyendo muchos peces. Permanecen horas enteras inmóviles a la orilla del agua, con el cuerpo recto, el cuello recogido, y casi oculta la cabeza entre los hombros. Son de un carácter melancólico y huraño, y huyen a la aproximación del hombre. Su vida es casi siempre solitaria, pues solo se reúnen en la época de la puesta y de la emigración.

La GARZA REAL (Ardea major, LIN.). Es una ave grande, cuyo pico es más largo que la cabeza, y casi tan ancho como alto en su origen; el cuello delgado, y en su parte inferior guarnecido de plumas colgantes y largas; el plumaje ceniciento azulado; adórnale la nuca un moño negro; la parte anterior del cuello es blanca, salpicada de manchas negras; el cuerpo delgado; las alas grandes, cóncavas, y tan vigorosas en el vuelo que se eleva esta ave hasta perderse de vista. De día mantiénese solitaria y al descubierto, acechando una presa a orillas del río; y por la noche se recoge en las altas y espesas arboledas, volviendo a parecer antes de salir el sol. Su nido consiste en un área formada de juncos o de tronquitos, que dispone en la cima de los árboles más altos, donde hace su puesta de cuatro huevos de un hermoso color verdemar. La hembra los empolla con constancia, mientras el macho le trae los productos de la pesca. La garza real cuando un ave de rapiña la persigue trata siempre de escaparse volando más alto que su enemigo.

La garceta.

Las garzotas, son garzas en que a cierta edad las plumas de la espalda se les alargan y adelgazan. Tenemos en Europa dos especies, ambas blancas, cuyas plumas las usan como adorno las señoras.

La PEQUEÑA GARZOTA, o GARCETA (Ardea garzetta, LIN.). Habita en los confines del Asia, y es ave de paso en el mediodía de Francia; es la mitad más grande que la garza, y sus plumas delgadas no pasan de la cola.

La GRANDE GARZOTA, o GARZA BLANCA (Ardea alba, LIN.). Hállase comúnmente en Asia, en el este de Europa, en Alemania, y en la América septentrional.

Los cangrejeros, son garzas de breve tamaño y pies cortos: a este grupo pertenecen los siguientes.

El BLONGIOS (Ardea minuta, LIN.). Es poco mayor que el rascón; y tiene el plumaje leonado, con la parte superior de la cabeza, la espalda y las penas, negras. Hállase con frecuencia en Suiza y en los países montuosos de Francia, donde llega en la época en que las yerbas son bastante altas para prestarle abrigo: regularmente se mantiene cerca de los estanques.

El CANGREJERO DE MAHÓN (Ardea comata, LIN.). Guarda un término medio entre las garzotas y los cangrejeros: es un ave del norte de Europa de espalda rojiza, y las alas, el vientre y la cola blancos.

El BUTOR (Ardea stellaris, LIN.). Tiene el pico más alto que ancho y muy deprimido lateralmente; las plumas del cuello anchas y separadas, lo que le hace parecer más grueso; el plumaje leonado dorado, con manchas negruzcas; el pico y los pies verduzcos. Esta ave no es rara en Francia: por lo regular se mantiene oculta entre los cañaverales, inmóvil y con el pico elevado. Cuando la atacan se defiende con valor, dando terribles picotazos al enemigo. Su voz es terrible, y le ha valido el nombre de butor, corrupción de Bos taurus, que en latín significa toro.

Cigüeñas El género de las cigüeñas difiere de los dos precedentes por su pico largo, recto y fuerte, redondeado, puntiagudo y sin surcos: los dedos anteriores son palmeados, es decir, reunidos por una membrana hasta la primera articulación. Estos animales tienen la laringe poco desarrollada; por lo que son silenciosos, y el ruido resultante del choque de sus largas mandíbulas es casi lo único que se les oye. Viven en los pantanos, donde se alimentan en especial de reptiles; su andar es lento y mesurado; y gracias a la disposición particular de las rodillas, la que hemos ya explicado, pueden dormir de pie con una pata encogida; su vuelo es vigoroso y viajan en número considerable.

La CIGÜEÑA BLANCA (Ardea ciconia, LIN.). Esta especie es la más común en Francia y otros países de Europa: es una grande ave de plumaje blanco; las remeras son negras; el pico y los pies colorados. En invierno emigra al África, y regresa por la primavera. Gústale albergarse en nuestras poblaciones, en las torres y campanarios, donde hace el nido.

Cigüeña blanca.

En todos los pueblos es mirada la cigüeña con respeto, sin duda por los servicios que hace al hombre destruyendo las serpientes y otras alimañas dañinas. Hasta se cree en ciertos países que no puede dejar de prosperar y ser feliz la casa donde se domicilian alguna de dichas aves. Los egipcios castigaban con la pena capital al que matase alguna cigüeña: los antiguos orientales le atribuían, en vista de su amor materno, virtudes que no ha confirmado la experiencia; y en una antigua leyenda árabe hay un precepto concebido en estos términos: «Corre al desierto, hijo mío, y observa a la cigüeña; la cual lleva sobre sus espaldas a su anciano padre, cuidale en sus achaques, y provee a sus necesidades: la piedad filial es más dulce que el incienso de Persia ofrecido al sol, más delicioso que los perfumes aromáticos que un viento tibio hace exhalar de las llanuras de la Arabia.»

Los marabutos son especies de África y de las Indias que tienen debajo del cuello y en el centro un apéndice carnoso, semejante a una morcilla; tienen el pico aún más grueso que el de las cigüeñas ordinarias. Estas aves, no obstante su fealdad, son muy buscadas por las plumas que tienen debajo de las alas, con las cuales se construyen esos ligeros y bellos penachos conocidos con el nombre de marabutos. El ancho pico de que les proveyó la naturaleza les sirve también para coger pájaros al vuelo.

MARABUT.

Las espátulas difieren de las demás cigüeñas en la extraña forma del pico, el cual es complanado y en su extremo se ensancha formando un disco redondeado como una espátula o cuchara; semejante pico carece de consistencia, por lo que solo puede remover el limo o pescar pececillos.

La ESPÁTULA BLANCA (Platalea leucorodia, LIN.). Es enteramente blanca y con moño: hállase en todo el antiguo continente, y anida en los altos árboles.

La ESPÁTULA ROSADA (Platalea aiaia, LIN.). Pertenece a la América meridional; tiene la cara sin plumas y su plumaje presenta un rosado vivo de diversos matices, que se vuelven más subidos con el tiempo.

Familia de las Longirrostras La familia de las aves zancudas longirrostras distínguese en el pico largo, delgado y endeble, que el ave apenas puede emplear más que en remover el fango en busca de lombrices e insectos de que se mantiene. Todas las zancudas que componen esta familia tienen unas mismas formas e iguales costumbres.

Ibis Los Ibis tienen el pico casi cuadrado en su base, corvo, y sin muesca en la punta.

El IBIS SAGRADO (Ibis religiosa, CUV.). Esta especie es célebre desde la antigüedad; pues los sacerdotes de Egipto la colocaban en sus templos. Encuéntrase en toda el África; es del tamaño de una gallina, su plumaje blanco, con algo negro en los extremos del ala y del obispillo; el pico y los pies son negros, lo mismo que toda la parte desnuda de la cabeza y del cuello. Siendo adorado entre los Egipcios, vagaba libre por sus ciudades. El que daba muerte a alguna de estas aves, aunque fuese involuntariamente, era condenado a la pena capital. El culto que se dio al Ibis fundábase en un sentimiento de gratitud, pues suponían que impedía la entrada en Egipto a una multitud de serpientes, que sin ella le habrían infestado. Afirmaban los sacerdotes que Mercurio vino al mundo en forma de ibis para civilizar a los hombres.

El IBIS ROJO (Scolopax rubra, LIN.). Habita en la América meridional, y es notable por el vivo colorado de su plumaje, que da realce al extremo negro de las penas. Este color tan hermoso no lo adquiere el ave hasta los dos años; las jóvenes primeramente están cubiertas de un plumón negruzco, que se vuelve ceniciento, y luego blanquecino cuando empiezan a tomar el vuelo. El ibis colorado no viaja, vive a bandadas en los sitios pantanosos, en la desembocadura de los ríos, y se domestica con suma facilidad.

El IBIS VERDE (Scolopax falcinellus, LIN.). Esta es una hermosa especie perteneciente al mediodía de Europa, y al norte del África; su cuerpo es de color de púrpura, con manto verde-oscuro. Opina Cuvier que es el ave que los antiguos llamaron ibis negro para diferenciarlo del ibis sagrado que presenta blancas varias partes del plumaje.

Becadas Las becadas tienen el pico recto y algo entumecido, blandujo en la punta y surcado en toda su extensión por los orificios de las narices; no tienen los pies palmeados; la cabeza es comprimida, y los ojos, muy grandes, se hallan situados hacia atrás, lo cual comunica a estas aves una fisonomía estúpida.

La BECADA COMÚN (Scolapax rusticola, LIN.). Es conocida de todos; su tamaño como el de la perdiz; el plumaje superiormente variado de manchas y fajas grises, rojas y negras; y en las partes inferiores gris, con líneas transversas negruzcas; el carácter específico consiste en cuatro fajas anchas y negras que se suceden en dirección transversa detrás de la cabeza. La becada es común en casi todo el antiguo continente, y se halla también en el nuevo. Durante el verano habita en las altas montañas, en otoño desciende a las espesas selvas bajas, y entonces es muy buscada de los cazadores por cuanto ha engordado bastante. Es de carácter arisco, y ve mejor de noche que de día: anda mal, arranca el vuelo con pesadez, y después de haber salvado con rapidez un corto espacio se abate con precipitación y como aplomada.

La BECACINA (Scolopax gallinago, LIN.). Es más pequeña que la becada, aunque tiene más largo el pico; tiene en la cabeza dos anchas fajas longitudinales negruzcas, el cuello salpicado de pintas pardas y leonadas; el manto es negruzco con dos fajas longitudinales leonadas; sus alas son pardas, con ondas grises y el vientre blanquizco con ondas parduzcas en los costados. Esta especie, que se encuentra en todos los puntos del globo, vive en sitios pantanosos y a orillas de las aguas; vuela muy alto, y hasta después de haberla perdido de vista se oye distintamente su voz.

La SORDA, o PEQUEÑA BECACINA (Scolopax gallinula, LIN.). Es casi la mitad más pequeña que la antecedente; solo tiene una faja negra en la cabeza; el fondo del manto presenta reflejos de un verde bronceado; en la nuca tiene un medio collar gris; y los costados manchados de pardo, lo mismo que el pecho. Esta especie, cuya carne es excelente, lo mismo que la de la becada, permanece todo el año en nuestras comarcas.

El BECACÍN COCORLI (Scolopax subarcuata, LIN.). Es una especie diferente de las becadas propiamente dichas, por su pico algo arqueado; hállase en todos países y en todos es rara; su plumaje de invierno es negruzco superiormente y en las partes inferiores con undulaciones grises y blanquizcas: en verano tiene la espalda manchada de negro y de leonado, las alas grises, y la parte inferior del cuerpo roja. Lo mismo que todos sus congéneres, son los becacines aves esencialmente nadadoras, viven en cortas bandadas, revoloteando en las inmediaciones de las aguas; y cambiando de sitio a menudo, no obstante abundar en alimento el limo, que contiene larvas y moluscos en gran cantidad. Al parecer buscan una temperatura constantemente uniforme; y emigran hacia entrambos equinoccios a lo largo de la ribera del mar. Construyen el nido con negligencia en medio de las altas yerbas del litoral, y así el macho como la hembra empollan los huevos.

Becacín cocorli.

Avocetas Las Avocetas, que Cuvier pone a continuación de las becadas, podrían considerarse como aves nadadoras, en atención a la conformación palmeada de sus pies; al paso que la altura de los tarsos, la longitud y desnudez de las piernas, el pico largo, delgado y elástico, y sobre todo sus hábitos, las aproximan a las zancudas que acabamos de estudiar. El carácter más sobresaliente de su organización es la marcada curvatura de la parte superior del pico.

La AVOCETA DE EUROPA (Recurvirrostra avocetta, LIN.). Es la única especie que habita en Europa: encuéntrase comúnmente en Holanda: es ave muy hermosa, de aire alto y esbelto; su plumaje blanco, con tres fajas negras en el ala; los pies son plomizos. En invierno frecuenta las orillas del mar, donde, como las precedentes especies, se alimenta de lombrices, moluscos y pececillos, que saca del limo con el pico: es muy arisca y escapa de las asechanzas del cazador lo mismo nadando que volando. Hace su puesta en el barro endurecido de las riberas, en un hueco guarnecido de antemano con algunas yerbas, y pone dos o tres huevos, que el hombre apetece como un bocado exquisito.

Avoceta de Europa.

ESPÁTULA DE COLOR DE ROSA.

Familia de los Macrodactylos De las zancudas que componen esta familia, unas tienen los dedos de desmedida longitud, otras anchos con grandes bordes; pero en todas se hallan perfectamente libres: entrambas disposiciones les permiten caminar por entre las yerbas de los pantanos sin hundirse, y también les facilitan el nadar. Varios géneros de esta familia tienen las alas espolonadas: solo hablaremos de los Kamichis, aves que viven apareadas en los campos pantanosos de la América meridional; tienen en cada ala dos recios espolones, que son para el animal una arma ofensiva muy poderosa; las piernas reticuladas; los dedos largos, y las uñas fuertes, en especial la del pulgar.

El KAMICHI CON CUERNOS (Palamedea cornuta, LIN.). Es mayor que una oca, su plumaje negruzco, con una mancha roja en la espalda; en la parte superior del borde libre del ala tiene un espolón óseo, triangular y puntiagudo, de 1 pulgada y media de largo; y hacia su parte media otro más pequeño terminado en punta obtusa; a más de estos apéndices, tiene encima de la cabeza un tallo córneo, delgado, móvil y de unas 3 pulgadas de largo; los pies no son palmeados. En la Guyana llaman a esta ave Camucho, a pesar de ser allí bastante rara y hallarse solo en ciertos lugares inmediatos al mar, donde hace oír a largas distancias su fuerte voz. Aliméntase con yerbas tiernas, y a veces con granos.

El CHAIA DEL PARAGUAY (Parra Chavaria, LIN.). Es una especie de camichi, del cual se ha hecho un género distinto: carece de cuerno; pero en compensación tiene una corona de plumas que puede erizar: así la cabeza, como la parte superior del cuello, cúbrelas una especie de plumón; tienen un collar negro, y lo restante del plumaje plomizo y negruzco, con una mancha blanca en el borde del ala y otra en la base de algunas de las grandes penas: los dedos externos presentan cierta palmeadura bastante marcada. Esta ave es del tamaño de un gallo, aunque parece mayor a causa de cierta disposición de tejido celular subcutáneo el cual se hincha de aire términos que toda la piel inclusa la de las piernas, cruje bajo la presión de los dedos. El Chaia se mantiene de yerbas acuáticas, lo mismo que el camichi, pero es más domesticable que este último. En tal estado se apega al corral y cobra afición a las aves que tiene por compañeras; acompáñalas al campo y las vigila, lo mismo que el más fiel de los perros; si se presenta un halcón, lo embiste y rechaza a espolonazos. Los habitantes de Cartagena se aprovechan de sus prendas domésticas, dejando su volatería bajo la vigilancia de esta ave con la más completa confianza.

Fúlicas Las fúlicas constituyen un género en que el pico se prolonga en una especie de escudo que cubre la frente.

La POLLA DE AGUA (Fulica chloropus, LIN.). Tiene muy largos los dedos, y provistos de un festón muy estrecho; superiormente es el plumaje pardo oscuro, y en las partes inferiores gris apizarrado, los muslos, vientre y borde externo de las alas blancos: tiene de 12 a 14 pulgadas de largo: hállase esparcida casi por toda Europa; vive en las aguas tranquilas; nada y se zabulle muy diestramente, durante el día se mantiene oculta entre las cañas, y sale al anochecer en busca del sustento, que consiste en vegetales, lombrices, insectos y moluscos; su vuelo ni es alto, ni rápido, ni sostenido. La hembra hace la puesta en un nido de juncos groseramente entrelazados; y cuando interrumpe la incubación para ir en busca de la comida, cubre los huevos con yerba: hace tres puestas al año.

La SULTANA (Fulica porphyrio, LIN.). Es una hermosa ave acuática de brillantes colores, y de 18 pulgadas de longitud: las partes superiores son de un azul turquí con relucientes reflejos, lo mismo que las coberteras de las alas y que las remeras; las mejillas, garganta, partes anterior y laterales del cuello son de un pardo azul verduzco claro; la cerviz, el vientre y los muslos de un azul oscuro; las coberteras de debajo la cola blancas; el pico colorado, lo mismo que la gran placa que tiene en la frente al nivel de la arista del pico: los pies son de un rojo claro, siendo en ellos el dedo medio más largo que el tarso. Esta especie es originaria de África, y gradualmente la connaturalizaron en el mediodía de Europa a lo largo de las costas del Mediterráneo. Esta ave corre con velocidad, siendo sus hábitos semejantes a los de la polla de agua; sin embargo, al régimen animal prefiere comer granos de arroz o de maíz, los cuales lleva a la boca con un pie, mientras se sostiene con el otro.

La FÚLICA DE EUROPA (Fulica atra, LIN.). Esta ave, llamada también zarceta, nos conduce a tratar de las aves esencialmente nadadoras del orden de las palmípedas: tiene el plumaje lustroso e impermeable; los dedos ensanchados por una especie de festones, cuya conformación explica la vida acuática de esta zancuda, la cual se encuentra allí donde hay estanques; su plumaje es apizarrado oscuro; la placa de la frente blanca, lo mismo que el borde de las alas, pero aquella se vuelve colorada en la época de la puesta. En el verano las fúlicas viven dispersas; pero en el invierno se reúnen en numerosas bandadas en los grandes lagos cuyas aguas muy rara vez se hielan: durante el día vuelan muy poco, y solo al anochecer vuelan de uno a otro estanque: si el cazador las obliga a levantarse de día, no se apartan mucho del agua, lo que permite tirarles con facilidad.

Rascones Los rascones se distinguen por la falta de placa en la base del pico, lo que es característico del género; y no todos son acuáticos.

El RASCÓN DE EUROPA (Rallus aquaticus, LIN.). Tiene el pico largo, y el plumaje pardo leonado con manchas negruzcas superiormente; en las partes inferiores ceniciento- azulado, y en los costados se ve rayado de negro y de blanco. Su longitud es de 9 pulgadas; abunda en Francia, donde se mantiene oculto en los juncales a orillas de las aguas; nada bien, y corre ligero por encima de las hojas del nenúfar y del potamogetón. Come langostines e insectos, y su carne sabe a marisco.

El RASCÓN TERRESTRE o DE RETAMALES (Rallus crex, LIN.). Tiene 10 pulgadas de largo; su plumaje es pardo-leonado, con manchas negruzcas en las partes superiores, y grisáceo en las inferiores; las alas son coloradas y los costados rayados de negruzco. Vive y anida en los campos y matorrales; corre con velocidad por la yerba, y despide un grito semejante al sonido crex, que sirvió a Linneo para formar el nombre específico del ave que nos ocupa. Va en busca de alimento por la noche, y este, tanto consiste en granos o semillas como en insectos. Vulgarmente le llaman rey de las codornices, porque se le ve llegar y partir juntamente con estas; porque vive solitario en unos mismos sitios, y por ser algo más grueso que las mismas, y aún parece que les sirva de guía. Es fácil oír por la noche su graznido, pero casi nunca se le ve volar. Su puesta consta de ocho a doce huevos grises, verduzcos y con manchitas de un pardo claro; y la hace simplemente en la desnuda tierra. Es la hembra tan constante en la incubación, que a veces muere bajo la hoz del segador por no abandonar los huevos.

El PEQUEÑO RASCÓN MANCHADO (Rallus porzana, LIN.). Las partes superiores de esta especie son pardo-oliváceas con estrías blancas; las inferiores de un oliváceo oscuro, con pintas cenicientas y blancas; la frente, cejas y garganta de un gris azulado; las sienes teñidas de negro; los bordes de las rectrices medias, blancos; el pico verduzco, y colorado en la base, y los pies amarillos; su longitud de 7 a 8 pulgadas. Los individuos jóvenes tienen la garganta y la parte media del vientre cenicientas; la cara llena de puntos blancos y pardos. Vive en los estanques, los cuales no abandona sino en el tiempo más crudo del invierno; nada y se zabulle perfectamente, anda solitario, hace el nido de juncos, los cuales adhiere a las cañas; y este nido queda flotante subiendo y bajando, conforme lo verifica el nivel del agua, aunque nunca se sumerge ni es arrastrado por la corriente. Esta ave engorda en otoño y es muy buscada de los gastrónomos.

Pequeño rascón manchado.

Chionis Los Chionis, a pesar de contarse entre las aves zancudas, no tienen las piernas más largas que las gallináceas; la única especie conocida es la Chionis necrophaga de VIEILLOT; la cual vive en la Nueva Holanda, es del tamaño de la perdiz, y tiene el plumaje enteramente blanco. Permanece a orillas del mar y se alimenta de los animales muertos que arrojan las olas.

Giarolas Las giarolas o perdices de mar, tienen el pico semejante al de las gallináceas; las piernas medianas, y las alas largas y puntiagudas; vuelan a bandadas, chillando a orillas de las aguas, donde se alimentan de lombrices e insectos: tal es la GIAROLA DE EUROPA (Glareola austriaca, LIN.); cuyo plumaje es pardo superiormente, y blanco en las partes inferiores, tiene una especie de collar al rededor del cuello, y el origen del pico y los pies rojizos.

Flamencos Terminaremos el orden de las zancudas con un género caprichoso que se separa de todos los de la clase de aves, y no obstante sirve de transición de las zancudas a las palmípedas; tal es el de los Fenicópteros o Flamencos. El cuerpo de estas aves es pequeño, y sus piernas de una altura desmedida, lo mismo que la longitud del cuello; los tres dedos delanteros son palmeados hasta el extremo; la cabeza es pequeña y con un pico grueso; la mandíbula inferior forma un canal como medio cilindro, y la superior, complanada y con arrugas transversales, encaja perfectamente en la otra; ambas están guarnecidas en sus bordes de laminitas transversas muy finas, casi semejantes a las de los patos.

El FLAMENCO DE LOS ANTIGUOS (Faenicopterus ruber, LIN.). Hállase esparcido por el antiguo continente a una latitud inferior a 40º. Llega anualmente a nuestras costas del mediodía en numerosas bandadas; su talla es de 4 pies, el plumaje de un bello color de rosa, con las alas y la espalda de un colorado intenso; las remeras negras; el pico amarillo, y en el extremo negro, y los pies pardos. Cuando el ave es joven tiene el cuerpo blanquizco, y únicamente son coloradas las alas, lo cual expresa la voz griega phenicopterus, que significa alas de fuego: los modernos han sustituido este nombre por el de Flamencos. Aliméntanse de mariscos, insectos y huevos de pescado; los cuales pescan apoyando en el suelo la superficie superior del pico; y removiendo con un pie el limo que llevan a la boca, y junto con el limo la presa de que se alimentan y que detienen las laminillas de las mandíbulas.

No son menos extraordinarios los flamencos por sus hábitos que por su conformación: viven siempre a bandadas, dispuestas y alineadas como los batallones de nuestra milicia; cuya formación conservan así cuando pescan, como cuando vuelan, y hasta cuando descansan o duermen. Cuando se hallan en tierra, según dicen, colocan una centinela que vigila por la seguridad del batallón; y si asoma algún peligro, despide el vigilante una voz como de trompeta, a cuya señal se pone en fuga con el mismo orden la bandada. Es un imponente espectáculo el que forman estas magníficas aves al llegar una bandada a Europa para pasar en ella el verano: véselas cómo van acercándose, formando en los aires con su calculada y regular formación un triángulo como de fuego. Al llegar a los llanos pantanosos que constituyen el término de su viaje, retárdase su vuelo, se ciernen en el aire algunos instantes, y en seguida trazando una espiral cónica se apean. Luego de terminado tan majestuoso descenso, forman sus filas; colocan la centinela, y dan principio a la pesca. Los flamencos construyen en el suelo pantanoso un nido de tierra alto, en forma de un cono truncado y cóncavo en el vértice, y en él ponen los huevos; pero como la longitud de las piernas fuera un obstáculo para la incubación impidiéndoles el agacharse, salvan este inconveniente cabalgando sobre él como montados en un caballo. Vamos a terminar la historia de estas aves con un caso gastronómico; es su lengua muy carnosa y crasa; por lo que los antiguos la miraban como un exquisito manjar; de tal suerte, que el emperador Heliogábalo mantenía constantemente unas compañías de hombres con encargo de procurarle lenguas de flamencos, para que así nunca pudiesen faltarle: ¡véase a las invencibles legiones convertidas en proveedoras de la cocina de un monstruo!... ¡Oh antiguo Senado que previste que con el tiempo había de ser Roma señora del mundo, y que a este objeto dirigiste tus miras por espacio de siete años con tal constancia y circunspección, nunca pudiste presumir el uso que había de hacer el pueblo romano de su poderío! Pero es admirable que en medio de tamaña decadencia moral del imperio no se hubiese este ya desplomado por sí mismo; pues debe notarse que la corrupción, engendrada por el lujo, databa ya de una época muy anterior al reinado de Heliogábalo; que tres siglos antes Cicerón en casa de Lúculo asistió a una cena en el salón de Apolo. Todavía volveremos a mencionar esa degradación de costumbres al trazar la historia de los peces.

Orden de las Palmípedas Las fúlicas y los flamencos nos acaban ya de anunciar el orden de las palmípedas; y muchas veces al considerar las transiciones que unen entre sí las familias del reino animal, nos viene a la memoria el axioma de Linneo de que la naturaleza no hace saltos (natura non facit saltum). Las aves de que vamos a tratar son nadadoras por esencia: tienen las patas cortas y situadas hacia atrás del cuerpo; los tarsos comprimidos para mejor hender las aguas; los dedos reunidos por una membrana, o palmeados, a fin de oponer mayor superficie a la resistencia de dicho elemento, el plumaje denso y empapado en un humor untuoso que le hace impenetrable a la humedad, permite al ave nadar sin mojarse; el cuello más largo que las piernas, lo cual aunque en tierra hubiera sido incómodo, constituye una preciosa ventaja en unos animales destinados a vivir en la superficie de las aguas, y a buscar en su fondo el alimento; el esternón largo y que protege perfectamente a las vísceras en los choques y roce con el medio en que viven estos animales: circunstancias que todas indican una vida exclusivamente acuática en los palmípedos; y hasta algunos carecen de la facultad de volar, y andan con mucha molestia: la mayor parte son marítimos. Las palmípedas forman cuatro familias bien caracterizadas.

Familia de los Buzos Los Buzos tienen pequeñas alas, de modo que vuelan muy poco o nada; las piernas cortas y situadas mucho más atrás que en las demás aves, lo que les obliga a guardar una posición vertical, y hace su andar vacilante; pero esta misma disposición es muy favorable para nadar, y en especial para zabullirse; así es que las aves de esta familia se sumergen perfectamente auxiliándose de las alas como si fueran aletas.

Somorgujos El género de los somorgujos tiene por carácter el pico liso, recto, comprimido y puntiagudo, con los orificios de las narices a los lados.

Los Grebos, en lugar de verdaderas palmeaduras, tienen los dedos ensanchados por membranas laterales; las alas muy estrechas, y en el estado de reposo se ocultan debajo de las coberteras; no les es más fácil andar que volar; pero en compensación nadan con primor; unos viven en agua dulce, otros en las riberas marítimas, y todos se alimentan con pececillos, crustáceos e insectos: anidan en medio de los juncos o en el hueco de una peña escarpada. De las cuatro especies europeas pertenecientes a esta subdivisión del género somorgujos, no describiremos más que la mayor, y es la siguiente:

El GREBO CORONADO (Colymbus cristatus, LIN.). Es del tamaño de un pato; pardo- negruzco superiormente, y blanco plateado en las partes inferiores, con una faja blanca en el ala. Cuando es adulto tiene un moño que es susceptible de erizarse, y la parte superior del cuello rodeada de un collarcito ancho y rojo, con los bordes negros. Los somorgujos propiamente dichos tienen los pies como las palmípedas comunes, es decir, unidos los dedos anteriores por una membrana y terminados por puntiagudas uñas, viven en el norte, y llegan a nuestros climas en invierno.

El GRAN SOMORGUJO (Colymbus glacialis, LIN.). Tiene 2 pies y medio de longitud; la cabeza y el cuello son de un negro cambiante en verde, con collar blanquecino; la espalda pardo-negruzca, con puntos blancos, y blancas las partes inferiores. Vive siempre en el agua, en donde 5 veces se mantiene sumergido, sin salir más que de cuando en cuando, que asoma la cabeza fuera para respirar: vuela muy bien pero raras veces, y emigra por el agua, cuyo elemento tan solo abandona en la época de la cría, y entonces hace el nido en las rocas de algún islote.

Son los Guillemotes unos somorgujos que carecen de pulgar; tienen las alas aún más cortas que los precedentes, de tal modo que apenas pueden volar; mantiénense de peces y cangrejos, y hacen la puesta en las rocas y peñascos escarpados.

El GRAN GUILLEMOTE (Colymbus troile, LIN.) Es del tamaño de un pato; sus remeras secundarias son blancas en el extremo, y forman una línea blanca en el ala. Habita esta ave en el fondo del norte, y anida en las rocas de las costas de Inglaterra y Escocia; apareciendo en Francia en los inviernos muy crudos.

Es sumamente curioso el aspecto que presentan los retiros donde se albergan los Guillemotes; al visitar esas profundas cavernas que han excavado los siglos a lo largo de las costas del Océano; y al penetrar con gran trabajo por entre los aguazales y resbaladizas algas bajo sus sombrías bóvedas; preséntanse a la vista a centenares los guillemotes parados en los nichos de las paredes, estrechándose y saludándose como mandarines chinos, viviendo en inofensiva compañía con los pingüinos y las paviotas, comensales más turbulentos, de quienes luego trataremos. No construyen nido, pues simplemente ponen sus huevos en el borde saliente de una roca, que tal vez tiene debajo un abismo; y aunque los guillemotes se apiñen y empujen, no por ello sufren los huevos el menor desarreglo.

Pingüinos Los caracteres de los pingüinos, por los que constituyen su género, consisten en la falta del dedo pulgar y en la compresión del pico, que es vertical, cortante en el dorso y con surcos transversos.

El FRAILECILLO (Alca arctica, LIN.). Es un pingüino cuyo pico es más alto que largo; su tamaño el de una paloma; la parte superior de la cabeza y el manto son negros; y sus partes inferiores blancas; de ahí el nombre de frailecillo. Sus alitas apenas tienen fuerza para sostenerle por algunos instantes en el aire; vésele rozar entre volando y andando por la espumosa espalda de las olas. Son sus hábitos semejantes a los de los guillemotes. Llegan a nuestros países en marzo, y se vuelven en otoño. Encuéntrase más especialmente en los desiertos islotes de Inglaterra y de Bretaña; donde se apoderan de las madrigueras de los conejos, o abren con el pico y las uñas huecos en tierra ligera y arenosa; en ellos la hembra pone un huevo único, blanco y que a pesar de ponerlo en el suelo y sin preparación alguna, lo defiende con encarnizamiento.

El PINGÜINO COMÚN (Alca pica, LIN.). Tiene el pico largo, y en figura de hoja de cuchillo, hallándose cubierta su base hasta los orificios de la nariz por las plumas. Esta ave es del tamaño de un pato, superiormente negra, y en las partes inferiores blanca, con una línea de este mismo color en el ala, y dos en el pico: a más el macho tiene la garganta negra, y un rasgo blanco que va desde el ojo al pico. A veces se presenta en nuestras costas durante el invierno, y solo vuela rozando la superficie del agua: anida a bandadas en los huecos de las rocas inmediatas al Océano.

Mancos Las especies que forman el género, de los mancos aún se hallan menos favorecidas de la naturaleza con respecto a las alas; pues las tienen cortas y guarnecidas con simples vestigios de plumas semejantes a escamas; las patas se hallan situadas enteramente hacia atrás, de modo que solo pueden sostenerse estas aves puestas en posición vertical. Las aves mancas tienen pulgar dirigido hacia la parte interna; no van a tierra más que para la cría; y solo arrastrando el vientre pueden llegar al lugar donde tienen el nido.

El GRAN MANCO (Aptenodites patagónica, LIN.). Es del tamaño de una oca; superiormente de color apizarrado, y blanco inferiormente, con la cara negra, rodeada de una corbata de color de limón. Encuéntrase reunido en numerosas bandadas en las cercanías del estrecho de Magallanes, y en las islas de la Oceanía; pues, lo mismo que todos sus congéneres pertenece al hemisferio antártico.

Familia de las Longipenas Las longipenas son así llamadas a causa de la longitud de sus alas y de la consiguiente fuerza de su vuelo: son aves de alta mar que encuentran en todas partes los navegantes.

Petrelos El género de los Petrelos, tiene el pico engarabitado en la punta, y los orificios de las narices reunidos en un tubo extendido en el dorso de la mandíbula superior. El pulgar se halla representado por una uña puntiaguda, implantada en el talón; las especies de que consta este género, son casi todas ellas antárticas; mantiénense constantemente distantes de la tierra, y su vuelo resiste a la fuerza de los vientos; pero al amenazar un huracán van a refugiarse en las vergas de las embarcaciones; así se les ha llamado aves de tempestad; no se zabullen, y nadan raras veces; pero en su rápido vuelo rozan la superficie del agua, deslizándose por ella con las alas abiertas. Anidan en los huecos de los peñascos; y cuando las inquietan arrojan al enemigo un líquido untuoso, de que siempre tienen provisto el estómago.

El QUEBRANTA HUESOS o PETRELO GIGANTE (Procellaria gigantea, LIN.). Es la mayor de cuantas especies se conocen, y aún más gruesa que la oca; tiene el plumaje negruzco; la hallamos desde el Cabo de Hornos hasta el de Buena Esperanza; aliméntase, como sus congéneres, con insectos y moluscos, y de la carne de los peces y cetáceos muertos que arrojan las olas o van flotantes en el agua.

El FULMAR (Procellaria glacialis, LIN.). Habita en el hemisferio boreal aunque alguna vez se presenta a nuestras costas es del tamaño de un pato; tiene el plumaje blanco con el manto ceniciento, y el pico y los pies amarillos.

Albatros Son los Albatros las aves más macizas entre las marítimas; su pico, fuerte, grueso y cortante, termina en un gran garabato; en sus pies falta el pulgar, y hasta la breve uña que notamos en los petrelos. Todos pertenecen al hemisferio austral; véseles seguir por muchos días a los buques que van a toda vela; desafían las tempestades, columpiándose encima de las olas, y cuando se cansan buscan el reposo y hasta se duermen flotantes encima de las olas. Son muy voraces, y se sacian de animales vivos o muertos. Poseen mucha fuerza y no menor cobardía, tal que las obligan a huir basta las paviotas.

El ALBATROS DEL CABO DE BUENA ESPERANZA (Diomedea exulans, LIN.). Los navegantes le han dado el nombre de Carnero del Cabo, a causa de su corpulencia y de su plumaje blanco, excepto en las alas, y a más porque abunda especialmente en los dos Cabos que terminan por la parte del Sud los dos grandes continentes del globo. Hace cruda guerra a los peces volantes; forma el nido de un montón de tierra, y los huevos que pone tienen un sabor agradable. Su voz se asemeja a un rebuzno.

Paviotas Distínguense las Paviotas en el pico largo, puntiagudo y comprimido, con la mandíbula superior encorvada en la punta; en el centro de la mandíbula se ven los orificios de las narices, estrechos, largos y al trasluz. Estas aves viven en alta mar; pero especialmente hormiguean en las costas; y aún a veces se internan en tierra, lo cual es presagio de mal tiempo. Son chillonas, voraces y cobardes; nadan y vuelan perfectamente, y se arrojan con velocidad a su presa, que consiste lo mismo en peces vivos que en los muertos. Cuando estas aves son mayores que el pato llámanse goelandios; y cuando no, gaviotas o paviotas propiamente dichas.

El GOELANDIO DE MANTO NECRO (Larus noevius y larus marinus, LIN.). Cuando joven tiene el plumaje con manchas blancas y grises; pero con el tiempo se vuelve completamente blanco con manto negro; el pico es amarillo, con una mancha colorada debajo, y los pies rojizos.

El BURGOMAESTRE (Larus glaucus, GMEL.). Solo difiere del precedente en que tiene el manto gris.

La GAVIOTA DE PIES AMARILLOS (Larus fuscus, LIN.). Es enteramente blanca, con el manto negro, y los pies amarillos.

La GAVIOTA DE PATAS AZULES (Larus cyanorhynchus, MEYER.). Es de un hermoso blanco, con el manto ceniciento claro, las remeras primarias negras, con manchas blancas en el extremo, y el pico y las patas de color plomizo. Estas aves viven principalmente de las conchas que arrastran las arenas.

La GAVIOTA DE INVIERNO (Larus hybernus, larus ridibundus y larus erythropus, LIN.). Diferénciase de la precedente en que tiene negra la extremidad de la cola, y las alas en la primera edad del ave manchadas de pardo y de negro; tiene los pies colorados.

Todas las precedentes especies de paviotas viven reunidas a los pingüinos y guillemotes en las concavidades cavernosas del litoral del Océano; en ellas mueven un bullicio que aturde, interrumpido de repente por un general silencio, y que luego empieza de nuevo con mayor fuerza; los machos y las hembras llevan sus pollitos al espeso y corto césped de las peñas, donde los alinean formando numerosas filas; y todas aquellas bolas cubiertas de plumas, al parecer idénticas a los ojos de un observador extraño, tienen no obstante cada cual su fisonomía particular, lo que hace que los padres nunca equivocan cuáles son sus hijos. De cuando en cuando vese a una ave vieja que recorre las filas fijar en una de dichas bolas su penetrante mirada, y luego poner a los pies de su hijo el alimento ya triturado de antemano.

Pico-tijeras El género de los pico-tijeras es notable por la extraña forma del pico, cuyas mandíbulas de figura complanada se corresponden por sus bordes como las ramas de unas tijeras.

El PICO-TIJERAS NEGRO (Rhyncops nigra, LIN.). Es del tamaño de una paloma; tiene el plumaje blanco, y la parte superior de la cabeza y el manto negros, con una faja blanca en el ala, y las rectrices laterales blancas en su porción externa; el pico y los pies rojos. Esta especie pertenece a los mares de las Antillas; y solo puede alimentarse de la presa que hace con la mandíbula inferior volando y rozando en la superficie del agua; pues no le permite más la conformación del pico.

Familia de las Totipalmas Las aves que contiene esta familia de las tolipalmas, son palmípedas por excelencia, puesto que la membrana que une sus dedos se extiende también del interno al pulgar. Nadan perfectamente, vuelan bien, y son las únicas palmípedas que se posan en los árboles. Bajo la denominación de pelícanos reunió Linneo a cuantas aves presentan en la base del pico algún espacio desnudo de plumas; no obstante, existen notables diferencias que las separan en distintos géneros.

Pelícanos

Los pelícanos propiamente dichos tienen la mandíbula inferior larga, recta, complanada, y corva en la punta; pero lo que hace el pico muy extraordinario es la mandíbula inferior, cuyas ramas son flexibles, y en ellas se halla adherida una especie de bolsa formada por una membrana desnuda y elástica.

El PELÍCANO COMÚN (Pelecanus anocrotalus, LIN.). Es ave grande, de la magnitud del cisne; su longitud es de 5 a 6 pies, de los cuales se lleva ya 1 pie y medio tan solo el pico; la extensión de las alas 12 pies de envergadura, y en su bolsa caben más de veinte azumbres de agua; el plumaje es blanco o ligeramente rosado, según la edad; y las remeras negras: así el contorno de los ojos como la garganta carecen enteramente de plumas.

PELÍCANO.

El pelícano llamado onocrotalo, a causa de la semejanza que se ha hallado entre su voz y el rebuzno, vive a orillas del mar, lagos y ríos en los países orientales de Europa, en Asia, África y América: come peces, con que llena la bolsa como en depósito para irlos tragando sucesivamente a medida que se opera la digestión; vuela muy bien y a veces a grande altura; aunque por lo regular se columpia por encima de las olas, en el intervalo que va desde la oleada que se estrella o revienta y la inmediata: cuando divisa un pez que le convenga, húndese en el agua. Con frecuencia reúnense varios pelícanos para cazar en común; y se alinean formando una media luna, cuya parte cóncava corresponde a la orilla, y en esta disposición van avanzando lentamente hacia dicha orilla batiendo por intervalos el agua con las alas y con el cuello tendido; y teniendo cuidado de que entre uno y otro medie un espacio igual a la longitud de las alas extendidas; luego van estrechando o cerrando la media luna que forma su alineación, de modo que los peces quedan circunvalados en un reducido espacio; y entonces empiezan la comida. Las primicias del banquete recogiéronlas ya los grebos, quienes nadando en el espacio circunscrito por la semiluna antes de estrecharse, se zabulleron en pos de los peces aturdidos y espantados; al paso que los restos del festín se reparten después entre centenares de paviotas y de cuervos marinos, que aguardan puestos en un montón de algas y de confervas que las olas arrojan a la playa. Terminada la pesca de los sociables pelícanos, van estos a agacharse en las peñas para hacer la digestión en reposo. A veces pasan también la noche en los árboles, pero nunca anidan en ellos, sino en tierra, en un hoyo que rodean de yerbas. Pone la hembra de dos a cuatro huevos, y alimenta los polluelos desembuchando los peces a sus pies, después de haberlos tenido algún tiempo en maceración dentro de la bolsa. Del mismo modo les trae el agua, y como al querer vaciar la bolsa aprieta el pico en su pecho y salen a veces materias sanguinolentas, probablemente se originó de ahí la vulgar creencia de que el pelícano se abre el pecho para alimentar con su propia sangre a los hijos. «El pelícano, dice el P. Raimond el viajero, no solo puede llegar a ser familiar, sino dócil: uno vi entre los salvajes, tan bien adiestrado, que por las mañanas, después de haberle engalanado al gusto caribe, es decir, pintándole de rojo con achiote, íbase a pescar, y por la noche volvía llevando en la bolsa tal cantidad de pescado, que sus amos comían la mayor parte.»

Cormoranes Los cormoranes tienen el pico largo y comprimido; la mandíbula superior ganchosa, y la interior obtusa; la piel de la garganta poco dilatable, y la uña del dedo medio dentada a modo de una sierra; la cola es redondeada y consta de catorce penas.

El CORMORÁN COMÚN (Pelecanus carbo, LIN.). Esta especie es del tamaño de nuestras ocas; tiene el plumaje pardo-negruzco, con undulaciones negras en la espalda, y con mezcla de blanco en la extremidad del pico y parte anterior del cuello; el contorno de la garganta y las mejillas son blancas en el macho, que también lleva moño en la nuca. Esta ave muestra gran destreza en zabullirse, y va tan rápida entre dos aguas que persigue y alcanza a las anguilas: tiene el vuelo veloz y sostenido; pero puesta en el suelo anda muy mal. Hallámosla en ambos continentes, no siendo rara tampoco en Francia. Anida en los huecos de las peñas, en los árboles o entre los juncales. En la China le enseñan a pescar, lo mismo que al pelícano, en provecho de su dueño; pero como la tentación de tragar la presa pudiera ser más poderosa que la idea del deber, pónenle en la parte inferior del cuello un anillo, que solo permite el paso a los diminutos pescadillos.

Fragatas Distínguense las fragatas de los demás pelícanos, en la bifurcación de la cola y la desmedida longitud de las alas; a más sus mandíbulas se encorvan ambas en la punta, y las palmeaduras de las patas son escotadas.

La FRAGATA COMÚN (Pelecanus aquilinus, LIN.). Su plumaje es negro con mezcla de blanco en la garganta y cuello, siendo el pico colorado. La envergadura de las alas es de 10 a 12 pies. Solo vive en las regiones tropicales, y es tan vigoroso su vuelo, que se la encuentra en alta mar, a más de 400 leguas de toda tierra: su alimento en especial consiste en peces volantes, y a más da caza a las aves locas para obligarlas a desembuchar o vomitar la pesca, la cual coge la fragata con tal presteza, que no tiene tiempo de caer al agua.

Aves locas Las aves locas se diferencian de las fragatas y de los cormoranes en que tienen el pico recto, puntiagudo y dentado a modo de sierra en los bordes.

El AVE LOCA DE BASANO (Pelecanus bassanus, LIN.). Es una especie que abunda en las costas septentrionales de Europa; es de la magnitud de una oca; su plumaje es blanco; las remeras primarias negras, lo mismo que los pies, y el pico verduzco. El nombre locas dado a estas aves procede de la estupidez con que se dejan atacar por las fragatas, que las envisten para confiscar su presa.

Faetonte Los faetontes pertenecen a un género reducido, cuyo carácter consiste en dos penas largas y delgadas que forman parte de la cola.

El FAETONTE COMÚN (Phaeton cloereus, LIN.). Es del tamaño de una paloma; y tiene el plumaje blanco, la espalda, rabadilla y coberteras de las alas, rayadas de negro; las dos rectrices medias negras en su origen, y el pico colorado. Goza de un vuelo vigoroso, y como nunca se extralimita de la zona tórrida, la aparición de este pájaro anuncia a los navegantes hallarse muy cerca de aquella región; y de ahí también nació el nombre de ave de los trópicos que se le ha dado.

Familia de las Lamelirrostras Con esta familia termínase el orden de las palmípedas y juntamente la clase de las aves. Sus caracteres consisten en el pico grueso, y cubierto de una membrana suave, en lugar de tener una consistencia córnea, cual en otras hemos visto; en que se hallan provistos los bordes de las mandíbulas de laminitas o dientes, y en que la lengua es también dentada. Son en su mayor parte aves de agua dulce, nadan con soltura y elegancia, zambúllense con igual gracia y destreza; pero su andar es penoso y desmañado. Consta esta familia de dos numerosos géneros; a saber, los patos y los mergos.

Patos El género patos se ha subdividido en cisnes, ocas o gansos, y patos propiamente dichos; y se distingue de los mergos en la anchura y tamaño del pico, provisto de laminitas transversas, destinadas a permitir la salida del agua cuando el ave ha cogido la presa. Los cisnes tienen el pico tan ancho en la raíz como en el extremo, aunque en aquella es más alto que ancho; ábrense casi en su centro los orificios de las narices, y tienen el cuello muy largo. Las ocas o gansos tienen el pico más corto que la cabeza, y más estrecho en el extremo que en su origen, el cual es más ancho que alto, y el cuello de mediana longitud. Los patos tienen el pico casi de igual anchura en toda su extensión, y en la raíz es mayor que la altura, estando a ella aproximados los orificios de las narices.

Las dos especies europeas son el cisne de pico rojo y el de pico negro.

El CISNE DE PICO ROJO (Anas olor, LIN.). Tiene el pico rojo con los bordes negros, y encima de la raíz una protuberancia redondeada; su plumaje es blanco de nieve. Esta especie se ha domesticado y forma el adorno de nuestros estanques y surtidores. En estado silvestre la hallamos en los mares interiores de la Europa oriental, donde vive de semillas acuáticas y de peces; vuela muy alto y rápido y emplea sus alas como una arma ofensiva excelente. Sus hábitos son tranquilos y suaves; hace la puesta en febrero en un gran nido que arregla la hembra con juncos y cañas, y en el cual pone seis huevos de un blanco que tira a verde. La incubación dura seis semanas, y si el macho no toma parte en ella, al menos vela al lado de su compañera para evitar todo peligro; tiene tal fuerza en las alas que de un aletazo bien dado puede fracturar la pierna a un hombre.

Dejó Buffon escrito sobre el cisne un magnífico capítulo, del cual vamos a citar los pasajes más notables, que nos harán apreciar con exactitud las cualidades de este genio brillante. Siendo un escritor incomparable cuando describe lo que el mismo ha observado, redúcese a un elocuente poeta cuantas veces atribuye a los animales sentimientos y hábitos imaginarios.

«En toda sociedad, sea de animales, sea de hombres, la fuerza hace tiranos, la benévola autoridad hace reyes: el león y el tigre en la tierra, el águila y el buitre en los aires, reinan solo por medio de la guerra, dominan por el abuso de la fuerza y por la crueldad; mientras el Cisne es el rey de las aguas por los títulos de un imperio de paz, como son: grandeza, majestad, suavidad, unido al poder, al valor y a la fuerza, con voluntad de no abusar de estos últimos, y sí emplearlos únicamente en la propia defensa. Sabe luchar y vencer; pero jamás empieza el ataque; como rey pacífico de las aves acuáticas, desafía a los tiranos del aire; aguarda al águila, sin provocación y sin miedo; rechaza sus ataques oponiendo a sus armas la resistencia de sus plumas, y los repetidos y fuertes golpes de un ala que al propio tiempo le sirve de escudo, y con frecuencia el triunfo corona sus esfuerzos. Por otra parte no tiene más enemigo, pues las demás aves guerreras le respetan, de modo que está en paz con la naturaleza. Vive antes como un amigo que como un rey en medio de sus numerosos pueblos acuáticos, todos los cuales al parecer se conforman con su ley; y es simplemente el jefe, el primer habitante de una república tranquila, donde los ciudadanos nada tienen que temer de un dueño que solo pide para sí lo que concede a los demás, paz y libertad.»

He ahí el retrato de un rey constitucional en toda la belleza de la palabra; pero no es posible dejar de ver que Buffon al escribir esta utopía política, perdió de vista el cisne cuya historia nos refiere. En rigor puede llamarse al águila tirano de los aires, pues todas las aves están expuestas a ser víctimas de su voracidad; pero el Cisne dista muchísimo de ser rey de las aguas, pues la más débil lo desafía impunemente. ¿En qué abusan de la fuerza el águila y el tigre? Necesitan una presa viviente, y se apoderan de la misma por los medios que la naturaleza les ha dado. El cisne es piscívoro; obedece a su instinto sin remordimientos como sin crimen; y hasta si se toma en cuenta el número de las víctimas, es el cisne mucho más feroz que el tigre, pues este devora muchas menos gacelas que pececillos aquel... Dejemos empero todas esas ficciones, que la sana razón no puede sufrir, y apresurémonos a admirar la poesía cuando se funda en la realidad.

«A la noble soltura y facilidad, a la libertad de sus movimientos en el agua, debemos reconocerlo, no solo como el primer navegante alado, sino como el más bello modelo que puede ofrecer la naturaleza al arte de la navegación. En efecto, su alto cuello y elevado y redondeado pecho parecen figurar la proa de un navío que hiende las olas; su ancho vientre representa la quilla; el cuerpo, inclinado hacia delante para surcar las aguas, levántase hacia atrás formando una verdadera popa; la cola es el timón: las patas anchos remos, y sus grandes alas medio extendidas y suavemente impelidas por el viento son las velas que dan impulso a aquel buque viviente, buque y piloto en una pieza.»

El CISNE DE PICO NEGRO (Anas cignus, LIN.). Es idéntico al precedente en lo respectivo a las formas externas; solo que el pico es negro y en su raíz amarillo; el plumaje blanco, y tiene manchas grises y amarillentas; pero su organización interna ofrece notables diferencias. En el cisne de pico negro, la tráquea, en vez de ir directamente a los pulmones, se encorva y penetra en una cavidad de la quilla del esternón. Por efecto de semejante disposición, la voz de esta ave es mucho más sonora que la de su congénere; pero no por ello se crea que llegue a cantar, pues cuanto se ha dicho sobre el canto del cisne moribundo no pasa de ficción poética. Esta especie vive al norte de nuestro hemisferio, aunque en los inviernos rígidos desciende a bandadas a los países templados y entonces se deja ver en nuestras costas.

La OCA DEL CANADÁ (Anas canadensis, LIN.). Esta lamelirrostre pertenece también al género cisnes; es una hermosa especie que, permaneciendo estacionaria al sud de los Estados Unidos, es ave de paso en el Canadá. Tiene el cuello y cuerpo más largos y delgados que nuestra oca doméstica; el plumaje pardo-oscuro, más claro en el vientre, y más subido en la cola y la cabeza; el pico y los pies plomizos, y en el cuello ostenta una corbata blanca.

Oca del Canadá.

Es imponderable el valor y la vigilancia que muestra el macho de esta última especie, o de la oca del Canadá, mientras está empollando la hembra. Mantiénese de pie con la cabeza erguida junto al nido, que está colocado en el suelo, rodeado de cañas y alfombrado de juncos y yerbas secas; pasea sus miradas escrutadoras por todo el contorno; presta atento oído al más leve susurro; y por más que la zorra, el zarigue, o el ratón se arrastren cautelosos por la yerba, son descubiertos y batidos, teniendo que emprender la fuga. Audubon observó por tres años seguidos a una de esas aves que tenía el nido junto a un lago situado a corta distancia del Bio Verde. «Cuantas veces, dice, iba a visitar el nido del ave, veíame esta aproximar como llena de indignación, erguíase en toda su estatura para mirarme, y parecía medirme de la cabeza a los pies. Cuando ya solo distaba pocos pasos, sacudía con fuerza la cabeza; y elevándose al aire, dejábase caer directamente hacia mí: de suerte que por dos veces me sacudió un aletazo en el brazo derecho al extenderlo yo maquinalmente para apartar o evitar el golpe; y fue con tal fuerza, que por algunos instantes creí tener de resultas fracturado el brazo. Después de aquella violenta demostración, íbase otra vez al nido, y pasaba afectuosamente la cabeza y cuello al rededor del cuerpo de la hembra, volviendo otra vez a mirarme en actitud amenazadora.»

Tienen las ocas las piernas más altas y no tan separadas como los patos, así también andan con mayor facilidad y desembarazo. En general nadan poco y sin zabullirse; la mayor parte comen yerbas y semillas, y de día permanecen en los prados, hasta que al anochecer acuden a los ríos y estanques. Viven unidas, y mientras comen y duermen queda una vigilando, con el cuello tendido y la vista en acecho para descubrir si hay algún riesgo, en cuyo caso no deja de avisar a sus compañeras. El vuelo de estas aves es alto; viajan a bandadas formando una sola hilera cuando son pocas, y dos filas divergentes cuando son en mayor número. Siempre que la que va al frente del triángulo se siente cansada, cede su puesto a la inmediata, y va a colocarse al extremo, o a la cola.

La OCA COMÚN (Anas anser, LIN.). Ha llegado a ser un ave de corral, donde ha adquirido mil diferentes colores. Su procedencia viene de una especie de ganso silvestre de plumaje gris con manto pardo undulado de gris y el pico anaranjado, cuya patria se halla en las regiones orientales de Europa, y de ellas se esparce en invierno por todas las partes centrales y meridionales de dicho continente. Muy rara vez pasa de los 53º de latitud norte. No obstante las variaciones que el estado de domesticidad ha hecho sufrir a esta especie, es muy fácil reconocerla en el pico de color anaranjado uniforme, y en las alas que no llegan a la extremidad de la cola. Anida en los matorrales y pantanos en un terromontero de juncos, y la puesta consta de seis a ocho huevos verduzcos.

La oca doméstica abunda menos desde la importación de los pavos, que son preferidos por su mayor volumen y sabrosidad de su carne; sin embargo en muchos países es todavía objeto de los cuidados del agricultor; pues no solo da utilidad la oca como un buen alimento, sino que suministra plumas para escribir, y para rellenar colchones y almohadas. Las remeras sirven para la escritura, y para arrancarlas al ave no aguardan a que muera, sino que se las quitan cuando entra en la muda; en cuanto a las plumas pequeñas, se las arrancan del vientre, de la espalda, y del obispillo, haciendo esta operación dos o tres veces cada verano. Para engordar una oca bastan quince días, y un mes para las adultas. Por lo regular se dedican a ello a fin del otoño, y para apresurar esta operación las encierran en un lugar oscuro y tranquilo.

Pero el hombre no se contenta con desplumar a la oca mientras vive, y con cortarle la cabeza después de haberla engordado a la fuerza; sino que ha encontrado el medio de comunicar a este desgraciado palmípedo una enfermedad artificial que causando una muerte lenta, da tiempo a uno de sus órganos para desnaturalizarse, y con esto adquiere un gusto delicioso. Para obtener dicho resultado, encierran el ave en una jaula oscura y estrecha, de modo que no pueda revolverse; aliméntanla durante un mes con maíz en abundancia; después se mezcla con los alimentos aceite de adormidera, el cual obra como estupefaciente: con esto en breve los tejidos de la víctima quedan engurgitados de grasa, en términos que casi le impide la respiración. Entonces, por efecto del ahitamiento, opresión y tristeza, el hígado del animal adquiere un crecimiento enorme, y sufre una alteración mortal: así es como se obtiene un hígado gordo, que no es otra cosa que un órgano canceroso con que se hacen pasteles para los glotones. Pero el arte de preparar pasteles de hígado gordo fuera estéril, sino se hubiese encontrado el arte de comerlos; así es que sobre tan interesante materia existen principios generales y especiales teorías, de que haremos gracia al lector, aún cuando pudiéramos referir una erudita conferencia que a nuestra presencia tuvo lugar entre un magistrado, un miembro del Cuerpo legislativo y un doctor en medicina; caballeros los tres del Bajo Imperio, gloriándose todos de pertenecer a la secta de Epicuro, a esa secta que aceleró la ruina de la república romana. Dichos tres personajes discutieron largamente sobre el proceder masticatorio que debía emplearse para hacer que el pastel se derritiese en la boca de manera que produjese más voluptuosa titilación en las papilas nérveas de la lengua y del paladar. No trataremos de dar a conocer las altas consideraciones fisiológicas las ingeniosas observaciones y las osadas hipótesis con que cada cual apoyaba y defendía su opinión: pero aseguramos que en tan memorable sesión se hizo un gasto de ingenio mayor que el necesario para hacer una ley buena, o para hallar un remedio a la gota.

En el otoño llega a nuestras comarcas otra oca muy semejante a la que antecede; pero tiene las alas más largas que la cola, algunas manchas blancas en la frente, el pico anaranjado, y en la raíz y el extremo negro: tal es la OCA DE LAS COSECHAS (Anser segetum, MEYER. -Anas albifrons, LIN.). Es gris, con el vientre negro y la frente blanca también aparece en Francia durante el invierno.

La OCA HIPERBÓREA (Anas hiperboreus, LIN.). Llámanla también oca de nieve y oca de los Esquimales: tiene blanco el plumaje; el pico y los pies rojos; las penas de las alas, negras en su extremidad; en el individuo joven se halla más o menos mezclado el color gris. Las hiperbóreas emigran del norte al sud en invierno, y del sud al norte en verano, a grandes bandadas bulliciosas que desde lejos se anuncian con aguda y penetrante vocería. Los habitantes de las regiones glaciales las matan a centenares, las despluman, les sacan las vísceras y las meten amontonadas en hoyos profundos, donde nunca se corrompen, y les sirven de provisiones de invierno.

El BERNACHO (Anas leucopsis, BECHST.). Es una oca cuyo pico es más corto y delgado que en las ordinarias, no pareciendo fuera de los bordes de las mandíbulas las laminitas; tiene esta especie el manto ceniciento; el cuello negro; la frente, mejillas, garganta y vientre blancos; el pico negro y los pies grises. Vive en las regiones situadas más allá del círculo polar ártico, y llega a Francia en el invierno. Durante mucho tiempo esta especie fue célebre las fábulas que sobre la misma se referían, pues decíase que nacía de un árbol lo mismo que un fruto, y se creyó que los moluscos pedunculados que a menudo se ven en maderos flotantes en el mar, eran bernachos en su edad primera.

El CEREOPSIS DE NUEVA HOLANDA (Cereopsis cinereus, LATH.). Es una oca muy semejante a los bernachos, de pico todavía más pequeño, aunque su membrana es más ancha y llega hasta a cubrir parte de la frente. Es del tamaño de una oca pequeña; su plumaje gris ceniciento casi en todas sus partes y más oscuro en las superiores; las coberteras de las alas son negruzcas, las remeras mayores y las rectrices, pardo-oscuras en sus extremos; y la parte desnuda de las piernas y los tarsos de color anaranjado: en la cara anterior del pie tiene esta ave una placa triangular, y los dedos y uñas son negros. Es el Cereopsis especie única en su género, y también muy rata en los museos: en el de Francia existieron algunos vivos, y en el de Londres se ve uno en la actualidad.

Cereopsis de Nueva Holanda.

Los patos propiamente dichos tienen las piernas más cortas y situadas más hacia atrás que en las ocas, y también más corto el cuello; es mayor su embarazo al andar, y son más acuáticos.

La FULGA (Anas nigra, LIN.). En los bordes del pulgar tiene una membrana; el plumaje, que cuando el ave es joven es grisáceo, vuélvese cuando adulta enteramente negro; el pico es ancho con una protuberancia en su origen encima de la mandíbula superior. Las fulgas viven en ambos continentes, y prefieren para su permanencia las partes septentrionales, de donde descienden en el invierno impelidas por los vientos del norte a nuestras costas marítimas, y entonces puede decirse que llegan casi a cubrir la superficie del mar. Revolotean de un punto a otro, muéstranse en el agua, y desaparecen a cada instante: su alimento consiste en almejas y otras conchas bivalvas. Jamás vuelan, como no sea por encima de las olas del mar; casi no pueden andar, pero nadan perfectamente, y tan aprisa como los petrelos. Su carne sabe a pescado y es muy desagradable; con todo, los marineros la apetecen, y cazan estas aves con redes de anchas mallas.

El EIDER (Anas mollissima, LIN.).Tiene el pulgar lo mismo que la fulga; el pico estrecho en su parte anterior, y en la posterior sube hacia la frente, donde presenta una escotadura causada por un ángulo de plumas; el plumaje es blanquizco, con la parte superior de la cabeza, el vientre y la cola negro; la hembra es gris con rasgos pardos. El tamaño de esta ave es casi el de la oca; vive en los mares glaciales, anida en las rocas que baña el agua del mar, y se alimenta con peces e insectos acuáticos.

Los eiders permanecen en el mar durante todo el invierno, y no van a tierra sino por la noche; de modo que su vuelta a la costa cuando se efectúa de día se considera como anuncio de tempestad. Así el macho como la hembra trabajan de mancomún en la construcción del nido, cuya base se compone de fucus. La hembra lo cubre así en el fondo como en los bordes con plumón que se arranca del vientre, y con el mismo cubre los huevos cuando sale a tomar alimento durante la incubación; el macho no toma parte, pero se mantiene junto al nido vigilando los huevos, en número de cinco a seis; son de un verde oliváceo y muy sabrosos, a veces hay diez en un solo nido, pero pertenecen a dos hembras, que empollan juntas con la mejor armonía. En Islandia, Laponia y en los mares del norte, donde se encuentran tales nidos a centenares, el recinto que los eiders eligen con preferencia para hacer sus puestas es una propiedad que se conserva con sumo esmero y se transmite por herencia, pues en él se recoge la más preciosa pluma. Cuando se quitan los huevos junto con el plumón que los envuelve, la hembra guarnece otra vez el nido y hace otra puesta; si se los quitan también esta vez, pone otros huevos, y en tal caso el macho suministra el plumón que acolcha el nido. Es menester respetar esta tercera puesta; de lo contrario, los eiders abandonarían el sitio para siempre.

Los demás ánades o patos que vamos a estudiar no tienen el pulgar rodeado de una membrana; sus piernas están situadas no tan atrás, y andan con menor dificultad; sumérgense muy rara vez y se alimentan de semillas y plantas acuáticas.

El ÁNADE ESCUDADO (Anas clypeta, LIN.). Tiene el pico largo, la mandíbula superior ancha en extremo y encorvada transversalmente formando un perfecto medio cilindro, y las laminillas son tan largas y delgadas que parecen pestañas. El plumaje es verde claro en la cabeza y cuello; blanco en el pecho; pardo negruzco en la espalda, y rojo en el vientre, con las alas variadas de azul claro, verde, blanco y negro. Esta hermosa especie, cuya carne es excelente, nos llega del norte por febrero, se esparce por nuestros pantanos y se alimenta de lombrices.

El PATO ORDINARIO (Anas boschus, LIN.). Tiene los pies y el pico amarillos; en el macho la cabeza y el obispillo se hallan adornados de un hermoso verde metálico con cambiantes, y las cuatro penas medias de la cola se encorvan en forma de semicírculo. Esta especie es el tronco de todas nuestras variedades domésticas: habita al norte de ambos continentes. A mediados de otoño empieza a parecer por nuestros campos en pequeñas bandadas, que cada día van aumentando; y por la tarde se les ve pasar formados en triángulos regulares por las elevadas regiones del aire. Los patos silvestres se mantienen en los estanques, donde se alimentan de pececillos, ranas y semillas; si las aguas se hallan ya ocupadas por otros, vanse a orillas de los bosques, y comen bellotas y trigo verde. Cuando el frío es muy intenso dirígense hacia el sud, para volver en febrero, y pasan al norte. Por la primavera se dividen en parejas, y anidan en las matas de juncos de los pantanos, y a veces también en los matorrales; algunos ponen en los árboles, en los nidos que abandonaron las cornejas. La incubación dura un mes, y todo este tiempo el macho permanece junto al nido para defenderlo de los demás patos. Los ánades que se crían en domesticidad salidos de huevos silvestres hallados en los juncos son ariscos como sus padres, y anhelan sin cesar por obtener libertad; pero cuando la cautividad se perpetúa durante varias generaciones, bórrase al cabo el instinto y el animal se vuelve manso y familiar. Ninguna ave de corral es más fácil de alimentar, pues basta con suministrarle agua y un lecho, lo demás él sabe buscárselo; así da grandes utilidades a su amo. La carne del ánade lo mismo que sus plumas son objeto de grande comercio.

El ÁNADE ALMIZCLADO (Anas moschata, LIN.). Llámanle impropiamente Pato de Berbería. Procede de América, donde vive todavía en estado silvestre y se posa en los árboles: se le ha connaturalizado en nuestros corrales. Conócese por las carúnculas coloradas que tiene en la cabeza; es dos veces mayor que el pato ordinario, y más difícil de mantener; además despide cierto olor de almizcle procedente de unas glándulas que tiene debajo del obispillo, y que se comunica a la carne.

El TADORNO COMÚN (Anas tadorna, LIN.). Tiene el pico complanado en el extremo, y convexo en la raíz; es entre todos los ánades el que presenta colores más vivos: tiene el plumaje blanco, con la cabeza verde, y al rededor del pecho ostenta un ceñidor de color de canela; las alas son variadas de negro, blanco, rojo y verde. Esta ave es común en las orillas del mar Báltico, y del mar del Norte: anida en las dunas, y a menudo en las madrigueras que han abandonado los conejos.

LA CERCETA (Anas querquedula, LIN.). Apenas se diferencia del ánade común, como no sea por el tamaño; el plumaje presenta rasgos negros sobre un fondo gris, una faja blanca a los lados de la cabeza, y un espejuelo verde ceniciento en las alas. Esta ave abunda en nuestros estanques durante el otoño y la primavera, y en verano va a empollar al norte.

Mergos Llegamos ya al género de los mergos, último de la familia de las lamelirrostres. Las especies de este género tienen el pico delgado, casi cilíndrico, provisto en sus bordes de puntas dirigidas hacia atrás y semejantes a los dientes de una sierra. En lo demás, los mergos tienen el aire y hábitos de los ánades o patos; en verano permanecen en el norte, y en invierno aparecen en nuestros países. Su vuelo es elevado, veloz y sostenido; nadan perfectamente, sacando fuera del agua solo la cabeza, y empleando las alas como remos para aumentar la velocidad.

El MERGO VULGAR (Mergus mesanger, LIN.). Es del tamaño del pato; tiene el pico y los pies colorados; el macho viejo tiene la cabeza de color verde oscuro, adornada con una especie de moño; el manto negruzco, con una mancha blanca en el ala; el cuello y partes inferiores son blancas, con un ligero baño rosado; los individuos jóvenes y las hembras son grises con la cabeza rubia.

Hemos expuesto los caracteres de todas las familias, y señalado los hábitos de las especies más interesantes de las aves. No obstante las innumerables diferencias que estos seres ofrecen, tanto en su forma como en sus dimensiones, plumaje, canto y costumbres, constituyen el grupo más natural, es decir, el mejor caracterizado del reino animal. Hemos visto que si el grado de inteligencia de las aves es poco elevado, en compensación sus instintos, en especial el de la maternidad, presentan un maravilloso desarrollo. Entre sus numerosas especies, que ascienden nada menos que a más de 8000, hemos visto algunas menos favorecidas al parecer por la naturaleza que la mayor parte de las demás, cuya organización es más apta y poderosa para el vuelo, la natación, la carrera, o los medios de ataque y defensa; pero esa inferioridad aparente dista de ser imperfección; puesto que el animal, por incompleto que a primera vista nos parezca, reúne todas las condiciones análogas a su existencia; y la naturaleza no fue madrastra para con ellos toda vez que puso en debida proporción las facultades y los medios de satisfacción con las necesidades respectivas. En cuanto al objeto o misión providencial que cumplen y desempeñan las aves en el inmenso teatro de la creación, es fácil de comprender para todo observador que considere y examine con los ojos del entendimiento; pues sin hablar de que llenan de delicias los campos, adornándolos y dándoles animación y vida, es imposible desconocer la grande utilidad y provecho que de ellas reporta la especie humana. Las gallináceas, la mayor parte de los páseres, de las palmípedas y de varias zancudas, nos proporcionan sabroso y sano alimento; y si los páseres granívoros nos causan algún perjuicio (lo que tal vez sea una sustitución desconocida de un mal mayor), no podemos dudar de los beneficios que nos reportan los páseres picofinos y trepadores con la destrucción de millares de insectos importunos o dañinos, de que aquellos se alimentan. Hasta las mismas rapaces nos prestan servicios, unas comiendo carnes corrompidas que infestarían el ambiente; otras librándonos de mamíferos roedores o de ponzoñosos reptiles. En resumen, el estudio de las aves no cede a los demás en punto a religiosa filosofía; y si al hablar de los hábitos e industria de los insectos el ánimo del lector se eleva con mayor entusiasmo hacia el Criador del universo, será porque el hombre tiene mayor propensión a admirar lo perfecto en los objetos pequeños que en los de mayor bulto. (Natura maxime miranda in minimis).

FIN DEL TRATADO DE LAS AVES

Tratado de los Reptiles

En la obra admirable de Linneo titulada: Sistema de la naturaleza léense por epígrafe del tratado de las aves tres versos de una égloga de Virgilio:

Ipsi laetitia voces ad sidera mittunt Intonsi montes, ipsae jam carmina rupes, Ipsa sonant arbusta: Deus, Deus ille, Menalca.

Acaso acababa Linneo de oír el pinzón o el ruiseñor cuando le ocurrió tan oportuna cita. Pero al tratar de los reptiles la imaginación presentole un cuadro menos risueño; y al pensar en el asqueroso sapo, en el voraz cocodrilo y en la formidable serpiente de cascabel, presentósele el sombrío versículo de la Biblia, con que encabezó su capítulo de los anfibios.

Terribilia sunt opera Tua, o Domine! in multitudine virtutis Tuae, Te metientur contemptores Tui.

En seguida traza con grandes rasgos un bosquejo de los caracteres generales de la organización de los reptiles; y abandonándose a su genio poético, da un colorido filosófico y religioso a simples realidades anatómicas; por lo que no será inoportuna la traducción de algunos pasajes de su preámbulo.

«Los anfibios preséntanse desnudos casi todos; son animales fríos, aun bajo la zona tórrida, y respiran por medio de pulmones, cuyas funciones pueden a su arbitrio suspender.

»Muchos ofrecen un color lívido, una fisonomía o aspecto repugnante, un hedor infecto, una voz bronca o sibilosa, una morada sucia, y hasta los hay que destilan terrible ponzoña: su vida es tenaz, y reparan con vigorosa fuerza los miembros de que fueron mutilados.

»Nacen de huevo; unos sufren diferentes metamorfosis; otros se despojan de la antigua piel, después que permanecieron entorpecidos y aletargados durante todo el invierno; estos atacan la presa a fuerza abierta, aquellos emplean la astucia al mismo fin; y hay algunos que atraen hacia sus fauces la víctima por una terrible fascinación.

»Los reptiles que están provistos de pies tienen el oído complanado y sin pabellón las orejas; su género de vida se halla conforme con su estructura: defiende a las tortugas una coraza; los dragones tienen alas que los sostienen en el aire; los lagartos tienen pies ágiles para la huida; las ranas se ocultan en su escondrijo; y algunos como el gecko están provistos de ponzoña.

»Las serpientes no tienen pies, y se separan de los peces por los pulmones y por los huevos en forma de collar o rosario; presentan estrecha afinidad con los lagartos, quienes son afines de las ranas, y entre unos y otros no se encuentran límites bien determinados. Las serpientes que echó el Criador en la tierra faltas de miembros y expuestas a las injurias de todos, recibieron de la conservadora naturaleza armas tales que reciben su poder del más activo de los venenos: dichas armas pertenecen a la mandíbula superior, y su movilidad permite al animal sacarlas u ocultarlas a su albedrío. Aplícanse a una vejiguilla donde se halla el veneno, que su mordedura hace derramar en la herida. Mezclado con la sangre es este veneno activísimo, al paso que ninguna fuerza tiene introducido en el estómago. El Ser supremo, con su bondad infinita, ha puesto junto al hombre animales que devoran las serpientes y plantas que neutralizan su ponzoña; junto al veneno la triaca. Los juglares de América y de la Arabia encantan a las serpientes por medio de la aristoloquia, de lo que fueron testigos Jacquin y Ferskahl.»

Grandes progresos han hecho las ciencias naturales desde que escribió Linneo; con todo, muy poco hay que rectificar en las generalidades que hemos expuesto; y con algunas rápidas explicaciones habrá bastante para ponerlas al nivel de los actuales conocimientos.

Los caracteres dominantes en la organización de los vertebrados que Linneo llamó anfibios, y a quienes los modernos dan con más propiedad la denominación de reptiles, son de una parte la temperatura variable, y de otra la respiración pulmonar incompleta. Acaso debiéramos enunciar el primer carácter después del segundo, puesto que es su consecuencia, y ya se sabe que el calor animal se halla en razón de la fuerza de la respiración; pero en los reptiles el corazón, como luego veremos, presenta una conformación tal que a cada latido solo envía al pulmón una parte de la sangre negra o venosa que recibió de diferentes partes del cuerpo, y que lo restante de este fluido vuelve a los órganos en el mismo estado que salió de ellos, sin haber pasado por los pulmones, ni haber sufrido la impresión vital del oxígeno; en una palabra, sin haberse respirado. Además de esto, la extensión de los órganos respiratorios es muy poca, las celdillas pulmonares muy grandes, y sin replegarse sobre sí mismas, por lo que ofrecen poca superficie al contacto del aire introducido; resultando de todo que el cuerpo del reptil solo recibe sangre incompletamente depurada, o dígase arterializada, con un grado ínfimo de calor por la debilidad de respiración, y que su calor vital no tiene suficiente fuerza para resistir a las mutaciones atmosféricas. La temperatura de estos animales aumenta o disminuye según o efectúa el medio en que viven sumergidos; el frío suspende en ellos la facultad digestiva, retarda todos los fenómenos vitales, y les sumerge en un estupor letárgico. De ahí el haberlos llamado animales de sangre fría; aunque con más exactitud se denominarían animales de temperatura variable.

No son las vicisitudes termométricas de la atmósfera los únicos inconvenientes anexos a la imperfección de las funciones respiratorias y circulatorias de los animales de sangre fría; sus fuerzas musculares son también mucho más débiles a proporción que en los mamíferos y aves; los movimientos no son tan vivos y sostenidos; los músculos reciben menor cantidad de sangre, y presentan un color blanquizco; las sensaciones son más obtusas y menos dependientes de un centro común; así es que continúan viviendo y moviéndose mucho tiempo después de haber perdido el celebro, y hasta después de cortada del todo la cabeza; su carne permanece irritable mucho después de separada del cuerpo; su corazón al cabo de algunas horas de arrancado late todavía; y esta dispersión de sensibilidad entre todos los órganos, de los cuales cada uno parece gozar de una existencia particular, coloca a los anfibios en mucho más baja escala que las dos clases precedentes, en que la obra vital se halla localizada, es decir, distribuida a órganos especiales, que por lo mismo dependen unos de otros, y en especial del encéfalo que les comunica el impulso. He allí el texto más a propósito para un artículo sobre centralización. «Podemos comparar, se dirá, el cuerpo político al de los animales superiores: todas las fuerzas vitales convergen a un centro común, que a su vez hace refluir su acción hacia todos los puntos de la periferia: de ahí nace una simultaneidad de acción cuya fuerza es incalculable.» A lo que contestarán los centrífugos: «Es mucha verdad; mientras la capital se halla boyante, la voluntad y la ejecución se ponen en admirable armonía entre aquella y las provincias; pero que vayan a cortarle la cabeza, es decir, que se haya tomado la capital; ¡adiós entonces cuerpo y miembros! En este caso, políticamente hablando, una nación se halla reducida a envidiar la suerte de los reptiles. -Por lo mismo, replican los centrípetas, queremos fortalecer la cabeza del estado con un recinto calcáreo que le formará un cráneo sólido, y la defenderá victoriosamente de los enemigos externos y agentes de destrucción.»

Acaso tema el lector que nuestra lección de historia natural tome un colorido político; pero tranquilícese, que esta digresión ha sido un simple artificio para que grabe más en la memoria uno de los principales caracteres de la organización de los reptiles.

Tienen estos el celebro poco desenvuelto, sin circunvoluciones y enteramente liso; faltan en él los cuerpos estriados, lo mismo que en las aves; los tubérculos de donde nacen los nervios ópticos son bastante gruesos y situados bastante atrás en los hemisferios, sin que estos los cubran; el cerebelo es muy pequeño, especialmente en aquellos reptiles que son menos propensos al movimiento; la médula espinal, en comparación del celebro, está muy desarrollada, como también los ramos secundarios del sistema nervioso.

La sangre de los reptiles contiene, como la de las aves, globulillos rojos y elípticos, pero son en menor cantidad y más gruesos que en estas y que en los mamíferos. La disposición del sistema circulatorio varía según los órdenes, lo cual explicaremos al tratar de cada uno en particular; solo debe notarse aquí que siempre existe mezclada la sangre venosa con la arterial. En cuanto a la respiración, es poco activa, según hemos ya manifestado, pues falta el diafragma, lo mismo que en las aves. Los reptiles pueden detener la respiración sin que por ello deje la sangre de circular, puesto que los vasos que se dirigen a los pulmones son sobrado angostos para dejarla pasar toda, y la mayor parte es impelida a los órganos por los latidos del corazón; lo cual explica la razón porque los reptiles permanecen bajo las aguas mucho más tiempo que las aves y que los mamíferos.

Los animales que nos ocupan se reproducen por medio de huevos; aunque algunos hay que paren sus hijos ya vivientes; de ellos hablaremos al tratar de las serpientes.

El epidermis de los reptiles se renueva varias veces al año, casi siempre en su totalidad y cayendo en una sola pieza; viene a ser una especie de exfoliación de las láminas córneas, y en cada muda los colores del animal se ven más vivos y brillantes. Dicha exfoliación se observó primero en las serpientes, y creíase que solo se efectuaba una vez al año; pero se ha visto por observaciones hechas en las serpientes y lagartos, que las vicisitudes atmosféricas de humedad o sequedad determinan esta especie de despojo. Hasta las tortugas se hallan sujetas a la muda; y Dumeril la observó en una linda especie de emyde, de que conservó las placas que componían su concha. Por último, las ranas mudan con harta frecuencia su epidermis mucoso; pero como esta muda se verifica dentro del agua, se ve a la rana tragarse presurosa la materia viscosa que se ha despegado de su cuerpo. Dumeril en las lecciones dadas en el Museo, enseñó el despojo de uno de estos animales, guardado entre papeles, figurando un dibujo a la aguada y conservando fielmente la forma del individuo de que procedía.

Vamos ahora a tratar de la clasificación de los reptiles, cuya historia lleva el nombre de Herpetología. Brogniart los dividió en cuatro órdenes, representado cada uno por un tipo bien caracterizado; a saber: 1.º las tortugas o quelonios; 2.º los lagartos o saurios; 3.º las serpientes u ofidios, y 4.º las ranas o batracios. Los quelonios tienen cuatro pies y una concha; los saurios cuatro pies, y algunos dos, y la piel escamosa; los ofidios tienen también la piel escamosa, pero fáltanle los pies; y los batracios están provistos de pies pero su piel es desnuda.

Orden de los Quelonios El carácter externo que más hiere a la vista en los quelonios o tortugas es la armadura defensiva que les dio la naturaleza; su cuerpo está protegido por una coraza, que no permite sacar fuera de ella más que la cabeza, la cola y las patas del animal: la pieza superior de dicha coraza toma el nombre de espaldar; y la inferior el de peto. Este se halla formado por el esternón, el cual se ha desarrollado de un modo asombroso, y cubre toda la cara inferior del cuerpo desde el cuello hasta el nacimiento de la cola; el espaldar lo forma la unión de las costillas a las vértebras dorsales; lo cual con dificultad pudiera concebirse sino se observase que la cara superior de dicho espaldar en su línea media presenta ocho láminas óseas; luego diez y seis, que al lado de las primeras forman dos hileras longitudinales; y por último, otras veinte y seis, que forman el contorno de un espacio elíptico (cuidado con no confundir estas láminas del esqueleto de la tortuga con las placas que guarnecen exteriormente la coraza, que no son más que un epidermis sumamente denso, de que luego hablaremos).

Cara inferior de un esqueleto de tortuga, al que se ha quitado el peto.

Examinando la cara inferior es como se conoce la naturaleza de dichas láminas: constituyen la línea media ocho vértebras dorsales, cuyas apófisis espinosas se han complanado en forma de disco; y lateralmente se han ensanchado para unirse y soldarse con ocho pares de costillas, las que también se han dilatado de manera que se tocan en todos los puntos de su longitud, y se articulan por medio de suturas dentadas que hacen inmóviles todas estas piezas; las láminas que forman el borde o contorno oval representan la porción de las costillas que se articula con el esternón, y que está del todo osificada en la mayor parte de las tortugas, lo mismo que en las aves. Por lo demás el esqueleto de estos reptiles, no obstante las modificaciones que acabamos de señalar, compónese de las mismas partes constituyentes o elementales que el de los demás vertebrados, y solo han recibido profundas alteraciones algunas de ellas.

Solo cubre así al espaldar como al peto una piel seca y delgada, cuyo epidermis por lo regular es escamoso; ningún músculo se inserta en su superficie; pues los del cuello y miembros van a implantarse en el interior del tronco. Esta disposición del todo exclusiva; hizo decir a Cuvier que la tortuga, en lo concerniente a su coraza es un animal vuelto al revés, es decir, que tiene los huesos al exterior, y las partes musculosas en lo interior. Las vértebras del cuello y de la cola no son inmóviles, antes bien mutua articulación les permite ciertos movimientos bastante extensos; los miembros se ven truncados, y los dedos apenas distintos. La lentitud de estos animales, que se ha hecho proverbial, depende de la cortedad de las patas, tan distantes de la línea media del cuerpo, que el vientre roza con el suelo cuando la tortuga camina. La piel que viste todo el cuerpo conserva a veces cierta blandura, sin estar cubierta de escamas; pero en la mayor parte de los quelonios hállase guarnecida de una capa de sustancia córnea de extrema consistencia, formada de anchas placas escamosas cabalgadas a veces, o sobrepuestas entre sí por sus bordes.

En la mayor parte de las tortugas el espaldar está cubierto por trece placas centrales, dispuestas en tres filas longitudinales; de las cuales cinco forman la línea media, y se llaman placas vertebrales, y a cada lado hay otras cuatro, llamadas laterales o costales porque cada una corresponde a dos costillas; estas trece placas componen el disco del espaldar. En la circunferencia de este hay otras placas llamadas marginales, dispuestas a pares, y cada par con su unión forma un reborda saliente que es el borde o limbo del espaldar. Su número es de 23 a 25 pares; por lo regular hay diez pares laterales, una media anterior correspondiente al cuello, y otra media posterior situada sobre la cola. De los diez pares laterales, los ocho primeros cubren una parte de la costilla correspondiente y las dos últimas o posteriores corresponden a la última placa vertebral.

El peto se halla igualmente cubierto de placas escamosas, las que presentan comparticiones de figuras varias; son en número de doce, dispuestas en dos series longitudinales.

Los quelonios, lo mismo que los demás reptiles, tienen el tacto muy obtuso; lo cual defiende de ser su piel dura y escamosa. Protegen a sus ojos tres párpados, lo mismo que en las aves, pero el órgano del oído es en estas mucho más completo; falta a los reptiles el pabellón o concha, el tímpano se halla oculto debajo de la piel, y por último los orificios de las narices se abren en el hocico.

Las tortugas carecen de dientes, y sus mandíbulas se hallan revestidas de una sustancia córnea con bordes cortantes lo mismo que el pico en las aves. Mantiénense de plantas terrestres o acuáticas y de animalitos, y gozan de mediano apetito; pueden ayunar durante algunos meses y hasta por algunos años; facultad que se explica por la escasa transpiración de su superficie pulmonar, y en especial del cutis.

Vamos a tratar de la circulación de los reptiles, tomando por término de comparación el corazón de las tortugas.

Corazón y vasos principales de una tortuga.

Sin duda no habrá olvidado el lector que los mamíferos y las aves tienen un corazón doble, teniendo cada parte su aurícula, cavidad que recibe la sangre, y su ventrículo otra cavidad que con su contracción la empuja hacia fuera. Sábese que el corazón derecho recibe la sangre venosa, que le llega de todos los órganos, y la arroja a los pulmones a fin de que se someta a la acción del aire atmosférico. Hecha esta sangre ya arteriosa, pasa de los pulmones al corazón izquierdo, el cual la arroja, también contrayendo sus paredes, a todos los órganos del cuerpo. No sucede empero así en las tortugas, pues aún cuando tienen una aurícula derecha que recibe la sangre venosa, y otra izquierda que recibe la arterial, ambas empero avocan en el mismo y único ventrículo, de lo que resulta que la sangre negra procedente de los órganos para dirigirse a los pulmones, y la sangre roja que viene de los pulmones para volver a los órganos se mezclan en el ventrículo común, el cual contrayéndose empuja la mayor parte de esta mezcla hacia las arterias y estas la distribuyen a todas las partes del cuerpo, enviando mucha menor cantidad al pulmón. De esta suerte la sangre arterial manchada de continuo por la venosa, solo imperfectamente puede vivificar los órganos que debe nutrir, y esto mismo explica el poco calor y fuerza vital que se advierte en los reptiles.

La respiración de las tortugas se opera por un mecanismo particular. Ya se sabe que en los mamíferos y las aves los huesos del pecho gozan de cierta movilidad, y permiten el ensanche de esta cavidad, o su angostura, conforme a las necesidades del animal. Pero en las tortugas estos movimientos del tórax son imposibles, puesto que las costillas, las vértebras dorsales y el esternón no forman más que una sola pieza; así es que el animal atrae el aire a los pulmones del modo siguiente: empieza por ensanchar la cavidad de la boca bajando el hueso hioides, y obliga al aire a que descienda a la tráquea; de modo que puede decirse de la tortuga que respira tragando el aire.

Las tortugas ponen huevos con cáscara calcárea; los dejan en la arena o en tierra, y luego el calor del sol los hace desarrollar. Estos animales gozan de notable longevidad; pues se conocen tortugas de ciento y de doscientos años; y aún se citan algunas que viven hace muchos siglos. Hanse dividido los quelonios en cuatro familias: Terrestres, palustres, fluviátiles y marinas.

Familia de las Tortugas terrestres Los quelonios de esta familia tienen el espaldar muy convexo, y a veces más alto que ancho, formando una bóveda sólida e inmóvil, bajo de la que puede el animal abrigar la cabeza, la cola y los miembros; las patas consisten en una especie de muñones redondeados, gruesos y cortos; los dedos son casi iguales, e inmóviles, unidos por una piel densa, y que solo se muestran al exterior por las uñas cortas, gruesas y cónicas, semejantes a pequeños cascos; en las patas anteriores se ven cinco uñas, y cuatro solamente en las traseras. Estas tortugas viven en los bosques o prados, y nunca van al agua, si bien gustan de sitios húmedos. Su alimento consiste en vegetales y moluscos. Excavan madrigueras con las patas, y duermen durante el invierno hasta en los países donde es muy templado.

La TORTUGA GRIEGA (Testudo graeca, LIN.). Esta tortuga, que tomamos por tipo, se encuentra en el litoral del Mediterráneo; su espaldar presenta una convexidad uniforme; las escamas son prominentes, granujientas en el centro y rodeadas de estrías concéntricas: la primera placa vertebral es pentágona; las tres siguientes, hexágonas, y la quinta es cuadrilátera; las dos primeras laterales tienen casi la forma de un cuarto de círculo o disco, y las seis que les siguen presentan una figura cuadrilonga. La misma figura cuadrilonga ofrecen las placas marginales, con profundas estrías transversas; es decir, de adelante atrás, y apenas son estriadas de arriba abajo. Las placas de encima del cuello y de los miembros son ligeramente festoneadas, y sus bordes son cortantes; encima del cuello existe una escotadura ancha y poco profunda; al paso que los bordes de las placas que corresponden a los miembros son algo más prolongados y ranversados hacia arriba. El peto está separado en dos grandes porciones por un surco longitudinal, y se compone de doce placas estriadas en dos direcciones, lo mismo que las placas marginales del espaldar; las dos primeras son pequeñas y triangulares; las dos siguientes, cuadrilongas y situadas oblicuamente; las otras dos, que forman el tercer par, son también oblicuas, pero más estrechas y prolongadas; las del cuarto par, o del centro del peto, grandes y cuadradas, se encorvan para mejor disposición de las aberturas por donde salen los muslos. Las placas del quinto par son semejantes a las del segundo; y finalmente las que forman el sexto y último par tienen la figura romboidal, y la situación oblicua; de manera que en el extremo del peto dejan una ancha escotadura angular. Las placas vertebrales tienen un color amarillo, y los bordes anteriores y laterales negros; también son amarillas las placas laterales y marginales, con estrías anteriores negras; en el centro de las placas del disco obsérvase una mancha negra irregular. El peto es en su totalidad amarillo con manchas o jaspes negros. La parte superior de la cabeza es convexa y cubierta de escamas; el hocico se halla como truncado; las narices aproximadas y superficiales; las mandíbulas ligeramente dentadas a modo de sierra, y la superior además contiene dos dientes laterales. El cuello puede prolongarse fuera de la coraza cosa de una pulgada; cúbrelo una piel escamosa y laxa, la que se repliega a modo de capucho sobre la nuca al arbitrio del animal. Esta especie crece con mucha lentitud, hasta adquirir lo más unas 10 pulgadas de largo; busca los sitios arenosos y cubiertos de arbustos; gústale calentarse a los rayos del sol y come hojas, frutas y caracoles, cuya cáscara rompe fácilmente con sus fuertes mandíbulas. Pone a mediados del verano cuatro o cinco huevos semejantes a los de paloma; y de ellos nacen los hijos tamaños como una nuez, después de pasadas las lluvias primeras de setiembre. En el mes de octubre se esconde debajo de la tierra, de donde no sale hasta por abril. Esta especie es la que se conoce de más antiguo; tanto que Fidias, escultor griego, la representó a los pies de su Venus. Es animal muy manso; aunque los machos se pelean a cabezadas y mordiscos. En Italia y Sicilia comen su carne y también los griegos en los días de vigilia, pues la ponen en la categoría del pescado, huevos, etc., y beben su sangre cruda. Con esta especie, y en especial con la morisca, que se le aproxima mucho y abunda en las costas septentrionales del África, se prepara el renombrado caldo de tortuga.

Tortuga griega.

La TORTUGA (Testudo marginata, SCHOEFF.). Habita en la América meridional; y es muy semejante a la tortuga griega, aunque su coraza es más larga y estrecha en su diámetro menor; las estrías que rodean las placas son mucho más salientes. Las trece placas dorsales son pardas, o mejor negras, con el centro amarillo; las marginales se ven teñidas oblicuamente de amarillo y negro; el peto presenta los mismos matices que en la tortuga griega, pero el negro predomina sobre el amarillo. La especie de que tratamos muévese con mayor lentitud que la precedente. «Cuando anda, dice Lacepède, roza las uñas de los pies delanteros una después de otra con el suelo, apoyándolas por separado una tras otra; de manera que los pies vienen a hacer el oficio de ruedas, como si la tortuga tratase de levantar muy poco las patas, y de adelantar por una serie de pasitos, para disminuir la resistencia del peso que arrastra. Cuando se ha volcado de espalda al suelo puede recobrar por sí misma la posición natural para lo cual no emplea las patas, que no pudrían alcanzar al suelo; sino que se valen tan solo de la cabeza y del cuello, con los que se apoyan fuertemente procurando, por decirlo así, levantarse, y balanceándose de uno a otro lado buscan un punto del terreno que sea algo inclinado y les ayude a volverse en la posición regular, en cuyo caso dirigen todos sus esfuerzos hacia el lado del declive.»

La TORTUGA HÉCATE de BROWN, constituye una variedad de la que antecede, y también habita en la América meridional; su coraza es densa, y muy a menudo llega a tener 1 pie y medio de longitud; adornan su superficie placas hexágonas, oblongas, y forman unas líneas sutiles que parten del centro a la circunferencia a modo de radios. La carne es muy apreciada en clase de sustancia alimenticia. Abundan en la isla de Pinos, entre Cuba y el continente de América. Los cazadores las cogen con la mayor facilidad en los bosques y las llevan a sus cabañas; luego les marcan una señal en la concha y las dejan ir libres por los alrededores, seguros de que volverán a hallarlas concluida la cacería. Esta toma de posesión es sagrada entre los salvajes, y en varias partes de la América meridional la usan con todas las tortugas terrestres.

La TORTUGA GEOMÉTRICA (Testudo geometrica, LIN.). Es una especie de las más lindas que abraza esta familia: su concha no pasa de 6 a 8 pulgadas de longitud; sus placas dorsales presentan líneas amarillas, que parten de un centro de este color e irradian sobre un hermoso fondo negro de ébano. El peto es escotado en su parte posterior y muy aproximado al extremo del espaldar; su color es amarillo con un baño parduzco en el centro, y con puntos regularmente pardos hacia los bordes. La tortuga geométrica se encuentra en Asia, en la isla de la Ascensión y en el cabo de Buena Esperanza; los hotentoles hacen servir la caja ósea de esta tortuga para poner el tabaco.

La TORTUGA INDIA (Testudo índica, SCHOEFF.). Esta especie tiene un volumen enorme; tal que su coraza pasa de 3 pies de longitud. Esta es pardo-oscura, comprimida hacia la parte anterior, y replegado el borde anterior por encima del cuello.

Sobre la especie que antecede dice Francisco Leguat que durante su permanencia en la isla Rodríguez, en 1692, encontró tortugas que pesaban cerca de 100 libras. «En ella, dice Leguat, hay tanta copia de tortugas, que a veces se presentan reunidas en número de más de dos y tres mil; de modo que pueden andarse más de cien pasos por encima de sus conchas sin poner el pie en el suelo; júntanse al anochecer en los sitios frescos; y se estrechan tanto unas con otras, que parece el suelo enladrillado con los espaldares. Tienen la extraña costumbre de poner siempre en los cuatro lados, a cierta distancia de la manada, centinelas, que vueltas de espalda al campo, parece que acechan y vigilan; lo que no hemos dejado de notar ni una sola vez; sin embargo de parecer esto tan increíble, cuanto que estos animales ni pueden huir ni defenderse.»

La TORTUGA ELEFANTINA (Testudo elephantina, DUMER.). Con esta terminaremos la historia de las tortugas terrestres. Este gigantesco quelonio tiene por patria las islas del canal de Mozambique; su altura es igual a su anchura, que a veces pasa de 4 pies. El espaldares convexo, oval y de color pardo, más subido en el centro de las placas, las cuales unas veces son estriadas, y otras lisas; casi siempre se ve una placa encima de la nuca; las situadas encima de la cola por lo regular son sencillas. En el Jardín Real existieron dos individuos vivos de esta especie, procedentes de la isla de Francia, donde hacía cosa de 100 años que vivían, y pasaban de 3 pies de altura. Eran mansos y les gustaban las sustancias vegetales, sus movimientos eran pausados; pero tenían gran fuerza, tal que dos hombres puestos de pie encima de su espaldar, casi no incomodaban la marcha del animal.

Familia de las Tortugas palustres Las tortugas pertenecientes a esta familia tienen los dedos separados, provistos de uñas ganchosas y reunidos en la base por una palmeadura más o menos extensa. Las palustres establecen la transición de las terrestres a las acuáticas; andan con menos lentitud que aquellas, y nadan perfectamente. Viven a orillas de los estanques, lagos, riachuelos de corriente no muy rápida, consistiendo su régimen alimenticio en moluscos de agua dulce, lombrices y ranas.

El GALÁPAGO COMÚN (Testudo orbicularis, LIN.). Es especie muy abundante, y se encuentra en todo el oriente y mediodía de Europa: la concha tiene 6 pulgadas de largo; es oval, poco convexa, bastante lisa, negruzca y salpicada de puntos amarillos dispuestos en forma de radios. El esternón se halla dividido transversalmente en dos partes iguales, ambas movibles. Este galápago vive en aguas turbias metido en el cieno, y se alimenta de insectos, pececitos y yerbas. Es su carne comestible, y la venden en varios mercados de Alemania; para lo cual los crían en los jardines y huertas con lechugas, legumbres y pan. Al aproximarse el invierno se esconde en la tierra y permanece aletargado hasta la primavera.

El GALÁPAGO CENAGOSO (Testudo lularia, LIN.). Se diferencia del anterior en que su espaldar es más complanado, sin presentar manchas amarillas, y por ser de menor tamaño. Tiene los mismos hábitos y se encuentra en toda Europa hasta en las latitudes más frías, como son la Silesia, el Volga, el Tanaide, el Oural y lagos vecinos. Gústanle en especial las aguas muertas donde abundan los insectos. Cuando se halla en un riachuelo o en un estanque, ataca indistintamente a toda especie de peces, hasta a los mayores, mordiéndoles en el vientre y desgarrándolo con fuerza; cuando se encuentran aniquilados por la pérdida de sangre los devora con afán, sin dejar más que las espinas, la cabeza y la vejiga natatoria. En los jardines donde crían este galápago no deja de ser útil, pues destruye una infinidad de animalitos dañinos, en especial los caracoles, limazas, lombrices de tierra e insectos; aunque fuera muy perjudicial si se le permitía entrar en los viveros, que pronto dejaría despoblados. Es menester tenerle dispuesto un barreño de agua donde pueda bañarse de cuando en cuando. Lo mismo que el galápago común de Europa, se aletarga este durante el invierno; y si bien le gusta permanecer en el agua, busca para invernar un terreno seco, tiende donde emplea más de un mes en escavarse una madriguera de 8 pulgadas de profundidad. Salo por la primavera, y hace la puesta en un hoyo en la arena expuesto al mediodía. Por espacio de tres meses ejerce el sol su influjo vivificador en los huevos, y al cabo de ese tiempo nacen los hijos teniendo entonces unas 8 líneas de longitud total. La carne de esta especie se emplea con especialidad en la confección de caldos medicinales, y jarabes para las personas de pecho delicado.

Hay otras especies, también palustres, cuyo peto es todavía más móvil que en las dos que preceden; en su centro se ve una verdadera charnela transversal que se separa en dos hojas, una anterior y otra posterior, que al hallarse en yuxtaposición con el espaldar, forman juntos una especie de caja cerrada, en cuyo interior el animal está al abrigo de todo ataque. Entre las que tienen las dos hojas del peto móviles, se hallan las siguientes:

La TORTUGA DE PENSILVANIA (Testudo pensilvanica, LIN.). Esta tortuga de charnela, tiene la concha de 3 pulgadas de largo, de figura oval, anteriormente lisa, y de un matiz que tira a rojizo. Vive esta pequeña especie en los pantanos de la Florida y de la Carolina, y en ellos se mantiene escondida y aletargada durante todo el invierno debajo del cieno, de donde sale por la primavera para hacer la puesta: las demás especies solo tienen móvil la hoja superior del peto.

La TORTUGA CERRADA (Testudo clausa, SCHOEPFF.). Es parduzca, con las placas dorsales del espaldar amarillentas y estriadas, las vertebrales casi carenadas a lo largo; el peto en su centro es algo comprimido, y el espaldar tiene dos pulgadas de longitud. Esta especie vive en varias comarcas de la América septentrional; frecuenta los pantanos, y le gustan igualmente los lugares secos y expuestos al sol: tiene la caja un espesor tan considerable, y tanta es la fuerza de los músculos, que el animal anda cargado con un peso de 600 libras. Come escarabajos, lirones, y hasta, según dicen, serpientes de 4 y 5 pies de largo, sofocándolas antes de estrecharlas por el medio del cuerpo entre el espaldar y la hoja del peto. En algunos crían en los jardines para que los limpie de caracoles y ratas. Los americanos hallan que la carne de este reptil tiene un sabor rancio; al paso que hallan sus huevos excelentes.

La TORTUGA MATAMATA (Testudo fimbriata, LIN.). Esta especie singular se halla en la Guyana; y su cuerpo sale de tal modo fuera de la coraza, que el animal no puede ponerse a su abrigo aún cuando se siente herido: sus narices se prolongan formando una pequeña trompa; la boca no está provista de un pico de sustancia córnea, sino hendido, lo mismo que la de un sapo; el mentón y el cuello se ven guarnecidos, de franjas recortadas; el espaldar es complanado y erizado de eminencias piramidales. La longitud de esta tortuga es de 2 pies y 3 pulgadas. Los cazadores de la Guyana la persiguen de continuo, por suministrar un alimento sano y agradable; pero abunda a cierta distancia de dicha isla. Apártase apenas de los ríos, pues se alimenta de las yerbas que a sus orillas crecen.

Familia de las Fluviátiles Los quelonios que componen esta familia carecen de escamas, y en su lugar se ve una piel cartilaginosa que reviste la coraza; de donde tomó origen su nombre de tortugas blandas, que lo dan los naturalistas. A más de esto las costillas no les llegan a los bordes del espaldar, y solo en parte de su extensión se hallan adheridas entre sí: la unión de las costillas al esternón se hace por el intermedio de un simple cartílago, y las piezas de este hueso tampoco se hallan osificadas de un modo continuo. Los pies son palmeados, tan solo aptos para la natación, y solo tres dedos tienen uñas; la porción córnea del hocico se halla exteriormente revestida de labios carnosos, y la nariz se prolonga en forma de trompa. Estas tortugas son esencialmente acuáticas; así viven en los ríos de la zona tórrida, nadan perfectamente, y no van a tierra sino al anochecer. Su voracidad es indecible, y se alimentan en especial de reptiles y de peces.

La TIRSÉ, o TORTUGA DEL NILO (Testudo triunguis, LIN.). Esta especie se encuentra en el Nilo; llega a veces a 3 pies de largo; su color es verde con manchitas blancas, y su espaldar poco convexo. Como se alimenta de los pequeños cocodrilos recién nacidos del huevo, causa grandes beneficios en Egipto.

La TORTUGA FEROZ (Testudo ferox, LIN.). Albérgase en los ríos de las dos Américas; y para coger a las aves y reptiles de que se mantiene permanece emboscada debajo de las raíces de los juncos. Devora también a los pequeños caimanes; pero a su vez es devorada por los ya crecidos. La carne de estas tortugas es apreciada por lo sabrosa.

La TORTUGA SERPENTINA (Testudo serpentina, LIN.). Esta es tina tortuga de agua dulce, cuya cola es tan larga como la coraza, y cuyos voluminosos miembros no caben debajo del espaldar; la cola, además de su longitud, se ve erizada de crestas o dientes espinosas, y las escamas se presentan prominentes en figura piramidal. Esta tortuga, que a veces pesa hasta 20 libras, habita en las aguas dulces de la América septentrional, y aún se aleja bastante do sus orillas. Su voracidad es grande; despedaza a los pequeños patos, peces, reptiles y hasta a los de su propia especie; su modo de coger la presa consiste en levantarse sobre sus pies traseros y alargar al mismo tiempo el cuello con un movimiento rápido.

Familia de las Tortugas marítimas Las tortugas que viven en los mares, a las que Brogniart llamó quelonios, forman un grupo muy natural, que se diferencia de todas las demás tanto por su conformación como por sus hábitos. Tienen las patas complanadas a modo de paletas; los dedos enteramente envueltos en la piel y del todo inmóviles; solo dos de ellos tienen uñas, y aún estas caen muy pronto. Las patas anteriores son muy largas, y lo mismo que le sucede a la cabeza, no pueden recogerse en su totalidad dentro de la coraza; el espaldar es poco convexo, y en las inmediaciones del borde de este las costillas no se presentan adheridas; el esternón solamente se halla osificado en las partes laterales; encima de los orificios de la nariz existe una válvula carnosa que los cierra cuando el animal se sumerge en el agua; por último, tienen el hocico cortante y la mandíbula superior ganchosa.

La TORTUGA FRANCA (Testudo mydas, LIN.). Hállase en el Océano Atlántico, cubren su espaldar 13 placas, no imbricadas o sobrepuestas en sus bordes, de color leonado, con innumerables manchas pardas, y como un baño de color verde. Esta especie tiene a veces 6 ó 7 pies de longitud, y pesa hasta 800 libras.

Las tortugas francas pacen reunidas en gran número, las algas marinas en el fondo del océano, y en especial se alimentan con el zóstera, especie de planta monocotiledónea que presenta la forma de un lazo largo y estrecho. Nadan con suma facilidad, tal que a veces se las encuentra a más de 500 leguas distantes de tierra, flotantes y dormidas en la superficie del agua. No salen del mar sino en la época de la puesta; y entonces se dirigen a las costas de islas desiertas, donde depositan sus huevos. A veces el día antes de hacer la puesta acuden a examinar el terreno, y si es de su gusto, van el siguiente a efectuarla. Empieza la tortuga a salir del mar luego de puesto el sol; al acercarse a la orilla saca la cabeza fuera del agua y examina al rededor; después de haberse adelantado algo más; párase a mirar de nuevo hacia todas partes; si ve un hombre, al punto vuelve a internarse en el mar; pero cuando todo está tranquilo, va subiendo hasta fuera de la línea donde llega la más alta marca, y en dicho sitio pone los huevos, para que el agua no los alcance, ni los deje sumergidos. Con las extremidades anteriores escava en el suelo un hoyo de dos pies de profundidad, y en el mismo pone los huevos arreglados en hileras regulares. Cada puesta consta de más de cien huevos, los que en seguida cubre de arena, y anivela el terreno con tal destreza y cuidado, que no queda vestigio de su trabajo, hecho lo cual vuélvese al mar. El sol de los trópicos suple la falta de incubación; de modo que a los quince días de permanecer los huevos bajo sus vivificantes rayos nacen los pequeñuelos y desde luego se dirigen al mar. Esta es la época más crítica de su existencia; pues antes no pueden aposesionarse de su elemento natural, les es preciso evitar muchos y terribles peligros. Las rapaces diurnas, las zancudas, y los cocodrilos reunidos en las orillas están acechando el instante de su salida, cuya época periódica tienen muy prevista y conocida. Así que las tortuguitas han roto la cáscara, levantan la arena que las cubre, y salen a la luz del día, débiles y desprovistas de conchas; empezándose entonces una lamentable matanza: unas son pasto de sus voraces enemigos; otras con toda la premura que su natural lentitud les permite tratan de ganar las olas, y muchas de ellas perecen en el camino; las más venturosas llegan por fin al agua; pero como les cuesta algún trabajo hundirse en ella, las paviotas y cuervos marinos que rozan la superficie de las aguas todavía se llevan algunas; y para colmo de desgracia, de las que logran sumergirse caen una porción en las fauces de los tiburones. Como todo en este mundo tiene fin, aquí acaba la persecución que sufren las inocentes tortuguitas. Pronto les crecerán las escamas y se endurecerán las placas de sus corazas, y entonces podrán desafiar el poder de todos sus enemigos. Sin embargo queda uno para el cual ningún resguardo hallarán en esta arma defensiva, y este es el hombre; pues los marinos, cansados de los trabajos y privaciones de una larga navegación, encuentran deliciosa la carne de la tortuga franca. Abundan estos reptiles en los alrededores de las Antillas, sobre todo en un reducido archipiélago cerca de tierra firme, llamado por esta causa Tortugas. Igualmente se hallan en abundancia en las islas de Cabo Verde, de la Ascensión, de Francia, de Madagascar, Sandwich, Galápagos, etc. y en el grande Océano Atlántico y más allá de las zonas trópicas hasta 50º de latitud. En 1752 cogieron en el puerto de Dieppe una tortuga franca de 900 libras de peso, de 6 pies de longitud sobre 4 pies de anchura. Dos años después pescose en el puerto de Antioquía, a la altura de la isla de Rhe, otra tortuga todavía más enorme que la precedente; pues desde el hocico a la punta de la cola mediaban 8 pies, 4 pulgadas; de su hígado comieron más de cien personas, y se sacaron de ella cien libras de grasa. Tan estupendas dimensiones hacen creíble el aserto de Plinio y de Diodoro, quienes escriben que los quelonófagos (comedores de tortugas) habitantes del litoral del Mar Rojo, emplean a manera de esquifes los espaldares de grandes tortugas marítimas. Cita Dampier una tortuga mucho más colosal que las referidas; pues su espaldar presentaba 4 pies de profundidad, sobre 6 pies de ancho; y sirvió de batel a un muchacho para dirigirse a un cuarto de milla de distancia, y reunirse al buque que su padre mandaba en la bahía de Fernambuco. Cógense las tortugas, ya con arpón, lo mismo que los ballenatos, ya con redes tendidas en los islotes donde estos reptiles van a pacer las algas, ya en fin sorprendiéndolas al tiempo de ir a hacer la puesta; y en este último caso las matan en el sitio, o si no hay tiempo de llevárselas, se contentan con volcarlas patas arriba por medio de unas estacas, operación que requiere prontitud y destreza, por cuanto la tortuga arroja arena en derredor con sus patas-aletas, y puede causar no poco daño a sus perseguidores. En dicha disposición pueden conservarse las tortugas por espacio de un mes, como se tenga la precaución de rociarlas con agua de mar cuatro o cinco veces al día.

Carey.

La TORTUGA CUANA (Testudo carretta, LIN.). Nunca llega esta especie a tener las dimensiones de la tortuga franca; pues no pasa de 4 pies; y su peso llega a 300 ó 400 libras. El carácter específico que la distingue de la precedente se saca del número de placas que forman el espaldar; que son quince, y no trece; la cabeza es más gruesa, y el color como castaño oscuro. Encuéntrase en el Océano y en el Mediterráneo, y es la más esforzada y voraz de entre las tortugas. Come caracoles marinos cuya concha quebranta con sus robustas quijadas. La carne de esta especie es oleosa, rancia, coriácea y almizclada; pero sus huevos son un manjar delicado. A más suministra un aceite que emplean para alumbrar, para adobar los cueros, y también para untar las maderas y preservarlas de carcoma.

El CAREY (Testudo imbricata, LIN.). Esta especie suministra la sustancia que llamada concha y también carey, de tanto uso en las artes, en especial en la fabricación de peinetas y objetos de ornato, conócese en la disposición de las placas del espaldar, que se hallan sobrepuestas al modo de las tejas; tiénelas en número de trece, de color amarillento jaspeado o pardo jaspeado. Es el carey más pequeño que la tortuga franca; tiene más prolongado el hocico y las mandíbulas dentadas. Su alimento consiste en plantas marinas, aunque también come crustáceos, moluscos y peces. Encuéntrase en los mares de América y en el Océano Índico; sus hábitos son los mismos que los de las tortugas franca y enana, y hace la puesta en los mismos sitios que estas, constando cada cría de 200 huevos.

Sin embargo de ser la carne del Carey desagradable y malsana, los marineros la comen con sumo gusto. Pero lo que hace buscar con más afán esta especie son las placas de su espaldar: aunque estas son semejantes al cuerno, su sustancia no es fibrosa, ni tampoco lamelosa; y sobre esto son más diáfanas y más fácilmente pulimentables: circunstancias que las hacen mucho más estimadas que el cuerno. Cada tortuga suministra unas cuatro libras de concha; la cual quitan poniendo fuego debajo del espaldar: con el calor se solevantan las placas y no hay más que irlas despegando con la mano. Cuando se quiere labrar la concha así en bruto, se reblandece primero metiéndola en agua caliente, y en seguida se coloca en moldes de hierro calentados de antemano con agua hirviendo; pudiéndose de este modo encorvarla, doblarla, soldarla, extenderla, y comunicarle en fin todas las formas y disposiciones imaginables; con la ventaja de que hasta los más pequeños fragmentos pueden fundirse y formar con su unión una sola pieza continua.

Carey visto por su cara inferior.

Debe añadirse a la familia de las tortugas marítimas una especie desprovista de escamas o placas, cuya coraza está simplemente cubierta de una piel coriácea: llámanla laúd.

El LAÚD (Testudo coriácea, LIN.). Su espaldar, de figura oval y puntiaguda, presenta tres crestas salientes al través del cuero, y en la parte posterior se prolonga en términos que parece formar otra cola encima de la verdadera. Solo se encuentra esta especie en el Mediterráneo, y acaso también en el Océano Atlántico. Hace su puesta en los arenales de las costas de Berberia, y puede adquirir enormes dimensiones; de manera que en 1779, en Ceta pescaron una de 5 pies y 5 pulgadas de longitud; y en la desembocadura del Loira en 1729 otra de 7 pies y 1 pulgada. El naturalista que extendió la descripción de esta última asegura que dio terribles aullidos cuando la mataron; hecho del todo inverosímil. Dicen que fue esta especie conocida de los antiguos griegos, quienes hicieron de su espaldar la caja de un instrumento de música, añadiéndole cuerdas de tripa o de metal; por cuya razón en Grecia estaba dedicado este animal a Mercurio, inventor de la lira.

Orden de los Saurios Comprende este orden a todos aquellos reptiles que por el conjunto de su estructura ofrecen alguna semejanza a los lagartos; por consiguiente, tienen el cuerpo prolongado y terminado por una cola, y cuatro miembros o extremidades la mayor parte, aunque algunos solamente dos: su esqueleto no ofrece cosa excepcional. La movilidad de las costillas, las cuales se articulan con el esternón, les permite levantarse y bajarse en el acto de la respiración, el cual se efectúa del mismo modo que en los mamíferos y las aves. Los pulmones son grandes y penetran bastante en la cavidad abdominal. Cubre a la piel un epidermis escamoso; la boca, anchamente hendida, carece de labios, pero está armada de dientes cónicos. Son los saurios esencialmente carnívoros, por lo que es bastante corto su canal digestivo.

Esqueleto de un saurio.

Dividiremos el orden de los saurios en seis familias, o mejor en seis grandes géneros; a saber: cocodrilos, lácertos, iguanas, gecos, camaleones, y escincos.

Familia de los Cocodrilos Los cocodrilos tienen la cola comprimida lateralmente, provistos de cinco uñas los dedos de las patas anteriores, y de cuatro solamente las traseras, todos unidos más o menos por membranas, lo que indica hábitos acuáticos. Distínguelos particularmente de los demás saurios la estructura del aparato circulatorio; pues tienen dos corazones, cada cual con su aurícula y ventrículo propio, lo mismo que los mamíferos y las aves; con todo, la cabeza recibe solo sangre arteriosa; mientras que las partes inferiores se nutren como en los demás reptiles con la mezcla de sangre roja y de sangre azul o venosa. Imaginémonos que en la circulación, tal como en los mamíferos, un vaso nacido en el ventrículo derecho y que contiene sangre venosa va a desembocar en la aorta descendente; y nos será fácil comprender como efectuándose la mezcla debajo de las ramas arteriosas que se dirigen a la cabeza y parte anterior del tronco, estas partes recibirán sangre pura arterial; al paso que todas las demás la recibirán mezclada. Los cocodrilos pueden permanecer sumergidos en el agua con la boca abierta, quedando solo fuera del líquido los orificios de las narices, sin necesidad de interrumpir la respiración, facultad dependiente de cierto repliegue membranoso, semejante al velo del paladar en los mamíferos, el cual bajándose intercepta toda comunicación entre la boca y la nariz con el árbol respiratorio; cierran las ventanas de la nariz unas válvulas que ocupan la punta del hocico; la boca se extiende de una a otra oreja; y en cada mandíbula hay una fila de dientes agudos y articulados en alveolos distintos.

Son los cocodrilos unos animales de grandes dimensiones; en la espalda y la cola defiéndenlos recias escamas que forman cresta en su parte media, y son delgadas, lisas y dispuestas a modo de fajas transversales. Habitan en los ríos y lagos de la zona tórrida; nadan muy bien, y corren con rapidez en línea recta, siéndoles bastante difícil mudar de dirección una vez emprendida la carrera; así es que puede uno escapar de su persecución huyendo y dando rodeos. Dicha dificultad proviene de que apoyándose entre sí las vértebras cervicales por medio de ciertas costillitas falsas, no ejecutan con facilidad los movimientos laterales. Son estos reptiles sumamente voraces, y atacan hasta al hombre y a los grandes mamíferos. La lucha que con estos últimos se traba algunas veces anima momentáneamente a los ojos del viajero los silenciosos desiertos de la zona tórrida.

Lucha de tigre y del cocodrilo.

Acude un tigre a mitigar la sed a la orilla de un lago, y en un instante se halla cogido del hocico con un par de quijadas que aprisionan y paralizan las suyas: consiste esto en que a un cocodrilo, que se hallaba emboscado en un cañaveral, se le antojó hacer presa en el más fiero de los cuadrúpedos. Privado el tigre del auxilio de sus terribles colmillos, no trata de despedazar con las garras la impenetrable coraza del reptil, sino de arrancarle los ojos, así es que hinca sus retráctiles uñas en las órbitas del enemigo. Pero como en este más puede el hambre que el dolor, no suelta la presa; antes bien procura arrastrarla al agua y sumergirla: el tigre ni aún en el fondo del agua deja el único punto vulnerable del cuerpo del cocodrilo; de modo que ambos mueren víctimas de su saña, el tigre anegado, y el reptil, que quedó ciego, se ve condenado a una muerte inmediata. Los cocodrilos no pueden tragar cosa alguna en el agua; pero ahogan la presa, y luego la ocultan entre las cañas, devorándola cuando empieza la putrefacción.

El COCODRILO (Lacerta crocodilus, LIN.). Tiene el hocico largo y complanado, con una escotadura a cada lado de la mandíbula superior, en la cual encaja el cuarto diente de la mandíbula inferior; su total longitud a veces pasa de 30 pies; en el dorso tiene seis hileras de placas cuadradas e iguales; el color de este reptil es verde bronceado, con jaspes y puntos pardos superiormente, y verde amarillento en su cara inferior. Vive en los grandes ríos de la zona tórrida, y donde por primera vez se observó fue en Egipto. Antiguamente bajaba hasta el Delta, y según refiere Plinio, pasaba cuatro meses de invierno aletargado en las cuevas. En la actualidad no abandona la Nubia, ni tampoco se aletarga.

Conocida es la veneración que tributaron a ese reptil los antiguos egipcios: los habitantes de Tebas le adoraban, le daban alimento, engalanábanle con joyas, y cuando muerto embalsamaban su cuerpo. Parece, no obstante que ese culto se tributaba a simples individuos; pero de ninguna manera a la especie entera, supuesto que en tiempo de Herodoto se hacía activa guerra a los cocodrilos del Nilo: echaban al río un anzuelo del tamaño proporcionado al uso a que se le destinaba, con una lonja de tocino por cebo; luego el pescador hacia gruñir un cochino, cuya voz atraía al cocodrilo, pero hallaba este durante el trayecto el pérfido cebo, y quedaba cogido; entonces lo tiraban hacia la orilla. No siempre le perseguían con designio de comer su carne; sino que a veces era para cogerlo vivo. Sabemos que el edil Escauro, y los emperadores Augusto y Heliogábalo hicieron llevar a Roma cocodrilos vivos, que ofrecieron en espectáculo al pueblo.

No terminaremos la historia del cocodrilo sin hablar de un caso particular que, atestiguado primeramente por Aristóteles y Herodoto, pusiéronlo después en duda los naturalistas del siglo XV, y por último acaba de confirmarlo Godofredo de Saint-Hilaire. Trátase de cierto pacto que ha establecido la Providencia entre el cocodrilo y una avecilla del orden de las zancudas; la cual se introduce sin temor en la disforme boca del reptil, permanece en ella cuanto quiere, y vuelve a salir incólume, a veces después de haber estado algunas horas entre las formidables quijadas. Para comprender tanta seguridad y confianza en el ave, y tanta tolerancia en el reptil, es menester que se sepa cómo el cocodrilo para dormir y hacer la digestión se ve obligado a salir a tierra. En su boca, abierta durante el sueño, penetran miles de hormigas para saciarse con los restos de sustancias animales que existen entre los dientes de la enorme bestia, cuya lengua inmóvil no es apta para quitarlas, no obstante lo mucho que tales insectos le molestan con sus mordiscos. Pero sucede que el pluvial, que gusta en extremo de hormigas, se introduce en la boca, se instala en ella con todo atrevimiento, y se sacia de tan importunos huéspedes. Así es que sintiendo el cocodrilo el alivio que el ave le procura destruyendo a sus parásitos enemigos, no solo no le hace daño, sino que lleva su gratitud hasta advertirle, por un movimiento particular cuando quiere sumergirse en el agua; en cuyo caso el pluvial toma el vuelo y desaparece. El cocodrilo de Méjico, del que vamos a tratar, recibe igual servicio de un ave del orden de los páseres.

El COCODRILO DE LARGO HOCICO (Crocodilus acutus, CUV.). Esta especie pertenece a las Antillas; tiene cuatro filas de placas, siendo su ordinaria longitud de 16 pies: es muy fiero y peligroso hasta para el hombre. La hembra hace su puesta en hoyos que excava en la arena; nacen los huevos al cabo de un mes; acude la madre a escarbar el suelo para desenterrar a sus párvulos, y provee a sus necesidades y defensa durante los tres primeros meses de su existencia.

Los Caimanes se diferencian de los cocodrilos en que el cuarto diente de la mandíbula inferior es recibido en un agujero, en lugar de escotadura, de la mandíbula superior; los dedos traseros son semipalmeados.

El ALIGÁTOR (Cocodrilus lucius, CUV.). Tiene por carácter específico cuatro placas principales que ocupan la nuca. Abunda en las partes meridionales de la América del Norte; en la desembocadura del río Misisipí, y en los interminables pantanos que produce este río con sus periódicas inundaciones. Véseles reunidos en gran número: unos durmiendo encima de troncos de árboles viejos flotantes; otros hendiendo las aguas en todas direcciones; los párvulos agarrados de la espalda de los padres; y de aquellas repugnantes y numerosas reuniones sale tal estruendo, que no lo igualaran mil bueyes peleando entre sí y mugiendo de coraje. Pero con todas sus estrepitosas demostraciones el aligátor no ataca al hombre; solo va a tierra impelido por la necesidad de hacer la puesta, o de tomar alimento, el cual consiste en tortugas terrestres y en lechones o cochinitos; tienen el andar lento, y con la cola surcan el fango como pudiera hacerlo la quilla de una lancha. Fuera del agua, es el aligátor más medroso aún que puesto en su natural elemento: se encoge, se aplasta en el suelo, y hace rodar sus ojos dentro de las órbitas; pero sin menear la cabeza. Si se le acerca un hombre, el reptil ni huye ni embiste; solo lo ve venir con inquietud, se solevanta, hínchase, y despide el aliento con tal fuerza que parece el fuelle de una fragua. No emplea para su defensa otra arma que la cola; pero esta es formidable, y la bande con tan prodigiosa fuerza y agilidad, que de un golpe puede aterrar y dejar muerto a un hombre. Pero como este no pierda la serenidad y sepa mantenerse fuera del alcance de la cola atacando de frente al aligátor, podrá sin riesgo molerle a palos.

Aligátor.

En los estanques que forma el Misisipí con sus desbordamientos, deja al volver a su cauce natural millares de peces, que sirven de abundante pasto a dichos reptiles, aunque no sin que vaya el hombre a disputárselo impunemente. El cazador que da vueltas por el estrecho sendero que orilla dichos estanques, puede tirarle a quemarropa; y si la bala da en un ojo del reptil, su muerte es tan cierta como instantánea. Se les da caza por causa del aceite que contiene su cuerpo, y que, lo mismo que el de los cetáceos, es excelente para la conservación de los cueros. Tal vez suele acontecer que un muletero, deseoso de evitar rodeos, se decide a atravesar con su ganado las lagunas donde pululan los aligátores; la llegada de los cuadrúpedos domésticos que se arrojan a nado, pone en movimiento a los voraces reptiles, y van a rodear a los recién llegados; en términos que habrá algunas víctimas si el conductor pierde la serenidad; con todo, como tenga presencia de ánimo y destreza para repartir algunos palos a los sitiadores, les infundirá tal respeto que toda la recua pasará el vado sin otro percance que el susto, pues los animales conocen el peligro de que acaban de escapar.

En invierno refúgianse los aligátores bajo las raíces de los árboles hundidas en el fango; cúbrense con una capa de tierra, se aletargan, y conservan una inmovilidad tal, que puede uno subirles a la espalda; aunque es preciso recelar de la cola. La hembra hace la puesta en junio, colocando los huevos en un matorral espinoso, dentro de algún cañaveral a donde lleva ramas y hojarasca. Pone hasta sesenta huevos colocándolos por docenas en sitios distintos; cúbrelos con una capa de tierra, y encima de ella yerbas entrelazadas con tanta solidez que pueden resistir el peso de un hombre sin hundirse. No hay incubación, pues fuera imposible por la estructura escamosa de la hembra, e inútil, atendido lo bajo de su temperatura natural; pero permanece velando con inquietud su tesoro sin apartarse más que para buscar el sustento; en esta época es ciertamente peligroso el acercársele. Los huevos nacen todos a un tiempo; la madre reúne los párvulos, y los lleva a los pantanos poco profundos y más desiertos para librarlos de la voracidad de las aves de rapiña, de las zancudas, y sobre todo de la de los padres. Crecen estos reptiles con grande lentitud, de manera que se ha hecho fácilmente el cálculo de que un aligátor de 17 pies de largo debe tener unos cien años.

El GAVIAL DEL GANGES (Lacerta Gangética, LIN.). Diferénciase del cocodrilo y del caimán, en que tiene el hocico largo y estrecho, y los dientes casi iguales. Encima del hocico nótase una eminencia, la cual en el macho adquiere considerable incremento: está formada por una masa cartilaginosa de figura oval; y constituye una especie de bolsa con un tabique interior que la divide en dos comparticiones o cavidades; teniendo su abertura hacia atrás y abajo. Esta particularidad hizo decir a un antiguo naturalista que había en el Ganges cocodrilos con un cuerno encima del hocico. Esta especie habita en el Ganges, y probablemente también en otros ríos de la zona tórrida; su longitud llega hasta a 30 pies, y se alimenta solo de peces: lo cual tal vez es causa de que no obstante su colosal corpulencia no es peligroso al hombre ni a los cuadrúpedos.

GAVIAL DEL GANGES.

Familia de los Lacertos Los caracteres de los saurios pertenecientes a esta familia son los siguientes: cinco dedos separados y provistos de uñas en cada uno de los cuatro pies; lengua delgada, blanda y terminada en dos hilitos; y escamas dispuestas en fajas transversales al rededor de la cola y debajo del vientre.

En el género de los monitores o salvaguardias se notan dientes solo en las mandíbulas. - El MONITOR DEL NILO (Lacerta nilotica, LIN.), y el MONITOR TERRESTRE DE EGIPTO (Lacerta scincus, MERR.), se conocen en que tienen la cola deprimida lateralmente, la cual les hace más acuáticos. Creíase que estos animales, que por sus hábitos se acercan al aligátor y al cocodrilo, advertían al hombre por medio de un ligero silbido cuando se aproximaba alguno de tan peligrosos reptiles, y por esto le dieron los nombres de monitor y salvaguardia. El del Nilo tiene 6 pies de largo, y en Egipto creen que es un cocodrilo nacido en terreno seco; come los huevos del verdadero cocodrilo. Abunda el segundo en los desiertos vecinos del África; los bateleros del Cairo le arrancan los dientes y lo ofrecen en espectáculo.

Los lagartos propiamente tales tienen el paladar armado con dos filas de dientes, a más de los que existen en ambas mandíbulas; su cola es cilíndrica. Son animales ágiles, ligeros, elegantes, que se alimentan de presa viva y en especial de insectos; en verano pueden permanecer sin comer durante algunas semanas, y en invierno por espacio de cuatro o cinco meses: hase supuesto ser amigos del hombre hasta avisarle cuando le acerca alguna serpiente.

LAGARTO.

El LAGARTO OCELADO (Lacerta ocellata, DAUD.). Habita esta especie al mediodía de Europa, y es la más hermosa de todas; tiene más de 1 pie de largo, y es su color un hermoso verde con rayas de puntos negros en forma de anillos u ojos, que presentan el aspecto de un bordado.

El LAGARTO VERDE (Lacerta viridis, DAUD.). Es una especie muy semejante a la antecedente; pero es mucho más pequeño, teniendo a lo más 9 pulgadas de longitud, inclusa la cola que se lleva ya 4 pulgadas; su color es del todo verde brillante; la parte superior del cuello, del cuerpo, de la raíz de la cola, de los miembros y de los costados, está cubierta de escamas verde-negruzcas mezcladas sin orden, aunque dispuestas en series transversales; las mejillas y parte superior de la cabeza están cubiertas de placas azuladas con tres o cuatro puntos de un verde, claro; por último, gran parte de la cola es gris y ligeramente parduzca.

El LAGARTO VERDE RAYADO (Lacerta bilineata, DAUD.). Acaso sea una simple variedad de la especie precedente: es de un hermoso y brillante color verde, más claro en el vientre, y hasta azulado en la parte inferior del cuello: a cada lado de la espalda y de la raíz de la cola se extiende una línea longitudinal blanca, con manchas contiguas con su borde superior; en los lados del cuello y en los costados se notan manchitas pardas, irregulares, transversales, y una serie de puntos blancos separados; la longitud de la cola es doble de la del cuerpo.

La LAGARTIJA SILVESTRE (Lacerta stirpium, DAUD.). Diferénciase de la gris tanto por sus caracteres físicos como por sus hábitos, pues vive en los bosques y en los troncos de los árboles; mientras la gris permanece constantemente en los agujeros de los muros y paredes de los huertos y jardines; la parte superior de la cabeza, la espalda y la cola son pardas, y los costados y partes de la cara inferior de un hermoso verde claro; los costados y caras laterales de la cola presentan un matiz algo ceniciento, con algunos puntitos blanquizcos; en cada costado tiene dos series longitudinales de manchas negruzcas, y en cada una de ellas se ve un punto blanco, como los ocelados. Las escamas situadas debajo del cuerpo y de la cola tienen una manchita y un punto de color negro, la planta de las patas es blanquizca. Anida e inverna en los troncos, y es muy común en los bosques de Boloña y de Vincennes; goza de extrema ligereza, y cuando la persiguen se desliza con extraordinaria rapidez por entre la hojarasca. Permanece acechando al sol, los mosquitos, hormigas y otros insectillos, de que se alimenta.

La LAGARTIJA GRIS (Lacerta agilis, DAUD.). Es la especie más abundante en nuestras comarcas; tiene el cuello casi del mismo grosor que el cuerpo, y ambos son complanados por sus cuatro caras; la cola algo más larga que el cuerpo, cilíndrica y puntiaguda. En la parte superior de la cabeza y de las órbitas se notan once pequeñas placas o escamas angulosas y pardo-cenicientas; otras se ven, cuadradas, blanquizcas con los bordes negruzcos a los lados de la cabeza y al rededor de las quijadas. Todas las escamas que visten las partes superiores y laterales del cuello son en extremo diminutas, hexágonas y ajustadas como un enladrillado; la espalda, lo mismo que la cabeza, es de color ceniciento, pero con este matiz se mezclan puntos y rasgos parduzcos; la cola es cenicienta en su cara superior, y blanquizca en la inferior, con manchitas blancas y negras a los lados, que empiezan desde la raíz.

La LAGARTIJA DE LOS ARENALES (Lacerta arenicola, DAUD.). Diferénciase de la silvestre, de la que es una simple variedad, por los caracteres siguientes: es de mayor tamaño y fuerza, pues llega a 7 pulgadas de longitud total; tiene la cabeza piramidal; el color gris-amarillento uniforme, más claro y sin manchas en la cara inferior de la cabeza, del cuerpo y de la cola; y más oscuro y parduzco en las caras superiores; con dos series longitudinales de manchitas pardas, rodeadas de blanco amarillento, en la espalda y nacimiento de la cola; en cada costado se ven dos filas de manchitas pardas oceladas con un punto blanquizco. Este animal es vivísimo, y corre por la arena a las horas de sol, reluciendo su cuerpo con un brillo sedeño, cual si fuera de raso. Es sumamente arisco e indomesticable; la hembra pone diez y seis huevos en un hoyo, y luego los cubre de arena.

Familia de las Iguanas Las iguanas fueran verdaderos lagartos, si, como estos, tuviesen la lengua extensible, o capaz de salir fuera de la boca; pero al contrario, este órgano es en ellas carnoso, grueso, y con una simple escotadura en el extremo. Entre los géneros en que se ha dividido esta familia, citaremos en primer lugar a los esteliones, cuya espalda y muslos están irregularmente salpicados de escamas mayores que las demás y a veces espinosas; en algunos les rodean las orejas formando grupos; su cola es larga y terminada en punta. El ESTELIÓN DE LEVANTE (Lacerta stelio, LIN.) tiene 1 pie de largo; es de color oliváceo con matices negruzcos; abunda en Levante, especialmente en Egipto; los mahometanos le matan porque dicen que se burla de ellos cuando baja la cabeza, lo mismo que ellos hacen en sus plegarias.

Los dragones son pequeños saurios que se distinguen de todos los demás por dos repliegues de la piel, que en ellos forman de cada lado unas alas; hállanse sostenidas por las costillas falsas del animal, las cuales en lugar de encorvarse al rededor del cuerpo, se extienden rectas en dirección horizontal; pero como su movilidad es poca y están del todo separadas de los miembros, no es posible al animal batirlas y sacudir el aire para arrancar el vuelo, como hacen las aves y los murciélagos; por lo que quedan reducidas a una especie de paracaídas, que sostiene al reptil cuando salta de una a otra rama persiguiendo a los insectos, de que se mantiene. Tienen los dragones debajo de la barba una especie de bocio o papada puntiaguda, y otros dos más pequeños a los lados, sostenidos por el hueso hioides o lingual. Las tres especies de dragones que conocemos habitan en las Indias Orientales y en el Archipiélago índico, y se albergan en los bosques. Estos inocentes animales, cuando vuelan hinchan el bocio a fin de disminuir su gravedad específica, y se arrojan de un árbol a otro mediando a veces la distancia de treinta pasos, produciendo sus alas una especie de zumbido. A pesar de esa facultad de locomoción, son a menudo presa de las serpientes.

DRAGÓN.

El DRAGÓN RAYADO (Draco lincatus, DAUD.). La cara superior del cuerpo se halla vistosamente abigarrada de azul claro y de gris; las alas son pardas con varias fajas blancas longitudinales.

El DRAGÓN VERDE (Draco volans, LIN.). Tiene las alas reunidas en el arranque de los muslos, y además son grises, con cuatro fajas transversales pardas, y en sus bordes se ven seis escotaduras; siendo verde el color del cuerpo. Dichas alas, como hemos dicho forman una especie de paracaídas.

El DRAGÓN PARDO (Draco fuscus, DAUD.). Es notable por su matiz pardo casi igual e uniforme; excepto en las partes laterales del cuello, que son grisáceas; son membranosas las alas, y jaspeadas con oscuras manchas; la piel se halla cubierta de escamas, siendo casi del todo lisa.

Las Iguanas propiamente dichas están vestidas de escamitas sobrepuestas por sus bordes, y a lo largo del dorso tienen una cresta compuesta de otras escamas anchas y puntiagudas: también tienen papada terminada en punta y comprimida: estos reptiles pertenecen a América.

La IGUANA COMÚN (Lacerta iguana, LIN.). Su longitud es de 5 pies; la cara superior del cuerpo verde-amarillenta, con jaspes verdes, y la cola anillada de pardo; la cara inferior en la totalidad del reptil es de color más claro; el borde anterior de la papada es dentado, lo mismo que el espinazo. Habita en la América meridional, cuyos habitantes le dan caza a causa de la delicadeza de su carne considerada como alimento. Cuando quieren cogerla se defiende; y aunque su mordedura no sea ponzoñosa puede no obstante acarrear graves consecuencias pues jamás suelta el objeto que una vez ha mordido como no sea llevándose la parte cogida entre los dientes; a más su larga y robusta cola hace las veces de un látigo, y lo blande de una parte a otra causando intenso dolor sus golpes. Este animal casi nunca se aparta de los árboles; come frutos, hojas y granos. La hembra hace su puesta en la arena.

Los basiliscos tienen encima del espinazo y de la cola una cresta continua, prominente, y sostenida por las apófisis espinosas de las vértebras.

El BASILISCO DE LA GUYANA (Lacerta basiliscus, LIN.). Distínguese por una eminencia membranosa en figura de capuz, que lleva en la nuca; tiene el cuerpo azulado, con dos fajas blancas, una detrás del ojo, y otra detrás de las mandíbulas, las cuales van a perderse en la espalda. Come granos y corre con agilidad por los árboles. Favorece a sus hábitos casi aéreos la dilatabilidad del capucho, el cual aumentando de volumen con su ensanche, le hace más ligero. No siempre permanece en los bosques sino que tal vez va al agua, y nada con mucha destreza.

«Dice Lacepede que el moderno basilisco, muy lejos de dar muerte con solo su mirada, como el fabuloso animal cuyo nombre lleva, debe causar gran placer cuando anima las soledades de las selvas inmensas de la América, arrojándose rápido de rama en rama, cuando en estado de reposo se engalana, por decirlo así, con su moño delante de los que lo contemplan; agita blandamente su hermosa cresta, ya levantándola, ya bajándola, y al mismo tiempo sus escamas brillan con mil colores.»

Familia de los Gecos Son los gecos unos lagartos nocturnos, de cuerpo aplastado, de cabeza ancha y plana, de grandes y salientes ojos, de mandíbulas con una sola fila de dientes, y de lengua inextensible; tienen el andar pesado y rastrero, los dedos casi iguales, con uñas retráctiles, y guarnecidas superiormente con repliegues de la piel, a beneficio de los cuales se adhieren al cuerpo por donde caminan.

El GECO DOMÉSTICO (Lacerta gecko, HASSELK.). Tiene como 1 pie de largo, el cuerpo ancho, deprimido y rechoncho, liso, gris rojizo punteado de pardo; las escamas y tubérculos que visten la piel son diminutos; la cola redondeada; debajo de los muslos tiene una serie de granos porosos; sus dedos ensánchanse únicamente en su extremo, y su parte inferior se ve estriada en forma de abanico, la planta se halla hendida en el centro, y en esta hendidura radican las uñas muy ganchosas que tienen todos los dedos. Este animal es común en las poblaciones de Oriente, se alberga en los sitios húmedos y oscuros de las casas, y a veces se le ve pegado al techo.

En Egipto dan al geco el nombre de padre de la lepra (Abouburz), pues creen los naturales que comunica dicha enfermedad contaminando con sus patas los alimentos, en especial las viandas saladas que le gustan en extremo; lo cierto es que su paso por encima de la piel de un hombre le produce equimosis y pústulas. Cree Cuvier que puede atribuirse al roce de las uñas esa acción cáustica; pero Hasselquist observó que la ponzoña se exhala en la superficie de los dedos; y en el Cairo, en 1750 vio dos mujeres y una niña que llegaron a punto de morir a consecuencia de haber comido queso en el cual había puesto las patas uno de estos animales. Aseméjase su voz al garrular de las ranas y parece articular las sílabas ge-co; de donde tomó origen su nombre.

El GECO DE LAS PAREDES, o SALAMANQUESA (Gecko fascicularis, DAUD.). Es un feo animal que se encuentra en todo el litoral del Mediterráneo; largo de 4 pulgadas; de color ceniciento oscuro; de cabeza pesada y gruesa, y con toda la cara superior del cuerpo salpicada de tubérculos, cada uno de los cuales se forma de tres o cuatro granulaciones más pequeñas y acumuladas; los dedos son anchos en toda su extensión, provistos interiormente de estrías transversales; pero no todos de uñas. Prefiere esta especie los sitios cálidos y secos, donde se oculta en los agujeros de las paredes, en los montones de piedras y de escombros, y se cubre el cuerpo con tierra y polvo.

Salmanquesa.

Familia de los Camaleones Son los camaleones unos saurios, que por ciertos caracteres orgánicos se separan de los demás de la familia: tienen en todos los pies cinco dedos; pero repartidos entre dos hacecillos; dos dedos en uno, y tres en el otro hacecillo; los cuales siendo oponibles, dan al animal la facultad de trepar a los árboles; los dedos de cada hacecillo están unidos hasta las uñas por la piel. Tienen la cola redondeada y asidora, como la de los monos del nuevo continente; y en los camaleones viene a ser un quinto miembro que compensa la torpeza y lentitud de los otros cuatro. Los ojos son grandes y prominentes; pero casi del todo cubiertos. Por la piel; de manera que la luz solo llega a la retina pasando por un agujerito situado enfrente de la pupila. A más de esta extraña disposición, cada ojo se mueve con independencia del otro; es decir, que el derecho puede mirar adelante mientras el izquierdo mira hacia atrás, y viceversa; o dirigir uno hacia arriba y otro hacia abajo. Tienen el cuerpo deprimido, el espinazo cortante, y la nuca prominente en forma piramidal; la piel del todo granujienta y escamosa; poblada la boca de dientecitos que terminan en tres puntas obtusas; la lengua es larga, cilíndrica, y se prolonga fuera de la boca por un mecanismo semejante al que hemos visto en los picos, y con ella coge el camaleón los insectos de que se alimenta. Pero de cuantas particularidades se hallan en el camaleón, la más curiosa es la facultad de cambiar repentinamente de color, según sus necesidades o las pasiones que le traen agitado. Creyeron los antiguos que toma el color de los objetos que le rodean para ocultarse a la vista de los que le persiguen; y los poetas han hallado en este animal una metáfora para aquellos hombres que mudan de opinión seguir las circunstancias. Lo que hay en esto de cierto es que el camaleón sufre notables mudanzas de color; y pónese ya blanco, ya amarillento, ya verde ya rojizo, ya casi enteramente negro, según la temperatura en que se halla, o las sensaciones internas que experimenta, tales como el miedo, la cólera, etc. En cuanto al mecanismo o modo de producirse tan varia coloración, opina Cuvier que es efecto de la distensión de los grandes pulmones que tiene el reptil, los cuales llenándose más o menos de aire, dan más o menos color a la sangre que acude a sus celdillas; y refluyendo esta hacia la piel comunícale la variedad de matices que se nota; pero en la actualidad se sabe que reside en la misma estructura de la piel la causa de tales cambios; puesto que los anatómicos en ella han encontrado varias materias colorantes, que ya pueden mostrarse unas sobreponiéndose a las otras, ya retirarse todas bajo la capa superficial del cutis. Viven estos animales en los lugares más cálidos del África y del Asia; son sus pulmones tan capaces, que permiten al animal interrumpir por muchas horas la respiración; en cuyo caso se hinchan y permanecen inmóviles como de piedra en las más extrañas posiciones. Además del camaleón común, de que luego hablaremos, conócense algunas otras especies del mismo género; tales son: el CAMALEÓN DEL SENEGAL (Lacerta Chamaeleon, LIN.), que tiene el capuz complanado, y casi sin arista. El PEQUEÑO CAMALEÓN (Lacerta pumila, LIN.), que lleva el capucho caído hacia atrás y como complanado; tiene los costados, miembros y cola llenos de espesas verrugas; y vive en el cabo de Buena Esperanza y en la Isla de Francia. Por último, el CAMALEÓN BIFURCADO (Chamaeleon bifurcus, DAUD.), cuyo casco es plano y semicircular; y tiene dos gruesas eminencias en el hocico. Vive en las Molucas.

El CAMALEÓN COMÚN (Lacerta Chamaeleon, LIN.). Es esta especie la que de más antiguo se conoce. Encuéntrase en Egipto, en Berbería, al mediodía de España, y se halla esparcida casi por todas las Indias; tiene la cola puntiaguda, levantada hacia atrás, y sobre ella se extiende una especie de quilla o cresta encorvada; la piel es granujienta, y se extiende a cosa de la mitad del espinazo una cresta dentada; al mismo tiempo que otra, naciendo del mentón, llega hasta la cola, y es en unos puntos más marcada que en otros. La longitud total del reptil es de 16 a 18 pulgadas. Aliméntase de insectos, los cuales coge fácilmente con la lengua llena de viscosidades, único miembro que el camaleón mueve con alguna rapidez y desembarazo.

Dice el naturalista Belón: «Cuando el camaleón quiere comer, saca la lengua, de unas 6 pulgadas de longitud, y redondeada como la del ave, llamada pico-verde en el extremo de dicho órgano se ve un nudo esponjoso que contiene cierto gluten, con que quedan pegados los insectos, consistentes en langostas, ortigas y moscas; y luego se los traga el camaleón. Saca este la lengua con la prontitud de una saeta, flechándola como con un arco.» Casi nunca deja este animal los árboles y altos arbustos; y aunque no salta de rama en rama, pasa de una a otra pausadamente, asíendose con la cola lo mismo que los sapajúes. Para él son muy temibles las serpientes, pues gustan mucho de su carne; ni tampoco su elevado domicilio lo preserva de los ataques de las mangostas y aves de rapiña, que también le ponen asechanzas. Oigamos otra vez al antiguo Belón: «Las arboledas cercanas al Cairo están pobladas de camaleones, y en especial las orillas del Nilo en toda su extensión; de suerte que vimos muchísimos en poco tiempo: mantiénense suspendidos en los árboles para librarse de las serpientes, puesto que las víboras y los cerastes los engullen enteros cuando llegan a alcanzarlos.» Los hábitos del camaleón son inocentes, de suerte que los orientales no se disgustan de verle en sus casas; y es animal tan manso, que, según Próspero Alpino, puede cualquiera introducirle el dedo en la boca; y sobre esto es tímido y el menor ruido le asusta por largo rato.

Camaleón común.

Familia de los Escincos Esta familia nos conducirá al orden de los ofidios o serpientes. En efecto, tienen los escincos el cuerpo largo y cilíndrico, o ahusado; varios de ellos tienen los pies muy apartados entre sí, y sobrado cortas las piernas para andar; otros solo tienen dos de estas. Los escincos propiamente dichos tienen la cola semejante a una continuación del cuerpo, cubiertos ambos de escamas relucientes, uniformes, y alejadas o sobrepuestas por sus bordes.

El ESCINCO MEDICINAL impropiamente llamado MARINO (Lacerta scincus, LIN.).Tiene de 6 a 8 pulgadas de largo; la cola más corta que el cuerpo; es amarillento plateado, con fajas negruzcas transversales; encuéntrase en la Arabia y en el alto Egipto. Cuando lo persiguen se hunde en la arena con una prontitud admirable. Antiguamente lo prescribían los médicos para restaurar las fuerzas perdidas, y entraba en la composición de la célebre triaca magna: esta preocupación científica, desmentida por los experimentos modernos, ha sido por muchos siglos fatal a la especie, puesto que se hacía gran comercio con estos animales.

El GRANDE ESCINCO (Lacerta occidua, SHAW.). Encuéntrase esta especie en las Antillas, y especialmente en la Jamaica; su longitud es de más de 1 pie, y su grosor como el de un brazo; el color rolo con fajas transversales rubias. Frecuenta los lugares pantanosos, o se esconde bajo de las rocas húmedas. Créese en la Jamaica ser su mordedura de las más ponzoñosas, y que produce una muerte subitánea. Los franceses le llaman Brochet de terre (sollo terrestre) los ingleses Galley Wasp (avispa de cocina). Los negros esclavos le dan, lo mismo que a todos los animales feos y malignos, el nombre de Mabuya.

Los Sepedones tienen el cuerpo largo, lo mismo que los escincos, y del todo semejante al de las culebras; las patas pequeñas y los dos pares muy poco distantes entre sí: tal es el LAGARTO SERPIENTE (Lacerta anguina, LIN.) cuyos pies forman unos pequeños estiletes, y vive en las cercanías del cabo de Buena Esperanza. Los bípedos tienen el cuerpo como los sepedones, pero están desprovistos de patas delanteras; como, por ejemplo, el Anguis bipes de Linneo, que vive al sud de África lo mismo que el precedente. Los bimanos carecen de miembros traseros; tal es el BIMANO ESTRIADO (Lacerta lumbricoides, SHAW.). Tiene dos patas cortas, unidas a omóplatos, clavículas y un pequeño esternón, siendo de serpiente todo lo restante del esqueleto; es de color de carne, de 8 a 10 pulgadas de longitud, y de grosor igual al de un dedo meñique: encuéntrase en Méjico, donde se alimenta de insectos.

Orden de los Ofidios Son los ofidios o serpientes, unos reptiles sin pies, de cuerpo largo, movido mediante repliegues o undulaciones que hace puesto en contacto con el suelo. Empezaremos por tratar de un género o pequeña familia que hace todavía más inciertos los límites que separan los ofidios de los saurios; y este género es el de los saurófidos. Estos, si bien están faltos de extremos como las verdaderas serpientes, tienen tres párpados lo mismo que los saurios; la cabeza, dientes y lengua se asemejan a los de los sepedones; de manera que muy bien pudiera llamárseles sepedones sin pies; y acaba de confirmar la comparación el que la mayor parte tienen omóplatos y bacinete.

El SAURÓFIDO COMÚN (Anguis fragilis, LIN.). Es la única especie que citaremos; este animal se encuentra en toda Europa; tiene 1 pie de longitud, y la de la cola iguala a la del cuerpo y cabeza juntos: dicha cola es obtusa, y en el color no se distingue del cuerpo; está cubierto enteramente este reptil de escamitas lisas y relucientes, lo mismo que los escincos las cuales son amarillas y plateadas en su cara superior, y negruzcas en la inferior; y presentan a lo largo de la espalda como tres hilos negros que con el tiempo se convierten en líneas de puntos y acaban por desaparecer del todo. No tiene tímpano externo. Este animal come insectos, pequeños moluscos y lombrices de tierra; rómpesele la cola con suma facilidad, lo mismo que a las lagartijas, y hasta arrecia tanto el cuerpo cuando lo cogen, que también se rompe; lo que le ha granjeado el nombre trivial de serpiente vidriosa. Hace excavaciones debajo de tierra, y es vivíparo, lo mismo que las víboras, es decir, que los huevos nacen en el vientre de la hembra antes de salir a la luz.

Familia de las verdaderas serpientes Ningún vestigio interno de miembros existe en las serpientes verdaderas; pues no tienen ni esternón, ni omóplatos; aunque hay algunas que debajo de la piel presentan rudimentos de miembros posteriores, que a veces se muestran exteriormente en forma de un ganchito. Las escamas que cubren la piel son pequeñas y atejadas en la cara superior del animal, y en la inferior anchas y cuadriláteras. No tienen tímpano en los oídos, y carecen de párpados, circunstancia que comunica a sus miradas cierta fijeza que hace horripilar; hace las veces de párpado una placa redonda y transparente, a manera de un vidrio de reloj situado delante de cada órbita, al cual da paso a la luz.

Esqueleto de víbora.

Compónese el esqueleto casi exclusivamente de vértebras y costillas, y estas solo faltan en la cola, protegiendo al tronco casi en toda su extensión; las vértebras son tan numerosas, que la víbora tiene 198; el boa 304; la culebra de collar 316: se articulan entre sí de manera que la eminencia redondeada de la cara anterior de una vértebra, se encaja en la correspondiente cavidad de la inmediata anterior; y como las apófisis espinosas se cubren mutuamente, resulta que el animal solo ejecuta con facilidad movimientos laterales, no pudiendo doblar mucho el cuerpo en el sentido de su longitud.

Las serpientes son carnívoras; pero no mascan el alimento, sino que lo retienen en la boca con los dientes ganchosos de que están provistas; su lengua es capaz de una grande distensión, y termina en dos filamentos largos, casi cartilaginosos y dotados de extrema movilidad. Tienen el tubo digestivo corto, y pueden soportar una larga abstinencia, aunque cuando les es dado satisfacer el hambre manifiéstanse en extremo voraces. Una vez saciadas quedan entorpecidas durante la digestión. Semejante estado se explica por la posición de los pulmones, uno de los cuales es casi nulo, al paso que el otro es grandísimo y se extiende por el abdomen hasta más allá del estómago y del hígado; siendo esto así, fácilmente se concibe como una vez lleno y distendido el estómago por la presencia de los alimentos, obliga a los pulmones a replegarse: quedando por consiguiente embarazada la respiración y circulación de la sangre, disminúyese el calor animal, y comprimido el cerebro por la sangre venosa, cuyo curso se halla interrumpido, hace caer al reptil en un sueño letárgico.

Tribu de las Anfisbenas La primera tribu de la familia de las serpientes verdaderas contiene las anfisbenas, o doble andadoras, así llamadas por cuanto andan con igual facilidad hacia delante que hacia atrás; facultad procedente de ser la cabeza simple continuación del tronco. Su boca no sufre una grande distensión, por estar fija en el cráneo la quijada superior: y la inferior se articula, como en las tortugas y lagartos, con un hueso timpánico, fijo también inmediatamente en el cráneo. Estos animales no son ponzoñosos.

La ANFISBENA FULIGINOSA (Amphisbaena fuliginosa, LIN.). Pertenece a la América meridional; su longitud total llega a veces a 2 pies; cuya sexta parte viene a formarla la cola. Cuéntanse en esta última de 25 a 30 anillos; y de 200 a 228 en el cuerpo, el cual presenta entreverados los matices blanco y parduzco; con predominio de este último, que en algunos individuos es muy oscuro. Vive de insectos, y permanece con frecuencia en los hormigueros, lo cual hace creer a los naturales que las grandes hormigas les llevan el alimento.

La ANFISBENA CIEGA (Amphisbaena caena, CUV.). Encuéntrase en la Martinica y carece absolutamente de ojos.

Tribu de las Serpientes comunes Debemos hablar de las serpientes comunes, que constituyen la segunda tribu de la familia, y esencialmente el orden de los ofidios. En estas el hueso timpánico, que a modo de un pedículo sostiene la mandíbula inferior, es móvil, y está suspendido también de otra porción del temporal denominada hueso mastoideo, que así mismo está separado del cráneo, adhiriéndose a este solo por medio de ligamentos y de músculos. Además, no hallándose las ramas de la mandíbula superior unidas al hueso que las separa más que con simples ligamentos, y aún estos relajados, resulta que pueden separarse más o menos, y a cansa de la particular estructura que acabamos de describir, se hace posible tal abertura de las quijadas, que lleguen a ponerse perpendiculares al cuello del animal. Así este puede tragarse un cuerpo más voluminoso que el mismo reptil. -Divídense la serpientes comunes en venenosas y no venenosas.

Lucha entre dos serpientes por causa de una antílope.

Tribu de las Serpientes no venenosas Las serpientes no ponzoñosas tienen las ramas de las mandíbulas y el paladar provisto de dientes fijos sin orificio en ellos; y forman dos géneros principales, a saber: el de los Boas, y el de las Culebras. Las boas tienen la cara inferior del cuerpo y de la cola guarnecida de fajas transversas, escamosas y de una sola pieza; y las culebras presentan la cara inferior de la cola cubierta de placas dispuestas a pares; las boas tienen el cuerpo deprimido, la cola asidora, y junto a la raíz de esta dos espolones ganchosos.

El BOA CONSTRICTOR (Boa constrictor, LIN.). Tiene la cabeza hasta el hocico cubierta de escamitas semejantes a las del cuerpo, y es muy fácil de reconocer en la ancha cadena que se extiende a lo largo del dorso formando un vistoso dibujo con grandes manchas negruzcas, hexágonas e irregulares, que alternan con otras manchas descoloridas, de figura oval y escotadas en sus extremos. Este reptil se encuentra en los países húmedos y cálidos de la América meridional; y alcanza a veces hasta a 40 pies de longitud, pudiendo engullir un ciervo y hasta un buey enterito.

Figurémonos alguno de estos colosales reptiles adelantando por entre la yerba, semejante a una enorme y tortuosa viga, y dejando en el césped margullado ancha y dilatada huella: ¿qué terror no deberá infundir? Con todo, no es entonces cuando más debe temerse, pues no puede ocultarse y se ve su aproximación; sino cuando se esconde entre los cañaverales de las riberas pantanosas, donde acecha a los animales que constituyen su presa en el acto de ir a apagar la sed. Allí permanece en emboscada cogido de la cola al tronco de algún árbol acuático, y dejando flotar en las tranquilas aguas el cuerpo inmóvil, semejante a un tronco del que se han quitado todas las ramas. Desgraciado del cuadrúpedo que va entonces a apagar su sed al alcance de un enemigo tan formidable, pues en un instante se ve cogido, enredado por el cuerpo del boa, y ahogado entre sus vigorosos repliegues. Cuando el hambre le aprieta, el boa se vuelve pescador; se arroja a los peces que nadan por la superficie del agua, y hasta permanece algún tiempo con la cabeza sumergida en persecución de la presa. A veces también se sitúa este reptil en un árbol eminente, en lo más intrincado de una selva y en lugar frecuentado por animales herbívoros o carnívoros; y aunque todos le convienen, parece que prefiere las víctimas incapaces de defenderse, si bien en caso de necesidad no vacila en atacar al animal más fiero. Trasladémonos por un instante mentalmente a una selva virgen del Brasil: el jaguar, o el tigre de América, sale de su cueva un poco antes de ponerse el sol dispuesto a dar principio a sus nocturnas exploraciones; pasa sin desconfianza por junto a un alto cecropia, de frondosas ramas envueltas en aromáticas enredaderas, entre cuyas verdes y lozanas espirales se confunden las amarillentas y negruzcas escamas del boa constrictor. El reptil de improviso desarrolla sus numerosos anillos, quedando asido y fijo por la extremidad de la cola en la primera rama, y se dispara contra el jaguar con la instantaneidad de un flechazo. Empieza entonces un combate terrible; las garras de la fiera resbalan impotentes por la escamosa cubierta del reptil; pero con los formidables colmillos puede causarle graves heridas; así es que el boa empieza siempre el ataque dirigiéndose a la cabeza, agarrotándole desde luego el cuello con su primera circunvalación; y cuando no puede rugir, ni siquiera respirar, entonces la serpiente acaba de envolver todo el cuerpo, estrechando por grados los mortíferos anillos. Estrujado por decirlo así el cuerpo del cuadrúpedo con una fuerza irresistible, crujen sus huesos, alárgase el quebrantado cuerpo, como la blanda masa bajo la presión de la mano del panadero. Entonces la serpiente le embadurna con su maligna baba, y dando una dilatación enorme a sus quijadas, lo va engullendo con tanta lentitud, que necesita para ello algunos días, y ya parte de la presa se halla digerida que aún queda otra por tragar. Por último, terminada la comida, y tragado todo el animal, queda el reptil inmóvil y en un estado de entorpecimiento que a veces dura una semana entera; en cuyo tiempo exhala una fetidez que anuncia desde lejos su presencia. En tal situación es muy fácil matarte, y los Indios, a quienes gusta la carne del boa, cuyo sabor no es ciertamente desagradable, lo despedazan a hachazos sin que el animal ofrezca la menor resistencia. El boa constrictor no se encuentra en África ni en Asia, como creyeron algunos naturalistas, que lo confundían con las pitón de que vamos a hablar. El nombre divino que le han dado, procede de haber malamente atribuido a este reptil, lo que se refiere de ciertos culebrones de Mozambique, a las cuales adoran como divinidad los negros. Sin embargo, parece que los antiguos brasileños y mejicanos tributaban honores religiosos al boa, bajo el nombre de Emperador.

BOA CONSTRICTOR Y EL JAGUAR.

Vamos a tratar del género culebras. -Las serpientes pitones, que forman una sección de este género, solo difieren del boa por tener dispuestas a pares las placas de debajo de la cola; y esto no siempre es así, sino que pueden ser sencillas, lo mismo que en el boa; lo cual acaba de confundir los dos géneros. Ambos presentan apéndices ganchosos inmediatos a la raíz de la cola; pero la pitón tiene placas en los lados del hocico y hoyitos en los labios. Probablemente fue una de estas culebras la que en la primera guerra púnica sirvió de auxiliar a los cartagineses contra los romanos en las riberas del río Bagrada. «Fue preciso, dice Plinio, asestarle catapultas y ballestas; y darle un ataque en forma, cual si fuera una ciudadela; hasta que al fin, después de infinitos disparos inútiles, una piedra enorme arrojada con extrema furia le rompió el espinazo, y la dejó tendida; y aún así con harto trabajo se logró rematarla.» Régulo envió a Roma la piel, que tenía 120 pies de largo (Plinio es quien señala tan sospechoso número de pies): suspendiéronla en un templo, donde aún se veía al cabo de un siglo del suceso.

El ULAR SAWA (Coluber javanicus, SAW.). Llega a más de 30 pies de longitud; tiene la cabeza ancha, complanada, y de color gris azulado; el hocico grueso y amarillento; el cuello cilíndrico y más delgado que la cabeza; detrás de cada ojo se ve una raya de azul oscuro, que se prolonga hasta la nuca, donde se reúnen las de entrambos lados, en este mismo sitio hay una mancha amarilla entreverada de azul, y de figura de corazón; en la cara inferior del cuerpo dominan unas fajas de azul de amatista, cuyos bordes son amarillos, o leonados; la cola es amarilla con fajas azules. Vive este animal en las inmediaciones de los ríos de Java, donde se alimenta de ratas, pájaros, y persigue animales de más cuerpo en las montañas de la isla.

Las PITONES DE DOS RAYAS (Python bivittatus) que se conservan en la colección de animales del Museo de París, solo comen cinco o seis veces al año; y tan grandes intervalos entre sus comidas hallan su explicación en la enorme cantidad de alimentos que engullen en cada una de ellas, y especialmente en la suma lentitud de su digestión. Es probable que en estado libre comerán estos reptiles con más frecuencia, cuando no con tanta copia, como dentro de las jaulas. Es curioso asistir a una de las comidas que se dan a los pitones que se conservan en el Jardín de las Plantas; pues ofrece un espectáculo a la vez interesante y penoso. Meten una gallina en la jaula del reptil, y ante el cual la mantienen de modo que no pueda huir. La culebra pasa varias veces junto a su presa rozándola suavemente, como para asegurarse de que es bien viva. En los ojos vidriosos y sin párpados de la culebra ninguna expresión malévola se muestra hacia la pobre gallina; la que movida por su instinto y percibiendo la sensación de un cuerpo frío que se roza con ella, grita, tiembla y se le estremecen todas las plumas. Después de mil rodeos, de repente el reptil levanta la cabeza, se arroja a su víctima, la coge entre sus mandíbulas como con unas tenazas, y poco a poco la va tragando viva. Algunas pitones quebrantan primero a su presa antes de devorarla; otras con las circunvoluciones del cuerpo la envuelven, formando como un embudo, y la mantienen así sujeta entre tanto que la tragan, empezando siempre por las partes posteriores.

Serpiente pitón.

Las culebras propiamente dichas tienen la cabeza cubierta de placas, y no tienen hoyitos a los lados del hocico, ni apéndices ganchosos junto al nacimiento de la cola; el número de sus especies es inmenso, y solo las pertenecientes a Francia son ya muchísimas.

LA CULEBRA CON COLLAR (Coluber natrix, LIN.). Esta especie, llamada también culebra nadadora es la más común de todas; tiene 3 pies de longitud; el color gris con manchas negras a lo largo de los costados, y tres manchas blanquizcas que le forman un collar en la nuca; sus escamas forman arista; es decir, que están levantadas por uno de sus lados. Vive este reptil en los prados húmedos, y en las aguas muertas, donde se alimenta de raras y de insectos; cruza los estanques y riachuelos nadando con gracia. No es dificultoso cogerla, pero entonces exhala una insoportable hediondez; por lo demás puede manejarse sin recelo, pues nunca trata de morder, como no se halle muy irritada; y por otra parte tampoco presentan peligro sus mordeduras.

Culebra con collar.

Refiere Lacepede que en Cerdeña crían a la culebra de collar en una especie de domesticidad, y que no se muestra insensible a los halagos de sus amos, míranla como animal de fausto agüero, y le permiten libre entrada en las casas. En algunas provincias la comen y suponen que es muy sabroso bocado; habiendo nacido de ahí el llamarla anguila de los setos. La hembra pone de quince a cuarenta huevos, en agujeros a orillas de las aguas, en los estercoleros y en las gavillas de trigo; dichos huevos nacen a mediados del verano. Este animal puede soportar una abstinencia de más de un año; pero la comida que sigue a tan largo ayuno suele serle mortal; y esto lo hemos visto experimentalmente en una culebra que conservamos en un bote de vidrio por espacio de dos años, la cual después de once meses de dieta, con trabajo pudo engullir una rana, y no teniendo fuerzas para digerirla, murió al día siguiente. Otra culebra nos dio ocasión de observar la suma lentitud con que se verifica en estos animales el acto de la digestión. Tragose una rana, en cuya operación empleó tres horas, tal vez por haberse debilitado con el cautiverio, y más aún por los esfuerzos de la rana, la cual hallándose cogida por las patas traseras, extendía los miembros con grandes esfuerzos para escapar de su muerte inevitable. Por último, la culebra con su constancia logró tragarse todo el cuerpo de la rana menos la cabeza; de modo que era un repugnante espectáculo el que presentaban las dos quijadas de la culebra en extremo abiertas, formando como un marco a la entumecida cabeza de la rana; presentábanse cuatro ojos fijos y prominentes, que era imposible contemplar gran rato sin sentir náuseas. Poco a poco fue desapareciendo la cabeza del batracio, y vimos bajar su cuerpo a las entrañas de la culebra, pues señalaba su paso una grande intumescencia. Hacía ya más de una hora que la presa tragada había llegado a su destino, cuando determinamos examinar el estómago de la culebra, a fin de estudiar la marcha y progresos de la digestión; pero fue grande nuestra sorpresa cuando, después de haber separado con precaución las escamas del abdomen y abierto la cavidad del estómago, vimos a la rana saltar alegremente fuera de la cárcel, sin herida ni contusión alguna; mandamos que la llevaran al prado más cercano, y se lanzó alegre y viva a los juncos de un arroyo, desapareciendo de la vista en un instante. La culebra todavía vivió dos meses encima de musgo húmedo, pero nunca más le volvió el apetito.

La CULEBRA VIPERINA (Coluber viperinus, LATREILL.). Vive en los mismos sitios que la precedente; es ceniciento-parduzca, con una serie de manchas negras formando líneas angulosas a lo largo del espinazo, y otra serie de manchas oceladas en la extensión de los costados; lo cual le da cierta semejanza a la víbora; la parte inferior es ajedrezada con manchas negras y grises, y las escamas forman aristas.

La CULEBRA VERDE y AMARILLA (Coluber atro-virens, LACÊP.). Vive en los bosques; su cara superior se ve manchada de negro y amarillo; y la inferior es enteramente amarillo-verdosa; tiene las escamas lisas.

La CULEBRA LISA (Coluber austriacus, LIN.). Es rojo-parduzca, con jaspes de color de acero en la cara inferior; tiene dos hileras de manchas negruzcas a lo largo de la espalda; las escamas lisas con un punto pardo en el extremo de cada una.

Las tres antecedentes especies se encuentran en las cercanías de París, lo mismo que la culebra de collar, siendo análogos los hábitos en todas ellas.

La CULEBRA BURDELESA (Coluber girondicus, DAUD.). Esta especie pertenece al mediodía de Francia y de Italia; tiene casi los mismos colores que la viperina; pero las escamas son en ella lisas, y más pequeñas y separadas las manchas de la espalda: rara vez llega a 2 pies.

La CULEBRA DE CUATRO RAYAS (Coluber elaphis, SAW.). Es de color leonado, con cuatro rayas pardas o negras en la espalda; es la mayor de las serpientes europeas, puesto que su longitud llega a veces a 6 pies. Opina Cuvier que esta especie es el boa de Plinio; cuyo nombre boa, dice Plinio que le dieron porque chupaba las ubres de las vacas; pero este hecho, atribuido también a la culebra común, no ha podido comprobarse.

La CULEBRA DE ESCULAPIO (Coluber Aesculapii, SAW. y no LIN.). Tiene mayor grosor y menos longitud que la de cuatro rayas; es superiormente parda, y de un amarillo pajizo en sus caras inferior y laterales, y las escamas del dorso son casi lisas. Esta es la serpiente de Epidauro, que los antiguos representaban al pie de las efigies de Esculapio. Vive en Italia y en la Iliria.

Culebra negra.

Las culebras exóticas son innumerables, y todas de mediano tamaño; citaremos tan solo las siguientes especies:

La CULEBRA CONSTRINGENTE (Coluber constrictor, LIN.). Es muy común en la América septentrional, donde es conocida bajo el nombre de serpiente negra (Blacke snacke); tiene de 5 a 8 pies de largo la cabeza es poquísimo más gruesa que el cuello, y la guarnecen superiormente nueve placas; el cuello y cuerpo son largos, cilíndricos y de igual diámetro; las escamas son romboidales, bastante grandes y casi hexágonas, con ligera arista. Este reptil es en su cara superior azul-negruzco, cuyo matiz es más claro en la cara inferior, y tiene la garganta y labios blancos, y las narices remangadas. Esta especie se defiende con saña de los cazadores, envolviéndoles las piernas y el cuerpo y mordiéndoles con furia; pero su mordedura no es ponzoñosa. Los americanos la respetan, dejándola penetrar en sus habitaciones, que limpia de ratones. Dicen que ataca y devora a las serpientes de cascabel: come también ardillas, zariguas, ranas y lagartos, trepa a los árboles en busca de nidos de aves, cuyos huevos le gustan, lo mismo que los pajaritos.

Tribu de las Serpientes venenosas Hemos llegado a la segunda sección de la tribu de las serpientes ordinarias, la cual contiene aquellas especies cuyas mordeduras son venenosas: todas están provistas de una voluminosa glándula, situada inferiormente a cada ojo, y que contiene activísima ponzoña. Dicha glándula tiene un conducto excretorio, que desemboca en un diente agudo o colmillo ganchoso, taladrado cerca del vértice por un pequeño conducto, y fijo en el hueso maxilar superior. En el acto de morder el animal, los músculos elevadores de la mandíbula, que están arrimados a dicha glándula, contrayéndose la comprimen y obligan a que exprima el veneno, el cual pasa por el orificio del colmillo y se derrama en la herida.

Cabeza de serpiente.

Dicho veneno tiene cierto sabor craso, ni acre, ni ardiente, y puede tragarse sin grave consecuencia; Pocula morte carent, dice Linneo; pero es un veneno sutilísimo cuando se pone en contacto con los vasos absorbentes desgarrados y es conducido al torrente general de la circulación; la intensidad de su acción es proporcionada a lo cálido del clima a que pertenece el reptil que lo segrega, y en razón directa de su cantidad; en los animales pequeños son mayores los estragos producidos que en los de gran tamaño; sin embargo, para ciertas especies es inocente, aunque no para el mismo reptil que lo segrega al cual causa la muerte si llega a morderse.

Entre las serpientes venenosas, llevan mayores peligros las que tienen los colmillos móviles. Estos se ocultan bajo un pliegue de la encía cuando el reptil no quiere servirse de ellos; y se enderezan siempre que intenta morder; no tiene otros dientes; y solo se ven dos filas que forman los palatinos en la parte superior de la boca.

Todas las especies son vivíparas; es decir, que los hijos rompen sus involucros dentro de las vísceras de la hembra; de donde nació el nombre vípera, por contracción de vivípara. Vamos a citar los cuatro géneros principales; a saber: los Crótalos, los Trigonocéfalos, las Víboras, y las Nayas.

Lo mismo que los boas, tienen los crótalos placas simples o únicas en toda la superficie inferior del cuerpo y de la cola; a cada lado del hocico, detrás del orificio de las narices se ve una fosita redondeada; pero el órgano o aparato más digno de particular atención es el que está situado en la extremidad de la cola, y que consiste en una serie de piezas huecas de sustancia escamosa, encajadas unas en otras, y cuyas vibraciones rápidas producen cierto ruido bastante recio cuando el reptil menea la cola. Como tras de cada muda de la piel queda otra pieza más de las dichas, esto ha dado pie para creer que son otros tantos restos del epidermis, ranversado como el dedo de un guante, retenido en la punta de la cola, sobreponiéndose al del año precedente: esta especie de carraca les ha valido el nombre de serpiente de cascabel.

El CRÓTALO DURISO, o DE LA GUYANA (Crotalus durissus, LIN.). Su color es gris amarillento, con veinte y cinco o veinte y seis fajas dorsales, negras, irregulares y transversales, rodeadas de un matiz claro, escotadas en su parte anterior y terminadas en los costados de cada lado con una mancha del mismo color; la cola es enteramente negra; el vientre es blanco-amarillento, sembrado de puntitos negros. Aliméntase de ratas, ardillas, y otros pequeños mamíferos; atraviesa a nado los ríos y lagunas hinchando su cuerpo al modo de una vejiga; es entonces muy arriesgado inquietarle puesto que se arroja a las lanchas con la mayor agilidad.

El CRÓTALO BOIQUIRA (Crotalus horridus, LIN.). Es la especie que más abunda en la América septentrional; tiene de 4 a 6 pies de longitud; extiéndese a lo largo de su espinazo una serie de manchas negras romboidales, orilladas de color amarillo; el matiz general es ceniciento parduzco.

El Crótalo boiquira con su mordedura causa la muerte a un perro en la cuarta parte de un minuto, y a los bueyes o caballos en cosa de un minuto; el hombre que tiene la desgracia de ser mordido por alguno de estos reptiles muere casi instantáneamente; pero el crótalo no muerde a los animales corpulentos, como no sea para su propia defensa, o precediendo provocación.

Se han propuesto una multitud de recetas para prevenir los terribles efectos de la mordedura de los crótalos: la ligadura o compresión de las venas practicadas en un punto superior al sitio mordido, es un recurso capaz de retardar la absorción de la ponzoña; sin embargo, el medio más eficaz que se conoce es la pronta cauterización de la herida, ya aplicando el hierro candente, ya algún cáustico enérgico. Existe en la América meridional una planta que llaman los naturales guaco, y le atribuyen virtudes heroicas, según ellos, aplicadas las hojas de dicha planta al punto herido, no solo destruyen los efectos de la ponzoña, sino que inoculándose o bebiendo el zumo del vegetal, uno se vuelve invulnerable; pues los crótalos respetan a los que han tomado estas medidas preventivas. Semejante opinión está apoyada en las observaciones de los autores Vargas y Mutis; y hasta Humboldt ha hecho experimentos que le autorizan para creer que el guaco puede comunicar a la piel un olor repugnante a las serpientes que les impida morder.

¿Están dotados los crótalos de la facultad de fascinar a su presa? ¿Pueden obligarla con el solo poder de sus miradas a que se dirija por sí misma a la boca del reptil? ¿O son siquiera capaces de entorpecerla con el aliento? Levaillant atribuye esta maravillosa facultad a varias serpientes venenosas de la zona tórrida. Otros muchos naturalistas han asegurado también que un ave que encuentra la mirada fija de una serpiente, inmóvil al pie de un árbol, se ve agitada por movimientos convulsivos que la obligan a bajar de rama en rama hasta donde se halla el terrible enemigo que la codiciaba. Pero, dice Cuvier, que esa supuesta fascinación es simplemente el resultado del terror que inspira la presencia del reptil a los animales que constituyen su presa; los cuales no pueden huir porque el espanto los deja petrificados; o si lo intentan, es por medio de movimientos desordenados, que en lugar de ponerlos en salvo los conducen a donde está el peligro. Audubon niega que el crótalo posea ningún poder fascinador; pero al paso que desembaraza la historia de estos reptiles de sus fabulosas tradiciones, les sustituye realidades no menos sorprendentes, de que él mismo fue testigo ocular. Es muy cierto que el crótalo acecha a las aves, y en especial al mirlo poligloto, de que ya dejamos hecha mención; pero no es para darles caza, sino para aprovechar su ausencia del nido, y comer los huevos o devorar los parvulillos. No obstante le es difícil subir a un árbol sin ser vista: la hembra madre está en el nido, el macho tampoco se halla lejos; ambos tratan de imponer por medio de gritos al reptil, que avanza con la boca abierta; y al mismo tiempo el macho se lo echa encima y le hostiga sin cesar, procurando arrancarle los ojos con el pico; en esto llegan muy pronto todos los mirlos de los alrededores, que acuden al socorro de sus hermanos, y reunidos todos contra el común enemigo, le obligan con sus innumerables picotazos a emprender la fuga, y hasta a veces lo dejan muerto.

El crótalo se alimenta con particularidad de pequeños mamíferos; y se mantiene para sorprenderlos arrollado junto a los sitios donde acostumbran ir a beber. Cuando después de aguardar con paciencia que llegue alguna presa, se presenta esta, arrójase el reptil desde que la ve a su alcance con la rapidez de una flecha. Audubon presenció la captura de una ardilla gris por un crótalo, y este hecho inspira muy poco crédito en el poder fascinador que algunos atribuyen a la serpiente de cascabel. Vio salir la ardilla de un espeso matorral, y muy pronto vio que huía perseguida por un crótalo: lejos de haberla fascinado el reptil, o de haberla paralizado el terror, corría con velocidad y tomaba ventajosa distancia; la persecución era más lenta, pero constante. Luego la ardilla se subió a un árbol, y en él le siguió su enemigo, saltaba aquella de una rama a otra, y este enroscaba la cola en una rama y con algún movimiento de balanceo, alcanzaba aquella donde estaba la ardilla: viendo el perseguido que su perseguidor iba casi a cogerlo, se arrojó al suelo con las patas y la cola extendidas para disminuir la pesadez de la caída; pero la serpiente bajó por el tronco y alcanzó la presa antes que tuviese tiempo de llegar a otro árbol. Cogió a la ardilla por la nuca y la envolvió entre sus anillos, de modo que apenas era visible, aun cuando se oían los quejidos que el dolor le arrancaba. Por último, aflojó el reptil sus circunvoluciones, examinó el cadáver de su víctima, y se la tragó empezando por la cola.

El Crótalo boiquira es en realidad anfibio; pues también en el agua persigue su presa: su vista es excelente, y en lo más elevado del aire divisa como un punto negro a las aves de rapiña, guareciéndose al instante en algún lugar seguro. Se ha supuesto que los cerdos comían sin ningún mal resultado crótalos; pero no es así; antes bien inspiran a dichos cuadrúpedos el mismo terror y repugnancia que a los demás. Con todo, la carne de dicho reptil es apetecida, y dícese que comieron de ella los primeros europeos que se establecieron en América. Esta serpiente puede permanecer en ayunas por espacio de tres años, en cuyo caso es más temible su mordedura. A más, este reptil no se limita a morder, sino que a modo de un ariete arroja gran porción de su cuerpo, con tanto ímpetu, que es capaz de derribar a un hombre. También es peligroso acercársele cuando está enjaulado; pues si se irrita, da a su cuerpo fuertes sacudidas, y arroja el veneno al través de los barrotes hasta algunos pies de distancia. Su ponzoña aún en estado de desecación conserva su mortífera virtud durante siglos; de lo cual cita Audubon un ejemplo terrible.

Cierto arrendador de Pensilvania fue mordido en una pierna al través de la bota, sin haber visto ni oído a la serpiente de cascabel; por lo que creyó que le había punzado una espina, y se fue a su casa. Al cabo de breves horas se le declararon convulsiones y vómitos, a lo que se siguió la muerte. Transcurrido un año, un hijo del difunto se puso las botas de su padre, y las llevó todo el día; al quitárselas por la noche, sintió como un ligero rasguño en la pierna, y se durmió sin cuidado; pero de improviso le despiertan unos dolores atroces, a los que siguieron delirios, rigidez y en fin la muerte. Pasado algún tiempo la viuda vendió los efectos de su marido; y uno de los hermanos, no queriendo que las botas que había usado su padre pasasen a manos extrañas, las compró: al cabo de dos años probose el fatal calzado, y al quitárselo sintió un leve dolor: hallándose presente la viuda acordose de las circunstancias que precedieron a la muerte de su marido; pero era tarde; dentro de algunas horas nuestro hombre era difunto. -Como se divulgase este lance, llamó la atención de un médico del país, quien disecó la bota y encontró en ella el colmillo de un crótalo, cuya punta salía un poco al interior en dirección de arriba abajo; de modo que el que se la ponía no quedaba herido, pero sí al tiempo de quitársela. Sacó el médico el fatal diente, y punzando con el mismo el hocico de un perro, murió este muy pronto.

Crótalo boiquira.

Con frecuencia se reúnen estos terribles reptiles en gran número, y se entrelazan mutuamente formando una repugnante madeja, y haciendo sonar todos sus cascabeles: ¡desgraciado de aquel que se les acerca sin precaución! pues uno de ellos se desprende del grupo, persiguiendo con furor al curioso que fue a observarlos de cerca. Los crótalos se entorpecen durante el invierno en los países de América septentrional, donde el frío es intenso: al empezar su aletargamiento se suspende en ellos la digestión, lo mismo que las demás funciones vitales; y los alimentos se conservan en el estómago hasta que por la primavera empieza de nuevo el trabajo digestivo. Hallándose Audubon con su hijo cazando en el Canadá, este último halló un crótalo aletargado en la nieve, el cual cogió el padre y lo metió en el morral. Al cabo de un rato habiendo encendido lumbre en un prado para guisar la comida, oyose vibrar el cascabel de la serpiente, reanimada con el calor; pronto arrojó el morral, y el animal, lejos de la lumbre, pronto cayó de nuevo en su letargo.

Siendo las latitudes donde vive el crótalo en América las mismas que las de la Europa templada, el gobierno ha debido tomar medidas de precaución, a fin de que este reptil no pudiese importarse en nuestros climas. En efecto, está prohibido a los patrones de buques, a los conductores de colecciones ambulantes de animales, el tener en su poder tales reptiles, puesto que con una sola hembra en estado de plenitud que se escapase de la jaula, bastaría para poblar de crótalos nuestras campiñas, donde se multiplicaron con maravillosa rapidez.

Para terminar la historia de esta serpiente con rasgos menos horripilantes, diremos algo tocante a la influencia que en ella ejerce la música. Pronto veremos que en las Indias hacen bailar al son de la flauta a la víbora con anteojos; pues el crótalo, aunque menos dócil a la música, está muy distante de mostrarse insensible a sus acentos, como lo prueba el caso siguiente, referido por un ilustre viajero: «En julio de 1791, dice Chateaubriand, viajábamos por el alto Canadá con algunas familias salvajes de la nación de los onutagas: cierto día que nos habíamos detenido en una llanura a orillas del río Genesia, entró en nuestro campo una serpiente de cascabel había entre los que me acompañaban un canadiense, que tocaba la flauta; el cual queriendo divertirnos se adelantó hacia el reptil con su arma de nueva especie. A su aproximación; el animal se arrolla de repente, aplaca la cabeza, hincha sus carrillos, contrae los labios y muestra sus mortíferos colmillos y sus enrojecidas fauces; su ahorquillada lengua vibra con rapidez; los ojos brillan como ascuas encendidas; entumecido su cuerpo de rabia, sube y baja como un fuelle; su piel se ve erizada de escamas; y la cola produciendo siniestro ruido, oscila con tal rapidez, que parece como un ligero vapor. Entonces empieza el canadiense a tocar la flauta: la serpiente hace un movimiento como de sorpresa, y echa la cabeza hacia atrás; cierra gradualmente la boca, y a medida que el efecto mágico va aumentando, pierden su aspereza los ojos, retárdanse las vibraciones de la cola y el sonido del cascabel se amortigua y cesa aflójanse los anillos del reptil y se extienden en el suelo formando círculos concéntricos aplácanse las escamas de la piel y recobran su brillo; y el animal, volviendo ligeramente la cabeza, permanece inmóvil, en ademán de atención y de placer. Entonces el canadiense anduvo algunos pasos produciendo con la flauta sonidos lentos y monótonos; y el reptil, bajando el cuello, se abrió paso entre la fina yerba y se arrastró tras las huellas del músico que le atrae, parándose cuando este se detiene, y siguiéndole desde que continua andando. De esta suerte se llevó la serpiente fuera del campo delante de una multitud de testigos, tanto europeos como salvajes, que apenas osaban dar crédito a sus ojos. A vista de semejante prodigio de la melodía, todos unánimes resolvimos dejar libre a la serpiente.»

El género de los trigonocéfalos solo se distingue del de los crótalos en la falta del cascabel en la cola. Obsérvanse así mismo en los trigonocéfalos las fositas situadas detrás de las narices; habitan también en el nuevo continente, y no son menos peligrosos que los crótalos.

El TRIGONOCÉFALO AMARILLO o VÍBORA HIERRO DE LANZA (Trigonocephalus lanceolatus, OPPEL.). Es el reptil más peligroso de las Antillas francesas; llega a 6 y 7 pies de longitud, su color es amarillento o grisáceo, más o menos entreverado de parduzco; tiene dobles las escamas subcaudales, y la cabeza las tiene iguales a las del dorso. Es tal la fecundidad de este reptil, que cada cría la hembra produce sesenta viboreznos de unas 10 pulgadas, ya formados y aptos para morder.

Por una singularidad inexplicable, la patria del trigonocéfalo es muy circunscrita, encuéntrase en la Martinica y en Beconia; pero en estos tres puntos abunda extraordinariamente; así es que no se cosecha un solo plantío de caña dulce sin encontrar sesenta u ochenta trigonocéfalos. Estos formidables reptiles pueblan los pantanos, las huertas, bosques, ríos y cumbres de los montes, desde el nivel del mar hasta la región de las nubes, véseles reptar en el fango, luchar contra la corriente de los ríos que los arrastran al mar, y columpiarse en las ramas de los árboles de las selvas, a unos de 100 pies de elevación del suelo. Aliméntanse de lagartos y ratas, que hallan en abundancia bajo las hojas de las cañas de azúcar. Trepan a los árboles con pasmosa agilidad para tragar los huevos de las aves o los pequeñuelos recién nacidos. Ni temen los sitios habitados, pues penetran en los corrales y gallineros; rodean las cabañas de los negros, en especial si están entre matorrales; y se arrojan como un flechazo sobre los animales y hasta sobre el hombre. Apenas este se ve mordido, que la parte se vuelve lívida y fría, sucédense sin interrupción las náuseas y las convulsiones, apodérase del herido una invencible somnolencia, el cual pronto se duerme para la eternidad.

VÍBORA COMÚN.

La VÍBORA COMÚN (Coluber berus, LIN.). Lo mismo que todas las demás víboras carece de fositas detrás de las narices; tiene la cabeza cubierta de escamitas granujientas, y su longitud total no pasa de dos pies; la cola es corta y va adelgazándose como de repente; el color es pardo con dos series de manchas transversas en la espalda, y una hilera de manchas negras que se extiende a lo largo de cada costado; unas veces las manchas de la espalda se reúnen formando fajas transversas, otras constituyen con su unión una faja longitudinal con undulaciones angulosas. A esta variedad llamó Linneo ASPID (Coluber aspis). Hállase muy a menudo en los bosques de Fontainebleau.

Habita la víbora común en terrenos selváticos y desiguales, donde se alimenta de topos, ratones, pajarillos, reptiles y hasta de insectos y lombrices; produce en cada cría de doce a veinte y cinco viboreznos, los cuales hasta siete años no llegan a la edad adulta. La mordedura de la víbora común es mortal para todos los animales; rara vez para el hombre, y a menudo para los niños; de lo cual hemos visto algunos ejemplos. Los labriegos que recogen el heno en los prados se ven mordidos con frecuencia en las piernas, y hasta en el pecho. Algunas veces en Bretaña hemos tenido ocasión de observar esta especie de envenenamiento. El enfermo llegaba casi siempre a pie después de haber andado mucho camino al sol, pálido y cubierto de un sudor frío, con las facciones alteradas tanto por el terror como por el mal, llevando atado entre dos palos al reptil que le había mordido. Cuando la parte mordida era la pierna o el muslo, aplicábamosle, después de incidirla, un hierro incandescente en grado blanco; si la mordedura residía en las manos, el pecho o la cara, aplicábamos a la parte unas compresas empapadas en un linimento compuesto de partes iguales de aceite de oliva y de álcali volátil; hacíanlos meter en cama al enfermo dándole a beber por intervalos una taza de infusión caliente, en la que echábamos al tiempo de administrarla algunas gotas de álcali volátil. Pronto aparecía un sudor copioso, y a las veinte y cuatro horas el enfermo se hallaba completamente restablecido. Hemos creído útil esta breve lección de medicina práctica al alcance de todo el mundo, y que pondrá al lector en disposición de aliviar a algún pobre hombre que viva lejos de la ciudad y de los socorros del arte.

VÍBORA.

La VÍBORA DE HOCICO CORNUDO (Coluber ammodytes, LIN.). Esta especie pertenece a la Dalmacia y a la Hungría; diferénciase de la víbora común en un cuernecito escamoso que tiene en la punta hocico.

La VÍBORA CERASTES (Coluber cerastes, LIN.). Tiene en cada sobrecejo un cuernecito puntiagudo; es parduzca y permanece oculta en las ardientes arenas de Egipto y de la Libia.

La VÍBORA MINUTA (Vipera Brachyura.). Los efectos de su ponzoña son prontísimos; diferénciase de las precedentes en no tener en la cabeza más que escamas sobrepuestas por los bordes y formando arista, lo mismo que las de la espalda.

Son las nayas verdaderas víboras, con la cabeza cubierta de placas, y en que los costados en su parte superior son susceptibles de distenderse hacia adelante produciendo una grande dilatación en toda la circunferencia del cuerpo.

La VÍBORA DE ANTEOJOS (Coluber naja, LIN.). Llámanla en las Indias cobra capello; presenta en la porción dilatable del cuello unos rasgos negros en figura de unos anteojos; tiene 4 pies de longitud, y es muy venenosa; aunque suponen que la raíz de la ofioriza mongos es un remedio heroico para su mordedura.

VÍBORA DE ANTEOJOS.

Esta víbora de anteojos es la que los juglares indios adiestran, haciéndole ejecutar ciertos movimientos acompasados al son de la flauta. Para esto le arrancan primeramente los colmillos venenosos, y para que el público les compre el específico contra la mordedura de dicho reptil, se hacen morder por la serpiente domesticada; con todo, esta prueba puede muy bien serles funesta, si han dejado crecer las yemas destinadas a sustituir a los perdidos colmillos. Otro ramo de su industria consiste en atraer las serpientes hacia fuera de las habitaciones con solo tocar su instrumento; y hasta en ciertas ocasiones tienen dichos juglares la habilidad de echar alguna de las víboras que llevan escondiéndola detrás de algún mueble, o en las rendijas de las paredes, de donde después la hacen salir tocando la flauta; y los habitantes de la casa retribuyen generosamente al juglar que les engaña creídos de que les ha librado de un peligrosísimo huésped.

El ÁSPID DE CLEOPATRA (Coluber Haje, LIN.). Pertenece a Egipto; tiene dos pies de largo; el cuello menos dilatable que el naya, el color negruzco con rasgos pardos, y la cola forma un tercio de la longitud total. Los charlatanes de ese país se sirven también para divertir al público del áspid de Cleopatra; apriétanle la nuca con el dedo, y le hacen caer en una especie de catalepsia, que lo pone tieso e inmóvil como si se hubiese convertido en un palo. Su veneno es sutilísimo; y según refiere Galeno, en Alejandría se valían de la mordedura de este reptil para abreviar el suplicio de los criminales sentenciados a muerte. Hacíanles morder en el pecho; y en el mismo instante oscurecíaseles la vista, aniquilábanse por grados las fuerzas, y luego sobrecogíales un sueño letárgico que terminaba sin dolor su existencia. Es incontestable que pertenecía a esta especie el áspid que Cleopatra se hizo traer en un cesto de higos después de la batalla de Accium, por librarse de servir al triunfo de Octavio. Cuando se halla la Haja irritada, se entumece, distiende el cuello y toma una actitud vertical; en seguida de un salto se echa encima de su objeto. Los antiguos egipcios, al ver que se enderezaba cuando se le aproximaba alguno, se imaginaron que custodiaba los campos en que moraba, adorábanla como divinidad protectora del mundo, y la esculpían en todas las puertas de los templos a los lados de un globo.

ÁSPID DE CLEOPATRA.

Hay otras serpientes venenosas que no tienen colmillos móviles y aislados; sus mandíbulas, semejantes a las de las culebras, tienen arriba cuatro filas de dientes; pero uno de los últimos dientes maxilares es mayor que los otros, y escavado con un simple surco; a este diente desemboca el conducto de la glándula que segrega el humor venenoso: tales son los Dipsas, cuyo cuerpo es deprimido, y mucho más delgado que la cabeza, y cuyas escamas dorsales son mayores que las demás.

El DIPSAS INDIO DE CUVIER (Coluber bucephalus, SAW.). Es negro con anillos blancos; se le ha llamado dipsas, como a los demás de su género, por haber creído los antiguos que su mordedura causaba una sed mortal, puesto que la voz dipsa significa sed.

Las hidras tienen la parte posterior del cuerpo y la cola muy deprimida lateralmente, lo que hace que estos animales sean acuáticos.

La HIDRA DE DOS COLORES (Anguis platurus, LIN.). Esta es la especie más conocida; es negra superiormente, y amarilla en su superficie inferior. Aunque es muy venenosa, los naturales de Otaiti la comen con gusto.

El ACROCORDIO LISTADO (Acrochordus fasciatus, SAW.). Tiene la cabeza y el cuerpo cubiertos igualmente de escamitas; es un reptil muy venenoso que vive en el fondo de los ríos en la isla de Java.

Orden de los Batracios Se han colocado los batracios, o ranas, al fin de la clase de los reptiles, porque establecen la transición de estos a los peces. En efecto, cuando jóvenes son verdaderos peces, que respiran por medio de branquias, situadas a los lados del cuello, y que tan pronto tienen la forma de penachos que flotan en el agua, como se presentan bajo la figura de filamentos cubiertos por la piel. A medida que con la edad van desenvolviéndose los pulmones, se marchitan las branquias, y al fin desaparecen, quedando el pez convertido en reptil. Sin embargo en algunos batracios las branquias persisten junto con los pulmones; y en tal caso el batracio reúne la circulación de pez y de reptil. Ya dijimos al principio de la historia de los reptiles que tenían el celebro muy poco desarrollado, y sin circunvoluciones, y semejante organización puede observarse mejor en los batracios que en los demás.

Celebro de rana.

El corazón de los batracios se compone, lo mismo que en la mayor parte de los reptiles, de dos aurículas y de un solo ventrículo. Cuando el animal sólo respira por medio de branquias, echada del ventrículo la sangre, se distribuye en estas, dirigiéndose luego a una arteria dorsal, cuyas ramificaciones se reparten entre los órganos. Pero al desarrollarse los pulmones, cambia semejante disposición, y las branquias van perdiendo por grados su importancia, pues se establece entre los vasos que van a ellas y los que vuelven de las mismas, una comunicación directa que dispensa a la sangre de dirigirse a las branquias. Entonces la arteria que nace del ventrículo se constituye una verdadera aorta, que envía algunos ramos a los pulmones nuevamente desenvueltos, donde establece la circulación pulmonar; van insensiblemente borrándose los vasos que se dirigían antes a las branquias, y entonces se efectúa la circulación del mismo modo que en los demás reptiles; es decir, que la sangre venosa es arrojada al ventrículo por una de las aurículas, y en él se mezcla con la sangre arterial que viene de los pulmones; esta mezcla penetra en la arteria aorta, y su mayor parte va a nutrir los órganos, mientras que lo restante, en corta cantidad es llevado a los pulmones.

Se ha dividido el orden de los batracios, en cuatro familias; a saber: en batracios Anuros, que en su estado perfecto carecen de cola, pierden sus branquias, y tienen cuatro miembros o extremidades; Urodelos, los cuales pierden las branquias, pero guardan la cola; Apodes, o Cecilias, que pierden sus branquias, y nunca tienen miembros, a los que antiguamente llamaron serpientes desnudas; y Branquíferos, batracios que conservan las branquias, y parecen urodelos en estado de renacuajos.

Familia de los Anuros Los Batracios anuros, que comprenden principalmente las ranas y los sapos, tienen el cuerpo rechoncho, la cabeza complanada, y la boca muy hendida; los miembros anteriores cortos y terminados en cuatro dedos; los traseros más largos y con cinco dedos; a su esqueleto le faltan costillas, y una lámina cartilaginosa superficial en la cabeza hace las veces de tímpano, y da a conocer el sitio de las orejas exteriormente. La falta de costillas obliga al animal a respirar tragando el aire, lo mismo que las tortugas; la expiración se efectúa por los músculos del bajo vientre; de lo que resulta que una rana que tenga el vientre abierto (experimentos que se hacen a menudo), aunque podría inspirar, fuérale imposible hacer la expiración del aire; al paso que manteniéndole la boca abierta, el animal no podría inspirar y parecería asfixiado.

Esqueleto de rana visto por la espalda.

Las ranas tienen los miembros traseros muy largos, fuertes, y más o menos palmeados, cuya organización les da la facultad de nadar y de dar saltos; su piel es lisa, y los machos tienen a los lados del cuello, debajo de cada oreja, una membrana delgada, que se hincha en el acto de graznar. Permanecen las ranas en el borde de los charcos y pantanos, y se alimentan de animales vivos, como son larvas e insectos acuáticos, de pequeños moluscos, lombrices y moscas. En invierno no comen y permanecen hundidas en el fango. En las especies de este género pueden observarse mejor que en otras las extrañas metamorfosis que sufren los batracios en las diferentes épocas de su vida.

Las ranas jóvenes tienen la denominación de renacuajos. Cuando el renacuajo acaba de nacer se asemeja a un pececillo; y tiene la cabeza voluminosa, el vientre hinchado, y el cuerpo, falto de miembros, termina en una cola deprimida, la que muy pronto adquiere considerable longitud; la boca aún no es más que un agujerito, y las branquias consisten en un tuberculillo situado a cada lado y detrás de la cabeza. -Con el tiempo dichos órganos se vuelven más marcados y prominentes, se dividen formando tiritas, y después se ramifican; ensánchase la boca, que era antes un orificio casi imperceptible, y se rodea de labios cubiertos por una especie de pico que sirve para coger las yerbas acuáticas de que estos animales se alimentan. Al cabo de algunos días desaparecen las branquias ramificadas que flotaban de cada lado del cuello, quedando en su lugar unos pequeños fluecos, situados en los cuatro arcos que hay debajo de la garganta, y cubiertos por la piel. El agua destinada a bañar estas branquias internas entra por la boca, y sale por aberturas externas. -Pasado algún tiempo se manifiestan los miembros traseros, y crecen antes que aparezcan los anteriores: al aparecer más tarde estos es cuando cae el hocico córneo, y empieza a disminuir la cola; desarróllanse los pulmones, marchítanse y se secan las branquias; y por último, la cola se desvanece del todo. El animal adquiero su forma definitiva y pasa de un régimen herbívoro a otro enteramente carnívoro: al propio tiempo va acortándose el tubo digestivo.

Renacuajos.

La RANA VERDE (Rana esculenta, LIN.). Es esta especie la más abundante en nuestros climas; su color es un hermoso verde con manchas negras; en la espalda tiene tres listas amarillas; el vientre es amarillento con puntitos pardos; los brazos y piernas, muslos y tarsos están cruzados por tres fajas negras; tiene la cabeza triangular, la nariz algo puntiaguda, los ojos salidos, el iris de un hermoso amarillo dorado; su cuerpo es de figura prolongada y señalado con un repliegue longitudinal, la piel se ve salpicada de tuberculitos en la parte que corresponde a la espalda y a los costados; y en el vientre y debajo de los muslos es simplemente granulosa. Encuéntrase esta especie en las aguas estancadas de Europa y Asia, y nunca se separa de las orillas. Esta misma es la que, puesta inmóvil en una planta o en la superficie del agua, despide su vocinglero canto o graznido, que tanto importuna en las noches del campo. Echa sus huevos aglomerados en el limo; su carne es sabrosa y saludable; en especial los muslos, de que en Alemania se hace gran consumo.

La RANA ROJIZA (Rana temporaria, LIN.). Es superiormente rojiza, o parda, o verdusca, con una lista negra triangular, que nace en los ojos y pasa por encima de las orejas; tiene el vientre blanco con manchitas pardas, y la espalda forma una ligera giba. Vive en los sitios silvestres o montañosos, y en verano acude a nuestros prados y jardines. Retíranse en invierno en los estanques y fuentes. Esta especie es la que más comúnmente comen en lo interior de Francia.

El BULLFROG o RANA MUGIDORA (Rana pipiens, LIN.). Esta especie pertenece a la América septentrional, donde la llaman bull-frog, que equivale a rana-toro. Tiene la espalda de color verde-oscuro con jaspes negruzcos; recorre su parte media una línea longitudinal amarilla; el vientre es gris blanquizco, sembrado de manchas negruzcas; el tímpano es bastante ancho, parduzco y rodeado de un cerco cobrizo; su tamaño es enorme, puesto que tiene sobre 4 pulgadas de anchura, 8 pulgadas de longitud; su voz se asemeja al mugido de un toro. En las noches de verano y en tiempo seco se hace oír desde una legua de distancia. Siendo sumamente voraz, se encuentra en corto número en cada charco; gústanle los pajarillos, a los cuales acecha y aguarda con paciencia escondida bajo las hojas del nenúfar. Si alguno llega a su alcance, lo coge por las patas para hundirlo en el agua y devorarle luego de ahogado. A veces va a cazar lejos de su retiro, y solo entonces es fácil cogerla, aunque es preciso mucha destreza, puesto que da saltos de 6 y 8 pies de alto.

Las ranillas se diferencian de las ranas tan solo en la punta de los dedos, la cual es ancha y forma una pelotilla viscosa, por cuyo medio pueden adherirse, y aún trepar por las superficies más lisas; son ágiles y sueltas, y en verano permanecen en los árboles dando caza a los insectos. Durante el invierno se hunden en el fondo de las aguas. El macho tiene debajo de la garganta una vejiga que se hincha cuando canta.

La RANILLA VERDE (Rana arborea, LIN.). Esta es la única especie europea: tiene la espalda entera de un hermoso color verde-gris, con una línea amarilla, algo festoneada, que nace en los ojos prolongándose de cada lado del cuerpo por los costados, formando un ángulo sinuoso en los lomos, y terminando a los lados de los pies traseros. Otra línea nace en el labio superior, también amarilla, con bordes negros, y se prolonga lateralmente por los pies delanteros. La parte correspondiente al vientre y debajo de los muslos es granujienta, y de un matiz descolorido; los dedos son ligeramente rojizos en su cara superior, en los miembros delanteros están libres, y en los traseros son semipalmeados. Esta rana tiene de 1 pulgada a 18 líneas, sin contar los miembros.

La RANILLA DE TAPIRAR (Rana tinctoria, LIN.). Pertenece a la América meridional; es de color pardo-rojizo uniforme; sirve para tapirar a los papagayos; a quienes arráncanles las plumas, y mojan la piel con sangre de esta ranilla para que las nuevas tengan más vivos los colores.

Los sapos tienen el cuerpo entumecido y lleno de verrugas; con unas glándulas detrás de las orejas, de cuyos poros exuda un humor lechoso y fétido. Las piernas traseras son más cortas que en las ranas; de modo que no pueden saltar, y antes se arrastran que andan. Al verse de improviso sorprendidos, no huyen, sino que hinchan el cuerpo, el cual aparece cubierto de un humor blanco, y arroja a distancia sus orines, los cuales, sin ser ponzoñosos, con su acritud producen irritación en la piel. A veces muerden; pero como no tienen dientes, es inocente su mordedura. Este reptil por lo regular anda oculto en los sitios oscuros y húmedos, de donde al anochecer sale, y también tras las lluvias de verano; su régimen es el mismo que el de las ranas, aunque tiene hábitos menos acuáticos, de modo que solo va a los charcos en la primavera para deponer en ellos sus huevos. Necesitan muy poca cantidad de aire para respirar; y esto explica cómo pueden vivir durante meses y hasta años enteros incrustados en los muros, en los huecos de los árboles, etc. Los que trabajan en las canteras encuentran a veces piedras, que rotas con el martillo, presentan un sapo vivo, encerrado dentro de las mismas como dentro de un molde. Esto pudiera hacer presumir que la piedra fue endureciéndose al rededor del sapo, cuya incrustación dataría por consiguiente de una época muy remota; pero es más verosímil que la habitación del reptil en el espesor de la roca tenga comunicación con el exterior por algún conducto que se haya accidentalmente obstruido, o que haya escapado a la observación. A más, el yeso es poroso y deja penetrar cierta cantidad de aire, suficiente para alimentar la respiración y la vida del reptil. Esto mismo resulta de los experimentos que hizo Edwards en 1815, quien sumergió en agua pedazos de yeso que encerraban sapos, y estos pronto perecieron. Con respecto a su mansión durante siglos en la médula de un tronco, cuyas capas leñosas se hubiesen ido formando y consolidando a su al rededor, dejando al reptil encerrado, carecemos de datos auténticos; pero de los hechos que acabamos de citar se deduce que el sapo necesita poquísimo aire, y puede soportar un completo ayuno por un tiempo casi indefinido.

El sapo común (Rana bufo, LIN.). Tiene de 2 a 5 pulgadas de longitud; los pies traseros semipalmeados; el color gris-rojizo, o parduzco, y a veces oliváceo; la espalda cuajada de verrugas redondeadas, tamañas como lentejas; las que llenan el vientre son más diminutas y aproximadas; la cabeza es redonda y pequeña proporcionalmente a las dimensiones del cuerpo. Tiene los ojos pequeños y poco prominentes; el iris grisáceo; las glándulas de detrás de las orejas reniformes, o redondeadas en forma de riñón o de habichuela; los pies cortos y gruesos, y los dedos parduzcos en sus extremos. Este animal tiene un grito semejante al ladrido del perro. Sus huevos, diminutos y numerosos, están adheridos por una sustancia gelatinosa y transparente en dos cordones de 20 a 30 pies de largo; los renacuajos que nacen son negruzcos.

Sapo común.

El SAPO DE LOS JUNCOS (Rana-bufo calamita, LIN.). Vive en los países templados de Europa, y en especial en las montañas; no es raro en las cercanías de París; no se nota ningún vestigio de palmeadura en sus pies; es oliváceo; verrugoso lo mismo que el sapo común; y las glándulas de detrás de las orejas son más pequeñas. Extiéndese a lo largo de su espalda una línea amarilla, y otra rojiza y dentada en cada costado. Este animal vive en tierra, no puede dar el más pequeño salto; pero corre con harta presteza, trepa a las paredes para meterse en sus rendijas; y pone en el agua dos cordones de huevos. La voz del macho es igual a la de la ranilla, y como esta tiene también una vejiga debajo de la garganta: difunde un hedor de pólvora intolerable.

El SAPO PARDO (Bufo fuscus, LAURENT.). Vive al mediodía de Europa; tiene un color pardo claro, con jaspes pardo-oscuros o negruzcos; pocas verrugas en la espalda, y el vientre liso; los dedos traseros largos y del todo palmeados; la cabeza gruesa; la boca muy hendida, y negros los bordes de los labios: goza de la facultad de dar saltos; vive a orillas de las aguas estancadas; y exhala un fuerte olor de ajos cuando le irritan. El macho grazna como la rana verde; y la hembra despide un ligero gruñido; pone sus huevos en un solo cordón. En ciertos países comen los renacuajos de este sapo en clase de pescado.

El SAPO COMADRÓN (Bufo obstetricans, LAURENT.). Es una especie pequeña, que vive en tierra en toda la Francia. El primero que la describió y representó fue Alejandro Brongniart, profesor en el Jardín Real. Tiene el comadrón solo pulgada y media de largo; el color superiormente gris, y en las partes inferiores blanquizco, con puntos negruzcos en la espalda y blanquecinos en los costados, y los dedos de los pies no palmeados. El macho ayuda a la hembra para desembarazarla de los huevos, que son en número de sesenta y bastante gruesos, se los pega aglomerados por medio de un humor glutinoso en la cara interna de los muslos, y así los lleva consigo a todas partes, cuidando de que se conserven. Muy pronto al través de la membrana del huevo se traslucen los ojos del renacuajo que contienen; y cuando están para nacer, el sapo busca algún charco, los deposita en él y al instante quedan abiertos. Este extraño animal abunda en los sitios pedregosos de los al rededores de París.

No terminaremos este género sin hablar de un fenómeno que hartas veces ha prestado materia a varios periódicos de París, que por mucho tiempo se ha descreído; pero que últimamente lo han confirmado irrecusables testigos: hablamos de las lluvias de sapos.

Sucede algunas veces, tras una fuerte lluvia que sobreviene a una gran sequedad, que las calles o caminos aparecen llenos de sapos: este fenómeno nada ofrece de extraordinario; pues dichos reptiles, que durante algunas semanas vivieron ocultos bajo una tierra seca, se ven obligados a salir de su escondite de repente y simultáneamente por causa de la humedad, en tanto número, que pueden parecer llovidos. Pero no se trata de esto solamente; sino de una verdadera lluvia de sapitos, caídos de la atmósfera encima de la cabeza, de los vestidos y en los bolsillos de los transeúntes, y entre las flores que adornan los tocados y sombreros de las señoras: estos reptiles se han visto y tocado, el hecho es indudable; solo falta una explicación plausible. Entre las que se han dado, la menos inverosímil atribuye tan extrañas lluvias a un fuerte huracán o a una manga aérea que trasporta a lo lejos la tierra o arena, y juntamente, una innumerable multitud de pequeños sapos recién nacidos, que con ella estaban mezclados. Por lo demás, como ya es de suponer, el vulgo considera este fenómeno como señal de la cólera del cielo; lo mismo que las lluvias de azufre producidas por el abundante polen de los árboles; y que las lluvias de sangre, compuestas de agua que tiene en suspensión arcilla roja ferruginosa.

Las pipas tienen el cuerpo complanado; la cabeza ancha y triangular, y carecen enteramente de cola; tienen los ojos muy pequeños; las patas traseras cortas y palmeadas, y los dedos delanteros terminan en tres o cuatro puntitas cada uno. La especie más conocida es la Rana pipa de LINNEO, que vive en los sitios cálidos y húmedos de la América meridional, en Cayena y Surinam. Encuéntrase en los lugares oscuros de las casas; su espalda es granujienta, con tres líneas o series de granos más gruesos. Este reptil es célebre por el modo como se desarrollan sus hijos: el macho coloca los huevos encima de la espalda de la hembra, la cual se vuelve al agua, y allí irritada la piel por el contacto de los huevos, se hincha formando celdillas, verdaderos nidos accidentales, donde nacen los parvulillos. Los renacuajillos no salen de las células, sino que en ellas pasan todas sus metamorfosis, y no sueltan a la madre hasta que han perdido enteramente la cola y les han salido las patas.

Familia de los Urodelos Los batracios pertenecientes a esta familia, vulgarmente llamados salamandras, tienen cierta semejanza a los lagartos; aunque su cabeza es más complanada, y no tienen ningún vestigio de pabellón de la oreja; ambas mandíbulas y el paladar están provistos de dientecitos; la disposición de la lengua es como en las ranas; el esqueleto presenta rudimentos de costillas. Los urodelos se diferencian de los anuros en que siendo adultos conservan todavía la larga cola, que en estos últimos desaparece. Al salir los urodelos del huevo no tienen pies, y respiran por medio de branquias en figura de borlas, situadas en número de tres a los lados del cuello y flotantes al exterior. Sucesivamente van apareciendo los miembros, desarrollándose primero los delanteros. Se han dividido en dos géneros; en tritones, o salamandras acuáticas, y en salamandras terrestres. Estas últimas en estado de completo desarrollo tienen la cola cilíndrica, y solo permanecen en el agua en su estado de renacuajos, y para parir. Decimos parir, y no hacer la puesta; porque en estos animales los huevos se abren dentro del vientre de la hembra, la cual los saca vivos.

Habitan estos reptiles en sitios húmedos y oscuros, ocultos debajo las piedras, o en agujeros subterráneos.

Salamandra.

La SALAMANDRA COMÚN (Lacerta Salamandra,LIN.). Tiene de 6 a 8 pulgadas de longitud; la cola, igual a la mitad del cuerpo, terminada en punta obtusa; los costados salpicados de verrugas que dejan trasudar cierto humor lácteo, amargo y fétido, cuyo contacto puede causar la muerte a los animales débiles. Tiene cuatro dedos en los pies delanteros y cinco en los traseros; todos complanados, cortos, separados y sin uñas; el color general del reptil es negro oscuro, algo menos subido en las partes inferiores, e irregularmente salpicado en todos sus puntos de manchas amarillas, grandes, redondeadas y desiguales. Vese una en cada brazo, la cual se prolonga por los costados y está llena de poros, lo mismo que las glándulas que tienen los sapos detrás de las orejas.

La salamandra apenas se separa de su agujero, y en verano teme los rayos del sol; de noche, o en tiempo lluvioso se atreve a dejar su escondrijo. Anda con lentitud, y ni teme, ni se irrita; ni busca el peligro, ni este la arredra, y se dirige a él sin conocerlo.

Come moscas, lombrices, caracoles, escarabajos y pequeños moluscos. Parece que no oye; no huye del hombre ni de los animales mayores y más fuertes que ella; antes al contrario, parece que estos la temen, a pesar de la inocencia de su mordedura. Mírala el pueblo como animal eminentemente maligno, cuya siniestra reputación se remonta a lejanos siglos. En efecto, ya cuenta Plinio que inficionando la salamandra con su ponzoña casi todas las plantas de una vasta comarca puede causar la muerte a naciones enteras. Pero la más extraña de las creencias populares sobre la salamandra es sin duda la incombustibilidad que le achacan, tal que no solo no se consume en medio de las llamas, sino que las apaga. De esta propiedad han sacado los poetas mil alegorías, y además es muy conocida la Compañía de seguros contra incendios que se titula Salamandra. Cuantos experimentos se han hecho sobre el particular (que no son pocos) han desmentido esa fabulosa tradición. Es cierto que puesto uno de estos reptiles al fuego deja trasudar un humor blanquizco, que primero resiste a la acción de la llama, pero en breves minutos queda el animal del todo carbonizado. A pesar de esto, aún pasarán muchos siglos antes que la salamandra, el camaleón, el pelícano, etc, etc., dejen de mirarse como emblemas y fuente de metáforas y divisas.

Las salamandras acuáticas, o tritones, son los urodelos más comunes; tienen la cola complanada verticalmente, y pasan toda su vida en el agua.

Tritón puntillado.

El TRITÓN JASPEADO (Lacerta salamandra lacustris, LATREILL.). Es poco acuática; tiene la piel áspera, y jaspeada de pardo; las partes inferiores son blancas con puntos pardos; por su espalda corre una línea colorada, que en el macho forma casi una cresta, señalada con manchas negras. La longitud de este reptil es de 8 a 9 pulgadas; encuéntrase al mediodía de Francia, y en el bosque de Fontainebleau; exhala un hedor fétido, y pasa el invierno metido en los agujeros de los árboles carcomidos.

Tritón jaspeado.

El TRITÓN PALMÍPEDO (Salamandra palmipes, DAUD.). Tiene la espalda parda, cuyo color forma líneas undulosas en la parte superior de la cabeza; en el vientre el color es uniforme. Presenta el macho tres crestitas en la espalda; y los dedos en ambos sexos son anchos y palmeados. Esta especie tiene 4 ó 5 pulgadas de largo, y se encuentra en Meudon y en los bosques húmedos.

El TRITÓN CON CRESTA (Triton cristatus, LAURENT.). Su longitud es de 7 a 8 pulgadas; tiene la piel áspera; en la cara superior del cuerpo es parda con manchas redondas negruzcas; y en la cara inferior leonada con manchas semejantes a las superiores; y en los costados se notan puntos blancos; el macho tiene la cola formando superiormente una cresta cortada o dentellada. Es un animal muy común en París en las aguas estancadas; y no solo no es venenoso, pero ni siquiera maligno.

El TRITÓN PUNTILLADO (Triton punctatus, LATREILL.). Tiene de 5 a 4 pulgadas de largo; la piel lisa; el color pardo claro superiormente, con manchas negras y redondas en todas las partes; la cabeza rayada de negro, y la cola con cresta festoneada.

Cuando empezamos a tratar de la historia de los reptiles, citamos el pasaje donde Linneo dice que estos animales reproducen con gran fuerza de vida las partes mutiladas de su cuerpo. Este hecho fisiológico es conocido hace siglos. Plinio sabía que varios reptiles pueden operar la regeneración de las partes de su cuerpo cortadas o accidentalmente perdidas; cita los lagartos y culebras, que reproducen la cola, y habla también de la facultad de que gozan los lagartos de regenerar sus miembros. Blumenbach vació los ojos con un punzón de hierro a un lagarto verde; en seguida puso el animal ciego dentro de un vaso a propósito y encima de tierra húmeda; y al cabo de algún tiempo tenía el reptil otros ojos. Bonnet amputó los miembros anteriores y posteriores a tritones y salamandras acuáticas; y se regeneraron por cuatro veces sucesivas. Pero entre todos los experimentos de esta clase, el más curioso es el que refiere Dumeril, profesor en el Jardín Real; quien está concluyendo, auxiliado de su ayudante naturalista Bibron, una grande obra sobre los reptiles, resumiendo del modo más completo el actual estado de la ciencia herpetológica. Aquel hábil observador cortó con unas tijeras los tres cuartos de la cabeza a un tritón jaspeado. En dicho estado de mutilación puso el reptil en un ancho vaso de cristal, que contenía agua fresca hasta a cosa de media pulgada del fondo. Aquí siguió viviendo y obrando con lentitud; pues privado de cuatro principales sentidos hallábase reducido exclusivamente al tacto. «Con todo, dice Dumeril, tenía la conciencia de que existía, caminaba lentamente y con precaución; de cuando en cuando, aunque mediaban largos intervalos, llevaba a la superficie del agua el muñón del cuello, y en los primeros días se le veía hacer esfuerzos para respirar.» Por espacio de tres meses vimos efectuarse un trabajo de reproducción y de cicatrización tal, que no quedó ninguna abertura, ni para los pulmones, ni para los alimentos. Por desgracia murió este animal después de suministrarnos materia de observación por espacio de tres meses, sin duda por negligencia de la persona a cuyo cuidado lo recomendamos durante una ausencia; pero el reptil se ha conservado en las colecciones del Museo. En nuestras explicaciones en la clase enseñamos este reptil, para que se vea no solo lo extraño de un animal que vivió sin cabeza, sino en especial para demostrar la posibilidad, y hasta la necesidad de que los batracios tengan una respiración cutánea.

Familia de los Batracios Esta familia puede considerarse como compuesta de urodelos que no han perdido las branquias; al principio se vio en estos animales a unos seres jóvenes pertenecientes a alguna especie de grandes salamandras; pero el examen anatómico los dio a conocer por animales perfectos, provistos de branquias y de pulmones juntamente. En el lago de Méjico hay una especie de esta familia, que lleva el nombre de AXOLOTL (Sirena pisciformis, SHAW.), que tiene cuatro dedos en los pies anteriores, cinco en los posteriores, y tres largas branquias en forma de borlas: su longitud es de ocho a diez pulgadas, y su color pardo con manchas negras.

El PROTEO (Sirena anguina, SCHNEIDER.). Solo tiene cuatro dedos en los pies anteriores y dos en los posteriores; su piel es lisa y blanquecina; su hocico largo y deprimido; los ojos extraordinariamente diminutos y ocultos bajo de la piel. Tiene más de un pie de largo y su grueso el de un dedo regular. Hállase únicamente en las aguas subterráneas de Cernícola que establecen comunicación entre ciertos lagos.

Esqueleto del proteo.

Familia de los Batracios apodes Las cecilias o serpientes desnudas que componen esta familia, carecen enteramente de miembros; por cuya circunstancia hasta el mismo Cuvier las clasificó entre los ofidios; pero se ha visto que estos animales en sus primeros tiempos están provistos de branquias a los lados del cuello. Su cuerpo es casi cilíndrico; su piel lisa, viscosa y llena de arrugas transversas anulares; los ojos sumamente diminutos y ocultos debajo de la piel; por lo que se les ha llamado cecilias, que significa ciegas. Estos reptiles señalan el tránsito de los ofidios a los batracios; habitan en lugares húmedos y oscuros en la América meridional. Su alimento consiste en gusanos, insectillos y sustancias vegetales. No citaremos más que una especie; a saber, la CECILIA GLUTINOSA, (Cecilia glutinosa, LIN.) que se encuentra en Ceilán: tiene trescientas cincuenta arrugas que se reúnen en la cara inferior en ángulo agudo: su color es negruzco con una lista amarillenta a cada lado.

Esqueleto de Cecilia.

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Al presentar la historia de los reptiles, de intento hemos omitido la de los animales fósiles pertenecientes a esta clase: cuando nos remontemos a las revoluciones que sufrió nuestro globo antes que fuese criado el hombre, sabrase que existieron en la superficie de este planeta un gran número de saurios de colosales dimensiones y de anómala estructura. Tenían unos en lugar de patas anchas aletas; otros a las aletas de pez juntaban la cola de lagarto, y el prolongado cuello de serpiente; otros estaban provistos de alas semejantes a las de los murciélagos; hubo iguanas herbívoras de 60 pies de largo, y el estanque en que hoy se ostentan en anfiteatro los frescos y umbrosos bosquecillos de Meudon, fue un tiempo la residencia de un enorme cocodrilo. Al observar las extrañas formas de dichos saurios fósiles, nos hallamos tentados a creer que la naturaleza se ensayó mediante caprichosos bosquejos en la producción de los vertebrados superiores que les han sucedido. Hasta los mismos reptiles en la actualidad vivientes, aunque separados de los peces por límites más marcados, forman una raza perteneciente por cierto a otra edad, y que no puede conformarse enteramente a las condiciones de la que transcurre. En una época en que la ardiente atmósfera del globo aún no había sufrido las vicisitudes de las estaciones, estos reptiles podían muy bien pasar sin una fuente de calor vital interna, y su respiración no tenía otro fin que el cambiar en sangre arterial la sangre venosa; al paso que con la sucesión de los siglos, a medida que fue enfriándose el globo y se formaron las zonas tórrida, templada y glacial, los reptiles creados para un clima constantemente cálido sienten hoy la falta de medios para resistir al frío; así se entorpecen y aletargan en invierno, reduciéndose de la mitad su existencia.

Tan solo en las regiones ecuatoriales conservan los reptiles un resto de su antiguo vigor; en ellas es donde por su fecundidad, dimensiones, y armas ofensivas y defensivas han excitado el terror o la admiración de los hombres, llegando estos al extremo de tributarles honores divinos; pues sin hacer mención del cocodrilo, que adoraron los Egipcios, notamos que las serpientes fueron y son aún objeto de un culto especial entre las tribus que viven en la zona tórrida. El boa constrictor tuvo en Méjico sus templos, ministros y sacrificios con sus víctimas; en África hay culebrones de que los negros de Juida hacen sus fetiches o ídolos; en la antigua mitología la serpiente representa uno de los papeles más importantes y variados: su marcha tortuosa hacíala mirar como emblema de la prudencia; sus silbos y su ponzoñosa mordedura la colocaron junto a los atributos de la Envidia, de la Discordia, y de las Furias; los Egipcios representábanla mordiéndose la cola para simbolizar la eternidad; los Persas veían en ella el emblema del sol, por parecer que este astro adelanta del uno al otro trópico formando curvas espirales con la combinación de su movimiento diurno con el anual.

Hoy, empero, que la exacta observación de los hechos ha puesto en olvido todas esas tradiciones simbólicas, o supersticiosas, las serpientes nos inspiran más repugnancia que terror, pues un cuerpo sin miembros que se mueve arrastrándose, ofrece algo tan antipático, y causa tal desvío, que a su vista la razón pierde sus derechos. Mas dejando aparte la repugnancia que nos aleja de todos los reptiles, y en especial de las serpientes, su estudio bajo el punto de vista religioso no es menos interesante que el de las demás clases de animales; pues nos muestra al Criador velando por la conservación de especies que al parecer habían perdido su próvida atención; y si por una parte ha modificado la atmósfera primitiva, por otra ha compensado este inconveniente dándoles un sueño de invierno que les dispensa de toda necesidad; del cual despiertan en cada primavera para gozar de una nueva vida, cuando viene el sol a restituirles temporalmente la elevada temperatura que sin intermisión reinó en los primeros tiempos en que fueron creados.

FIN DEL TRATADO DE LOS REPTILES

Tratado de los Peces

Imaginémonos por un instante que el lector es una persona antediluviana, y hasta que existió antes del sexto día de la gran semana, que vio aparecer en el mundo al género humano, y asistió y presenció el sublime espectáculo de la creación... y que, sin suponerlo, uno de los espíritus angélicos intermedios entre el hombre y la Divinidad, le concedemos sin embargo el conocimiento de las causas finales; es decir, de las condiciones de existencia que debe reunir todo ser, no solo en su conformación individual, sino también en sus relaciones con cuanto le rodea. Supongamos a más que el soberano Autor de todo lo criado le hubiese llamado junto a sí al empezar el QUINTO DÍA, cuando nada orgánico existía en la tierra, fuera del reino vegetal; y que señalándole los mares, los lagos, los ríos, arroyos y estanques, lo que ocupa más de dos tercios de la superficie del globo, le hubiese dicho: «Quiero que estas aguas sean habitadas por una raza fecunda, útil al hombre que crearé mañana; a ti pues que conoces mi idea confío esta parte de mi obra.» Veamos cómo el mismo lector con sus ideas adquiridas hubiera procedido a la ejecución de la voluntad divina.

En primer lugar, habida razón de que los animales de que se trata deben ocupar toda la extensión de las aguas, para que en todas partes pueda alcanzarlos la mano del hombre, les hubiera proporcionado medios de trasladarse con rapidez a considerables distancias; hubiérales pues dado un esqueleto sólido e interior, para servir de punto de apoyo y de inserción a los órganos externos del movimiento; y el eje hueco de este esqueleto hubiera servido de cubierta protectora del celebro y de la médula espinal; en una palabra hubiera creado una clase de animales vertebrados.

Pero estos vertebrados a fin de cruzar en todas direcciones el líquido resistente que para vivienda se les señaló, necesitaban músculos robustos, los cuales en especial debían acumularse en la región posterior del cuerpo, destinada a empujar hacia delante las partes del líquido que tiene en frente. Así hubiera dado a la cola una fuerza predominante. En cuanto a los miembros, destinados a secundar la acción motriz de la cola, hubieran sido cortos y delgados para que fuesen más rápidos sus movimientos; hubieran sido extensibles como los dedos de las aves palmípedas, para que sirviesen de palos de birar; y a más hallándose la piel de estos vertebrados expuesta al continuo roce de las aguas, hubiérala vestido, no de plumas o de pelos, sino de una coraza compuesta de escamas lisas, y sobrepuestas unas a otras como tejas.

¿Cuál fuera el régimen alimenticio que les habría impuesto? Sin duda a algunos hubiérales prescrito alimentarse con los vegetales que crecen en las aguas dulces o saladas; pero como las plantas acuáticas distarían mucho de ser bastantes para la muchedumbre de familias que hubiera debido crear, las pequeñas especies tendrían orden de nutrirse con despojos de animales terrestres, arrojados al mar por los vientos y los ríos; otras especies todavía más pequeñas hallarían su sustento en las mismas aguas del océano, la cual en cada gota, en virtud del poder discrecional que suponemos en el lector, estaría convertida en un mundo fosfórico poblado de animalillos; y finalmente, hubiera autorizado a las especies de mayores dimensiones a devorar las más débiles para alimentarse con ellas.

Condenada esta raza a no salir jamás de su elemento natal; y no pudiendo respirar sino por intermedio del agua, hubiera dado a esta la facultad de mantener en su disolución cierta cantidad de aire, y hasta de oxígeno puro; pero como un órgano respiratorio semejante en su conformación a los pulmones, no podría recibir un líquido que, introducido en el animal, le mataría al punto, hubiera vuelto hacia el exterior, o ranversado, el árbol respiratorio, del mismo modo que se ranversa un guante (disimúleseme lo trivial de la comparación). Hubiera dirigido los bronquios hacia fuera del cuerpo, y el agua saturada de oxígeno, en vez de introducirse en el árbol respiratorio, bañaría esta misma superficie, que en lugar de ser cóncava sería convexa: en una palabra, hubiera dado a dichos animales branquias en sustitución de los pulmones. A fin de hacerles menos sensibles las variaciones de temperatura en los viajes que ejecutan bajo diversas latitudes, hubiera dotado al cuerpo de esos animales acuáticos de la propiedad que tienen todos los cuerpos inertes de equilibrar su propio calórico con el de los medios que les rodean; o en otros términos, habríales hecho animales de sangre fría, para quienes fuese nula la impresión de las vicisitudes de la temperatura general inmediata, supuesto que tal impresión es el resultado del contraste entre el calor interno del ser orgánico y el exterior que le rodea.

Para ser animales de sangre fría, no se hubiera contentado con hacerles respirar en un líquido pobre de oxígeno; hubiérales cercenado el corazón izquierdo, a cuyo impulso, en efecto, es como la sangre arteriosa arrojada hacia los órganos, desarrolla mediante su roce parte del calor vital en los animales superiores. Faltos los de que tratamos de corazón izquierdo, la sangre venosa enviada a las branquias por el corazón derecho, hubiera salido de estas después de convertida en arterial por el solo empuje de la sangre venosa que va sucediéndolo en las branquias.

Permaneciendo pues la sangre de esos animales en estado de frialdad fuera consiguiente una vida menos enérgica, movimientos más débiles que en los vertebrados; y hubiera puesto en armonía con este estado de inferioridad de vida y movimientos, el aparato sensitivo, cuya perfección habría sido inútil. Siendo poco desarrollados los órganos de los sentidos, hubiera proporcionado el volumen del celebro a las impresiones que de ellos había de recibir. Su tacto, obstruido por las escamas que cubrieran todo el cuerpo, tuviera su asiento limitado a la piel de los labios. El gusto no fuera menos obtuso; ¿pues de qué les sirviera la facultad de saborear una presa, que solo podían coger con la boca, y aún esto al paso y de corrida? Así que, su lengua había de ser casi inmóvil, escasa de filamentos nerviosos, y aún a veces cubierta de escamas o de laminitas óseas. Como el olfato solo imperfectamente puede ejercer sus funciones en medio de agua, la cual no puede transmitir de mucho como el aire las exhalaciones o vapores odoríferos, no hubiera el lector colocado los orificios de la nariz en el conducto por donde pasa el agua que introduce el animal en su órgano respiratorio. Verificándose, la respiración sin el concurso del aire elástico, hubiera resultado para ellos una falta absoluta de voz, que constituye uno de los principales medios de comunicación entre individuos de una misma especie; por lo misino se hubiera ahorrado el trabajo de organizar un oído muy sutil tratándose de unos seres mudos; y el aparato auditivo, falto de oído externo, de tímpano y de caracol, hubiera quedado reducido al vestíbulo y canales semicirculares. Como la luz difícilmente penetra en las profundidades de los mares, hubiérales provisto de ojos grandes y sin párpados, con pupila ancha e inmóvil, a fin de que pudiesen recibir mayor número de rayos en la oscura morada donde se les destinaba a vivir; pero llegando estos rayos hasta el órgano de la vista al través de un líquido de densidad casi igual a la de las partes transparentes del ojo, no se hubieran refractado lo suficiente, y así hubiera favorecido la visión mediante un cristalino esférico dotado de una gran fuerza de refracción.

A la escasa sensibilidad de dichos animales, era consiguiente la falta de placer y de dolor; de modo que la necesidad de alimento, o el hambre, debía ser el único sufrimiento de su vida; y como tal voracidad hubiérales hecho enemigos unos de otros, sus instintos, su industria, sus actos, debían limitarse o a perseguir una presa, o a huir de un enemigo o perseguidor.

En cuanto a la reproducción de dichos animales, viviendo los unos a costa de los otros, hubiera querido, con objeto de asegurar la perpetuidad de las especies, que la hembra estuviese dotada de toda la fecundidad posible: así la hubiera hecho ovípara; pero como la madre ni podía empollar ni vigilar los huevos, quedando por lo tanto expuestos a mil peligros de toda especie, era preciso que fuesen innumerables para evitar su total destrucción.

Finalmente, acordándose de las instrucciones del Criador, hubiera dado a tales seres las formas elegantes y simétricas, y los colores brillantes y variados, tanto para atraer hacia ellos las miradas del hombre, como para señalarlos como con una marca visible que ayudase las especies a reconocerse hasta en las tenebrosas profundidades del océano. Tocante a la magnificencia de adornos, no hubiera cuidado de ella tratándose de unos animales que, no conociendo los afectos conyugales, ni las dulzuras de la paternidad, para nada necesitaban de nuestros atractivos.

Resumiendo lo dicho, obedeciendo el lector, según nuestra suposición, las órdenes del Supremo Hacedor del universo, hubiera creado animales vertebrados, ovíparos, de sangre fría, vivientes en el agua, respirando por medio de branquias: en una palabra, peces.

Bajo la antecedente suposición acabamos de explicar efectivamente y de dar a entender el modo de coordinarse las leyes que presidieron a la formación de los seres animados: solo falta añadir a esa exposición general algunos pormenores relativos a la estructura de la clase de animales que nos ocupan.

Tocante al destino providencial de los peces, se comprenderá mejor aún cuando hayamos dado a conocer los innumerables recursos que de ellos saca el hombre: entonces se tendrá lástima del pesimismo de ciertos economistas malhumorados, a quienes asustan los aumentos de población; y se esfuerzan para demostrar que ha de llegar un día, en que hallándose cultivadas y civilizadas todas las regiones del globo, la especie humana será presa de la miseria y de las privaciones, por la desigualdad entre el número de consumidores y la cantidad de las subsistencias; semejante alarma causa verdaderamente risa al pensar que el océano contiene en sus inconmensurables senos con qué abastecer al consumo del mundo entero de los vivientes; y en que gracias a los medios de comunicación que poseemos, y que van perfeccionándose al compás de nuestras necesidades, los pescados, sacados a millares, por ejemplo, de la bahía de la Mancha, pueden trasladarse en dos días a quinientas leguas de distancia de dicho punto... ¡Pobres calculadores de gabinete, que emplean todo su talento en acumular cifras desconsoladoras, y hacen caso omiso de la Providencia, precisamente cuando descubre al hombre potencias motoras destinadas a cambiar la faz de la tierra!

Volviendo empero a nuestro propósito, la forma exterior de los peces varía muchísimo, aunque generalmente su cuerpo es de una pieza, por decirlo así, o formando unidad de continuación; solo marca la distinción entre la cabeza y el cuerpo un ligero adelgazamiento, análogo al cuello en los animales superiores; y su gruesa cola no se distingue de lo restante del cuerpo. Considerada su estructura en conjunto, es tan a propósito para la natación como la de las aves para el vuelo; aunque debiendo estas sostenerse en un medio gaseoso, recibieron extensas alas para impeler el aire; mientras que suspendido el pez en un líquido denso y casi tan pesado como él mismo, ninguna necesidad tenía de grandes alas para nadar. La progresión se efectúa por medio de los movimientos de la cola, la cual empuja o sacude alternativamente el agua a derecha e izquierda.

Esqueleto de una carpa.

Como los miembros ofrecen al animal poquísima utilidad, están reducidos a exiguas proporciones: los huesos de los brazos y piernas son sumamente cortos, o del todo cubiertos por la piel, hallándose los huesos de los dedos, así de los pies como de las manos, representados por simples radios óseos o cartilaginosos, unidos entre sí por membranas y cubiertos por la piel. Estos órganos, que se aproximan a la organización de las alas de un murciélago, se han llamado aletas: las correspondientes a los brazos de los mamíferos y a las alas de las aves están adheridas a los lados del tronco inmediatos a la cabeza, y toman el nombre de aletas pectorales; los miembros posteriores regularmente ocupan la parte inferior del cuerpo, hallándose situados más o menos hacia atrás desde el cuello a la raíz de la cola; y se denominan ventrales. A más de estas cuatro aletas, dispuestas todas a pares; tiene el pez otras impares en las líneas medias del dorso y del vientre, y también debajo de la cola; llámanse dorsales las superiores, y caudales las de la extremidad de la cola. Algunos peces hay que carecen de aletas impares; y aún las pares, que como hemos dicho, representan los miembros, varían mucho en número, como los miembros de los reptiles: por lo regular se presentan cuatro, en algunos solo dos, y los hay que no tienen ninguna.

Las branquias se componen de dos filas de láminas adheridas a los arcos branquiales que sostienen el hueso lingual; dichas láminas están cubiertas de innumerables vasos. El agua que traga el pez se escapa por entre las laminitas, saliendo por las aberturas llamadas agallas, situadas a cada lado inmediatamente detrás de la cabeza. Tienen estas el borde móvil y libre como la tapadera de una caja de tomar tabaco, por lo que se han llamado opérculos. Después de haber sufrido la sangre la acción del oxígeno disuelto en el agua, es conducida a un tronco arterial, situado debajo de la espina dorsal, cuyo tronco la distribuye a todos los órganos, desde los cuales la recogen las venas, y la llevan al corazón derecho.

El esqueleto de los peces regularmente es óseo, si bien en algunos permanece en estado cartilaginoso, y aún tal vez en estado membranoso. Los huesos no tienen canal medular, y su cartílago no se resuelve en humor gelatinoso, como sucede en las aves y en los mamíferos.

Las vértebras se articulan por medio de superficies cóncavas, cubiertas de los respectivos cartílagos; la mayor parte tienen encima de la porción anular que concurre a formar el canal de la médula espinal largas apófisis espinosas; las apófisis transversas se articulan por ambos costados cada una con la correspondiente costilla; a unas y otras llama el vulgo espinas. En algunos peces no se ven costillas; en otros, al contrario, abarcan todo el abdomen, y hasta los hay en quienes las costillas se unen a una serie de huesos impares análogos al esternón. Encima de las apófisis espinosas y en la línea media del cuerpo se encuentran los huesos interespinosos, los cuales tienen la figura de un puñal de cuatro filos, cuya punta se dirige hacia abajo: regularmente se apoyan en el extremo de las apófisis espinosas, y el opuesto extremo sostiene las radios de las aletas impares.

La estructura de la cabeza es en los peces muy complicada; y aunque no tratamos de describirla en todos sus pormenores, diremos sin embargo que la mandíbula superior es móvil, lo misino que la inferior; en el interior de las fosas orbitarias vese de cada lado un tabique vertical suspendido en el cráneo, que separa la boca de las órbitas y de las mejillas; por su parte inferior da inserción a la mandíbula inferior, y posteriormente prolóngase hasta constituir el opérculo que cierra las branquias. El hueso lingual o hioides está sumamente desarrollado; forma ramas laterales que sostienen radios complanados o corvos, los cuales, en unión con los opérculos, concurren a completar las paredes de las cavidades branquiales, y tienen el nombre radios branquióstegos; por detrás de dichas branquias nacen del hueso lingual cuatro arcos óseos que sostienen las branquias y que por la misma razón se llaman arcadas branquiales. Finalmente, la cavidad del cráneo es pequeña a proporción de la masa del cuerpo, y sin embargo aún falta mucho para que el celebro alcance a llenarla toda, supuesto que entre las paredes craneanas y la superficie cerebral existe una masa esponjosa y grasienta de bastante volumen. Los lóbulos cerebrales están dispuestos en fila, y aparentan por su figura y disposición una doble serie de cuentas de rosario: en dicha masa cerebral se distingue un cerebelo, los hemisferios cerebrales, los lóbulos ópticos, y detrás de estas partes los lóbulos pertenecientes a la médula oblongada.

La cantidad de oxígeno que los peces consumen en el acto de respirar es poquísima aunque a algunos no les basta la que el agua tiene en disolución, y por intervalos más o menos largos tienen necesidad de acudir para respirar a la superficie. Ciertas especies tragan el aire, y convierten el oxígeno en ácido carbónico, haciéndolo pasar al través del intestino. Sacado el pez fuera del agua, pronto perece asfixiado por efecto del aplacamiento de las branquias, y en especial por su desecación, cuyas circunstancias les impiden funcionar y que por ellas corra la sangre.

El aparato nutritivo consta de las mismas vísceras que en los demás vertebrados. Pero faltan en la boca glándulas salivales, aunque no los dientes, los cuales no solamente ocupan las mandíbulas, sino también el paladar, la lengua, y la cámara posterior de la boca; no tienen raíces, sino que están soldados al hueso que los sostiene; en ciertas épocas caen y los reemplazan otros nuevos.

Por último, y para completar estas nociones generales, vamos a citar una particularidad muy notable en la organización de los peces, cual es la existencia de una vejiga llena de aire, la cual comprimiéndose o dilatándose por medio de los movimientos de las costillas, cambia el volumen, y por consiguiente la gravedad específica del pez, quien por este medio es dueño de permanecer en equilibrio así como de subir o bajar en el agua. Esta bolsa, llamada vejiga natatoria, está situada en el vientre, debajo de la coluna vertebral; por lo regular comunica con el estómago mediante un canal, por el cual puede hallar salida el aire contenido en el interior; pero este gas solo penetra allí por dicha vía, y luego se exhala por las paredes del reservorio.

La clase inmensa de los peces es entre todas las del reino animal la que mayores dificultades presenta para su clasificación. En primer lugar vamos a dar a conocer los caracteres de los órdenes que la componen; y luego tazaremos la historia de las especies más interesantes que a cada orden corresponden.

Naturalmente se dividen los peces en dos series bien distintas: la de los que tienen el esqueleto óseo, y la de los que lo tienen cartilaginoso, o membranoso. Los primeros forman seis órdenes en que entran todos los peces comunes.

El primer orden de los peces óseos abraza los acantopterigios, así llamados por sus aletas dorsales sostenidas por radios espinosos. Cuando solo se presenta una aleta dorsal, los radios espinosos sostienen a lo menos la mitad anterior de la aleta; cuando existen dos, la primera se halla del todo sostenida por radios espinosos. A esta grande división pertenecen las tres cuartas partes de los peces que conocemos.

Segundo orden: comprende los malacopterigios abdominales, los cuales tienen todos los radios de las aletas blandos y articulados, y las aletas ventrales bajo del abdomen, detrás de las pectorales.

Tercer orden: malacopterigios, subranquiales: lo mismo que los del orden precedente, tienen todos los radios de las aletas blandos y articulados; las aletas ventrales, adheridas bajo de las pectorales, están suspendidas de los huesos escapulares inmediatamente.

Cuarto orden: malacopterigios apodes: lo mismo que los dos órdenes que anteceden, tienen todos los radios de las aletas blandos y articulados; pero carecen de aletas ventrales.

Quinto orden: lofobranquios: las branquias de estos peces óseos, en lugar de presentarse como las púas de un peine, se dividen en borlitas redondas, dispuestas a pares a lo largo de los arcos branquiales.

Sexto orden: plectognatos: estos en vez de tener la mandíbula superior móvil, como los demás, se halla articulada por sutura sinartrodial con el cráneo.

La segunda serie de los peces comprende los de esqueleto cartilaginoso, en cuyas piezas la materia calcárea solo está depuesta en granos separados, y de ningún modo formando fibras óseas. Estos peces, llamados también condropterigios, se dividen en tres órdenes que son los siguientes:

Esturionios: forman el primer orden de los cartilaginosos: lo mismo que los precedentes, tienen las branquias libres, abiertas por una sola cisura, y provistas de un opérculo.

Segundo orden: Selacios: en estos las branquias, en vez de ser libres por su borde externo y de estar suspensas de una cavidad común, desde donde salga el agua al exterior por una sola abertura; están, al contrario, adheridas a la piel; de modo que para la salida del agua que las ha bañado, necesítanse tantas aberturas cuantos son los espacios o intersticios que dejan entre sí. Los selacios tienen móviles las mandíbulas.

Tercer orden: los Ciclóstomos: tienen las branquias fijas lo mismo que los selacios; y las mandíbulas, articuladas entre sí por sutura, forman un anillo inmóvil.

Orden de los Acantopterigios Al frente de este orden, cuyo carácter forman las aletas dorsales, sostenidas por radios espinosos, se nos ofrecen las percas. Estas tienen el cuerpo largo, deprimido, de 16 a 18 pulgadas de longitud, y cubierto de escamas duras; los opérculos presentan los bordes dentados y espinosos, y la lengua es lisa.

La PERCA o RÓBALO COMÚN (Perca fluviatilis, LIN.). Su color consiste en un fondo verdoso, listado con anchas fajas verticales negruzcas; las aletas ventrales y la anal son coloradas. Es uno de los más hermosos y útiles entre los peces de agua dulce; huye del agua salada, y se alimenta de gusanos, insectos y huevos de pescado. Hace la puesta en abril, y entrelaza los huevos entre las cañas en forma de cordones, unidos por una materia viscosa.

Las Lubinas o Robalizas, tienen opérculos escamosos terminados en dos espinas; y la lengua cubierta de asperezas.

La LUBINA COMÚN (Perca labrax, LIN.). Es pescado marítimo, de carne delicada, y abunda en las costas del Mediterráneo. Cuando adulto es de color plateado sin las manchitas pardas que presenta cuando es tierno.

Los Peje-arañas tienen la cabeza comprimida, el hocico corto, los ojos aproximados y el opérculo armado de un fuerte aguijón: viven mucho fuera del agua; por lo que se les ha llamado también vivos.

El PEJE-ARAÑA COMÚN (Trachinus draco, LIN.). Esta es una especie marítima gris- rojiza con manchas negruzcas, rasgos azules y matices amarillos; en los costados vense estrías oblicuas; la segunda aleta dorsal consta de treinta radios. Es muy apetecida de los pescadores por ser tan sabrosa; aunque la temen a causa de las punzadas que suelen causarles sus aguijones. Es común en las costas del océano, donde se mantiene hundida en la arena.

El PEJE-ARAÑA VÍBORA (Trachinus vipera, CUV.) Es más descolorido que el antecedente, tiene los costados lisos y veinte y cuatro radios en la segunda dorsal. Encuéntrase en la Mancha, y es más de temer que el peje-araña común, por cuanto es pequeño y se oculta más fácilmente.

Los Salmonetes se distinguen por dos barbillas que les cuelgan de la mandíbula inferior; sus aletas dorsales están muy separadas; la cabeza y cuerpo se ven cubiertos por grandes escamas poco adherentes; el opérculo carece de dentellones; el color es rojo, y falta en estos peces la vejiga natatoria.

El SALMONETE VERDADERO (Mullus barbatus, LIN.). Tiene un hermoso encarnado; su perfil es casi vertical: si bien abunda muchísimo en el Mediterráneo, es raro en la Mancha; su sustancia es exquisita y muy apreciada de los gastrónomos inteligentes.

Los romanos del imperio gustaban con delirio del verdadero salmonete; y siendo así que en sus viveros no multiplicaba este pez, y a más era de cortas dimensiones, lo pagaban literalmente a peso de oro siempre que se ofrecían de mayor tamaño del que regularmente presentan. Horacio hace mención en su segunda Sátira de un salmón que pesó tres libras, y Marcial cita otro que pesó cuatro libras; Suetonio y Séneca nos han dejado interesantes pinturas de aquellos festines suntuosos cuyo plato principal formaba el salmonete: por ahí se ve que aquellos degradados romanos ninguno de los delirantes caprichos que engendra un lujo desenfrenado olvidaron. Para que el pez conservase su frescor, le hacían ir por ciertos arroyuelos, que corrían hasta debajo de las mesas; les daban muerte dejándolos en seco en vasos de cristal de roca, que pasaban de mano en mano, y los cambios de color que se producían en el cuerpo del moribundo pescado ofrecíanles un grato espectáculo, principio de sus delicias. Pagábase un salario enorme a los libertos encargados de guisar los salmones; los ricos no retrocedían, ante el precio, por enorme que fuese, tratándose de un salmón más grueso de lo regular; así es que, según refiere Séneca, habiendo el emperador Tiberio recibido en cierta ocasión uno de estos peces que pesó cuatro libras y media, lo subastó entre Apicio y Octavio, celebérrimos ambos en los fastos de la glotonería, y al fin se lo llevó Octavio por la friolerilla de 5000 sestercios, equivalentes a unos 4000 reales de nuestra moneda actual. Asinio Celer pagó por otro salmón 8000 sestercios; y por último, en el reinado de Tiberio se dieron por tres de dichos pescados hasta 30.000 sestercios, más de mil pesos.

Las Triglas tienen protegidas las mejillas por los huesos infraorbitarios, los cuales, en vez de formar como un marco al globo del ojo, se extienden por la cara y van a articularse en la parte posterior con el primer hueso del opérculo. Algunas especies cuando se ven cogidas despiden cierto gruñido, por lo que se les ha dado el nombre vulgar de gruñidoras. Nótase esta circunstancia en el pajel, especie muy abundante en nuestras pescaderías, y muy apreciada. Tiene un hermoso encarnado, el hocico oblicuo; su piel forma repliegues verticales longitudinales en los costados, que cubren otras tantas laminitas cartilaginosas.

Los Dactylópteros, tienen las mejillas como las triglas, pero se diferencian por sus anchas aletas pectorales, que les sirven de alas cuando se arrojan fuera del agua para escapar por algunos instantes a sus perseguidores: por esto se les ha llamado peces volantes o voladores, golondrinas de mar, etc.

Pez volador.

Encuéntranse estos peces en el Mediterráneo, y especialmente en los mares de los trópicos, reunidos formando numerosas legiones, y perseguidos por las doradas, bonitos y otros peces voraces. Para librarse del peligro, levántanse al aire, pero en este último elemento hallan otros enemigos no menos peligrosos, como son las aves marítimas, sobre todo las fragatas, que los aguardan para cogerlos al vuelo en su corto viaje aéreo: tal es el PEZ VOLADOR del Mediterráneo (Trigla volitans, LIN.). Su longitud es de 1 pie; superiormente es pardo, y rojizo en la cara inferior; sus aletas son negras con manchas azules.

Los Espinosos, que también pertenecen al grupo de peces que tienen placas óseas en la cabeza, tienen la primera aleta dorsal sustituida por tres espinas libres, y lo mismo su aleta ventral se reduce a una sola espina.

El ESPINOSO (Gasterrosteus aculeatus, LIN.). Presenta el costado en toda su extensión, y hasta el extremo de la cola, guarnecido de placas escamosas; multiplica extraordinariamente esta especie en las aguas dulces del norte de Europa, y la emplean para abonar los terrenos después de haber extraído del pez el aceite.

El ESPINOSO PEQUEÑO (Gasterosteus pungitus, LIN.). Es el más diminuto, al paso que el más abundante, de nuestros peces de agua dulce. Su longitud es de 18 a 20 líneas; tiene nueve espinas cortas en el dorso, y los lados de la cola están cubiertos de escamas. Este pez es muy amargo por la abundancia de bilis que contiene; así es que no entra en las cocinas, ni lo pesca nadie expresamente.

Las Doradas son unos acantopterigios, cuyo paladar está desprovisto de dientes; algunas filas de muelas obtusas guarnecen la mandíbula a manera de un empedrado; y en su parte anterior vense algunos dientes cónicos, también obtusos.

La DORADA VULGAR (Sparus auratus, LIN.). Tiene cuatro filas de muelas superiores y cinco de inferiores. Abunda este hermoso pez en las costas de Bretaña y en el Mediterráneo; es muy sabroso, y de bellísimos reflejos, siendo notable por una semiluna dorada situada en el espacio que media entre los ojos.

A causa de dicha faja semilunar dieron los antiguos a la dorada el nombre de Chrysophrys (ceja dorada). Esta especie, junto con algunas otras, sugirió a los Romanos la idea de construir estanques artificiales a fin de que en todas estaciones pudiesen satisfacer su sensualidad. Enviaban ligeros barquichuelos a las costas de Sicilia y de Jonia, cuya única ocupación era cargar de pescado: así que, Roma recibía de Brindis, Tarento y Mesina, las especies de pescado más apetecidas y exquisitas, mientras que los jonios, que inventaron los buques con reservorio de agua, buques muy veleros, llevaban a dicha capital del mundo peces vivos. Pero estos recursos gastronómicos eran insuficientes para los romanos; los vientos contrarios y los temporales turbaban o impedían a menudo la navegación de dichos barcos; así fue que por último los ciudadanos más opulentos hicieron construir a orillas del mar diques bastante sólidos para resistir al ímpetu de las olas; otros hicieron excavar los montes, y formar en ellos espaciosos viveros, que se poblaron con peces de las costas de Siria, Egipto, la isla de Rodas, y Creta, para que los consumidores pudiesen cuando gustasen tenerlos a su disposición, sin depender su posesión de los vientos ni de las tempestades.

Tales viveros eran de dos especies: unos de agua dulce, y otros de agua salada; los primeros, que eran los más antiguos, se llamaron plebeyos desde que los patricios no quisieron poseerlos; y solo contenían los peces comunes, como los que vemos en nuestros estanques. Los viveros que recibían el agua del mar eran los más estimados y dispendiosos; así es que L. Luculo y Q. Hortensio, cónsules, alcanzaron escandalosa celebridad, en razón de las sumas enormes que prodigaron para la construcción de estos grandes estanques, los cuales exigían trabajos no menores a los que requiere el establecimiento de un puerto de guerra. El primero que puso en gran boga esa especie de desvarío fue Licinio Murena, a quien pronto aventajaron. Lúculo el vencedor de Mitrídates, quien después de haber hecho socavar y abrir un monte de parte a parte, cerca de Nápoles, a fin de conducir a sus estanques el agua del mar, llegó dice Varrón, a igualar al parecer a Neptuno en el imperio sobre los peces. Mandó abrir cavernas que en verano les proporcionasen deliciosa frescura; y del mismo modo que en dicha estación acostumbran en la Apulia poner los rebaños al abrigo de los ardores del sol en las cuevas naturales del territorio sabino, así quiso Lúculo procurar ese mismo favor a los peces de su propiedad. Dice pues Plinio haber gastado Lúculo más caudales en dichas obras que en su famosa quinta con sus parques y jardines hechos por el estilo asiático así en su fachada como en la parte de ornato.

A más de esa frenética afición a los estanques de agua de mar, la gran moda entre los hombres de tono y de caudal fue poseer peces domesticados; así observa indignado Cicerón en una de sus cartas a Ático, que los grandes de Roma cifraban toda su dicha y toda su gloria en tener en sus viveros salmonetes domesticados a punto de no huir cuando alguno los tocaba; y Plinio habla de los peces que poseía en sus estanques el emperador Trajano, los cuales acudían a la voz de su amo.

Aquellos vastos estanques, donde se reunían en todas estaciones los peces mejores y más raros de Europa, Asia y África, exigían para su mantenimiento tales dispendios, que eran la ruina de las familias. Estaban divididos en varias comparticiones, a fin de que los peces no se mezclasen o confundiesen, y pudiesen más fácilmente pescarlos; de suerte que en las ocasiones solemnes, sin dificultad podían reunirse en gran cantidad y de diversas especies. Cuenta la historia que el hermano del emperador Othon dio a este una cena en que se contaban dos mil platos de pescados raros y exquisitos.

Servían el salmonete en fuentes adornadas con preciosa pedrería, y con un condimento que era casi del mismo precio. Finalmente, bajo el imperio de Heliogábalo llegó la extravagancia a tal extremo, que hallándose este emperador disgustado de los salmonetes, no obstante ser muy raros, mandó, según dice Lampridio, que le sirviesen un plato lleno de barbillas de este pescado: júzguese de ahí cuántos peces serían necesarios para satisfacer tan insensato antojo.

Los ARQUEROS y QUETODONDES forman parte de un grupo en que las aletas dorsales están cubiertas de escamas, que formando como una costra, hacen difícil distinguirlas de lo restante del cuerpo.

La BANDOLERA PICUDA. (Chaetodon rostratus, LIN.). Tiene el hocico largo y delgado; sus dientes son finos como terciopelo, más bien que como seda, su piel escamosa ostenta los colores más brillantes; aunque lo más notable es en este pez de los trópicos su instinto para la caza: arroja gotas de agua a los insectos que descubre en las orillas, y les hace caer en el agua para comerlos. Esta circunstancia constituye una de las delicias campestres que más gustan a los chinos y japoneses.

El ARQUERO SAGITARIO (Toxotes jaculator, CUV.). Tiene el cuerpo corto y deprimido; el hocico complanado la mandíbula inferior más saliente que la superior y los dientes como terciopelo liso; es su industria idéntica a la de la Bandolera picuda o quetodonde; y arroja las gotas de agua hasta la altura de cuatro o cinco pies a las plantas acuáticas donde ve algún insecto; con tal destreza, que rara vez yerra el blanco; y aturdido el insecto con aspersión tan súbita, cae en el agua y es presa del arquero.

Los Escombros o caballas nos ofrecen utilísimas especies, tanto por lo sabroso de su sustancia, como por su volumen, y sobre todo por su fecundidad inagotable. Son peces viajeros que, no obstante la destrucción que de los mismos hacemos, vuelven cada año a los mismos parajes en innumerables legiones, abasteciéndonos de pesca abundante y fácil de conservar: tales son los atunes, los bonitos, y las caballas. Tienen el cuerpo ahusado; la cola estrecha; la aleta caudal muy grande; los radios posteriores de la segunda dorsal, lo mismo que de la anal, están separados formando otras tantas aletas falsas.

La CABALLA COMÚN o SARDA (Scomber Scombrus, LIN.). Tiene el cuerpo cubierto de escamitas lisas, con dos pequeñas crestas a los lados de la cola; el dorso azul con listas negras; cinco falsas aletas superiores y otras tantas inferiores. Es un pez sabroso aunque comido muy a menudo al fin disgusta.

Este pez llega hasta nuestras costas, dando lugar a una pesca muy productiva. Creen la mayor parte de los naturalistas que las caballas pasan el invierno en los mares del Norte, y que a la primavera bajan por las costas de Islandia, Irlanda y Escocia, dirigiéndose al Atlántico, desde cuyo punto, divididas en dos colunas, se va la una en derechura al Estrecho de Gibraltar y al Mediterráneo, y la otra vuélvese hacia el este, atraviesa la Mancha y después de haberse derramado por el Báltico, vuelve hacia el polo costeando la Noruega; pero Edwards, profesor del Jardín de las plantas, halla insuficientes las pruebas en que apoyan dicha opinión; y cree que los viajes de estos peces están muy lejos de tener una extensión tan considerable. Conceptúa probable que durante el invierno se retiran a las grandes profundidades del mar, y que la necesidad de desovar en lugares convenientes las obliga a acercarse a las costas. Si fuese cierto, dice el referido naturalista, que esas legiones viniesen todas de los mares polares, debieran presentarse en las Orcadas, antes de aparecer en la Mancha; y hasta se asegura que las caballas que frecuentan los parajes en que se hallan con abundancia, pertenecen a distintas variedades; así en el Báltico solo tienen 1 pie de longitud; en las costas de Islandia son mucho más pequeños; al paso que en la Mancha son mucho mayores y proporcionan abundante y saludable alimento; en este punto se pescan algunos, que llegan a 2 pies de longitud.

El ATÚN ORDINARIO (Scomber thinnus, LIN.). Es un gran pez que a veces llega a tener 18 pies de largo. La parte superior del cuerpo es de color negro azulado; el vientre grisáceo, con manchas plateadas; al rededor del pecho presenta una especie de coselete formado de escamas mayores y no tan lisas como las que cubren lo restante del cuerpo. A cada lado de la cola, entre las pequeñas crestas que hemos señalado al hablar de la caballa, obsérvase una especie de quilla o arista cartilaginosa: la primera aleta dorsal se prolonga hasta muy cerca de la segunda; al paso que en la caballa media un espacio de bastante consideración entre ambas aletas: a más, tiene 19 aletas superiores y no número igual en la parte inferior. El atún se asemeja a la caballa en cuanto a su figura, pero la aventaja mucho en cuanto a su longitud. En las costas de Cerdeña se pescan algunos que pesan más de 1000 libras.

Atún.

Encuéntrase el atún en el Mediterráneo con especialidad, donde multiplica de una manera asombrosa; y en ciertas épocas del año recorre las costas reunido en numerosas legiones. Tocante a sus viajes, ha sido válida igualmente la opinión de que se introduce anualmente por el estrecho de Gibraltar, procedente del oeste; llega hasta el Bósforo, y retrocede en seguida dirigiéndose al océano; pero al parecer las emigraciones de estos peces se reducen a más estrechos límites; o mejor, que viven constantemente en un mismo paraje, pasando parte del año en lo profundo de las aguas, y acercándose a las costas en lo restante; y robustece esta opinión el que en lugares entre sí poco distantes aparecen los atunes en épocas muy separadas. Como manjar es el atún bastante apreciado.

La pesca del atún en el Mediterráneo asciende a la más remota antigüedad; la misma enriqueció a Bizancio y a las poblaciones de las costas de España; en la actualidad constituye una de las industrias de mayor importancia en Provenza, Sicilia y Cerdeña. Hácese la pesca de los atunes por medio de las almadrabas, que son ciertos aparatos compuestos de cables y redes, de un modo tan ingenioso, que prueba hasta qué punto puede llegar la industria del hombre. Empieza, en Cerdeña por ejemplo, en mayo; y lo que iremos diciendo entiéndase de todos los puntos donde dicha industria está establecida; y desde luego aquellas costas quedan convertidas en verdaderos mercados, pues acuden de todas partes barcos provistos de dinero para la compra del atún salado. El jefe de los pescadores tiene a su cargo la dirección de la pesca, y una autoridad absoluta sobre sus subordinados; dispone, manda, juzga y castiga, sin que nadie pueda murmurar ni quejarse de su poder arbitrario; pero también para el desempeño de este cargo se echa siempre mano del marino que reúne más habilidad, conocimientos y honradez; puesto que de él depende el buen éxito de la pesca. Empléase todo el abril en los preparativos necesarios para la reunión y arreglo de las redes que deben echarse al mar. A principios de mayo, el director con gran ceremonia y aparato señala en el mar el lugar donde debe colocarse la red; y del mismo modo que un arquitecto demarca en el suelo con estacas y cuerdas el plano o área que se destina para ocuparlo un edificio; así el principal de los pescadores traza en el agua su almadraba, por medio de dos cuerdas, que extiende en líneas paralelas y representan dos lados del gran paralelepípedo que forma la red. Puede considerarse la almadraba como un gran parque establecido en mucha agua, al cual es conducido el pescado por una extensión de redes corridas que llegan a la costa.

El día siguiente al de dicha primera operación, se sumerge la red, lo que se hace con el auxilio de algunas lanchas, y también con cierta solemnidad e importancia. Puede considerarse la almadraba como un grande edificio plantado atrevidamente en medio del mar. El sitio donde echan la red tiene lo menos 100 pies de profundidad, supuesto que el atún nunca se acerca a la superficie del agua; y para cogerlo es necesario que la red llegue al fondo, y hasta que se enrosque en él. El espacioso recinto de esa red se divide en varias comparticiones o habitaciones, hechas de junco marino, a excepción de la que llaman de muerte, la cual está formada por una red de cáñamo, de estrechas y recias mallas; pues al tirarla al fondo del mar debe sostener el peso de los peces que hay en ella encerrados; y está ribeteada en sus bordes por unas cuerdas dobles muy gruesas. Hay además una caja llamada cola, formada por una red que se despliega desde la almadraba a tierra, y tiene unos 1200 pies de largo. Sirve la cola para conducir los atunes que pasan entre la costa y la almadraba, y hacerles entrar en la habitación.

Todas las redes que componen la almadraba están sujetas en el fondo del agua por un enorme peso de lastre de piedras, sostenidas verticalmente por medio de varias esteras de corcho de un pie cuadrado. Las paredes se hallan aseguradas por una multitud de cuerdas fijas por un cabo en la que ribetea el extremo de las redes, y por el otro amarradas a una áncora echada en el fondo del mar.

Todo ese inmenso armatoste sostenido solamente por cables que hacen el oficio de áncora, es bastante sólido para resistir al ímpetu de los vientos, a las corrientes del mar; y a los esfuerzos de los grandes peces que hay en él encerrados. El número de comparticiones es hasta cierto punto arbitrario; así en Cerdeña es de siete, en Provenza solo de cinco, etc. Empiezan los atunes a entrar en la grande, cuya puerta permanece siempre abierta; de esta pasan a las demás, que se han llamado de levante o de poniente según el punto de estos a que miran; y cuando han entrado los suficientes atunes, se cierran estas. Cuando las comparticiones de la almadraba están llenas, a juicio del director, entonces manda este abrir la última habitación, inmediata a la de muerte, y se hace pasar a ella los atunes que se destinan a la matanza. Al día siguiente, si el tiempo es favorable y el mar está tranquilo, se hacen entrar los peces que se hallaban por decirlo así en capilla a la habitación de muerte; para lo cual, después de abrir la puerta, se echa una gran piedra cubierta con una piel negra de carnero, con que los atunes se espantan, y al huir no encuentran otro paso que el que los conduce a la fatal compartición. Cuando esto no basta, se estrecha mediante una red apropiada la habitación inmediata a la de muerte, y chocando entre sí los atunes por el empuje de la red, se ven obligados a buscar espacio en el recinto a que se quiere conducirlos. Enarbola el jefe una bandera blanca, con cuya señal convoca a la matanza. Sacan del fondo del mar la habitación de muerte muy despacio, a causa de su gran peso; al mismo tiempo que van saliendo las redes, los pescadores las reciben en sus barcas, hasta que por último el pescado se halla ya a la superficie del agua. Entonces algunos hombres, embarcados en dos grandes barcas, y armados de palos con garfios de hierro, empiezan a matar atunes; que con sus robustas colas sacuden el agua haciéndola saltar hasta a quince pies de altura. Los pescadores desde sus lanchas les arrojar, el arpón, y ensangrientan las aguas, agitadas por los desesperados esfuerzos de esos grandes peces, que resisten a los ataques en medio del clamoreo, gritería y regocijo de los espectadores, envanecidos al presenciar uno de los más grandiosos espectáculos que ofrece la industria del hombre. En efecto, la algazara de los pescadores, su dirección y actividad, los aplausos de los interesados, los saltos terribles de los atunes por salirse de la red, y con que a veces van a caer vivos en las barcas; todo constituye una escena animadísima y palpitante de interés.

Terminada la matanza, las dos barcas grandes cargadas de pesca son remolcadas por otras hasta el matadero, que se halla situado a la orilla en grandes alhóndigas. Aquí es donde tienen lugar las demás operaciones; como el cortar los atunes, las diferentes salazones, escabeches, etc., etc.

El BONITO (Scomber pelamys, LIN.). Es una especie de atún con cuatro listas negras longitudinales a cada lado del vientre; es el enemigo más encarnizado que tienen los peces voladores: vive en los mares de los trópicos y en el Océano Atlántico.

El PEZ-ESPADA (Xiphias gladius, LIN.). Es semejante a los atunes, de los cuales sin embargo se diferencia por su mandíbula superior, prolongada a modo de pico, de asador o de espada; arma ofensiva con que este pez se hace temible. Sus branquias no se hallan divididas como los dientes de un peine; sino que cada una está compuesta de dos grandes láminas paralelas de superficie reticulada; carece de aletas ventrales. Su sustancia es blanca y gustosa. Este pez se pesca con arpón, pues, es tan grande, que a veces alcanza 13 pies o más de longitud. Abunda en el Mediterráneo; clava su espada en los más enormes cetáceos; pero este formidable gladiador es vencido por un animalito parásito de la clase de los crustáceos, que penetrando en sus carnes, le vuelve furioso hasta obligarle a estrellarse en la ribera.

Las Corífenas o Doradas son unos escombros de cuerpo deprimido, largo y cubierto de escamitas; su cabeza es cortante en la parte superior, y su aleta dorsal se extiende por toda la longitud del dorso. Estos grandes y hermosos peces llaman la atención tanto por lo rápido de su natación, como por la guerra que hacen a los peces voladores. Tal es la Corífena del Mediterráneo (Coryphoena hippurus, LIN.), cuya dorsal tiene 60 radios; superiormente es azul plateada, con manchas de un azul oscuro; y las partes inferiores son de un amarillo de limón, manchado de azul claro.

Entre los acantopterigios denominados tenioides, o en figura de cinta, a causa de tener el cuerpo largo y sumamente deprimido por los lados, citaremos una especie perteneciente al mar del Norte, llamada por los Noruegos Rey de los arenques, por razón de hallarlo en medio de innumerables legiones de estos últimos. Alcanza hasta 18 pies de longitud.

El ANABAS (Anabas testudineus, CUV.). Pertenece a un grupo de los acantopterigios, notable por ciertas células situadas encima de las branquias y encerradas bajo del opérculo; fórmanlas unas laminitas de los huesos faríngeos, y reservan cierta cantidad de agua, que se derrama poco a poco en las branquias, y las mantiene húmedas cuando el pez se halla en seco.

Anabas.

La maravillosa estructura del anabas le permite vivir por algún tiempo fuera del agua, y lo convierte en un ser casi anfibio. En efecto, tiene la costumbre de salir de los ríos o estanques, y de trasladarse a puntos distantes arrastrando el cuerpo por la yerba; no solo esto, sino que trepa a los árboles, y se sitúa en los charquitos de agua que deja la lluvia entre las hojas; de ahí su nombre anabas, voz griega equivalente a trepador de árboles.

El OSFROMENO (Osphromenus olfax, COMM.). Es una especie originaria de la China, y pertenece al mismo grupo que el anabas; llega a ser tan grande como el rodaballo, y aún dicen que su sustancia es más sabrosa que la de este último. Lo han naturalizado en Cayena y en la Isla de Francia, en cuyos puntos se ha propagado perfectamente la hembra, según algunos naturalistas, hace un hoyito en la arena para desovar y deponer en él la freza.

Los Gobios de mar constituyen un grupo muy fácil de reconocer por la delgadez y flexibilidad de sus espinas dorsales.

El GOBIO NEGRO (Gobius niger, LIN.). Tiene las aletas dorsales más hacia delante que las pectorales, reunidas entre sí formando un solo disco hueco. Es un pececillo de unas 4 ó 5 pulgadas, de color pardo negruzco, y sus aletas dorsales están como ribeteadas de blanquizco.

El Gobio negro, lo mismo que todos sus congéneres, ofrece una particularidad en sus hábitos, que ya conocieron los antiguos y que mencionó Aristóteles; la cual consiste en que durante la primavera el gobio abre en el suelo arcilloso unos canales a modo de madrigueras, y en ellos pasa el invierno: en los sitios en que abundan las algas construye un nido, en el cual el macho permanece como encerrado aguardando a que vayan a desovar en él las hembras; y luego custodia los huevos y los defiende de cualquier agresión extraña.

Los Peje-sapos, llevan las aletas pectorales en una especie de brazos, formados por la prolongación de los huesos del carpo; tienen la cabeza enorme, ancha y complanada; la boca muy hendida, y armada de puntiagudos dientes; la piel sin escamas: la mandíbula inferior guarnecida de numerosas barbillas; la membrana de las agallas forma como una bolsa; el opérculo es pequeño, y solo existen tres branquias de cada lado.

El PEJE-SAPO COMÚN, RAYA PESCADORA o DIABLO DE MAR, que todos estos nombres tiene (Lophius piscatorius, LIN.). Es un gran pez perteneciente a nuestros mares de Europa; su astucia es digna de notarse: ocúltase en el cieno, y mueve los separados radios de su aleta dorsal; los pececillos toman por lombrices las extremidades de dichos radios, van a comerlas, y son devorados por el peje-sapo. Dicen que este a más puede coger la presa deteniéndola en la bolsa de las agallas. Esta especie llega a 5 pies de longitud, y su fealdad la ha hecho may conocida.

Los Labros tienen el cuerpo largo y escamoso, una sola aleta dorsal, y labios carnosos: llámanles también viejas de mar, y algunas especies son notables por la belleza y variedad de los colores; tal es la siguiente:

La VIEJA MANCHADA (Labrus bergilta, ASCAN. Labrus maculatus, LIN.). Su longitud es de 15 a 18 pulgadas; y el número de espinas del dorso 20 ó 21; su color superiormente es azul, o verdoso; blanco en las partes inferiores, y en todas esmaltado de leonado.

Junto a los labros debemos colocar una especie perteneciente al mar de Indias llamada artero. Este pez es el Sparus insidiator de PALLAS: es admirable la prolongación que a veces adquiere su boca; de modo que el pez forma como un largo tubo con ella adelantando los huesos intermaxilares, para coger al paso los animalillos de que se alimenta.

Orden de los Malacopterigios abdominales Los malacopterigios abdominales tienen todos los radios de las aletas articulados; y las ventrales están suspendidas bajo del abdomen, detrás de las pectorales.

Este orden comprende la mayor parte de los peces de agua dulce; y se ha dividido en cinco familias, cuyos géneros y especies principales daremos a conocer.

La primera familia (Ciprinoides) está caracterizada por la boca poco abierta; las mandíbulas endebles y a menudo sin dientes, y el cuerpo ese escamoso; los peces que la componen son poco carnívoros, y su alimento consiste casi todo en yerbas y limo.

Los Ciprinos forman un género muy numeroso y natural, que reconoce sin la menor dificultad por la pequeñez de la boca, las mandíbulas sin dientes, y por los tres radios planos que sostienen las agallas. Solo tienen una aleta dorsal, y las escamas son muy grandes; la lengua es lisa; el paladar está cubierto de una sustancia espesa, blanda sumamente irritable, a que da el vulgo el nombre de lengua de carpa; pero en el gaznate existen gruesos dientes que aprietan el alimento contra la base del cráneo constituyendo un poderoso órgano de masticación.

La CARPA COMÚN (Cyprinus carpio). Es una especie muy conocida, cuya dorsal es larga, y presenta, lo mismo que la anal, una espina más o menos recia por segundo radio tiene barbillas a los lados de la mandíbula superior su color es verde oliváceo superiormente, y en su cara inferior amarillento; los dientes del gaznate tienen la corona plana y estriada. Procede este pez de las regiones templadas y meridionales de Europa, aunque la industria del hombre lo ha connaturalizado en el Norte; vive bien en las aguas tranquilas, y se cría en los viveros, llegando a tener hasta 4 pies de longitud. Durante la primavera nada es capaz de satisfacer su hambre. Las hembras frezan a la edad de tres años, y es inmensa su fecundidad, que aumenta con el tiempo. Así dentro del cuerpo de una carpa que pesaba 10 libras se encontraron más de 700.000 huevos; aunque la mayor parte no llegan a abrirse por servir de alimento a otros peces. Aunque la carpa crece con prontitud, vive tanto, que Buffon vio en los fosos de Pontchartrain una que tenía ciento cincuenta años.

Críase también en los estanques cierta variedad de carpas, de grandes escamas, y de piel desnuda a trechos. Llámanla Carpa de cuero, Reina de las Carpas, etc. Para la pesca de la carpa se emplean diferentes medios, aunque no todos eficaces; pues es un pez receloso, y evita las redes o lazos que se le tienden: a veces se arroja al aire, y da un salto por encima de la red; otras hunde la cabeza en el cieno al aproximarse la red, dejando que esta resbale por encima de la cola, la que se dobla a su voluntad, y permanece quieta hasta que pasó el peligro. Péscase con red, o con sedal, y también dejando sumergida una lanchita llena de ramaje por espacio de tres meses sin tocar a ella, hasta haber pasado este tiempo, el cual basta para que las carpas vayan a establecerse en ella; y entonces se lleva a la ribera. También se emplean en la pesca de las carpas petardos, que se hacen estallar dentro del agua, a fin de agitarla y espantar a los peces, los cuales en vez de hundirse en el cieno, suben a la superficie y caen en las redes, dispuestas de antemano para recibirlos. Péscanse algunas carpas que pasan de 4 pies: de todas las capturas la más célebre entre los aficionados a la pesca fue la que tuvo efecto en 1711 cerca de Francfortsur l'Oder; tratose de una carpa de 9 pies de largo y de 70 libras de peso.

La CARPA DORADA, o DORADA DE LA CHINA (Cyprinus auratus, LIN.). Esta es una pequeña especie que fue importada a nuestros países, y hace el adorno de las fuentes y estanques de los jardines. Tiene las espinas dorsal y anal dentelladas, lo mismo que la carpa común, pero carece de barbillas. Cuando el pez nace es negruzco, y gradualmente va adquiriendo el hermoso rojo dorado que le caracteriza; los hay sin embargo plateados, y otros que reúnen los tres matices dorado, plateado y rojo metálico.

La especie que acabamos de describir presenta a más de las variedades de color, otras que carecen de aleta dorsal, o la tienen diminuta; otras cuya aleta caudal está muy desarrollada; y otras, en fin, que presentan los ojos muy entumecidos; pero todas estas modificaciones de estructura son resultados de la situación doméstica en que este pez se cría.

Quien desee observar el desarrollo de los peces dorados, procure durante el mes de mayo quitar por medio de una redecilla muy fina la freza; es decir, los huevos que flotan en la superficie del agua, trasládelos a un vaso lleno de agua, y expóngalos a los rayos del sol. Pronto verá cómo nacen los pececillos, primeramente negros, como hemos dicho, y luego de un rojo brillante con reflejos dorados y plateados. Esos animalitos se conservan muy bien durante el invierno en globos de cristal cuidando de mudarles el agua cada semana, sin tocarlos con los dedos, ni mucho menos dejarlos en seco un solo instante. Su tamaño es el de un arenque, y como manjar son exquisitos.

El BARBO COMÚN (Cyprinus barbus, LIN.). Aseméjase a la carpa así por sus espinas como por sus barbillas; aunque se diferencia por la cortedad de las aletas dorsal y anal; tiene la cabeza oblonga, y en su parte superior complanada; abunda en las aguas límpidas y claras, y su longitud llega a veces a 10 pies.

El GOBIO (Cyprinus gobio, LIN.). Aunque tiene barbillas, carece de espinas en las aletas anal y dorsal; no pasa de 8 pulgadas de largo; sus aletas están adornadas con puntos pardos, y tiene la cabeza muy prolongada. Vive en tropel en las aguas dulces; pasa el invierno en los lagos, y en la primavera sube por los ríos. Vive de lombrices e insectos acuáticos, y le gusta también mucho la carne corrompida.

La TENCA COMÚN (Cyprinus trinca, LIN.). Solo se diferencia del antecedente por la cortedad de las barbillas y la pequeñez de las escamas. Es la tenca corta, gruesa, de color pardo-amarillento, y hasta dorado; habita con preferencia en las aguas estancadas, y el sitio donde vive tiene mucha influencia en su sabor.

La BREMA (Cyprinus brama, LIN.). No tiene radios espinosos ni barbillas; la aleta dorsal corta y detrás de las ventrales; la anal larga y compuesta de 29 radios: es un pez bastante sabroso y se multiplica con facilidad.

Las BRECAS, llamados también albures, molineros, o peces blancos, son unas especies pequeñísimas; de aletas dorsal y anal cortas, y carecen de espinas y de barbillas.

La PEQUEÑA BRECA (Cyprinus alburnus, LIN.) Tiene el cuerpo angosto y plateado; las aletas descoloridas, la frente recta, y la mandíbula inferior algo más larga. Este pez, cuya longitud es de 7 a 8, pulgadas, abunda en todas las aguas dulces de Europa; las escamas que visten las costillas y la parte inferior del cuerpo presentan un brillo metálico anacarado, lo que las hace muy buscadas de los fabricantes de perlas falsas.

El VARIO (Cyprinus phoxinus, LIN.). Pertenece también a la sección de las brecas, y es el más diminuto de nuestros peces, puesto que apenas llega a 3 pulgadas de longitud, tiene el cuerpo sembrado de manchitas negras, y sus escamas son tan mínimas, que apenas se hacen perceptibles.

El género de las lochas, lo mismo que los ciprinos, tienen la boca falta de dientes; los labios chupones; la cabeza pequeña; el cuerpo prolongado, cubierto de escamitas y de un humor mucoso; las aletas ventrales muy hacia atrás, y encima de ellas una sola dorsal de cortas dimensiones. Tal es la LOCHA DE CHARCA (Cobitis fossilis, LIN.), la cual a veces tiene 1 pie de largo, con rayas longitudinales pardas y amarillas, y diez barbillones. Este pez vive mucho tiempo en el limo de los estanques y charcas, hasta cuando se hallan secos o helados: goza de una particular facultad, verificada por cierto naturalista alemán: está tragando aire sin cesar, y dentro del tubo digestivo lo convierte en ácido carbónico, el cual arroja luego al exterior.

La segunda familia de los matacopterigios abdominales (los Esóceos) se diferencia de la primera por la conformación de la boca, puesto que el borde de la mandíbula superior está formado casi entero por el hueso intermaxilar, que sostiene por sí solo los dientes. El género de los sollos se conoce en el hocico obtuso y complanado, y en la armadura de la boca, compuesta de varios centenares de dientes en forma de carda, erizándose en el paladar, la lengua, las arcadas branquiales y los huesos de la faringe. Todos tienen el cuerpo largo y comprimido; una sola aleta dorsal situada en frente de la anal y las escamas duras y córneas.

Sollo.

La especie europea es el Sollo común (Esox lucius, LIN.), el cual, después del tiburón, es el pez más voraz y destructor de cuantos se conocen; así, devora animales casi de su mismo grandor; y eso que a veces llega a tener 4 ó 5 pies de largo; crece con prontitud y goza de muy larga vida. Como manjar es muy apreciado; péscanlo de varias maneras, y aún se le da caza a tiros, atrayéndole de antemano entre dos aguas mediante un espejuelo que refleje los rayos del sol.

Los esóceos pertenecientes a la misma familia de los sollos se diferencian en particular por lo excesivo de sus aletas pectorales; tan extensas, que por cortos instantes pueden sostener al animal suspenso en el aire, lo mismo que dijimos de los dactylópteros o peces voladores, cuyo nombre se ha dado también a los de que estamos tratando. El ESÓCEO DEL MEDITERRÁNEO (Exocetus exiliens de Bloch), se reconoce al instante por la longitud de sus aletas ventrales, situadas más cerca de la cola que de la cabeza. La especie más común en el océano es el Exocetus volitans de Bloch, que tiene las aletas ventrales pequeñas y situadas algo más hacia delante de la mitad de su longitud.

Constituye la tercera familia de los malacopterigios abdominales el género Siluro. Distínguese por la falta de verdaderas escamas; la piel se presenta desnuda, o guarnecida de láminas óseas; los siluros propios tienen la boca situada en la punta del hocico; y el primer radio de la aleta pectoral está formado por una fuerte espina, articulada con la espalda, de modo que el animal puede a su arbitrio aproximarla o apartarla del cuerpo, para ponerla perpendicularmente, y servirse de la misma como de un arma muy dañina.

El SILURO GLANO, o SALUTH (Silurus glanis, LIN.). Es el mayor de los peces de agua dulce de Europa; tiene el cuerpo liso, verduzco y con manchas negras en su cara superior; y blanco amarillento en la inferior; la cabeza gruesa y con seis barbillas. Esta especie llega a veces a 6 pies de longitud, y a 300 libras de peso; encuéntrase en los ríos de Alemania y de Hungría, donde se hunde en el cieno para acechar la presa de que se mantiene: tiene mucha gordura y es comestible.

El SILURO ELÉCTRICO (Silurus electricus, LIN.). Distínguese de la especie precedente en que carece de aleta dorsal radiada; y únicamente en la cola tiene una muy pequeña, formada por un repliegue de la piel que contiene grasa, pero no radios; también carecen de espina las pectorales, y sus radios son blandos. Tiene seis barbillas; la cabeza de menor diámetro que el cuerpo, el cual es más grueso en su parte anterior. Vive este pez en el Nilo y en el Senegal. A semejanza del torpedo, goza este siluro de la facultad de comunicar recias sacudidas eléctricas con su contacto; por lo que los árabes le dan el nombre de trueno. El aparato que produce tales conmociones, consiste en un tejido celular grasiento, sembrado de nervios, situado entre la piel y los músculos.

La cuarta familia de los malacopterigios abdominales contiene el gran género Salmo de Linneo, género que se halla bien caracterizado por su cuerpo escamoso, por constar la primera dorsal de radios blandos; y la segunda, más pequeña, de sustancia grasienta: el salmón es animal muy voraz, y constituye un excelente manjar.

El SALMÓN COMÚN (Salmo salar, LIN.). Es la especie de mayor magnitud que contiene el género, pues suele tener alguna vez 4 y hasta 6 pies de largo; la espalda es negra, los costados azulados, y los lados del vientre plateados; presenta a veces en la cabeza y dorso manchas irregulares de color pardo; si bien se borran al fin por la acción prolongada del agua dulce; la aleta caudal es bifurcada, y la sustancia de los músculos presenta un color rojizo.

Viven los salmones en los mares árticos, donde permanecen únicamente en el invierno; a la primavera, reunidos en numerosas bandadas, entran en los ríos y se remontan hasta sus manantiales, sin que haya obstáculo capaz de detener su marcha. La legión de estos viajeros marcha bien ordenada por en medio de la corriente, formando dos dilatadas filas; al frente va la hembra de mayor corpulencia; y forman la retaguardia los machos de menos cuerpo. Su viaje es bullicioso; cuando la temperatura es regular o media suben cerca de la superficie del agua; cuando cálida van más hacia el fondo; andan despacio cuando nada temen; pero al asomar el menor riesgo corren tanto que la vista no puede seguirles, en cuyo caso pueden adelantar diez leguas por hora; si les sale al encuentro un dique o cascada, lo franquean o traspasan haciendo punto de apoyo de su robusta cola y resbalando con agilidad por las piedras de la vertiente; cuando el obstáculo se eleva a cierta altura, apóyanse en una roca, y enderezando de repente el cuerpo después de ponerlo arqueado, dan un salto de más de quince pies de elevación, yendo a caer en la corriente superior. De esta suerte los salmones suben río arriba desde la desembocadura hasta sus fuentes: aquí recorren los arroyuelos y en los senos tranquilos un fondo arenoso, donde puedan desovar a su gusto. Viene el otoño, y vuélvense río abajo hasta el océano. No tardan en nacer los huevos que pusieron las hembras en vinos hoyos o excavaciones hechas por las mismas; los parvulillos crecen pronto, y al llegar a 1 pie de longitud dirígense al mar, como sus padres; luego, a mediados del verano que, sigue a su nacimiento, regresan a los ríos para hacer también su cría. Siendo peces que viajan, como las golondrinas, vuelven también, como estas, a los mismos sitios. Este hecho se ha experimentada y verificado poniendo un anillo de hierro en la cola de varios salmones y dejándolos luego en libertad; al año siguiente comparecían otra vez en igual época a los mismos sitios del río. Es el salmón un manjar muy apreciado, aunque es sabido que cansa pronto su repetición. En Irlanda, Escocia y Bretaña, países surcados por numerosos riachuelos, en que abunda extraordinariamente esa pesca; los criados de las granjas, ponían entre los pactos o condiciones del servicio el que sus amos no les habían de dar a comer salmón más allá de tres veces por semana. Pero en la actualidad que la facilidad de transporte y vías de comunicación permiten llevar este pez a las grandes poblaciones, los ribereños lo venden en vez de comerlo; y esto constituye un comercio que cada día va adquiriendo mayor importancia. Pescan el salmón con caña, con arpón, y con redes, etc. Los grandes salmones conservan su nombre; los menores se llaman también truchas.

La TRUCHA ASALMONADA (Salmo trutta, LIN.). La sustancia muscular de esta especie es también rojiza como la del salmón; toda la superficie superior del cuerpo está llena de manchas negras, u oceladas, o en forma de X; las superiores en algunos individuos están rodeadas de un cerco de color más claro. Llega a veces a adquirir gran magnitud, tal que algunas pesan 8 ó 10 libras. Abandona la mar a mediados de la primavera, y sube por los ríos hasta los montes más altos; sin embargo, en los arroyos que desembocan inmediatamente en el mar es donde en gran copia se pescan las truchas asalmonadas.

La TRUCHA COMÚN (Salmo fario, LIN.). Abunda en los arroyos de agua clara y límpida; tiene la caudal algo escotada, y la sustancia muscular blanca es más pequeña que las dos especies precedentes, pues no pasa de 12 ó 15 pulgadas; tiene la espalda llena de manchas pardas; las de los costados son rojas y rodeadas de un cerco más claro; los matices que constituyen el fondo de su colorido varían al infinito, desde el blanco y amarillo dorado, hasta el pardo o castaño oscuro.

El EPERLANO (Salmo eperlanus, LIN.). Es una especie muy semejante a las truchas; sin embargo, solo tiene ocho radios en la membrana de las agallas. Tiene el cuerpo sin manchas, pequeño, y brillan en él los más rutilantes matices plateado y verdemar. Es un exquisito bocado; y se encuentra en el mar y en la desembocadura de los ríos caudalosos.

La quinta y última familia de los malacopterigios abdominales, reuniola Linneo en el último género Clupeo. Diferéncianse los clupeos de los salmones en que carecen de aleta grasienta, sin radios y formada por un repliegue de la piel. Esta familia comprende: el arenque, el sábalo y la anchoa.

El ARENQUE COMÚN (Clupea harengus, LIN.). Tiene el labio superior sin escotadura, la abertura de la boca ni muy grande ni tampoco pequeña; sus espinas numerosas y delicadas; los dientes visibles en ambas mandíbulas; la quilla o arista que forma el vientre es poco marcada; las aletas ventrales nacen debajo de la dorsal y corresponden a su parte media; vive el arenque en los mares polares, debajo de los hielos, de donde sale periódicamente.

A fines de invierno, sale de su retiro un ejército innumerable de arenques con dirección al sud, y luego se subdivide en colunas parciales, que se derraman por todas las costas de Europa, de América y del Asia, sin pasar empero de los 40 grados de latitud septentrional. Por abril empiezan a aparecer por las aguas de las islas de Shetland, y a fines de junio llegan a ellas en número incalculable, formando bancos de algunas leguas de extensión y de algunos centenares de pies de espesor. Desovan durante su trayecto, y la freza, que cubre la superficie del agua en una extensión considerable, presenta mirada de lejos mucha semejanza al serrín de madera. Poco tiempo después se esparcen por las costas de Escocia y de Inglaterra, y en otoño abundan en la Mancha, desde el Estrecho hasta la desembocadura del Sena. Superiormente a esta latitud son los arenques objeto de una pesca que da ocupación a flotas enteras. Antiguamente empleaban en ella los Holandeses 2000 buques; y en la Relación de un viejo Peregrino, dirigida a Carlos VI, rey de Francia por Felipe de Mesieres, leemos que este último, en un brazo de mar de 15 leguas de longitud, y de 2 leguas de anchura, situado entro Dinamarca y Noruega, vio pasar los arenques tan apretados, que podían cortarse a sablazos. Había en aquel estrecho 200 barcas pescadoras, con ocho tripulantes en cada una, sin contar las naves gruesas y medianas ocupadas únicamente en recoger y salar el pescado. Por ahí se ve cuál sería la pesca de arenques que se efectuaba en Escocia, y cual su importancia para el consumo general de Europa. Por esto mismo, con frecuencia era causa de sangrientas contiendas entre las potencias que trataban de suplantarse sucesivamente en este género de industria en un tiempo en que no se conocía la pesca del bacalao en Terranova. Al presente la de los arenques, si bien ha perdido mucho de su importancia, constituye todavía una fuente de riqueza en todo el litoral de los mares del Norte: en la misma se ocupan en gran número los americanos, escoceses, e ingleses, como también nuestros pescadores. Hácese por medio de redes de quinientas o seiscientas toesas de largo, cuyo borde inferior se mantiene en el fondo del agua por medio de pesos de plomo o piedras, y el superior se pone flotante en la superficie mediante el número necesario de corchos o de barrilitos vacíos. Las mallas de la red son bastante anchas para dar paso a la cabeza del pez hasta las agallas; pero no dejan paso a las aletas pectorales; así el arenque queda preso hasta que los pescadores retiran del agua las redes. Quedan cogidos a veces tantos millares de arenques, que las redes se rompen bajo su peso. Cuanto más hacia el norte se coge esta especie de pescado, es mejor y más sabroso; pues al llegar a las costas de Normandía empiezan a estar fatigados y exhaustos, y su sustancia es seca y poco grata. Cesará el asombro que naturalmente causa la prodigiosa multiplicación de estos animales, al considerar que una sola hembra de mediano tamaño contiene más de 60.000 huevos.

La SARDINA (Clupea sardina, CUV.). Es una especie del género arenque, famosa por su sabor agradable. Vive en el Océano Atlántico, en el Báltico y en el Mediterráneo. En invierno se mantienen las sardinas en las profundidades del mar; pero en junio se aproximan a las costas formando innumerables legiones y proporcionando un recurso inmenso a las necesidades del hombre.

La pesca de las sardinas hácese por medio de redes, lo mismo que la de los arenques; aunque son más estrechas las mallas, y los pescadores para atraer a ellas estos peces, echan en el agua de cuando en cuando cierto cebo de un olor muy intenso, compuesto de huevos de bacalao conservados en sal. A veces con una sola redada se cogen 50.000. Tan productiva pesca se hace principalmente en las costas de Bretaña, y desde la desembocadura del Loira hasta la Mancha vense en la marca creciente una multitud de barcas pescadoras que llevan el producto de su pesca a los establecimientos llamados prensas, en los cuales se hace la salazón de la sardina. Esta se conserva también puesta en aceite común o de oliva aromatizada con clavos de especia y hojas de laurel.

Los sábalos se diferencian de los arenques propiamente tales por una escotadura que presentan en medio de la mandíbula superior.

El SÁBALO COMÚN (Clupea alosa, LIN.). Es mayor y más gruesa que el arenque; tanto que a veces alcanza a 3 pies de longitud; tiene los dientes invisibles, y una mancha negra irregular detrás de las agallas. Esta especie vive en nuestros mares, y por la primavera sube a los grandes ríos en numerosísimas legiones; solo entonces son un buen manjar; pues cogido el sábalo en el mar es seco y desagradable al gusto.

Las anchoas, difieren de los arenques por tener la boca abierta hasta muy atrás de los ojos; por sus agallas todavía más abiertas, en que no baja de doce el número de los radios, y en fin por su hocico agudo y saliente.

La ANCHOA VULGAR (Clupea enchrasicholus, LIN.). Tiene de 3 a 8 pulgadas de largo, su espalda es de color pardo azulado, y el vientre y costados plateados; las escamas son blandas y caducas.

Empléase la anchoa en especial como condimento. Péscase particularmente en el Mediterráneo, aunque también se encuentra en las costas occidentales de Europa hasta el mar Báltico. La pesca en general se efectúa de noche, con tanto mejor éxito, cuanto esta es más oscura. Sitúase un barquichuelo en el lugar que estos peces frecuentan, y en él se enciende una hoguera que produzca mucha llama, en un hornillo a propósito. Atraídas en breve las anchoas por la luz de la llama, acuden en gran número estrechándose al rededor del barquillo. Entonces, a una señal de antemano convenida, llegan las barcas pescadoras a tender las redes al rededor de la que lleva la hoguera; y cuando todo está dispuesto apagan de improviso el fuego, sacuden el agua para espantar a los peces, que huyen en desorden y caen en las redes.

Orden de los Malacopterigios subranquios Este orden tiene por caracteres los radios de las aletas blandos; las ventrales suspensas de los huesos escapulares, y debajo de las pectorales; y se compone casi exclusivamente de los grandes géneros Gadoides y Pleuronectes de Linneo. Los Gadoides se conocen por sus aletas ventrales insertas debajo de la garganta y terminadas en punta; su cuerpo es poco deprimido, con escamas y aletas blandas; las mandíbulas están armadas de dientes puntiagudos, desiguales, y dispuestos en varias filas, formando como una lima. La mayor parte viven en los mares fríos; y son objeto de una pesca importante, a causa de ser un bocado sabroso.

El BACALAO o ABADEJO (Gadus Morrhua, LIN.). Esta especie presenta por caracteres tres aletas dorsales, dos anales, y una barbilla al extremo de la mandíbula inferior; tiene 2 ó 3 pies de longitud; el dorso gris, con manchas amarillentas y el vientre blanco. Vive en el océano desde los 10º hasta los 60º de latitud boreal; pero con más especialidad abunda en las costas de Noruega, en las cercanías de Islandia y en las aguas de Terranova.

Durante el invierno mantiénese el bacalao en las mayores profundidades del mar; hasta que a la llegada de la primavera se aproxima a la costa para desovar. La pesca y preparación del bacalao forman un ramo de industria que ha hecho disminuir, según ya hemos dicho, la importancia de la pesca de los arenques; a ella envía la Francia anualmente 12.000 marinos bretones y normandos, cuyas dos terceras partes lo menos se dirigen a la costa de Terranova. Esta arriesgada y penosa navegación es la mejor escuela para formar diestros y valientes marineros. Hacen la pesca unas veces con redes de 500 pies; otras con caña, poniendo por cebo arenques; y un pescador diestro coge cuatro de estos peces al día. En ciertos lugares los pescadores aguardan la llegada de los arenques y sardinas, en seguida echan el sedal y el anzuelo sin cebo, y tiran luego de él, de manera que enganchen algún bacalao con el anzuelo; bastando ese método económico para proveerles de abundante pesca. Consérvase el bacalao salándolo, o haciéndolo secar al sol, y también empleando ambos medios.

Bacalao.

La NARBAJA o PEQUEÑO BACALAO (Gadus callarias, LIN.). Llámanla en París Merlan-falso; es manchada lo mismo que el bacalao, pero es mucho más pequeña, y la mandíbula superior sobrepasa de la inferior. En estado fresco es el bacalao sabrosísimo, y muy buscado, en especial en las costas del Báltico.

Los Merlangos o Merlanes difieren de los bacalaos en que carecen de barbillas.

El MERLANGO COMÚN (Gadus merlangus, LIN.). Tiene cosa de un pie de largo; su espalda es de color gris-rojizo claro; el vientre plateado, y la mandíbula superior más larga que la inferior. Vive en las costas del océano, siendo su sustancia muy sabrosa y de ligera digestión.

El MERLÁN NEGRO o PESCADILLA (Gadus carbonarius, LIN.). Su tamaño es más del doble del antecedente; su color pardo, y la mandíbula superior más corta. Vive formando grandes bandadas en el Atlántico; sálanlo y desécanlo lo mismo que al bacalao.

El MERLÁN AMARILLO o TRUCHUELA. (Gadus pollachius, LIN.). Es casi del tamaño del Merlán negro; las mandíbulas tienen la misma disposición; es pardo en su cara superior, plateado en la inferior, y manchados los costados. Como manjar es casi tan apreciado como el merlango común.

La MERLUZA (Gadus merluccius, LIN.). Diferénciase de los merlanes en que solo tiene dos aletas dorsales; su longitud es de 1 a 2 pies; su espalda gris-parduzca; la aleta dorsal anterior termina en punta, y la mandíbula inferior es más larga que la de arriba. Abunda la merluza en el Mediterráneo y en el océano.

LOS PLEURONECTES, o peces complanados, tienen el cuerpo muy deprimido por los lados y muy alto en su plano vertical; uno de los lados del cuerpo tiene el matiz más subido, y el otro más claro, haciéndose este último inferior en la posición que toma el animal cuando nada. Pero lo más digno de notarse en los pleuronectes es la falta de simetría en la cabeza: ambos ojos están situados en un mismo lado; es decir, del lado más fuertemente colorido, el cual siempre hace cara al punto de donde viene la luz; y lo restante del cuerpo participa algún tanto de esta irregularidad; los lados de la boca tampoco son iguales, y la misma disparidad se nota casi siempre en las aletas pectorales. Las demás partes no son visiblemente irregulares; su aleta dorsal se extiende a lo largo del dorso, y la anal ocupa casi todo el borde inferior del cuerpo. Vense individuos que tienen los ojos como tergiversados; es decir, que los tienen situados a un lado distinto del que ocupan en la generalidad de la especie; otros se presentan con color subido en ambas superficies; y en fin, los hay enteramente descoloridos. Estos peces se mantienen en el fondo del agua como aplastados en la arena; de modo que para cogerlos es necesario valerse de redes arrastradizas. Las platijas son de figura romboidal, y tienen los ojos en el lado derecho; la aleta dorsal solo se extiende hasta encima del ojo superior, y queda un espacio desnudo entre ella y la caudal.

La ACEDIA o CUADRÁTULO (Pleuronectes platessa, LIN.) Distínguese por una serie compuesta de seis o siete tubérculos al lado derecho de la cabeza, en medio de los ojos, y en las manchitas blanco-amarillentas, que resaltan en el fondo pardo de este mismo lado del cuerpo; su longitud es igual a tres veces su altura; sus escamas son delgadas y blandas, la carne es tierna y muy estimada. Algunas se pescan que pesan diez y seis libras; abunda especialmente en las costas del Báltico.

La LIMAND (Pleuronectes limanda, LIN.). Tiene el cuerpo más alto con relación a su longitud; una línea saliente entre los ojos, y otra que se extiende a lo largo de los costados, y que por lo regular es recta, aunque al llegar encima de las pectorales sufre una fuerte corvadura. Son sus escamas ásperas como los dientes de una lima, a cuya circunstancia debe su nombre; el lado donde están situados los ojos es pardo claro, con algunas manchas pardas o blanquizcas, como borradas. Es común en nuestras costas; y en París se le da más valor que a la acedia; pues resiste mejor el transporte. Es muy sabrosa, especialmente en invierno; al paso que en el tiempo del desove es más floja y menos sápida.

Los Rodaballos tienen generalmente los ojos en el lado izquierdo; su dorsal se adelanta hasta el borde de la mandíbula superior, y se extiende, lo mismo que la anal, hasta tocar con la caudal.

El RODABALLO, o ROMBO COMÚN (Pleuronectes maximus, LIN.). Tiene el cuerpo de figura romboidal, casi tan alto como largo, y cuajado de tubérculos el lado más oscuro. Algunos adquieren un tamaño considerable. Péscanse en nuestras costas, en las desembocaduras de los ríos, sitio que frecuenta con preferencia; es muy voraz, y se oculta en el cieno para apoderarse mejor de la presa.

No hablaremos de la desapoderada pasión de los romanos del imperio por este pescado, los ricos compraban a cualquier precio los rodaballos pescados en el Adriático, y en especial en las cercanías de Ravena; solo citaremos el rodaballo histórico, pescado en las aguas de Ancona, y que fue servido en la mesa del Emperador Domiciano en un plato que se mandó hacer de intento, supuesto que no se encontró uno que fuese capaz para contenerlo entero. Este ilustre pescado fue honrado con un senado-consulto; y Domiciano decretó que se pusiese a discusión entre los senadores qué salsa o condimento mejor le convenía.

Rodaballo.

El BARBUDO (Pleuronectes rhombus, LIN.). Esta especie es un rodaballo de figura oval, sin tubérculos; los primeros radios de la aleta dorsal son medio libres, y su extremo presenta subdivisiones. El lado izquierdo del cuerpo es pardo, con jaspes rojizos y gamuzados. Es un pez muy abundante en nuestras costas, muy grande a veces, y estimado en las mesas.

Los lenguados tienen el cuerpo oblongo; el hocico redondo y más hacia delante que la boca; la cual está situada al lado opuesto de aquél donde están los ojos, y guarnecida en este solo lado de finísimos y aterciopelados dientecitos; la aleta dorsal nace junto a la boca, y se extiende hasta la caudal, lo mismo que la anal; la línea lateral es recta.

El LENGUADO COMÚN (Pleuronectes Salea, LIN.). Es pardo-oliváceo del lado derecho, en el que se hallan los ojos, y grisáceo en la izquierda; la aleta caudal es redondeada, y las escamas tenaces; es uno de los mejores pescados de nuestras costas; hállase en las desembocaduras de los ríos; y lo pescan con arpón en las aguas poco profundas.

Los Echeneides forman un reducido género, que se aparta enteramente de los demás del orden de los malacopterigios subranquios; cúbreles la cabeza un disco complanado, compuesto de láminas cartilaginosas transversas, dirigidas oblicuamente hacia atrás, dentadas o espinosas en su borde posterior, que se mueven con mucha facilidad; de modo que el pez, ya sea estableciendo entre ellos un vacío, ya por medio de las espinas de los bordes, se adhiere a las rocas, a los buques, y a otros peces, en especial al tiburón.

La RÉMORA (Echeneis remora, LIN.). Vive en el Mediterráneo y en el océano.

Los antiguos sobrecargaron la historia de este pez de tradiciones fabulosas: suponían que este pececito se alimentaba por medio de la succión que ejercía con el disco; suponíanle el poder de detener de improviso un buque en medio de su carrera, aunque fuera a toda vela y viento en popa.

En las aguas de la isla de Francia hay una especie inmediata a la rémora, la cual los cafres emplean en la pesca, soltándola a la persecución de peces y tortugas marítimas, y atrayéndola luego por medio de una seda que le han atado a la cola, desde el instante en que ha pegado su disco sobre alguna presa.

Orden de los Malacopterigios apodes Los caracteres de este orden son: los radios de las aletas blandos, y falta de aletas ventrales. Los peces que lo constituyen tienen la forma prolongada, la piel densa, blanda y poco escamosa. La mayor parte entran en el género de las anguilas; tienen las escamas como formando costra en la piel crasa y densa; y solo cuando secas son bien visibles, su opérculo es pequeño, circularmente rodeado por los radios de las branquias, y como estos envuelto en la piel, la que se abre muy atrás en una especie de tubo. Semejante disposición, dando un abrigo a las branquias, permite al pez vivir mucho tiempo fuera del agua.

La ANGUILA COMÚN (Muraena anguilla, LIN.). Pertenece a la sección de aquellos peces que tienen aletas pectorales, y debajo de estas las agallas. La dorsal y caudal se extienden al rededor de la cola, y con su reunión forman una caudal puntiaguda; finalmente, la aleta dorsal nace a bastante distancia detrás de las pectorales. Esta especie varia de color según los lugares en que vive; si en aguas claras, la espalda es verdusca con rayas pardas, y el vientre plateado; si en el cieno, es pardo-negruzca superiormente y amarillenta en su cara inferior: la forma del hocico ofrece también mucha variedad.

Encuéntrase la anguila común en casi todos los países; es voraz, ágil, con la misma facilidad nada hacia atrás que hacia delante: y es su piel tan resbaladiza, que no es posible cogerla con la mano. Este pez vive tan bien en el mar como en agua dulce; de modo que sale de aquella en su primera juventud, súbese por los ríos y estanques, y vuelve al mar cuando es adulta. Durante el día se mantiene en el limo o en agujeros de dos salidas que se abren las mismas a lo largo de la ribera; en los tiempos más calurosos del verano abandonan las aguas estancadas, cuya corrupción causaría su muerte, se ocultan bajo las yerbas de las orillas, y hasta aprovechan las oscuridad de la noche para atravesar los campos y trasladarse del estanque al río o al mar, viajes que pueden ser muy largos; por lo que a veces de noche se encuentran anguilas que reptan por la yerba como serpientes. Cuando reina extrema sequedad, en vez de emigrar, húndense profundamente en el cieno, donde permanecen hasta la vuelta de las aguas: de modo que se han visto anguilas vivir así muchos años, volviendo a recobrar su agilidad desde que hallaban su natural elemento.

El CONGRIO COMÚN (Muraena conger, LIN.). Es una anguila cuya dorsal nace muy cerca de las pectorales, o encima de estas mismas; la mandíbula superior es más larga que la inferior. Habita en todos los mares de Europa; su longitud es a veces de 5 pies, y su grosor el de una pierna; los bordes de las aletas dorsal y anal son negros, y la línea lateral que corre por toda la extensión de los costados está sembrada de puntitos blancos. Su sustancia es muy buena de comer y por lo mismo estimada.

La MURENA (Muraena helena, LIN.). No tiene absolutamente pectorales; las branquias ábrense de cada lado por un agujerito, los opérculos son delgados, sus radios débiles y ocultos bajo la piel. Su color consiste en un jaspeamiento de pardo amarillento; llegan algunas a 3 pies de longitud y aún más; y abundan en todo el Mediterráneo.

Hicieron los antiguos gran caso de ese pescado: el romano Hirrius fue quien primero imaginó y ejecutó el proyecto de establecer viveros que solo contuviesen murenas; y él mismo fue quien en un banquete dado a César en su nombramiento de dictador, hizo servir a la mesa 6.000 murenas que valían una cantidad enorme. Esa celebridad inconcebible dada a la murena por una afición que tenía sus puntas de demencia, se sostuvo por más de dos siglos. Antonia, ilustre romana, descendiente de una de las principales alcurnias del imperio, derramó lágrimas acerbas sobre los mortales despojos de una idolatrada murena que exhaló el postrimer aliento en un vivero de Baías. A Craso traspasole el corazón un dolor más intenso por la muerte de uno de estos peces, que por la de sus tres hijos. Tenían los romanos sus murenas domesticadas, que acudían dóciles a la voz de sus dueños, colgábanles en los opérculos unos arillos de oro, semejantes a los que llevaban en las orejas las jóvenes romanas; y a más unas murenillas, también de oro unidas como una cadena y dispuestas a modo de un collar, constituyeron por mucho tiempo uno de los adornos propios de las matronas de encumbrada categoría. Finalmente, para colmo de desvarío y de depravación, dieron algunos romanos ricos en la manía de añadir a su nombre el de los peces de que más gustaban; así, en la ciudad donde las antiguas familias fueron por mucho tiempo glorificadas con los sobrenombres que les concediera la pública gratitud; en la ciudad donde Mucio recibió el sobrenombre de Scevola (o zurdo), a causa de haber sido abrasada su mano delante de Porsena; en que Fabio se envanecía de llevar el nombre de Cunctator (contemporizador); Scipión, el de Africano; Paulo Emilio, el de Macedonio; apareció un Sergio Murena y un Sergio Dorada, orgullosos con su cognombre, cual si lo debiesen a la conquista del universo. Sentiríamos olvidarnos de ese bondadoso Vedio Polión, quien tanto se encariñó por sus murenas, que de cuando en cuando les echaba algún esclavo en pena de haber roto un vaso, o de haber cometido otra falta de igual gravedad; y como estos peces son muy voraces y es cruel su mordedura, pronto desaparecía la humana presa, destinada a engordarlos y hacerlos más sabrosos y delicados.

Los Gimnotos se diferencian de las anguilas en que la membrana que cierra las agallas se abre delante de las aletas pectorales; la anal se extiende bajo la mayor parte del cuerpo; y con más frecuencia aún hasta el extremo de la cola; pero no existe absolutamente ninguna a lo largo del dorso; por lo que se les ha llamado gimnotos pues esta voz griega significa dorso desnudo. Viven en los ríos y mares profundos de la América meridional.

El GIMNOTO ELÉCTRICO (Gymnotus electricus,LIN.). Es la especie más notable del género; llámanla vulgarmente anguila eléctrica. Su longitud llega a 5 y 6 pies; su forma es como de una sola pieza; tiene la cabeza y la cola obtusas; el color de un hermoso verde oliváceo; la parte inferior de la cabeza amarilla con mezcla de rojo; nótanse a lo largo del dorso dos hileras de manchitas amarillas, colocadas simétricamente desde la cabeza hasta la cola; y en cada manchita hay un orificio que exhala una materia mucosa. La naturaleza ha armado a este pez con una batería eléctrica, capaz con la conmoción que causa de derribar un hombre o un caballo.

Gimnoto eléctrico.

El Gimnoto eléctrico pone en acción su batería cuando quiere, da la dirección que se le antoja a la descarga eléctrica, y no hay necesidad de que se halle en contacto para herir, pues dispara su arma y mata desde lejos a otros peces. Pero esta facultad disminuye ejercitándola, y solo después de algún tiempo de reposo y de abundante alimento recobra su fuerza la batería eléctrica. El aparato que la constituye se extiende a lo largo del dorso y de la cola; y consiste eu cuatro hacecillos longitudinales, compuestos de láminas membranosas, paralelas y muy aproximadas, reunidas por una infinidad de laminillas transversas, formando celdillas llenas de una materia glutinosa; distribúyense por estos órganos grandes troncos nerviosos. A los ilustrados viajeros Bonpland y Humbold debemos los pormenores más curiosos acerca de los hábitos del gimnoto eléctrico; por lo que vamos a trasladar el pasaje de su relación referente a la pesca de este pez interesante.

«Al amanecer del 19 de marzo salimos para la aldehuela del Rastro de abajo; y de allí los indios nos llevaron a un arroyo, que en tiempos secos forma una charca cenagosa, rodeada de hermosos árboles floridos y odoríferos. La pesca de los gimnotos con redes es muy difícil, a causa de la suma agilidad de estos peces que se hunden en el cieno como las serpientes. Dijeron los Indios que iban a pescar con caballos, pesca extraordinaria, y para nosotros casi inconcebible; pero pronto vimos a nuestros guías de vuelta de la sabana donde fueron a dar una carrera con caballos y mulas indómitas. Lleváronse unos treinta de estos y les obligaron a meterse en el pantano.

El ruido extraordinario producido por los pies de los caballos hace salir del cieno a los pescados y les obliga a la lucha. Aquellas anguilas lívidas y amarillentas, semejantes a grandes serpientes acuáticas, nadan a flor de agua y se estrechan bajo el vientre de los cuadrúpedos. Armados los indios con arpones y cañas largas y delgadas, ponen estrecho cerco en torno del pantano; algunos suben a las ramas horizontales de los árboles que sombrean la orilla, y allí con su salvaje gritería y sus largos látigos, impiden que los caballos se salgan del agua. Asustadas las anguilas, se defienden con repetidas descargas de su órgano eléctrico, y hasta por un buen rato parece el triunfo declarado de su parte; pues algunos caballos caen derribados por golpes invisibles, que reciben en los órganos más esenciales a la vida, y aturdidos por la fuerza y repetición de eléctricas sacudidas, desaparecen y acaso se ahogan. Otros, anhelantes y con las crines erizadas, los ojos despavoridos y que expresan la mayor angustia, se levantan y tratan de escapar de aquella tormenta formada en el seno del agua; pero al querer salvar la orilla se lo impiden los indios empujándolos otra vez hacia el pantano. Entre tanto algunos logran burlar la vigilancia de los pescadores, y salir a tierra cojeando, y vacilantes hasta caer al suelo agobiados de cansancio y con los miembros entorpecidos.

«En menos de cinco minutos se ahogaron dos caballos. Como estas anguilas tienen 5 pies de largo, apriétanse al vientre del cuadrúpedo y le disparan las descargas con toda la extensión del aparato eléctrico, las cuales interesan al corazón y vísceras principales, al plexo celíaco y nervios abdominales. Es muy fácil de comprender, pues, como el efecto producido en los caballos, deba ser mayor que el causado en el hombre cuando el pez sólo pone en contacto con este último una de sus extremidades. Probablemente no mueren los caballos a consecuencia de las heridas, sino que quedan entorpecidos; y si al fin perecen, será ahogados por no poder levantarse mientras se prolonga la refriega.

»Creímos ciertamente que aquella pesca terminaría con la muerte sucesiva de todos los cuadrúpedos; pero poco a poco fue disminuyendo la impetuosidad de tan desigual combate; cansados los gimnotos se dispersaron, necesitando reposo y alimento para recuperar las fuerzas galvánicas; las mulas y caballos parecieron menos asustados; no erizaban como antes las crines, ni los ojos ofrecían la anterior expresión de azoramiento. Los gimnotos se aproximaban con timidez a las orillas, donde eran cogidos con unos arpones atados a largas cuerdas, las cuales cuando están bien secas ninguna conmoción transmiten a los indios al sacar al aire los gimnotos. En pocos minutos tuvimos cinco de estos peces, gruesos y casi todos sin herida de gravedad; por la noche y con iguales medios cogieron otros.»

Orden de los Malacopterigios lofobranquios Este orden se diferencia de todos los precedentes, en que las branquias, en vez de presentar la forma de púas de peine, se dividen en borlitas dispuestas a pares a lo largo de los arcos branquiales. Los peces que componen este orden son en corto número; y de ellos citaremos tan solo al hipocampo, cuyo tronco se halla comprimido por los lados, y mucho más alto que la cola. Con la curvatura que toma después de muerto, ofrece cierta semejanza al cuello de un caballo en miniatura. Tales son las especies que viven en nuestros mares; la una tiene el hocico corto y es el Hippocampus brevirostris, de Cuvier; y la otra lo tiene más prolongado; y a este llamó Cuvier Hippocampus gutulatus: ambas tienen solo algunos filamentos en el hocico y en el cuerpo; las junturas de las escamas están señaladas por un reborde saliente y espinoso, y la cola carece de aletas.

Hipocampo.

Orden de los Plectoñatos El principal carácter de este orden es el tener la mandíbula superior articulada con el cráneo por medio de sutura inmóvil; sus especies son en corto número, del que citaremos las principales. Entre los géneros que componen este orden cuéntanse los Tetradontes y los Diodontes, que también se llaman Orbes o Inflados, supuesto que pueden hincharse como un globo, sorbiendo aire y reuniéndolo en un gran buche muy dilatable que llena toda la extensión del abdomen. Cuando están hinchados vuélvense con el vientre hacia arriba, en cuya posición inversa van flotantes en la superficie del agua sin poderse dar dirección determinada. Pero esta misma hinchazón se convierte en un medio de defensa, pues con ella se erizan por todos lados las espinas de que su cuerpo está cuajado dándole el aspecto de un erizo; por lo que se llaman también Orbes espinosos. La especie conocida de más antiguo es la FAHACA DE LOS ÁRABES, Tetraodon physa de GEOFFROY que se halla en el Nilo. Tiene este la espalda y los costados con rayas longitudinales, pardas y blanquizcas. El Nilo arroja muchos a tierra con sus inundaciones los cuales sirven de juguete a los muchachos del país.

Las Ruedas tienen el cuerpo deprimido y una figura extraña; el cuerpo no tiene espinas ni puede hincharse, la cola es corta y alta, y su posición vertical comunica al pez cierta figura que parece le hayan cortado la mitad posterior.

El PEZ LUNA (Tetraodon Mola, LIN.). Habita en nuestros mares, y es un pez de bellísimo color plateado, aunque de piel muy áspera. Algunos tienen de largo 4 pies y pesan más de 300 libras.

Pez luna.

Los Cofres tienen, en vez de escamas, unas piezas óseas formando comparticiones regulares, soldadas de modo que juntas vienen a formar una coraza inflexible, que cubriéndoles la cabeza y el cuerpo, solo deja movible la cola, las aletas y la boca: tal es el COFRE TRIANGULAR (Ostracion triqueter de LINNEO.). El cuerpo de este pez perteneciente al Mar de las Indias no tiene espinas.

Orden de los Condropterigios esturionios Los peces que constituyen el orden de los condropterigios, o peces cartilaginosos, tienen las branquias libres en su borde externo, con un solo orificio para cada opérculo; en él solo hallamos un género cuyo estudio ofrezca interés, el de los esturiones. Estos forman la transición de los peces óseos a los cartilaginosos; puesto que algunos huesos de la cabeza y de la espalda son del todo duros y como petrosos en su superficie. Guarnecen su cuerpo en más o menos número unas placas adheridas a la piel y dispuestas en pilas longitudinales; su boca es pequeña y sin dientes; la aleta dorsal está situada detrás de las ventrales y encima de la anal; por último, la caudal rodea la extremidad de la cola, y tiene un lóbulo saliente en su parte superior. Son los esturiones animales grandes y vigorosos; ascienden con facilidad contra las más rápidas corrientes, y su alimento consiste en sargas, arenques, salmones, etc.; a veces rozan en el cieno en busca de gusanos y moluscos. A semejanza de lo que dijimos al tratar de los salmones, los esturiones también por la primavera abandonan el mar y suben por los grandes ríos para desovar; siendo su fecundidad y el número de huevos que producen incalculables. En el cuerpo de una hembra que pesó 278 libras halláronse 1.500 huevos; y en otra que pesó 2.800 libras estos pesaron 800 libras. Los esturiones recién nacidos abandonan muy pronto el agua dulce y se dirigen al mar, donde permanecen hasta que son adultos. La sustancia de estos peces es muy gustosa, y con los huevos se prepara un manjar muy apetecido en el Norte, donde lo llaman caviar. La vejiga natatoria del esturión forma esas láminas, tablitas, o cordones retorcidos con que el arte culinario prepara sus gelatinas; y que los comerciantes llaman cola de pez.

Esturión.

El ESTURIÓN COMÚN (Acipenser sturio, LIN.). En abril entra en los grandes ríos de la Europa oriental, como son el Don, el Danubio, etc, tiene de 6 a 7 pies de longitud; el hocico agudo, las placas dispuestas en cinco hileras, recias y espinosas, y la sustancia de los músculos parecida a la carne de becerro.

El GRANDE ESTURIÓN (Acipenser huso, LIN.). Tiene las placas más obtusas que el antecedente; el hocico y barbillas más cortos, y más lisa la piel su longitud llega a veces a 12 y 15 pies, y su peso es de 500 a 1.000 libras: de él se saca la cola de pez de superior calidad.

Orden de los Condropterigios selacios Este orden abraza la mayor parte de aquellos peces que tienen el esqueleto cartilaginoso. Tienen las branquias adherentes por sus bordes; cada una con cinco hendeduras a los lados del cuello, o en su parte inferior. Casi forman enteramente el orden de los selacios los Escualos y Rayas de Linneo.

Los Escualos tienen aletas pectorales y aletas ventrales; situadas estas últimas hacia atrás del abdomen; el cuerpo prolongado; la cola gruesa y carnosa, y los pectorales de mediana magnitud; las aberturas de las branquias corresponden a los lados del cuello; en fin, muchos son vivíparos. Hay escualos conocidos con el nombre de Lijas, cuyo hocico es corto y achatado; los orificios de las narices muy inmediatos a la boca, y vueltos por un surco que se extiende hasta el borde del labio; tienen en la cara superior de la cabeza dos aberturas llamadas espiráculos, que comunican con las branquias y conducen a ellas el agua necesaria para la respiración, cuando el animal tiene la boca llena y obstruida por una presa sobrado voluminosa. Las dorsales están situadas muy hacia atrás, y la primera nunca pasa de las ventrales; la caudal es prolongada, bifurcada, y truncada en su extremidad; las aberturas de las branquias se hallan en parte encima de las pectorales.

La GRAN LIJA o PERRO DE MAR (Squalus canicula, LIN.), y la LIJA PEQUEÑA o GATO MARINO (Squalus catulus, LIN.). Viven en los mares de Europa; la primera está salpicada de numerosas manchitas, y tiene las aletas ventrales oblicuamente cortadas; la última presenta las manchas más raras y mayores, alguna vez oceladas, y las aletas ventrales de corte cuadrilátero. En ambas la piel está llena de una multitud de tubérculos pétreos, y cuando seca se pone tan dura que se emplea como una lima para labrar y pulir el marfil.

Son los tiburones, unos escualos de hocico prominente, de narices no prolongadas en forma de surco, y de caudal superada de un lóbulo que la presenta como bifurcada.

El TIBURÓN (Squalus carcharias, LIN.). Tiene la primera dorsal situada mucho más adelante que las ventrales, y la segunda casi encima de la anal; el hocico complanado; y las últimas aberturas de las branquias se extienden a las aletas pectorales. Este pez acaso llega a 30 pies de largo; su espaciosa boca se halla provista de dientes triangulares y móviles, cuyo número aumenta con la edad. Entre todos los peces es este el más peligroso por sus fuerzas, agilidad y voracidad insaciable. El Tiburón se encuentra en todos los mares; sigue a las embarcaciones que hacen largos viajes, no separándose por espacio de meses enteros, y siempre pronto a devorar los restos de la mesa de los tripulantes, y a hacer presa del hombre que por descuido, desgracia o imprudencia cae al agua.

Tiburón.

Los martillos son unos escualos que juntan con los caracteres del tiburón, una figura de cabeza enteramente excepcional entre todos los animales: esta se ve complanada horizontalmente, y truncada por delante; sus lados se prolongan en dos ramas, lo cual le comunica la figura de un martillo; los ojos están situados a los extremos de estas prolongaciones, y las narices en su borde anterior. El MARTILLO COMÚN (Squalus malleus, LIN.), el cual vive en nuestros mares, tiene a veces 12 pies de largo.

El género de las Rayas se conoce en que tienen estas el cuerpo complanado horizontalmente, y semejante a un disco, cuya figura nace de la unión del tronco y de la cabeza con unas aletas pectorales extremadamente anchas, horizontales y carnosas, que por la parte anterior se unen al hocico, y hasta a veces lo rodean para unirse entre sí mismas; y por la parte posterior se extienden de ambos lados del abdomen hasta la base de las aletas ventrales: los ojos ocupan la cara dorsal de la cabeza; al paso que las narices, la boca y las aberturas branquiales están situadas en la cara ventral; por último, las aletas dorsales son pequeñas y casi siempre situadas encima de la cola.

Raya.

La RAYA COMÚN (Raia clavata, LIN.). Tiene el cuerpo áspero y en ambas caras lleno con irregularidad de tubérculos óseos, ovales y cada uno provisto de un aguijón corvo. Este pez, considerado como manjar, es coriáceo, aunque se reblandece con el transporte y conservándolo.

La RAYA BLANCA o CENICIENTA (Raia batis, LIN.). Solo tiene aguijones en la cola, y adquiere unas dimensiones mucho mayores que la antecedente. Las hay que pesan 200 libras. Esta especie es vivípara, y frecuenta nuestras costas por la primavera. Cuando joven presenta algunas manchas, las cuales con el tiempo desaparecen, y el pez toma un color más claro y uniforme.

Los Torpedos o Tremilegas son rayas de cola corta y carnosa; tienen el cuerpo liso y formando disco, debiendo el borde anterior su formación a dos prolongaciones del hocico, que de cada lado van a unirse a las aletas pectorales, y entre estos órganos, la cabeza y las branquias dejan un espacio oval donde se aloja el aparato eléctrico. Compónese este de tubos membranosos, verticales, apretados entre sí como las celdillas de un panal de abejas, divididos por tabiques horizontales en celdillas llenas de mucosidades y que reciben gruesos troncos de nervios. A beneficio de estos órganos pueden los torpedos comunicar fuertes sacudimientos, con que entorpecen el brazo que se pone en contacto con ellos. Probablemente es un aparato ofensivo y defensivo que les ha dado la naturaleza; aunque en verdad mucho menos poderoso que el de los gimnotos. Bajo la denominación de Raia torpedo confunde Linneo distintas especies que frecuentan las costas de la Vendea y de Provenza.

Orden de los Condropterigios ciclostomos Los ciclostomos o chupadores, que forman el último orden de la clase de peces, son los más incompletos de estos, y aún puede decirse de todos los animales vertebrados. Tienen el esqueleto cartilaginoso; las branquias adherentes por ambos bordes, y provistas de varias aberturas; las mandíbulas articuladas en un círculo inmóvil; ni tienen pectorales ni ventrales, y su cuerpo, largo, desnudo y viscoso, termina por su extremo anterior en un labio carnoso y circular; las branquias, en vez de tener la forma de púas de peine como en los demás peces, tienen apariencia de bolsas, resultantes de la reunión de una de las caras de una branquia con la cara opuesta de la inmediata.

Las Lampreas, que constituyen el género principal de este orden, tienen siete aberturas branquiales, las que se ven a cada lado del cuello; el anillo formado por los labios está armado de varias filas de fuertes dientes, los cuales presenta también la lengua, cuya movilidad hace de ella como un émbolo a beneficio del cual ejecuta el animal una fuerte succión; y puede servirse del disco de su boca no solo para chupar el jugo de que se alimenta, si no para adherirse y pegarse a los cuerpos sólidos. Estos peces por toda aleta tienen una cresta longitudinal así superior como inferiormente, formada por la piel, y sostenida por unos vestigios de radios. El agua necesaria a la respiración llega desde la boca a las branquias por un conducto situado bajo el esófago y lleno de agujeros laterales.

Lamprea.

La LAMPREA MARINA (Petromyzon marinus, LIN.). Tiene de 2 a 3 pies de longitud; el cuerpo amarillento con jaspes pardos, y la primera dorsal muy distinta de la segunda. Este pez por la primavera va a desovar subiendo por los ríos: es un manjar muy apreciado.

La LAMPREA DE RÍO (Petromyzon fluviatilis, LIN.). Llámanla siete ojos; tiene 18 pulgadas de longitud; el cuerpo plateado; y la espalda de color pardo-oliváceo; la primera dorsal muy separada de la segunda. Este pez abunda en los lagos de agua dulce, los cuales abandona por la primavera y sube por los ríos. Por medio de su facultad de succión se fijan en las rocas y otros cuerpos sólidos; de igual modo atacan a los peces grandes, a quienes llegan a taladrar y a devorarlos.

Los Amocetos forman el segundo género de los condropterigios ciclostomos, tienen el anillo que forma la boca del todo membranoso; los dentellones laterales de la lengua son fuertes y dispuestos en dos filas; de manera que a primera vista pudieran tomarse estos peces por animales articulados con mandíbulas laterales; el mismo Linneo cayó en error, puesto que los clasificó entre los gusanos. La lengua de los amocetos hace el efecto de un émbolo lo mismo que la de las lampreas; y también como estas atacan los amocetos a animales mayores taladrándoles la piel. Solo citaremos de estos animales mal bosquejados, la lamprejuela (Petromyzon branchialis, LIN.). Su esqueleto es enteramente blanco y membranoso; su longitud es de 6 a 8 pulgadas, y su grosor el de un cabo de pluma de escribir. Vive en el cieno de los arroyos, y tiene los mismos hábitos que los gusanos. Los pescadores la emplean para cebar los anzuelos.

* * *

Acabamos de exponer la historia de los peces, habiendo pasado por alto los pormenores que ofrecen escaso interés a la generalidad de los lectores. Conocidas son ya las especies útiles al hombre; con lo que puede juzgarse de los inagotables recursos que la Providencia nos ha proporcionado al ceñir nuestros continentes con ese círculo de mar, habitado de innumerables bancos de peces, que solo aguardan para alimentar al hombre que sea mayor el número de pescadores y más rápidos los medios de transporte. La abundancia de peces comestibles prueba la bondad del Ser Supremo, tanto como todas las demás maravillas de la naturaleza. En agradecimiento de tal beneficio se practica en Bretaña, en los promontorios de Finisterre y del Morbihan la ceremonia llamada Bendición de la mar, sencilla al par que solemne, la cual tiene lugar por el solsticio de verano, y sirve de señal a la pesca de la sardina.

En aquellas costas pintorescas hállanse hermosas iglesias construidas en tiempo de las Cruzadas, capaces de dar envidia a las de San Sulpicio y San Roque. Creyérase ver a Nuestra Sra. de París reducida a cortas dimensiones; pero a esta basílica la vemos esbelta, ligera, pisando el césped, y no metida entre las inmundicias del Hotel-Dieu y las cloacas de la Cité del modo que se halla la de París. Sin duda no ofrece aquella tanta filigrana y crestería como esta; pero en compensación respira un aire libre, una atmósfera pura, y domina un horizonte sin límites.

Reúnense en esas modestas capillas los pobres pescadores, en cuyas frentes, curtidas por la tempestad y la intemperie, se halla pintada una santa resignación: allí postrados de rodillas en las losas del pavimento, pasan horas enteras esos infelices que trabajan en fecundar con sus sudores unos áridos peñascos todo el tiempo que no viven reluchando con las embravecidas olas de la Mancha: en el corazón de aquellos desgraciados es indestructible la religión; pues tienen urgente e imperiosa necesidad de esperanza en una vida futura, menos gravosa, menos amarga, menos agitada que la que les cupo en suerte en este mundo: así su fe jamás se debilita; así en la Bretaña el cristianismo se halla en estado floreciente. En medio de su penuria y miserable condición, los habitantes de las costas hallan todavía medios para adornar los templos con sus ofrendas. En sus arcos veréis pendientes pequeñas fragatas, exvotos de marineros salvados del naufragio, a quienes costaron años de trabajo y de privaciones: esas obras maravillosas de paciencia representan exactamente la fragata grande en que lucharan con la muerte, con todas las piezas, que están copiadas en dimensiones cuarenta mil veces menores; cordaje, palos, cañones, etc., nada falta, todo está trabajado en miniatura con tan admirable exactitud, que pudiera servir de modelo para la construcción de un buque de guerra.

Para pedir pues a Dios la subsistencia de esos pueblos laboriosos se practica cada año la bendición de la mar. El día de San Juan, todos los pescadores de la comarca se dirigen en procesión a las aguas donde se pesca la sardina: delante de sus barquichuelos va la lancha del sacerdote que debe solicitar para ellos la misericordia del Altísimo. Sin duda esa rústica comitiva dista muchísimo de la brillante theoria de las vírgenes atenienses, volviendo tranquilas de la isla de Delos; no es la dorada popa bogando hacia el Píreo al son de sagrados himnos; sino barcas groseras hendidas por el incesante embate de las olas, y que llevan por encima de los abismos a mujeres y niños dirigiendo al cielo con todas sus fuerzas las letanías de la Virgen.

¡Con cuánta emoción traslucimos en medio de aquel vasto concierto el gemido animal de la miseria! ¡Como vibran en nuestro oído aquellas voces horrísonas, broncas, agrestes, alas semejantes a los alaridos del dolor que a la sosegada salmodia del canto llano! Ese espectáculo del todo bíblico, nos presenta el pueblo de Dios clamando al Señor: vemos a unos hombres a quienes reúne una común necesidad, agitan los mismos temores, y sostiene idéntica creencia, moviendo con pena los reinos, y echando por intervalos una mirada en que rebosan la fe y la esperanza hacia la cruz de cobre vieja y denegrida que les sirve de estandarte. Esos desheredados cubiertos de andrajos prodigan a la Virgen en un idioma que no conocen, pero que su emoción parece comprender, las más sublimes metáforas del estilo oriental: sin duda no pueden desentrañar el sentido de sus palabras; pero saben que son alabanzas que saliendo de sus corazones deben ser gratas al oído de la Madre de Dios: comparan a cuanto más precioso presenta la naturaleza las expresiones Torre de marfil, Casa de oro, Vaso de diamante, Rosa mística, Astro matutino, etc.... ¿Y qué solicitan de la mujer a quien dan tan pomposos dictados esos humildes cristianos?... Nada más que la fecundidad de un pez mezquino y diminuto que les proporcione alimento durante el verano y medios para comprar un pan negro y basto cuando llegue el invierno... ¡Oh! indudablemente en esa ocasión la Virgen celestial contempla con ojos Misericordiosos la pobre cruz de cobre, los pechos palpitantes de esos infelices, sus rostros bañados de sudor; y cuando el digno sacerdote se levanta, y con pie mal seguro por los vaivenes de la lancha echa el agua bendita en las salobres y amargas ondas, confirma el Todopoderoso la bendición que pronuncia su ministro.

FIN DEL TRATADO DE LOS PECES.

Tratado de los Insectos Antes de entrar de lleno a tratar de los insectos, permítaseme hablar de una escena que vino a distraerme en uno de los paseos que acostumbro dar por el campo con mis hijos, y podrá ser preliminar del asunto que va a ocuparnos. Por la senda a cuya orilla estábamos sentados, cruzaba sosegadamente un abejorro, cuando de improviso vimos correr hacia él otro a insecto verde metálico, esbelto, de patas largas y amarillentas, y atacarle con ímpetu. Defendido el abejorro por su tegumento coriáceo, hace esfuerzos por huir, pero el otro gira en torno de él con presteza, y con sus ligeras maniobras vence la marcha lenta y pesados movimientos de aquel ser inofensivo: todas las miras del agresor se reducen a hallar algún punto débil de la coraza que protege al abejorro, lo cual logra después de multiplicadas evoluciones, metiéndole su aguda cabeza debajo del vientre y retirándola en breve cargada de botín. Desde este punto no se opuso ya a la huida del abejorro; más, ¡que huida tan desastrosa! Aléjase, pero no entero, pues la extremidad de sus vísceras ha quedado en poder de su enemigo, que va tirando de ellas sin romperlas, y las devora a medida que las va sacando del cuerpo de la víctima. El pobre abejorro sube con trabajo la pendiente del sendero, hincando sus patas en el suelo para escapar del enemigo; el cual no suelta el lazo fatal que sujeta a la presa, siguiéndola tranquilo y arreglando sus atroces estirones a la mayor o menor resistencia que encuentra. Por último cuando hubo devorado todos los intestinos abandonó el abejorro, quien prosiguió su marcha lánguida hacia la yerba, donde le vimos morir muy pronto.

Tan fastidioso espectáculo indignó a los que lo presenciamos; disponíase cada cual a interrumpir el banquete del vencedor, y hasta a jugarle un mal tercio por compasión a la víctima; pero me opuse diciendo a mis hijos: «Dejad que ese Cárabo (pues era un Cárabo dorado) acabe en paz su comida; pues si se alimenta de presa viva, recibió esta orden del Criador, quien no sin razón se lo mandó. Pero vosotros, hijos míos, que os enternecéis por males que no habéis causado, ¿cuántas veces habéis sido más crueles que este voraz insecto? ¡Os mandó acaso la Providencia que atormentaseis, maltrataseis y mutilaseis a miles de abejorros semejantes al que causa estas reflexiones, y que os indigna al verte presa de un animal que sin este alimento moriría de hambre? Reflexionad que este abejorro, que no podía ya volar, porque cumplió su misión deponiendo en la tierra los huevos que encierran su posteridad, solo tenía naturalmente algunas horas de vida; y que si hubiese fallecido de vejez, al descomponerse su cuerpo hubiera infestado la pureza del aire que respiramos: convenía pues que otro animal se apoderase de esta materia, ya casi inanimada, y le comunicase nueva vida asimilándola a su propia sustancia. Esta previsión del Criador es patente y manifiesta; y a los ojos del hombre reflexivo justifica la existencia de los insectos carnívoros. Tocante a aquellos que, como el abejorro, roen las hojas de los vegetales, y que nos causan a veces no pocos daños, aunque no veamos su utilidad, no vacilamos en admitirla, juzgando de los secretos designios de la naturaleza por la admirable sabiduría que en tantas otras circunstancias nos revela.

Dicho esto llovieron sobre mí las preguntas de mis hijos.

-¿Qué es un insecto?

-¿Qué es un cárabo?

-¿Cómo puede un cárabo devorar a un abejorro siendo este mucho más grueso?

-¿Cómo el abejorro tiene fuerzas para caminar después de haber perdido las entrañas?

-¿En qué se diferencia el abejorro que come hojas, del cárabo que se mantiene de animales vivos?

-Cogí el abejorro y el cárabo, y respondí a mis tiernos naturalistas provisionalmente lo que sigue:

«El cuerpo de un insecto (tómese por ejemplo el del abejorro y el del cárabo), se divide en tres porciones, que son: la cabeza, el tóraz o coselete, y el abdomen. En la cabeza están situados los ojos, las antenas y la boca. Los ojos están cortados en facetas o caritas; las antenas consisten en dos cuernecitos situados delante de los ojos; la boca se compone: 1.º de dos mandíbulas, duras y ganchosas, situadas una a cada lado; 2.º de dos mandíbulas más blandas, colocadas detrás de las anteriores hacia su parte superior; 3.º de un labio superior llamado labro o sombrerillo, el que regularmente forma como una visera que cubre las mandíbulas; 4.º de un labio inferior; situado debajo de las mandíbulas. El labro es una pieza dura y sólida; las mandíbulas son como unos dientes destinados a masticar los alimentos; las maxilas son unas laminillas no tan duras como las mandíbulas, provistas interiormente de dientecitos o de pelos, y exteriormente de una o dos pequeñas antenas compuestas de piezas móviles o artículos, y se llaman palpos maxilares. -Forman el labio inferior dos piezas: la más sólida se denomina mentón, y la otra, situada encima de este, lengüeta, la cual por lo regular ofrece dos apéndices móviles que se llaman palpos labiales. -El tóraz tiene en su cara inferior seis patas, y en la superior cuatro alas, a veces dos, y tal vez ninguna. Consta el tóraz o tórax de tres piezas o anillos, y cada anillo de dos arcos, uno ventral y otro dorsal; el primer anillo sostiene en su porción ventral o inferior las dos primeras patas; al paso que nada se nota en la porción dorsal; en el segundo se adhiere inferiormente el segundo par de patas, y en la cara superior el primer par de alas; el tercer par de patas está fijo en el arco ventral del tercer anillo, y en su cara dorsal el segundo de alas. El abdomen se compone igualmente de anillos; pero ni llevan patas ni alas, y contiene los órganos de la digestión. Las patas constan de cadera, muslo o fémur, tibia y tarso. La cadera adhiere la pata al tóraz, consta de dos piezas, que son la rótula y el trocánter, las cuales se distinguen bien en el cárabo. Sigue el fémur, formado de una pieza colocada horizontalmente; viene luego la tibia, formada también de una pieza, aunque verticalmente situada; el tarso consta de tres, cuatro, o cinco falanges, de las cuales la última está armada de dos uñas. La cabeza, el tóraz, el abdomen, las mandíbulas, las maxilas, el labro, el labio inferior, las antenas, los palpos y las patas, está formado todo de piezas móviles, colocadas una tras otra y encajando mutuamente, las cuales llevan el nombre de artículos; y por lo mismo se denominan articulados los insectos que presentan semejante estructura.

Partes de la boca de un cárabo.

Así el abejorro, como el cárabo, ambos pertenecen a un mismo orden en la clase de insectos; a saber al de los Coleópteros; pero sus órganos nutritivos son diferentes, resultando de esta diferencia opuestos hábitos.

Pata de un cárabo.

El cárabo tiene las mandíbulas aceradas y capaces de extensos movimientos, siendo por lo mismo armas terribles; las maxilas escamosas; los intestinos muy cortos, lo mismo que se nota en todos los animales carnívoros, que manteniéndose de sustancias semejantes a la suya propia, y de fácil asimilación, no toman gran cantidad, y por consiguiente no necesitan de muy extensos órganos para depositarlas. El abejorro, al contrario, está provisto de mandíbulas con dentelladuras cortas y redondeadas, y cuyos movimientos son muy limitados, lo cual solo lo permite mascar sustancias blandas; lo mismo que los demás animales herbívoros, tiene el tubo digestivo muy largo; pues como su alimento es menos nutritivo, necesita mayor cantidad y un extenso aparato para contenerlo.

En cuanto a las diferencias exteriores que existen entre el cárabo y el abejorro, son muy fáciles de observar: el abejorro tiene el cuerpo grueso y los movimientos pesados; al paso que el cárabo tiene el cuerpo suelto, los movimientos ágiles y el andar ligero; las antenas del primero son cortas y sus últimos artículos en forma de laminitas o de abanico; al paso que las del cárabo son largas, delgadas y móviles: a más sus patas ofrecen un carácter esencial, cual es el que en el tercer par, la pieza llamada trocánter situada hacia dentro en la base del muslo, es muy gruesa y prominente. Cada vez, pues, que hallemos, un insecto con las alas superiores coriáceas, el cuerpo oblongo, las antenas delgadas, y sobre todo que presente sus trocánteres abultados en la base de sus dos últimos muslos, deberemos reconocerlo por un coleóptero de la familia de los carnívoros.»

Tal fue la primera lección de entomología (Tratado de los insectos) que di a mis hijos, y que he creído conveniente repetir aquí por su mucha sencillez; aunque deberemos completarla con algunos pormenores relativos a la organización interna de los animales articulados. Distínguense estos de las otras tres ramas del reino animal, no solo por los caracteres exteriores tan marcados como los que acabamos de manifestar, tales como la disposición del cuerpo en anillos, cuya mayor solidez tienen en su cara externa, el número de patas, de alas, etc.; sino que difieren también por los órganos de la respiración; y en especial por el sistema nervioso. Cada anillo tiene su par de ganglios (llámanse ganglios ciertas masas nerviosas que vienen a formar un pequeño celebro, el cual sirve de centro a los nervios que a él acuden), y todos los ganglios, unidos entre sí mediante unos cordones de comunicación, forman una doble cadena que ocupa la línea media del cuerpo junto a su cara inferior. Dichos ganglios ni están protegidos por un cerebro, ni por una coluna vertebral; por cuya circunstancia estos animales articulados, se llaman también invertebrados, juntamente con los moluscos y zoolitos. Iremos sucesivamente estudiando las modificaciones que sufren estas masas nerviosas en las diversas clases de animales articulados, aunque desde luego ya se ve que hallándose la vida distribuida entre varios centros nerviosos, resiste por más tiempo a las mutilaciones y desgarros que puede sufrir el animal. Véase la razón por que el abejorro, cuya descripción hemos dado, pudo caminar y hasta vivir algún tiempo después que su enemigo le hubo arrebatado las entrañas.

Divídense los articulados en seis clases, que son Insectos, Miriápodos o milípedos, Arácnidos, Crustáceos, Cirrípedos y Gusanos.

CLASE DE LOS INSECTOS

Desígnanse bajo la denominación de insectos todos los articulados cuyo cuerpo consta de cabeza, tóraz, y abdomen bien distintos y demarcados, y cuyas patas son en número de tres pares; son entre todos los articulados los únicos que están provistos de alas y respiran por medio de tráqueas. A pesar de que es propio de la fisiología general el explicar esa especie de respiración, diremos lo que creemos útil al asunto que tratamos: primeramente veamos cuáles son las condiciones orgánicas que hacen necesaria la presencia de tráqueas en los insectos.

El quilo atraviesa las paredes del tubo digestivo, y se mezcla con la sangre por simple imbibición; la sangre por su parte no se halla contenida en vasos, y solo reside en los intersticios de los órganos: el aparato circulatorio se halla representado por un solo vaso situado en la región dorsal, por lo que se le ha llamado vaso dorsal. En opinión de muchos naturalistas, este órgano es del todo ajeno a la circulación; y entre otros, Marcelo de Serres lo cree destinado a segregar grasa, que luego elabora el tejido que lo envuelve; aunque Straus, cuya autoridad equipondera a todas las demás, reconoce a dicho vaso dorsal como verdadero órgano de la circulación, y así se expresa: «El vaso dorsal es el verdadero corazón de los insectos, siendo, como en los animales superiores; el órgano destinado a poner en movimiento la sangre, que en lugar de estar contenida en conductos vasculares, se halla esparcida por la cavidad general del cuerpo. Este corazón ocupa toda la longitud del dorso del abdomen, y termina anteriormente por una sola arteria no ramificada que transfiere la sangre a la cabeza, donde la difunde; volviendo luego al abdomen por el mismo efecto de la acumulación en la cabeza, para pasar otra vez al corazón: a esto queda reducida toda la circulación sanguínea en los insectos que solo tienen una arteria sin ramificaciones, con absoluta falta de venas.» Según este profundo observador, que estudió la vena dorsal en el abejorro, el corazón, es decir la parte abdominal del vaso, se divide interiormente en ocho estancias, separadas entre sí por dos válvulas convergentes, que permiten a la sangre dirigirse de atrás adelante, al paso que le impiden todo movimiento retrógrado. Cada estancia tiene dos aberturas laterales a modo de incisiones, que establecen comunicación con la cavidad abdominal, y cada incisión de las dichas está provista en su interior de una valvulita que se aplica sobre la misma, de modo que permite el paso de la sangre desde el abdomen a la estancia del corazón, y no la deja refluir del corazón al abdomen. Fácilmente se concibe que cuando la cámara se contrae, no pudiendo la sangre en ella contenida volver al abdomen, empuja las dos válvulas que separan la una estancia de la otra, que se dilata para recibirla, y al propio tiempo recibe cierta cantidad de sangre por sus aberturas laterales; cuando a su vez se contrae esta segunda estancia, pasa del mismo modo la sangre a la tercera, y así de una en otra es impelida hasta la arteria.

De esa manera, aún cuando no existan venas, y que la única arteria que nace del corazón no presente ramificaciones, el movimiento de la sangre hacia los órganos, y su regreso después de haberlos alimentado, constituyen una verdadera circulación, aunque sencilla y solo concerniente a la nutrición. La que se refiere a la respiración, es decir, a la dirección de la sangre hacia el órgano respiratorio y su vuelta al corazón, en una palabra, la pequeña circulación, falta absolutamente en los insectos. ¿Cómo será pues posible que la sangre convertida en venosa después que ha sufrido la acción de los tejidos, se ponga en contacto con el aire o con el oxígeno que debe renovar sus propiedades vivificadoras? En los animales provistos de pulmones, el aire desciende a las celdillas pulmonares, donde halla la sangre, que por su lado ha acudido a este punto; el gas y el líquido han ido ambos a encontrarse. En los animales dotados de branquias, la sangre hace todo el trayecto para ir en busca del aire exterior.

En los insectos veremos trocados los papeles: en ellos no es la sangre que sale a buscar el aire, sino el aire que va a encontrar a la sangre en todas las partes del cuerpo, donde penetra por una multitud de conductos que comunican con el exterior y se ramifican al infinito por entre la sustancia de los órganos. A estos tubos aéreos se les ha dado el nombre de tráqueas; sus paredes cilíndricas son dobles, y entre las dos túnicas que las componen hay un filamento sólido, arrollado o en espiral, como los alambres elásticos de los tirantes, que les impide cerrarse. Las aberturas por las que el aire entra en las tráqueas se llaman estigmas; y en general son parecidas a unos ojales situados a cada lado de los anillos o segmentos, por lo regular en número de dos; efectuando el insecto sus inspiraciones y expiraciones por medio de la contracción del abdomen. Compréndese fácilmente que esa acumulación de aire en el cuerpo del insecto, no solo es útil para su respiración sino también para su vida aérea.

Volviendo a tratar de los órganos de los insectos, que acabamos de indicar, dijimos que la parte más dura del cuerpo está situada al exterior, y que esta coraza hace en los insectos las veces del esqueleto interior de los vertebrados. Como los huesos en estos últimos, proporciona apoyo y puntos de inserción a los músculos, y palancas propias para asegurar la precisión y prontitud de los movimientos; así pues, por esta semejanza de funciones se ha dado a la piel dura de los insectos el nombre de esqueleto exterior.

Son las alas unos apéndices compuestos de dobles membranas, sostenidas interiormente por nerviosidades que contienen tráqueas. Regularmente son las alas en número de cuatro: unas veces todas ellas son transparentes y membranosas, como en las libélulas; otras las del primer par son duras y opacas, lo mismo que en los abejorros, y cuando el insecto no vuela se aplican encima del par inferior y lo protegen; otras las alas del primer par solo son membranosas en sus extremidades, y permanecen duras en su base; otras falta el segundo par y es sustituido por dos varillas móviles, como en las moscas, y otras en fin faltan del todo las alas como vemos que les sucede a las pulgas.

Compónese el sistema nervioso de los insectos de dos series de ganglios, unidos entre sí por medio de cordones longitudinales, formando dos especies de sartas como las cuentas de un rosario, sartas que se hallan en dirección paralela. Los ganglios de cada par, ya están espaciados entre sí, ya reunidos o inmediatos, de suerte que forman como una sola masa; hay en cada segmento o anillo un par, el cual con respecto a este y sus dependencias desempeña las funciones de un verdadero cerebro. Forman el primer par los ganglios de la cabeza, y distribuyen sus ramificaciones a las anteras y a los ojos.

Los dos cordones longitudinales que unen este primer par al segundo, abrazan el esófago a modo de un collar, y se continúan con los pares siguientes, los cuales están todos situados debajo del tubo digestivo. Los ganglios del segundo par forman los nervios de la boca, los tres pares siguientes pertenecen cada cual a uno de los anillos del tóraz y dan origen a los nervios de las alas y de las patas; los pares que siguen son en general menos voluminosos, y de ellos nacen los nervios que se distribuyen por el abdomen.

Dijimos que los ojos en los insectos estaban formados de facetas o caritas: ahora añadiremos que cada una de estas es la córnea transparente que pertenece a un ojo completo; es decir, con su cristalino, su materia colorante o coroidea, y su membrana sensible o retina. Estos ojuelos aglomerados son en el abejorro en número de 9.000; y pronto hablaremos de insectos que tienen 25.000 en cada lado. A más de esos ojos compuestos, vense también otros ojos simples, que también se llaman lisos, cuya estructura es igual a la de los precedentes.

En cuanto a las demás sensaciones de los insectos, no se conocen aún los órganos destinados a recibirlas. Las antenas sirven para el tacto, juntamente con las extremidades de las patas; los palpos de las mandíbulas y del mentón gozan también de un tacto que aprecia la calidad de los alimentos, y acaso se añada a este tacto el sentido del gusto. No hay duda que los insectos tienen oído y olfato; pero ¿cuáles son los órganos de estas sensaciones? El profesor Dumeril, considerando que el aire, vehículo natural de las partículas odoríferas, penetra por las tráqueas en las partes internas del insecto, cree que el asiento del olfato se encuentra en toda la superficie de los órganos; y así es como explica la maravillosa sutileza que presenta el sentido de que tratamos en la mayor parte de los animales de la clase que nos ocupa. El oído, de cuya existencia no puede dudarse, en atención a que los insectos producen ruidos destinados por cierto a que otros los oigan, el sentido del oído, decimos, tiene un sitio todavía más incierto que el olfato. Straus lo coloca en las antenas, fundando su opinión en que siendo los nervios que presiden a las sensaciones mucho más voluminosos que los que presiden al movimiento, los que se dirigen a las antenas presentan un grosor a proporción muy notable. Por lo demás como los insectos y restantes articulados están organizados según un plan muy diferente del de los vertebrados, séanos permitido creer que sus sensaciones resultan también de carácter y naturaleza distinta.

Conocemos ya las partes de la boca en el abejorro y el cárabo; estas partes se modifican en los demás órdenes de la clase de insectos conforme al régimen alimenticio propio de cada uno: si el insecto es pupívoro, las mandíbulas o el labro se prolongan de modo que forman una trompa o chupador; a su tiempo haremos conocer los extraños cambios que sufren estos órganos.

Los insectos se multiplican por medio de huevos, si bien hay algunos vivíparos. Los instrumentos que la hembra pone en acción, y los ingeniosos medios de que se vale para colocar los huevos en las condiciones más favorables a su desarrollo, y crecimiento del embrión que de ellos ha de nacer, todavía son más maravillosos que los que nacen del instinto de las aves. Pero lo que más sorprende en la historia de los insectos son sus metamorfosis. Los batracios nos han preparado ya para estudiar esos cambios admirables. Vemos a los insectos en sus primeros tiempos mudar a menudo la piel; presentando desde luego una organización y unos hábitos del todo diferentes de los que tendrán más tarde. El animal al salir del huevo se asemeja a un gusano, y en este estado se ha llamado larva; no tarda en tomar nueva forma, durante la cual es designado con el nombre de ninfa: mientras dura este segundo período de su existencia no come, y permanece inmóvil aunque su reposo no es más que aparente, supuesto que en el interior de su cuerpo se efectúa un trabajo activo, cuyo efecto es el completo desarrollo de su organización: las partes internas se reblandecen, y poco a poco toman su forma definitiva; los diferentes órganos del animal adulto se desenvuelven ocultos bajo de la piel; y cuando esa evolución ha terminado, sale el insecto en su estado perfecto.

Algunos insectos solo sufren dos semimetamorfosis; es decir, que la larva, la ninfa, y el insecto perfecto difieren poco entre sí: la larva no tiene alas, en la ninfa se encuentran que empiezan a nacer, y en el insecto perfecto estos órganos se ven del todo crecidos. Finalmente, hay insectos, como los parásitos, que nacen ya con la forma que deben conservar toda su vida.

Las costumbres de los insectos ofrecen al curioso un espectáculo ameno, y que varía al infinito; y al filósofo religioso un inagotable manantial de meditaciones. El estudio del reino vegetal nos demuestra la existencia de los insectos unida a la de las plantas; al mismo tiempo que depende la fecundidad de estas de esos conductores alados que llevan el polen de la una a la otra; sin embargo, este hecho es un simple fragmento de su historia. Ahora estudiaremos sus industrias, sus asociaciones, sus astucias para el ataque como para la defensa; su instinto admirable que suple y equivale a veces a una verdadera inteligencia, cuando se hallan en circunstancias accidentales o imprevistas. Escogeremos los ejemplos más interesantes y más fáciles de observar; puesto que si tuviésemos que dar la historia completa de las 60.000 especies de insectos que se conocen, necesitaríamos para cada una de ellas un tomo voluminoso.

La clasificación de los insectos ha sido objeto de los trabajos de varios naturalistas, a cuyo frente debemos colocar el inmortal Linneo. Latreille, profesor que fue del Jardín de las Plantas, y de quien pronto hablaremos, ha perfeccionado el método de Linneo, el cual se fundaba en los caracteres sacados de las alas, añadiéndoles los que se desprenden de las partes de la boca y de las metamorfosis. El primer orden es el de los Coleópteros, de los cuales puede considerarse como tipo el abejorro: en ellos la conformación de la boca es propia para la masticación; tienen cuatro alas, de las cuales las superiores forman estuche o élitros, y las inferiores presentan solo pliegues transversales. -Forman el segundo orden los Ortópteros, los que únicamente se diferencian de los del orden precedente en que tienen los pliegues de las alas longitudinales; como por ejemplo la langosta. -El tercer orden es el de los Neurópteros, que se distingue de los anteriores en que tiene las cuatro alas transparentes, y casi iguales, como las libélulas. -Los Himenópteros, del cuarto orden, tienen la boca conformada para la succión, las cuatro alas membranosas, transparentes y desiguales entre sí, y sus nerviosidades, en vez de formar red con mallas regulares, como en los neurópteros, forman celdillas prolongadas; la organización de las maxilas es propia para la succión, al paso que la de las mandíbulas lo es para la masticación; sirvan de ejemplo la abeja y la avispa. -El quinto es el de los Lepidópteros y comprende los insectos chupadores, cuyas cuatro alas están cubiertas de un polvillo colorido, y la boca provista de una trompa o chupador espiral; tales son las mariposas. El sexto orden lo forman los Hemípteros; en los que la boca está conformada para chupar; las alas anteriores regularmente presentan un medio élitro, y la boca está provista de un pico cónico; tales son los chinches terrestres y acuáticos. -El séptimo orden es el de los Ripípteros; insectos chupones, que tienen dos alas plegadas en forma de abanico; tal es el Stylops. -Orden octavo: Dípteros insectos chupones de dos alas, pero no plegadas; por ejemplo las moscas. -Orden nono: Chupadores: carecen de alas; por ejemplo la pulga. Los nueve órdenes que hemos señalado se hacen notar por sus metamorfosis. -Orden décimo: Parásitos; insectos sin alas, que no sufren metamorfosis. -Orden undécimo: Tisanuros: insectos sin alas, sin metamorfosis, y cuyo abdomen está guarnecido de apéndices móviles.

Orden de los Coleópteros Tienen los coleópteros las dos alas superiores coriáceas, unidas por su borde interno en una línea recta; y llamadas élitros. Las alas inferiores, mucho más largas, pléganse transversalmente para ponerse al abrigo de los élitros. En la cabeza se ven dos antenas que constan de 11 artículos; los ojos están cortados en facetas, y ninguno liso; componen la boca, el labro, dos mandíbulas escamosas; dos maxilas provistas de palpos, y un labio inferior formado de dos piezas; de las cuales una es más sólida y se llama mentón; y la otra lengüeta; en esta se ven por lo regular los dos palpos labiales. Estos constan de tres artículos, y los de la maxila nunca pasan de cuatro. -El tóraz consta de tres anillos, al primero de los cuales con más especialidad que a los demás se le llama coselete, denominación que le conservaremos para mayor facilidad en las descripciones, aunque menos exacta que la de protórax consagrada por la ciencia. Los anillos del abdomen nunca exceden de seis a siete. -Pasan los coleópteros por una completa metamorfosis: la larva se asemeja a un gusano que tuviese la cabeza escamosa; la ninfa es inactiva y no toma alimento.

Entre todos los insectos, son los coleópteros los más conocidos y numerosos, supuesto que se cuentan 50.000 especies: son los más apreciados y apetecidos de los aficionados a colecciones entomológicas, no solamente por el brillo de los colores, y rareza de las formas, sino también por la mayor solidez del esqueleto exterior, que los hace más fáciles de conservar.

Divídense en cuatro secciones, arregladas al número de artículos que componen el tarso. Primera, la de los coleópteros pentámeros; así llamados por constar de cinco artículos los tarsos en los tres pares de patas. Comprende esta sección a los Carniceros, los Braquélitos, los Esternoxios, los Malacodermos, los Serricornios, los Clavicornios, los Palpicornios, y los Lamelicornios.

Familia de los Carniceros Distínguese esta familia entre todos los pentámeros por el número de palpos de la boca; tienen dos palpos labiales, y dos en cada maxila, seis entre todos; la maxila termina en una especie de garra, y su cara interna está cubierta de espinas. La lengüeta se adapta a una escotadura del mentón; las antenas son puntiagudas; las patas del primer par se sostienen en una gran rótula; y las del tercer par o posteriores presentan un grueso trocánter en su arranque.

Los carniceros dan caza a otros insectos, y son muy voraces, así cuando son larvas como en su estado perfecto; los hay terrestres, y también acuáticos; en los primeros los pies solo son propios para caminar, y forman dos tribus, de que Linneo hizo dos géneros; a saber; las cicindelas y los cárabos.

Larvas de cicindela.

Tienen las cicindelas, al extremo de las maxilas una uña móvil, articulada con estos órganos por la base, la cabeza fuerte, los ojos gruesos y salidos, las mandíbulas prominentes y muy dentadas, el coselete casi cilíndrico, el cuerpo oblongo y con un brillo metálico muy notable. -Las cicindelas tienen hábitos fieros proporcionalmente al poder de sus armas ofensivas; son de todos los coleópteros los que mejor, organizados están para despedazar una presa; su carrera es rápida y ágil, su vuelo ligero aunque corto, y apenas se sirven de las alas, como no sea para echarse encima de otros insectos y devorarlos.

Estos animales, llamados pequeños tigres alados por Linneo, se mantienen en sitios áridos y secos, arenosos y los más expuestos al sol, donde dan incesante caza a los demás insectos, despedazándolos en un momento. Sus larvas viven en la tierra, donde se abren unos agujeros perpendiculares y cilíndricos, de unas 18 pulgadas de profundidad, cuya entrada es perfectamente circular. Para ello emplea el animal las mandíbulas y los pies; y a fin de quitar de su habitación los escombros, carga su cabeza con las partículas térreas que se han desprendido, se revuelve, sube poco a poco, y descansa de cuando en cuando, por medio de dos garfios córneos, situados en un octavo anillo, los cuales le facilitan trepar por el largo conducto que se ha fabricado. Una vez llegado a la entrada del agujero, arroja fuera la carga. Dicho agujero no solamente sirve para el abrigo de la larva, sí que también para ocultarla y para poner lazos a los insectos de que esta se alimenta: mantiénese emboscada precisamente en el orificio de entrada del conducto, el cual deja exactamente cerrado con la cabeza, manteniéndola inmóvil a flor de tierra. En esta disposición aguarda con incansable paciencia que vaya una presa. El insecto poco experto, que se pasea por los alrededores y cree caminar por un terreno firme, pasa por encima de aquel engañoso puente, y de improviso se halla cogido entre terribles quijadas y precipitado en un abismo, donde a un instante queda devorado.

Entre las numerosas especies de que este género se compone, y cuya mayor parte son exóticas, elegiremos una especie indígena que nos permita estudiar sus hábitos, tal es la siguiente:

La CICINDELA BASTARDA (Cicindela hybrida, LIN.). Tiene de 7 a 8 líneas de longitud; los élitros son cobrizos hacia su sutura; esto es hacia su unión, y cada uno presenta dos manchas semilunares y una faja blanca; una de estas manchas se halla situada en la base exterior del élitro, y la otra en el extremo. (Entiéndase por base en los élitros el extremo que se une al coselete). La faja blanca que cruza por el centro de cada élitro, es recta en su parte externa, y encorvada en la interna.

Los insectos del género Cárabo se diferencian de las cicindelas en que tienen las maxilas simplemente terminadas en punta, o ganchosas, sin uña articulada en su extremo; en general la cabeza es más estrecha que el coselete; sus mandíbulas son poco o nada dentadas. -Hay muchos cárabos faltos enteramente de alas membranosas y solo provistos de élitros; pero como por compensación de este defecto son ligerísimos corredores estos animalitos. Cuando los cogemos exhalan los cárabos un hedor fuerte, y hasta arrojan cierto líquido acre, capaz de producir, en contacto con los ojos o con otro punto muy sensible, una viva inflamación. Ocúltanse en el suelo bajo de las piedras, en el musgo, etc., y todos son ágiles y voraces; las larvas son tan carnívoras como el animal perfecto; son corredoras; mientras que las de cicindela son sedentarias, conforme se ha visto. -Este abundante género, que contiene más de 2.500 especies, lo han desmembrado y subdividido en 180 géneros nuevos. No trataremos de exponer todo el daño que causan a la ciencia aquellos aficionados, que echando en olvido la principal ventaja que lleva consigo la nomenclatura de Linneo, dan a cada especie por la más leve diferencia de forma un nombre genérico sacado siempre del griego, y más o menos mal compuesto; estos imprudentes aficionados a la entomología, apreciables pero desgraciados en su celo, edifican públicamente una torre de Babel, que solo podrá demoler otro Linneo. Nos guardaremos bien de entrar en semejante nomenclatura, puesto que para solos los coleópteros fuera preciso sobrecargar la memoria con 2.800 nombres de géneros nuevos, inventados para sustituir a los de Linneo que solo usó de 53. Nos contentaremos, a ejemplo de Cuvier, con los géneros lineanos y nos bastaran para señalar las principales especies de coleópteros.

El CÁRABO DORADO (Carabas auratus, LIN). Esta especie de que no hace mucho hemos hablado, pertenece al grupo de cárabos faltos del segundo par de alas: llámanle vulgarmente el jardinero, supuesto que vive en los jardines, donde destruye gran cantidad de orugas. Tiene el cuerpo convexo, oval, de 10 a 12 líneas de longitud; el color superiormente negro; la cabeza y coselete de un verde cobrizo; los élitros de un verde dorado con el borde externo, cobrizo las patas, los primeros anillos de las antenas, las mandíbulas, y los palpos, son de un rojo leonado, el que se vuelve más oscuro hacia la extremidad de dichos órganos.

El CÁRABO AZUL (Carabus cyaneus, LIN.). Tiene 14 líneas de largo es áptero, es decir, sin alas, lo mismo que el precedente; su cuerpo es oval, oblongo, algo complanado y azul en su parte superior; el borde del coselete y de los élitros, violáceo; la figura del coselete se asemeja a la de un corazón, y tiene un surco en su parte media; los élitros se ven llenos de puntos confusos y rugosos, con tres hileras de otros puntos prominentes, oblongos y no muy aparentes; la cabeza y cara inferior del cuerpo son negros; por último, esta especie es más rara en los alrededores de París que la antecedente.

El CÁRABO SICOFANTA (Carabus sycophanta, LIN.). Es esta una hermosa especie, cuyo coselete forma un óvalo transversal, y el abdomen es casi cuadrado; su longitud es de 12 a 16 líneas la parte inferior del cuerpo, la cabeza y el coselete son de un negro azulado; los bordes del último son verdosos; los élitros están llenos de delicadas estrías, cada una de las cuales estás señalada por tres líneas de puntos cóncavos apenas visibles; su color es verde dorado, con reflejos cobrizos en el borde externo; las patas son negras.

La larva de esta especie se alimenta de orugas; y se introduce en el nido de las procesionarias con las cuales presenta alguna semejanza (por esto les dio Linneo el nombre irónico de Sicofanta), y las devora en gran cantidad.

Oigamos lo que dice Reaumur sobre la larva del cárabo sicofanta. «Uno de los más terribles enemigos de las orugas, dice este célebre observador, es un gusano negro, el cual solo tiene seis pies escamosos adheridos a los tres primeros anillos; este gusano llega a ser tan largo y más grueso que una oruga mediana. Tiene la parte inferior del cuerpo de un hermoso negro lustroso; y sus anillos son al parecer escamosos o crustáceos; lleva dos excelentes pinzas (mandíbulas) encorvadas a modo de hoz la una hacia la otra; con las cuales pronto ha traspasado una oruga, a la que por lo regular ataca en el vientre. La oruga que una vez ha traspasado, por mucho que se esfuerce, se agite o camine, nunca logra desprenderse; pues no la suelta hasta que la ha devorado completamente. Apenas basta la oruga más gruesa para alimentarle, por un día; así es que mata cuantas encuentra. Estos devoradores gusanos saben situarse perfectamente para que no pueda escapárseles la presa; saben dar con el nido de las procesionarias, y en el mismo se establecen. Muy pocas veces he destruido alguno de esos nidos sin haber hallado en él dichos gusanos hasta el número de cinco o seis: allí pueden con toda seguridad comer cuantas quieren; y es probable que no pasa día sin que den la muerte a muchas orugas o a sus crisálidas, puesto que siguen habitando el nido de las procesionarias aún después que estas se han transformado. Este gusano no es en todos tiempos del mismo color; cuando siente hambre o que no está saciado, entonces presenta un negro más hermoso; pero en circunstancias contrarias, su piel se pone tensa, desencájanse sus anillos, y se muestra un matiz pardo en el cuerpo y blanco en los costados. A fuerza de hartarse pónese a veces en estado que parece que su piel va a reventar, y que el animal se está ahogando; por cuya razón, aunque en circunstancias regulares son estos insectos ariscos, se dejan manosear cuando están vacíos; lo que a menudo me ha hecho caer en el error creyéndolos muertos, o a lo menos moribundos. Pero cuando su digestión está algo adelantada, empiezan a recobrar su movilidad y su actividad acostumbrada. Algunos gusanos de los más gruesos he visto quedar bien castigados de su glotonería; pues hallándose en dicho estado de entorpecimiento les atacaron otros insectos de su misma especie, pequeños aún y débiles, y taladrándoles el vientre los devoraron: esto puede decirse que lo ejecutaron sin necesidad, pues por otra parte no les faltaban orugas.»

El CÁRABO INQUISIDOR (Carabus inquisitor, LIN.). Tiene la misma forma y hábitos que el antecedente; su longitud es de cerca de 1 pulgada; la cara inferior del cuerpo de un negro verdoso reluciente; las antenas y patas negras; la cabeza, coselete y élitros de color broncíneo verduzco; el coselete con puntos muy sutiles; los élitros estriados, con tres series de puntos cóncavos en cada uno, del mismo color del fondo del élitro. Esta especie es aún más rara que la sicofanta en los alrededores de París; pero entre todas las que tienen el abdomen cuadrado y el coselete transversalmente ovalado, de los cuales han formado los modernos el género Calosomo, el más raro, y acaso el más hermoso, es el siguiente.

El CÁRABO DE PUNTOS DORADOS (Calosoma auro punctatum, DEJ.). Tiene 12 líneas de longitud; su color superiormente es verde o negro broncíneo; los élitros son estriados, con tres series de puntos cóncavos de color de bronce; las patas intermedias corvas hacia dentro.

El Calosomo nos ha dado un ejemplo de longevidad, y otra prueba entre infinitas de la previsión del Criador, en cuyos designios entra que ningún animal perezca antes de haber asegurado la especie. Cuando el insecto ha puesto los huevos, desde luego muere; y como la puesta sigue inmediata a su última metamorfosis, resulta que la vida del insecto perfecto es muy corta; pero si un obstáculo cualquiera impide al insecto verificar la puesta, puede prolongarse su existencia mucho más allá del término ordinario. Hace dos años, vi entrar en mi gabinete una persona de exterior modesto, que sin preámbulo me dijo: «Señor mío: V. tiene afición a los insectos, y yo también; aquí le traigo uno que tengo metido en esa cajita hace más de un año, clavado con un alfiler, y no obstante goza mejor salud que un servidor de V., puesto que tengo una afección cancerosa en el estómago que no me deja seis meses de vida. Es el calosoma auropunctatum, que descubrí yo el primero en los alrededores de París, en 1795; cuya larva he criado, siendo el único que conozco su localidad... La del sicofanta no fue conocida de los entomologistas de París hasta que yo la hube indicado a Mr. Alejandro Brongniart, pues ni aún el mismo Geoffroy la conocía, y Mr. de Reaumur solo lo encontró una vez en una encina.» Estas palabras de repente me inspiraron una profunda estima hacia aquel sujeto bondadoso y sencillo, que a mis ojos representaba el prototipo del cazador de insectos. Con que pronto quedamos amigos, y no tardé en conocer que el sujeto con quien trataba, llamado Mr. Ledoux, poseía una verdadera organización de naturalista; quedando demostrado para mí que ese Reaumur iletrado hubiera recorrido con todos los honores académicos la carrera de las ciencias naturales. Pero era hijo de un coronel de la antigua guardia, quien el día de la consagración de Bonaparte, le dijo al volver de Nuestra Señora: «¿Quieres beber a la salud del Emperador?»; y después de haber brindado, añadió aquel rudo coronel, cual pudiera haberlo hecho un sargento reclutador: «Ahora, muchacho, eres soldado; tu educación está terminada, y no necesitas saber más que vencer o morir». «¡Vencer o morir!», contestó alegremente el joven. Partió luego después para Italia, donde entró al servicio del rey de Nápoles, y llegó a ser jefe de un batallón de ingenieros. Posteriormente, cuando esos diez años de fiebre militar que llaman imperio hubieron cedido el puesto a la restauración, el honrado Ledoux, a quien en vano los Borbones de Sicilia y los austríacos convidaron a que bebiese a su salud, regresó a Francia; hízose director de maquinaria, y vivía en Montmartre pobre y oscuro, cuando la pasión que desde su juventud tuvo por la entomología se despertó en él con mayores fuerzas que nunca. Dotado de un genio observador, ingenioso y paciente, había inventado mil remedios de atraer y coger a los insectos; ninguna especie rara existía para él; pues había estudiado la hora en que el animal acostumbra a salir, las circunstancias atmosféricas que más le convienen, los procedimientos más sencillos para lograr su captura, criarlo y conservarlo; y hubiera podido componer un tratado ex profeso sobre la cría de los coleópteros y de las mariposas. Había explorado las cercanías de París en un radio de veinte leguas: el magnífico bosque de Fontainebleau, que bajo una latitud de 48 grados presenta la Flora y el Fauno de las provincias meridionales de Francia, no contenía un matorral, un claro; un arroyuelo, una roca, un accidente cualquiera del terreno, que no le fuese minuciosamente conocido. Sabía las especies de árboles y plantas que prefieren ciertos insectos, y hasta había observado que entre una multitud de árboles de una misma especie, daba tan solo a uno inexplicable preferencia el insecto. Descubrió una especie desconocida de Enoplium a la que según costumbre puso su nombre: y como este era Ledoux, cierto latino, miembro de la sociedad entomológica, tuvo la feliz ocurrencia de adjetivar su nombre patronímico; y así el insecto descubierto por él fue llamado Enoplium dulce. Viéndose pues el honrado Ledoux provisto de un diploma de inmortalidad, dábale poco cuidado el esquirro que le tenía condenado a morir de hambre. Quitábale el sueño, acaso tanto como los lancetazos del estómago, el revelar la habitación del calosomo de puntos dorados: no quería llevarse al sepulcro su secreto; al paso que tampoco quería que fuese conocido de muchos; supuesto que aquel sitio pronto hubiera quedado despoblado de insectos por los aficionados (así se llaman con razón los que recogen insectos sin verdaderos conocimientos, ya para ponerlos arreglados en cuadros, para venderlos o para darse la importancia de naturalistas). Cuando conoció que iba a morir, no obstante los cuidados que con él se tenían, aunque sin esperanza, suplicome que hiciese avisar a Mr. Pierret, entomologista joven y ardiente, de quien hablaremos cuando tratemos de los lepidópteros. Vino Mr. Pierret, y el moribundo le dijo: «Durante mi vida se me ha atormentado para que diese a conocer la habitación de mi calosomo, como a nadie quería dejar disgustado, a uno le dije que se hallaba en las encinas; a otro que en las raíces del olmo; a otro que debajo de las piedras, etc. Mi última palabra es esta: dígoslo a vos solo, suplicándoos que no lo repitáis a nadie sino a la hora de la muerte, y esto a vuestro mejor amigo. Desde el 20 de mayo al 15 de junio, al oír a los mercaderes de... gritar por las calles, id a... al lado de... en la parte que mira a... a ciento cincuenta pasos de las fortificaciones: seguid a los labradores... de dos en dos horas, poco más o menos, veréis aparecer un calosomo; lo recogeréis sin ruido, y lo encerraréis en vuestra cajita, aunque con la precaución de no colocarlos todos en la misma compartición de la cajita pues se devorarían mutuamente. Si el animalito exhala un fuerte olor de almizcle, es señal que aún no efectuó la puesta, en cuyo caso podréis tener huevos y criar las larvas, y hasta podréis conservar el animal vivo por algunos años teniéndolo clavado en una hiedra con un alfiler, alimentándole en verano con orugas sin pelos, y en invierno con la membrana interna de los intestinos de pollos: esto es lo que a mí me ha ido mejor. Cuando haya muerto, lo lavaréis suavemente con un pincelito mojado en alcohol a fin de quitarle la especie de barniz que rezuma de su cuerpo durante el tiempo en que permanece clavado; pero sin sumergir el insecto en el alcohol, pues se alterarían los colores.

Pocas horas después de haber pronunciado Mr. Ledoux su novisima verba, me fue anunciada su muerte por el calosomo de puntos dorados que me presentara en nuestra primera entrevista, el cual me trajeron por su orden, dada cuando estaba moribundo. El insecto sobrevivió a su dueño, según la predicción de este, y había entonces año y medio que vivía de aquella suerte metido en una cajita de hoja de lata, y traspasado de parte a parte por un alfiler fino, fuertemente clavado en una hiedra. Hallábamonos a la sazón en la primavera, y seguí dándole a comer orugas: era un gusto verte desde su alfiler moviendo las patas con rapidez, corriendo sin mudar de lugar, y haciendo desaparecer entre sus mandíbulas las más gruesas orugas, cuyos despojos secos arrojaba luego. Así lo conservé por espacio de cuatro meses: cierto día, que devoraba su comida como de costumbre, probé de quitársela, y el esfuerzo que hizo para retenerla le dio un fuerte estirón en el cuello, de cuyas resultas le hallé muerto al día siguiente. Así aquel insecto que debía morir poco después de su puesta, se conservó por espacio de dos años, por la razón de no haber cumplido su destino.

El ESCARITA GIGANTE (Scarites gigas, FAB.). Este y algunas otras especies forman un grupo que se separa de los cárabos comunes en tener las patas anteriores palmeadas, la cabeza grande, las mandíbulas recias; el primer anillo del coselete ancho, semicircular, separado por una considerable estrechez del segundo anillo, el cual se articula con el primero por medio de un pedículo: la longitud del insecto es de 12 a 16 pulgadas; el cuerpo es negro, reluciente y complanado; faltan las alas membranosas; las mandíbulas son grandes y ahuecadas por un surco; los élitros lisos; las piernas del primer par, espinosas en su lado externo, lo que da al animal la facultad de escavar la tierra, en la que en efecto se hunde, y en los excrementos de vaca; es muy corredor, y vive en los lugares arenosos de los países cálidos.

Existen entre los cárabos algunas especies que cuando se ven perseguidas, arrojan con ruido de su abdomen un líquido cáustico, muy evaporable, fétido y penetrante. Cuando se tiene cogido el animal entre los dedos, dicho líquido produce en la piel una mancha semejante a la que produce el ácido sulfúrico; y aún si la especie es de las de mayor tamaño, causa una verdadera quemadura. Estos insectos pueden arrojar cinco o seis veces este humor ofensivo que les ha dado la naturaleza; tales son el Cárabo petardo y el Cárabo pistola, que se hallan regularmente en las cercanías de París.

El CÁRABO PETARDO (Carabus crepitans, LIN.). Tiene 4 líneas de largo; es de color leonado, con los élitros unas veces de azul oscuro, otras de un verde azulado, levemente surcados; las antenas leonadas, con el tercero y cuarto artículos negruzcos; siendo de este mismo color el abdomen.

El CÁRABO PISTOLA (Brachinus sclopeta, FABR.). Es la mitad más pequeño que el Petardo, diferenciándose tan solo por la sutura de los élitros, que es leonada desde la base hasta la parte media. Si al dar un paseo por los campos se observa una gran piedra puesta en el césped; levántese y hay casi seguridad de encontrar debajo de la misma una familia de cárabos petardos. Préstese atento oído y se oirán desde luego pequeños estalliditos, disparados por aquella turba de mosqueteros a quienes se ha puesto en alarma, y que tratan de espantar al enemigo para huir con más seguridad.

Cárabos petardos.

El CÁRABO TIRADOR (Carabus balista, DEJEAN.). Su longitud es de 5 a 8 líneas, su color negro, el coselete rojo de herrumbre; los élitros negros; la cara inferior del cuerpo y las patas de un pardo negruzco: esta hermosa especie se encuentra en los Pirineos orientales y al mediodía de Europa.

Fácilmente se viene en conocimiento de que la naturaleza ha dado a los cárabos de que tratamos esas pequeñas máquinas infernales para que con tales armas pidiesen defenderse de sus enemigos, que son las aves insectívoras y los cárabos de mayor tamaño; pero ese recurso no es inagotable, y cuando han acabado las municiones son presa de sus agresores. Por lo demás, los braquinos de las zonas ecuatoriales, cuyo tamaño es mucho mayor que en los de Europa, tienen un aparato fulminante de mucho mayor calibre, de modo que si a los nuestros llamamos mosqueteros, en las armas de esas especies exóticas debemos ver unos verdaderos cañones. El vapor corrosivo que exhalan, y que cauteriza la piel, puede considerarse, si atendernos a las manchas que produce y a la fetidez que despide, como un ácido de naturaleza fosfórica; pero este ácido es tan fugaz, que no ha sido posible su análisis químico.

En las costas marítimas de Francia hállase un coleóptero carnívoro, que vive bajo de las rocas en medio del mar y puede respirar sin necesidad de subir a la superficie del agua: este es el blentus fulvescens: tiene el coselete en forma de triángulo inverso y truncado; las mandíbulas muy desarrolladas y que sobresalen mucho del labro. Este animal está provisto de tráqueas respiratorias laterales, que extraen del agua el aire mediante sus delgadas ramificaciones. El oxígeno inspirado cámbiase en ácido carbónico; al efectuarse la expiración es inmediatamente disuelto por el agua, y quedando libre el oxígeno que dicho ácido contenía entra en la tráquea. Débese esta ingeniosa explicación a Dutrochet, la cual puede generalizarse aplicándola a todos los insectos acuáticos. A más, el cárabo marítimo de que tratamos está cubierto de pelos, en los que se forman ampollitas de aire cuando la mar se ha retirado, y facilitan la existencia del insecto conservando al rededor de su cuerpo una atmósfera respirable.

Los coleópteros pentámeros, carnívoros, acuáticos, forman, después de las cicindelas y de los cárabos, una tercera tribu compuesta de los géneros Ditisco de Geoffroy, y Girino de Linneo. Estos animales tienen las patas aptas para la natación; las posteriores en forma de reinos, comprimidas y con los tarsos velludos y terminados en dos garfios desiguales: con sus fuertes maxilas despedazan la presa viva, que devoran con afán. El cuerpo es oval; las mandíbulas casi del todo cubiertas, y los ojos poco prominentes. Las larvas tienen el cuerpo largo y delgado, dos antenitas, seis ojos lisos, aproximados, y seis pies velludos; viven en el agua en los lagos y pantanos, de donde salen para metamorfosearse en ninfas. Llegado el animal al estado perfecto, vuelve al elemento en que nació. Nada perfectamente, y sube con facilidad a la superficie del agua; respira volviendo el cuerpo boca arriba, levantando algo la extremidad de los élitros, o inclinando el extremo del abdomen, a fin de que el aire se insinúe en los estigmas y de ellos a las tráqueas. Los carnívoros acuáticos salen del agua al anochecer, van a tierra y hasta se les ve penetrar en las casas atraídos por la luz.

Los ditiscos tienen las antenas como filamentos, y más largas que la cabeza; los pies del primer par más cortos que los restantes, y los últimos terminados por un tarso comprimido y en punta.

El DITISCO RIBETEADO (Dyticus marginalis, LIN.). Tiene más de una pulgada de longitud; el cuerpo negro superiormente, y pardo amarillento en su cara interior, los bordes del coselete y de los élitros son también amarillentos. La hembra tiene en los élitros diez ranuras muy marcadas, que se prolongan solo hasta unos dos tercios de la longitud del élitro; al paso que en los del macho no se ve más que dos o tres estrías puntuadas y apenas marcadas. Además, distínguese el macho por sus cuatro primeras patas, cuyos tarsos tienen los tres primeros artículos anchos y esponjosos en su cara inferior. En la frente lleva este insecto una mancha amarilla de esta forma. Encuéntrase el ditisco ribeteado en los alrededores de París. Puede conservarse en un vaso alimentándolo con carne cruda de buey, a la cual se arroja con voraz afán chupando la sangre, y dejando secas las fibras. Por medio de las diferentes profundidades que ocupa en el vaso indica las variaciones atmosféricas.

Los girinos tienen las antenas en forma de clava, y más cortas que la cabeza, la cual se halla hundida hasta los ojos en el coselete; los pies del primer par largos y dirigidos hacia adelante a modo de brazos; los otros cuatro muy comprimidos, anchos y formando aletas. Los ojos son en número de cuatro; el cuerpo oval, reluciente y por lo regular muy pequeño. Viven los girinos en la superficie de las aguas muertas, y también de las del mar, donde se les ve durante la primavera, reunidos en gran número, como puntos brillantes, nadando con ligereza, dando giros rápidos en todas direcciones: por cuyas evoluciones se les llama pulgas acuáticas y también torniquetes. Su primer par de patas sirve para coger la presa y las cuatro restantes como remos para nadar. Al verse cogidos difunden un hedor insufrible, y duradero.

El TORNIQUETE (Gyrinus natator, LIN.). Tiene 3 líneas de longitud; el cuerpo oval y muy reluciente, superiormente negro bronceado, y negro en su superficie inferior, con las patas leonadas; los élitros redondeados en su extremidad, con puntitos cóncavos formando líneas regulares y longitudinales; los ojos grandes y divididos por un reborde, de modo que representan dos arriba y otros dos debajo. La hembra hace su puesta en las hojas de plantas acuáticas, siendo los huevos diminutos, casi cilíndricos y blanco-amarillentos. A los ocho días nace una larva larga y delgada, con seis patas, que vive en el agua, saliendo de ella por el mes de abril para pasar al estado de ninfa: dirígese a las hojas de las cañas, donde permanece y se encierra en un capullo oval, puntiagudo en ambos extremos, y formado de una sustancia que saca de su cuerpo, y que cuando seca se asemeja a papel de estraza; en este capullo sufre su primera metamorfosis. Al cabo de un mes la ninfa queda convertida en un animal perfecto.

Familia de los Braquélitros La voz braquélitros significa élitros cortos. En los insectos que forman la segunda familia de los coleópteros pentámeros, los élitros en efecto no cubren el abdomen. Los braquélitros componen el género estafilino de Linneo. Las maxilas de los estafilinos solo tienen cada una un palpo, cuatro entre todos: dos correspondientes a las maxilas, y dos al labio inferior: la extremidad de las antenas no termina en punta, sino que el grosor es igual en toda su extensión, y aun a veces aumenta algún tanto en dicha extremidad. Los artículos tienen la forma de granulaciones, cilíndricas o levemente complanadas; la cabeza es gruesa, provista de fuertes mandíbulas; el coselete tan ancho como el abdomen; este último presenta hacia su extremo dos vejiguillas cónicas y velludas, que el animal a su arbitrio hace salir y entrar en él, de las cuales se escapa un humor sutil que en ciertas especies tiene un olor intenso. Estos coleópteros levantan con suma facilidad el extremo del abdomen, comunicándole mil diversas inflexiones, con lo que casi siempre impelen las alas obligándolas a meterse bajo de los élitros. En su mayor parte viven los estafilinos debajo de las piedras, en tierra, en los estercoleros y excrementos de los animales; otros habitan en los hongos y en las caries de los árboles; otros en sitios acuáticos, y se hallan unos muy pequeños en las flores: todos ellos son voraces, ágiles, escapan volando, corren ligeros, y por último, los varios movimientos del abdomen los dan a conocer al primer aspecto.

El ESTAFILINO PELUDO (Staphylinus hirtus, LIN.). Es una de las especies mayores, y sin duda la más hermosa. Tiene 10 líneas de longitud; es negro, muy velludo, con la parte superior de la cabeza, del coselete, y los últimos anillos del abdomen cubiertos de un denso vello amarillo dorado lustroso; los élitros de un gris ceniciento y la base negra; la parte superior del cuerpo de un negro azulado; el coselete más ancho que largo y casi semicircular, las antenas, más cortas que el coselete, van insensiblemente engrosando hacia su extremidad. Encuéntrase este insecto, aunque es raro, en los lugares arenosos del norte de Europa.

El ESTAFILINO OLOROSO (Staphylinus olens, LIN.). Esta especie es muy común en los contornos de París: tiene una pulgada de largo, y es enteramente negro; el coselete es cuadrado, aunque con el borde posterior redondeado, y es más estrecho que la cabeza, el extremo de las antenas es pardo con el último artículo escotado; la cabeza, el coselete y los élitros son de un negro mate con puntos finísimos, y las alas rojizas. Este insecto en todas partes vive debajo de las piedras; el olor agradable que despide el humor de sus vejiguillas abdominales es muy semejante al que se desprende de las manzanas, o del éter nítrico. Nada hay como la actitud que toma este coleóptero al verse perseguido: eleva el abdomen como un pequeño escorpión, y hace salir sus blancas vesículas; luego se para atrevido para aguardar al enemigo, y da una vuelta con agilidad sobre sus patas. En algunas partes los muchachos le llaman el diablo; probablemente a causa de su color negro, o acaso también por sus largas mandíbulas semejantes a unos cuernos, con que atenacea fuertemente el dedo del que lo coge sin precaución.

Familia de los Esternoxios Los coleópteros pentámeros que componen esta familia, lo mismo que los estafilinos y demás familias del mismo orden, solo tienen cuatro palpos, dos en las maxilas, y dos en el labio inferior. Los élitros les cubren el abdomen; las antenas son dentadas a modo de sierra, o como las púas de un peine; el primer anillo del coselete es largo por la parte inferior, y anteriormente se adelanta hasta debajo de la boca, presentando a cada lado una ranura donde se adaptan las antenas; en su parte posterior prolóngase en punta, la cual se aloja en una cavidad existente en la cara anterior del segundo anillo del coselete: de ahí la denominación de esternoxio, equivalente a esternón puntiagudo (los entomologistas han convenido en llamar esternón a la porción inferior del tórax que se halla entre las patas). La cabeza está metida hasta los ojos verticalmente en el coselete, y los pies se recogen debajo del cuerpo, el cual es de forma elíptica. Comprende esta familia los dos géneros Bupreste y los Eláteres, o escarabajos de resorte.

Tienen los buprestes la eminencia posterior del coselete complanada, y no terminada en punta comprimida; dicha eminencia se adapta simplemente a una depresión o escotadura del anillo inmediato; las mandíbulas terminan en punta no dentada; y el primer anillo del coselete presenta los ángulos posteriores poco o nada prolongados. Estos insectos ostentan riquísimos colores: en unos brilla el matiz dorado sobre un fondo de esmeralda; en otros el azur sobre fondo dorado; y así se mezcla con otros varios colores metálicos. Aunque pesados cuando caminan, son ligeros en el vuelo; y cuando se ven cogidos o pronto a serlo hacen la mortecina y se dejan caer al suelo. Deponen sus huevos en la madera seca. Las especies diminutas se albergan en las flores y en las hojas, pero las demás viven en los bosques, y a veces se las encuentra en los depósitos de madera, en las canteras, y en las casas donde fueron transportadas en estado de larva junto con la leña.

El BUPRESTE GIGANTESCO (Buprestis gigantea, LIN.). Tiene 2 pulgadas de longitud; el color del cuerpo verde cobrizo y algo rojizo, con dos grandes manchas lisas, de color de acero pulimentado; los élitros terminan en dos puntas, y son cobrizos en el centro y verdes broncíneos en los bordes, con puntos cóncavos, líneas en relieve, y arrugas. Esta magnifica especie, que nunca falta a los que trafican en la venta de insectos, pertenece a la Guyana, donde los naturales construyen con los élitros diferentes objetos de adorno, como collares, brazaletes, etc. Los buprestes indígenas son más pequeños, aunque no por ello son menos ricos sus colores: a estos pertenece el siguiente:

El BUPRESTE RUTILANTE (buprestis rutilans, FABRIC.). Tiene 8 líneas de longitud; el color verde azulado muy brillante; los élitros estriados y dentados como sierra en sus extremos, de un hermoso verde metálico; la espalda se ve sembrada de puntos violáceos, siendo sus bordes dorados. Hállase en las provincias meridionales de Francia.

Bupreste gigantesco.

El género de los Eláteres solo difiere del de los Buprestes en que tiene un estilete en el primer anillo o segmento del coselete, cuyo estilete termina en punta complanada lateralmente, y se introduce al arbitrio del animal en una cavidad del segundo segmento. Tienen los taupinos las mandíbulas escotadas o hendidas en sus extremos, y los palpos terminan en un artículo mucho mayor que los precedentes, en forma de triángulo o de hacha. La disposición del esternón les da la facultad de saltar cuando su posición es boca arriba volviendo así a recobrar su actitud natural. Para ello el insecto introduce el estilete del primer segmento en la cavidad del segundo, y halla así un punto de apoyo, a beneficio del cual atiesa con fuerza el cuerpo, y dando de repente un golpe en el suelo con la cabeza, puntas laterales del coselete y cara superior de los élitros, lánzase al aire verticalmente, y haciendo varias piruetas vuelve a caer de patas y en la posición normal. Estos insectos tienen el cuerpo delgado y largo; los ángulos laterales del primer anillo del coselete prolongados en punta, y a cada lado de este anillo se ve una ranura que aloja a las antenas, las cuales son dentadas. Viven en las flores y en las plantas, como también en tierra o en el césped; andan con la cabeza baja, y al acercárseles alguien, hácense el muerto encogiendo las patas y arrimándolas al cuerpo. Cuando saltan, óyese un ligero chasquido seco; y cuando se ven cogidos entre los dedos arrojan a veces por la boca un líquido verduzco.

ELÁTER PECTINICÓRNEO (Elater pectincornius, LIN.). Es una especie notable entre las muchas indígenas que tenemos; tiene de 7 a 8 líneas de longitud, es de color de bronce; tiene las antenas en forma de púas de peine, pero únicamente el macho; los élitros son estriados y puntuados.

El ELÁTER ESTRIADO (Elater striatus, FABRIC.) Es una especie de bastante tamaño perteneciente a Cayena; de 1 pulgada de longitud, color negro, cubierta de pelos lisos y leonados, que le comunican un aspecto polvoriento; estos son más espesos en las partes laterales del coselete y de los élitros, donde forman una faja longitudinal blanquizca; en cada élitro se ven seis estrías de relieve, y en la extensión de cada una corre una línea de pelos blancos; las antenas son de un negro mate.

El ELÁTER CUCUJO, o LUCIÉRNAGA DE LA AMÉRICA MERIDIONAL (Elater noctilocus, LIN.). Esta especie es una de las más curiosas: su longitud es de 1 pulgada; el color pardo oscuro con un ligero vello ceniciento. A cada lado del coselete, junto a los ángulos posteriores, tiene una mancha amarillenta, redonda, convexa y reluciente; y en los élitros se ven líneas de puntitos escavados. Las manchas del coselete, y en especial el punto de unión del abdomen con el esternón, despiden una viva luz durante la noche, con la que pueden leerse los caracteres más diminutos, especialmente si en un solo vaso o botellita se reúnen varios de estos insectos. Con esta luz trabajan las mujeres en la América meridional; pónenla también en sus tocados como adorno en los paseos nocturnos, y cuando el indio hace un viaje de noche, se ata estos insectos en el calzado para que alumbren sus pasos. Los colonos los llaman moscas luminosas; a veces las transportan a Europa en estado de ninfa bajo de la corteza de leño que envían de las Antillas; así las Memorias de la Academia de ciencias hacen mención de un individuo de esta especie, el cual se metamorfoseó en París en una leñera del arrabal de San Antonio, y alarmó al vecindario con la viva luz que produjo. Este insecto, lo mismo que otras especies causa daños a los plantíos de cañas de azúcar; pues rompe con sus mandíbulas la parte leñosa para penetrar hasta donde esta la sustancia azucarada.

Familia de los Malacodermos Los coleópteros pentámeros que componen esta familia, tienen como los esternoxios, la cabeza metida en el coselete; pero el primer segmento de este no se adelanta formando relieve. Por lo regular tienen el cuerpo, todo o en parte, blando o flexible. Comprende esta familia cinco grandes géneros, como son: los Cebriones, Luciérnagas, Meliros, Apiarios y Ptinos.

Los cebriones tienen las mandíbulas terminadas en punta; y los palpos no se ensanchan hacia sus extremos; aproxímanse a los eláteres por el estilete que tienen también en el primer segmento torácico, el cual se mete en una ranura del segundo; y además por los ángulos posteriores del coselete que terminan en punta. Las antenas son más largas que la cabeza y el coselete juntos, y las patas no se encogen debajo del cuerpo.

El CEBRIÓN GIGANTE (Cebrio gigas, FABRICIO.). Tiene 1 pulgada de largo; la cabeza y coselete negruzcos y algo velludos; los élitros rojizos de color de ladrillo, lo mismo que el abdomen y los muslos: su superficie es puntuada y casi estriada; el pecho y las patas negruzco; y por último el cuerpo tiene la figura oval oblonga. Es común esta especie al mediodía de Francia y se encuera en abundancia tras las lluvias tempestuosas. Son sus hábitos desconocidos. La hembra difiere bastante del macho: este tiene las antenas filiformes compuestas de 11 artículos, y dilatadas en forma de sierra en el ángulo interior de su extremidad. Las antenas de la hembra son muy cortas, en forma de clava y de 10 artículos, el primero de los cuales es mucho más largo que los demás; el cuarto y siguientes con su reunión forman una pequeña maza oblonga. Las alas abortan en parte.

Los lampyris o luciérnagas, tienen los pulpos abultados en sus extremos, el cuerpo blando, recto y complanado, o ligeramente convexo; el coselete, circular o cuadrado, se adelanta hacia la cabeza cubriéndola más o menos; las mandíbulas son enteras en sus extremos; el penúltimo artículo de los tarsos se ve siempre dividido en dos lóbulos, y los garfios del último artículo ni son dentados, ni tienen apéndices. Estos animales se encogen, contraen las patas, y hacen la mortecina cuando los cogen.

Luciérnaga espléndida (macho y hembra).

Varias especies de lampyris gozan de la propiedad fosforescente.

La LAMPYRIS ESPLÉNDIDA (Lampyris splendidula, LIN.). Es muy común en Europa; tiene el coselete amarillento con el disco negruzco, y dos manchas trasparentes en la parte anterior; los élitros son negruzcos; la cara inferior del cuerpo y los pies de un amarillento lívido; los primeros segmentos del abdomen unas veces son de este color, otras más oscuros; la hembra carece de élitros y de alas; es superiormente negruzca, con el contorno del coselete y el último anillo amarillentos; los ángulos laterales del segundo y tercer anillo son de color de carne; la cara inferior del cuerpo es amarillenta con los tres anillos últimos de un amarillo de azufre. Esa luz azulada que vemos moverse en las noches de verano en medio de los matorrales, es la hembra del lampyris que despide ese brillo fosfórico; por lo que el vulgo lo llama gusano luminoso. Débese esa claridad, que el animal puede aumentar o disminuir a su arbitrio, a las manchas situadas en los tres últimos anillos del abdomen; permanece aún después de haber separado a este de lo restante del cuerpo; manifiéstase sumergido en agua tibia; pero se apaga en el agua fría. Encuéntrase este insecto en todas partes: en el campo a orillas de los caminos, en los setos y en los prados. Pone en verano un sinnúmero de huevos, gruesos y esféricos, de un amarillo de limón, los cuales depositan en tierra o encima de las plantas. La larva es semejante a la hembra, aunque es negra, con una mancha rojiza en los ángulos posteriores de los anillos; las antenas y los pies son más cortos: probablemente es carnívora.

En las regiones de los trópicos el macho y la hembra gozan de la facultad fosfórica; y como una y otra son aladas, y además abundan mucho, ofrecen a aquellos naturales por la noche una iluminación natural movediza que forma un vistoso espectáculo, semejante a millares de estrellas cruzándose por el aire. También con este insecto puede cualquiera, como con el cucuajo, procurarse luz reuniendo algunos individuos en un vaso.

Los Meliros tienen los palpos filiformes y cortos; las mandíbulas escotadas en la punta; el cuerpo estrecho y largo; la base de la cabeza cubierta por un coselete plano o ligeramente convexo, y por lo regular cuadrado; los artículos de los tarsos enteros; los garfios del último unidentados o rodeados de una membrana; las antenas en forma de sierra, y en algunos machos, son los dientes como púas de peine, en lugar de ser como de sierra. Viven los meliros en las hojas y las flores, y son muy ligeros. Solo citaremos de este género la reducida sección de los Malaquios, los que Linneo coloca en su género Cantárides. Tales insectos son notables por el brillo de sus matices, y en particular por sus cuatro vejiguillas retráctiles, dos debajo de los ángulos posteriores del coselete, y otras dos debajo del abdomen; tienen el cuerpo blando y los élitros muy flexibles.

El MALAQUIO BIPUSTULADO (Malachius bipustulatus, FABR.). Tiene de 2 a 3 líneas de longitud; el color verde-metálico bastante brillante, los bordes laterales del coselete rojos, con una mancha de este mismo color en el extremo de cada élitro. Este insecto se encuentra por lo regular en las flores.

Los Apiarios tienen los palpos (dos lo menos) terminados en figura de maza; las mandíbulas dentadas; el penúltimo artículo de los tarsos dividido en dos lóbulos, y el primero muy corto o poco visible en algunos, lo que a menudo hace confundir los insectos de este género con los coleópteros tetrámeros; las antenas unas veces son filiformes y dentadas, y otras terminadas en maza; el cuerpo es cilíndrico; la cabeza y coselete más estrechos que el abdomen, y los ojos escotados; la mayor parte de estos animales viven en las flores, en los troncos de antiguos árboles, o en la leña seca.

El APIARIO (Atelabus apiarius, LIN.). Adornan a esta especie muy vivos colores vistosamente distribuidos: tiene de 5 a 6 líneas de longitud: es azul, con los élitros rojos, y en los mismos se ven tres listas azules, la última de las cuales ocupa el extremo de élitro. Hállase en Europa y vive en las flores, cuyo néctar extrae con sus largas mandíbulas, que terminan en forma de borlita. Pero aunque en estado perfecto tenga este insecto hábitos inocentes, no es lo mismo con respecto a su larva, la cual es carnívora, y siembra la desolación y estrago en las colmenas de abejas domésticas, cuyas larvas devora.

El ALVEOLAR (Trichodes alvearius, FABR.). Aseméjase a la especie precedente, de la que solo se diferencia en una mancha azul, cuadrada, situada en el escudete. (Así se llama una plaquita triangular situada en el coselete entre los élitros y la raíz de las alas). A más, la última faja azul se halla situada delante de la extremidad de los élitros. Así en estado perfecto, como en el de larva, tiene esta especie los mismos hábitos que la precedente; pero la alvearia vive en los nidos mismos de las abejas trabajadoras, y en los alvéolos a expensas de la posteridad de estos insectos. La alveolar hembra se aprovecha de la ausencia de la abeja obrera para deponer sus huevos en el nido que esta fabricó para sus hijos. Al nacer la larva del alveolar devora la de la abeja, que habita en la celdilla inmediata; y así se va abriendo paso de una a otra celdilla, aliméntandose con sus habitantes. Cuando la larva del alveolar ha adquirido todo su desarrollo y ha llegado a la última celdilla constrúyese en esta misma, para operar su metamorfosis, un capullo, donde pasa al estado de ninfa, y después al de insecto perfecto, lo que efectúa al cabo de un año desde la puesta de la madre. Esta larva tiene un hermoso color rojo; está provista de seis patas escamosas, y de dos garfios al extremo del abdomen.

No terminaremos el presente género sin hablar de una especie tan diminuta que apenas tiene una línea, a la cual Latreille llamó Necrobia ruficollis: tiene el color azul violáceo, con la base de los élitros y el coselete rojos. A pesar del poco brillo y exigüidad de proporciones que ofrece este insecto, su historia no deja de ofrecer bastante interés al considerarla unida a la del príncipe de la entomología francesa Pedro Andrés Latreille, muerto en 1.832, profesor en el Jardín Real de París. Era Latreille eclesiástico cuando estalló la revolución en 1.789, y así no tardaron en prenderle en Brives, su patria, conduciéndolo a las cárceles de Burdeos: al cabo de algunos días fue condenado a deportación, pena equivalente entonces a la de muerte; pues era la Gironda lo mismo que el Loira un torrente revolucionario, lo que no ignoraba Latreille. Pero en su oscuro e infecto calabozo suavizó sus pesares la entomología, y esta ciencia que cultivaba desde su infancia le salvó. Observó en el muro de la cárcel un pequeño cuello-rojo, especie rara para él y nueva; y desde luego puso en olvido al tribunal revolucionario, la deportación y el baño de muerte en el río, para atender exclusivamente al compañero de prisión. Consideremos pues al desgraciado preso contemplando cariñosamente al insecto, y ocultándolo con afán a las investigadoras miradas del carcelero (pues no echaba en olvido la suerte de la araña de Pelisson), y nos convenceremos de que entre los millares de especies que ese hombre ha descrito, ninguna conoció tan bien como la de este insecto; el cual presentó a su vista más bellezas que ninguno de los brillantes y magníficos coleópteros de los trópicos cuando tuvo a su disposición las grandes colecciones del Museo.

El médico de la cárcel, al pasar su acostumbrada revista de los calabozos, queda admirado viendo en tan apasionada tarea a un hombre cuya cabeza está en inminente riesgo; y por su parte admírase Latreille de las preguntas del médico; y cree dar una respuesta sin réplica diciendo que aquel insecto era muy raro, y que creyendo aquella especie nueva, siente no poder enviarla a algún sabio entomologista. Entonces el facultativo le participa que acababan de llegar a Burdeos dos naturalistas jóvenes, los Sres. de Argelas y Bory de Saint Vincent; y Latreille resuelve enviarles al instante aquel insecto; pero fue preciso burlar la vigilancia del carcelero, quien interceptaba toda comunicación exterior; y para ello el preso partió un tapón de corcho, dejando en él un pequeño hueco que alojase al insecto, volvió a unir los dos fragmentos, y confió aquel tesoro al facultativo, quien lo transmitió al ciudadano Bory de Saint-Vincent. Este, luego de haberse enterado de la misiva, se empeñó en salvar al preso, y ayudado por Mr. de Argelas tuvo la suerte de volverlo a la libertad y a la ciencia.

Luego después, cuando Latreille conquistó con sus numerosos escritos un puesto distinguido en el mundo científico, y en particular con su obra notable sobre los crustáceos y los insectos, todos los aficionados a la entomología quisieron obtener de su mano un individuo de la especie a que debió la libertad; y a más cuando murió este sabio, en 1.832, cargado de años y de honores, tuvieron la oportuna ocurrencia de hacer esculpir en el monumento que a sus costas le hicieron elevar, la figura del Necrobia ruficollis. Si nunca el lector va a dar un paseo por el cementerio del Este en París, no olvide el sepulcro de Latreille, situado en el recinto que llaman Piece du protestant, en la división 39, n.º 90, a la orilla del sendero. Dicho monumento consiste en un obelisco truncado, de 9 pies de alto, compuesto de un monolito de piedra de Chateau-Landon, al cual sirve de base un cubo igual, y lo corona un busto de bronce, efigie de aquel ilustre naturalista. La figura del insecto, de tamaño décuplo del natural, se halla en el centro de esta inscripción: Necrobia ru ficollis Latreillii salus. En cuanto a la inscripción del frontis del monumento a primera vista parece dar a entender que Latreille murió a la flor de su edad; pero es menester advertir que el latino a quien la sociedad entomológica confió el encargo de redactarla, queriendo decir que los amigos, discípulos y parientes del difunto habían elevado aquel mausoleo, creyó que la voz parientes podía traducirse en latín por la de parentes, con que sin vacilar escribió parentes, sodales, discipuli, etc. De ello se deduce que el monumento de Latreille, muerto a 70 años, le fue dedicado por sus padres; cosa que sin ser absolutamente imposible, no es verdadera. Dejando empero a un lado esta inexactitud de lenguaje, el monumento reúne bastante mérito y oportunidad, y hace honor a las personas que mandaron construirlo.

Forman los Pitnos, barrenas o carcomas, el quinto género de la familia de los malacodermos; todos son diminutos, y tienen la cabeza esférica y encapuzada por un coselete muy convexo; las mandíbulas cortas y dentadas hacia la punta; los palpos cortos, las antenas terminadas de un modo uniforme, simples, levemente dentadas, y lo menos tan largas como el cuerpo, el cual ofrece bastante consistencia. Apenas les tocan, que se hacen el muerto, dejándose caer al suelo sin hacer uso de las alas para huir, y permaneciendo gran rato en una inmovilidad completa. Sus larvas tienen fuertes mandíbulas, y causan grandes daños en los techos, muebles, libros y colecciones de historia natural.

El PTINO LADRÓN (Plynus fur, LIN.). Tiene 1 línea y media de longitud; el color pardo-claro, las antenas de la longitud del cuerpo, coselete presenta a cada lado una eminencia aguda, y otras dos redondeadas, cubiertas de un vello amarillento en sus intersticios; los élitros tienen dos listas transversas parduzcas formadas por pelos. La larva de este insecto hace sus estragos en los herbarios y colecciones zoológicas.

El PTINO AJEDREZADO (Anobium tesselatum, FABR.). Tiene 3 líneas de largo; el color pardo-oscuro mate, con manchas amarillentas tomadas por los pelos; el coselete es liso, y los élitros estriados. Esta especie produce en las habitaciones durante la noche aquel ruido particular que se ha comparado al de un reloj, por lo mismo el vulgo le ha llamado reloj de la muerte. Cuando el insecto produce este ruido, tiene el cuerpo fijo en la madera de un mueble, de una viga, etc., levántase y se baja alternativamente, y da repetidos golpes con las mandíbulas en el plano sobre que se halla situado. Igual ruido percibe a poca distancia, producido por otro insecto que responde al llamamiento del primero. Los excrementos de estos insectos forman los montoncitos de serrín carcomido que se observan a menudo en los techos de las casas viejas, y por causa del agujerito redondo que han taladrado para penetrar en la madera, se les ha llamado BARRENAS y CARCOMAS.

El PTINO o BARRENA PERTINAZ (Ptinus pertinaz, LIN.). Es una de las especies más curiosas; tiene el color negruzco; con una mancha amarillenta en cada ángulo posterior del coselete, y cerca del centro de su base una eminencia comprimida y dividida en dos anteriormente por una depresión; los élitros presentan estrías puntuadas. La perseverancia con que se hace el muerto desde que alguno le toca ha hecho dar a este insecto su nombre específico: tiene la cabeza encogida dentro del coselete, como dentro de una gorra, arrima las piernas y los tarsos con tal fuerza a las escamas, que parecen formar un solo cuerpo; las antenas quedan del todo ocultas bajo el reborde del coselete; así permanece mucho tiempo en tan molesta actitud, sin hacer el más leve movimiento; de modo que cualquiera creería que está muerto en realidad.

«Lo más particular en el ptino pertinaz, dice el Naturalista sueco, es la casi imposibilidad en que uno se halla de obligarle a hacer el más ligero movimiento, o de sacarle de esta especie de letargo fingido: ni el fuego, ni el agua, ni género alguno de tortura es capaz de hacerlo menear; pues se deja quemar vivo y despedazar sin manifestar la menor señal de vida. A varios de ellos los puse en una cuchara de plata encima de la llama de una vela, y se dejaron tostar a fuego lento sin tratar de huir, y hasta sin menear una sola; de modo que asombra una tenacidad al parecer fuera de los límites naturales. Todo lo que cuentan de la heroica constancia de los salvajes de América prisioneros, que se dejan despedazar el cuerpo y comer su carne sin hacer un gesto o soltar el menor lamento, ni dar la menor señal de dolor, dista mucho de lo que observamos en estos insectos. Pero si se los deja en paz sin tocarlos, salen de su aparente letargo después de estar quietos algún tiempo, y empiezan otra vez a moverse y a andar; luego vuelan, si bien rara vez, no obstante estar provistos de alas más largas que el cuerpo.

La BARRENA DE LAS HARINAS (Anobium paniceum FABR.). Es muy pequeña, de color leonado, de coselete liso y de élitros estriados. No solamente roe las sustancias farináceas, sino que se introduce en las colecciones de insectos en las que causa grandes daños cuando se la deja multiplicar y establecerse en el fondo de las cajas, lo cual deben evitar los aficionados a la entomología.

Familia de los Taladradores Distínguese esta pequeña familia de las dos precedentes en que tiene la cabeza enteramente desembarazada y fuera del coselete: debe su nombre al hábito de taladrar la madera en todas direcciones: son las antenas unas veces simples, es decir, sin dientes; otras complanadas y con dientes de sierra, y otras en forma de cuentas de rosario; citaremos tan solo el taladrador naval.

El TALADRADOR NAVAL (Lymexylon navale, OLIV.).Tiene las antenas simples, nada o casi nada complanadas, y ligeramente en figura de rosario, y el coselete casi cilíndrico. La longitud del insecto es de 6 líneas; el color leonado claro, con la cabeza, el borde externo y extremos de los élitros negros: muy común en los encinares del norte de Europa; y bastante raro en las cercanías de París. Multiplícase asombrosamente en los depósitos de madera de la Marina real, y causa increíbles estragos.

Familia de los Clavicornios Solo se diferencia esta familia de las tres precedentes en la figura de las antenas, gruesas en el extremo o en forma de clava, a cuya circunstancia deben el nombre. Hablaremos únicamente de la primera tribu, por ser la que constituye esencialmente la familia, por los caracteres de las antenas, siempre compuestas de 11 artículos, más largas que la cabeza, y en forma de clava, empezando desde el tercer artículo: esta tribu nos ofrece cuatro géneros interesantes: los Escarabajos, los Escudos, los Dermertes y los Birros.

Los escarabajos se distinguen por la posición de las patas, de las cuales las cuatro posteriores están más separadas entre sí en su raíz que las anteriores; los pies se encogen debajo del cuerpo, cuando asustado el insecto se finge muerto; el lado externo de las piernas es dentado o espinoso; las antenas, angulosas y terminadas en forma de clava sólida; es decir, compuestas de artículos muy apretados entre sí; la cabeza está metida en el coselete; el cuerpo es duro y cuadrangular; los élitros truncados; las mandíbulas fuertes, dirigidas hacia delante y a menudo desiguales: aliméntanse los escarabajos de sustancias animales en estado de putrefacción; así como también se encuentran en los estercoleros y bajo de las cortezas de los árboles; su andar es lento y pesado; en general tienen el color negro lustroso o bronceado.

El ESCARABAJO DE CUATRO MANCHAS (Hister quadrimaculatus, LIN.). Es una especie de las mayores: es negro; la clava de las antenas rojiza; en cada borde anterior del coselete hay dos líneas escavadas que siguen su contorno, y en cada élitro tres estrías, y el principio de otra más o menos prolongada en el borde externo; vense en ellos dos manchas rojas, una en la base, y otra algo más allá del centro; manchas que a veces se reúnen resultando una sola en figura de semiluna.

Los Enterradores, lo mismo que los escarabajos, tienen la cabeza encajada en el coselete, pero las patas insertas a distancias iguales unas de otras; sus antenas terminan en clava, compuesta de cuatro o cinco artículos, y regularmente perforada; es decir, que los artículos están como envainados los unos en los otros.

El ESCUDO DE CUATRO PUNTOS (Silpha quadripunctata, LIN.). Tiene la clava de las antenas oblonga, el cuerpo negro, el coselete escotado, y con los bordes amarillos; los élitros pajizos, con dos puntos negros en cada uno. Esta especie vive en las selvas, situándose en las encinas tiernas para alimentarse en ellas de orugas; especie de alimento de que se mantienen igualmente las larvas.

Las demás especies de este género viven en las carnes corrompidas; y están evidentemente destinadas a limpiar la tierra de los cadáveres e inmundicias que infestarían el aire con sus pestilentes exhalaciones. Entre todas las que componen este numeroso género, presenta gran interés por sus hábitos particulares el Necróforo, enterrador, o sepulturero. Distínguese de los demás en tener las antenas muy poco más largas que la cabeza, y que terminan como de repente en forma de maza casi esférica, compuesta de cuatro artículos. Llámanlos enterradores por el instinto particular que los induce a enterrar los cadáveres de topos, ratones, y otros pequeños cuadrúpedos, para deponer en ellos los huevos y asegurar de esta suerte abundante alimento a las larvas carnívoras que de ellos han de nacer.

El NECRÓFORO o SEPULTURERO (Silpha vespillo, LIN.). Vulgarmente es llamado punto de Hungría: tiene de 7 a 9 líneas de largo; es negro, con los tres últimos artículos de las antenas rojos, y dos listas anaranjadas transversas y dentadas encima de los élitros; las caderas de las dos patas traseras están provistas de un diente muy marcado, y las piernas son curvas.

Necróforos sepultureros.

Nada más fácil que observar durante el verano los particulares hábitos del insecto de que estamos hablando: tórnese un topo o ratón recién muerto; póngase al aire libre en un terreno labrado; y se verá que al cabo de algunas horas habrá desaparecido; pero si se tuvo la precaución de señalar con un palito u otra señal el sitio en que se depuso, no habrá más trabajo entonces que remover la tierra, y a poca profundidad se hallará el cadáver enterrado. Quítese este, y debajo aparecerán los enterradores. Si en vez de aguardar a que el topo esté enterrado, nos ponemos de observación sin perderle el ojo, pronto oiremos un sonido agudo, producido por el roce de las alas de los necróforos; los que llegan acaso de grandes distancias atraídos por el olor que exhala el animal destinado a alimentar a su prole: llegan dos, tres, cuatro, sin pasar jamás de cinco. Pronto los vemos apearse, plegar sus membranosas alas bajo los amarillos élitros, en que llevan impresa una cruz negra que forma su fúnebre divisa. Empiezan echando sus cálculos, considerando el cuerpo bajo todos aspectos, y examinando las circunstancias del terreno; y en seguida, se deslizan todos debajo del difunto y trabajan a porfía; solevantan la carga con la cabeza y el coselete, ya hacia delante ya hacia atrás; pónense a escarbar bajo de sí la tierra con las patas, de modo que el topo vaya hundiéndose más y más hasta que venga a hundirse y a desaparecer del todo. Con dos horas de paciencia tendremos bastante para ver enterrado el cadáver; con todo la operación no habrá aún concluido, pues la hoya a las 24 horas tendrá 8 pulgadas de profundidad; y al terminar el segundo día el cadáver se hallará a 15 pulgadas bajo el nivel del suelo. Entonces los insectos detienen su trabajo y vuelven a subir a la luz del sol. Pero no tardan las hembras en bajar de nuevo a la sepultura a deponer los huevos en el cuerpo cuyo entierro tantos afanes les cuesta. Nace de dichos huevos una larva en forma de huso, que llega a tener hasta 1 pulgada y media de largo: tienen en cada segmento una mancha transversal roja y guarnecida con cuatro espinitas. Estas larvas devoran completamente el topo, sin perdonar siquiera la piel ni los huesos. No tardan en desprenderse de su primer vestido, y en arreglarse un alojamiento, donde se transforman en ninfas, armadas por detrás de dos puntas que les sirven para dar vuelta sobre sí mismas; finalmente, cae este segundo vestido y aparece el insecto en su estado de perfección y lleno de júbilo en el gran teatro donde representar idéntico papel al que desempeñaron sus padres.

En realidad acabamos de ver como de los instintos más admirables de los animales; con todo, no se crea que se limiten sus facultades a esta fuerza ciega e irresistible; pues el instinto se les ha dado por la Providencia para las circunstancias comunes, al paso que para las extraordinarias o accidentales en que el animal necesita deliberar, ha permitido que el instinto adquiera las cualidades de inteligencia. Para experimentarlo bastará poner el topo en un suelo duro y pétreo, no muy distante de algún terreno móvil; entonces se verá que el cadáver se mueve y dirige poco a poco hacia este último punto, donde es más fácil de excavar la tierra. Ahora los necróforos han cambiado de oficio, y de sepultureros se han pasado a faquines por necesidad. Si la carga es demasiado pesada, veremos a uno de ellos tomar el vuelo en busca de auxiliares, que pronto llegan y ayudan a los demás hasta haber colocado el cadáver en terreno conveniente.

Todavía más: un observador (la hija, me parece, del célebre Linneo, o el botánico Gleditsch, que vivió a mediados del pasado siglo), proporcionó a estos insectos una ocasión de ejercer su industria de una manera todavía más sorprendente. Clavó en la tierra un palo corvo en forma de horca, a la cual ató el extremo de un cordel, y con el otro ató como con una correa el cuerpo de un topo puesto en el suelo. Acudieron los enterradores, deslizáronse debajo del cadáver, y empezaron a excavar la hoya. Pero atado el topo con el cordel, quedaba suspendido y no se hundía. Salieron los enterradores de la hoya y empezaron a dar vueltas por el contorno, para ver de dónde procedía la causa de semejante contratiempo; de cuyas resultas, pusiéronse a excavar y a minar el punto del terreno en que estaba hincado el palo, hasta que lo hicieron caer, y entonces el topo obedeciendo a las leyes de la pesadez se hundió, y pronto quedó enterrado.

Cuando estos laboriosos animalitos se han retirado, luego de excavada la hoya y hecha la puesta, llega otra especie de Necróforo de gran tamaño, y aprovechándose de los trabajos de aquellos, pone los huevos junto a los primeros: tal es el Necróforo germánico.

El NECRÓFORO GERMÁNICO (Silpha germanica, LIN.). Tiene a veces más de 1 pulgada de longitud; el color negro, con una mancha amarilla de orín de hierro en la frente; el borde externo de los élitros leonado, y en cada una de estas dos líneas poco aparentes sobre un fondo puntuado.

Los Dermestes tienen la cabeza metida en el coselete hasta los ojos; y el primer segmento de este forma como un baberol; las mandíbulas son cortas, recias y dentadas; las antenas recias y más cortas que la cabeza y el coselete juntos, compuestas de once artículos, de los cuales los tres últimos forman de repente una clava perfoliada; las patas se repliegan debajo del cuerpo, aunque no del todo, pues los tarsos permanecen siempre libres; el cuerpo es oval, grueso y cubierto de pelos caducos, que aparentan diversos colores. Las larvas de los dermestes son también velludas, y la mayor parte se mantienen de restos de animales. Encuéntranse con especialidad en las pieles, como también en los museos de historia natural, donde se guardan aves y mamíferos empajados: anúnciase la presencia de estos insectos en tales sitios por la caída de las plumas y pelos que forzosamente han de caer después que se ha roído la piel que los sostenía: de allí se deriva la voz griega Dermeste equivalente a roedor de piel.

El DERMESTE DE LAS PELETERÍAS (Dermestes pellio, LIN.). Tiene solo 2 líneas y media de longitud; el cuerpo negro con tres puntitos blancos en el coselete, y otro en cada élitro, formados todos por el vello, la larva es larga, de color pardo rojizo reluciente, guarnecida de pelos rojos, de los cuales los posteriores forman una cola: anda resbalando y como a sacudidas; lo cual ejecuta también en estado perfecto lo mismo que los demás dermestes.

El DERMESTES DEL TOCINO (Dermestes lardarius, LIN.). Llámase así porque su larva se alimenta con el lardo y carne del cerdo: tiene el color negro; la mitad anterior de los élitros cenicienta con puntos negros; su longitud, de 3 líneas y media: es muy común en las casas. Su larva hace también no pocos estragos en las colecciones de historia natural: permanece en los sitios quietos y oscuros; es larga y va adelgazándose de adelante atrás; su color es pardo castaño superiormente; el cuerpo está cubierto de vello, con dos prolongaciones, a modo de cuernos escamosos en el último anillo. Cuando está cerca el tiempo de su metamorfosis, desarróllase la ninfa en la piel de la larva, que le sirve de capullo.

Los antrenos son unos dermestes, cuyas antenas forman una maza sólida, es decir, compuesta de artículos muy apretados; dichas antenas se alojan en unas cavidades practicadas en los ángulos anteriores del coselete; el cuerpo es corto, convexo y está cubierto de escamitas caducas.

El ANTRENO LISTADO (Byrrhus verbasci, LIN.). Es gris en su cara superior y amarillo-rojizo en la inferior, con los ángulos posteriores del coselete, dos listas transversales en los élitros y una mancha cerca de su extremo, de color gris. Vive la larva en las sustancias animales en estado de desecación; al paso que en estado perfecto se mantiene el insecto en las flores; su longitud apenas llega a dos tercios de línea.

El ANTRENO BORDADO (Anthrenus pimpinello, FABR.). Tiene 1 línea de longitud, de color negro y en su cara inferior está cubierto de escamas blancas; al paso que superiormente se ve entreverado el negro con el rojo y el blanco; en el arranque de los élitros nótase una ancha lista blanca, sinuosa y transversal; y en el extremo hay puntos o rasgos blancos. Lo mismo que el precedente, abunda este insecto entre las flores, y ambos también volando penetran en las habitaciones atraídos por las sustancias animales desecadas. Desgraciadas las colecciones de historia natural, y sobre todo entomológicas, donde llegan estos insectos a deponer sus huevos; pues las larvas que de estos nacen todo lo devoran no dejando más que élitros y patas. Dichas larvas son no obstante muy pequeñas; su cuerpo, de 1 a 2 líneas de largo es rechoncho, grueso, blando y cubierto de pelos en especial en los lados posteriores: fórmanlo doce segmentos, y los tres primeros sostienen sus patas escamosas: la cabeza está armada de dos recias mandíbulas. Estas larvas solo crecen cuando mudan de piel, y la última de que se despojan les sirve de capullo para pasar al estado de ninfa, lo cual depende de que en las sustancias animales de que se mantienen no pueden hallar materiales propios para formar un capullo sedeño.

Los birros se distinguen en que pueden encoger del todo las patas debajo del vientre: son cortos, convexos y viven en sitios arenosos; citaremos tan solo el siguiente:

El BIRRO PILULAR (Byrrhus pilula, LIN.). Tiene 3 ó 4 líneas de largo; inferiormente es de color negro; y en su cara superior, negruzco, bronceado y lustroso, con manchitas negras, entrecortadas por otras más claras y dispuestas en forma linear. Este insecto abunda en toda Europa; a la menor ocasión se finge muerto, y entonces parece que absolutamente no tiene patas; la figura esférica que toma en este caso le ha valido el nombre que lleva.

Familia de los Palpicornios Los palpicornios tienen lo mismo que los clavicornios, las antenas en figura de maza, y por lo regular perfoliadas; pero solo constan todo lo más de nueve artículos; están insertas a los lados de la cabeza, siendo su longitud apenas la de esta o de los palpos de la mandíbula, y aún a veces son más cortas que estas partes; el mentón es grande y en forma de escudo; el cuerpo oval o semiesférico; los pies varían: en unos son anchos para la natación, y solo presentan cuatro artículos en los tarsos, en otros son propios para andar, y los tarsos tienen cinco artículos bien distintos, cuyos caracteres constituyen dos géneros; los hydrófilos y los esferoideos.

Los hidrófilos, así llamados por sus hábitos acuáticos, tienen las antenas terminadas en maza oval; el esternón prominente en forma de quilla, prolóngase hacia atrás en una larga punta; los palpos maxilares son más largos que las antenas, los tarsos planos, interiormente provistos de pelos, y terminados en garfio.

Hidrófilo pardo.

El HIDRÓFILO PARDO (Hydrophilus piceus, LIN.) Es uno de los coleópteros más grandes de Europa; pues tiene de largo 1 pulgada y media: es su forma oval, y su color pardo, negro, lustroso y como barnizado; la maza de las antenas es en parte rojiza; y en los élitros presenta algunas estrías poco marcadas; el extremo posterior de estos es redondeado hacia fuera, y prolongado formando un pequeño diente en el ángulo interno. Encuéntrase este insecto en las aguas dulces, en las que nada con velocidad; la punta de que está armado su coselete puede herir la mano que lo coge, o el pie de los que andan descalzos por los pantanos, en que vive este coleóptero. Si bien puede vivir mucho tiempo sumergido, necesita respirar de cuando en cuando; y en este caso sube a la superficie del agua, eleva por encima de esta la extremidad del abdomen, levanta algo los élitros, de manera que entre estos y el cuerpo resulte un vacío, donde penetra el aire exterior sin que pueda el agua introducirse, siendo conducido a las aberturas de las tráqueas, situadas debajo de los élitros a lo largo de los costados. Cuando el animal quiere volverse al fondo del agua, cierra su estuche, sin que el agua pueda nunca penetrar en sus órganos respiratorios. Al aproximarse la noche, el hidrófilo pardo abandona su morada y vuela hacia otro distinto domicilio; vuela muy bien, zumba lo mismo que un abejorro; pero camina trabajosamente. La hembra tiene en el extremo del abdomen, dos hileras que le sirven para fabricar una especie de capullo de seda en forma de un gorro puntiagudo, en el cual pone sus huevos; esta especie de cuna se llena de aire y ya flotante en el agua; a ella están unidos los huevos mediante un cierto vello, y sirve de lastre a la navecilla una especie de cuerno de color pardo, sólido y encorvado, que la sostiene cuando el viento u otro accidente la pone un peligro de zozobrar. A los quince días nacen las larvas, semejantes a gusanos, largas, complanadas y negruzcas. Tienen estas seis patas, la cabeza escamosa y las mandíbulas fuertes y ganchosas. Respiran por el extremo del abdomen, provisto de dos apéndices carnosos, destinados a mantenerlas en la superficie del agua, con la cabeza hacia abajo, cuando van a buscar el aire que necesitan para la respiración. Nadan con rapidez, son voraces y para mantenerse atacan a los demás insectos acuáticos; así es que en los estanques causan grandes perjuicios consumiendo los huevos de los peces. En especial comen pequeños moluscos; y para abrir las conchas, dice el célebre Lionnet que lo verifican del modo siguiente: «Su espalda les sirve de punto de apoyo para romper la concha, y de mesa para comer el contenido: una vez la han cogido con los dientes, se doblan hacia atrás elevando un poco el dorso y apoyando en él el molusco; en esta actitud, inclinada la cabeza naturalmente hacia atrás, cae más a plomo encima del marisco y la concha queda rota, tragando el animal con más facilidad que si la tuviese inclinada hacia el vientre.»Terminado su crecimiento, salen del agua y se escavan una especie de madriguera a la orilla; allí se construyen una especie de capullo oval, donde se convierten en ninfas. Tienen las ninfas tres cuernecitos muy delgados, corvos en cada uno de los ángulos anteriores de la pieza que pronto será coselete, y el cuerpo termina en dos puntas. Sale por último de su envoltorio en estado de insecto perfecto; sus hábitos han cambiado enteramente con su organización: entonces el insecto ya no es carnívoro, y solo se mantiene de materias vegetales en descomposición, y su tubo digestivo, que en la larva era corto, ha adquirido mayor longitud, lo mismo que en los animales herbívoros.

Los esferoideos son palpicornios terrestres de pequeñas dimensiones, cuyo nombre nace de la forma redondeada de su cuerpo: viven en el estiércol.

El ESFEROIDEO DE CUATRO MANCHAS (Spheridium scarabaeoides, FABR.). Forma casi media esfera, y es negro y liso; el escudete es en forma de triángulo oblongo; en cada élitro se ven dos manchas rojizas, una en la base, menos marcada que la otra, que está en el extremo y es más extensa y de color más claro: tiene los pies muy espinosos.

Familia de los Lamelicornios Esta hermosa familia, cuyo tipo podemos considerar en el abejorro, está caracterizado por las antenas insertas en una fosita profunda, debajo de los bordes laterales de la cabeza; siendo además cortas, compuestas de nueve o diez artículos, y terminadas en clava, la cual forman los últimos de estos en forma de lámina (por esto se han llamado lamelicornios). Dichas láminas, ya están dispuestas en figura de abanico, ya como las hojas de un libro, y como estas se abren y se cierran, ya contorneadas y encajadas las unas en las otras, de modo que la inferior, representa como medio embudo y recibe a las superiores, ya finalmente puestas perpendiculares al eje a semejanza de las púas de un peine. Tienen el cuerpo grueso y pesado; el lado externo de las piernas delanteras dentado; el extremo anterior de la cabeza dilatado a modo de capucho; el mentón grande y cubriendo a la lengüeta, o confundido con esta, y las mandíbulas en general membranosas: cuyos caracteres no se presentan en ninguna otra familia de coleópteros. En muchas especies, el macho se diferencia de la hembra por eminencias caprichosas en la cabeza, o en el coselete, así como por la magnitud de las mandíbulas. Ningún animal carnívoro hay en esta familia, pues los unos se mantienen de hojas o del néctar de las flores, y otros de estiércol o de cortezas carcomidas y de materias excrementicias. Las larvas tienen el cuerpo medio cilíndrico, corvo superiormente, blanquizco, y compuesto de doce segmentos, con seis pies escamosos; viven en tierra, y se mantienen con estiércol o raíces, y con los restos de las materias que roen se fabrican un capullo. Algunas no se convierten en ninfas hasta al cabo de tres o cuatro años, y causan grandes daños en los jardines.

Linneo divide esta familia en dos grandes géneros. Escarabeos y Lucanos; los primeros tienen las láminas de las antenas en forma de abanico o de hojas de un libro, y encajadas unas en otras; al paso que los últimos las tienen como las púas de un peine. A más ha sido preciso subdividir el género escarabeo en varias secciones, y estas en otros géneros subalternos; pero hablaremos simplemente de los instituidos por Latreille, que comprenden las cinco secciones siguientes, fundadas en los hábitos de este insecto: 1.ª los Boñigueros, o coprófagos, 2.ª los Arenícolas, 3.ª los Jilófagos, 4.ª los Filófagos, 5.ª los Melitófagos.

Los Boñigueros, peloteros o coprófagos, tienen las antenas compuestas de ocho o nueve artículos, cuyos tres últimos forman la maza; el labio y las mandíbulas membranosas y ocultas, y también membranoso el lóbulo terminal de las maxilas. Semejante conformación no les permite alimentarse más que de materias blandas; y a más, la longitud del tubo digestivo, diez o doce veces mayor que la del cuerpo, indica que su régimen alimenticio debe ser de poca sustancia. Algunas especies de este género llamadas atheucus, tienen una industria maternal bastante notable: colocan sus huevos, cada uno en una pelotilla de estiércol tamaña como un bolo de los que confeccionan los farmacéuticos, la cual hacen rodar por el suelo con las patas traseras hasta dar con algún agujero que las reciba. Regularmente se juntan dos para trasladar cada pelotilla, cogiéndola con las patas delanteras y andando para atrás; y trabajar con tanto afán, que no cesan con todas las volteretas y caídas que sufren, y la infinidad de vueltas que se necesitan para dar a la masa la esfericidad conveniente a su transporte. Así la llevan a grande distancia, sin tomar descanso hasta haber hallado un hoyo donde colocar su carga, en el cual la entierran a bastante profundidad.

Esta maniobra la ejecutan los peloteros principalmente en terrenos secos y arenosos. Cuando hallan algún obstáculo (y para ellos la menor eminencia es una montaña), o cuando han dejado resbalar su pelotilla en un hoyo sobrado profundo, van a buscar auxiliares, los cuales llegan en gran número y juntos sacan del precipicio la cima de su posteridad. Es preciso notar que en este caso no se trata, como en el de los necróforos, de un interés común; pues el servicio que los auxiliares hacen a sus semejantes es del todo gratuito; y una vez logrado el objeto, se vuelven a su boñiga, a continuar la confección de bolos, cuya ocupación suspendieron para ayudar a sus cuitados compañeros.

El PELOTERO (Scarabaeus pitularis, LIN.). Tiene 6 líneas de longitud, sobre 4 de anchura; su color es negro; la cabeza forma una especie de capucho oblicuo; el coselete es ancho, con finos granitos; y presenta a cada lado un punto grueso y hueco; los élitros son también como granujientos, con estrías poco visibles; el vientre y los élitros más cortos que la cabeza y coselete juntos, y componen más de la mitad de la longitud total del insecto; las patas traseras más largas que las demás; hay una escotadura a los lados de los élitros, en la cual se mete una eminencia del abdomen, y aparenta un repliegue o costura de los élitros. Este insecto es muy común especialmente al mediodía de Francia: su morada es en las boñigas y estercoleros.

El BOÑIGUERO DE SCHOEFFER (Scarabaeus Schoefferi, LIN.). Tiene 4 líneas de largo, sobre 2 líneas y media de latitud: es notable por la figura casi triangular de su abdomen, cuanto por la longitud de sus patas medias y posteriores; las cuales presentan en los muslos una espina hacia cada extremidad; el cuerpo es negro; el capucho forma dos puntos; el coselete y los élitros son finamente granulados; y los élitros presentan ligeras estrías. Encuéntrase en los alrededores de París, así como en todos los puntos de Francia, y se alberga y complace en medio de los excrementos.

El ATEUCO FLAGELADO (Ateuchus flagellalus, FABR.). Diferénciase del pelotero únicamente en que tiene el flagelado la espalda rebotosa. Vive en los alrededores de París, y al mediodía de Francia.

El ESCARABAJO SAGRADO (Scarabaecus sacer, LIN.). Es negro: tiene los bordes del capucho recortados en seis dentellones; dos tubérculos en el vértice de la cabeza; el coselete liso; las piernas anteriores con cuatro dientes en el lado externo, y el extremo en punta; y tres dientecitos al lado interno; por último, los élitros presentan simples vestigios de estrías. Este insecto vive al mediodía de Europa y también en África, con especialidad en Egipto.

Los antiguos egipcios se servían del escarabajo sagrado como de una especie de amuleto, y como de un signo jeroglífico, tanto como de un objeto religioso. Encerraban a veces estos insectos en los sepulcros; y con mucha frecuencia colocaban su efigie junto al cadáver, esculpida en piedra o en preciosos metales; por ejemplo, el oro, la cornalina y el ónix. Todos los monumentos egipcios presentan el escarabajo sagrado, pintado o cincelado, en diversas posturas, y a menudo bajo extraordinarias dimensiones. ¿Cuál pudo ser el motivo de tan extraño culto? ¿Vieron acaso los egipcios en este insecto el emblema de la vigilancia que ejerce el Criador en la conservación de las especies? ¿Hallaron acaso alguna semejanza entre un animal que nace en medio de las materias corrompidas, y los tesoros vegetales de su país producidos por el limo del Nilo? ¿Adorábanle como el nuncio de la primavera y del despertar de la naturaleza? Lo ignoramos; pero cualquiera que sea la verosimilitud de estas diversas conjeturas, no fue el escarabajo sagrado el único que gozó de tan supersticiosos honores. No hace mucho tiempo que en Senuaár se ha descubierto otro ateuco, que al parecer llamó la atención de los Egipcios antes que el sagrado, y que Latreille denominó Ateuco de los Egipcios: es de color verde con visos dorados; su vértice solo presenta una ligera eminencia oblonga, lisa y muy reluciente el coselete, excepto el centro de la espalda, es enteramente puntuado y hasta granujiento en los costados, con los bordes dentellados; a más los intersticios de las estrías de los élitros presentan finas granulaciones, y puntos huecos bastante anchos y numerosos.

Los boñigueros propiamente dichos solo se diferencian de los ateucos en que tienen las cuatro patas traseras muy dilatadas, y truncadas en su extremidad, no tienen escudete, ni hueco en su lugar, y además su cuerpo es diferente según el sexo.

El BOÑIGUERO LUNAR (Scarabaeus lunaris, LIN.). Encuéntrase en toda Europa; tiene 8 líneas de longitud; el color negro y reluciente; el capuz escotado en su borde anterior; lleva un cuernecito levantado, largo y puntiagudo en el macho; y en la hembra corto y truncado, por lo que durante mucho tiempo ha sido mirada como una especie distinta bajo el nombre de scarabaeus emarginatus de Olivier; el coselete es también truncado en su parte anterior, con un cuerno en cada lado; por último, en los élitros se ven profundos surcos. Vive este insecto en las inmundicias.

El MIMAS (Scarabaeus mimas, LIN.). Dístinguese de los boñigueros en que no tiene escudete, y el sitio de este está señalado por un hueco. El macho se diferencia bastante de la hembra en las eminencias córneas de la cabeza y del coselete, siendo este último anguloso; en la cabeza se ven solo vestigios de cuernos; los élitros son estriados y de un hermoso verde dorado. Pertenece este lindo insecto a la América meridional.

Los ontófagos no tienen escudete; su cuerpo es corto; el coselete grueso, más ancho que largo, muy escotado por delante, y de figura redondeada: los machos son cornudos.

El ONTÓFAGO DE CERVIZ ESPINOSA (Scarabaeus nuchicornis, LIN.). Tiene 2 ó 3 líneas de longitud: es negro o bronceado, puntuado y con los élitros grises y sembrados de puntos negruzcos; el borde, anterior de la cabeza es algo escotado, y encima de la misma se ve una línea transversal poco aparente; en el macho la nuca presenta una elevación comprimida en forma de lámina y terminada en una punta casi recta; y en la nuca de la hembra se ven dos líneas transversas y de relieve; el coselete está provisto de un tubérculo en su parte anterior. Vive este insecto en las boñigas de los bueyes.

Los afodios tienen los pies insertos a distancias iguales entre sí; al paso que en los géneros precedentes las dos patas intermedias están más separadas en su arranque que las del primero y tercer par. A más, tienen los afodios un escudete muy marcado, y el abdomen del todo cubierto por los élitros, caracteres que faltan en los géneros que preceden; solo citaremos el siguiente:

El ESTERCOLERO, (Scarabaeus fimetarius, LIN.). Es largo de unas 3 líneas, y ancho 1 línea y media; tiene la cabeza negra y formada de un capucho tirado hacia delante y superado por tres puntas o elevaciones situadas transversalmente, y delante de ellas una línea en relieve; la clava terminal de las antenas es roja; el coselete negro, liso y con una mancha en sus ángulos anteriores; los élitros son colorados, hermosos y con nueve estrías longitudinales y puntuadas; lo restante del cuerpo es negro. Abunda este insecto en toda Europa: así en estado perfecto, como en el de larva, se mantiene en los estercoleros y en las boñigas de los bueyes.

La sección de los arenarios o arenícolas, se diferencia de la antecedente en que tienen las mandíbulas córneas, y en general salientes; el labio coriáceo, también saliente; las antenas compuestas de ocho a once artículos; los élitros separados por la base mediante un escudete y cubriendo enteramente el abdomen. Viven también en las materias excrementicias; abren profundos agujeros en el terreno; vuelan particularmente al anochecer después de puesto el sol; y hacen la mortecina cuando se ven cogidos. Esta sección contiene el interesante género de los Geotropos, que tienen el labio terminado en dos lóbulos salientes; la clava de las antenas en forma de láminas o de hojas de un libro; el labro formando un cuadrado transversal; las mandíbulas arqueadas, muy deprimidas y dentadas en sus extremos, y por último las maxilas ribeteadas con densos pelos; tal es el siguiente:

El FALANGISTA (Scarabaeus typhaeus, LIN.). Tiene 8 líneas de largo, y 4 y media de ancho; el cuerpo también ancho y corto; los élitros con estrías longitudinales que se borran hacia los lados; la cabeza está situada hacia delante y sostiene un tuberculito: todo el insecto es negro, excepto algunos pelos pardos que se hallan en la cara inferior del cuerpo. Pero lo más particular es la forma del coselete, cuyas dos puntas laterales avanzan horizontalmente, y sobresalen de los bordes de la cabeza, con una pequeña eminencia hacia el lado; al paso que la punta del centro es más corta y erizada. La semejanza que se ha creído hallar entre esos cuernecitos y las largas picas de los soldados que componían la falange macedonia ha sido el origen del nombre de falangista que se ha dado al insecto que nos ocupa; el cual abunda en los sitios arenosos y algo elevados del mediodía de Francia: la larva vive en los excrementos.

El ESTERCORARIO (Scarabaeus stercorarius, LIN.) Tiene 10 líneas de longitud y cinco de latitud; el color negro; el coselete sin cuernos; los élitros con estrías muy marcadas y puntuadas; la clava de las antenas inferiormente rojiza; el cuerpo en su totalidad muy reluciente, ya azul, ya verde, cuyos colores penetran a veces hasta los bordes del coselete y de los élitros en su cara superior. Este escarabeo es muy común en toda Europa; su morada habitual es en los excrementos y en las materias más inmundas; fabrica también pelotas de excrementos para depositar en ellas sus huevos, hace el muerto por poco que lo toquen; aunque no contrayendo o encogiendo las patas, como hacen los dermestes, sino al contrario extendiéndolas y manteniéndolas tiesas de modo que pudiera creérsele muerto ya desde algún tiempo: así engaña a sus enemigos, y con especialidad a la corneja que no gusta de escarabajos muertos; aunque no le vale esta estratagema con las pegarrebordas, quienes los cogen y los ensartan en las espinas del primer matorral que encuentran.

La sección de los Xilófagos, o roedores de madera, comprende los escarabeos propiamente dichos. Estos tienen un escudete muy marcado; y sus élitros no cubren el extremo del abdomen; las antenas constan de diez artículos, cuyos tres últimos forman una clava en forma de láminas; las mandíbulas son enteramente córneas y sobresalen de la cabeza; las maxilas córneas y recias, la lengüeta oculta por el mentón, y el labro no saliente, sino a lo más desprendido del capillo.

El NASICORNIO (Escarabaeus nasicorni, LIN.). Es una especie muy común en Europa, el cual, lo mismo que su larva, vive en el mantillo, en las camas de los jardines y en la madera carcomida. Tiene unas 15 pulgadas de longitud; el color pardo castaño reluciente, con la punta del capillo truncada; la cabeza armada de un cuerno cónico truncado hacia atrás; el coselete está cortado oblicuamente, y su prominencia es tridentada en el centro; finalmente, los élitros son lisos. La hembra no tiene más que un cuerno muy pequeño y una ligera truncadura. Las diferentes fases de la vida de este insecto son bastante conocidas, pues cada día tenemos ocasión de observarlas en nuestros jardines. A mediados del verano, la hembra se hunde excavando la tierra y deponiendo en ella sus huevos de un amarillo claro, oblongos, del tamaño de un cañamón; al cabo de seis semanas, de cada uno de ellos nace, un gusanito de un amarillo sucio con alguna mezcla de gris; la cabeza de un rojo vivo lustroso sembrado de puntitos. Este gusanito emplea cuatro o cinco años en su crecimiento. Entonces presenta bien distintos doce segmentos, provisto cada cual de dos estigmas; tres pares de patas; la boca armada de maxilas duras y cortantes, y cuatro pequeñas antenas. Después la larva se hunde, profundamente en el suelo, donde se construye un alojamiento de forma oval prolongada y en el interior muy lisa; recógense en él, y pasa el estado de ninfa, en el cual permanece acostada de continuo sobre su espalda. Finalmente rompe su envoltorio, y procura con trabajo cambiar de situación y levantarse sobre sus patas. Todas sus partes son aún blandas y levemente coloridas; así es que hasta después de unas cuatro semanas nos se aventura a salir de su tumba. Pero si fue larga la infancia, brevísima ha de ser su adolescencia; de modo que a pocos días de ver la luz sumérgese de nuevo en la oscuridad para hacer su puesta; sobrecogiéndola la muerte apenas esta función queda desempeñada.

El enema.

El ENEMA (Scarabaeus enema, FABR.). Este grande insecto pertenece a las Indias orientales: tiene su cuerpo 10 pulgadas; el coselete está armado de un gran cuerno, cuya base es muy recia, y aguda la punta, formando un arco cóncavo por la parte que mira a la cabeza; la cual lleva otro cuerno, no tan corvo, bífido en la terminación, y cuya curvatura corresponde con la del cuerno del coselete. Su color es pardo negruzco reluciente; los élitros están señalados con tres surcos poco marcados; y en su tercio son ásperos, lo mismo que los costados del coselete. La hembra se diferencia del macho en que tiene en lugar del cuerno del coselete una prominencia bidentada: siendo a más cuatro veces más corto en ella el cuerno de la cabeza que en el macho, aproximado y extendido por encima del coselete, y puntiagudo en su extremo.

El HÉRCULES (Scarabaeus Hercules, LIN.). Es un enorme coleóptero, cuya longitud es de 5 pulgadas: tiene la cabeza, el coselete, el cuerpo y las patas de un negro reluciente, al paso que los élitros son grises y algo verduzcos, con algunas manchas redondas, negras, más o menos extensas, y dispuestas sin orden o regularidad; la cabeza, cuyo tamaño no guarda proporción con lo voluminoso del cuerpo, tiene la forma prolongada y un gran cuerno de tres traveses de dedo de longitud, arrimado a los lados y adelantando en línea recta hasta cierta distancia de su extremidad, la cual se encorva hacia arriba; en el borde superior presenta tres grandes dentellones redondeados, dos de los cuales están situados casi en el centro, y el tercero inmediato a la extremidad del cuerno. El coselete, convexo en su cara superior, prolóngase asimismo dando nacimiento al otro cuerno insensiblemente arqueado, y cuya curvatura mira hacia abajo. Este cuerno presenta en su parte inferior dos largos dentellones el uno junto al otro y algo más cerca de la cabeza que de la extremidad. El extremo bifurcado del cuerno de la cabeza encuentra al del coselete entre la punta de este y los dos dentellones que acabamos de señalar, cuya circunstancia da al insecto la facultad de coger y apretar entre ambos cuernos los objetos que desea. El cuerno del coselete en toda la extensión de su cara inferior está cubierto de pelos rojizos, densos y de igual longitud, como los de un cepillo; iguales se ven en la cara inferior, en los muslos, y formando una línea delante de la cabeza entre esta y el coselete. Los ojos son grandes y pardo-grisáceos; los élitros lisos, esto es sin estrías. Vive en la América meridional, siendo sus hábitos iguales los de los demás jilófilos.

La sección de los filófagos, se concreta casi únicamente en los abejorros: tienen las mandíbulas cubiertas por el capucho, e inferiormente cubiertas por las maxilas: las antenas constan de ocho a diez artículos, y la clava varía según el sexo.

El BATANERO (Melolontha fullo, FABR.) Es la mayor de todas las especies indígenas; su longitud de 16 líneas; el cuerpo pardo o negro con gran número de manchitas blancas formadas por un vello fino; el capillo es recto hacia delante, y tiene un rasgo blanco a cada lado; el coselete presenta una línea blanca en su parte media, y otras dos a los lados, interrumpidas; en el escudete vese una mancha blanca en figura de corazón: el abdomen es ceniciento, la clava de las antenas dividida en siete láminas de color pardo lustroso, y que en el macho son muy grandes, y encorvadas hacia atrás; al paso que la hembra tiene estas mismas láminas cortas y reducidas. Encuéntrase este insecto en las costas marítimas y en las dunas de Holanda, Francia e Inglaterra: su larva se alimenta de raíces.

El ABEJORRO COMÚN (Scarabaeus melolontha, LIN.). Este insecto, de todos conocido, es negro, velludo, con las antenas, borde interior del capucho, los élitros y la mayor parte de los pies de un matiz bajo rojizo. El coselete se ensancha poco y tiene una depresión en la parte media de los lados; en los élitros hay cuatro líneas en relieve; a los lados del abdomen se ven unas manchas blancas de figura triangular, y esta parte va estrechándose por grados insensibles hasta terminar en punta; por último el macho tiene siete láminas en la clava de las antenas.

El ABEJORRO DEL CASTAÑO DE INDIAS. (Melolontha hippocastani, FABR.) Solo difiere del antecedente en que tiene la cabeza, menos en su parte posterior, y el coselete rojizos, lo mismo que los élitros y las patas. En los élitros y en el abdomen se ve un vello fino y grisáceo; y en los muslos traseros no aparece el color negro. A veces esta especie abunda más que el abejorro común en los contornos de París.

Los abejorros en todos sus estados causan grandes perjuicios a la agricultura: en el de larva roen por espacio de tres o cuatro años las tiernas raíces de las plantas anuas, vivaces, y hasta las de los árboles más duros; y al fin acaban por causar la muerte de los vegetales que atacan de esta suerte. Dejan las larvas de hacer daño en invierno; pues se hunden profundamente en el suelo, donde se construyen una celda, y en ella pasan la estación sin tomar algún alimento. Al estado perfecto este insecto no ataca ya las raíces, y en su lugar destruye las hojas y los renuevos, despojando de todo su verdor a aquellos bosques que pocos días antes admiraban por su frondosidad y lozanía. Los abejorros comunes pasan la mayor parte del día como aletargados, adheridos a las ramas y hojas de los árboles, y rara vez vuelan durante el día, sino en tiempo caluroso y seco; al paso que luego de puesto el sol vuelan de uno a otro árbol, zumbando, y su vuelo pesado y desatentado ha pasado a ser proverbial: chocan entre sí y con los obstáculos que encuentran, cayendo al suelo y volviendo a levantarse, de modo que parecen enteramente faltos de tino. En estado perfecto apenas viven ocho días, y solo se muestra la especie durante un mes. La hembra abre en el suelo con las patas delanteras, armadas de tres fuertes dientes, un agujero de seis pulgadas de profundidad, en el cual deposita un centenar de huevos unos al lado de otros; luego los abandona y vuelve a los árboles; pero desde entonces ya no se alimenta, y muere a los dos días de haber hecho la puesta.

Las larvas que salen de los huevos son largas, blandas y de color blanco-sucio; aseméjanse a las del nasicornio; y lo mismo que a estas, se les llama gusanos blancos: tienen seis patas cortas; la cabeza gruesa y escamosa; dos antenas de cinco artículos, y nueve estigmas a cada lado; al parecer están faltas de ojos. El cuerpo se compone de trece segmentos bastante marcados: en este estado viven tres o cuatro años pegadas a las raíces y royéndolas sin cesar mientras dura el buen tiempo. En otoño se hunden en la tierra hasta que vuelve a asomar la primavera, y entonces abandonan su retiro, y suben a medio pie del suelo a roer otra vez raíces. Cuando estas larvas han adquirido todo su desarrollo, lo que sucede a fines del tercer año, dejan de tomar alimento, descienden a 18 pulgadas o a 2 pies del nivel del suelo, y se construyen una celda muy lisa la que entapizan con sus excrementos y algunas hebras de seda; luego se encogen, se entumecen; y desprendiéndoseles la piel, conviértense en crisálidas; y al trasluz de su envoltorio se distinguen muy bien los órganos de que debe constar el insecto en su estado de perfección. Por febrero desgárrase dicho envoltorio; sale el abejorro del capullo con su última organización, aunque blando y de color amarillento. Permanece todavía algún tiempo debajo de tierra, donde se descarta de la humedad superflua, va por grados aproximándose a la superficie del suelo, y no sale a la luz hasta que a ello le invita la suavidad del sol de mayo.

Diferentes recetas se han formulado para destruir, o a lo menos disminuir, la innumerable multitud de abejorros que infestan nuestros bosques y jardines: unos se han valido del vapor de azufre; otros han plantado lechugas en torno de los árboles, para atraer las larvas, quitándolas en seguida junto con estas plantas; otros dan de sebo la circunferencia de los árboles tiernos; otros emplean la hornaguera, la turba y hasta la cal; pero de todos estos medios el más eficaz es sin contradicción el propuesto por Rosier en su Curso de agricultura, y que quiso poner en práctica el prefecto de uno de los departamentos meridionales de Francia. Consiste en hacer durante algunos años seguidos una guerra mortal a estos insectos, a fin de destruirlos bajo su última forma, desde que empiezan a aparecer y antes de efectuar la puesta. Este medio obtendría buen éxito si se continuase con perseverancia; pero en una nación como la Francia, donde los autores de dicharachos hacen la ley, es imposible una cruzada permanente contra los abejorros a pesar de su evidente utilidad.

La sección de los melitófilos, comprende aquellos insectos que tienen el cuerpo complanado; el coselete redondeado, o trapeciforme; el escudete bien distinto; la extremidad del abdomen descubierta; las antenas compuestas de diez artículos, tres de los cuales forman clava lamelosa; el labro y las mandíbulas ocultas en forma de láminas casi membranosas; las maxilas sin dientes y terminadas en un lóbulo sedeño; y los garfios de los tarsos sencillos e iguales. Las larvas viven en la madera carcomida; al paso que el insecto en su perfecto estado vive en las flores y también en los troncos de los árboles de los cuales trasuda un humor que le gusta mucho.

Los triquios tienen el capucho entero, el mentón igual en longitud y más ancho que largo, y deja las maxilas al descubierto.

El TRIQUIO RAYADO (Scarabaeus fasciatus, LIN.). Tiene 4 líneas y media de longitud, sobre 3 líneas de anchura; es negro y enteramente cubierto por un denso vello amarillo-rojizo; los élitros son de color amarillo-leonado, con tres listas negras transversales, las cuales no se extienden hasta la línea de unión de estos órganos, que es también negra. La lista del extremo de cada élitro presenta un punto en relieve y reluciente. Este pequeño escarabeo se complace en las flores, y en especial en las rosas, cardos y escabiosas, cuyo néctar chupa: durante el día es sumamente ágil, y toma con prontitud el vuelo.

Los cetonios tienen el coselete en figura de trapecio; en el borde externo de los élitros junto a su raíz, un seno bastante notable, el cual recibe una pieza del coselete que se prolonga superiormente; el cuerpo oval; el mentón cuadrado; el capucho largo y estrecho; y el coselete, prolongado en punta por entre las patas del segundo par, tal es la esmeraldina.

La ESMERALDINA, o CETONIO DORADO (Scarabaeus auratus, LIN.). Encuéntrase muy a menudo en las flores, especialmente en las del saúco y las rosas: tiene 9 líneas de largo; el color superiormente verde brillante-dorado; y rojo cobrizo en su cara inferior, con manchas blancas en los élitros. No es este insecto dañino como el abejorro; en estado perfecto chupa el humor meloso que contienen las flores; al paso que las larvas viven en el mantillo craso y húmedo que existe debajo de las habitaciones de la hormiga roja (formica rufa, LIN.); siendo lo más admirable de esta hormiga, que no solo no perdona insecto alguno de cuantos van a su domicilio que no lo despedace, sino que a más va a atacar a los de fuera; con todo, respeta las larvas y las ninfas del cetonio dorado. Por esto tal vez en algunos países se designa este insecto con el nombre de rey de las hormigas. Cuenta Wilhiam que los traficantes en ganado de Alemania le atribuyen virtudes sobrenaturales, y mantienen algunos en cajitas al propósito de que hagan mantener a su ganado en estado próspero.

El SUDARIO (Scarabaeus sticticus, LIN.). Abunda en los cardos; tiene 5 líneas de longitud; el color negro, algo velludo y con puntos blancos; los del vientre están distribuidos en dos o tres líneas.

En cuanto a los cetonios exóticos, diremos únicamente que brillan en ellos los más vistosos y ricos matices; pues por otra parte sus hábitos son iguales a los de los indígenas.

Los goliatses, pertenecientes antes al género antecedente o de los cetonios, se han separado en la actualidad; por tener el coselete casi redondo; los bordes de los élitros rectos, y en estos un seno notable junto a su arranque; por fin el capucho se ve adelantado, y dividido en dos lóbulos semejantes a unos cuernos. Son unos lamelicornios grandes y hermosos que habitan en la zona tórrida en ambos continentes.

El GOLIAT DE DRUNY (Cetonia goliath, FABR.). Tiene la cabeza negra, y cubierta de un polvillo escamoso y denso, de un blanco sucio; el coselete pardo con rayas blancas; los élitros también pardos, con un poco de blanco sucio en su base; y la cara inferior del cuerpo de un verde oscuro. Hállase este magnífico insecto en Sierra Leona.

El GOLIAT CACIQUE (Cetonia cacica, FABR.). Tiene el coselete amarillento, con rayas negras; los élitros blanco-plateados y los bordes negros. Lléganos de la América meridional.

Los Lucanos, género que forma la segunda tribu de la familia de los lamelicornios, tienen la clava de las antenas compuesta de láminas, o de dientes perpendiculares a un eje, como las púas de un peine; las antenas constan de diez artículos, siendo el primero mucho más largo; las mandíbulas córneas, por lo regular mayores en los machos que en las hembras; los tarsos terminados en dos garfios iguales y sencillos, con un pequeño apéndice terminado por dos sedas. Esta tribu o sección abraza los lucanos propiamente dichos y los pasalos. En los lucanos las antenas son angulosas, lisas o poco velludas; el labro, muy pequeño, se confunde con el capillo; las maxilas terminadas en un lóbulo membranoso o coriáceo, muy sedeño, en forma de pincel, y sin dientes; la lengüeta se halla incorporada en el mentón, y está dividida en dos lóbulos delgados, sedosos, y más o menos sobresalientes del mentón: tienen un escudete bien distinto entre los élitros.

El CIERVO VOLANTE ( cervus, LIN.). Es el más notable de todos los lucanos; el macho es dos pulgadas más largo que la hembra, negro y con los élitros pardos; la cabeza más ancha que el cuerpo, las mandíbulas muy grandes y arqueadas, con tres recios dientes, dos en el extremo y uno en la parte interna, dentados también. La hembra, designada con el nombre de cierva, tiene la cabeza más estrecha y las mandíbulas mucho más pequeñas. Así en el tamaño como en las mandíbulas hay variedad en esta especie.

Ciervo volante (macho y hembra).

El CORZO (Lucanus capreolus, FABR.). Acaso sea una simple variedad del precedente; del cual se diferencia en ser más pequeño, y en tener el macho las mandíbulas poco o nada bifurcadas. Son estos insectos comunes en los encinares (lucus); y de ahí el nombre lucanos que se les ha dado. Véseles revolotear durante el solsticio de verano, después de puesto el sol; al paso que lo restante del día lo pasan pegados a las ramas de los árboles; pues gustan de chupar el humor que rezuma de la corteza: pero sobre todo es tal su afición a la miel, que el célebre Swammerdam domesticó uno, el cual le seguía lo mismo que un perro como pusiese miel a su alcance. Danle en Alemania un nombre equivalente a incendiario, a causa de cierta creencia popular que le atribuye la facultad de coger con sus tenazas las ascuas encendidas de un hogar llevándolas a otras partes, pudiendo así causar incendios. La hembra hace la puesta en los árboles carcomidos, y la larva se alimenta del polvo de la corteza; aseméjase a la del nasicornio, y pasa seis años antes no sufre su última metamorfosis. En este caso se hunde en un terreno arcilloso, donde construye una bola en forma de huevo muy sólido; y al cabo de un mes de permanecer enterrada, despréndese de la piel y muéstrase bajo la forma de ninfa, la cual presenta todos los miembros del insecto perfecto, aunque encogidos. Créese que la larva que tanto buscaban los antiguos bajo el nombre de cossus para la mesa de los ricos era la del lucano; y Olivier presume que el tal cossus pudiera ser muy bien la larva del Capricornio héroe, de que luego hablaremos.

El LUCANO CARABIDEO (Lucanus caraboides, LIN.). Esta linda especie es pequeñita y vive en la madera carcomida; su longitud es de 5 líneas, y de 2 líneas su anchura; tiene el cuerpo azul, o azul-verduzco, reluciente, plano y puntuado; las antenas, mandíbulas y patas, negras; el borde anterior del capullo muy cóncavo en el centro; las mandíbulas anchas, de la misma longitud de la cabeza, y más o menos arqueadas en su parte interna cuyo lado presenta varios dientecillos.

Los Pasalos tienen las antenas simplemente arqueadas, o poco angulosas y velludas; el labro siempre descubierto, crustáceo y transversal; las mandíbulas enteramente córneas, con dos fuertes dientes por lo menos; la lengüeta también recia, situada en una escotadura superior del mentón y terminada en tres puntas; el abdomen separado del coselete por una notable estrechez o adelgazamiento; y el escudete distinto. Estos animales viven en América, Indias Orientales y Nueva Holanda; sus larvas se mantienen de raíces. El insecto perfecto se halla en los troncos de los árboles y entre las cañas de azúcar.

El PASALO INTERRUPTO (Passalus interruptus, LIN.). Tiene de 15 a 20 líneas de longitud; el cuerpo de un hermoso negro y muy reluciente; la clava de las antenas compuesta de tres artículos; el borde anterior del capucho recto, y delante de este un espacio hueco triangular; en el coselete una línea hueca que se extiende a todo el dorso; y un punto grande también hueco, cuyo fondo es estriado; además se ven de cada lado junto a los bordes otros puntos; lo restante es liso. Los élitros tienen estrías puntuadas. Esta especie abunda en las Antillas.

Hemos dado a conocer las especies más interesantes de los coleópteros pentámeros vamos ahora a tratar de los heterómeros, cuyo carácter estriba en tener cuatro artículos en los dos tarsos traseros, y cinco en los del primero y segundo par. Todos estos insectos se alimentan de sustancias vegetales, y se dividen en cuatro familias: los Melasomos, los Taxicornios, los Estenélitros, y los Traqueloides.

Familia de los Melasomos Esta voz significa cuerpo negro, y en efecto todos los insectos de esta familia lo tienen negro o ceniciento; la mayor parte son nocturnos y huyen de la luz del día; viven en tierra, en la arena, o debajo de las piedras; en las bodegas, despensas, y lugares bajos y oscuros de las casas. Casi todos son ápteros; es decir, faltos de alas membranosas, en cuyo caso son los élitros duros, firmes y unidos entre sí; los garfios de los tarsos en general son simples; las mandíbulas bífidas, o escotadas en su extremo; las maxilas armadas en su lado interno de un diente o de un garfio; las antenas son granujientas, y poco o nada abultadas en la punta. Compónese esta familia de los tres géneros: Pimelios, Blaptos y Tenebrios, aunque Linneo la comprendía entera en su género Tenebrión.

Los Pimelios son ápteros, y sus élitros naturalmente se repliegan debajo del vientre, de modo que cubren los lados de este inferiormente; sus palpos son casi filiformes, o terminados por un artículo medianamente dilatado.

La PIMELIA CORONADA (Pimelia coronata, OLIV.). Esta especie es particular del alto Egipto, donde se la encuentra en los sepulcros; tiene unas 15 líneas de largo; es negruzca, cubierta de pelos, pardo rojiza, con una serie de espinas encorvadas hacia atrás en el borde lateral de cada élitro.

La PIMELIA PUNTUADA (Akis punctata, FABR.). Pertenece al mediodía de Europa, su cuerpo es reluciente; en el coselete y los élitros vense varias depresiones irregulares; aquel se prolonga en punta, y en estos se notan granulaciones, formando una línea bastante incierta a lo largo de su lado externo; no se juntan por su extremo, sino que con su separación forman dos puntas cortas.

Los blaptos tienen los palpos maxilares terminados en un artículo, visiblemente ensanchado en forma de triángulo o de hacha; están privados de alas, y tienen el cuerpo oblongo; el coselete casi cuadrado, y el abdomen abrazado lateralmente por los élitros, los cuales por lo regular se prolongan más allá formando una especie de cola.

El BLAPTO DE MAL AGÜERO (Tenebrio mortisaga, LIN.). Tiene unas 10 líneas de longitud, y es negro, lustroso, liso, y solo con algunos puntos en la parte superior: el coselete es casi cuadrado; los costados algo redondeados y formando un pequeño reborde; los élitros terminan en punta corta y obtusa. Este insecto habita en los lugares oscuros y sucios; y el vulgo al encontrarlo en lo interior de sus habitaciones, cree que es présago de muerte.

El BLAPTO SEMEJANTE (Blaps similis, LATREILL.). Esta es una especie que tenemos en Francia, y que se asemeja a la antecedente: tiene el coselete algo más ancho que largo; al paso que en aquel los dos diámetros son casi iguales; la longitud del coselete es por lo menos un tercio de la del abdomen; mientras que en el antecedente es este más corto; los élitros del semejante presentan puntos mayores, más aproximados, y casi confluentes, lo que hace aparecer ligeramente rugosa su superficie; aunque terminan en punta, no forman cola.

El BLAPTO SURCADO (Blaps sulcala, LIN.). Esta especie tiene mucha fama entre las mujeres turcas, las cuales lo comen frito con manteca para adquirir gordura; pues es sabido que entre los orientales constituye la mayor belleza. A más consideran los turcos este insecto como un remedio eficaz en las dolencias de los oídos; así como para las mordeduras de escorpión.

Los Tenebrios propiamente dichos están provistos de alas; tienen el cuerpo largo y estrecho y el coselete casi cuadrado.

El MOLINERO (Tenebrio molitor, LIN.). Tiene 7 pulgadas de largo; superiormente es pardo y casi negro; y en la cara inferior es de color castaño y lustroso; la anchura del coselete es igual a la de los élitros, es cuadrado y con dos leves depresiones hacia su parte trasera. Los élitros son largos, y cada uno con nueve o diez estrías al parecer lisas; aunque con una lente se perciben una infinidad de puntitos en los estuches. Este insecto habita en los lugares húmedos y oscuros; y a menudo se le encuentra en las inmundicias de las casas. Su larva tiene una pulgada de largo, es cilíndrica y amarilla de ocre, lisa y escamosa; tiene el cuerpo compuesto de doce segmentos, y cubierto de una piel dura y reluciente que no la permite encogerse: es dicha piel tan lisa y resbaladiza, que apenas puede cogerse al animal entre los dedos. Tiene en la cabeza dos antenas; en los tres primeros anillos o segmentos del cuerpo se adhieren seis patas, encorvadas hacia dentro o debajo del cuerpo, de modo que son poco aparentes mirada la larva por su cara superior. Su movimiento progresivo efectúase como resbalando, y con muy poca viveza, pero cuando alguno quiere cogerla, entonces trata de desprenderse haciendo mil contorsiones, moviendo el cuerpo hacia todos lados como una pequeña víbora. Hállanse estas larvas en la madera carcomida y en la harina; con ellas se da un manjar delicado a los ruiseñores. Los que crían estos pájaros las llaman gusanos de la harina; colócanlos en un vaso lleno de esta sustancia, en la cual al instante se hunde la larva, y se convierte en ninfa, y después en insecto perfecto. En este último estado producen sucesivas generaciones con que puede alimentarse a un ruiseñor por espacio de un año.

Familia de los Taxicornios Los taxicornios, así llamados porque tienen las antenas perforadas y granujientas tienen las maxilas faltas de la uña córnea que se ve en los melasomos; todos son alados; regularmente tienen el cuerpo cuadrado; la cabeza se mete o se oculta en el coselete. La mayor parte de estos insectos viven debajo de las cortezas de los árboles, o en los hongos y debajo de las piedras. Citaremos como tipo de esta familia al siguiente:

El DIAPERO DEL HONGO (Diaperis boleli, FABR.). Tiene 3 líneas de largo y 2 de ancho; el cuerpo negro lustroso; los élitros con puntitos, formando estrías longitudinales, y con tres listas transversas recortadas, y de un amarillo leonado; una en la base, otra en medio y la última en la extremidad. Encuéntrase este insecto en toda Europa, y abunda con especialidad en los agáricos, cuya sustancia roe lo mismo que su larva, y les sirve de alimento.

El COSIFO DEPRIMIDO (Cossiphus hoffmanseggii,FABR.). Pertenece a un género muy notable, caracterizado por un cuerpo oval y complanado; el coselete y los élitros forman al rededor un ancho borde plano, delgado y horizontal; la cabeza se oculta bajo una especie de égida semicircular, y el abdomen se halla como envainado por los élitros. La especie que nos ocupa tiene unas 4 líneas de longitud; el color pardo-oscuro, con el reborde de un pardo muy claro, que tira a amarillo y es algo diáfano; la sutura que reúne los élitros forma relieve, lo mismo que una línea recta longitudinal que cada uno tiene en su parte media. Vive este insecto al mediodía de Europa, al norte de África y en las Indias orientales.

Familia de los Estenélitros Diferénciase esta familia de la antecedente en la conformación de las antenas granujientas y perfoliadas, y sobre todo en la estrechez de los élitros, que ha dado margen a dicha denominación. Los insectos que abraza son en general mucho más ágiles que los melasomos y los taxicornios; y viven debajo de las antiguas cortezas, lo mismo que en las hojas y en las flores; tocante a sus hábitos conócense poquísimos pormenores; pero debemos hacer mención de algunas especies que sirven para establecer un enlace entre las familias ya estudiadas y las que iremos sucesivamente estudiando.

El HELOPS BRONCEADO (Tenebrio lanipes, LIN.). Tiene las antenas cubiertas en su raíz por el reborde de la cabeza; su longitud de 5 líneas y media, y su anchura de 2 líneas; el color superiormente bronceado cobrizo oscuro, más negro en su cara inferior, y muy puntuado en la cabeza y coselete, menos lustrosos que los élitros; este último es casi cuadrado, redondeado en los lados y adelgazado en los ángulos posteriores; el abdomen es prolongado y termina en punta; los élitros tienen estrías puntuadas; los cuatro primeros artículos de los tarsos son velludos. Encuéntrase este insecto en los países templados y meridionales de Europa, y vive oculto en las escabrosidades de las paredes.

El EDEMERO AZUL (Oedemera caerulea, FABR.). Tiene las antenas filiformes más largas que el coselete; las mandíbulas bífidas superiormente; la boca prolongada hacia delante, formando un pequeño hocico; el cuerpo oblongo y la longitud total 3 líneas sobre 2 de ancho. El macho se conoce fácilmente en el grosor de los muslos del tercer par; su color es verde, tirante a azul; las antenas son más pardas que el resto del animal, y están situadas hacia la parte superior de la cabeza e inmediatamente delante de los ojos; el coselete es áspero, casi cilíndrico, como deprimido en su parte media, y puntuado, lo mismo que la cabeza; los élitros van estrechándose, y están igualmente sembrados de puntitos que se confunden; vense en cada uno dos rayas longitudinales y de relieve, las cuales no llegan al extremo del élitro: las alas son pardas. Este insecto se encuentra en toda Europa, y habita en los prados.

Familia de los Traquélidos Los coleópteros heterómeros de que se compone este grupo, se distinguen de todos los demás por su cabeza, que es triangular o en figura de corazón, y está sostenida por una especie de cuello o pedículo; su cuerpo es blando; los élitros flexibles; y las mandíbulas desprovistas de uñas. Viven en las plantas y se mantienen con las hojas y el néctar.

Los Pirocros, tienen el cuerpo complanado; el coselete orbicular o en figura de trapecio; las antenas del macho dispuestas como peine, y las de la hembra como sierra; por último, los élitros anchos en sus extremos.

El PIROCRO ESCARLATA (Pyrochroa coccinea, FABR.) Este lindo insecto tiene 6 líneas de longitud sobre 3 de anchura; la cabeza negra lo mismo que toda la parte inferior del cuerpo; el coselete y los élitros de un hermoso escarlata, y el escudete negro; encuéntrase en los setos por el otoño.

Los notoxios tienen las antenas que se engruesan insensiblemente, y casi del todo compuestas de artículos en forma de conos inversos; divídese su coselete en dos nudos globulosos, y el cuerpo es oblongo; la especie más notable de este género es la siguiente:

El NOTOXIO CUCULIO (Anthicus monoceros, FABR.) Tiene 2 líneas de longitud; el cuerpo velludo y leonado claro; la cabeza negra con la parte anterior y las antenas del mismo color del cuerpo; el coselete negro, con los costados, borde posterior y la punta leonados. Esta punta está formada por una prolongación de la parte anterior del coselete; tiene su cara superior áspera y desigual; la base cortada en ángulo recto; el extremo plano con los bordes también desiguales; en los élitros se notan puntos finos y dispersos, con una mancha negra al rededor del escudete, otra algo más baja cerca del borde exterior, y una faja transversa más allá del centro, también negras. Encuéntrase este insecto en toda Europa, encima de los árboles, y aún con más frecuencia en el suelo, donde corre con bastante velocidad.

Los meloes se distinguen de los demás géneros de la familia de los traquélidos, por la conformación de los tarsos, cuyos ganchos están tan divididos que parecen ser dobles; su cabeza es gruesa, ancha y redondeada hacia atrás; los élitros algo inclinados hacia los lados, es decir, dispuestos a modo de tejado. Estos insectos devoran las hojas de las plantas; cuando se ven cogidos no tratan de escapar de la mano, y solo repliegan las antenas debajo del cuerpo, bajan la cabeza, y no dan señal alguna exterior de vida. Entonces algunos derraman por las articulaciones de las patas cierto humor oleoso, amarillenlo, de olor penetrante y de naturaleza cáustica. Casi todos los meloes tienen el cuerpo blando, y en la sección de los heteromeros, ocupan el lugar que los malacodermos en la de los pentámeros. La especie más conocida de este género es la Cantárida.

La CANTÁRIDA OFICINAL (Catharis vesicatoria, o Meloe vesicatorius, LIN.). Su color es verde-dorado con las antenas negras, cuya longitud es dos tercios de la del cuerpo. En medio de la cabeza hay una línea profunda a modo de cisura, lo que la hace parecer como dividida en dos lóbulos por su parte posterior; el coselete es desigual y dividido también por su parte posterior por una línea longitudinal; en cada élitro se observan dos nerviosidades poco aparentes, longitudinales, y situadas hacia el lado interno. Estos insectos abundan en Italia, España, y hasta en Francia. Viven en bandadas numerosas, en los fresnos, lilaces, y en la mayor parte de las jazmíneas, cuyas hojas amargas devoran. Aparecen en nuestros climas en el solsticio de mayo; y desde lejos se anuncian por un olor ingrato, el cual no puede respirarse mucho tiempo sin peligro. La larva vive en la tierra, y roe las raíces de las plantas.

Los que hacen la recolección de estos insectos, para que luego sean destinados a la confección del tópico que llaman vesicante, tienden por la mañana un lienzo debajo del árbol que ocupan las cantáridas, aún entorpecidas por el frío de la noche; y las hacen caer por medio de fuertes sacudimientos dados al árbol; y en seguida los asfixian con vapor de vinagre.

Contiene este insecto un principio particular, que puesto en contacto con la piel determina en ella una fuerte irritación local; así la medicina tiene en él uno de sus principales medios de tratamiento para infinitas enfermedades. Tomada la cantárida interiormente es un fuerte veneno, y su acción se dirige a las partes genitales.

El MILABRO DE LA ACHICORIA (Meloe chichorii,LIN.). Era este insecto la cantárida de los antiguos, según el testimonio de Plinio y de Dioscórides; tiene de 6 a 7 líneas de longitud; el color negro, velludo, con una mancha amarillenta casi redonda en la raíz de cada élitro; con dos listas de igual color, transversas y dentadas, una en la parte media, y la otra junto al extremo. Las antenas son siempre del todo negras.

El MELOE DE MAYO (Meloe majalis, FABR.). Es también de un negro intenso, liso, y con los bordes superiores de los segmentos abdominales de color rojo o amarillo. El abdomen es grande y cubierto en su origen por dos estrías que a su nacimiento se cruzan un poco; separándose luego en razón de la corvadura del borde inferior; dichos élitros dejan al descubierto gran parte del abdomen, especialmente en las hembras: no existen alas membranosas. Igual estructura se nota en el siguiente:

MELOE PROSCARABEO (Meloe proscarabeus, LIN.). Tiene cosa de una pulgada de longitud; el color negro lustroso y muy puntuado; con las partes laterales de la cabeza, del coselete, las antenas y los pies, que tiran a violáceo. Los élitros son delicadamente arrugados; en el macho las antenas se ensanchan en su parte media que forma curvatura.

Vemos al proscarabeo arrastrarse con pesadez en los terrenos labrados y en los prados, donde se alimenta de yerbas y de hojas de plantas no muy altas. El aceite espeso y amarillento que trasuda de las articulaciones de sus muslos, le sirve como medio de defensa con respecto a otros animales, especialmente, insectos; pero el hombre le atribuye virtudes medicinales; de modo que lo mismo que la naturaleza dio al proscarabeo para librarse de sus enemigos le atrae su propia destrucción. Antiguamente fue preconizado para los casos de hidropesía, así como para la peste, y además se ha hecho del mismo un cosmético para corregir las grietas del cutis. Últimamente se ha propuesto como preservativo de la hidrofobia, enfermedad de las más terribles que afligen a la humanidad. El gran Federico compró por la suma de 500 escudos a un silesiano un remedio, que este daba por infalible en caso de mordeduras de perros rabiosos, siendo la base principal de dicho remedio el aceite del proscarabeo. La receta vio la luz pública en los periódicos; pero por desgracia la experiencia no ha confirmado la fama que dieran a dicho aceite la ignorancia o la mala fe. El célebre naturalista de Geer, observó que la hembra pone en el suelo una infinidad de huevos amontonados; de los que salen unas larvas con seis patas, y dos filamentos en la extremidad posterior del cuerpo: estas se ponen en contacto con las moscas y les chupan la sangre. Varios naturalistas se negaron a creer que estas larvas fuesen parásitas; sin embargo, las observaciones auténticas de Lepelletier, Saint-Fargeau y Serville, quienes aislaron algunas hembras del proscarabeo, y obtuvieron de ellas larvas idénticas a las descritas por de Geer, no dejan duda de que estas larvas sean las del meloe Véase lo que condujo al célebre naturalista sueco por la senda de dicho descubrimiento. Había encerrado en una salvadera una hembra de proscarabeo, la cual pronto puso un gran montón de huevecillos oblongos y de color anaranjado-claro; aplicados los unos encima de los otros, pero sin estar pegados, formaban juntos una masa del tamaño de una avellana. Algún tiempo antes de nacer, halló por acaso ciertas larvas pequeñísimas encima del cuerpo de unas moscas velludas, de dos alas, semejantes a abejarrones y pertenecientes al género sirfo. Dichas larvas estaban pegadas a la cara inferior del coselete de la mosca, fuertemente agarradas con los garfios de las patas: observolas, y trazó su esmerada y detenida descripción. No tardaron en nacer los huevos del proscarabeo; y con gran sorpresa del naturalista de Geers, salieron unos gusanos del todo idénticos a los que había hallado en el cuerpo de las moscas. Entonces puso dos moscas domésticas en la salvadera donde guardaba dichas larvas; y en efecto, apenas pasó por donde estas se hallaban una de las moscas, se le pegaron debajo del coselete y no la abandonaron más; puso luego una mosca velluda y en menos de media hora se le cogieron debajo del cuerpo una multitud de larvas, colocándose bajo del coselete, de una parte del abdomen y sobre todo al rededor de las articulaciones de las patas, tan acumuladamente, que fue imposible calcular su número. «Fácilmente se concibe, dice de Geer, que una mosca sobrecargada con tal número de enemigos no debía hallarse muy a sus anchas; así fue que no perdonó esfuerzo a fin de sacudírselos, frotando continuamente las patas, ora al cuerpo, ora unas con otras; pero todo en vano, pues ni una sola larva quiso soltar la presa. No sin motivo habían elegido estas la cara inferior del coselete para adherirse a ella; pues en ningún punto hubieran estado tan seguras y fuera del alcance de las patas. Desde que murió la mosca, es decir, al cabo de tres días, abandonaron su cuerpo las larvas, sin duda porque no podían alimentarse; por lo que tuve cuidado durante algunos días de proporcionarles moscas, a las cuales no dejaron de adherirse desde luego. Admira la destreza con que estas larvas se pegan a la mosca. Cuando pasa por cerca de ellas siempre hay algunas prontas a cogérsele primero a una pata o a una ala; conseguido esto, ya no la sueltan, y al fin llegan al punto de elección.» No habiendo notado de Geer cambio alguno sensible en el crecimiento de estas larvas, dejó de procurarles moscas, y por consiguiente murieron unas tras otras.

Hétenos llegados a la tercera sección general de los coleópteros; es decir, a la de los Tetrámeros, caracterizados por cuatro artículos en todos los tarsos. Lo mismo que la segunda, consta la que va ocuparnos de insectos aptos para alimentarse exclusivamente de sustancias vegetales. Divídense los tetrámeros en siete familias, a saber: en Rincóforos, Jilófagos, Platisomos, Longicornios, Éupodes, Cíclicos y Clavipalpos.

Familia de los Rincóforos Distínguense los animales que la componen en que tienen el hocico, o trompa, formado por la prolongación de la parte anterior de la cabeza; por lo que se denominan Rincóforos, que equivale a portapico. En general tienen el abdomen grueso; las antenas angulosas, claviformes, y el penúltimo artículo del tarso dividido en dos lóbulos. Las larvas tienen el cuerpo largo, blando y blanquecino, son semejantes a lombrices, y en lugar de patas nótanse simples mameloncillos: aliméntanse con diversas partes de los vegetales, y algunas solamente viven en lo interior de los frutos y granos produciendo daños de consideración. Las ninfas están encerradas dentro de un capullo. No trataremos de agobiar la memoria del lector con la enumeración y nomenclatura de los géneros que a centenares acaban de establecerse para clasificar esta familia; pues nos bastarán los establecidos por Linneo y por Fabricio.

Los Brucos (voz que significa roedores) tienen un labio aparente; la prolongación anterior de la cabeza, ancha, corta, complanada y en figura de hocico, y los palpos muy visibles. Estos insectos depositan sus huevos uno por uno en las semillas todavía tiernas de ciertas plantas, en especial de las leguminosas, gramíneas y palmeras: en ellas nacen las larvas y se alimentan con la sustancia de los cotiledones, o del albumen. En seguida, cuando la larva ha sufrido ya su metamorfosis, desprende una porción de epidermis y sale de su retiro, lo cual produce los agujeritos redondos que tan a menudo se noten en las lentejas, guisantes y otras legumbres.

El BRUCO DE LOS GUISANTES (Bruchus pisi, LIN.). Es negruzco, y tiene 2 líneas de longitud; la base de las antenas, las piernas, los tarsos anteriores y el extremo de las piernas intermedias, de color leonado; en el centro del borde posterior del coselete tiene una mancha gris, y en sus costados un diente; los élitros son estriados, tienen algunos puntos de color gris, y muchos de estos forman rayas transversales. El extremo del abdomen es blanquizco con dos puntos negros; los muslos posteriores tienen una espina recia y aguda; por último, se ven algunos puntos grises debajo de los lados del cuerpo. Encuéntranse estos insectos en Europa y en la América septentrional; y en esta última región se les ha visto destruir del todo las cosechas de guisantes por muchos años. En vano se han buscado medios para oponerse a su propagación; el único que ha tenido algún resultado ha sido sumergir en agua hirviendo los granos de los guisantes desde el instante de cosecharse. Pueden igualmente someterse a un color seco de cincuenta grados; en ambos casos la larva perece; pero la semilla pierde su facultad reproductiva.

El BRUCO LATIRROSTRE (Anthribus latirostris, FABR.). Esta linda especie se encuentra a veces en los alrededores de París. Tiene de 6 a 7 líneas de largo, sobre 2 y media de ancho; el cuerpo y parte superior de la cabeza negro; en los élitros y en su extremo posterior varias manchitas de un gris amarillento aterciopelado; la cabeza es ancha y complanada desde los ojos hasta su extremidad, donde están situadas dos fuertes mandíbulas; los ojos son muy salientes y colocados lateralmente; el coselete es más ancho en el centro que en los extremos, y en sus lados hay dos eminencias con varias arrugas y desigualdades en el dorso, su parte anterior está cubierta por un ligero vello; en cada élitro se no tan diez líneas de puntos huecos separados entre sí; y a más cuatro aristas redondeadas y de poco relieve; las partes inferiores del pecho y del abdomen son grises. Encuéntrase este insecto en las flores; y su larva vive en los leños ya viejos.

Los Atelabos no tienen labro aparente; sus palpos son diminutos, poco perceptibles a simple vista y de figura cónica; la prolongación anterior de la cabeza figura un pico o una trompa; las antenas insertas en la trompa, son rectas, compuestas de nueve a doce artículos, de los cuales los tres o cuatro últimos están reunidos en forma de clava. Roen las hojas de las plantas. Las hembras depositan sus huevos en las hojas arrolladas formando cucurucho; de manera que las larvas al nacer encuentran a un tiempo alimento y abrigo.

El ATELABO BACO (Curculio baccus, LIN.). Su longitud es de 2 líneas y media, y de 1 y media su anchura. Su color carmesí, con visos verde-dorados, y está cubierto de un vello fino de color gris, y de numerosos puntitos confluentes. La trompa es de longitud doble de la que tiene la cabeza, con una pequeña línea de relieve en su base; su extremo y las antenas son negras; el coselete de figura cónica truncado, o cilíndrico; el macho presenta a cada lado una espina dirigida hacia delante. Este insecto es bien conocido de los labradores por los grandes perjuicios que les ocasiona. Empieza a manifestarse en junio, y entonces se adhiere a las hojas tiernas, con especialidad a las de la vid (por esto se le ha llamado Baco). Como chupa los jugos de la planta con su trompa, no tarda en detenerse la circulación de la savia; la hoja se arrolla, y en el interior de ese barquillo tapizado de un vello sedeño, es donde depositan los huevos.

Existe un medio fácil y económico para destruir estos insectos dañinos: como al menor motivo de alarma para ellos se arrollan en forma de bola y se dejan caer al suelo, para rodar debajo de las yerbas y librarse así de los pájaros insectívoros, es fácil aprovechar esta ocasión para apoderarse de ellos. Basta para lograrlo poner debajo de cada vid o cepa un cartón, y sacudir ligeramente las ramas. Los insectos no resisten a ello, y caen en el cartón; arráncanse luego las hojas arrolladas que contienen los huevos, y todo junto se echa al fuego.

Los Brentos son insectos pertenecientes a los países cálidos; tienen trompa, y en ella insertas las antenas, rectas, filiformes, compuestas de nueve a doce artículos, y el último solamente en forma de clava. La trompa se halla siempre hacia delante, en dirección horizontal y el cuerpo es muy largo.

El BRENTO ESTURIÓN (Brentus anchorago, FADR.) Es negro, lustroso; en el coselete tiene un surco longitudinal; los élitros estriados, y con una raya longitudinal de color leonado, interrumpida en su parte inferior. En el macho los cuatro muslos de los dos primeros pares tienen una espina, y los posteriores dos; en la hembra solo los muslos del primer par tienen una. Este insecto, notable por su figura aguda y prolongada, vive en la América meridional, con especialidad en Cayena y en Surinam, y habita debajo de las cortezas de los árboles.

Los Gorgojos se diferencian de los brentos y de los atelabos en que tienen las antenas distintamente angulosas e insertas junto al extremo de la trompa y al nivel de la raíz de las mandíbulas; constan de 11 a 12 artículos, cuyos tres últimos forman la clava. A este género pertenecen las magníficas especies que viven en la América meridional, tales como el siguiente:

El GORGOJO IMPERIAL (Curculio imperialis, FABR.). Tiene 1 pulgada lo menos de longitud; los élitros abultados y angulosos junto a la base, y casi puntiagudos en su extremidad; con estrías negras y prominentes, entre las cuales se ven otras tantas líneas de puntos huecos, gruesos, y de un verde-dorado brillante; en el coselete tiene dos fajas negras longitudinales, y tres en la cabeza.

Gorgojo imperial.

El GORGOJO COLONO (Curculio colon, LIN.). Pertenece al grupo de que estamos tratando, y es muy común en Francia: es en sus colores tan sencillo y humilde, cuanto es ostentoso el gorgojo imperial en los suyos. La longitud del gorgojo colono no excede de cuatro líneas; su forma es prolongada, el color pardo y algo negruzco, mezclado con visos blanquizcos; la trompa es bastante recia, larga como el coselete y con una arista longitudinal; en los lados del coselete vense dos rayas longitudinales blancas y algo leonadas; y un punto también blanco en el centro de cada élitro; formado, como las líneas, por una acumulación de pelillos: en los élitros hay estrías formadas de puntos no contiguos.

Los Lixos difieren de los gorgojos en que tienen las antenas insertas más acá de la raíz de las mandíbulas, casi siempre cerca del centro de la trompa, la cual es larga: constan lo menos de diez artículos, y los termina una clava en forma de huso; el cuerpo es largo y estrecho.

El LIXO PARAPLÉCTICO (Curculio paraplecticus, LIN.). Hállase en toda Europa; y es largo, cilíndrico, negro y cubierto de un polvo gris o amarillento; su pompa es larga, delgada y lisa; los élitros tienen en su extremo líneas longitudinales de puntos convergentes; están separados y cada uno termina en punta. Atribúyese a esta especie la extraña propiedad de producir en las caballerías que la comen al pastar, junto con el phellandrium, la parálisis de las partes inferiores del cuerpo.

Los Rinquenos se diferencian de los lixos y de los gorgojos en que tienen la trompa muy larga, y en el centro de la misma insertas las antenas.

El RINQUENO DE LAS AVELLANAS (Curculio nucum, LIN.). Es corto oval, cubierto enteramente de vello denso y amarillento rojizo, o pardo con matices más oscuros. El escudete es más claro, la trompa es muy delicada, de color pardo, y larga lo menos como la mitad del cuerpo. La larva de este insecto es la que encontramos a menudo en las avellanas. Vive en toda Europa.

Los Calandros se distinguen de los rinquenos, de los lixos y del gorgojo por sus antenas, que a lo más constan de nueve artículos, el último, o bien este y el penúltimo, forman la clava, de epidermis coriáceo y de extremidad esponjosa. Las larvas se alimentan con semillas y sustancias leñosas.

El CALANDRO PALMISTA, (Curculio palmarum, LIN.). Es la mayor de todas las especies, pues tiene cerca de 2 pulgadas de longitud, incluso la trompa; el cuerpo negro y aterciopelado superiormente; la clava de las antenas truncada; la mitad del borde superior de la trompa, guarnecida de pelos densos e iguales como las cerdas de un cepillo, vense líneas longitudinales profundas en los élitros las cuales se desvanecen al aproximarse al lado externo. Hállase este hermoso insecto en la América meridional: su larva se alimenta con la médula de las palmeras; tiene 2 pulgadas de longitud; y solo presenta una sustancia blanda, cubierta por una película transparente. Compáranla los europeos a un pelotón de grasa de gallina contenida en delicada membrana; y los naturales la tuestan en las parrillas, y la encuentran exquisita.

Calandro palmista.

El CALANDRO o GORGOJO DEL TRIGO (Curculio granarius, LIN.). Es el más dañino de los rincóforos; tiene 1 línea y media de largo, sobre media de ancho; su figura es oblonga; la trompetilla larga y delgada, el color pardo-negruzco; la cabeza y el coselete puntuados; los élitros con estrías longitudinales; y con una lente se descubren varios puntitos; la longitud del coselete es igual a la de los élitros. Este pernicioso animal conocido bajo la denominación general de gorgojo; se alberga en los graneros, y pone los huevos en los granos de trigo. En estos nace la larva, la cual devora toda la fécula, sin dejar más que la cascarilla: «Cada larva, dice Latreille, ocupa un grano de trigo; adquieren poco a poco su crecimiento comiendo la sustancia farinácea; luego después de haber ensanchado insensiblemente su habitación se cambian en ninfas. Son blancas, de una línea de largo y tienen la figura de un gusanito: consta su cuerpo de nueve segmentos prominentes y redondeados, y la cabeza es amarilla y escamosa. Las ninfas son blancas y diáfanas, y enciérranse bajo su envoltorio las partes del animal futuro, si bien encogidas. Después de haber permanecido en este estado por espacio de ocho o diez días, llegan a su último desenvolvimiento; despréndense de la vaina que las envuelve, y taladran la cascarilla del grano; así abandona el insecto el asilo de su infancia y se ostenta tal como debe ser en lo restante de su vida. La hembra hace su puesta por la primavera y para ello hace un agujerito oblicuo en un grano de trigo o de centeno; por lo regular el más grueso que encuentra, y pone en él un huevo en un lado y debajo de la cáscara; de un grano pasa a otro hasta que ha concluido la puesta. Cuando esta se ha efectuado temprano, todas las metamorfosis del insecto se suceden en el espacio de cuarenta y cinco días: en julio, convertido el gorgojo en insecto, abandona su estrecha morada. Es tanto más difícil resguardarse de estos insectos, cuanto que emigran de una casa a otra, y además en cuanto son diminutos, corren con suma rapidez y tienen un color oscuro que les hace poco visibles. Su fecundidad es asombrosa; tal que se ha calculado que una sola pareja puede producir en un año 6.045 descendientes, cada uno de los cuales destruye cuatro granos para subsistir. No debemos olvidar que los granos en que existen las larvas no presentan agujero alguno, puesto que las larvas al salir del huevo tapan con cierto gluten la abertura por la que el huevo fue introducido.»

El gorgojo en estado de reposo no vive a la superficie del montón de trigo, sino que permanece a cierta profundidad; y como deja intacta la cáscara, a primera vista no aparece todo el daño, puesto que no han sufrido cambio alguno los granos: así es que solo se nota en la diminución de peso, y echándolos en agua, en cuyo caso los averiados sobrenadan.

No han faltado recetas para la destrucción del gorgojo; sin embargo, ninguna ha conseguido completamente el objeto. Se han propuesto los decoctos de yerbas fétidas; las cuales han perjudicado al trigo sin afectar al gorgojo; el olor de la esencia de trementina, el vapor del azufre, no han tenido mejores resultados; la criba es insuficiente para desprender los huevos, pegados como se hallan fuertemente al grano; un calor súbito de 70º, termómetro de Reaumur, puede matar a los insectos; pero deseca el trigo, sin preservarlo del gorgojo que ha quedado en el granero, y que lo ataca de nuevo cuando no encuentra otro mejor. Se ha pensado en emplear una temperatura fría en lugar de la elevada de 70 grados, proponiendo un ventilador que mantenga el aire del granero constantemente frío, para aletargar a los insectos e impedir así su reproducción; y no hay duda de que este medio sería el mejor si fuese posible mantener sin interrupción una corriente de aire bastante fría para el efecto. Otro procedimiento hay muy sencillo para desalojar el gorgojo de un montón de trigo. Al llegar la primavera, y cuando se nota que el trigo que ha permanecido en el granero se halla infestado por los insectos, que no tardarán en efectuar sus crías, entonces se forma otro montón de algunas fanegas colocándolo a distancia del principal; luego se remueve bien el trigo de este con una pala; y hallándose el gorgojo, el cual necesita tranquilidad, agitado, trata de huir; viendo entonces otro montón al lado de aquel de que es arrojado, corre a refugiarse en él. Si algunos de estos insectos tratan de escapar subiendo por las paredes se les mata. Cuando todos los insectos se han recogido en el insidioso asilo que se les ha ofrecido; échaseles encima agua hirviendo, meneando el grano antes que se enfríe para que el líquido alcance a todos, y mueran. Luego se seca el grano y se acriba para separarlo de los insectos muertos.

La disposición del gorgojo a emigrar cuando se revuelve el montón de trigo en que habitan, ha sugerido a los sabios que con sus teorías ilustran la agricultura práctica, la ingeniosa idea de los graneros móviles. Este aparato que lleva el nombre de su inventor Mr. Velley, consiste en un cilindro de madera hueco que gira horizontal a su eje. Este cilindro se divide en varias comparticiones, reunidas simétricamente en torno de un tubo hueco: solo se llena en unas tres cuartas partes de su capacidad para que los granos tengan libre movimiento sobre sí mismos. Por medio de un ventilador colocado a un extremo del aparato absorbe el aire que este contiene, y obliga al exterior a atravesar el grano, escapándose luego por el tubo central. Un hombre solo puede sin gran trabajo dar vueltas a este instrumento, empleándose menos tiempo que en el modo general de remover el trigo con la pala. Puesto el trigo en movimiento por la rotación del cilindro, se deja al gorgojo un solo instante de reposo; y así no tarda en emprender la fuga. Otra ventaja no menos apreciable reúne esta máquina, tan sencilla como manejable; y es que la ventilación impide que la humedad altere el grano.

Familia de los Jilófagos Los jilófagos (cuyo nombre equivale a roe-madera) no tienen trompa; las antenas son cortas, más abultadas en su extremo, perfoliadas desde la base, y compuestas de menos de once artículos. La mayor parte de estos insectos viven en la madera, la cual taladran sus larvas en todas direcciones. Solo hablaremos de dos géneros pertenecientes a esta familia, a saber: los escólitos y los bostriquios.

Los escólitos tienen las antenas compuestas de ocho o nueve artículos, terminados en una clava fuerte, precedida de cinco artículos lo menos; los palpos pequeños y cónicos; el cuerpo convexo y redondeado superiormente, con la cabeza globulosa y hundida en el coselete. Son los escólitos la plaga de los bosques; pues hay pocos árboles que no se hallen atacados por alguna especie particular de estos insectos; y a más de la especie propia de cada uno, se abrigan otras distintas. Vamos a describir las más perniciosas y a dar a conocer los daños que producen en los grandes árboles.

El ESCÓLITO DESTRUCTOR (Scolytus destructor, FABR.). Tiene 1 línea y media de largo, y un tercio de línea de anchura; el color negruzco, con los élitros pardos, truncados y estirados; el abdomen como cortado hacia atrás, y la cabeza cubierta de pelos grises cenicientos. Encuéntrase en todos los almacenes o depósitos de maderas.

El ESCÓLITO PIGMEO (Scolytus pigmeus, OLIV.). Es mucho más diminuto que el destructor; de un negro oscuro lustroso, con los élitros pardos, enteros, y el abdomen cortado oblicuamente hacia atrás.

El ESCÓLITO IMPRESOR (Scolytus typographus, OLIV.). Tiene 3 líneas de largo; es todo él pardo, lustroso y velludo, con la cara inferior casi negra; los élitros truncados, estriados y dentados en su extremidad, abunda en la corteza de los árboles verdes.

El ESCÓLITO GRABADOR (Scolytus chalcographus, OLIV.). Se asemeja al impresor en cuanto a la forma, pero es mucho más pequeño, y no tiene mayor tamaño que una pulga de las mayores, pulula bajo las cortezas de los árboles.

El ESCÓLITO ROEDOR DE MADERA (Scolytus ligniperda, OLIV.). Es pardo negruzco, velludo, y con los élitros llenos de estrías, puntos y algunas arrugas. Sus cuatro piernas traseras son dentadas. Encuéntrase bajo la corteza de los árboles cariados.

Vamos ahora a trazar la relación de los daños que causaron estos animalillos en los bosques de Alemania a fines del pasado siglo. ¿Quién creyera, dice el naturalista alemán Vilhelm, que el escólito impresor, al cual llamamos cáncer del pino, sabe hacerse más temible que las fieras más sedientas de sangre? ¿Quién creyera que es capaz de causar la completa destrucción de los pinares o de los bosques de abetos? Solo ataca a los demás árboles coníferos en un caso de extrema necesidad; y nunca en los de hojas redondas. Desde mucho tiempo gozaba en Alemania mala fama la larva de este insecto, conocida bajo el nombre de gusano negro. La robusta constitución de este animal, le hace resistir una temperatura sumamente baja, en que mueren la mayor parte de los otros insectos. En mayo, los escólitos que durante el invierno han crecido debajo de las cortezas, se abren paso royendo la más externa desecada. Entonces al anochecer se les ve a veces aislados, pero en los años favorables a su reproducción se encuentran reunidos en enjambres semejantes a nubes, y se echan encima de los árboles. En tiempo frío se mantienen en los valles; pero al elevarse la temperatura los enjambres suben por encima de los más altos abetos; y siendo el viento favorable a su vuelo, van a caer a algunas millas del lugar donde nacieron. En la época de estos viajes es cuando los escólitos andan en parejas en busca de los puntos cariados de los árboles recién derribados; y cuando faltan estos, se fijan en los que están del todo sanos y en pie, y entre las láminas de las cortezas eligen un sitio donde se fabrican royendo una habitación. Cuando el árbol está lleno de savia, esta le sofoca; y es por esta razón que busca siempre el punto en que la savia no circule. Percíbese el ruido que produce al roer la madera, y el polvo que cae le descubre. Lo primero que observamos es una ranura recta en el interior de la corteza; y a los lados de la misma abre la hembra dos canales, algo hacia fuera, de modo que no entran en la ranura. En estos canales hace la hembra su puesta, que consta de sesenta u ochenta huevos, cada uno aislado en una cavidad redondeada, cubriéndolo con el polvo de la madera. En seguida se abren paso al través del leño para salir a la luz del día, a menos que la muerte les sorprenda antes de lograrlo, dejando el cuidado de lo demás a las larvas, las cuales pronto empiezan su trabajo destructor. A los quince días salen de los huevos las larvas en forma de gusanitos, en los cuales con la lente se ven los anillos o segmentos muy abultados, las patas terminadas en punta y mi color amarillento. Entonces dichas larvas salen cada cual de su nicho, y trabajan en la construcción de conductos o galerías, que por su dirección curva y serpentina se asemejan a las letras del alfabeto, aunque indescifrables; por lo que se ha calificado de tipógrafo a este insecto. Dichas galerías nunca se cruzan; y solo van ensanchándose a medida que la larva adquiere mayor grosor. El modo como estos insectos trabajan en el interior de la madera vale la pena por cierto de observarse; y no deja tampoco de ser notable en tan numerosa familia de insectos su amor a la paz, tan raro en todas partes, por el que ningún individuo usurpa el terreno en que otro trabaja. La fecunda hembra, antes de salir al exterior permanece en la galería principal; las larvas ocupan los extremos de las galerías laterales y curvilíneas; y todas juntas componen una familia; aunque sucede a veces que se aproximan tanto dos de estas familias que se destruyen la una a la otra. Pasadas algunas semanas, la larva se convierte en ninfa; en cuyo estado es sumamente sensible y delicada; de modo que si la estación es poco favorable perecen a millares. Igualmente depende de la estación la duración de tiempo mayor o menor que necesita la ninfa para llegar a estado perfecto: si la época de su desarrollo cae en el tiempo más cálido del año, la larva recorre todas sus fases en el espacio de ocho semanas; pero si la puesta no se efectuó hasta en otoño, puede tardar otros tantos meses. Llegado el insecto a su estado perfecto, devora luego cuanto quedó entre el leño y la parte dura de la corteza exterior, dejando solo lo que aún no está bastante seco; hasta que por fin se abre una salida al aire libre. Cuando examinamos un pedazo de corteza así roída, no vemos ya las galerías que van serpenteando, y sí solo simples cavidades. Si se ven muchos agujeros al exterior del árbol, es una prueba de que las larvas ya metamorfoseadas, a veces en número de 80.000 en un solo árbol, le han abandonado; pero cuando proporcionalmente son pocos dichos agujeros, prueba que los destructores empiezan, a introducirse para ejercer sus malas mañas. No es posible ver sin asombro el grado de dureza a que llega la vida de estos animalitos: por más que se derribe el árbol, que se ponga flotante en el agua o se coloque encima de la nieve, siempre queda sano y salvo el escólito.

Los árboles atacados por el impresor empiezan presentando en sus hojas un color amarillento, y mueren al fin empezando por su copa o parte superior. Pocas selvas hay en Alemania que no hayan sufrido semejante epidemia; y en las antiguas liturgias hállase este insecto indicado bajo el nombre de gusano negro. Existe ya en los registros del año 1665 una exacta relación de los daños que causó; y ya entonces ocurrió la idea del único medio seguro que puede oponérsele; cual es derribar desde un principio todo árbol infecto y descortezarlo completamente. A principios del siglo pasado presentose esta plaga por algunos años consecutivos en las selvas de Hartz. Reapareció en 1757, aumentó sus estragos en 1769, que fueron siempre mayores hasta 1777. Pareció que iba a cesar ese azote en 1778 y 1779; pero en los años siguientes, tras de un verano muy cálido y seco, no hizo más que adquirir grandes creces de modo que solamente en Clausthal se hallaron más de 300.000 troncos de árboles en pie enteramente secos, y en toda la comarca en general más de un millón: por consecuencia de tales estragos, los habitantes de Hartz se vieron amenazados de una completa ruina, y de una suspensión total de laboreo en la explotación de sus minas. Los augurios que se presentaban para el porvenir eran más y más terribles: aquellos bosques de abetos, no había mucho tan lozanos y de un verde tan oscuro; solo ofrecían a la vista un tinte amarillento sucio, y llevaban el sello del ahitamiento y de la muerte. A medida que el mal cobraba aumento, crecía también la imposibilidad del remedio. Viose en dicha época a los escólitos dirigirse en enjambres, como los de las abejas, a Suavia y Franconia. Por último, después de 1784 hasta 1789, disminuyó considerablemente el mal por efecto de las estaciones frías y húmedas que sobrevinieron. El año 1790 reapareció más terrible el antiguo enemigo; y en el de 1796 aún se aguardaba la suerte que tendrían los pocos bosques de abetos que habían quedado incólumes. En la actualidad se halla demostrado que, si bien prefieren estos insectos los árboles derribados y secos, no por ello deja de atacar a los sanos y que se hallan en plena vegetación, cuando no encuentran otros; y podemos asegurar que la sobrada confianza con que por mucho tiempo se ha creído que estos insectos solo atacaban los árboles enfermos, y que casarían por sí mismos sus estragos cuando estos les faltasen, ha costado al país la pérdida de centenares de árboles. Ciertamente que un corto número de escólitos no pudiera hacer caer un árbol sano desecándolo; y en los años en que no abunda tan dañino insecto puede mirarse con indiferencia; pero no solo será prudente, sino necesario quitar al instante todo tronco derribado, ya sea por el hacha o por la furia de los vientos. No obstante, puede a veces servir para recoger todos aquellos que andan dispersos o errantes, y que se dejan caer primero sobre este tronco, donde se les tiene como en un lazo. Importa muchísimo no dejar que los carpinteros establezcan su taller junto a los arbolados; y prohibir severamente a los cazadores el que tiren a los picos, pájaros que al parecer ha criado la naturaleza para oponerse a los progresos de semejante calamidad. Pero el punto capital consiste en derribar desde luego los árboles atacados, y enterrar hondamente las cortezas que se procurará quitarles, y aún será mejor quemarlas. Es sabido ya que un árbol después de muerto y seco se deja por mucho tiempo en pie en el suelo, luego es inútil tanto para obrar o edificar como para arder.

«Hay otro escólito más fecundo, pero menos dañino que el que antecede; tal es el gravador (chalcografus). También su larva corroe las capas corticales y ahueca galerías en los árboles verdes y llenos de savia; solo la galería principal de los padres forma curvatura, adelantan su trabajo hasta penetrar algo en el mismo leño lo cual nunca hace el tipógrafo. El Taladro, o roedor de madera (Ligniperda) hace su trabajo de un modo distinto; al paso que los antecedentes deponen los huevos a los lados de la galería principal; la hembra de este últimos pone los suyos en un montón, de modo que las larvas empiezan su tarea partiendo todas de un centro común.»

Los bostriquios tienen las antenas compuestas de diez artículos, cuyos tres últimos forman la clava perfoliada; los palpos no van adelgazándose hacia su extremidad, sino que o esta la tienen ensanchada, o bien se nota igual grosor en toda la extensión del palpo. El cuerpo es más o menos cilíndrico; la cabeza redondeada y casi esférica; y puede hundirse hasta los ojos en el coselete; este es más o menos convexo anteriormente y forma una especie de capucho; los dos primeros artículos de los tarsos son largos, lo mismo que el último.

El CAPUCHINO (Bostrichius capticinus, LATREILL.). Es negro, con los élitros y el abdomen leonados: el coselete es convexo, con puntos en relieve. Encuéntrase en toda Europa en los troncos de los árboles muertos.

Familia de los Platisomos Este reducido grupo de tetrámeros tiene por caracteres las antenas de igual grosor en toda su extensión o adelgazadas en el extremo; los tarsos compuestos de artículos enteros; las mandíbulas salientes; el cuerpo plano y prolongado; por cuya circunstancia se les denomina platisomos; voz griega que equivale a cuerpo plano. Viven estos insectos debajo de las cortezas de los árboles, y constituyen el género Cucujo, cuya especie más conocida es el cucujo deprimido.

El CUCUJO DEPRIMIDO (Cucujus depressus, FABR.). Es de color rojo; el coselete surcado y dentado en los bordes, la parte inferior del cuerpo y las patas negras. Habita en los bosques de Europa.

Familia de los Longicornios Los coleópteros tetrámeros que componen esta familia; tienen los tres primeros artículos de los tarsos provistos de pelos iguales en su parte inferior; el segundo y tercero en figura de corazón; el cuarto dividido en dos lóbulos, y en su raíz presenta cierto entumecimiento que se asemeja a un artículo; las antenas son filiformes y muy largas, especialmente en los machos, y a veces exceden de la longitud del cuerpo. Estos animales despiden cierto sonido agudo y débil producido por el roce de la base del abdomen con la del tórax. Los longicornios regularmente pasan el día en los troncos de los árboles, y solo vuelan de noche, especialmente al anochecer, las hembras están provistas de una especie de tubo córneo, contenido por lo regular en el abdomen, y en el tiempo de la puesta lo alargan para introducirlo en los agujeros y rendijas de los árboles en que deponen sus huevos. Las larvas carecen de patas, y en su mayor parte viven en el interior de los árboles, o debajo de las cortezas; los mamelones que ocupan el lugar de las patas les sirven para andar por dentro de las galerías que ahuecan en el leño; otros roen las raíces de las plantas, causando no pocos daños a la vegetación. Esta familia, que comprende los insectos de mayor tamaño que se conocen, se ha dividido en cuatro tribus, o géneros principales; como son, los Priones, los Capricornios, los Lamias, y los Lepturos.

Tienen los Priones los ojos escotados o en figura semilunar; la cabeza metida hasta los ojos en el coselete, el labro muy pequeño; las mandíbulas recias; las antenas, cuya base no está rodeada por los ojos, y el coselete presenta dentellones en los bordes laterales. En el estado de larva viven en los troncos carcomidos de las encinas y abedules, o en la sustancia de su corteza. Su nombre alude a la forma dentada de las antenas la larva para metamorfosearse se hunde en la tierra.

Los Capricornios tienen la cabeza metida en el coselete; los ojos escotados como los priones, y a más, con su escotadura rodean la raíz de las antenas, en todo o en parte. Las antenas son tanto o más largas que el cuerpo. Al frente de este género debemos colocar el siguiente:

El GRAN CAPRICORNIO (Cerambyx heros, FABRIC.). Tiene 1 pulgada y media de largo; es negro, con el extremo de los élitros de color de pez; el coselete es áspero y con una espina en cada lado las antenas simples. Este insecto abunda en los países templados y cálidos de Europa; habita en los olmos y encinas, las cuales taladra profundamente su larva. La mayor parte de los naturalistas creen que esta larva sea el cossus de los antiguos, servido en sus mesas como un manjar exquisito.

El CAPRICORNIO ZAPATERO (Cerambyx cerdo, LIN.). Es la mitad más pequeño que el héroe, al cual por lo demás se asemeja no poco; de modo que Linneo cree que ambos son dos variedades de una misma especie; sus élitros son ásperos y de un matiz uniforme. Encuéntrase también en toda Europa.

El CAPRICORNIO ALMIZCLADO (Cerambyx moschatus, LIN.). Tiene cosa de 1 pulgada de longitud; es enteramente verde o azul oscuro, y a veces algo dorado; despide un agradable olor de rosa. Encuéntrase en los sauces por el mes de julio.

El CAPRICORNIO ROSALÍA (Cerambyx alpinus, LIN.). Esta especie pertenece a los Alpes, y a veces lo hallamos en París, en los depósitos de madera, o en las leñeras: su color es azul-ceniciento, con una faja y cuatro manchas pardo-negruzcas y aterciopeladas en los élitros. Dos espinitas a los lados del coselete; las antenas largas, de color azul ceniciento, con los extremos de los artículos muy negros y velludos. Vive este hermoso insecto en los árboles de los altos bosques de Europa.

El CAPRICORNIO SANGUÍNEO. (Cerambyx sanguineus, LIN.). Esta pequeña especie nos gusta tanto más cuanto que apareciendo al terminar el invierno, nos anuncia con su presencia la primavera. Tiene 5 líneas de largo; el color negro; y el coselete y los élitros colorados y aterciopelados. A menudo lo hallamos en las ventanas y hasta en lo interior de las casas.

El SEMILUNAR DORADO (Callidium arcuatum, FABR.). Encuéntrase muy a menudo en los troncos carcomidos de los árboles, donde establece su mansión: varía muchísimo en cuanto a su tamaño; por lo regular su longitud es de 5 a 8 líneas; el color fundamental pardo negruzco y como aterciopelado; el de las patas y antenas, leonado claro; estas casi de la longitud del cuerpo; en la mandíbula superior tiene una faja transversa de amarillo de limón; otra igual en la cabeza entre las antenas; y otra finalmente de igual color en la base de la cabeza. En el coselete, el cual es ancho y redondeado termina por ambos extremos en unas listas iguales a las de la cabeza; pero solo se ven en la cara superior; y además en el centro del coselete existe otra línea amarilla y transversa, interrumpida por lo común en su parte media. El escudete es amarillo; y a los lados de este, en cada élitro se ve una mancha o punto amarillo. En la sutura más abajo del escudete hay una gran mancha, redonda y amarilla común a entrambos élitros; y siguiendo hacia la parte inferior, vénse en cada élitro tres fajas transversales curvilíneas o semilunares, cuyos extremos o puntos miran inferiormente: la primera de estas fajas no llega hasta la sutura; pero sí las otras dos, las cuales se ponen en contacto con las correspondientes del élitro del lado opuesto. Por último en el extremo de cada élitro, hay aún otra faja o mancha, que partiendo del ángulo externo, sube hacia la sutura. Todas las referidas manchas y listas están formadas por unos pelillos dorados. En su cara inferior este insecto es negro, con algunos pelos amarillos y cuatro rayas transversas de este mismo color en los anillos o segmentos abdominales.

Las Lamias, lo mismo que los priones y los capricornios, tienen la cabeza metida en el coselete, y los ojos escotados; pero se diferencian por la posición vertical de la cabeza.

La LAMIA CURCULIONOIDES (Lamia curculionoides, FABR.). Esta linda especie se halla en Francia; tiene 6 líneas de longitud; el color pardo ceniciento, con cuatro manchas u ojos negros en los élitros, y otras cuatro en el coselete; faltan en este las espinas.

La LAMIA CARPINTERA (Lamia aedilis, FABR.). Tiene 8 líneas de largo; el color gris ceniciento; el coselete espinoso y con cuatro puntos amarillos; los élitros redondeados en sus extremos, nebulosos, y con dos listas más oscuras y algo nudulosas, y las antenas muy largas. Encuéntrase esta especie en los almacenes de madera, en las vigas y tablones.

Hay otras varias lamias que han recibido diferentes nombres, sacados de su habitación o de su color como el sastre, el zapatero, el deshollinador; así como el funesto, la triste, la lúgubre, etc.

Diferéncianse los lepturos de los tres géneros precedentes en que tienen los ojos redondos, enteros o apenas escotados, y entonces las antenas se insertan hacia delante o cuando más al extremo anterior de dicha ligerísima escotadura. La cabeza guarda siempre una posición inclinada; el coselete es cónico o trapezoide y se estrecha por la parte anterior; por último, los élitros se estrechan también de un modo gradual.

El LEPTURO MORDIENTE (Leptura mordax, LATREILL.). Tiene 9 líneas de largo, sobre 3 líneas de ancho; la cabeza prolongada hacia atrás; pero sin estrecharse de repente; el coselete con espinas; el color gris; los élitros con nebulosidades, dos listas pardas poco aparentes, y dos líneas en relieve, y los muslos puntuados de negro. Este insecto es muy ruin y muerde con encarnizamiento al que pretende cogerlo.

El LEPTURO ESPOLONADO (Leptura calcarata, FABR.). Tiene 7 líneas y media de largo; la cabeza se estrecha de repente detrás de los ojos; el coselete carece de espinas. Este insecto es negro, con los élitros amarillos, delgados, con cuatro fajas negras; las antenas anilladas de amarillo y de negro, y las patas traseras dentadas. No es raro en los alrededores de París.

Familia de los Éupodos Los coleópteros de esta familia tienen el cuerpo oblongo, con la cabeza y el coselete más estrechos que el abdomen, el cual es grande. Todos los artículos de los tarsos, a excepción del cuarto, se hallan provistos de pelotillas; los muslos del tercer par a menudo se ven muy abultados; y de estas circunstancias toman el nombre de éupodos, que equivale a bellas patas. Las antenas son filiformes, o van gradualmente aumentando de grosor, y en todas las especies existen alas. El cuerpo es prolongado, lo mismo que en los longicornios; pero los ojos no rodean la raíz de las antenas. Viven estos insectos en los tallos y hojas de varios arbustos y yerbas terrestres o acuáticas. Divídese la familia en dos géneros, las Sagras y los Crioceros.

Las Sagras tienen las mandíbulas terminadas en punta aguda; la lengüeta profundamente escotada o bilobulada, y los muslos traseros enormemente abultados: todos son exóticos y notables por sus hermosos matices, verde, dorado o colorado.

La SAGRA ESPLÉNDIDA (Sagra purpurea, FABR.). Es una especie perteneciente a la China; tiene su cuerpo 8 ó 10 líneas de largo; el color verde-dorado hermoso, con reflejos purpúreos; los muslos traseros, están provistos de tres dientes en su cara inferior; siendo la del medio muy fuerte y aguda.

Los Crioceros se diferencian de las sagras en que tienen los extremos de las mandíbulas truncados, con dos o tres dientes; y la lengüeta entera o muy poco escotada.

El CRIOCERO DEL LIRIO. Esta es una linda especie de 3 líneas de largo con el coselete y los élitros de un bello encarnado; el coselete se estrecha por los lados, y los élitros presentan puntos huecos dispuestos en líneas longitudinales. Este insecto se encuentra en toda Europa, y habita en el lirio blanco; cuando lo cogen óyese un ligero sonido, lo mismo que el producido por los capricornios, el cual se debe al roce de la prolongación posterior de la cabeza o del cuello, con las paredes anteriores del coselete, en que se introduce y vuelve a salir dicha prolongación al arbitrio del animal. Los hábitos de la larva son muy interesantes; y nada tan fácil como estudiarlos y comprobar las observaciones del ilustre Reaumur, de las cuales vamos a hablar. La hembra depone los huevos en la cara interna inferior de las hojas, en número de ocho o diez de que consta la puesta; los arregla uno al lado de otro, y quedan pegados a la hoja mediante un humor viscoso de que están como barnizados. Así que la larva nace puede ya hacer uso de las patas, lo cual se verifica a los quince días después de la puesta. Juntas se ponen en marcha una al lado de otra, presentando todas la cabeza en una misma línea. Los primeros días todas comen juntas, pues les basta con el parénquima de la hoja; pero al cabo de cierto tiempo se separan, y devoran las hojas en todo su espesor. Cuando comen dan un paso atrás de cuando en cuando: puesto que no toman la porción de hoja que tienen delante, sino la que se halla debajo de su cuerpo. Si este insecto en su estado completo atrae las miradas con lo vistoso de sus colores; al contrario su larva es repugnante, por el asqueroso traje que la envuelve, y además es corta, gruesa, blanda y provista de seis patas. A primera vista no se diferencia de la hoja, y solo vemos un montón de materia húmeda, de color y consistencia de las hojas maceradas y molidas; esta materia informe cubre una larva. Si se fija la atención, se verá en uno de los extremos de la masa la cabeza de la larva, la cual es negra, y a los lados los tres pares de patas, también negras, y terminadas en dos ganchitos, con los que el insecto se adhiere a la hoja. Habiendo dado la naturaleza a estas larvas una piel tierna, que hubiera podido haberse desecado por la acción del sol y del aire; al propio tiempo les ha suministrado los medios de ponerse al abrigo de ellos; abrigo que le proporcionan los propios excrementos. Así, por una disposición del todo excepcional de los dos últimos segmentos abdominales, los excrementos a su salida suben encima del cuerpo del insecto; luego los primeros son empujados más arriba por los sucesivos, llegando así hasta la cabeza. Favorecen esta ascensión las contracciones de la piel, y también el paso retrógrado que da cada vez que come una nueva porción de hoja. De todo resulta al insecto una especie de techo, que lo pone a cubierto de la sequedad, conservando la suavidad de la piel. Pero dicha materia no se adhiere al cuerpo de la larva; supuesto que se desembaraza de la misma cuando es sobrado voluminosa o dura; y le basta una comida de tres horas para sustituirle otra nueva. A los quince días de nacida, adquirió la larva todo su desarrollo; siendo entonces menos sucia, más ágil, y adquiere un matiz rojizo. Recorre las hojas con cierta inquietud, causada por la proximidad del tiempo en que debe mudar de forma. No tarda en bajar de la planta; húndese en la tierra, y se forma un capullo, cuyas paredes interiores cubre con un barniz blanco plateado, y en él queda encerrada. No forma este barniz la reunión de filamentos sedeños, sino que debe su formación a cierta baba o espuma que al endurecerse produce las láminas que tapizan el interior del capullo, cuyo exterior está compuesto de granos térreos. El color oscuro de estos capullos impide que se noten; y si abrimos uno de estos hallamos la ninfa, que contiene todas las partes de que debe constar el animal perfecto. Quince días después de su metamorfosis, taladra el criócero su capullo, sale de la tierra, y va a posarse en las plantas.

Al género de los crióceros pertenecen los Donacios, que se distinguen de aquellos por tener los muslos traseros grandes y abultados; largos los artículos de las antenas, y de igual grosor en toda su extensión. Estos insectos tienen colores brillantes y metálicos; los ojos globulosos y el abdomen casi triangular; viven en las plantas acuáticas, a las que permanecen fuertemente adheridos.

El DONACIO DEL NENÚFAR (Donacia nymphae, FABR.). Tiene 4 líneas de longitud; el color cobrizo o verde broncíneo superiormente; el coselete con dos tubérculos laterales y anteriores, con un surco dorsal, terminado hacia atrás por una ligera depresión; los élitros son estrechos, convexos y llenos de estrías puntuadas, y como arrugados transversalmente, en los muslos traseros tienen un diente. Este hermoso insecto hállase en Europa en las hojas del nenúfar y del iris de los pantanos.

Familia de los Cíclicos Esta familia abunda en especies; en ella los tarsos y antenas están conformes con los de los éupodos; pero el cuerpo ofrece casi siempre una forma redondeada (de ahí procede su nombre cíclicos); y la división externa de las maxilas, en vez de tener la figura de un lóbulo membranoso, se asemeja más bien a un palpo. Estos insectos son pequeños; tienen el cuerpo liso y sin vello, adornado por lo regular con metálicos y brillantes matices: en general son lentos y tímidos; y cuando queremos cogerlos, repliegan sus patas y antenas y se dejan caer al suelo. Algunas especies saltan muy bien, y las hembras son muy fecundas. Las larvas se alimentan de hojas. Componen esta familia cinco géneros y son: los Hispos, las Casidas, los Griburis, las Crisomelas y las Galerucas.

Los Hispos tienen las antenas insertas en la cima de la cabeza, aproximadas hacia delante, cortas y casi filiformes; la cabeza enteramente descubierta; dos o tres dientes en las mandíbulas; el cuerpo oblongo y el coselete trapezoideo. Solo citaremos el siguiente:

El HISPO NEGRO (Hyspa atra, LIN.). Llámanle vulgarmente castaña; tiene de largo 1 línea y media; el color negro opaco, y es muy espinoso; cada año de los primeros artículos de las antenas tienen una espina en la base; dos tiene el coselete reunidas al borde anterior; tres en cada borde lateral, y otra pequeña en cada ángulo posterior. Los élitros tienen grandes puntos en hueco, con varias líneas de puntas o espinitas, de las cuales las de los lados son algo mayores. Este insecto es harto raro en las cercanías de París; al paso que abunda al mediodía de Francia, donde vive en las hojas de las gramíneas.

Las Casidas tienen las antenas lo mismo que los hispos; de quienes solo difieren por su cuerpo redondeado, oval o casi cuadrado; el coselete, que es casi semicircular, cubre u oculta la cabeza formando un marco o cuadro con su escotadura anterior. Los élitros sobrepasan del cuerpo; las mandíbulas tienen cuatro dientes lo menos. Estos insectos, cuyo nombre deben a la forma del coselete, que cubre la cabeza como la visera de un capacete (Cassis), son notables por la extrañeza de sus formas y brillo de sus colores. Estos desaparecen muerto el insecto, pero puede restituírseles, teniendo el insecto sumergido por un rato en agua hirviendo. Las casidas andan con lentitud, y vuelan raras veces; viven en las plantas, y a menudo las hallamos al lado de sus larvas. Estas tienen seis patas; y lo mismo que los crióceros, se forman un cobertizo con sus excrementos; conviértense en ninfas sin hacer capullo, en las mismas hojas donde pasan su vida, a las que se pegan por los dos segmentos siguientes a las patas traseras; en esta posición permanecen hasta haberse desembarazado de su piel de larva, la cual hacen resbalar hacia abajo del cuerpo hasta el último segmento, y en él se recoge en un pelotón y sirve para sostener la ninfa en la hoja. Estas ninfas son planas, ovales, verdes, y miradas por la parte superior se distinguen todos los miembros de que ha de constar el animal perfecto, el cual se muestra a los veinte días después del cambio de la larva.

La CASIDA VERDE (Cassida viridis, LIN.). Es la especie más conocida en Europa; su longitud es de 3 líneas, y su anchura de 2, el coselete largo y algo complanado, con rebordes también planos y muy salientes, que cubren del todo la cabeza; los élitros presentan estrías formadas de puntos, y también sobresalen mucho del cuerpo; lo cual da al insecto cierta semejanza a una pequeñísima tortuga; toda la cara superior de la cásida es lisa, y de color verde de manzana; por debajo vese el cuerpo del animal más pequeño y angosto que los élitros, y de color negro, a excepción de las patas, que son de un matiz claro. Encontramos a este insecto en las plantas de la familia de las rubiáceas y en los cardos.

La CASIDA GIBOSA (Cassida gibbosa, FABR.). Es una especie perteneciente al Brasil; tiene de 8 a 9 líneas de longitud, sobre 4 de anchura; el color negro; el coselete escotado en su parte anterior, y en sus dos cavidades anchas y superficiales tiene una mata de pelillos dorados; los élitros son negros, velludos, ahuecados en forma de red, cuyas mallas se ven también puntuadas, con pelos amarillos lisos; sus bordes son negros; en la línea que forman con su unión, se ven abultados formando una especie de giba.

La CASIDA SUTURAL (Cassida suturalis, FABR.). Esta linda especie pertenece al Cabo de Buena Esperanza: tiene 5 líneas de largo; el cuerpo pardo, lo mismo que las antenas; el capucho se halla tirado hacia delante, y es entero; los élitros anchos y amarillos; su sutura parda, lo mismo que la línea de su unión con el primer artículo del coselete.

La CASIDA BORDADA (Casida marginata, LIN.). Aseméjase a la precedente; es negra azulada; con los élitros amarillo-rojizos, y los élitros con los bordes del coselete de un azul oscuro. Esta especie pertenece a las Indias orientales.

Los Griburis tienen las antenas insertas delante de los ojos y apartadas; la cabeza metida en el coselete, el cual es abovedado en forma de capuz, de modo que mirado el animal por la superficie inferior parece decapitado. Estos insectos son lentos y pesados; viven en las plantas, a las cuales causan bastante daño, pues echan a perder las yemas a medida que se desarrollan, no cortándolas o royéndolas, sino macerando las hojas.

El GRIBURI SEDEÑO (Criptocephalus sericus, FABR.). Tiene de 3 a 4 líneas de longitud; superiormente es de un hermoso verde brillante y sedoso; su figura es algo prolongada; el coselete es convexo y cubierto de puntitos separados entre sí; las antenas y los tarsos son negruzcos; los élitros cuajados de puntitos que se tocan; lo que hace el animal menos liso, al paso que comunica mayor riqueza a su color. Encuéntrase en Francia en los sauces y en los cardos.

El GRIBURI DE LA VID (Eumolpis vitis, FABR.). Su longitud es de 2 líneas sobre 1 línea de anchura; la cabeza negra, lo mismo que las antenas; y el coselete pardo lustroso, abultado y como giboso en su parte media, el abdomen ancho y cuadrado; los élitros, de color de sangre y sembrados de pelillos; la superficie inferior del insecto es negra, y las patas muy largas. La larva, que se encuentra en las vides, causa tales daños que la hacen temible a los agricultores. Preséntase por la primavera; su color es oscuro el cuerpo oval y provisto de seis patas escamosas y la cabeza armada con dos maxilas bastante fuertes. Esta larva no tan solo devora las hojas ya crecidas de la vid, sino también las yemas y renuevos, y hasta el pedúnculo de la uva en el punto que sale de la yema; y cuando no la destruye del todo, altera su organización, y como la uva recibe en este caso jugos mal elaborados queda flaca y ahilada.

El GRIBURI CON CUERNOS PECTÍNEOS (Labidos tomis taxicornis, FABR.). Es una hermosa especie perteneciente al mediodía de Francia y de Europa; las antenas son dentadas en forma de sierra o de peine; la cabeza y el coselete azules, y los élitros amarillos; por último, los pies del primer par son muy largos.

Las Crisomelas tienen las antenas dispuestas lo mismo que los griburis; y solo se diferencian en su cuerpo ovalado, saliente, o meramente inclinado.

La CRISOMELA DEL ÁLAMO (Crisomela populi, LIN.). Es una de las especies más comunes de su numeroso género. Tiene 6 líneas de longitud; la forma oval y oblonga; el color azul-verdoso, con los élitros leonados; señalado el ángulo interno de sus extremos con un punto negro; las antenas son también negras, y constan de once artículos, que van sucesivamente aumentando de grosor; en los lados del coselete hay dos fositas oblongas. Encontramos a este insecto en los sauces y álamos, cuyas hojas roe la larva, dejando intactas sus nervosidades. Esta larva echa muy mal olor, y cuando la tocan trasuda de su cuerpo una especie de aceite amarillento.

La CHRISOMELA TENEBRICOSA, (Chrysomela tenebricosa, FABR.). Es una especie grande de 6 a 7 líneas de longitud; todo el cuerpo es de un negro violáceo; las esponjitas de los tarsos son amarillentas; pero su carácter especial consiste en tener los élitros unidos y formando un solo estuche, pero que no cubre alas membranosas. Encuéntrase en toda Francia en el césped.

La CHRISOMELA SANGUINOLENTA (Chrysomela sanguinolenta, LIN.). Es del tamaño de la del álamo; negra, con los élitros ásperos, rojo-sanguíneos en sus bordes; y en las alas membranosas se ve un baño de ese mismo color.

La CHRISOMELA GLORIOSA (Chrysomela gloriosa, FABR.). Es algo más pequeña, su color verde brillante, con una línea azul en el centro de cada élitro. Lo mismo que la precedente, encuéntrase en las labiadas, en toda Europa.

La CHRISOMELA CEREAL (Chrysomela cerealis, LIN.). Llámala Geoffroy Arlequín dorado. Superiormente es dorada, con tres fajas azules longitudinales en el coselete, y cinco en los élitros. Encuéntrase en los sitios áridos y elevados, especialmente en los retamares, y es una de las especies más hermosas de Francia.

Las Galerucas tienen las antenas lo menos tan largas como la mitad del cuerpo, y de igual grosor en toda su extensión, o bien engrosándose gradual e insensiblemente hacia sus extremos; insértanse entre los ojos y a corta distancia de la boca, y en general se aproximan entre sí por su raíz, junto a una pequeña arista longitudinal; el cuerpo es ovalado o hemisférico. De estos insectos unos son saltadores y otros no; y estos últimos tienen todos iguales las patas.

La GALERUCA RÚSTICA (Galeruca rustica, FABR.) Tiene de 3 a 4 líneas de longitud; el color superiormente negro, y gris en su cara inferior, con puntos huecos y líneas en relieve en los élitros. Esta especie vive en los prados y árboles en casi toda Europa.

Las galerucas saltonas o saltadoras, se conocen en el abultamiento de sus muslos traseros, y se designan con el nombre de Alticas; son muy pequeñas, pero de ricos colores; saltan a mucha altura y devastan las hortalizas; por lo que las llaman vulgarmente pulgas de jardín.

La ALTICA DE LA HORTALIZA (Altica oleoracea, LATREILL.). Tiene 2 pulgadas de largo; la forma oval y prolongada; el color verde o azulado, con una depresión transversa en el coselete, y los estuches finamente puntuados. Este insecto es muy abundante en las huertas, especialmente en las plantas crucíferas, cuyas hojas acribilla.

Familia de los Clavipalpos Los insectos que componen esta reducida familia tienen por caracteres las antenas terminadas en clava perfoliada y muy distinta; y las maxilas provistas en su interior de un grande diente córneo; su cuerpo es convexo o hemisférico; los palpos terminan en un artículo más grueso; y de ahí toman el nombre de clavipalpos, que equivale a palpos en forma de clava. Son animales roedores, y viven en los hongos de los árboles, y debajo de la corteza.

El EROTILO GIGANTE (Chrysomela gigantea, LIN.). Esta especie exótica es de forma oval, de color negro, con un sinnúmero de manchitas encarnadas y algunas reunidas en los élitros. Este insecto pertenece a la América meridional, y procede de la Guyana, y de Surinam.

Vamos a tratar de la cuarta sección de los coleópteros; a saber, de los trímeros, cuyos tarsos se componen todos de tres artículos solamente. Esta sección comprende tres familias; los Fungícolos, los Selafios, y los Afidilagos.

Familia de los Fungícolos Estos insectos tienen el cuerpo oval; las antenas compuestas de once artículos, terminados en forma de clava, y más largos que la cabeza y el coselete; los élitros cubren enteramente el abdomen, y el penúltimo artículo de los tarsos se halla profundamente bilobulado. Los insectos de esta familia viven debajo de las cortezas, o en los hongos de los árboles, de cuya circunstancia toman el nombre de fungícolos. Solo citaremos la especie siguiente:

El ENDOMICO ESCARLATA (Chrysomela coccinea, LIN.). Es negro; y su coselete sanguíneo, con una mancha negra; los élitros del mismo color que el coselete, con dos manchas negras en cada uno. Hállase esta especie en los alrededores de París.

Familia de los Afidífagos Los insectos que componen esta familia, tienen el cuerpo redondeado; el coselete muy corto, transverso y casi de figura semilunar; la cabeza descubierta; las antenas compuestas de once artículos bien distintos, formando los últimos una clava en figura cónica inversa. Casi forma esta familia el género coccinela exclusivamente.

Las Coccinelas tienen el cuerpo casi hemisférico, y el penúltimo artículo de los tarsos profundamente dividido en dos lóbulos; lo vistoso de sus colores, la viveza de sus movimientos, y especialmente su aparición precoz las hacen muy notables. Cuando las coge alguno repliegan las patas; por las articulaciones de los muslos con las piernas hacen salir cierto humor amarillo de olor fuerte e ingrato. Estos animalejos se alimentan de pulgón, y por esto se llaman afidífagos. De la misma clase de alimento usa la larva, y coge a los pulgones con las patas delanteras, con las que las lleva a la boca. Son estas larvas muy carnívoras, tanto que a veces se devoran entre sí. Para convertirse en ninfas péganse a las hojas mediante un mamelón carnoso que tienen en el extremo del abdomen, del cual trasuda un humor glutinoso. Poco a poco el cuerpo se acorta, y a los dos o tres días se desembarazan de la piel, que se desliza y recoge en el extremo del vientre, de modo que forma una especie de nido; y en él queda metida la ninfa por la parte inferior del cuerpo. Es amarilla con pintas negras. Después de doce o quince días de haberse metamorfoseado la larva nace el insecto en su estado de perfección. Las coccinelas jóvenes son descoloridas con los élitros blandos y flexibles; pero en breve la acción del aire les da color y comunica a los élitros la consistencia que deben tener. Cuando tratemos de la historia de los pulgones, se verán los terribles enemigos a que están expuestos estos animales indefensos, entre cuyos enemigos no es la coccinela el menos temible; pues desde que nace la pequeña larva ya anda a caza de pulgones; tanto más cuanto que la madre tuvo buen cuidado de colocar el huevo en un sitio en que abunda esta especie de caza. Cuando ha despoblado una hoja, pasea a la inmediata, que regularmente está cuajada de dichos animalejos; y si pasadas algunas horas se examinan todas las hojas, entonces podrá juzgarse de la voracidad de la larva, por el sinnúmero de pulgones muertos, a los cuales ha chupado el humor. Pueden criarse coccinelas debajo de una campana o globo de cristal suministrándoles alimento; es decir, hojas cubiertas de pulgón. El género de las coccinelas es muy natural, y por la misma razón la clasificación de sus especies no deja de presentar bastantes dificultades; pues solo se distinguen entre sí por ligeras diferencias en el fondo del color y en las machas. A más de esto, el cruzamiento de especies vecinas ha producido un sin número de variedades, de las cuales se han hecho especies que embarazan aún a los naturalistas. Nos contentaremos con dar la descripción de las tres o cuatro que se hallan más difundidas.

Coccinela de siete puntos.

La COCCINELA DE SIETE PUNTOS (Coccinela septem punctatu, LIN.). Tiene unas 3 líneas de largo; el color negro; los élitros colorados, con tres puntos negros en cada uno, y uno que forma el séptimo dividido entre ambos élitros debajo del escudete, la cabeza negra, con dos puntitos blancos; el coselete también negro intenso y lustroso, con un rasgo blanco amarillento a cada lado. Este insecto saca especialmente de los tilos el botín; la larva es gris, con manchas negras y blancas.

La COCCINELA DE DOS PUNTOS (Coccinela bipunctata, LIN.). Tiene 2 líneas y media de longitud; la cabeza negra, con dos puntitos blancos; el coselete también negro con dos manchas laterales, y otro en figura de corazón, pequeñita, situada en su parte posterior inmediata al escudete; los élitros son colorados, y en el centro de cada uno tiene un gran punto negro. Encuéntrase este insecto en diversos árboles. La larva vive particularmente en los alisos, y es negra, larga y con manchas amarillas.

La COCCINELA DE SEIS PÚSTULAS (Coccinella quadripustulata, LIN.). Es del tamaño de la precedente, negra, con los lados del coselete delicadamente bordados de blanco; dos manchas coloradas en cada élitro, la una en la espalda, y la otra junto a la sutura, algo más allá del medio. Esta linda especie encuéntrase en todos los jardines; y podemos asistir a su comida por poco que observemos los pulgones que cubren los árboles y arbustos de la familia de las rosáceas.

Familia de los Selafios Diferéncianse los Selafios de las dos reducidas familias que anteceden, en que tienen los élitros truncados, lo mismo que los estafilinos, y en demasía cortos para cubrir enteramente el abdomen; en que sus antenas por lo regular solamente constan de seis artículos; pero en especial en que los artículos de los tarsos casi siempre son enteros. El primero de estos se distingue con dificultad, en términos que durante mucho tiempo los entomologistas hicieron de esta familia una sección de Dímeros; el cuerpo es largo y redondeado en su parte posterior. Encuéntranse estos insectos en el suelo, debajo de los desechos vegetales, o de las piedras, junto a los sitios donde hay agua. Citaremos únicamente el sanguíneo.

El SELAFIO SANGUÍNEO (Pselaphius sanguineus, PAYK). Linneo hizo de esta especie un estafilino. Es pardo-oscuro, liso, con los élitros de color de sangre y arrugados en su base. Rara vez se halla en los prados cercanos de París. Forma el tipo de la familia de los selafios.

Orden de los Ortópteros Son los ortópteros mucho menos numerosos que los coleópteros; con todo, no presentan menos interés, tanto si se mira la extrañeza de sus formas, como la de sus hábitos. Los caracteres de este orden, cuyo tipo es la langosta, son: la boca, provista de mandíbulas y de maxilas aptas para la masticación; cuatro alas, de las cuales las dos anteriores constituyen los élitros, siendo las traseras membranosas y plegadas longitudinalmente cuando el insecto está en reposo. De ahí la denominación de ortópteros que significa, alas rectas, o no replegadas, por contraposición a los coleópteros, que tienen en ellas repliegues transversales.

El cuerpo de los ortópteros es menos coriáceo que el de los coleópteros; su figura es prologada; la cabeza gruesa y vertical; las antenas varían, pero siempre constan de muchísimos artículos; los ojos son grandes, con dos o tres ojuelos u ojos lisos; la boca semejante a la de los coleópteros; las mandíbulas cortas, recias, gruesas y dentadas; y en cada maxila vese un palpo compuesto de cinco artículos; estas últimas son córneas, dentadas y cubiertas por una lámina abovedada, llamada galea o capacete, inserta entre la mandíbula y el palpo, y puede considerarse como análoga al palpo maxilar externo de los coleópteros carnívoros; la lengüeta se divide en tres o cuatro tiritas, y sostiene unos palpos compuestos de tres artículos; los élitros son coriáceos, o semimembranosos, llenos de nerviosidades, y por lo regular algo cruzados; las alas posteriores son largas y replegadas en figura de abanico. Todos los ortópteros son terrestres; algunos de ellos son carnívoros; pero la mayor parte se alimentan con plantas vivas, y son muy voraces. En nuestros climas solo efectúan una puesta al año, sufriendo a medias las metamorfosis; pues la larva y la ninfa se asemejan al insecto perfecto, reduciéndose los cambios de su organismo al crecimiento de los élitros y de las alas membranosas, los que en la ninfa empiezan a manifestarse como simples muñones. Por lo demás, los hábitos de este insecto no sufren variación en ninguno de sus estados.

Este orden se compone de dos familias, a saber: los corredores, cuyos pies son semejantes y dispuestos para correr; y los saltadores, los cuales tienen los muslos de las patas traseras mucho más abultados y las piernas mucho más largas que los demás; lo cual da al insecto la facultad de saltar a bastante distancia. Los machos de esta familia producen un sonido agudo o estridente; y según dice Latreille, son insectos saltadores y músicos.

Familia de los Ortópteros corredores Casi todos los de esta familia tienen los élitros y las alas tendidas horizontalmente sobre el cuerpo. Divídese en cuatro géneros: Forfículos, Blatas, Mantas, y Espectros. Los Forfículos (voz que significa tenaza), carecen de ojos lisos; tienen los élitros cortos y unidos en línea recta, lo mismo que los coleópteros estafilinos; las alas, de naturaleza membranosa, repliéganse lo mismo longitudinalmente que al través: los tarsos solo constan de tres artículos, mientras que en los demás ortópteros corredores tienen cinco. El abdomen es largo, y termina en dos garfios móviles que forman una especie de tenacillas. Los caracteres tomados de los élitros, alas y tarsos los aproximan a los coleópteros, colocándolos en los límites de ambos órdenes. Abundan estos insectos en los sitios húmedos, en las rendijas de las paredes, debajo de las piedras y de la corteza de los árboles; y a veces reunidos en gran número causan no pocos perjuicios en los jardines.

Los franceses dan el nombre de perce-oreille a los insectos que en España llaman tijeretas; y dicha denominación no se funda como quieren algunos naturalistas en una preocupación vulgar; pues no faltan ejemplos ciertos y frecuentes sobre que este insecto se introduce en los oídos. Vamos a citar entre ellos un caso auténtico sacado de la Gazette de Santé. Regresando a Francia el general y después de la batalla de Austerlitz, sintió de repente al recostarse en su coche intolerables dolores en el oído. El cirujano bávaro que al punto fue llamado creyó reconocer en el conducto auditivo la presencia de un cuerpo extraño; sin embargo, todas sus tentativas para extraerlo no hicieron más que acrecentar los padecimientos del general. Llamaron a otro cirujano más práctico, quien echó aceite en el oído, y extrajo uno de estos insectos. Examinadas las circunstancias, resultó que el coche había estado mucho tiempo en un sitio húmedo, y se había reunido en él una multitud de tijeretas.

La GRANDE TIJERETA (Forficula auricularia, LIN.). Abunda muchísimo en París, y su tamaño es vario: su término medio es de 7 líneas de longitud y 2 líneas de anchura; tiene la cabeza y las antenas de color pardo y estas, largas como la mitad del cuerpo, se componen de catorce artículos; el coselete es complanado, negro, con los bordes prominentes y descolorido; los élitros son grises y algo leonados, lo mismo que el extremo de las alas transparentes que sobresalen de aquellos; en los extremos de las alas vese una mancha blanca y redondeada, que no siempre es muy aparente; el color de las patas es amarillo claro; el del vientre pardo; y el último segmento de este es ancho, con cuatro eminencias una a cada lado y dos en el centro. Este último anillo sostiene las tenacillas, las cuales son recias, amarillentas, y más o menos pardas en su extremo. Estas tenazas son horizontales, complanadas en su raíz junto a la cual hacia el lado interno presentan varios dientes, y dos de ellos inferiores y más salientes que las demás; las pinzas del macho son más largas, anchas y corvas.

La PEQUEÑA TIJERETA (Forficula minor, LIN.). Es mucho más pequeña que la especie precedente; pues apenas pasa su longitud de 3 líneas. Todo su cuerpo es amarillo leonado, más claro en su cara inferior; las antenas solo tienen once artículos, y teniéndolos delgados, se doblan vistosamente en forma de penacho; las alas son del mismo color de los estuches, sin que presenten la mancha blanca que vemos en la especie que antecede; los ganchos de las pinzas son cortos y sin dientes en su lado interno. Esta especie se encuentra en la tierra húmeda, cerca de los charcos y de los estercoleros.

Si queremos conocer los hábitos de las tijeretas, no hay más que ir a cogerlas por la primavera en las inmediaciones de los claveles, que son para estos insectos un pasto delicioso; o bien levantemos una piedra que esté puesta en tierra húmeda; y de seguro hallaremos una hembra tijereta acompañada de sus hijos, fáciles de conocer en su diminuto tamaño, en que tienen las pinzas rectas, y en la falta de élitros y de alas. Veremos que se mantienen junto a su madre sin abandonarla, y hasta se colocan debajo de su vientre y entre sus patas como los pollitos se abrigan debajo de la clueca. Póngase toda esta familia en una cajita de madera que contenga alguna cantidad de tierra fresca; y entonces los parvulitos se recogerán debajo de la hembra, la cual los estará abrigando durante horas enteras. Si entonces les presentamos un pedazo de manzana bien madura; la madre se arrojará a ella, y los hijos imitarán el ejemplo. Pasados algunos días, si se les provee de alimento con regularidad, se nota que los pequeñuelos han tenido su muda; es decir, que han mudado la piel, y su forma se ha desarrollado algún tanto: el coselete, que antes apenas podía distinguirse, se ve ahora bien distinto, y las ramas de las tijeras o pinzas empiezan a aproximarse. Si empezamos los experimentos desde los primeros días de la primavera, hallaremos debajo de la piedra la hembra puesta encima de un montón de huevos, los cuales no abandona ni aún por el miedo. Cojamos la madre y los huevos, y pongámoslos en la cajita; y si los huevos se han esparcido o disgregado, la hembra pronto los va recogiendo y componiendo su montoncito, encima del cual se coloca en actitud de empollarlos. A las cinco o seis semanas nacen; y entonces podremos presenciar el sucesivo desarrollo y modificaciones de los hijos. Pero no debemos olvidarnos de suministrarles el alimento que necesitan, pues la madre moriría, y fuera devorada por los hijos, quienes reservan igual suerte en tales circunstancias a cuantos hermanos van muriendo le inanición.

Las Blatas tienen el cuerpo oval o redondeado, la cabeza oculta debajo del coselete, y los tarsos compuestos de cinco artículos; las antenas son largas y en forma de sierra, insertas en una escotadura interna de los ojos y compuestas de muchos artículos; el coselete tiene la figura de un escudo; los élitros son semicoriáceos, y se cruzan algún tanto en su línea de unión; en el extremo del abdomen se manifiestan dos pequeñas excrecencias de figura cónica; las piernas están provistas de espinillas; finalmente, estos insectos son muy voraces. Solo citaremos dos especies principales.

La BLATA ORIENTAL o nuestra CUCARACHA (Blatta orientalis, LIN.). Tiene 10 líneas de longitud, sobre 5 de anchura; el color pardo-castaño lustroso; los élitros y las patas de color pardo-rojizo. Solo el macho presenta alas y élitros, siendo estos más cortos que el abdomen. La hembra solo tiene unos rudimentos de élitros de 2 líneas de largo, lo que le da la semejanza de ninfa.

Estos animales viven en el interior de las casas particularmente en las cocinas y panaderías; gústales mucho la harina; sin embargo, devoran toda especie de comestibles, y no respetan los tejidos o ropas de lana o de seda y ni aun los cueros. Despiden un olor desagradable, que tiene cierta semejanza del de los ratones. Este insecto es una verdadera plaga para los habitantes de Rusia y de Islandia. Créesele procedente del Asia; y si queremos conocer las admirables precauciones que ha tomado la naturaleza para asegurar la propagación de esta especie, no tenemos más que observar a la hembra en el instante de la puesta; lo cual no nos será difícil. Entonces la veremos ir de una parte a otra, cargada con un capullo oval y complanado que les sale fuera del cuerpo, y que pudiéramos tomar por un huevo. Este capullo, que al principio es blanco y blando, poco a poco se endurece y toma un matiz oscuro a cansa de la acción del aire. En este tiempo la hembra depone la carga en un sitio oscuro, y lo pega a la pared, a la ropa, o al cuero. Si tomamos uno de estos capullos antes de la puesta, veremos que se divide en dos mitades, arrimadas por sus bordes; los cuales en lugar de ser lisos, son dentados en forma de sierra, con los dientes en tal disposición, que los de un borde se enclavijan en los intersticios de los del borde inmediato; especie de sutura que además se halla consolidada por cierto tumor gomoso. Este cimento, no obstante, pronto quedará reblandecido por la saliva de los animalitos que están encerrados en el interior y que abrirán la puerta de su cárcel con la llave que les ha dado la naturaleza. Si antes de que llegue este instante separamos las dos mitades del capullo, hallaremos en cada una seis celdillas, y en cada celdilla una larva. Así pues, no son huevos lo que pone la cucaracha, sino unos cofres que cada uno encierra 16 huevos, que se abrirán en un día determinado, y será cuando las diez y seis hermanas habrán nacido y necesitarán salir a la luz del día para sufrir las modificaciones que han de llevarlas al estado de insecto perfecto.

La BLATA OCCIDENTAL (Blatta americana, LIN.) Tiene 1 pulgada y media de longitud, y media pulgada de anchura; el color del abdomen rojo, y el de los bordes del coselete amarillento; los élitros son más largos que el abdomen, e igualmente tienen mucha longitud las antenas. Esta especie se ha connaturalizado en Europa, siendo originaria de América; y especialmente en Cayena, es muy conocida y temida por los daños que causa con su voracidad. El nombre griego blatta, que significa yo daño, no sin motivo se ha dado a estos insectos.

Las Mantas, tienen la cabeza descubierta; el cuerpo largo y estrecho; las patas delanteras mucho mayores que las demás, y les sirven de órganos de prensión para coger la presa viva de que se alimentan y llevarla a la boca: las piernas, corvas, tienen un garfio fuerte, que a primera vista tomaríase por el principio del tarso, y se repliegan sobre el borde superior de los muslos, alojándose en una ranura de estos guarnecida de pelos por ambos lados; con sus garras cogen las mantas los insectos que son su pasto.

La REZADORA (Manta religiosa, FABR.). Se le ha dado este nombre porque levanta y aproxima una a otra las piernas de su primer par de patas, de manera que parece rezar con fervor. Es verde; el coselete forma cadena, y tiene los bordes dentados y rojizos; los élitros son más largos que las alas, y se ve una mancha negro-azulada al lado interno de las caderas. Encuéntrase esta especie al mediodía de Francia, y a veces en el bosque de Fontainebleau. Los labriegos del Langüedoc la miran como insecto sagrado llamándola Prega Diou (rezadora); los turcos le profesan grande veneración; y Nierember refiere en su Historia natural, que paseándose cierto día San Francisco Javier por el jardín, fue a posarse en su mano una manta, y habiéndole el Santo mandado que cantase las alabanzas de Dios, el insecto entonó un hermoso himno. Cuentan que cierto labriego provenzal se dirigía al mercado de una población vecina, y habiendo encontrado en el camino una manta, que con sus movimientos le señalaba el camino de su casa, retrocedió al instante volviéndose a ella. Todas estas supersticiosas tradiciones, explican el nombre genérico que se ha dado al insecto que nos ocupa, y hasta el nombre griego manta, que significa profeta. Sin embargo, esta apariencia de sentimientos religiosos es una astucia del insecto, el cual mantiene sus patas delanteras extendidas sin moverse del sitio acechando la presa, a la cual pilla con suma prontitud aproximando la pierna al muslo. La hembra es más voraz que el macho; no siendo raro ver alguno de estos decapitado por ella, y luego devorado todo él por la misma. Su puesta consta de unos sesenta huevos, oblongos y amarillos; colócanlos en los tallos de las plantas, y a medida que los van arrojando del cuerpo, sale de este una materia espesa, que secándose al contacto del aire, forma como un envoltorio de la consistencia de pergamino, el cual pone los huevos enteramente a cubierto de la intemperie.

A ciertas mantas, que tienen la frente oblongada en forma de cuernos, se les ha dado el nombre de empusas, tal es la siguiente:

La EMPUSA GONGILODA (Mantis gongylodes, FABR.). Es una grande especie africana, que tiene 4 pulgadas de longitud; el coselete dilatado en su parte superior; los muslos anteriores terminados por una espina; y los cuatro posteriores lobulados, y presentando una especie de puños o vueltas.

Los Espectros apenas se diferencian de las mantas, sino en tener los pies todos iguales: unos tienen la figura de una hoja seca; otros la de una rama de árbol, aliméntanse con la sustancia de los vegetales, y adquieren el color de la planta que les da el sustento. Se han subdividido en dos géneros, a saber Fasmas y Filias.

La FASMA BÁCULO (Fasma baculus, LABREILL.). Procede de las Antillas: carece de alas, y tiene el color gris; las patas angulosas, y a cierta distancia puede equivocarse con una ramita muerta.

La FASMA DE ROSIO (Phasma rosii, FABR.). Es áptera lo mismo que la precedente; cuando tierna es amarillenta, y más o menos grisácea en la edad adulta; los muslos son dentados; las antenas muy cortas, cónicas y constan de trece artículos granujientos y distintos. Encuéntrase en Orleans y al mediodía de Francia.

La FASMA AGIGANTADA (Phasma gigas, FABR.). Su cuerpo es largo de 10 pulgadas, verde y tuberculoso en el coselete; los élitros son muy cortos; las alas gris-rojizas, con redecillas pardas; y las patas espinosas. Habita en las Indias orientales.

La FILIA HOJA SECA (Mantis siccifolia.). Llámanla hoja ambulante, es el más extraño de cuantos insectos conocemos; los élitros parecen un par de hojas a las que solo quedaron sus nerviosidades y su epidermis; los muslos son también anchos, semejantes al pecíolo de una hoja de naranjo. La hembra tiene las antenas cortas; los élitros de la longitud del abdomen, y las alas abortadas. El macho es más largo y estrecho; tiene los élitros cortos y las alas iguales en longitud al abdomen. Encuéntrase este curioso animalejo en las Indias orientales; y cuando está posado en un naranjo o laurel, es sumamente difícil de distinguirle; y esta semejanza con los vegetales le libra de los ataques de sus enemigos.

Hoja seca.

Familia de los Saltadores Los ortópteros de esta familia tienen las patas traseras propias para el salto, siendo notables por sus abultados muslos, y por sus piernas cubiertas de espinas: los machos producen cierto ruido que se ha llamado el canto de la langosta, el cual explicaremos al particularizar los diversos géneros de esta familia. Casi toda ella se comprende bajo el gran género langosta de Linneo. Latreille la ha dividido en tres géneros, a saber Grillos, Langostas, y Criquetes.

Los Grillos tienen los élitros y las alas horizontales, y sus tarsos constan de tres artículos: viven metidos en agujeros, y se alimentan de gusanos, insectos y raíces.

El GRILLO TALPA (Gryllus Gryllo talpa, LIN.). Es este insecto tan repugnante como dañino, y apura la paciencia de los jardineros. El primer segmento del coselete, que figura una especie de coraza aterciopelada, sostiene dos enormes patas, cuya pierna es ancha y provista de una especie de garra con tres garfios negros y córneos; el tarso, que está situado hacia fuera, tiene también dos garfios del mismo color que los demás. Estas robustas garras son un instrumento con que el insecto excava la tierra lo mismo que un topo; y de ahí su nombre específico. Su longitud es de 18 líneas, el color pardo superiormente, y amarillo- rojizo en su superficie inferior; los élitros son algo coriáceos, y las alas cuando el animal se halla en estado de reposo forman como dos tiras o filamentos, que se prolongan más allá de los élitros; las antenas se componen de muchos artículos y son más delgadas hacia su extremidad. Esta especie vive en la tierra, debajo de la cual se abre un camino con sus robustas garras: estas obran con fuerza en su movimiento de dentro a fuera; corta o desgarra con ellas las raíces de las plantas, no tanto, para comerlas cuanto para abrirse paso; pero cualquiera que sea el objeto que se proponga, no deja por esto de ser una plaga para los jardineros, quienes ven amortiguarse y perecer sus legumbres sin poder dar con el enemigo subterráneo que las destruye royendo las raíces. No es fácil descubrir su escondrijo, pues solo un agujero perpendicular indica su entrada; y las largas galerías que abre, solo se manifiestan al exterior con una muy ligera elevación. El estiércol de caballo los atrae, al paso que el del cerdo les repugna. Seguir afirma Scopoli. Si se coloca estiércol de buey junto al lugar donde existen estos grillos, acuden a él, y de este modo pueden matarse muchos. El canto del macho, que se oye al anochecer y por la noche, es bastante desagradable; el instrumento con el cual lo ejecuta reside cerca de los élitros y en su borde interno hay una porción membranosa en forma de talco o de espejo, que frotando con rapidez con la lámina correspondiente, produce el ruido de que estamos hablando. Por el mes de junio y julio, la hembra abre un agujero en la tierra, de seis pulgadas de profundidad, redondo y liso en el interior, y en él depone de 300 a 400 huevos: este nido, junto con la galería que a él conduce, aseméjase a una botella de cuello corvo. Las larvas nacen al cabo de un mes. Desde luego empiezan ya a roer las raíces de las plantas que se hallan a su alcance. Viven en sociedad hasta su primera muda, la cual se efectúa a los treinta días de su nacimiento. Pasada esta época se dispersan.

El GRILLO CAMPESTRE (Gryllus campestris, LIN.). No tiene los pies aptos para excavar la tierra, y la hembra lleva al extremo del abdomen un taladro saliente, formado por dos láminas contiguas; y por medio de él coloca los huevos en el punto que le conviene. Su longitud es de 10 a 12 líneas; es corto, grueso y negro, la cabeza es abultada; en el coselete se ven algunas impresiones o fositas; la cara inferior de los muslos traseros es roja hacia la base; el taladro es algo más largo que el abdomen. Este insecto abunda muchísimo en Europa, y habita en los terrenos arenosos y expuestos al sol. En ellos se abre una madriguera con sus fuertes mandíbulas, y consiste en un agujero cilíndrico, en cuya entrada se sitúa aguardando una presa, que consiste en algún insecto. Puesto el sol y durante la noche, los machos despiden su ruido estridente, el cual es más agudo a medida que se oye desde mayor distancia, y disminuye al paso que nos vamos acercando al punto de donde sale, cesando enteramente desde que se llega al mismo. Es muy fácil hacer salir a uno de estos insectos del agujero en que está metido, para ello se ata con un cabello una mosca o una hormiga, y se coloca a la entrada del agujero, tirándola hacia fuera si intenta penetrar en él. En tal caso el grillo se arrojará fuera para coger la presa, y quedará cogido en nuestras manos; a más con solo meter en el agujero un hoja de alguna yerba es suficiente a atraerlo fuera del escondrijo. La hembra pone por el verano los huevos en la tierra en número de 200 a 300; los cuales quedan pegados al suelo por medio de cierta goma que la hembra saca de su cuerpo al hacer la puesta. Nacen las larvas a fines de julio; y también se abren un agujerito, en cuya entrada permanecen acechando una presa. El órgano sonoro del macho está formado por unas nerviosidades salientes, que forman como una red, y están situadas en la parte del élitro que está contigua a la espalda; al frotar los élitros entre sí efectúan fuertes vibraciones.

El GRILLO DOMÉSTICO (Gryllus domesticus, LIN.). Es mucho más pequeño que el que precede; tiene 8 líneas de longitud y el color amarillento; en su cabeza se ven fajas amarillas transversas; el color del coselete en su cara superior es pardo amarillento, el extremo de las alas se prolonga más allá de los élitros formando tiras; y el taladro de la hembra es tan largo como el abdomen. Solo le hallamos en las casas en los sitios más cálidos, como son las cocinas, los hornos, las paredes de las chimeneas, en cuyas rendijas encuentra un asilo. Come harina y también insectos. El macho despide también un canto monótono semejante al del grillo campestre, aunque mucho más débil. Esta especie, al llegar la noche sale de su escondrijo, pero sin apartarse del mismo. Y además, durante los intensos calores del verano este insecto sale furtivamente de la casa al anochecer, aunque dispuesto a volver a ella para evitar el frío de la noche; lo cual induce a creer que tanto el grillo, como la blata, son originarios de países cálidos, y que solo han podido connaturalizarse entre nosotros viviendo dentro de nuestras casas, donde encuentran la temperatura que les conviene y el alimento que necesitan.

Las Langostas tienen los élitros y las alas en forma de cobertizo o de techo, y los tarsos compuestos de cuatro artículos. Las antenas son en todas muy largas y en forma de sierra, las mandíbulas son menos dentadas, y la galea más ancha que en los grillos. Las hembras tienen un taladro largo y deprimido, y ponen un huevo, que al salir del cuerpo se desliza por entre las láminas del taladro, y rueda al fondo del agujero que para él se abrió. Son estos insectos herbívoros y sumamente voraces. No se cree que sean carnívoros; con todo algunas langostas fueron encerradas juntas en una cajita, sin suministrarles alimento, habiendo muerto una de ellas, las demás devoraron su cuerpo; aunque este hecho nada prueba habiéndose colocado a las langostas en una situación anormal.

La LANGOSTA CON CUCHILLO (Locusta viridissima, FABR.). Esta especie es muy común en toda Europa; tiene 2 pulgadas de largo, el color verde y sin manchas; los élitros tan largos lo menos como el abdomen: en la cabeza lleva una pequeña eminencia redondeada, con una línea a modo de surco en su parte superior; el coselete es complanado, con una pequeñísima línea en relieve en su borde posterior, el cual avanza en forma redondeada; el taladro es recto y de la longitud del cuerpo. Este insecto hace grandes daños en los prados comiendo las yerbas; sin embargo, estos daños no pueden compararse a los que a veces causan en nuestros campos los criquetes.

LA LANGOSTA CON SABLE (Locusta verrucivora,Fon.). Tiene 15 líneas de largo; el color en todas partes de un verde claro, con manchas pardas o negruzcas en los élitros, cuya longitud lo menos es igual a la del abdomen; la cabeza es gruesa, y la cara superior del coselete complanada, y va ensanchándose por la parte correspondiente a los estuches, notándose en el centro de la misma cara una quilla o arista. El taladro es más largo que el abdomen, y algo corvo; los muslos traseros son gruesos y tan largos como los estuches; y en esto se diferencia esta especie de la que antecede. Abundantemente en los prados en toda Europa; su mordedura es fuerte, y con sus mandíbulas hiere la piel hasta hacer salir sangre. Los labriegos de Suecia la cogen de intento para que les muerda en las verrugas que tienen en las manos, creídos de que el líquido acre que derrama en la herida hace desecar y desaparecer dichas verrugas.

Si deseamos conocer cuál es el órgano del canto en las langostas, tomemos un macho, fácil de distinguir por la falta de taladro; y en la parte del élitro del lado derecho que se dobla horizontalmente encima del dorso una lámina redonda y formada por una delgada membrana en estado de tensión como la piel de un tambor, transparente, y lo mismo que la del grillo-talpa, semejante a un espejuelo. Este se halla rodeado de una nerviosidad que forma una especie de reborde escamoso, y está cubierta por el repliegue del élitro del lado izquierdo; el cual también se halla guarnecido de varias nerviosidades en relieve colocadas en frente de las que, según acabamos de decir, presenta la membrana. Esta membrana, lisa y tensa, comunica resonancia al roce y vibraciones de los élitros, aunque dicho roce no se efectúe en la membrana misma; y es probable que el vivo movimiento dado por el insecto a estas nerviosidades frotándolas unas con otras produce cierta vibración en la placa y así aumenta el sonido que resulta del roce de los élitros.

En el género de los Criquetes, con el cual vamos a terminar la familia de los ortópteros saltadores, las hembras están desprovistas de taladro saliente; y los machos producen el sonido, mediante el roce alternativo de los muslos traseros con los élitros o con las alas. Tienen tres ojos lisos y distintos; el labro escotado; las mandíbulas muy dentadas, y las antenas insertas entre los ojos y aproximadas. Saltan mejor que las langostas, y su vuelo es más sostenido y alto. Aliméntanse de vegetales y son muy voraces.

El CRIQUETE GERMÁNICO (Acridium germanicum, OLIV.). Esta especie es muy común en las cercanías de París: tiene una pulgada de largo; el color pardo sembrado de pequeños espacios más claros y de manchas negras, en particular en los élitros; en el coselete se ve una arista; las alas son rojas y transparentes en su extremo, con una faja negra que nace en el ángulo interno del borde posterior, y sigue hasta algo más de la mitad, remontándose luego hacia el posterior, desde el cual se extiende para ir a la base.

El CRIQUETE AZULADO (Acridium caerulescens, FABR.). Es pardo, con el coselete rebotoso y una especie de quilla entrecortada; los élitros son grises y transparentes en su extremo, con manchas y fajas negruzcas; las alas azuladas y transparentes, lo mismo que los élitros, y presentan una ancha faja negra más allá de la parte media. Esta especie abunda tanto como la que antecede, de la cual solo se diferencia en el color de las alas.

El CRIQUETE ITÁLICO (Acridum italicum, OLIV.). Es igualmente muy común en los alrededores de París; es de color pardo, con manchas oscuras en los élitros, así como otras de matiz más claro: en el coselete se observa una especie de quilla pequeña; y tiene los bordes laterales y superior levantados, de color más claro y amarillento. La longitud de los élitros no es mucho mayor que la del abdomen; en cada uno se ve una línea pardo- amarillenta, a continuación de las dos laterales del coselete, y estas dos líneas se reúnen en el borde interno. Las alas son de color rosado, con el borde externo y el extremo más oscuros; los muslos traseros presentan rasgos y puntos negros; las piernas del mismo par trasero son de color de sangre. Los machos tienen el extremo del abdomen provisto de dos ganchos grandes y salientes. Esta especie se halla mezclada y confundida con el Criquete germánico, del cual se diferencia en el color sonrosado de las alas.

El CRIQUETE EMIGRANTE (Acridium migratorium, GEER.). Es una de las especies más notables bajo todos conceptos. Procede de la Europa oriental, donde llega a tener hasta 2 pulgadas y media; aunque en los alrededores de París es mucho más pequeña. Su color es verde o pardo, con manchas oscuras; las mandíbulas son negras; los élitros de un pardo claro, con pintas negras; las alas transparentes y amarillo-verduscas en su borde interno: en la cara superior del coselete elévase una especie de arista y en sus partes laterales se ve una mancha negruzca oblonga y situada debajo de los ojos; por último, las piernas traseras son coloradas. Los viajeros dan a esta especie el nombre de langosta de paso, y la menciona la sagrada Escritura como una de las siete plagas de Egipto. La fecundidad de estos criquetes es asombrosa; a veces se reúnen en infinito número, y viajan de este a oeste adelantando unas diez leguas por día. Cada vez que descansan el país donde se detienen queda devastado completamente. Anúnciase desde lejos su aproximación por el susurro sordo que producen sus alas; y poco a poco van llegando al modo de una densa nube que no deja paso a los rayos del sol, y se dejan caer encima de los árboles y plantas. En breves horas todo verdor ha desaparecido: tanta es su voracidad; son tan insaciables, que hasta roen la corteza de los árboles; y cuando emprenden otra vez el vuelo, aquella comarca que por la mañana ofrecía un aspecto risueño y lozano, se ha convertido en árido yermo. Con frecuencia les acontece también morir juntas en medio de su viaje; y entonces los cadáveres acumulados en los campos infestan el aire, y por consecuencia la comarca en que esto sucede tras el hambre sufre la peste resultante de dicha infección. Estas calamitosas invasiones son señales de una destrucción universal: devoradas ya las plantas y las cortezas de los árboles, invaden los graneros y consumen las cosechas; hasta que al fin, no hallando ya cosa alguna, se entran por las casas, y roen las ropas, gorros y en una palabra, cuantas sustancias vegetales pueden hallar. La Rusia, la Polonia, y la Hungría se ven a menudo visitadas por estos insectos devastadores; los cuales en 1749 se esparcieron casi por toda Europa, haciendo inauditos estragos; llegaron hasta Suecia, y atravesaron el mar Báltico. En 1615 invadieron la Francia desolando más de quince mil fanegas de trigo en los alrededores de Arles. Habían ya penetrado en los graneros y en las granjas, cuando llegaron a miles los pájaros y disminuyeron de un modo considerable la plaga de los insectos. Desde dicha época las columnas de Arles y Marsella gastan sumas cuantiosas para la destrucción de la langosta. El año siguiente a la invasión de que acabamos de hablar, la ciudad de Arles ofreció 25.000 francos para dar estímulo a esta caza tan útil; y lo mismo hizo la ciudad de Marsella. En la actualidad, según dice Solier, se pagan 5 sueldos de premio a cuantos presentan dos libras de estos insectos, y 10 sueldos por una cantidad de huevos de dicho peso. La exterminadora guerra declarada a los criquetes empieza en marzo, y a ella se entrega toda la población de los campos. Vase rozando el suelo con un gran lienzo basto, cuyas cuatro puntas o esquinazos se mantienen separados horizontalmente, de manera que estos insectos al huir saltan en el lienzo y quedan cogidos. También se recogen los huevos, los cuales se depositan en hoyos cilíndricos abiertos en la tierra: aunque esto último se aplica antes a las langostas propiamente dichas que a los criquetes. Un muchacho algo ejercitado y diestro en un día puede recoger de doce a catorce libras, en cada una de las cuales entran unos ochocientos huevos. Finalmente, entre los medios que emplean los naturales para destruir o arrojar del país unos animalejos tan dañinos, no debemos pasar un silencio uno que consistía en derramarse los hombres por los campos tocando trompetas y hasta disparando cañonazos. Afortunadamente para el hombre, tienen estos insectos muchísimos enemigos. Las lluvias frías, y los recios vientos causan la muerte 5 millones en breves instantes; ellos mismos entre sí se destruyen; los cerdos, las zorras, los lagartos y las aves consumen una cantidad de ellos inmensa; y en fin, hasta el hombre en ciertos países los come; así en los pueblos meridionales de Europa, en Berbería, en Arabia, y en casi toda el África miran este insecto como un buen manjar y se alimentan con él; lo tuestan, cuecen, o fríen; y acumulan grandes provisiones tanto para su propio uso, como para objeto de comercio. Quítanlos las alas y los élitros, y lo conservan en salmuera: el Acridium tiencola es el que así se prepara en el África. Los naturales del Senegal ponen a secar otra especie, de cuerpo amarillo y con manchas negras, lo pulverizan y emplean en calidad de harina. Úsanlo muchísimo también en África los hotentotes; de manera que la aparición de estos insectos, que para muchos pueblos es motivo de llanto, es para ellos causa de fiesta y de regocijo público. Los antiguos hacen mención de los etíopes acridífagos, que equivale a comedores de langostas, quienes no vivían de otro alimento. Hacían un hoyo en la tierra y amontonaban en él hojarasca, a la que pegaban fuego; al subir el humo por el ambiente hacía caer las langostas que pasaban por encima de aquel sitio. Sin embargo, dicen que esta especie de alimento los mantenía flacos y secos, causándoles una vejez prematura, y en este estado salíales del cuerpo una muchedumbre de gusanos alados que los devoraban (a lo que decían) causándoles la muerte en medio de los más atroces padecimientos. Pero a ese fabuloso relato debemos oponer el testimonio auténtico del viajero Spartmann, quien asegura por el contrario que las langostas son para los hotentotes un alimento agradable y sano, que les gusta mucho y les mantiene gordos y robustos.

Orden de los Neurópteros Los insectos de que se compone este orden tienen la conformación de la boca igual a la de los coleópteros y de los ortópteros; es decir, que son masticadores; sin embargo, difieren unos y otros en que tienen las alas superiores membranosas y transparentes, como también las inferiores, y cruzadas por una multitud de nervosidades que forman redecilla, cuyas mallas por lo regular tienen la figura cuadrada, pentágona o hexágona. La voz neurópteros, significa literalmente alas venosas, por lo mismo, en todo rigor no debiera designar los animalejos de que vamos a tratar, pues las abejas, las avispas, las moscas tienen también las alas transparentes y sembradas de nerviosidades: véase el inconveniente de emplear nombres sobrado significativos. Sin embargo, toda vez que se ha establecido esta denominación, debemos admitirla como indicante de unos insectos masticadores, con cuatro alas transparentes, sembradas de venas formando red, insectos cuyo abdomen es sesil; es decir, aplicado a la base del coselete sin ninguna especie de pedículo. Se ha dividido este orden en tres familias: Subulicornios, Plenipenas y Plicipenas.

Familia de los Subulicornios Los neurópteros de esta familia tienen las antenas en forma de lezna (y esto significa la voz latina subulicornios), de longitud igual a la de la cabeza, compuestas a lo más de siete artículos, el último de los cuales tiene la figura de tierra las mandíbulas y las maxilas se hallan cubiertas por el labro y por el labio; los ojos se componen de facetas o carillas, y son bastante grandes; vense a más otros dos o tres ojos lisos, situados entre los precedentes. La larva y la ninfa pasan su vida en medio de las aguas, donde se alimentan de animales vivos; y de ellas sale la ninfa para llegar a su estado perfecto: esta familia comprende los dos grandes géneros, Libélula y Efímera.

Las Libélulas tienen mandíbulas y maxilas córneas; los tarsos compuestos de tres artículos; las cuatro alas iguales, y el extremo del abdomen terminado en garfios y compuesto de láminas. Vulgarmente llaman a estos insectos señoritas y caballos del Diablo, sin duda por su talle esbelto, sus varios colores, y transparentes y vaporosas alas; o acaso también por sus elegantes movimientos, inconstantes y caprichosos giros, que tan bien expresa el nombre libélula que le dio Linneo; y también pudiera ser por sus hábitos que crueles ocultos bajo agraciadas apariencias y una organización agradable. Las libélulas tienen la cabeza voluminosa, redondeada o en forma triangular: dos grandes ojos laterales; tres ojos lisos situados en la parte superior de la cabeza; el labro semicircular y combado, las mandíbulas escamosas, recias y dentadas; las maxilas terminadas por una pieza escamosa, espinosa y llena de pelos en su interior, con un palpo compuesto de un solo artículo, el cual imita la galea de los ortópteros; el labio grande y abovedado, con tres laminillas, de las cuales las de los lados son palpos, y cubren la boca al modo de una mascarilla; el coselete es grueso y redondeado, y el abdomen largo en figura de espada o de varilla.

La LIBÉLULA COMPLANADA (Libellula depressa, LIN.). Llámanla vulgarmente Eleonor, y se encuentra en toda Europa. La hembra es de color pardo, algo amarillento; su cuerpo es algo diáfano y velludo; los ojos, muy gruesos y pardos, casi se tocan hacia la parte superior de la cabeza, y delante de este punto de reunión se ven los tres ojuelos lisos; el coselete es ancho, pardo-negruzco y velludo, con dos placas amarillas y algo verduscas, una a cada lado; las patas son negras y espinosas el abdomen ancho, corto y complanado, compuesto de nueve segmentos, negro superiormente, y amarillo en su cara inferior; las alas, que son diáfanas y claras, tienen en la punta una mancha oblonga negra, colocada en el extremo del borde interno, y en la raíz se ve otra mancha grande amarillo-parduzca. El macho tiene unas proporciones más prolongadas, la cara superior del abdomen negruzca, con un polvillo ceniciento azulado; la raíz de las alas en este carece de mancha: es la Silvia de Geoffroy; la Filinta del mismo autor, es una variedad hembra de esta misma especie, cuyo abdomen superiormente es ceniciento azulado. Estas señoritas se encuentran en los prados y a orillas de los ríos, y tienen el vuelo sumamente liviano.

La LIBÉLULA DE CUATRO MANCHAS (Libellula quadrimaculata, LIN.). Geoffroy la llama FRANCISCA. Es bastante rara en las cercanías de París; tiene 19 líneas de longitud; la cabeza parda, y la parte anterior por encima de las maxilas de un amarillo verduzco; el coselete pardo y velludo superiormente; el abdomen ancho en su parte superior y va adelgazándose hacia su extremo; es pardo y algo velludo en los lados; las cuatro alas son amarillas en la base y a lo largo de una parte del borde externo; las inferiores tienen, a más, debajo de dicho color amarillo, una mancha pardo negruzca. Pero lo que hace fácil de distinguir de las demás esta especie, es que tiene dos manchas negruzcas en el borde externo de cada ala; una hacia el extremo, y otra hacia la parte media, la que en este punto presenta una estrechez.

La VICTORIA DE GEOFF (Libellula flaveola, LIN.) Es una de las especies más comunes en nuestros campos; tiene 15 líneas de longitud; el cuerpo oliváceo pardo, con los lados inferiores del coselete amarillos; las alas superiores amarillean tan solo en su nacimiento, y tienen una mancha amarilla en la parte media del borde externo; las inferiores están teñidas a mayor distancia; el abdomen es casi cilíndrico, y tiene una línea negruzca a cada lado.

La JULIA DE GEOFF (Libellula grandis, LIN.). Es la especie que presenta mayores dimensiones de cuantas vemos al rededor de París. Tiene 2 pulgadas y media de largo; los ojos pardos y muy gruesos, reunidos en la parte superior de la cabeza; y sembrados con frecuencia de puntos en relieve y relucientes; el coselete es leonado, con dos fajas oblicuas de color de limón en cada lado; el abdomen es largo, cilíndrico y leonado oscuro, con manchas verde-amarillentas a los lados.

La CAROLINA DE GEOFF (Libellula forcipata, LIN.). Es una de las señoritas más elegantes: su longitud es de unas 2 pulgadas; la cabeza amarilla con rayas transversales negras; los ojos gruesos y pardos; el coselete de un amarillo que tira a verde, con tres rayas negras a cada lado, las cuales descienden oblicuamente hacia la parte anterior, y dos líneas negras más cortas y anchas que ocupan la parte anterior; las alas son transparentes, y en la base a veces amarillean algún tanto: cada una lleva en el extremo una mancha de color pardo-claro; el abdomen es cilíndrico, termina en tres garfios, y es de color pardo con una faja verdusca interrumpida en la cara superior.

Todas las señoritas de que acabamos de hablar tienen las alas, en el estado de reposo, extendidas horizontalmente. Hay otras, aún más hermosas que las que anteceden, que las reúnen verticalmente al permanecer paradas en las plantas acuáticas. Tienen la cabeza más ancha que larga, y los ojos apartados. Háseles llamado Agriones. Vamos a citar las dos especies más comunes.

La virgen.

La LIBÉLULA VIRGEN (Libellula virgo, LIN.). Tiene las alas coloridas, y varía muchísimo tanto por los matices de estas, como por los del cuerpo. Una de estas variedades es la Luisa de Geoffroy, verde-azulada y reluciente, con las alas azules en el centro y sin manchas en los bordes. Otra se denomina Ulrica, y es de un verde sedeño; con las alas azuladas, y un punto blanco y oblongo hacia el extremo del borde externo.

La DONCELLITA (Libellula puella, LIN.). Tiene las alas transparentes pero sin color particular. En las cercanías de París se conocen tres variedades: la Amelia, que alternando es azul o cenicienta, y lleva un punto negro en las alas; la Dorotea, verde-azulada inferiormente, y parda en su cara superior, con listas pardas y azuladas alternativamente puestas en el coselete, y un punto negro en las alas; y la Sofía, de un verde-encarnado claro, tres listas negras longitudinales en el coselete, y un punto pardo en las alas.

Todas las libélulas de que acabamos de hacer mención tienen sus hábitos semejantes; todas frecuentan las orillas de las aguas, y hacen una guerra cruel a las moscas y mariposas, a las cuales persiguen al modo de las golondrinas. Vémoslas a menudo con un insecto cogido entre sus maxilas, volando ligeras con la presa. Pero lo más interesante que ofrecen es la fisiología de sus ninfas, que fácilmente podemos estudiar. Estas solamente difieren de las larvas en las vainas de las alas que llevan a la espalda, y que se desarrollan en su última metamorfosis. La mayor parte de estas ninfas son de un color verde-parduzco, aunque a veces manchado por el barro que se les ha pegado. Todas constan de cabeza, cuello, y coselete que sostiene seis patas. Las ninfas de las libélulas tienen las alas horizontales, y pueden fácilmente observarse en el instante de inspirar o de expirar el agua, de que sacan el aire que necesitan. En la extremidad del cuerpo tienen una abertura que da entrada al agua y por la misma es luego arrojada. Rodean a dicha abertura cinco piezas, las cuales forman una especie de cola piramidal, y las separan o aproximan a su arbitrio, cuando quieren absorber o arrojar el agua. Cuando la ninfa desea respirar, abre las laminitas que forman la pirámide hueca en que termina la cola: estas láminas triangulares son además, según los casos, armas ofensivas y defensivas. Si cogernos entre los dedos una ninfa de libélula, verémosla encorvar alternativamente el cuerpo hacia uno u otro dedo, con designio de cogerlos entre las laminitas de la cola y si puede conseguirlo, sentimos una impresión que llega a causarnos dolor.

Cuando el animal tiene separadas las láminas de que tratamos, puede verse en medio de las mismas una abertura redonda, de línea y media de circunferencia, de la que a ratos salen chorritos de agua, que acaso llegan a 3 pulgadas de distancia. Mientras las mantenemos cogidas con los dedos y fuera del agua, podemos observar el juego propio de las diversas partes que sirven para la respiración del aire. El agujero de que acabamos de hablar, se ve tapado por tres valvulillas carnosas y verduscas; pero el reborde que forman se ensancha y permite ver en el interior del cuerpo de la ninfa. Los cinco últimos anillos o segmentos se hallan vacíos, al paso que, a no haber mantenido al animal en seco, estarían llenos de agua. Para asegurarnos de esto, bastará echar algunas gotas encima de la cola teniendo el cuerpo y cabeza de la ninfa hacia abajo, en el instante en que las láminas escamosas se hallen separadas, y aproximadas las tres válvulas carnosas; y apenas habrán caído dichas gotas, se levantarán las válvulas dejando una abertura por la cual pueda el agua penetrar más adelante. Entonces veremos abultarse el vientre que era plano y hundido; y si en el instante de introducirse el agua miramos el al trasluz el cuerpo, que es algo transparente, se verá una especie de tapón que se aleja de la cola para dirigirse hacia el coselete; y en el mismo instante la capacidad de los cinco últimos anillos abdominales aparecerá como vacía; hasta que un instante después se ve dicho tapón dirigirse otra vez hacia la cola y salir al mismo tiempo un chorrito de agua: es una verdadera máquina con émbolo esta que vemos operar de un modo admirable. Si con unas tijeras bien cortantes incidimos longitudinalmente el abdomen en el instante en que el émbolo vuelve otra vez hacia los últimos anillos; en ese tapón que nos pareció un simple émbolo, vamos a hallar una organización maravillosa: compónese de un conjunto de tráqueas, que en incalculable número nacen de cuatro troncos principales dispuestos a lo largo a pares laterales, y cuyas últimas ramificaciones desembocan unas en otras; mediante estos tubos se efectúa la respiración del animal. En el punto en que la masa se contrae, el agua penetra en el interior del cuerpo; y cuando se dilata, comprimiendo al agua la obliga a soltar el aire que tiene en disolución y a penetrar en las tráqueas.

La mayor parte de las ninfas deben vivir diez u once meses debajo del agua antes de hallarse en disposición de pasar al estado de señoritas. Las libélulas de cuerpo aplastado, sufren esta última transformación la por el mes de mayo. Sin dificultad podemos satisfacer el gusto de presenciar esta metamorfosis. Dirijámonos en dicha época a las orillas de un pantano o estanque; o hagamos que alguien nos las recoja y eche en la fuente de nuestro jardín; o en fin coloquémoslas simplemente en un barreño o cubeta llena de agua; y al llegar el día señalado veremos aparecer más distintas las vainas que encierran a las alas; y al insecto acuático cómo se dispone a convertirse en aéreo, saliendo del agua y permaneciendo por algún espacio en la orilla para tener tiempo de secarse del todo. En seguida echa a andar en busca de un sitio cómodo para efectuar sus operaciones. Tras de algunos paseos trepará a alguna planta cercana, manteniéndose fuertemente agarrado a su tallo, o a una de las hojas por medio de los recios ganchos en que terminan sus pies: siempre toma su posición con la cabeza hacia arriba. Esta posición le es necesaria, por cuanto su operación no termina muy pronto; sin embargo, viéndola empezar, nuestra curiosidad plácidamente satisfecha no permite que la dejemos sin estar terminada. Hasta el aguardar no carece de atractivo; pues, como dice justamente Reaumur, que nos ha transmitido estas interesantes observaciones; podemos leer en los ojos de la ninfa si falta mucho para llegar el instante de metamorfosearse; dichos ojos, media hora antes del suceso, de mustios y opacos, pasan a ser brillantes y transparentes. Semejante brillo no pertenece a las córneas de la ninfa, sino a las de la señorita que se hallan contiguas e inmediatas debajo de aquellas, y han adquirido todo el brillo que deberán conservar en lo sucesivo. Al principio la ninfa cogida a la planta se mantiene quieta, pues los primeros movimientos que preparan su transformación se efectúan en el interior del insecto; y el primer resultado visible es el rasguño de la parte de vaina que cubre el coselete, por cuya abertura se divisa una porción del de la señorita, el cual no tarda en subirse por encima de los bordes de la rasgadura; luego se hincha y hace las veces de una cuña que ensancha dicha abertura, la cual llega hasta el extremo anterior del coselete; por último, se alarga hasta el cuello, y por grados, en fin, hasta la parte superior de la cabeza a la altura de les ojos. Aquí se verifica otra incisión o rasgadura en dirección transversa, desde la una córnea a la otra, las cuales no tardan en separar. Para que se efectúe esta rasgadura transversa o crucial en el cráneo, el insecto hincha la cabeza, que es todavía blanda y elástica, aunque no tarda en adquirir una consistencia dura y escamosa. Entretanto se eleva más y más el coselete; y cuando dicha hendidura crucial, cuyos extremos están en las córneas, ha llegado a su término, la cabeza del insecto se halla ya en estado de desprenderse, entonces poco a poco va tirándose hacia atrás y sale de su envoltorio.

Libélula complanada.

Una vez han salido la cabeza y el coselete, no tardan en seguirles las patas, y en parte salen de sus estuches, que son esas piernas que la ninfa engancha con tal fuerza en la hoja o en el tallo de la planta; para acabar de desembarazar las demás partes propias del insecto perfecto, se ranversa este hacia atrás. En tanto que salen las piernas del envoltorio, podemos observar en este, de cada lado, dos cordones blancos, adheridos cada uno por su extremo a la parte del involucro que estuvo destinada a cubrir el coselete: y estos cordones, los cuatro troncos principales de las tráqueas por cuyo medio respiraba la ninfa en el agua, no pudiendo ser de utilidad alguna al insecto en su nuevo estado, salen de su interior por los cuatro estigmas de su coselete. Luego, tanto para acabar de extraer del cuerpo dichas tráqueas inútiles, como para desembarazar completamente sus piernas, se ranversa el insecto más y más hacia atrás, hasta situarse con la cabeza colgante hacia abajo, en cuyo caso únicamente le sostienen los últimos anillos que quedan dentro del envoltorio, que formando una especie de garfio impiden su caída. Entonces el insecto dobla y desdobla en diversos sentidos sus piernas, como si tratase de probar el movimiento de sus articulaciones; y en seguida se detiene permaneciendo del todo inmóvil; de modo que pudiéramos creer que está muerto o moribundo. Sin embargo, al cabo de veinte o treinta minutos, habiendo las patas, antes muy blandas, adquirido alguna consistencia, hace un movimiento inesperado: de repente cambia la corvadura en que tiene el cuerpo; y la espalda, que en la situación inversa del insecto formaba la cara cóncava, pasa de repente a ser convexa; levántase la cabeza, y las piernas se colocan encima de la abertura del envoltorio y se agarran a ella; y doblándose más y más la señorita, acaba de desprender el extremo del abdomen. Por último la señorita ha nacido, pero no se halla aún en disposición de emprender el vuelo, puesto que las alas aún no han adquirido el necesario desarrollo; ni se han abierto los tubos aéreos que se ramifican en su espesor: entonces las alas son gruesas, cortas y replegadas, lo mismo que una hoja antes de abrirse o distenderse; con todo, su incremento tiene lugar con tal prontitud, que llega a ser visible. El insecto tuvo buen cuidado de situarse de manera que no le incomodase el roce de ningún cuerpo; pues para él importa muchísimo que las alas no adquieran ningún mal pliegue, el cual después conservarían para siempre; circunstancia que al parecer conoce el animalito. En efecto, no solo pone las alas de modo que ni mutuamente se toquen, sino que temiendo se desgarren al ponerse en contacto con el cuerpo, encorva el abdomen, haciendo más y más cóncava la cara que corresponde al punto donde nacen las alas, a medida que estas se desenvuelven.

Después de haber crecido las alas, el cuerpo acaba de prolongarse y se desencajan los anillos o segmentos que lo forman. Concluido el desenvolvimiento del insecto, y antes de emprender el vuelo, media un brevísimo instante, que sin embargo podemos apreciar, y es aquel en que el animalito llena de aire su cuerpo; el cual se hincha como un globo para extender todas las membranas de sus tegumentos exteriores y apresurar su desecación; circunstancia muy favorable para estudiar las partes internas del insecto, cuyo cuerpo es entonces diáfano como el cristal; entonces distinguimos perfectamente las tráqueas y sus ramificaciones, y las hermosas bolsas en que estas terminan. Queriendo Reaumur observar con detenimiento y a su sabor esta maravillosa disposición, aprovechó el instante en que uno de estos animales tenía el cuerpo hinchado en los términos expuestos, y le pasó dos lazos con una seda, uno en el extremo del abdomen, y otro debajo del coselete; y por este medio quedó el cuerpo hinchado indefinidamente.

Para terminar cuanto pertenece al tránsito de las libélulas del estado de ninfas al de señoritas, señalaremos una circunstancia particular, que nos dispondrá para estudiar otros cambios no menos admirables que deberemos observar en la boca de los lepidópteros en el estado de oruga y en el de mariposa. La pieza que en la ninfa de la libélula hace las veces de labio inferior, es una especie de mascarilla que cubre las mandíbulas, las maxilas, y casi toda la parte inferior de la cabeza, compónese de una pieza principal triangular llamada mentonera o baberol, la que se articula por charnela con un pedículo o mango anexo a la cabeza, y llamado mentón; a los dos ángulos laterales de la mentonera, entre esta y los ojos, vense otras dos piezas móviles en dirección transversal, y cierran la boca lo mismo que dos postigos, los cuales la ninfa mueve con mucha prontitud; con sus bordes dentados, sírvenle dichas piezas para coger la presa y despedazarla. Cuando pasa al estado de insecto perfecto, los postigos y la mentonera no sirven de vaina a ningún órgano; tan solo el pedículo o mentón (que es la parte posterior de la máscara cuando miramos la cabeza de frente) sirve de estuche al labio inferior de la señorita. Pero lo más digno de notar, y que puede verse fácilmente estudiando la cabeza de una ninfa antes de que se abra, es que dicho labio de la señorita, que ha de ser corto, denso y convexo, es delgado, largo y plano, a fin de alojarse en el mentón, el cual sobre ella se amolda. Si la hacemos salir de dicho mentón va, sin más que el resorte de sus fibras, a tomar la figura que debe tener en el insecto perfecto; si la estiramos, cuando cesa la tirantez, recobra la prolongación que tenía en el estuche, y si se la deja libre, reaparecerá en forma de un verdadero labio de señorita.

Mascarilla de una ninfa de libélula.

Nos hemos extendido en estos pormenores anatómicos, puesto que sin ellos quedaría incompleta la historia de los insectos; y a más porque son fáciles de estudiar con la simple vista o con el auxilio de la más sencilla lente, y en fin porque los animales de quienes se trata se encuentran en todas partes. Por lo demás la aridez de estas explicaciones es solo aparente, puesto que cuando ha puesto en práctica uno mismo una siquiera de las observaciones mencionadas, es por demás cualquiera precaución oratoria a fin de que no desmaye la atención; entonces la curiosidad sube de punto, y no está satisfecha mientras queda alguna cosa que observar, y se notan infinitas particularidades de que no hablan los libros; de modo que el observador se pone en el caso de comunicar su instrucción y sus datos a los demás.

El género de las Efímeras, que junto con él de las libélulas componen la familia de los neurópteros subulicornios, tienen por caracteres una boca enteramente membranosa, o muy blanda, y compuesta de partes poco distintas; tarsos de cinco artículos; las alas inferiores mucho más pequeñas que las superiores, y hasta alguna vez nulas; y por último, el abdomen termina en dos o tres cerdas largas y articuladas. Las Efímeras, así llamadas a causa de la breve duración de su existencia en estado de insecto perfecto, tienen el cuerpo blando, largo y agudo; las antenas diminutas y compuestas de tres artículos, y el último de estos muy largo, delgado y cónico; las alas se elevan perpendicularmente, o bien algo inclinadas hacia atrás; los pies son delgados y las piernas cortísimas, confundidas con el tarso, que a menudo solo presenta cuatro artículos, pues el primero casi desaparece; los dos garfios del último son muy comprimidos y en forma de paletillas; los dos pies delanteros son mucho más largos que los demás, insertos casi junto a la cabeza, y dirigidos hacia delante. Las efímeras han suministrado interesantísimas observaciones a varios naturalistas, y en particular a Swammerdam, médico holandés y uno de los padres de la entomología. Regularmente aparecen estos insectos en las inmediaciones de las aguas al ponerse el sol, a fines del verano, o principios de otoño, y al cabo de pocas horas de nacidos se les ve caer y morir; durante este espacio ni siquiera toman alimento; revolotean reunidos en enjambres por el aire, manteniendo apartados los filamentos de la cola y columpiándose cual si ensayasen una especie de baile. Luego después la hembra pone sus huevos en el agua, reunidos en un paquetito; cae en el suelo, y muere. Años hay en que las efímeras son tan numerosas, que sus cuerpos cubren la tierra, y en ciertas comarcas las recogen con carretoncillos y las emplean para abonar los campos. Hasta en París se han visto estos insectos formando a orillas del Sena torbellinos tan densos, que llegaban a oscurecer el aire. Refiere Geoffroy que un viento tempestuoso arrojó numerosos enjambres hacia el centro de París, lo que causó grande inquietud en los habitantes. Las que caen en el agua son un regalo para los peces, así es que los pescadores conocen perfectamente la época en que caen estos insectos, que ellos llaman el maná de los peces.

Con razón pues se les ha dado el nombre de efímeras: con todo, algunas hay que viven un día entero; puede el lector acordarse de aquella ingeniosa ficción de los antiguos, quienes nos representan numerosas generaciones nacidas al caer el día a orillas del Tanaide, estrechándose a la sombra de una grama secular, al rededor de un venerable anciano nacido aquella mañana, quien les refiere los acontecimientos de su larga vida. Ese Néstor de los insectos se lastima de lo presente y alaba el tiempo pasado. En su juventud vio brillar el sol en el horizonte opuesto; a medida que adelantaba en edad, subió el astro hacia la bóveda celeste, y abrasó la tierra con sus rayos; hoy empero el sol declina hacia el horizonte; su disco ha perdido el color y el brillo; y aquel anciano prevé con amargura que su posteridad estará condenada a vivir sumergida en eternas tinieblas.

Pero si en lugar de admirarnos de una tan breve existencia, hacemos entrar en consideración el tiempo que ha vivido el animal en estado de larva y de ninfa, hallaremos que el nombre efímero solo es aplicable al insecto en su estado de perfección; y que la vida del individuo considerada en su conjunto es más duradera que la de otros muchísimos insectos, puesto que ha vivido tres años. Las larvas son acuáticas, y permanecen ocultas, a lo menos durante el día, en el cieno o bajo de las piedras, y a veces también en agujeros horizontales, divididos en su interior en dos canales reunidos, cada una con su abertura propia. Estas habitaciones se han abierto siempre en tierra arcillosa, bañada por el agua que ocupa sus cavidades, y hasta se cree que las larvas se alimentan con esta tierra.

Aunque guardan alguna semejanza con el insecto perfecto, se diferencian no obstante bajo muchos aspectos: sus antenas son más largas; fáltanles los ojos lisos; la boca presenta dos prolongaciones en forma de cuernos, que se han mirado como mandíbulas; en cada lado del abdomen, hay una serie de laminillas, regularmente reunidas a pares en sus bases, y constituyen una especie de falsas branquias, en las cuales se ramifican las tráqueas, sirviéndoles no solo para la respiración, sino también para nadar y ejecutar con facilidad sus movimientos. Los tarsos no tienen más que un garfio en su extremo; la parte posterior del cuerpo termina en el mismo número de cerdas que en el animal perfecto. La ninfa solo difiere de la larva por la presencia de las vainas que contienen las alas. En el instante en que el animal debe metamorfosearse, elévase a la superficie del agua y se desembaraza de los despojos de larva; en seguida la ninfa se dirige a la orilla, y se coloca en algún sitio seco, donde aguarda que se rasgue su piel para salirse al aire. Después de esta muda puede hacer uso de las alas, al punto va a colocarse en una pared o en un árbol; pero por una extraña excepción, después de haber experimentado esta metamorfosis, muda segunda vez la piel antes de llegar a ser del todo adulta. Durante esta última operación, engancha sus patas en un punto sólido, se coloca en posición vertical con la cabeza hacia arriba, en cuya posición permanece cosa de una hora, para luego despojarse de la película que cubre todas sus partes. Tras de esta última muda, las alas, de blandas y tiernas que eran, se vuelven barnizadas y frangibles. A menudo hallamos los últimos despojos de estos insectos en los cristales de las ventanas, en los árboles y en las paredes; y aún a veces el animal los deja pegados a los vestidos de las personas que se pasean por cerca de los lugares donde vive. Desde que las hembras llegan a ser adultas, se ocupan inmediatamente en la puesta; y aunque debieran poner los huevos en el agua, la mayor parte los sueltan y dejan caer allí donde les viene la necesidad; aunque por otra parte hay pocos insectos que pongan los huevos en tanto número y con tal prontitud. Estos huevos se hallan acumulados en dos racimos, habiendo de estos que tienen tres líneas de longitud, y cada uno consta de 300 a 400 huevos. Tenemos pues que una sola efímera pone de 700 a 800 huevos en un instante, pues salen juntos dos racimos a un mismo tiempo. Cuando siente la necesidad de hacer la puesta, levanta el extremo del abdomen, de modo que casi llega a formar ángulo recto con el cuerpo, y sale el producto por dos aberturas existentes entre el séptimo anillo y el octavo. Las que hacen la puesta en el agua apoyan los filamentos de su cola en la superficie del líquido, y los huevos al instante caen al fondo del líquido, donde luego se separan unos de otros. Ignórase el tiempo que tardan en salir de ellos las larvas. El género efímeras abunda en especies, y la mayor parte son europeas: citaremos algunas muy fáciles de conocer.

La EFÍMERA VESPERTINA (Ephemera vespertina, LIN.). Es una de las más diminutas, puesto que su longitud no excede de una línea; su color es negro; las alas transparentes, a excepción del borde externo que es negruzco; las antenas, y los filamentos de la cola son muy largos, tres veces más que el cuerpo.

La EFÍMERA COMÚN (Ephemera vulgata, LIN.). Tiene cuatro alas; tres filamentos tan largos como el cuerpo en el extremo del abdomen; el color pardo; el vientre amarillo oscuro, con manchas triangulares negras; las alas con puntas pardas, lo mismo que las patas, cuyo fondo es descolorido. La longitud de este insecto es de 8 a 9 líneas.

La EFÍMERA AMARILLA (Ephemera lutea, LIN.). No abunda menos que la precedente; es más pequeña, de color amarillo, con los ojos negros, cuyo color negro se nota algo en los extremos de los anillos abdominales: las cuatro alas son transparentes, blancas con nervosidades algo oscuras; los tres filamentos de la cola, que casi son tan largos como el cuerpo, se ven vistosamente abigarrados de amarillo y de negro.

La EFÍMERA DE SWAMMERDAM (Ephemera longicauda, OLIV.). Encuéntrase en los principales ríos de Holanda y de Alemania, siendo la mayor de cuantas especies conocemos. Su longitud es de 2 pulgadas, tiene cuatro alas; solo dos filamentos por cola, tres veces más largos que el cuerpo, el cual es amarillo, rojizo, con la parte superior del abdomen oscura; las alas blanquizcas, con nervosidades oscuras y en relieve; por último, los ojos y la frente negros.

La EFÍMERA DE ALAS BLANCAS (Ephemera albipennis, FABR.). Tiene la cabeza y coselete negros, el abdomen descolorido, excepto en un extremo que es pardo; las alas blancas y sin manchas, las patas blanquizcas, con las articulaciones negras; y los filamentos que forman la cola también negros, y son en número de dos solamente. Estos insectos son aquellos que, muriendo de repente en el aire y cubriendo con sus cuerpos las orillas del Sena, han causado a los ojos de los parisienses el efecto de una nevada.

La EFÍMERA DÍPTERA (Ephemera diptera, LIN.). Distínguese de las demás especies en que solo tiene dos alas; presentando simples vestigios de las inferiores. Es de color gris subido, con manchas rojo-oscuras en el abdomen; las alas transparentes tienen el borde externo con manchitas cenicientas; las patas son algo verduscas, y los filamentos presentan puntos negros. El macho tiene cuatro ojos; dos de ellos más gruesos y situados verticalmente como dos colunas.

Familia de las Plenipenas Comprende esta familia aquellos neurópteros, cuyas antenas son muchísimo más largas que la cabeza, y constan de gran número de artículos, sin que presenten la figura de lezna o de estilete; tienen además muy distintas las mandíbulas, y las alas inferiores casi iguales a las superiores. Compónese de cinco géneros principales, que son las Panorpas, la Hormiga- leones, u Hormigones; los Hemerobios, las Termites y las Perlas.

En el gran género Panorpa existen cinco artículos en los tarsos; la parte anterior de la cabeza se estrecha en forma de pico o de trompa; las antenas son sentadas e insertas entre los ojos; el capucho se prolonga en una lámina córnea, de figura cónica, y abovedada inferiormente a fin de cubrir la boca; las mandíbulas, maxilas y labio, son casi lineares; el cuerpo largo; el primer anillo del coselete muy pequeño y en forma de collar, y el abdomen cónico, o casi cilíndrico.

La PANORPA COMÚN (Panorpa communis, LIN.). Geoffroy la denomina mosca- escorpión. Esta especie se encuentra a menudo en los setos, matorrales y bosques de toda Europa. El macho tiene el abdomen terminado en una cola, a semejanza del escorpión, la cual acaba en unas pinzas, y sirve al insecto de defensa; pero no causa mal alguno. El abdomen de las hembras termina en punta. Esta especie tiene de 7 a 8 líneas de largo; el cuerpo pardo-negruzco, amarillo en los costados y con algunas manchas del mismo matiz en su cata superior. Las antenas consisten en unos filamentos delgados casi de igual longitud a la del cuerpo, negras, y compuestas de anillitos en número de unos 36; la cabeza es negra, con los tres ojitos lisos superiormente, y en la parte anterior de la misma vese una trompa larga, dura, cilíndrica, parda, en cuyo extremo hay los cuatro palpos, dos largos y los dos restantes más cortos. La cola, que está formada por los tres últimos anillos del vientre, es de color castaño; y el segmento que precede a los dos garfios es más grueso y casi redondo; las alas son tan largas como el cuerpo, diáfanas, y con nervosidades y manchas pardas. Encontramos a este insecto volitando por los prados; con todo, son poco conocidos sus hábitos; y ni aún se han observado sus metamorfosis.

En cuanto a las especies que constituyen el género de los hormigones, u hormiga-leones, los hábitos y particularidades concernientes a las larvas son fáciles de estudiar. El insecto en estado de perfección, se diferencia de las panorpas en que no presenta la cabeza prolongada en forma de pico o de trompa; las antenas van engrosando hacia su extremo, y terminan en un abultamiento complanado y ganchoso; el abdomen es largo y la cabeza vertical, no contiene más que los ojos redondos y prominentes; la boca se halla provista de seis palpos. El hormigón en estado perfecto vuela poco, y se le encuentra rara vez, pues de día se mantiene adherido a los árboles y otras plantas, obrando y agitándose solamente por la noche. La ninfa permanece en inacción; pero la larva a fin de procurarse el sustento emplea ciertas maniobras que han hecho célebre la especie, y de ellas vamos a decir algo.

El HORMIGÓN COMÚN (Myrmeleon formicarium, LIN.). Tiene cosa de 1 pulgada de largo; es ceniciento-negruzco, con algunas manchas rojizas en el coselete y borde posterior de los anillos abdominales; las alas presentan nervosidades pardo-negruzcas, con algunas manchas de ese mismo color. La hembra, a quien la Providencia ha dado la previsión de los medios que ha de necesitar su posteridad, pone siempre los huevos con exposición al mediodía, en la arena fina, debajo de arquitos formados ya por alguna eminencia de una roca, de una pared, o de una raíz o pie de un árbol. Pronto veremos el objeto a que se dirigen todas estas condiciones. Nace del huevo una larva con seis patas; el cuerpo compuesto de un abdomen muy voluminoso, de un coselete estrecho, con la cabeza muy complanada, armada de dos largas mandíbulas en figura de cuernos, dentadas en el lado interno y puntiagudas.

Para comprender bien la admirable organización que vamos a exponer, es necesario poseer alguno de estos singulares insectos. Para ello podemos ir a recogerlos en los bosques de terreno arenoso, buscándolos a lo largo de los hoyos o zanjas expuestos al mediodía; y con algún cuidado y perseverancia observaremos ciertos huecos pequeños y de forma cónica, desde una a tres pulgadas de diámetro, y de una a dos pulgadas de profundidad; en el fondo, pues, de cada uno de estos hoyitos o especies de embudos, encontraremos una de las larvas que necesitamos. Métanse con presteza los dedos en la arena, de modo que pasen por debajo de la cúspide de dicho cono, y en el puñado de arena que saquemos estará el insecto. De este modo cogeremos algunos para poder examinar mejor así sus hábitos; y hagamos al mismo tiempo provisión de arena con que llenar las cajitas que deberán habitar nuestros cautivos. Examinemos uno de ellos teniéndolo en la mano. Veremos su cuerpo grisáceo; es decir, del mismo color que el terreno en que vive el insecto; pero este color resulta de la combinación del amarillento y del rojizo, que constituyen el fondo, con algo de negro, distribuido por su cuerpo en forma de manchas. Con el auxilio de una simple lente, veremos estas manchas dispuestas por líneas; y además, distinguiremos unos pelillos cortos del mismo color, dispersos por el cuerpo, con otros más largos formando matas dispuestas igualmente en filas como las manchas. Con una lente algo convexa o de bastante aumento, veremos debajo de cada una de las matas o copos de la primera fila (excepto en las de los dos primeros anillos) un tubérculo redondo al parecer escamoso, que se considera como un estigma destinado a la respiración. El coselete es corto, y separado de la cabeza mediante un cuello capaz de prolongarse y encogerse considerablemente, y de ejecutar toda especie de movimientos. El abdomen se compone de anillos, con cordones salientes, dotados de la mayor sensibilidad; la cabeza es complanada y escotada en forma de corazón en su parte anterior: en este sitio debiera estar situada la boca; y sin embargo, no se encuentra ninguna abertura. No obstante, el insecto en lugar de una boca situada como en los demás, está provisto de dos, colocadas de una manera enteramente particular. Junto a cada extremo de la parte anterior de la cabeza nace un cuerno, y estos, que son las partes más notables del insecto, tienen 1 línea y media de largo, son muy móviles, y pueden alejarse rápidamente uno de otro para juntarse de nuevo, y hasta erizarse: aseméjanse a las mandíbulas de la lucana ciervo volante, de la que ya hemos tratado; pero además del uso que tienen de coger y retener, poseen otro mucho más admirable: son unos verdaderos chupadores destinados a absorber los jugos de la presa.

Conocida la organización de este insecto, vamos a estudiar sus hábitos. Coloquémosle en una ventana con exposición al mediodía, lo mismo que se hallaba en su antigua morada; y que la arena en que esté metido llene una cajita o receptáculo de bastante anchura, y de tres o cuatro pulgadas de profundidad; y luego observemos sus operaciones. Primeramente le veremos trazar en la arena, y caminando hacia atrás un sendero, ya en línea recta ya anguloso. Este sendero viene a ser una especie de foso pequeño, profundo de 1 ó 2 líneas, y de anchura igual al grosor del cuerpo del insecto. Los pasos retrógrados que da quedan señalados por otras tantas estrías que atraviesan el foso que va formando. No camina para esto con los pies; sino que doblando hacia abajo el extremo móvil del abdomen, este arrastra también para atrás al cuerpo; y de ello podremos cerciorarnos como tengamos decisión para cortar las seis patas a la larva; en cuyo caso el animalillo caminará bien, aunque con menos comodidad que antes de la mutilación. Veremos que cuando camina lleva el cuerpo casi del todo oculto bajo de la arena, no presentando por lo regular a la vista del observador más que el coselete y la cabeza; y aun esta, que a cada paso se encuentra en el sitio que acaba de desocupar el abdomen, se cubre también de arena. Entonces el insecto, a quien esto último no conviene, pues necesita ver al rededor de sí, levanta de repente la cabeza hacia atrás, y como esta es ancha y achatada, echa lejos la arena que la cubría. Cuando la carrera retrógrada es tan larga como le conviene, se hunde enteramente debajo de la arena a fin de tomar reposo, y prepararse para la construcción de un cono hueco, o embudo, semejante al que ocultaba su retiro cuando libre.

Trátase para el hábil minero que ya a trabajar a vuestra vista de practicar con materiales diminutos, resbaladizos y sin argamasa, un cono inverso bastante sólido para sostenerse con paredes incoherentes; y al propio tiempo bastante móvil para desmoronarse al más pequeño movimiento que tenga lugar en sus bordes, si la pendiente es sobrado inclinada, el cono se derrumbará por sí mismo; si no lo es bastante, la presa destinada a rodar al fondo de este precipicio podrá fácilmente librarse del enemigo que la aguarda.

Para dar al embudo justas proporciones, empieza el insecto señalando el área o circuito que debe abrazar; así le veremos trazar un foso circular, del mismo modo que le vimos trazar el anterior en línea recta o angulosa, y la circunferencia del área será mayor o menor según el insecto quiera dar más o menos diámetro a la base de su cono hueco. Cuando este insecto es muy pequeño, los embudos que fabrica son también de reducidas proporciones, conformes a sus respectivas fuerzas; y tampoco tratan de armar lazos a insectos tan gruesos que luego no pudiesen detenerlos. Así pues, los agujeros más pequeños apenas tienen dos líneas de diámetro, en su entrada; al paso que los mayores tienen a veces tres pulgadas. En todos los casos, obsérvase que la profundidad de los embudos tiene unos tres cuartos del diámetro de la grande abertura. Volvamos a nuestro insecto, el cual después que ha trazado el contorno de la base del cono que debe excavar, le es fuerza quitar toda la arena que llena la capacidad del mismo. Pónese pues en marcha, siempre retrocediendo, y sigue la circunferencia interna del recinto, lo mismo que si debiese excavar otro foso contiguo y concéntrico con el primero; y dado un paso se decide para cargarse de arena la cabeza; en seguida se endereza de repente, y arroja la carga hacia fuera del cercado. No se crea sin embargo que el animal emplee para excavar esos fosos circulares la maniobra de que usó al trazar el foso angular con que preludió sus trabajos: no hace mucho que le vimos en busca de un terreno cómodo, andar casi cubierto de arena, y arrojar al aire la que llevaba en la cabeza; para su objeto actual no le conviene arrojar la arena directamente hacia atrás, sino lateralmente hacia la parte exterior del circuito; es preciso, a más, que la arena se saque de la que está inclusa en el círculo, y no de la que está fuera; y para ello la larva hace pasar a su cabeza la arena que hay entre ella y el centro del área. Obsérvese bien como se conduce para lograr este objeto: vésele acumular sobre su cabeza, con la pata interna del primer par, como con una mano, un montoncito de arena del mismo lado, siendo los movimientos de dicha pierna tan rápidos, que pronto la cabeza tiene completa la carga, que arroja en seguida del modo expuesto: nótese que en un mismo sitio carga de esta manera la cabeza dos o tres veces seguidas; luego después, el insecto da otro paso hacia atrás, se para, y vuelve a tropezar las mismas maniobras. Después de haber dado cierto número de pasos en los términos que van expresados vuelve a encontrarse en los mismos sitios de donde partió, habiendo recorrido un espacio circular. Empieza otro círculo, que recorre de la misma manera; así continúa hasta haber trazado dos o tres, formando dentro del recinto un foso más ancho y más profundo, el cual rodea con la arena del medio, y este representa un cono cuyo vértice mira hacia arriba, y a la base va la larva a buscar arena para arrojarla afuera. Así agrandándose más el agujero de arriba abajo y de la circunferencia al centro, al fin figurará un cono hueco. Al propio tiempo el otro cono sólido del centro ha ido disminuyendo tanto en todas dimensiones por el continuo desmoronamiento de arena, que al cabo su altura apenas llega a una línea, en cuyo caso con algunas cargas de cabeza hasta para echarlo a fuera y dejar el hoyo enteramente desembarazado.

Hemos supuesto que el insecto ha trazado sus círculos o su espiral de un modo regular, y sin mudar su primera dirección; pero puede muy bien notarse que a veces abandona el foso, y atraviesa diametralmente el recinto para ir a excavar al lado opuesto. ¿Cuál puede ser la causa y objeto de esta nueva evolución? La causa es el tener cansada la pierna que hace el oficio de una mano para cargar de arena la cabeza; y mientras esta descansa, se vale de la pierna opuesta del mismo par para dicho objeto. A veces termina el insecto su zanja o embudo en 30 minutos; y de cuando en cuando interrumpe su tarea para descansar: obsérvase además que cuando el tiempo es seco y está el cielo cubierto, trabaja con más ardor que cuando los rayos del sol le hieren directamente.

Si queremos poner a prueba la fuerza, perseverancia y destreza de este animalito, condenándole al propio tiempo al suplicio de Tántalo, no tenemos que hacer más que echar en su hoyo granos de arena de distintos tamaños. Primeramente cogerá el insecto los menores, y los arrojará fuera del hoyo con la cabeza; pero cuando llegara a un grano superior a sus fuerzas, se determinará a llevar a cuestas la piedra que no puede arrojar fuera del hoyo. Entonces sale de bajo de la arena que lo cubre, y se muestra enteramente al descubierto; luego camina hacia atrás hasta pasar su abdomen por debajo del grano de arena, el cual, mediante ciertos movimientos de los anillos, va acomodándoselo a su espalda. Una vez ha colocado bien la carga, trata de trasportarla, y para ello sube caminando hacia atrás por la pendiente del hoyo, conservando siempre equilibrado el grano, mediante oportunas contracciones de los anillos musculares del abdomen. Algunas veces, no obstante, todos sus esfuerzos y habilidad, escápale la piedra, y rueda al fondo del precipicio precisamente en el instante en que iba a sacarla del todo; pero este contratiempo no le desanima; sino que empieza otra vez con nuevo brio, y si es necesario repite lo mismo seis o siete veces, hasta que, convencido al fin de la imposibilidad de su intento, abandona el hoyo y busca otro terreno más a propósito.

Hasta aquí hemos visto al hormigón excavar y barrer su foso; ahora sabremos el partido que saca de dichos trabajos. En el fondo del embudo veremos aparecer los dos cuernecitos del animal, abiertos y algo salientes del fondo, hallándose el centro de este precisamente en el espacio que intermedia entre ellos; el cuerpo del insecto está encubierto dentro de la arena que forma la pared del embudo. Pongamos una hormiga en las inmediaciones del hoyo, a cuya orilla llegará al fin después de más o menos rodeos, y se hundirá algún tanto por su propio peso hallándose en una pendiente rápida; y como tiene también su instinto de conservación que la advierte del peligro en que está, hace grandes esfuerzos por subir la cuesta y llegar al llano. A veces, no obstante la movilidad de la arena, que resbala debajo de sus pies, logra subir hasta el borde; pero advertido el raptor de la presencia de una presa por el derrumbamiento de algunos granitos, coge arena con la cabeza, como con una pala, y la arroja al aire hacia el lado donde de se efectuó el derrumbamiento; la hormiga que mira sobre sí ese improvisto granizo, y se ve arrastrada hacia abajo, redobla sus esfuerzos y recobra poco a poco el terreno perdido; pero entonces el enemigo multiplica sus ataques, sucédense sin interrupción las cabezadas y la lluvia de arena; hasta que al fin la víctima, aturdida, magullada y agobiada bajo la tempestad, rueda al fondo del abismo y cae precisamente entre las dos mortíferas garras del hormigón, abiertas para recibirla y que la cogen por el cuerpo con toda su fuerza. Por esta razón se ha dado al insecto que nos ocupa el nombre de hormiga-león, (formica-leo.).

El hormiga-león, dueño ya de su víctima, la oculta algo debajo de la arena, y le chupa los humores a su sabor. La duración de la comida es proporcionada al tamaño de la presa; así, por ejemplo, si ha cogido un moscardón, necesita para apurar su sustancia dos o tres horas; en seguida suelta el cuerpo desustanciado, lo carga en la cabeza, y lo atroja fuera con ímpetu. Durante las operaciones que acabamos de referir, el hoyo se ha descompuesto algún tanto, así es que luego lo recompone y se coloca otra vez, en su puesto en acecho de otra víctima. Este insecto está dotado de suma paciencia, la que le es muy necesaria para aguardar en el hoyo; por otra parte, unas abstinencia muy larga no le agota las fuerzas. Si nos olvidamos de traerle qué comer en la cajita donde lo hemos colocado para nuestros experimentos, aunque sea por espacio de tres meses, medio año, y hasta un año entero, al cabo le hallaremos algo flaco, pero con el mismo apetito que siempre, y de ello podemos cerciorarnos poniendo a su alcance una mosca sin alas, la cual pronto será su pasto. La voracidad de este animalito es tal que no perdona ninguna especio de insectos, todos le convienen: en primer lugar las hormigas, luego las orugas, moscas, arañas, etc., etc., y ni aun deja libre a su propia especie, pues si alguno cae en el hoyo, suministra una buena comida a su semejante.

No solamente el hormigón percibe la llegada de una presa por el desmoronamiento de la arena, sino también por la vista, supuesto que tiene doce ojos, seis de cada lado, reunidos en una pequeña prominencia situada hacia fuera de la base de cada mandíbula. Y prueba que no es ciego, el que si le miramos de cerca esconde luego los cuernos debajo de la arena; y también nuestra inmediación a él le obliga a pararse en su trabajo cuando construye su embudo. Si nos apartamos, aunque sin perderle de vista, pronto vemos los chorros de arena por el aire, los cuales disminuyen a medida que volvemos a aproximarnos. Sin embargo, cuando nos ve inmóviles, sigue trabajando aunque nos hallemos cerca a fin de observar todos sus movimientos y operaciones. Pero si la aproximación de un observador detiene a veces a la larva del hormigón en sus tareas, no así cuando trata de derribar dentro de su hoyo a un insecto que trata de escaparse del peligro; pues entonces puede más su instinto voraz que su prudencia ordinaria, y no se acuerda de que la lluvia de arena puede descubrir su presencia, a sus enemigos.

Para apreciar la maravillosa estructura de los músculos del cuello en este insecto, échese en el hoyo un moscardón o una abeja, quitadas las alas: al instante la veremos entre las tenazas del hormigón; hará la presa mil esfuerzos para soltarse; pero el enemigo la sacudirá reciamente, la levantará sin soltarla y la hará dar golpes contra el suelo; durando esta lucha cosa de un cuarto de hora, hasta que al fin, como el hormigón, al propio tiempo que golpea el suelo con la presa, le va chupando la sangre, al fin llega a estar tan aniquilada que no le ofrece la menor resistencia. Esta larva apetece exclusivamente animales vivos, y la mosca más suculenta, aunque acabemos de matarla en el mismo instante y la echemos en el hoyo, no le tienta de ninguna manera; así parece que su apetito tenga necesidad de una lucha cualquiera. Pero lo que hay acaso de más maravilloso en lo perteneciente a la hormiga-león, es la estructura de los garfios que hinca en el cuerpo de sus víctimas. Ya dejamos dicho que las mandíbulas hacían también el oficio de chupadores, y esto podemos experimentarlo por nosotros mismos sin más que tener un poco de paciencia. Cojamos una larva de hormigón y tengámosla sujeta por el abdomen entre los dedos: si entonces examinamos sus mandíbulas con una simple lente, notaremos que son más anchas que gruesas; su cara superior es redondeada y no ofrece cosa particular; pero a lo largo de la cara inferior, ahuecada en forma de canal, hay un cordón que presenta algún relieve. Dicho cordón es móvil sin formar cuerpo con lo demás; lo que puede comprobarse pasando la punta de una aguja muy fina por entre dicho cordón y el cuerpo del garfio. Desalojémoslo en toda su extensión; y a fin de averiguar su uso y funciones, cojamos una larva que haya estado en ayunas por espacio de algunos días; coloquemos entre estos cuernos el abdomen de una mosca común; pronto la taladrarán, y entonces veremos por cuál mecanismo la larva la va chupando. El cordón alojado en la ranura del gancho se mueve rápida y continuamente, yendo de atrás a delante y viceversa con suma celeridad. Dicho cordón, pues, es un verdadero émbolo que aspira y atrae hacia el interior del cuerno el jugo del insecto, después que dicho cuerno lo ha perforado. En cuanto a los músculos que mueven el émbolo, distínguense debajo de la cabeza y más hacia atrás que la raíz de los cuernos dos partes membranosas, cada una de las cuales tiene movimientos que corresponden con los del émbolo inmediato; de modo que cuando este se acorta o contrae, la membrana se entumece, y cuando aquel se alarga o extiende hacia delante, esta se abaja y pone complanada: debajo de estas membranas existen los músculos que mueven a los émbolos.

Nunca acabaríamos si debiésemos circunstanciar todas las maravillas que se encierran en las mandíbulas de la hormiga-león; pero debemos añadir que también el émbolo es hueco y corre por su interior una ranura longitudinal. En efecto, si cortamos un cuerno que contenga el émbolo en su sitio natural, veremos aparecer en el corte algunas gotitas como de agua. Quitando este agua, vemos en las cavidades carnes blancas, las que dan paso a líquidos por sus intersticios; puesto que si apretamos entre los dedos la raíz del cuerno o la cabeza del animal, etc., al punto vernos salir una gota de agua muy clara por la punta de dicho cuerno. Este agua es insípida, y algunos naturalistas han creído que iba de la cabeza al interior de los cuernos, para introducirse en las carnes de la presa y disolver o aumentar la fluidez de los humores que el hormigón va chupando: Pronto encontraremos un fenómeno análogo a este cuando tratemos de las mariposas.

Conocernos ya perfectamente la larva del hormigón; falta estudiar la ninfa, que vive encerrada en un capullo sedeño. En el hormigón podemos ver el instrumento que urde esa trama finísima. Si le apretamos el abdomen con los dedos, veremos salir en su extremidad una pequeña masa, del medio de la cual sale un tubo carnoso y blanco; aumentando la presión, haremos que salga de este tubo otro de color pardo claro, y que se alojaba en el primero por un mecanismo semejante al de un anteojo de larga vista; junto a su extremo hay una estrechez, después de la cual termina el tubo en un corte como de pluma de escribir. Dicha punta está agujereada, para dar paso a un líquido viscoso, que desecándose forma los hilos que forman el urdimbre del capullo que contendrá a la ninfa. Los tubos carnosos son la hilera en que se amolda el humor destinado a convertirse en seda; y este mismo instrumento obra como una mano arreglando y distribuyendo los hilos donde conviene para la construcción del capullo. Cuando el hormigón quiere ocuparse en este trabajo, lo cual acontece a mediados del verano; húndese más y más debajo de la arena; de modo, que si en dicha época buscamos por debajo de los antiguos embudos de arena, hallaremos los capullos. A primera vista nos parecerán pelotoncitos de arena, pero apretándolos con suavidad hallaremos que son huecos. Examinados con atención veremos que consisten en granos de arena unidos entre sí muy débilmente; y una lente nos mostrará que los unen ciertas hebras muy finas de seda. Abramos la bolita con unas tijeras, y hallaremos la superficie interna tapizada con una especie de vaso blanco, liso y reluciente: en ella está encerrada la ninfa, cuya espalda convexa nada tiene que recelar del roce de la tapicería que le da abrigo. Allí encontraremos los despojos de la larva, con la cabeza y los cuernos; la ninfa la ha incidido por el dorso.

Ahora nuestra curiosidad estudiosa va a conocer los medios de que se ha valido la hormiga-león para lograr la construcción del capullo dentro de una capa de arena. Hallándose este insecto en el centro de un montón de granos sumamente móviles, de los cuales los superiores necesariamente descansan encima de él, ¿cómo le será posible obtener en dicha arena una cavidad mayor que el espacio que su cuerpo ocupa? Reflexionándolo un poco vese que toda la dificultad se reduce a hacer primero una bóveda semiesférica, capaz de resistir la presión de la arena superior: suponiendo hecha esta bóveda, cuesta poco comprender la posibilidad de que el insecto se procure un vacío mayor hundiéndose algún tanto en la arena; y hecho esto, lo demás sólo es cuestión de tiempo. Para obligar al insecto a que nos deje ver su maniobra, saquémosle del capullo antes que haya tenido tiempo de terminarla y de convertirse en ninfa, cuando aún le queda una porción del humor sedoso; y hará todo lo posible a fin de emplearlo con alguna utilidad como le proporcionemos arena. Desde luego notaremos que encorva todo su cuerpo, de manera que su espalda sea muy convexa. Coloquemos el insecto con la espalda así encorvada de modo que esta se aplique inmediatamente a una capa de arena de bastante espesor para que pueda en ella ocultarse; y no tardaremos en presenciar sus tentativas para hacerse un capullo. Entonces pone de manifiesto su hilera, dándole toda la extensión de que es capaz, y dirigiéndola de derecha a izquierda y de abajo arriba para hallar la arena, y cuando con el extremo ha encontrado dos granos, sucesivamente quedan pegados desde luego el uno al otro. No es posible observar sin interés los rápidos movimientos de la hilera, ya inclinándose, ya encorvándose. No tardaremos en ver largas filas de granos de arena adheridos entre sí formando como una especie de tiritas; y esta sola muestra será bastante para hacernos comprender la posibilidad de que hallándose el insecto cubierto de arena, logre adherir los granos que forman la bóveda y urdir fácilmente el tejido de las paredes laterales del capullo uniéndolas al fin por la parte inferior.

La ninfa que se halla encerrada en dicho capullo tan diestramente construido es amarilla, con manchas pardas, y se ven en ella todas las partes de que debe constar el insecto en su estado de perfección; las cuales poco a poco van consolidándose, y al cabo de tres semanas de haber permanecido en absoluta quietud, sus alas no necesitan más para tomar el vuelo, que salir de dentro de las vainas que las mantienen replegadas; así como tampoco necesitan las piernas más que salir de las suyas para andar: entonces el animal se desembaraza de unos despojos delgados y blancos, y llega a su complemento provisto ya de mandíbulas, cuyo primer uso consiste en romper parte de los hilos que entapizan su encierro, y los que unen entre sí los granos de arena; en una palabra, se abre con los dientes una puerta por la cual sale a luz. Hasta en el instante de salir no acaba de despojarse, puesto que hallamos parte de su envoltorio fuera de la abertura del capullo.

El hormigón en su estado perfecto debe ser carnívoro, si se ha de deducir de la robustez y fuerza de las partes de la boca; sin embargo, nadie le ha visto comer insectos; y aun afirman algunos que come de buena gana frutos pulposos, como son ciruelas, albaricoques, etc.

El género de los Hemerobios se diferencia del de los hormigones por sus antenas filamentosas, y por tener solamente cuatro palpos en la boca: se les ha dado el nombre que lleva para expresar la brevedad de su vida cuando llegan al estado perfecto; pues aunque viven más tiempo que las efímeras, su existencia no pasa de algunos días. Los hemerobios propiamente dichos, tienen las alas inclinadas en forma de tejado. El último artículo de los palpos es más grueso, oval y puntiagudo: llámanse también señoritas terrestres, por oposición a las libélulas o señoritas acuáticas el cuerpo de aquellas es blando; los ojos globulosos; las alas grandes y con limbo muy ancho; vuelan con pesadez, y en general difunden un fuerte olor de excrementos, del cual cuando se las coge dejan por mucho tiempo impregnados los dedos.

El HEMEROBIO VERDE (Hemerobius perla, LIN.). Esta es la especie que más abunda en nuestros jardines, y su historia nos bastará para darnos a conocer los hábitos de todas las demás especies. Es un lindo insecto de 6 líneas de largo, verde-amarillento, con ojos grandes, dorados y brillantes; las antenas son tan largas como el cuerpo; en el vientre tiene algunas puntas negras; las alas sobrepasan de la mitad al extremo del cuerpo, y son diáfanas con nervosidades verdes, lo cual las asemeja a una gasa delicada de este color; y al través de su tejido se trasluce su cuerpo, que es verde-tierno y brillante, con tintes dorados alguna vez. El nombre específico de este insecto viénele de la forma de sus huevos, semejantes a unas pequeñas perlas, aunque por otra parte la misma semejanza se nota en los de todas las especies de hemerobios. Sin duda el lector habrá observado en las hojas del rosal, del ciruelo, del peral, de la madreselva y de otros arbustos, unos hilitos blancos de una pulgada de lado y del grosor de un cabello, situados el uno al lado del otro en número de unos diez o doce, tan pronto inclinados hacia abajo de la hoja, como elevándose por encima de la misma, y algunos en dirección horizontal; por lo regular son algo encorvados y terminan en un abultamiento, cabezuela, o bolita oblonga u oval: pudiéramos tomarlos por unas yerbecillas parásitas semejantes al musgo que crece en la superficie de otras plantas. Pero llega una época en que el extremo se abre, y entonces presenta la figura de una especie de vaso, o de cáliz de flor. Cojamos una hoja así cargada de esas pequeñas perlas, mirémosla al trasluz, y divisaremos al través de las paredes algo diáfanas un gusanito. Coloquemos después la hoja debajo de un vidrio, y al cabo de algunos días veremos abrirse dichas perlas por su extremo, y salir de cada una de ellas una pequeña larva, provista de seis patas, con el cuerpo aplastado, y que va estrechándose insensiblemente en punta desde el coselete hacia el abdomen. La cara superior del cuerpo se ve surcada y como arrugada, pues cada anillo parece compuesto de otros más pequeños. A los lados de cada artículo abdominal se ven dos mamelones que terminan en un pincel de diez o doce pelos. Las mandíbulas de esta larva son fuertes y aceradas, muy semejantes a las de la larva del hormigón.

Tenemos pues que dichas perlas son huevos; pero tal vez se pregunte: ¿cómo lo hace la madre para adherir cada huevo al pedículo que lo sostiene? El huevo se halla humedecido en un extremo con cierto humor viscoso, el cual tiene la propiedad de tomar una forma prolongada al tiempo que se deseca por la acción del aire. Dicho extremo es precisamente el primero que sale del abdomen del hemerobio, quien lo aplica a una hoja a la cual lo pega el humor viscoso de que acabamos de hablar; luego el insecto aparta el abdomen del punto que ha tocado; y la gotita adherida por una parte a la hoja y por la otra al huevo, se alarga en un hilo, que luego se seca y adquiere la consistencia de una hebra de seda. Cuando el insecto aparta todavía más el extremo del abdomen, el mismo hilo que ha tomado consistencia con la desecación, saca del cuerpo de la madre el huevo, al cual está pegado, sirviéndole de sustentáculo: en este huevo suspendido al aire crece la larva que de él vimos salir.

Pasemos a estudiar los hábitos carnívoros de esta larva; y para ello observemos las que nacen en el árbol en que la madre depuso los huevos. En primer lugar notaremos que los árboles en que existen estos huevos se hallan cuajados de millares de pulgones en la corteza; y esta circunstancia no la ignora por cierto la hembra cuando en ellos deposita los gérmenes de su posteridad. Vemos que apenas la larva acaba de salir del huevo acude presurosa a las hojas en que viven los pulgones, coge lino con sus ganchosas mandíbulas, y lo chupa hasta que no le deja más que la piel, operación que es obra de un instante; y antes que un hombre tuviese tiempo de sorberse un huevo, se ha sorbido este insecto los humores del pulgón más voluminoso. Con esto el crecimiento de estas larvas es pronto, y llega a su máximum en el espacio de solos quince días. Su voracidad no perdona a los individuos de su propia especie, a los cuales chupa la sangre sin compasión siempre que la ocasión se le presenta. También han llamado a estos insectos pulgo-leones, por contraposición a los hormiga-leones; aunque media entre ambos la diferencia de que estos últimos andando para atrás no pueden coger la presa siéndoles fuerza aguardarla en el principio que ha dispuesto; mientras que el hemerobio puede perseguir con agilidad la caza; y hasta la extremidad del abdomen, sirviéndole al doblarla como otra pierna de más, lo empuja hacia delante y aumenta su celeridad.

A los quince días, pues, el pulgo-león se halla en disposición de convertirse en ninfa; entonces se retira de encima de las hojas cubiertas de pulgones, y va a alojarse en los pliegues de alguna otra hoja, en donde hila un capullo de seda muy blanca, y en él se encierra; capullo que no excede del tamaño de un guisante. La hilera del hemerobio se halla situada igualmente en la extremidad del abdomen, lo cual es fácil observar cuando hila los primeros contornos del capullo: entonces lo vemos arrollado en forma de bola, moviendo su abdomen con asombrosa rapidez; y no es menos sorprendente la destreza con que cambia la situación de su cuerpo entero, haciéndolo resbalar por encima del envoltorio esférico cuando apenas se halla en simple bosquejo, sin desconcertar los pocos hilos que lo componen y que apenas parecen capaces de sostenerse entre sí.

Poco después de concluido el capullo, conviértese la larva en ninfa, la cual permanece dentro de su involucro por espacio de unas tres semanas cuando es cálida la estación; pero si el capullo se hiló en setiembre, no sale hasta que llega la primavera; de modo que parece como que prevea que su nacimiento a fin de otoño fuera una imprudencia que dejaría su posteridad expuesta a perecer de hambre: así que, mantiénese quieta durante seis meses aguardando la época en que los pulgones abundarán, y su posteridad hallará su regular alimento.

El HEMEROBIO DE OJOS DORADOS (Hemerobius crhysops, LIN.). Esta especie es menos común que la antecedente, es la mitad más pequeña, y se encuentra igualmente en los huertos y jardines. El cuerpo en su totalidad es amarillo-verduzco con manchitas negras y velludas. Su larva es más corta y redonda que la de la especie que antecede, de color grisáceo y sin pinceles de pelos a los lados. Si la observamos en las hojas en que tienen lugar sus abundantes comidas de pulgones, notaremos que toda la parte superior del cuerpo está cubierta de una especie de manta informe, debajo de la cual el insecto se oculta. Dicha manta se compone de una infinidad de cuerpecitos muy ligeros, unos blancos, otros pardos o negruzcos, y amontonados unos encima de otros; y si tratamos de despojar de ellos al animal nos costará poquísimo trabajo, pues este vestido sólo está sujeto al cuerpo, por cuanto se encaja en los surcos que separan unos de otros los anillos y en las arrugas de estos mismos. Con un examen más atento, hallaremos que estos cuerpecitos no son más que pieles de pulgones, con las cuales el hemerobio se hace una especie de vaina después de haberles chupado la sangre; de modo que su presa le sirve al propio tiempo de alimento y de vestido. Si bien este último es informe y groseramente tejido, su construcción exige alguna destreza de parte del hemerobio. Cuando este ha vaciado el pulgón que tuvo entre sus mandíbulas, vémosle enderezar de repente la cabeza, haciendo saltar encima de su cuerpo aquella pequeña masa algodonosa; si no ha caído en el sitio que quería, hace varios movimientos y contorsiones de cuerpo y de cabeza, favorecidos por la flexibilidad del cuello, hasta que ha logrado su objeto. Si queremos proporcionar al animal los materiales para que se construya una capa, pongámosle en una cajita, y junto a él raspaduras de papel, y pronto veremos que con ellas el insecto se habrá hecho una capa la más completa que nunca tuvo.

El género Termites consta de insectos que tienen cuatro artículos en todos los tarsos; las alas extendidas horizontalmente encima del cuerpo; la cabeza redondeada; con fuertes mandíbulas córneas, y el coselete casi cuadrado o semicircular. El cuerpo es deprimido; las antenas cortas y en forma de cuentas de rosario; la boca casi semejante a la de los ortópteros, y el labio dividido en cuatro lóbulos. En la frente aparecen tres ojos lisos, de los cuales el del medio es poco distinto, y los laterales están situados inmediatos al borde interno de cada ojo de los ordinarios. Las alas son grandes, horizontales y de colores; las nervosidades muy delicadas, pero no forman arcos distintos; el abdomen provisto de dos puntas en su extremo; y los pies cortos.

Termites.

La mayor parte de estas especies viven en las regiones tropicales, y Linneo las confundió bajo el nombre de termes fatal, cuyo nombre por lo demás justifican completamente los grandísimos daños que cansan en las habitaciones. Mirábalas Linneo con razón, como la plaga mayor de las Indias; y en efecto, muebles, ropas y géneros o mercancías de toda especie, todo queda pronto reducido a polvo bajo sus destructoras mandíbulas. Las tablas, vigas, armazones de madera, troncos de los árboles, les sirven juntamente de alimento y de habitación la mayor parte de las veces, y en ellas ahuecan conductos o galerías que avocan todas a un punto central, donde tienen su domicilio estos insectos; y dichos objetos taladrados y minados en los términos dichos, solo conservan la corteza y pronto caen reducidos a polvo. Si estos insectos encuentran obstáculos que les obliguen a salir de la madera en que viven, lo efectúan por medio de conductos o caminos cubiertos, que construyen con materiales leñosos que han roído, y que siempre las ocultan a la vista del hombre.

En su país conócense estos temibles insectos con los nombres de Vag-vag, hormigas blancas, o caria, etc. Viven reunidos en incalculable número; y cada sociedad se compone de insectos perfectos machos y hembras, de ninfas, de larvas y de individuos adultos, aunque incompletos, que no siendo machos ni hembras, se les llama neutros. Los machos y las hembras solo poco antes de la puesta tienen alas. Las larvas se les asemejan mucho, pero tienen el cuerpo más blando y son ciegas; a su cargo se halla la ejecución de los trabajos que más perjudican al hombre, por cuya razón llámanlas trabajadoras. Diferéncianse los neutros en su cabeza más fuerte y oblonga, y en sus mandíbulas más largas, delgadas y cruzadas. Estos últimos forman solo una centésima parte de la población; no participan de los trabajos, sino que velan por la defensa de la comunidad; y apenas se ha abierto una brecha en su habitación preséntanse de tropel y atenacean fuertemente al enemigo; y aun se añade que dirigen los trabajos y excitan a las trabajadoras. A los neutros se les ha dado el nombre de soldados. En cuanto a las ninfas, se conocen muy bien en las vainas que contienen sus alas. El insecto perfecto además de estar provisto de ellas, diferénciase de los soldados en la forma del cuerpo el cual tiene 8 líneas de largo, y a más por el grandor de sus ojos saltones.

La producción de los huevos se efectúa en la estación lluviosa. Llegados los termites al estado perfecto, abandonan su primitivo retiro, vuelan, y desaparecen en infinito número por la tarde o la noche: a la mañana siguiente cáenles las alas desecadas a los rayos del sol. Si la mañana es lluviosa, quédanles las alas aún por algunas horas; y los vemos dispersos y aislados volitar de un punto a otro, tratando de librarse de sus numerosos enemigos, entre los cuales hay una especie de hormiga que los persigue hasta en los árboles que les sirven de refugio. Pero lo más regular es que pierdan las alas por la mañana, y quedan en el suelo, donde acuden los pájaros insectívoros y los reptiles, y hacen en ellos una horrible carnicería, tal que de muchos millones que vivían el día antes, apenas quedan algunas parejas para fundar una nueva sociedad. Estas parejas se sustraen a sus enemigos con el auxilio de las trabajadoras que continuamente cruzan por la superficie de la tierra y les prestan su ayuda (debe notarse que las operarias, son las larvas, y según hemos dicho carecen de ojos o los tienen imperceptibles). Pero jamás el instinto de la propia conservación fue más maravilloso que en esta circunstancia. Desde que las trabajadoras han salvado a una pareja, al instante la ponen en seguridad en su ciudad subterránea, y la establecen en una estancia, cuyas paredes son de arcilla, amurallan la puerta, aunque haciendo en torno de la misma algunas aberturitas, demasiado estrechas para las prisioneras, aunque suficientes para dar paso a las operarias. Desembocan en dicha estancia innumerables celdillas destinadas a contener los huevos. Pronto, pues, el abdomen de la hembra adquiere un enorme abultamiento, tal que excede de más de dos mil veces al volumen del resto del cuerpo; y entonces se verifica la puesta. Saca la hembra de su cuerpo los huevos con tanta prontitud, que echa fuera sesenta por minuto; y según refiere Sparmann, historiador fiel de los termites, pone más 80.000 en veinte y cuatro horas. A medida que la puesta se va efectuando, las trabajadoras trasladan los huevos a alojamientos separados, y cuando nacen las larvas se encuentran ya provistas de cuanto necesitan para desarrollarse, crecer y tomar parte en los trabajos de la república.

Sparmann, discípulo de Linneo y profesor en Upsal, describió en su viaje al cabo de Buena Esperanza cinco especies de termites; a saber: el belicoso, el atroz, el destructor, el mordiente, y el arborícola. Enrique Sineathman publicó más tarde una historia de los termites que completa los trabajos del naturalista sueco; a esos dos autores debemos, pues, los interesantes pormenores que vamos a referir.

El TERMITES BELICOSO (Termes capensis, LATR.). La forma exterior del edificio del termes belicoso o guerrero es la de un montón cónico semejante a un pan de azúcar, de 10 a 12 pies de altura del nivel del suelo. Esta obra, en verdad inmensa para un animalejo de 2 a 3 líneas, es más de cuatrocientas veces más alta que su cuerpo; siendo para el insecto lo que fuera para el hombre tina pirámide de 2.400 pies de altura perpendicular. Cada uno de estos edificios consta de dos partes, una exterior y otra interior: consiste la primera en un ancho casquete o cúpula, harto resistente para defender el edificio de las intemperies, y a los habitantes de los ataques de los enemigos. El interior se compone de muchas estancias que sirven para alojar al macho y a la hembra, con su numerosa posteridad; y varias de ellas están destinadas para almacenes, siempre bien abastecidas de goma y otros jugos concretos de los vegetales. Las piezas que ocupan los huevos y los parvulillos están enteramente formadas de pedacitos de madera unidos con goma; estas habitaciones están divididas en varias celdillas, de las cuales, la más espaciosa no excede de media pulgada, y están dispuestas al rededor de la estancia de la madre; la cual se halla casi al nivel del suelo equidistante, de todas las partes del edificio, y directamente debajo de la cúpula de que hemos hablado. Entre estas piezas, se extienden varias galerías que comunican entre sí, prolongándose hasta la parte superior junto a la cúpula. Dichas galerías practicadas en lo más bajo del edificio son de mayor calibre que el de un cañon, y bajan hasta 3 ó 4 pies debajo del suelo; a donde las operarias van a buscar la arena fina que emplean en la construcción de su ciudadela, a excepción de las estancias que ocupan los huevos.

El Termite atroz y Termite mordiente, edifican sus nidos con los mismos materiales que el belicoso, pero les dan una forma diversa. Sparmann los llama nidos de torrecilla: son cilíndricos, de 2 pies de altura, y cubiertos de un techo o cúpula. El número de estos edificios es tal en ciertas partes de la costa de África, que vistos desde cierta distancia parecen ciudades. Por lo regular se cubren de césped, y es su solidez extraordinaria; de modo, que aseguran algunos viajeros, haberse visto subir encima de alguno de estos edificios toros silvestres, y mantenerse en ellos vigilando en tanto que los demás de la manada andaban paciendo en derredor. La figura exterior de estos nidos, es más curiosa que la del nido de otros termites; sin embargo, la distribución interior no se halla tan bien dispuesta. Todos tienen igual solidez; siendo más fácil derribarlos por su base o por sus cimientos, que romperlos por cualquier otro punto.

Los nidos del termites arborícolas se diferencian de los demás, tanto en su forma, como en su magnitud, pues son esféricos y construidos en los árboles, sosteniéndose a veces en una sola rama, a la cual envuelven o rodean hasta la altura de 60 u 80 pies. Los hay que tienen el volumen de una barrica de azúcar, y se componen de pedacitos de madera, de goma y otros jugos vegetales, con los que estos insectos hacen una pasta para construir con ella las celdillas. Estos nidos contienen infinito número de individuos de todos tamaños, y los naturales de aquel país los buscan para alimentar con ellos a sus volátiles. También a veces edifican sus nidos estos termites encima de los tejados de las casas, y causan no pocos estragos, aunque no tantos como los belicosos. Estos últimos, caminando por vías subterráneas, como infatigables zapadores, guiados por su instinto, descienden por debajo de los cimientos de las casas y almacenes, penetran en las vigas más sólidas que sostienen los edificios, las agujerean y ahuecan del uno al otro extremo sin que nadie lo note, por cuanto dejan intacta la superficie; de modo, que la madera que parece mejor conservada cae a pedazos desde que en ella se pone la mano.

Los termites arborícolas se introducen con frecuencia en los cofres y hacen su nido destruyendo cuanto contienen: nada para ellos está a salvo, y en breve tiempo diversas especies trabajan mancomunados, como varias naciones coaligadas, y demuelen una casa de arriba abajo. Si abrimos alguno de estos nidos, los soldados se presentan luego a la entrada, y lo defienden con fuerza, mordiendo cuanto encuentran, y si pueden alcanzar la piel del hombre, hincan en ella sus mandíbulas, dejándose antes matar que soltar la presa. Manifiestan la mayor agitación durante todo el tiempo que se toca a su domicilio; pero desde que el enemigo se aleja, se calman, de modo que al cabo de media hora todas las centinelas se han retirado al interior.

Los termites viajeros, son tres veces mayores que los belicosos; sus larvas tienen ojos, y por sus hábitos se aproximan a nuestras hormigas: tanto el macho como la hembra son desconocidos. Smeathman tuvo ocasión de observarlos en su viaje; violos en un espeso bosque, y se le anunciaron por una especie de silbido, que le hizo temer la aproximación de una serpiente, y le obligó a separarse algunos pasos de la senda en que se hallaba, allí vio con sorpresa un tropel de termites, que salían de la tierra unos tras otros apresuradamente, por una abertura que no tenía más allá de 4 a 5 pulgadas de diámetro. Cuando llegaron a unos tres pies de ella, dividiéronse en dos cuerpos, compuestos de operarias que marchaban en hileras de diez o doce de frente, entre ellas iban mezclados algunos soldados, y también iban esparcidos por los flancos, a la distancia de 1 ó 2 pies, protegiendo al parecer la marcha. Otros soldados se subían a las plantas, situándose en las puntas de las hojas a 12 ó 13 pies de elevación del suelo; y de cuando en cuando golpeaban con sus patas, produciendo un ruido al cual correspondía el ejército entero con un silbido, y al mismo tiempo apresuraba el paso. Las dos colunas de tropa se reunieron a unas 12 ó 15 pasos de distancia del lugar donde se habían dividido, y bajaron a la tierra por dos o tres aberturas.

Los negros y los hotentotes son muy aficionados a comer estos insectos, los cuales tuestan a fuego lento en pucheros de hierro, y los encuentran sabrosísimos, aun cuando los comen sin salsa ni condimento alguno. Koenig, en su ensayo sobre la historia de los insectos, dice haber probado este manjar y que le pareció sano y nutritivo. Añade que los indios hacen con estos insectos y harina diferentes pasteles, que venden a ínfimo precio al pueblo; y que en la estación en que abunda este alimento hacen de él tal abuso, que les causa disenterías epidémicas que se llevan a los enfermos en 24 horas.

El TERMITES LUCÍFUGO (Termes lucifugum, ROSS.). Descubrió Latreille esta especie de termites en los alrededores de Burdeos, y pudo estudiar sus hábitos. Es negro, lustroso, con las alas parduzcas y algo diáfanas, y su borde algo más oscuro; los extremos de las antenas, las piernas y los tarsos, son de un color rojizo claro; viven reunidos en gran número, en los troncos de los pinos y encinas; comen la parte leñosa más inmediata a la corteza dejando a esta intacta, y abren una infinidad de agujeros y galerías irregulares. Estos insectos contienen un ácido de olor fuerte y penetrante, el cual tal vez les sirve para reblandecer la sustancia leñosa. En Rochefort se han multiplicado hasta tal punto en los talleres, depósitos y almacenes de madera para la marina, que no puede lograrse su destrucción y causan grandes estragos.

El TERMITES BUFÓN (Termes morio, FABR.). Los colonos de las Antillas, donde vive este insecto, para cortarle el camino, frotan el lugar por donde debe pasar con aceite de una especie de ricino. El mismo efecto produce el aceite animal de lamantín, y si lo derramamos en sus nidos, al instante lo abandonan. En la América dan a esto insecto el nombre de piojo de tu madera.

Las Perlas, que forman el quinto género de la familia de los neurópteros, tienen tres artículos en los tarsos; las mandíbulas membranosas y pequeñas; las alas inferiores, más anchas que las superiores, pléganse sobre sí mismas por el lado interno; el cuerpo es largo, estrecho y complanado, con la cabeza bastante grande, las antenas sedosas, y los palpos maxilares muy salientes; las alas se hallan caídas y cruzadas encima del cuerpo, y el abdomen termina regularmente en dos filamentos articulados. Las larvas de las perlas son acuáticas, y viven en envoltorios que ellas mismas se construyen y en los cuales pasan al estado de ninfas. Sufren su última metamorfosis en los últimos días de primavera.

La PERLA PARDA (Perla bicaudata, LATREILL.). Abunda mucho en los meses de marzo y abril, en los parapetos de los muelles que hay a lo largo del Sena. Su tamaño es de 8 líneas; el color pardo-oscuro, con una línea amarilla longitudinal en medio de la cabeza y del coselete; las nervosidades de las alas son pardas, y los filamentos de la cola casi tan largos como las antenas.

La PERLA AMARILLA (Perla lutea, LATREILL.). Esta especie es muy pequeña, de color amarillo verdoso, y con el extremo de las antenas negro, de cuyo color son también los ojos; las alas son blancas: es muy común en Francia, donde en verano por las tardes a menudo se introduce en las casas. La larva se construye una vaina de seda, cubriéndola con las hojas de la lenteja acuática; pero no la emplea tal como se le presenta, sino que la arranca y la corta a pedacitos cuadrados con toda regularidad; junta por los bordes estas láminas verdes por encima de la vaina de seda, y ofrecen el aspecto de una cinta envuelta en espiral en un cilindro. Esta hermosa vaina, que nadie creyera ser la habitación de un insecto, está abierta por ambos extremos; los cuales la larva, cuando conoce que va a convertirse en ninfa, cierra con hebras de seda, que va entrecruzando, y forma como un enrejado que basta a impedir el paso a los insectos carnívoros, y a dejarlo libre al elemento en que el animal vive. Concluidos estos trabajos, la larva muda la piel, y se convierte en una ninfa oblonga, en que se distinguen bien las partes de que ha de constar el insecto perfecto. Pasado algún tiempo, sale de la vaina, la cual se halla cerca de la superficie del agua, y se eleva al aire, en cuyo elemento debe vivir en esta su última forma.

Familia de los Neurópteros plicipenas Esta familia, que se compone del género Frigania de Linneo, se distingue de las otras dos familias del orden de los Neurópteros en la falta de mandíbulas, y en la disposición de las alas inferiores, más largas que las superiores, y replegadas según su longitud; por cuya circunstancia se las denomina plicipenas, lo cual significa alas plegadas; por oposición a las planipenas (alas extendidas) como llaman a la familia precedente.

A primera vista se asemejan las friganias a pequeñas falenas, por lo cual, las llamó Reaumur moscas papilionáceas. El cuerpo de estos insectos junto con las alas forman un triángulo oblongo, como la mayor parte de los lepidópteros nocturnos; su cabeza es pequeña, y las antenas son largas, sedosas y dirigidas hacia delante; los ojos redondeados y prominentes. Tienen dos ojos lisos en la frente; los palpos son en número de cuatro; los maxilares tienen cinco artículos, y los labiales tres; el labro es corvo, y las maxilas se reúnen a un labio membranoso. Regularmente el cuerpo se halla cubierto de pelos; las alas presentan ciertas ramificaciones como venosas; son coloradas, o casi opacas; en muchos sedosas o velludas, y en todos forman un plano inclinado; los pies son largos y espinosos, y los tarsos tienen cinco artículos. Las friganias vuelan rara vez durante el día, y no se levantan hasta al anochecer. No se apartan de las orillas de las aguas, puesto que las hembras deponen sus huevos en las plantas acuáticas. Dichos huevos están envueltos en una sustancia gelatinosa y semejante a la freza de las ranas, la cual se pega luego a la planta. Las especies pequeñas volitan en enjambres por encima de los estanques y de los ríos; algunas penetran al anochecer en las casas, atraídas por las luces, donde acuden a achicharrarse las alas; vuelan con rapidez y ligereza; andan también muy ágiles, y cuando lo verifican, antes parece que resbalan, que no que caminan. Si las cogemos entre los dedos dejan en ellos un olor fétido.

Antes de estudiar los hábitos de las friganias en estado de larva, daremos a conocer las especies principales en que fácilmente pueden observarse.

La FRIGANIA MAYOR (Phryganea grandis, LIN.). Tiene el cuerpo oscuro, las alas superiores grisáceas, con puntos oblongos blanquizcos; y las inferiores oscuras y sin manchas.

La FRIGANIA ESTRIADA (Phryganea stiriata, LIN.). Tiene 11 líneas de longitud. Toda ella es de color leonado, excepto los ojos, que son negros, y las nervosidades rojas de las alas; tiene las patas largas y espinosas.

Frigania estriada.

La FRIGANIA PENACHUDA (Phryganea rhombica, LIN.). Solo tiene 7 líneas de largo, las alas son de color gris-rojizo, con una mancha romboidal blanquizca, oblicua hacia el borde externo, y otra detrás de esta, algo menos marcada: las patas son de color pardo claro.

Si como verdaderos naturalistas vamos por el mes de marzo a huronear a orillas de los riachuelos, o de arroyos poco rápidos; no tardaremos en hallar entre las arenas y césped de las riberas unos tubitos casi cilíndricos, de 6 a 10 líneas de largo, abiertos por sus dos extremos, e interiormente tapizados de pajitas, astillas, pedacitos de hoja, granos de arena, guijarritos y conchitas de agua dulce. Todos esto cuerpos se hallan conglutinados sin orden al rededor del estuche, cuyo extremo más grueso se ve del todo abierto; mientras que en el opuesto, solo se ve un agujero pequeño, redondo, practicado en una lámina transparente, formado de un tejido de seda de mallas apretadas. Si abrimos este cañutillo o estuche en sentido de su longitud, veremos que sus paredes internas forman como una vaina de finísima seda. El destino y uso de estos singulares cañutos, se conocerá observando con atención y paciencia las aguas tranquilas junto a las cuales nos hallamos, y veremos otros cañutos iguales en su fondo, y hasta en la superficie, que se mueven con bastante rapidez. Cojamos uno de ellos, y lo encontraremos habitado por un animal, cuya cabeza y patas salen por el extremo más grueso, y a la menor alarma se recoge en lo más interior del tubo. Para conocer la estructura de este animal acuático, es menester sacarlo poco a poco y gradualmente de su habitación; pues a menudo se agarra inertemente a ella, y debemos sacarlo a la fuerza, con peligro de dislocar sus miembros. A fin, pues, de obtener la larva bien entera y sana, es preferible incidir con unas tijeras la parte superior del tubo; entonces se nos presentará a la vista un gusano con seis patas, cuya cabeza escamosa está armada de recias mandíbulas, y el cuerpo endurecido en doce segmentos. En el cuarto de dichos segmentos, que sostiene el tercer par de patas, hay tres eminencias carnosas, por las cuales respira y arroja el agua; los otros presentan de cada lado filamentos bastante largos, que guardan alguna semejanza con las branquias de los peces. En el extremo del abdomen hay dos garfios escamosos, pardos y cortos, pero fuertes, con los cuales el animal se agarra a las paredes de su morada. Si después de haber examinado la larva, ponemos junto a la misma el cañuto en que vivía, al punto se introduce en el mismo, metiendo primero la cabeza por el extremo más grueso, puesto que el otro extremo tiene menos diámetro que el cuerpo de la larva. Pero dando una vuelta por dentro del cañuto, no tardará en asomar la cabeza por la abertura que le sirvió de entrada.

Pongámosla otra vez en su elemento, y continuemos observando sus movimientos. Primeramente se va al fondo del agua; en seguida sube, y baja por las plantas sumergidas, sin abandonar nunca su casita, fuera de la cual sólo saca la cabeza y las patas. A primera vista, se hace extraño que un animal tan pequeño y endeble pueda arrastrar consigo una habitación, que por su volumen y peso debe serle en extremo embarazosa. Pero no lo entrañaremos, si tenemos presente las leyes físicas que guardan los cuerpos sumergidos, en particular la fundamental de que todo cuerpo sumergido en un fluido pierde de su peso una cantidad igual al peso del fluido que desaloja. Echemos uno de estos cañutos vacío en el agua y lo veremos sobrenadar; por consiguiente, es más bien un apoyo que una carga para la frigania que lo habita y lo prueba más, el que la frigania por sí sola, ni con la seda que la envuelve, puede permanecer en la superficie del líquido. Debemos concluir de todo lo dicho, que no sabiendo este animal nadar, y debiendo no obstante vivir en el agua, debió proporcionarse una embarcación, cuyos materiales fuesen más ligeros que el líquido, aunque la diferencia de densidad había de ser muy poca; pues si la vaina hubiese sido sobrado ligera el animal no hubiera podido bajar al fondo del agua; y siendo muy pesada le hubiera impedido subir a la superficie. Por esta razón, las materias que componen dicho tubo son varias; y escogidas de modo que puedan llenar perfectamente todas las condiciones requeridas: casi todas son sustancias vegetales más ligeras que el agua, lastradas con granos de arena, y con conchitas bivalvas, que a veces contienen todavía sus habitantes; pero que no pueden despegarlas del cañuto al que las han adherido.

El objeto final de este cañuto nos es ya conocido, trátase ahora de saber quién lo fabricó y de qué modo. Es claro que la frigania no halló esta habitación hecha y dispuesta; sino que fue necesario que ella misma la construyese y fuese el arquitecto de esa obra. Si queremos presenciar sus trabajos, pongámosla desprovista de su involucro en una salvilla de porcelana medio llena de agua, y echemos en ella algunas pajitas y palitos de 2 ó 3 líneas de largo. Primeramente veremos a la frigania andando por el agua, de un punto a otro, palpando varias veces las pajitas y palitos; pero si todos estos cuerpos sobrenadan, no los empleará en su trabajo, por la razón que dejamos expuesta. Para convencernos más y más de ello, no tenemos más que echar en el líquido algunos palitos mojados y algunos granos de arena; o también los materiales del cañuto que le hemos quitado, pero separados y descompuestos. En tal caso, la frigania tiene ya en su poder las materias que le convienen, y desde luego pone manos a su obra. Después de haber tanteado estos fragmentos, escogerá un pedazo de hoja en el fondo del agua, casi de la longitud de su cuerpo; se tenderá encima de él, y la veremos elevar y bajar alternativamente el abdomen, haciendo obrar sus filamentos laterales; pero lo que trabaja con más afán es su cabeza. Después de haber roído con sus mandíbulas algunas porciones de la hojita o palito, se arrima a su superficie y la frota en diversos puntos; luego adelantando la cabeza, pero sin salir del lugar que ocupa, coge otro fragmento de hoja o de yerba, corta una partecilla, y la adapta perpendicularmente al primer pedacito sobre el cual se halla tendida; y con algunos movimientos de cabeza desde el uno al otro los deja perfectamente pegados; de lo cual se deduce que con cada movimiento de cabeza va el insecto adhiriendo una hebra de seda en los puntos donde conviene. La frigania coge otro pedacito, y lo pega de la misma manera, pero al lado opuesto al primero; y así continuando, pronto ha fabricado una porción de cañuto capaz de abrigarle la cabeza y el coselete. En seguida lo irá alargando hasta que pueda cubrirle todo el cuerpo; pero este producto no es más que un bosquejo; las piezas de que se compone, no están muy unidas y dejan intersticios, y sobre esto la vaina le viene muy ancha al insecto. Así pues, este va llenando los huecos con otros pedacitos de yerba, que pasa por entre los que están adheridos, y sujetándolos con su sedoso engrudo. Después cortará pajitas o filamentos de plantas acuáticas, y formará una especie de vigas del tamaño de un alfiler, que colocará longitudinalmente en la vaina, otros los pondrá de través, en torno de la abertura anterior para formar en cierto modo el cuello de su vestido, lo que comunica al orificio una figura cuadra, hexágona, o lo más común, pentágona. De la misma manera formará la abertura posterior, más angosta que la primera. En seguida pondrá a prueba su obra; pues importa que esta vaina, que juntamente es para el insecto, vestido, casa, lancha, etc., se halle bien lastrada, y que tenga el peso bien distribuido en todos sus puntos, para que en el agua no tienda a tomar posiciones contrarias a las que necesita el insecto, el cual, si ve que el equilibrio no es perfecto, aplica granos de arena o pedacitos de madera en los puntos más ligeros. Esta es la razón de hallar en muchos cañutos tantas piezas pegadizas, y hasta a veces pedacitos de madera grandísimos, comparados con el tamaño de las demás partes: y también por esta misma causa están cubiertos de arena y de fragmentos de conchitas.

Al paso que nada hay más grosero y escabroso que el exterior de estos tubos, tampoco hay cosa tan rica y elegante como su interior; pues tanto más cuidado y esmero pone el insecto en el forro, cuanto más indiferente le es la calidad exterior de su vestido. Hila pues un tubo de seda, sólido y suave y después de algunas horas de trabajo, cuando su equipo se halla completo, hállase ya en disposición de navegar por el fondo del agua, y de ir en busca del alimento que le conviene, tal como plantas acuáticas, y acaso también larvas de libélulas, y típulas.

No son solo las maravillas que acabamos de ver que nos presenta este insecto; sino que la larva de la frigania, después de probar su instinto mecánico, nos da muestras de su previsión química en los preparativos que hace para sus metamorfosis.

Conoce la frigania, que en estado de ninfa no podrá defenderse de los insectos carnívoros que abundan en las aguas en que vive; por lo mismo le es fuerza cerrar las dos aberturas capaces de dar entrada al enemigo. No le es difícil fabricar dos puertas que las cierren herméticamente; pero esto le impediría respirar, función indispensable para ella, aun en el estado de ninfa; y además, el agua encerrada con el insecto en el tubo pronto sufriría grande alteración si no pudiera comunicar con la exterior, y no fuera apta para suministrar el oxígeno indispensable para la respiración. Así que, a fin de conciliar los medios defensivos con las condiciones químicas de la función respiratoria, la frigania, en vez de adaptar un disco en cada abertura que la cierre herméticamente, lo aplica construido con varios agujeritos de comunicación como los de una espumadera, o de una salvadera, formando una red con varias hebras de seda cruzadas; de modo que no impida mudar el agua contenida en el tubo, al paso que sea suficiente a impedir la entrada a los enemigos, cuyo cuerpo no podrá introducirse por las mallas de la red. Examinando un tubo en el estado que acabamos de describir, fácilmente observaremos los movimientos respiratorios de la ninfa, los que nos mostrará la oscilación de las láminas, que ora son cóncavas, ora convexas alternativamente, a medida que la ninfa inspira o espira el agua. Por último, se notará que los tubos se hallan pegados o fijos en algún cuerpo en el fondo del agua; pues es lo primero que procura la larva antes de encerrarse en su habitación. En efecto, ¿de qué le sirviera que el estuche fuese móvil, cuando la ninfa no necesita ir en busca de alimento?

La ninfa de la frigania es de color amarillo de limón; y al trasluz de la piel que la cubre se distinguen todas las partes de que debe constar en su postrera forma. La cabeza, que es pequeña, ofrece una particularidad: es una especie de pico formado por dos garfios, situados a cada lado de la misma, y del cual se sirven a su tiempo para romper una de las puertas que cierran el estuche. Esta última metamorfosis, se efectúa después de quince o veinte días desde que la larva se convirtió en ninfa, y tiene lugar siempre fuera del agua, para lo cual la ninfa abandona su morada, y va en busca de un sitio seco. Aquí permanece en quietud tres o cuatro minutos, y pronto aparece el insecto en estado perfecto y en disposición de hacer uso de las alas.

Orden de los Himenópteros En los tres órdenes de insectos que acabamos de estudiar hemos tenido frecuentes ocasiones de admirar los recursos que la naturaleza ha suministrado a cada especie, para que pudiese satisfacer sus necesidades; pero si exceptuamos las termites que viven en sociedad, y algunos coleópteros, tal como los necróforos y los peloteros, que mutuamente se prestan auxilio, hemos podido observar que cada individuo ejerce su industria en su propio y particular provecho, y en asegurar el porvenir de su prole. Pero el orden de los himenópteros nos muestra el instinto desenvuelto en alto grado; y su estudio, ya que no nos dé la medida del inmenso libro que ofrece la historia natural, nos prueba que solo se han llenado algunas páginas, y que aún pasarán millares de años antes no se concluya.

Confirma además el estudio de los himenópteros la verdad del dicho de Linneo, que hemos citado varias veces; a saber, que la naturaleza no adelanta a saltos. (Natura non facit saltum). En efecto, los insectos de que vamos a tratar, establecen el tránsito de los roedores a los chupadores; tienen, lo mismo que los coleópteros, ortópteros y neurópteros un labro, labio, mandíbulas y maxilas; pero estas últimas y la lengüeta son mucho más largas en los himenópteros. Las dos maxilas forman con su unión una especie de vaina, que abraza los lados de la lengüeta longitudinalmente; de modo, que reunidos estos órganos en la forma de un hacecillo, constituyen una trompa o sifón por donde pasan los alimentos de que estos insectos se mantienen. Dicha trompa es móvil en la base, y flexible en lo demás de su extensión; aunque no se arrolla como lo efectúa la de las mariposas, de la cual pronto hablaremos. En cuanto a las mandíbulas, sirven únicamente para cortar las materias con que forman el nido estos insectos, o para matar la presa con cuyos humores se alimentan. Su boca, a más, se halla provista en su interior de piezas sólidas, que no se encuentran en los roedores; y forman como unas válvulas destinadas a cerrar la cámara posterior de la boca o gaznate, excepto en el acto de la deglución.

Tienen los himenópteros las alas membranosas, circunstancia que su nombre himenópteros expresa, aunque impropiamente aplicado, supuesto que los dípteros y las moscas tienen sus alas de igual contextura. Las del orden que nos ocupa son, pues, en número de cuatro, las superiores siempre de mayor dimensión, y con menos nervosidades que las de los neurópteros, o simplemente con ramificaciones vellosas. El abdomen de las hembras termina en una especie de taladro o aguijón. A más de los ojos compuestos, tienen todos estos insectos otros tres ojitos lisos; antenas variables, filiformes o sedosas, en la mayor parte de los géneros; cuatro pulpos, dos de ellos maxilares, y dos labiales; el tórax compuesto de tres segmentos, el anterior muy corto, los otros dos confundidos en uno y reunidos todos tres formando como una sola masa; las alas se cruzan horizontalmente en la parte superior del cuerpo, y los tarsos están compuestos de cinco artículos. El taladro, que en las hembras constituye la terminación del abdomen, es un aparato destinado a practicar aberturas o incisiones en los cuerpos blandos, a fin de alojar en ellas los huevos, los cuales descienden por la ranura que forman las láminas o filetes del dicho taladro; y he allí porqué se le ha dado el nombre de oviducto (conducto de los huevos). Constituyen por lo regular este instrumento u órgano tres piezas: dos laterales que envainan a la tercera, la cual alguna vez es doble. En ciertas familias el taladro se convierte en aguijón, en cuyo caso se compone de una pieza superior, que tiene inferiormente, una ranura, canal o corredera, que abarca las otras dos piezas situadas debajo de la misma. Sufren los himenópteros una completa metamorfosis; la mayor parte de sus larvas carecen de patas y se asemejan a gusanos; otras tienen seis, escamosas, y de doce a diez y seis simplemente membranosas, por lo que se han llamado orugas falsas. Todas, empero, tienen la cabeza escamosa, mandíbulas, maxilas, y un labio provisto de hilera, la cual da paso a la materia sedosa empleada en la construcción del capullo de la ninfa. En el estado perfecto, los himenópteros pasan su vida casi todos en las flores, y por lo regular abundan más en las comarcas meridionales. En un año recorren el círculo de sus metamorfosis desde que nacen hasta que mueren.

Divídese el orden de que vamos tratando en dos grandes secciones: himenópteros con taladro e himenópteros con aguijón. Empezaremos por los primeros, llamados también taladradores o terebrantes, del verbo latino terebrare. Divídense en dos familias: serríferos y pupívoros.

Familia de los serríferos Los himenópteros de la familia de los serríferos, tienen el abdomen que forma como continuación del tórax, sin estrechez o señal de demarcación que los separe. El taladro de las hembras tiene la figura de sierra, y lo emplean en abrir un hueco donde deponer los huevos. Las larvas tienen seis pies escamosos. Consta esta familia de los dos géneros Tenthredo y Sirex de Linneo.

Los Tenthredos, vulgarmente llamados moscas-sierras, tienen el taladro compuesto de dos láminas dentadas, puntiagudas, reunidas y metidas como en una vaina entre otras dos láminas cóncavas. Las mandíbulas son también dentadas y muy prolongadas; las maxilas, que en su extremo son casi membranosas, sostienen un tentáculo compuesto de seis artículos; la lengüeta es recta, y dividida en tres porciones; los palpos labiales, formados por cuatro artículos, son cortos; las alas preséntanse divididas en celdillas membranosas; y finalmente, el abdomen, de forma cilíndrica, se ve redondeado en su parte posterior. Con los movimientos alternos de los dientes de taladro hacen los tenthredos en las plantas las incisiones en que deponen sus huevos, con un humor espumoso, cuyo uso se cree dirigido a impedir que se cierre la abertura. La herida hecha en las plantas por la acción de estos taladros adquiere sucesivamente una figura convexa, debida al crecimiento de los huevos contenidos; en términos, que a veces llega a formar como una agalla, o gruesa verruga, ya leñosa, ya pulposa, y parecida a un fruto pequeño, conforme sea la naturaleza de las partes del vegetal interesadas. En tal caso, son estos tumores el domicilio de las larvas, las cuales se hallan alojadas en ellos, y en los mismos se desarrollan y sufren todas sus metamorfosis. Llegado el animal a su estado perfecto, practica con los dientes un agujero redondo en las paredes de su encierro, y por él sale el aire libre. Pero esto no es lo más frecuente; sino que por lo común las larvas de los tenthredos mantiénense al descubierto, encima de las hojas de que se alimentan, asemejándose a las orugas. Para transformarse en ninfas, hilan, o en el suelo, o en las plantas que les prestan alimento, un capullo en el cual permanecen durante meses.

El TENTHREDON DEL ROSAL (Tenthredo rosae, LIN.). Tiene 4 líneas de longitud; el color amarillo subido le ocre; las antenas, compuestas de tres artículos, son negras, lo mismo que la cabeza, parte superior del coselete, pecho y borde externo de las alas; las patas, amarillentas, y los tarsos con anillos negros. Esta especie es de las que con más facilidad pueden estudiarse, máximo en el tiempo de la puesta, época la más interesante de su historia. Si en una deliciosa mañana del verano nos dirigimos a examinar un rosal, hallaremos al tenthredo ocupado en su tarea, y como afortunadamente es poco arisco este insecto, puede examinarse de cerca, como se tenga alguna precaución. Cuando la hembra conoce que está cercano el instante de la puesta, paséase de una a otra rama antes de determinarse, hasta que encuentra el sitio de elección, que por lo regular suele distar algo del extremo de la rama, aunque menos de su raíz o arranque. Luego inclina hacia abajo la cabeza, dobla el cuerpo, y nos deja ver la punta de la doble sierra, compuesta de dos láminas dentadas. Muy luego sale otra porción de la misma sierra de dentro de la especie de estuche que la contiene. El insecto la endereza y coloca perpendicularmente al punto que pretendo taladrar. En este instante es cuando podemos verla entera, puesto que aplicarla al tejido del vegetal y quedar introducida en él es obra casi instantánea. El insecto, agarrándose fuertemente con las piernas, empuja con el abdomen el taladro hasta que queda introducido y que los dientes de la sierra pueden hacer presa y obrar con desembarazo: de este modo, en menos de no minuto se ha introducido el taladro en toda su extensión y hasta la mayor profundidad, quedando el abdomen de la hembra, que se hallaba algo separado de la superficie del tejido, arrimado y en contacto con él mismo. Todo esto puede apreciarse a la simple vista; pero si nos valemos del auxilio de la lente, y nos situamos de un modo a propósito, veremos que el taladro penetra en la sustancia vegetal, no solo por la presión del abdomen, sino por el juego alterno de las dos aserradas láminas, que divisaremos, viendo como una de ellas es impelida hacia el centro del leño, mientras la otra opera en la corteza; y hasta percibiremos que estos movimientos se deben al impulso de los tendones a que las sierras están sujetas.

La providencia del Autor de la naturaleza es admirable hasta en sus obras más diminutas: no trata el tenthredo de hacer en la materia vegetal un corte como pudiera practicarse con una sierra común; sino de hacer una cavidad que por sus proporciones se adapte a contener y a abrigar el huevo en ella depositado; y este objeto lo desempeña con toda perfección el insecto, con el instrumento adecuado que recibió del Criador, compuesto de las sierras para cortar la sustancia, terminadas en punta para profundizar el hueco, y capaces de los movimientos más oportunos.

Después de haber estado observando el modo como el insecto que nos ocupa hace jugar su taladro, lo veremos suspender de improviso todo movimiento; y en esta inmovilidad expele de su cuerpo el huevo destinado a ocupar la celdilla que acaba de abrir en el tejido de la planta. Tras un instante de reposo, retira de la incisión el taladro, como en unos dos tercios de su longitud; y en este caso aún nos queda que observar la materia espumosa, semejante a una disolución de jabón, que se eleva hasta los bordes de la hendedura, y que no es savia del vegetal, como puede comprobarse, sino que la suministra el tenthredon. Vallisnieri opina que este humor está destinado a mantener los bordes de la incisión convenientemente separados; Reaumur, que tiene por fin conservar el huevo e impedir la putrefacción de las fibras cortadas; sin embargo, su verdadero objeto no está aún bien comprobado. Poco después de haber aparecido dicho humor espumoso, envaina el insecto su taladro; da algunos pasos hacia abajo; practica otra incisión debajo de la anterior y depone otro huevo, así siguiendo hasta incidir de tres a diez y seis aberturas, cada una con su huevo correspondiente.

Cada una de dichas aberturas no pasa de una línea de extensión, ofrecen una leve curva, y se hallan aproximadas entre sí, de modo que una serie de quince ocupa poco más de una pulgada. Si descortezamos los bordes de la incisión y una corta porción de materia leñosa, tendremos el huevo al descubierto; y podremos observar que es oblongo y de color amarillo. Si volvemos al día siguiente de practicadas las aberturas, y de efectuada la puesta del tenthredon, notaremos que los puntos donde existen los huevos se han ennegrecido; y en lo sucesivo veremos que adquieren de día en día mayor convexidad y prominencia, hasta que al fin se asemejan a una serie de cuentas de rosario, crecimiento debido al desarrollo del huevo contenido, que aprieta las paredes de su celda, levantándolas y manteniendo abierta la vía que ha de dar salida a la larva. Pero cualquiera que sea el crecimiento de la celdilla, nunca llega a impedir el de la que se bulla inmediata, gracias a la precaución de la hembra de dejar entre una y otra el espacio intermedio conveniente. Así que ha salido la larva, ya en busca de alimento en las hojas del rosal; y cuando siente la necesidad de metamorfosearse, penetra en la tierra y se envuelve en un capullo, del cual renace en estado perfecto.

El TALADRADOR DEL SAUCE (Tenthredo capreo, LIN.). Tiene 4 líneas de largo toda la parte superior del cuerpo, las patas, la parte inferior del vientre, y anterior de la cabeza, son amarillas; la superior de esta última, negra; el coselete negro superiormente, excepto en la parte anterior, donde se ven como unas charreteras amarillas; el borde externo de las alas es negro y muy denso. La larva vive en los sauces; es hermosísima, y lo abigarrado de sus matices la hace muy vistosa. Su cabeza es negra y lisa; la parte anterior del cuerpo; es decir, los tres primeros anillos, son de color leonado, lo mismo que los tres segmentos o anillos posteriores; toda la parte céntrica es de un hermoso azul tirante a verde; lo mismo en la porción azul que en las porciones de color leonado, se ve todo el cuerpo sacado de puntos negros, dispuestos en hileras longitudinales. Este animal tiene veinte patas; seis escamosas delante, y las catorce restantes membranosas.

Finalmente, para terminar la historia del género tenthredo, indicaremos una especie cuyas larvas viven en sociedad en los albaricoques. Roen las hojas, y atan algunas de estas entre sí con una especie de seda blanca; además, cada insecto se hila un tubito con que se cubre el cuerpo; quedando todas las larvas en común encerradas en el paquete de hojas que han formado. Como no pueden andar, déjanse resbalar en sus tubos contrayendo y extendiendo sus anillos. Cuando alguna quiere ir más adelante en la hoja que ocupa, lo hace alargando el tubo con la adición de nuevos hilos; si quiere cambiar de sitio, vuélvese de espaldas y va resbalando atrás y adelante. Si cogemos una y la ponemos en la superficie de una mesa o de un espejo, etc., al instante se coloca de espaldas y extiende de uno y otro lado entorno suyo unos hilos en forma de arcos, o ceñidores, que adhiere al plano que la sostiene, y luego adelanta, o retrocede, apoyándose en los hilos que ha tendido, y mediante las contracciones de los anillos. Cuando la larva quiere descender de la hoja en que estableció su domicilio, suspéndese de un hilo que sale de su hilera, y lo va alargando hasta que llega al suelo. No es menos admirable el modo como sube por dicho hilo, cuando le conviene volver a su hoja. Primeramente se adhiere el cabo del hilo al abdomen, luego da una vuelta y se ciñe una porción del hilo como un cinturón; efectúa su movimiento vermicular, apoyándose en el anillo o circunvolución que se ha formado, y por él va resbalando de abajo arriba hasta tenerlo en el extremo del abdomen; entonces antes de soltar el anillo del hilo, hace otro algo más arriba, envolviendo también el cuerpo con el mismo, hecho lo cual suelta el primero; y repitiendo esta maniobra cuantas veces es necesario, llega al punto a que intenta subir.

El género Sirex, se diferencia del anterior en que sus individuos tienen las mandíbulas cortas y gruesas; la lengüeta entera; las antenas vibrátiles, es decir, en movimiento incesante, y constan de diez a veinte y cinco artículos; la cabeza casi es globulosa; el labro muy pequeño; los palpos maxilares filiformes; los labiales compuestos de tres artículos, de los cuales el último, es más grueso; y por último, el cuerpo es cilíndrico.

El UROCERO GIGANTE (Sirex gigas y Sirex mariscus, LIN.). Sus antenas constan de 13 a 25 artículos, y se insertan junto a la frente; las mandíbulas son dentadas en su lado interno; el extremo del último segmento abdominal se prolonga formando rabo o a modo de cuerno; y por último, el taladro es muy saliente y se compone de tres filamentos. -La hembra (Sirex gigas) pasa de 1 pulgada de longitud, de color negro, con una mancha detrás de los ojos, amarilla lo mismo que el abdomen. Los anillos tercero, cuarto, quinto y sexto del abdomen, son blandos, las piernas y los tarsos son amarillentos. -El macho (Sirex mariscus) carece de taladro, tiene el abdomen amarillento-rojizo, con una mancha negra hacia el extremo, lo mismo que la punta o terminación de este. Este hermoso insecto es raro en los alrededores de París; pues vive con preferencia en los sitios fríos y montuosos, donde abundan los pinos y otros coníferos, como sucede en los Alpes, Pirineos y países del norte de Europa. Reaumur lo llamó Ichneumon de Laponia, por haberlo recibido de Manpertuis, quien lo halló en Laponia. Cuando este insecto vuela, despide un zumbido como el de las abejas. La hembra depone en la madera sus huevos muy oblongos y agudos en sus extremos. La larva es larga, cilíndrica y amarillenta, con rayas; tiene la cabeza escamosa; seis patas muy cortas, y abultada la extremidad posterior del cuerpo.

Las Efemérides de los investigadores de la naturaleza contienen una observación relativa a los uroceros, la cual induce creer que el oviducto de estos animales, acaso sea un arma peligrosa para el hombre. Refiérese que en 1679 aparecieron en la ciudad de Czierch y sus cercanías unos insectos alados y desconocidos, los cuales con sus aguijones, hirieron mortalmente a algunos hombres y animales. De repente y sin provocación, se arrojaban a la cara, al pecho, brazos, etc. de los primeros, dándoles repetidas picaduras. Seguíase a cada una un tumor duro; y si se descuidaba, y no se exprimía el veneno a las primeras tres horas, moría el herido a los pocos días. Aquellos insectos causaron la muerte a treinta y cinco hombres de la diócesis y a muchos bueyes y caballos; pero atacaban con preferencia a los hombres. A fines de setiembre el viento se llevó algunos de dichos insectos a una pequeña población, en los confines de Silesia y de Polonia; pero debilitados por el exceso del frío, causaron leves daños, y a los ocho días habían ya desaparecido. Según dicha relación, aquellos insectos tenían cuatro alas, y llevaban en el vientre un largo aguijón, metido dentro de una especie de vaina, la cual se abría en dos porciones, y al arrojarse encima de las personas despedían un zumbido agudo. El autor añade a la observación que anteceden una extensa descripción acompañada de láminas, que aunque groseras, no dejan duda de que representan el urocero gigante. Pero Latreille niega su asenso a esta relación, pues le parece imposible que el taladro del urocero, destinado a deponer los huevos en las hendiduras de los árboles, se convierta en arma ofensiva; y aun suponiendo que tales insectos hayan clavado su aguijón en algunas personas, no puede conceder que su picadura sea venenosa. Con todo, no podemos adherirnos a su incredulidad; en primer lugar, porque se trata de un hecho reciente, y lo atestigua una población entera, y luego la descripción del animal es exacta. Además: ¿es acaso imposible o absurdo creer que unos insectos que viven exclusivamente en los bosques de árboles verdes, expatriados y arrojados de su país por la violencia del viento en el instante de efectuar la puesta, hayan hallado en las carnes del hombre y de otros animales unas partes blandas, propias para recibir y contener sus huevos, que no podían deponer en otra parte? Esto supuesto, ¿no es admisible que la introducción de un huevo de cierto volumen, y probablemente cubierto de un humor acre, haya producido una inflamación mortal? Esto es aún más verosímil que los estragos, bien comprobados, resultantes de la pústula maligna, fenómeno de que nadie duda y que se reproduce en nuestros campos con desgraciada frecuencia. En los años cálidos y húmedos, cuando los pastos son de mala calidad, ataca a los ganados una enfermedad sumamente contagiosa y mortal: en el tejido celular subcutáneo, y también en la piel se desarrollan unos tumores inflamatorios o carbuncos, que gangrenan los tejidos circunvecinos, y el animal muere a los dos o tres días. Entonces es necesario separar los animales afectos, para que no se contagie todo el rebaño. Tan terrible dolencia se comunica a los pastores, los cuales siguen a sus reses; testigos de ello son los labriegos de Borgoña, Lorena, y Franco Condado. Pero lo más triste que hay en esta plaga, que llaman pústula maligna, es que puede trasladarse a puntos distantes al través del espacio, por conducto de insectos que hayan estado en contacto con los animales contagiados. Así pues, supongamos que una mosca, por ejemplo, haya puesto sus esponjosas patas en las pústulas de un buey o de un carnero, y que luego vaya a posarse en la mano o en el rostro de un hombre. A pocas horas siente una viva comezón que le hace advertir en una manchita como picadura de pulga, la cual se extiende con prontitud así en superficie como en profundidad, y se cubre de una vejiguilla llena de serosidad. Transcurridas las veinte y cuatro horas, el tumor se presenta duro, y acompáñale un ardor tal, que el paciente lo compara a la sensación causada por un ascua de carbón en contacto con el cutis; a este doloroso escozor sucede un profundo entorpecimiento en la parte. El tumor se pone luego elástico, se desorganiza en breve, y termina con la muerte del paciente en veinte y cuatro o treinta y seis horas. A los síntomas que acabamos de exponer debe añadirse la caterva de los que caracterizan la fiebre pútrida y maligna, como son: náuseas, vómitos, pequeñez del pulso, desmayos, ansiedad y trastorno o descomposición de las facciones, insomnio, delirio, etc., visto lo cual, es fuerza convenir en que los efectos de la pústula maligna son harto más sorprendentes que los de la picadura del urocero gigante. Pero afortunadamente esos estragos se limitan a las inmediaciones de los sitios infectos, en el estado más intenso de la epizootia, cuando esta afección se ceba con extraordinaria malignidad. A más, esta dolencia es susceptible de remedio; pues siendo en sus principios puramente local, pueden detenerse sus progresos a beneficio de una medicación también local, semejante a la que se emplea en el caso de mordedura de serpiente venenosa; el cual consiste en dilatar convenientemente la herida, a fin de cauterizarla por medio de los agentes químicos más enérgicos, y hasta con el hierro candente. No hay pues que asustarse; pero volvamos a los himenópteros.

Los Orizos, pertenecientes también al género Sirex, se diferencian de los uroceros en que tienen las antenas insertas junto a la boca; las mandíbulas sin dientes; el extremo del abdomen casi redondeado, o ligeramente prolongado, manteniendo un taladro delgado y arrollado en espiral; tal es el siguiente:

El ORIZO CORONADO (Oryssus coronatus, FABR.) Tiene la cabeza superada de unos tuberculitos. El cuerpo en general negro; una lista blanca en las antenas, una línea también blanca en el borde interno de cada ojo; la piernas blancas, en su porción inferior; el abdomen rojo, y en su base negro, una gran mancha negruzca, que abraza un rasgo blanco, junto a la extremidad de las alas superiores. Este insecto habita al mediodía de Francia, es vivo, inquieto, ágil, y frecuenta con predilección los árboles añejos expuestos al sol.

Familia de los pupívoros Los himenópteros con taladro pertenecientes a esta familia, tienen el abdomen unido al coselete simplemente por una porción de su diámetro transversal, y en general por un pedículo que permite al abdomen una gran movilidad: el primer segmento abdominal parece formar parte del coselete, por cuanto precede a la estrechez que marca la separación de estas partes, lo cual pudiera hacer presumir que el coselete consta de cuatro anillos. Las larvas no tienen patas, y sin duda por esta falta, que les impide ir de un punto a otro, son parásitas, y viven en el cuerpo de las orugas y de las ninfas de las mariposas o de otros insectos, en cuyo cuerpo debió de introducir antes los huevos la madre. De ahí su nombre pupívoros, equivalente a comedores de orugas, que se ha dado a los insectos de esta familia. Comprendo esta más de treinta géneros; pero pueden reducirse a seis principales, que son los Fenos, Ichneumones, Cinipes, Calcios, Betilos y Crisis.

Los Fenos tienen alas con ramificaciones venosas, y en las alas superiores se ven celdillas o aréolas bien formadas; las antenas, filiformes o sedosas, compuestas de doce o catorce artículos; las mandíbulas dentadas en su lado interno; los palpos maxilares compuestos de seis artículo, y de cuatro los labiales; abdomen sentado en el tórax; y el taladro consta de tres filamentos. -Estos insectos viven en las flores; y en estado de reposo elevan con frecuencia el abdomen. Por la noche, o cuando el mal tiempo no les permite volar, se adhieren con sus mandíbulas a los tejidos de las plantas, manteniéndose en una posición casi perpendicular. Encuéntranse a menudo en los sitios secos y arenosos, revoloteando entorno de las abejas solitarias, a fin de descubrir sus nidos, va para apoderarse de ellos, va para deponer sus huevos junto a las larvas del verdadero dueño del nido.

El FENO APPENDIGASTRO (Evania appendigaster, LIN.). Es negro y salpicado de puntos; las patas traseras son mucho mayores que las demás las antenas son truncadas y de color oscuro, con el primer artículo más hundido; el abdomen liso, lateralmente comprimido y triangular; separado de repente del coselete por un pedículo arrugado en su superficie. Vive esta especie al mediodía de Europa.

El FENO TIRADOR (Ichneumon jaculator, LIN.) Tiene 6 líneas de longitud; las antenas rectas; el abdomen prolongado, que va insensiblemente estrechándose hacia su base, y de color leonado hacia su mitad; las piernas posteriores, blanquizcas en su origen y en su extremidad. La hembra tiene el taladro más largo que el cuerpo; sus dos filetes laterales son negros, con la punta algo blanquizca, y el del medio leonado; las alas son diáfanas y sin color.

El género Ichneumon, se asemeja al antecedente en cuanto a las alas y al taladro o aguijón; pero difiere en que tiene las antenas compuestas lo menos de diez y seis artículos; las mandíbulas lisas y terminadas en punta bífida, y los palpos maxilares por lo regular compuestos de cinco artículos. El Ichneumon saca su nombre de una especie de mangosta propia de Egipto, que los europeos del Cairo llaman Rata de Faraón: y es la Viverra ichneumon de Linneo. Ese pequeño mamífero se alimenta con ratones y reptiles pero apetece sobre todo los huevos del cocodrilo de los cuales destruye un número inmenso. Los antiguos dieron el mismo nombre que a dicho animal al insecto que nos ocupa, por haber hallado que no es menos útil, por los beneficios que reporta a la agricultura con la destrucción de las orugas. Creían los egipcios que su Ichneumon no solo quebranta los huevos del terrible reptil, sino que le destruye introduciéndose en su abdomen para comerle las entrañas. Las hembras del insecto homónimo no matan las orugas, sino que hacen de sus cuerpos las cunas de sus hijos. Llámase también el ichneumon mosca vibrátil, a causa del movimiento vibratorio de las antenas, y mosca tripila por constar su aguijón de tres porciones, delgadas y como hebras de seda. La porción del medio es la única que sirve para introducir los huevos en los cuerpos de las orugas, y así es más escamosa, y de color más claro que las otras dos que le sirven como de vaina. Aunque cogido entre los dedos el insecto trata de clavar en ellos su taladro, no causa daño la picadura, como no sea de los que lo tienen muy corto, y que si logran clavarlo en la piel causan un dolor bastante vivo.

Cuando la hembra siente la necesidad de efectuar la puesta, vuela en busca de larvas, ninfas y huevos de insectos, sin perdonar ni aun los de araña y de pulgón, destinados a servir de alimento a la cría. Al principio el taladro parece que solo consta de una pieza; pero no tarda en desenvolverlo, levantándolo, bajándolo y retorciéndolo en algunos puntos de su longitud, haciéndolo al fin pasar por bajo del vientre con la punta dirigida adelante. Después de estos preliminares, aplica dicha punta en el sitio donde quiere establecer el nido, y mueve el taladro de izquierda a derecha y viceversa, hasta haber hecho un agujero, cuya operación queda terminada en un cuarto de hora.

Los ichneumones que tienen el taladro muy corto o nada aparente colocan sus huevos en la piel de las larvas, de las orugas y de las ninfas, que hallan al descubierto; y se colocan en una larva u oruga, cuyo cuerpo es a veces más grande que el suyo y por el cual pueden pasearse. Recórrenlo en todas direcciones en busca del punto que más les conviene. Luego lo taladran y deponen el huevo en la heridita; y siguen del mismo modo haciendo veinte o treinta picaduras en una misma oruga, alojando por lo mismo en su cuerpo veinte o treinta huevos, siempre que la extensión de aquella lo permita, pues sobre esta base arregla siempre la hembra el número de picaduras. Las plantas crucíferas alimentan varias especies de orugas, y entre ellas la de la gran mariposa llamada Pieris bassicae. Esta oruga, muy hermosa, a menudo la devora una especie de ichneumon. Las larvas de los ichneumones viven familiarmente en el cuerpo del insecto, destinado a alimentarlas con su propia sustancia hasta su completo desarrollo: pronto agujerean de ambos lados la piel de su víctima, y sin separarse de ella empiezan a hilar su capullo. Aproxímanse todas y sacan hebras sedosas de su hilera, situada en el labio inferior, lo mismo que en las orugas. Crúzanse dichas hebras en distintas direcciones, formando una masa algodonosa, en que se alojan los capullos; los cuales difieren muy poco de los de los gusanos de seda en el color y en el tejido.

Sin duda se preguntará, al ver salir tal número de larvas del cuerpo de una sola oruga, cómo pueden haber vivido en él tanto tiempo sin causar su muerte; pues no solo no muere, sino que sigue creciendo, mientras le están royendo su interior tan terribles enemigos. Pero esto, procede de que las larvas dejan intactos los órganos esenciales a la vida, contentándose con devorar la sustancia grasienta, que es cuantiosa, y solo se ha reunido en la oruga para satisfacción de sus venideras necesidades cuando llegue al estado de ninfa. Sucede, no obstante, a veces, que la oruga perece pronto; y en tal caso su muerte es el resultado de haberse desarrollado dichas larvas mucho más pronto que la misma oruga; aunque siempre la salida de estos ichneumones al través de la piel de la oruga va seguida de la muerte de esta.

Engañados algunos naturalistas por las apariencias, creyeron que estas larvas eran oruguitas, cuya madre hilaba la seda que las cubría a fin de procurarles un abrigo; pero Swammerdam, Leeuwenoeck y Vallisnieri han evidenciado que las larvas que salen del cuerpo de las orugas deben su nacimiento a otros insectos a ellas semejantes.

Hay algunas especies de ichneumones tan sumamente diminutas, que pueden alojar sus huevos en otro huevo de distinto insecto; y la larva que nace encuentra debajo de la cáscara la sustancia que debe alimentarla para adquirir un completo crecimiento y efectuar todas sus metamorfosis; pues en aquel mismo huevecillo se convierte en ninfa, luego en mosca, y atraviesa con los dientes la cáscara que la tiene encerrada, saliendo luego al aire libre. Vallisnieri, viendo salir una pequeña mosca del huevo de una mariposa, creyó que la tierna larva de dicha mosca se había introducido en el huevo; pero otros pacientes y laboriosos observadores se han asegurado de que el huevo que contenía a la pequeña mosca fue introducido en el de la mariposa por la mosca madre.

En los tallos de las gramíneas se notan a veces huevos de ichneumon semejantes a los que se hallan en las orugas; también se encuentra, aunque es raro, en las colmenas de las abejas una especie de tortilla pequeña hecha por un ichneumon, que probablemente vivió en el interior de las orugas que van a merodear la cera. Por último, Reaumur observó capullos de ciertas especies de ichneumon, suspendidos de una hoja o ramita mediante una hebra bastante larga. Estos capullos desprendidos del cuerpo al que se fijaron, dan saltos a veces de cuatro pulgadas de alto; lo cual proviene de que la ninfa aproxima las dos extremidades del cuerpo, separándolas luego con rapidez a semejanza de ciertas pequeñas larvas saltadoras que hallamos en el queso añejo.

El género ichneumon contiene muchas especies pero solo citaremos algunas.

El ICHNEUMON INDICADOR (Ichneumon manifestator, LIN.). Así llamado por las señales que al parecer hace con sus antenas y los filamentos del taladro, es una de las especies más comunes y de mayor tamaño. Es largo de 1 pulgada, enteramente negro, salvo las patas que son de un rojo leonado; las antenas ofrecen los tres cuartos de la longitud del cuerpo; y los filetes del taladro la tienen lo menos doble. Los dos filetes laterales, que sirven como de vaina, son negros, gruesos y velludos; y el oviducto o filamento medio es pardo, liso, más delgado y recio, y como puede verse, nace de debajo del abdomen, así como los otros dos nacen de la terminación de este, el cual es cilíndrico, y se adhiere al coselete casi por toda la anchura o periferia de su base; las alas son grandes, con un punto negro en el borde. Este ichneumon es de aquellos que clavan el taladro en los troncos de los árboles. Es necesaria gran precaución si se quiere observarle, pues el menor movimiento le espanta; y hasta cuando ha empezado ya su operación, no deja de interrumpirla y huir.

Ichneumon indicador.

El ICHNEUMON PERSUASIVO (Ichneumon persuasorius, LIN.). Esta especie se aproxima a la antecedente en cuanto a la forma y tamaño, tiene el cuerpo negro, con manchas blancas en el coselete, y dos puntos de este mismo color en cada segmento abdominal; las patas son leonadas, y el taladro de la longitud de cuerpo.

El ICHNEUMON AMARILLO (Ichneumon luteus, LIN.). Esta especie es hermosa de bastante magnitud; tiene el abdomen encorvado en forma de hoz, y diez líneas de longitud; todo el cuerpo es amarillo rojizo, a excepción de los ojos que son verdes. Las antenas son algo más cortas que el cuerpo; el abdomen se adhiere al coselete por medio de un pedículo largo y muy delgado; los filetes del taladro son muy cortos, tanto que apenas sobresalen del abdomen; las alas tienen un punto amarillento en los bordes. La hembra deposita los huevos en la piel de alguna oruga, en especial de la que llaman cola ahorquillada (Bombyx-vinula). Fíjanse a ella mediante un pedúnculo largo y delgado. Ábrense las larvas; pero no salen más que por mitad de las películas del huevo que las contiene; y crecen alimentándose con la sustancia interna de la oruga; aunque esto no impide que se hagan su capullo. Acaban por aniquilarla y causar su muerte; luego se fabrican sus capullos el uno al lado del otro, y salen de ellos bajo la figura de ichneumones.

El ICHNEUMON MODERADOR (Ichneumon moderator, LIN.). Este a su vez devora a otra especie de su mismo género. Es negro; tiene el abdomen pediculado y comprimido, y las patas de color claro. Su larva vive en el Ichneumon strobitella, y después que la ha devorado fabrica su capullo en el cráneo de la víctima. Esta por su parte, cuando no la ha visitado tan peligroso huésped, establécese en la oruga de un pequeño lepidóptero nocturno, llamado sarna del abeto, y es negra. El taladro es el doble más largo que el cuerpo; los pies rojizos; menos el tercer par, el cual tiene las piernas y el tarso negros con anillos blancos.

El género de los Cínipes, contiene pupívoros cuyas alas inferiores solo presentan una nerviosidad; las superiores tienen pocas venas, y algunas areolillas o celdillas. Las antenas son un filamento o hebra, nunca terminan en clava, y constan de 13 a 15 artículos; los palpos son muy largos. Como tienen los Cinipes la cabeza pequeña, y el coselete grueso y elevado, parecen gibosos. En el abdomen de las hembras se contiene un taladro que parece compuesto de una sola pieza, larga y delgada; su base está retorcida en forma espiral, y la punta se aloja en el vientre en medio de dos válvulas prolongadas, cada una de las cuales le forma como medio estuche. Dicha extremidad es hueca, formando ranura, con dientes laterales que se asemejan a una punta de flecha, y por su medio el insecto dilata los cortes que hace en distintas parles de los vegetales, a fin de colocar en ellos sus huevos. Derrámanse los jugos en la picadura, y forman una excrecencia o tumor llamado AGALLA.

Así la forma, como la solidez de estas protuberancias, varían conforme a la naturaleza de las partes del vegetal, que han quedado interesadas, como son: hojas, pecíolos, yemas, corteza, albura, raíces, etc.; pero la mayor parte tienen la figura esférica; las hay que se asemejan a frutos; agallas en forma de manzana, de grosella, de pepino, de níspera; y otras forman mata, como la que llaman bídeguar o musgo melenudo, que aparecen en el rosal silvestre: las hay parecidas a alcachofas, setas, y a botoncitos o yemas. Entre todos los árboles que presentan agallas, la encina es la que en mayor abundancia las ofrece. En el centro de tan particulares excrecencias, viven durante cinco o seis meses las larvas parásitas de las diversas especies de cínipes, las cuales las roen interiormente sin dañar a su desarrollo; unas pasan en su interior todas sus metamorfosis; al paso que otras salen para hundirse en la tierra, donde permanecen hasta su última transformación. Los orificios redondos que hallamos en la superficie de las agallas, denotan que el insecto que contenían las ha abandonado.

El CÍNIPE DE LA AGALLA TINCTÓREA (Diplolepis gallae tinctoriae, OLIV.). Entre todos los cínipes es este el que mayor utilidad reporta. Este insecto es de un leonado claro, y está cubierto de un vello sedoso y blanquecino, con una mancha parda y reluciente en el abdomen. Vive en unas excrecencias redondas, duras y cubiertas de tubérculos que se encuentran en una especie de encina de levante (Quercus infectoria), y se emplean bajo el nombre de nuez de agalla, para hacer con ellas y el sulfato de hierro o caparrosa verde un tinte negro.

CÍNIPE DE LAS HOJAS DE ENCINA (Cynips quercus folii, LIN.). Tiene 1 línea y media de largo; el color pardo-oscuro y sedoso, con algunos espacios rojizos al rededor de los ojos, en el coselete, y en las patas; el abdomen más oscuro y muy lustroso, con una pequeña mata de pelos en su parte inferior; las antenas y las patas son velludas. Esta especie nace en las agallas redondas y lisas, del tamaño de avellanas, que se forman en el dorso de las hojas de la encina.

El CÍNIPE INFERIOR DE LA ENCINA (Cynips quercus inferior, LIN.). Es negro, con las antenas y las patas de un amarillo claro; vive en las agallas redondas, opacas y globulosas como grosellas, que se forman en la cara inferior de las hojas de la encina.

El CÍNIPE DEL PECIOLO DE LA ENCINA (Cynips quercus petioli, LIN.). Es negro, con las patas blancas y los muslos pardos, vive en las pequeñas agallas redondas, duras y aglomeradas, que nacen al extremo de los pecíolos que sostienen las hojas de encina.

El CÍNIPE DE LOS PEDÚNCULOS DE LA ENCINA (Cynips quercus pedunculi, LIN.). Es pardo, con una cruz linear encima de las alas; vive en las agallas que existen en los pedúnculos de las flores masculinas de la encina, y les comunica la apariencia de un racimo de frutos.

El CÍNIPE DEL ROSAL (Cynips Rosae, LIN.). Es negro, con el abdomen de un matiz ferruginoso, y negro en su extremo; las alas son transparentes: esta especie vive en las agallas musgosas del rosal silvestre. No debe confundirse con el siguiente:

El CÍNIPE DE BEDEGUAR (Ichneumon Bedeguaris, LIN.). Tiene una línea y media de longitud; la cabeza y coselete de un verde dorado; el abdomen purpúreo metálico; las antenas negras, y las patas amarillas. Vive en las agallas musgosas del rosal silvestre en forma de larva. La hembra madre clavó el taladro hasta el centro de la agalla, y depuso el huevo que contiene la larva del Cynips rosae, y para el cual se formó aquella.

El CÍNIPE DE LA HIGUERA (Cynips Psenes, LIN.). Es negro lustroso; con las antenas largas, negras, compuestas de once artículos; las alas transparentes y sin manchas; las patas de un pardo-negruzco, y la cabeza amarillenta. La hembra deposita sus huevos en la semilla de la higuera silvestre más precoz; y de su sustancia se alimenta la larva, teniendo todas sus metamorfosis debajo de la película, saliendo de la misma en estado perfecto por una abertura que sigue la dirección de los pistilos. Esta especie es notable en cuanto la empleaban antiguamente, y se emplea todavía en algunos puntos de levante, en la caprificación, operación que tiene por objeto facilitar la madurez de los higos en los vergeles, pues se ha notado que los higos silvestres en que viven estos insectos maduran mucho más pronto.

El CÍNIPE DE LAS LARVAS (Ichneumon larvarum, LIN.). Tiene la cabeza y el coselete verdes; las patas amarillas, y el abdomen negro con una mancha parda. La hembra, como las de los ichneumones, depone sus huevos en las orugas. Reaumur observó a este insecto, en el instante en que, bajo la forma de larva, acechaba el cuerpo de la oruga del castaño de Indias (Noctua aceris). Salieron diez y seis al través de la piel de la oruga moribunda, y se situaron junto a la misma unas al lado de las otras. A las pocas horas se convirtieron en ninfas; para cuyo fin se colocaron en su espalda, y se hallaron pegadas por medio del licor glutinoso de que su cuerpo está lleno.

Los CÍNIPES DE LAS CRISÁLIDAS (Ichneumon puparum, LIN.). Es de un azul dorado, con el abdomen verde-reluciente, y los pies de un amarillo claro. La hembra de esta especie nunca deposita sus huevos en las orugas, sino constantemente en las crisálidas (llamadas crisálidas particularmente a las ninfas de las mariposas). Para ello aguarda al instante en que la larva acaba de pasar a este estado, y efectúa entonces la puesta mientras halla la piel todavía tierna.

Finalmente, como para completar la singularidad de hábitos del género Cínipe, observó Geoffroy cierta especie, cuya hembra pone los huevos en el cuerpo de una larva de ichneumon, viviente en el interior de un pulgón. No tarda en salir la larva del cínipe; ataca y mata a la del ichneumon, y se metamorfosea bajo la piel del pulgón, de la cual sale por último en estado perfecto.

El género Chalcis, solo difiere del género Cínipe en tener las antenas angulosas, con la extremidad de las mismas claviforme. Son los Chalcis insectos diminutos, con colores y visos metálicos y relucientes, y en su mayor parte dotados de la facultad de dar saltos. Regularmente componen su taladro tres filamentos, siendo parásitas las larvas como las del ichneumon. Existen algunas especies tan mínimas, que basta para alimentarlas la sustancia de huevos de insectos casi imperceptibles. Otros en fin viven en las agallas, o en las ninfas de algunos lepidópteros.

El CHALCIS DIMINUTO (Vespa minua, LIN.). Este insecto es muy común en el cáliz de las umbelíferas; su longitud es de 2 líneas y media; el color del cuerpo negro, con los pies amarillos; los muslos posteriores gruesos, de figura oval y provistos de dientecitos en su parte inferior; las piernas son arqueadas y amarillas, con los extremos negros.

El CHALCIS ANILLADO (Chalcis annulata, FABR.). Es negro, con la terminación del abdomen prolongada; tiene un punto blanco en el extremo de los muslos traseros, y las piernas son entreveradas de negro. Hállase esta especie en los nidos de las avispas del algodón, en la América meridional.

El CHALCIS DORSIGUERO (Leucopsis dorsigera, FABR.). Pertenece al mediodía de Europa; su abdomen carece de pedículo, es redondeado en el extremo y lateralmente comprimido, con el taladro encorvado hacia el dorso. Es negro; el abdomen es casi de longitud doble de la del tórax, con tres fajas, dos manchitas amarillas, cuya línea transversal en el escudete, y otras dos en la parte anterior del coselete también amarillas. La hembra deposita los huevos en los nidos de algunas abejas obreras.

Los Bétilos, que constituyen el quinto género de los pupívoros, aseméjanse a los precedentes en cuanto a la falta de nervosidades en las alas inferiores; pero el abdomen de la hembra termina en un taladro tubular; las antenas constan de diez a quince artículos, y ya son filamentosas, ya claviformes; los palpos maxilares son largos y colgantes. Es probable que los bétilos tienen hábitos semejantes a los de los chalcis; pero como la mayor parte se hallan en la arena, o en plantas de poca altura, regularmente vivirán sus larvas ocultas en la tierra.

El BÉTILO PUNTUADO (Betilus puctuata, LIN.). Se encuentra en los alrededores de París: es negro-lustroso, con puntos en la cabeza y el coselete, algunos artículos de las antenas, después del primero, el extremo de las piernas y de los tarsos, pardos. Las alas superiores son de un matiz oscuro, con una nervosidad delgada, blanca y trífida en su terminación.

El sexto y último género de los pupívoros es el de los Chrisis (esta voz significa dorado). Ciertamente si hay insectos acreedores de esta denominación son los que componen este género. Vulgarmente las llaman avispas doradas; aunque mejor les cuadraría el nombre de avispas colibríes, pues hasta sus movimientos contribuyen a justificar esta denominación. Recorren en continua agitación y con una movilidad excesiva las paredes o leños viejos expuestos al sol. También los hallamos en las flores: tienen el cuerpo oblongo y cubierto de un dermis bastante firme; las alas inferiores en ellos, lo mismo que en los tres géneros precedentes (Cínipes, Chalcis y Bethylos), no presentan ramificaciones venosas; pero los distinguen por el taladro, el cual forman los tres últimos segmentos abdominales, introducidos entre sí, como los tubos de un telescopio, y terminando en un pequeño aguijón. Las antenas son largas, filamentosas, angulosas, vibrátiles y compuestas de trece artículos; las mandíbulas arqueadas, estrechas y puntiagudas; los palpos maxilares regularmente más largos que los labiales, y están compuestos de cinco artículos desiguales; y los labiales constan solo de tres artículos. El coselete es semicilíndrico; el abdomen semioval con la base truncada; y por lo regular en su terminación se notan dentellones. Los Chrisis deponen sus huevos en los nidos de las abejas solitarias, obreras y otras; y las larvas devoran a las de estos últimos insectos. Cuando se ven cogidas entre los dedos, se contraen en forma de bola, encorvando el vientre y poniendo la terminación del abdomen en contacto con la cabeza, al propio tiempo que arriman al coselete las patas y las antenas. El aguijón de las hembras es enteramente inofensivo.

El CHRISIS INFLAMADO (Chrisis ignita, LIN.). Tiene 4 líneas de longitud, y 1 de ancho. La parte anterior de la cabeza es de un verde-dorado, y la posterior, de un hermoso azul, lo mismo que el coselete, en que se nota algún matiz verde; el extremo del coselete termina de cada lado en puntas espinosas; la parte anterior del abdomen es de un hermoso verde-dorado; y la posterior de un rojo cobrizo bruñido; coronan al penúltimo segmento unas puntitas delicadas y espesas, y el cuarto, o último, termina en cuatro dientecitos mayores y más marcados; y la parte inferior del vientre es verde y algo cóncava. Todo el insecto está salpicado de puntitos en su parte superior, lo que hace su color muy brillante. Sus antenas son negras, y sus patas verdes y doradas. Este insecto abunda en las paredes viejas, en cuyos agujeros se aloja.

El CHRISIS AZUL (Chrisis cyanae, LIN.). Su longitud no excede de 1 línea y media; el cuerpo es enteramente azul; la cabeza y coselete cuajados de puntitos; el abdomen liso, y con tres dentellones; el coselete con dos espinas laterales en su base; y las antenas negras.

La segunda sección del orden de los himenópteros, es el de los aculéiferos, o que llevan aguijón, oculto y retráctil, es decir, que a su arbitrio pueden sacarlo y esconderlo. Las hembras tienen un pequeño aparato, en el extremo abdominal, el cual segrega un líquido venenoso, que emplea el insecto en su defensa. A veces, a falta de aguijón, se limita a arrojar ese veneno; aunque generalmente hablando, la vejiguilla que lo contiene comunica con el aguijón, por cuyo medio se transmite a la herida que este ha producido. El macho carece de este arma, cuya picadura causa una inflamación muy dolorosa.

Los himenópteros aculéiferos tienen antenas sencillas, que constan de 13 artículos en los machos, y de 12 en las hembras. Las cuatro alas, presentan todas ramificaciones venosas; el abdomen se adhiere al coselete por un pedículo, y consta de siete artículos en el macho, y de seis en la hembra.

Divídese esta sección en las cuatro familias siguientes: Heteroginos, Excavadores, Diplópteros y Melíferos.

Familia de los Melíferos Si el lector desea presenciar el espectáculo de un pueblo salido de la mano del Criador en estado de perfecta civilización; de una nación que hace miles de años, sin publicistas, ni periódicos, ni parlamentos, pone en práctica una de esas utopías políticas, en busca de las cuales andan en vano los hombres, sin haber conocido más que su programa; no es en la China, ni en los Estados Unidos, ni en Inglaterra, ni en Francia, donde deberá acudir para conseguir su objeto; con solo ir a los bosques, encontrará esa sociedad-modelo en el hueco tronco de un árbol añejo. Y si no quiere hacer tan largo camino, pida al dueño de la primera granja que le salga al paso, que le permita ver sus colmenas. En cualquiera que examine verá un pueblo industrioso, y tales maravillas, que le obliguen a hacer no pocas comparaciones humillantes para la especie humana.

Amor al orden y al trabajo, organización especial, prudente economía en los medios, severa vigilancia en el empleo del público tesoro; odio a los ociosos de parte de los trabajadores; legitimidad fundada en el principio de la soberanía nacional; afecto prudente, aunque no ciego, al jefe del Estado; abnegación de los individuos en beneficio de la causa pública; constante aplicación de la máxima que establece el bien general como la suprema ley; apego inalterable al lugar natal; horror a las invasiones extranjeras e infatigable vigilancia en las puertas de la ciudad; admirables precauciones para evitar la anarquía que resulta estando el trono vacante: he ahí algunas de las condiciones del contrato social que las abejas observan con escrupulosa puntualidad desde la creación del mundo. Los egipcios miraban a estos insectos como el emblema de la monarquía; pero estudiando sus costumbres con detención, podremos convencernos de que, si su estado es una monarquía, sin duda es acreedora a ser llamada la mejor república.

Echemos una primera ojeada en la colmena, y si hace buen tiempo, veremos un tropel laborioso de insectos que se acumula sin desorden a la puerta que sirve de entrada. Sin alarmarnos por los zumbidos, podremos acercarnos sin temor, especialmente si nos acompaña el dueño de las colmenas; pues como estos animales viven en un lugar frecuentado por el hombre, se han familiarizado con su presencia; y por lo mismo bastará que nuestros movimientos sean pausados, y que guardemos silencio. Si alguna abeja viene, se nos para encima de algún miembro, y esto nos molesta, no tenemos que hacer más que echarle un soplo, pues disgustándole el aire que sale de nuestros pulmones, al punto abandona el puesto. Con un movimiento rápido o sacudida, pudiéramos irritarlas. El que quiere tener entrada libre y ser admitido amistosamente por la república de las abejas, tome en la mano una cuchara llena de miel, y acérquese sin temor a la colmena, sin cubrirse la cara ni las manos. Acudirán los insectos a millares, y ni uno siquiera le picará; antes bien, como en recompensa del regalo que les hace, podrá observar sin recelo la entrada de su habitación. Unas llegan del campo cargadas de materiales y provisiones, en términos que apenas pueden sostenerse en el aire; otras salen afanosas de la colmena, y tornan el vuelo para cargar con iguales provisiones a las que traen sus compañeras. A veces ni aun llegan a introducirse en la colmena para deponer su carga, sino que a la entrada hallan laboriosos conductores que se la toman con diestra prontitud: y así pueden aquellas volverse al campo. ¿Qué van a hacer él? Examinemos las flores más inmediatas, y en ellas encontraremos abejas; las plantas cuyas corolas son huecas en las que abunda más el néctar, son los almacenes en que estos insectos ejercen su pecorea. Vémosles lamer y chupar con su trompa el dulce almíbar que contienen, y recoger al propio tiempo de los estambres el polen, cuyas partículas se pegan a los pelos de la abeja, y en particular dejan sobrecargadas sus patas, hasta que, una vez ha completada su carga, regresa a la colmena. Acaso tendremos ocasión de observar cómo en ciertos instantes ninguna abeja sale, al paso que las que se hallaban en los campos regresan de tropel y se afanan por entrar en la colmena. Levantemos los ojos, y veremos la causa de tan presurosa retirada en la aproximación de una nube lluviosa, que sin haber aún cubierto el sol, las abejas han presentido ya sus efectos, y procuran ponerse al abrigo. Para esto han necesitado poquísimo tiempo, por cuanto tienen muy rápido el vuelo, y además sus excursiones no pasan de media legua de radio.

Ahora lo que debe llamar nuestra atención es el interior de las colmenas. Cuando las abejas están reunidas en ellas es arriesgado levantarlas, pues crearían que se intenta arrebatarles su prole, y en consecuencia a miles se nos echarían encima atacándonos con saña: por desgracia no faltan ejemplos de muertes causadas por las picaduras de abeja recibidas en gran número, y de ellos citaremos algunos. Cierto cura de una pequeña parroquia de Saboya reunió en su casa algunos amigos; y a los postres quiso que gustasen la miel de sus colmenas. Así pues, sin precaución alguna abrió precipitadamente una de ellas; pero al punto la cara y manos se le cubrieron de abejas rabiosas; a las dos horas la mitad de su cuerpo estaba paralítica, y a las tres murió en medio de los dolores más terribles. Lo mismo que el hombre, los animales se hallan expuestos al furor de las abejas: un jumento estaba paciendo cerca de una colmena y habiendo recibido varias picaduras, empezó a dar coces con que la arrojó a la distancia de algunos pasos. Al punto el enjambre se le echó encima, de modo que nadie pudo acercársele, no obstante que enternecía a los presentes con dolientes ronquidos. Al día siguiente hallósele echado con el cuerpo entumecido a punto de reventar, y el cuello y la cabeza en un estado horrible; por último murió a las cuarenta y ocho horas. En el año durante la guerra de Hannover, pusieron un piquete de caballería francesa en un vergel donde se criaban abejas; un caballo derribó algunas colmenas, y al punto los enjambres se arrojaron a los hombres y ganado; los primeros huyeron, de los caballos varios quedaron ciegos por causa de las picaduras; y daban de cabeza en las paredes y troncos de los árboles, y murieron quince de resultas del lance; lo que, dice el historiador, causó mucha impresión en el regimiento, pues a la sazón los caballos estaban a cargo de los capitanes.

Estos ejemplos deben aumentar la prudencia, tratándose de nuestras investigaciones, sin disminuir la curiosidad. Deberemos pues satisfacerla pidiendo al dueño de la granja que nos permita examinar una colmena vacía, la que no le faltará como tenga un colmenar algo respetable. A más, podrá acaso sin peligro inclinar una colmena medio ocupada, cuando la mayor parte de las abejas se hallan en el campo, siendo además baja la temperatura, de modo que podamos examinar su interior. Entonces vemos que la mayor parte de la ciudad de las abejas está llena de una especie de tabiques verticales, pegados a la parte superior de la colmena y libres por la inferior, suspensos y paralelos entre sí, y separado uno de otro por un espacio bastante ancho para dar paso a dos abejas juntas. Estos espacios forman como las calles de una ciudad, las cuales se comunican por medio de unos pasadizos practicados en el mismo espesor de los tabiques. Estos tabiques, llámanse panales, formados en ambas caras por innumerables alvéolos o celdillas, en dirección horizontal; es decir, que su eje es perpendicular a la dirección del tabique. Dichos alvéolos están hechos de cera; unos son abiertos y contienen miel; otros igualmente la contienen, pero están tapados con una coberterita de cera; y otros en fin contienen un huevo o un gusano de mayor o menor magnitud. La figura de estas celdillas es hexágona, y casi todas tienen unas dos líneas de diámetro; si bien debajo de las mismas se ven algunos centenares que tienen como media línea más de ancho que las demás; por último, hacia las partes media e inferior del edificio, veremos de diez a treinta celdillas, que se diferencian tanto en su forma como en sus dimensiones: las unas tienen la forma del cáliz de una bellota, cuya boca mira hacia abajo de la colmena; otras son más oblongas, y su abertura se dirige igualmente hacia abajo; otras en fin llegan a tener hasta una pulgada de largo, están cerradas por todas partes, y se asemejan a una pera cuyo extremo más grueso mírase hacia arriba, o en otros términos, a un cono inverso. Las paredes de la colmena están calafateadas con una materia resinosa de color rojo o amarillo, al principio blanda, pero que con el tiempo se endurece. Esta materia, que en cierto modo forma los muros de la ciudad, se ha llamado propolis que equivale a anteciudad.

Abejas trabajadoras.

Trátase ahora de estudiar la estructura de estos insectos, pues una vez conocidos los órganos, nos hallaremos en estado de comprender sus funciones. Cojamos pues una abeja de las que van haciendo su botín entre las flores; lo cual puede hacerse sin dañarla teniéndola cogida por las alas, o mejor presentándole el dedo untado con un poco de miel; y observémosla mientras se saborea en esta sustancia. Entonces se nos presentará a la vista un himenóptero, cuyo cuerpo es negruzco y cubierto de vello pardo, amarillento-oscuro, más abundante en el coselete; el escudete es negruzco; el tercer segmento abdominal y siguientes tienen en su base una faja transversa parduzca, formada por una ligera vellosidad; las mandíbulas y el labio son muy largos, constituyendo en su conjunto una especie de trompa. Examinando detenidamente las patas del tercer par trasero, vemos que la pierna tiene la forma de una palela triangular; su cara externa es cóncava, y bordada de pelos largos y corvos. Vese una pieza cuadrada que forma la continuación de la pierna, y que pudiera creerse un artículo de la misma si no se hallase compuesta de uno solo. Su cara interna presenta varias hileras transversas de pelos recios y paralelos que se han llamado cepillo. Esta pieza es el primer artículo del tarso, y debemos notar que se articula con la pierna por su ángulo anterior, hallándose el posterior libre y provisto de una espina corva; el primer artículo del tarso ejecuta sobre la pierna un movimiento recto, que convierte estas dos piezas en una especie de pinzas o tijeras, cuyo uso explicaremos.

Observemos luego después a una abeja en el instante en que recoge el polen de las flores: ese polvillo fecundante se pega naturalmente a los pelos que cubren el cuerpo del insecto; pero con los tarsos de los dos primeros pares de patas los limpia, y lo traslada al cepillo del tercer par, que también ha hecho su provisión de polen. Entonces el insecto frota el cepillito de una pata del tercer par con el borde externo de la paleta triangular que constituye la pierna de la pata correspondiente, en cuya cara interna, en su cavidad, se recoge el polen, contenido como en un cesto mediante los pelos corvos que pueblan todos sus bordes. Luego con una pierna del segundo par golpea la abeja el montoncito de polen que contiene el cesto de la pata posterior del mismo lado, y después de haber amasado su pelotilla juntando y acumulando los granitos de polen, vuélvese a la colmena.

Para completar nuestro estudio sobre la estructura particular de la abeja, falta que podamos disecar alguna; y si hay repugnancia a matar un animalito tan interesante, cojamos uno muerto recientemente, de los que se hallan a menudo fuera de las colmenas y a sus inmediaciones. Examinaremos en primer lugar las mandíbulas, por lo cual no necesitamos más auxilio que el de una lente y de un largo alfiler; y hallaremos que en la extremidad suelta o libre se halla una fosita; y cuando las dos mandíbulas se aproximan entre sí, se arriman uno a otro los bordes superiores de las fositas, y constituyen unas pinzas cortantes, al paso que no arrimándose igualmente sus bordes interiores, dejan entre sí una especie de ranura. A más, la cavidad formada por la unión de ambas mandíbulas no es sencilla o única, sino que está dividida en dos partes por una arista longitudinal. No nos serán difíciles de comprender los resultados de semejante conformación. Abre el insecto las mandíbulas, y coge con las mismas el objeto que apetece, el borde superior lo corta sin dificultad, pues es blando o de poca consistencia, y la materia mascada se coloca en las fositas situadas inferiormente. Pero las mandíbulas siguen aproximándose, y comprimen y empujan los materiales reunidos en dicha cavidad, los cuales, no pudiendo subir otra vez, pues se lo impide la unión que se ha verificado de las mandíbulas, descienden a la boca por el intersticio que estas dejan entre sus bordes inferiores. Esto constituye una especie de hilera, que sirve al insecto para la construcción de sus alveolos, según luego veremos.

Boca de una abeja.

Estudiemos de nuevo la trompa, que ya hemos visto puesta en acción cuando tuvimos el insecto en la mano, y hallaremos que la forma esencialmente el labio inferior, y que es muy larga, lo mismo que los dos palpos en que lateralmente termina. Más larga todavía es la lengüeta; y dicho labio inferior se ve protegido por dos maxilas que le forman una especie de estuche. Cuando el insecto ha terminado la comida, la lengüeta lamiendo se carga de sustancia melisa, que pasando por entre el labio y las maxilas, gana una abertura situada a la base de la trompa, debajo del labro, la cual es la entrada de las fauces, cerrada por una especie de lengüecita carnosa triangular. Por este orificio se escapa regularmente una gota de miel al apretar la abeja con los dedos. Si le abrimos el abdomen, hallaremos un buchecito lleno de miel, y otro estómago en seguida que contiene polen, y ambos comunican con la boca por medio del esófago, que pasa al través del coselete.

Observemos los arcos inferiores de los seis anillos abdominales; y excepto el primero y el último, todos dejan trasudar cierta materia blanca, que toma la figura de una lámina corva saliendo por los espacios interanulares. Esta materia es cera, proveniente de dos bolsas situadas en la cara interna de cada arco inferior, y que tienen comunicación con la cavidad del abdomen por una red membranosa de mallas hexágonas, cuya red parece ser el tejido glanduloso destinado a segregar la cera. No es la cera, como opinaron los antiguos naturalistas, polen elaborado por la digestión, pues se ha observado que las abejas únicamente alimentadas con polen no la producen; y al contrario las que han comido miel, la suministran en abundancia. ¿Cómo han podido convertirse en cera el azúcar y la miel? He allí una cuestión insoluble, como todas las referentes a los cambios que los líquidos experimentan, en los órganos glandulosos de los seres orgánicos. El mecanismo de las secreciones es uno de los arcanos más profundos de la fisiología. Sin embargo, si el azúcar no se convierte en cera, por otra parte todo induce a creer que es el estimulante propio del órgano secretorio.

Pasemos al aguijón de que está provisto el abdomen. Consta dicho aguijón de una base, un estuche y dos estiletes, que constituyen un dardo. Forman la base ocho piezas, cuatro de cada lado, unidas entre sí por membranas bastante recias. La reunión de estas piezas constituye una especie de envoltorio, el cual por su cara externa, o convexa, se adhiere al último segmento abdominal; al paso que por su cara interna, o cóncava rodea al estuche. Este forma un tallo de consistencia córnea, el cual en su origen presenta un abultamiento que lleva el nombre de talón, y que va por grados, disminuyendo hasta la punta o extremidad libre, la cual es agudísima. Este estuche no forma un cilindro completo, pues con una buena lente se ve en su parte inferior como una ranura, que se extiende por toda su longitud, y en la misma se aloja el dardo.

Consta dicho dardo de dos estiletes, largos, delgados, los cuales no llenan de mucho el hueco del estuche; hállanse contiguos por sus caras internas, que son planas, y presentan en toda su extensión una ranura, cuyo uso veremos muy luego. La punta, o extremo libre, es agudísima y guarnecida de unos dientecitos dirigidos hacia la base. Con todo, los estiletes no se hallan adheridos en toda su longitud; sino que se separan cerca del talón, desde cuyo punto divergen tanto más, cuanto más se acercan a su raíz. Por lo mismo describen una semielipse, y terminan articulándose con las piezas cartilaginosas que constituyen la base del aguijón.

Swammerdam, Reaumur y otros observadores creyeron que los estiletes, después que se apartan el uno del otro ya no los acompaña el estuche, el que, según ellos, termina en el abultamiento llamado talón; pero Audouin, profesor del Jardín Real, reconoció que el estuche, partiendo de dicho talón, hace lo mismo que los estiletes; es decir, que produce dos ramas, las cuales siguen el mismo trayecto que el dardo, y cada cual tiene una ranura que aloja a la rama correspondiente del dardo. Así pues, el estuche se bifurca desde su talón hasta la raíz del aguijón; y los estiletes, ya reunidos, ya divergentes, se hallan metidos en toda su extensión dentro de una vaina, en la que resbalan hacia delante o hacia atrás al arbitrio del animal.

Conocida la estructura del aguijón, vamos a ver el juego particular de las partes de que se compone. Cuando la abeja quiere picar, saca su arma del abdomen por medio de varias contracciones de los músculos con que se adhiere al último segmento; las fibras carnosas de la base entran en acción; la acerada punta del estuche se clava en el cuerpo que el insecto quiere picar, y desde luego presta un punto de apoyo a la base, cuyos músculos ponen en movimiento los estiletes, que también se introducen en la parte herida, y penetran a mayor profundidad todavía que el estuche, quedando a veces tan clavados, que el aguijón entero queda desprendido del cuerpo del insecto, desgarrando sus partes blandas y ocasionando a menudo su muerte. Tenemos ya explicado el mecanismo de la picadura. ¿Pero por qué no se parece esta a la de un alfiler, o de otro cualquier cuerpo acerado? ¿Por qué la picadura de una abeja va acompañada de tan graves accidentes, tales como un dolor acerbo, inflamación viva, y algunas veces hasta calentura? La razón es porque el aguijón no solo contiene un puñal, sino que además es un arma envenenada, del todo análoga a los colmillos venenosos de las serpientes. Entre los estiletes, y en el punto de su divergencia, termina un corto canal que sirve de cuello a una glándula muscular, llena de una ponzoña que segregan dos vasos en forma de bolsas y hacen las veces de glándulas. El líquido procedente de dichos vasos se acumula en la vejiguilla, y comprimido por las contracciones de esta, escápase por el cuello y va a parar entre los estiletes, como a lo largo de las ranuras que estos tienen en su cara interna, y juntamente con ellos penetra en la herida. Según se ve, la picadura de la abeja presenta mucha semejanza con la mordedura de la víbora.

Zángano.

Casi toda la población de una colmena ofrece los mismos rasgos que la abeja que acabamos de examinar; pero hay a más algunos individuos, llamados zánganos, los cuales solo viven los tres o cuatro meses de la primavera; tienen el cuerpo velludo, y el doble más grueso que las abejas comunes; la cabeza más redondeada; las antenas compuestas de trece artículos en vez de doce; los ojos muy salientes y contiguos, situados en la parte superior de la cabeza; el abdomen con siete anillos en lugar de seis, y absolutamente faltos de aguijón; las cuatro patas anteriores cortas; y el primer artículo de los tarsos del tercer par, ni se dilata, ni forma cucharita, ni está provisto de vello a modo de cepillito. Estos individuos no toman parte en los trabajos de la comunidad; y únicamente forman el aéreo cortejo de la abeja reina. Importaría mucho conocer esta reina; pero no es en verdad muy fácil, puesto que dicha abeja nunca se para fuera de la colmena, permaneciendo o dentro de esta, o volando por los aires. Con todo, hay un medio para verla, aunque es necesaria mucha destreza y estar acostumbrado para emplearlo con buen éxito. Este medio consiste en dar algunos ligeros golpecitos a los lados o en la parte inferior de la colmena; entonces la reina se presenta desde luego a la entrada a fin de enterarse de la causa que produjo aquel ruido, y al punto se retira en medio de su pueblo. El que la ha visto alguna vez, al instante la distingue de todas las abejas que la rodean, y puede cogerla, tomando las oportunas precauciones tanto para no recibir picaduras, como para no magullarla con los dedos. Una vez cogida, veremos que la reina es la única hembra de la república; tiene el abdomen doble más largo que las abejas comunes; y las alas mucho más cortas que el cuerpo, y que apenas sobrepasan del cuarto anillo del abdomen; las mandíbulas escotadas, y encajadas mutuamente por medio de dientecitos. Carece de cestita en las piernas traseras; y el aguijón, en vez de ser recto, se inclina oblicuamente al extremo del cuerpo. Salvo estas diferencias, presenta los mismos caracteres que las abejas ordinarias. Estas últimas ofrecen ciertos matices que las distinguen entre sí: unas, llamadas cereras tienen el abdomen más dilatado, y son las únicas que poseen la facultad de convertir la miel en cera; otras, denominadas nodrizas, más pequeñas y más débiles, van a recoger el polen, el cual llevan en forma de bolitas en los cestos de las patas, y luego en la colmena lo amasan con miel formando una especie de papilla para la tierna prole de la reina; estas son las únicas que saben hacer las celdillas con la cera que les han suministrado las cereras. Nótase que tan solo las nodrizas tienen facultad de procurarse otra reina cuando la primera ha muerto o se les ha quitado. Así las cereras cual las nodrizas, como encargadas de los trabajos de la sociedad, han recibido el nombre de obreras o peones, con que generalmente se les designa.

Abeja reina.

Vamos ahora a tratar de dichos trabajos, para lo cual bastarán las nociones dadas hasta aquí; pero, ¿cómo estudiar las operaciones de unos insectos que trabajan en la más profunda oscuridad? Las colmenas de mimbre, de madera, o de paja, no dejan pasar la luz al través de sus paredes; por lo que los antiguos las fabricaban de piedras transparentes. Refiere Plinio, que cierto senador romano las mandó construir de cuerno el más transparente; pero solo a últimos del pasado siglo se imaginó alojar las abejas en colmenas con cristales; es decir, que en el exterior de madera hay postiguillos que pueden abrirse, y detrás las ventanas con cristales, que permiten observar perfectamente a las abejas en sus maniobras, como si se hallasen al descubierto. Dichos cristales tardan bastante en ser sucios, y cuando llegan a este estado no faltan medios para limpiarlos. Detrás, pues, de los cristales, puede un observador contemplar a las abejas a cualquiera hora del día y en cualquiera estación sin turbarlas ni inquietarlas.

Al mirar el interior de uno de esos talleres donde se fabrica la cera y la miel, uno no se cansa de admirar los panales construidos con tanta regularidad, así como los innumerables alvéolos o celditas; y tantos miles de abejas, las unas trabajando con afán, y las otras reunidas en grupos suspendidos al aire tomando el necesario descanso. La disposición con que se colocan estos grupos es a veces muy extraña y representa varias figuras, como de racimos, guirnaldas, etc.; pues la una se coge con las dos patas delanteras, o con una sola, a las traseras de la precedente, formando una cadena en que la primera sostiene el peso de todas las que la siguen, y que tiene debajo de sí.

Pero las colmenas con cristales que se construyen ordinariamente, no podrán dejar satisfecha nuestra curiosidad, si queremos ver algo más que el movimiento general del enjambre, y las ocupaciones de las abejas en distintos objetos. En tales colmenas las maniobras que deseamos observar con todos sus pormenores se efectúan demasiado distantes de nuestra vista, y en sitios sobrado oscuros; de modo que todo parece tumulto y confusión, aún cuando nada se hace sin el mayor orden y armonía. La abeja en que habremos clavado los ojos, y que quisiéramos observar todo el tiempo que está trabajando, pronto se nos ocultará detrás de otras que se interponen. Para obviar a tales inconvenientes, Reaumur construyó unas colmenas de forma cuadrada puestas verticalmente: su altura de 22 pulgadas, de 2 pies de ancho en dos de sus caras opuestas, y solo de 4 pulgadas y media las otras dos; o lo que es lo mismo, de 2 pies de anchura, y 4 pulgadas y media de profundidad: las dos superficies anchas estaban provistas de cristales. En el lado correspondiente al norte había varios agujeros para que las abejas pudiesen entrar y salir de la colmena; la cual, como hemos visto, era poco profunda, y mediaba poco espacio entre ambas superficies de cristales: paralelos a estos, por lo mismo, debían disponer las abejas sus panales permitiéndoles hacer solamente dos, paralelos también entre sí; de lo que se seguía que las abejas no podían trabajar en ellos sin ser vistas; que sus operaciones en los alvéolos externos debían ser también visibles; y por último, que el enjambre se veía precisado a extenderse mucho más de lo que sucede en una colmena ordinaria. Con todo, no obstante ser estas colmenas complanadas mucho más favorables al observador que las ordinarias, quedan todavía imperfectas, supuesto que contienen dos planos de panales; de modo que cuanto se efectúa en el espacio intermedio de los mismos está fuera del dominio del observador.

Por esta razón, Carlos Bonnet, célebre filósofo de Ginebra, aconsejaba a los naturalistas que se sirviesen de colmenas mucho más complanadas, cuyos cristales estuviesen tan aproximados, que solo permitiesen en el espacio intermedio una hilera de panales. Entonces fue cuando Huber, compatricio de Bonnet, mandó construir colmenas de solo 18 líneas de profundidad. Pero este ingenioso observador creyó que hallándose las abejas enseñadas por la naturaleza a construir panales paralelos, no abandonarían esta ley como a ello no se viesen forzadas por una particular disposición; y que no pudiendo hacerlos paralelos al plano de la colmena, los fabricarían más pequeños y en dirección horizontal o perpendicular a dicho plano, dejando así sin efecto la observación; y estas consideraciones le condujeron a pensar que ya de antemano debía arreglárseles algunos fragmentos bajo un plano del todo vertical, y de modo que por sus dos caras solo distasen de los cristales respectivos tres o cuatro líneas, y así en efecto lo hizo. Este espacio entre la superficie del panal y el cristal permitía a los insectos entera libertad de movimientos, al paso que no les dejaba espacio para agruparse en gran número enganchados mutuamente por las patas, delante del mismo panal. Con semejantes precauciones, pudo lograr que las abejas se estableciesen en tan delgadas colmenas; y en efecto, hicieron sus operaciones y trabajos con la misma asiduidad y orden en todas las celdillas, sin exceptuar una tan solo; y hallándose así visibles, les fue imposible ocultar ninguno de sus movimientos.

Pero luego opinó Huber, que con obligar a estos insectos a contentarse con una habitación, donde solo podían construir una línea de celdillas, había hasta cierto punto variado su posición natural, en circunstancia capaz de producir mayor o menor alteración en su instinto; por lo que imaginó unas colmenas de tal forma construidas, que sin perder las ventajas de las muy delgadas, se acercasen más a las que se emplean comúnmente, en las que las abejas hacen varios órdenes de panales en disposición paralela recíprocamente; y llamó a las nuevas colmenas libros, o colmenas en hojas. La estructura de estos aparatos es sencillísima. Constan de doce armatostes de palo de abeto de un pie cuadrado, y de 13 líneas de espesor, unidos entre sí por unos goznes o charnelas, de modo que pueden abrirse y cerrarse cuando uno quiere a semejanza de un libro. Los dos armatostes más externos están provistos de cristales, y en cierto modo representan las cubiertas. Para emplear estas colmenas, basta poner en el plano de cada armatoste o marco un pedazo de panal, introduciendo en seguida las abejas; luego abriendo sucesivamente los armatostes, se puede examinar varias veces al día los panales en ambas caras, sin que haya una sola celdilla en que no sea visible cuanto en ella se hace, ni una abeja que no pueda observarse en todos sus movimientos. En resumen, esta construcción no es otra cosa que la reunión de varias colmenas muy complanadas, y que pueden separarse cuando se cree necesario para las oportunas observaciones. Cuando las abejas habitan en esta especie de colmenas, no se las debe ir a ver hasta que han fijado sólidamente los panales; pues pudieran estos caer al abrir los armatostes, aplastar algunas abejas, irritar a las restantes, y exponerse el observador a no poco riesgo. Pronto empero se habitúan a esta situación, en cierto modo se domestican, y a los tres días se pueden empezar las observaciones, abrir las colmenas, llevarse porciones de panal, o añadir otras, sin que los insectos den señales de furor.

Gracias a las colmenas que acabamos de describir, Huber inmortalizó su nombre con una serie de observaciones, que le han granjeado el dictado de Historiador de las abejas; y él nos proporcionará los documentos de mayor interés relativos a tan maravillosa historia. Vamos ante todo a estudiar la primera época. Supongamos que un enjambre (así se llama a todo pueblo de abejas, constituido por la reina, desde doscientos a mil zánganos, y de veinte mil a treinta mil obreras). Supóngase, repetimos, que no enjambre, después de haber abandonado su patria, anda en busca de un lugar donde establecer su residencia: en el estado natural, dicho lugar consiste en el hueco de un árbol añejo o de una peña; pero el hombre, que tiene conocimiento de esta especie de emigraciones, supo convertirlas en su provecho, ofreciendo a las abejas un asilo más seguro y cómodo. Si no obstante se niegan a aceptarlo las abejas, el hombre se apodera de su reina, la introduce en la colmena, y al instante se precipita en la misma todo el enjambre, y empiezan inmediatamente los trabajos de la colonización.

Reunidas las abejas en su nueva morada, se ocupan con afán en limpiarla; en seguida salen numerosas operarias dirigiéndose a los árboles, y en especial a los álamos, sauces, encinas y castaños de Indias, para recoger de sus yemas una materia resinosa, dúctil, odorífera y rojiza de que ya hemos hablado bajo el nombre de propolis, y la emplean para tapar todas las rendijas y aberturas de su habitación. A medida que una abeja regresa a la colmena con las patas cargadas de propolis, sus compañeras acuden a descargarla de las partecillas, las reblandecen con sus mandíbulas, y cierran herméticamente cuantas aberturas hallan en las paredes. Si estas son de cristal, prescinden entonces de estas precauciones; pero si la parte de madera está hendida o agujereada, al instante van a cerrar las rendijas con el propolis.

Terminados estos trabajos de circunvalación de su ciudad, pasan las abejas a ocuparse en la construcción de los edificios interiores, que consisten en los panales, destinados a contener en sus alvéolos, los huevos de la reina, y a servir de depósito de las provisiones comunes. La cera hace las veces de piedra en estas construcciones. Ya conocemos el origen de esta sustancia segregada por la abeja, que se ha alimentado de miel, y que trasuda entre los arcos inferiores de sus segmentos abdominales. Vamos a ver el modo de obrarla. Antes de referir los ingeniosos recursos de que se valió Huber para penetrar el misterio de la construcción de los panales, se nos hace preciso hablar de la estructura geométrica de las celdillas o alvéolos que hemos ya indicado. Hemos visto que dichas celdillas se componen de seis lados perfectamente regulares. Se preguntará por qué han de presentar esta figura hexágona más bien que otra cualquiera, y sabiendo que la naturaleza nunca obra a ciegas y sin razones poderosas, se deseará saber cuáles son las que han determinado esta preferencia. Si las celdillas fuesen cilíndricas deberían quedar entre ellas espacios intermedios vacíos, lo cual perjudicaría a la solidez de la obra; o bien sería menester llenar dichos espacios, y esto ocasionaría pérdida de terreno, y un considerable aumento de trabajo y de gasto de cera. Las formas cuadrada y triangular tampoco fueran convenientes pues tanto en uno como en otro sistema resultarían de menor capacidad, y en los ángulos quedarían vacíos que no podría ocupar el cuerpo redondeado del insecto. El problema que debía resolverse era el siguiente: «Encerrar en un espacio dado el mayor número de alvéolos regulares, de la mayor capacidad asequible, con la mayor economía de materia, tiempo y trabajo posible.» Según los cálculos de los más sabios geómetras, está demostrado que de todas las figuras, ninguna hay que en un espacio limitado aproveche más el lugar y los materiales que la hexágona y precisamente esta figura es la que han adoptado las abejas en la construcción de sus celdillas. Lo dicho se entiende en cuanto a las paredes laterales de los alveolos; con todo el fondo de estos no es menos digno de admiración. Forma este una especie de casco piramidal, resultante de la unión de tres rombos, cuyos bordes se adaptan oblicuamente a los del tubo hexágono formado por las paredes de la celdilla. Ya se sabe que cada panal se compone de dos series de alvéolos contiguos por el fondo; pero el del uno no corresponde exactamente con el del opuesto, sino que están en tal disposición, que el eje de uno por ejemplo corresponde al punto de unión de tres alvéolos contiguos de la cara opuesta del panal. Esto puede demostrarse con un experimento sencillísimo: introdúzcanse en un alvéolo tres alfileres, que cada uno traspase el centro de un rombo de los que constituyen el fondo; y se verá que cada punta saldrá a una de las tres cavidades de las celdillas situadas en la cara opuesta. Además, los tabiques romboidales que forman dicha pirámide son otros tantos planos inclinados, en tal grado, que también se pierde el menor espacio posible en esta parte. Tal es la disposición de los alvéolos en las colmenas; disposición tan perfectamente combinada, que han sido necesarios todos los cálculos matemáticos para comprender estos prodigios de inteligencia y de industria.

Todavía hay más: vamos a ver una aparente anomalía, más admirable acaso que la misma regularidad. La primera línea de alvéolos con que el panal se adhiere al techo de la colmena, desde luego solo presenta alvéolos de forma pentágona, en vez de la hexágona, y sobre esto, el lado alveolar que está contiguo al techo de la colmena es más ancho que los otros cuatro del pentágono, lo cual aumentando la base del edificio suspendido, le da más y más firmeza. Siguen las abejas acrecentando el panal de arriba abajo, sin hacer cambio alguno en su construcción; pero llega un día en que se arrojan con una especie de furor a dicha primera hilera o serie de celdillas, cuyas paredes roen, sin tocar el fondo, el cual junto con el de las celdillas opuestas forma un tabique vertical. Igualmente tienen la precaución de no atacar simultáneamente las celdillas de ambos lados del panal; sino después de haber sustituido a la materia que han quitado de un lado una mezcla de cera y de propolis, entonces pasan al opuesto y repiten la misma operación. ¿Pero, qué objeto llevan en este nuevo trabajo? Es evidente que tratan de consolidar los panales, cuya caída, al paso que no es de temer cuando no tienen mucha extensión y se hallan en parte vacíos, infaliblemente se desprendieran del techo que los sostiene desde que son mayores y que están llenos de miel.

Traslúcese en estos hechos tal apariencia de raciocinio, que casi los atribuiríamos a una verdadera combinación de ideas. Con todo, debemos advertir ahora para siempre, que cuando hablamos de inteligencia, previsión, conocimientos geométricos en los insectos, es tan solo para expresarnos con más facilidad; pero entendemos que el honor de las maravillas que ejecutan los animales, les pertenece tanto, como al peón albañil la gloria y el mérito del arquitecto.

Veamos ahora lo que practicó Huber para observar a sus diestros operarios en su tarea. Hacía ya tiempo que la experiencia le había demostrado que sus colmenas con cristales, a pesar de las ventajas que presentan para la observación, eran insuficientes al tratarse de examinar los trabajos hechos en los alvéolos, pues la más asidua paciencia junto con la más perspicaz atención no podían descubrir unas operaciones hechas detrás de un racimo de abejas bastante grueso. En este grupo, y en la mayor oscuridad, se construyen los panales, los cuales desde su raíz están fijos en el techo de la colmena, prolongándose luego más o menos hacia la base de esta, según la época de su formación, aumentando su diámetro proporcionalmente a su longitud. Deseaba pues Huber iluminar la parte superior de la colmena, puesto que en ella se hacían los trabajos que deseaba conocer. Por consiguiente, tomó una campana de cristal semejante a esas con que cubrimos los relojes de sobremesa, y quiso sustituirla a una colmena ordinaria; pero no previó la dificultad que hallarían los insectos en suspenderse formando racimo de una superficie lisa y resbaladiza, a la cual les fuera imposible agarrarse. Y en efecto, aunque algunas abejas lo lograron, les fue imposible sostener el peso de las que a ellas se cogían. Conociendo Huber que faltaba a los insectos un punto de apoyo para empezar sus trabajos, trató de satisfacerlas por medio de unas tablillas de madera muy delgadas y arqueadas; las cuales hizo pegar a la bóveda a ciertas distancias. Creyó que los insectos trabajarían en los intersticios de los arcos de madera, y no encontraría ningún obstáculo en sus observaciones. Pero las abejas no consultaron la conveniencia del observador, sino que hicieron sus celdillas debajo mismo de las tablillas arqueadas. El expediente no fue empero del todo inútil, conforme vamos a ver.

Habíase introducido en la campana de cristal un enjambre, compuesto de algunos miles de abejas obreras, una reina fecunda y algunos centenares de zánganos. Al punto subieron los insectos a la parte más alta de su domicilio; las que llegaron primero se suspendieron de los arcos de madera de que estaba guarnecida la bóveda, agarrándose con las uñas de sus patas delanteras; otras trepando por las paredes verticales se juntaron a las primeras, cogiéndose de sus patas traseras, formando así guirnaldas fijas por ambos extremos en el techo de la campana, y servían de escala a las obreras que iban a juntarse con ellas; de modo, que pronto formaron un racimo que llegaba hasta el suelo de la colmena, figurando una pirámide o cono inverso, cuya base estaba fija al extremo del recipiente.

Para ahorrarles las excursiones y que empezasen más pronto los trabajos, colocó Huber junto a la colmena una comedera llena de jarabe de azúcar, a la que acudieron pronto las abejas a buscar este almíbar, volviéndose en seguida al grupo de que antes formaban parte. Luego este presentaba una completa inmovilidad, pues las abejas cereras digerían, y mientras obraban sus órganos interiores, sus miembros permanecían en reposo absoluto: al cabo de pocas horas era visible que todas tenían laminitas de cera en los anillos abdominales, de modo que parecían ribetes blancos. Durante el reposo de las cereras, las nodrizas, o abejas más pequeñas, conservaron todos sus movimientos y actividad; solo ellas iban al campo y llevaban polen, hacían centinela a la entrada de la colmena, y se ocupaban en limpiar sus bordes y embetunarlos con propolis. Al día siguiente dirigió Huber toda su atención hacia la bóveda del recipiente, persuadido de que los preliminares de la fabricación de los panales debían efectuarse en medio de los grupos, y a que no tardarían en ser visibles. Formaban el grupo siempre los mismos individuos; y la luz que daba en la base de la campana se reflejaba en la bóveda, permitiendo ver distintamente los primeros eslabones de todas las cadenas de abejas que de la misma estaban suspendidas. Las capas concéntricas formadas por estos insectos no dejaban entre sí ningún espacio. Pero muy pronto cambió la escena: desprendiose una cerera de una guirnalda central; separó sus compañeras; echó a topetones a las primeras de la fila, que estaban adheridas al centro de la bóveda, y dando vueltas sobre sí misma formó un espacio vacío, en que podía ejecutar con libertad sus movimientos. Entonces se suspendió en el centro del campo que había despejado, y cuya circunferencia era de unas 3 pulgadas. Cogió luego una de las laminitas de cera que rebosaban de sus anillos, cual ejecutó arrimando a su abdomen una pierna del tercer par, abriendo las pinzas formadas por la unión de la paleta con el cepillo; metió con destreza el cepillo debajo de la lámina, volvió a cerrar las pinzas, quitó dicha lámina, y tomándola por fin entre las uñas de sus patas delanteras la llevó a la boca. Tenía entonces el insecto dicha lámina en una posición vertical; en seguida le hizo dar vueltas entre sus mandíbulas a favor de los garfios de sus primeras patas; en términos, que el borde de la laminita cerúlea quedó roto y triturado en un instante. Las partículas de cera desprendidas cayeron inmediatamente en la doble fosita bordada de pelos, de que hemos hecho mención al describir las mandíbulas de las abejas; y apretadas por otras partecillas nuevamente trituradas, retrocedieron hacia el lado de la boca, y salieron de aquella especie de hilera bajo la forma de estrechísima cinta. Presentáronse en seguida al labio inferior, el cual las impregnó de un líquido espumoso semejante a papilla. En esta operación ejecutaba la lengüeta los movimientos más variados; ora se complanaba como una espátula; ora se asemejaba a una trulla aplicada a la cinta cerúlea, ora, en fin, ofrecía la apariencia de un pincel terminado en punta. Después de haber untado toda la materia de la cinta con el humor de que estaba cargado el labio, la empujó hacia delante, obligándola a pasar segunda vez por la misma hilera, pero en opuesto sentido. El movimiento comunicado a la cera la hizo, avanzar hacia la punta de las mandíbulas; y a medida que pasaba por debajo de sus filos, era de nuevo cortada a pedacitos.

Finalmente, la abeja aplicó dichas partículas de cera a la bóveda de la colmena; y facilitaba su adhesión el gluten de que las había antes impregnado. Así continuó en la misma maniobra hasta que todos los fragmentos que había cortado y humedecido con el humor blanquizco quedaron pegados al techo del recipiente; y entonces empezó a dar vueltas entre las mandíbulas a lo que restaba de la lámina, lo cual mantuvo separado durante la fabricación de la cinta. Esta segunda operación fue semejante a la primera. Después la obrera adhirió al techo las partículas que acababa de preparar, y solo se paró cuando llegó a faltarle la materia que la dicha lámina pudo suministrarle. Sucesivamente elaboró otra y otra lámina del mismo modo, hasta que al fin abandonó el sitio, y se confundió entre la muchedumbre de sus compañeras.

Le sucedió al instante otra cerera, cogió una de sus placas, y repitió la misma serie de operaciones que su antecesora; pero no colocaba al acaso las partículas de cera que había mascado, sino que le servía de dirección el montoncito hecho por la abeja que puso los cimientos, pues colocó el suyo en una misma alineación, juntándolos mutuamente por sus bordes o extremos; fue otra obrera, y arregló del mismo modo sus materiales al lado de los de sus compañeras; pero como no estaban bien alineados sino que formaban ángulo con los anteriores, otra abeja lo notó y fue a quitar la cera mal puesta, y la llevó al primer montón, disponiéndola en el mismo orden, y siguiendo exactamente la dirección que le estaba señalada. De todas estas operaciones resultó una masa de ásperas superficies, que descendía en posición perpendicular a la bóveda: todavía no era más que un simple tabique en línea recta y sin inflexión alguna, de 6 a 8 líneas de longitud, apenas de una línea y media de altura, y algo rebajado en sus extremos.

Pronto un tropel de obreras que se acumularon en anchas superficies de la masa, llenaron el espacio vacío formado en el centro del grupo. El velo se condensaba hasta tal punto, que ya no fue posible seguir observando los trabajos; y Huber debió contentarse por entonces con haber visto las primeras maniobras de las abejas, y el arte con que colocan los cimientos de su edificio.

Después de vanas tentativas para seguir observando los trabajos arquitectónicos de las abejas cereras en medio del racimo de que estaban rodeadas, Huber renunció al uso de la campana de cristal; pues en vano había logrado iluminar la base de aquel grupo de abejas acumuladas en la cúpula de la colmena, puesto que su innumerable muchedumbre solo le permitió ver los preparativos de la obra. No obstante, los mismos obstáculos aguijoneaban más la curiosidad de nuestro naturalista, que estaba muy lejos de desanimarse; así que, tras largas meditaciones, ocurriole contrariar bajo ciertos aspectos los hábitos de estos insectos, creyendo que precisados a seguir las inspiraciones del instinto en medio de circunstancias nuevas, le dejarían ver algunas trazas del arte que les enseñó el Criador. Pero era delicada la elección de los medios; era fuerza alejar a todas las operarias que momentáneamente no contribuían a la fabricación de los panales, sin irritar a las que podían, proporcionarle alguna luz; y sobre todo, debía evitarse el contrariarlas hasta el punto de obligarlas a salirse de la naturaleza.

Como las abejas ponen siempre los cimientos de sus panales en la parte superior de las colmenas, en el mismo sitio en que está suspendido el racimo formado por la reunión de todo el enjambre; creyó Huber que el único medio de aislar a las trabajadoras era conducirlas a mudar de dirección en sus trabajos de albañilería, forzándolas a fabricar sus panales de abajo a arriba; es decir, de un modo inverso al que acostumbran diariamente; maniobra extraordinaria, pero que no se opone a su instinto, supuesto que en algunos casos muy raros la siguen. Mandó pues construir una caja cuadrada de 9 pulgadas de alto, cuyo techo con cristales podía quitarse a voluntad. Tomó de una de sus colmenas panales cuyos alvéolos estaban llenos de huevos, de miel y de polen, a fin de que nada faltase en ellos de cuanto es capaz de interesar a nuestros insectos; cortolos a rebanadas de 1 pie de largo, sobre 4 pulgadas de alto, y los ajustó verticalmente en el fondo o suelo de la caja, procurando dejar entre estos panales paralelos el mismo espacio intermedio que acostumbran dejar estos insectos cuando obran por sí solos; cubrió en seguida el borde superior de cada panal con una reglita de madera, que no le sobresalía, y dejaba libre comunicación entre todas las partes de la colmena, mediando entre las reglitas y el techo un espacio de 5 pulgadas. Conociendo Huber que las abejas no podrían poner los cimientos en la superficie resbaladiza del cristal que formaba el techo de la colmena, confió en que cimentarían sus trabajos en las reglas; es decir, que trabajarían de abajo a arriba, y sus esperanzas quedaron satisfechas.

Pobló la colmena construida del modo dicho, y el enjambre se estableció en ella por sí mismo, las abejas de pequeño abdomen, o las nodrizas, desplegaron al punto su natural actividad, esparciéndose por todos los puntos de la colmena, a fin de criar las tiernas larvas, limpiar la habitación, y apropiarla a su conveniencia. Habiéndose desmoronado los bordes de los panales que allí les pusieron, al querer fijarlos en el suelo de la caja, al punto se ocuparon en reparar el daño; viose les triturar la cera vieja, amasarla y formar con ella vínculos que consolidasen los panales. Pero lo más sorprendente fue que la mitad de tan numerosa población ninguna parte tomó en los trabajos, permaneciendo inmóvil: eran las cereras, que se habían saturado de la miel que se puso a su disposición, y permanecían en reposo absoluto a fin de segregar la cera. A las veinte y cuatro horas, esta preciosa sustancia se hallaba del todo formada debajo de sus anillos; y Huber vio levantarse en una de las reglas que puso encima de los panales la pequeña masa, cuya formación había ya antes observado no sin mucha dificultad; al paso que en la nueva colmena, como el racimo de abejas estaba suspendido debajo de las reglas, no llegó a impedir la observación con su multitud o su opacidad.

Por fin iba nuestro naturalista a obtener el fruto de su ingeniosa perseverancia; las abejas se disponían a esculpir a su vista, y él mismo dice: «no fue sin cierta emoción que les vi dar los primeros golpes de cincel en la masa que se había construido encima de la regla. «Esta masa, en vez de hallarse suspendida de la cúpula como en la campana de cristal, se alzaba verticalmente, y era una especie de muro de 6 líneas de largo, de 2 líneas de alto, y de mediado espesor; tenía el borde arqueado y las superficies rebotosas. Pronto se vio a una operaria de la casta de las nodrizas, que saliendo del racimo colgante entre los panales, subió encima de la regla; donde las cereras habían puesto los materiales que sacaron de debajo de sus propios segmentos; dio vueltas en torno de la dicha masa; y después de haberla examinado por ambas caras, fijose en la del lado correspondiente al punto donde se hallaba el observador. (Para mayor claridad, llamaremos de un modo convencional cara anterior a esta cara de la masa, y cara posterior a la opuesta.) Colóquese pues la obrera a lo largo de la cara anterior, de manera que su cabeza correspondía al centro de la masa; movíala con viveza; sus mandíbulas obraban en la cera, y quitaban los fragmentos; de modo que resultaba una pequeña cavidad de la anchura de un alvéolo ordinario: formaba como una especie de canal cuyos bordes hacía más salientes mediante la acumulación de partículas de cera que había triturado y humedecido. Después de algunos instantes de trabajo, la abeja se fue, y llegó otra a proseguir la obra; así fueron después sucesivamente una y otra hasta veinte o más a profundizar la canal, levantar y rectificar los bordes laterales, con auxilio de sus mandíbulas y de sus patas anteriores.

Llegados a este punto los trabajos, salió una abeja del grupo de las obreras, dio una vuelta en torno de la masa, y eligió la cara posterior para objeto de sus tareas; casi al mismo tiempo llegó otra abeja a trabajar al frente de la última y en el mismo lado, y cada una de ellas empezó a excavar una canal; pronto cedieron el lugar a otras obreras, que contribuyeron alternativamente y por separado a perfeccionar las canales bosquejadas por las dos primeras. Estas dos cavidades adyacentes y separadas la una de la otra por medio del reborde común a entrambas, resultante de la unión de las partículas cerúleas sacadas de su interior, estaban arrimadas cada una por mitad al canal primitivo, excavado en la cara opuesta, y que por su parte media correspondía al reborde que separaba las otras dos.

Mientras que las tres obreras trabajaban en ahondar su excavación, viose que algunas cereras se acercaban a la pequeña masa, sacaban las laminillas de cera de debajo de sus segmentos o escamas, y las aplicaban al borde arqueado de la masa, aumentando tanto su longitud como su altura.

Pronto quedó explotado este nuevo terreno y la cara posterior, encima de los dos canales que eran algo más largos que el primero, fue una abeja a empezar la forma de una cavidad que correspondía a la parte superior del canal primitivo. Al ahuecar las obreras el canal aislado de la cara anterior y los dos del lado opuesto, los habían orillado a derecha a izquierda con pequeñas crestas o aristas verticales, destinadas a servir de base a las paredes verticales de los alvéolos. También bordearon con crestas semejantes el extremo arqueado de dichos canales, y luego este reborde convexo sufrió alguna modificación, pues en lugar de un arco se vio elevarse varias aristas, formando la una encima de la otra un ángulo obtuso, y las cavidades presentaron un contorno pentagonal (contando la regla por uno de los lados).

Fue pues entre las dos cavidades pentágonas donde ahuecaron las abejas el canal que debía servir de fondo a la primera celdilla de la segunda fila. Esta canal hubiera sido pentágona lo mismo que la de las de la primera fila a no encontrarse su base entre los lados oblicuos de estas; pero por una consecuencia necesaria de su situación, esta base se interrumpió en dos líneas; y el contorno del canal, en vez de presentar la figura pentágona como los precedentes, la ofreció hexágona.

No seguiremos a Huber en los pormenores sumamente curiosos que da sobre el modo como las abejas se conducen en la construcción interior de esas cavidades, puesto que para comprenderle fuera necesario tener los objetos a la vista; diremos tan solo que esa construcción procede de la respectiva posición de los primeros bosquejos. Dotados estos insectos de un tacto sumamente exquisito, dirigían las mandíbulas principalmente allí donde la cera era más densa; esto es, en las partes en que las demás obreras habían acumulado esta materia al trabajar en el reverso; esta maniobra hará comprender por qué el fondo de las celdillas ofrece una concavidad angulosa detrás de las crestas o eminencias sobre las que deben levantarse las paredes de las tres celdillas que por el lado opuesto le corresponden.

En la celdilla de la primera línea dividiéronse pues los fondos de las cavidades en varias piezas, que formaban ángulo entre sí, y tanto su número como su forma, debió depender del modo como los fondos bosquejados en la cara opuesta participaban del espacio que tenían detrás de sí. Así, el canal mayor, opuesto a otros tres, fue dividido en tres partes (a saber un rombo y dos trapecios); al paso que en la otra cara, los de la primera línea que solo tenían detrás a este, no se componían más que de dos piezas (dos trapecios). Por una consecuencia de la manera como se hallaban opuestos unos a otros los canales, los de la segunda fila y cuantos se les siguieron arrimados parcialmente a tres cavidades, se componían de tres piezas iguales de figura romboidal.

Hemos explicado la maniobra empleada en construcción de dos celdillas o alvéolos de la primera serie o fila, y la de una celdilla de la segunda, lo cual basta para explicar, la de todas las demás. Pero no se crea que cuando las abejas han concluido una celdilla bosquejen otras; pues no sucede así, sino que los trabajos de estos insectos siguen una marcha combinada; y mientras los unos están ocupados en pulir y perfeccionar los fondos, otros trabajan en adelgazar las celdillas adyacentes. Todavía más: la obra hecha en una de las caras es ya un principio de lo que debe hacerse en la cara opuesta, lo cual depende de la mutua relación y disposición de las partes, que las hace a todas dependientes entre sí; resultando que la menor irregularidad que hubiese en una de las caras de la obra de las abejas, alteraría de un modo semejante la forma de las celdillas de la cara opuesta.

Construidos los suelos o fondos de las celdillas cada una de las aristas que forman los bordes sirve de base a las paredes de las mismas. Los de la primera fila en los experimentos de Huber tenían cinco paredes (contando por una de ellas la superficie de la regla): las células de la segunda fila y de las siguientes, constaron de seis tabiques, correspondientes a las seis aristas de los tres rombos que constituían su suelo; pero en este trabajo debieron las abejas tomar en cuenta la desigualdad que existe en las aristas que forma el borde del fondo alveolar, desigualdad que produce tres eminencias o crestas y tres cavidades en los fondos piramidales; fueles preciso empezar a suplir lo que faltaba en el contorno, añadiendo en las aristas de menor elevación, más cera de la que ponían en las más prominentes.

Huber había obligado a las abejas a esculpir sus alveolos en dirección de abajo a arriba; y quiso ver si obrarían de la misma manera en la dirección opuesta, que le es natural; para lo cual mandó que le construyesen una colmena con el techo formado de cristales y de fajas de madera, colocadas alternativamente en un plano horizontal; el cristal permitía ver el trabajo de los insectos en las reglas; y estas, pudiendo por otra parte ser levantados cuando conviniese al observador, le dejaron estudiar la marcha o progreso de las operaciones; y vio que tanto en la dirección de abajo a arriba como en la de arriba abajo, eran siempre idénticas; con la sola diferencia de que los trabajos ejecutados en esta última dirección fueron más rápidos. La prontitud con que adelantan estos arquitectos es casi increíble, pues se les ha visto fabricar en el espacio de tres días un panal de dos pies cuadrados, lo que equivale a cuatro mil células diarias; aunque estas en tal caso no son completas. Las que ocupan los límites del panal son simplemente en bosquejo, y más tarde se elevan al nivel de las superiores; no obstante, cuando todo parece terminado, todavía falta darle la última mano, y las pequeñas operarias, se introducen en cada alveolo para pulir las superficies y alisar las paredes; ribetean de propolis las paredes y orificios de las celdillas, y así reemplazan con esta materia, conforme ya hemos dicho, la primera fila de alvéolos. Si con tamañas precauciones, todavía se desprende de la cúpula de la colmena algún panal, fabrican encima de este mismo nuevas celdillas, hasta que llega a la parte superior; o bien, si pasó ya la estación de las flores, fijan por la parte inferior con cera vieja no solo dicho panal, sino todos los demás, como si advertidas por este, contratiempo accidental, quisiesen evitar su repetición. Este instinto raya verdaderamente en inteligencia.

Hemos procurado explicar la arquitectura de las abejas, cuyos trabajos están distribuidos de un modo maravilloso entre las cereras y las nodrizas, puesto que aquellas elaboran la cera, la amasan y echan los cimientos del edificio; y estas, que no segregan cera, son las únicas que tienen la facultad de trabajarla y labrar las celdillas; pero tales pormenores mecánicos, con que hemos debido dar principio a la historia de las abejas, forman la parte por decirlo así menos dramática, pues muchísimo más van a interesarnos los hechos que para referir nos quedan.

Construidos ya los alvéolos, y aun a medida que se van construyendo, empieza la Reina su puesta. Entonces es cuando con especialidad le rinden las obreras sus más profundos homenajes: acarícianla con sus antenas; frótanla y límpianla con la trompa; ofrécenle a ratos una gota de miel que desengurgitan de su estómago; y se arreglan en torno de ella en círculos regulares. Recorre la reina los panales, míralos, tienta con las antenas los alvéolos, sobre los cuales pasa, metiendo en su profundidad el abdomen en los que encuentra vacíos, y lo saca después de haber puesto en cada uno un huevo, que deja pegado en el fondo del alvéolo. Si obligada por el peso mismo de los huevos, deja caer más de uno en una sola celdilla, las obreras cuidan de quitar y destruir estos huevos supernumerarios. En el primer verano, no es la puesta muy numerosa, y solo consta de huevos de obreras; pero continúa aún durante el otoño, y queda suspendida al asomar el frío del invierno; pero en la siguiente primavera la fecundidad de la reina es maravillosa, y tal que en el espacio de tres semanas puede dar a luz más de doce mil huevos. Hasta la edad de once meses, no empieza a poner huevos que contienen zánganos, los cuales deposita en las celdillas que les convienen, y veinte días después que ha empezado esta puesta, y durante los diez últimos días del duodécimo mes, viendo las obreras que la reina pone huevos de zánganos, construyen celdas regias en diversos puntos de los panales, hacia el centro, o hacia la parle inferior; y en ellas ponen las reinas huevos reales, sin interrumpir por ello la puesta de huevos de zánganos. Debe notarse que entre cada puesta real deja la reina un intervalo de dos días, a fin de que las reinecillas que deben nacer no salgan a luz todas a un tiempo. Estos huevos son oblongos, algo corvos, de un matiz blanco-azulado, y en nada diferentes de los que contienen abejas obreras.

Tres días después de la puesta nacen los gusanitos, o pequeñas larvas, faltas de patas; y entonces las obreras nodrizas les prodigan los más tiernos y exquisitos cuidados; elaboran en su estómago la miel y el polen que han recogido, y con lo que guarnecieron las celdillas superiores de la colmena, y forman una especie de papilla, que distribuyen con regularidad a sus crías; permanecen con el cuerpo encorvadlo encima de la entrada de los alvéolos, cual si quisiesen empollar al animalito que encierran.

La papilla que desengurgitan de su estómago las nodrizas, difiere según la edad de las larvas; principalmente es insípida y blanquizca, y después se ve azucarada y transparente; siendo su cantidad tan proporcionada a las necesidades del gusanito, que siempre la consume toda. A más, no solo varía según la edad de los recién nacidos, sino también según los sexos. Los zánganos, que son los machos de la especie, y las obreras, que son las hembras no bien desenvueltas, reciben un alimento semejante; pero la papilla destinada a las larvas reales es una especie de gelatina espesa, nutritiva, suculenta y azucarada, y se les sirve en mayor cantidad; debiéndose a la naturaleza y abundancia de esta especie de alimento, así como a la capacidad de la celdilla, lo que produce en la larva real su fecundidad. Indudablemente las obreras se volverían fecundas como las reinas si estuviesen sometidas a un régimen idéntico al de estas últimas; de lo cual pronto veremos ejemplos.

Cinco días después de haber nacido la larva de obrera, queda encerrada en su alvéolo por las nodrizas, que cubren el orificio con una tapadera de cera. Entonces va hilando un capullito de seda al rededor de su cuerpo, en lo cual emplea un trabajo de 36 horas, y al cabo de otros tres días se metamorfosea en ninfa, bajo cuya forma pasa 7 días y medio; hasta que al fin roe la tapadera del alvéolo, desgarra el envoltorio que la tiene atada, y sale en estado de insecto completo. Rodéanle las nodrizas; y mientras las unas limpian su alojamiento para que esté en disposición de recibir otro huevo, las otras absorben la humedad de su cuerpo, y le suministran alimento. A las veinte y cuatro horas, ya toma parte en los trabajos de la comunidad, yendo también al campo a colectar el polen y el néctar de las flores. Así pues necesítanse veinte días desde el instante de la puesta, para que el individuo contenido en el huevo haya adquirido todos sus sucesivos desarrollos; y como la Reina pone todo el año, se sigue que durante este tiempo de continuo nacen obreras.

Los machos, o zánganos, pasan tres días en el huevo, y seis y medio bajo la forma de gusano, y hasta a los veinte y cuatro días de la puesta no se convierten en abeja.

La reina queda igualmente tres días en el huevo y cinco en forma de larva; pasados estos ocho días, las nodrizas le construyen la celda, y desde luego empieza el gusanito a hilar su capullo, operación que dura veinte y cuatro horas; en los días décimo, undécimo, y hasta en las doce primeras horas del duodécimo, se mantiene en reposo absoluto, y en seguida se transforma en ninfa, y pasa cuatro días y ocho horas en esta forma. Llega pues la abeja al estado de reina perfecta a los 16 días de la puesta del huevo. Siendo así pues que los huevos de zánganos preceden veinte días a la puesta de los reales; los zánganos existirán en la colmena en estado perfecto algunos días antes de hallarse del todo desarrolladas las reinas jovencitas.

Como los huevos reales fueron puestos a lo menos con un día de intervalo entre uno y otro, síguese que las metamorfosis de las reinecitas se efectúan en épocas distintas. Cuando la primogénita, llegada a su perfección, se pone a zumbar y a roer la tapadera de su celdilla, manifiéstase una conmoción general en la colmena; y a medida que trata de hacer una abertura que le permita la salida, las obreras por su parte procuran taparla con cera, a fin de retenerla presa, dejando tan solo un agujerito por el cual echan la miel a la trompa de la prisionera, precauciones que tienen por objeto preservarla del furor de la reina madre. Esta, que siente un horror invencible hacia todos los individuos de su sexo, acude a las celdillas regias, y se esfuerza con rabia en demolerlas y herir a las reinecillas y a las ninfas que encierran, dirigiendo sus mayores esfuerzos a la base de las celdillas, es decir, a la parte superior. «A menudo consigue destruir el obstáculo que la separa de su víctima, e introduciendo el abdomen en la cuna de la reinecilla, después de mil contorneos logra clavarle el mortal aguijón. Hecho esto se aleja, y las abejas que hasta entonces presenciaron el suceso a respetuosa distancia de la reina madre, después que esta se alejó, se ponen a ensanchar la brecha de la celda regia, y sacando de ella el cadáver, lo llevan fuera de la colmena.

Con todo, continua la reina vieja sus ataques a las celdas pero viendo que el éxito no corresponde con bastante prontitud a su impaciencia, apodérase de ella una especie de terror; vésela volar precipitadamente de una parte a otra de la colmena, pasando por encima del cuerpo de otras abejas, las que al verla en tal estado de delirio, síguenla a todas partes con igual velocidad, conmoviendo al fin hasta a las obreras que se mantienen tranquilas en los panales. El camino que ha seguido la reina madre puede reconocerse después de su paso en la agitación que ha promovido, y que lejos de calmarse, no tarda en hacer el tumulto general. Ya no forman corro las abejas en torno de su soberana, ni tampoco le ofrecen miel, atentas únicamente a seguirla a todas partes; en términos que su agitación tumultuosa hace subir la temperatura interior de la colmena, que desde lo regular de 20 grados asciende de improviso a 32. Por fin, dirígese el tropel hacia las puertas de la ciudad, y una vez la reina madre ha salido, se aleja, juntamente con los zánganos y las obreras, para ir a fundar una nueva colonia en otro sitio. A esta colonia se la llama jabardo, o enjambre nuevo, y nunca vemos formarse estos enjambres sino en días serenos, cuando el sol brilla en la naturaleza, y el ambiente está sosegado; de modo que aun cuando se note en una colmena la agitación y desorden precursores de la emigración, basta una sola nube que cubra al sol algunos instantes para restablecer del todo la calma, y las abejas no se acuerdan ya de emigrar hasta que el sol aparece con todo su esplendor. Vuelve entonces a empezar el tumulto, el cual acrece por instantes, y sale por último el jabardo.

No se crea que todo el pueblo emigre con su reina, dejando desierta la colmena; pues vuelven a ella las abejas jóvenes, y también las que a la salida del enjambre se hallaban en el campo. A más, en las celdillas, existen una infinidad de crías de obreras, que muy pronto se transforman en abejas perfectas; con lo que hay ya bastante población para la colmena. Vamos ahora a hablar de los acontecimientos que se siguen a la salida del enjambre.

El instante de la partida de la reina madre lo es de libertad para la reina joven que primero llegó al estado perfecto. Las obreras dejan de mantenerla cautiva; al paso que ejercen una severa vigilancia en las demás celdillas reales, a fin de oponerse a que de estas salgan las reinas que allí se crían. En semejante comportamiento se ven dos intenciones admirables: primeramente resguardar a las presas de los ataques de su hermana recién libertada; y luego ponerlas en estado de tomar el vuelo desde el momento que salgan del alvéolo.

«No dudo, dice Huber, que la necesidad de hallar un día sereno para la emigración del enjambre será uno de los motivos por los que la naturaleza ha dado a las abejas el derecho de prolongar el cautiverio de las reinas jóvenes en las celdillas regias; pues este cautiverio es más duradero cuando sigue el mal tiempo sin interrupción por algunos días: en esto no puede desconocerse la causa final. Si las hembras jóvenes tuviesen libertad para salir de las celdillas inmediatamente de haber recibido su último desarrollo, hubiera habido en la colmena durante los días malos muchas reinas, y por consiguiente refriegas y víctimas: el mal tiempo podía durar tanto, que todas las reinas llegasen a su perfección y a su libertad. Después de los combates que mutuamente habrían trabado, una sola, la que hubiese quedado victoriosa de todas las demás, hubiera poseído el trono; y la colmena, que naturalmente debía dar varios enjambres, no hubiera producido más que uno; de modo que en último resultado la multiplicación de la especie hubiera quedado dependiente de la eventualidad e inconstancia del tiempo; mientras que, atendidas las sabias disposiciones del Criador, se halla ahora del todo independiente; pues no permitiendo cada vez libertad más que a una hembra, queda asegurada la formación de los enjambres. Todavía resulta otra ventaja del prolongado cautiverio de las reinas; y es que se hallan en estado de volar y de partir desde el instante en que se les da la libertad, encontrándose en disposición de aprovechar el primer día sereno para llevarse consigo una colonia.»

La reina joven, desde que se halla libre, presenta toda su viveza, y es de color oscuro: apenas sale de su cárcel, que impelida ya por su horror instintivo hacia todas las de su sexo, corre, a las demás celdillas reales; pero las abejas que están en ellas de guardia la muerden y arrojan con encarnizamiento. Sucede con frecuencia en estas circunstancias que la reina se pone a cantar, y su canto se compone de varias notas que se suceden con rapidez. Cuando produce esta especie de sonidos, se para, arrima el coselete al panal, y cruza las alas, agitándolas sin abrirlas; y al punto todas las demás abejas bajan la cabeza y permanecen inmóviles, como unos vasallos respetuosos y adictos a su soberano; al paso que se le oponen decididamente siempre que emprende algún hecho dañoso y perjudicial al estado. De este modo pueden pasarse algunos días, tratando la reina de cuando en cuando de llegar a las celdillas reales; pero siempre encuentra despierta la vigilancia de las que las guardan, quienes la hostigan hasta arrojarla de aquel sitio. Óyese, al fin un zumbido en la célula real en que la cría se halla más adelantada; entonces la reina no puede contener sus transportes, recorre delirante la colmena produciendo el mismo desorden que causó su madre algunos días antes, hasta que con ella sale de la colmena otro enjambre. Sale otra reina de su alvéolo, y se reproduce el mismo odio a las hembras, las mismas tentativas por destruirlas, igual resistencia de las obreras, e idéntica determinación final de parte de la reina. Pero todavía quedan bastantes celdillas que contienen crías regias, y su custodia va dificultándose más y más a medida que va despoblándose la colmena; así es que después que salieron ya cuatro enjambres no pudiendo, o no queriendo las abejas guardar las celdillas reales que quedan, dejan que la reina que primero nace destruya a sus hermanas en los alvéolos, sin mostrarle resistencia ni oposición alguna.

Ahora, después de haber admirado tantas veces los cuidados de la naturaleza para la conservación y multiplicación de las especies, vamos a admirarla en las precauciones que toma para exponer a ciertos individuos a un peligro mortal.

Las larvas de las obreras, y de los machos se hilan en sus alvéolos un capullo en que envuelven todo su cuerpo; al paso que las larvas reales solo se fabrican un capullo imperfecto, abierto en su parte posterior, y que únicamente les envuelve la cabeza, el coselete y el primer segmento del abdomen. Este que se dirige hacia la parte más ancha de la celdilla, queda pues al descubierto y solo defendido por la endeble capa de cera que lo cubre. Acabamos de ver que cuando se han formado ya algunos enjambres, la guardia que vela por la seguridad de las reinas cautivas, no siendo suficiente para su seguridad, o por lo que se quiera, las abandona a la saña de la reina libre, que las destruye. Por consiguiente, dice Huber, no pudiera lograr su intento si estuviesen protegidos por un capullo completo; porque la seda que hilan los gusanos es fuerte, y el capullo está formado de un tejido denso y apretado, impenetrable al aguijón; o que en caso de poder este penetrarlo, no pudiera retirarse por impedirlo las barbillas que tiene el dardo, que quedarían enredadas en las mallas: la reina en tal caso moriría víctima de su propio furor. Así pues, para que una reina lograse matar a sus rivales en los alvéolos era necesario que halláse su abdomen al descubierto, y que las larvas se fabricasen un capullo incompleto. Es preciso notar que debían ser los últimos anillos abdominales que habían de quedar sin defensa, supuesto que son la única parte del cuerpo penetrable al aguijón.»

Huber demostró la evidencia de esta causa final por medio de un ingenioso experimento y se aseguró de que si las larvas reales se fabrican capullos incompletos, es porque la forma de sus celdillas las precisa a ello, siendo como se sabe mucho más anchas en su parte superior. En efecto, púsolas Huber en celdillas comunes, y se hilaron capullos completos lo mismo que las obreras. Así pues, si las reinas cautivas se ven forzadas a dejar de tal modo descubierta la extremidad del abdomen, es una precaución de la naturaleza, que quiso exponerlas a perecer con más seguridad bajo los golpes de su natural enemigo, desde que su existencia llega a ser inútil o perjudicial en una colmena que no puede producir enjambres; y esto parecen entenderlo las obreras cuando abandonan la custodia de las celdillas regias.

En dicha época sucede no pocas veces que salen dos a un mismo de su respectivo alvéolo. Oigamos otra vez a Huber referir lo que pudo observar, gracias a la feliz disposición de sus colmenas. «Desde que pudieron verse, dice, arrojáronse la una a la otra con la apariencia de grande saña, y quedaron en tal disposición, que cada una tenía cogidas con los dientes las antenas de su contraria: la cabeza, coselete y abdomen de la una, se hallaban opuestos a las respectivas partes de la otra; de modo que con solo doblar el extremo posterior del cuerpo podían clavarse mutuamente los aguijones muriendo ambas en la lucha. Pero parece que la naturaleza no quiso que sus duelos hiciesen perecer a los dos combatientes; parece que haya mandado a las dos reinas, que se hallaban en la disposición que acabamos de describir, pecho contra pecho, huir en el mismo instante con la mayor precipitación. Así pues, desde que las dos rivales de que hablo conocieron que sus partes posteriores iban a encontrarse, desprendiéronse la una de la otra huyendo cada cual por su lado. Paréceme que en este caso es fácil de penetrar las miras de la naturaleza. En la colmena no debía haber más que una reina; por lo mismo, si acaso naciese o sobreviniese otra, una de ellas debía morir. Esta muerte no debía permitirse que la llevasen a ejecución las obreras; porque en una república compuesta de tal número de individuos, entre los cuales no debe suponerse un concierto y armonía siempre igual, un grupo de abejas acaso se hubiera echado sobre la reina, mientras otro grupo hubiera atacado a este, quedando la república sin jefe; necesitaban pues que solo las reinas tuviesen el privilegio de deshacerse de sus rivales. Pero como en tales combates la naturaleza no quiere, más que una víctima, ha prescrito sabiamente de antemano que en el instante en que las combatientes por su posición pudiesen ambas perder la vida, se apoderase de ellas un temor tan fuerte que solo pensasen en la fuga sin clavarse los aguijones

«No ignoro que es muy fácil caer en error cuando se buscan minuciosamente las causas finales de pequeños hechos; pero en esta de que tratamos me han parecido tan claros, tanto los medios, como el objeto, que me atrevo a exponer esta conjetura.

»Al cabo de algunos instantes de haberse separado las dos reinas cesó su temor y empezaron de nuevo a buscarse; pronto se hallaron y embistieron, encontrándose en la misma posición respectiva que la vez primera, y el resultado fue idéntico: desde que tuvieron en contacto sus abdómenes solo trataron de desprenderse y huir. Durante este tiempo las obreras se hallaban muy agitadas, cobrando fuerzas el tumulto en el instante en que, las combatientes se separaban: por dos veces las vi detener a las reinas en su fuga, cogerlas por las patas, y tenerlas presas por un minuto. Finalmente, en el tercer ataque, la reina que más encarnizada estaba corrió a su rival en el instante en que esta no la veía, cogiola con los dientes por el arranque del ala, subiole luego encima de la espalda, llevó el extremo del abdomen a los últimos anillos de su adversaria, y le clavó sin dificultad el aguijón: entonces soltó el ala y encogió el dardo; mientras que la reina vencida cayó, fue arrastrándose con trabajo, perdió las fuerzas y expiró.»

Después que la reina joven queda pacífica poseedora de la autoridad soberana, su legitimidad no es reconocida desde luego por sus nuevos vasallos, quienes, al paso que la toleran, la miran con cierta indiferencia; pero desde que, devuelta de sus excursiones por los aires, empieza a poner huevos, acógenla las obreras con todas las muestras de respeto. Este sentimiento, que se parece a un afecto tan vivo, probablemente será producido por alguna sensación agradable que las reinas causan en sus abejas, independiente de la fecundidad.

La puesta de la reina es a veces tardía; y cuando se retarda hasta el día vigésimo segundo desde el instante en que llegó la reina al estado perfecto, es inhábil para poner huevos de obreras y de hembras, y tan solo pone los de zánganos, lo cual a la larga acarrea la pérdida de la colmena. Este caso afortunadamente es muy raro, y fue observado por Reaumur, aunque no pudo descubrir la causa, cuya explicación debemos a Huber.

En los meses de julio o de agosto, cuando pasó la estación de los enjambres, y que las reinas han empezado las puestas, las obreras dan muerte a todos los zánganos, sin duda porque no ven ya en ellos más que unos ciudadanos inútiles, que sembrarían el hambre en la colmena consumiendo las provisiones. Como los zánganos carecen de aguijón, no pueden resistirse a sus verdugos. Vese a las obreras perseguirlos hasta el fondo de la colmena, en cuyo sitio se acumulan en tropel; cógenlos por las antenas, las patas o las alas, y después de haberlos, por decirlo así, descuartizado con multiplicados estirones, los matan con los aguijones que clavan en los segmentos abdominales: apenas les ha tocado esta arma terrible que extienden las alas y perecen. Las matadoras se ensañan clavando sus dardos en los cadáveres; y en seguida acuden a los panales, y arrancan las larvas de zánganos que en ellos pueden hallarse todavía, ábrenles el vientre, chupan con afán la miel que contienen sus estómagos, y se las llevan fuera.

Consolidado ya el gobierno de la reina joven, y habiendo empezado la puesta, las obreras primitivas y las últimamente nacidas trabajan en abastecer de provisiones la colmena, lo cual dura en tanto que existen flores. Parte de la miel y del polen que han recogido es depositada en las celdillas abiertas, y sirve para el consumo diario de la comunidad y lo restante se almacena en alvéolos de obreras de machos hacia la parte superior de la colmena; y para impedir que este precioso néctar se derrame y altere, las abejas cierran estos alvéolos con una tapadera de cera luego que están llenos. Estos abastecimientos los destinan a la manutención de las crías durante el invierno, pero el hombre las confisca en su provecho, para lo cual ha establecido las colmenas, siendo la hospitalidad que da a estos insectos sumamente interesada y egoísta; sin embargo, las abejas la prefieren a tener que habitar en los huecos de los árboles, donde solo hallan un abrigo imperfecto para las intemperies.

Esto nos conduce a averiguar la suerte que espera a los enjambres salidos de la colmena. Luego que el jabardo ha salido, va a suspenderse en forma de racimo en alguna rama de árbol cercano: entonces podemos establecerle donde quiera, y para ello basta hacerse dueño de la reina, y colocarla a la entrada de la colmena que se le destina por domicilio: las demás abejas la siguen inmediatamente, y se organiza la colonia en los términos que dejamos explicados.

Lombard, sujeto de grande habilidad en la cría de abejas, y en el arte de recoger sus productos, y de manejar los enjambres, publicó su historia.

«Hasta tal punto, dice, se me han vuelto familiares mis abejas, que cuando me hallo enmedio de ellas, las que vuelven del campo se me paran encima del cuerpo; y lo mismo a la salida de los enjambres, como me encuentro cerca, se detienen y descansan encima de mí, en términos que a veces me cubren todo el cuerpo. Rodeado de una familia tan numerosa, he llamado a los míos, que se acercan todos a las abejas sin ningún recelo; y hasta las mujeres recogen los enjambres, sin más precauciones, que las de guardar silencio y conservar alguna lentitud o suavidad en los movimientos.

»Cierta joven sumamente temerosa de las abejas, curó sin temor de la manera siguiente: Al instante que vi salir un enjambre, y a la reina que bajaba a corta distancia de la colmena, llamé a la joven para enseñársela. Cogila y deseó tenerla; hice ponerse los guantes a la joven, y se la puse en la mano derecha haciéndole extender el brazo: pronto nos rodearon las abejas del enjambre: entonces le hice cubrir la cabeza y el cuello con mi crespón, y no tardó en colocarse el enjambre entero en la mano, colgando en ella racimos de abejas. Hallábase la joven contentísima, y del todo tranquila y sin recelo, a punto de pedirme que le descubriese la cara. Toda mi familia y hasta los vecinos acudieron a ver el agradable objeto que presentaba las abejas. Me hice traer una colmena, y dando un golpe con suavidad en la mano de la joven, desprendiose de ella el enjambre, que fue recogido y alojado en la colmena sin accidente alguno. Después dijo la joven que el enjambre era ligero como una pluma.»

Abandonado un enjambre a sí mismo y a sus propios recursos, después que se ha suspendido en una rama, no tarda en enviar algunas abejas en busca de un lecho propio para recibirlas; y desde que estas lo han encontrado, vuelven a unirse, a las demás, y todo el enjambre junto se dirige él mismo en línea recta. Así acontece en algunas selvas del norte; pero varios observadores franceses e ingleses creen que hay enjambres que antes de abandonar la colmena materna, envían algunas abejas en busca del lecho.

Hemos seguido ya las fases regulares de la vida de las abejas; pero alguna vez estos insectos se encuentran en circunstancias insólitas, o en tales condiciones que les obligan a desplegar facultades todavía más maravillosas que las que hasta ahora hemos descrito. Es tal la abundancia y variedad de los hechos que entran en la historia natural de las abejas, que pudiera esta formar un tratado particular, cuyo nombre según la costumbre admitida pudiera componerse de vocablos griegos; y del mismo modo que tenemos la entomología, la ictiología, la herpetología, la ornitología, etc., pudiera llamarse metología, reconociendo a Huber por su principal autor. Pronto veremos cómo se ha hecho acreedor a este dictado nuestro observador ginebrino, entre tanto estudiemos las circunstancias extraordinarias de la historia de las abejas.

Alguna vez acontece que la reina muere o es arrebatada a sus súbditos, pero el trono de las abejas no puede quedar vacante mucho tiempo sin que toda la nación perezca.

Cuando estos insectos han perdido su reina, ya la han notado a las pocas horas; y entonces inmediatamente proceden a los trabajos necesarios para reparar su pérdida, los cuales consisten en elegir a una larva obrera, y ensanchar el alvéolo que la contiene, con papilla más sustanciosa y en mayor abundancia que las demás: entonces, en vez de convertirse el gusano en abeja ordinaria, se convierte en una verdadera reina. Pero las abejas no crían solo una larva de este modo regio, sino hasta veinte y siete, para el caso de que algunas mueran; aunque no ignoran que solo una debe ocupar el trono.

Primeramente, dice Huber, escogen los gusanitos de obreras que han de convertir en reinas, y luego ensanchan las celdillas que los contienen. «El procedimiento de que se valen no deja de ser curioso; para mayor claridad describiré su trabajo limitándome a una sola de estas celdillas; y cuanto diga de ella, entiéndase también en cuanto a las demás que contienen larvas destinadas a reinar. Escogida la larva, sacrifícanle los tres alvéolos contiguos al que la contiene, llévanse las larvas y la papilla, y levantan al rededor de la cría real un recinto cilíndrico; de modo que su alvéolo es un verdadero tubo, cuyo fondo permanece de figura romboidal, pues en nada lo modifican, ni tocan las piezas que lo forman. Si descomponían dicho fondo, no podrían dejar de penetrar y taladrar la parte correspondiente a las tres celdillas de la cara opuesta del panal, y por consiguiente sacrificarían los tres gusanitos que las habitan, sacrificio innecesario y que la naturaleza no ha querido permitir. Dejan pues el fondo romboidal, y se contentan con fabricar en torno del gusano un tubo, colocado horizontalmente, lo mismo que las demás celdillas del panal. Con todo, esta habitación puede convenir a la larva criada para reina, solo durante los tres primeros días de su vida, y es preciso que durante los otros dos en que aún conserva la forma de gusano viva en una situación diferente: durante estos dos días, pues, término tan corto con respecto a la total duración de su existencia, debe habitar en una celdilla de forma casi piramidal, cuya base corresponda arriba y la punta abajo. Diríase que las obreras no lo ignoran, pues desde que la larva acaba sus tres días, preparando su nuevo alojamiento, royendo algunas celdillas situadas debajo del tubo cilíndrico horizontal, sacrificando sin compasión los gusanillos en ellas contenidos; y la cera roída empléanla en la construcción de un nuevo tubo de figura piramidal, el cual sueldan al primero en ángulo recto, con dirección hacia abajo. El diámetro de esta pirámide disminuye insensiblemente desde su base, que es bastante abierta, hasta la punta. Durante los dos días que la habita la larva una abeja se mantiene constantemente con la cabeza metida en la celdilla, y cuando una se va es inmediatamente reemplazada por otra. Su objeto es prolongar la celdilla a medida que el gusano crece, y llevarle el alimento, que lo ponen delante de la boca y al rededor del cuerpo a manera de un cordón que lo ciñe. Como el gusano carece de patas, y solo le es posible el movimiento en espiral, revuélvese de continuo para hallar el alimento o papilla colocada en frente de su cabeza; insensiblemente desciende con la cabeza hacia abajo, hasta que alguna llega junto a la entrada de su celdilla, siendo esta la época en que debe convertirse en ninfa. Los cuidados de las abejas ya no le son necesarios, y así cierran con un tabique apropiado su cuna, y a su tiempo sufre en ella sus dos metamorfosis.

Schirach, cura de una iglesia protestante en Sajonia, y autor de este descubrimiento, suponía que las abejas solo escogían para darles una crianza real gusanos de tres días; pero Huber se ha asegurado por medio de repetidos experimentos, de que la operación tiene igual éxito en gusanos de dos días, y hasta de pocas horas. Así pues, las celdillas reales son de dos especies, primeramente hay las que construyen las obreras así que ven a la reina poner huevos de zánganos, y estas se hallan adheridas al borde de los panales mediante un pedículo, y suspendidas verticalmente a modo de estalactitas. La reina no aguarda para hacer la puesta a que hayan adquirido toda su longitud, sino que deposita el huevo cuando aún no tiene más que la forma del cáliz de una bellota, ni tampoco les dan las obreras la correspondiente prolongación antes de haberse puesto en las mismas los huevos. A más de estas, hay las células reales suplementarias, cuya descripción acabamos de hacer. Por lo demás, tanto en las unas como en las otras, las obreras ensanchan su capacidad a medida que se desarrolla la larva, encerrándola desde que va a convertirse en ninfa real. Pero hasta aquí llega tan solo la semejanza, pues en cuanto a las celdillas suplementarias, una vez tapadas, ya no las vigilan las abejas guardándolas y defendiéndolas, como sucede en la otra especie. Acaso saldrá una de las primeras reinas jóvenes de la cuna, y se arrojará sucesivamente a todas las celdillas regias, abriéndolas para herir a sus rivales, sin que las obreras se tomen la pena de defenderlas. Si sale simultáneamente más de una reina, se buscarán, atacarán y lucharán, habrá víctimas y la victoriosa ocupará el trono. Al presenciar esas luchas las demás abejas, lejos de oponerse a ellas, aún parece que incitan a las combatientes.

Vamos a ver todo el alcance del descubrimiento de Schirach; pues está demostrado que las abejas que han perdido su reina pueden procurarse otra con tal que haya larvas de obreras que no pasen de tres días; de lo que resulta que el hombre puede a su arbitrio hacer que nazcan reinas en una colmena, quitando la reina reinante. Si dividimos en dos una colmena suficientemente poblada, la una mitad conservará su reina; y al mismo tiempo la restante mitad se procurará otra. Pero, para que esta operación tenga efecto, es menester elegir una ocasión propicia, no siendo además fácil sino en colmenas en forma de libro, pues son las únicas en que puede verse si la población lo permite, y si las larvas tienen los días suficientes, o si hay zánganos nacidos, o prontos a nacer para formar la comitiva de la reina.

Cuando se hallan unidas todas las referidas condiciones, debe procederse del modo siguiente: sepárase, por el medio la columna en forma de libro, sin darle el menor sacudimiento: se hace entrar como resbalando dos cristales, que se apliquen exactamente a los otros, y que estén cerrados como el suelo de una caja por el lado que se arriman a estos. Averíguase en que lado quedó la reina, y se marca con una señal para no olvidarlo. Si por acaso quedó en la mitad de la colmena en que existe más cría, se la hace pasar a la que contiene menos, a fin de dar a las abejas las mejores condiciones para procurarse nueva soberana. En seguida vuelven a aproximarse las dos mitades de la colmena, cuidando de que ocupen el mismo espacio de terreno que antes de la operación; pues la menor varía hasta para desorientar a los insectos, que mueren pues no pueden hallar otra vez su domicilio. La abertura que antes sirvió de entrada a la colmena queda inutilizada; por lo que la cerraremos; pero siendo preciso que cada media colmena tenga su entrada, haremos una abertura en cada extremo. Durante las primeras veinte y cuatro horas, deberemos tener encerradas a las abejas que quedaron privadas de reina; pues sin esta precaución pronto saldrían en busca de ella, recorriendo así lo exterior como lo interior de la colmena, y no tardarían a encontrarla en la otra compartición, en la cual se introducirían la mayor parte de ellas, quedando muy pocas en la otra mitad, insuficientes para el desempeño de los necesarios trabajos. Este contratiempo se evita, como decíamos, teniendo cerrada la puerta durante veinte y cuatro horas; tiempo suficiente, según veremos, para hacerles olvidar a su soberana.

Volvamos pues a observar nuestras abejas en el instante en que acaba de arrebatárseles su reina. Desde luego no lo notan, ni por consiguiente interrumpen sus trabajos, que continúan con el mismo sosiego que antes. Pero al cabo de algunas horas se manifiesta grande agitación y tumulto en la colmena, oyéndose un zumbido particular. Las abejas abandonan y sus crías corren impetuosamente a las superficies de los panales como delirantes. Dicha agitación es producida por el conocimiento que tienen las obreras de la falta de la reina; pues si uno se la devuelve, en el mismo instante renace entre ellas la calma, siendo lo más particular que la reconocen. Esta expresión debe tomarse y entenderse literalmente; pues si en lugar de la suya se les da otra, continúa la agitación durante las doce horas siguientes al rapto, y la tratan como cuando no tienen el trono vacante; es decir, la cogen, la rodean de todas partes, y la retienen prisionera en recinto impenetrable durante mucho tiempo; de modo que regularmente muere de hambre o por falta de aire.

Si se dejan pasar más de doce horas antes de sustituir una reina extraña a la que se quitó a las abejas, la recién llegada es tratada del modo que acabamos de manifestar, pero las abejas que la envuelven se cansan más pronto, y el grupo que forman en torno de la presa es menos denso, poco a poco se dispersan todas, y por último, dicha reina sale de cautiverio, aunque a veces muere en pocos minutos.

Pero sí se aguarda a las veinte y cuatro horas para la indicada operación, entonces la reina extraña será bien recibida, y reinará desde el mismo instante de su introducción en la colmena; pues una ausencia de veinte y cuatro horas basta para hacer olvidar a las abejas su propia soberana. Lo que prueba que las abejas consideran el principio de legitimidad, no como cuestión de personas, sino como descansando en la voluntad nacional y en las circunstancias, es el hecho de que si la primitiva reina intenta una restauración en sus antiguos dominios, al instante es ahogada, quedando el reino en poder de la dinastía últimamente instalada. He allí una experiencia de Huber que acabará de poner de manifiesto el instinto monárquico de las abejas.

«El 15 de agosto 1791, dice dicho autor, introduje en una de mis colmenas con cristales una reina fecunda de edad de once meses (es decir, pronta a verificar su puesta). Hacía veinte y cuatro horas que las abejas estaban faltas de reina, y a fin de reparar su pérdida habían ya empezado la construcción de doce alvéolos reales suplementarios. Desde el instante en que coloqué en el panal dicha reina extraña, las obreras que se hallaban cerca la tocaron con las antenas, y con la trompa palpáronla en todas las partes del cuerpo, y le dieron miel; luego cedieron el lugar a otras, que la trataron de un modo idéntico. Todas las abejas batieron las alas a un tiempo, y se alinearon formando corrillo en torno de su soberana. De ahí resultó una especie de agitación, que poco a poco se comunicó a las obreras colocadas en otros puntos de la misma superficie del panal, determinándolas a ir a su vez a reconocer el lugar de la escena. Pronto llegaron, salvaron el corrillo que formaban las primeras, acercáronse a la reina, la tocaron con las antenas, le dieron miel, y tras esta pequeña ceremonia retrocedieron, y situándose detrás de las primeras aumentaron el círculo; agitando las alas y estremeciéndose sin desordenarse, cual si acabasen de experimentar una sensación agradable. Todavía se hallaba la reina en el punto en que yo la había conocido, pero al cabo de un cuarto de hora se puso a andar; y las abejas, lejos de oponerse a este movimiento, abrieron el círculo por el lado a donde se dirigía y la siguieron formando su cortejo. Instábala la necesidad de hacer la puesta y los huevos le iban cayendo. Por fin, después de una estancia de cuatro horas empezó a poner huevos de zánganos en las grandes celdillas que encontró en su marcha.

»Mientras se efectuaban los hechos que acabo de manifestar en la superficie del panal donde había colocado la reina, en la cara opuesta todo permanecía tranquilo, pareciendo que las obreras que en la misma se hallaban nada sabían de la llegada de una nueva reina en la colmena. Trabajaban con grande actividad en la construcción de sus celdillas reales, cual si ignorasen que habían de serles superfluas, cuidaban de las larvas regias, llevábanles alimento, etc., etc., etc.; hasta que al fin llegó cerca de ellas la nueva reina, y la recibieron con el mismo afán que las primeras, la rodearon, le ofrecieron miel, la tocaron con las antenas, y lo que prueba más que la miraban como reina, es que al instante abandonaron el cuidado de las celdillas regias, sacaron de ellas las larvas y se comieron la miel que contenían. Desde entonces quedó la reina reconocida tal por su pueblo entero, y se comportó en el nuevo domicilio como pudiera haberlo hecho en su colmena nativa.»

Vamos a ver ahora lo que sucede cuando se suscita una nueva pretendiente a una reina que gobierna pacíficamente sus estados. «Introdujimos, dice Huber, en una colmena normalmente gobernada por una reina fecunda, otra reina, también muy fecunda, cuyo coselete pintamos a fin de distinguirla fácilmente de la soberana reinante. Pronto se formó al rededor de la extranjera un círculo de abejas, más no con intención de acogerla y agasajarla; pues insensiblemente fueron aglomerándose y estrechándola hasta tal punto que en un minuto quedó prisionera. Lo más particular es que al mismo tiempo otras obreras se acumulaban en torno de la reina legítima incomodando todos sus movimientos: vimos el instante en que iba a ser encerrada lo mismo que la intrusa. Diríase que las abejas prevén la lucha que tendrá lugar entre dos reinas, y que se hallan impacientes por ver el resultado de la misma; pues solo las mantienen prisioneras cuando se alejan una de otra; y si una de ellas, menos incomodada en sus movimientos, parece querer aproximarse a su rival, entonces todas las abejas que la tienen bloqueada se separan y le abren paso, dejándola en libertad de atacar a su contraria; pero si las reinas se muestran aún dispuestas a alejarse, las estrechan otra vez.

»Este último hecho lo hemos presenciado varias veces; pero es tan nuevo y extraordinario en la policía de las abejas, que fuera necesario verlo mil veces para poder asegurarlo positivamente. ¿Qué papel desempeñan las obreras en la lucha de las reinas? ¿Tratan de apresurarla? ¿Excitan acaso la saña de las combatientes por algunos medios secretos? ¿Cómo es que hallándose, acostumbradas a mirar a su soberana con sumo respeto y a tributarle toda especie de servicios; en ciertas circunstancias, cuando se prepara a huir de un peligro que la amenaza, llegasen al extremo de tenerla presa?

»Habiendo permitido ejecutar a la reina legítima algún movimiento el grupo de abejas que la tenían sitiada, pareció dirigirse a la porción de panal en que se hallaba la reina advenediza. Entonces todas las sitiadoras retrocedieron; poco a poco fue dispersándose la multitud de estas, hasta no quedar más que dos, que se apartaron a fin de que ambas reinas se viesen. Al punto la legítima se echó sobre su enemiga, cogiola con los dientes por la raíz o arranque de las alas, y logró mantenerla como al panal, sin permitirla ningún movimiento; y en seguida dio un mortal aguijonazo a la desgraciada víctima de nuestra curiosidad.»

Huber quiso agotar todas las combinaciones, y averiguar si también habría lucha entre dos reinas de las cuales fuese la una fecunda y la otra no. Para ello introdujo una reina muy fecunda y en estado de efectuar la puesta en una colmena con cristales, gobernada por una reina de veinte y cuatro días, que no se hallaba todavía en disposición de dar huevos; quiso tomarse tiempo para ver la acogida que tendía aquella entre las obreras, y averiguar si la fecundidad de las soberanas era la causa exclusiva del afecto que las abejas les profesan. Pronto la recién introducida se vio bloqueada por abejas; pero solo la estrecharon un instante, porque urgiendo la necesidad de la puesta iba soltando huevos. Habíase desvanecido algún tanto la multitud que rodeaba a esta reina, la cual se dirigió hacia el borde del panal, hasta encontrarse a breve distancia de la reina legítima. Apenas se divisaron, arrojáronse la una contra la otra, y la reina joven en subió a la espalda de su contraria y le clavó repetidas veces el aguijón en el vientre; pero como estos golpes solo se dirigían a la parte escamosa, no le hicieron daño alguno, y las contendientes se separaron. Volvieron a la carga a pocos minutos, y esta vez la reina fecunda pudo sobreponerse a su enemiga; pero en vano trató de clavarle el aguijón pues no pudo hacerlo penetrar en las carnes: la reina natural logró desasirse y huyó. Igualmente pudo librarse en otro ataque en que la otra reina había logrado la ventaja de posición. Las dos combatientes parecían de fuerzas iguales, por lo que difícilmente podía preverse de qué lado quedaría la victoria, cuando por fin una feliz casualidad hizo que la soberana legítima hiriese mortalmente a la intrusa, la cual murió en el acto. Fue la herida tan penetrante, que de pronto la abeja victoriosa no pudo sacar el dardo, y se vio arrastrada por su enemiga en la caída. Vímosle hacer grandes esfuerzos para desprender el aguijón, lo cual solo consiguió después de haber girado sobre la extremidad del abdomen como al rededor de un eje. Es probable que este movimiento hizo doblar las barbillas del aguijón, y envolverse en torno del tallo, con que pudo salir de la herida.

Estos duelos entre una reina extraña y otra legítima solo pueden tener efecto con intervención de un hombre; pues aunque en verdad hay muchos combates dentro de las colmenas entre reinas nacidas a un mismo tiempo, los cuales deciden a cuál pertenecerá la monarquía, nunca fuera de estos casos hay reinas supernumerarias en las colmenas, ni jamás pudiera penetrar en estas una reina extraña. La razón es muy sencilla: las abejas colocan y mantienen así de día como de noche una guardia suficiente a las puertas de su habitación, y estas centinelas vigilantes examinan todo cuanto se presenta; y no fiándose ni aun en lo que ven sus ojos, tientan con sus antenas a cuantos individuos intentan penetrar en la colmena, así como las diferentes sustancias que se les ponen al alcance. Si llega a presentarse una reina extraña, las abejas que montan la guardia, para impedirle la entrada, la cogen con los dientes por las patas o por las alas, y la tienen tan apretada y en tanto número, que las mismas apenas pueden moverse; este grupo, se aumenta poco a poco con los insectos que acuden del interior de la colmena, y todas las cabezas están vueltas hacia el punto que ocupa la prisionera, en cuyo centro la mantienen con tal apariencia de encarnizamiento, que podemos coger la pelota que forman con su reunión y mantenerla suspendida por algunos instantes sin que los insectos que la forman lo adviertan. Por consiguiente, la introducción natural de una reina extraña en una colmena es de todo punto imposible. Si las abejas la mantienen presa por mucho tiempo, muere, probablemente por falta de aire y de alimento; pero lo cierto es que no recibe ninguna herida de aguijón.

No debemos omitir, tratando de las abejas, una particularidad que prueba que las obreras son reinas incompletas. Por espacio de muchos siglos se las ha tenido por neutras; pero en la actualidad se halla bien averiguado que en ciertas circunstancias ponen huevos. Huber se convenció por numerosas observaciones, que solo nacen obreras fecundas en las colmenas que han perdido sus reinas. Así pues cuando acontece semejante contratiempo, las obreras preparan una gran cantidad de papilla propia para las larvas reales que destinan a sustituir a la reina. Si pues las obreras fecundas solo nacen en las colmenas en que las nodrizas preparan la papilla real, es este el alimento tomado en su primera edad lo que las hace fecundas. Huber sospechó primero y después se convenció de ello por medio de experimentos positivos, que cuando las abejas crían de un modo real a las larvas, dejan caer casualmente o por instinto porcioncitas de papilla real en las celdillas inmediatas a las que contienen las larvas destinadas a reinar. Las larvas obreras que por esta casualidad han comido dichas partículas de un alimentos tan nutritivo, adquieren una especie de desarrollo, aunque imperfecto, por cuanto recibieron el alimento regio en harto pequeña cantidad, a más de que residiendo en celdillas de menor diámetro, no pueden pasar de un cierto crecimiento, ni sus partes pueden desplegarse más allá del término ordinario. Así que, las abejas que nacen de estas larvas tienen el aire y los caracteres externos de simples obreras; al paso que gozan de la facultad de poner algunos huevos, por el solo efecto de la corta porción de alimento real que se mezcló con el peculiar suyo. No obstante, esta fecundidad es un presente inútil, puesto que jamás ponen otros huevos que de zánganos; siendo por otra parte muy raro que las haya en las colmenas, pues la primera reina que nace no solo va a destruir las celdas que contienen larvas regias, sino que ataca a las obreras fecundas que encuentra cerca de sí.

Ya hemos dicho que cuando la reina empieza la puesta pasados ya veinte y dos días desde que llega al estado perfecto, desciende en cierto modo a la condición de abeja ordinaria, y solo puede poner huevos de zánganos; es este caso muy raro y que acarrea a la larga la pérdida de la colmena, pues los zánganos, ciudadanos ociosos, acaban por ser sus únicos moradores. Las abejas obreras parece que prevén este desastre; con todo, su maternal instinto los sostiene durante los primeros meses y así crían y alimentan las larvas de zánganos que llenan las celdillas comunes, las mayores, y hasta las reales; pero hacia el otoño, no viendo nacer obrera alguna para ayudarlas en sus trabajos, caen en una especie de desaliento, abandonan la colmena, pillando antes los abastos, y van a buscar asilo en las colmenas inmediatas; pero las indígenas las rechazan, y las que no mueren bajo sus aguijones, pronto fallecen por el frío y las privaciones.

Acabamos de citar uno de los rasgos más característicos del humor de las abejas; a saber, ese patriotismo suspicaz que las impele a rechazar como a enemigo a cualquier extraño que quiera ser su conciudadano. Esta antipatía es mayor aún cuando un enjambre trata de invadir una colmena ya poblada; pues entonces entre las dos naciones se empeña una guerra terrible, que siempre termina con la destrucción y exterminio de una de las partes.

No solo es de temer para las abejas la irrupción de otras de su misma especie; otros enemigos tienen tan temibles, aunque menos numerosos; en primer lugar deben huir de todo pájaro insectívoro, en especial de los paros y de los abejarucos. Los paros, de que hay en Francia más de 20 especies, se ponen en los postes que sostienen las colmenas, y hasta se introducen en ellas cuando esto no les es posible, según dice Buffon, con el fin de hacer salir las abejas, meten ruido con el pico y las patas a la entrada de la colmena y hacen presa en cuantas acuden. Los abejarucos, así llamados por lo que gustan de comer abejas y avispas, recorren los árboles en flor para sorprender a estos insectos. Hemos hablado de los Clarsiones al tratar de los coleópteros, y así estos, como algunos pequeños cuadrúpedos, tales son los ratones, turones, campañoles y musarañas, son unos enemigos temibles para las abejas, quienes se introducen en las colmenas, en especial en invierno cuando estos insectos tienen pocas fuerzas, y devoran la cera y la miel destruyendo toda la ciudad que con tanto afán edificaron nuestros interesantes insectos. No obstante, cuando estas invasiones se efectúan en verano, en que las abejas gozan de todo su vigor; dichos animales o son muertos, o salen muy mal librados de los innumerables aguijones que acuden a herirles. Pero no teniendo las abejas fuerzas suficientes para trasladar el cadáver de su víctima fuera de la colmena, y por otra parte con su putrefacción apestaría la colmena, lo cubren de propolis. Hanse visto ratas y caracoles así embalsamados, cuyos cuerpos estaban perfectamente conservados.

Así a los sapos como a las ranas les gustan mucho las abejas: las ranas se las zampan cuando acuden a beber al estanque, y los sapos rondan al anochecer en torno de las colmenas, y devoran aquellas abejas que durante las noches muy cálidas quedan agrupadas en las maderas que sostienen dichas columnas.

Finalmente, hay varias falenas, o mariposas nocturnas, de que pronto hablaremos, que causan no pocos estragos en las colmenas. Hay también dos especies de insectos, que van a poner sus huevos en los panales a fin de que las larvas que de ellos han de nacer encuentren abundante alimento en la cera de que se componen. Tales insectos se introducen en la colmena validos de la poca luz del crepúsculo; y de cada huevo que depositan nace una oruga lisa, de un blanco sucio, la cabeza parda y escamosa, que se mete en un tubito de seda blanca, la cual pega a los panales. Luego alarga la cabeza fuera de la galería para tomar alimento, pero no tarda en dejarla; hílase un capullo, conviértese en mariposa, y sale de la colmena; a la cual empero a su tiempo se introduce de nuevo a fin de efectuar también su puesta. Esas construcciones tan laboriosamente concluidas por las abejas, muy pronto quedarían destruidas por tales huéspedes, si estas no evitaban tanta devastación, ya arrancando las larvas intrusas de sus galerías y llevándoselas volando para arrojarlas fuera de la colmena, ya haciendo una guardia y ejerciendo una escrupulosa vigilancia a la entrada de su mansión. Fácilmente podemos ver a la claridad de la luna a esas centinelas que vigilan rondando en las inmediaciones de la colmena. Como su vista necesita de una luz viva para ver bien los objetos, a esas horas solo los distinguen confusamente; pero en ellas la delicadeza del tacto suple al defecto de la vista; por lo que continuamente tienen las antenas en movimiento, tendidas hacia delante y a los lados, y desgraciado el insecto que no logra escapar de su contacto. Pero este trata de introducirse en la colmena evitando con suma destreza este peligro y deslizándose poco a poco por entre las centinelas, pues conoce que su salvación depende de librarse de dichos órganos móviles y exploradores.

Cuando observamos las abejas que velan durante la noche o la entrada de una colmena, oímos con frecuencia un corto estremecimiento; pero si un insecto extraño u otro enemigo cualquiera se ha puesto en contacto con las antenas de las centinelas, estas se conmueven y producen cierto murmullo muy diferente del ordinario zumbido; y el enemigo se ve atacado por varias obreras que han acudido del interior de la colmena.

Fue para las abejas una época aciaga la de la introducción de las patatas en Francia; pues las hojas de esta planta alimentan a una gruesa oruga, la cual se transforma en una enorme esfinge que pronto describiremos. A fines del otoño cuando las abejas han almacenado parte de su cosecha, óyese a veces durante las primeras horas de la noche un ruido extraordinario, y un sonido agudo y quejumbroso, que al parecer procede de las colmenas. En efecto, sale de estas una multitud de abejas por la noche, y se dispersa por los aires. Este tumulto dura a veces algunas horas, y a la mañana siguiente cuando examinamos los efectos de aquella insólita agitación, vemos una multitud de abejas muertas delante de la colmena; la cual a veces no contiene la menor porción de miel y con frecuencia se encuentra del todo desierta y abandonada.

Los labradores, que nunca habían notado semejante fenómeno hasta a últimos del siglo pasado, primero lo atribuyeron a los murciélagos; pero no tardaron en cerciorarse de que la causa de tamaño desorden era el esfinge átropos, cuyo coselete amarillo con manchas negras presenta el aspecto de una calavera; este colosal lepidóptero, pues, se introduce de noche en las colmenas para saturarse de miel que chupaba con su gruesa trompa. Huber, que fue el primero que averiguó la causa de la deserción de las abejas y estragos de las colmenas, aconsejó a los labriegos de su vecindad que estrechasen las entradas de estas con un enrejadillo de hoja de lata cuyas mallas dejan solo el espacio preciso para el paso de las abejas, medio que tuvo el resultado más completo, y tal que desde su adopción se restableció el sosiego en las colmenas y cesaron los estragos. Sin embargo, no todos los dueños de granjas adoptaron dichas precauciones; así, vimos, dice Huber, que las abejas abandonadas a sus propios recursos habían ya provisto a su seguridad; pues se habían parapetado, sin ningún ajeno auxilio, fabricando un denso muro a la entrada de la colmena, hecho de una mezcla de cera y de propolis, cuyo muro se levantaba inmediatamente detrás de la puerta, y a veces en esta misma, obstruyéndola enteramente, aunque habían dejado algunas aberturillas suficientes para dejarles libre el tránsito, y por las que podían pasar una o dos obreras a lo más.

En esto el hombre y la abeja coincidieron en una misma idea; las obras que las abejas hicieron a la puerta de sus habitaciones eran de formas bastante varias; en unas se veía, como he dicho, un solo muro, cuyas aberturas formaban arco y estaban colocadas a la parte superior de la tapia; en otras había algunos tabiques uno tras otro, semejantes a los bastiones de nuestras ciudadelas, con puertas ocultas tras los muros anteriores, que se abrían enfrente de las de la segunda fila, pero que no correspondían a la línea de las del primer tabique. En algunas consistía esta construcción en arcos cruzados que dejaban libre vuelo a las abejas, sin permitir la entrada a sus enemigos; pues todas estas obras eran macizas y la materia sólida y compacta.

Las abejas no construyen puertas en casamatas sin que haya una urgente necesidad; por lo que no es uno de estos rasgos de natural cordura, que parecen estar preparados muy de antemano para obviar ciertos inconvenientes que el insecto no puede conocer ni prever; sino que se trata de peligro presente, inmediato y apremiante, en que hallándose la abeja en la precisión de tener que buscar un preservativo seguro, se vale de este último recurso. No deja de ser curioso ver a nuestro insecto, tan bien armado y auxiliado por la ventajosa circunstancia del número, conociendo su impotencia, y preservándose mediante una admirable combinación, ya que no le bastan para ello sus armas y su valor. Así pues, entre las abejas el arte de la guerra no se limita a saber atacar al enemigo, sino que saben levantar muros que las defiendan y pongan al abrigo de los ataques contrarios; así de simples soldados se nos convierten en calculadores ingenieros. Pero no es solo para librarse del esfinge que emplean esa táctica defensiva; pues las colmenas débiles son a veces atacadas por otras abejas extrañas atraídas por el olor de la miel y la esperanza de un pillaje fácil. Las abejas sitiadas para suplir a su inferioridad numérica se valen a veces de un medio semejante al que emplean para preservarse de las esfinges, a fin de rechazar la invasión de las extranjeras. Igualmente levantan tabiques a la entrada de las colmenas, solo que las aberturitas que dejan solo permiten el paso de una abeja; siéndoles así muy fácil el guardarlas.

Llega empero una época en que estos pasos angostos no les bastan; y es cuando es muy copiosa la cosecha, y se halla excesivamente poblada la colmena. Entonces es el tiempo de fundar nuevas colonias; y las abejas demuelen aquellas fortificaciones o reparos que edificaron a la hora del peligro y que luego son un obstáculo a su impetuosidad. Como dichos parapetos les incomodan, los derriban hasta que nuevas alarmas les obliguen a levantar otros. Las puertas que edificaron el año de 1802, fueron derribadas en primavera del de 1805. Este año no aparecieron las esfinges, ni tampoco al siguiente; pero en el otoño de 1807 aparecieron en gran número. Al punto las abejas volvieron a parapetarse, y así se libraron de los estragos de que se hallaron amenazadas. En mayo de 1808, antes de la salida de los enjambres, demolieron estas fortificaciones, cuyas angostas aberturas obstruían el paso a la multitud de los insectos. Semejante oportunidad en el comportamiento de las abejas solo puede explicarse admitiendo que su instinto se desenvuelve, a medida que las circunstancias lo exigen. Las abejas con su respiración y su misma muchedumbre mantienen en la colmena una temperatura elevada necesaria para ellas lo mismo que a sus crías, y que es independiente de la atmósfera. Pero el Autor de la naturaleza al designar a estos insectos un alojamiento en que el aire solo debía penetrar dificultosamente, les dio el medio de precaverse de los funestos efectos que pudieran resultar de la alteración de su ambiente, y dicho medio consiste en la ventilación. Cierto número de obreras se ocupan alternativamente en renovar el aire interior de la colmena con el rápido batir le sus alas, cuyas vibraciones producen un incesante zumbido; dichas vibraciones determinan corrientes en el aire contenido, y es renovado por el más puro de la atmósfera exterior.

Estos animados ventiladores obran de un modo permanente; así durante la primavera se ve que cierto número de abejas agitan sus alas delante de la puerta de la colmena; y la observación nos demuestra ser mayor el número de las ventiladoras internas. El sitio que estas ocupan regularmente es el suelo de la colmena. Las que ventilan la puerta por la parte de fuera tienen vuelta hacia ella la cabeza, y las que la ventilan en el interior están vueltas de espaldas a la misma.

Vamos a terminar la historia de las abejas con algunas consideraciones relativas a los sentidos que han recibido del Criador. Es probable que los objetos físicos no causan en ellas las mismas impresiones que en el hombre, teniendo distintas facultades, y no cabiendo en ellas la luz de la razón, deben ser impulsadas por otros móviles; y tal vez la idea que nos formamos de sus órganos sensitivos en vista de los que nosotros poseemos, dista mucho de ser exacta. El hombre con el auxilio de lentes aumentativas ha logrado dilatar el dominio de la vista; así pues, por qué no hemos de admitir que la Providencia, que da a todo animal una organización proporcionada a sus respectivas necesidades, pueda haber modificado en ellos los sentidos, dándoles mayores límites de los que nos enseña la humana ciencia? El que creó para nosotros, y en razón de nuestras urgencias, esos cinco vastos conductos por los que llegan a nuestro sensorio todas las nociones del mundo físico, ¿no pudo a su arbitrio abrir en otros seres menos favorecidos en lo respectivo a la racionalidad, vías más directas, o más seguras, o más numerosas, cuyos ramales se extendían a todo el dominio que les cupo en suerte? Puede haber otras maneras de considerar los objetos materiales por medio que desconocemos absolutamente; y en nada repugna la suposición de que la naturaleza haya podido crear sensaciones del todo especiales, y peculiares a unos seres que se diferencian de nosotros bajo tantísimos aspectos. Si se admite semejante suposición, ya no debe desesperar al naturalista la obscuridad en que andan envueltas las sensaciones de las abejas; antes al contrario debe incitarle a estudiar más y más los órganos sujetos a su observación.

Los cinco sentidos que poseen los animales superiores, los tienen igualmente las abejas. En cuanto al del oído, no está probado que lo posean; aunque es natural admitir que los sonidos producidos por las abejas, están destinados a que los oigan sus semejantes. Los campesinos están lejos de creer que las abejas sean sordas cuando acostumbran dar golpes en un instrumento sonoro en el instante de la salida del enjambre, para evitar que huya. Pero si acaso es débil su oído, en compensación, ¡cuán perfecto y exquisito tienen el órgano de la vista!, ¡cómo saben reconocer desde grande distancia su habitación en un colmenar formado de un sinnúmero de colmenas todas iguales! A ella se dirigen desde luego en línea recta y con suma velocidad, lo cual supone que la distingue de muy lejos de todas las demás por ciertas especiales diferencias que escapan a nuestra observación. Sale la abeja, va directamente al prado más florido, y desde que ha encontrado su dirección la vemos seguir un camino tan recto como una bala que sale del cañón. Concluida su recolección, se eleva para ver su colmenar, y parte con la rapidez del rayo.

El gusto es acaso el sentido menos perfecto que tienen las abejas; así hacen poquísima distinción entre las sustancias que cosechan. No les disgustan ni la miel de las flores más venenosas, ni el jugo excrementicio de los pulgones, ni el agua de los pantanos y charcos más infectos; y esta indiferencia explica por qué la miel presenta tan varias cualidades. Pero si las abejas se muestran poco delicadas en cuanto al origen de esta, dan con todo grande importancia a la cantidad que las flores contienen, y su olfato compensa ampliamente el defecto del gusto. Siempre acuden allí donde hay más miel; no siendo el calor ni el brillo del sol lo que las obliga a salir de la colmena, sino la esperanza de una copiosa recolección. Cuando florecen el tilo y el alforfón, desafía la abeja las lluvias, y sale desde la aurora recogiéndose más tarde que de ordinario. Pero pasada la florescencia mengua ese afán del insecto; el cual permanece en su domicilio cualquiera que sea la viveza del calor o la serenidad del tiempo.

Es el tacto de las abejas todavía más admirable que la vista, pues en lo interior de la colmena la sustituye perfectamente. Construyen las abejas los alvéolos en la más completa oscuridad, derraman la miel en los almacenes, alimentan a sus crías, y conocen su edad y sus necesidades, distinguen a la reina; y todo sin más auxilio que el de sus antenas. Luego si en cuanto a su forma son estos órganos menos aptos y proporcionados a los reconocimientos de nuestras manos, fuerza es que les concedamos propiedades especiales y perfecciones que el tacto en el hombre no conoce.

La importancia y magnitud de la materia, nos han obligado a referir con todos sus pormenores la historia de la ABEJA DOMÉSTICA, Apis mellifica, LIN.; el instinto arquitectónico, la reproducción, la policía, y la táctica ofensiva y defensiva de estos industriosos insectos; lo cual sin duda ha inspirado en el ánimo del lector cierta admiración religiosa. Pero aún quedará este más asombrado, cuando sepa que sus costumbres, sus tareas y combates fueron observados y descritos por un ciego. También Homero se halló privado de la vista; pero no perdió esa facultad preciosa hasta sus últimos años, siendo los vivos colores que brillan en su Iliada recuerdos de sus sensaciones juveniles: pintaba lo que realmente vieron sus ojos; al paso que el Homero de las abejas, ciego desde la edad de veinte años, solo vio con ojos ajenos las maravillas que acabamos de referir.

Francisco Huber, nació en Ginebra en 1750 de una familia respetable: a su padre, Juan Huber, citábale Voltaire por uno de los hombres de mayor ingenio de su época, pues era músico, pintor, poeta, artista, y a más a todos estos conocimientos unía una grande afición y habilidad en observar los animales. Hasta compuso y publicó una obra sobre el vuelo de las aves de rapiña, la cual aún hoy consultan con interés los ornitologistas. Su hijo Francisco heredó de él su viva imaginación y su talento original; y en las animadas conversaciones con su padre encontró una excelente escuela de literatura, recibiendo del mismo, durante sus paseos por en medio de los Alpes, esa espontaneidad de investigación, que no se satisface con observar fiel y exactamente lo que se le ofrece delante, sino que sabe tomar la iniciativa, y se adelanta a los descubrimientos. El curso del ilustre Saussure le inspiró afición a la física, y para completar su educación de naturalista, tomó gran parte en las manipulaciones de cierto pariente que se iba arruinando en busca de la piedra filosofal.

Ávido de emociones al par que de saber, su alma salió sobrado pronto de los juegos y diversiones infantiles para lanzarse a las pasiones varoniles que agitaron su adolescencia; y cual si previera la precocidad que había de tener su invierno, fue en extremo ardiente su primavera. Entregándose impávido a sus trabajos como a sus placeres, empleando los días en el estudio, y las noches en la lectura de novelas, sin más luz que la claridad de la luna, pronto vio alterársele la salud, y lo amagó una ceguera completa e inmediata.

Llevolo su padre a París para consultar al célebre Tronchin, y al oculista Venzel: este consideró incurable el estado de la vista del joven; al paso que Tronchin quiso entonar su constitución general, y le envió a pasar algún tiempo en una aldea de las inmediaciones de París, donde debía llevar una vida de simple labriego, guiar el arado y ocuparse en todas las labores campestres. Semejante régimen obtuvo los mejores resultados; y aunque la vista del joven Huber continuaba menguando, su salud se robusteció para siempre; de modo que cuando dejó el campo, dando enternecidas gracias a la bondadosa familia que le había hospedado, hizo derramar lágrimas a todos aquellos buenos labradores. Y en efecto, la vista de un joven rico, galán y nada orgulloso, que guió el arado como un simple mozo de labranza, que está próximo a caer en una ceguera irremediable, el cual parte para no volver jamás; he ahí más de lo que se necesita para hacer llorar a unos labradores buenos y sencillos; «y hasta a las labradoras», añade el biógrafo de Huber que nos suministra estas noticias.

Pero no obstante, el sentimiento con que abandonaba Huber la morada en el campo, otro interés más vivo le hizo apresurar su regreso a Ginebra, había allí cierta señorita, hija de un síndico de la república, cuyas gracias, más interesantes y atractivas aún que su belleza, habían hecho impresión en nuestro joven, en tiempo que aún conservaba despejada la vista; y cuando volvió a su patria, la catarata, que con rapidez invadía sus ojos, todavía le permitió leer en los de María Lullin que correspondía a su cariño. Solicitó su mano; pero el padre se la denegó por causa de la ceguera que le amenazaba; al paso que la misma razón impulsó a la joven a concedérsela; pues el amor, la compasión y cierto heroísmo, más común de lo que se cree en las mujeres, le inspiraron la firme determinación de no aceptar jamás otro esposo que Huber. El padre de la señorita se valió del halago, de la importunidad, y hasta de la persecución para obligarla a renunciar a él; pero todo en vano, María persistió. La prueba fue muy dura; la ceguera de Huber fue aumentando por espacio de siete años; pero mayores que esta desgracia eran las fuerzas de la señorita Lullin, cuya ternura se aumentaba en proporción del sacrificio. Así, apenas llegada a su mayor edad, cuya época fijaba la ley a los 25 años, presentose al templo en compañía de su tío, y condujo al altar al esposo que eligiera cuando era dichoso y bello, y cuya enfermedad le había dado otro atractivo a los ojos de su generosa amante.

Creo que no habrá necesidad de decir que la señora de Huber en nada desmintió a la señorita Lullin; y de ese interesante enlace han hecho mención plumas celebérrimas. Voltaire lo cita varias veces en su correspondencia, y Mad. Stäel, al hablar de las interioridades domésticas de los esposos Belmonte en la Delfina, contentose con mudar los nombres. Una sola expresión de Huber bastará a darnos una idea de la felicidad doméstica de que disfrutó por espacio de cuarenta años. «En tanto que ella ha vivido, exclamaba el pobre ciego, nunca eché menos la vista.»

Su morada en el campo reavivó en él la afición a las ciencias que le transmitiera su padre. Tenía un criado, hijo del país de Vaud, llamado Francisco Burnens, por quien se hacía leer las mejores obras de física y de historia natural; y no tardó en conocer que su lector distaba mucho de ser un hombre vulgar: Burnens, entendía perfectamente el libro, lo comentaba, lo criticaba, sacaba consecuencias de la lectura, e indicaba las comprobaciones que debían hacerse. Huber, cuya viveza de imaginación solo necesitaba a su lado unos ojos perspicaces para reparar su ceguera, se hizo cargo de los grandes servicios que Burnens podía proporcionarle, por lo que primero le hizo repetir algunos experimentos sencillos de física; y los ejecutó con inteligencia y destreza; luego pasaron a ejecutar operaciones más difíciles. El gabinete de Huber aún se hallaba bastante desprovisto de instrumentos, pero Burnens supo pronto perfeccionarlos, darles nuevas aplicaciones, y construir por sí mismo las máquinas que necesitaban, hasta que por último su natural afición a las ciencias se convirtió en una verdadera pasión. Huber estimuló estudiosamente el celo de su criado, dirigiole en sus investigaciones por medio de preguntas hábilmente combinadas, comprobó sus relaciones con el testimonio de su mujer y de algunos amigos; y una vez no le cupo duda sobre la exactitud de cuanto decía Burnens, no vaciló en depositar en él su entera confianza.

Pronto llegaron nuestros dos naturalistas a las magníficas Memorias de Reaumur sobre los insectos; en cuya obra encontró Huber un plan tan hermoso de experimentos y de observaciones tan ingeniosas, y una lógica tan cabal, que resolvió hacer de ella un particular estudio, con el fin de adiestrar a su lector, y a sí propio en el difícil arte de observar la naturaleza. Empezó pues a comprobar todas las observaciones de Reaumur relativas a las abejas; y empleando idénticos procedimientos, obtuvo idénticos resultados, lo cual acabó de convencerle de que podía fiarse y descansar enteramente en los ojos de Burnens.

Animado con este primer ensayo, hizo en las abejas experimentos del todo nuevos, imaginó colmenas de nueva construcción, descubrió hechos importantísimos de la historia de las abejas, y que habían escapado a la observación de todos los anteriores zoologistas.

Demostró que la reina no se vuelve fecunda sino en sus viajes aéreos, y que cuando dicha fecundidad es tardía, solo pone huevos de zánganos; confirmó el descubrimiento del cura Schirac tocante a la facultad que poseen las nodrizas de transformar en larvas reales que son simplemente de obreras; descubrió que las abejas obreras pueden producir huevos de zánganos, e indicó las causas accidentales de esta fecundidad; dio a conocer las varias circunstancias que dan lugar a las luchas entre las reinas, con lo que resulta de la substitución de una reina extraña a la reina legítima; explicó el origen de la historia de los enjambres; expuso el modo como hilan las larvas la seda de sus capullos, y encontró la razón por la cual el capullo de las reinas jóvenes está abierto en un extremo; probó que el principal uso de las antenas era el mutuo reconocimiento de las abejas; fue el primero que notó la ventilación que efectúan estos instemos en la colmena con el fin de renovar el ambiente interior; dionos a conocer el origen del propolis; ilustró por medio de experimentos positivos la producción de la cera, cuyo punto era antes muy oscuro en la historia de las abejas; distinguió las que la producen de las que la labran; y finalmente, después de ingeniosas y multiplicadas pruebas, obligó a las obreras a trabajar sus celdillas a la vista del mismo.

¡A su vista! Sí; no hay necesidad de que corrijamos esta palabra que se nos ha escapado; pues bien podemos decir que aquellos dos hombres no formaban más que uno solo, estando ambos tan identificados, que bien pudo el ciego decir en sus Memorias: He visto, etc. Pero no solamente le prestaba Burnens la vista; pues faltando esta a Huber, no podía emplear debidamente el tacto; por consiguiente tenía necesidad de los ojos y de las manos de un extraño. Así pues nunca hubo ojos más perspicaces ni manos más diestras que las de aquel hijo de los Alpes. Pero lo que centuplicó el valor de los servicios del fiel criado, fue el entusiasmo que su amo supo inspirarle por la historia natural, cuyo entusiasmo es lo único que puede explicar los prodigios de valor de perseverancia y afectuosidad a que debió Huber los grandes resultados de sus ensayos y experimentos. ¡Cuán íntimas y nacidas del corazón fueron las exclamaciones de felicidad, las felicitaciones y agradecimiento de Huber hacia su servidor, cuando creía anunciar por su medio los hechos, a cuyo descubrimiento le había conducido con sus pacientes y silenciosas meditaciones!

No es posible representarse sin emoción a aquel generoso servidor, cogiendo una gran colmena y trasladándola lejos en medio de las multiplicadas picaduras con que le acribillaban los insectos que sacaba de su sitio. Si se necesitaba inspeccionar los movimientos de una abeja, cuyo coselete había pintado de cierto color a fin de reconocerla entre la multitud, no la dejaba un instante Burnens por espacio de veinte y cuatro horas, olvidando la comida, el descanso y el sueño. Cuando Huber quiso dejar confirmada la existencia de las obreras fecundas, propúsole Burnens (quien lo deseaba sin atreverse a pedirlo) escoger una por una las 3.000 abejas que contenía una colmena; y así una tras otra las fue cogiendo vivas, y no obstante la irritación de los insectos, observó todos sus caracteres específicos; examinó atentamente la trompa, las piernas traseras y el aguijón de cada abeja, dedicando once días a esta inmensa tarea, sin más interrupción que la necesaria al sueño.

Pero si fue Burnens el instrumento de la gloria de Huber, fue por haber sido este su maestro; quien al emplear los ojos materiales de su servidor, le abrió los de su alma e inteligencia. Burnens conocía que su señor había hecho de él un hombre nuevo, y que en cierto modo se doblo su existencia. Así había entre ambos una mutua compensación de servicios. El lector juzgará si era fundado el reconocimiento de Burnens, cuando sepa que llamado este al país de Vaud por asuntos de familia, no tardó en hallar entre sus conciudadanos el aprecio que merecía, siendo nombrado uno de los primeros magistrados de su distrito.

La partida de Burnens fue una sensible pérdida para Huber, y entonces hubiera creído caer en una nueva ceguera, sin su esposa e hijo que fueron sus ayudantes naturalistas. Su hijo Pedro, que con tal gloria debía seguir la misma senda que su padre observando los hábitos de las hormigas, comprobó y confirmó todas las observaciones de Burnens relativas a las abejas, y las completó con otros experimentos que su padre le fue indicando. También le auxilió con la publicación de la segunda parte de su obra. La primera fue dirigida en forma de carta a Carlos Bonnet, y el estilo claro, elegante y pintoresco de sus cartas acrecienta el mérito de las observaciones del autor. Al leerlas creemos tener ante los ojos objetos que nunca vimos; y no hay que admirarse de semejante perfección en el estilo descriptivo de un ciego, que no pudiendo adquirir noción alguna sino por relaciones ajenas, veíase precisado a emplear un método laborioso, pero seguro, en la coordinación de las diversas noticias referidas por sus auxiliares; érale preciso escuchar, comparar, tomar el término medio entre las diferentes versiones, y reconstruir una imagen del objeto mediante sus propias concepciones. Así, si hace que dicha imagen se presente al lector con toda viveza, es porque supo apoderarse de sus rasgos dominantes. Por lo demás, en esta preciosa obra se trasluce continuamente la religiosidad del autor, cuya imaginación le lleva a ideas generales, al paso que nunca le abandona la duda filosófica.

Si hubiésemos tratado de dar completa la biografía de Huber, ciertamente no hubieran faltado mil pormenores: en tal caso hubiéramos presentado al Reaumur ginebrino envejeciendo tranquilo en medio de una familia afectuosa, animada por el único afán de complacerle y de suplir a las consecuencias de su triste achaque; viéramosle animando con su móvil y expresiva fisonomía, con su voz sonora, y su interesante y halagüeña conversación, siempre varia y benévola, al círculo de los amigos que le rodeaban, procurando (por una ilusión común a la mayor parte de los ciegos) disimular su ceguera que era su mejor título de gloria, y tal vez el principal elemento de su dicha. Hablaríamos de su afición a todas las artes, y sobre todo de su maravillosa aptitud para la música, la que le fe de grande auxilio durante toda su vida: pues tenía una voz muy agradable, y cantaba con un gusto delicado la música italiana. Recibió de Gretry lecciones de composición, y fue muy hábil en el contrapunto y en la armonía. Para corresponderse con mayor seguridad con sus amigos, se hizo construir por un criado suyo una pequeña prensa, con caracteres de relieve, por cuyo medio imprimía él solo una carta, la doblaba y cerraba con sus propias manos, dichoso por no necesitar secretario en sus correspondencias confidenciales. Para poder pasear por el campo sin necesidad de lazarillo, hizo tender por las alamedas unas cuerdas con nudos, que le señalaban la dirección y el punto en que se hallaba. De esta suerte vivió hasta la edad de ochenta y un años, muriendo sin dolor ni agonía en brazos de su hija: larga, digna y gloriosa existencia, la cual, mostrándonos cuanto puede la fuerza de la voluntad en un ciego, es para los que gozan de la vista una lección de valor, resignación y perseverancia.

No es la abeja doméstica la única especie interesante del gran género apis que constituye la familia de las melíferas; otras varias hay cuyas costumbres son dignas de especial estudio: tales son las que pertenecen al subgénero Abejones, que solo difieren de las abejas propiamente dichas por dos espinas en que terminan sus patas traseras. Tienen el cuerpo grueso, velludo y con pelos de diversos colores en forma de listas transversales en el abdomen y el coselete. Sus antenas son muy truncadas, y su primer artículo se lleva la cuarta parte de la longitud total; el coselete es de bastante tamaño; el abdomen oval o cónico, y las mandíbulas en forma de cuchara. Estos insectos se reúnen en enjambres de 60 a 300 individuos: cada reunión consta de machos, hembras y obreras. Construyen los abejones la morada de sus hijos lo mismo que las abejas; pero si se comparan las habitaciones del abejón y el corto número de estos insectos que viven en las mismas, a las colonias de abejas y sus obras, parecerán estas con respecto a las primeras lo que una ciudad populosa en donde están florecientes las artes, con relación a una simple aldea. Con todo, dice Reaumur, que después de habernos complacido en examinar las soberbias ciudades, no es desagradable estudiar la vida de los aldeanos. Estudiemos pues los hábitos de los abejones: no hallaremos entre ellos las guerras de sucesión que con tanta frecuencia tienen lugar en las colmenas; tampoco se da muerte a los machos; y en cuanto a las hembras, viven varias pacíficamente bajo un mismo techo. Las obreras son fecundas, y en junio ponen huevos de machos, que se unen a las de hembras nacidas en otoño. Al llegar los primeros fríos muere toda la población de los abejones; pero las hembras tardías que escaparon de los rigores invernales, al llegar la siguiente primavera echarán los cimientos de una nueva colonia. Hay ciertas especies que se establecen en los prados; otras en los llanos secos, y en los collados. Las subterráneas cavidades en que moran tienen mucha extensión, forman como una cúpula más ancha que alta, y la bóveda está construida le tierra y musgo; sus paredes están tapizadas con una capa de cera gruesa; y unas veces se llega al nido por una sola abertura en la parte inferior, otras sirve de paso una tortuosa senda de dos pies de largo y cubierta de musgo; el fondo de la habitación está tapizado con una capa de hojas secas en la que debe descansar la cría.

Los nidos empiezan a formarse en abril, por alguna hembra que durante el invierno permaneció entorpecida en su nido, o en algún agujero. A la vuelta la estación favorable, instigada por la urgencia la puesta, trata de construir un abrigo para sus hijos; y lo primero que hace es deponer en su nido una masa de cera morena, de forma irregular y agrumada, parecida así en la figura como en el color a una criadilla de tierra. En la cavidad interior de la misma pone algunos huevos, y coloca inmediata una copita de cera llena de miel. Los insectos que nacen de estos primeros huevos son obreras, y ayudan a su madre en la construcción de nuevos pelotones de cera en los cuales debe poner sus huevos. Al cabo de cuatro o cinco días salen de ellos las larvas, sin patas, blancas y semejantes a las de las abejas, alimentándose con una papilla hecha de polen mojado con miel, que las obreras colocan junto a sus celdillas respectivas. Cuando esta provisión se halla agotada, las obreras practican un agujero en la tapadera y renuevan la provisión, volviendo en seguida a cerrarlo. A medida que las larvas van creciendo, no cabiendo ya en el espacio de su celdilla, hacen que esta se hienda por sus paredes laterales; pero las obreras la van ensanchando añadiendo la cantidad de cera necesaria. Pasados algunos días, sepáranse las larvas, y se hilan capullos de seda fijos verticalmente los unos en los otros; hallándose la ninfa en una posición inversa, con la cabeza hacia abajo, del mismo modo que las hembras de las abejas se encuentran también dentro de su propio capullo: por lo mismo, estos capullos están agujereados en su parte inferior siempre que el insecto ha salido ya de ellos en estado perfecto. Terminan las operaciones en junio; y como los capullos están envueltos en un pelotón de cera, las obreras desmoronan esta cubierta a fin de facilitar la salida a los pequeños abejones. Pronto aumenta el número de los capullos, formando panales irregulares, elevados a modo de pisos, en cuyos bordes vemos la materia cerúlea de color pardo, que constituye el primer envoltorio de los huevos.

Los abejones componen un subgénero muy numeroso, y sus especies se hallan difundidas por todas las partes del mundo.

El ABEJÓN SUBTERRÁNEO (Apis terrestris, LIN.). Es negro; su abdomen es blanco en el extremo, y amarillo en la base, lo mismo que la parte anterior del coselete, la cual presenta dos fajas transversas amarillas. Hállase en todos los puntos vecinos de París, siendo muy conocido de los muchachos que lo matan con el fin de chuparle la miel que contiene en el buche.

El ABEJÓN DE LAS PIEDRAS (Apis lapidarius, LIN.). Por una excepción entre todas las especies de Francia, se establece en la superficie de la tierra, bajo de algún montón de piedras; la hembra es negra con el extremo del abdomen rojizo, y las alas sin color determinado. El macho, del cual Fabricio hizo una especie particular con el nombre de Bembus arbustorum, tiene la parte anterior de la cabeza y los dos extremos del tórax de color amarillo.

El ABEJÓN DE LAS ROCAS (Apis rupestris, FABR.). Es una especie rara en los contornos de París, la cual tiene el cuerpo negro, el extremo del abdomen rojo y las alas negruzcas.

El ABEJÓN DE LOS JARDINES (Apis hortorum, LIN.). Es negro, con el extremo del abdomen blanco, la parte anterior del coselete, el extremo posterior y la base del abdomen de color amarillo.

El ABEJÓN DE LOS MUSGOS (Apis muscorum, LIN.). Es amarillento, con los pelos del tórax de color leonado. Es una especie muy común, que hace sus crías en los prados de zulla y de alfalfa. Dichos nidos tienen de 4 a 5 pulgadas de circunferencia, y de 5 a 6 de altura desde el nivel del terreno; cúbrenlos con musgo, que trasladan de las tierras vecinas. Al pie del nido practican una abertura que sirve de entrada, y un camino abovedado, que a veces presenta un pie de anchura y al cual cubren también de musgo. Nada más fácil que ver el interior de tales nidos; podemos descubrirle sin exponernos a ningún mal resultado; pues aun cuando los abejones estén provistos de un aguijón muy recio, y parezca amenazador el zumbido que despiden, son sin embargo sumamente pacíficos. Si quitamos el techo de sus construcciones, algunos saldrán por la abertura superior, pero no tratarán de echársenos encima, como en igual circunstancia harían las abejas. Reaumur ha derribado estos edificios a centenares, sin que jamás haya recibido una picadura.

El abejón de los musgos.

Desde el instante en que dejamos de inquietarlos se ponen a recomponer sus nidos, sin aguardar siquiera a que nos hayamos apartado. Si echamos cerca del musgo que cubría el nido, al punto, así los machos como las hembras y las obreras, se emplean en volverlo a su sitio. «Hasta en esto se parecen nuestros abejones a los aldeanos a quienes les hemos comparado; pues todos se creen nacidos para trabajar, y todos trabajan, sin haber entre ellos, como sucede entre las abejas, individuos privilegiados con la prerrogativa de no hacer cosa alguna y de pasar la vida en completa holganza.» Por lo demás, el musgo que les sirve en la construcción del nido no viene de muy lejos, ni le transporta volando como hacen las aves en circunstancias semejantes; sino que los abejones se establecen siempre en un sitio en que abundan estos materiales, siendo muy curioso observar el modo como los transportan. Empiezan cortando con las mandíbulas una porción, y luego volviéndose de espaldas al nido, cargan con ella, y por debajo de la cabeza la hacen pasar al primer par de patas; estas la llevan a las traseras, las cuales por su turno la empujan más allá del cuerpo. Repitiendo varias veces esta maniobra, resulta al fin un montoncito bastante regular de musgo, el cual el abejón ha reunido detrás de sí a toda la distancia que la longitud de sus patas traseras le ha permitido. En seguida retrocede el insecto, y va a situarse detrás de dicho montón, siempre puesto de espaldas al nido, y vuelve a ejecutar la misma maniobra; de que resulta la formación del montoncito de musgo algo más distante del punto del que fue arrancado, vuelve el abejón a lo mismo, y así es como lleva a su habitación los materiales que han de darle abrigo. A veces colócanse en fila algunos abejones, y se pasan uno a otro las porcioncillas de musgo. Concluido ya el nido, dan a su exterior una ligera capa de cera en bruto, la cual es impermeable, de un espesor doble del de un pliego de papel, y contribuye a dar solidez al edificio uniendo entre sí el musgo que forma el techo.

Las demás especies del gran género Abejas son solitarias, y entre ellas no se observan esas admirables obreras, cuyos trabajos son el sostén de la colonia. La hembra provee por sí sola a la conservación de su prole; y las patas de su tercer par carecen del vello sedeño o cepillo, que tienen abejas sociables en las suyas, y del cestito que presentan estas en la cara externa de las mismas.

Citaremos aquellas especies cuyos hábitos han observado mejor los naturalistas.

El JILOCOPO VIOLADO (Apis violacea, LIN.). Llámanla también Abeja carpintera. Habita en toda Europa, tiene cosa de 1 pulgada de longitud; es negra con las alas de un violado oscuro, y las antenas del macho presentan en su extremo un anillo rojizo. Este jilocopo empieza a aparecer desde los primeros asomos de la primavera; vuela zumbando a lo largo de las paredes expuestas al sol y guarnecidas de enverjado, delante de las ventanas que tienen postigos y de las vigas que sobresalen de los edificios, con el objeto de establecer el nido en estos sitios, pues siempre lo hace en la madera vieja, prefiriéndola seca y carcomida, por ser más fácil de agujerear. Córtala con las mandíbulas, haciendo un agujero en dirección oblicua al eje hasta algunas líneas de profundidad, en este punto muda de dirección, tomándola casi paralela a dicho eje, de modo que la madera queda agujereada oblicuamente, y a veces del uno al otro extremo. El diámetro de esta cavidad es tal, que Reaumur dice haber introducido en ella el dedo índice; lo cual no es de extrañar pues el insecto debe tener espacio para revolverse. Hay algunos de estos agujeros que tienen 12 ó 15 pulgadas de extensión; y cuando el espesor de la madera lo permite, practica tres o cuatro en el mismo pedazo, y en cada uno de ellos construye diez o doce celdillas, separadas entre sí por una especie de tapadera que sirve de suelo a la superior, y de techo a la que está debajo. A más de este canal vertical, y del agujero que primero practicó oblicuamente, abre otro que corresponde al centro del canal, el cual le acorta mucho el camino al trasladar el serrín que desprende hacia las partes inferiores. Finalmente, por debajo de dicho canal, hace otro agujero oblicuo, cuya utilidad vamos a ver. Concluida ya la celdilla inferior, la llena casi toda de una parte de polen amasado con miel; pone en ella un huevo, la cierra, y pasa a hacer otra. De esta suerte sube hasta arriba de la cavidad y sale por la primera abertura que practicó. La larva primero se halla estrecha en su celdilla; pero esta se va ensanchando a medida que consume las provisiones. Dicha larva es muy blanca, y tiene armada la cabeza con dos dientes; conviértese en ninfa también de color blanco, pero que va ofuscándose a proporción que se acerca su metamorfosis. Como la ninfa perteneciente a la celdilla inferior es la primogénita, por haberse el huevo que la contenía puesto antes que los demás, rompe el suelo que tiene debajo de sí, y sale por el tercer agujero que la madre dejó abierto debajo del canal, la ninfa colocada inmediatamente encima de aquella halla libre el paso, y cuando le llega el turno sale por el mismo, y así van saliendo sucesivamente las abejas rompiendo el tabique que tienen debajo.

La ABEJA CORTA-HOJAS (Apis centuncularis, LIN.). Tiene unas 6 líneas de largo; es negra, con un vello pardo-leonado; puntas blancas transversales en las partes laterales superiores del abdomen; y en su cara inferior está provista de pelos leonados. El abdomen es plano superiormente y susceptible de elevación, lo cual da a la hembra la facultad de usar del aguijón por debajo del cuerpo. La Apis logopoda de Linneo, es el macho de la especie que nos ocupa. Sin duda el lector habrá notado en los jardines algunas hojas de rosal, escotadas en una parte del limbo, como si se hubiese quitado una porción con unas pinzas, y el contorno de dichas escotaduras unas veces es oval, otras circular. Si nos apostamos a cierta distancia de estos rosales, teniendo paciencia, no tardaremos en ver al artista que tan diestramente las ha cortado, y es la abejilla que acabamos de describir. El modo de quitar a los folíolos dichos fragmentos y, aún más, el de emplearlos en sus labores, es para confundir a los más diestros tapiceros y ebanistas. Llega al rosal; pero difiere algunos instantes posarse en él, y volita en derredor cual si buscase la hoja que más puede convenir a sus designios; luego se para en la que mereció su preferencia e inmediatamente empieza a dentellearla. A medida que la incisión es mayor, el insecto hace pasar el colgajo por entre las patas, de modo que las de un lado se hallan encima y las del otro debajo. La dirección del corte es siempre en línea curva. Parece que se haya trazado de antemano en la hoja la línea que deben seguir los dientes, cuya línea va aproximándose a la principal nervosidad hasta cierto grado, y al llegar aquí vuelve hacia el borde en el punto en que empezó y en el mismo punto termina. La abeja, que va cortando como si tuviese a la vista la línea de que acabamos de hablar; adelanta primero hacia la nervosidad, caminando por encima de la porción que ha empezado a desprender y que ha pasado por entre sus piernas; así a cada paso que el insecto adelanta, sus mandíbulas se hallan en aptitud de dar otra dentellada. Nada detiene a la abeja en esta operación, aunque la misma porción cortada al parecer deba embarazarla, tanto más cuanto el corte profundiza en la hoja, y que la abeja habiéndose aproximado al nervio principal empieza a separarse; pues la porción cortada, que es su único apoyo, se pone más y más colgante: por esta causa ya no se sostiene precisamente en el corte del fragmento, sino que encorva y dobla la porción que tiene entre las piernas. Por fin, cuando va ha dar las últimas dentelladas a la pequeña porción que aún queda adherida, el fragmento se halla ya enteramente doblado, colocado debajo del abdomen y estrechado entre las patas. Al dar la abeja el último golpe, el fragmento se desprende; y caería al suelo con el insecto que en él descansaba, si este no lo sostuviese con las alas; pues al instante toma el vuelo llevándose el pedacito de hoja que tan diestra y prontamente acaba de incidir.

Los discos y óvalos que esta abeja corta de las hojas del rosal los emplea en la construcción del nido en que ha de perpetuar su especie. No es fácil verla trabajar en estos nidos, pero los encontramos a menudo en los jardines y en los campos. Este insecto prefiere siempre los terrenos altos y trillados, tales como las orillas de un camino, donde con sus mandíbulas abre un hueco cilíndrico, oblicuo, o casi horizontal; y cuando este agujero se halla concluido, la abeja se introduce en él teniendo entre las patas un pedacito oval de hoja, el cual distiende y aplica a las paredes del agujero cilíndrico, haciéndole tomar la misma curvatura; pero al propio tiempo (siendo esto lo más curioso de estos trabajos), dobla y aproxima en el fondo de la cavidad los extremos de los fragmentos ovales, de manera que dicho fondo quede alfombrado por los redondeados extremos foliáceos, que se cubren y sobreponen unos a otros. Con tres fragmentos hay bastante para entapizar una extensión de seis líneas de la cavidad; y sus bordes están sobrepuestos; es decir, que un lado de la primera hoja, se oculta bajo del borde de la segunda, y el otro borde de esta debajo del de la tercera. Figurémonos un espacio semejante a un dedal de 3 líneas de diámetro, y 6 de profundidad, cuyas paredes están cubiertas por tres folíolos imbricados, o sobrepuestos al modo de las tejas. Estas hojas no están pegadas entre sí, pues el insecto ha hecho entrar en cálculo la elasticidad de que gozan; y en efecto, el solo resorte de sus nervios las mantiene bastante sujetas, y a más el extremo del fragmento de hoja que al doblarse se dirige hacia abajo contribuye a mantenerla fuerte. Con todo, una vaina tan delgada no satisface todavía al insecto, por lo que aplica otros tres pedazos de hoja, abarquillados también como los anteriores, con los que los hace alternar de modo que su parte media quede arrimada al punto en que se cruzan dos hojas de la primera capa; en seguida y en igual disposición pone el tercer estuche dentro de los otros dos, y de este modo queda el tubo formado de nueve piezas lo menos, y aun a veces de doce. Tenemos ya construida la primera celdilla, en cuyo interior la abeja va a poner un huevo; pero necesita poner al lado del mismo papilla compuesta de miel y de polen; pero como es líquida y el vaso destinado a contenerla está en situación casi horizontal, es preciso que tape exactamente su abertura. Por lo mismo desde que el insecto la ha llenado de papilla hasta a cosa de media línea desde el borde de la abertura, y ha puesto ya un huevo, solo piensa en cerrarla bien, aun antes de emprender la construcción de otra célula. Los materiales que en esto emplea son en todo semejantes a los que le sirvieron en sus anteriores trabajos; así la tapadera consiste en un pedazo de hoja perfectamente circular; y como la celdilla tiene la figura de un dedal, es decir, que su cavidad es algo cónica, la tapadera se introduce hasta cierto punto, en que la detiene la estrechez de las paredes; pero no contento el insecto con poner una tapadera, añade tres o cuatro fragmentos foliáceos circulares. Dentro de los bordes de la celdilla que sobresalen de estos fragmentos cosa de media línea, encaja la abeja el fondo de la celdilla inmediata. Siguiendo el mismo método, construye seis o siete celdillas, que juntas presentan una especie de cilindro. En cada celdilla hay un huevo, de que pronto nace una larva blanca y sin patas, y llegada a su mayor crecimiento, se hila un capullo de seda espeso y recio, lo adhiere a las paredes de su alojamiento; después que se convierte en ninfa, pasa en él el invierno, y a principios de otoño sale en estado de insecto completo. Vese que el individuo que primero sale pertenece al huevo que fue puesto en la celdilla más exterior, y que el primogénito de la familia, que quedó colocado en la célula del fondo, es no obstante el postrero que sale. Sucede a veces que un insecto del orden de los dípteros aprovecha la ausencia de la abeja propietaria para introducirse en su celdilla cuando esta aún no se halla cerrada; y echa un huevo junto al de esta, la cual, regresando del rosal, la tapa, bien ajena de que encierra junto con su prole un huevo, del cual ha de salir un gusano carnívoro que la devorará, tendrá sus metamorfosis en la usurpada celdilla, y llegará a ser un insecto de dos alas.

Oigamos a Reaumur referir por qué casualidad pudo ver por primera vez uno de estos maravillosos nidos.

«A principios de julio de 1736, dice, cierto magistrado, señor de una aldea cercana a Andelys, junto al Sena, fue a ver al abate Nollet: acompañábanle varios criados, y entre estos un jardinero, que presentaba un aire muy triste. Había ido a París a anunciar a su amo que se habían puesto hechizos en sus tierras; y tuvo valor (pues en efecto, lo necesitaba) para llevar los documentos que de ello le convencieron, lo mismo que a sus vecinos, y que creía propios para convencer al mundo entero. Suponía haberlos manifestado al cura del lugar, quien no distaba de participar de la misma opinión. Al ver aquellas piezas justificativas, no pareció el amo tan asustado como había presumido el jardinero; y si no quedó del todo tranquilo, creyó que el hecho podía tener mucho de natural, y se resolvió a consultar a un cirujano. Este empero no se halló en estado de dar aclaraciones sobre un asunto que no había sido objeto de sus estudios; pero designó al abate Nollet como sujeto muy capaz de decidir si la historia natural ofrecía algo semejante al asunto de que se trataba. El abate Nollet, pues, recibió visita del jardinero, quien puso a su vista aquellos cañutos de hojas que solo podía suponer obra de hombre y hasta de brujo: sobre parecerle que un hombre ordinario era incapaz de cosa semejante, ¿con qué fin había de haberlos hecho y enterrado en un surco del jardín? Así, únicamente un brujo era capaz de ello para obrar algún maleficio. Afortunadamente tenía el abate en su casa otros; cañutos de hoja sutilmente trabajados por ciertos escarabajos; y se los mostró diciendo ser obra de insectos, y que indudablemente eran otros insectos los que habían fabricado aquellos que tanta inquietud le causaban. En seguida deshizo algunos cañutos de los que tan temibles eran a los ojos del cándido labriego, y halló dentro un gusano de bastante magnitud. Al verlo el jardinero, se desvaneció su consternación, sustituyéndola cierto regocijo, cual si acabase de librarse de graves peligros; y en efecto, le acababan de quitar del pecho un enorme peso, haciéndole ver que no se trataba de sortilegios. El abate solo le pidió por recompensa que le dejara los rollos, objeto de la consulta, los cuales me permitió examinar detenidamente.»

Acabamos de ver como una abeja corta con regularidad y simetría, pero sin lujo, hojas para el alojamiento de su familia; en la especie que sigue hallamos unido a este instinto de conservación y de utilidad, un gusto y una elegancia que da motivo a presumir que participa del sentimiento de la belleza en los colores.

La OSMIA DE LA AMAPOLA (Osmia papaveris, PANZ.). Reaumur la llama Abeja tapicera. Tiene 4 líneas de largo; el cuerpo negro; la cabeza y coselete guarnecidos de vello pardo-rojizo; el abdomen superiormente casi desnudo; los bordes de los anillos, grises, con una línea impresa hacia la parte anterior del segundo y tercero, y la parte inferior del abdomen gris; en los machos, el penúltimo presenta una punta a cada lado; y el último, dos puntas obtusas. Esta especie abre su nido en el suelo, lo mismo que la antecedente, pero el agujero es perpendicular, cilíndrico en la entrada, y más ancho y espacioso en el fondo, lo cual le da la figura de una botella de dos pulgadas de profundidad. Este insecto lo guarnece interiormente con hojas de amapola, cortándolas en filamentos ovales, e introduciéndolas dobladas en dicha especie de botella; en seguida las despliega y aplica a toda la extensión de las paredes interiores; con algunos de estos óvalos sobrepuestos forma el lecho en que han de descansar sus hijos, otras entapizan la superficie interna del agujero y hasta sobresalen formando como unas franjas. Cuando la abeja tiene el nido bastante acomodado, coloca en el fondo cierta pasta compuesta de polen de ababol, o amapola, y de un poco de miel; mezclado en ella pone un huevo; en seguida, para cerrar el orificio del nido, dobla a su entrada el sobrante de la tapicería, cubriéndolo con tierra si solo quiere construir un nido; aunque a menudo suele añadir otro, o dos más, encima del primero.

Pero ¿cómo explicaremos la preferencia que da esta abeja a la flor de amapola sobre los pétalos de las demás plantas? Oigamos las razones que dan el inglés John Rennie, y el francés Reaumur.

«La utilidad individual, el cuidado de la familia, la necesidad de defender los huevos de los ataques de otros insectos, explican hasta cierto punto los industriosos portentos que nos ofrece la arquitectura de varias especies de abejas; pero, ¿qué objeto, o qué causa final señalaremos a la afición y al arte con que la Osmia papaveris, no solo construye su celdilla, sino que la engalana con vistosos tapices? ¿Por qué emplea exclusivamente los pétalos de la amapola, despreciando todas las demás flores? ¿Atráela acaso la belleza del color purpúreo? ¿Únese tal vez al instinto de conservación el instinto poético? No apresuremos una contestación negativa; pues si ciertos sonidos afectan los oídos del perro de un modo desagradable, si el sonido de la trompeta enardece al caballo, si hasta la serpiente de cascabel se muestra sensible a la melodía de la flauta; ¿hay acaso motivo para que un insecto no pueda recrearse y gozar a la vista de tal o cual color?» Ciertamente si los insectos solo trabajasen para la simple satisfacción de sus necesidades, bien pudieran ahorrarse el perfeccionar con tanta delicadeza su obra, pues la larva nacería y se desenvolvería perfectamente aun cuando fuera menos regular la construcción del nido; ninguna necesidad absoluta tiene la república de las abejas domésticas para su bienestar de la forma geométrica de los alvéolos: sin embargo, en ella, como en toda la naturaleza, a más de lo necesario y de lo útil, hallamos siempre el arte, lo pintoresco, en una palabra, el elemento poético.»

Palabras son estas de un artista, oigamos ahora al naturalista, quien aunque menos brillante y menos agradable a los que solo juzgan por el sentimiento, deja sin duda satisfechos a los espíritus graves para quienes solo lo verdadero es bello.

«Probablemente, dice Reaumur, no es la belleza del color purpúreo de la amapola que atrae a nuestras abejas tapiceras, haciendo que la prefieran a tantísimas otras plantas como el campo les presenta; su elección al parecer se funda en más sólidos motivos; y es que difícilmente otras plantas les proporcionarían pétalos tan grandes, y al propio tiempo tan delgados, flexibles y extensibles; y por consiguiente tan adaptables a las paredes de sus agujeros. No obstante, cada pedazo de pétalo no suministra al insecto un tapiz tan denso como quisiera para aplicarlo a la superficie del nido. He sacado cuatro capas de hojas del fondo, y nunca he hallado menos de dos aplicadas a las paredes cilíndricas; por lo mismo, no le fuera difícil a nuestra abeja hallar una hoja que tuviese el espesor de dos y hasta de cuatro de las de amapola; pero por otra parte no correspondería esta a los designios del insecto, por faltar a dicha hoja la flexibilidad de que gozan aquellas. A más, debiendo ser las junturas cubiertas es necesario emplear lo menos dos capas de hojas, lo cual aumentaría demasiado el espesor, siendo estas menos delgadas.»

El ANSIDIO DE CINCO GARFIOS (Apis manicata, LIN.). Esta especie no es carpintera, ni cortadora de hojas, ni tapicera; ejerce diferente industria, es cortadora de algodón. Su magnitud es como la de la abeja de las colmenas, aunque más complanada y algo más larga; tiene la espalda de color pardo-oscuro; el vientre cubierto de pelos amarillentos, que forman fajas transversales, interrumpidas en su parte media; el sexto anillo se prolonga de cada lado en forma de garfio; y el séptimo, o último, presenta tres puntas cónicas en su extremo. Esta especie, muy común en las cercanías de París, es fácil de observar; y es interesante ver la destreza con que saca y estría el vilano de todas las plantas algodonosas; en términos que no se haría mejor con una navaja de afeitar. Con dicho algodón, que el insecto corta, reúne y arrebata volando de arriba abajo, guarnece el interior de cada celdilla, las cuales tienen las paredes lisas, están escavadas en yeso, y tienen suma regularidad en sus dimensiones, ofreciendo a las larvas un abrigo seguro y un lecho cómodo.

Ahora debemos tratar de las abejas albañiles (Apis muraria, FABR.). Los individuos de esta especie son bastante grandes, pues tienen 8 líneas de largo, y 2 y media de ancho. La hembra es enteramente negra, con las alas de un negro-violáceo, y los tarsos pardos inferiormente. El macho es negro, y está cubierto de pelos leonados, con los últimos anillos abdominales negros, y pelos blanquecinos en la frente. A menudo observamos en las paredes, aunque sin parar en ello la atención, ciertas costras irregulares, de 6 pulgadas de extensión, semejantes a fango; y por lo regular las atribuimos a que los carros o caballos han salpicado con dicho barro las paredes, o a descuido de los albañiles. Pero observando con atención la altura a que se hallan algunas de estas costras, la posición de las paredes en que están, con otras circunstancias, acabaremos por sospechar que tales masas no son resultado de pura casualidad. Efectivamente, nunca las vemos sino en paredes con exposición al mediodía, o en que dé el sol durante algunas horas al día. Si para satisfacer nuestra curiosidad examinamos el contenido de estas pequeñas masas, hallaremos que encierran nidos con huevos puestos en ellos para que los anime la acción vivificadora del sol. Semejantes nidos los construye la abeja de las paredes, con una materia que adquiere la dureza de la piedra, y que solo con instrumentos de hierro podemos romperla. Buen cuidado tienen estas de no pegarla a los revoques ni a la argamasa de las junturas de los sillares, sino que la adhieren a la piedra desnuda; y así no resulta que el cimiento sea menos sólido y compacto que el edificio del insecto y que llegue a flaquear el punto de apoyo.

Cuando una de estas abejas ha reconocido en un muro el sitio conveniente para edificar la obra que medita, va en busca de materiales a propósito, los cuales debe preparar, transportar y obrar. El nido que desea construir debe ser de una argamasa con base de arena, y con los dientes, que tiene más recios y gruesos esta abeja que la domestica, va tanteando uno tras otro varios granos, aunque no es uno a uno como se los lleva, pues aprovecha mejor el tiempo. Además para componer el cimiento no basta con tener arena, sino que se necesita algo para darle adherencia. Nuestro insecto no tiene a su disposición, como los albañiles, cal; pero posee una materia equivalente, y consiste en un humor viscoso que saca de su boca y con este humedece el grano de arena que más le gustó; con el dicho humor pega los granos de arena entre sí, y cuando ha formado una masa tamaña como un perdigón de cazar conejos, la coloca en la cavidad que forman sus mandíbulas y la trasporta al muro, al cual la adhiere mediante el cimiento de que la ha provisto la naturaleza.

La obra que se propone hacer consiste en un nido compuesto de varias celdillas, todas semejantes y de la forma de un dedal. Constúyelas una tras otra, sin empezar la segunda basta haber del todo concluido la primera. El orden que sigue este insecto en la construcción de dichos alvéolos no ofrece cosa ninguna particular: una lámina circular formada de varias pelotillas de argamasa unidas entre sí constituye una base, en la que se trata de levantar una torrecilla redonda, sobreponiendo sucesivamente algunos sillares. La abeja que llega cargada de cemento se coloca en el borde mismo a que quiere dar elevación, y en él permanece quieta un instante, ya bajando, ya levantando la cabeza; luego vuelve y revuelve diferentes veces con las patas delanteras y los dientes la porción de materiales que ha conducido. No tarda en conocer el punto a que puede aplicarse, y las mandíbulas son los principales instrumentos que emplea para trabajar: apretando entre ellas la pequeña masa, le comunica la forma adaptable a la parte a que desea adherirla; la adelgaza todo lo necesario haciendo resbalar algunos granitos débilmente pegados. Con las patas anteriores se ayuda a sostener los granos de arena, y poniendo una dentro de la cavidad y otras en la parte exterior, de este modo que su presión contribuye también a perfeccionar la obra.

Cada celdilla tiene 1 pulgada de altura y seis líneas de diámetro; y es un edificio que siendo fabricado un grano tras otro, requiere no poca actividad por parte de la abeja, la cual por cada pelotilla de arena necesita hacer un viaje, de modo que al terminar el día equivale la suma de ellos a algunas leguas. Regularmente logra construir una celdilla diaria.

Llegada la construcción de una celdilla a los dos tercios de su altura, trata de proveerla de la pasta hecha de miel y de polen, destinada a la nutrición de la larva que nacerá del huevo que va a poner. La capacidad de la célula es suficiente a contener la cantidad que consumirá la larva durante su existencia en tal estado. Así pues, antes de terminar y de cerrar la celdilla, reúne en ella la abeja una pasta casi líquida; en seguida la concluye y la cierra con una tapadera hecha del mismo cimento que empleó en la construcción de la obra. El gusano, pues, ha de nacer en una cavidad cerrada por todas partes, sellada herméticamente, y en que si alguna cantidad de aire penetra, es al través de unas paredes muy compactas: en dicha cavidad hallará el gusano cuanto necesita para terminar sus metamorfosis hasta llegar al estado de insecto perfecto. Entonces la madre, que ya nada tiene que hacer para él, al parecer le olvida, y pasa a construir otras celdillas hasta el número de cuatro a ocho. La disposición de estas dista de ser simétrica, pero este aparente descuido es una precaución que tiene por objeto hacer menos notable el edificio. Después que la abeja ha llenado con su cimento todos los espacios intercelulares, forma un envoltorio común a toda la masa, comunicándole un aspecto informe y nada propio a llamar la atención.

No se crea que semejante trabajo sea agradable a nuestro insecto, ni una necesidad de gustosa satisfacción, como creyeron ciertos naturalistas; pues, al contrario, prueba que este es para ella un penoso deber, el que a menudo, mientras que la abeja artífice se halla ausente de su obra en busca de materiales, va otra abeja de la misma especie, se apodera de la celdilla casi concluida, se instala en ella, la examina y repara cual si fuese a dar la última mano a una obra comenzada por ella. Pronto empero llega la legítima propietaria con su carga de arena, y entonces es de ver la lucha que se traba entre la usurpadora y la dueña verdadera, lucha que dura a veces algunas horas y termina con la fuga de la más débil.

La larva de la abeja de las paredes se transforma en ninfa, en un capullo de seda que se hila, en el cual pasa el invierno, y a la primavera siguiente se convierte en insecto perfecto. El calor del sol advierte a la abeja cuando es tiempo de salir de su prisión, para lo cual es preciso que agujeree los recios muros que por todas partes la cierran, pues la puerta, es decir, la abertura superior de cada celdilla, quedó bien cerrada con una capa de argamasa. El insecto debe abrir con las mandíbulas un agujero capaz de permitir el paso a su cuerpo, y esto en una materia en que se echan a perder los cuchillos. Si las madres que vimos trabajar durante el año, precedente pasaran el invierno, pudiera creerse que el instinto maternal las conduce a los nidos a abrir las celdillas; pero dichas madres perecen a los primeros fríos de la estación. Así pues pertenece al naciente insecto el cuidado de abrirse su cárcel por más duras y gruesas que sean las paredes. Podemos asegurarnos de que puede efectuarlo, si colocamos al principio de la primavera un nido de abeja albañil debajo de una campana de cristal. En tal caso, antes de mayo veremos salir las abejas; y si tenemos la precaución de cerrar dicha campana con una simple gasa, las abejas que procurarán escaparse no tratarán de agujerearla, y morirán debajo de la campana.

Todas las abejas de que acabamos de tratar, así las sociales como las solitarias, inclusa la especie doméstica, pertenecen a una sección caracterizada por la longitud de la lengüeta, tan desarrollada por lo menos como su vaina. -Las que van a ocuparnos en lo sucesivo tienen la lengüeta del labio inferior más corta que la vaina, en figura de corazón o lanceolada, y forman el subgénero de Andrenas. Estas no viven sociedad por consiguiente entre ellas no se conocen obreras, siendo las hembras las que componen el nido y le abastecen de provisiones para las larvas. Hacen el nido en el suelo, y en él ponen un huevo, después de haberlo llenado de cierta pasta hecha de polen y miel, y en seguida lo cierran con la tierra que sacaron al escavarlo.

La ANDRENA VELLUDA (Apis vestita, FABR.). Encuéntrase en la primavera por toda la Francia; es negra y sin manchas, con el coselete y el abdomen cubiertos de un vello rojo.

La ANDREA DE LAS PAREDES (Andrena Flessae, Panz.). No abunda menos que la precedente; tiene 6 pulgadas de largo; con pelos blancos en la cabeza, en el coselete, en los bordes laterales de los últimos anillos abdominales, y en los pies; el abdomen es de color negro azulado, las alas negras, con cierto matiz violáceo. La hembra hace sus excavaciones en los puntos donde hay arena gruesa, y en el fondo de estos huecos pone una miel de color oscuro, de consistencia sebácea, y de olor narcótico.

La ANDRENA GLUTINOSA (Apis succinta, LIN.). Es pequeña, negra y con pelos blanquizcos, y en el coselete rojizos: el abdomen es oval, y el borde posterior de sus anillos está cubierto de un vello blanco dispuesto en fajas. El macho tiene las antenas más largas que la hembra, la cual hace en el suelo un agujero cilíndrico, cuyas paredes barniza con cierto humor gomoso, comparable a la baba viscosa y reluciente de las limazas y caracoles; en seguida coloca en él, desde el uno al otro extremo y en una fila, celdillas compuestas de la misma sustancia y de figura semejante a un dedal, conteniendo un huevo y la cantidad suficiente de pasta de miel y polen.

Familia de los Diplópteros Los insectos que componen esta familia son los únicos de la sección de los himenópteros con aguijón que tienen las alas superiores plegados longitudinalmente, lo cual significa su nombre diplópteros, que se les ha dado con escasa propiedad, por cuanto dicha conformación de alas no es general a todos los géneros. Las antenas por lo común son angulosas y claviformes; los ojos escotados; el cuerpo, sin vello, negro, y con más o menos manchas amarillas. Algunos de estos insectos viven en comunidad compuesta de obreras, de machos y de hembras. Las hembras que resistieron al rigor del invierno, empiezan el domicilio y cuidan de los hijos que dan a luz, hasta que nazcan obreras que las ayuden en sus trabajos. Esta familia consta casi toda del gran género Avispa.

Las Avispas tienen por caracteres: antenas compuestas de 13 artículos en los machos y de 12 en las hembras; y que terminan en una clava oblonga, aguda y a veces engarabitada en el extremo. La lengüeta, unas veces está dividida en cuatro filamentos plumosos, otras en tres lóbulos, con cuatro puntos glandulosos en el extremo, uno en cada lóbulo lateral, y los dos restantes en el lóbulo intermedio, que es mayor, más abierto y bífido; las mandíbulas son fuertes y dentadas, y el capucho grande. Las hembras, lo mismo que las neutras, están armadas de un aguijón muy recio y venenoso. Las larvas consisten en unos gusanos, sin patas, encerrado cada cual dentro de una celdilla, en que se alimentan, ora de cadáveres de insectos, de que les abastece la madre en el instante de la puesta, ya de la miel de las flores, o del jugo de las frutas, ya en fin de materias animales elaboradas en el estómago de la madre y de las obreras. Existen innumerables especies de avispas que forman diferentes subgéneros, de los cuales vamos a dar a conocer aquellos cuyos hábitos más interés ofrecen.

La AVISPA DE LAS PAREDES (Vespa muraria, LIN.). Esta es una avispa albañil, cuya industria maternal acaso sea superior a la de la abeja de especie homónima, que ya conocemos. Es muy negra; las piernas y los tarsos amarillos, lo mismo que el intersticio de las antenas, el borde anterior del coselete, y el superior y posterior de los cinco primeros anillos abdominales. El segundo anillo es grande, y las alas de matiz oscuro. A fin de mayo y durante todo el mes de junio podemos ver a esta industriosa avispa echar manos a su tarea; excava en la arena un agujero de 2 pulgadas de profundidad, cuyo diámetro no es mucho mayor que el del cuerpo del insecto; y a medida que va sacando los materiales, los arregla a fuera de modo que les da la forma de un tubo corvo; así la cavidad que el animalito ha abierto se continúa con un tubo que tiene igual profundidad, y está trabajado con mucho arte. Sus paredes parecen tapizadas con torcidas o hilos granujientos y tortuosos, que dejan entre sí espacios vacíos. No es con sus quijadas que esta avispa arranca los granos de arena del terreno que explota, sino reblandeciéndolos con el líquido que sale de su boca, del cual deja caer dos gotas en las partículas que desea quitar, y humedeciéndolas se convierten en una pasta blanda, la cual rasca con las mandíbulas, y la saca sin trabajo. Al punto con las patas anteriores unta y amasa la porcioncilla de arena desprendida y forma una pelotita.

Sigamos a esta obrera en todas sus operaciones, pues verdaderamente son curiosas y de fácil observación. Para ello es necesaria alguna atención, a fin de notar del sitio en que el insecto se posa, en el que permanece, y al que vuelve; y hecho esto solo se necesita la simple vista y una sombrilla, supuesto que nuestro gabinete de estudio es en un campo abierto y bajo los rayos de un sol de junio. Con el primer pelotón de arena que la avispa ha desprendido, hecha los cimientos de su tubo; y los demás materiales del mismo los saca del agujero que va a excavar en el recinto que ha escogido. Coloca pues su primera porción de argamasa, le da la forma conveniente, revolviéndola y aplastándola, lo cual es obra de un instante. En seguida desprende arena y se carga con otra porcioncilla de argamasa, y no tarda en ser visible la entrada del agujero y la base circular del tubo.

No tarda empero la avispa en agotar el reservorio de agua con que humedece la arena; por lo que de cuando en cuando vuela a renovar la provisión de líquido, volviendo en seguida a proseguir su trabajo. Con una hora tiene suficiente para abrir un agujero de profundidad igual a la longitud del cuerpo del insecto; y para elevar al propio tiempo un tubo tan largo cuanto la cavidad es profunda. A las tres horas el tubo tiene ya 2 pulgadas, pues la longitud de este varía de 1 pulgada a cinco.

Aunque es fácil adivinar con qué objeto hace la avispa dicha excavación, no lo es tanto el comprender la causa real de la formación del tubo que la domina. Obsérvese que no todo el agujero se halla destinado a abrigar al huevo que en él va a deponerse, pues para esto es suficiente una parte del mismo; sino que la avispa no quiso que los hijos fuesen achicharrados por el sol, por lo que debió ahondar bastante la cavidad para mantenerlos frescos; y al paso que conserva la capacidad necesaria para el desarrollo de su progenie, tapa todo lo restante, metiendo otra vez en el agujero por su parte superior la arena que antes quitó del mismo. Para tener a la mano esta arena, formó un tubo con que la iba extrayendo; y al fin, emplea la materia de este mismo tubo para cerrar completamente el hueco.

Acaso se dirá: ¿entonces, para qué tornarse tanta molestia en elaborar un tubo con tanta regularidad? Para el objeto que acaba de señalarse, bastaba con dejar la arena amontonada junto a la entrada del agujero, y hubiera con igual facilidad podido volverla a tomar para su última operación. Pero esta pregunta quedará contestada por el mismo insecto cuando presenciemos sus operaciones. Entonces se ve que le es tan cómodo y tan fácil disponer con simetría el montón de pelotillas arenosas, como el arrojarlas sin orden en la parte de afuera de la cavidad. Además, cuando se trate de llenarla resultará de la dicha regular y ordenada disposición una economía de movimientos, que bien merece tomarse en cuenta en el total de las operaciones del insecto.

Acaso tenga ese tubo doble utilidad: mientras que la avispa se halla ausente, puede otro insecto, como un ichneumon o una mosca de dos alas, introducirse en el nido y deponer en él su huevo junto al de la avispa propietaria; y tales enemigos acechan de continuo cuantas ocasiones se les presentan para cometer estos atentados. Una cavidad hecha a flor de tierra es de muy fácil acceso; al paso que si para llegar a ella hay necesidad de atravesar un tubo largo, y en el cual, atendida su curvatura, no penetra la luz, el parásito, a pesar del instinto que la impele, vacila y tal vez no se arriesga. Otras veces tratará de penetrar en el nido, creído de que la dueña está fuera; pero saliendo esta del fondo, se le arroja encima, y le obliga a tomar la fuga (sin embargo, pronto veremos que todas estas precauciones pueden llegar a ser inútiles). Terminado el agujero, y antes de cerrarlo, deposita en él su huevo, acumulando junto a él el alimento destinado a los gusanos que han de nacer. Pero este alimento no consiste en polen amasado con miel, como hemos visto que era el de las abejas. El gusano de la avispa de las paredes es carnívoro, y requiere un alimento animal. Si deseamos saber en qué consiste este, no tenemos más que rascar un poco las capas de arena en el punto donde la vimos escarbar. Para hacer esto sin desarreglar la forma de las cavidades que intentamos examinar, debemos usar el mismo expediente que la avispa; es decir, mojemos la arena, y entonces con un cuchillo podremos sacar las capas tan delgadas cuanto queramos, y pronto abriremos el tubo en toda su longitud sin descomponer en nada absolutamente su contenido. La cavidad reservada tiene por lo regular de 7 a 8 líneas de altura; y si solo hace tres o cuatro días que esté cerrada, la hallaremos ocupada por unas sortijas verdes puestas una encima de otra en número casi siempre de diez a doce. Estos anillos están dotados de vida, pues no son otra cosa que otros tantos gusanos, enroscados y arrimados por la espalda a las paredes de la cavidad. Dichos gusanos así sobrepuestos, no gozan de libertad para moverse, tan apretados se hallan entre sí. Sabiendo la avispa madre que su cría solo debe alimentarse de sustancias animales vivas, ha puesto encima de ella la suficiente provisión para que no le falte hasta su completo crecimiento; y ha llenado la caverna en que van a nacer los gusanitos, con animales indefensos, que sin trabajo podrá el gusanito devorar uno tras otro, aun cuando tenga mucho mayor tamaño que él, y ni aun tendrá que incomodarse por los movimientos de las víctimas, puesto que la madre las ha puesto sujetas de manera ni aun pueden moverse. He ahí lo que sucede en efecto: la larva de la avispa nacida en el fondo del agujero, empieza por atravesar el costado del gusano más inmediato; y poco a poco lo va comiendo, hasta que no quedándole ya más que la piel y la cabeza escamosa; es decir, casi nada, lo arroja al fondo de la cavidad, y empieza lo mismo con el gusano que sigue, y con los demás sucesivamente. Durante los doce días que la tierna avispa debe pasar en estado de larva, no tiene que hacer nada más que comer. Pronto se hila un capullo sedeño de color oscuro y adherente a la arena, y en él permanece once meses; al cabo del sexto mes se convierte en ninfa, y llega al estado perfecto en el mes de mayo. Entonces rasga su vaina y atraviesa la celdilla.

Nótese (pues es preciso no dejar pasar la menor particularidad de esta maravillosa historia). Nótese que los gusanos amontonados en el agujero de la larva tienen ya disposición a enroscarse en forma anular, lo cual facilita su arreglo. Sin embargo, esta misma disposición va a contrariar a la madre cuando esta trate de introducirlos sin que se dañen en el tubo que forma la entrada de la caverna. Si observamos con atención a una avispa en el instante de introducirse junto con su presa en el agujero, veremos que tiene comida con sus quijadas la escamosa cabeza del gusano, y aproximando las patas le obliga a mantenerse tendido a lo largo del coselete y del abdomen. Distendido el gusano, y sujeto del modo dicho, no aumenta el volumen que tiene el raptor por sí solo, por cuyo motivo puede enfilar por el agujero como si ninguna carga llevase consigo.

Algunas avispas hay de esta misma especie que en lugar de amontonar gusanos en el nido de su cría llevan a él arañas y moscas vivas. Así pues, el naturalista inglés John Rennie, que hace poco citamos, en oposición a Reaumur al tratar de la abeja tapicera, refiere haber visto cierto día a una Odynera muy ocupada en abrir un agujero en los viejos ladrillos de una pared. Hallábase este ya muy adelantado, y a la altura de cinco pies del suelo. Con sus cortantes mandíbulas armadas de una aguda sierra arrancaba la avispa un pedacito de ladrillo tamaño como un grano de mijo; y en lugar de soltarlo y dejarlo caer al suelo, o de arrojarlo lejos, se lo llevaba y daba con él varios rodeos, dejándolo a mucha distancia, y siempre en distintas direcciones. Era evidente que la avispa quería disimular sus trabajos; pues habiéndose desprendido acaso uno de estos diminutos fragmentos, lo buscó, y habiéndolo encontrado al pie de la pared, cogiolo y se lo llevó lejos de aquel sitio. Con dos días tuvo bastante para dejar el agujero terminado, y necesitó otros dos para darle interiormente una capa de arcilla, con que quedó el nido con la forma de una botella de cuello corvo. El insecto puso en él dos huevos, con los que dejó enceradas algunas orugas y arañas vivas, provisión destinada a nutrir los hijos que habían de nacer. En seguida cerró la entrada por medio de una capa de arcilla, dos veces más densa que la que cubría el nido en su interior. «En el mes de noviembre, dice Rennie, desprendimos el ladrillo, y sus habitantes nos parecieron cómodamente encerrados en la cavidad que construyó y cimentó la madre. Vimos dos capullos de figura semejante, aunque de naturaleza muy distinta, conforme vamos a ver. A pesar de todas las precauciones de la avispa madre, descubrió la existencia de aquel misterioso retiro un huésped parásito, y aprovechose de un instante en que la avispa se hallaba ausente. El Tachina larvarum o Mosca cuclillo, se había furtivamente introducido en el domicilio de la avispa, y depositado en él un huevo. El insecto nacido de este huevo devoró a uno de sus vecinos y dejó vivir al otro; luego, hilando su tela formose un capullo, dentro del cual quedó envuelto. La otra larva, hija de la avispa, que había quedado con vida, se construyó una cárcel de igual naturaleza; y cuando llegó el verano, ambas dejaron su sudario, y abriendo la pared que les impedía la comunicación con el mundo externo, se arrojaron fuera a la vez bajo sus formas respectivas.»

La EUMENIA ESTRANGULADA (Vespa coarctata). Esta avispa tiene 5 líneas de longitud; el color negro con manchas, y el borde posterior de los anillos abdominales amarillo. El primer anillo presenta la figura de pera oblonga, con dos puntitos amarillos; en cada lado del segundo anillo, que es el mayor de todos, se ve una faja oblicua del mismo color; las alas son negruzcas. La hembra construye en los tallos de las plantas, y en particular de los helechos, unos nidos pequeños y esferoides compuestos de tierra fina. Terminado el nido, deja una abertura en la parte superior, por la cual lo llena de miel y en seguida pone en él un huevo.

Las especies de que acabamos de hablar son solitarias; ahora vamos a tratar de las avispas sociales, empezando por aquella que en todas partes se encuentra, y que no es la que menos interés ofrece.

La AVISPA COMÚN (Vespa vulgaris, LIN.). Tiene 18 líneas de largo, y es negra, con la parte anterior de la cabeza amarilla, y un punto negro en la frente; el coselete ofrece varias manchas; y entre ellas cuatro ocupan el escudete; el borde posterior de cada anillo del abdomen presenta una faja amarilla con tres puntos negros. Son estos animalitos industriosos como las abejas; pero siendo su industria perjudicial las más de las veces al hombre, la tratamos de pillaje. Las avispas no solo son golosas con respecto a las frutas, sino que pueden colocarse entre los insectos más carnívoros; tanto, que ninguna de las demás especies de moscas deja de ser devorada por ellas. El que tenga una colmena podrá observar no pocas avispas vagando en torno, acechando la ocasión de arrojarse a las abejas, especialmente cuando agobiadas estas con el peso de la provisión que llevan, se disponen a entrar en la colmena. La avispa aterra a la víctima, y con las anchas y aserradas mandíbulas en un instante separa el coselete del abdomen de la presa. El coselete es para la avispa el bocado más exquisito, como que se compone solo de sustancias blandas empapadas en miel; así es que se lo lleva por los aires y va a devorarlo en un sitio apartado. También gusta a estos insectos la carne que nos sirve de alimento; por lo mismo los vemos acudir presurosos a las carnicerías del campo: en ellas cada insecto se coloca en la porción que más le conviene, y después de saciarse completamente corta un pedacito y se lo lleva al nido: este pedacito apenas es mayor que la mitad del cuerpo de la avispa. No obstante la voracidad de estos insectos, parece que los cortantes viven en paz con ellos; y hasta se adelantan estos a sus deseos ofreciéndoles las carnes menos fibrosas de la tienda, tales como hígado de carnero o de becerro y bazo de buey. Esta liberalidad sin embargo tiene por objeto una doble economía, en primer lugar hallando las avispas lo que les conviene, dejan intactas las carnes más delicadas, pero que no les gustan tanto como aquellas; y luego las moscardas cuyo instinto las conduce muy a menudo a deponer en la carne sus huevos, de los que salen gusanos que con tal rapidez la corrompen, huyen a la vista de las avispas, de suerte que el carnicero tolera a unos ladrones que le roban con limpieza, para que les libren de harpías que ensucian todo cuanto tocan.

Cuando la avispa se ha saciado y ha cargado con la suficiente cantidad de botín, vuélvese al nido, al cual llamamos avispero. Es dicho avispero una ciudad subterránea, a la que podemos aproximarnos sin temor, aunque el ponerla a descubierto no carece de peligro. Con todo, Reaumur probó de trasladar uno de estos avisperos debajo de una campana de cristal, y se salió con la suya. Sus criados se cubrieron cuerdamente la cabeza con un capucho y la cara con una gasa o crespón; aunque ni aun con tantas precauciones se sale siempre libre, a causa de la multitud de avispas que atacan al curioso y que buscan la parte vulnerable, en términos que una u otra siempre descubre algún punto mal protegido. Pero se es dificilísimo de atacar un avispero; por otra parte muy a menudo se encuentran algunos abandonados, que muy fácilmente podemos estudiar.

La primera puerta que conduce al interior del avispero es un orificio de una pulgada de diámetro, cuyos bordes son semejantes a los de una gazapera poblada, pero el terreno del contorno está cubierto de yerbas como de ordinario. El pasadizo a que da entrada dicho agujero conduce a la ciudad de las avispas, la cual tiene también su simetría, y sus calles y habitaciones están repartidas con toda regularidad. Los materiales empleados en su construcción no tienen nada que ver con la cera de que usan las abejas, sino que consiste en una especie de papel fabricado por las mismas avispas. Además, defiende a esta ciudad un muro hecho de la misma materia y de 1 pulgada y media de espesor. Dicho muro, que es quien comunica al avispero su figura exterior, por lo regular es esférico, pero otras veces es oblongo, o complanado, o esferoidal, de 13 a 14 pulgadas de diámetro, con su superficie convexa o externa sin pulimento alguno: consiste en la superposición de varias capas, que dejan algún espacio entre sí, por lo regular es número de quince; y consisten en arcos o pequeñas bóvedas puestas encima y al lado unas de otras, siendo delgadas como pliegos de papel fino. Este envoltorio puesto en contigüidad con el terreno húmedo, es precisamente lo que preserva de la humedad al avispero: pues si fuera macizo se empaparía de agua más fácilmente, puesto en contacto con la húmeda tierra; al paso que ahora el agua que llega a penetrar en una de las bóvedas no puede comunicarse a la inmediata sin gotear.

Hay en esta cubierta dos agujeros redondos, el uno de los cuales sirve de entrada, y el otro de salida, y ninguno de ellos permite el paso a más de un insecto a la vez; no obstante, es tal el orden que guardan estos que su circulación no ofrece dificultad. Ocupan el interior del avispero varios panales complanados, dispuestos horizontalmente y paralelos entre sí. Cada panal consiste en un agregado de alvéolos hexágonos y fabricados con papel; en lugar de contener cada panal dos planos de celdillas, opuestas las de una cara con las de la otra, como en los que fabrican las abejas, los del avispero no tienen más que un orden de alvéolos en su cara inferior con su entrada dirigida hacia abajo. Dichas celdillas no contienen miel, sino que su destino es únicamente alojar las crías de las avispas en estado de huevo, de larva y de ninfa. Cada avispero contiene unos doce panales, que supuesta la forma esférica de la cubierta exterior, su desigual tamaño y su posición, los del medio son los mayores, y los superiores e inferiores los más pequeños. El número de celdillas es de 12.000 a 15.000, y sirviendo cada una a criar tres avispas al año, resulta que un avispero produce en la estación 40.000 individuos.

Son los diferentes panales otros tantos suelos, y dejan entre sí vías que con toda libertad pueden recorrer las avispas. Estos espacios intermedios siempre tienen cosa de media pulgada, lo cual si no forma pisos muy altos, es lo que basta, atendidas las proporciones de los habitantes. Son dichos intersticios tan espaciosos, que pueden compararse, no a vastos salones, sino a anchísimas calles, en que se acumula una población inmensa. Aseméjanse a las plazas públicas de nuestras grandes ciudades (pero así como no se nos ha ocurrido sobreponer por pisos nuestras plazas, tampoco ha pensado la avispa en imitar nuestro método arquitectónico). Lo mismo que en nuestros edificios, las partes que sustentan los suyos sirven al propio tiempo de ornato. Los intersticios de los panales se ven adornados de numerosas columnas, que no son otra cosa que el sostén necesario a la firmeza de estas construcciones. Aquí los cimientos de la obra se hallan de un modo inverso a los nuestros; es decir, que apoyan en la parte más alta, puesto que las avispas construyen sus pendientes moradas descendiendo. Cuando se ha logrado trasladar un avispero dentro de una campana de cristal, es ciertamente curioso ver cómo las avispas se ponen a recomponer la bóveda que defiende sus habitaciones. Dirígense al campo en busca de los necesarios materiales, que consisten en fibras leñosas secas, que sacan de las ramas añejas, de los espaldares, y hasta de los marcos de las ventanas. Luego vuelve el insecto, llevando una bolita entre sus quijadas, y poniéndola en el punto que tiene necesidad de reparo. Aplícala al extremo del arco que pretende ensanchar, apriétala contra del mismo, y con mucha facilidad queda adherida. En seguida se pone a caminar hacia atrás, y a medida que retrocede deja delante de sí una porción de su bolita, sin desprenderla del resto que tiene entre sus dos primeras patas. Las dos mandíbulas dilatan y complanan la parte que quieren pegar al borde del arco para cuyo ensanche trabaja. Figurémonos un pedazo de barro blando, que un alfarero pretende pegar a los bordes de un vaso, y que para alargarlo y complanarlo lo hace pasar por entre dos dedos. Después de este primer bosquejo, vuelve la avispa al punto de partida para adelgazar de nuevo la tira, haciéndola pasar por entre sus mandíbulas, mientras que va andando apresuradamente hacia atrás. Por último, después de repetir el insecto la misma operación por cuatro o cinco veces, queda la tirita tan delgada como el papel más fino.

Viven en un avispero machos, hembras y trabajadoras; siendo estas, como acontece en las abejas y demás insectos sociables, las encargadas de la construcción de los nidos y alimentación de las crías. Las que no están ocupadas en el interior del avispero van a cazar: unas atacan con violencia a los insectos, y se los llevan enteritos al avispero; otras acuden a ejercer sus robos en las tiendas de los cortantes del modo que hemos expuesto; otras hacen sus estragos en las frutas de los vergeles royéndolas y llevándose el jugo; y una vez llegadas a la colmena ceden parte del botín a las hembras, a los machos, y hasta a las demás obreras. Varias avispas forman corrillo en torno de la recién llegada, tomando cada cual la porción que la abastecedora ha recogido. Esto sucede sin nada de lucha y con la mejor voluntad; probándolo el que las abejas que salieron a la caza, y que en vez de atacar a otros insectos se echaron sobre fruta, las cuales habiéndose saciado vuelven como quien dice con las manos vacías, no por eso dejan de regalar a sus compañeras, para lo cual hacen salir del buche una gota de un líquido claro, que las demás avispas chupan con no poco gusto. Cuando se acabó dicha gotita, el insecto desembucha otra y otra, repartiéndose también estas entre las avispas sedentarias.

Hay que notar una diferencia entre los hábitos de las avispas y los de las abejas: en aquellas los machos trabajan al par de las obreras; no hacen excursiones al exterior, sino que se ocupan dentro del avispero, limpiándolo, sacando fuera los cuerpos de las que mueren; y de este modo no tienen que temer la destrucción que de los zánganos hacen las abejas pasada la puesta. Son a veces las madres más de 300, aun cuando una sola haya fundado la colonia; pero todas ellas viven en la mejor armonía, y a más dan a sus hijos ejemplo en el trabajo.

Veinte días después de haber salido del huevo las larvas, se convierten en ninfas; para cuya transformación se encierran en sus celdillas, saliendo de ellas a los diez días en estado perfecto. Tan pronto como hay una celdilla vacía, una de las avispas viejas la limpia y pone en estado de recibir un huevo. El avispero que estos insectos ocupan durante algunos meses, y en cuya construcción tanto se afanan, no debe durar más allá de un año. Esta mansión, que tan poblada se halla en verano, se encuentra casi desierta en invierno, y enteramente abandonada en la primavera. En otoño mueren casi todas las avispas, quedando solo muy pocas madres para perpetuar la especie al reaparecer la estación favorable: y una sola hembra es la madre de todos cuantos individuos nacen en un avispero. Las trabajadoras, como las más útiles, aparecen las primeras a fin de ayudar a la madre común; al paso que los machos y las hembras no nacen hasta a principios del otoño.

Los machos carecen de aguijón; pero las obreras, y en especial las hembras, están provistas de un arma, cuya herida es mucho más dolorosa que la de la abeja.

Así que asoman los primeros fríos, las avispa, presintiendo la carestía que experimentarán sus hijos, arrancan de los alvéolos las larvas y las ninfas; que las obreras, junto con los machos, las sacan fuera del avispero; y pronto perecen unas tras otras por falta de calor y de alimento.

El AVISPÓN (Vespa crabro, LIN.). Tiene 1 pulgada de longitud; la cabeza de color leonado, y su parte anterior amarilla; el tórax es negro con manchas leonadas; los anillos abdominales pardo-negruzcos, con una faja amarilla señalada con dos o tres puntos negros en el borde posterior. Hace el nido a cubierto del viento y de las lluvias, ya en el hueco tronco de un árbol carcomido, ya en los agujeros de añejos muros, ya en los graneros de las granjas y casas de campo. Las hembras aparecen a principios de la primavera; el calor de la atmósfera las obliga a salir del escondrijo en que permanecieron aletargadas durante el invierno; y se ocupan en la construcción del nido para efectuar la puesta. Desde que la hembra ha hallado un sitio conveniente, pone manos a la obra con la mayor actividad: empieza por colocar el primer fundamento del edificio, que consiste en un pilar grueso y sólido, hecho de la misma materia que lo restante del nido, esto es, de un papel bastante grueso y de color de hoja seca, el cual hace con las libras de la corteza del fresno, quebrantándolas y machacándolas entre las mandíbulas. Al propio tiempo que el avispón va descortezando la rama, recoge un líquido azucarado que esta destila. Dicho pilar se halla siempre colocado en la parte más alta del nido; y el insecto le une una especie de cúpula, que forma después el techo del edificio: luego coloca debajo de la misma otro pilar, el cual es simple continuación del primero, y debe servir de apoyo al primer panal. Los alvéolos son semejantes a los de la avispa común, y así que la hembra ha construido algunos, al punto pone huevos en ellos; y en naciendo las larvas, solo ella provee a su subsistencia. Después que estas larvas han adquirido cierto desarrollo, se entapizan con seda el interior de las celdillas, hacen una tapadera de la misma sustancia sedosa y se transforman en ninfas. Las primeras avispas que aparecen todas son obreras; empléanse en la construcción del nido, y alimentan y cuidan de las larvas. Continuando la hembra sus puestas, llega a ser el nido sobrado estrecho; por lo que las obreras dan mayor extensión así a la cubierta exterior del nido, como al panal; y cuando este llega al extremo de la cavidad interna del mismo, entonces empieza a fabricar otro panal, fijándolo al primero, y así sucesivamente en los demás panales que construyen, mediante uno o más pilares. Pronto queda terminada la construcción de la cubierta o envoltorio del nido, llenándose su interior con los panales necesarios; entonces no queda más que una abertura que corresponde a la del tronco del árbol en que está alojado, y es la puerta de entrada y salida.

Las hembras jóvenes, y los machos también tiernos, no aparecen hasta el otoño; pero las larvas de obreras, que hasta el mes de octubre no deben llegar estado perfecto, son muertas antes de llegar a dicha época. Las obreras las arrancan de los alvéolos y las echan fuera del nido. Finalmente, al terminar el otoño ya solo quedan un cortísimo número de hembras, que se mantienen en los árboles que destilan cierto humor azucarado; y de ellas únicamente dos o tres resisten a la rigidez del invierno: así acaban estas sociedades que se componen de 100 a 150 individuos.

La AVISPA DE LOS ARBUSTOS (Vespa gallica, LIN.). Es más pequeña que la avispa común; es negra, con el capucho amarillo, de cuyo color son dos puntos que tiene en la parte dorsal del tórax, y seis líneas en el escudete. El abdomen es de figura oval y lo sostiene un pedículo corto; tiene dos manchas amarillas en el primero y segundo anillo, cuyo borde superior, lo mismo que en todos los demás segmentos del abdomen, es también amarillo. Con frecuencia encontramos en los bosques el avispero de esta hermosa especie fijo en una rama de arbusto. Tiene la figura de un pequeño ramillete, con varios pisos, y se compone de 20 a 30 celdillas, de las cuales las de los lados son más pequeñas. Este avispero no está protegido por una cubierta común, y permanece expuesto a la intemperie; pero es tal su disposición, que ninguna necesidad tiene de cubierta. Las avispas lo fijan en una rama mediante una sólida atadura; siendo vertical el plano del panal; o lo que es lo mismo, las celdillas están dispuestas horizontalmente. Es claro que si hubiesen presentado su entrada hacia arriba, la lluvia las hubiera inundado; si se hubiese dirigido hacia el sol, subsistiera el mismo inconveniente, aunque con menos intensidad; al paso que en un nido, o panal, vertical nada pueden las injurias del aire, pues las celdillas, a más de su posición horizontal, se hallan de cara al este, y por consiguiente de espalda al viento y a la lluvia.

Observando los hábitos de la avispa de los arbustos, lo cual es muy fácil, veremos una admirable precaución de este insecto, con el fin de hacer el nido impenetrable a la humedad. Para esto lo barniza frotándolo mucho tiempo con la boca, de la cual sin duda fluye un humor insoluble en el agua; y después de esta operación, en efecto, se ve toda la superficie del panal lustrosa y como barnizada.

Avispa de los arbustos.

La AVISPA CARTONERA (Vespa nidulans, FABR.). Es una especie pequeña perteneciente a la América meridional, y cuya industria es aún más notable que la de las precedentes. Esta no fabrica papel, sino el más hermoso cartón, el más blanco y fino que puede imaginarse. Si hiciésemos una excursión por los bosques de la Guyana, nuestra imaginación impresionada por las bellezas de la primitiva naturaleza, aumentaría todavía su pasmo al encontrar alguno de estos maravillosos nidos, que las avispas de que tratamos cuelgan por un anillo de las ramas horizontales. Tiene dicho nido la figura de un cono truncado, cuya base corresponde hacia abajo; los panales, en número de diez o doce poco más o menos, se hallan dispuestos por pisos horizontales; y en vez de estar suspensos de unos pilares, están unidos por sus paredes a la circunferencia de la cubierta: su cara superior es cóncava, la inferior convexa, y llenas de celdillas hexágonas, cuyo orificio mira hacia abajo. El piso inferior, que constituye el fondo del avispero, es el último que construye el insecto y no tiene celdilla; aunque a medida que aumenta la población, las avispas construyen otro fondo, y guarnecen de alvéolos la cara interior del precedente. Un orificio practicado en la parte inferior del avispero, es el medio que sirve para entrar y salir del mismo; al paso que los insectos se dirigen de uno a otro panal por una abertura hecha en el centro de estos. El habitante de estos avisperos es un insecto pequeño, de un negro sedeño, con manchitas amarillas en la cabeza y el coselete; su abdomen es cónico, sin pedículo prolongado y el borde posterior de los cinco primeros segmentos es amarillo.

Hablando de las abejas, dijimos que recogen la miel de las glándulas nectáreas de las flores; y como estos insectos tienen el gusto muy obtuso, resulta que la calidad de dicha miel es dependiente de la calidad de las plantas que les suministraron sus principios. Así, el monte Himeto, en Ática y el de Hibla en Sicilia, son los que mejor miel producían en la antigüedad; pues debía su aroma a las flores de las plantas labiadas, y en especial al tomillo, muy abundante en dichas localidades. En otros países hay plantas, de cuyos principios resulta una miel de cualidades venenosas; Aristóteles, Plinio y Dioscórides, afirman que en cierto tiempo del año, la miel procedente de las cercanías del Caúcaso quitaba el juicio a cuantos la comían; y Jenofonte, general e historiador de los diez mil, refiere que en los alrededores de Trebisonda, muchos soldados se hallaron indispuestos por haber comido miel, que encontraron en el campo. Semejantes relatos se han visto confirmados por algunos modernos, particularmente por Tournefort, quien se ha asegurado que tales efectos son producidos por las flores de la Azalea pontica y del Rhododendrum ponticum, las cuales comunican a la miel de Mingrelia propiedades deletéreas. No solo se ha hallado miel venenosa en el Asia menor, sino que Suringe cuenta el caso de dos pastores suizos, víctimas de un terrible envenenamiento producido por miel que el abejón común había chupado en los nectarios del acónito-anapelo, y el acónito uva lupina. La que las abejas de la Pensilvania y de la Carolina recogen de la Kalmia y de las Andrómedas, a menudo ocasionan dolores de estómago, vértigos y delirio.

Con todo, no son únicamente las abejas y abejones y los himenópteros que producen miel; pues hay ciertas especies de avispas que la recogen y acumulan en sus nidos en gran cantidad. Augusto de Saint-Hilaire, encontró en el Brasil una especie, cuya miel es venenosa según las circunstancias, lo mismo que la de la abeja doméstica. Sobre este asunto dicen los Anales de las ciencias naturales lo siguiente: «Saint-Hilaire, después de haber seguido durante algún tiempo las orillas del río de la Plata y del Uruguay, llegó a un vasto desierto, solamente habitado por jaguares, innumerables manadas de onagros o asnos silvestres, ciervos y avestruces. Viéndose obligado a permanecer algunos días en las riberas del río de Santa Ana, aguardando un guía que debían enviarle de muy lejos, aprovechó esta circunstancia para hacer grandes y detenidas herborizaciones.

»En una de ellas vio un avispero suspendido de un pequeño arbusto a un pie de altura del suelo, y de forma casi oval: su tamaño era el de una cabeza regular, su color gris, y su consistencia como de cartón. Dos hombres que le acompañaban, un soldado y un cazador, destruyeron el avispero y sacaron la miel que contenía de la cual Saint-Hilaire comió cosa de dos cucharadas; y también gustaron de ella los dos compañeros. Acordes todos en que dicha miel tenía un sabor agradable, sin nada de aquel gusto oficinal que con tanta frecuencia tiene la miel de las abejas.

»Pero no tardó Saint-Hilaire en sentir un dolor de estómago menos intenso que incómodo; tendiose en el carro y quedose dormido. Al despertar se encontró tan débil, que no le fue posible dar más allá de cincuenta pasos. Volviose pues a su carruaje, y a poco se vio el rostro bañado en lágrimas, a lo que sucedió una risa convulsiva, que duró algunos instantes.

»Llegó en esto el cazador, quien le dijo con aire extraviado que hacía media hora vagaba por el campo sin saber a donde iba. Sentose en el carro al lado de su amo, y entonces empezó para este último la más cruel agonía; no que sintiese graves dolores, pero se hallaba en la más extrema debilidad y sufría todas las angustias de una muerte cercana. Oscureciósele la vista como si cubriera sus ojos una densa nube, sin distinguir ni las facciones de sus compañeros, ni el azul del cielo. Pidió agua tibia, y como observase que cuantas veces tragaba un sorbo, se disipaba por algunos momentos la nube que le cubría los ojos, púsose a beberla casi sin interrupción.

»Mientras tanto, levántase el cazador de repente, destroza sus vestidos, coge un fusil, lo dispara, y echa a correr fuera de sí por el campo, gritando que todo al rededor suyo estaba ardiendo.

»El soldado, que así mismo había comido su parte de miel venenosa, empezó por encontrarse muy malo; pero habiendo luego tenido un oportuno vómito, había vuelto a recobrar sus fuerzas; aunque le faltaba mucho para estar del todo restablecido. Después de haber prestado auxilio a Saint-Hilaire montó a caballo y echó al galope por aquellos campos; aunque pronto vino al suelo, donde al cabo de rato se le halló profundamente dormido. La gran cantidad de agua caliente que bebió Saint-Hilaire al fin hizo el efecto que este se prometía excitándole un fuerte vómito, con mucho líquido, y parte de los alimentos y de la miel que había comido aquella mañana. Entonces experimentó alivio, y pudo distinguir ya su carro, los prados y cercanas arboledas. Dijo a sus criados dónde hallarían un vomitivo, el cual tomó luego en tres dosis, y después de arrojada la última se encontró en estado natural. Casi en el mismo instante el cazador recobró la razón, quien recogió otra vez sus vestidos. Al día siguiente Saint-Hilaire se hallaba todavía muy débil; el soldado quejábase de haber ensordecido de una oreja; y el cazador aseguró que aún no había recobrado sus fuerzas, y que le parecía tener el cuerpo enteramente untado de una materia viscosa.

»Habiendo Saint-Hilaire proseguido su camino, dijo a sus criados que le gustaría muchísimo poseer algunas avispas de la especie que produce aquella miel de que por poco son víctimas; pero no tardó en hallar un avispero del todo igual al que había encontrado el día antes; y tanto él como los que le acompañaban lo reconocieron por pertenecer a la avispa que en aquel país llaman lechequana. A pesar de lo sucedido el día antes, algunos indios que iban en compañía de Sant-Hilaire tuvieron la indiscreción de comer de la miel que este avispero contenía; pero afortunadamente no les sobrevino el menor accidente. Luego que Mr. Saint-Hilaire salió del desierto y entró en la primera de las misiones, preguntó a varias personas sobre las particularidades de la lechequana, y todos, así portugueses, como españoles y guaraníes, contestaron acordes que la miel de la avispa lechequana no siempre era nociva; pero que cuando había este insecto cosechado en cierta planta que conocían perfectamente, aunque no pudieron enseñársela, entonces la miel ponzoñosa que de ella sacaba ocasionaba cierta borrachera y delirio que solo cesaba con abundantes vómitos, y aun a veces llegaba a producir la muerte.»

Familia de los Cavadores Esta familia está compuesta de himenópteros con aguijón: sus individuos son alados, y sus pies traseros no son a propósito para recoger el polen de las flores; sus alas se hallan continuamente extendidas. Son estos insectos muy ágiles, y en su mayor parte viven en las flores, cuyo néctar chupan. Sus larvas, empero, son carnívoras; y la hembra, para proveer a su alimentación, coloca en el nido que ha preparado y al lado de los huevos el cuerpo de alguna larva o de una araña, que a este fin traspasó con su aguijón. El numeroso género de los Sphex de Linneo comprende las especies de esta familia que los modernos han subdividido en numerosísimos subgéneros.

El APORO o ESFEJE DE LA ARENA (Sphex sabulosa,LIN.). Es negro, con el abdomen negro-azulado y que se angosta en su base formando un pedículo largo, delgado y casi cónico; el tercer anillo es de color leonado, y también el segundo menos en su base. El macho tiene en la parte anterior de la frente un vello sedoso y plateado. Encontramos con frecuencia a este insecto a las orillas del bosque, en los sitios arenosos y expuestos al sol; allí la hembra escarba la tierra con las patas, y abre un agujero, en el cual depone una oruga, después de haberla herido o muerto clavándole el aguijón, y junto a la misma pone un huevo; luego cierra el agujero con granos de arena, y hasta a veces con un guijarrito, y después corre en busca de otros insectos para llevarlos al mismo nido y continuar sus puestas. A veces el esfeje ataca a gruesas arañas, clávales el aguijón y destrózalas, con las quijadas, en esta lucha casi siempre sucumbe la araña.

El ESFEJE TORNEADOR (Sphex spirifex LIN.). Es negro; tiene el coselete sin manchas, y las patas amarillas, lo mismo que el primer segmento abdominal. Este insecto vive al mediodía de Francia; construye nidos de tierra en lo interior de las casas y debajo de las cornisas; y les da una figura redondeada, formándolos con un cordón que da vueltas espirales. En su cara inferior presentan estos nidos tres series de agujeros, que son aberturas de otras tantas celdillas, en cada una de las cuales pone el insecto una araña, mosca u oruga con un huevo, y luego los cierra.

La AVISPA PICUDA (Apis rostrata, LIN.). Esta especie se encuentra en toda Europa; es de bastante tamaño, de color negro, con listas transversas de color amarillo en el abdomen, la primera de las cuales es entrecortada, y las demás ondeadas. La hembra tiene la cabeza menos amarilla que el macho; abre en la arena profundos agujeros, donde amontona los cuerpos de moscas y otros insectos haciendo luego en el mismo sitio su puesta, y cerrando el abrigo que ha preparado a sus hijos.

El FILANTO APÍVORO (Philanthus apivorus, LATREILL.). Es muy común en los alrededores de París: tiene 5 líneas de longitud; las antenas negras, lo mismo que la cabeza, con el labio superior amarillo, y una línea del mismo color debajo de los ojos. El coselete es negro, con una raya transversal amarilla en la base, y otra igual en su cúspide. Las patas son también amarillas; y los anillos abdominales son negros en la parte superior, con los bordes inferiores amarillos, el color negro avanza en el amarillo en el centro de la cara inferior del segmento y forma como un triángulo. Este insecto es uno de los enemigos más terribles de la abeja doméstica, pues las hembras excavan en los terrenos ligeros y que forman pendiente expuestos al sol, una galería casi horizontal de un pie de profundidad. Concluido ya el nido, van a las flores, cogen una abeja y la matan elevándole el aguijón en el punto de unión de la cabeza al coselete, o de este al abdomen, y la llevan en seguida al fondo del nido. Como cada hembra pone lo menos seis huevos, síguese que sacrifica seis abejas. En una extensión de terreno de 120 pies de longitud, contó Latreille 50 ó 60 hembras ocupadas en sus nidos, las que debieron de matar unas 300 abejas; y calculó que en una superficie de dos leguas cuadradas en que hubiese unos cincuenta sitios infestados de filantos hembras, destruirían estas unas 15.000 abejas.

Hay esfejes exóticos que por su color amarillo verduzco se han llamado cloriones; tal es el que sigue:

El CLORIÓN COMPRIMIDO (Sphex compressa, FABR.). Es de un hermoso verde, con sus cuatro muslos traseros colorados. Este insecto es muy común en la Isla de Francia; vuela con rapidez; se introduce en las casas, y penetra en los pliegues de las cortinas de las ventanas. Una vez parado en ellas, podemos cogerlo; pero para ello es necesario cubrirse la mano a fin de librarnos de su aguijón, más largo que el de todos los demás himenópteros, y su herida es mucho más dolorosa que la de la avispa más gruesa. En los bosques y lugares abiertos de la Isla de Francia, no se encuentra la abeja doméstica, al paso que son abundantísimas en la Isla de Borbón. Los Cloriones no solo comen abejas, sino que hacen una guerra igual a las blatas; y Cossigny, que comunicó a Reaumur la historia de estos himenópteros, presenció una lucha entre un Clorión y una blata kakerlac. Cuando el clorión, dice Cossigny, observa una de dichas blatas, se para un instante, durante el cual parece que los insectos se están midiendo de arriba abajo; pero sin más tardanza el esfeje se arroja a la blata, cogiéndola con los dientes por el extremo de la cabeza, y doblando luego el abdomen para clavarle el aguijón. Así que está seguro de haberlo clavado y penetrado en el cuerpo de su adversario, y de haber derramado en él mismo su terrible veneno, lo abandona y se aleja; pero vuelve a buscarlo desde que conoce que la blata ha perdido ya todas sus fuerzas. Entonces la coge por la cabeza, y la arrastra caminando hacia atrás hasta que la tiene en el agujero en que se propone introducirla. Cuando el camino es sobrado largo para recorrerlo todo de un tirón, suelta el esfeje la carga para tomar aliento, da algunas vueltas, y luego carga otra vez con el cuerpo de su víctima; y de este modo, descansa más o menos veces según la distancia o trayecto que debe recorrer hasta llegar al término. Cuando el insecto vencido es demasiado corpulento para entrar en el agujero; entonces el vencedor le corta los élitros, las alas, y hasta las patas; y luego a fuerza de perseverancia conduce hasta el fondo del nido aquel cuerpo mutilado, que destina para pasto de sus hijos.

Familia de los Heteroginos Esta familia, con que vamos a terminar el orden de los himenópteros, compónese de tres especies de individuos; a saber machos, hembras y neutros, todos con sus antenas angulosas, y la lengua pequeña, redondeada o en forma de cuchara. El nombre heterogino, que significa hembras diferentes, proviene de que las hembras en unos son aladas, y en otros ápteras, cuya diferencia establece en esta familia dos grandes géneros: las hormigas y las mutilas.

Las Mutilas viven solitarias, y cada especie solo se compone de dos suertes de individuos; esto es de machos alados, y de hembras ápteras, o sin alas, armadas de un recio aguijón. Las antenas son filiformes, vibrátiles, con el primero y tercer artículos prolongados, aunque la longitud del primero nunca es igual al tercio de la total longitud de la antena. Casi todas las especies de este género pertenecen a los países cálidos; solo conocemos tres o cuatro en las cercanías de París. Encuéntranse en los parajes arenosos, donde corren con velocidad; y a veces también ocultas debajo de las piedras, y en las flores. Podemos coger sin temor los machos; pero al coger una hembra entre los dedos, no deja de clavarnos su aguijón.

La MUTILA TRICOLOR (Mutilla europea, LIN.). Es rara en Francia, pero se encuentra en los al rededores de París. La hembra es negra y velluda la cara dorsal del coselete es de color rojo-leonado; el borde posterior de los tres primeros anillos abdominales ofrece tres listas de un blanco amarillento, de las cuales las dos últimas están muy aproximadas. El macho es negro-azulado, con la parte superior del coselete, colorada, y el abdomen semejante al de la hembra.

Las Hormigas que constituyen el segundo género de la familia de los heteroginos, viven reunidas en sociedad, y nos ofrecen tres maneras de individuos: machos y hembras con alas, y los individuos neutros sin ellas, o ápteros; así en los machos como en los individuos neutros, las antenas van engrosándose, y su primer artículo es igual en longitud a un tercio de la extensión total: el segundo es casi tan largo como el tercero, y tiene la forma de un cono inverso. Los neutros tienen el labro grande, córneo y caído perpendicularmente sobre las quijadas; el pedículo abdominal tiene la forma de escama o de nudo, ya sea uno solo, ya dos, caracteres que dan fácilmente a conocer a las hormigas. Su cabeza es triangular, y los ojos ovales y enteros; el capucho grande; las mandíbulas recias; las maxilas y el labro, de pequeñas dimensiones; los palpos filamentosos, de los cuales los maxilares son los más largos; el tórax lateralmente comprimido; el abdomen casi ovoide; y en las hembras y obreras unas veces está provisto de un aguijón, otras de ciertas glándulas secretorias de un ácido particular conocido con el nombre de ácido fórmico.

Antes de dar a conocer los hábitos de las hormigas indígenas, que pueden observarse en Francia, lo mismo que en España y demás países templados de Europa, vamos a exponer brevemente los caracteres externos que distinguen los neutros en cada especie. Habrá unas quince, que comúnmente encontramos, y en las cuales podremos comprobar las observaciones de Huber, el hijo, quien con respecto a las hormigas fue lo que su padre en cuanto a las observaciones sobre las abejas.

La HORMIGA HERCÚLEA (Formica herculeana, LIN.). Es la especie más grande de Europa; puesto que tiene de 6 a 7 líneas de longitud; es negra, con el coselete, la base del abdomen y los muslos de un rojo-sanguíneo. Vive en los árboles huecos, y emplea para su albergue la carcoma de la madera.

La HORMIGA FULIGINOSA (Formica fuliginosa, LATREILL.). Tiene una línea y tres cuartos de largo; y es negra y reluciente; las antenas, empezando desde su ángulo, son de un color pardo testáceo, lo mismo que las rodillas y los tarsos; la cabeza es voluminosa y posteriormente escotada; la escama que separa el coselete del abdomen es pequeña, y este último esferoidal. Esta especie construye en los troncos de los árboles admirables laberintos.

La HORMIGA PARDA (Formica brunea, LATREILL.). Es larga, de una línea y media y de color ferruginoso oscuro; los ojos, parte superior de la cabeza y abdomen son negruzcos; la escama cuadrada, y forma casi dos dientes. Esta especie, conforme luego vamos a ver, fabrica diestramente con tierra su albergue.

La HORMIGA AMARILLA (Formica flava, FABR.). Tiene una línea tres cuartos de largo; su color es amarillo rojizo; los ojos negros; la escama torácico-abdominal muy pequeña, casi cuadrada y entera, el cuerpo algo velludo; fabrica con tierra, lo mismo que la precedente, y con ella forma montoncitos.

La HORMIGA LEONADA (Formica flava, LIN.). Tiene 3 líneas de longitud; el cuerpo rojo-leonado y sin vello; las antenas negras, lo mismo que la parte posterior de la cabeza, la cara dorsal del coselete, el borde superior de la escama y el abdomen. Tiene tres ojuelos lisos, y la escama de forma ovalada. Esta especie es muy común; levanta montoncitos de ancha base, en los bosques, prados y a lo largo de los setos; formándolos con rastrojo, fragmentos leñosos y pedacitos de guijarro. La variedad que habita en los bosques tiene la parte dorsal del coselete de color rojo.

La HORMIGA ROJA (Formica rubra, FABR.). Tiene 2 líneas y media de largo; es rojiza y lleva dos puntos en el coselete; la cara inferior del abdomen es negruzca. Es una especie que trabaja de escultura tanto como de albañilería; es decir, que lo mismo construye el nido en la tierra que en los árboles.

La HORMIGA DE LOS CÉSPEDES (Formica cespitum, LATR.). Es pardo-negruzca; el coselete, las antenas y las patas de un matiz pardo más claro; el coselete es como escamoso, continuo y en su parte posterior provisto de dos cortas espinas; el abdomen es reluciente, y en el punto de inserción presenta dos tuberculitos; es una especie albañil y construye el nido en tierra y en el césped, y aun a veces en la arena.

La HORMIGA NEGRO-CENICIENTA (Formica fusca, LIN.). Es de color negro- ceniciento lustroso; la parte inferior de las antenas y las patas son rojizas; la escama tiene la forma triangular y bastante grande: tiene tres ojos lisos, es especie albañil.

La HORMIGA MINADORA (Formica cunicularia, LIN.). Tiene 2 líneas y media de largo; la cabeza y el abdomen negros; los contornos de la boca, la parte superior de la cabeza, y la primera articulación de las antenas de un leonado bajo, lo mismo que la patas y el coselete. Esta especie trabaja con tierra, y lo mismo que la negro-cenicienta es reducida al estado de esclavitud por las dos especies siguientes, a las cuales se ha dado la denominación de amazonas.

La HORMIGA ROJIZA (Formica rufescens, LATREILL.). Tiene 5 líneas de longitud; el cuerpo de un rojo claro; las mandíbulas estrechas, arqueadas y casi sin dientes; el coselete alto en su parte posterior, y tres ojuelos lisos.

La HORMIGA SANGUÍNEA (Formica sanguinea, LATREILL.). Es de color rojo de sangre; excepto los ojos y el abdomen; distínguense perfectamente sus tres ojos lisos; y su escama es oval y algo escotada.

Vamos ahora a estudiar las obras arquitectónicas propias de las varias especies de hormigas que acabamos de describir. Debemos sobre el particular a Pedro Huber las siguientes observaciones: «Algunas veces hallamos en un bosque o junto a un seto, un montoncito de tierra, debido a la hormiga leonada. Esta obra, que a primera vista parece un confuso montón de materiales esparcidos, es no obstante una construcción ingeniosa por la sencillez de su estructura, la más a propósito para alejar del hormiguero las aguas, para defenderlo de las injurias del aire y de los ataques de sus enemigos, así como para templar el ardor del sol y conservar una temperatura adecuada en lo interior del nido. El conjunto de materias de que se compone presenta siempre la forma de una cúpula redondeada, cuya base, cubierta a menudo de tierra y de piedrecitas, forma una zona, encima de la cual se eleva en figura de un pan de azúcar el armatoste leñoso que sostiene el edificio. Pero esto es únicamente la cubierta exterior del hormiguero; pues la parte más digna de consideración se oculta a nuestra vista, extendiéndose por debajo del suelo a más o menos profundidad. Las calles o conductos, arreglados con mucho cuidado en forma de embudos irregulares, van desde la cúspide del hormiguero al interior, y su número depende de la mayor o menor población, y es a más proporcionado a la extensión del mismo. La entrada es también más o menos ancha; y a veces hallamos una puerta principal en la cúspide, o varias, casi todas iguales, entorno de las cuales vemos varios conductos estrechos y dispuestos en un orden casi simétrico, circularmente, y hasta la base del montoncito. Dichas puertas son necesarias para proporcionar libre salida a la multitud de obreras de que consta la población de las hormigas leonadas. No solamente se mantienen fuera de cubierto ni razón de sus trabajos, sino que, muy al contrario de otras especies que se permanecen con mucho gusto dentro del nido al abrigo del sol, la de que tratamos parece que prefiere vivir al aire libre, ni teme hacer sus operaciones a la vista de los que la están observando.

Las hormigas leonadas, establecidas en grande multitud en el nido, no temen verse inquietadas en el interior de este; pero a la tarde, cuando se han retirado al fondo de su habitación y no pueden ver lo que sucede afuera, ¿cómo se hallan a cubierto de los peligros que pueden amenazarlas? ¿Cómo no penetra la lluvia en una habitación abierta por todas partes?

Si observamos alguno de estos nidos durante algún tiempo, la agitación que reina en la superficie, el movimiento de estos miles de insectos ocupados en el acarreo de materiales en una u otra dirección, al principio solo nos presenta la imagen de la confusión; pero no tardaremos en conocer que el aspecto del hormiguero cambia de una hora a otra; y que el diámetro de las espaciosas vías, en que tantas hormigas pueden encontrarse a la vez durante el día, va disminuyendo gradualmente a medida que se va acercando la noche, hasta que al cabo desaparece su orificio, y la cúpula se halla cerrada por todos lados; mientras que las hormigas permanecen metidas en lo más profundo de su domicilio. Haciendo esta primera observación que dirigimos la vista a las puertas de dichos hormigueros, aclarará nuestras ideas relativamente al trabajo de los insectos que la habitan. Veremos claro que las hormigas estaban ocupadas en cerrar los pasos; para lo cual llevaron allá pequeñas vigas junto a las vías cuyas entradas deseaban estrechar, colocándola encima de la abertura, y hasta haciéndolas penetrar alguna vez en la masa de rastrojo; fueron en seguida en busca de otras viguitas, que arreglaron encima de las primeras, en contrario sentido, y las iban escogiendo menores a medida que el trabajo adelantaba, hasta que por último emplearon pedacitos de hojas secas, u otros materiales de figura complanada para cubrir el conjunto. ¿No se asemeja la industria de estas hormigas, la construcción de sus moradas, al arte de nuestros carpinteros cuando disponen el techo de un edificio? Una vez las hormigas se hallan seguras en el nido, se retiran al interior gradualmente, hasta que se cierran las últimas puertas, quedando fuera una o dos, o bien ocultas detrás de las puertas para hacer centinela, mientras que las demás se entregan al descanso o a diferentes ocupaciones en la seguridad más completa. Si queremos averiguar lo que sucede en dichos hormigueros por la mañana, es menester que vayamos al día siguiente muy de madrugada a verlas; y las hallaremos en la misma situación en que la víspera las dejamos. Hallaremos algunos individuos que vigilan por los alrededores del nido; y de cuando en cuando veremos salir otros por debajo de los bordes de pequeños techos practicados a la entrada de las galerías; poco después, otros tratan de demoler las barricadas, y lo logran con facilidad. Este trabajo las ocupa durante algunas horas, hasta que por último vemos todos las entradas y salidas despejadas y libres de todo obstáculo; y los materiales que las cerraron durante la noche quedan esparcidos acá y acullá por el hormiguero. Iguales maniobras, así las correspondientes a la mañana como a la tarde, se repiten diariamente durante la estación favorable; excepto empero los días lluviosos, en los cuales todos los hormigueros permanecen cerrados. Cuando el día se presenta nublado desde la mañana, las hormigas abren solo una parte de sus puertas de comunicación al exterior, apresurándose a tapiarlas otra vez si se declara la lluvia.

Para formarnos una idea del techo de rastrojo, veamos lo que fue el hormiguero en su origen. Al principio consiste en un simple hoyito hecho en el suelo; parte de sus habitantes acuden a los alrededores en busca de materiales propios para la construcción del armatoste exterior; los cuales disponen en un orden algo irregular, aunque suficiente para cubrir la entrada; otras hormigas traen tierra, que sacan del fondo del nido excavando el suelo en su interior, cuya tierra, mezclada con las fibras leñosas y hojas que otros individuos traen a cada instante, da cierta consistencia y solidez a la obra. Levántase el edificio de día en día; aunque las hormigas no se olvidan de dejar algunos espacios vacíos para formar los corredores que conducen al exterior; y como por la mañana quitan las barreras que levantaron por la tarde antecedente, consérvanse los tránsitos, al paso que el resto del hormiguero va aumentando en su altura, y adquiere una figura convexa. Nos equivocaríamos, no obstante, si creyésemos maciza dicha convexidad. Este techo es útil a las hormigas bajo otro concepto; pues está destinado a contener muchos pisos, que se construyen del modo siguiente. Todo ello lo investigó Huber perfectamente, por medio de un vidrio que ajustó a un hormiguero. Excavando y minando las hormigas su propio edificio, hacen en él espaciosas salas, que si bien muy bajas y de un trabajo grosero, reúnen la mayor comodidad con respecto a los usos a que las hormigas tienen destinadas, esto es, a depositar allí las larvas y las ninfas durante ciertas horas del día. Dichos espacios tienen entre sí comunicación por medio de unas galerías abiertas de la misma suerte. Si los materiales del nido solo estuviesen entrecruzados unos con otros, cederían con sobrada facilidad a los esfuerzos de nuestros insectos, y caerían confusos así que se tocase a su arreglo primitivo; pero la tierra contenida entre las capas de que se compone el montón, desleída por el agua de lluvia, y luego endurecida por la acción de los rayos del sol, sirve para trabar y consolidar más y más todas las materias del hormiguero; de modo, no obstante, que las hormigas puedan quitar algunos fragmentos sin que la firmeza y solidez del todo quede por esto resentida. Por otra parte impide tan bien que el agua se introduzca en el nido, que su interior, aun después de largas lluvias, nunca queda mojado a más de un cuarto de pulgada de la superficie.

Las hormigas, pues, están del todo libres de humedad en el fondo de su cavidad. El salón más espacioso se halla casi en el centro del edificio, y es mucho más alto que las demás estancias, atravesándola solo algunas vigas que sostienen el techo; a él abocan todas las galerías, y permanecen la mayor parte de las hormigas. En cuanto a la porción subterránea del hormiguero, no puede observarse sino cuando este se halla situado en una pendiente, pues en este caso, quitando el montón de rastrojo, vese todo el corte interno del edificio. Estos subterráneos constan de varios pisos, con estancias excavadas en tierra y dirigidas horizontalmente.

Ahora que ya conocemos la industria de las hormigas carpinteras, pasemos a estudiar la de las albañiles. Así denomina Huber a aquellas cuyos nidos presentan al exterior el aspecto de montoncitos de tierra, sin mezcla de otros distintos materiales; y en su interior se ven laberintos, bóvedas, estancias y galerías, hecho todo con el mayor ingenio y destreza. Existen varias especies de estas hormigas; y es más o menos compacta la tierra de que los nidos están formados. La que emplean las hormigas de cierta magnitud, tal por ejemplo como la de las hormigas negro-cenicientas y las minadoras, es al parecer una pasta no tan fina como la que emplean la hormiga amarilla y la parda en la construcción de sus hormigueros. Así también el montón levantado por la negro-cenicienta, presenta siempre densas paredes formadas de una tierra gruesa y rebotosa, pisos muy marcados, anchas bóvedas descansando en sólidos pilares; no hallamos sendas ni galerías propiamente tales; sino tránsitos en forma de tragaluz, y por todos lados grandes huevos, y gruesas masas de tierra. Con todo, se nota que las hormigas han guardado cierta proporción entre los pilares y la anchura de las bóvedas que estos sostienen.

Pero de todas las hormigas indígenas albañiles, la hormiga parda es la más notable por la perfección de su obra. Fabrica el nido por pisos de cuatro a cinco líneas de altura; los tabiques apenas tienen más de media línea de espesor, y la tierra de que está formado es tan fina, que esta circunstancia da a la superficie interna de las paredes la mayor fisura. Estos pisos no son horizontales, sino que siguen la pendiente del hormiguero; de modo que el superior cubre a todos los demás; el que sigue abraza a cuantos están debajo; y así sucesivamente hasta el plan terreno, el cual comunica con las estancias subterráneas.

Si examinamos cada piso separadamente, hallaremos cavidades trabajadas con mucho esmero en forma de salas; luego cuartos más estrechos, y largos corredores que establecen comunicación entre ellos. Sostienen los techos o bóvedas de las cavidades más espaciosas unas columnitas y paredes muy delgadas, o también unos verdaderos estribos. Por otra parte, veremos habitaciones que no tienen más que una entrada, así como en algunas su abertura corresponde al piso inferior; igualmente se observa una especie de plazuelas a las que desembocan todos los pasillos: este es poco más o menos el sistema que guardan las hormigas en sus construcciones. Cuando las abrimos, encontramos las habitaciones y sitios más espaciosos llenos de hormigas adultas. Vemos también que las ninfas se hallan reunidas en alojamientos algo inmediatos a la superficie, más o menos según la hora del día y la temperatura, pues bajo este concepto están las hormigas dotadas de la más exquisita sensibilidad, y conocen el grado de temperatura que más conviene a sus hijos.

A veces contiene el hormiguero más de veinte pisos en su parte superior, y lo menos igual número debajo de la superficie del terreno. ¡Cuánta gradación de temperatura no debe traer consigo semejante disposición, de que pueden disponer las hormigas a su sabor! Cuando un sol sobrado ardiente calienta demasiado las estancias superiores, entonces sacan de ellas a sus parvulitos y los conducen a los pisos inferiores; y cuando hasta el plan terreno se vuelve inhabitable a causa de las lluvias, entonces los insectos conducen a los pisos superiores todo aquello que les interesa, y se les encuentra en ellos reunidos a sus ninfas y a sus huevos cuando las piezas subterráneas han sido sumergidas.

Aunque ya es algo conocer la interior estructura de los hormigueros, debemos a más averiguar como, trabajando las hormigas en una materia tan dura, pudieron empezar y perfeccionar sus obras de un modo tan delicado, sin más auxilio que sus dientes; como saben reblandecer la tierra para minarla, amasarla y edificar con ella, y con qué argamasa juntan las partes entre sí. ¿Emplean acaso un mucílago, resina u otro jugo cualquiera sacado de su propio cuerpo y análogo al que produce la abeja albañil, para edificar su nido con la solidez que hemos visto?

Durante las horas más cálidas del día, permanece la hormiga parda encerrada dentro de su domicilio, pues teme mucho el ardor del sol; así se observa que el fresco y el rocío convidan a estos insectos a pasearse fuera del hormiguero. Abren en este nuevas salidas, y véselas llegar, varias de ellas a la vez, asomar sus cabezuelas fuera del agujero, meneando las antenas y saliendo al fin enteramente, yendo y volviendo de los alrededores. Si acechamos los movimientos de estos insectos durante la noche, observaremos que casi siempre están fuera y encima de la cúspide del hormiguero después de puesto ya el sol; todo al contrario de lo que hemos visto que sucede en las hormigas leonadas, las cuales nunca salen sino de día, cerrando las puertas de su ciudad apenas anochece. Pero será todavía más marcado el contraste, si mientras examinamos las hormigas pardas sobreviene una suave lluvia; pues entonces se les ve desplegar toda su habilidad arquitectónica.

Apenas empieza la lluvia, salen de sus subterráneos, vuelven a entrar, y salen luego otra vez; teniendo cogidas con los dientes moléculas de tierra, que deponen en la cúspide del nido. Pronto vemos levantarse de todas partes unas pequeñas paredes con algunos espacios intermedios vacíos; en seguida se levantan pilares colocados a ciertas distancias, y anunciando ya el bosquejo de las salas o aposentos y caminos que se proponen construir nuestros insectos. La pelotilla de tierra que cada hormiga lleva entre sus dientes, la recogió en los subterráneos rascando su suelo con las quijadas. Después que la ha aplicado al sitio en que ha de permanecer, la divide y empuja con las mandíbulas, de modo que llene las más leves desigualdades del muro; palpa con sus móviles antenas cada partícula térrea, y la consolida impidiéndola ligeramente con las patas anteriores.

Después de haber trazado el plan de su obra, echando acá y allá los fundamentos de los pilares y tabiques que se han propuesto levantar, les dan mayor cuerpo, añadiendo nuevos materiales encima de los primeros. Cuando dos pequeñas paredes, destinadas a formar una galería alzándose fronteras, han llegado a la altura de 4 a 5 líneas, ocúpanse las hormigas en llenar el vacío que dejan aquellas entre sí mediante un techo abovedado. Entonces dejan de trabajar en altura, y aplican a la arista interior de ambas unos pedazos de tierra mojada, o séase barro, en dirección oblicua hacia arriba, de modo que formen superiormente en cada pared un reborde, que ensanchándose vaya a encontrarse con el de la pared opuesta. Estos arcos tendrán cosa de media línea de espesor, y la anchura de las galerías que abrigan es de un cuarto de pulgada. En cuanto al centros, plazuelas, o encrucijadas, muchas de las cuales tienen hasta 2 pulgadas de ancho, las hormigas construyen sin dificultad los pavimentos; en los ángulos formados por el encuentro de los muros y la extensión de sus bordes superiores, colocan los primeros materiales de la bóveda, y desde la cima de cada pilar se extiende oblicuamente una capa de tierra, la cual va a juntarse a la del lado opuesto.

Nada hay más curioso que el orden y el común acuerdo que reina entre esa multitud de insectos, que llegan de todas partes, cada cual con la partecita de argamasa que intenta añadir al edificio. Aprovéchanse de la lluvia para aumentar la elevación de su morada; pues las partículas térreas meramente sostenidas por yuxtaposición, no necesitan más que una lluvia que las adhiera más estrechamente y que por decirlo así barnice la superficie del techo que dichas partículas constituyen. Entonces desaparecen las asperezas y desigualdades de la obra; la parte superior de esos pisos, compuestos de tal número de partecillas acarreadas, ya solo presenta una capa de tierra lisa y unida, y para adquirir toda su solidez y compactibilidad no necesita más que la acción desecante del viento y del calor del sol.

Bastan siete horas para la construcción de un piso completo; y si al concluirse este continúa la lluvia, las hormigas se apresuran a edificar otro. Así pues, no emplean estos insectos, ni goma, ni cemento alguno en la construcción del hormiguero; sino que hacen tributarios a los cuatro elementos en su mayor estado de sencillez; a saber: al agua para unir la tierra; al aire para desecarla y al fuego del sol para endurecerla.

¿Quiérese excitar a la hormiga parda a que de nuevo emprenda sus trabajos aunque el tiempo esté seco? Empléese el medio ingenioso de Huber, y derrámese en el hormiguero una lluvia artificial; para esto tómese un recio cepillo, sumérjase en el agua y luego pásese la mano en varias direcciones por encima de las cerdas; y con esto se hará caer encima del techo del hormiguero una lluvia o rocío muy diminuto; de modo que atraídas en breve las hormigas por la humedad, saldrán de lo interior del nido, acudirán presurosas a la parte exterior de la cubierta, volverán muy listas a buscar material térreo; y subiendo con él otra vez a la cúspide del edificio, fabricarán a nuestra vista y en pocas horas un piso completo.

Las hormigas negras o cenicientas, tienen mi modo de edificar muy diverso. Cuando quieren aumentar la altura del hormiguero, empiezan por cubrir la cima con una densa capa de tierra traída del interior; y luego en esa misma capa trazan en hueco y en relieve el plan del nuevo piso. Empiezan excavando en varios puntos de aquella tierra, todavía móvil, algunos hoyos de anchura igual a su profundidad; las elevaciones de tierra intermedias sirven de base a las paredes interiores; de modo, que no queda que hacer más que aumentar luego su altura y cubrir con su techumbre los aposentos que resultan.

Tras de las hormigas carpinteras y de las albañiles, siguen naturalmente las escultoras, entre las que ocupa el primer lugar la hormiga fuliginosa, especie más rara que las precedentes. Figurémonos el interior de un árbol enteramente esculpido; innumerables pisos más o menos horizontales, cuyos pavimentos y techo distan entre sí unas 5 ó 6 líneas, y son tan delgados como un naipe; figurémonos dichos pisos sostenidos a veces por tabiques verticales; otras por una multitud de ligeras colunas; todo hecho de un leño negro y como ahumado, y tendremos una idea bastante exacta de esas populosas ciudades de hormigas.

La hormiga roja esculpe en los árboles celdas semejantes, aunque en menor escala; y lo más particular de la historia de estas hormigas es que, a más de su habilidad en escultura, son también diestras albañiles, y establecen su mansión igualmente en tierra.

Finalmente hay hormigas que en sus obras emplean el serrín de la madera; tales principalmente la hormiga amarilla, la cual primero abre en los árboles extensas galerías, y las divide en varias comparticiones por medio del serrín o carcoma, mezclado con tierra y telaraña, cuya composición emplea también en calafatear el fondo de sus celdas y cerrar los conductos que le son inútiles.

Ya que conocemos la arquitectura de las hormigas, y que, por decirlo así, las dejamos establecidas en sus habitaciones, pasemos a investigar sus demás trabajos. Pedro Huber, logró observarlas por medio de un vidrio que ajustó en un hormiguero, provisto de unos postiguillos para poder cerrarlos; y siempre que los abría para sus observaciones, hacíalo lo menos posible a fin de no contrariar la afición de las hormigas a la oscuridad. Primeramente hablaremos de los tiernos cuidados que prodigan las obreras o neutras a las larvas y a las ninfas.

Nacen las larvas quince días después de la puesta, y se asemejan a unos gusanitos blancos, gruesos, cortos y sin patas; su forma es casi cónica; el cuerpo compuesto de doce anillos; la parte anterior es más delgada y curva. Nótase en su cabeza dos piececillas escamosas, o especies de garfios, debajo de los cuales, vemos cuatro puntitos o pelos, dos de cada lado, y un mamelón casi cilíndrico, por el cual recibe la larva la comida que en el mismo desengurgitan las obreras. Pero los afanes que se toman las hormigas obreras en favor de las larvas no se limitan a suministrarles alimento; sino que permanecen vigilantes sin cesar a su lado, enhiestas sobre sus patas, con el vientre hacia delante y prontas a arrojar su ponzoña. Vémoslas continuamente ocupadas en preservar a sus pupilas de todos aquellos accidentes a que su tierna edad las tiene expuestas; y el afecto de estas amas de leche es tan ingenioso como incansable.

Como no todas las temperaturas convienen a la tierna familia, el instinto de las hormigas es un verdadero termómetro que les indica el grado de calor a que deben tener sus crías; así que, cuando los rayos del sol calientan la parte exterior del nido; las hormigas que se encuetaran a la superficie bajan al fondo del hormiguero y avisan a sus compañeras tocándolas con las antenas, y hasta cogiéndolas con las mandíbulas; si no andan bastante aprisa, las arrastran a la parte superior del edificio, donde las dejan a fin de volver junto a las que guardan los pequeños; y en un instante, así las larvas como las ninfas son trasladadas a las partes superiores del hormiguero, donde reciben el suave influjo del sol. Las larvas de hembras, que son mucho más gruesas, ocasionan mayor embarazo: con todo, al cabo quedan colocadas también al lado de las demás.

Cuando las hormigas conocen que sus pequeñuelos han permanecido bastante tiempo al sol, los retiran a una celdita destinada a recibirlos, y es la que está situada más cerca del suelo. En el hormiguero de la hormiga leonada dicha estancia solo está abrigada por una techumbre de rastrojo, la cual solo imperfectamente intercepta el calor. Cuando nuestros insectos creen que nada tienen que temer, descansan de sus trabajos; y entonces los veréis tendidos confusamente, mezclados con las larvas, o amontonados los unos encima de los otros. Si descubrimos el interior de los nidos, las obreras cogen sus párvulos con extremada prontitud y se los llevan a los sitios más recónditos de la habitación.

Como si no fuese bastante alimentar a las crías y suministrarles calor, todavía se ocupan con el mayor afán las obreras en mantenerlas en la más extremada limpieza; para cuyo efecto a cada instante les pasan la lengua por el cuerpo, conservándolo sumamente blanco y limpio.

Antes de pasar las larvas al estado de ninfas se hilan un capullo de seda (exceptuándose tan solo las especies provistas de aguijón) cilíndrico, oblongo, amarillo claro, muy liso y de un tejido apretado. En el estado de ninfa adquiere el insecto la forma que debe conservar toda su vida, y solo le falta fuerza y alguna mayor consistencia; tiene ya toda su magnitud; sus miembros, todos bien distintos, solamente están envueltos por una ligera película.

Las ninfas todavía necesitan no pocos cuidados de parte de las obreras, principalmente por no saber salir por sí solas del capullo, rasgándolo con los dientes. Dicho capullo está tejido de una seda muy densa y resistente, por cuya razón es indispensable para romperlo la cooperación de las obreras. Pero ¿cómo conocen estas infatigables obreras el instante oportuno para sacar del encierro a las crías? Cualesquiera que sean las señales que se lo dan a conocer, ello es que ni una sola vez se equivocan. Tres o cuatro obreras suben encima de un capullo y procuran abrirlo con los dientes por el extremo que corresponde a la cabeza de la ninfa. Empiezan por adelgazar el tejido royendo algunas hebras de seda, hasta que a fuerza de estirones y pellizcos aquel tejido, tan tupido y difícil de romper, queda perforado con varios agujeritos inmediatos. En seguida introducen por uno de estos las quijadas, y cortan una tras otra las hebras del tejido con admirable paciencia, hasta que al fin logran abrir un paso de una línea de diámetro en el extremo superior del capullo. Para facilitar la salida del insecto, agrandan todavía más la abertura, cortando una especie de faja longitudinal con las mandíbulas, que emplean como nosotros unas tijeras.

Al aparecer el recién nacido se manifiesta cierta fermentación en el hormiguero; las hormigas ocupadas en desembarazarle de sus trabas son relevadas por otras, a fin de que descansen un rato y vuelvan luego otra vez a su tarea. Una de ellas levanta la tirita cortada del capullo en la dirección de su longitud; mientras que otras van sacando poco a poco del encierro al tierno insecto. Por último salió enteramente; con todo, aun tiene necesidad de las obreras, pues ni puede volar, ni andar, ni siquiera mantenerse sobre sus patas; pues todavía se halla atado por una membrana, de la cual no puede desprenderse por sí solo. En este nuevo menester le auxilian también las obreras, despojándole de la película sedosa que envuelve todo su cuerpo, y desprendiendo con mucho tiento las antenas y los palpos de sus respectivas vainas, lo mismo que las patas, alas, cuerpo, abdomen y su pedículo. Entonces el recién nacido puede ya comer y andar, por lo que el primer cuidado de sus nodrizas es presentarle un alimento apropiado, el cual sacan de su propio estómago.

Al paso que admiramos el asiduo cariño de las obreras hacia sus crías, no podemos dejar de preguntar ¿por qué lazo la naturaleza ha sabido adherirlas a los hijos ajenos? Cuestión es esta digna de tratarse con más extensión y profundidad de lo que permiten nuestros conocimientos; sin embargo, puede traslucirse el secreto de ese particular afecto de las obreras en la semejanza que tienen a las hembras. Son en efecto hembras estériles, a las cuales el Criador impuso materiales deberes, sin otorgarles el título de madres, y en quienes, dice Huber, la parte moral se desarrolla a expensas de la física.

Hemos dicho ya que los machos y las hembras son alados. Los primeros salen del hormiguero pocos días después de nacidos, y no tardan las hembras en seguirles. Si nos paseásemos por un prado en uno de los hermosos días del verano, la hormiga de los céspedes nos permitirá observar esta emigración; vereislas salir a centenares de sus subterráneos, y pasear sus argentinas y diáfanas alas por la superficie del nido, acompañándolas una numerosa comitiva de obreras a todas las plantas que recorren. En el hormiguero reina la agitación y el desorden, y la efervescencia se aumenta por instantes. Los insectos suben con prontitud a lo alto de las yerbas, donde les acompañan las obreras, y van de un macho a otro tocándolos con las antenas y presentándoles alimento. Finalmente, dejan los machos el techo paterno, elevándose por el aire como movidos de un impulso común; y en seguida parten tras de ellos las hembras. Desapareció la turba alada; en tanto que las obreras siguen por algunos instantes las trazas de unos seres a quienes con tal perseverancia han cuidado y que no volverán a ver jamás.

En efecto, esas hormigas que acaban de reunirse en los aires no deben ya volver a sus hogares; ni aun dan vueltas en torno de su domicilio, a fin de reconocer sus señas y situación (como hacen las abejas cuando por la primera vez salen de su colmena); sino que vuelven la espalda al hormiguero al separarse de él, y en línea recta vuelan a tanta distancia, que ni les permite ni tan solo divisarlo. ¿Qué va a ser de estos insectos, habituándose vivir en una mansión cómoda, espaciosa, al abrigo de todas las intemperies, y acostumbrados a los esmerados servicios de las obreras, entregados de repente a sí mismos y privados de todas las sobredichas ventajas?

Los machos no tardan a perecer; pues privados de sus amas, incapaces de proveer por sí mismos a su subsistencia, y no debiendo volver ya más al hormiguero que les vio nacer, ¿cómo pudieran existir mucho tiempo? O bien se halla su vida limitada a varias semanas, o el hambre debe terminar su curso con prontitud. Séase de esto lo que fuere, pronto desaparecen, pero nunca son víctimas del furor de las operarias, cual sucede a los machos de las abejas.

Con respecto a las hembras, Huber se aseguró de que a poco de su salida se desembarazan de las alas. Habiendo visto algunos individuos que tenían alas, y que al cabo de un instante carecían de ellas, hallándose esparcidas por el suelo, cogió una hembra alada, y la puso debajo de una campana de cristal; pero conservó las alas. Puso un poco de tierra debajo de la campana, y al punto la hormiga extendió las alas con fuerza, dirigiéndolas hacia la cabeza, cruzándolas en todas direcciones, y retorciéndolas ya de un lado, ya de otro, hasta que hizo tanto que las cuatro alas cayeron al suelo a un mismo tiempo. Después de esto descansó, se cepilló con las patas el coselete, paseose por el suelo, donde al parecer buscaban abrigo; y finalmente se ocultó debajo de unos terroncitos que formaban un hueco. Huber reiteró muchísimas veces este experimento, siempre con iguales resultados.

¿Cuál es pues el destino de las hembras así mutiladas? Desde que han perdido las alas, se las ve correr por el suelo en busca de un abrigo: difícil fuera seguirlas entonces en los infinitos rodeos y circunvoluciones que trazan por los campos y praderas. Pero los experimentos de Huber, le han demostrado que tales hembras, que ningún trabajo están llamadas a desempeñar en los hormigueros natales, y parecen incapaces de obrar, impulsados por el amor materno y por la necesidad de hacer uso de todas sus facultades, se vuelven laboriosas, y cuidan a sus hijos con el mismo esmero que las obreras. Encerró Huber algunas hembras fecundas en una redoma llena de tierra húmeda; y en esta abrieron sus celdillas, hicieron su puesta, y cuidaron de los huevos y larvas que nacieron de estos. Confió algunas ninfas al cuidado de otras hembras, las cuales trabajaron en desembarazarlas del capullo, haciéndolo como las obreras ordinarias, y sin parecer apuradas por el desempeño de una tarea a que se entregaban por la vez primera. Finalmente, para dejar confirmados todos estos hechos, encontró el retiro de una de estas hembras, y el naciente hormiguero que había establecido. Este nido se hallaba situado a escasa profundidad del suelo, y en él se veía un corto número de obreras junto con su madre, con algunas larvas, a las que se suministraban el alimento.

Mas no todas las hembras deben alejarse de la metrópoli, pues es menester que queden algunas para subvenir a las urgencias de la población: en vista de lo cual, la naturaleza ha proveído a la deserción de las hembras, de que se ve amenazado el hormiguero, del modo siguiente: en el instante en que van a emprender el vuelo, las obreras detienen algunas hembras cogiéndolas por las patas, y agarrándose a ellas fuertemente, les arrancan las alas y las llevan a sus subterráneos vigilándolas muy de cerca. Estas hembras cautivas se hallan desde luego del todo dependientes de las obreras; las cuales agarrándose a sus piernas están en continuo acecho, y de ningún modo les permiten salir: aliméntanlas con esmero, llévanlas a las piezas o estancias cuya temperatura les parece más conveniente; pero ni un solo instante las abandonan. Gradualmente van perdiendo dichas hembras el deseo de salir del hormiguero; y así que el abultamiento del abdomen anuncia la proximidad de la puesta, ya no se ve la hembra contrariada por más tiempo. Sin embargo, la vigila una hormiga que asiduamente la sigue a todas partes y ocurre a todas sus necesidades. La mayor parte del tiempo montada encima de su abdomen y con sus patas traseras en el suelo, parece una centinela puesta allí para vigilar sus acciones, y aprovechar el primer instante de la puesta recogiendo los huevos. No siempre es la misma hormiga la que sigue a la hembra, sino que se suceden y relevan sin interrupción. Cuando empero la maternidad de la hembra está bien reconocida, empieza a ser objeto de todos esos homenajes, a los que las abejas prodigan a su reina; sigue a la hembra una comitiva de doce a quince hormigas, que la acompañan a todas partes prestándola todo servicio y acariciándola de continuo. Estréchanse todas a su alrededor, ofrécenle comida, la llevan o sostienen con las mandíbulas en los pasos difíciles o montuosos, y hasta la conducen a todas las piezas del hormiguero. Los huevos que las obreras recogen a medida que se van poniendo, los colocan reunidos en torno de la madre; y cuando esta se mantiene en estado de reposo rodéala un cortejo de hormigas. En un mismo nido puede haber diferentes hembras sin que se note entre ellas ningún acto de rivalidad; antes bien, cada cual tiene su respectivo acompañamiento; se encuentran sin hacerse ningún daño; y sostienen en común la población del hormiguero; pero no tienen poder alguno.

A veces las hormigas se ven en la precisión de mudar de domicilio; pues cuando una habitación es demasiado sombría, o sobrado húmeda o expuesta a las injurias de los transeúntes, o por la vecindad de otro hormiguero enemigo, en todos estos casos van a otro lugar a fundar una nueva patria. El que quiera presenciar alguna de estas emigraciones, él mismo puede procurarla, atormentando a nuestros insectos y derribando a menudo la techumbre de su ciudad subterránea. Primero repararán los estragos que se hayan hecho; pero al fin se disgustarán de sus hogares, y saldrán en busca de un asilo menos expuesto a persecuciones. Entonces ve salir del nido una obrera cargada con otra hormiga, la cual lleva suspensa de sus quijadas; y, si la seguimos atentamente, verémosla llegar al borde de alguna cavidad subterránea, y en esta deposita su carga; el número de obreras cargadas, que primero es reducido, se va acrecentando por instantes; y aunque al principio solo se ven dos o tres, que probablemente son siempre las mismas, cuando habrán ya llevado otras, cuyo número sea bastante para acudir a los trabajos del nuevo hormiguero, parte de los colonos irán a su vez al antiguo nido, del cual sacarán como de un plantel los habitantes para el que desean poblar. Ese reclutamiento dura por espacio de algunos días; pero cuando todas las obreras conocen el camino de la nueva morada, y nuestros insectos ya han construido en ella arcos, calles, estancias, etc., se llevan allá las ninfas y las larvas, y por último a los machos y a las hembras: entonces acabose la tarea de la muda, y queda abandonado para siempre el primitivo hormiguero.

Conocida es la adhesión de las abejas a su república; pues sópase que bajo este concepto en nada les ceden las hormigas, cuyo patriotismo resiste a todas las pruebas. Aunque las partan por el medio, no se les hace perder el ansia de defender sus hogares, y se ven con la cabeza y coselete separado del abdomen conduciendo todavía las ninfas a su asilo. En el recíproco afecto de las hormigas debe buscarse la causa de la armonía y concierto que en ellas admiramos. Cuenta Latreille que estos insectos, viendo padecer a algunas compañeras a quienes él había cortado las antenas, sacaban de su boca una gotita de cierto líquido, cuyas virtudes acaso conocían, y lo echaban en las partes heridas. Huber, después de haber recogido en un aparato de vidrio un hormiguero, puso parte de él en el jardín, al pie de un castaño, y guardó lo restante, en su gabinete por espacio de cuatro meses. Luego trasladó su aparato vítreo al jardín, y lo puso a quince pasos del hormiguero que antes había dejado libre. Pronto algunas de sus cautivas, aprovechándose del descuido de nuestro observador en renovar el agua de los barreños en que colocaba el aparato, se escaparon y recorrieron aquellos alrededores; y fue el caso que las hormigas libres encontraron a sus antiguas compañeras, y las reconocieron: veíanse sus gestos, y como se acariciaban mutuamente con las antenas, como se cogían con sus mandíbulas, y como por último las hormigas del castaño se llevaban a su nido las otras. No tardaron en acudir todas en busca de las demás debajo del hormiguero artificial, atreviéndose a penetrar debajo de la campana de vidrio, en términos que la deserción fue completa, pues sucesivamente fueron llevándose todas las hormigas que contenía. Lo más digno de notarse es que dichas hormigas habían vivido separadas por espacio de cuatro meses nada menos y sin ninguna comunicación.

Mas si el afecto de las hormigas hacia sus compañeras es intenso y animoso, es implacable por otra parte el odio que sienten hacia las especies extrañas, y hasta contra los individuos de su propia especie establecidos en las inmediaciones del hormiguero. La hormiga está dotada de un carácter belicoso; ataca abiertamente y desconoce la astucia. Sus armas son sus mandíbulas, un aguijón semejante al de las abejas, y el veneno que las acompaña. Pero estas armas son exclusivas de las hembras y de las obreras. Algunas especies hay que carecen de aguijón, pero tienen el medio de suplir su falta mordiendo al enemigo, y derramando en la herida que abren con sus dientes una gota de veneno que la vuelve más acre; para lo cual encorvan el abdomen donde se halla contenido el veneno, y lo aplican a la herida inmediatamente de haberla desgarrado con sus pinzas. Cuando el enemigo se les presenta a cierta distancia y no pueden alcanzarle, levántanse todas sobre sus patas traseras, y haciendo pasar el abdomen por entre las piernas, arrojan con fuerza el humor venenoso; viéndose salir de toda la superficie del nido una lluvia ascendente de ácido fórmico que exhala cierto olor como sulfuroso.

De cuantos enemigos tienen los hormigas, el que más temen son sus mismos congéneres. No son las más pequeñas menos temibles por esta circunstancia, puesto que agarrándose varias de ellas a las patas de las más corpulentas, las mantienen como pegadas al suelo, traban todos sus movimientos y les impiden la fuga. Verdaderamente sorprende la saña que anima a estos insectos en sus combates; tal que primero se dejan despedazar que soltar la presa. Así muchas veces verá alguna obrera que lleva a todas partes como prenda de triunfo una cabeza de hormiga suspendida de sus antenas, o cogida entre las patas.

Cuando hay guerra empeñada entre las hormigas de diversa magnitud, la táctica de las mayores consiste en arrojarse a las más pequeñas, cogerlas por encima del cuerpo, y estrangularlas de repente con las mandíbulas; pero si las pequeñas tuvieron tiempo de prevenir el ataque, dan la alarma entre sus compatricias, las cuales acuden de tropel, y entonces con el número suplen al tamaño.

Principalmente entre las hormigas hércules y las sanguíneas pueden observarse estos combates. Apenas se acercan las primeras, cuando las centinelas avanzadas las atacan con furor. Primero es una especie de duelo que se traba entre cada una de las hércules. Una de las sanguíneas, la más animosa, se arroja a la hercúlea agarrándosele a la cabeza. Pronto sus compañeras se agrupan en torno de su enemiga, y mientras las unas se agarran a sus patas y traban todos sus movimientos, las otras la acribillan a mordiscos, e inundan de veneno las heridas. Con todo, las hormigas de mayor cuerpo son las que regularmente salen victoriosas; y entonces las vencidas tornan el partido de establecer su morada en otro punto; las obreras trasladan a distancia las larvas o los huevos, protegiendo la retirada algunos destacamentos situados de trecho en trecho; y en cualquier evento las defienden con el valor de la desesperación.

Si queremos ver ejércitos en frente unos de otros, y una verdadera guerra en cuanto a la forma, se nos hace preciso trasladarnos a las selvas donde han establecido las hormigas leonadas su dominio: allí veremos populosas ciudades rivales; sendas trilladas que arrancan desde el hormiguero como otros tantos radios, y los frecuenta una innumerable muchedumbre de combatientes. Estas guerras entre hordas de una misma especie tienen por objeto la posesión de un terreno disputado vecino a su capital. He ahí la relación de uno de esos combates homéricos escrita por un historiador verídico y juntamente presencial testigo da los hechos que refiere. «Figurémonos, dice, dos hormigueros situados a cien pasos de distancia uno del otro: llenaba el espacio que entre ellos mediaba una prodigiosa multitud de hormigas, que ocupaban la anchura de dos pies de terreno. Hallábanse los ejércitos a la mitad del camino, y en este mismo sitio se trabó el combate. Veíanse millares de hormigas subiendo a las eminencias naturales del terreno, luchando de dos en dos, cogidas por sus mandíbulas, y situadas la una enfrente de la otra; al mismo tiempo que un número de insectos mucho mayor aún se buscaban, se atacaban, y se cogían prisioneros. Hacían estos últimos increíbles esfuerzos por escaparse, cual si presumieran una suerte cruel que les aguardaba en el hormiguero enemigo. El campo de batalla tenía dos o tres pies cuadrados; exhalaba por todas partes un olor penetrante; veíase un gran número de hormigas muertas e inundadas de veneno; mientras que otras formando grupos o cadenas, ensanchadas por las patas o por las pinzas, dábanse alternativamente estirones en sentidos opuestos. Formábanse estos grupos sucesivamente: empezaba la lucha entre dos hormigas, que se cogían con las mandíbulas y se apoyaban en las piernas a fin de encorvar el abdomen hacia delante, y ambos contrarios se arrojaban mutuamente su veneno. Estrechábanse tan de cerca, que caían de un lado debatiéndose por largo espacio en el polvo; levantábanse después y renovaban sus esfuerzos y sus estirones a fin de llevarse cada cual a su antagonista. Cuando eran iguales en fuerza ambos combatientes, quedaban inmóviles, agarrados al suelo, hasta que llegaba un tercero, y hacía declinar al uno o al otro lado la balanza; pero lo más frecuente era recibir socorros una y otra al mismo tiempo, y entonces cogidas las cuatro por una pata o por una antena, hacían varios esfuerzos para arrastrar cada cual por su lado a sus adversarias; llegaban otras auxiliares, que también eran cogidas por los nuevos refuerzos que llegaban del campo opuesto; y así es como se formaban cordones o encadenamientos de 8 ó 10 insectos agarrados fuertemente unos a otros. Solo se rompía el equilibrio cuando avanzaban simultáneamente muchos guerreros pertenecientes a la misma república; los cuales obligaban a soltar la presa a las que formaban el cordón, de cuyas resultas volvían a empezar las luchas parciales.» Al acercarse la noche, cada partido regresó gradualmente a la ciudad que le servía de asilo; y como las hormigas que murieron o que fueron hechas prisioneras no fueron reemplazadas por otras, cesó el combate por falta de combatientes. Sin embargo, antes de la aurora volvieron a la carga las hormigas, formáronse mutuamente los grupos y empezó otra vez una carnicería y estragos más sangrientos que los del día anterior: yo vi el lugar de la refriega, el cual tenía seis pies de fondo sobre dos pies de frente. Por mucho tiempo estuvo dudoso el resultado de la acción; no obstante, a eso del medio día el campo de batalla habíase alejado unos diez pies de una de las ciudades enemigas; de lo que deduje que esta última había ganado todo aquel terreno. Tal era el encarnizamiento de estos animalitos, que nada era capaz de distraerlos de su empresa: ni aun notaron mi presencia; y aunque me puse inmediato a sus ejércitos, ni a una sola se le ocurrió subírseme a la pierna; pues no llevaban otra mira que hallar un enemigo a quien poder atacar.»

Se preguntará tal vez por qué instinto llegan a conocer a cada hormiga de su propio partido o del contrario, y con qué señas se distinguen en lo más empeñado de la pelea, en medio de tantos millares de individuos de igual color, tamaño, configuración y olor, en una palabra de una misma especie, los cuales se encuentran, se atacan, se defienden, se inundan de veneno y se hacen prisioneros. Ciertamente es inexplicable esa maravillosa sagacidad, a menos de admitir un lenguaje propio de los insectos. Sus antenas gozan de una movilidad tal, que les permite una infinita variedad de movimientos, a los cuales llama Huber lenguaje antenal. Nótese que dicho lenguaje no se funda en gestos visibles, sino en el contacto de ciertas partes; puesto que es necesario que puedan usarlo en el interior del hormiguero, donde nunca penetra la luz. Resulta de ahí que una hormiga no puede darse a entender a varias otras a la vez, sino una solamente; no obstante, la impresión que le comunica se generaliza instantáneamente pasando de una a otra. No solo esto, sino que a alianza que existe entre las hormigas y los pulgones nos va a demostrar que también suben hacerse comprender de otros insectos.

Las hormigas se alimentan con sustancias animales o vegetales indistintamente, tales como frutas, insectos, larvas, cadáveres de cuadrúpedos o de aves, reptiles, pan, azúcar, etc.; pero en especial son muy golosas de cierto líquido azucarado que dejan trasudar los pulgones en forma de gotitas claras y límpidas por dos cuernecitos situados en la cara dorsal del abdomen. Si observamos las hormigas que viven en algún árbol en que haya pulgones, veremos que esperan el instante en que estos insectillos hacen salir de su abdomen este precioso maná, y lo recogen en seguida; pero examinando atentamente todas sus maniobras, nótase que su industria no se limita a recibir dicha miel, sino que saben hacérsela dar. Sígase de cerca una sola hormiga en su paseo por las ramas de un árbol que contenga pulgones. No tarda en detenerse al lado de uno de estos, al cual parece acariciar con las antenas, tocándole alternativamente en los extremos del abdomen con un movimiento muy vivo: hecho esto, los dos cuernecitos del pulgón destilan una gotita del líquido, que al punto traga la hormiga. Sigue luego haciendo las mismas caricias a otros tres o cuatro pulgones sucesivamente, hasta que se halla satisfecha del apetecido néctar, y se vuelve después a su hormiguero.

Si hay hormigas que van a buscar el azucarado licor de los pulgones en los árboles, otras hay que nunca salen de sus moradas, y ni van a los árboles, ni a las frutas, ni a caza de insectos; no obstante pululan en los prados y vergeles: tales son las hormigas amarillas. Si se quiero saber cómo subsisten, remuévase la tierra de sus hormigueros, y en ellos se encontrarán pulgones; y en especial al pie de la grama que sombrea el hormiguero. Hállanse reunidos en familias numerosas y de diferentes especies. Las hormigas los cuidan, los vigilan, se los llevan al fondo del nido cuando alguno los inquieta, y los disputan con ardor a las hormigas de las tribus vecinas que acuden para robárselos. Tenemos pues aquí un pueblo de pastores, cuya hacienda consiste en ganados de pulgones, y este ganado les proporciona a domicilio el alimento de que tienen necesidad. ¿Pero dichos pulgones acuden a establecerse junto al hormiguero, o son arrastrados allí por las mismas hormigas? Huber observó que estas llegan a los céspedes en que viven los pulgones por vías subterráneas, dejándolos en ellos mientras dura el verano; pero llevándoselos al hormiguero en otoño, no para comerlos, sino con el fin de ordeñarlos, como nosotros a las vacas que tenemos en el establo durante el tiempo riguroso.

Para ciertas especies no los basta hallar en los árboles los pulgones que necesitan, sino que quieren conservar esta propiedad con exclusión de los hormigueros vecinos. Así, cuando llegan algunas hormigas extrañas a aprovecharse en común del ganado, las echan y atenacean con furor, y se llevan los pulgones entre las mandíbulas para substraerlos a la invasión de las advenedizas, o a veces se contentan con montar la guardia en torno de los mismos. Algunas hay que saben acotar el ganado, lo cual hacen del modo que sigue. Cuando en las cercanías de algún hormiguero se eleva una planta cuajada de pulgón, construyen al rededor del tallo un conducto de tierra a manera de tubo, el cual comunica con su habitación y envuelve la de los pulgones. Allí trasladan las larvas; y después que han chupado la preciosa miel que está a su disposición, la desembuchan en la boca de sus crías. Otras veces el parque consiste en un hueco de figura esférica, al cual sirve de eje el tallo de la planta en que viven los pulgones: vese en este cercado una abertura practicada en la parte inferior, que da paso a las hormigas, ya para entrar, o para bajar a lo largo de la rama y pasar al hormiguero.

¿Cuáles son los medios a que recurren las hormigas durante el invierno? Creyeron los antiguos que estas recogían granos, y que roían el trigo para impedir que germinase. A esta opinión siguiose la de aquellos que creían que permanecían estos insectos aletargados durante la estación invernal. En efecto, se aletargaban expuestas a una temperatura de dos grados bajo cero, pero en su escondrijo es rarísima esta temperatura a causa de la profundidad que las pone a cubierto de las heladas. ¿Cómo se alimentan pues toda vez que no se aletargan? La naturaleza no las ha dejado sin recursos y expuestas al hambre, y tales recursos no son otros que los pulgones, los cuales por un feliz concurso de circunstancias, que de ninguno modo pueden atribuirse a la casualidad, se aletargan precisamente a la misma temperatura en que lo efectúan las hormigas, y se despiertan al mismo tiempo que ellas; de modo que los hallan siempre que los necesitan.

Pero no solo son pulgones lo que recogen las hormigas en sus nidos; así es que si a fines de otoño derruimos un hormiguero, yendo con precaución, encontraremos celdas que contienen una multitud de huevecitos, cuyo color es vario según los hormigueros; siendo la mayor parte de color negro de ébano; otros son amarillos, pardos o colorados; otros de matiz menos marcado, como parduzco, pajizo, etc. Tales huevos no son de hormiga (pues estos son perfectamente blancos, y se vuelven diáfanos con el tiempo); no obstante, las hormigas los consideran como un tesoro no menos precioso así para ellas como para su posteridad. Luego que habremos puesto el nido al descubierto, no tratarán de escaparse sus moradores, sino que antes se apoderarán de los huevos y los trasladarán al fondo de su madriguera. Una vez, a fines de noviembre, Huber recogió dichos huevos junto con las hormigas; lo puso todo debajo de una pequeña campana de cristal, y vio como los insectos lamían los huevos, los palpaban y amontonaban poniéndolos al abrigo debajo de tierra. Al día siguiente se abrió uno de dichos huevos y nació del mismo un pulgón enteramente formado y provisto de una larga trompa, y pocos días después se abrieron todos los; restantes. Los pulgones se pusieron a chupar una rama seca que se les había dado; y las hormigas encontraron la recompensa por los cuidados que les prestaron.

Las hormigas, que ignoran el modo de reunir estos insectos en el hormiguero, conocen a lo menos el sitio donde viven y donde podrán hallarlos: síguenlos al pie de los árboles, y en las raíces de los arbustos, cuyos tallos recorren durante la estación favorable; observan al primer deshielo toda la extensión de los setos siguiendo los senderos que les llevan donde están los pulgones, y se llevan una porción del meloso líquido a sus subterráneos; aunque necesitan poca cantidad para alimentarse durante el invierno. Así que se desaletargan, vese como se piden y ofrecen alimento; de modo que las sustancias alimenticias contenidas en el estómago de alguna se reparte entre varias otras. En dicha estación, los jugos no se evaporan, lo cual impide la densidad de los anillos escamosos; y Huber vio hormigas que conservaron durante mucho tiempo su provisión interior cuando no podían hacer de ella partícipes a sus compañeras.

Cuando arrecia el frío, las hormigas se reúnen y amontonan unas sobre otras a millares, y se agarran mutuamente; siendo probable que así traten de comunicarse calor.

Hasta ahora hemos tratado de las hormigas laboriosas, y que ejercen en beneficio de su patria la industria cuyo secreto recibieron de la Providencia. Sus guerras son simples rivalidades de territorio, y cesan desde que se respetan sus respectivas fronteras. Pero ahora vamos a tratar de dos especies; a saber, de la hormiga rojiza y de la sanguínea llamadas vulgarmente amazonas, las cuales nos ofrecen el ejemplo de una constitución belicosa, cuyo principio fundamental estriba en invadir las naciones débiles y hacer esclavos a los hijos del pueblo vencido.

No hace todavía cuarenta años, que paseando Huber por los alrededores de Ginebra, por el mes de junio, entre cuatro y cinco horas de la tarde, vio a sus pies una legión de hormigas rojizas que atravesaban el camino; caminaban muy deprisa reunidas en cuerpo, y ocupaban un espacio de 8 a 10 pies de largo sobre 4 pulgadas de ancho. En pocos minutos evacuaron del todo el camino; penetraron al través de un espeso seto, y se dirigieron a un prado, donde iban culebreando por el césped sin separarse ni perder su formación, a pesar de los obstáculos que la coluna debía vencer en su marcha. Siguiolas Huber atento y sin apartar de ellas la vista, seguro de que iban a suministrarle una hermosa página que añadir a su historia. Pronto llegaron cerca de un nido de hormigas negro-cenicientas, cuya cúpula se elevaba en la yerba a distancia de unos 20 pasos del seto. Hallábanse algunas hormigas de esta última especie a las puertas de su habitación, las cuales apenas divisaron la aproximación del ejército, arrojáronse hacia las que formaban la vanguardia; al propio tiempo se difundió la alarma por el interior del hormiguero, salieron todas sus compañeras en tropel del fondo de los subterráneos. Las rojizas, que tenían no muy lejos el grueso del ejército, apresuráronse a llegar al pie del hormiguero, al cual se precipitaron a la vez todas las tropas; y después de una lucha muy fuerte, aunque poco duradera, y de haber derribado a las negro-cenicientas, se retiraron estas a lo más hondo de su habitación. Las rojizas treparon por la loma del montecito, acumuláronse en la cima, y se introdujeron en gran número dentro de las primeras calles; mientras que otros grupos trabajaban con sus mandíbulas por abrir una brecha lateral, lo cual lograron, y por ella penetró el resto del ejército en el interior de la ciudad sitiada. Sin embargo, no permaneció en ella el enemigo mucho tiempo, sino que a los cinco minutos volvieron a salir las rojizas por las mismas aberturas que les habían facilitado la entrada, y llevando cada cual en la boca una larva o una ninfa del invadido hormiguero. Emprendieron después la marcha por el mismo camino que habían ido, puestas sin orden unas tras otras. Distinguíase fácilmente con la vista aquella muchedumbre en medio del césped, por el sin número de capullos y de ninfas blancas llevadas por tantísimas hormigas rojas. Segunda vez cruzaron el seto y el camino donde las observara Huber, y se metieron por entre los trigos, entonces del todo maduros, donde se substrajeron a la vista del observador.

Al día siguiente, descubrió Huber las trazas de esas hordas belicosas, y vio salir una coluna expedicionaria que iba a invadir otro hormiguero de negro-cenicientas, llevándose el mismo botín que la víspera; a saber larvas y ninfas, y vio a dicha coluna regresar a su morada; pero como llegase Huber a esta antes que las expedicionarias, no quedó poco admirado viendo un gran número de negro-cenicientas que se paseaban con todo sosiego por la superficie del nido. No tardó en llegar la coluna guerrera cargada con los trofeos de la victoria; pero su regreso ninguna alarma produjo en las negro-cenicientas; antes bien mientras unas descargaban a las amazonas, otras las tocaban con las antenas; diéronles de comer, y juntas bajaron con el botín al hormiguero.

Impaciente nuestro naturalista por conocer cuáles eran las mutuas relaciones que existían entre dichas dos especies de hormigas, que de tal modo vivían bajo del mismo techo, expresamente descompuso uno de esos hormigueros mixtos; y encontró mezcladas ambas razas. Desde luego repararon las negro-cenicientas los daños hechos en las avenidas, excavaron galerías, y se llevaron a los subterráneos las larvas y ninfas que Huber había puesto al descubierto. Muy al contrario hicieron las rojizas, las cuales pasaron por el lado de dichas larvas con la mayor indiferencia, y ni siquiera las tocaron del sitio, ni se mezclaron para nada en los trabajos de las negro-cenicientas; divagaron un rato por la superficie del nido, y por último se recogieron la mayor parte en el fondo de su ciudadela. Habiendo examinado Huber con cuidado lo que contenía el mixto hormiguero, asegurose de que pertenecía a la familia amazona; que se componía de tres suertes de individuos de esta especie, al paso que de la especie negro-cenicienta solo contenía obreras, las que procedían tan solo de las larvas y ninfas arrebatadas por las amazonas. Dichas crías se desarrollaron en el hormiguero enemigo, y fueron los criados de los conquistadores que las arrancaron del techo paterno.

Ya tenemos pues aclarado el misterio de la unión de negro-cenicientas y rojizas. Arrebatadas aquellas en medio de una nación extranjera, no solamente viven en paz con sus raptores, sino que prestan todos sus cuidados a las larvas de estos, a sus ninfas, a sus machos, hembras, a todos en fin, al propio tiempo que a las ninfas de su misma especie que les traen al hormiguero. Sin conocer que viven entre raptores que las arrancaron de su patria, van a buscar provisiones para ellos, les alimentan, edifican su casa, construyen nuevas galerías, y hasta hacen guardia al rededor del nido cuando las amazonas están ausentes. Tranquilas estas últimas en el fondo de su mansión, aguardan la hora de su salida y reservan todas sus fuerzas, valor y táctica para ir a un hormiguero vecino en busca de millares de larvas que confían a sus criados, y que a su tiempo son también útiles a la comunidad.

Incapaces estas amazonas de entregarse a penosos trabajos, no llevan en sus excursiones más objeto que robar hormigas, por decirlo así en pañales, a un pueblo laborioso; y de convertirlas en huéspedes que trabajen por ellas, que críen a sus hijos, y provean la casa de substancias; por esta razón nunca se apoderan más que de larvas obreras; puesto que los machos y las hembras fuéranles cuando menos inútiles; y a más de esto, el rapto de estos últimos hubiera acarreado la destrucción de los hormigueros de negro-cenicientas, y por contragolpe de los hormigueros de amazonas. Por tal causa, la naturaleza no ha permitido que estas hiciesen su invasión sino desde junio a setiembre; es decir, después de las metamorfosis y emigración de las hembras; y por la misma razón las amazonas jamás tratan de matar a sus enemigas, sino solo les roban sus crías.

Habrá tal colono en las Antillas, que al oír estas particularidades de la historia de las hormigas exclamará con acento triunfante: «El 6.º versículo del capítulo V de los Proverbios no se ha comprendido. ¿Cuál fue el fondo de la idea de Salomón cuando dijo: Perezoso, ve a la hormiga, contempla sus vías y vuélvete cuerdo? Esto significa que cuando uno no puede servirse a sí mismo, es preciso que se haga servir por otros; esto significa que las hormigas negro-cenicientas son los negros de las hormigas rojizas; por último, significa que el tráfico de negros no es invención humana, sino que la Providencia nos lo aconseja por boca del más sabio de los reyes.»

Pero esta particular interpretación de los libros sagrados (la que no es una mera suposición hecha de antojo), en nada justifica la doctrina de la esclavitud. Aquí se trata de especies distintas, y los trabajos no son forzosos. Quiso el Criador que ciertas hormigas se asociasen obreras pertenecientes a una especie laboriosa, para que criasen a los hijos de aquellas y proveyesen a su subsistencia; mientras que, entregadas a belicosas empresas, y pasando desde los combates a la ociosidad, disfrutasen de la industria, del artificio y atenciones de esas hormigas extrañas. ¡Más, con qué prudencia, con que sabiduría, ha establecido entre estos insectos una institución que con tal barbarie ha imitado el hombre! ¡En las hormigas nada vemos de servidumbre, nada de opresión, nada de violencia! Las obreras hasta ignoran que viven en un nido extraño; sacadas de veinte hormigueros diferentes, viven bajo un mismo techo cual hermanas, y en su afecto no distinguen a las amazonas, como no sea para prestarles mayores cuidados y servicios. Si las amazonas hubiesen arrebatado hormigas adultas, privadas estas de una patria de la que habían ya empezado a gozar, hubieran tenido conciencia de su desgracia, y fueran en realidad esclavas; pero lejos de estar sujetas a alguna especie de tiranía, las obreras negro- cenicientas tienen en el hormiguero una especie de autoridad: ellas juzgan de la oportunidad de las emigraciones; son las que dan la señal para emprenderlas, y las que eligen el sitio que más conviene; a su instigación se efectúan las excursiones de las amazonas, de que ha de resultar un aumento de población en la ciudad; y cuando estas vuelven sin botín, lo cual sucede alguna vez, son mal recibidas de las obreras negro- cenicientas, las cuales las atacan individualmente, les dan estirones, las arrastran fuera del hormiguero, y hasta las ponen en el caso de tener que defenderse.

Cuando el nido es recién construido, las amazonas se pierden en el laberinto de sus galerías; y acaso no hallarían la salida sin los oficiosos cuidados de las operarias, las cuales las guían y acompañan a todas las piezas y sitios del hormiguero. Son también las amazonas incapaces de tomarse por sí el alimento, y sin duda murieran de hambre si las negro-cenicientas no se lo diesen con regularidad. He ahí ciertamente una extraña esclavitud; y la dependencia en que se hallan las amazonas de sus humildes compañeras, debe hacer mirar a estas como a unas siervas señoras.

Las hormigas sanguíneas son también amazonas, lo mismo que las rojizas pero así como estas son frugívoras, aquellas se alimentan de presa viva. Su industria es también más varia: buscan por sí mismas el alimento; van a caza de ciertas hormiguillas que les sirven de pasto; y nunca salen solas, sino siempre en pelotones; en cuya disposición se emboscan cerca de algún hormiguero; aguardan a que salgan algunos individuos, y se echan sobre ellos cuando asoman fuera del nido. También hacen presa en los demás insectos que hallan al paso, cuando pueden tenerlos. Sobre su táctica oigamos lo que dice Huber:

«El 15 de julio, dice, a las diez de la mañana, el hormiguero sanguíneo destacó una vanguardia compuesta de algunos guerreros, cuyo destacamento marcha deprisa hasta la entrada de un nido de negro-cenicientas; situado a unos veinte pasos del hormiguero mixto, y se dispersa al rededor del nido. Los habitantes, avisados de la presencia de las extranjeras, salen de tropel a darles un ataque, y a llevarse algunas cautivas; pero las sanguíneas cesan de avanzar, y parece que esperan socorro. Van llegando por instantes nuevas partidas de estos insectos salidos del hormiguero sanguíneo, y acuden a reforzar la primera brigada. Entonces avanzan algo más y al parecer arriesgan de mejor talante el combate pero cuanto más se acercan a las sitiadas, más correos envían a su nido. Estas hormigas correos llegan presurosas y siembran la alarma en el hormiguero mixto, de cuyas resultas sale un nuevo enjambre, y se dirige al ejército. Con todo, aún no se deciden las sanguíneas al combate enteramente; solo alarman con su simple presencia a las negro-cenicientas, las cuales ocupan delante de su hormiguero un espacio de dos pies cuadrados: la mayor parte de la nación ha salido para aguardar al enemigo.

»De repente empiezan a verse frecuentes escaramuzas al rededor del campamento; pero son siempre las sitiadas que atacan a las sitiadoras; aunque, desconfiando de sus fuerzas, procuran de antemano la salvación de sus hijos. Mucho antes que el éxito se presente dudoso, se llevan las ninfas a fuera de los subterráneos, amontonándolas al pie del nido a la parte opuesta a aquella por la que vienen los enemigos, a fin de poder más fácilmente llevárselas si la suerte de la guerra les es contraria. Hacia el mismo lado emprenden la fuga las hembras jóvenes. Si crece el peligro, si viéndose bastante fuertes las sanguíneas se echan en medio de las cenicientas, atacándolas por todos los puntos, y llegan a apoderarse de la cima de su ciudad, las cenicientas, después de una viva resistencia, renuncian la defensa, apodéranse de las ninfas que de antemano acumularon fuera del hormiguero, y se las llevan lejos de allí. Persíguenlas las sanguíneas y tratan de robarles su tesoro. Aunque las negro-cenicientas huyen, se ven con todo que, llenas de ardimiento, penetran en medio del enemigo, y se introducen en los subterráneos, logrando tal vez salvar aún algunas larvas del pillaje y llevándoselas consigo.

»Penetran las hormigas sanguíneas en lo interior del hormiguero, apodéranse de todas las avenidas y se establecen en el devastado nido. Entonces van llegando del hormiguero mixto varias partidas de sanguíneas, y empiezan a cargar con cuantas larvas y ninfas quedaron. Establécese una continua cadena entre los dos hormigueros, y así se pasa el día. Si sobreviene la noche antes de haber sacado enteramente el botín, quédanse una buena porción de hormigas en la ciudad ganada al asalto, y a la madrugada siguiente prosiguen la traslación de la presa. Sacadas ya todas las ninfas, vuélvense al hormiguero mixto hasta que solo queda muy corto número.

»Veo no obstante algunas parejas que siguen contraria dirección, y su número va aumentando; sin duda acaban de tomar otra resolución estos belicosos insectos. Es que acaba de establecerse en el hormiguero mixto un reclutamiento numeroso que se determina a ir a la pequeña ciudad saqueada, la cual queda convertida en población sanguínea. Así pues, todo se traslada a ella con prontitud, así las larvas como las ninfas, como machos y hembras, auxiliares y amazonas; en una palabra, cuento se encierra en el hormiguero mixto queda depositado en la ciudad conquistada, renunciando las sanguíneas para siempre a su antigua patria. Toman pues el lugar de las negro-cenicientas, y desde allí emprenden nuevas excursiones.»

Hemos expuesto los hábitos de las hormigas indígenas, las que solo hace unos cuarenta años que son bien conocidas, gracias a las curiosas e importantes observaciones de Huber. Queda que tratar de las hormigas exóticas, de las cuales algunas hay que son mucho más dañinas al hombre que las precedentes. En las selvas de la Guyana, encuéntranse hormigueros que forman pirámides truncadas de veinte pies de elevación, sobre cuarenta de base. Cuando los labradores encuentran en algún campo uno de estos hormigueros, se ven precisados a abandonarlo, a menos de estar dispuestos a sitiar en regla aquella fortaleza. Dice Latreille haber sucedido esto a Mr. de Prefontaine cuando acampó por primera vez en Kourou. Viose obligado a practicar una excavación circular al rededor del hormiguero, que llenó de leña seca en gran cantidad, y después de haber puesto fuego a toda la circunferencia, atacó el hormiguero a cañonazos. «Estando viajando por la Guyana, dice el capitán Sedman, nos asaltaban continuamente durante el día ejércitos enteros de pequeñas hormigas, que allí llaman hormigas de fuego, a causa del dolor que producen sus mordiscos. Dichos insectos son negros y de los más diminutos; pero se reúnen en tantísimo número, que a menudo con su espesor y hormigueros nos impedían al paso; y si desgraciadamente pasaba alguno por encima, al instante le cubrían los pies y piernas y cogían la piel con sus tenacillas tan fuertemente, que primero se les separaba del cuerpo la cabeza, que hacerles soltar la piel. El escozor que causan, soy de opinión de que no puede proceder solo de sus aceradas quijadas, sino que será efecto de algún veneno que hacen fluir en la herida. Puedo asegurar que las vi producir en una compañía de soldados un estremecimiento tal, como el que les causara un baño de agua hirviendo.»

Terminaremos la historia de las hormigas con la de la hormiga cefalotes (Formica cephalotes, LIN.). De la que la señorita de Merian cuenta hechos maravillosos en su Historia de los insectos de Suriname. Es notable esta especie por el enorme tamaño de la cabeza en las hembras; el cuerpo presenta un color pardo-castaño, pubescente; la cabeza es reluciente, escotada, y armada posteriormente de dos espinas; el coselete lleva cuatro tubérculos agudos en su parte anterior, y dos espinas en la posterior. Conócenla en la Guyana con el nombre de hormiga de visita. Apenas los colonos la ven aparecer, abren todos los muebles de su casa; las hormigas se introducen en ellos y exterminan los ratones, ratas y demás animales incómodos pero estas visitas solo tienen lugar una vez al año y aun se pasan a veces dos y tres años sin verlas comparecer. Hacen en el suelo cavidades que tienen a veces 8 pies de profundidad; las cuales abandonan anualmente para emigrar a lo lejos; y es en tal época cuando penetran en las casas. Si en su marcha hallan estos insectos algún espacio que atravesar, nacen como los monos de cola asidora; es decir, que uno de ellos se agarra a un cuerpo fijo cualquiera, como un árbol, etc., otra hormiga se coge de esta; y así sucesivamente forman una cadena que, impelida por el viento, permite al último eslabón cogerse a un cuerpo fijo en la orilla opuesta; y entonces por esta especie de puente colgante pasa toda la colana viajera al través de los bosques.

Orden de los lepidópteros El orden que hemos estudiado últimamente nos ofrece ejemplos curiosísimos de la industria de los animales; en el que vamos a dar a conocer, aunque no presenta tanta variedad de hábitos, las facultades instintivas que les concedió el Criador, bástanle para la conservación de las especies. Dichas facultades son más notables en la larva que en el insecto perfecto, otra diferencia que distingue el orden de los lepidópteros del de los himenópteros; pero la naturaleza ha compensado ampliamente esta inferioridad en que en cuanto a las facultades instintivas se hallan con respecto a las abejas; pues si no son los más industriosos, son los más bellos y elegantes entre todos los insectos.

Cuatro alas escamosas y una trompa son dos caracteres que pertenecen exclusivamente al orden que va a ocuparnos. Las alas son membranosas, lo mismo que las de los neurópteros y de los himenópteros; pero en sus dos superficies cúbrenlas unas escamitas de colores semejantes a un polvo farináceo, que se despega de ellas al tocarlas (de ahí procede el nombre lepidópteros, equivalente a alas escamosas). Estas escamitas son muy brillantes; su forma y color varían al infinito; aseméjanse a un polvo impalpable; implántanse en el ala por medio de un pedículo, y están de plano cubriéndose unas a otras. Podemos considerarlas como otras tantas plumitas adheridas a una membrana delicada y transparente; legitimando esta comparación el que todas se hallan atravesadas por tráqueas que las hacen permeables al aire, como los plumas. En el arranque de cada una de las alas superiores vese una piececita semejante a una chatarrera. La trompa, llamada también lengua, está arrollada en espiral, como un resorte de reloj, y es el órgano con el cual el insecto absorbe de las flores la miel, que es su único alimento. Este órgano, cuya posición indica ya su naturaleza, representan las dos maxilas. Reconócese por la presencia de dos pequeñísimos palpos, situados junto a su base exterior y de figura tuberculosa. Estas maxilas presentan extraordinaria longitud; a la cual parece que sirve como de tránsito la de los himenópteros, aunque en los lepidópteros es mucho más considerable. Consisten en dos filamentos huecos, presentando como una ranura a lo largo del borde interno, y que hacen el oficio de un sifón. Todavía veremos este órgano de succión modificarse en otros insectos chupones, como los hemípteros y los dípteros (Chinches y Moscas). Si los palpos maxilares, o superiores, son poco aparentes, los labiales o inferiores, al contrario, lo son en gran manera, y forman una especie de vaina en que se aloja la trompa; por lo regular son levantados, compuestos de tres artículos, e insertos en un labro fijo triangular, muy pequeño, que constituye la pared inferior de la boca. Las mandíbulas se reducen a dos piececitas casi invisibles, córneas y más o menos velludas, situadas una a cada lado, en el borde superior y anterior de la región anterior de la cabeza, inmediatas a los ojos. El labro, o labio superior, también existe, aunque en reducidísimas proporciones.

Partes de la boca de un lepidóptero.

Las antenas, cuya forma varía, compórtanse siempre de muchos artículos. Hay algunas especies que presentan dos ojos lisos, aunque ocultos entre las escamas. Los tres segmentos del coselete se reúnen en un solo cuerpo; el primero es muy corto y los dos restantes se confunden. El abdomen, compuesto de seis o siete anillos, adhiérese al tórax por una porción muy pequeña de su diámetro y no tiene aguijón, un taladro como los himenópteros. Los tarsos constan de cinco artículos enteros y ligeramente espinosos en su parte inferior; las patas unas veces son iguales y propias para caminar; otras son desiguales, y en este último caso las dos anteriores son pequeñas y ocultas, o muy velludas y arrimadas al cuello.

La hembra regularmente es de mayor tamaño que el macho, del que a más se diferencia por el menor brollo de sus matices. Estos a veces suelen ser del todo diversos, circunstancia que ha inducido en error a algunos naturalistas haciéndoles tomar por especies distintas lo que en realidad es una sola. Los huevos se hallan dentro de una cáscara muy dura; la hembra los adhiere a las plantas propias para suministrar alimento a su posteridad, y hecho esto perece muy en breve. El gusano que sale del huevo, nace precisamente en la época en que crecen las hojas que le sirven de alimento, coincidencia que es una de las pruebas más admirables de la previsión del Autor de la naturaleza, o de la Providencia que vela por la conservación de las especies. Conócense estos gusanos con el nombre de orugas; aunque principalmente para estos insectos debiera haberse conservado el nombre de larva, que significa máscara; pues nunca insecto alguno se presentó más enmascarado o encubierto bajo su forma de gusano de lo que se presenta la Mariposa bajo la de Oruga. Tienen éstas seis pies escamosos o engarabitados, y a más, de cuatro a diez pies membranosos, cuyos dos últimos están situados en el extremo posterior del cuerpo. Las que tienen diez o doce pies se han denominado geómetras o agrimensoras, pronto veremos de ello la razón. Generalmente el cuerpo de las orugas es prolongado, casi cilíndrico, blando, de varios colores, y se divide en trece segmentos. Distínguese nueve estigmas de cada lado: unas veces son lisas, otras cubiertas de pelos, de tubérculos o de espinas. Cubre su cabeza una piel más o menos córnea, y presenta aquella en cada lado seis ojuelos lisos. Distínguense también antenas muy cortas y cónicas. Por último, la conformación de la boca es a propósito para la masticación, pues está provista de fuertes mandíbulas, de dos maxilas, de un labio inferior y de cuatro palpos. La mayor parte de las orugas pasan su vida encima de los vegetales cuyas hojas devoran. Otras roen las flores, las semillas, las raíces, y hasta la sustancia leñosa de los árboles; otras hay que atacan las materias animales, como lana, pieles cuero, grasa, etc. Algunas se nutren con alimentos diversos; pero las hay que solo quieren una especie de alimento, y siempre las hallamos en una misma especie de planta. Por lo regular mudan cuatro veces de piel antes de pasar al estado de ninfa, y cuando se disponen a sufrir esta metamorfosis, la mayor parte se hilan un capullo, en el cual quedan encerradas. La materia sedosa que para este uso emplean se forma en ciertos órganos particulares, análogos a las glándulas salivales, cuyo conducto excretorio aboca en un mamelón cónico situado al extremo del labro. Otras orugas se contentan con juntar, mediante hebras de seda, las hojas u otras sustancias sólidas, y de ellas hacen un envoltorio grosero. Finalmente, hay muchísimas que permanecen sin capullo y al descubierto, adheridas por el extremo posterior en algún punto mediante de una hebra de seda que las mantiene como suspendidas, o se fijan pasando dicha hebra a modo de un ceñidor en torno del cuerpo.

Cuando la oruga ha pasado al estado de ninfa, queda fajada a la manera de una momia; es decir, que cubre todo su cuerpo una membrana bastante recia, y debajo de la misma se distinguen fácilmente las partes externas del futuro insecto: de ahí viene el nombre de pupa, que dan los autores a la ninfa de los lepidópteros. Desígnasela más generalmente con la denominación de crisálida, por la razón de que en ciertas especies presenta manchas doradas y plateadas (chrysos, voz griega, significa oro). Por esto mismo llamáronla los latinos aurelia. Cuando la crisálida, envuelta en seda, se acerca a su postrera metamorfosis, excreta cierto líquido particular propio a reblandecer uno de los extremos del capullo y facilitar su salida. A menudo una de dichas extremidades es más endeble, o por la disposición de las hebras presenta una salida favorable, como veremos en breve.

El orden de los lepidópteros ha sufrido y sufrirá aún muchas clasificaciones; pero ni una tenemos que fácilmente conduzca a determinar las especies establecidas; por lo que nos contentaremos con indicar los caracteres de los grupos más marcados, y en seguida daremos a conocer las especies más interesantes y curiosas.

Latreille dividió los lepidópteros en tres familias, que corresponden precisamente a los tres grandes géneros de que se compone este orden en Linneo; a saber: Los diurnos, cuyas alas quedan levantadas perpendicularmente en estado de reposo; los crepusculares, que durante el reposo tienen las alas tendidas horizontalmente, y las antenas en forma de clava oblonga y prismática; y las nocturnas, cuyas alas son también horizontales y hasta forman un plano inclinado; y cuyas antenas disminuyen en grosor desde la base a la punta.

Familia de los diurnos Los lepidópteros diurnos, se llaman así, porque vuelan solamente durante el día; y son los más vistosos por la viveza de sus colores. Generalmente tienen las antenas terminadas en un botón oval o esférico, o tienen igual grosor en toda la extensión de su longitud; en algunos son estos órganos delgados hacia la punta, la cual termina en garfio. Sus orugas tienen diez y seis patas, y sus crisálidas presentan una forma angulosa. Esta familia comprende el género Papilio de Linneo. En unos la crisálida está pegada por la cola, y por un lazo transversal dispuesto a modo de cinturón; en otros solo está suspendida por la cola; en otros finalmente se halla metida en un capullo; lo cual ha motivado la formación de tres secciones entre las diurnas, tales son: suspensas, succintas y arrolladas. Pondremos de acuerdo con esta moderna clasificación de los diurnos, las categorías establecidas por Linneo en la brillante familia de las mariposas. El célebre naturalista derramó en su nomenclatura los tesoros de la mitología, combinando por un agradable artificio las bellezas naturales de la creación con las bellezas poéticas que creó la imaginación de los hombres, haciendo que las unas recordasen las otras.

Las especies del género Papilio se dividen en cinco falanges, o tribus, que son: los Caballeros, los Plebeyos, los Heliconios, los Danaides y los Ninfales. Los Caballeros tienen sus primeras alas más largas, en el borde posterior que en el interno: comprenden los Troyanos y los Griegos; los primeros llevan colores oscuros, y una mancha de sangre en el pecho, lo que atestigua el valor con que combatieron por su desdichada patria (Lamentabile regnum!). Entre estas mariposas figuran Héctor, la luz de la Dardania; Príamo, semejante a los Dioses; Hécuba, su esposa, completo modelo de la desgracia; Polidoro, su postrer hijo, desgraciado huésped del traidor Polimnestor; Astyanax, tierno y desdichado hijo de Héctor, resto de tantos reyes sepultados bajo las ruinas de Troya; Niso y Euríalo, amigos que tuvieron la dicha de morir juntos; el venerable Anquises; el piadoso Eneas y su hijo Ascanio; el cobarde Paris, y la infiel Helena. Los Griegos no tienen el pecho ensangrentado; antes adórnanles los brillantes colores de la victoria, y en el ángulo interno de sus alas inferiores brillan dos manchas al modo de dos ojos centellantes. Al frente de ellos marcha Agamenón, el rey de los reyes, que sacrificó a su hija y fue asesinado por su esposa. Siguen luego Menelao, reclamando de Paris su culpable esposa, de quien está sumamente prendado; Protesilao, de nombre fatal, el primero que desembarcó en las playas troyanas y también la primera víctima de la guerra; Idomeneo, que por cumplir un voto temerario inmoló su hijo; Aquiles, que con tal crueldad vengó la muerte de su amigo Patroclo, y respetó a Príamo suplicante; Pirro, hijo degenerado de Aquiles, homicida de Pólito y de Príamo; que degolló al hijo a la vista del padre, y al padre sobre el cadáver del hijo; el impaciente Ayax; Diomedes, que hirió con su esposa a Venus; Filótetes, posesor de las flechas de Hércules; el prudente Néstor, y el elocuente Ulises; Palamedes, inventor del juego de ajedrez; el cobarde Tersites, y el astuto Sinon; con los dos hermanos Podalirio y Macaón, médicos del ejército griego, los cuales van en torno del hinojo y otras plantas aromáticas, cuyo zumo cura las heridas.

Así es como, uniendo Linneo a los insectos más brillantes los nombres más sonoros y armoniosos de la fábula, nos traslada a los tiempos heroicos, cuya historia fue el encanto de nuestra mocedad, y da cierto realce literario a las nociones científicas.

Los plebeyos son más pequeños y de colores menos ricos que las mariposas de la precedente tribu; así es que forman el vulgo; del modo que los Caballeros constituyen la nobleza en la nación de los Diurnos. Hay plebeyos campesinos (Plebeii rurales) y plebeyos ciudadanos (Plebeii urbicola). Los campesinos presentan manchas de color más oscuro que el del fondo de las alas: entre ellos citaremos a Vulcano, Cupido, Himeneo, Marte, Ganimedes, el escanciador de los Dioses; el bello Narciso; Marsias, el presumido tocador de flauta, desollado vivo por Apolo; Argos, el de los cien ojos; Endimión, pastor querido de Diana; el cazador Acteón, que tuvo la desgracia de ver a esta diosa en el baño, y convertido en ciervo fue despedazado por sus propios perros; Jacinto, muerto por Apolo, y convertido en flor; Adonis, que perdió la vida entre los dientes de un jabalí, y fue transformado en anémona por la desconsolada Venus; Lino, maestro de Orfeo en el arte de tocar la lira; Midas el famoso rey de usuales orejas; Pélope, de quien comió un hombro Ceres, y que fue padre de Atreo y de Triestes; Píramo y Tisbe, tiernos y desgraciados amantes; y los pastores de Virgilio Aminlas y Coridon. -Los plebeyos ciudadanos presentan a menudo manchas transparentes en las alas. En esta sección hallamos al tétrico Saturno, y al alegre Momo; a Júpiter, Mercurio, y al buen Filemón, que le dio hospitalidad sin conocerle, al bebedor Sileno; a Proteo, el pastor de los rebaños de Neptuno; a los pastores Alexis y Menalco; al rey Augías, el de los inmundos establos, que limpió Hércules desviando el curso del río Alfeo, y haciendo pasar sus aguas por ellos.

Los Heliconios tienen las alas muy enteras, redondeadas, y a menudo desnudas y sin escamas: son los habitantes del Helicón y del Parnaso. Entre ellos vemos a Vesta, Mnemosine, Apolo y las nueve Musas. Las Danaides tienen las alas enteras, blancas, o abigarradas; son mariposas que frecuentan las flores de las crucíferas. En esta falange hallamos el dios Morfeo; Pomona, diosa de los vergeles; la Aurora, de rosados dedos; Calipso, inconsolable por la partida de Ulises, y su graciosa ninfa Eucaris preferida de Telémaco; el indiscreto Faetonte, que tan caro pagó la presunción de regir el carro del sol; Dánae, que recibió la lluvia de oro, y su hijo Perseo, libertador de Andrómeda; Dédalo, desventurado inventor del laberinto de Creta; Galantis, la artista sirviente que fue metamorfoseada en comadreja por Juno; Piritoo, que queriendo arrebatar a Proserpina fue devorado por el Cancerbero; la obediente víctima Ifigenia; y Electra su hermana, que ayuda a su hermano Orestes a dar muerte a su madre; Polixenes, inocente causa de la muerte de Aquiles, y degollado bajo su sepulcro por Pirro. Tras estos nombres sacados de la fábula, siguen otros de ciertas celebridades históricas, como: Creso, rey de Lidia, que solo en la cruz se acordó de los sabios consejos de Colón; Zoilo, quemado vivo en Esmirna por haber criticado con malignidad la obra de Homero; y finalmente, las harto célebres Erinea, Ródope, Mesalina, Cleopatra, y en medio de estos nombres, por cierto nada edificantes, encontramos el de la verdadera heroína Judit.

Las Ninfales tienen las alas dentadas; unas traen en ellas rasgos en figura de ojos, y otras no; y a estas últimas llaman ciegas. Entre las primeras hallamos a Minerva, y a la desdichada Aragne, convertida por aquella en araña, por celos de su habilidad; a Medusa, otra víctima de Minerva quien cambió en serpientes sus cabellos; la blanca Europa, arrebatada por Júpiter, y cuyo nombre lleva el continente que habitamos; Aretusa, amiga de Diana convertida en fuente al huir de la persecución de Alfeo; la ninfa Egeria, consejera de Numa; Briseida, la bella esclava, cuyo rapto encendió en el pecho de Aquiles una cólera tan fatal a los griegos. Siguen a estas la multitud de amantes desgraciadas, como son: Galatea, que dio la preferencia al pastor Acis, sobre el cíclope Polifemo, y presenció como este aplastó a su rival bajo una peña; Semele, que deseando ver a Júpiter su amante con todo el esplendor de su gloria, fue consumida por el rayo; Circe, que con todo el poderío de la magia, fue desechada de cuantos amó; Calisto, ninfa de Diana, a quien esta deidad convirtió en osa para castigarla de ser amada de Júpiter; Io, transformada en vaca por Juno y vigilada por Argos por orden de esta misma diosa; Fedra, hija de Minos y de Pasifae; Ilia, vestal, madre de Rómulo y de Remo, que fue enterrada en vida; Hermíone, la novia de Pirro y de Orestes; y Deyanira, que creyó ganar de nuevo el amor de Hércules regalándole la emponzoñada túnica del centauro Nelson. -Entre las Ninfales sin ojos, vemos diosas tales como Juno, Cibeles, Latona, Ceres, Diana, Belona, Tetis, la intrépida Pentasilea, reina de la Amazonas, que fue al socorro de Príamo, y pereció a los golpes de Aquiles Antíope, otra amazona, esposa de Teseo y madre de Hipólito; Atalanta, princesa de ligeros pies, que hacía dar muerte a los amantes que vencía en la carrera, pero a quien llegó el turno de ser vencida, por haberse detenido a recoger las tres manzanas de oro que su contendiente, le arrojó al paso; la Amazona Camila, todavía más ágil que Atalanta; puesto que corría por encima de las espumantes olas sin mojarse los pies; Eufrosina, una de las tres Gracias; la celosa Clitia, primero amada y luego aborrecida de Apolo, metamorfoseada por este dios en heliotropo; Antígona, hija virtuosa de Edipo, con Progne, desventurada hermana de Filomela.

Para señalar las especies de género Sphinx, que por sí solo constituye la familia de los Crepusculares, continuó Linneo sacando del inagotable repertorio de la fábula, nombres melodiosos o expresivos. Como prefieren estos insectos la oscuridad a la luz del sol, han recibido nombres que solo recuerdan ideas sombrías o terribles; de modo que para hallar el origen de su mayor parte nos es preciso bajar a los infiernos. Desde luego darnos con el adusto Plutón; el río, o laguna Estigia, por la cual juraban los dioses del Olimpo; Eridna, diosa de la discordia; las implacables furias Meguera, Alecto y Tisífone; la parca Cloto que hila la trama de nuestros días, y su hermana Átropos, que la corta con su inexorable tijera, y que lleva en el pecho la efigie de una calavera. También hallamos aquí a la envenenadora Medea; al terrible Tántalo, que sirvió el cuerpo de su hijo Pélope a la mesa de los dioses para asegurarse de su divinidad; el temerario; Ixión, que se atrevió a amar a la esposa de Júpiter; el ladrón Caco, que robó los ganados de Hércules; y el centauro Nesión, que quiso robar a este su esposa Deyanira; siguen las tres ilustres troyanas Andrómaca, viuda de Héctor, fiel a su dolor; Casandra, hija de Príamo, la doncella de suelta cabellera, que predijo todas las calamidades de su patria, y que fue mirada como insensata por los Troyanos; y finalmente Creusa, esposa de Eneas, a la que dejó este detrás de sí al huir, y que acabó sus días en las llamas.

Ahora que podemos apreciar fácilmente los fecundos recursos que encontró Linneo en el personal de la fábula y de la antigüedad; ¿qué diremos de nuestros modernos nomencladores, que no satisfechos con dividir y subdividir al infinito los géneros establecidos por Linneo, se han tomado la libertad de imponer sus propios nombres a las especies nuevamente descubiertas? ¿Sabéis lo que contestarán a los que se admiren de esta orgullosa debilidad? Contestarán con cándida sencillez que dando su nombre al insecto, dan un cimiento a su inmortalidad, cuyo cimiento, aunque parece frágil, pues cada año se destruye, pero renace cada año, siendo en realidad más sólido que cuantos monumentos ha inventado el hombre: «las lápidas, el mármol, el bronce, pasarán, dicen; pero nuestro nombre nunca perecerá mientras exista la especie que lo lleva en la superficie del globo. - Ciertamente, esta es una gloria adquirida con poco dispendio; la que se compra por medio de una estatua, de un hermoso cuadro, de una epopeya, tragedia, y hasta de una simple fábula, es mucho más dispendiosa, al paso que mucho menos duradera: economía en los medios; lujo en los resultados, he ahí la marcha del genio. En fin, si tales nombres fuesen sonoros y melodiosos, el placer del oído nos compensaría la insignificancia de los mismos. Veamos; ¿sabéis cuáles son los nombres que estos caballeros recomiendan a la posteridad? Ahí van algunos: Bryophila Dardouini, Heliothis Frivaldsehkyi, Cleophana Dejeanii, Hadena Teitschkii, Leucana Andorregyii, Luperina Desyllesi, Erebia Lefebvrei, Chencerina Ramburaria, Euapythecia Guinardiaria, etc., etc.

Si se halla irritante la alianza monstruosa de dos nombres, el uno sonoro y significativo, y el otro que desgarra el tímpano sin expresar ninguna idea; si se piden nombres de especies más expresivos o menos bárbaros, os darán por respuesta los que los impusieron que son sus propios nombres, y que no pueden dar otros mejores; que aunque no pertenecen a los tiempos heroicos los han latinizado y hechos clásicos mediante la terminación i, que indica un genitivo.

Pero en lugar de esto, ¿no fuera mejor que tapar con grosero barro los agujeros del magnífico edificio que levantó Linneo con mármol de Paros, emplear los mismos materiales que usó este celebérrimo arquitecto? La cantera aún no está agotada, aún quedan nombres a millares más melodiosos que los vuestros (sin que añadan o quiten cosa alguna a vuestro mérito, que somos los primeros en reconocer). Acudid a Homero y a Virgilio, a esos amigos de nuestra juventud, y en ellos hallaréis no solo nombres sonoros y epítetos pintorescos; sino que os comunicarán el sentimiento de la belleza, que tanto se aviene a la seria majestad de la ciencia, y a la que debió Linneo la mitad de su ingenio.

Quédanos que exponer la historia de las especies más interesantes del orden de los lepidópteros. Concebimos muy bien cuanto hay de pesado en la minuciosa enumeración de líneas, manchas, ángulos, senos, etc., que forman sus caracteres distintivos; no obstante, no es imposible pasar por alto estos indispensables pormenores. Para evitar la sequedad y aridez de las descripciones específicas nesitaríase la elegante sencillez y sutil observación del Doctor Neófobo, único capaz de describir con la gracia digna del asunto los exquisitos contornos, los armoniosos matices, los variados movimientos siempre atractivos de estos tan delicados como brillantes insectos. El que haya leído las obras de este autor, acaso no haya visto en él más que un poeta, un novelista, un crítico, un filólogo y un anticuario; pero es más aún que todo esto, pues es un naturalista. A la vista tengo la prueba de que fue de naturalista su verdadera vocación, al leer su correspondencia de quince años con otro aficionado a la historia natural, que llegó a ser jefe de ingenieros de puentes y calzadas. En estas cartas he visto una alma abrasada de un santo fervor por la entomología. Siendo discípulo querido del célebre Girod de Chantrans, vivía en los ricos montes de Jura, donde de continuo estaba recogiendo, observando y describiendo.

El descubrimiento de una nueva especie lo sumergía en un éxtasis, de que solo a los escogidos es dado formarse idea. En cierta obra suya confiesa que el recuerdo más intenso de su juventud es (sin ninguna excepción) el del carabo auropunctatus, que vio brillar al pie de una encina después de un chubasco.

Observación de hábitos, colección, descripción, clasificación de especies, todo quería abarcarlo; y había formado el plan de una grande obra, que hubiera comprendido la historia de todos los órdenes de insectos; en ella hubiéramos hallado el cadencioso y abundante estilo de Buffon, junto a la fórmula exacta de Linneo; y estos dos nombres tan incompatibles hubiéranse confundido en el de Carlos Nodier. Los verdaderos amantes de la historia natural nunca deplorarán bastante los acontecimientos que, contrariando el destino de este autor, lo hicieron caer en el trono académico.

Algunos días antes de su elección, ignorante de su candidatura, le hice una larga visita: acababa de leer con sabroso placer su correspondencia inédita, y pasamos dos horas en compañía de Fabricio y de Linneo. Le hablé del Melolontha fullo, del cual había él descubierto nuevamente cierta variedad; y también del primer esfinge átropos que cogió entre las hojas de una patata; del bombix medio-pavón, hallado por él mismo en los contornos de Lyon, y que había nacido a su vista; del Lamia circulionoides, del cual en un día recogió ciento cincuenta muestras; le recordó sus ansias por efecto del retardo de una caja de capricornios que le remitía un amigo; así como la alegría con que recibió esos preciosos coleópteros. En una palabra, acumulando citas y recuerdos halagüeños, lo conduje a sus montañas, haciéndole olvidar la Academia, la lingüística y hasta el alfabeto. Por espacio de dos horas se mostró radiante de satisfacción; pero al despedirme vi como que una nube oscureciese su frente; púsose cogitabundo y silencioso, de suerte que creí ver en aquella súbita tristeza un triste presentimiento. Dos días después vi anunciado en los periódicos que se lo había elegido miembro de la Academia francesa; entonces entendí lo que su anterior melancolía significaba: era el último suspiro del naturalista, y nuestra larga conversación fue un eterno adiós a la entomología.

Posteriormente a la clasificación de Linneo, se han descubierto muchísimas especies exóticas, y hasta algunas indígenas, que no pueden entrar en ella; por lo que han debido establecerse nuevas secciones secundarias en su gran género Papilio, y comprenden, como ya hemos dicho, toda la familia de las diurnas. Las diurnas de Europa son en número de 310 especies, distribuidas por Mr. Boisduval, cuyo catálogo hace ciertamente autoridad, en 31 géneros. Sin embargo, pueden reducirse a 15; y conocidos sus caracteres distintivos tendréis una noción completa de la familia.

Las diurnas, conforme hemos dicho, se han dividido, por la disposición de sus crisálidas en succintas, suspensas y enroscadas. Entre las succintas definiremos los géneros Mariposa, Thais, Dorotis Parnasio, Piéride y Poliomato. De las suspensas escogeremos los géneros Danaide, Limenita, Ninfal, Arginea, Melitea, Vanesa, Apatura y Sátiro. Por último los enroscados pueden ir comprendidos en el género Hesperia.

Las Mariposas propiamente tales, tienen las alas inferiores escotadas en su borde interno; la clava de las antenas casi arqueada; los palpos muy cortos con un tercer artículo no visible: representan los Caballeros de Linneo. Las Thais tienen escotado el borde interno de las alas inferiores; la clava de las antenas casi arqueada; los palpos más largos que la cabeza, erizados de pelos, y formados de tres artículos bien distintos; las alas son dentadas, de color amarillo de hierro, y con manchas negras y rojas. Las Dorotis tienen las alas inferiores escotadas en el borde interno; las antenas cortas y con clava casi corva; los palpos muy velludos, y apenas más largos que la cabeza, compuestos de tres artículos bien distintos; las alas son enteras, y casi desprovistas de escamas como membranosas, y algo arrugadas. Las Parnasias, tienen las alas inferiores escotadas en su borde interno, las antenas cortas, con clava recta y casi ovoidea; los palpos más largos que la cabeza, elevados hasta más allá de la frente y compuestos de tres artículos bien distintos, llenos de largos pelos; las alas muy enteras, redondeadas, desnudas en su cara inferior lo mismo que en sus bordes; la hembra lleva en el extremo del abdomen una bolsa córnea en forma de barquichuelo: pertenecen a los Heliconios de Linneo. Las Piérides tienen las alas inferiores sin escotadura en el borde interno, y que se adelantan hacia el abdomen para formarle un canal: en su mayor parte representan las Danaides de Linneo. Las Poliomatas tienen los palpos compuestos de tres artículos distintos; las alas inferiores canaliculadas, con celdilla central abierta hacia atrás (esta celdilla en los géneros que preceden está cerrada); son de corta talla, de cuerpo delgado, y representan los Plebeyos de Linneo.

Las Danaides tienen los palpos cortos, compuestos de tres artículos distintos; las alas inferiores tienen cerrada su celdilla central; los cuatro pies traseros son los únicos que sirven para caminar, y los dos delanteros se hallan replegados debajo del coselete. Las Danaides en parte representan la falange del mismo nombre, de que trata Linneo. -Las Limenitas tienen cuatro pies andadores; las antenas de la misma longitud del cuerpo, con clava delgada y poco marcada; los palpos velludos y apenas tan largos como la cabeza; las alas dentadas; la celdilla central de las inferiores abierta; pertenecen a las de Linneo. -Las Ninfales tienen cuatro pies andadores; las antenas como las Limenitas; los palpos con pelos cortos, y con el último artículo muy diminuto y oculto bajo de los pelos; y las alas dentadas; la celdilla central de las alas inferiores abierta: forman parte de la falange del mismo nombre en Linneo. Las Argineas tienen cuatro pies andadores, las antenas de extremidad corta, oval, comprimida y hueca en figura de cuchara; los palpos más largos que la cabeza, erizados de escamas, distantes en sus extremos; el artículo del medio es grande, y el último delgado; las alas son casi dentadas, en su cara superior leonados con manchas y estrías negras. Las Meliteas casi no difieren de las Argineas, manchadas a modo de un tablero de jugar a las damas; pero el color anacarado se ve reemplazado por el amarillo: las Meliteas pertenecen a las Ninfales de Linneo. Las Vanesas tienen cuatro pies, andadores; las antenas recias y súbitamente terminadas en un botón oval y blanquecino en la punta; los palpos son la mitad más largos que la cabeza, erizados de pelos y de escamas, terminan gradual e insensiblemente en punta y están contiguos; el artículo del medio tiene una longitud doble de la del último, el cual es de figura cónica; los ojos son velludos, y más aún los pies delanteros; las alas son angulosas, especialmente las superiores, las inferiores tienen abierta la celdilla central: las Vanesas forman parte de las Ninfales de Linneo. Las Apaturas solo se diferencian de las Ninfales por sus orugas, que no tienen el dorso espinoso; sus palpos más largos que la cabeza, y su vuelo es alto: pertenecen también a las Ninfales de Linneo. Los Sátiros tienen cuatro pies andadores; los palpos bastante largos y velludos; las alas adornadas con ojos; la celdilla central de las inferiores está cerrada; tienen el vuelo bajo y como a saltos; pertenecen igualmente a las Ninfales. Las Hesperias tienen seis pies andadores; la celdilla central de las alas traseras abierta; la cabeza gruesa y a veces más ancha, junto con los ojos, que el tórax: representan los plebeyos ciudadanos de Linneo.

Vamos a describir sucintamente las especies más hermosas pertenecientes a las varias secciones que acabamos de establecer; y fácilmente hallaremos comprobados en las mismas los caracteres de los géneros que ya conocemos; este estudio nos ofrece el mayor interés.

MARIPOSA PODALIRIO (Papilio Podalirius, LIN.). Tiene las alas amarillas; las superiores cruzadas por líneas negras en forma de llamas; las inferiores tienen también líneas semejantes; entre estas hay dos muy aproximadas y en medio de ellas otra leonada; en su borde posterior tienen algunas semilunas azules, y detrás de la última, el ala se prolonga en una especie de cola negra, con sus bordes y extremo amarillos; hacia el extremo del borde interno, se ve una mancha rojiza que rodea una semiluna azul. Encuéntrase en los cardos y espinos en flor a la orilla de los bosques, por los meses de abril, mayo, julio y agosto. Su oruga es lisa, abultada en su parte anterior, verde con tres líneas blancas longitudinales y rasgos oblicuos con puntitos rojos: vive en los endrinos, albérchigos y otros arbustos de la familia de las rosáceas. La crisálida es encarnada con pintas negruzcas y verrugas de color de hierro en la espalda.

MARIPOSA MACAÓN (Papilio Machaon, LIN.). Tiene las alas amarillas, con nervosidades negras; en su borde posterior se ve una serie de manchas amarillas, de las cuales las superiores tienen la forma de medio disco, y las inferiores de semiluna. Las alas superiores presentan en su corte, arista, o borde anterior cuatro manchas negras; las inferiores terminan en una especie de cola angosta, y tienen en la parte interna de sus bordes algunas manchas amarillas, una línea de manchas azules, de las cuales la más interna tiene un ojo colorado. Frecuenta los bosques y los prados, en mayo, junio, julio y agosto. Su oruga es de color rosáceo y verde con anillos negros, anchos y señalados alternativamente con una serie de puntos anaranjados. Vive en el hinojo y otras umbelíferas. La crisálida es escamosa, verdusca oscura, con verrugas amarillentas en el dorso.

La mariposa Macaón (larva, crisálida e insecto).

MARIPOSA ALEXANOR. (Papilio Alexanor, Esp.). Tiene las alas amarillas, con el limbo termina, cuatro fajas en las superiores y dos en las inferiores, negro, y en estas vese un ojo colorado hacia sil ángulo interno. Habita al sud de Europa.

MARIPOSA PROTESILAO (Papilio Protesilaus, LIN.). Lleva una especie de cola, lo mismo que las precedentes; sus cuatro alas son casi semejantes en cuanto al color, blancas, con listas pardas; en su parte inferior se ve una lista colorada, y el ángulo interno de las alas inferiores es leonado. Vive en la América meridional.

MARIPOSA ASCANIO (Papilio Ascanius, LIN.) También lleva cola: tiene las cuatro alas negras, con una faja blanca; la lista de las alas inferiores no llega al borde de estas, y posteriormente la rodea una auréola colorada; de este mismo color se ven manchas semilunares hacia el borde posterior; el cuerpo es negro, con manchitas coloradas. Vive en el Brasil.

MARIPOSA IDOMENEO (Papilio Idomeneus, LIN.). Fabricio colocó esta especie en su género Morfo; pertenece a la América meridional; tiene las alas algo festoneadas, pardas, azuladas en su raíz y nebulosas en su cara inferior; en las inferiores se ve un ojo grande y amarillento.

MARIPOSA TAIS HIPSIPILA (Thais Hypsipila, FABR.). Tiene las alas amarillas con manchas negras, y el limbo terminal de las cuatro negro, con una lista amarilla que lo recorre a modo de un festón: en la cara inferior de las alas se ven ramificaciones de color rojo-leonado. Encuéntrase esta bella especie en los Alpes, su oruga es de color amarillo de limón, con una serie de espinas negras y velludas en el dorso, y una línea lateral leonada, interrumpida por unos puntos negros. Reside en las aristoloquias.

MARIPOSA TAIS PROSERPINA (Papilio Rumina, LIN.). Sus alas son amarillas, con manchas negras y puntos de escarlata; las inferiores tienen el limbo terminal negro, con una línea amarilla undulada. Aparece en el mes de mayo en el mediodía de Francia. -El Thais medesicaste de Huber, es una simple variedad, cuyas alas inferiores presentan el limbo terminal amarillo, con dos líneas negras y unduladas.

TAIS DE CERISY (Thais Cerisyi, GOD.). Tiene la cara superior de las alas de un amarillo claro de ocre, con la raíz negra; las alas superiores ostentan siete fajas negras transversales, y las inferiores son muy dentadas; la cara superior de las primeras alas es de matiz más claro, y en la cara inferior de las segundas se ve como un baño blanco- anacarado, o plateado, con tres manchas blancas, amarillas y llenas de un polvillo negruzco. Esta mariposa, dedicada a Mr. Lefebure de Cerisy, habita en los cementerios de los turcos en las cercanías de Esmirna. Vuela en enero y febrero.

DORITIS APOLINEA (Doritis Apollinea, OCHSENSHEIM.). Sus alas superiores son casi transparentes, polvoreadas de blanco y de negro; las inferiores son de un amarillo claro con ligeros rasgos negruzcos en toda su superficie; las caras inferiores de las cuatro alas están casi del todo desprovistas de escamas, y son lustrosas; las inferiores tienen el borde posterior casi transparente, y separado de la paste amarilla por una hilera de ojos azules, rodeados de negro y superados por una semiluna colorada. Vuela a principios de la primavera por los alrededores de Esmirna y de Constantinopla.

MARIPOSA APOLO (Papilio Apollo, LIN.). Tiene las alas blanquecinas, con cinco manchas en las superiores; y en las inferiores dos ojos con iris de escarlata, la pupila blanca, y un cerco negro en su contorno: debajo de la raíz están adornadas con cuatro manchas coloradas rodeadas de negro. Esta linda mariposa habita en los Alpes; vuela en junio y julio. Su oruga es de un negro aterciopelado, con dos series longitudinales de manchas anaranjadas a cada lado del cuerpo. Vive en las saxífragas. La crisálida es ovoidea, lisa, negra y polvoreada de azulado.

MARIPOSA FEBO (Parnassius Phoebus, GOD.) Es más pequeña que el Apolo, al cual, no obstante, se asemeja mucho. La más externa de las manchas negras del ala superior está polvoreada de encarnado; debajo de la raíz de las superiores se ven cuatro manchas coloradas. Esta mariposa vive en los prados pantanosos de los altos Alpes, la loma del Montblanc, etc., y vuela en junio y julio.

MNEMOSINA (Parnassius Mnemosine, LIN.). Tiene las alas blanquizcas; con dos manchas negras junto a la arista de las alas superiores, y el borde interno de las inferiores negruzco. Vive en los montes del Delfinado, y vuela en junio.

HELICONIA EUCRATES (Heliconius eucrate). Tiene las alas oblongas; las superiores muy enteras, negras, y con la base y el borde interno leonados; una lista amarilla en el medio, con una mancha blanca y redondeada en la parte superior; las alas inferiores son algo dentadas, y debajo de las mismas junto a su margen hay una hilera de rasgos blancos.

PIÉRIDA DE LA COL (Papilio brassicae, LIN.).Tiene las alas blancas; dos gruesas manchas negras y visibles por ambas caras en las alas superiores, que tienen un rasgo negro en su ángulo externo, pero tan solo con respecto a la cara inferior. Las superficies inferiores de las alas, también inferiores, son de un amarillo sucio de ocre. El macho tiene las alas superiores con pintas negras, pero únicamente en sus caras inferiores, las cuales en lo que corresponde a los ángulos externos son negras superiormente y amarillentas inferiormente. Esta mariposa se encuentra en todas partes desde abril hasta octubre; su oruga es ceniciento-azulada, con tres líneas amarillas, longitudinales, separadas, por puntos negros tuberculosos, de cada uno de los cuales sale un pelo; causa grandes estragos en las huertas, royendo las hojas de las plantas crucíferas y hortalizas. Su crisálida es verdusca, cubierta de pintas negras, con los costados y la cresta o arista dorsal de color amarillo.

PIÉRIDA DEL NABO (Papilio napi, LIN.). Es superiormente blanca, con un punto negro hacia el extremo del borde anterior de las segundas alas, y otro igual entre la parte media y el borde terminal de las primeras; a más, tienen estas últimas la terminación negra; la cara inferior de las alas superiores es blanca, con nervosidades negruzcas, y la cúspide de un amarillo claro con dos puntos negros; la superficie inferior de las alas inferiores es de un amarillo claro, con ramificaciones negro-verduscas bastante anchas. Durante la primavera y el otoño, se encuentra en todas las praderas. Su oruga es de un verde-oscuro, más claro en los costados, con los estigmas de color leonado, verruguitas blanquizcas, puntos negros y un ligero vello. Vive en los nabos, y en el Arabis perfoliata. La crisálida es más gruesa que la de la Piérida de las coles, y su color verde-amarillento.

PIÉRIDA DEL BERRO (Pieris cardaminea, LIN.).Vulgarmente denominada Aurora: tiene las alas blancas; una semiluna negra hacia el centro de las superiores; y las inferiores con jaspes verde-amarillos. El macho tiene la mitad del ala superior correspondiente a la cúspide, de un bello color amarillo azafranado, con el exterior ribeteado de verde-oscuro superiormente, y más claro hacia la cara inferior. Vive esta linda mariposa en las florestas y jardines, y vuela en mayo. Su oruga es verde, con tres líneas blancas longitudinales, y se nutre con las hojas de los berros, y otras crucíferas. La crisálida es verdusca-amarillenta, con una línea blanca lateral.

PIÉRIDA EUFEMIA (Zegris eupheme, D'ESPER.). Tiene las alas blancas superiormente, con una mancha rosada muy estrecha en su cúspide, y una semiluna negra en el centro. La superficie superior de las primeras alas tiene como un baño de amarillo; y la cara inferior de las segundas es de un amarillo claro polvoreado de negruzco. Esta rara y brillante especie se encuentra en mayo en los montes Tchapschalsh en la Rusia meridional; y en el mes de abril en España en los alrededores de Granada y de Málaga.

PIÉRIDA LIMÓN (Papilio ramni, LIN.). Es una hermosa especie que aparece casi sin interrupción en nuestras campiñas desde los primeros asomos de la primavera hasta los últimos días de otoño. El macho tiene las alas de un amarillo de limón; y la hembra verduscas; en la parte céntrica de la cara superior preséntase un punto anaranjado, el cual en la inferior es de color de herrumbre. La oruga es deprimida hacia la parte trasera del cuerpo, de color verde, con una línea de matiz más claro a lo largo de cada lado, y ligeros puntos negros en el dorso. Vive en los espinos cervales y otros arbustos. La crisálida es verdusca, con una mancha rojiza y una línea más clara en cada lado.

La PIÉRIDA CLEOPATRA (Papilio cleopatra, LIN.). Es considerada como una variedad de la precedente. Tiene las alas de un amarillo de limón, con un disco anaranjado en la cara superior en el macho; y en la hembra blanquizco, con la base algo más amarilla; en el centro inferior de las cuatro alas se ve un punto de color de herrumbre. Vive esta especie al mediodía de Europa en la primavera y otoño. En Córcega presenta unos colores más vivos que en Provenza

La PIÉRIDA ELATEA (Pieris elathea, LIN.). (Therias elathea de los modernos.) Tiene las alas redondeadas y muy enteras, con el borde negro superiormente; las alas superiores amarillas; las inferiores blancas, y debajo de estas últimas hacia el centro dos puntos negros; la cara superior de las primeras presenta el borde interno anaranjado. Esta especie es particular de América.

El POLIOMATO ESTRIADO (Papilio baeticus, LIN.). Tiene las alas enteras; las inferiores presentan en su ángulo interno un hilillo en forma de cola; la superficie superior de las alas es de un color violáceo azulado, con el limbo de color pardo-negruzco; la cara inferior es cenicienta, con estrías blanquizcas unduladas; las alas inferiores presentan una lista blanca continua, y dos ojos con iris dorado junto al ángulo interno.

El POLIOMATO ALEXIS (Polyommatus alexis, HUBNER.). Llámanle vulgarmente, Argos azul: es una especie tan común como numerosa, cuya oruga vive en la mielga, la zulla, la retama y otras leguminosas. El macho tiene las alas superiormente de color azul celeste, con cambiantes violáceos, y una rayita negra que va siguiendo el borde, con una franja muy blanca. Las alas de la hembra son pardas superiormente, con una serie de manchas leonadas junto al borde posterior, y un rasgo negro en el centro de las superiores. Inferiormente todas cuatro alas son casi de los misinos matices; es decir, grises, con una serie de manchas leonadas contenidas o encerradas entre dos líneas de puntos y le rasgos negros, cuyos puntos, lo mismo que los que guarnecen lo restante de la cara inferior, están rodeados de blanco.

El POLIOMATO HIPPOTHOE (Papilio hippothoe, LIN.). Tiene las alas enteras, con los bordes de color blanco, inferiormente son cenicientas, con numerosos ojuelos. Vive en los prados húmedos de Francia, y vuela en el mes de junio. En Inglaterra existe una variedad de este mismo (Polymmaturs dispar) que tiene las caras inferiores de las cuatro alas de un color leonado dorado muy vivo, con un pequeño ribete negro en los bordes en el macho, y con un baño de un matiz negro pardo en la hembra. La cara inferior de las primeras alas es de un leonado claro, con bordes ceniciento-azulados; la cara inferior de las segundas alas es de un azulado bajo, con una faja terminal de un leonado vivo, con puntos negros colaterales en ambos lados. Esta variedad rara se encuentra en Inglaterra en las praderas pantanosas de los alrededores de Withelsea. Encuéntrase también en Picardía.

La DANAIDE CRISPÍA (Papilio chrysippus, LIN.). Tiene las alas algo sinuosas leonadas, con el disco negro y puntuado de blanco: la cúspide de las superiores de un negro subido, con una faja muy blanca; y las inferiores con algunos puntos negros en el centro. Es esta especie africana; y aunque se encontró también en Nápoles, no ha vuelto a presentarse desde el año de 1809.

La CAMILA (Papilio camilla, LIN.). Tiene la cara superior de las alas de un negro azulado reluciente, con una línea de manchas blancas en el medio; las inferiores son debajo de su raíz de un azul plateado y sin manchas. Esta especie frecuenta las orillas de los arroyos en el centro y mediodía de Francia; vuela a fines de julio y a principios de agosto. Llámanla también Silvano azul celeste.

La LIMENITA SIBILA (Papilio sibylla, LIN.). Llámanla también Pequeño silvano o Luto. Vive en los bosques y vuela durante la canícula. Tiene la cara superior de las alas pardo-negruzca, con una hilera de manchas blancas hacia la parte media; la cara inferior de las segundas alas es hacia la base de un azul ceniciento, con manchas negras.

La NINFAL DEL ÁLAMO (Papilio populi, LIN.). Es una especie hermosa y bastante grande, que únicamente se halla del 10 al 20 de junio en las selvas del norte de Francia. Llámanla también gran silvano. Sus alas son superiormente pardo-negruzcas, con una faja de manchas blancas en el medio; una serie de semilunas de color leonado hacia el borde posterior; dos filas de manchas azuladas junto a este borde en las inferiores; las cuatro caras inferiores de todas las alas son de color leonado claro, con manchas blanco-azuladas, dispuestas en las superiores en fajas entrecortadas; manchas azuladas, interrumpidas por líneas negras, dominan a lo largo del borde posterior en las cuatro alas.

El APTURO JASIO (Papilio jasius, LIN.). Es una de las mayores ninfales europeas; la parte superior de las alas es de un color pardo negruzco reluciente, con una faja de manchas y el borde posterior de un amarillo leonado; interiormente el color es variado de herrumbroso y oliváceo, con una lista y jeroglíficos blancos.

El APURO ILIA (Papilio ilia, LIN.). También lo llaman pequeño Marte: tiene las alas dentadas y de color pardo-negruzco; tienen reflejos violáceos con cambiantes en el macho; con manchas en las superiores, y una faja síncopa en las inferiores, de color blanco, o anaranjado. Las superiores tienen hacia su centro un ojo negro, rodeado de un círculo anaranjado. Debajo de las alas inferiores, se ven de dos a cuatro puntitos negros hacia la base. Esta especie vuela en las selvas húmedas desde el 20 de junio a mediados de julio. La oruga es escamosa y de un verde ceniciento, con los dos ángulos superiores de la cabeza prolongados a manera de cuernecitos bifurcados y levemente truncados. Vive en la copa de los álamos y de los sauces. La crisálida forma a modo de quilla o arista, y es de color verde- amarillento claro.

El APTURO IRIS, o GRAN MARTE (Papilio iris, LIN.). Es mucho mayor que la especie antecedente; sus alas son dentadas y pardo-negruzcas, con reflejos violáceos y cambiantes en el macho, con manchas blancas en las alas superiores y una lista incidentada en las inferiores, del mismo matiz blanco: carece de puntitos blancos debajo de las alas inferiores. Esta especie habita en los mismos sitios, y aparecen en las mismas épocas que el Pequeño Marte. Su oruga vive en la copa de las encinas.

La NINFAL DIRSEA (Papilio dirse, LIN.). Es una especie perteneciente a las Indias: tiene las alas angulosas y pardas; con una faja amarillenta en las superiores, oblicua y visible en ambas a dos caras; en las superficies inferiores de las cuatro alas se ven undulaciones negras.

La NINFAL POSTVERTA (Catagramma postverta). Tiene las alas casi dentadas; las del macho son superiormente de un verde lustroso; y las de la hembra en su cara inferior son pardo-negruzcas, con listas blancas; la cara inferior de las segundas alas en ambos sexos es de un blanco-violáceo, con seis líneas transversales de color de herrumbre.

La NINFAL MACRIS (Cibdelis macris). Tiene las alas casi dentadas, superiormente pardas, con un reflejo violáceo cambiante en el macho; en la cara inferior de las primeras alas hay tres ojos muy marcados; y siete en la cara inferior de las segundas.

La VANESA ANTÍOPE (Papilio antiopa, LIN.). Tiene las alas angulosas, de un negro- purpúreo muy subido, una ancha faja amarillenta en el borde posterior, hacia cuya parte interna se extiende una serie de puntos azules. Las primeras alas llevan dos manchas amarillas hacia el extremo de su arista. Vive esta especie en los bosques y prados durante toda la primavera. Su oruga es espinosa, negra, con manchas en el dorso; y las ocho patas membranosas anteriores pardo-rojizas: vive en el olmo, el sauce y el abedul. La crisálida es negruzca, polvoreada de azulado, con dos series de espinas cónicas, y una hilera intermedia de botones, negros con la cima de color ferruginoso.

La VANESA DE C BLANCA (Papilio c album, LIN.). Llaman también a esta especie Roberto el Diablo, tiene las alas muy angulosas, en su cara superior leonadas y mosqueadas de negro, con el borde posterior de color de herrumbre, con puntos amarillos; la cara inferior es parduzca, con matiz verduzco; las alas inferiores tienen, cada cual hacia su parte media, un semicírculo blanco que representa una c, o la mitad de una x. Este insecto es común durante el verano. Su oruga vive en el nogal, el olmo, etc.

La VANESA IO (Papilio Io, LIN.). Tiene las alas angulosas y dentadas; su parte superior es de un leonado rojizo, con una gran mancha en forma de ojo en cada una. El ojo perteneciente a las superiores es rojizo en el centro, rodeado de un círculo semipartido de azul y de amarillo; los ojos de las inferiores son azules, con un cerco negro; el corte de las alas superiores lleva dos listas negras, cortas y oblicuas, separadas por una manchita amarilla, sus ojos están cortados transversalmente por una hilera de puntos blancos. Vive esta especie en los bosques, prados y jardines desde mayo a octubre. Su oruga es negro- lustrosa, cubierta de espinas sencillas, con puntos blanco-azulados; y las patas posteriores de color de herrumbre; viven reunidas en las ortigas y el lúpulo. La crisálida es parda, con manchas doradas, y una doble fila de líneas de espinas cónicas con la base rojiza inclinadas hacia atrás.

La VANESA POLIGLOROS (Papilio polychloros, LIN.). Llámanla vulgarmente gran tortuga: tiene las alas angulosas, leonadas superiormente, con un ribete negro entrecortado por pequeñas líneas amarillas y una serie de manchas blanquecinas; las alas superiores junto a su corte tienen tres manchas negras, y cuatro más pequeñas debajo. La oruga es azulada o parduzca, con una línea leonada a los lados del cuerpo; sus espinas son amarillentas y algo ahorquilladas. En sus primeros tiempos viven reunidas bajo una tela sedosa, pero después de su primera muda se dispersan: encuéntranse en el olmo, el sauce, la encina y otros varios árboles frutales. La crisálida es de un matiz ceniciento rosado, con manchas doradas en su parte anterior. Tiene a lo largo del dorso dos líneas de espinas cónicas, cortas, negras, con la punta obtusa y amarillenta. En medio de estas espinas hay otra serie de mameloncillos del mismo color que las espinas.

La ARGINIA AGLAE (Paplio Aglaia, LIN.). Tiene las alas poco dentadas, leonadas, manchadas de negro superiormente; y veinte y una mancha plateadas debajo de las inferiores, las cuales presentan un matiz verdoso. Esta especie vive en los bosques, y vuela en junio y julio. Su oruga es espinosa, negruzca, con una faja blanca dorsal, y una serie longitudinal de manchas rojas en los costados: vive en las violetas. La Crisálida es rojiza, con undulaciones pardas y eminencias poco marcadas.

La ARGINIA ELISA (Argynnis Elysa, GODART). Tiene la parte inferior de las cuatro alas de un leonado más o menos vivo, según el sexo, con nervosidades ligeramente marcadas de negro. La cara inferior de las segundas alas es amarilla, con un sinnúmero de manchas plateadas, dispuestas en cinco fajas desiguales. Esta especio habita en Córcega y Cerdeña y aparece en julio.

El SÁTIRO GALATEA (Papilio Galathea, LIN.). Llámanlo comúnmente Medio-luto. Tiene las alas algo dentadas, pardo-amarillentas, con la raíz y la punta negras, y con pintas blancas superiormente. La mancha correspondiente a la raíz de cada ala es oval; las alas inferiores tienen dos o tres ojos negros. Esta especie es muy común en los bosques en julio y en agosto. La oruga es verde, con tres líneas oscuras longitudinales; la cabeza parda, con dos espinillas coloradas en la bifurcación del ano. Vive en la grama de los prados. La crisálida es ovoidea, amarillenta, con dos manchas negras en forma ocular a cada lado de la cabeza.

El SÁTIRO FRINEO (Saltyrus Fhryne, HUONER). Tiene la parte superior de las cuatro alas de color de hollín subido en el macho, y blanco de leche en la hembra; la cara inferior de las segundas alas es estriada, con rasgos pardos longitudinales, y el extremo adornado con una lista plateada muy estrecha. Encuéntrase esta especie en las estepas de Rusia, donde aparece en Junio.

La MELITEA ATALÍA (Melitaea Athalia, BORKHAUSEN). Tiene las alas algo dentadas, superiormente leonadas, reticuladas de negro; la cara inferior de las segundas es de un amarillo claro, con dos fajas leonadas, y ocho rayas negras unduladas. Vive en los parajes sombríos de los bosques, y aparece en los meses de mayo y fin de julio. La oruga es espinosa, y se alimenta de llantén. La crisálida es grisácea, con dos puntos negros, y puntos rojizos en el dorso.

MARIPOSA RIFEA (Papilio Ripheus, LIN.). Los modernos lo han colocado en la sección de las enroscadas, bajo el nombre de Urania Ripheus. Las alas constan de seis dentellones, prolongados en forma de cola, negros, con listas verdes; las segundas alas son verdes en su cara inferior, y en su ángulo interno tienen una gran mancha de color de orín, con puntos negros. Vive en Madagascar.

La HESPERIA ARACINTA (Hesperia Aracynthus, FABR.). Llámanla vulgarmente Espejo: tiene las alas de un pardo-negruzco con reflejos, la punta de las superiores tiene manchitas amarillas en ambas caras; la parte inferior de las segundas es de un amarillo rojizo, con doce manchas blancas, redondeadas y circunvaladas de negro; las seis últimas manchas de la cara inferior de las segundas alas se hallan unidas formando una faja curva. En la hembra la cara superior de las alas presenta cuatro manchas amarillas, una de las cuales ocupa el centro. Vive esta especie en las selvas pantanosas; y aparece a fin de junio y a principios de julio.

Familia de las Crepusculares Estos lepidópteros, cuyo nombre de familia no presenta toda la exactitud que fuera de desear, pues que varias de sus especies tienen el vuelo diurno, tienen inmediata a la raíz del borde externo de sus alas inferiores una cerda recia, escamosa, en forma de crin o de espina, la cual pasa por un garfio de las alas superiores, impidiendo que se vuelvan a elevar durante el reposo, y manteniéndolas en situación horizontal o inclinadas. Este carácter le hallaremos también en la familia de las nocturnas; de las cuales se diferencian las crepusculares por sus antenas claviformes, prismáticas, o ahusadas. Las orugas todas tienen diez y seis patas; y las crisálidas, regularmente encerradas en un capullo, u ocultas en la tierra, solo muy rara vez presentan las formas angulosas que se notan en las de la familia que antecede. Ciertos autores han llamado a estos insectos Mariposas abejones a causa del zumbido que despiden cuando vuelan. Todos están comprendidos en el gran género Esfinge de Linneo. Este nombre les viene de la actitud de algunas de sus orugas, que tienen la parte anterior del cuerpo enderezada como la Esfinge de la fábula. Es verde manzana, y a cada lado del cuerpo tiene seis líneas oblicuas, de color violáceo hacia la parte anterior, y blanco hacia atrás; sus patas escamosas son de un amarillo claro, y las membranosas verdes con el extremo negruzco; sus estigmas son de un amarillo anaranjado; el cuerno del penúltimo anillo es amarillento en la parte inferior, y negro lustroso en la superior. Vive generalmente en todas las jazmíneas; sufre su metamorfosis en agosto, y no emplea más que la tierra en la construcción de su capullo: encuéntrase en los jardines de París. La crisálida es de un pardo castaño, con la vaina de la trompa levemente curva y de mediana longitud, lateralmente comprimida en su parte media, y redondeada en la extremidad. El insecto perfecto no sale hasta el mes de junio del año que sigue, y aun a veces permanece en estado de ninfa por espacio de dos o tres años.

El ESFINGE ELPENOR (Sphinx Elpenor, LIN.). Es tipo del subgénero Deilephila de Ochsenheimer, que solo difiere del subgénero Esfinge por tener las antenas simplemente prismáticas; y las alas inferiores algo prolongadas en forma de lóbulo en su ángulo interno. Las alas superiores son de un verde oliváceo, con fajas longitudinales y transversales de color de púrpura. Las inferiores son negras en la raíz y puntuadas en su extremo. Encuéntrase esta hermosa especie en París con bastante frecuencia. Su oruga, lo mismo que las de otras especies del subgénero Deilephila, es notable por la belleza de los colores; por la extremidad anterior del cuerpo, el cual es grueso y abultado; y por la prolongación de la cabeza en forma de jeta de cerdo; circunstancia que le ha granjeado el nombre de Cochina. Esta especie de hocico es susceptible de recogerse en el tercer anillo. Vive en los epílobos y en la vid; come mucho; crece con prontitud, y se fabrica un capullo con seda y partículas de tierra. La ninfa adquiere el estado de insecto perfecto en el mes de junio del año siguiente.

El ESFINGE DE DAHL (Deilephila Dahlii). Tiene las primeras alas de color ceniciento violáceo en su cara superior, cruzadas oblicuamente por una faja verde-violácea; las alas inferiores son de un hermoso color encarnado, con dos fajas negras. Esta hermosa especie vive en Cerdeña y Córcega, y vuela en junio y setiembre.

El ESFINGE CELERIO (Sphinx Celerio, LIN.). Vulgarmente le dan el nombre de Fénix y pertenece a los Deilephila. Superiormente es de un pardo-claro; las primeras alas tienen un punto y una faja oblicua de un blanco amarillento; las segundas son de un blanco, rosado en el centro cruzado por nervosidades negras y ostentan una faja negra junto al borde posterior; a lo largo de la cara dorsal del abdomen se extiende una línea blanca, con sus bordes negruzcos, y una fila de rasgos blancos a cada lado. Vive esta especie al mediodía de Francia, y aparece en mayo y setiembre.

El ESFINGE DE LA ONAGRO (Sphinx oenotheroe, FABR.). Es el tipo del subgénero Pterogon de Boisduval, el cual solo se diferencia del antecedente, en que tiene el borde posterior de las alas anguloso, y el abdomen terminado en un copete de pelos: en medio de las alas superiores corre una faja más oscura y señalada con un punto negruzco; las alas inferiores son amarillentas o rojizas, con una faja verde. La hembra carece de pincel en la extremidad del abdomen. Es una especie rara en las cercanías de París. Su oruga vive en el epílobo y la onagra; envuélvese en las hojas pegadas con hebras de seda, y su metamorfosis se efectúa en julio. La crisálida adquiere toda la perfección de insecto en mayo del año inmediato.

La ESFINGE DE LAS RUBIÁCEAS, (Sphinx Stellatarum, LIN.). Es el tipo del subgénero Macrogloso de Ochsenheimer: caracterízanle una trompa de igual longitud que el cuerpo; antenas terminadas en forma de clava, y casi cilíndricas; alas cortas, abdomen grueso, complanado, y lateralmente guarnecido de hacecillos de pelos, obtuso, y barbudo en su extremo. La especie en cuestión tiene las antenas blanquecinas inferiormente; las alas pardo-cenicientas con fajas transversas, undulantes y nebulosas, más oscuras en las alas superiores. Las segundas alas son de un amarillo de orín; vense unas manchas blancas a los lados del abdomen. Este insecto, aparece dos veces al año, por la primavera y el otoño. Es el más ligero de nuestros esfinges; su oruga es muy común en las rubiáceas, con especialidad en el galio. La crisálida se encierra en un grosero capullo hecho con seda y algunas fibras de yerbas.

El ESFINGE ABEJÓN (Sphinx fusiformis, LIN.). Pertenece al mismo subgénero que el antecedente; tiene las cuatro alas diáfanas, con nervosidades, una faja marginal, y una mancha hacia la parte media del corte de las superiores, de color herrumbroso purpúreo; en su raíz son oliváceas superiormente, y amarillentas inferiormente. La cara superior del cuerpo es de un verde oliváceo, con los últimos anillos de un matiz algo más bajo, con pelos de un amarillo claro en sus bordes; atraviesa el abdomen en su parte media una faja del mismo color herrumbroso que el borde de las alas. El pecho y parte inferior de los palpos, los muslos y las piernas están cubiertos de pelos de un amarillo claro, y los tarsos son pardos con pelos grisáceos; por último, las antenas son de un negro azulado. Este esfinge aparece dos veces al año, a mediados de mayo, y a mediados le julio. Principalmente merodea en las flores azules de la salvia de los prados, y se encuentra a menudo en Vincennes y en Meudon. Su oruga vive en las madreselvas; preséntase salpicada de pintas de verde claro, y tiene las patas, parte inferior del cuerpo, el contorno de los estigmas, y el cuernecito, de un rojo castaño; los estigmas son negros y en el centro blancos; el cuerno es granujiento y algo corvo. Esta oruga es muy fácil de criar; y cuando no sufre su metamorfosis en otoño, pasa todo el invierno en estado de crisálida.

El ESFINGE DE CROACIA (Sphinx Croatica). Tiene las alas superiores de un verde oliváceo, con una faja marginal parda; las alas inferiores de un rojo ferruginoso; el cuerpo del color de las alas superiores, con una ancha faja parda, dos listas amarillas, y el pincel de escamas en que termina el abdomen de color negro.

La ESFINGE ÁTROPOS (Sphinx Atropos, LIN.). Es el tipo del subgénero Acherontia de Ochsenheimer, y sus caracteres son: una lengua gruesa, y más corta que el pecho; palpos cortos, y muy obtusos, cabeza abultada; antenas cortas y recias; alas superiores lanceoladas, y las posteriores redondeadas en su ángulo interno; abdomen muy grueso, y menos cónico que en los verdaderos esfinges; los tarsos con fuertes garfios, y el vuelo pesado y crepuscular. El color de las primeras alas es una mezcla de pardo-oscuro, de pardo- amarillento y de amarillo claro; las alas inferiores son amarillas, con dos fajas pardas; en el coselete se ve una mancha amarillenta, en que hay groseramente dibujados en negro unos ojos, mejillas y boca, representando en su conjunto la cara de un esqueleto; el abdomen está rodeado por listas anulares negras. La oruga es de un hermoso color amarillo, y tiene a cada lado del cuerpo, empezando desde el cuarto anillo, siete listas oblicuas, verdes, más oscuras hacia la parte anterior; y además, en el dorso se ve una serie de siete listas azules con puntos negros, y separadas de las antedichas por unos puntos verdes: las partes laterales de la cabeza son negras; el cuerno es áspero, largo y corvo. Vive en las patatas y en otras varias especies de plantas del género solanum. A fines de julio es cuando trabaja en su metamorfosis: arréglase un capullo con partículas de tierra bien complanadas hacia la parte interior, y reunidas mediante un líquido glutinoso que fluye de su boca. La crisálida es de un color pardo-claro; y la trompa está oculta debajo de la máscara. El insecto nace en setiembre en estado de perfección; y cuando vuela o cuando es cogido, despide un zumbido o sonido plañidero. Debe notarse que el equinoccio autumnal, época de la aparición de este insecto, es también época de disenterías y otras enfermedades epidémicas a menudo mortales; siendo esto así, pues, nada debemos extrañar que en ciertos años en que abunda esta esfinge, y en los cuales reinan epidemias, el vuelo nocturno de este insecto, su voz lúgubre y en especial su cara de esqueleto, hayan difundido el terror por entre los habitantes del campo, y que lo miren como el nuncio de una próxima mortandad. En 1729 aparecieron muchísimos en la baja Bretaña, y como su aparición coincidió con la de unas calenturas muy graves, que se llevaron a muchos al sepulcro, el pueblo atribuyó esta calamidad a nuestra esfinge. Cierto cura remitió al Mercurio de Francia una descripción espantosa del Átropos: describiolo como un viviente emblema de una pompa fúnebre. El ministro de marina envió a Reaumur unos dibujos de esta esfinge, que le habían remitido de Bretaña; cuantas colmenas puede introducirse; pues hemos referido lo que aconteció en el colmenar de Huber, con las maravillosas precauciones que tomaron las abejas para precaver las invasiones de este parásito; precauciones que se hallaron conformes con las que había ideado y puesto en práctica el mismo Huber. Reaumur atribuye el sonido quejumbroso del Átropos al frote de la trompa con los palpos, en los cuales se ingiere; pero Lorey da una explicación muy diferente, pues dice haberse asegurado con experimentos positivos, de que dicho sonido no debe atribuirse al frote entre cuerpos sólidos, sino a vibraciones de aire. Este sale por un estigma que se abre junto a la base del abdomen, y que cuando el insecto está en reposo, se ve cerrado por un hacecillo de pelos muy finos que forman como radios. Lorey cortó sucesivamente los palpos, la trompa, y hasta la cabeza; y sin embargo, el sonido continuó lo mismo que antes de esas mutilaciones.

Esfinge Átropos.

La ESFINGE DEL TILO (Sphinx Tiliae, LIN.). Es el tipo del subgénero Esmerinto de Ochsenheimer, caracterizado por una cabeza pequeña y encogida; palpos muy cortos y obtusos, que no pasan más allá de los ojos; una lengua muy corta o casi nula; antenas casi lineares, algo unduladas, interiormente dentadas en el macho, sencillas en la hembra; alas angulosas, y con los bordes dentados; y el vuelo pesado y nocturno. Boisduval considera los Esmerintos como que establecen un tránsito de las Esfinges a los Bombyx. La especie en cuestión tiene las alas recortadas; las superiores pardo-verduscas, con manchas pardas en el centro; las inferiores de un leonado verdoso; el coselete ceniciento, con tres líneas verduscas. La Esfinge del tilo varía mucho, y se encuentra muy comúnmente en los olmos, castaños de India; y especialmente en los tilos, donde vive la oruga; la cual es escamosa, de color verde claro, con siete líneas laterales, oblicuas, blanquecinas, orilladas anteriormente de verde oscuro, y aun a veces de rojo; el cuerpo es azul y en la punta verduzco. Las patas todas son verdes, aunque las escamosas se hallan interrumpidas por un matiz rosado claro.

La ESFINGE MEDIO PAVÓN (Sphinx ocellata, LIN.). Pertenece a los Esmerintos, lo mismo que la esfinge del tilo. Tiene las alas angulosas; las superiores pardas con diferentes matices, y las inferiores de un rojo subido, y en cada una de ellas, una mancha negra y azul en figura de ojo; el abdomen es pardo, con listas coloradas en su parte inferior. Esta especie no es rara en los contornos de París. Su oruga es escamosa, de un verde tierno en el dorso, y verde azulado en los costado y el vientre, a cada lado tiene siete rayas blancas oblicuas, de las cuales la posterior es más marcada y termina a la raíz de la cola. Esta es azul con el extremo verde. Los estigmas son blancos con el contorno ferruginoso; las patas escamosas son de color de rosa; y las membranosas verdes. La cabeza se ve rodeada de amarillo. Encuéntrase esta oruga en el sauce, las mimbreras y árboles frutales. La crisálida es levemente escamosa, de color pardo-castaño subido, con el ano bien redondeado y terminado en una punta casi obtusa.

La ESFINGE APIFORME (Sphix apiformis, LIN.). Es la especie mayor de Francia. Tiene la cabeza amarilla, con una mancha blanca al lado interno de los ojos y una semiluna amarilla al lado externo. Los ojos son pardos; los palpos amarillos y algo más oscuros superiormente; las antenas son negras en su parte superior, y herrumbrosas en la inferior, el coselete es negro-parduzco, con cuatro manchas amarillas, dos de las cuales son anteriores y laterales de forma triangular, y las otras dos son posteriores, más reducidas, y menos vivas; el pecho es pardo negruzco y sin manchas, y el abdomen amarillo, con los anillos primero y cuarto negros; guarnecido de un vello pardo; todos los demás son simplemente bordados de negro, el quinto y los dos últimos son parduzcos en su porción dorsal; los muslos son amarillos exteriormente y pardos en su parte interna, las piernas y tarsos son leonados; las cuatro alas son transparentes con el ribete marginal, las nervosidades y una semiluna en las superiores de un color pardo-herrumbroso. Esta especie se encuentra a fines de mayo hasta mediados de julio, en los troncos de los sauces y álamos. La oruga vive en ellos solitaria en los tallos y en las raíces, y sufre su metamorfosis en marzo o en abril. Es ligeramente pubescente, blanquizca, con una línea más oscura que se extiende a lo largo del dorso. La cabeza es gruesa y pardo-oscura. La crisálida es oblonga, parda, y está encerrada en un capullo de un tejido apretado, y cubierto de panículas de madera; y la oruga que lo fabricó no se transforma hasta quince días después de haber concluido la construcción de su envoltorio.

La ESFINGE FILIPÉNDULA (Sphinx Filipendulae, LIN.). Es el tipo del subgénero Zigenia; caracterizado por antenas terminadas en clava undulosa. La especie de que tratamos tiene las alas superiores de un verde reluciente, y algo dorado; con seis manchas de un colorado de carmín, dispuestas pares en la cara superior, y casi confundidas en la inferior; las dos manchas de la base son ovales; y las otras cuatro redondeadas y más pequeñas. Las alas inferiores tienen ambas superficies de un colorado de carmín, con los bordes azules, con ribete pardo, el cual vemos también en las primeras alas. El cuerpo es verde bronceado; con las antenas de un azul subido superiormente, y negras en su parte inferior. Las patas son del mismo color del cuerpo, con la cara interna de los muslos y piernas amarillentas; la trompa es de un pardo-negruzco reluciente. La oruga es amarilla, con nueve manchas en cada segmento dorsal; los estigmas y las mandíbulas son negras, la parte superior de la cabeza es de un pardo lustroso con el borde externo más oscuro. Vive en la filipéndula, la verónica y la oreja de ratón; en figura de esquife con arrugas longitudinales. La crisálida es amarillenta, con el envoltorio de las alas pardo; llega al estado perfecto a mediados de junio, y es la más común de nuestras zigenias.

La ZIGENIA FEGEA (Sphinx phegea, LIN.). Es el tipo del subgénero Syntomis; caracterizado por la delgadez de sus antenas casi lineares, y apenas ahusadas. La especie que nos ocupa tiene las alas de un azul o de un verde-negruzco de una y otra cara, con seis manchas blancas algo transparentes en las superiores, y dos semejantes en las inferiores. El cuerpo es del mismo color de las alas con las porciones superiores de los anillos primero y quinto abdominales amarillas de ocre, lo mismo que dos manchas a cada lado del pecho; las antenas son negras desde la base hasta más de su mitad, y desde este punto hasta el extremo son blanquizcas. La oruga está provista de hacecillos de pelos pardos; tiene las patas y la cabeza rojizas; y vive en el llantén, la escabiosa y la romaza. La crisálida es de un color pardo-claro, con las celdillas y el envoltorio de las alas amarillento, lo mismo que el segundo anillo abdominal. El insecto perfecto aparece al mediodía de Europa en junio y julio.

La ZIGENIA ESTÁTICA (Sphinx statices, LIN.). Es el tipo del subgénero Procris, caracterizado por antenas casi lineares, bipectíneas en los machos, y apenas dentadas en las hembras. La especie de que tratamos tiene el cuerpo, la parte superior de las antenas y de las primeras alas de un verde-dorado; la parte inferior de las mismas alas y ambas superficies de las inferiores pardo-cenicientas; la trompa es negra. Vive en la romaza, en la globularia y en la acedera. El insecto perfecto aparece a mediados de julio en los bosques y en las pendientes de los collados. Pósase con preferencia en la estaticé, de donde le vino su nombre específico.

Familia de las Mariposas nocturnas Los lepidópteros que componen esta familia, tienen la mayor parte, lo mismo que las crepusculares, las alas trabadas en estado de reposo por medio de una crin córnea, o de un hacecillo de seda, que parte del borde externo de las segundas alas y pasando por un anillo, o corredera situado debajo de las primeras; dichas alas son horizontales o inclinadas, y a veces arrolladas en torno del cuerpo, las antenas van disminuyendo de grosor desde su raíz hasta la punta, o son setadas. Estos insectos no vuelan más que de noche o después de puesto el sol; varios están desprovistos de trompa. Las orugas en su mayor parte se fabrican un capullo; y tienen de diez a diez y seis pies. Las crisálidas son todas redondeadas, sin eminencias angulosas ni puntuadas. Linneo reunió los nocturnos todos en su género Falena; aunque él mismo lo subdividió en ocho secciones, que, no obstante las numerosas especies descubiertas después de él, son aún las divisiones más naturales que pueden establecerse en la turba de las Falenas. Las diez tribus que Latreille ha establecido para las nocturnas, reproducen casi completamente las secciones linneanas: vamos pues a señalar sus caracteres. 1.º Las Hepiales, tienen la trompa muy corta, y poco distinta; las antenas por lo regular cortas, las alas oblongas e inclinadas, y el abdomen de la hembra prolongado en forma de cola. Las orugas se mantienen ocultas en lo interior de las plantas de que se alimentan; y fabrican su capullo en gran parte de materias vegetales. Esta tribu comprende los Cosos, Hepiales propiamente dichos. 2.º Los Bombyx tienen la trompa corta; las antenas enteramente pectíneas en el macho; las alas tendidas y horizontales, o inclinadas a modo de tejado; pero las inferiores sobresalen lateralmente de las superiores. Las orugas viven también en las plantas, cuyas partes tiernas roen, y la mayor parte se fabrican un capullo de seda. Esta tribu comprende las Saturnias, las Bombyx, las Lesiscampas, etc. 3.º Los falsos Bombyx: difieren de los verdaderos en que tienen las alas con freno; las superiores cubriendo las inferiores en estado de reposo, y la trompa muy distinta: comprenden las Escamosas, las Calimorfas, las Lithosias, etc. 4.º Las Aposuras no se diferencian de las tribus que preceden más que por un solo carácter, que igualmente las separa de las demás nocturnas; y consiste en que la oruga carece de patas en la extremidad del abdomen. Esta tribu se compone de los géneros Dicranuro y Platypteryx. 5.º Las Noctuales, caracterizadas por una trompa córnea, arrollada en espiral, y con frecuencia bastante larga: por los palpos terminados de repente por un artículo muy diminuto, o mucho más pequeño que en el antecedente, el cual es largo y deprimido; las antenas son sencillas, el vuelo rápido, y en ciertas especies diurno. Las orugas generalmente están provistas de diez y seis patas, y algunas de catorce o de doce; pero las que están próximas al extremo del abdomen nunca faltan: la mayor parte se fabrican un capullo, en el cual se encierran. 6.º Las Torcedoras solo se diferencian de las Noctuales por las alas superiores, cuyo borde externo es corvo en la base, y en seguida va estrechándose, lo cual les comunica cierto aire particular. Las orugas tienen diez y seis patas; tuercen y arrollan las hojas mediante hebras de seda, y se construyen así con las mismas un tubo que les presta abrigo: constituyen el género Pirales. 7.º Las Agrimensoras tienen el cuerpo delgado, la trompa no muy larga, membranosa, o casi nula; los palpos pequeños; las alas anchas y situadas en forma de tejado. Las orugas tienen diez patas, a veces doce; pero las de la extremidad del abdomen nunca faltan. Su modo de andar les ha valido el nombre de agrimensoras, o geómetras. Cuando quieren ir hacia adelante, apóyanse primeramente con las patas anteriores o escamosas; en seguida elevan el cuerpo a modo de un anillo, de manera que se aproximan sus extremidades; luego se apoyan con las patas traseras, levantan las delanteras, se enderezan, adelantan la cabeza y van a buscar otro punto de apoyo con las patas delanteras, repitiendo esta misma maniobra sucesivamente. En estado de reposo es su actitud muy extraordinaria: cogidas únicamente por las patas traseras en las ramas de las plantas, queda su cuerpo en suspenso en el aire, en línea recta y en completa inmovilidad: así su color como las asperezas de su piel las asemejan del todo a dichas ramas, con las cuales forman por su dirección un ángulo de cuarenta y cinco grados: en tan extraña posición se mantiene esta oruga durante largas horas, y basta días enteros. Las crisálidas son casi enteramente descubiertas, o a lo menos el capullo es sumamente delgado y muy escaso de seda. Comprende esta tribu las Falenas propiamente tales. 8.º Las Deltoides; se diferencian de las Geómetras por sus orugas provistas de catorce patas, y que doblan o arrollan las hojas de las plantas. Las alas del insecto perfecto forman con el cuerpo una especie de delta; las antenas son pectíneas, o guarnecidas de pelos. Constituyen el género Herminia. 9.º Las Polillas: son las nocturnas más pequeñas de la familia. Sus orugas son lisas, tienen diez y seis patas, y el andar recto. En vez de vivir en las partes externas de los vegetales, como los precedentes grupos, se mantienen ocultas en habitaciones en forma de vaina, que se fabrican con la sustancia de que se alimentan, la cual se llevan consigo, o bien la pegan de modo que permanezca inmóvil. Llaman falsas polillas a las que tienen su vaina fija; y polillas a las que las arrastran consigo. Estas últimas atacan los tejidos de lana, la crin, los cueros, etc. que cortan con sus mandíbulas para hacerse vainas; con que causan grandes perjuicios en las colecciones zoológicas, cuya conservación se descuide algún tanto. Comprende esta tribu las Botys, las Aglosas, las Gallerias, las Alucitas, las Polillas y las Adelas. 10.º Las Fisipenas, que por otra parte son semejantes a las polillas: diferéncianse no obstante, lo mismo que de todas las demás tribus, por la particular estructura de las alas; todas cuatro, o a lo menos dos, se ven hendidas en toda su longitud, formando a manera de ramas, provistas de barbillas en sus bordes; y tienen una semejanza a un abanico plumas. Las orugas tienen diez y seis patas, y viven en las hojas o flores, sin construirse vaina. Esta tribu se compone del género Pteroforo.

El COSO LIGNIPERDA (Cossus ligniperda, FABR.). Es una mariposa nocturna de más de una pulgada de largo: es cenicienta, con rallitas negras muy numerosas en las primeras alas, que forman pequeñas ramificaciones entreveradas de blanco. El extremo posterior del tórax es amarillento, con una línea negra. Su oruga es muy gruesa, de color rojizo, con fajas transversales de un colorado sanguíneo: los estigmas son de un matiz herrumbroso, con su contorno algo más claro. Vive en el interior del leño de sauce, encina, y más particularmente en el olmo. Desembucha un humor craso, fétido, contenido en especiales reservorios, el cual según toda probabilidad le sirve para ablandar la madera de que se alimenta. El contacto del aire produce en dicha oruga una impresión desagradable, pues si la obligamos a salir de su escondrijo, al punto se fabrica una telilla para ponerse a cubierto debajo de la misma, hasta que pueda penetrar de nuevo en el árbol.

Dicha larva es el objeto de un escrito excelente que publicó Pedro Lyonnet en 1762 bajo el título de Tratado anatómico de la oruga del sauce. Este naturalista contó hasta 228 músculos en la cabeza de esta oruga; 1647 en el cuerpo; 2166 en el aparato digestivo, y entre todos 4041 músculos: todas las demás particularidades anatómicas de este insecto están circunstanciadas con esta misma exactitud; júzguese pues del tiempo, y constante determinación, o fuerza de voluntad, que necesitó ese autor para llevar a cabo su obra. En la actualidad, solo un libro tenemos, que pueda serle comparado; y es la Anatomía descriptiva del abejorro: su autor Hércules Straus.

BOMBYX GRAN PAVÓN (Saturnia pyri, BORCKAUSEN). Es el lepidóptero mayor de Europa, supuesto que la abertura de las alas coge 5 pulgadas. Tiene el cuerpo pardo, con una faja blanquizca en el extremo anterior del coselete; las alas son redondas, pardas y como polvoreadas de ceniciento, con una mancha ocular negra en el centro de cada una; córtala un rasgo transparente; rodeado de un cerco leonado oscuro, y de un semicírculo blanco, de otro rojizo, y finalmente de un cerco negro. Diferénciase el macho de la hembra en que no tiene el cuerpo tan grueso; las antenas más pectíneas, con sus artículos, divididos en dos ramas. La oruga vive en el olmo, el fresno, el peral, el albérchigo; es gruesa, y tiene más de tres pulgadas de largo; su color es un verde tierno, con tubérculos azules, y de cada uno salen siete pelos recios y desiguales. Dichos tubérculos son en número de cuatro en el primero y último anillos y de seis en todos los demás. Las patas escamosas son de color leonado, y las membranosas verdes, con una semiluna negra situada encima de la corona, la cual es herrumbrosa. Los estigmas son blancos, orillados de negro. Para transformarse en crisálida, se hila esta oruga un capullo pardo, en agosto, debajo de los rebordes de las paredes o de los techos, o bajo de las eminencias de los árboles, cuyo capullo es muy duro, gomoso y tiene la figura de una pera. Este recio y apretado tejido de seda fuera una prisión perpetua para el bombyx, si la oruga no tuviera la previsión de dejar abierto uno de los extremos. No obstante, para impedir la entrada de enemigos externos, esta hábil obrera construye en frente de dicha abertura, con un hilo muy fuerte, dos especies de embudos, encajado el uno dentro del otro, y del todo semejantes, según observa Reaumur, a las nasas que se usan para la pesca. Tales embudos son en efecto para los insectos externos, lo que las nasas para los peces que quieren salir de ellas, y para la mariposa, lo que las mismas nasas para los peces que a ellas quieren entrar. La crisálida, que posteriormente termina en un pincelito de pelos recios y desiguales, es cilíndrica, parda, con el estuche de las antenas, la parte superior del coselete y las incisiones del abdomen de un matiz más claro. El gran pavón nace hacia el 10 de mayo, después de la transformación de su oruga; aunque a veces, no obstante, su nacimiento es tardío, no efectuándose hasta setiembre, y hasta dos o tres años después de la construcción del capullo.

BOMBYX DEL MORAL (Bombyx mori, LIN.). Su oruga es la más conocida de todas bajo la denominación de gusano de seda. El Bombyx del moral tiene las alas blancas, con dos o tres rayas oscuras y transversas, y una mancha semilunar en las superiores que son algo arqueadas en figura de hoz, y les sobresalen las inferiores cuando el insecto está en reposo; las antenas son pardas y pectíneas. Los huevos de este bombyx pueden conservarse mucho tiempo con tal que se les preserve de la humedad, y puesto que se junte gran cantidad en un mismo paquete; en cuyo caso sucede que se alteran hasta el punto de ser improductivos. Para que nazcan las larvas, es necesario que durante ocho o diez días sufran los huevos un calor progresivo o creciente, desde 15 a 27 grados del termómetro centígrado. Entonces su color ceniciento se vuelve blanquizco y las larvas empiezan a salir, siendo su longitud en el instante de su nacimiento de 1 línea y un cuarto; su cuerpo es liso grisáceo; su alimento consiste en hojas de moral. Viven en estado de oruga por espacio de unos treinta y cuatro días, durante cuyo tiempo mudan la piel cuatro veces. A la aproximación de cada muda, se aletargan y dejan de comer, abstinencia que aumenta más su hambre luego de efectuada la muda. Especialmente durante los cuatro últimos días que preceden a su metamorfosis es su voracidad indecible: cuando comen hacen un ruido que se asemeja al de un recio chubasco. El día décimo de su cuarta edad dejan de comer, y se disponen a convertirse en crisálidas: en cuyo caso las vemos trepar a las ramas de los hacecillos que ponen encima de ellas los que crían estos gusanos. No tardan los gusanos en quedar fijos, y echan en torno de sí una multitud de hebras finas, y suspendidos en medio de esta red, van hilando su capullo dando vueltas continuamente sobre sí mismos en todos sentidos, y arrollando así en torno de su cuerpo la hebra que va saliendo de la hiera que forma la perforación de su labio. Las diferentes vueltas de esta hebra única se pegan entre sí, de lo que resulta un envoltorio de figura ovoidea, de un tejido sólido, ya amarillo, ya blanco. La construcción del capullo exige cuatro días, y el estado de crisálida dura de 18 a 20 días. El insecto perfecto, para agujerar su capullo, humedece uno de los extremos por medio de cierto humor particular que saca de su boca; en seguida aprieta la cabeza fuertemente en el punto humedecido y reblandecido. La hembra no tarda en poner los huevos, cuyo número asciende a veces a quinientos, y en seguida muere, después de haber vivido veinte días en estado perfecto.

Los labradores que crían gusanos de seda no dejan más que un cierto número de crisálidas que acaben sus metamorfosis; y matan las demás ahogándolas en un horno medianamente caliente, a fin de impedir que agujereen su envoltorio; pues al hacer el agujero el bombyx rompería el hilo de que consta el capullo y luego fuera imposible devanarlo. Cada capullo está formado de una sola hebra de longitud inmensa y de extremada finura. Para devanarlo lo mojan en agua caliente, la que disuelve el gluten que adhiere entre sí las diferentes vueltas de la seda; luego se juntan varias hebras en un solo hacecillo, el que por medio de máquinas apropiadas se arrolla en una broca y compone una sola hebra de seda hilada.

El torcido que es la seda más fina, consta de cuatro de dichas hebras. Llaman filadiz la materia hilada con la borra y las películas del capullo, que de antemano se han cardado.

La seda era conocida de los romanos en el siglo sexto anterior a la era cristiana; la pagaban a peso de oro a los persas, quienes la compraban a los chinos, para venderla luego en Europa. El Emperador Justiniano, que se indignaba de ver que los persas eran dueños de este artículo importante de comercio, así por mar como por tierra: empeñó a los cristianos de Abisinia, que se habían dado al comercio y a la navegación, a que comprendieran el de la seda; pero estos tuvieron la cordura de evitar la desigual concurrencia que Justiniano les proponía, pues conocieron que los persas, como más inmediatos a los mercados de la China, tenían sobre ellos muchas ventajas. «Justiniano, dice Gibbon, de quien sacamos estos pormenores, se afligía viendo el mal éxito de su negociación, cuando un acontecimiento inesperado llegó a colmar sus deseos: habíase predicado el Evangelio a los Indios, y los misioneros cristianos seguían los pasos del comercio hasta el extremo del Asia. Dos monjes persas, que habían hecho una larga mansión en la China, habían examinado con la más detenida atención los vestidos ordinarios de los Chinos; las manufacturas de sedería, y los millares de millares de gusanos de seda, cuya cría fue un tiempo confiada a las reinas. Conocieron que era imposible trasportar unos insectos de tan corta vida; pero no dudaron de que sus huevos podrían perpetuar su especie en un clima distante. Fueron a Constantinopla, y comunicaron su proyecto a Justiniano, quien anduvo pródigo con ellos en regalos y en promesas. Volvieron pues a la China, y lograron burlar la celosa vigilancia de los naturales; y después de haber ocultado dentro de una caña huevos de gusanos de seda, lleváronse en triunfo esta parte de las riquezas del Oriente. Recurríase al calor del estiércol para hacer nacer los huevos; alimentaron a los gusanos con la hoja del moral, y estos insectos vivieron y se multiplicaron en un clima extraño. Muy pronto los romanos igualaron a los chinos en el arte de criar los gusanos y de trabajar la seda; pero la industria de la Europa moderna ha aventajado a la de la China y de Constantinopla.

El BOMBYX CECÍGENO (Saturina ececigena, HUBNER). Tiene las alas de color amarillo claro, con el corte rosáceo, y una faja transversal; en la hembra son enteramente rosáceas. Esta especie se encuentra en otoño en Carniola y en Dalmacia.

Orugas procesionarias en su nido, ocupado por una larva de Calósomo.

El BOMBYX PROCESIONARIO (Bombyx procesionea, FABR.). Tiene así el cuerpo como las alas de color ceniciento; de estas, las superiores tienen junto a su base dos rayas oscuras, y otra negruzca algo más allá de su parte media; la tres son transversales. Las orugas tienen el cuerpo velludo, ceniciento oscuro, con el dorso negruzco, y algunos tubérculos amarillos. Viven en república en las encinas, de cuyas hojas se mantienen. En sus primeros tiempos no construyen sino ligeras telillas, y cambian a menudo de domicilio sin salir no obstante del árbol en que nacieron; y solo después de su tercera muda, a principios de junio, se fabrican una habitación fija de 18 a 20 pulgadas de longitud, sobre unas 5 ó 6 de anchura, de forma redondeada en ambas extremidades, y pegada verticalmente al agujero, ya cerca de las raíces, ya a 8 ó 10 pies de altura. Este nido está formado de un tejido apretado, impermeable, dividido interiormente en varias comparticiones o galerías de seda, todas las cuales desembocan en una sola abertura practicada en la cúspide del nido. Esta especie de habitaciones por lo regular solamente se encuentran en las encinas situadas a la entrada de los bosques, o a poca distancia de los senderos. A veces se ven tres o cuatro de estos nidos en una misma encina. Si nos paseamos a orillas de un bosque a la caída de un día sereno de junio, podremos gozar de la vista de las evoluciones que emiten estos insectos después de puesto el sol. Dirijamos la vista al agujero practicado en la parte superior del nido, y veremos salir por él primero una oruga, que se adelanta con precaución, como para explorar el terreno; síguela otra inmediatamente, y tras esta sale una tercera; en seguida viene una fila compuesta de dos orugas que se hallan en contacto entre sí y con la que las precede; viene en pos otra fila de tres individuos, seguida de otra formada por cuatro, y de otras de cinco, de seis, etc., todas perfectamente alineadas; y guardando entre sí un contacto perfecto, acomodan todos sus movimientos a los de la primera oruga que abrió la mancha y que va delante: he ahí porque se les ha dado el nombre de procesionarias. Si el guía hace alto, párase todo el batallón; si emprende otra vez la marcha, todas siguen si toma algún rodeo, toda la línea hace lo propio. Cuando estas orugas llegan a una rama llena de hojas tiernas, veremos como se disponen a forrajear: estréchanse las filas, dóblanse o triplícanse, se reparten entre dichas hojas, de modo que no dejan las orugas ningún espacio entre sí, sino que permanecen en recíproco contacto en toda la extensión de sus cuerpos. Terminada la comida, emprenden otra vez el camino hacia el nido; para ello pónese una oruga en movimiento, y la sigue inmediatamente otra, y tras esta otras varias de frente: organízanse nuevos pelotones, se arreglan, se ponen en formación regular, y el batallón entero desfila en el mismo orden que observó a la salida del nido. Si queremos examinar el interior de su habitación, debemos guardarnos de tocar los despojos y los nidos de estas orugas, como no sea con la mayor precaución; porque siendo los pelos de que están cubiertas secos y muy quebradizos, penetran con facilidad debajo del epidermis, y producen una inflamación muy dolorosa, la cual únicamente halla alivio frotando la parte con perejil. -Al tratar de los coleópteros, hemos hablado ya del Calosomo inquisidor y del Calosomo sicofanta, cuya larva especialmente se introduce en los nidos de las procesionarias y las devora.

El BOMBYX HOJA SECA (Bombyx quercifolia, LIN.). Es de color rojo, más o menos oscuro y violáceo en su extremo; hace las alas inclinadas a modo de tejado, las superiores cruzadas por tres líneas negruzcas y undulantes; y las inferiores señaladas con otras dos líneas semejantes, y posteriormente dentadas; las antenas son pectíneas y curvas: este insecto ha tomado la denominación de Hoja seca, por los dientes de las alas que se asemejan, no precisamente a una hoja de encina, sino a otra de un árbol cualquiera, seca y marchita. Su oruga tiene el vientre complanado, y vive en los árboles frutales, en el espino cerval, en el sauce, etc. Pasa el invierno y se metamorfosea en junio del año siguiente, para permanecer en estado de ninfa por el único tiempo de tres semanas. La crisálida está encerrada en un capullo de seda blanda, polvoreada en el interior de atomillos de color blanquizco.

El BOMBYX LIBREA (Bombyx Neustria, LIN.). Es amarillento, con una faja o dos rayas transversales de color pardo leonado en la parte media de las alas superiores. La hembra pone sus huevos al rededor de las ramas, en forma de brazalete o de anillo. La oruga es longitudinalmente listada de blanco, de azul y de rojizo; y de allí el nombre de librea: viven en sociedad estas orugas en los frutales.

El BOMBYX DISPARATADO (Bombyx dispar, LIN.). Pertenece a los falsos bombyx; su trompa es corta o casi nula, e impropia para la succión. El macho es más pequeño que la hembra; sus alas superiores son pardas, con rayas negruzcas y serpentinas; la hembra es blanquizca, con algunas rayas negras y manchas en las mismas alas, la multitud de pelos que lleva en el abdomen le sirven para cubrir sus huevos. Su oruga en ciertos años causa grandes estragos en los frutales; y muy a menudo la hallamos entre las arrugas de la corteza. Es necesario cogerla con precaución, pues produce suma comezón en las manos y en la cara. Efectúa su metamorfosis en julio; y la ninfa se convierte en insecto perfecto a las tres semanas.

El BOMBYX PUDIBUNDO (Bombyx pudibunda, OCHSENHEIM.). Igualmente pertenece a la tribu de los falsos bombyx. La parte superior, de las primeras alas es ceniciento-blanquizca con algunas rayas transversales y unduladas, y a más, una serie de puntos marginales pardo-negruzcos; las segundas alas son inferiormente blanquizcas, con una fija parduzca, sinuosa, y que es como continuación de la línea posterior de las primeras alas: las caras inferiores de las cuatro alas son del mismo matiz que las inferiores de las segundas, con un punto céntrico lo mismo que una faja posterior de color negruzco. La oruga es verde-manzana, o verde-amarillenta, con las incisiones segunda, tercera y cuarta del dorso, de un negro aterciopelado, seguidas de dos líneas de manchas longitudinales negras, en las cuales primero se ven cuatro pinceles amarillos o blancos, luego unos tubérculos de los que nacen como garzotas de pelos amarillos iguales tubérculos vemos en los costados, y las dos vejiguillas de detrás del dorso son rojizas. El undécimo anillo está provisto de un hacecillo de pelos rojizos inclinado hacia atrás: todas las patas tienen el extremo rojizo; el vientre es negro; los estigmas blancos con el contorno negro. Esta oruga vive en los árboles, y se fabrica un capullo blando, aunque de un tejido denso, de color amarillento. La crisálida es cilíndrico-cónica, negro-pardo-lustrosa, con las incisiones de un color más claro; los anillos traseros son rugosos y velludos, y el abdomen termina en una punta algo gruesa y guarnecida de pelos rojos.

El BOMBYX DE TRES JOROBAS (Bombyx tritophus, OCHSENHEIM.). Llámanle también Dromedario, y pertenece igualmente a la tribu de los falsos bombyx. Sus primeras alas son de un color pardo nebuloso, con su raíz, la parte media del borde interno, y una faja paralela al borde posterior, de un amarillo subido; las segundas alas son de un blanco sucio, con una línea negra en el ángulo posterior interno; las caras inferiores de las cuatro alas son pardo cenicientas, con una línea sinuosa más clara, algo más allá del medio de las alas superiores, y una semiluna negruzca en el disco de las inferiores. La oruga es lisa, verde, con tres gibas cónicas en medio del dorso y una undécima eminencia obtusa en el undécimo anillo; su cabeza es pardo-oscura. La crisálida es cilíndrica-cónica, pardo tirante a castaño, y termina por su extremo posterior en varios pequeños garfios.

La MATRONA (Chelonia matronula, FABR.). También pertenece a los falsos bombyx: la cara superior de las primeras alas es de color de café, con unos tres cuartos anteriores del corte de las mismas de un matiz más subido, con cinco manchas amarillas consecutivas, de las cuales la exterior, que es la más pequeña, forma como un punto; vese además una mancha amarilla de figura trilobulada hacia el ángulo interno de dichas alas. La cara superior de las segundas es de un amarillo subido, con cinco manchas negras, de las cuales la del centro tiene la figura de un albaricoque, y las dos externas son más prolongadas, aunque desiguales, y dispuestas a modo de una faja transversal. Las caras inferiores de las cuatro alas son de un amarillo sucio, con manchas negruzcas; las alas superiores tienen, a más de esto, algunas manchas blanquizcas, correspondientes a las amarillas de la cara superior. El coselete es del mismo color de las primeras alas, con unas charreteras amarillas y un collar de dos rayas rojas. El abdomen es de color de carmín, con una serie longitudinal de seis a siete manchas negras en el dorso y fajas transversales pardo-cenicientas en el vientre. Las antenas son pardas y filiformes en ambos sexos. La oruga es muy velluda, y el color general de su cuerpo es pardo-negruzco con tubérculos rojizos, del mismo color que las patas. Los pelos son pardo-rojizos, cuyo matiz se va aclarando hacia las puntas. Pasa el invierno, y vive en el avellano, el tilo, etc. Este hermoso insecto abunda al norte de Alemania, y se encuentra a veces en la Lorena.

La MARTA (Chelonia Caja, GODART). Tiene las alas superiores pardo-rojizas en su cara superior; desigualmente divididas por líneas blancas, que cruzan en todas direcciones; las alas inferiores son coloradas, con cinco o seis manchas negro-azuladas; el abdomen es superiormente colorado, con una serie de manchas negras. La oruga es negra, con pelos, rojos en cada lado y tubérculos azules dispuestos en anillos. Llámanla Erizo porque cuando la tocan se arrolla. Vive en la planta mercurial, en la ortiga, etc.

La QUELONIA PÚDICA (Chelonia pudica, ESPOR.). Es una de las más lindas especies del género Conchas, así llamadas porque las alas de la mayor parte de estas nocturnas preséntanse llenas de manchas que se asemejan a las conchas de las tortugas. La cara superior de las primeras alas es de un blanco levemente encarnado, con una multitud de manchas negras, desiguales y triangulares. La cara superior de las segundas alas es enteramente encarnada en la hembra; con manchas pardo negruzcas en el corte, y hacia delante del borde posterior. Las caras inferiores de las cuatro alas son semejantes a las superiores, aunque el color es algo más claro; el coselete es negro, con un ancho collar y dos listas longitudinales de un blanco rosado. El abdomen tiene su parte superior también rosada, con una hilera de manchas dorsales negras, lo mismo que su extremidad; la cara dorsal es pardo-negruzca, con los bordes de los anillos de color amarillento. Las antenas son negras, con pelos en el macho, y casi filiformes en la hembra. Vive en la grama.

La CONCHA DE CÓRCEGA. (Trichosoma corsicum, RAMBURE). Tiene las alas superiores de fondo negro, cruzado por varias líneas sinuosas; ya de color de rosa, ya de un blanco-amarillento; las inferiores son de un amarillo-leonado, con una faja marginal negra, la cual rodea algunas manchas, más o menos separadas unas de otras. Esta linda especie se encuentra en Córcega, y aparece durante el mes de abril.

La DIGRANURA AHORQUILLADA (Bombyx furcula, LIN.). Pertenece a la sección de las aposuras. Tiene el coselete ceniciento con fajas negruzcas; las alas superiores grises, con puntos negros en ambas extremidades; varias líneas undulantes oscuras, y una ancha faja también oscura, orillada de una doble línea negra y amarilla en el medio; el abdomen es gris, con los bordes de los anillos blancos. La oruga es de un verde tierno, con puntos de color de herrumbre; la cabeza negra, las patas exteriormente escamosas, y la corona de las patas membranosas sonrosada. Tiene en el dorso, empezando desde el cuarto anillo hasta la cola, un rombo pardo-purpúreo, con anchos bordes amarillos, el cual se junta a una mancha triangular, también parda, que ocupa la porción dorsal de los tres primeros anillos. Sus estigmas son negros, con el contorno de color de herrumbre; la cola es hueca en forma de tubo, y entreverada de negro y de verduzco, y abraza otra cola ahorquillada, pero muy corta y del todo negra. Su vientre es a veces sin manchas, otras se extiende por el mismo una faja parda. En estado de reposo la cabeza se recoge en el primer anillo, cuyos dos ángulos superiores son negros y en forma de orejas de gato. El tercer anillo es algo elevado y forma giba. Esta extraña oruga vive en el álamo y el sauce; construye junto al tronco un capullo oblongo y muy duro, cuyo color se confunde con el de la corteza. La crisálida es cónico- cilíndrica y pardo-amarillenta. El insecto vuela en abril y mayo: encuéntrase en toda la Francia.

La NOVIA (Noctua sponsa, LIN.). Tiene las alas superiores cenicientas, con fajas transversales pardo-negruzcas; rayas angulosas, unas negras y otras grises, y una serie de puntos negros rodeados de blanco junto al borde posterior. Las alas inferiores son de un colorado muy vivo superiormente, con dos fajas negras, de las cuales la anterior es angosta y sinuosa presentando la curvatura en su origen. Esta especie es muy común en las grandes encinas.

La NOCTUAL DEL HELECHO (Eriopus pteridis, TREITSCH). Tiene las primeras alas de un hermoso color encarnado superiormente, con tres fajas transversales pardo-rojizas; las segundas alas son grises en sus caras inferiores, con el borde leonado y recortado. Encuéntrase esta especie en Hungría, y en el Sudoeste de Francia.

La NOCTUAL DE FRIVALDSJKY (Heliothis Frivaldsjkyi, DUPONCHEL). Tiene las alas superiores de un violado brillante, y de apariencia metálica con cambiantes y una faja blanca muy estrecha; las alas inferiores son de un hermoso negro, y cruza su parte media una ancha faja blanca. Encuéntrase en los montes Balcanes.

La NOCTUAL PERLA (Timia margarita, HUBNER). Tiene las alas primeras purpúreas en su cara superior, con una ancha faja dorada, y una mancha plateada ocupa el centro; las segundas alas son amarillo-pajizas y lustrosas en ambas caras. Este insecto, del cual Boisduval hizo el tipo de su género Timia no es acaso, dice, una noctual; antes bien debiera unirse a los Bombyx.

La NOCTUAL MIA (Plusia mya, HUBNER). Tiene las primeras alas de un rojo brillante en su cara superior, que está sembrada de manchas plateadas: las segundas alas son ceniciento-negruzcas. Esta especie vuela en julio, y se encuentra en los Alpes de Saboya.

La NOCTUAL METICULOSA (Noctua meticulosa, LIN.). Tiene el coselete moñudo; las alas desigualmente recortadas en su borde posterior; las primeras tienen en su cara inferior, y hacia su raíz, un tinte rojizo; hacia la parte media del borde anterior hay un doble triángulo rojo y pardo al rededor de una mancha. La oruga vive en la pimpinela, el absintio, etc.; es lisa, tiene diez y seis patas de color verde claro, con fajas blancas a lo largo del dorso, ocúltase de día, y no sale más que de noche para ir en busca de alimento; por lo cual ha recibido la denominación de meticulosa la especie a que pertenece. Observando esta Noctual, fue cuando vio Reaumur el modo como los insectos chupones pueden nutrirse con materias sólidas. Para impedir al insecto que se moviese mientras estaban sacando su dibujo, le presentó un pedacito de azúcar; y al momento esta falena se calmó, aplicó la trompa a la sustancia que se le ofrecía, y se quedó tan mansa que Reaumur, a beneficio de una lente, pudo examinarla a su sabor situándola en cuantas posiciones le convenían. Por el canal de la trompa, que era transparente, vio un líquido que descendía de la boca para humedecer y disolver el azúcar; el cual luego después de haber pasado del estado de cristalización al de jarabe líquido, el insecto lo chupó y Reaumur pudo verlo subir por el canal central de la trompa. Este curioso experimento, que podemos repetir en la mayor parte de las mariposas diurnas, es de una ejecución facilísima, pues basta colocar el insecto en el azúcar. Hecho esto, no tarda en desarrollar la trompa y aplicarla a dicha materia. Entonces podemos dejarlo suelto, pues no tornará el vuelo hasta estar saciado del almíbar.

La NOCTUAL PSI (Acronycta psi, OCHSENHEINER). Es de color ceniciento; el coselete moñudo; la cara superior de las primeras alas presenta varias manchas negruzcas, cuya figura es semejante a la letra de los griegos. La oruga vive en la mayor parte de los frutales, y principalmente en el olmo, en los alrededores de París; es medio velluda, y corre longitudinalmente por toda la extensión del dorso una lista amarilla, la cual se ve interrumpida en el cuarto anillo por una pirámide carnosa, negra, provista de pelos. Dicha lista amarilla se halla situada entre dos negras que se extienden de cada lado del cuerpo, señaladas además con varias manchas coloradas, dos en cada anillo empezando desde el cuarto. Cada una de estas fajas negras se ve orillada por una línea blanca, en la cual están situados los estigmas: las partes inferiores son de color gris amarillento; y el penúltimo anillo se eleva en punta obtusa. La cabeza es pardo-negruzca. Esta oruga adquiere toda su magnitud a fin del verano, y entonces se retira en la tierra, o en el hueco de algún árbol para tomar la forma de crisálida: el insecto perfecto no nace hasta el mes de junio del año siguiente.

La NOCTUAL EXOLETA (Xylina exolela, TREITSCHKE). Tiene las alas lanceoladas, arrolladas, desnudas, pardo-cenicientas, con cuatro puntos marginales blancos. La oruga es lisa, verde, cuajada de puntitos, y vive en las legumbres. La crisálida es parda.

La NOCTUAL DEL GORDOLOBO (Cuculia verbasci, OCHSENHEINER). Tiene el coselete muy elevado; las alas posteriormente dentadas; las superiores de un color pardo subido, con estrías longitudinales más oscuras, y dos semilunitas blancas hacia el lado interno. Esta especie habita en Europa. La oruga es lisa, gris, puntuada de amarillo y de negro: vive en el gordolobo y la escrofularia. La crisálida es amarilla con los estigmas negros.

La NOCTUAL DE LA LECHUGA (Cucullia lactucae, ESPER.). Tiene las primeras alas estriadas, lanceoladas, blancas, con listas sinuosas de color blanco, e inferiormente pardas. Las alas inferiores tienen el disco blanco. La oruga es negra; sus anillos blancos en los costados, y en el dorso llevan una serie de manchas leonadas: su cabeza es negra, y anteriormente presenta una línea bífida blanca.

La NOCTUAL DEL ASTER (Cucullia Asferis, FABR.). Tiene las alas enteras, estriadas, cenicientas, con sus bordes negros; en el exterior lleva tres puntos negros. Esta especie tiene el tamaño y aire de la Noctual del gordolobo: vive en el Aster de China.

La NOCTUAL PARTEMAS (Brephos Notha, HUBNER). Esta especie vuela a la mitad del día; y a principios de la primavera la hallamos en los claros y orillas de los bosques. Las primeras alas son inferiormente pardo-oscuras, polvoreadas de grisáceo, con el centro de la superficie más o menos teñido de color de herrumbre, y señalado con dos líneas blancas: las segundas alas son leonadas superiormente, con una gran mancha triangular y una faja terminal pardo-negruzcas. La oruga es verde amarillenta; y presenta a lo largo del dorso siete líneas oscuras, dos de ellas más anchas, con puntos amarillentos, colocados de dos en dos en cada anillo. Los estigmas son blancos con el contorno negro; vive en el abedul, la encina, etc. Sufre su metamorfosis a fines de junio, y pasa el invierno en estado de ninfa. La crisálida es larga, cilíndrica, de color pardo-castaño, y termina en dos espinas cónicas muy divergentes.

La GEÓMETRA PLUMOSA (Fidonia plumistaria, ESPER.). Es esta una hermosa falena, cuyas primeras alas son de un amarillo claro, con cuatro fajas transversales formadas por la aglomeración de grandes puntos negros; las inferiores son amarillas, cruzadas por una línea curva, negra y algo undulante, y por una hilera de puntos negros. Las antenas del macho son en extremo plumosas, y el vuelo diurno. Encuéntrase esta especie al mediodía de Francia en mayo y setiembre.

La Geómetra plumosa.

La GEÓMETRA DENTADA (Geometra dentaria, LEN.). Tiene las alas grises entreveradas de amarillo; sus primeras alas llevan una ancha faja negra con los bordes exteriormente blancos y dentados. Esta especie vive en Europa.

La PIRAL DE LA VID (Pyralis vitis, FABR.). Tiene las alas superiores de color verduzco subido, con tres fajas oblicuas, negruzcas, de las cuales la tercera es terminal. La oruga causa inmensos daños en los viñedos. Pertenece esta especie a la tribu de las Torcedoras, que arrollan las hojas en forma de barquillo por medio de hebras de seda que tienden a lo largo de los bordes de la hoja, a fin de que les suministren alimento y abrigo.

La PIRAL VERDE LISTADA (Pyralis prasinaria, FABR.). Inferiormente es de un hermoso verde blanquizco. En las primeras alas se ven dos líneas oblicuas; y las segundas son blancas. Su oruga vive en la encina, y se construye en las hojas un capullo en figura de esquife al revés.

La HERMINIA HOCICUDA (Herminia rostralis, LATREILLE). Pertenece a las Deltoides. Sus alas son ceniciento-negruzcas, con manchas y una línea transversal de un matiz más claro, y tres puntos salientes negros. En verano vive en los bosques. La oruga de esta falena es dobladora de hojas: constrúyese un abrigo que se asemeja a una caja complanada, y cuya prominencia o relieve con respecto a la superficie de la hoja no pasa regularmente del diámetro del cuerpo de la oruga; consiste en un velo de extremada finura, tendido y pegado a todo su contorno debajo de la superficie de la hoja, más o menos doblada en este punto. Retirada la oruga debajo de esa tienda de seda, aliméntase allí del parénquima de la hoja, contenido en la red que se forma por el entrecruzamiento de las nervosidades y de pequeñas fibras, las que jamás roen estas orugas, como tampoco al epidermis que reviste la cara de la hoja, opuesta a aquella que sirve de morada a nuestro insecto.

La AGLOSA DE LA GORDURA (Phalena pinguinalis, LIN.). Tiene las primeras alas de un gris de ágata, con rayas y manchas negruzcas: encuéntrase en las casas y en los muros. La oruga es lisa, pardo-negruzca y lustrosa: las sustancias crasas o mantecosas constituyen su alimento. Reaumur la llama falsa polilla de los cueros; porque también roe esta materia, lo mismo que las cubiertas de los libros. Construye una vaina a modo de un tubo largo, que arrima al cuerpo en que ella vive. Linneo afirma, y lo mismo han experimentado médicos muy dignos de crédito, que alguna vez se ha hallado en el estómago humano, produciendo en tal caso gravísimos accidentes.

La GALLERIA DE LA ACERA (Galleria cereana, FABR.). Tiene 5 líneas de largo, el color ceniciento, con la cabeza y el tórax más claros y con manchitas pardas a lo largo del borde interno de las alas superiores. Llama a esta oruga Falsa polilla de la cera. Causa grandes estragos en las colmenas, atravesando los panales; y a medida que adelanta, fabrica un tubo de seda cubierto con sus excrementos.

La POLILLA DE LAS TAPICERÍAS (Pyralis tapezana, FABR.). Tiene las primeras alas negras, con su extremo posterior blanco, lo mismo que la cabeza. La oruga roe los paños y tejidos de lana: ocúltase debajo de una especie de bóveda o medio tubo que forma con sus partículas, y que alarga a medida que va avanzando.

La POLILLA DE LOS PAÑOS (Tinea sarcitella, FABR.). Es gris plateada, con un punto blanco a cada lado del tórax. La oruga se encuentra también en los paños y ropas de lana; entretejiendo con seda las partecillas roídas, se fabrica con ello una vaina inmóvil, la cual sabe alargar y ensanchar a medida que va creciendo.

La POLILLA DE LAS PELETERÍAS (Tinea pellionella, FABR.). Tiene las alas superiores de un gris plateado, con uno o dos puntos negros en cada una. La oruga vive en un tubo de fieltro en las peleterías, cuyos pelos corta en su raíz, destruyendo las pieles con suma rapidez. Estas dos especies, que tan bien saben fabricarse vestidos con la lana o el pelo de otros animales, suministran, no obstante, la seda para coser y aforrar la estofa de que se hacen el vestido. Oigamos lo que sobre su maravillosa industria refiere el célebre Carlos Bonnet de Ginebra, a quien tenía por corresponsal nuestro ciego Huber, gloriándose de ello al dirigirle sus admirables cartas sobre las abejas. Pocos insectos hay que tengan más derecho a nuestra admiración que aquellos que saben fabricarse vestidos, lo mismo que nosotros, y acaso mucho antes que nosotros. También ellos nacen desnudos; pero apenas acaban de nacer que ya trabajan para vestirse. No todas las polillas lo hacen de un modo uniforme, ni todas emplean las mismas materias; habiendo acaso más diferencia bajo este aspecto en las modas de las polillas pertenecientes a diversas especies, que entre las de los diversos pueblos de la tierra. La forma de los vestidos de nuestras polillas domésticas (la de las peleterías y la de los paños) es la más consciente, pues corresponde a la forma de su cuerpo: consiste en una vainita cilíndrica, abierta por ambos extremos. El tejido es de fábrica de la polilla, y está formado por una mezcla de pelos y de seda; pero como no fuera bastante suave para el insecto, le pone un forro de pura seda. Las polillas nunca mudan de vestido; cuando crecidas llevan todavía el que vistieron en sus primeros días, pues saben alargarlo y ensancharlo hasta el punto conveniente. Para alargarlo no hallan la menor dificultad, pues no tienen que hacer más que añadir nuevos hilos y pelos a los extremos; pero el ensancharlo es ya otra cosa: ejecutan para ello, lo mismo que nosotros en igualdad de circunstancias; hienden la vaina por ambos extremos, y añaden luego dos remiendos de la anchura requerida. No inciden el tubo del uno al otro extremo, pues los bordes se separarían demasiado, y quedarían al descubierto; solo abren de cada lado hasta cerca de la mitad de la longitud total; y así, en lugar de dos remiendos o añadiduras, ponen cuatro: los hombres no lo harían de otro modo. Su vestido es del mismo color de la ropa en que se cogieron. Si la polilla de vestido azul pasa a un paño encarnado, las añadiduras serán de este último color; y si pasa a estofas de distintos colores se construirá un traje de arlequín. Los mismos pelos que le sirven para el vestido lo suministran el sustento. No deja de ser extraño que los digieran, pero lo es más aún que los colores no sufran alteración alguna en la digestión. Los pintores pudieran sacar de nuestras polillas polvos de todos colores, y hasta de todos los matices de un mismo color. Hacen las polillas varios viajitos, y las que se establecen en las pieles, no gustan de andar por entre largos pelos, así es que cortan cuantos les salen al paso, y puede decirse que adelantan siempre con la hoz en la mano. De cuando en cuando descansan, y entonces sujetan su vaina por medio de unos hilos. Todavía la sujetan con mayor firmeza cuando deben sufrir su metamorfosis, pues en este caso cierran exactamente ambos extremos, para adquirir en mayor seguridad la forma de crisálida, y en seguida la de mariposa.

La POLILLA DE FRENTE AMARILLA (Tinea flavifrontella, FABR.). Tiene la cabeza leonada; las alas superiores cenicientas y sin manchas; las inferiores blancas. Esta especie es aquella que tantos daños ocasiona en las colecciones y museos de historia natural.

La POLILLA DE LOS GRANOS (Tinea granella, FABR.). Tiene las antenas cortas; la cabeza blanco-amarillenta, cubierta de largos pelos; las alas superiores jaspeadas de gris, de pardo y de negro, y elevadas por detrás. Esta especie es una plaga para los graneros de trigo. La oruga junta varios granos con seda, y con ellos se construye un tubo, del cual sale de cuando en cuando para roer el trigo.

La ADELA DE REAUMUR (Adela Reaumurella, FABR.). Es negra, con las primeras alas doradas y sin manchas; las antenas tres o cuatro veces más largas que el cuerpo; viven en los bosques, en las hojas de los árboles. La vaina de la oruga se ve en su exterior cubierta de pedacitos de hoja sobrepuestos y formando una especie de falbalaes.

El PTEROFORO DE CINCO DEDOS (Pterophorus pentadactylus, FABR.). Pertenece a las fisipenas, y forman la décima y última tribu de las nocturnas. Sus alas son de un blanco de nieve, las superiores están divididas en dos porciones, y las inferiores, en tres.

El PTEROFORO HEXADÁCTILO (Pterophorus hexadactylus, FABR.). Esta especie es la más bonita de su género; sus primeras alas están divididas en ocho nervosidades con barbillas, y las inferiores en cuatro; cuyas doce nervosidades se adhieren recíprocamente por sus barbillas, en términos que al parecer solo componen una ala continua, que se abre y cierra como un abanico. La oruga vive en la madreselva, con cuyas flores se alimenta. El insecto perfecto es raro en las ciudades; pero en otoño llena las casas de campo, donde se la encuentra hasta corriendo por los cristales de las ventanas.

No dejaremos a los lepidópteros sin dar antes algunas instrucciones sobre el modo de recogerlos y conservarlos. Como estos insectos no pierden sus colores aun cuando se desequen, puede formarse con ellos hermosísimas colecciones; que con algún cuidado son de una duración indefinida. Los aficionados a la entomología, apenas reúnen otras colecciones que de lepidópteros y de insectos con estuche. Estos se cogen y conservan aún más fácilmente que los primeros; pues hasta después de haberlos punzado en el élitro derecho, entre el segundo y tercer par de patas, hacerlos desecar, y alinearlos en una caja con fondo de corcho.

No se alarmen las almas sensibles por el dolor que puede causarles el alfiler que los mantiene clavados en la caja, pues téngase entendido que, hallándose la sensibilidad de los insectos repartida entre muchos centros conforme ya hemos dicho, pierde en intensidad lo que gana en extensión, en términos que un insecto puede vivir un año clavado por un élitro. Una colección de lepidópteros exige más cuidado y paciencia, que la de los coleópteros, y a más, no puede durar sin alguien que la conserve con esmero. El coger simplemente una mariposa ya es cosa que tiene sus pelillos, pues debe sorprendérsela cuando está posada, o cogerla al vuelo; y no hay que pensar en tocarla con los dedos, pues esto cuando menos la deslustra y marchita; y al menor contacto se desprenden las sutiles escamillas que constituyen toda la hermosura del insecto. Así pues, para coger una mariposa es menester emplear una redecilla; instrumento que se compone de una especie de bolsa de crespón o gasa, adaptada a un cerco de hierro de 10 pulgadas de diámetro: este cerco se divide en dos partes iguales, que ajustan entre sí, y tienen un tornillo metido en un mango de dos pies y medio de longitud.

Para coger una mariposa cuando se halla parada en una flor, es preciso acercarse con precaución; ocultándole con mucho cuidado la sombra de la redecilla; dirígese esta de derecha a izquierda horizontalmente; y cuando la mariposa se halla ya en la bolsa, se da vuelta pronto a la mano, de modo que se cierre la entrada; en seguida se obliga al insecto a que vaya a un rinconcito de la red, se coge entre el dedo pulgar y el índice por los lados del coselete, y se le clava el alfiler en el centro de esta parte, entre las patas del segundo par. También se cogen las mariposas al vuelo. Si se hallan en el suelo, se las pone debajo del aro de la red; luego se levanta la gasa para obligar al insecto a subir. Si este se hallase posado en el tronco de un árbol, o en una pared, se coge de abajo arriba, cuidando de dar de repente una vuelta en el aire, a fin de que la bolsa quede cerrada.

Cogido ya el insecto, es menester prepararlo; y para ello, a fin de gozar de toda su belleza, se extienden horizontalmente sus alas, dándoles casi la actitud del vuelo; pero si se quiere que esta operación tenga buen éxito, se necesita que el insecto conserve aún toda su ductilidad, la cual desaparece algunos días después de muerto. Para restituírsela, se le clava en un disco de corcho, y se pone en una vasija llena de arena húmeda, cubriéndolo con una campana de cristal. El vapor acuoso que se desprende luego debajo de esta campana, pronto penetra el cuerpo de la mariposa, y la reblandece lo suficiente a las veinte y cuatro horas para poder dar a las alas la inclinación que se quiera. Entonces se arregla su posición. Para esto se toma una tablilla de madera tierna, en cuyo centro habrá una ranura de 6 líneas de profundidad, y de anchura proporcionada al grosor del cuerpo del insecto. Clávase en medio de la ranura el alfiler que traspasa el cuerpo de la mariposa; luego con una aguja muy fina se pincha debajo de la nervosidad más gruesa cerca del cuerpo, y se arreglan sucesivamente las alas superiores, hasta que su extremo sobrepasa algo de la cabeza. Igualmente se acomodan las inferiores de madera que las superiores las cubran algún tanto. Cuando se hallan bien colocadas las cuatro alas, se comprimen entre dos tiras de papel, cuyos extremos se sujetan en la madera con alfileres, o mejor con agujas de coser provistas de una cabeza de cera. Después se quitan las agujas, y se arreglan las patas, luego las antenas, y por fin la trompa. Cuando se colocan las crepusculares y las nocturnas, débese procurar todo lo posible que la crin escamosa que guarnece el borde externo de las segundas alas pase por la corredera que hay en las primeras; así se tira de ambas alas a un tiempo, lo cual nos dispensa de pinchar en las inferiores.

Pasados algunos días, el insecto está del todo seco; se coge con precaución, después de haberle quitado las tiras de papel, y se pone en la caja con fondo de corcho. Es muy útil que el papel que cubre el interior de la caja se haya pegado con cola disuelta en alguna decocción amarga, pues es el único medio de impedir que los insectos extraños agujereen dicho papel; sin cuya precaución los dermestes, antrenas, barrenas, etc. que lograsen introducirse en la caja, se alojarían en el corcho, del cual saldrían para destruir los insectos que se desean conservar.

Para evitar el inconveniente de abrir con demasiada frecuencia las cajas, es muy útil ponerles un cristal que permita ver los insectos sin tenerlos expuesto al polvo, y sobre todo a la invasión de la polilla, cuyas orugas son aún más perjudiciales que las larvas de los coleópteros; pues consumen las alas de las mariposas en la construcción de sus estuches o vainas.

Pero el medio más seguro de obtener insectos lepidópteros enteramente frescos, consiste en criar uno por sí mismo las orugas; a más de que hay ciertas especies nocturnas que es imposible obtenerlas de otra manera. La cría de las orugas constituye un ramo muy interesante de historia natural; aunque prescindiendo de los pormenores didácticos, diremos solo que es indispensable observar con cuidado en que planta vive la oruga que se quiere alimentar, para suministrársela de la misma especie; luego es necesario colocarlas en cajitas agujereadas en uno de sus lados para dar paso al aire; y cubiertas de vidrio en su cara superior para que pueda penetrar la luz. El fondo se cubrirá de tierra, para que las orugas puedan hundirse en ella, supuesto que sea tal su hábito, al querer efectuar su metamorfosis. La tapadera podrá quitarse, para renovar la planta siempre que sea necesario. También se pone en la caja una redomita de cuello angosto, llena de agua, en que se sumerge el tronco de las ramas destinadas a alimentar la cría. Una vez la oruga ha adquirido ya su mayor desarrollo, se transforma en crisálida, y entonces queda la cría terminada, pues no exige ningún otro cuidado. En el plazo prefijado por la naturaleza, el insecto perfecto rompe su envoltorio y se presenta bajo su última conformación: sus alas, al principio blandas, húmedas y dobladas, antes de dos horas adquieren toda su extensión; si al cabo de este tiempo el insecto no está bien desenvuelto, habrá abortado. No debemos apresurarnos a clavarle el alfiler, aun cuando su salida a luz se haya efectuado a pedir de boca, pues las alas se encresparían y nunca tomarían su verdadera forma.

Las colecciones de lepidópteros son bastante raras en Francia; y la mayor parte solo presentan a la vista una reunión de especies anónimas, amontonadas sin orden y confusamente en cajas con cristales. No están bastante persuadidos de que un insecto sin nombre es un cuerpo sin alma. Pero si el individuo que tenemos delante, ofrece la completa indicación de su especie formulada por Linneo, y comprobada por nosotros mismos en su obra, esta comprobación nos pone en relaciones con ese inmortal naturalista, estableciéndose entre nosotros a la distancia de siglos una especie de correspondencia simpática, cuyo fiel y seguro mensajero es la mariposa que hemos encontrado, y que Linneo describió hace ya cien años, cual si hubiese estado pensando en nosotros. Su texto, que hemos cotejado con el insecto en la mano, y que sin él fuera una letra muerta, centuplica por su parte también el valor del individuo que poseemos, haciéndole fácil de reconocer; de modo que este viene a ser como un regalo del autor. Es menester haber probado el placer que resulta de la posesión de una especie bien determinada, para formarse una idea de los deliciosos éxtasis del entomologista posesor de 45 especies de zigenias europeas, y a quien falta solamente una para poseer el género completo. No conozco una satisfacción igual a la que experimenta el aficionado al confrontar especies recién adquiridas, y colocarlas en la caja, llenando los sitios que desde mucho tiempo las estaban aguardando. Especialmente cuando arregla su colección según un nuevo orden, o que inspecciona sus insectos a fin de asegurarse de su perfecta conservación: entonces es preciso verle dulcemente hostigado por el demonio de la propiedad, examinando las cajas con inquietas miradas; limpiar y arreglar con paciencia el coleóptero polvoriento o fuera de su sitio; descubrir y exterminar la larva que buscó asilo en el abdomen de uno de aquellos insectos cuyo retiro ha descubierto un montoncito de polvo restos de su festín. El entomologista que es dueño de una colección bien clasificada y coordinada no conoce el fastidio: cada día revista sus batallones silenciosamente alineados, llamando a cada soldado por su propio nombre, con una memoria digna de Artajerjes Mnemon. Pásanle las horas rápidas, tiene un sueño ligero y es muy madrugador; por otra parte las plácidas emociones que su afición le produce hacen circular libremente su sangre y conservan su salud. La contemplación de la naturaleza le inspira benevolencia; su alma desconoce las pasiones tristes y deprimentes: su ambición, sus intrigas y hasta sus celos, son del todo inofensivos, lo mismo que sus gustos: no tiene más odio que a los Ptinos, Dermestes, Carcomas o Barrenas y Polillas que llevan el estrago a sus dominios: su ánima es superior a los contratiempos; en términos, que mejor que al poeta pudiera aplicársele lo que dice Horacio, que se ríe de la bancarrota, de la fuga de los esclavos; y... iba a continuar, de los incendios; pero hubiera dicho mal, pues esta última desgracia es la única capaz de hacer en el entomologista profunda mella. Conozco a cierta persona, a quien hace algunos años que le quitaron brutalmente un destino de jefe de administración, el cual desempeñaba en uno de los ministerios de Francia. El repentino tránsito de una vida activa a una completa ociosidad debía serle funesta; y conoció que se iba en gran manera deteriorando su salud: pero su médico le regaló una caja de Capricornios y de Buprestes (de los cuales solo algunos estaban señalados con un Fabricio), con el objeto de que confrontase las especies que llevaban etiqueta, y determinase las que carecían de tal requisito. Comprobó el enfermo desde luego las primeras con la ayuda de su médico, para acostumbrarse al lenguaje científico: este ejercicio le mantuvo ocupado sin gustarle mucho; después se puso a estudiar las especies sin nombre. La primera le interesó poco, pues creyó que la casualidad le había hecho adivinar lo justo; la segunda le dejó sorprendido; la tercera, le lisonjeó y dejó satisfecho; la cuarta le irritó por medio de dificultades que logró vencer; la quinta lo llenó de júbilo; y desde que llegó a este punto, el médico le abandonó como a hombre curado: en efecto, nunca había digerido mejor, ni gozado más tranquilo y dulce sueño, ni de más claro discurso, que desde que renunció a sus ambiciones.

Decíamos, pues, que las colecciones metódicamente ordenadas son muy raras, tanto que acaso en todo París no hay una docena. La de Mr. Boisduval es la más completa y mejor clasificada: contiene todas las especies de que hace mención su catálogo, y por la misma se arreglan las demás para la determinación de las especies. Pero la más hermosa de toda Francia, y acaso de toda Europa, es la de Mr. Pierret, hijo. El autor de esa colección quiso que toda ella se compusiese únicamente de insectos nacidos a su vista, y él mismo ha recogido y criado las origen que le proporcionaron sus lepidópteros. Con esto sus insectos presentan una perfecta integridad y brillo. El menor defecto en las antenas o en los palpos, la más ligera arruga en las alas; y la falta más insignificante defecto en las escamillas, es un motivo de exclusión: hay en ella un lujo, una simetría y exquisita limpieza, que hace que dicha colección no solo es el museo de un sabio, sino la obra de un verdadero artista.

Orden de los Hemípteros Los hemípteros se aproximan a los coleópteros por sus alas superiores, las cuales en la mayor parte de aquellos son de consistencia coriácea en la mitad de su extensión (de ahí nace el nombre de la orden); pero la disposición particular de las partes de la boca los ha hecho colocar entre los insectos chupadores. Distíngueseles por una especie de pico tubular, cilíndrico y articulado, de que su boca se halla provista. Este pico se compone de una vaina casi cilíndrica, formada por tres o cuatro artículos puestos en fila, que encierran cuatro hilitos muy delgados, recios y dentellados en su ápice, y propios para taladrar la piel de los animales o los vasos de las plantas. Esta vaina representa el labio inferior, y en su base se ve una pieza cónica y prolongada, que es análoga al labro. Los hilitos del par anterior ocupan el lugar de mandíbulas, y los del segundo par pueden mirarse como maxilas muy prolongadas. Los hemípteros que viven a expensas de los animales tienen un pico robusto y ganchoso; al paso que los que se alimentan del jugo de las plantas lo tienen muy delgado y arrimado entre las patas y al tórax. Sus metamorfosis son incompletas. Al paso que el insecto va creciendo, no por ello cambia de hábitos ni de formas, solamente adquiere alas, de que antes estuvo privado.

Partes del pico de una chinche.

Los hemípteros se han dividido en dos secciones: Heterópteros, cuyas alas son coriáceas hacia su raíz y membranosas en su remate, y cuyo pico nace de la frente; y Hemópteros, cuyas primeras alas, o élitros, tienen igual consistencia en toda su extensión, y cuyo pico nace de la parte inferior de la cabeza. La sección de los Heterópteros comprende dos familias: los Geocorisos y los Hidrocorisos; estos son chinches acuáticas, y aquellos terrestres.

Familia de los Geocorisos Tienen las antenas descubiertas, más largas que la cabeza e insertas entre los ojos, junto a su borde interno. Los tarsos constan de tres artículos, de los cuales el primero a veces es muy corto. Van comprendidos en el gran género Cimex de Linneo; el cual se ha dividido y subdividido en una infinidad de subgéneros; aunque para distinguir la familia basta con conocer los caracteres más interesantes o sobresalientes.

Las Scutelleras tienen la vaina de su chupador compuesta de cuatro artículos distintos y descubiertos; el labro prolongado más allá de la cabeza en forma de lesna, y superiormente estriado; los tarsos se componen de tres artículos, de los cuales el primero es igual al segundo, o más largo que este; las antenas son filiformes y constan de cinco artículos; el escudete cubre todo el abdomen. Viven en las plantas, cuyas hojas chupan, y también atacan a los insectos, y en especial a las orugas.

La SCUTELLERA DE SIAM (Cimex lineatus, LIN.). Es una especie de las más hermosas y extrañas de la familia. Tiene 4 líneas de largo y 3 líneas de ancho, su cabeza, coselete y escudete se ven listados longitudinalmente por rayas alternas, negras y coloradas; el coselete es ancho y algo convexo o giboso; los élitros colorados con su porción membranosa parda; la cara inferior del insecto es colorada, con puntitos negros, y los bordes del vientre adornados de manchitas negras y coloradas alternativamente; las antenas son negras, como las patas, aunque en estas se ve algo de colorado, especialmente en las piernas.

Los Pentatomos no difieren de las scuterellas sino por el escudete, el cual solo cubre una parte del abdomen, y los élitros están enteramente descubiertos.

El PENTATOMO DE LAS CRUCÍFERAS (Cimex ornatus, LIN.). Es esta una linda especie de 4 líneas y media de longitud, de forma ovoidea, redondeada, colorada, con un gran número de manchas; y la cabeza y alas negras. Vive en la col y demás crucíferas.

El PENTATOMO GRIS (Cimex griseas, LIN.). Es gris-amarillento oscuro, con puntos negruzcos; el extremo del escudete es de color más claro, con una mancha oscura en cada lado. La membrana de los élitros es blanca con puntos negruzcos; la superficie inferior del cuerpo amarillenta; el abdomen tiene una punta hacia delante, y los costados se ven entreverados de negro y de amarillento. Esta especie es una de las más abundantes y fétidas del género. Suministró a de Geer una observación muy curiosa. Este naturalista observó varias hembras acompañadas de sus hijuelos en número de unos cuarenta. Seguían estos todos los movimientos de las madres, las cuales no los abandonaban, y parecía que los protegían. De Geer vio una de dichas hembras que batía las alas en el instante en que él se le aproximaba como para defender a su familia. El macho es el enemigo que más teme la madre, pues trata de destruir a los hijos desde el instante de su nacimiento. Cuando estos han adquirido suficientes fuerzas para defenderse por sí mismos, la madre los abandona.

El PENTATOMO DE LOS SETOS (Conex baccarum, FABR.). Está cubierto de vello, y es superiormente rojizo; el extremo del escudete es amarillento; los bordes del abdomen están adornados de manchas negruzcas la cara inferior del cuerpo es de un amarillo claro; las antenas son anilladas de negro y de blanco. Esta especie, lo mismo que la precedente mancha las fresas, frambuesas, y frutos del espino, comunicándoles un olor infecto.

Los Coreos, no se diferencian de los Pentatomos sino por sus antenas, compuestas de cuatro artículos, el último de los cuales es ovoideo, o ahusado; y el cuerpo oval.

El COREO BORDADO (Coreus marginatus, LIN.). Tiene 6 pulgadas de largo, de color de canela: los costados posteriores del coselete son abultados y redondeados; el abdomen es ancho, con la parte media de la cara inferior colorada. Esta especie habita en las plantas, y difunde un olor de manzanas. -Las chinches propiamente dichas no tienen más que tres artículos distintos en el chupador; su cuerpo es blando y muy complanado; sus antenas terminan de repente en forma de cerdas.

La CHINCHE DE LAS CAMAS (Cimex lectularius, LIN.). Es de color pardo-oscuro y sin alas, carácter enteramente excepcional; estos órganos en efecto le hubieran sido inútiles, puesto que se alimenta de sangre humana. Supónese que en Inglaterra no existía antes del incendio de Londres en 1666, y que fue allí importada en unos leños de América; pero fue conocida en Europa muchos siglos antes, supuesto que trata de ella Dioscórides. No hablaremos de los medios que se han propuesto para destruir tan asqueroso insecto: el mejor de todos es la limpieza. Varias veces hemos visto emplear con buen éxito el siguiente: colócase en un rincón de la cama un arenque seco: su olor desagradable, lo es mucho más para las chinches, las cuales desaparecen.

Los Reduvios tienen el cuerpo prolongado; la cabeza sostenida por una especie de cuello; el pico corto y encorvado, y los élitros tan largos lo menos como el abdomen.

El REDUVIO ENMASCARADO (Cimex personatus, LIN.). Llámala Geoffroy chinche- mosca. Tiene 8 líneas de longitud; es de color pardo-negruzco y sin manchas. Vive en el interior de las casas, donde se alimenta de moscas y otros insectos, a los que se aproxima cautelosamente, y luego se precipita sobre los mismos: sus picaduras los matan al instante.

Los Ployeros tienen el cuerpo linear; los pies largos y delgados; los dos anteriores tienen las caderas prolongadas y aptas para coger una presa, como en las mantas.

La PLOYERA VAGABUNDA (Gerris vagabundus, FABR.). Tiene de 2 a 3 líneas de largo; el color pardo y entrecortado de blanco: encuéntrase en los árboles y en las casas; vacila y se columpia de continuo como una típula.

Los Hidrómetros tienen los cuatro pies traseros muy largos delgados y separados entre sí desde su nacimiento; los garfios de los tarsos muy pequeños, y situados en una cisura del extremo lateral del tarso; los pies le sirven para andar y para remar en el agua; su cuerpo es delgado y linear; sus ojos gruesos, y prominentes o globulosos y están situados a los lados del hocico.

El HIDRÓMETRO DE LOS LAGOS (Hydrometra lacustris, FABR.). Es de color negro-parduzco-verdoso superiormente; las patas pardas, y el mamelón del abdomen saliente. Este insecto es muy común en Europa, y muchas veces lo vemos en la superficie de las aguas tranquilas. Van a bandadas, y se sirven de las patas traseras como de reinos, de modo que adelantan su camino a sacudidas. Si queremos examinar más de espacio alguno de estos insectos, no tenemos que hacer más sino echarle una mosca terrestre, y al punto acudirán los hidrómetros a devorarla.

Familia de los Hidrocorisos Los hidrocorisos tienen las antenas insertas y ocultas debajo de los ojos, más cortas que la cabeza, o a lo más de la longitud de esta. Estos hemípteros son acuáticos, y se sustentan de insectos, que cogen con sus patas anteriores como con otras pinzas. Sus picaduras son muy fuertes, y los tarsos constan solo de dos artículos. Componen los dos grandes géneros Nepa y Notonecta, de Linneo.

Las Nepas, o Escorpiones acuáticos, tienen las patas del primer par en forma de tenazas, compuestas de un muslo muy grueso, o muy largo, teniendo debajo un canal que recibe el borde inferior de la pierna, y un tarso muy corto, que junto con la pierna forma un grande garfio.

La NEPA CENICIENTA (Nepa cinerea, LIN.). Tiene el cuerpo casi elíptico; su abdomen termina en dos crines, que le sirven para la respiración en los lugares acuáticos y fangosos, en cuyo fondo se mantiene. Los huevos son semejantes a una semilla, de figura ovoidea y tienen en un extremo un pincelito de pelos. La longitud de este insecto es de 8 líneas; su color gris, con la cara superior y el abdomen colorado, y la cola algo más corta que el cuerpo.

La NEPA LINEAR (Nepa linearis, LIN.). Es el tipo del subgénero Ranatro, que contiene las especies tropicales de mayor tamaño; tiene el cuerpo linear y el pico dirigido hacia delante. Su longitud es de 1 pulgada, el color ceniciento claro y algo amarillento, con la cola de igual longitud a la del cuerpo: los pelos que coronan los huevos compónense únicamente de dos cerdas.

La Nepa linear.

Las Notonectas tienen únicamente las dos patas anteriores encorvadas hacia abajo, y las del tercer par con pelos en forma de remos. Nadan con suma velocidad y la mayor parte vueltas de espaldas al agua. (De ahí les vino el nombre de Notonectas). En todos sus estados son acuáticas y carnívoras. Devoran las larvas de las Efímeras; y a veces atacan a otros insectos de mucho mayor cuerpo, y aun a su misma especie.

La NOTONECTA VERDE (Notonecta glauca, LIN.). Tiene la cara inferior de un verde- negruzco; la parte anterior de la cabeza de un verde-claro; la parte superior de esta misma y porción delantera del coselete blanquizcas; la mitad trasera de este, oscura, y el escudete negro; los élitros amarillo-grisáceos y algo parduzcos, con los costados algo parduzcos. Habita este insecto en las aguas tranquilas, donde lo vemos nadar con sus patas traseras. Es sumamente ágil, y cuando se le quiere coger se hunde en el agua, y vuelve a poco a reaparecer en la superficie. Es menester ir con precaución al cogerlo entre los dedos, pues su picadura es muy fuerte, y la causa clavando la punta de la trompa.

La sección de los Hemípteros se compone de insectos que se alimentan de los jugos vegetales; tienen las alas superiores ya coriáceas, ya membranosas, y semejantes a las inferiores; por último las hembras en general están provistas de un taladro, con el cual practican incisiones en los vegetales a fin de alojar en ellas los huevos. Esta sección consta de tres familias: las Cicadarias, las Afidias y las Gallinsectas.

Familia de las Cicadarias Los hemípteros de esta familia tienen los tarsos compuestos de tres artículos; las antenas muy pequeñas y cónicas, o en figura de lesna. Compónese de los tres géneros siguientes: Cigarra, Fulgura y Cicadella. Las Cigarras tienen las antenas compuestas de seis artículos, y tres ojos lisos; sus élitros son transparentes y ramificados muchos llevan a cada lado de la base del abdomen un órgano particular, por cuyo medio producen un canto monótono y ruidoso, que continuamente oye el viajero en los campos meridionales de Europa. Débese a Reaumur la descripción del ruidoso instrumento de que se vale este rústico bardo para llamar a su compañera. Desde luego se descubren debajo del vientre dos placas o láminas escamosas, que son una expansión del tercer segmento del coselete; cada lámina cubre como un postigo una cavidad, la cual contiene las diferentes piezas del instrumento. Ambas cavidades están separadas por un tabique escamoso y triangular, perteneciente al primer segmento abdominal. Detrás de dicho tabique y formando el fondo de la cavidad hay una lámina tendida, delgada y transparente, que llaman espejo. Delante de la misma cavidad se ve otra membrana blanca y arrugada; y hacia fuera, es decir, en frente del tabique escamoso, existe otra membrana arrugala que completa la cavidad. Esta última membrana, llamada tímbalo, es seca, elástica y convexa hacia fuera y se mueve por la acción de un músculo muy robusto, cuyas fibras nacen del tabique escamoso. Cuando estas se contraen, obran sobre el tímbalo haciéndole experimentar cierta depresión; y cuando se relajan, la membrana retiembla y recobra su convexidad en fuerza de su propiedad elástica y de los surcos córneos que la refuerzan. Estas contracciones y relajaciones alterna y rápidamente repetidas por un movimiento de trepidación del gran músculo, es lo que produce las vibraciones sonoras que se han llamado canto de las cigarras. Estos animales se mantienen en los árboles chupando su savia. La hembra está provista de un taladro que se compone de tres piezas escamosas, y con él taladra las ramitas de leño muertas, hasta la médula, para deponer allí los huevos. Las tiernas larvas pronto abandonan este abrigo y se hunden en la tierra, donde toman la forma de ninfas.

La CIGARRA PLEBEYA (Cicada plebeja, LIN.). Es la más común y más gruesa de las especies de Francia. Es negra con manchas amarillas y rojizas. La X del escudete es de este último color. La cara superior del abdomen es casi sin manchas; los élitros en su mitad inferior presentan nervosidades testáceas, y en la otra mitad negruzcas; tiene dos rasgos oblicuos, negruzcos junto a los costados y hacia su extremidad.

La CIGARRA SANGRIENTA (Cicada haematodes, OLIV.). Es negra, con la parte anterior del coselete y las patas sin manchas; las nervosidades de los élitros coloradas, así como los bordes de los anillos abdominales. Esta especie habita al mediodía de Francia.

La CIGARRA FLAUTISTA (Cicada tibicen, LIN.). Encuéntrase en Suriname en los plantíos de café; sus élitros tienen estrías herrumbrosas, y el ápice del escudete escotado.

La CIGARRA DEL FRESNO (Cicada Orni, LIN.). Tiene cosa de 1 pulgada de longitud; el color amarillento claro superiormente, con mezcla de este color y de negro en la cara superior, y los bordes de los artículos abdominales rojizos: en los élitros se ven dos hileras de puntos negruzcos, de los cuales los más pequeños están más inmediatos a su borde interno. Habita al mediodía de Francia y de Italia y en España igualmente. Vive en el fresno, y punzando en este árbol, hace destilar un jugo melifluo y purgante, a que se da el nombre de maná.

Las Fulgoras son cicadarias mudas, que solo tienen tres artículos distintos en las antenas; dos ojuelos lisos, y las antenas insertas inmediatamente debajo de los ojos. Estos insectos en la mayor parte son de gran tamaño, y están adornados de vistosos colores. La cabeza es notable por los apéndices que la sobrecargan, los cuales ya imitan la figura de sierra, ya la de una trompa de elefante, ya la geta de ciertos mamíferos herbívoros. Esta protuberancia difunde en algunas especies una luz muy viva. Las Fulgoras vuelan muy bien, y habitualmente se mantienen en la cima de los grandes árboles.

La FULGORA EUROPEA (Fulgora europea, LIN.). Es verde; la frente prominente en forma cónica, con tres líneas en relieve así en la parte superior, como en la inferior; los élitros y las alas son diáfanas, con nervosidades verdes; y en el coselete se ven tres líneas prominentes. Esta especie habita al mediodía de Francia, en Sicilia e Italia.

La FULGORA CANDELARIA (Fulgora candelaria, LIN.). Tiene la frente prolongada en términos que se asemeja a un largo hocico vuelto hacia arriba, y cilíndrico; los élitros son verdes, con manchas amarillas; las alas son también amarillas con los extremos negros. Esta especie es común en la China.

Fulgora candelaria.

La FULGORA LINTERNARIA (Fulgora lanternaria, LIN.). Pertenece a la América. Tiene el hocico recto, abultado y redondeado en su extremo; los élitros abigarrados, con un grande ojo en las alas interiores. Esta especie, seguir refiere la Señora de Merian, tiene la propiedad de difundir durante la noche una luz muy intensa, con que pueden leerse los caracteres más diminutos.

Las Cicadellas, lo mismo que las fulgoras, son mudas, y también solo constan sus antenas de tres artículos distintos, y dos ojuelos lisos, pero las antenas se hallan insertas entre los ojos. Entre los subgéneros que carecen de escudete propiamente dicho, cuéntanse los Tragopes, los Darnis, y los Bocidios, etc. Entre las que tienen un escudete más o menos descubierto hay los Centrotos tales como el DIABLILLO (Cicada cornuta, LIN.). Tiene este 4 líneas de largo, y un cuerno a cada lado del coselete, prolongándose este último posteriormente en punta de la misma longitud que el abdomen. Encuéntrase en los bosques, en los helechos, retamas, etc.

Familia de los Afidios Distínguese esta familia de la antecedente por sus tarsos, los cuales solo tienen dos artículos, y las antenas filiformes o setáceas más largas que la cabeza, y compuestas de seis a once artículos. Los individuos alados tienen todos dos élitros y dos alas. Son unos insectos muy pequeños cuyo cuerpo regularmente es blando, y pululan prodigiosamente. El género Pulgón, que constituye casi él solo esta familia está caracterizado por antenas de seis a ocho artículos, por estuches y alas ovales o triangulares, formando un plano inclinado, y un pico muy distinto. Los pulgones de que hemos hablado ya al tratar de las hormigas y de los hemerobios, tienen las antenas más largas que el coselete el cuerpo oval, y a menudo cubierto de una sustancia farinácea; las patas largas y delgadas, y el abdomen provisto en su extremo de dos cuernecitos o mamelones dirigidos oblicuamente de abajo arriba, de los cuales destila un líquido transparente y meloso. Viven regularmente reunidos en número infinito en diferentes plantas, las cuales chupan con sus trompas, y las picaduras que hacen en las hojas determinan a veces grandes deformaciones y varias excrecencias: muchos de estos insectos permanecen faltos de alas. En la primavera cada reunión se compone únicamente de hembras ápteras, o con simples rudimentos de alas; producen hijos, que nacen vivos y también son hembras; y de esta suerte se suceden varias generaciones femeninas hasta el otoño, en cuya época tan solamente nacen los machos: desde entonces el pulgón deja de ser vivíparo y pasa a ser ovíparo y a efectuar su puesta. A los primeros fríos perecen todos, pero los huevos que dejaron pegados a las ramas se abren en la primavera y producen hembras vivíparas que pululan con suma rapidez. Cada hembra produce cien pulgones, y cada uno de estos produce otros ciento, y así de los demás: calcúlese pues lo que debe resultar de once generaciones sucesivas y se verá que la posteridad de un solo pulgón se compone de más de mil insectos. Entre las numerosas especies del género citaremos los siguientes.

El PULGÓN DEL ROSAL (Aphis rosae, LIN.). Es verde con un vello blanco algodonoso.

El PULGÓN DE LA ENCINA (Aphis quercus, LIN.). Es pequeño, pardo-rojizo, sin cuernos y con la trompa tres veces más larga que el cuerpo.

Familia de los Gallinsectos Los Gallinsectos tienen mucha semejanza a los pulgones; pero se reconocen por sus tarsos compuestos de un solo artículo distinto, el cual termina en un solo ganchito. La hembra está provista de un pico apto para chupar. Comprenden el género Cochinilla de Linneo.

Las Cochinillas en estado de larva son primeramente muy ágiles, y corren por las plantas en que están domiciliadas; pero son tan diminutas que solo con una lente puede distinguírselas. El macho cuando se dispone a subir sus metamorfosis se adhiere a las ramas, y en el interior de su piel endurecida llega la ninfa al estado de insecto perfecto; saliendo de ella caminando hacia atrás después que la ha rasgado. Sírvese poquísimo de sus alas y goza breves días de vida. Una vez la hembra ha adquirido su mayor desarrollo constrúyese un nido de plumón, engánchase en el vegetal con el pico haciéndolo penetrar en el tejido de las hojas; no tarda en abultársele el abdomen, y salen del mismo huevos, los cuales la madre los hace pasar entre su vientre y el vello o plumón del nido; muriendo después y dejando su cadáver por domicilio de sus hijos. Estos insectos perjudican a los árboles produciendo en ellos con las picaduras una transpiración sobrado abundante, por lo mismo los cultivadores de albérchigos, naranjos, higueras y olivos los destruyen porfiadamente. Sin embargo hay algunas especies preciosísimas para el hombre, tal es la siguiente.

La COCHINILLA DEL NOPAL (Coccus cacti, LIN.). Vive en los cactus y suministra un tinte bellísimo de escarlata. El macho es pequeñísimo y tiene el cuerpo oblongo, y terminado en dos cerdas; es de color rojo subido; las patas son largas; y las alas grandes y blancas. La hembra es de tamaño mucho mayor pues llega a veces a igualar a un pequeño guisante; tiene las patas muy cortas, y todo el cuerpo de color pardo-oscuro, cubierto de un polvillo blanco. Este precioso insecto, cuya materia colorante produce el más hermoso carmín, es útil a la pintura tanto como al arte de teñir los tejidos. Es originario de América.

Orden de los Chupadores Este orden se compone del solo género Pulgas. Son estos insectos ápteros y están provistos de un chupador formado de tres piezas, contenidas entre dos láminas articuladas, y dispuestas en forma de pico cilíndrico y cónico. Tienen el cuerpo oval, deprimido y cubierto de unos tegumentos bastante recios. Su cabeza es pequeña, y a cada lado se ve un ojo redondo; los anillos del coselete solo se diferencian de los del abdomen por su mayor pequeñez, y por estar en ellos insertas las patas; los pies son aptos para el salto.

La PULGA COMÚN (Pulex irritans, LIN.). Es de color castaño; su pico es más corto que el cuerpo. La hembra pone unos doce huevos, gruesos, blancos y viscosos, que se abren a los cinco días; las larvas que de ellos salen son blancas y muy vivas; arróllanse en espiral, y al cabo de doce días se construyen un capullo de una seda finísima, y en él se convierten en ninfas. Al cabo de otros doce días, salen en estado perfecto, y señalan por medio de saltos los primeros instantes de su nueva vida. Este insecto se alimenta con sangre del hombre, del perro y del gato. La larva vive en la inmundicia; como debajo de las uñas de las personas sucias; en los nidos de aves, y en especial de pichones, cuyo cuello desnudo de plumas chupan con sumo afán.

La PULGA PENETRANTE (Pulex penetrans, LIN.). Conócenla en América bajo los nombres de Chique, Bicho, etc. Su pico es de la longitud del cuerpo. Introdúcese este insecto debajo de las uñas del dedo gordo del pie y debajo del epidermis del talón, donde pronto adquiere el tamaño de un guisante pequeño, a causa del rápido crecimiento de los huevos que lleva en su abdomen. Las numerosas larvas que salen de estos, viviendo debajo de la piel producen úlceras de curación sumamente difícil, y algunas veces son mortales. Para precaver tan fatales efectos, basta con extraer la pulga madre antes que haya efectuado su puesta: cuya operación practican las negras con la mayor destreza por medio de una larga aguja.

Orden de los Ripípteros Las especies poco numerosas que componen este orden, son notables tanto por su particular organización, como por sus hábitos. Tienen dos alas membranosas, grandes, plegadas longitudinalmente, al modo de un abanico (y esto literalmente significa la voz rhipíptero). Nacen estas del tercer anillo torácico; y en el segundo de estos anillos se implantan dos élitros, que cubren la raíz de las grandes alas; y además, el primer anillo presenta dos pequeños apéndices largos y estrechos. La boca está armada de laminitas puntiagudas, semejantes al chupador de los dípteros; los ojos son granujientos y algo pediculados. Las larvas de estos insectos son ovaladas, y están desprovistas de patas. Este orden solo contiene dos géneros: los Stylopes y los Xenos. Los Estílopes tienen la rama superior de la última pieza de las antenas compuesta de tres artículos; el abdomen es carnoso y retráctil. Solo hay una especie de Stylope y es la siguiente:

El ESTÍLOPE DE LAS ANDRENAS. Es su longitud 1 línea y media; el color muy negro, con las alas que sobrepasan del cuerpo, y las patas pardas. Los Xenos tienen dos ramas de las antenas sin articulaciones; el abdomen córneo y retráctil, solo comprenden dos especies que son el Xenos de Pock, que vive en la avispa gálica, y el Xenos de Rossi, que se encuentra en la Vespa fucata, avispa de la América septentrional. Con estos terminamos el orden de los ripípteros.

Orden de los Dípteros Los Dípteros, conforme ya su nombre indica, tienen dos alas membranosas, semejantes a las de los himenópteros; son simplemente ramificadas, y lo más comúnmente horizontales; debajo de las mismas se hallan por lo regular dos apéndices muy móviles en forma de varillas, y se llaman balancines; en la base de cada uno de estos se encuentran dos piezas membranosas semejantes a las conchas; y se llaman alitas o cucharillas, sus usos son desconocidos. La organización de la boca es propia para chupar. El chupador se compone de piezas escamosas en forma de filamentos, desde dos a seis; unas veces se halla metido en la ranura superior de una vaina en figura de trompa y terminada por dos labios; y otras está cubierto por una o dos láminas inarticuladas que le sirven como de estuche. La vaina representa el labio inferior; y los filamentos, las mandíbulas, las maxilas y la lengüeta. El número de ojos lisos, cuando los tienen, es siempre de tres; en general los pies son largos y delgados, terminando en un tarso compuesto de cinco artículos, el último de los cuales de ordinario está provisto de pelotillas. El abdomen es pediculado, y en la hembra, por lo regular, termina en punta, que a menudo es susceptible de prolongación al modo de un tubo de anteojo de larga vista, y constituye una especie de taladro. Las larvas carecen de patas; y unas se hilan un capullo para metamorfosearse en ninfas; otras no mudan, sino que dentro de su misma piel, endurecida y casi córnea, se transforman en ninfas como en un sólido capullo. Entre los Dípteros hay algunos que nos causan no poco daño ya infectando nuestros alimentos, ya atormentando a nuestros animales domésticos y hasta a nosotros mismos; pero otros hay que nos traen utilidad alimentándose de sustancias en estado de putrefacción y que inficionan el aire que respiramos.

El orden de los Dípteros es casi tan considerable como el de los coleópteros; pero no entra en nuestro plan el extendernos en su clasificación circunstanciada; así que, nos contentaremos con dar a conocer los géneros principales de las seis familias de que consta el orden.

Familia de los Nemoceros Los insectos de esta familia tienen las antenas compuestas de un sin número de artículos filiformes, más largos que la cabeza; pueden reducirse a los géneros Mosquito y Tipula.

Los Mosquitos tienen el cuerpo y los pies largos, y las antenas provistas de largos pelos; su trompa es también larga, filiforme, cornuda y encierra un chupador punzante, compuesto de cinco filamentos. Estos insectos huyen de la luz del sol y les gustan los sitios acuáticos y sombríos: al anochecer volitan reunidos en numerosas bandadas, y despiden un zumbido agudísimo. Las hembras son las que taladran nuestra piel para chuparnos la sangre, que codician en gran manera; sus cerdas finas y dentadas introducen en la picadura un líquido ponzoñoso, que produce una irritación vivísima y una hinchazón considerable. En los países cálidos se designan con los nombres de maringuinos, mosquitos de trompetilla, etc. Para librarse de estos insectos al estar en cama rodéase esta con un crespón o gasa en forma de cielo o pabellón, a lo que llaman mosquiteros. Por lo demás, estos insectos chupan también el jugo de las flores. La hembra deposita sus huevos en el agua, y los junta unos a otros de manera que forman una especie de balsa flotante en la superficie del líquido. Hormiguean en las aguas tranquilas las larvas que de ellos nacen; su abdomen es oblongo y termina en cerdas y apéndices dispuestos a modo de radios; el penúltimo anillo lleva en su porción dorsal un tubo, por cuyo medio el animalito, que se mantiene con la cabeza hacia abajo en la superficie del gua, puede sacar de la atmósfera el aire que necesita. Cuando la ninfa, que igualmente es acuática, llega al estado perfecto, rasga su piel, levanta la cabeza y el coselete por encima de la abertura que acaba de hacer, y se dispone a arrojar de sí enteramente su envoltorio. Pero, es este instante crítico para nuestro insecto, la piel que le sirvió de capullo, le sirve luego de esquife, siendo el mástil su propio cuerpo. Si el agua está en calma poco a poco se va desembarazando; pero a la menor agitación del líquido, al menor soplo del aire, la endeble embarcación es sumergida y el insecto se ahoga. Para librarse de este peligro, saca el mosquito la parte posterior de su cuerpo hacia la abertura anterior de su despojo, se endereza echando la cabeza hacia atrás, a fin de que su cuerpo forme ángulo recto con el esquife que le sostiene; de esta suerte, así la parte de delante como la de detrás quedan vacías, y el agua no puede penetrar por la parte posterior del capullo porque está cerrada, y la anterior, que se halla abierta, sobrepuja al nivel del agua. Cuando el mosquito ha podido desprender sus patas, ya no teme el agua como antes; pues se ha hecho para él un terreno sólido que puede sostener su cuerpo. Desde este instante está ya salvo; sus alas se extienden y se secan, y no tarda en emprender el vuelo.

El MOSQUITO ZUMBADOR (Culex pipiens, LIN.). Es la especie más común así en Francia como en España: su color es ceniciento, con el abdomen anillado de pardo; las alas sin manchas transparentes, sombreadas por un matiz oscuro, y las antenas del macho plumosas.

Las Típulas tienen la trompa a veces muy corta y terminada en dos grandes labios, ya en forma de pico, en cuyo caso es perpendicular o encorvada sobre el pecho. Hay algunas especies de típulas que se columpian sobre sus patas largas y delgadas; otras volitan en numerosas bandadas, de modo que parece están bailando en los aires.

La TÍPULA DE LOS PRADOS (Tipula oleracea, LIN.). Tiene las antenas simples, el cuerpo pardo-ceniciento y sin manchas; las alas de un pardo-claro, y más oscuro en el borde externo. Este insecto abunda en las yerbas de los prados y su larva se sustenta con mantillo craso.

Familia de los Tanistomos Los Tanistomos, así llamados a causa de la longitud del pico; tienen las antenas muy cortas, y el último artículo de estas no se halla anillado transversalmente; el chupador consta de cuatro piezas.

Los Asilos tienen junto al extremo de las antenas un estilete que termina en filamento; la trompa es saliente, dirigida hacia delante, y de consistencia casi córnea; el cuerpo es oblongo, y las alas abatidas. Vuelan zumbando, y son muy carnívoros; de modo que según son sus fuerzas se apoderan de los zánganos, típulas, moscas, o coleópteros, a fin de chuparles los humores.

El ASILO AVISPÓN (Asilus crabroniformis, LIN.). Tiene cosa de 1 pulgada de longitud; el color amarillo, con los tres primeros segmentos abdominales negros, y las alas rojizas: a fines del verano abunda este insecto en los sitios arenosos.

Los Bómbilos tienen hábitos más suaves, vuelan con rapidez, cerniéndose por encima de las flores, cuyo néctar chupan, pero sin posarse en ellas, y despiden un zumbido agudo. Tienen las alas horizontales, y los balancines desnudos; su trompa se dirige hacia delante; sus antenas se componen de tres artículos; el último de los cuales es largo, casi cilíndrico y termina en punta.

El BÓMBILO PERRILLO (Bombylus major, LIN.). Abunda en los alrededores de París. Tiene 4 ó 5 líneas de longitud, y se halla enteramente cubierto de pelos pardo- amarillentos; su trompa es larga y negra; la mitad exterior de las alas es negruzca y el resto diáfano; los pies son leonados.

La MOSCA DE LAS VENTANAS (Musca fenestralis, LIN.). Pertenece a los tanistomos que carecen de filamento en el último artículo de las antenas. La cabeza y el tórax son de color bronceado oscuro, el abdomen negro y transversalmente estriado, rayado de blanco en el macho; los pies son leonados, con los tarsos oscuros. Esta especie es muy abundante en los vidrios de nuestras ventanas.

Familia de los Tábanos Esta familia tiene por caracteres una trompa saliente, regularmente terminada en dos labios, con los palpos hacia delante: el último artículo de las antenas es anillado, y el chupador consta de seis piezas. Fórmala el género Tábano, de Linneo.

Los Tábanos son semejantes a los moscones, y causan crueles sufrimientos a las caballerías y a los bueyes, cuya piel taladran para chuparles la sangre. Tienen la cabeza ancha y semiesférica, casi del todo cubierta por dos ojos de color verde-dorado con manchitas purpúreas; tienen las alas extendidas horizontalmente; el abdomen complanado y triangular, y los tarsos con tres pelotillas.

El TÁBANO DE LOS BUEYES (Tabanus bovinus, LIN.). Tiene 1 pulgada de longitud; el cuerpo superiormente es pardo, y en su cara inferior ceniciento; las piernas amarillas; el abdomen con líneas transversas y manchas triangulares de un amarillo claro; y las alas diáfanas, con nervosidades pardo-rojizas. Este insecto empieza a parecer a últimos de la primavera, en los pastos persigue sin tregua a las reses a quienes a veces llena de sangre: también ataca al hombre.

Familia de los Notacantos Esta denominación que significa dorso espinoso, se ha dado a los dípteros que se asemejan a los tábanos en cuanto a la conformación de las antenas, pero cuyo chupador consta solo de cuatro piezas, y la trompa es corta y casi del todo recogida en la cavidad de la boca. El principal género de esta familia es el Estratioma, o mosca armada caracterizado por una cerda en las antenas, y cuyo tercer artículo es terminal y está dividido en cinco o seis anillos.

La MOSCA ARMADA GRANDE (Stratiomys Chamoeleon, FABR.). Es una linda especie de 6 líneas de largo, negra con el extremo del escudete amarillo y dos espinas en él, que han valido al insecto el nombre de mosca armada. Vense tres manchas de color amarillo de limón a cada lado de la cara inferior del abdomen.

Familia de los Ateríceros Esta familia, cuyo nombre significa antenas sedosas comprende los dípteros cuya trompa, por lo regular membranosa, larga y angulosa, con dos palpos algo encima del ángulo, hállase regularmente encerrada dentro de la boca, y cuando sale de esta cavidad se ve que el chupador solo consta de dos piezas. El último artículo de las antenas va siempre acompañado de un estilete o de una crin; la trompa nunca tiene más de cuatro piezas. Las larvas tienen el cuerpo blando, más o menos largo y ahusado, no mudan, y su piel, al solidificarse constituye para la ninfa una especie, de capullo, del cual el insecto se va desprendiendo poco a poco para tomar la forma de una bola oblonga, que muy pronto pasa al estado de ninfa. Llegado al estado perfecto, sale el animal haciendo saltar con un golpe de cabeza la parte anterior del capullo, la cual forma una especie de casco. Los géneros principales son los Sirfos, los Estros y las Moscas.

Los Sirfos tienen el chupador compuesto de cuatro piezas; la trompa larga y angulosa cerca de su base; la cabeza semiesférica y en gran parte ocupada por los ojos. Tienen mucha semejanza con las avispas, los zánganos y las abejas.

El SIRFO ABEJA (Musca tenax, LIN.). Es del tamaño de un zángano, y se le asemeja en el colorido. Su cuerpo es pardo, y cubierto de pelos finos gris amarillentos, con una raya negra en la frente, y de dos a cuatro manchas de un amarillo leonado a cada lado del abdomen. Su larva vive en las letrinas y albañales; es la que vemos hormiguear en las inmundicias, y que llaman gusano con cola de ratón. Termina su cuerpo una larga cola, cuya extremidad se halla perforada. Cuando el animal nada en las cloacas y aguazales corrompidos eleva la punta de la cola por sobre el nivel del líquido, a fin de respirar por medio de la abertura en que termina y con la cual comunican las tráqueas.

Los Estros están caracterizados por la particular conformación de la boca, la cual solo ofrece tres tubérculos, o simplemente unos débiles vestigios de trompa; las antenas terminan en una paletilla redondeada provista de una cerda. Estos insectos tienen la apariencia de un gran moscón velludo, y sus alas se ven muy separadas. Frecuentan los bosques y pastos, siendo una plaga para los cuadrúpedos herbívoros, pues introducen los huevos en la piel y en las cavidades naturales de dichos animales.

El ESTRO DEL BUEY (Oestrus bovis, DE GEER). Tiene 7 líneas de longitud, y es muy velludo; el coselete es de color amarillo con una faja negra; las alas son algo oscuras. Esta especie depone los huevos entre el cuero de los bueyes jóvenes y robustos. A consecuencia se forman tumores, que llegan al estado de supuración, y el pus sirve para alimentar a la larva.

El ESTRO DEL CARNERO (Oestrus ovis, LIN.). Tiene 5 líneas de largo, y es poco velludo; su cabeza es gris; el coselete ceniciento, con puntos negros prominentes; el abdomen es amarillento, con manchitas pardas, o negras; las patas son de color pardo-claro, y las alas transparentes. Esta especie coloca los huevos al borde de las narices de los carneros; quienes tratan de impedírselo agitándose y ocultando el hocico en el suelo. Al nacer las larvas se suben hasta los senos frontales, donde se adhieren mediante los garfios de que su boca está provista: su presencia ocasiona vértigos al animal de que se han hecho parásitos.

El ESTRO DEL CABALLO (Oestrus equi, LATREILL). Es poco velludo, de color pardo-leonado, más claro en la cara inferior del abdomen. Señalan las alas dos puntos, y una faja negros. La hembra depone los huevos en las piernas y hombros de los caballos. La larva que de ellos nace sube hasta la boca del cuadrúpedo, y baja luego al estómago.

El ESTRO HEMORROIDAL (Oestrus hemorroidalis, LIN.). Es muy velludo; tiene el coselete negro, con el escudete de un amarillo-claro; el abdomen es blanco en su base, negro en el centro y leonado en el extremo, y las alas no presentan manchas. La hembra coloca sus huevos en los labios de los caballos, y la larva vive en el estómago.

El ESTRO VETERINARIO (Oestrus veterinus, CLARCK.). Se halla cubierto enteramente de pelos rojos; y los que guarnecen los costados del coselete y del abdomen son blancos: las alas carecen de manchas. La larva vive en los intestinos del caballo.

Los Cónopes tienen la trompa saliente, y forma un sifón cilíndrico, cónico o setáceo.

El CÓNOPE PUNZANTE (Conops calcitrans, LIN.). A menudo se le confunde con la mosca común, y molesta a los caballos, bueyes, y hasta al hombre, cuyas piernas suele picar también, especialmente cuando el tiempo amenaza lluvia: tiene el cuerpo ceniciento manchado de negro; la trompa más corta que el cuerpo, y solo angulosa junto a su base, dirigiéndose luego hacia delante.

Las moscas forman un género numerosísimo, cuyas especies todas tienen una trompa muy aparente, membranosa y bilabiada, la cual lleva oblicuamente dos palpos, y puede recogerse entera en la cavidad de la boca; el chupador se compone de dos piezas; y las larvas se alimentan con carne corrompida o viven en los estercoleros: tienen la figura de gusanos, blandos, blanquecinos y sin patas; su extremidad posterior es gruesa y truncada, y la anterior termina en punta, y lleva uno o dos garfios, con los cuales la larva trincha las materias alimenticias. Estos insectos efectúan sus metamorfosis en muy pocos días. Solo citaremos las especies más comunes.

La MOSCA AZUL (Musca vomitoria, LIN.). Es una de las especies mayores de Europa; su frente es de color leonado; el coselete negro, el abdomen azul brillante, con rayas negras. Este insecto tiene un olfato exquisito. Acude pronto a la carne zumbando, y pone en ella sus huevos, apresurando la putrefacción.

La MOSCA DORADA (Musca caesar, LIN.). Tiene el cuerpo verde-dorado y las patas negras; hace su puesta en la carne maleada; y su larva sirve a los pescadores para cebar el anzuelo, y a los granjeros para alimentar los pavos y faisanes.

La MOSCA COMÚN (Musca domestica, LIN.). Tiene el coselete pardo- ceniciento, con cuatro rayas negras; el abdomen pardo-negruzco, con manchitas, negras, y la cara inferior pardo-amarillenta.

La MOSCA VIVÍPARA. (Musca carnaria, LIN.). Llámase así porque sus huevos nacen antes de la puesta. Tiene los ojos sumamente apartados entre sí; es algo mayor y más larga que la mosca azul; y tiene el cuerpo ceniciento; los ojos colorados, el tórax con rayas negras, y el abdomen con manchas de este mismo color. La hembra depone sus larvas en la carne de los cadáveres, y a veces en el hombre vivo, en las úlceras descuidadas y expuestas al aire. Cuéntanse terribles ejemplos, entre los cuales se halla el siguiente, que refiere Mr. Roulin: «En el Lincolnshire, habiéndose dormido cierto mendigo al pie de un árbol, en tiempo de grandes calores, colocó su comida, compuesta de carne y pan, en contacto con su propia piel. Quedó a poco la carne cubierta de larvas, las que pronto pasaron a las carnes vivas; en términos, que hallaron a aquel hombre devorado a tal punto que daba poquísimas esperanzas de vida. Trasladáronle al hospital más inmediato: su aspecto era horrible, veíanse gruesas larvas entre las carnes que habían devorado a gran profundidad; en vista de lo cual el cirujano declaró que no sobreviviría el enfermo a la primera curación; y en el acto murió a las pocas horas.»

Familia de los Pupíparos Los insectos de esta familia presentan unos caracteres tan marcados, que algunos naturalistas han querido hacer de los mismos un orden particular. La boca no presenta la conformación que hallamos en las familias que acabamos de estudiar. El chupador carece de trompa que sirva de vaina, y hacen oficio de tal dos láminas coriáceas y velludas, y el chupador solo consta de dos cerdas. La cabeza parece dividida en dos partes, hallándose los ojos situados en la posterior; y en la anterior la boca y las antenas, las cuales unas veces presentan la forma de un tubérculo provisto de tres cerdas, y otras la de una lámina velluda; su cuerpo es ancho y complanado; los tarsos están armados de uñas robustas y dentadas; las alas están separadas y algunas veces faltan. Pero la particularidad más notable que ofrecen estos insectos es el modo como nacen; pues no solo los huevos se abren en el vientre de la hembra, sino que hasta las larvas adquieren allí mismo la forma de ninfas, y al salir sufren estas su última metamorfosis. Su capullo, que al principio es blando, luego se endurece, y en su extremo se ve una especie de tapadera, la cual se desprende cuando el insecto perfecto quiero salir de su envoltorio. De ahí les viene el nombre de Papíparos, o Ninfíparos. Estos insectos, denominados también Moscas-arañas, son parásitos, y viven exclusivamente en los cuadrúpedos, o en las aves: corren con rapidez, y constituyen los dos grandes géneros Hippobosco y Nycteribio.

Los Hippoboscos tienen la cabeza bien distinta, y articulada con el extremo anterior del tórax.

El HIPPOBOSCO DEL CABALLO (Hippobosca equina, LIN.). Tiene las alas grandes, el cuerpo pardo, con mezcla de amarillento. Mantiénese por lo regular en los caballos o en los bueyes, y regularmente se les pega debajo de la cola.

Los Nycteribios tienen la cabeza confundida con el tórax, carecen de alas y de balancines, aseméjanse a las arañas, y viven en los murciélagos, conforme su nombre ya lo indica.

El NYCTERIBIO PEDICULAR (Nyteribia pedicularia, LATREILL). Tiene el cuerpo pardo; el abdomen erizado de pelos, y las palas corvas, lo mismo que los tarsos.

Orden de los Parásitos Los insectos que componen este orden son todos ellos ápteros, solo tienen ojos lisos y no sufren metamorfosis alguna: chupan la sangre a los demás animales; para cuyo régimen especial tienen dispuesta la con formación de sus órganos de la boca. Estos insectos tienen el cuerpo complanado, compuesto de once o doce anillos; las patas cortas y ganchosas; pegan sus huevos a los pelos o plumas del animal en cuyo cuerpo están domiciliados y cada especie se presenta en una especie particular de animales. Componen el presente orden los géneros Piojo y Ricino, o Sifunculados y Mandibulados.

Los Piojos tienen la boca tubulosa o sifunculada, y presenta una especie de hocico o mamelón prominente, armado de un chupador retráctil, sus tarsos se componen de no solo artículo muy grueso, que se repliega sobre la pierna haciendo el oficio de pinza. Los huevos, conocidos bajo el nombre de liendres, nacen a los cinco o seis días, y en diez días llegan al estado de adultos, gozando de una fecundidad tan prodigiosa, que se ha calculado que dos individuos bastan para producir en el espacio de dos meses diez y ocho mil. Estos asquerosos insectos, de los cuales varias especies se alimentan a expensas del hombre, pululan a veces de una manera espantosa en la enfermedad llamada pedicular, de que murió Sila.

Los Ricinos tienen la boca compuesta de dos labios membranosos que cubren un par de garfios; sus tarsos son articulados, y terminan en dos garfios guales: todos ellos viven en el cuerpo de las aves; excepto uno solo, que es parásito de mamíferos, y es el siguiente:

El RICINO DEL PERRO (Ricinus canis, DE GEER). Tiene la cabeza angulosa y amarillenta, con manchitas pardas; el abdomen blanquecino, oval, y dentado en los bordes, y el coselete muy corto. Este ricino, que no debe confundirse con la garrapatas, se halla a menudo pegado a las orejas de los perros y en especial en los de caza, que los adquieren en mayor número en los bosques. Después que hace algún tiempo que se halla pegado al cuerpo del perro, hínchase el abdomen del insecto hasta tal punto, que a veces adquiere seis o siete líneas de longitud.

Orden de los Tisanuros Este orden, con el cual termina la clase, comprende insectos sin alas y sin metamorfosis, provistos de pies, a más de los apéndices particulares que guarnecen la extremidad del abdomen (la voz Tisanuro significa cola franjeada).Divídese en dos familias correspondientes a los dos grandes géneros de Linneo, Lepismos y Poduros.

Los Lepismos tienen las antenas en forma de cerda, divididas desde su raíz en muchos artículos; en la boca se insertan palpos muy salientes; el abdomen, en su cara inferior, está provisto de dos series laterales de apéndices móviles que figuran falsas patas, y termina en cerdas articuladas, tres de las cuales son más notables que las demás. El cuerpo es prolongado, y cubierto de escamitas relucientes; por cuya circunstancia se han llamado Lepismos.

El LEPISMO DEL AZÚCAR (Lepisina saccharina, LIN.). Llámanle vulgarmente pez- plateado a causa de las escamas que cubren su cuerpo. Tiene 4 líneas de longitud; el color plateado y algo plomizo, sin manchas. Encuéntrase en los jardines, debajo de las cajas, en las rendijas de los marcos de las ventanas, y en los armarios húmedos. Aliméntase de azúcar, de madera carcomida y de insectillos. Ataca también los tejidos de lana. Créese originario de América.

Los Poduros, cuyo nombre significa cola en forma de pata, tienen las antenas compuestas de cuatro piezas; la boca sin palpos distintos, y el abdomen terminado en una cola ahorquillada, que en estado de quietud del insecto se aplica debajo del vientre, enderezándose de improviso, sirve al animal para dar saltos. Son estos insectos muy diminutos, blandos, prolongados y con la cabeza de figura ovalada. Unos viven escondidos debajo de las piedras; otros en la superficie de las aguas tranquilas, y aun a veces se encuentran en gran número en la nieve y en la arena.

El PODURO ACUÁTICO (Podura aquatica, LIN.). Tiene media línea de largo, el color negro opaco y las antenas más largas que el cuerpo; el abdomen cilíndrico, largo y terminado en punta. Este insecto abunda en las aguas tranquilas, y cubre las hoja de las plantas acuáticas.

Clase de los Miriápodos Los animales articulados que van a ocuparnos fueron en otro tiempo colocados en la clase de insectos, a los cuales se asemejan enteramente con respecto a su interior organización; pero los naturalistas modernos, reservando el nombre de insecto exclusivamente a los articulados provistos de seis patas, eliminaron los miriápodos, que en consecuencia han debido formar una clase separada. En efecto, su cuerpo es larguísimo y dividido en un sinnúmero de anillos, cada uno de los cuales sostiene un par de patas; el número de dichos anillos es de veinte y cuatro o más. Entre el abdomen y el coselete no existe la menor línea de demarcación, y en este último nunca se ven alas; de manera, que el miriápodo puede compararse a un gusano o a una pequeña serpiente. Vénse en la cabeza dos antenitas, y dos ojos formados regularmente por la reunión de ojos lisos: la boca está conformada para machacar o desmenuzar; presenta dos mandíbulas compuestas de dos artículos, con un labio de cuatro divisiones, y dos pares de apéndices semejantes a piececitos. Las patas terminan en un solo garfio. La respiración se efectúa por medio de tráqueas, que tienen comunicación con estigmas laterales lo mismo que en los insectos. Las únicas metamorfosis que sufren los miriápodos consisten en la formación de nuevos anillos, y correspondiente aumento en el número de patas. Compónese esta clase de dos familias naturales, que son los Iulos y las Escolopendras.

Los Iulos generalmente tienen el cuerpo cilíndrico, y cubierto de una piel muy dura; las antenas del mismo grosor en la raíz que en su extremidad, y compuestas de siete artículos; las patas muy cortas, y faltan en los dos o tres últimos anillos. Estos animalitos se nutren con materias vegetales y animales en descomposición; sus mandíbulas están provistas de dientes imbricados, y además su boca está compuesta de una especie de labio inferior y de dos pares de patas semejantes a las que les siguen, aunque más aproximadas en su punto de inserción; ambos costados del cuerpo están provistos de poros que dan paso a un líquido agrio y fétido. Sus movimientos son pausados, y puede decirse que resbalan en vez de andar, y se arrollan en espiral o en forma de bola. Ponen los huevos en tierra; los hijos que de ellos nacen, al principio son ápodos, pero mudan la piel a menudo, aumentando el número de patas en cada muda.

El IULO TERRESTRE. (Iulus terrestres, LIN.). Tiene líneas de longitud: el cuerpo cilíndrico, compuesto de cuarenta y dos a cuarenta y ocho segmentos cada uno de los cuales sostiene dos pares de patas, lo que suma unas doscientas patas.

Las Escolopendras tienen el cuerpo complanado y membranoso; las antenas se adelgazan hacia su extremidad, y constan lo menos de catorce artículos. Cada anillo se halla cubierto por una placa coriácea; y solo lleva un par de patas, que el último se halla echado hacia atrás y prolongado en forma de cola; la boca está armada de dos mandíbulas, provistas de palpos, de un labio que tiene cuatro divisiones, de dos piececitos unguiculados, reunidos por su raíz, y de un par de pies-mandíbulas, fijo en el primer segmento del tronco, delante de un par de patas regulares; de manera que representa una especie de labio inferior: dichos pies-mandíbulas, terminan en un fuerte garfio, y son interiormente huecos formando una glándula y dando paso a un líquido ponzoñoso que esta segrega. Las escolopendras huyen de la luz, y se esconden debajo de las piedras o de la corteza de los árboles. Son muy ágiles y carnívoras.

LA ESCOLOPENDRA ELÉCTRICA (Scolopendra electrica, LIN.). Tiene el cuerpo filiforme, de color leonado y provisto de setenta pares de patas. De noche es luminosa. Comúnmente se halla en Francia.

La Escolopendra eléctrica.

LA ESCOLOPENDRA MORDICANTE. Tiene 6 pulgadas de largo: el cuerpo pardo, y diez veces más largo que ancho; las patas son en número de cuarenta. Esta especie es común a toda la América meridional, donde es conocida con el nombre de malhechora; su picadura pierde su gravedad cuando se cura por medio del álcali volátil.

Clase de los Arácnidos Los animales articulados que constituyen la clase de los Arácnidos, defieren de los insectos tanto por la conformación externa del cuerpo, como por su estructura interna. En ellos la cabeza se confunde con el tórax, y no presenta antenas. Tienen cuatro pares de patas, y ninguno de ellos tiene alas; por último, la mayor parte respiran por medio de pulmones y tienen un completo aparato de circulación.

La piel de los arácnidos es blanda, y su cuerpo está compuesto de dos partes principales distintas: la una llamada céfalo-tórax, por estar formada por la cabeza y el coselete; y la otra, que lleva el nombre de abdomen. Las ocho patas se insertan en el céfalo-tórax, son largas y quebradizas, pero se reproducen poco a poco. Ninguno tiene alas. Los ojos y la boca están situados en la parte anterior del céfalo-tórax, aquellos son simples y por lo regular en número de ocho, cada uno con su córnea transparente, su cristalino, su cuerpo vítreo, su retina y su coroidea. El aparato del oído de estos animales nos es enteramente desconocido sin embargo de que incontestablemente existe; pues hasta se cree haber observado que algunos se muestran sensibles a la música. El tacto reside en las extremidades de las patas. Su sistema nervioso es semejante al de los insectos.

Los Arácnidos son carnívoros, aunque en su mayor parte se contentan con chupar la sangre y los humores de su presa; otros son parásitos, y tienen la boca compuesta de una pequeña trompa, de la cual sale una especie de lanceta formada por las maxilas. Otros hay que tienen la boca provista de un par de mandíbulas armadas de garfios móviles, o conformadas a manera de unas pinzas; de dos maxilas lamelosas, con un palpo en cada una semejante a un pie y a un labio inferior. El garfio móvil de las mandíbulas presenta cerca de su extremidad una pequeña abertura u orificio de un canal que comunica con una glándula ponzoñosa. El líquido que derrama en el fondo de la picadura aletarga al instante a los insectos a que dan caza los arácnidos, pero en general es harto débil para dañar al hombre.

Algunos de estos animales fabrican telillas de suma delicadeza, con una materia sedeña que segregan unas glándulas situadas al extremo del abdomen. La respiración de los arácnidos, en algunos se efectúa mediante tráqueas; sin embargo, en la mayor parte se reconcentra en unas bolsas alojadas en el interior del abdomen, y que se componen de una multitud de laminitas dispuestas como las hojas de un libro. Se ha dado a estos órganos el nombre de pulmones, aunque mejor se asemejan a branquias internas: cada uno recibe el aire por una abertura situada en la cara inferior del abdomen.

La sangre es blanca; el corazón situado en el dorso, tiene la figura de un buque prolongado, y da nacimiento a diversas arterias; la sangre, después de haber atravesado los órganos, vuelve a los pulmones y de allí llega al corazón. En los arácnidos que están provistos de tráqueas solo existe un simple vaso dorsal. Estos animales ponen huevos lo mismo que los insectos; muchos de ellos los envuelven en un capullo de seda. Todos sufren varias mudas antes de llegar a la edad adulta; pero no sufren verdadera metamorfosis.

Familia de los Araneidos Los Araneidos presentan el céfalo-tórax cubierto de una especie de escudo córneo, del cual pende el abdomen por un pedículo corto, que consiste en una masa hinchada y blanda; sus ojos son en número de ocho, y a veces de seis; las patas se componen de siete artículos, el último de los cuales está armado de dos garfios; el abdomen contiene dos o cuatro cavidades pulmonares situadas junto a la base, y cuya posición exterior se ve indicada por una mancha blanquizca o amarillenta, que se ve cerca de dicha base, y junto a aquella; en la superficie inferior del abdomen, hay los estigmas.

El aparato que suministra la seda consiste en varios paquetes de vasos retorcidos sobre sí mismos, que van a salir a unos poros u orificios que se ven en la punta de cuatro o seis mamelones cónicos o cilíndricos, llamados hilera. La materia viscosa que sale por dichos poros sécase al contacto del aire, formando unos hilos sutilísimos. El animal reúne con las patas una multitud de estos hilos en uno solo; y cada vez que columpiándose toca con sus hileras alguna superficie, deja pegado en ella un cabo de hilo, hallándose el otro todavía dentro de sus órganos secretorios, pudiendo así aumentar todavía su longitud. Los hilos con los cuales fabrican sus telas las arañas varían en lo respectivo a su finura; y los de nuestras arañas ordinarias son tan sutiles, que diez mil de ellos reunidos no igualan al diámetro de un cabello; y al contrario, los de ciertas arañas de los trópicos forman tejidos tan sólidos, que los pajaritos quedan en ellos cogidos como en una red.

Esta familia consta de dos géneros: Migalas y Arañas propiamente tales.

Las Migalas tienen cuatro pulmones; las mandíbulas y las patas muy recias; la mayor parte no presentan más que cuatro hileras. Hay en América algunas especies que son enormes, y ocupan un espacio circular de 9 pulgadas de diámetro. Existen especies cuya mordedura es peligrosa: cobíjanse en las hendiduras o rendijas de los árboles, o de las peñas, o en las hojas de diferentes plantas.

La ARAÑA-CANGREJO (Mygala cancerides, LATREILL). No fabrica telaraña sino que se hunde y embosca en las hendeduras de las peñas o paredes; aléjase mucho del sitio en que reside cuando va en busca de presa, y se oculta debajo de las hojas para mejor sorprenderla. Esta consiste en hormigas de Anolis y algunos pajarillos.

La MIGALA AVICULAR (Aranea avicularis, LIN.). Encuéntrase en Cayena y en Suriname, y es una de las especies de mayor tamaño que se conocen: puesto que tiene más de 1 pulgada y media de longitud. Su cuerpo es velludo y negruzco; el extremo de los palpos, de las patas, y los pelos inferiores de la boca, son de color rojizo; su celdilla tiene la figura de un tubo, que se va angostando hasta terminar en punta por su extremo posterior; y presenta una longitud de 36 pulgadas, con una galería central, contenida en otro tubo al cual está adherida; y este último por su parte se adhiere a los árboles. El tejido de esta galería es muy denso, fino y semitransparente como la muselina. En la profundidad de este asilo permanece la migala en acecho de insectos y de pajarillos.

Tenemos en Europa migalas mucho más pequeñas, y no menos interesantes.

La MIGALA ALBAÑIL (Mygale coementaria, LATREILL). Tiene 8 líneas de largo; el color rojizo tirante a pardo, o menos oscuro, con los bordes del coselete más claros; los garfios de las mandíbulas son negruzcos, y tienen encima cinco puntas inmediatas a su articulación; el abdomen es gris de ratón, con mosqueaduras de más subido matiz; el primer artículo del tarso está guarnecido de espinillas y los garfios del último tienen en su base un espolón y una fila de agudos dientes. Encuéntrase esta migala en los países meridionales de Europa; se abre agujeros en los terrenos arenosos; los cuales forman un tubo vertical, que luego pasa a ser horizontal; y exteriormente se ven guarnecidos de una argamasa sólida que el mismo animal elabora; las paredes interiores de estos conductos o pozos son lisas, tapizadas primero con hilos gruesos y algo distantes, por encima de los cuales extiende luego la araña otros muy finos y apretados. El orificio o entrada del nido sale siempre en un terreno inclinado, y se cierra con una trampa con charnela, que cae por su propio peso, y también a causa de cierta elasticidad. Compónese esta trampa de capas alternas de tierra y de telarañas, mutuamente ajustadas; es más pesada hacia su base que hacia la punta, lo cual la impele de continuo hacia el orificio; por último, se halla cortada al bisel, de manera que cierra el conducto perfectamente sin introducirse en él. En este asilo pasa la migala el día; saliendo de noche a recorrer las redes que tendió a flor de tierra no lejos de su habitación. Cuando se la inquieta mientras se halla dentro de su madriguera, y se trata de abrir la trampa, entonces se precipita a la entrada desde el fondo de la misma; y allí, con el cuerpo vuelto, cogiéndose con las patas a las paredes del conducto, y con las puntas de las mandíbulas a unos agujeros que ha practicado semicircularmente en torno de la superficie interna de la tapadera, tira de esta hacia sí con todas sus fuerzas. Nótese que dichos agujeros se hallan en la porción libre de la circunferencia de la trampa; pues si se hallasen inmediatos a los goznes o charnela, pronto el animal agotaría sus fuerzas, y no pudiera tener mucho tiempo cerrada su puertecita. Cuando hemos vencido la resistencia de la araña obligándola a salir de su escondrijo, entonces todo su valor la abandona, camina vacilante, y parece que la luz del día la deje como herida de impotencia.

Las Arañas propiamente dichas no tienen más que dos pulmones y dos estigmas; al paso que las hileras son en todas en número de seis. Se han subdividido en dos tribus; a saber en Sedentarias, las cuales fabrican telarañas, o extienden hilos para sorprender la presa; y en Vagabundas, que no construyen tela, sino que persiguen a su presa a la carrera y echándosele encima.

Las Arañas sedentarias tienen de seis a ocho ojos lisos, situados en la anchura de la frente, cuatro o dos en el centro, y tres o dos a cada lado.

La ARAÑA DOMÉSTICA (Aranea domestica, LIN.). Pertenece a las sedentarias que fabrican tubos o celdillas para servirles de asilo: tiene ocho ojos, cuatro de ellos anteriores, dispuestos en línea curva; su abdomen es oval y negruzco, con dos series de manchas que se extienden longitudinalmente por el dorso; estas son pardas y las anteriores son mayores que las restantes. Esta especie abunda en nuestras casas y extiende en los rincones y cornisas una gran tela casi horizontal, en cuya parte superior hay un tubo donde se mantiene retirado el animalito, sin hacer el menor movimiento. Coloca sus huevos en una doble cubierta sedosa que adhiere a lo demás de la tela. Las arañas domésticas, lo mismo que la generalidad de los Araneidos, son muy carnívoras, llevando su crueldad al extremo de devorarse recíprocamente. Cuando riñen, solo con la muerte de uno de los combatientes termina la pelea, y la que resulta vencedora chupa la sangre a la que quedó vencida. Si echamos una araña en la tela de otra, al punto esta la ataca, se apodera de ella, la mata y devora cuando tiene mayores fuerzas; y cuando es más débil, entonces emprende la fuga. Estas arañas inspiran a todos mucha repugnancia, y más aún a las mujeres: lo cual no impedía al célebre astrónomo Lalande el comérselas con no poca afición, suponiendo que el líquido blanco que llena el abdomen de estos animales tiene el gusto fino y delicado de la nuez; lo cual han experimentado también por sí mismos otros curiosos.

La ARAÑA DE LOS SUBTERRÁNEOS, o SEGESTRIA PÉRFIDA (Aranea cellaria, LATREILLE). Tiene solo seis ojos, de los cuales los cuatro anteriores forman una línea transversal, y los otros dos están situados uno a cada lado, detrás de los dos laterales de la línea precedente. Esta araña es gruesa, de un color negro algo ceniciento, y con las mandíbulas verdes o azuladas: tiene juntamente tráqueas y pulmones: mantiénese en las rendijas y huecos de las paredes viejas o ruinosas, donde se fabrica largos tubos sedeños, cuya abertura exterior se ve orillada de hilos divergentes que constituyen una telilla muy a propósito para detener y enredar a los insectos.

La ARGIRONECTA ACUÁTICA (Aranea aquatica, LIN.). Tiene ocho ojos, cuatro que forman cuadro, y a su lado los cuatro restantes, aproximados de dos en dos y situados en una eminencia especial. Es pardo-negruzca, con el abdomen más oscuro, sedoso y que tiene en el dorso cuatro puntos huecos. Esta especie vive en las aguas tranquilas; y aunque habita, busca su presa, y hace la puesta en las mismas, no obstante su respiración es aérea. Alguna vez sale de este elemento para cazar insectos; pero al punto vuelve a él; donde nada con suma agilidad, ya subiendo, ya bajando, casi siempre vuelta de espaldas y descubriendo el abdomen, que parece dado de un barniz plateado. Este brillo depende de que el agua no se adhiera al vientre del animal, el cual es grueso y velludo, y retiene entre él y el líquido una capa de aire. Este aire no solo debe servir para la respiración de la araña, sino también para la construcción de su domicilio, y esto de la manera siguiente. Primeramente va el animalito a pegar hebras de seda a las yerbas situadas en la misma agua, resultando una tela horizontal, debajo de la que se desembaraza de las vejiguitas de aire que cubren su cuerpo frotándolo con sus patas: este aire, por su gravedad específica tiende a subir, pero se lo impide la telaraña extendida encima del mismo. Luego sale la araña y vuelve a subir a la superficie del agua; saca fuera el abdomen, y lo sumerge otra vez con prontitud arrastrando otra capa de aire; en seguida se vuelve debajo de la tela, y se quita el aire que la rodea, el cual sube a reunirse con el primero debajo de la tela, y la hincha un poco más. De esta suerte va la araña repitiendo la misma maniobra hasta que ha reunido debajo de su tela bastante aire para obligarla a tomar la convexidad de una campana del grandor de una nuez. Entonces se ve a la araña entrar y salir de esta su habitación, y llevar a ella los insectos de que ha hecho presa, así en tierra como en el agua. Terminada la campana, el animal la cierra al instante, fabricando un suelo perforado en un solo punto de su circunferencia. A veces viven varios individuos de una misma especie en campanas muy inmediatas, y alguno de ellos trata de sorprender a su vecino una vía de comunicación, cuyo conducto lo construye siguiendo igual procedimiento que al construir la campana. Entonces, si puede sorprender al vecino, lo devora; pero si este se apercibió de estableciendo sus maniobras, le aguarda, y apenas se presenta que se le arroja encima y hace del mismo su presa.

Acaso se preguntará de qué manera se renueva el aire contenido bajo de la campana cuando está viciado por la respiración del animal; pero repetiremos la ingeniosa explicación de Dutrochet; a saber, que el ácido carbónico formado se disuelve en el agua, que al mismo tiempo cede el aire que tiene en disolución.

La argironecta acuática.

La ARAÑA FALANGISTA (Aranea falangioides, FOURCR.). Llámanla también Araña doméstica de largas patas. Tiene ocho ojos, situados en un tubérculo, y divididos en tres grupos; uno de cada lado, formado por tres ojos dispuestos en forma triangular, y el tercero en el centro y algo anterior, compuesto de otros dos ojos y en línea transversal; el cuerpo es largo, angosto, amarillento claro, y cubierto de vello; el abdomen es casi cilíndrico, muy blando, señalado en su parte superior con manchas negruzcas; las patas larguísimas, sumamente delgadas y que se desprenden con facilidad: vese un anillo blanquecino entre los muslos y las piernas. Esta especie abunda en las casas, y en los recodos de las paredes; fabrica telarañas compuestas de hebras flojas y poco adherentes entre sí. Cuando tocamos ligeramente a esta araña, se columpia por más o menos rato, a semejanza de lo que vemos en algunas típulas. La hembra conglutina los huevos, formando con ellos un cuerpo redondo y descubierto que lleva entre sus mandíbulas.

La EPEIRA DIADEMA (Aranea diadema, LIN.). Pertenece a las arañas sedentarias, cuya tela consiste en una red regular, formada de círculos concéntricos cruzados por radios rectos que van del centro a la circunferencia. Tiene esta especie cuatro ojos que forman un cuadrado, y dos de cada lado aproximados a pares y casi contiguos. Es gruesa, rojiza, y aterciopelada; tiene el abdomen muy voluminoso, pardo-oscuro, o rojo-amarillento, con un tubérculo grueso y redondeado a cada lado del dorso, junto a su base, y una triple cruz formada de manchitas o puntos blancos. Los palpos y los pies presentan también manchitas negras. Esta linda especie abunda en el otoño, en los jardines y sus huevos nacen en la siguiente primavera. Coloca su tela opuesta al viento reinante, para que este eche en ella los insectos. Si ponemos una de estas epeiras al extremo de un palo sumergido en un barreño de agua, al instante la vemos producir un hilo mientras desciende, por el cual vuelve a subir dejándolo después flotante a merced del viento. Dicho hilo se pega pronto a un cuerpo inmediato, y la araña se sirve de él como de un puente colgante. Después lo pone tirante y pasa por él con rapidez añadiéndole otra hebra para reforzarlo. Este hilo horizontal así dispuesto, es el fundamento de todos los trabajos de la araña; de él salen otros hilos que se adhieren a varios puntos de la bifurcación, y forman líneas oblicuas, cuyo conjunto servirá de marco o de esqueleto a la tela. Hecho esto, la araña se coloca en el centro del hilo superior horizontal, luego desciende verticalmente hacia la bifurcación; volviendo a subir y a bajar repetidas veces, para doblar, triplicar, o cuadriplicar el grosor del hilo que le ha de servir de eje. En seguida, situándose en el centro de este hilo, le pega otro, el cual va desdevanando al tiempo que vuelve a subir por el primero, y manteniéndolo separado por medio de sus patas traseras. Una vez ha llegado a un hilo de los que forman el cuadro, fija en él la hebra que lleva consigo, completando así un triángulo con el hilo central y el del borde. Tras esto, baja otra vez por el hilo recién adherido, y lo dobla pasando hasta el centro de la primera cuerda; desde cuyo punto vuelve a subir a lo largo del último hilo, y desdevana o hace salir de su hilera un tercero, el cual pega al borde, lo mismo que hizo con el segundo; continuando de esta misma manera hasta que ha establecido radios equidistantes, y todos que salen divergentes de un centro común. Terminada esta primera trama, traza el hilo espiral que debe cruzar todos los radios, de modo que resulten entre ellos espacios en figura de trapecios. El punto de partida es en el centro; y siendo los primeros circuitos de poca extensión se hacen fácilmente, atendida la proximidad de los radios entre sí; pero a medida que la obra se aleja del centro, la dificultad aumenta al par de la distancia que media entre los mismos radios: en tal caso recorriendo el animal los tres lados del trapecio que quiere completar, tira hacia sí un hilo que mantiene apartado con las patas a fin de impedir que se pegue a los tres hilos que va recorriendo; luego pone dicho hilo tirante hasta que adquiere una posición transversal y forma la base del trapecio que deseaba cerrar la araña, la cual va prosiguiendo de la misma manera la espiral hasta haber abrazado los radios en toda su extensión.

La diadema no permanece en el centro de la tela, como hacen otras especies, sino que se construye una celdilla hacia la parte superior y entre algunas hojas aproximadas, y allí se mantiene resguardándose de los pájaros insectívoros y de algunos insectos que la codician y persiguen. Desde el centro de la tela sale un hilo compuesto de varios dobles, el cual va a parar a la celdilla y en él mantiene arrimado el extremo de una pata; dicho hilo le transmite los más leves movimientos impresos en la tela por algún insecto, y también le sirve como de cuerda para bajar con rapidez y precipitarse a su presa. Cuando esta es sobrado voluminosa, si es por ejemplo una mosca, la araña la agarrota y enreda con algunas vueltas de hilo que saca de sus hileras, se la cuelga de la extremidad del abdomen, y llévasela a su celdita para chuparla a todo su sabor. Si la mosca es pequeña, se la lleva sin agarrotarla; si por último el insecto caído en la tela es más fuerte que la misma araña, esta le ayuda a desenredarse rompiendo algunos hilos, que en seguida recompone.

Las Arañas vagabundas son cazadoras, y no fabrican tela: sus ojos son siempre en número de ocho, y se extienden más a lo largo del coselete que en la dirección de su anchura. Llámanse unas arañas lobos, y tienen los pies propios para la carrera; la mayor parte de las hembras se mantienen en el capullo que encierra los huevos, y hasta lo llevan siempre consigo, no abandonándolo sino en el último apuro; y aun cuando pasa el peligro se las ve volver por ellos: también cuidan algún tiempo de la conservación de los hijuelos. Tal es la siguiente:

La TARÉNTULA (Aranea Tarentula, LIN.). Tiene cosa de 1 pulgada de largo; el color enteramente negro, con la cara superior del abdomen roja y cruzada en su parte media por una faja negra. Esta araña, célebre por las fábulas de que se la ha hecho objeto, se halla generalmente esparcida por el mediodía de Europa, particularmente por los alrededores de Tarento, por cuya circunstancia se le ha dado el nombre de taréntula. Hace en los terrenos arenosos un agujero perpendicular, cilíndrico, de 4 líneas de diámetro sobre algunas pulgadas de profundidad; y las partes interiores de esta habitación se hallan reforzadas mediante hilos de seda. La araña se mantiene en acecho a la entrada del nido; y cuando se le presenta un insecto al alcance, se arroja a él con una prontitud admirable, lo coge con sus tenacillas, y se lo lleva al agujero, donde lo devora. A menudo recorre el campo en busca de presa; pero siempre regresa a su domicilio. Envuelve los huevos en un capullo de seda blanca y tupida, lo pega a su abdomen, y lo lleva consigo a todas partes. Cuando llega el tiempo de nacer los huevos, rasga dicho envoltorio, y los hijos suben a la espalda de la madre, y en ella se mantienen agarrados hasta la primera muda, época en que pueden agenciarse el sustento por sí solos. Algunos médicos célebres, y entre ellos Baglivi, han escrito sobre la ponzoña de la Taréntula y sobre el tratamiento que conviene a los que por ella fueren mordidos. Según dichos autores, la enfermedad producida por la taréntula, a la cual llaman ellos Tarentismo, produce tales síntomas, que a veces son mortales; y si estos calman, el enfermo cae en una melancolía que únicamente halla remedio en la música. Algunos médicos hasta han señalado las tocatas que creen convenir a los tarentolati: así llaman a los que adolecen de esta enfermedad. Samuel Hafenreffer, profesor de Ulm, las ha puesto en solfa en su tratado de las enfermedades de la piel. Cuando el enfermo oye dicha música, se pone a bailar a pesar suyo, sin cesar un instante, hasta que postrado de fatiga y agotadas las fuerzas, cae en un profundo sueño, sobreviénele un sudor copioso, y se halla curado. Los modernos tratan de fábulas estas tradiciones que corren tan válidas hoy por Italia como en los tiempos de Baglivi. No obstante, es indudable que la picadura de la taréntula es sumamente ponzoñosa para los animalillos de que se sustenta; y también lo es un poco para el hombre, cuya curación ciertamente se activa en gran manera mediante un tratamiento sudorífico. Por consiguiente, cuando un baile forzoso sobreexcita las funciones de la piel promoviendo abundantes sudores, debe de ser el mejor remedio para la afección de que se trata, ahora en cuanto al carácter de la música, es creíble que a la organización impresionable de los italianos se adaptarán mejor que a la de otras ciertas tocatas bailables.

Los Sálticos son arañas vagabundas, cuyos pies tienen una conformación apta para el salto, lo mismo que para la carrera; así es que su andar es pronto y entrecortado, y cuando se hallan cerca de una presa se las ve saltarle encima como hacen los gatos. Los muslos delanteros generalmente son notables por su magnitud.

La ARAÑA CABRIADA (Aranea scenica, LIN.).Es negra, con tres cabrias blancas transversales en el abdomen. Es muy común en verano en las paredes y en los vidrios expuestos al sol; anda a sacudimientos; se para de repente después de haber dado algunos pasos, y se levanta sobre sus pies delanteros para examinar los alrededores. Cuando divisa una mosca o mosquito, se le acerca poco a poco hasta una distancia que pueda salvar de un salto, y entonces se arroja de improviso al animal a que seguía la pista. No teme saltar perpendicularmente a la pared, puesto que siempre queda adherida a ella por un hilo que va sacando de la hilera a medida que va adelantando; el cual le sirve también para subir otra vez al punto en que se hallaba; y a dejarse llevar a otro punto por un impulso del viento.

Familia de los Pedipalpos Los Arácnidas pulmonares que componen esta familia no tienen hileras como los Araneidos; pero se conocen con facilidad por sus grandes palpos terminados en una pinza, tenaza o garra. Cubre su cuerpo una piel recia; el tórax consta de una sola pieza, y el abdomen de varios segmentos bien distintos. La familia de que tratamos hállase comprendida casi entera en el género Escorpión de Linneo. Los Escorpiones tienen el cuerpo muy largo; el abdomen unido al tórax por toda su anchura, pero de repente se estrecha, de modo que da margen a una especie de cola delgada y compuesta de seis anillos, de los cuales el último remata en un garfio o en dardo. En la cara inferior de la base del abdomen se ven dos láminas móviles en figura de peine; tiene cuatro pares de estigmas, que se presentan al descubierto cerca de dicha base abdominal, y cada uno comunica con una bolsa pulmonar de color blanco; los palpos son muy gruesos y terminan en pinzas de dos puntas. A cada lado de la frente existen tres ojos dispuestos en línea curva y hacia la parte media del dorso se ven otros dos muy aproximados: viven, estos animales en los países cálidos de ambos hemisferios; pero aunque también los hallamos en los países meridionales de Europa, solo en las regiones de los trópicos adquieren su mayor magnitud. Viven en tierra en los lugares oscuros y húmedos; corren mucho y con la cola levantada por encima del dorso, sirviéndose del aguijón en que esta termina para ofender o defenderse. Su dardo presenta debajo de la punta varias aberturas, que comunican con una glándula secretoria de ponzoña; así es que la picadura del escorpión es con frecuencia mortal aun para los animales de gran corpulencia relativa, tal como los perros. Los grandes escorpiones o alacranes de la zona tórrida son también muy temibles para el hombre; al paso que los del mediodía de Europa lo son mucho menos. Los síntomas que resultan de dicha picadura son: inflamación local, acompañada de calentura; estupor, y a veces vómitos, temblores y dolores generales; el remedio más eficaz en tales casos es el álcali volátil administrado exterior e interiormente. Dícese que colocado el escorpión en medio de un cerco de ascuas encendidas, se pica a sí mismo y se mata; pero Maupertuis ha demostrado ser esto falso por una multitud de experimentos.

Los Escorpiones se alimentan con cucarachas, cárabos, gorgojos, ortópteros, arañas, etc., que cogen con sus tenazas, y pican con su aguijón si hallan resistencia, y también se devoran unos a otros. Los huevos se abren en el abdomen de la hembra, la cual lleva sus hijos a la espalda durante algún tiempo.

El ESCORPIÓN o ALACRÁN EUROPEO (Scorpio europeus, LIN.). Es de color pardo, y tiene seis ojos, sus brazos son angulosos, y la cola más corta que el cuerpo. Este animal tiene 1 pulgada de longitud; empieza a encontrarse a los 44 grados de latitud, y es muy común en Italia y España.

El ESCORPIÓN ROJIZO (Scorpio occitanus, LATREILL). Es mayor que el que antecede, y la cola es más larga que el cuerpo, y tiene algunas líneas en relieve ligeramente dentadas. Esta especie vive al mediodía de Europa y al norte del África; su picadura produce accidentes mucho más graves que la del alacrán de Europa, sobre todo si el animal es ya viejo. El Doctor Macary se aseguró de ello por medio de experimentos voluntarios que hizo animosamente en sí mismo.

El ESCORPIÓN AFRICANO (Scorpio afer, LIN.) Tiene 6 pulgadas de largo, es de color negruzco, con grandes garras en forma de corazón, escamosas y algo velludas; el coselete muy escotado. Esta especie se encuentra en África y en las Indias orientales.

Los Arácnidos traqueanos forman el segundo orden de la clase; respiran por medio de tráqueas en las que el aire penetra por dos estigmas muy pequeños, situados en la parte inferior del abdomen. Fáltales el aparato circulatorio; y los ojos, que en algunos también faltan, nunca pasan cuando existen de dos o cuatro. Hanse dividido los traqueanos en tres familias, que son: Falsos escorpiones, Falangianos y Acáridos.

Familia de los Falsos escorpiones Los Arácnidos de esta familia tienen el abdomen muy distinto del tórax y compuesto de varios anillos; los palpos muy grandes y en forma de pies o de garras, lo misino que los escorpiones; las mandíbulas aparentes terminadas en dos piezas, y el cuerpo oblongo u oval. Todos son terrestres y muy ágiles. Componen esta familia los dos géneros: Galeodes y Pinzas.

Los Galeodes tienen las mandíbulas sumamente grandes; los palpos en forma de pie; el coselete dividido en dos segmentos, y el abdomen oval y blando; viven en los países arenosos, y los habitantes de la Rusia meridional y del Levante temen extraordinariamente su picadura, tal es el siguiente:

GALEODE FATAL (Solpuga fatalis, FABR.). Tienen las pinzas horizontales, el abdomen complanado y muy velludo. Encuéntrase en Bengala.

Los Cancroides se asemejan a unos pequeños escorpiones faltos de cola, tienen el cuerpo complanado, con el tórax casi cuadrado, teniendo a cada lado uno o dos ojos; tienen los palpos. largos y en forma de brazos, terminados por unas pinzas. Todos los pies son iguales y terminan en dos garfios. El ESCORPIO DE LOS LIBROS (Chelifer cancroides, LATREILL). Geoffroy la llama Escorpión-araña, Tiene 1 línea de longitud, el cuerpo pardo-rojizo, los brazos el doble más largos que este y compuestos de largos artículos: es la especie más común en las casas, y se halla en los herbarios, en los libros viejos, donde se alimenta de los insectos que los roen, y en especial de un pequeño neuróptero llamado Psoco pulsador, o Piojo de la madera. La encontramos también en los jarrones de flores, y bajo la corteza de los árboles medio desprendida del tronco.

Familia de los Falangios Los Arácnidos de esta familia tienen el coselete y el abdomen unido en una sola masa. El abdomen se divide en anillos; el cuerpo es oval; los pies muy largos; las mandíbulas muy salientes y terminadas en pinza, y las maxilas llevan dos palpos filiformes. La mayor parte viven en tierra, en las plantas, al pie de los árboles, y son muy ágiles; otros se ocultan debajo de las piedras y en el musgo. El género principal de esta familia es el de los Segadores, los cuales tienen las pinzas o mandíbulas muy salientes y más cortas que el cuerpo, y los ojos sostenidos por un tubérculo común.

El SEGADOR DE LAS PAREDES (Phalangium cornutum y Phalangium opilio, LIN.). El macho tiene la cara superior del cuerpo pardo-rojiza y algo más oscura en el centro; y la hembra tiene la cara superior del cuerpo pardo-grisácea, con rasgos oscuros, y algunos puntos blanquizcos; la inferior es blanco-grisácea, con algunas tintas oscuras hacia las partes laterales del abdomen; las mandíbulas y los palpos son de color ceniciento, con manchitas pardas. Esta especie se encuentra en las paredes, en los campos y en los troncos de los árboles; aliméntase de insectillos, a los cuales atraviesa con los garfios de las mandíbulas, para chuparles luego los humores. Las largas patas de que la naturaleza ha provisto a este segador, le sirven no solo para andar con facilidad, sino para librarse de sus enemigos y advertirle de su aproximación. Situado en una pared, o en el tronco de un árbol, extiende circularmente las patas al rededor de su cuerpo; y como estas ocupan grande espacio, cuando un animal toca a alguna de ellas, al punto el segador se levanta; y si el insecto le es indiferente lo deja pasar impunemente; si le conviene para presa, no hace más que estrechar la pata y lo tiene cogido; pero si es un enemigo temible, entonces salta al suelo y escapa. Si lo cogemos, se libra dejando entre nuestros dedos una o más piernas, las cuales conservan su movimiento durante algunas horas de haber sido mutiladas. Como Geoffroy encontró un segador que tenía una de las patas posteriores más corta que las demás, presume que los miembros de los Traqueanos se reproducen lo mismo que los de los Arácnidos.

Familia de los Acárides Los Acárides, que forman el gran género Arador de Linneo, tienen el abdomen sin anillos y confundido con el tórax; los órganos de la masticación no son en ellos libres, sino que están envueltos en una especie de vaina en figura de cuchara, formada por el labio inferior; y unas veces consisten en mandíbulas pinzas, ya de dos piezas, ya de más y a modo de garras; ya en un chupador o trompa formada por dos láminas como lancetas y reunidas; ya en fin consiste la boca en una sola cavidad sin piezas visibles. La mayor parte de los Aradores son sumamente diminutos, o casi microscópicos; ponen huevos y pululan de una manera prodigiosa. Al principio no tienen más que seis patas; pero después de la primera muda les nace el cuarto par. Sus hábitos son muy varios: unos andan errantes, y viven debajo de las piedras, hojas, cortezas, en tierra y en las aguas; otros se mantienen en los abastecimientos de comestibles, tales como la harina, la carne seca, queso y en las materias animales en estado de descomposición; otros viven como parásitos en la piel o en la carne de diversos animales: al Acarus scabiei, se le atribuye el contagio de la sarna, enfermedad de las más asquerosas que afligen a nuestra especie. De innumerables experimentos practicados resulta que este mito, que vive parásito en los granitos de la sarna, puesto sobre la piel sana, le inocula el virus de dicha afección.

El TROMBIDIO DE RASO (Trombidium holosericum, FADR.). Este es un pequeño mito corredor, armado de mandíbulas-pinzas y de palpos salientes: Tiene dos ojos sostenidos por un pediculito fijo; y el cuerpo dividido en dos partes, la primera, muy pequeña, sostiene a más de los ojos y de la boca, los dos primeros pares de patas. Esta especie abunda mucho en nuestros jardines a la primavera, es colorada y de un matiz muy vivo; el abdomen es casi cuadrado, más estrecho posteriormente, y escotado; el dorso está lleno de papilas, velludas en su base y globulosas en su cúspide.

El TROMBIDION COLORANTE (Trombidion tinctorium, FABR.). Es una especie perteneciente a la India, de tamaño tres o cuatro veces mayor que la antecedente, y de un hermoso color rojo, con los pies de color más claro.

El ARADOR DE LOS INSECTOS (Acarus coleoptratorum, FABR.). Tiene una cuarta parte de línea de longitud; el cuerpo liso, escamoso y duro, de color leonado excepto la parte posterior, la cual es blanquizca; las patas son bastante largas, sobre todo las traseras. Esta especie corre muy ligera, y vive parásita en los coleópteros y los zánganos.

El ARADOR DE LOS GIMNÓPTEROS (Acarus gimnopterorum, LIN.). Es de un hermoso color rojo de fuego: vive en las avispas, abejas, libélulas y otros insectos de alas membranosas.

El ARADOR DE LAS MOSCAS (Acarus muscarum, LIN.). Es excesivamente diminuto, y tan solo se presenta como un punto pardo; no obstante, a beneficio de una buena lente se le ve menear sus largas patas traseras: vive parásito debajo del vientre de las moscas.

El ARADOR DEL QUESO (Acarus farinae, FABR.). Tiene el vientre grueso, oval y blanquecino; la cabeza y las patas algo parduzcas. Este arador vive en el queso añejo, en la harina y también en las obleas.

Hay aradores llamados comúnmente Garrapatas; que también son corredores como los trombidios, pero carecen de mandíbulas, sustituyéndolas dos láminas lanceoladas, que en unión con la lengüeta forman un chupador. Tales son los Ixodes, los cuales frecuentan la espesura de las selvas, se cogen de los vegetales de poca altura con las patas delanteras, y tienen las demás extendidas. Igualmente se pegan a la piel de los cuadrúpedos, siendo imposible arrancarlas sin llevarse la porción del cutis a que se agarraron. Ponen una prodigiosa cantidad de huevos, y pululan con tal abundancia en el buey y en el caballo, que los aniquilan en términos a veces que causan su muerte.

El IXODE RICINO (Acarus ricinus, LIN.). Vulgarmente lo llaman Garrapata, y es uno de los parásitos del perro; es de color sanguíneo-oscuro; y los bordes del cuerpo son algo velludos; sus palpos abrazan el chupador.

El IXODE RETICULADO (Ixodes reticulatus, LIN.). Es ceniciento, con manchitas y pequeñas rayas anulares pardo-rojizas; los bordes del abdomen son estriados; los palpos son casi ovales: se pega a los bueyes y adquiere media pulgada de largo cuando está bien hinchado.

El LEPTO AUTUMNAL (Acarus autumnalis, SHAW.). Tiene el cuerpo blando y ovoideo, diminuto y rojizo. Abunda en el otoño en las gramíneas y otras plantas: trepa y penetra en la piel causando insoportable prurito.

Clase de los Crustáceos Los animales articulados que vamos a estudiar se hallan provistos de un corazón y de branquias a fin de que puedan respirar en el agua. Las Langostas de mar, los Cangrejos y las Cucarachas, forman los tipos de este numeroso género; pero descendiendo por la cadena de seres que lo componen, su organización se va modificando y simplificando de tal manera, que los últimos crustáceos en su imperfección solo pueden vivir como parásitos; por lo que varios naturalistas los han colocado entre las lombrices intestinales.

El cuerpo de estos animales está dividido en anillos, a veces móviles, y a veces fijos y como pegados entre sí, distinguiéndose únicamente por simples surcos, situados en su punto de unión; ya finalmente se hallan tan íntimamente pegados, que forman como una pieza sola, sin que se observe el menor vestigio de división. Su esqueleto tegumentario presenta en general una consistencia pétrea, debida a la gran cantidad de carbonate de cal que entra en su composición. Esta costra, que ha dado pie para la denominación de Crustáceos que llevan los animales de que tratamos, es un verdadero epidermis, debajo del cual hay una membrana análoga al dermis de los animales superiores. En ciertas épocas se desprende y cae, del mismo modo que, según dijimos, sucede en el epidermis de las serpientes y el tegumento de los insectos. En los crustáceos, la necesidad de frecuentes mudas se hace más evidente todavía que en los insectos, puesto que la vaina sólida que los envuelve, no siendo extensible, opondría insuperable resistencia al desenvolvimiento de los órganos internos, si no cayese desde que llega a ser demasiado estrecha para alojarlos con comodidad. El modo como los crustáceos se despojan de su cubierta no deja de ser muy particular: comúnmente logran salir sin ocasionar en sus tegumentos la menor deformación; y cuando los abandonan tienen ya cubierta con los nuevos la superficie del cuerpo, aunque son aún sumamente blandos, y hasta al cabo de algunos días no adquieren la solidez que les es propia.

La cabeza, unas veces es libre, otras se halla unida al tórax; y sostiene los ojos, los dos pares de antenas y la boca, la que está provista de varios apéndices, semejantes algunos a verdaderas patas, de modo que sirven a un tiempo para coger los alimentos y para andar: por esto se les ha denominado pies- mandíbulas. Las patas se implantan en los anillos del tórax, y existen lo menos cinco pares. Tras de estas verdaderas patas, siguen dos series de apéndices insertos en el abdomen, que se llaman falsas patas, las cuales sirven para llevar los huevos, y concurren a facilitar la natación.

El sistema nervioso se compone de dos series de ganglios, situados en la cara ventral, junto a la línea media del cuerpo, y en número correspondiente al de los segmentos: hállanse más o menos aproximados, según que la organización del animal pertenece a un grado más o menos elevado. Por lo demás, estos animales gozan de unas facultades muy limitadas: sus ojos en general son compuestos, muy rara vez simples; y en los crustáceos de superior organización están sostenidos por unos pedúnculos móviles.

Algunos tienen el aparato auditivo situado a la base de las antenas externas, y se compone de una membrana semejante a un tímpano, encima de la cual existe una especie de vestíbulo lleno de cierto líquido, en el cual termina un nervio particular: en cuanto a los sentidos del gusto y del olfato, nada se sabe de positivo.

La mayor parte viven de sustancias animales; casi todos son masticadores, y únicamente algunos se alimentan de materias líquidas; y estos últimos, lo mismo que los insectos chupadores, están provistos de un hocico prolongado en forma de pico o de trompa, en cuyo interior se hallan unos apéndices delgados que hacen el oficio de lancetas. Los masticadores, al contrario, tienen la boca compuesta de un labro corto, de un par de mandíbulas, y de un labio inferior, de uno o dos pares de maxilas propiamente dichas, y en general, de uno o tres pares de maxilas auxiliares, o pies-mandíbulas.

Estos animales tienen la sangre blanca o ligeramente azulada, a la cual pone en movimiento un corazón situado en la línea media del dorso, y compuesto de una sola cavidad. Con sus contracciones empuja la sangre a las arterias, las cuales la distribuyen a todas las partes del cuerpo. Las venas son muy incompletas, y forman simples lagunas entre los diferentes órganos, hasta que al fin desembocan en grandes senos situados junto a la base de las patas; y de estas cavidades pasa la sangre a los órganos respiratorios, volviendo otra vez al corazón por unos canales muy distintos. Como los crustáceos son animales acuáticos, su respiración se efectúa por medio de branquias, los que carecen de estos órganos respiran por una porción de la piel; aunque hay algunos que son terrestres pero que respiran también por medio de branquias; y en ellos por una admirable disposición, pueden estos órganos conservar la humedad que necesitan para el ejercicio de sus funciones.

Todos los Crustáceos son ovíparos; y la hembra, cuando ha hecho la puesta, los lleva algún tiempo suspensos bajo del abdomen; o encerrados en una especie de bolsa formada por apéndices pertenecientes a las patas. Los hijos no sufren otras metamorfosis antes de su estado de adultos, que un aumento en el número de patas.

Nos guardaremos de sobrecargar la memoria del lector con los caracteres de los numerosos géneros que se han establecido en la clase de crustáceos, pues basta con que conozca los caracteres generales de las órdenes de que se compone. Desde luego pueden dividirse en tres grupos naturales; a saber: Masticadores, cuya boca está provista de maxilas y mandíbulas propias para la masticación; Chupadores, que tienen la boca compuesta de un pico tubuloso y lancetas; y Jifosuros, sin apéndices propios en la boca, que se halla rodeada de patas que hacen las veces de mandíbulas. Empezaremos por la división de los crustáceos masticadores que por sí solo constituye casi una sola clase. Contiene nueve órdenes que son como siguen:

1.º Decápodos: tienen los ojos pedunculados y móviles; branquias encerradas en cavidades particulares, situadas a cada lado del tórax, y por lo regular cinco pares de patas. (Decápodos significa diez pies.)

2.º Estomatópodos. Tienen los ojos como los Decápodos, sus branquias son externas y las patas en número variable. (Stomapodos significa pies en la boca.)

3.º Asifípodos. Los ojos sin pedículo; las branquias están sustituidas por un apéndice en forma de abanico; y patas torácicas, las que sirven para las funciones de locomoción, (Amphipodos equivale a pies de dobles funciones).

Lomípodos. Tienen los ojos, pies y branquias iguales a los de los anfípodos; pero el abdomen es rudimentario. (Lomipodos tiene la significación de pies en el cuello, pues en efecto la cabeza sostiene los dos pies delanteros.)

Isópodos. Ojos como los anfípodos; patas torácicas que también sirven para caminar; respiración por medio de apéndices en figura de abanico, situados en las falsas patas abdominales: (Isopodes es lo mismo que pies semejantes).

Cladóceros. Ojos, como los anfípodos; patas torácicas lamelosas para la respiración y la natación; cuerpo desnudo, o cubierto con un escudo sencillo, antenas ramosas; y esto significa su denominación.

Filópodos. Ojos, patas y órgano respiratorio como los Cladóceros, pero el cuerpo está encerrado entre dos valvas (Phyllopodos es equivalente a pies lamelares).

Copépodos. Ojos sentados o sin pedículo, sin branquias ni pies lamelares, y que respiran por la piel; cuerpo encerrado en un escudo con dos valvas laterales, por último, pies divididos en dos mitades. (Copepodos significa patas hendidas.)

Ostrácodos. Ojos y respiración como los Copépodos, cuerpo sin escudo ni envoltorio y en forma de concha bivalva. (Ostracodes significa en figura de ostra.)

Orden de los Decápodos Volviendo a los Decápodos, nos limitaremos a describir tan solo las especies de mayor interés. Estos crustáceos tienen la cabeza y el tórax confundidos en una sola pieza cubiertos por una gran concha, escudo o espaldar, el cual se adelanta por la frente, y baja de cada lado hasta la raíz de las patas; al paso que posteriormente se extiende hasta el nacimiento del abdomen. Solo levantándolo podemos distinguir los segmentos del cuerpo. Las cuatro antenas son articuladas, y se insertan entre los ojos y la boca; de las diez patas, ocho sirven para andar, pues las dos delanteras terminan en tenaza y sirven como órganos de aprehensión. Dicha tenaza consta de dos piezas, y solo una, que se, considera como último artículo del pie, es móvil; pues la otra termina el penúltimo artículo, que es ancho y complanado como una mano. Llaman pulgar a la pieza o dedo móvil, índice al extremo fijo o inmóvil y mano a la base que sostiene el índice; el carpo o muñeca precede a los dos artículos que forman la tenaza. Los decápodos comprenden los dos grandes géneros Braquiuros y Macruros.

Los Braquiuros tienen una conformación más a propósito para correr que para nadar; el abdomen casi rudimentario, reducido a una especie de delantal que se encorva debajo del tórax. El nombre braquiuro significa cola corta. Tienen el espaldar muy ancho, y a primera vista parece cubrir todo el cuerpo, puesto que solo vemos el abdomen si volvemos de espaldas al suelo el animal. Las antenas son cortas; los pies-mandíbulas cubren toda la boca; las dos primeras patas terminan en pinza, en la que solo es móvil el dedo superior, que es el último artículo del pie.

El CANGREJO PAGURO (Cancer pagurus, LIN.). Tiene la concha rojiza, ancha, complanada, lisa superiormente, con ribetes en los bordes laterales, y tres dientes en la frente; tiene grandes presas, lisas, con los dedos negros e interiormente guarnecidos de tubérculos obtusos. Llega a adquirir hasta un pie de anchura, y hasta 5 libras de peso. La carne de este cangrejo es de las más estimadas, abunda en Francia en las costas del océano, y es mucho menos abundante en el Mediterráneo. Esta especie fue la que condujo a los naturalistas al descubrimiento de que los crustáceos gozan de la facultad de reproducir los miembros después de arrancados o rotos, tal como hemos visto que sucede en las arañas. Dicha renovación no se efectúa en los fragmentos; pues cuando una pata ha sido medio rota es necesario arrancar el artículo entero, lo que ejecuta artificialmente el animal, enderezando el muñón y desprendiendo el fragmento en la articulación; otros se lo arrancan con sus tenazas. Semejante extirpación es necesaria; pues sin ella muriera el animal por efecto de la hemorragia. Esto lo saben también las arañas, pues si rompemos una pata a alguno de estos animales, le vemos después arrojar el muñón.

Paguro.

La ALMOHAZA (Cancer puber, LIN.). Está cubierto de vello amarillento; tiene cuatro dientes en cada borde lateral del escudo, y ocho dientecitos entre los ojos; de los cuales los dos del medio son más largos, obtusos y divergentes; sus presas son surcadas, armadas de una pinza fuerte y dentada en el lado interno del carpo; y de otro en el artículo siguiente, o mano; los dedos son negruzcos. Este crustáceo, cuya carne es muy delicada, se encuentra en todos los mares de Europa.

El CANGREJO DE MAR (Cancer Maenas, LIN.). Lo mismo que la almohaza, tiene cinco dientes en cada borde lateral del espaldar, o igual número en la frente, inclusos los que se hallan entre los ojos. La parte superior de la concha no tiene vello, sino que es ligeramente escamosa, con líneas profundas; los tarsos son estriados; la parte superior de la mano es comprimida y termina en un dientecito; se ve otro también, pero más grueso, al lado interno del artículo precedente; los dedos son estriados, casi igualmente dentados y tienen la punta negruzca.

El CABALLERO (Cancer cursor, LIN.). Tiene los ojos claviformes, que se extienden por la parte media de la longitud de su pedículo; las pinzas son casi semejantes, fuertes, pero cortas; los pedículos de los ojos terminan en un hacecillo de pelos. Vive en el litoral del Mediterráneo; corre con mucha velocidad. Durante el día se mantiene en las madrigueras que se abre él mismo en la arena, a orillas del mar, y no sale hasta después de puesto el sol.

Los Podóftalmos son unos cangrejos notables por la longitud de los pedículos que sostienen los ojos. Dichos pedículos están muy aproximados cerca de su punto de inserción, y se extienden hasta los ángulos laterales del borde anterior, alojándose en una ranura de la frente.

El PODÓFTALMO ESPINOSO (Podophtalmus spinosus, LATREILLE). La concha de este crustáceo es corta, transversal y complanada, provista lateralmente de dos espinas. La superior es muy grande, el borde anterior es enteramente convexo, y en su parte media presenta una especie de capucho, estrecho, levantado, y terminado en dos ramas o lóbulos abiertos. Encuéntrase esta especie en el Océano Índico.

Existe un podóftalmo fósil, a quien se ha dado el nombre de Defrance, naturalista muy versado en el conocimiento de los invertebrados fósiles.

Los Gecarcinos son unos crustáceos que tienen las cuatro antenas cubiertas por el capucho; el segundo y tercer artículo de los pies-mandíbulas externos grandes, complanados, y como foliáceos, y corvos, tal es el siguiente:

El CANGREJO DE TIERRA (Cancer ruricola, LIN.). Es de color rojo sanguíneo, y a veces con manchas amarillas y una impresión muy marcada en forma de H. Esta especie es muy común en las Antillas. Este cangrejo, en lugar de vivir en el agua, como los crustáceos ordinarios, es terrestre, y habita en las selvas húmedas. No obstante, respira por medio de branquias, aunque estas necesitan mayor cantidad de oxígeno de la que el agua puede contener en disolución, por lo que ejercen sus funciones en el aire lo mismo que los pulmones. La naturaleza, a fin de prevenir la desecación de estas branquias, ha colocado en el fondo de la cavidad respiratoria, ya una especie de dornajo, que sirve como depósito del agua necesaria para conservar la humedad en las branquias; ya una membrana esponjosa, situada en el fondo de la cavidad. Los cangrejos de tierra se alimentan en particular de sustancias vegetales; son nocturnos y crepusculares. Algunos habitan a grande distancia de la costa, en collados, que abandonan durante la época de las lluvias para volver al mar. Entonces se reúnen en numerosísimos grupos y se ponen en camino. Para el viajero que de noche se encuentra en los campos de la América meridional, no deja de ser un hallazgo muy extraño el de un ejército de cangrejos que atraviesa a paso de carga los bosques, prados, ríos sin detenerse por ningún obstáculo y sembrando la devastación por todas partes donde pasan. Se ha notado que sus etapas están dispuestas de modo que pueden renovar con regularidad la necesaria provisión de agua para mantener húmedas sus branquias. Habiendo el almirante Drake hecho desembarcar algunos hombres de su tripulación en una isla desierta, en el año de 1605, en las costas de América; estos cangrejos hambrientos les embistieron por las piernas, y después los derribaron y los devoraron, según se dice.

Las Arañas marítimas son unos cangrejos cuyo escudo es triangular, y regularmente se prolonga hacia el extremo anterior, de modo que forma un pico muy agudo; las patas son muy largas; y por esto se les dio el nombre de arañas.

La MAYA ESQUINADA (Cancer maya, SCOPOL.). Tiene 4 pulgadas de longitud; su concha se halla enteramente cubierta de tubérculos velludos; de la parte anterior de la frente salen divergentes espinas algo deprimidas; vese una gran punta encima de cada órbita, otras cinco muy recias a los lados de la concha, y otra debajo de la órbita. Esta especie abunda en el Océano y el Mediterráneo. Los antiguos hicieron de este cangrejo un atributo de la Diana de Éfeso, pues le achacaban grande sabiduría y afición a las delicias de la música: así en varias medallas griegas hallamos la efigie de este crustáceo.

Los Decápodos constituyen el grande género Macruro, nombre que se ha dado a estos animales porque tienen la cola de igual longitud a la del cuerpo, lo cual dicha voz significa, y terminada en cinco láminas dispuestas en forma de abanico, y formando una aleta. Estos crustáceos son esencialmente nadadores; la mayor parte de ellos no se asoman a tierra, y solo andan un poco en el fondo del agua; casi siempre están nadando; y los movimientos de la cola los impelen hacia atrás con la mayor velocidad.

Las Langostas, que pertenecen a esta división son unos crustáceos de grandes dimensiones, cuyas antenas son cilíndricas, muy largas, y erizadas de puntas, en ninguna de sus patas se ven pinzas, es decir, que terminan todas en un solo dedo; llevan en la frente dos grandes cuernos encorvados, y su concha se ve cuajada de puntas.

La LANGOSTA COMÚN (Astacus elephas, LEACH.). Algunas llegan a tener 1 pie y medio de longitud; y llenas de huevos pesan de 12 a 14 libras; tiene la concha espinosa y cubierta de vello, con dos grandes dientes delante de los ojos; la superficie superior del cuerpo es pardo-verdusca o rojiza; la cola está llena de manchitas y puntos amarillentos. Sus segmentos presentan un surco transversal interrumpido en su parte media; y sus bordes laterales forman ángulo con las dentelladuras. Las patas son entreveradas de rojo y de amarillento. Esta especie se encuentra en nuestras costas, y durante el invierno se mantiene en las profundidades del mar, aproximándose a la orilla solo al reaparecer la primavera. Hace el desove en las rocas, y los huevos son numerosísimos y colorados.

Los Cangrejos propiamente dichos tienen debajo de la raíz de las antenas externas un apéndice lamelar y móvil; el escudo terminado por su parte anterior en un cuerno mediano; las patas anteriores muy gruesas, armadas de recias pinzas; las patas de los dos pares siguientes, aunque delgados, terminan igualmente en pinza: por último, las del cuarto y quinto par terminan en un solo dedo. La carne de estos crustáceos es muy apreciada. Las dos especies principales son el Cangrejo de río, y el cangrejo marítimo, o Cabrajo.

El CANGREJO DE RÍO (Astacus fluviatilis, FABR.). Tiene sus pinzas anteriores escamosas y ligeramente dentadas en su borde interno. Vese una punta a cada lado del extremo del hocico, y dos en su base; los bordes laterales de los segmentos caudales forman un ángulo agudo; el color es pardo-verduzco, aunque varía accidentalmente. Estos animales viven en las aguas dulces de Europa, debajo de las rocas o en los intersticios de estas, no saliendo más que para ir en busca de alimento, que consiste en pequeños moluscos, pececillos y larvas de insectos. También comen carnes corrompidas o de cadáveres de cuadrúpedos en el agua. Esta sustancia ponen los pescadores en la red para atraer a estos crustáceos. También los pescan de noche con lumbre. Viven más allá de veinte años, y siguen creciendo hasta la muerte. La hembra, después de efectuada la puesta recoge los huevos, y formando de ellos un montón los pega a sus falsas patas. Los cangrejos al acabar de nacer son muy blandos y enteramente semejantes a la madre; cobíjanse debajo de la cola de esta, permaneciendo en dicho sitio hasta que su coraza se ha consolidado lo bastante.

Es el tiempo de la muda muy crítico para los cangrejos, pues la operación por cuyo medio se separan estos animales de su coraza protectora, no deja de ser muy laboriosa. Es fácil observarla teniendo el cangrejo en un recipiente de vidrio y examinándolo atentamente durante la primavera. Algunos días antes de despojarse de sus tegumentos, el animal deja de comer, y su concha se va poco a poco despegando de las carnes, sin dejar empero de cubrirlas. Después frota sus patas unas con otras, revuélcase y se pone patas arriba; extiende y contrae la cola varias veces alternativamente, agita las antenas; entumece el cuerpo y hace una hendedura en sus tegumentos entre el abdomen y el coselete. Después de hecha esta rotura, queda el animal en reposo durante algún tiempo, y luego hinchando las partes situadas debajo de la concha la solevanta, recogiendo la cabeza hacia atrás, y desprendiendo los ojos, antenas, brazos, y todas las patas unas después de otras. En seguida, con un rápido movimiento hacia delante, extiende la cola y se despoja de sus anillos. De esta suerte concluye la muda, que no pocas veces es mortal, y siempre muy penosa. Los nuevos tegumentos se endurecen a las veinte y cuatro horas. No solo se efectúa la renovación en los tegumentos externos, sino que se forma un nuevo estómago debajo del antiguo y lo va destruyendo poco a poco. En los cangrejos que están inmediatos a la muda, hallamos, siempre a los lados del estómago dos cuerpos calcáreos, llamados impropiamente ojos de cangrejo. Dichos dos calcáreos están destinados a suministrar los materiales de la nueva concha; pues si al día siguiente a la muda, cuando la concha solo está endurecida a medias, abrirnos el cangrejo, se advierte que dichos cuerpos calizos han disminuido de la mitad; si lo abrimos al tercer día apenas encontrarnos más que un átomo; y más tarde, nada absolutamente.

El CANGREJO MARÍTIMO (Astacus marinus, FABR.). Es conocido vulgarmente bajo el nombre de Cabrajo y algunas veces adquiere un tamaño enorme, puesto que se han hallado algunos que tenían más de 1 pie y medio de largo; la punta en forma de pico tiene tres dientes a cada lado, y otro doble en la base; sus pinzas son desiguales o muy gruesas; la mayor es oval con gruesas muelas; la otra es más larga con numerosos dientecitos. Este crustáceo, cuya carne es muy estimada, aunque de difícil digestión, habita en el océano europeo, y hasta en las costas orientales de África.

Los Palemones tienen cuatro patas de dos dedos, siendo las dos anteriores más pequeñas y replegadas, y el pico agudo. Hállanse en nuestras costas dos especies, conocidas con los nombres de langostines, gamarros salicotes.

El PALEMÓN PORTASIERRA (Paloemon serratus, LEACH.). Tiene 3 ó 4 pulgadas de largo; es de color rojo claro; aunque más subido e intenso en las antenas, en el borde posterior de los anillos caudales, y sobre todo en la aleta terminal. Su cuerno frontal sobrepasa de mucho al pedúnculo de las antenas medias; se dobla hacia su extremidad; lleva superiormente de siete a ocho dientes, no inclusa la punta, y cinco debajo; los dedos son tan largos como la pinza propiamente dicha, o penúltimo artículo: esta especie es muy apetecida de los gastrónomos. Con frecuencia observamos al lado de su concha una especie de lupia que abriga un crustáceo del orden de los Isópodos, y es el Bopyrus crangorum, de Latreille.

EL PALEMÓN ESQUILA o SALICOTE (Palemon Squilla, LEACH.). Es la mitad más pequeño que el langostín; su cuerno no sobrepasa de mucho a los pedúnculos de las antenas superiores; es casi recto, o muy poco encorvado, escotado en el extremo, con siete u ocho dientes encima, y tres debajo; los dedos de las pinzas son algo más largos que la mano. Abunda este crustáceo en las costas de la Mancha.

Los Paguros guardan no medio entre las langostas y los cangrejos; no tienen la cola tan bien organizada para la natación como algunos crustáceos de que hemos hablado; pero tampoco la tienen abortada o simplemente rudimentaria.

EL PAGURO BERNARDO (Cancer Bernardus, LIN.). Tiene el abdomen grueso, doblado sobre sí mismo y enteramente membranoso; al paso que los tegumentos de las demás partes del cuerpo son coriáceos. Semejante organización expone las partes traseras del animal a continuos riesgos; así es que este para robustecerlas y buscar una coraza que la naturaleza le ha negado, tiene el instinto de alojarse en un concha univalva, a cuyo fondo se adhiere agarrándose con las patas traseras; la arrastra consigo, y hasta se recoge dentro de la misma, no sacando fuera más que las pinzas anteriores. Al principio de cada año y cuando muda la piel, va en busca de una nueva concha más grande y más proporcionada a su magnitud: entonces se le ve examinar todas las conchas espirales que encuentra, midiendo su capacidad. Tan pronto como halla una que le convenga, ya tocante a su capacidad y lisura de la superficie, ya a su ligereza, abandona la que le cobija, y entra precipitadamente a ocupar la nueva, a la que se agarra con tal fuerza, que no se le puede obligar a salir sino por medio del fuego. Esta particularidad de hábitos ha hecho dar al paguro los nombres vulgares de Soldado, Ermitaño, Diógenes, cuya significación se trasluce desde luego.

Los Birgos son unos grandes crustáceos del mar de las Indias, semejantes a los paguros, y cuya cola, sin ser membranosa, es algo más redondeada. La especie más notable de este subgénero es el Cangrejo volador.

El CANGREJO LADRÓN (Cancer lairo, LIN.). Tiene el tórax dividido por cuatro suturas, y el abdomen sencillo e inferiormente abultado. Este animal por la noche sale del mar y sube a los cocoteros para quitar los frutos, de que anda muy goloso. Pero lo más digno de atención en estas costumbres anfibias es que al parecer provocan una anomalía mucho más rara aun en otro animal, que, lo mismo que el cangrejo, respira por medio de branquias: tal es cierto pez acantopterigio, a saber la Perca scandens, la que abandona también su elemento natural, cual si quisiese seguir el ejemplo que le da el cangrejo ladrón, y persigue a este último hasta en los cocoteros a los que se ha subido. Tan extraña facultad proviene de una particular organización que permite a la Perca conservar una corta cantidad de agua para humedecer las branquias, las cuales por otra parte están privadas del contacto del aire por cubrirlas exactamente los opérculos.

Orden de los Estomatópodos El orden de los crustáceos estomatópodos ofrece especies poco interesantes; entre ellas citaremos únicamente las Esquilas, cuyos tegumentos forman un solo escudo de figura cuadrilonga, que cubre la cabeza, a excepción de los ojos, antenas y primeros anillos torácicos: todos con pies-mandíbulas, de los que los segundos tienen gran dimensión, y los cuatro pies delanteros son muy aproximados a la boca; por cuya circunstancia se han llamado Estomatópodos, y forman dos líneas que convergen hacia abajo; el cuerpo es largo y estrecho.

La ESQUILA MANTA (Cancer mantis, LIN.). Tiene unas 7 pulgadas de longitud; el garfio de las pinzas tiene seis dientes; el cuerpo presenta en su cara superior varias líneas en relieve; el anillo posterior tiene dos manchas rojizas. Esta especie, cuya carne es muy estimada, no es rara en nuestras costas del Mediterráneo; en el mediodía de Francia la llaman Prega Diou (rezadora), lo mismo que a las mantas ortópteras, de que hemos hablado en su propio lugar.

El orden de los Anfípodos nos ocupará también muy poco: citaremos solo dos especies, por cuanto las demás ofrecen poquísimo interés.

El TALITRO SALTADOR (Gammarus locusta, FABR.). Tiene el cuerpo muy deprimido, con las caderas de los últimos pares de patas muy grandes; ningún pie tiene pinza; la cola presenta espinas bífidas. El Talitro es común en los arenales marítimos donde salta con extrema agilidad.

La PULGA DE AGUA (Gammarus pulex, LIN.). No debe confundirse con el palemón. Tiene los cuatro pies delanteros en figura de pequeñas garras, con las uñas que se doblan hacia abajo. Su magnitud no excede de media pulgada; su cuerpo es largo y muy deprimido, lo que obliga al animal a nadar sobre un costado cuando se halla en el fondo del agua. Esta especie es muy abundante en los alrededores de París; es carnívora y se alimenta de insectos, peces y otros animales muertos.

Orden de los Lemípodos Los crustáceos pertenecientes a este orden tienen el abdomen en estado rudimentario. Únicamente citaremos el Piojo de la Ballena.

El PIOJO DE LA BALLENA (Oniscus ceti, LIN.). Tiene el cuerpo muy ancho, las patas cortas; vive como parásito en el cuerpo de la ballena; lo que le ha hecho dar el nombre que lleva. También se le encuentra en el cuerpo del tiburón.

Orden de los Isópodos En este orden se hacen notar los Bopyros y los Cloportas o cochinillas. Los Bopyros son unos parásitos sin ojos y sin antenas, de cuerpo complanado y muy pequeño, con las falsas patas abdominales guarnecidas de apéndices branquiales ramosas. Ya hemos hablado de ellos al tratar de los Palemones debajo de cuya concha se albergan.

Las Cloportas tienen antenas laterales de ocho artículos, y la base cubierta por los bordes de la cabeza; las branquias se hallan contenidas en las primeras escamas situadas debajo de la cola; los dos apéndices externos de la extremidad de esta son mucho mayores que los dos internos. Cuando se les inquieta se enroscan en forma de bola. Frecuentan los sitios retirados y oscuros, como los subterráneos, las bodegas, las hendeduras de las paredes y debajo de las piedras. Aliméntanse de sustancias vegetales, y animales en estado de corrupción, y casi nunca salen de su escondite, como no sea en tiempo húmedo. La hembra reúne los huevos en una bolsa membranosa que tiene debajo del tórax; los hijos nacen allí, y la madre se los lleva a todas partes consigo cuando va en busca de alimento. Basta coger una hembra y ponerla patas arriba para ver como los pequeñuelos salen de la bolsa membranosa en que estaban metidos.

La CLOPORTA DOMÉSTICA (Oniscus asellus, LIN.). Llámanla también cochinilla y cucaracha. Es lisa, cenicienta, con manchas negras y algo amarillas; pero en el campo se encuentran otras dos variedades que tienen también diez segmentos, sin contar la cabeza, la cola y dos apéndices en esta. La primera es muy lisa, de color pardo con manchitas grises, aunque sin mancha alguna amarilla; y la otra es de un negro mate, y superiormente escamosa.

El ARMADILLO (Oniscus armadillo, LIN.). Es ancho y liso; de color negro con algo de blanco en el borde de los segmentos. De los diez de estos, de que consta su cuerpo, sin tomar en cuenta la cabeza y la cola, los siete primeros son anchos, los tres últimos cortos, y estos últimos con el de la cola forman la extremidad del cuerpo del animal, el que es redondeado y sin ningún apéndice: esto constituye el carácter específico del Armadillo.

Las Ligias son cloportas marítimas, que tienen las antenas laterales compuestas de un gran número de articulitos, y el abdomen terminado en dos estiletes bifurcados.

La LIGIA OCEÁNICA (Oniscus oceanicus, LIN.). Tiene una pulgada de largo; el color gris, con dos grandes manchas amarillentas en el dorso; las antenas laterales son la mitad más cortas que el cuerpo, y su tallo está dividido en 13 artículos; los estiletes tienen la misma longitud que la cola. Esta especie abunda en nuestras costas, donde la vemos trepar por las rocas. Cuando alguno quiere cogerla, repliega este animalito las patas y se deja caer.

Orden de los Copépodos (Los cuatro órdenes que siguen, a saber: los Copépodos, Ostrácodos, Cladóceros y Filópodos, fueron antes inclusos en el género Monoculo de LINNEO.) (Voz que significa un solo ojo). Los Copépodos no tienen coraza, sus ojos están situados en medio de la frente y confundidos en una sola masa, de manera que parece que estos animalitos no tengan más que un ojo. Los Cíclopes, que forman el género principal de este grupo, son unos crustáceos casi microscópicos, muy copiosos así en las aguas dulces como en la de mar.

El CÍCLOPE CUADRICORNIO (Monoculus quadricornis, LIN.). Tiene 2 líneas de longitud total, las antenas simples, o sin divisiones; las inferiores compuestas de cuatro artículos, y su longitud iguala a los dos tercios de las superiores. El cuerpo es abultado y ovoideo, y la cola estrecha y compuesta de seis segmentos. El color varía de rojizo a verduzco.

Orden de los Ostrocodos En este orden las especies tienen el cuerpo cubierto de un doble escudo, semejante al de una concha bivalva; a él pertenecen los Cíprides.

La CÍPRIDA PARDA (Cypris fusca, STRAUS.). Su longitud es de dos tercios de línea: vive en las aguas tranquilas, donde se alimenta de sustancias de animales muertos, que aún no se hallan en estado de putrefacción, y también come confervas. En vez de llevar los huevos debajo del abdomen, los depone encima de algún cuerpo sólido, y en el mismo los pega por medio de un filamento verde semejante al musgo. Dichos huevos se abren a los cuatro días y medio, y su producto al nacer tiene ya la organización que debe conservar toda su vida. Pero lo que más sorprende en la historia de estos animales, es que desecados los charcos donde han vivido, cuando después de algún tiempo viene una lluvia a formarlos de nuevo, aparecen otra vez poblados de cíprides. Dicho fenómeno se explica por la facultad que tienen estos animales de hundirse debajo del fango húmedo, y de permanecer así conservando la vida hasta que venga otra lluvia; pues si el limo queda del todo seco mueren sin remedio, aunque quedan sus huevos, que nacen apenas la humedad los favorece.

El POLIFEMO DE LAS LAGUNAS (Monoculus pediculus, LIN.). Tiene las antenas en forma de remos, bifurcadas, y compuesta cada una de cinco artículos; la cola se ve doblada hacia el dorso.

Orden de los Cladóceros Los animales de este orden tienen las antenas semejantes a dos brazos ramificados. Citaremos las Dafnias. Estos crustáceos diminutos viven en las aguas dulces y estancadas.

La DAFNIA PULGA (Monoculus pulex, LIN.). Swammerdam la llama pulga acuática arborescente, y Geoffroy loro acuático. Es la más común de todas: tiene el pico grande y convexo; el cuerpo complanado lateralmente, lo mismo que el de una pulga: la contiene una especie de escudo bivalvo transparente. Las antenas le sirven de remos para nadar y de miembros para facilitarle andar a saltos. Su color varía, pues algunas veces es blanco rojizo, otras verduzco, y algunas rojo. Este último color, dice Geoffroy que en la primavera, cuando las aguas contienen muchos de tales crustáceos, estos les comunican un tinte colorado que asusta al vulgo, quien cree ver el agua convertida en sangre.

Orden de los Filópodos En este orden hallamos los Apus, quienes tienen la cabeza y tórax ocultos debajo de un grande escudo horizontal.

El APUS CANCRIFORME (Apus cancriformis, LATREILL). Geoffroy le da el nombre de binóculo con cola de red: la voz binóculo que equivale a dos ojos, indica que en esta especie los ojos están separados. El cuerpo tiene 18 líneas de longitud, 10 líneas de anchura, y lo cubren dos válvulas, que se separan hacia atrás dejando ver solo la cola. De ahí su nombre Apus, que significa sin pies. No obstante, existen estos en número de seis; la cola termina en dos largos filamentos bastante duros, que no tienen láminas entre sí. Esta especie vive en los fosos, en los charcos, y en las aguas estancadas, donde forman reuniones innumerables. Aliméntase de renacuajos, y a su vez sirve de pasto al pájaro que llaman lavandera.

División de los Crustáceos chupadores Acabamos de pasar en rápida revista a los crustáceos masticadores; ahora vamos a tratar con la misma rapidez de los chupadores que forman la segunda división de la clase. Viven estos últimos en otros animales como parásitos; tienen la boca en forma de pico, o de trompa, que contiene apéndices estiliformes, propios para taladrar los tegumentos de los vertebrados, de cuyos humores se sustentan: tal es el siguiente.

El ARGULO FOLIACEO (Monoculus foliaceus, LIN.). Fíjase debajo del cuerpo de los renacuajos de las ranas y de los peces: tiene el escudo oval, escotado hacia atrás, y cubriendo el cuerpo, a excepción de la extremidad del abdomen; tiene doce pies; el cuerpo complanado, de un verde-amarillento claro, y de unas dos líneas y media de largo.

División de los Jifósuros Este orden se compone del solo género Límulas, cuya estructura es una de las más anómalas, y que, según Strauss, debiera colocarse entre los Arácnidos. Son estos crustáceos, llamados en América Cacerolas, unos grandes animales, cuyo cuerpo está dividido en dos partes; la primera se halla cubierta por un escudo semicircular; sostiene los ojos, las antenas, seis pares de patas que rodean la boca y juntamente sirven para caminar y para mascar. La otra porción del cuerpo se halla cubierta por otro escudo casi triangular, y sostiene cinco pares de patas natatorias, cuya superficie posterior se ve guarnecida de branquias, y termina en una cola larguísima en forma de espada; de donde nace su nombre Jifósuros, o cola en forma de espada. Estos crustáceos se encuentran en los mares de los países cálidos.

La LÍMULA POLIFEMO (Monoculus polyphemus, LIN.). Llámanla vulgarmente. Cangrejo de las Molucas: tiene la cola algo más corta que el cuerpo de forma triangular, y con dientecillos muy finos en la arista superior, sin surco que se prolongue por debajo. Esta especie llega a veces a tener hasta 2 pies de longitud, y regularmente se mantienen en las orillas del Océano Índico.

Límula Polifemo o Cacerota.

La LÍMULA CÍCLOPE (Limulas cyclops, FABR.). Esta es otra especie del Océano Americano que allí llaman Cacerola; y su concha, quitadas las patas, puede servir para sacar agua. Los salvajes emplean la punta de la cola para hacer flechas, las que son muy temibles: los huevos de ambas especies son comestibles.

Clase de los Cirrípodos Los animales articulados de esta clase guardan un medio entre los crustáceos de que acabamos de hablar, y los moluscos de que luego trataremos; todos ellos son marítimos, y cuando jóvenes nadan libremente; pero luego después se fijan para siempre en algún cuerpo submarino, pegándose a él por la espalda. Tienen la figura prolongada; el cuerpo encorvado sobre sí mismo, y encerrado en una especie de concha que consta de varias piezas. No tienen ojos; su boca es semejante a la de los crustáceos; la cara abdominal del cuerpo la ocupan dos filas de lóbulos carnosos, de cada uno de los cuales nacen dos largos apéndices córneos, provistos de pelos, y compuestos de un gran número de artículos. Esta especie de brazos, que llaman cirros, son veinte y cuatro; y el animal los saca y recoge dentro de la concha, con cuyos repetidos movimientos produce en el agua unos pequeños torbellinos, los que arrastran hacia la boca del cirrípedo los animalúnculos de que se alimenta: Tienen un corazón alojado en la parte dorsal de su cuerpo, y respiran por medio de branquias. Toda esta clase la forman dos grandes géneros o familias, a saber: las Anatifas y las Balanitas, de las que Linneo hizo su género Lepas.

Las Anatifas están contenidas en una especie de manto, abierto por un lado y suspendido en un tubo carnoso.

La ANATIFA LISA (Lepas anatifera, LIN.). Su manto está cubierto por cinco láminas testáceas, desiguales y lisas; las branquias, que tienen la forma de pequeñas pirámides, están fijas en la base de los cirros, y los huevos están metidos en un órgano situado en el interior del pedúnculo o tubo carnoso. Este tubo, que está señalado con arrugas transversales, sirve al animal para adherirse a las rocas, a las quillas, o a pedazos de madera flotantes. A esta especie se ha dado el nombre de Anatífera por la fábula que supone nacer de la misma una especie de ánades.

Los Polícipes son unas anatifas que a más de las cinco válvulas principales tienen otras varias más pequeñas en el pedículo.

El POLÍCIPE AGRUPADO (Lepas pollipes, LIN.). Encuéntrase en las costas de la Mancha y del Mediterráneo; la especie se halla caracterizada por la reunión de varios individuos, que viven agregados en un mismo punto de inserción; el pedúnculo es corto y escamoso, y la concha consta de muchas válvulas, lisas, y desiguales entre sí.

Las Balanitas, o bellotas de mar, son cirrípodos que no tienen pedúnculo; están encerradas en una especie de concha cónica, muy corta, fija por la base, y se compone de varias láminas articuladas entre sí. Ocupan la abertura de esta concha dos o cuatro válvulas móviles, y entre estas hay una hendedura destinada a dar paso a los cirros. Las branquias son unas láminas foliáceas, adheridas a la superficie interna del manto.

La BALANITA SURCADA (Lepas balanus, LIN.). Su concha es blanquecina, cónica y surcada longitudinalmente; y los radios son estriados en dirección transversal. Esta especie cubre las rocas, y con ellas de todas nuestras costas. También se adhiere a veces a la Balanita tulipán (Lepas tintinnabulum, LIN.). Esta tiene la concha purpúrea, cónica y convexa, señalada con líneas longitudinales. Los radios también son estriados, y el opérculo prolongado hacia la parte posterior, en forma de pico.

Balanita surcada.

El animal crecido y fuera de su concha.

Clase de los Gusanos Los Gusanos, que colocamos a lo último del tratado de los animales articulados, fueron considerados por el sabio Edwards, profesor en el Jardín Real, como formando una serie a parte, una subramificación bien declarada. En estos animales la organización articulada va perdiéndose más y más, pues lo que en ellos se llama segmentos o anillos son unos meros repliegues transversales que surcan la piel y ciñen el cuerpo; en cuanto a miembros articulados para la locomoción, faltan absolutamente. Estos órganos se hallan representados por unos tubérculos provistos de pelos, y en estos animales todas las partes de su organización se degradan en términos, que solo se presentan en un extremo grado de imperfección. Los gusanos en general tienen el cuerpo muy largo: forman tres órdenes, que son: Anélidos, Sistólidos, y Helmintos.

Orden de los Anélidos Los gusanos que componen este orden tienen en su mayor parte sangre colorada. Esta semejanza a los animales superiores indujo a ciertos naturalistas a poner los anélidos al frente de los animales articulados, no obstante que bajo todos los demás conceptos, su organización es inferior a la de los insectos, de los arácnidos y de los crustáceos. Tienen el cuerpo largo, blando, dividido por medio de pliegues circulares en un gran número de anillos. La mayor parte presentan a cada lado del cuerpo una larga serie de hacecillos de pelos, sostenidos por pedúnculos carnosos, y que hacen el oficio de patas, regularmente a los lados de cada anillo se ven dos hacecillos situados el uno encima del otro, aunque a veces están reunidos; otras veces en la base de cada anillo hay un apéndice blando, largo y cilíndrico, llamado cirro; en algunos solo marcan el sitio de los pies unos pelos recios, y en otros finalmente no existe la menor señal de miembros.

El sistema nervioso de los anélidos es muy sencillo, consistiendo en una sarta de pequeños ganglios que se extienden de uno a otro extremo del cuerpo. Muchos de estos animales presentan en sus partes anteriores unas manchitas, que acaso sean ojos, y la cabeza provista de filamentos tal vez destinados como asiento del tacto, y llevan el nombre de cirros y de tentáculos. La boca ocupa la cara inferior de la cabeza, o el extremo anterior del cuerpo. La respiración a veces es aérea, en general acuática, y se efectúa por medio de branquias. Los Anélidos se han dividido en cuatro familias; a saber: Errantes, Tubícolos, Torrícolas y Chupadores.

Familia de los Anélidos errantes Estos anélidos tienen los órganos de la respiración fijos en la parte media del cuerpo, o en toda su longitud; la cabeza en general se presenta distinta, y están provistos de hacecillos de pelos que les sirven de patas; andan y nadan muy bien, regularmente viven debajo de las piedras, entre las conchas, o hundidos en la arena: cierta especie de mucosidad que trasuda de su cuerpo constituye a manera de una vaina tubular dentro de la cual habitan. Pero dicha vaina no es sólida, y el animal puede abandonarla cuando quiere e ir lejos a buscar su presa. Todos son marítimos, y sus especies numerosísimas; así es que señalaremos solamente algunas.

La ARENCÍOLA DEL PESCADOR (Lumbricus marinus, LIN.). Tiene de 10 a 12 pulgadas de largo, solo tiene branquias en la parte media del cuerpo; su cabeza no es distinta, y no tiene antenas, ni ojos, ni cirros, ni maxilas. Los pescadores hacen de ella gran consumo para cebar los anzuelos. Cuando la cogen despide de su cuerpo un humor amarillo que mancha los dedos. Encuéntrase en la arena a uno o dos pies de profundidad, pero se descubre su retiro por unos cordones de arena enroscados formando un montoncito, los cuales echa hacia fuera el animal.

La SÉRPULA VERMICULAR (Serpula vermicularis, LIN.). Tiene su concha que arrastra por el suelo, y es redondeada y adelgazada hasta terminar en punta, y no en espiral, aunque encorvada. Vive en el Océano de Europa.

La Sérpula vermicular.

El DÉNTALO ELEFANTINO (Dentalium elephantinum, LIN.). Habita en un tubo casi regular; ligeramente corvo, que se adelgaza por grados hacia su extremo posterior, y está abierto por ambos extremos: es estriado y presenta diez ángulos. Esta especie, cuyo animal es poco conocido, habita en los mares de la India y de Europa.

Familia de los Anélidos terrícolas Los gusanos de esta familia tienen el cuerpo cilíndrico, adelgazado por ambos extremos y guarnecido de varias filas de pelos que tienen el uso de patas; su cabeza no es muy distinta, y no tienen ojos, ni antenas, ni mandíbulas, ni cirros, ni branquias externas. Viven en la tierra, o en el fango.

Las Lombrices son los únicos anélidos que no son acuáticos; sino que viven en la tierra húmeda, y parece que respiran por toda la superficie de la piel: gozan de la facultad de multíplicarse por la simple división del cuerpo.

La LOMBRIZ TERRESTRE, o GUSANO DE TIERRA (Lumbricus terrestris, LIN.). Es colorado, y tiene en los anillos seis filas de espinas dirigidas hacia atrás. La boca está al descubierto, y tiene dos labios; el cuerpo presenta a un tercio de su longitud algunos anillos, apretados, de color más subido, y más prominentes los que forman como un cinturón. Aliméntase de restos vegetales y animales, y por la noche sube a la superficie de la tierra.

Familia de los Anélidos Chupadores Los gusanos de esta familia tienen el cuerpo desprovisto de pelos, y en cada extremidad del mismo presentan una cavidad dilatada y asidora, la cual obra al modo de una ventosa, facilitando al animal el medio de adherirse fuertemente a los objetos en los que aplica estos órganos. La boca está situada en el fondo de la ventosa anterior, y se halla armada de pequeñas maxilas. La extremidad anterior en su cara dorsal presenta cierto número de manchitas, que acaso sean ojos. Todos estos animales viven a expensas de otros, a los cuales chupan, o bien se los tragan: los unos se fijan en los peces y en las ranas; otros devoran los moluscos y larvas de los insectos; algunas especies se pegan a los ganados y hasta a los hombres, cuando han permanecido en el agua; y aun en ciertas ocasiones, vemos algunos que se introducen por la boca de los caballos cuando estos van a beber en las fuentes, y anidan luego debajo de su lengua en las fosas nasales y en el esófago: tales son las Sanguijuelas, género caracterizado por una ventosa oval y oblicua; diez ojos dispuestos en una línea curva, y maxilas recias y dentadas. Estas son triangulares, fijas en unos tuberculitos; y su borde libre está lleno de una doble hilera de dientecitos. Cuando la sanguijuela quiere romper la piel del animal a que se ha pegado, fija la ventosa fuertemente en el punto que quiere chupar. Enderézanse los tubérculos que sostienen las maxilas, se contraen, y las piezas dentadas cortan con su movimiento la piel que tienen entre ellas. Entonces se hacen tres llaguitas que, juntas, presentan la figura de una Y, de la que sale la sangre, que el animal va chupando gota a gota trasladándola a su grande estómago. Los médicos han sacado gran provecho de esta facultad de las sanguijuelas haciendo con ellas sangrías locales: y hace algunos años que se ha generalizado tanto este medio de tratamiento, que las sanguijuelas han llegado a ser un artículo importantísimo de comercio; hanse despoblado los estanques y arroyos de Francia y de España, y en la actualidad van a buscarlas en los pantanos de Hungría y de Turquía. Hablaremos de las dos especies mejor conocidas.

La SANGUIJUELA MEDICINAL (Hirudo medicinalis, LIN.). Tiene el cuerpo de 4 a 5 pulgadas de largo, compuesto de 98 anillos, que forman una ligerísima arista en su contorno, el cual está lleno de mameloncitos granujientos, los cuales se desvanecen cuando el anillo se prolonga. La abertura de la boca está doblada longitudinalmente debajo del labio superior; la ventosa caudal es de doble extensión a la de la boca, y tiene su disco algo radiado. El color de este animalito es verde-oscuro en el dorso, con seis fajas rubias, tres a cada lado; de las que las intermedias están señaladas con una serie, de manchitas o puntos de color negro aterciopelado; las dos listas exteriores son absolutamente laterales, y están subdivididas por una fajita negra en cada una. El vientre es oliváceo, con anchos bordes, y enteramente manchado de negro.

La SANGUIJUELA OFICINAL (Sanguisuga officinalis, SAVIGNY). Llámanla comúnmente sanguijuela verde, y es del mismo tamaño que la medicinal; su cuerpo tiene el mismo número de segmentos, igualmente con su ligera arista y sus mamelones. El color es un verde menos subido, con seis fajas superiores dispuestas del mismo modo; aunque muy nebulosas y variables en so matiz, y en la mezcla del negro y del rojo; la cara inferior es de un verde-amarillento, con bordes negros y sin mancha alguna. Los seis ojos anteriores son muy prominentes, y parecen aptos para la visión.

Hasta hace pocos años no se conocía el modo como las sanguijuelas se reproducen: son ovíparas, y sus puestas constan de ocho a quince huevos, rodeados de un verdadero capullo. Este está formado de un tejido semitransparente de 2 líneas de espesor, y construido con fibras muy fuertes, finas y entrelazadas con suma regularidad, de manera que forman más mallas hexágonas. La cápsula que este tejido protege es una bolsa ovoidea, de paredes delgadas y fuertemente pegadas al capullo, y en uno de los polos presenta una abertura circular de cosa de media línea, destinada a dar paso a las tiernas sanguijuelas al salir a luz. En esta cápsula están alojados los huevos de las sanguijuelas; primeramente llenos de una jalea transparente y homogénea, pero que pronto deja ver el sucesivo desarrollo del animal que de ellos debe salir. Se ha visto que el capullo esponjoso está formado después de puesta la cápsula. La sanguijuela lo depone bajo la forma de una haba espumosa, la que, secándose pronto, adquiere la forma de una red.

Orden de los Sistólidos Los gusanos que componen este orden solo son conocidos desde la invención del microscopio. Mientras que este instrumento solo llegó a centuplicar sus dimensiones, no pudo verse en su interior ningún órgano distinto, y por mucho tiempo se les ha citado como ejemplos de seres compuestos de una simple jalea animada, que se alimentaban por absorción efectuada en toda la superficie del cuerpo; pero los naturalistas modernos, poseedores de instrumentos de mucha mayor fuerza aumentativa, han visto que dicha organización microscópica solo era simple en apariencia; pues el cuerpo de estos animalúnculos ofrece claros vestigios de divisiones anulares: es semitransparente; la boca, que ocupa el extremo anterior, presenta dos costillas en su circunferencia, y una especie de pestañas de un movimiento rotatorio muy sensible: el fondo de la boca está guarnecido de recios músculos, y de maxilas laterales. También se ha descubierto que tienen estos animalillos un sistema nervioso ganglionar.

Citaremos de este orden solamente los Rotíferos. Estos tienen el cuerpo largo y terminado anteriormente por dos coronillas de pelos, que se recogen en el interior, o salen a fuera, al antojo del animal: estos pelos ejecutan sucesivas vibraciones, lo que pudiera hacer creer que cada corona es una rueda dentada que da rápidamente vueltas sobre su eje; el cuerpo termina posteriormente en una cola bifurcada y articulada que le sirve para fijarse. También se ha notado en ellos dos puntos colorados, que sin duda serán ojos. Estos animalillos viven en las aguas estancadas, donde nadan con una extrema velocidad. Ponen huevos de figura oval.

El ROTÍFERO DE LOS TECHOS (Furcularia rediviva, LAMARCK). Es cilíndrico; su cola es larga y tiene cuatro puntas. Es esta especie que se ha hecho célebre con motivo de los experimentos que sobre ella hizo Spallanzani. Vive en las aguas, así las dulces como las saladas, y se halla en las goteras de los techos donde permanece algún tiempo agua. Su vida se suspende por causa de la desecación; pero basta humedecer el sitio donde se halla con una gota de agua para que recobre inmediatamente la existencia.

Orden de los Helmintos Los Helmintos, Entozoarios, o Lombrices intestinales, que, lo mismo que los rotíferos, fueron antiguamente colocados entre los Zoófitos, nada ofrecen de radiado en su estructura, antes bien se juntan naturalmente a los Anélidos. La mayor parte solo pueden vivir en el interior de otros animales; y se alojan en el hígado, en los ojos, en el tejido celular, y hasta en los músculos y en el celebro, del mismo modo que en el canal digestivo. Son vivíparos y ovíparos, siendo muy difícil aunar de qué manera se transmiten de un animal a otro, o cómo pueden penetrar en la profundidad de los órganos, en cuyos puntos íntimos se desarrollan. En su mayor parte se asemejan a las lombrices y a las sanguijuelas; pero carecen de ganglios nerviosos, y su sangre no es colorada; el cuerpo es cilíndrico o complanado, y muy largo, y presenta trazas de divisiones anulares; algunos tienen vasos, otros ofrecen vestigios de un sistema nervioso. El género más notable, de est orden es el de las Tenias, llamadas vulgarmente Lombrices solitarias, cuyo cuerpo termina anteriormente en una cabeza pequeña de figura cuadrada, que en cada ángulo tiene una fosita o chupador, y en la parte media un tubérculo que se asemeja a menudo a una trompa; al rededor de la misma hay unos garfios, por cuyo medio se fija el animal en las paredes intestinales. Sigue luego un cuello largo y filiforme, que va ensanchándose por grados hasta continuar en el cuerpo, el cual es complanado, y compuesto de articulaciones más o menos señaladas. Su tejido es blanquizco y casi gelatinoso. Todos los animales vertebrados están sujetos al parasitismo de estas lombrices, que se alojan en el intestino, y se alimentan absorbiendo por sus poros los jugos nutricios. Su presencia, en general, causa debilidad, enflaquecimiento, una hambre insaciable, y los más crueles padecimientos, que alguna vez hallan su término en la muerte.

La TENIA DE ANILLOS ANCHOS (Taenia vulgaris, LIN.). Ninguna parte saliente se nota en medio de los cuatro chupadores: sus articulaciones son cortas y anchas, y tienen un doble poro en medio de cada cara lateral. Los individuos de mayores dimensiones llegan a más de 100 pies de longitud, y su anchura es de cosa de 1 pulgada. El célebre médico Boërhaave curó a cierto noble joven de uno de estos animales que tenía 300 pies de longitud.

La TENIA DE ANILLOS LARGOS (Taenia solium, LIN.). Tiene la prominencia media entre los chupadores provista de puntitas radiadas las articulaciones son más largas que anchas, excepto las anteriores. Es blanca, casi cartilaginosa, con los artículos oblongos casi cuadrados y encajados los unos en los otros. Estos artículos, separados por ruptura, se parecen a las semillas de la calabaza, por cuyo motivo se le ha llamado cucurbitácea. Vive esta lombriz en los intestinos humanos, lo mismo que la especie precedente, siendo dificilísimo de extirpar.

Las Hidátides son lombrices intestinales, cuya cabeza tiene la misma conformación que la de las tenias, y el cuerpo termina posteriormente en una vejiga llena de agua. Desarróllanse en las membranas y en el tejido celular de los animales.

La HIDÁTIDE CLOBOSA (Hydatis globosa, LAMARCK.). Habita en las membranas serosas de los mamíferos rumiantes; tiene el cuerpo blanco y diáfano, y adquiere el grosor de una nuez, o de una pequeña manzana.

La HIDÁTIDE LANCEOLADA (Taenia cellulosa, GMELIN.). Es muy pequeña, y se multiplica excesivamente en los intersticios de las fibras musculares del hombre, del mono, y sobre todo del cerdo, en el cual produce la enfermedad conocida bajo el nombre de lepra.

Los Cenuros son hidátides acumulados en términos que una sola vejiga contiene muchos individuos, los que presentan los cuerpos y cabezas bien distintos.

El CENURO CEREBRAL (Cenurus cerebralis, RUDOLPH). Tiene el cuerpo redondeado, de media línea de largo, con finas granulaciones, y que vuelve a recogerse en la vejiga por contracción. Habita en el cerebro de los carneros, cuya sustancia va royendo poco a poco, ocasionándoles una especie de parálisis llamada modorra, a consecuencia de la cual el animal da vueltas sobre sí mismo como arrebatado por un vértigo.

Los Distomas tienen un chupador en su extremo delantero, y algo más atrás, debajo del vientre, una ventosa, por cuyo medio se pegan a las vísceras.

El DISTOMA DEL HÍGADO (Fasciola hepatica, LIN.). Abunda en el hígado de los carneros, de los rumiantes, del cerdo y hasta del hombre. Tiene el cuerpo complanado, casi oval en su parte anterior y que se estrecha hacia atrás. Especialmente los carneros que pastan en prados húmedos se ven muy expuestos a este peligroso parásito, que les causa la hidropesía y la muerte.

Las Filarias tienen el cuerpo delgado y filiforme: conócense varias especies, que viven en la sustancia de los órganos de varios animales tal es la siguiente.

La FILARIA DE MEDINA (Filaria Medinensis GMELIN.). Llámanla también Lombriz de Guinea, lombriz de Medina, que es muy común en los países calientes, donde se insinúa debajo de la piel del hombre, especialmente en las piernas, en las que se desarrolla y crece basta tener una extraordinaria longitud, y puede subsistir por algunos años sin ocasionar dolor, aunque causa crueles padecimientos cuando ataca algún cordón nervioso; su grosor es el de un tubo de pluma de palomo. Su carácter distintivo es tener la extremidad de la cola terminada en punta y ganchosa. Para operar la extracción de esta lombriz, se practica una incisión en el punto en que se siente una extremidad del gusano; luego se fija dicha extremidad en una hendedura de un pedazo de madera, en torno del cual se va arrollando al animal, un poco cada día, del mismo modo que se arrolla una cuerda en una cabria. Es menester mucho cuidado en que no se rompa; porque en tal caso sale de su cuerpo un humor acre que causa vivísimos dolores.

Las Ascárides se asemejan a las Filarias: tienen el cuerpo redondo y más delgado en sus extremos; pero su boca está provista de tres papilas carnosas, de entre las cuales sale de cuando en cuando una pequeña trompa.

La ASCÁRIDE LUMBRICOIDES (Ascaris lumbricoides, LIN.). Es la especie más común: se encuentra en el hombre, el caballo, el asno, el buey, el puerco etc.: su longitud llega a 15 pulgadas: su color es blanco. A veces se multiplica tanto en los niños, que llega a causarles la muerte; y cuando su presencia no es mortal, ocasiona fatales accidentes, en especial si el animal asciende al estómago.

La ASCÁRIDE VERMICULAR (Ascaris vermicularis, LIN.). Apenas tiene 5 líneas de largo, y se diferencia de la especie que precede en que tiene una membranita a cada lado de la cabeza. Es muy común en los niños, a quienes ocasiona comezones intolerables.

Los Tricocéfalos tienen el cuerpo redondo, y delgado como un hilo en su porción anterior. Esta parte delgada termina en una boca redonda.

El TRICOCÉFALO DEL HOMBRE (Trichocephalus dispar, RUDOLF). Tiene de 1 a 2 pulgadas de largo, la porción gruesa del cuerpo forma solo un tercio de su longitud. Es una especie muy común en los intestinos del hombre, y produce en él una disentería bastante grave.

Los Estrongilos se asemejan a las ascárides, y solo discrepan en la conformación del extremo posterior del cuerpo, que presenta un abultamiento particular.

El ESTRONGILO GIGANTE (Strongylus gigas, RUDOLF). Es el más grueso de los entozoarios; su longitud es de 2 a 3 pies, y su grosor igual al del dedo meñique; el color regularmente es rojo; tiene seis papilas al rededor de la boca; y se desarrolla en los riñones de los mamíferos carnívoros, tales como el lobo, el perro, la marta, etc., y hasta se le ha encontrado en los riñones del hombre: mantiénese en este sitio la lombriz replegada sobre sí misma, haciendo que el órgano se hinche y gaste el parénquima, cansancio grandes dolores al animal a cuyas expensas vive.

Moluscos Los animales que constituyen la extensa rama que acabamos de pasar en revista nos han presentado en sus formas, colores y hábitos, tanta variedad, que no habrá podido dejar de excitar la admiración del lector. Los Moluscos y Zoófitos forman otras dos ramas no menos interesantes, y aunque su historia no entra en el plan que nos hemos formado; sin embargo, vamos a exponer los rasgos principales que los caracterizan.

Los Moluscos, tales como la Ostra, el Caracol y el Pulpo, lo mismo que los articulados, carecen de médula espinal, y de un verdadero esqueleto interno; pero tampoco tienen como estos últimos un esqueleto tegumentario dividido en anillos y ganglios nervosos reunidos en una larga cadena media de la cara ventral del cuerpo. Su sistema nervioso se compone de algunas masas medulares, dispersas por diferentes puntos, estando la principal, que podemos llamar celebro, situada de través en el esófago, al cual rodea por lo regular con un collar nervioso. La figura general del cuerpo es en extremo varia; y su consistencia es blanda, o mole, por lo que se les ha llamado Moluscos; por último, los músculos se implantan directamente en la piel. Esta forma repliegues, que envuelven más o menos completamente al animal; y estas expansiones de la piel llevan el nombre, de manto. El manto varía en lo respectivo a su forma, y unas veces se ve libre casi del todo; otras forma grandes velas que ocultan lo demás del cuerpo; otras se reúne formando a manera de un tubo una bolsa, o se estrecha figurando un disco dorsal, o en fin se divide en aletas. En el espesor del manto hay una multitud de folículos, que segregan una materia medio córnea, e incrustada de carbonato de cal, la que se adapta y amolda a las partes situadas, debajo de la misma, y se solidifica: llámanla concha. La concha se compone de varias capas sobrepuestas sucesivamente, de modo que aumentan de extensión y de espesor simultáneamente; es fácil conocer que las inferiores son las más recientes, y sobresalen de los bordes de las anteriores. El epidermis, debajo del cual se ha formado la concha, al modo que se ve en las uñas, cuernos, escamas, etc., lleva el nombre de paño marino.

A veces la concha permanece oculta en el espesor del manto, sin segregar materia alguna lapídea; y entonces los moluscos se llaman desnudos. Pero generalmente hablando, la concha es externa, y sobrepasa de los bordes del manto, de suerte que contrayéndose el animal, halla debajo de la misma un completo abrigo. Los moluscos así construidos, es decir, con concha externa y visible, llevan el nombre de testáceos.

Los brillantes colores, variables al infinito, que los adornan, casi nunca pasan de la superficie; y son producidos por glándulas situadas en los bordes del manto. A medida que el borde de la concha se va prolongando, recibe de dichas glándulas un nuevo punto colorado, que unas veces se confunde con los que se han formado precedentemente; otras permanece aislado; y determina diversas figuras, según los movimientos del animal, o los cambios de posición del manto. La intensidad del color depende a veces de circunstancias accidentales, como por ejemplo, de una viva luz. En efecto, se ha notado que las conchas que se hallan fijas en una roca y sombreadas por un cuerpo opaco, son más descoloridas, y de matices más apagados que las que se hallan expuestas a la libre acción de los rayos luminosos.

El tubo digestivo de los moluscos es más o menos arrollado sobre sí mismo, y abierto por sus dos extremos. Todos estos animales tienen un hígado voluminoso; y muchos están dotados de glándulas salivales y de órganos de la masticación. La sangre es blanca o ligeramente azulada, circulando por un aparato vascular compuesto de arterias y de venas. Un corazón compuesto de un solo ventrículo arroja la sangre a todas las partes del cuerpo, de las que vuelve al órgano de la respiración. Ya hemos visto que en los peces el corazón no recibe más que sangre venosa, la cual empuja hacia el aparato respiratorio, pero en los moluscos acontece lo contrario: el corazón solo recibe sangre arterial, y la envía a nutrir a los órganos. La respiración en unos se efectúa por medio de branquias, y en otros por medio de pulmones. En cuanto a los órganos de los sentidos, hay moluscos que tienen ojos; otros poseen el sentido del oído; pero ninguno conocemos que presente órganos del olfato, y muchos al parecer solo están dotados de tacto y de gusto.

Los Moluscos proceden de huevos, aunque en algunos se abren estos dentro del cuerpo de la madre, naciendo los hijos ya vivos; pero en ningún caso experimentan metamorfosis como la mayor parte de los articulados.

Al visitar la correspondiente galería del Museo de historia natural en el Jardín de las Plantas, causan admiración las variadas formas y brillantes colores de millares de conchas así indígenas como exóticas, alineadas según sus analogías naturales. Las hay que presentan la figura de un barquichuelo, cuyo animal lleva el nombre de Argonauta; otras que tienen la forma de trompos, cascos, etc., etc. Siendo estas bellas colecciones de moluscos mucho más fáciles de conservar que los insectos, excitan más el ansia de los aficionados a las colecciones de historia natural. En efecto, hay algunas de estas, que son dignas de figurar al lado de las del Museo. En primera línea citaremos la de M. Deshages, que a más de sus obras especiales sobre la conchiología, en la actualidad está completando con M. Edwards una nueva edición de la obra de Lamarck. La colección clásica de este último, que hoy posee M. Delessert, es la más copiosa en conchas vivas bien determinadas, de cuantas colecciones de particulares conocemos: hay también, especialmente en las poblaciones marítimas de las costas de Francia, muchos gabinetes copiosamente abastecidos de mariscos exóticos que los marinos traen de los mares de los trópicos; aunque estas últimas colecciones en su mayor parte consisten en agregados de conchas dispuestas con simetría y por tamaños en unos armarios con cristales; pero sin el menor orden o método científico.

La dificultad de arreglar metódicamente las especies, procede de la falta de obras elementares. Lamarck, en su precioso libro de los Animales invertebrados, ha descrito todas las especies de su colección, pero su estilo, aunque indica los caracteres específicos con una exactitud lineana, es a menudo tan lacónico, que deja al lector indeciso: a ello debemos añadir, que no obstante el sinnúmero de especies que se encuentran en él, faltan todavía muchas más; de modo que el aficionado se ve expuesto a buscar en vano la definición de la concha que desea determinar. Aun suponiendo que una especificación sea perfecta; pronto se ve que la descripción hecha aun con la más exacta puntualidad, dista muchísimo de la representación del objeto por medio del dibujo y del colorido.

Después de los escritos d Lamarck, creador de la ciencia conchiológica, algunos naturalistas, y en especial Sowerby, Rang, y de Ferusae, han publicado iconografías parciales; pero aunque sus publicaciones, hijas de una ardiente afición a la ciencia, han hallado favorable acogida entre los hombres eruditos, nadie hasta estos últimos tiempos se había atrevido a creer en la posibilidad de una iconografía general de las conchas vivientes que reúna todas las especies conocidas y vaya acompañada de la descripción completa de cada una. Kiener, conservador de las colecciones del Gabinete del Historia Natural, comprendiendo todas las ventajas de su posición, y animado por los sabios nacionales y extranjeros, conocedores de su exactitud y escrupulosidad, así como de su infatigable constancia, ha querido llevar a cabo esta obra de paciencia y de sagacidad. No era solo un benedictino lo que se necesitaba para tamaña empresa, sino que además era preciso un hombre decidido a no retroceder ante ninguna dificultad, ante ningún sacrificio, a fin de terminar él solo una obra que constaría de más de 150 entregas. Sabía que el público, aleccionado por numerosos desengaños, acoge con justificado recelo el anuncio de una publicación periódica que deba durar algunos años, por lo mismo, nada ha perdonado a fin de desvanecer las prevenciones que podían poner trabas a su designio. Con seis años ha tenido bastante para andar más de la mitad del camino, y los temores que habían concebido los amantes de la conchiología en sus principios, viéndole empezar ese bello monumento de la ciencia, muy luego se trocaron en esperanzas, que ahora son ya una completa realidad. Las colecciones de conchas que diariamente multiplican los viajes lejanos hallarán una nueva vitalidad por medio de esta grandiosa obra, la cual va a centuplicar su valor, y cuyo precio, fraccionado por la periodicidad de la publicación, dista mucho de ser el que debiera, tratándose de una obra tan importante y bien ejecutada.

Zoófitos Si la perfección de los animales se ha de medir por la complicación de los órganos, los Zoófitos son los seres más imperfectos del reino animal: en ellos es el sistema nervioso, o nulo, o simplemente rudimentario; no existen órganos especiales de los sentidos; las diversas partes del cuerpo, en lugar de hallarse simétricamente dispuestas a pares, a cada lado de un plano longitudinal, se hallan agrupadas en torno de un eje central, e imitan la simetría radiada de los vegetales; y por esto se les han dado los nombres de Radiados, y de Zoófitos, voz que significa animales-plantas. Esta última denominación nos parecerá todavía más exacta, cuando veamos en las rocas bañadas por el océano a estos animales extender no solo sus órganos verticilados, como las partes de una flor abierta, sino que se unen entre sí, de modo que se asemejan a unos arbustos ramificados. Esta semejanza ha hecho que por mucho tiempo se confundiesen los zoófitos con las algas, clase inmensa de vegetales marítimos. Entre los zoófitos, citaremos los Erizos de mar, cuyo cuerpo es esferoidal, cubierto por una concha calcárea erizada de espinas móviles; las Estrellas de mar, o Asterias, cuyo cuerpo se divide en cinco radios; las Orugas de mar, o Acalefos, cuyo cuerpo consiste en una masa gelatinosa, que flota en el agua y produce en la mano que los toca el mismo escozor que las picaduras de las ortigas terrestres; las holoturias, cuyo cuerpo es de consistencia coriácea, y cuya boca, situada en el extremo anterior, se halla rodeada de tentáculos ramosos y retráctiles, y una de las cuales lleva el nombre de un ilustre naturalista; tal es la Cuvieria caris-chroma.

La principal clase de los zoófitos es la de los Pólipos; cuyos animales deben su nombre a los tentáculos de que la boca se halla rodeada y que les comunica cierta semejanza a los pulpos, que los antiguos denominaron Pólipos. Su cuerpo es cilíndrico u oval, y solo en un extremo presenta abertura. Su estructura es sumamente simple, y a esta simplicidad se conforman los límites de sus facultades. Casi todos viven pegados a cuerpos extraños, por su extremo posterior, y no ejecutan otros movimientos que los que se necesitan para la extensión y contracción de los tentáculos y porción trasera del cuerpo. Multiplícanse unas veces por medio de huevos, que se desprenden y son expelidos afuera para ir luego a fijarse en otros cuerpos distantes, y a desarrollarse en ellos; y otras se reproducen por medio de retoños o yemas, que nacen en la superficie de su cuerpo sin separarse nunca de ella. Estos retoños fijos se convierten en otros tantos pólipos nuevos, en todo semejantes a la madre, resultando de ahí un agregado de individuos que parecen gozar de una vida común, cual si en realidad fuese un ser compuesto, provisto de un solo cuerpo, con mil bocas y otros tantos estómagos, y aunque estos no se abren o comunican entre sí directamente, existe no obstante una comunicación vascular, por cuyo medio las materias alimenticias digeridas por uno, sirven a la nutrición de todos los demás. ¿No se ve en semejante estructura, la de las plantas, en que cada retoño recibe su nutrición del tronco o tallo común, y luego contribuye por su parte al desarrollo de este último?

El cuerpo de los pólipos muchas veces se ve formado de un tejido transparente, pero en la mayor parte de ellos la porción inferior del tegumento se endurece y petrifica. Esta cubierta sólida varía en cuanto a su figura, y ya representa tubos o cañutos, ya celdillas. Antiguamente la consideraron como la habitación de los pólipos y así la llaman Polipero. Con frecuencia se ve que un solo pólipo tiene su polipero distinto; pero lo más común es que el polípero forma la base común de una masa de pólipos agregados y a veces adquiere un volumen extraordinario, aunque cada una de las partes constituyentes tenga unas dimensiones pequeñísimas. De este modo unos pólipos, cuyo cuerpo solo presenta algunas pulgadas de largo, llegan a levantar en los mares de los trópicos arrecifes o islas. Estos animales, salidos del fondo de las aguas, pululan y se amontonan los unos encima de los otros. La cubierta petrosa con que cada individuo incrustó la parte inferior de su cuerpo, sobrevive al animal, y sirve de base a los demás poliperos. Así van sucediéndose las generaciones hasta que llegan a la superficie del agua: entonces todos los pólipos fuera de su natural elemento perecen, y el terreno formado por sus restos no aumenta de elevación. Pero este mismo suelo que forma a flor de agua bancos y arrecifes muy temidos de los navegantes, no tarda en detener los despojos de vegetales mezclados con arena que lleva la corriente de las aguas; que reúnen en su superficie, una capa de humus o mantillo, muy favorable al desarrollo de las plantas; así pronto estas abundan, procedentes de las semillas de plantas leñosas y herbáceas que germinan, se arraigan y crecen en un suelo virgen, cubriéndolo en pocos años con una frondosa vegetación. Por último, con el tiempo estas islas se hacen habitables y no tarda el hombre en aposesionarse de ellas.

Entre los pólipos figuran las Madréporas, las Sertularias, los Corales, y las Hidras o pólipos con brazos.

También se ha mirado como zoófitos a las Esponjas, que son unas masas fijas en las rocas submarinas. Tienen estas una consistencia gelatinosa, y las sostienen unas veces sustentáculos calcáreos o silíceos; y otras, entre las cuales se halla nuestra esponja común, una red de filamentos córneos. El tejido blando que cubre estos filamentos parece a simple vista homogéneo como albúmina; pero el microscopio nos lo presenta compuesto de granitos transparentes y esféricos rodeados de mucosidades.

En este parénquima en ciertas épocas se desenvuelven unos cuerpos ovoideos, que son expelidos a fuera con el agua que lo atraviesa, cuyos cuerpos, destinados a reproducir la esponja, están dotados de la facultad de moverse; y fijándose en algún cuerpo sólido, se convierten en una pequeña esponja enteramente semejante a aquella de que provienen.

La clase de los infusorios, de la que hemos entresacado los gusanos intestinales, y los rotíferos o sistólidos, para colocarlos a lo último de los articulados, se compone de los animalillos que se desarrollan copiosísimamente en el agua que ha tenido en infusión sustancias vegetales o animales, y de ahí procede su denominación de Infusorios. Su cuerpo, largo o redondeado, ofrece en su interior un gran número de cavidades, que parecen desempeñar las funciones de estómagos; por lo cual se les ha llamado también infusorios poligástricos. El modo de multiplicarse estos animalillos es aún objeto de disputa: algunos naturalistas creen que pueden formarse por generación espontánea en los restos de materias orgánicas; pero es sabido que en muchos casos se propagan por la división de su cuerpo en dos o más fragmentos, cada uno de los cuales continúa viviendo, y pronto llega a ser un individuo completo e idéntico al primero. No trataremos de describir las formas variables al infinito de estos seres microscópicos, cuya organización se halla reducida a una simplicidad extraordinaria; bastará que citemos los Vibriones, que tienen el cuerpo delgado y redondo como el extremo de un hilo. A este género pertenecen las Anguilas de Needham (Vibrio glutinis et aceti de Mulier), que se multiplican en el engrudo de la harina agria, y también en el vinagre, y se alimentan de los pequeños vegetales que se desarrollan durante la fermentación. Los tales Vibriones mudan la piel, producen hijos vivientes en verano, y ponen huevos en otoño, y la helada no les hace perecer. Encuéntranse otras especies de vibriones en la sangre de los animales, en la savia de las plantas, en el trigo cariado, en el queso seco; otros pululan en los residuos que los alimentos dejan entre los dientes. Finalmente, en lo más ínfimo de la escala animal vienen a colocarse los Mónades, los cuales se reducen a unos puntitos esféricos que se remolinan en el agua.

El MÓNADE PRINCIPIO (Monas termo, MULLER). Llámase así por ser el término, o el principio de la existencia orgánica. Preséntanse a millares y con la mayor prontitud en las infusiones de sustancias animales o vegetales, y desaparecen a medida que van desarrollándose otros cuerpos orgánicos menos simples o mayores, cual si fuese la molécula de que se forman los seres dotados de organización. Figúrese el lector uno de estos mónades, cuyo diámetro será de una dos millonésima parte de línea, que digiere sus alimentos en un estómago, cuyas paredes tienen un seis millonésimo de línea, siendo así que en el espesor de estas paredes se ramifican vasos y en estos circula un fluido; y vea hasta qué punto llega la divisibilidad de la materia. Sin embargo, no está ahí todavía la pequeñez infinita. Leuweuoeck y Malesieu han estudiado unos animalillos, de los que diez millones reunidos no igualan al tamaño de un grano de arena, otros hay veinte y siete millones de veces más diminutos que un Mito, animal que es invisible a la simple vista. Ahora es fácil comprender que si por un capricho realizaba la naturaleza las ficciones ingeniosamente cónicas de Grandville, y disponía que estos animalúnculos se echasen a bailar una galop, la punta más fina de un alfiler fuera para ellos una inmensa sala de baile. Aquí la creación se escapa a nuestras investigaciones; hallámonos en los confines del reino animal, y un paso más nos conduce a la clase de las algas, cuya especie más simple es el Protococcus nivalis. Este vegetal consta de una sola celdilla, lo mismo que el mónade, solo que no goza de la facultad de moverse, de que está dotado este último.

Conclusión Al terminar esta exposición de las producciones naturales, para algunos demasiado larga, aunque muy breve y compendiosa en realidad, hubiéramos deseado señalar agradecidos todos los naturalistas cuyas obras han guiado nuestros pasos durante el camino a cuyo término llegamos ahora. No se crea empero que hablemos de esos autores libreros, que dividen y subdividen más y más los géneros y las especies, atrevidos forjadores de vocablos griegos, que sin embargo perderán el color si les pedimos que nos traduzcan el primer verso de la Ilíada. Menos tratamos aún de estos anatómicos, que cuentan las fibras, y creen que el contar es describir, afectando un altivo desdén hacia las ideas complexas y de conjunto; porque el horizonte de su inteligencia solo abarca algunos pormenores: estos laboriosos albañiles de la torre de Babel, se complacen en seguir filosóficamente un solo órgano en sus transformaciones sucesivas; y hallan fácil y cómodo añadir a la más leve modificación en la forma una denominación nueva, que ante la turba sabionda les vale el honor de un descubrimiento: lo peor es que esta táctica de la medianía les sale bien con sobrada frecuencia. No son ciertamente estos sabios aquellos cuya historia referiríamos con sumo placer; sino la de los que tienen por fin el estudio de las maravillas de la naturaleza, y no como un medio; aquellos que han escrito no tanto para sí mismos como para los lectores, y que en cada página demuestran el vivo interés que sienten por el que debe estudiar su libro. Hemos hablado ya de Tournefort, de Vaillant, los Jussieux, Linneo, Haüy, Cuvier, Lamarck, Audubon, Levaillant, y los dos Huber; faltaría tratar ahora de la bondadosa Sibila de Merian, de Swammerdam, Fabricio, Jurine, Carlos Bonnet, de Geer, Geoffroy, y sobre todo del inmortal Reaumur, a quien debemos el conocimiento de los hechos más interesantes de la historia de los insectos; y sin el cual Geoffroy, Huber, de Geer, y tantos otros acaso nunca hubieran escrito. La lectura de seis tomos voluminosos que nos dejó sobre los hábitos de los insectos nos presentan al hombre apasionado de la naturaleza, recibiendo por premio de su constancia la revelación de los más sorprendentes secretos. Su modo de exponer las cosas, siempre claro, cuya facundia no es jamás un lujo superfluo; sus reflexiones, que encantan por su sencillez, su heroica paciencia, sus ingeniosos procedimientos para las observaciones, que podemos fácilmente imitar, gracias a las circunstanciadas explicaciones que prodiga a sus lectores, poniéndolos en disposición de comprobar sus más delicados experimentos; todo en este admirable autor contribuye a inspirar afición a las ciencias naturales, a las que debió su felicidad y su gloria. Lo mismo que él podemos hallar en el rincón de un bosque, en el césped, debajo de una piedra, en medio de un jardín, en los cristales de las ventanas, interesantes páginas, cuya lectura solo exige atención y buena vista: como él nos interesamos también en el destino del más mezquino de los insectos, pues que este animal, por su existencia, su industria, y hasta por los daños que puede causar, contribuye no menos que las celestes esferas a la armonía del gran todo de que forma parte. ¡Oh! ¡Cuán deliciosos son los goces del naturalista, el cual puede librarse del bullicio de las ciudades y trepar por las cumbres de los Alpes o del monte Jura! Al ver las sublimes bellezas que le rodean, humíllase ante, su Criador, y el conocimiento de su propia flaqueza, sentimiento lleno de encantos para las almas verdaderamente religiosas, llena la suya de férvida gratitud al Ser supremo que le hizo señor de esa naturaleza tan rica, tan fecunda y espléndida. Toma con transporte posesión de los tres Reinos, cuya soberanía le viene de derecho divino: la zoología, la botánica, la mineralogía y la geología, haciéndole conocer y apreciar las riquezas de su imperio, han multiplicado sus facultades perceptivas, y su espíritu recibe por millares de facetas las impresiones de todo cuanto le rodea. Después de haber medido con ávidas miradas la vasta región que se extiende a su vista, dispónese a apropiársela en detalle, recorre con ardiente curiosidad los collados y los valles, recogiendo a cada paso los tributos que la naturaleza muerta y viva le ofrece. No solo se extiende a la superficie del globo su derecho de conquista, sino que hasta las entrañas de la tierra ningún secreto tienen para él: en las escabrosas pendientes de los montes sabe estudiar la historia de las revoluciones que han sobrevenido a nuestro planeta. Solo una cosa inquieta su ambición; y es el embarazo de las riquezas, quisiera apoderarse de todos los tesoros que tiene ante los ojos y trasladarlos a su gabinete; no obstante, su impotencia le obliga a elegir únicamente los objetos más portátiles. Por lo demás, es dueño de los campos que explota, aunque no usurpa ningún derecho de propiedad. No pide oro, ni diamantes al suelo de que se ha posesionado; pues un mineral bien cristalizado, una roca homogénea, tienen para él tanto valor como los metales más preciosos, a los que no concede más que una estima científica, igual a la del talco, del yeso, o de la sílice. Dejando al legítimo propietario las molestias del fisco, los afanes del cultivo, y los dispendios de la agricultura; el naturalista sabe disfrutar de los bienes ajenos sin menoscabo alguno del que le enriquece; y cuando ha descubierto alguna planta rara en la hendidura de una peña, cuando ha observado, perseguido y alcanzado un nuevo insecto, o desprendido con limpieza de la ganga un sulfuro, o un silicato que faltaba a su colección, lastímase del desgraciado hacendado, que no ve en sus bosques, praderas y campos más que leña, heno y trigo.

Tales son los sabrosos, inocentes e inteligentes placeres del que rinde culto a las ciencias naturales; si hemos logrado inspirar al lector esta dulce afición, nos tendremos por bien pagados de nuestro trabajo.

FIN DEL MUSEO DE HISTORIA NATURAL

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