Valoración sobre la participación de lo doméstico en torno al parto Creencias y prácticas populares en y (Sahagún, León) durante la primera mitad del siglo XX

Elena Andina Díaz

Valoración sobre la participación de lo doméstico en torno al parto Creencias y prácticas populares en Almanza y Cebanico (Sahagún, León) durante la primera mitad del siglo XX

Elena Andina Díaz

TESIS DOCTORAL Alicante, noviembre de 2015

Departamento de Enfermería, Facultad de Ciencias de la Salud

Valoración sobre la participación de lo doméstico en torno al parto Creencias y prácticas populares en Almanza y Cebanico (Sahagún, León) durante la primera mitad del siglo XX

Elena Andina Díaz

Tesis presentada para aspirar al grado de DOCTORA POR LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE Programa de Doctorado Enfermería y Cultura de los Cuidados

Dirigida por: Doctor José Siles González

i Índice de contenidos

0. Prólogo ...... 1 0.1. Agradecimientos ...... 5

1. Introducción ...... 6 1.1. Justificación ...... 6 1.2. Hipótesis y objetivos ...... 13 1.3. Contextualización ...... 14 1.4. Situación geográfica y social ...... 19 1.4.1. Almanza y Cebanico ...... 22 1.5. Situación sanitaria ...... 26 1.5.1. Almanza ...... 29 1.5.2. Villaverde de Arcayos ...... 32 1.5.3. La Vega de Almanza ...... 34 1.5.4. Algunas dificultades en el desempeño de la labor asistencial ...... 36

2. Antecedentes y estado de la cuestión ...... 39

3. Paradigma, marco teórico-metodológico, modelo, fuentes y cuestiones éticas ...... 43

4. Resultados y discusión ...... 50 4.1. Elemento funcional ...... 51 4.1.1. Personajes pertenecientes al ámbito doméstico ...... 52 4.1.1.1. Las parteras ...... 52 4.1.1.2. Las allegadas ...... 57 4.1.1.3. El rol biológico ...... 59 4.1.1.4. El altruismo ...... 63 4.1.1.5. La formación ...... 65 4.1.1.6. El estatus alcanzado en su comunidad ...... 68 4.1.1.7. Los acompañantes ...... 70 4.1.2. Personajes pertenecientes al ámbito profesional ...... 73 4.1.2.1. Cuándo eran reclamados ...... 76 4.1.2.2. Su posición social ...... 78 4.1.3. Sobre las relaciones que establecieron entre ellos y el final de sus actuaciones ...... 80

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4.2. Marco funcional ...... 83 4.2.1. El hogar ...... 83 4.2.2. El hospital ...... 87 4.3. Unidad funcional ...... 91 4.3.1. Preconcepción ...... 92 4.3.2. Concepción ...... 96 4.3.2.1. Controles en el estado físico y mental ...... 96 4.3.2.1.1. Creencias protectoras del embarazo ...... 99 4.3.2.1.2. Los antojos ...... 101 4.3.2.1.3. Cómo vaticinar el sexo de la criatura ...... 104 4.3.3. Parto ...... 110 4.3.3.1. Procedimientos básicos durante la dilatación y el expulsivo ...... 112 4.3.3.1.1. Reflexiones al respecto ...... 116 4.3.3.2. Prácticas mágico/religiosas ...... 120 4.3.3.3. Abordaje del dolor ...... 122 4.3.3.4. Alumbramiento ...... 125 4.3.3.5. Algunas adversidades ...... 130 4.3.4. Postparto y puerperio ...... 135 4.3.4.1. Cuidados al recién nacido ...... 135 4.3.4.2. Cuidados a la madre ...... 139 4.3.4.3. Alimentación de la criatura ...... 141 4.3.4.3.1. Lactancia materna ...... 141 4.3.4.3.2. Lactancia artificial ...... 147 4.3.4.3.3. Llevar el niño a tetas ...... 150 4.3.4.4. Alimentación de la parturienta ...... 151 4.3.4.5. Costumbres relativas a la cuarentena ...... 156 4.3.4.5.1. Reposo y visitas ...... 156 4.3.4.5.2. Aislamiento social ...... 159 4.3.4.6. Participación del padre ...... 163 4.3.4.7. El mal de ojo ...... 165 4.3.5. Otras atenciones sobre la salud ...... 167

5. Limitaciones ...... 169

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6. Conclusiones ...... 171

7. Bibliografía ...... 176 7.1. Fuentes primarias ...... 190 7.1.1. Documentos escritos de la época estudiada ...... 190 7.1.2. Personas entrevistadas ...... 192

8. Anexos ...... 194 8.1. Anexo uno: Mapas aclaratorios ...... 194 8.2. Anexo dos: Población de la comarca de Sahagún, evolución de 1940 a 2013 ...... 196 8.3. Anexo tres: Programa de Fiestas de Almanza, año 1948 ...... 197 8.4. Anexo cuatro: Regla de la Cofradía de Almanza, 1869 ...... 199 8.5. Anexo cinco: Fotografías de época, Almanza, mediados del siglo XX ...... 200 8.6. Anexo seis: Algunos recursos sanitarios cercanos, en ...... 206 8.7. Anexo siete: Guión de entrevistas (familiares de parteras y parturientas) ...... 209 8.8. Anexo ocho: Consentimiento informado para participantes de la investigación ... 211 8.9. Anexo nueve: Participantes de la investigación ...... 213 8.10. Anexo diez: Algunas de las parteras ...... 226 8.11. Anexo once: Imágenes religiosas ...... 232 8.12. Anexo doce: Sacaleches de la época ...... 233

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0. Prólogo

Soy madre de dos niñas, una de cuatro años y otra de dos. Los cuidados que tuve durante mis embarazos, siguiendo los criterios médicos actuales, nada tienen que ver con los que tuvo mi madre, allá por los años setenta, o un tiempo más atrás, en las décadas de los cuarenta y cincuenta, con los de mis abuelas, estas últimas en un entorno rural. Recuerdo como mi abuela materna vivía con sorpresa y cierto escepticismo todas y cada una de las atenciones que yo le contaba que recibía por parte de los sanitarios. Comparaba, con emotividad, mis experiencias con las suyas, carentes de asistencia de cualquier tipo. Mi padre, muy aficionado a la historia y a la etnografía, siempre me incitaba: “pregúntale, que te cuente, que son cosas de enfermería”. Y entonces me sentaba a su lado y le decía que me narrara. De todas las historias, de las que más me acuerdo son de las relativas a sus partos, por su especial dureza: en su casa, deambulando durante días de una estancia a otra con el fin de sobrellevar lo mejor posible los dolores, en unas condiciones higiénico-sanitarias casi primitivas, y acompañada tan solo de la Señora Elisa, como cariñosamente llamaban en el pueblo a esta partera. La eligió entre las cuatro o cinco mujeres que había en el entorno local entendidas en eso de “arreglar” porque era la más limpia, decía. Los procedimientos estaban basados en la experiencia y en conocimientos de medicina popular, revestidos en ocasiones de ropaje mágico-religioso: el uniforme era “un mandil, limpio, que cambió” para la ocasión; la asepsia seguida, agua y jabón para las manos, y orujo para el material; y algunas de las prácticas fueron poner “una botella de agua caliente dentro de la cama para mantener caliente los pies”, o colocarle una cataplasma compuesta por ruda,

1 para el dolor, y rezar. Tras el alumbramiento no se aseaba a las parturientas, “se ponían malas”, y se las metía directamente en la cama, “incluso con medias de lana, manto, mandil y zapatillas”; era habitual el “olor a podrido” en la habitación durante días. Por eso, cuando mi abuela le pidió a la partera que la lavara antes de acostarla, queriendo seguir el consejo que le había dado una amiga maestra que vivía en Madrid, se lo pensó dos veces, y aunque finalmente accedió, lo hizo con cierto reparo, “bajo vuestra responsabilidad”. Sus vivencias finalizaban con una frase harto explicativa: “antes las mujeres éramos peor que las vacas, porque cuando las vacas se ponían de parto llamábamos al veterinario, y para nosotras nada”. Una afirmación un tanto exagerada, pero que denotaba la cruda realidad: la ausencia de atención facultativa y la posición desafortunada de la mujer en la sociedad de entonces. Algo dentro de mi se preguntaba cómo la maternidad y sus cuidados habían experimentado un giro tan radical en tan pocos años. El lugar en el que había dado a luz mi ascendiente se había transformado, para mi época, en un paritorio en el hospital; la pureza y el folclorismo impreso en los actos de los años cuarenta se habían vestido ahora con medicalizaciones y tecnificaciones; y el protagonismo que había jugado tanto ella como la partera en esos momentos se habían desdibujado, y habían dado paso a una pasividad encubierta para la embarazada, y a una anulación del rol de la gestora con el consiguiente empoderamiento del sanitario. Qué había sido de esos cuidados populares, y de la figura de esas féminas tradicionales de las que yo, además siendo enfermera, había oido hablar solo a través de ella, no por los libros de historia. Movida por esas inquietudes, y alentada por mi padre, hace aproximadamente una década realicé varias investigaciones en las que traté de rescatar algunas de las creencias y prácticas ancestrales presentes en el embarazo, parto y puerperio en la primera mitad del siglo XX en un territorio que me resultaba cercano. El marco geográfico fue la subcomarca leonesa del Bierzo Alto (León), cuya capital es . En ella nací, pasé mi niñez y adolescencia, y siempre me he sentido muy vinculada a ella, y si bien en esos momentos no residía allí, retornaba con frecuencia por permanecer ahí mi familia materna. Uno de los trabajos fue presentado como tesina para obtener el título de Bachelor of Nursing, “Un siglo en las creencias y prácticas populares acerca de la gestación y alumbramiento en el Bierzo Alto (León)” (Andina Díaz, 2002) y otro, para el Diploma de Estudios Avanzados tras los estudios de Doctorado “La historia de Petra Fernández, practicanta y partera en El Bierzo (León) a mediados del siglo XX”. Parte de ellos quedaron recogidos en varios

2 artículos publicados a la sazón, en revistas varias (Andina Díaz, 2003a, Andina Díaz, 2003b; Andina Díaz, 2006; Andina Díaz y Siles González, 2015). Los avatares de la vida me han llevado de nuevo a esa provincia, y desde hace cuantro años resido en Almanza, pueblo enclavado en la ribera del Cea. Fue entonces cuando, por las circunstancias personales en las que me encontraba me planteé centrarme en la tesis doctoral que ahora presento, y qué mejor manera de hacerlo que con la misma temática de los cuidados en el nacimiento. Bembibre y Almanza son dos villas leonesas, la primera al oeste y la segunda al este, con un pasado histórico ciertamente rico, pero muy distintas en otros aspectos, como también son diferentes las comarcas a las que pertenecen: el paisaje y el paisanaje, las costumbres y el folclore. Porque la provincia de León, que es la séptima de España por su extensión (15.580 km cuadrados), es también una de las que presenta mayor variedad en sus regiones. Esa fue precisamente una de las razones que suscitó en mí el deseo de afrontar este trabajo, constatar si esa diversidad etnográfica entre las dos comarcas se reflejaba también en la forma de abordar el nacimiento de las personas cuando se producía en el marco del propio hogar familiar y sin la atención de personal sanitario hasta bien mediado el siglo pasado. Las pesquisas se centrarían ahora en rescatar y analizar el cómo y el por qué de los cuidados prestados por las parteras populares desde 1940 a 1970, en Almanza y Cebanico (ayuntamiento lindante con el que resido ahora), todo ello a través de los testimonios de esas féminas aficionadas, o en su defecto, de los familiares y personas que entonces fueron asistidas por ellas. Posteriormente, los datos se cotejarían con los obtenidos en anteriores investigaciones de la comarca berciana; algo que se ha materializado, pero no de manera exclusiva como se planteó inicialmente. La justificación para tal ampliación fue que en el transcurso de la investigación se encontraron interesantes escritos etnográficos, históricos y sanitarios llevados a cabo en diversos puntos dentro y fuera de la península, y se valoró enriquecedor finalmente realizar, además de la comparativa con el área del Bierzo, un examen más generalista. Pero, independientemente de los resultados y de los análisis posteriores, la contribución principal de esta tesis doctoral ha sido, a mi juicio, el de rescatar del olvido y rendir homenaje a algunas de las muchas mujeres que ayudaron a dar a luz a tantas y tantas otras durante los años centrales del siglo XX, en un ambiente rural lleno de adversidades, y

3 que han permanecido ocultas a la historiografía tradicional. Estas féminas, cargadas de coraje, decisión e inteligencia, pero sin conocimientos científicos ni medios materiales adecuados, se prestaban para ayudar a sus vecinas en un momento tan decisivo como es el alumbramiento de un nuevo ser, y en una época en la que el contexto social, político, económico y sanitario no era precisamente fácil. Entendemos que los sanitarios no podemos reprochar o criticar sus actuaciones y errores, antes bien debemos tratar de comprenderlos, analizarlos y reconocerlos, teniendo en cuenta que a pesar de sus limitaciones y lagunas, realizaron una labor fundamental en aquellos años.

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0.1. Agradecimientos

Gracias rendidas, en primer lugar, a mi director de tesis, Prof. Dr. D. José Siles, por aceptar y confiar en mi idea, y también por brindarme durante estos duros y largos años de búsqueda y estudio su apoyo, su conocimiento y sus valiosos consejos. A Jesús, mi marido, por su paciencia y ayuda incondicional, ya que sin su comprensión y aliento no estaría hoy aquí. A mis hijas, Martina, Flavia, por soportar tantas ausencias en el tiempo que les debo y en sus juegos. A mi padre, Jovino, por ser promotor de estas ideas investigadoras, guía y asesor. A mi madre, Ascensión, por ofrecerme siempre su mirada optimista. A mi abuela Sión, por acercarme a una realidad social olvidada sobre la maternidad que ella vivió en las décadas centrales del siglo XX. A mi hermana y cuñado, Choni, Migue, por sus sabias sugerencias académicas, y por infundirme energía para seguir adelante y poder concluir. Y además, sobre todo y ante todo, a todas y cada una de las personas que han contribuido con sus aportaciones a que este trabajo sea finalmente una realidad. Por el tiempo que me dedicaron y por sus valiosos testimonios: los de las parturientas mostrándome cómo vivieron un acontecimiento tan íntimo y personal como es el parto; y los de los hijos y familiares de las parteras y allegadas haciendo memoria de los momentos y conversaciones tenidas con sus madres y ascendientes. A todas las que aparecen en el listado, y también las que pueden habérseme olvidado, pero que de una u otra manera me ofrecieron información enriquecedora. GRACIAS A TODOS.

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1. Introducción

1.1. Justificación

A principios del siglo XX la población española se encontraba en una situación de desatención y precariedad en lo que a prestaciones sanitarias se refería, al depender esta asistencia de las instituciones privadas, a las que tenían acceso un porcentaje reducido de ciudadanos, y de la beneficencia, que estaba destinada básicamente a gente sin recursos (Sevilla, 2006). Con el fin de incrementar la protección social comenzaron a implantarse los seguros sociales. El primero de ellos fue el Seguro Obligatorio de Retiro Obrero1, a cargo del recién creado Instituto Nacional de Previsión (INP) de 1908, que daba cobertura sanitaria en caso de enfermedad común. Le siguió el Seguro Obligatorio de Maternidad, que garantizaba la asistencia en el embarazo y parto2, fijando los primeros convenios con las organizaciones profesionales de médicos, farmacéuticos y matronas. Pero no fue hasta casi mediados de ese siglo, en 1942, cuando, gracias al establecimiento del primer Seguro

1 Real Decreto de 11 de marzo de 1919, también conocido como Régimen de Intensificación de Retiro Obrero. 2 Rea Decreto de 22 de marzo de 1929, Reglamento General de 29 de enero de 1930, Real Decreto de 6 de marzo de 1931, sancionado como Ley el 9 de septiembre de 1931.

6 Obligatorio de Enfermedad (SOE)3, que proporcionaba respaldo sanitario en caso de enfermedad y maternidad a los trabajadores económicamente más débiles con rentas que no excedieran de unos límites fijados, cuando el mapa sanitario empezó a consolidarse sustancialmente. Fue precisamente en esos años cuarenta cuando se sustituyó la ya caduca Ley General de Beneficencia de 18494 por una nueva Ley de Bases de la Sanidad Nacional5, en la que se disponía la organización sanitaria a nivel central, provincial y local, y se habló por primera vez de la incumbencia del Estado en el ejercicio de la función pública de la sanidad6. Los niveles de asistencia pasaron de dos a tres: la Sanidad privada; la Sanidad Nacional que se ocupaba de la Salud pública y mental (por medio de las Administraciones del Estado, Diputaciones y Ayuntamientos) y de la Beneficencia (para la población sin recursos); y el recién estrenado Seguro de Enfermedad, que había sido creado como un sistema complementario para dar atención al grupo de trabajadores asegurados y sus familias, y que con el paso de los años iría ampliando cada vez más el número de afiliados, así como las prestaciones e infraestructuras. Del 28% de población protegida por el mismo en 1946, se pasaría al 50% a comienzos de 1960, y al 63% en los setenta (Sevilla, 2006). Esta Ley de Bases de la Sanidad Nacional establecería, en la Base decimocuarta, entre otras, las funciones de “maternología, higiene prenatal y asistencia médica maternal, así como puericultura de la primera y segunda infancia”. Ya en los años sesenta, con la entrada en vigor de la Ley de Bases de la Seguridad Social 7 se suprimieron los esquemas clásicos de previsión y seguros sociales y se instrumentó el desarrollo de la Seguridad Social. Se creó el Régimen General para los trabajadores por cuenta ajena, y los Regímenes Especiales para determinados colectivos, entre ellos agricultores y trabajadores de la minería, que progresivamente tendrían los mismos derechos que el resto. Esta nueva Seguridad Social, que se había nutrido en sus principios y criterios organizativos del SOE, se consolidaría como el sistema hegemónico

3 Ley del Seguro Obligatorio de Enfermedad de 14 de diciembre de 1942. Estaba a cargo del INP como asegurador único, y se financiaba a través de las cuotas de empresas y trabajadores. 4 Ley de 20 de junio de 1849, publicada en la Gaceta de Madrid (precedente del actual Boletín Oficial del Estado) el 24 de junio del mismo año. 5 Del 25 de noviembre de 1944, publicada en el Boletín Oficial del Estado el 26 de noviembre. 6 En Título Preliminar, Base Única, se detallaba que “incumbe al Estado el ejercicio de la función pública de Sanidad”. 7 Ley del 28 de diciembre de 1963, publicada en el Boletín Oficial del Estado el día 30 del mismo mes y que entró en vigor en 1967.

7 de asistencia sanitaria, gracias al cual a finales de la década de 1970 el 80% de los españoles tenían derecho a la atención en la salud. En el ámbito maternal e infantil, tema del que nos ocuparemos en esta tesis, el objetivo de las esferas de poder, ya desde comienzos de siglo XX fue extender la cobertura a los niños y a las madres, con el fin de reducir las tasas de mortalidad infantil y maternal existentes, situadas en torno al 15% entre 1900 a 19258. Un asunto considerado como un problema social relacionado con la situación socioeconómica y sanitaria de la España preindustrial de entonces: crisis de subsistencia, analfabetismo, salubridad, y atraso en el desarrollo de medidas higiénico-sanitarias entre otros (Campos Luque, 1999, p. 30). Las autoridades de la Restauración, las de la II República y más tarde el Régimen franquista iniciaron y promovieron un movimiento higienista consistente en campañas educativas y sanitarias, con la creación de centros específicos. Se publicaron estudios demográficos, sanitarios y recopilatorios de tipo folclorista críticos con las pautas tradicionales en relación al nacimiento y crianza. Desde la iniciativa benéfica privada y municipal se construyeron, a partir de finales del siglo XIX, consultorios para lactantes y Gota de leche9; en los años treinta, desde la Dirección General de Sanidad, y con el soporte de la Escuela Nacional de Puericultura: Centros Primarios de Higiene Rural, Secundarios o Terciaros; Centros de Alimentación, Maternidades, Dispensarios de Maternología y otros centros del mismo estilo al amparo de la Obra Nacional de Auxilio Social a partir de 1937; y Servicios de Divulgación y de Asistencia Sanitario-Social, Dispensarios de Puericultura o Centros Rurales de Higiene gracias a la Sección Femenina de FET y JONS, en el medio rural; y finalmente, al amparo de la Ley sobre Sanidad Maternal e Infantil de 1941: Dispensarios de Maternología y Puericultura, Escuelas de Puericultura y Hospitales Infantiles. Así mismo se promovieron campañas educativas dirigidas a mujeres a través de Escuelas de Maternología y la Escuela Nacional de Puericultura, además de libros con el propósito de sensibilizar y modificar conductas higiénico-sanitarias (Rodríguez Ocaña, 1998; Rodríguez Ocaña y Perdiguero, 2006).

8 Esas cifras podían ser incluso del 20%-25%, pues hasta 1924 los fallecidos antes de las 24 horas se consideraban abortos y no estaban contabilizados en este grupo, tal como establecían los artículos 30 y 745 del Código Civil: “Para los efectos civiles solo se reputará nacido el feto que tuviese figura humana y viviere 24 horas enteramente desprendido del seno materno (…) los muertos al nacer y antes de las 24 horas de vida son criaturas abortivas”. 9 Surgieron a finales del siglo XIX para remediar los problemas de desnutrición y alta mortalidad infantil en las familias cuyas madres no podían dar de mamar a sus hijos, o con otros problemas. La idea de las “Gotas de leche” procedía de Francia.

8 En la década de los cuarenta, la nueva Ley de Bases de Sanidad Nacional continuaría con esa labor reestructurando lo establecido en el Seguro de Maternidad y la Ley de Sanidad Infantil y Maternal del 12 de Julio de 1941, creando los Servicios Centrales de Higiene Infantil, dependientes de la Dirección General de Sanidad. Los cometidos de Puericultura y Maternología se prestaban a través de los Dispensarios Terciarios, Secundarios y Primarios, los Centros Maternales y Pediátricos de Urgencia, las Clínicas de Lactantes y los Hospitales Infantiles; la formación, en las Escuelas de Puericultura; estaban también los Servicios Administrativos; de Personal; Campañas contra grandes causas de mortalidad infantil; Propaganda; y otros Servicios Exteriores: como la Beneficencia General, Provincial y Municipal, el Consejo Superior de Protección de Menores y Juntas Provinciales, la Obra de Auxilio Social, actividades sanitarias de la Sección Femenina de FET y de las JONS, el intercambio con el extranjero y las organizaciones de asistencia creadas por el SOE (Bernabeu Mestre y Gascón Pérez, 1999, p. 71, 72; Bravo Sánchez del Peral, 1950). En el medio rural los médicos, practicantes y matronas de la Asistencia Pública Domiciliaria que habían ejercido como funcionarios locales de los ayuntamientos, pasaron en 1948 a pertenecer automáticamente al SOE10, contando así con una doble condición: de personal funcionario y estatutario, y por tanto de ocuparse de sus afiliados; además de la beneficencia; del personal funcionario, perteneciente a mutuas concertadas; y del resto de la población no asegurada que lo requería, de forma privada, mediante el sistema de igualas, pago en dinero o especies, y que constituía el grueso de los habitantes del campo. Y es que los jornaleros no recibieron asistencia sanitaria hasta 1962, los agricultores propietarios, parcial hasta 1969, de 1969 a 1975, prestaciones a nivel hospitalario y asistencia en maternidad, y a partir de entonces iguales derechos que el resto de afiliados (Domínguez Alcón, Rodríguez y De Miguel, 1983, p. 158-160; García Pérez, 2010). Por ello, hasta bien entrados los años sesenta estos no vieron ampliada la población que debían atender. Entre las tareas que tenían asignadas los facultativos se incluían los cuidados en el momento del parto normal y pequeñas distocias. Las matronas se ocuparían igualmente de los partos y sobrepartos normales y no distócicos, con vigilancia del médico; y los

10 Por una Orden Ministerial del 26 de enero de 1948.

9 practicantes (y posteriormente ATS11) lo harían de la misma manera, bajo orden facultativa, y siempre que no ejerciera legalmente en la misma localidad una comadrona titulada. La falta de medios materiales y humanos para dar respuesta a las demandas de la población, el elevado número de nacimientos que se producían y las condiciones infrahumanas en las que actuaban fueron algunas de las denuncias de estos colectivos. Al respecto, un médico leonés consiguió que el Ministerio de Trabajo reconociera la distocia social como causa de ingreso hospitalario para atender adecuadamente un alumbramiento12 (Fernández Arienza, 1994, p. 134); de hecho el 61% de los internamientos registrados entre 1947 y 1949 fueron realizados bajo este epígrafe (Rodríguez Ocaña et al., 2006). A esta lista de quejas las matronas añadían otras como la escasa retribución económica y reconocimiento recibido, o la subordinación respecto a los médicos para el desempeño de su labor, incluso a la hora de cobrar los honorarios, por ejemplo. Independientemente de quién atendiera el parto eran los médicos los encargados de realizar los registros del mismo; por tanto, un olvido o demora retrasaba el cobro de su servicio (Linares Abad, Moral Gutiérrez y Álvarez Nieto, 2008). Y es que habían sufrido una pérdida de competencias en poco tiempo, y si bien hasta 1945 eran las encargadas de ocuparse del alumbramiento de las afiliadas del SOE a nivel domiciliario13, a partir de 1948 esta atención pasaba a estar en manos de los facultativos, y ellas desarrollarían una asistencia auxiliar de este14. Con las matronas de la Sanidad Local ocurrió algo similar, y aunque en sus orígenes asistían los partos normales, proporcionando la certificación correspondiente y asegurando la inscripción del recién nacido en el Registro Civil en caso de realizar esta atención solas15; a partir de 1953, según el Reglamento del Personal

11 En el Decreto del 4 de diciembre de 1953 se unificaron los estudios de practicantes, matronas y enfermeras en los de Ayudante Técnico Sanitario (ATS), aunque en los Colegios Profesionales se siguió diferenciando a estos en función del sexo hasta 1977. 12 El médico en cuestión era Lino Geijo Menéndez. 13 Así constaba que “las matronas están autorizadas por su título para asistir los partos y sobrepartos normales”, según la Orden del 26 de noviembre de 1945 (Boletín Oficial del Estado de 5 de diciembre) que aprueba el Reglamento y Estatutos provisionales del Consejo General de Auxiliares Sanitarios y de Colegios Provinciales, así como los Estatutos del Consejo de Previsión y Socorros Mutuos. Los practicantes podrán hacerlo “en poblaciones menores de 10.000 almas, siempre que no ejerzan legalmente en la misma localidad matronas tituladas”. 14 Según recogía el Reglamento de Servicios Sanitarios del Seguro Obligatorio de Enfermedad, Instituto Nacional de Previsión,1948. 15 Decreto de 14 de junio de 1935 por el que se constituye el Cuerpo de Practicantes de la Asistencia Pública Domiciliaria (APD) y Matronas Titulares Municipales. Para conocer las funciones se puede consultar la obra de Bernabeu Mestre et al. (1999) titulada Historia de la Enfermería de Salud Pública en España.

10 Sanitario Local16, sería el médico el encargado de la asistencia a partos normales y distócicos, y el que se ocupara de “verificar, en defecto del médico del registro civil o médico forense, la comprobación subsidiaria del hecho del parto”. Mientras, las matronas pasarían a desempeñar una labor de “auxiliar al médico (…) en todo cuando se refiere a la asistencia obstétrico-ginecológica de las mujeres incluidas en el Padrón de Beneficencia Municipal”, y además verían reducido el número de plazas a ocupar, pues en los partidos médicos cuya población no excediera de 1.500 habitantes se extinguiría la plaza de matrona17 (Villarino Samalea, 1997). En Decretos posteriores18, seguirían actuando “bajo la dirección o indicación de un médico (…) en los partos y puerperios normales”. Otra de las protestas de las matronas en esas décadas fue el intrusismo de mujeres sin título, pero que contaban con cierta habilidad y pericia, y que seguían ayudando en los nacimientos que se producían en las pequeñas localidades, siendo en ocasiones apoyadas incluso por los propios médicos. Y es que, a los gestores oficiales se añadía, desde el sector popular, el grupo de estas parteras aficionadas que de manera desinteresada venían realizando la tarea de asistir los alumbramientos de sus vecinas desde tiempos ancestrales. Una labor que perduró en muchas zonas hasta que se generalizó la asistencia institucionalizada del parto. En las décadas de 1950 y 1960 se construyeron muchos hospitales y maternidades públicas como vimos gracias al aumento de asegurados y el consiguiente desarrollo económico, lo que facilitó que los sanitarios locales derivaran cada vez con mayor frecuencia la atención de las parturientas a estos centros al encontrarse amparados en la normativa existente. Así, por por ejemplo, el Reglamento de Servicios Sanitarios del Seguro Obligatorio de Enfermedad de 1948 fomentaba el internamiento hospitalario de las parturientas aseguradas, al contar con ocho días de ingreso gratuito en los partos sin complicaciones; y el Reglamento del Personal Sanitario Local de 195319, recogía que la asistencia a partos normales se prestaría siempre que fuera posible en las maternidades y centros hospitalarios. Todo ello hasta que ya en los años setenta prácticamente todas las mujeres dejarían de dar a luz en sus casas para hacerlo en los paritorios de los hospitales públicos.

16 Por Decreto-Ley del 27 de noviembre de 1953, publicado en el Boletín Oficial del Estado el 9 de abril de 1954. 17 Y de la misma manera, en poblaciones inferiores a 750 habitantes, se extinguiría la de los practicantes. 18 Como el Decreto del 17 de diciembre de 1960 sobre el ejercicio profesional de ATS, Practicantes, Matronas y Enfermeras. 19 Decreto del 27 de noviembre de 1953, publicado en el BOE el 9 de abril de 1954.

11 Concluimos afirmando que en el periodo comprendido entre 1940 y 1970 la atención a la salud dejó de ser un privilegio de pocos para convertirse en un bien extendido a todos, un tiempo marcado por reformas sustanciales hacia una asistencia profesional; así mismo aconteció en la esfera maternal, tema central de nuestra tesis. Las zonas rurales tardaron más en contar con estas prestaciones, y consecuentemente, los cuidados a las mujeres en el momento del parto desde el ámbito doméstico continuaron en el tiempo hasta prácticamente la década de los setenta, con la institucionalización generalizada del parto. Nuestro interés se centrará precisamente en profundizar en esa evolución. El territorio objeto de estudio serán los ayuntamientos de Almanza y Cebanico, pertenecientes a la comarca de Sahagún, al este de la provincia de León (Anexo uno). Hemos elegido dicha comunidad dado que la autora principal reside ahí desde hace años, y por su ocupación y por circunstancias personales facilitaba la relación y contacto con los nativos y residentes para obtener información.

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1.2. Hipótesis y objetivos

La hipótesis planteada en esta tesis es la siguiente: “aunque la asistencia en el momento del parto pasó a estar en manos de los profesionales sanitarios a partir de 1942 – Seguro Obligatorio de Enfermedad-, sin embargo, en esta zona rural la mayor parte de esa atención siguió prestándose desde el ámbito doméstico, y por personas no profesionales hasta bien entrada la década de 1970”. El objetivo general es: - Describir y analizar cómo incidió la implantación progresiva de la Seguridad Social en la asistencia al parto en el espacio rural, en los ayuntamientos de Almanza y Cebanico, pertenecientes a la comarca de Sahagún, en la provincia de León, durante el periodo comprendido entre 1940 y 1970. Los objetivos específicos planteados son los siguientes: - Describir y explicar las actuaciones y funciones de las personas que se encargaban de atender a las parturientas y prestar los primeros cuidados al recién nacido en los diferentes pueblos de estos ayuntamientos (elemento funcional). - Analizar el ideario, las formas de entender la salud (conocimientos) y los procedimientos técnicos (técnicas) empleados por los distintos agentes cuidadores (unidad funcional), así como los lugares en los que desarrollaban su labor (marco funcional).

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1.3. Contextualización

Las competencias sanitarias de la provincia de León estaban repartidas a comienzos de 1940 entre la Jefatura Provincial de Sanidad (con el Instituto de Higiene y el Patronato Antituberculoso), la Beneficencia Provincial (con la Maternidad, Inclusa y Laboratorio existente en el viejo Hospicio del Jardín de San Francisco, la Residencia de Huérfanos, los consultorios públicos y el Colegio de Sordomudos de Astorga –los enfermos mentales que eran atendidos en sanatorios de Palencia y Valladolid-), la Beneficencia Municipal de León (con la Casa de Socorro, la Gota de Leche, el Laboratorio y el Asilo de San Mamés), La Cruz Roja (con su dispensario), la Beneficencia Diocesana (con el Hospital San Antonio Abad), y el recién estrenado Seguro de Enfermedad, que había comenzado su actividad en septiembre de 1944. La implantación real de este último supuso bastantes dificultades para el personal sanitario pues, además de las carencias y falta de infraestructuras que padecía toda la población especialmente en las zonas rurales en los años de posguerra, se unían las referidas a otros problemas que dificultaban el ejercicio de su función, como por ejemplo la falta de gasolina para realizar desplazamientos en coche, de cebada para alimentar los caballos, de jabón y alcohol que garantizase unas medidas de higiene mínimas en la asistencia, irregularidades en el cobro de haberes, al no tener constancia ni de la cuantía a recibir ni del número de afiliados a atender, limitación a la hora de recetar o carencia de personal auxiliar para administrar inyectables, hacer curas, etc. Dado que la incorporación de afiliados al SOE fue lenta durante esa primera década de los cuarenta, y giraba básicamente en torno a la protección económica, la asistencia se prestaba fundamentalmente en centros ambulatorios: uno de Medicina General, el de la calle Juan Madrazo, para a los beneficiarios de la ciudad; y otro de Especialidades, el de la calle García I, para León y parte de la provincia. No obstante muchos médicos continuaban pasando consulta en sus domicilios particulares durante un tiempo. La atención hospitalaria estaba concertada con varios sanatorios privados: el Sanatorio de Jacinto Sáez

14 Sánchez, el del Dr. Emilio Hurtado Llamas, el del Dr. Carlos Aparicio Guisasola, el del Dr. Joaquín López Otazú, el del Dr. Vicente Serrano, el del Dr. Néstor Alonso García y el Sanatorio Miranda. En cuanto al resto de la provincia, en contaban con el Hospital de La Reina, que atendía a los asegurados de la Minero Siderúrgica de Ponferrada, enfermos de beneficencia y particulares; el Hospital de Accidentes de Trabajo de la Minero Siderúrgica y la Residencia Sanitaria del SOE, con su ambulatorio. En La Bañeza el ambulatorio del Seguro de Enfermedad, y en Astorga convenio con varios sanatorios particulares. La provincia contaba por aquel entonces con 544.799 habitantes y 460 médicos. En las décadas de 1950 y sobre todo de 1960 se produjeron avances importantes debido al incremento del número de afiliados. El INP construyó en 1956 la Maternidad Nacional20, que cerró sus puertas en 1968 cuando se inauguró la Residencia Virgen Blanca21. Así mismo se incrementó el número de sanatorios concertados en León22 y Astorga. En 1968, la Diputación Provincial puso a funcionar el Hospital General de León23, aprovechando las instalaciones del antiguo Hospital San Antonio Abad. En 1961 se inauguró el Sanatorio Nacional Monte San Isidro24, a cargo del Patronato Nacional Antituberculoso y de las Enfermedades de Torax; y en 1965 el Hospital Psiquiátrico Santa Isabel, construido por la Obra Social y Cultural de la Caja de Ahorros de León25. En la esfera privada, el Obispado fundó la Obra Hospitalaria de Nuestra Señora de Regla26; y se

20 Situada en la carretera de Asturias, era conocida como Maternidad vieja. Tenía sótano y dos plantas, y estaba dotada de modernos medios diagnósticos y terapéuticos, incluyendo un servicio de pediatría para recién nacidos. Estuvo gestionada, entre otras congregaciones, por las Hijas de la Caridad, una comunidad internacional fundada por Vicente de Paul y Luisa Marillac. 21 Ubicada entre las carreteras de Asturias y León-Collanzo o de Matallana. Tenía inicialmente once plantas y 272 camas, susceptibles de ampliar en 80 más. El coste total de la obra superó entonces los 124 millones de pesetas. 22 El de Juan Pérez Martínez y José Eguiagaray Pallarés, así como la Obra Sindical 18 de Julio. 23 La Obra Hospitalaria Nuestra Señora de Regla vendió, en 1966, el edificio del Hospital San Antonio Abad (situado en las inmediaciones de la Residencia Virgen Blanca, Altos de Nava) a la Diputación Provincial. Y esta fundó el Hospital de León dos años más tarde (1968). Esta información se puede consultar en la página web oficial del Hospital de León: http://www.saludcastillayleon.es/CHLeon/es/resena-historica/hospital-leon. 24 Estaba en la carretera de Asturias (kilómetro 331) y la dotación de personal sanitario estaba integrada por un director-médico, el Dr. Mateo Santos de Cossío, tres médicos becarios y nueve enfermeras. Inició su actividad con 100 enfermos, pero dos años más tarde se amplía su capacidad a 250 camas. 25 Situado en el Alto del Portillo (en la carretera de Valladolid), estuvo sostenido desde su inauguración por la antigua Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León, hasta que, en 1993, se transformó en una Obra Social en colaboración con la Consejería de Salud y Bienestar Social de la Junta de Castilla y León, para su integración en la Red Autonómica de Hospitales. 26 A lo largo de la historia ha tenido distintas denominaciones y ubicaciones. Desde el año 1966 el Hospital Nuestra Señora de Regla (antiguo Hospital de San Antonio Abad) está situado en la calle Cardenal Landázuri número dos. Para conocer más: http://www.hos-regla.org/2014/hospital/historia.

15 contaba además con la Clínica San Francisco27, ligada en sus orígenes a la Unión Médico Previsora y el Centro Sanitario y de Rehabilitación San Juan de Dios28. Por lo que se refiere a otras comarcas, en El Bierzo se edificó en esos años la Residencia Camino de Santiago de Ponferrada y una Casa de Socorro29. En cuanto a la asistencia ambulatoria de la capital, se construyó el Ambulatorio Hermanos Larrucea30, y en poblaciones más distantes de la capital como , o Cistierna se crearon consultas de varias especialidades, todas ellas dependientes del Instituto Nacional de Previsión. La asistencia de Maternología y Puericultura de los Servicios Centrales de Higiene Infantil corría a cargo del Centro Terciario de León, y de los Centros Secundarios31 de Astorga, , Cistierna, Valencia de Don Juan32, Ponferrada y La Bañeza que, dependiendo del lugar, contaban con Servicios Prenatales, Infantiles, de Inmunología, Rayos X, Otorrinolaringología, Oftalmología u Odontología, así como visitas domiciliarias pre y postnatales (Bravo Sánchez del Peral, 1950; Ministerio de la Gobernación de España, 1961). Así pues el mapa sanitario vio ampliados sus recursos materiales y humanos, a pesar de que la población no había variado en número sustancialmente con respecto a los años cuarenta (548.318 habitantes). A principios de los setenta había 657 facultativos registrados en el Colegio de Médicos, de los que 250 residían en la capital. A finales de la misma década: 850 médicos, 1.083 ATS, 25 centros hospitalarios, ocho ambulatorios, cinco consultorios, dos casas de socorro, 18 centros geriátricos, 23 centros extrahospitalarios, tres centros secundarios de higiene, 36 centros de higiene rural, cuatro centros subcomarcales y un dispensario (Fernández Arienza, 1994)33.

27 La Clínica San Francisco estaba ligada en su fundación a la Unión Médico Previsora, siendo constituida en su día por un grupo de médicos leoneses. Entró en funcionamiento en 1969, en el Barrio de San Claudio. Más en: http://www.clinicasanfrancisco.net/clinica-san-francisco/historia-de-la-clinica-san-francisco. 28 El Hospital San Juan de Dios surgió en 1968, si bien la fecha de inicio del proyecto fue en 1947, cuando las hermanas Antonia y Ángela Hevia Choussadat recibieron de su padre el encargo de hacer una donación de parte de sus bienes a la Orden para el establecimiento en la ciudad de un centro hospitalario. Se puede ampliar información en: http://www.hospitalsanjuandedios.es/historia. 29 En los años 1968 y 1965 respectivamente. La Residencia se ubicaba en la Carretera Madrid-La Coruña a la entrada de Ponferrada, y estuvo en funcionamiento hasta 1994 en que se inauguró el nuevo Hospital Comarcal del Bierzo. Tenía siete plantas. 30 Inaugurado en el año 1955, constaba de ocho plantas con consultas de Medicina General y todo tipo de consultas de Especialidades. Estaba situado en el Paseo de la Condesa. 31 Estos centros, denominados Servicios de Higiene Infantil, se crearon a partir de 1932. Por cada 1.000 habitantes había un Centro Primario de Higiene Rural, por más de 100.000 habitantes uno Secundario, y los Terciarios correspondían a los Institutos de Higiene de la capital de provincia. 32 En 1950 se hace mención al centro, pero en 1960 no aparece registrada actividad alguna. 33 Sobre las prestaciones en salud en la provincia leonesa uno de los libros que contiene información más detallada sobre la materia es Fernández Arienza (1994); asimismo se puede consultar Martín (2001). Por otra

16 En las poblaciones más alejadas de la capital y en las zonas rurales la asistencia maternal corría a cargo, al igual que sucedía a nivel nacional, de los médicos, matronas, practicantes y posteriormente ATS, que atendían las demandas de un colectivo de mujeres cada vez mayor, con los recursos muy limitados que había entonces. Estos profesionales sanitarios convivían y compartían labores, de manera solapada, con las parteras oficiosas de siempre, hasta que se generalizó la atención al parto hospitalario en los años setenta. Esa coexistencia no fue siempre fácil ni armoniosa, tal como refleja la serie de denuncias interpuestas por matronas de diversas poblaciones de la provincia contra aficionadas. A modo de ejemplo citamos en el siguiente párrafo algunas, de las que hemos omitido nombres, así como localidades que pudieran identificarlas, por ser esta información que pudiera afectar a la seguridad, averiguación de los delitos, honor e intimidad de las personas referenciadas (Ley 6/1991, de 19 de abril, de Archivos y del Patrimonio Documental de Castilla y León). Toda la información se ha consultado en el Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Cajas 6994, 6995 y 6996, correspondientes al periodo entre 1954-1960. En 1955, la matrona titular de una localidad cercana a la zona objeto de nuestro estudio, se dirigía a través del Colegio de Auxiliares Sanitarios de León al Jefe Provincial de Sanidad pidiendo se sancionase a una vecina por ejercer de partera34. De igual manera la comadrona municipal de otra población de la provincia acusaba, en marzo de ese mismo año, ante el Inspector Provincial de Sanidad de León a una ciudadana35 por igual causa; y tras ser corroborados los hechos por el Subdelegado de Medicina en dicha población, días más tarde36 la mujer era multada con 100 pesetas37. Esa misma pena le fue impuesta a una

parte, si queremos concretar en la comarca del Bierzo debemos remitirmos a Orduña Prieto (2005) o Alonso Santos (1984). 34 Según aparecía en la carta con fecha 29 de enero de 1955, la Presidenta del Colegio se dirigía así al Jefe Provincial de Sanidad: “Habiendo sido denunciada a este Colegio Dª (…), vecina de (…) por ejercer la profesión de matrona sin tener título (…) rogamos (…) sancionarla para escarcimiento. Debemos significar a V.I. que los últimos partos asistidos por esta Sra. ha sido a Dª (…), esposa del vecino de (…), Dº (…). Dios guarde a V.I. muchos años”. 35 Carta con fecha 11 de marzo de 1955: “denunciando a la vecina de esta ciudad Dª (…), que sin título ni autorización alguna está ejerciendo clandestinamente el oficio de partera, a pesar de haber sido amonestada por V.Sª. con anterioridad (…) ante la insistencia de esta señora no me queda más remedio que ponerlo en conocimiento de V.Sª., rogándole muy encarecidamente tome las medidas pertinentes para cortar este abuso (…) a pesar de las distintas veces que la he llamado la atención no ha hecho caso alguno y con toda desfachatez sigue actuando”. 36 Con fecha 16 de marzo de 1955: “contestando (…) honor de informar (…) efectivamente, es cierto que esta mujer que se dice, se dedicó a la asistencia a los partos, pero desde hace mucho tiempo advertida perfectamente había dejado de hacerlo, hasta hace unos días que tengo noticias de que ha asistido dos, habiendo sido llamada por el que suscribe y advertida de la responsabilidad que contraiga, negando los hechos que me consta son ciertos. Y como según manifestaciones de la matrona denunciante (…) creo debía

17 señora en otro pueblo de los alrededores en junio de 195538. Tres años más tarde, en 1958, constaban las interpuestas en otros dos municipios de León39,40. En 1959, se solicitaba la colaboración del médico de otra localidad de la región en una nueva denuncia, para que corroborara los hechos narrados por el practicante41. Y en un nuevo expediente se multaba asimismo a otra con 500 pesetas por asistencia de partos y aplicación de inyectables42. La intromisión en las competencias de los sanitarios provinciales, como vemos en las anteriores denuncias y en otros casos que sin llegar a denunciar sabemos que se producían, era algo que traspasaba la esfera del parto. Así, algunos practicantes se quejaban igualmente de sufrir estas injerencias por parte de habitantes de las localidades donde ejercían43, incluso por parte de médicos u otros colegas de profesión44.

imponerse a esta mujer una pequeña sanción dados sus escasos medios económicos para amonestarla de nuevo, aunque este ha sido realizado ya por el que suscribe. Dios guarde a V.Sª. muchos años”. 37 Con fecha 18 de marzo de 1955, el Gobernador Civil escribía: “Habiéndose denunciado por la matrona (…) y comprobado por el Subdelegado de Medicina (…) 100 pesetas en 10 días, y conminarla para que en el caso de reincidencia, aparte de la sanción que este gobierno estime conveniente, se pasará el tanto e culpa a los tribunales. Lo que comunico a esa Alcaldía para su conocimiento”. El 19 de abril de 1955 constaba un papel de pagos del Estado, correspondiente a la multa de 100 pesetas, impuesta por el Excmo Sr. Gobernador Civil a Dª (…) por intrusismo en la profesión de matrona. 38 El 13 de junio de 1955 aparece una multa de 100 pesetas por intromisión en (…). 39 Con fecha 24 de marzo de 1958: “multa de 100 pesetas a la vecina Dª (…) por intrusismo en (…) funciones de practicante y matrona”. 40 El 26 de septiembre de 1958, el Jefe Provincial de Salud se dirigía al alcalde de la localidad para informarle que “Dª (…), comadrona del ayuntamiento de (…), denuncia a (…) por ejercer funciones propias de la comadrona, habiendo asistido concretamente el día 10 a (…)”. En esa misiva informaba que “debe esa alcaldía comunicarle que se abstenga totalmente de dichas prácticas, pues de comprobarse nuevas intrusiones se le sancionará debidamente aparte de las responsabilidades en que pudiera incurrir”. 41 Con fecha 28 de marzo de 1959, aparece una carta del Jefe Provincial de Sanidad, dirigida al médico titular de (…) en la que dice: “adjunto se remite escrito que presenta en esta jefatura del practicante titular de ese ayuntamiento denunciando a la vecina del mismo (…) por dedicarse a la asistencia a partos, así como la aplicación de inyecciones a fin de que con devolución del mismo, informe a esta jefatura sobre dichos extremos”. 42 Fecha 17 de marzo de 1959, carta dirigida al alcalde del ayuntamiento de (…): “Habiéndose dirigido a la Jefatura Provincial de Sanidad el Presidente del Colegio Oficial de Auxiliares Sanitarios, comunicando que la vecina de ese ayuntamiento, (…), residente en (…), viene dedicándose a la asistencia a partos, aplicación de inyecciones, etc, sin título profesional alguno para ello y habiéndose comprobado por el Jefe Local de Sanidad la certeza de los hechos, este Gobernador, a propuesta de la Jefatura Provincial de Sanidad, ha acordado imponer (…) 500 pesetas, la cual deberá hacer efectiva en papel de pagos al Estado en el plazo de 10 días (…) transcurrido dicho plazo sin haberlo verificado se procederá a su cobro por la vía del apremio (...) lo que comunico a la alcaldía para su conocimiento y traslado a la interesada en forma reglamentaria”. 43 Citamos también para ello una queja con fecha 21 de julio de 1955 por “intrusismo en (…), (…) y (…)”, y en diciembre (día 22), se recibe la denuncia a un vecino de (…) “por ejercicio ilegal de practicante (…) y que intentó agredir a la practicanta de la localidad, (…)”. 44 Casualmente, en la zona objeto de nuestro estudio constatamos la denuncia de un practicante de (…), que denunció al médico titular por administrar inyecciones, y la de otro practicante de otra localidad del área (…), que mostraba su disconformidad pues el médico titular en lugar de derivarle los pacientes a él como practicante titular, lo hacía al practicante libre. El detalle de los hechos se puede consultar en el apartado de 1.5. Situación sanitaria.

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1.4. Situación geográfica y social

La comarca Cea-Campos está situada en el borde oriental de la provincia de León (Comunidad Autónoma de Castilla y León), limitando al norte con la Montaña de Riaño, al oeste con la comarca Esla-Campos, y al sur y al este con las provincias de Valladolid y Palencia respectivamente. Comprendía en el tiempo al que se refiere este estudio un total 24 ayuntamientos45, entre ellos los de Almanza y Cebanico sobre los que versa este trabajo; si bien actualmente han quedado reducidos a 18 46 . Tiene una superficie aproximada de 900 kilómetros cuadrados y una población de 8.723 habitantes47. La capital de la comarca es Sahagún, cabeza también del partido judicial del mismo nombre. Se trata de una comarca extendida en sentido rectangular norte-sur, donde la parte septentrional tiene relieve y vegetación montuosa, mientras que la zona meridional, un poco más ancha que aquella, es llana o suavemente ondulada y casi deforestada. La distancia entre los extremos norte y sur se acerca a los 60 kilómetros, y la anchura mayor ronda los 30. En cuanto a la orografía, la cota más elevada, el vértice geodésico de Valdituero, en el municipio de Almanza, alcanza los 1.102 metros sobre el nivel del mar; por contra, Grajal del Campos, capital del municipio más sureño, está a 799 metros. Un paisaje donde la altitud decrece paulatinamente según se avanza en dirección sur, siguiendo el fluir de las aguas del Cea y Valderaduey. El Cea, eje fluvial de la comarca, nace en las faldas de la montaña de Riaño (León), discurriendo e irrigando a su paso el amplio valle donde se asientan las localidades de Cebanico, Almanza, Villaverde de Arcayos, Cea y Sahagún, cuyas vegas eran aprovechadas, y lo son actualmente, para sembrar productos de huerta (patatas, judías,

45 Almanza, Bercianos del Real Camino, , , Canalejas, Castrotierra de Valmadrigal, Cea, Cebanico, , Galleguillos de Campos, , , Joara, , Saelices del Río, Sahagún, Santa María del Monte de Cea, Vallecillo, Vega de Almanza, Villamartín de Don Sancho, , Villaselán, Villaverde de Arcayos y Vizanzo de Valderaduey (Brel Cachón, García de Celis y Maya Frades, 1988). 46 Tras las divisiones y concentraciones administrativas habidas desde entonces han desaparecido los ayuntamientos de Canalejas, Galleguillos de Campos, Joara, Saelices del Río, Vega de Almanza y Villaverde de Arcayos. 47 Población de hecho, año 2013, Instituto Nacional de Estadística (www.ine.es).

19 etc.). Vierte sus aguas al Esla, que a su vez las entrega al Duero más abajo de la capital zamorana. En cuanto al río Valderaduey, nace en el término de Renedo de Valderatuey (León), si bien su recorrido comarcal es más corto, atravesando parte del municipio de Sahagún y Grajal de Campos, antes de abandonar la provincia leonesa para afluir al Duero en Zamora. En relación directa con la orografía y los cursos fluviales, están el clima, la vegetación natural (riqueza forestal) y la agricultura, base principal de la economía comarcal, al tratarse de un territorio cuyas gentes vivieron tradicionalmente del sector primario. Aunque la distancia entre los límites septentrional y meridional no va más allá, como ya dijimos, de 60 kilómetros, sin embargo la climatología acusa claramente esta diferencia, pues a medida que nos alejamos de la montaña en dirección a la Meseta, las temperaturas se suavizan sensiblemente, pasando de una media anual de alrededor de ocho grados al norte de Almanza, a unos diez grados en la zona de Sahagún. Al mismo tiempo se produce un descenso apreciable de las precipitaciones, que bajan de 700-900 mm. a 400-500 mm.; descenso todavía más acusado cuando nos referimos al índice de nivosidad. Consecuencia directa de lo anterior, y de la clase y variedad de terrenos, ha sido y es el aprovechamiento de estos para el cultivo. Así, los municipios septentrionales48 tuvieron desde siempre una economía más orientada hacia lo forestal49 y pecuario50, conjugado con una agricultura destinada en buena parte al autoconsumo. A medida que nos dirigimos al sur los terrenos de cereal (trigo, centeno, cebada y avena) iban ganando espacio hasta convertirse casi en exclusivos en . Conviene hacer mención en este punto a la trasformación operada a partir de la década de los sesenta, en que debido a la progresiva mecanización de las labores agrícolas por una parte, a la política de Concentración Parcelaria por otra, y al masivo éxodo rural hacia las ciudades y centros fabriles, se produjo también una reordenación de los espacios de labradío51 y ganaderos52. En cuanto al factor humano y su distribución espacial, la entidad poblacional más importante es Sahagún, una villa jacobea cargada de historia y con un patrimonio

48 Almanza y Cebanico. 49 Es una zona con grandes mancha de robledal, y más recientemente de pino. 50 Destacaba el pastoreo de ovino y caprino. Otras especies ganaderas también presentes, según los Mapas Nacionales de Abastecimientos del año 1950, eran el bovino, el equino y el porcino. 51 Así, se ha incrementado la superficie dedicada a leguminosas de grano, productos forrajeros y remolacha azucarera, mientras que las viñas han disminuido un 30% su superficie. 52 Ha desaparecido prácticamante la ganadería doméstica tradicional, mientras que en los nuevos ganaderos se aprecia la preocupación por adquirir mejores razas e incorporar los piensos compuestos en la dieta alimentaria, con el fin de incrementar la producción destinada al mercado.

20 monumental ciertamente valioso. Asentada estratégicamente entre los ríos Cea y Valderaduey, ha sido desde siempre cruce de caminos y población destacada por su vida comercial y cultural. Por aquí pasan, o desde aquí parten la muy transitada Nacional 120 (ahora complementada por la autovía Camino de Santiago), que conduce a León, capital de la provincia (56 kilómetros), y a Burgos (124 kilómetros); la carretera a Arriondas (Asturias), que comunica con el norte de la península; o las que se dirigen a Valencia de Don Juan (León), Mayorga (Valladolid) y Villada (también de Valladolid) (Bailly-Baillière y Riera, 1954). Volviendo a su relevancia comercial, Sahagún ha sido históricamente gracias a su peso agrícola como cabecera de una extensa área, un burgo de encuentro para vendedores, agricultores y ganaderos, como lo atestiguan los grandes mercados que tenían lugar los días 28 de cada mes. Eran tiempos aquellos en que esta capital de partido contaba con todos los servicios entonces deseables53, fiel reflejo de su vitalidad (Bailly-Baillière y Riera, 1954); sin embargo, a partir de 1960, igual que ocurriera con otras zonas rurales de la península, la falta de modernización en las explotaciones agrícolas y ganaderas, la ausencia de industria, o las deficientes infraestructuras en el sector servicios y de comunicaciones, originaron, como ya se dijo, una fuerte emigración de sus gentes, con la consecuente decadencia económica y demográfica (Bajo de Castro, 1984). De los 28.170 habitantes que contaba la comarca en 1940, se pasó a 17.178 habitantes54 en la década de 1970.

53 Suministro de electricidad, Escuelas Nacionales, colegios y comunidades religiosas, médicos, dentistas, veterinarios, farmacias, funerarias, Correos, teléfonos y telégrafos, matadero municipal, plaza de toros, cárcel, ferrocarril, estaciones de gasolina, agencia ejecutiva, cámara de la propiedad urbana, registro de la propiedad, juzgados, abogados, procuradores, notarios, representantes del Seguro Obrero, recaudadores de contribuciones, sociedades, peritos agrícolas, bancos y cajas de ahorros, agentes comerciales y de transporte, jefatura local de FET y de las JONS, salas de baile, bares, casas de comidas, posadas, fábrica de alcoholes, de aserrar, de gaseosas o de harina, bodegas de vino, albañiles, almacenes de aguardiente, alparagaterías, armerías, automóviles, bicicletas, botas y pellejos, cacharrerías, carbonerías, carnicerías, carpinterías, cererías, cinematógrafos, comercios de periódicos, comestibles, cordelerías, cristalerías, droguerías, estancos, ferreterías, fotografías, herradores, herrerías, hojalaterías, imprentas, jugueterías, lana, lecherías, loza, máquinas agrícolas, materiales de construcción, mecánicos, mercerías, modistas, muebles, panaderías, paradas de sementales, paqueterías, pastelerías, peluquerías, perfumerías, pescaderías, pieles, pintores, platerías, relojerías, sastrerías, tejas y ladrillos, tocinerías, tejidos o vaquerías. 54 Esa es la población de hecho en los años 1940 y 1970, según los datos del Instituto Nacional de Estadística. La lista de ayuntamientos incluidos se han confeccionado a partir de la información obtenida en el Anuario Bailly-Baillière y Riera (1954), y Brel Cachón et al. (1988). Para mayor detalle, consultar el Anexo dos, sobre la evolución de la población de Sahagún, de 1940 a 2013.

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1.4.1. Almanza y Cebanico

Situados al norte de la comarca Cea-Campos, los municipios de Almanza y Cebanico, en los que se ha realizado nuestra investigación, forman una pequeña subcomarca denominada por algunos estudiosos como Tierra de Almanza, y que viene a ser un espacio de transición entre la norteña Montaña de Riaño y sureña la Tierra de Campos. La superficie de ambos municipios es de 231,74 kilómetros cuadrados, 141,99 Almanza y 89,75 Cebanico. Desde el punto de vista histórico, el asentamiento en esta zona es realmente antiguo. Topónimos como los de las localidades de Castromudarra o Cebanico, al igual que vestigios de castros como el de este último podrían hacer alusión a asentamientos prerromanos (Brel Cachón et al., 1988, p. 325; Sanz García, 2015). Si bien, varios estudiosos apuntan al origen de gran parte de los poblados al siglo X, cuando amplias colonias de mozárabes, cuidadas por la corona leonesa, fijaron su residencia a lo largo y ancho del valle del río Cea. Con el paso del tiempo algunos núcleos florecerían más, como fue el caso de Almanza, convirtiéndose dada su estratégica ubicación en línea fronteriza entre los reinos de León y Castilla (de la que aún queda algún vestigio en la actualidad, restos de la muralla construida). Posteriormente, y hasta bien entrado el siglo XX, fue enclave importante gobernado por señoríos y condes, cobijo de judíos, además de lugar comercial, gracias a ser ruta de paso entre Castilla y Asturias (González Díaz, 2012, p. 67- 71; Rodríguez Fernández, 1976, p. 53, 54, 58-60). El área sometida a nuestro estudio estaba formada por un total de 16 localidades, a saber, Almanza y los pueblos de Villaverde de Arcayos, Castromudarra, Canalejas, Calaveras de Abajo, Calaveras de Arriba, La Vega de Almanza, Espinosa de Almanza y Cabrera de Almanza; y Cebanico, con Corcos, Mondreganes, La Riba, Santa Olaja de la Acción, El Valle de las Casas y Quintanilla de Almanza; si bien, por entonces la pertenencia a uno u otro municipio difería ligeramente de la actual55.

55 Así Castromudarra y Villaverde de Arcayos se fusionaron con Almanza en 1965; Calaveras de Abajo, Canalejas, Molino de Pobladura y Molino de Santa Eugenia pertenecían a Canalejas, hasta que en los años

22 Sus gentes, que allá por los años cuarenta rondaban las 3.944 almas56, se dedicaban principal al cultivo de cereales, hortalizas y legumbres, recría de ganado vacuno, caballar, lanar, cabrío, de cerda y asnal, a la producción de madera extraída de sus bosques de robles, chopos, negrillos y pinos, y de manera complementaria también la caza y la pesca. Así aparecía recogido en el Anuario General Bailly-Baillière y Riera en 1954, igual que un siglo antes hubiera apuntado Madoz en su Diccionario Geográfico-Estadístico- Histórico de España en 1845-50. Además, la confluencia en Almanza de la carretera que conduce a Arriondas57, la que va a Pedrosa del Rey58 y la de Sahechores59, convirtieron a esta villa en punto abastecedor de los pueblos de la redonda y centro de relaciones con el exterior. Tenía ferias tan nombradas como las de la capital de la comarca60, referenciadas ya en el siglo XIX, y por las que no se pagaba ninguna clase de impuestos (Madoz, 1845-50). Reflejo de ese esplendor comercial fueron la abundancia de servicios y negocios con los que contaba la villa en esas décadas centrales del siglo pasado: Escuelas Nacionales con cinco profesores, estafeta de Correos, jefatura local de FET y de las JONS, Hermandad de Labradores y Ganaderos, y multitud de negocios: una fábricas aserrar, una carpintería, dos constructores de carros, dos cererías, una fábrica de productos cerámicos, siete criadores de ganado lanar, una herrería, una hojalatería, una paquetería, alquiler y reparación de bicicletas, dos albañiles, siete cafés y tabernas, cuatro casas de huéspedes, un molino de harina, dos fábricas de chocolate, dos carnicerías, tres tiendas de comestibles, tres fruterías, dos pastelerías, una panadería, un estanco, dos peluquerías, tres tiendas de tejidos, tres zapaterías, cuatro sastrerías y modistas, y cinco cobros de giros (Bailly-Baillière y Riera, 1954). En algún programa de Fiestas de la localidad en Honor a su Patrono San Antonio de Padua que rescatamos de la década de los cuarenta aparecían reflejado ese equipamento mercantil (Anexo tres). En Cebanico, el otro de los ayuntamientos que forma parte de la investigación, al igual que en el resto de territorios del análisis, se disponía igualmente en esos años de ochenta del siglo anterior pasaron a Almanza; y Calaveras de Arriba, Cabrera de Almanza, Espinosa de Almanza y La Vega de Almanza pertenecían a La Vega de Almanza hasta los años sesenta de siglo pasado. 56 2.827 habitantes pertenecientes al Ayuntamiento de Almanza y 1.117 al de Cebanico. La fuente consultada es el INE de 1940. La población se vería reducida notablemente tres décadas más tarde, cayendo a 1.395 (834 y 561 respecticamente), pasando en la actualidad a 787 habitantes (601 y 186), según el INE en 2013. 57 Vía procedente de Sahagún, 33 km al sur, que iba dirección Asturias. 58 Dirección Riaño, localidad al noreste de la provincia. 59 Dirección León, de la que le separaban 53 km. 60 Mercados todos los lunes, y ferias los días 25 y 26 de marzo, y 26, 27 y 18 de noviembre, según el citado Anuario.

23 servicios variados. Había Escuelas Nacionales en Canalejas, Calaveras de Abajo, Cebanico, Corcos, Mondreganes, Quintanilla de Almanza, La Riba, Santa Olaja de la Acción, El Valle de las Casas, La Vega de Almanza, Cabrera de Almanza, Calaveras de Arriba, Espinosa de Almanza, Villaverde de Arcayos y Castromudarra; oficinas de Correos en Canalejas, Cebanico, Mondreganes, La Vega de Almanza y Villaverde de Arcayos; FET y de las JONS en Cebanico, La Vega de Almanza y Villaverde de Arcayos; y comercios y albañiles en Canalejas, Calaveras de Abajo, Cebanico, Corcos, Quintanilla de Almanza, La Riba, Santa Olaja de la Acción, Valle de las Casas, Villaverde de Arcayos y Castromudarra; carpinteros en Canalejas, Cebanico, Mondreganes y Calaveras de Arriba; tiendas de comestibles en Canalejas, Cebanico y Villaverde de Arcayos; molinos de harina en Canalejas, Calaveras de Abajo, Cebanico, La Vega de Almanza y Villaverde de Arcayos; carnicería en Villaverde de Arcayos; estancos en Cebanico, Mondreganes, La Vega de Almanza y Villaverde de Arcayos; ganaderías en Cebanico, La Vega de Almanza y Castromudarra; herrerías en Cebanico, Calaveras de Arriba, Villaverde de Arcayos y Castromudarra; ventas de patatas en Cebanico, Mondreganes, La Riba y Santa Olaja de la Acción; posadas y tabernas en Calaveras de Abajo, Cebanico, La Vega de Almanza, Calaveras de Arriba y Villaverde de Arcayos; sociedades en Cebanico, El Valle de las Casas, Villaverde de Arcayos y Castromudarra; tejidos y zapaterías en Cebanico y Villaverde de Arcayos; y peluquerías y sastrerías en Villaverde de Arcayos (Bailly- Baillière y Riera, 1954). Referente a otras prestaciones, decir que en gran parte de los núcleos apenas circulaban vehículos de motor a nivel particular: en Almanza, por ejemplo, algún vecino recuerda que en los años cincuenta no había apenas coches, uno de los primeros, perteneciente a una de las familias pudientes de la villa hacía las veces de taxi para desplazar a las parturientas a la capital en caso de necesidad. Además, tan solo en Almanza, La Vega de Almanza, Villaverde de Arcayos y Castromudarra había servicio de transporte a localidades más o menos cercanas: según el Anuario Bailly-Baillière y Riera, en Almanza había transporte diario a León, Prioro61 y Sahagún; y en La Vega de Almanza, Villaverde de Arcayos y Castromudarra, servicio de automóviles a Sahagún y Puente Almuhey62, que los vecinos llamaban popularmente el cartucho. En El Valle de las Casas había estación de ferrocarril. En el resto de localidades, apenas si había caminos de

61 Localidad cercana fuera del área objeto de nuestro estudio. 62 Localidad cercana fuera del área objeto de nuestro estudio.

24 herradura malos (Archivo Histórico Provincial, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6998, 1951). La incorporación del suministro eléctrico también fue lento y progresivo. En el anuario referenciado antes aparecía reflejado el suministro eléctrico tan solo en Almanza, Cebanico, Mondreganes y Villaverde de Arcayos. Recordaban por aquí que los postes de la luz venían desde la localidad cercana de Villapadierna. Algo parecido sucedió con el agua corriente, que llegó a Almanza en esos mismos años cincuenta (E27). Sobre tradiciones culturales de las gentes de esta región, y en general de la provincia, hay que destacar la consideración que tenía la religión católica en sus vidas. Buena prueba de ello era la devoción con la que celebraban las fiestas patronales de las distintas localidades; la Semana Santa, declaradas de interés turístico provincial en la localidad de Almanza; las romerías a santuarios como el de Nuestra Señora de Yecla, en Villaverde de Arcayos; o el de La Virgen de la Velilla, un poco más al norte. Así mismo, este culto se atestigua en la existencia de congregaciones religiosas seculares, como la Cofradía de las Ánimas Benditas, de la Santa Cruz, los Santos Mártires, San Fabián, San Sebastián y San Roque (1869), de Almanza, de la que curiosamente resaltamos su labor asistencial para con sus hermanos o cofrades en caso de enfermedad, recogida documentalmente en su Regla (Anexo cuatro). Concluimos esta introducción con una muestra de imágenes (Anexo cinco), que sirven para ilustrar parte de la realidad social, cultural y religiosa de esos años centrales del siglo XX en esta sociedad rural. Una realidad favorable para el desempeño de algunas actividades como las agrícolas, ganaderas, comerciales, a la par que comunitarias, pero desfavorable para otras, como la que nos ocupa, la asistencia sanitaria, dada la precariedad de servicios básicos presentes aquí, y que se irían incorporando poco a poco.

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1.5. Situación sanitaria

Sanitariamente los ayuntamientos de Almanza y Cebanico pertenecían al Distrito Sanitario de Sahagún. En el periodo a que se refiere el estudio, este distrito contaba con un cuadro médico formado por una veintena de facultativos para atender los 28.170 habitantes63, entre los que había, ya en la capital, Sahagún, un ginecólogo y obstetra a cargo del SOE64, Jorge Peña, además de Inspector de Sanidad, subdelegados de Farmacia, Medicina y Veterinaria, y tres farmacias (Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6998, 1951; Bailly-Baillière y Riera, 1954; Colegio Oficial de Médicos de León, 1967). Asimismo, los habitantes de las poblaciones de la parte más septentrional del distrito hacían uso en ocasiones de los servicios sanitarios existentes en Cistierna, cabeza de partido del Distrito de Riaño. Dicha jurisdicción tenía un número similar de facultativos que la de Sahagún, en torno a 24, si bien la cartera de especialistas era mayor, destacando, en Cistierna, uno en Pediatría y otro en Ginecología y Obstetricia a cargo del SOE, Gerardo Jiménez65, el cual, según recuerdan aún hoy en día algunas mujeres de la zona, atendía a las parturientas que tenían contratado el Seguro en un piso habilitado para ello y ubicado a la entrada de la villa. En dicha localidad existía igualmente un sanatorio dirigido por Julio José Hernández Rivas, especialista en Electroradiografía y Cirugía General del

63 Población de hecho según el INE, año 1940. 64 Aproximadamente podríamos decir que había un médico para cada 1.400 habitantes. En 1944 había 17 médicos colegiados en todo el distrito, dos ejercían Sahagún ciudad. En 1950, el número de médicos en toda la zona ascendió a 22; en 1952, a 24; y en 1955, era de 23. De estos, seis trabajaban en Sahagún, cinco en Medicina General y uno como estomatólogo. En el año 1967 aparecen 21 médicos en la zona: 4 de ellos en Sahagún ciudad, siendo uno de ellos ginecólogo y obstetra del SOE: Jorge Peña Peña. A modo comparativo, en ese año León ciudad contaba con 17 ginecólogos y 17 pediatras, cinco y siete más que en 1944, respectivamente. 65 En 1952 y 1955 había 24 médicos, seis de ellos en Cistierna. Uno de esos seis lo hacía de forma libre, y era pediatra (Víctor Sánchez García). En 1967, 23 médicos, de los cuales nueve trabajaban en Cistierna: un puericultor y pediatra del SOE (Víctor Sánchez García, que en la década anterior ejercía de forma libre), un obstetra, ginecólogo y tocólogo del SOE (Gerardo Jiménez), un estomatólogo, un electroradiólogo y especialista en Cirugía General del SOE, y cinco médicos generales (uno de ellos de análisis clínicos).

26 SOE, conocido popularmente como la Clínica del Dr. Rivas66. Y también estaba el Centro Secundario de Higiene Rural de Cistierna, con servicio de Odontología, Rayos X, y Puericultura, en el que se realizaban exámenes a niños de primera infancia, preescolar, escolar, e inmunizaciones varias, así como visitas sociales pre y postnatales, al menos en la década de 1950 a 1960 (Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 7006, 1950-1961; Caja 7010, 1940-1961; Bravo Sánchez del Peral, 1950 y Ministerio de la Gobernación de España, 1961) (Anexo seis). En cuanto al número de auxiliares sanitarios que ejercían en ambas demarcaciones no hemos encontrado una relación completa, por lo que mostramos a título orientativo el dato obtenido a nivel provincial a finales de la década de 1950: 100 practicantes y 86 matronas, número este último que se redujo a la mitad en años posteriores67. Y es que en los registros encontrados anteriores a 1963, en las mancomunidades que no contaban con matrona titular68, los practicantes ejercían funciones inherentes a ese puesto, acumulando su plaza, cobrando por ello, y apareciendo igualmente en ese listado de comadronas. Tenemos constancia de que, de todos ellos, al menos dos matronas y un practicante ejercían en Sahagún ciudad (Natividad Sampedro Varela, Matilde Gallego Blanco y Adriano Ramón Blanco); y una matrona y un practicante en Cistierna (Felicitas Miguel, Mª de los Ángeles Álvarez, Santiago Carballo Núñez y Pantaleón Villalba Martín, según la época)69 (Archivo Histórico Provincial de León, Asuntos Generales, Caja 3, 1970; Caja 7, 1971; Caja 6994-6997, 1954-1961; Archivo Histórico Provincial de León, Mancomunidad Sanitaria, Caja 8092, 1941; Caja 8097, 1964; Caja 8125; Archivo del Colegio de Enfermería de León, 1963-1971). Centrados ya en los pueblos pertenecientes a los dos ayuntamientos objeto de la investigación decir que estaban repartidos en tres mancomunidades, Almanza, Villaverde

66 Para ampliar información del citado médico se puede consultar en la página web de la Fundación Saber.es (http://www.saber.es/web/biblioteca/libros/personajes-leoneses/html/sanidad.php). 67 En registros encontrados a partir de 1963 el número de matronas de la provincia se vio reducido a 40. En 1963, 40. En 1964, 42, 8 de las cuales estaban en León ciudad. En 1965, 41. En 1966 y 67, 36, 11 de las cuales en León. En 1969, 28, 7 en León. En 1971, 25 en toda la provincia. Decir por otra parte que a partir de 1963, en los Distritos Sanitarios de Sahagún y Cistierna ya solo aparecen referenciadas matronas en Sahagún ciudad (al menos hasta 1971) y Cistierna ciudad (al menos hasta 1968). Fuente consultada en el Archivo del Colegio de Enfermería de León, 1963-1971. 68 Como detallamos en la Justificación, a partir de 1953, en los partidos médicos con menos de 1.500 habitantes se extinguía la plaza de matrona. 69 En Sahagún se encontraron registros de la actividad de las matronas Natividad Sampedro Varela, al menos de 1948 a 1971 junto con Matilde Gallego Blanco, al menos de 1942 a 1971; así como del practicante Adriano Ramón Blanco, al menos de 1945 a 1971. En Cistierna, de las matronas Felicitas Miguel, al menos de 1942 a 1945 y Mª de los Ángeles Álvarez Martínez, al menos de 1949 a 1968; y del practicante Santiago Carballo Núñez, al menos de 1954 a 1970 seguido de Pantaleón Villalba Martín, al menos en 1971.

27 de Arcayos y La Vega de Almanza. En cada una de esas tres, como veremos ahora con detalle, había un médico y un practicante que hacía las veces de matrona. Además del equipo sanitario, la zona contaba con un veterinario en Almanza70 (Bailly- Baillière y Riera, 1954) que debía de ejercer también en Canalejas, Cebanico, Villaverde de Arcayos y La Vega de Almanza71. Asimismo, el área tenía dos oficinas de farmacia. Una en Almanza, que por los años cincuenta pertenecía al Ldo. Herminio Franco (Bailly- Baillière y Riera, 1954), y que poco después (1958-59) pasaría a estar al cargo de la Lda. Beatriz Herrero García, si bien en tiempo pasado podría haber habido dos (De Prado, 1977), como recordaba algún vecino al que preguntamos, “la farmacia de Don Rafael y la de Don Eugenio”. La otra botica estaba en Villaverde de Arcayos, del Ldo. Eugenio Martínez. Como dato curioso, constatamos como el año 1948 y 1949 aparece el detalle de las cantidades abonadas por el ayuntamiento a las Mancomunidades Sanitarias de Almanza, Canalejas, Cebanico, Villaverde de Arcayos y La Vega de Almanza para pagar al farmacéutico (Archivo Histórico Provincial de León, Mancomunidad Sanitaria, Caja 8085; Caja 8092, 1941).

70 Secundino Nistal. 71 En los años 1948 y 1949, los ayuntamientos de Almanza, Canalejas, Cebanico, Villaverde de Arcayos y La Vega de Almanza ingresaron dinero a las mancomunidades sanitarias para el pago al veterinario.

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1.5.1. Almanza

Almanza tenía 688 habitantes72 en 1950 y nueve poblaciones agregadas. El número de familias no incluidas en la Beneficencia Municipal ni en el Seguro Obligatorio de Enfermedad eran 105, pagando 84 pesetas al año al servicio de iguala médica. Canalejas, ayuntamiento integrado entonces en la jurisdicción de Almanza, tenía 515 habitantes73 (90 familias pudientes) y un adherido; el pago de iguala al médico era de 120 pesetas anuales. Y Cebanico, tercero de los municipios mancomunados con sus seis anexos, tenía 111574 habitantes, con 170 familias que disfrutaban de iguala por atención del médico, abonando por ello entre 110 y 120 pesetas. Estas cifras se refieren a 1951, año en el que se realizó la recogida de dicha información por la Jefatura de Sanidad Local (Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6998, 1951). El número de médicos que ejercían en toda la mancomunidad era de uno. Además, a dos anejos de Cebanico acudía un médico de Cistierna. Contaban igualmente con un practicante para toda la demarcación, que hacía las veces de matrona durante esos años. En 1951 se advertía de la necesidad de que figurara un facultativo más, de ejercicio libre: “Almanza, en mancomunidad con Canalejas y Cebanico forma una sola titular. Por la extensión y población del partido pudiera autorizarse la residencia de otro médico libre, pero la pobreza del país no permite económicamente más que un solo médico titular residente en Almanza” A continuación mostramos una tabla (Tabla I) con los sanitarios que ejercieron en las décadas objeto de nuestro estudio. Se ha elaborado a partir de la documentación encontrada en el Archivo Histórico Provincial de León, si bien puede ser que la información no esté completa del todo y falte algún nombre.

72 Población de hecho: 688, en 1950, página web del INE. 73 Población de hecho: 515, en 1950, página web del INE. 74 Población de hecho: 1115, en 1950, página web del INE.

29 Tabla I Cuadro de sanitarios que ejercieron en la Mancomunidad de Almanza durante las décadas de 1940 a 1960 Década de 1940 Década de 1950 Década de 1960 Médico - Gerardo Gutiérrez - Egimio Martín - Marcelino Crespo Sanz75 Casado76 Bernardo80 - Alfredo Marcos - Esteban Martínez García77 Reñones81 - Florián Pariente Diez78 - Ezequiel Echevarría (Cebanico)79 Practicante - Gerardo Gutiez82 - Fermina Álvarez - Justo Herrero (y matrona) de Loza83 Luengos85 - Modesto Barrera Gallego84

Fuente: Tabla elaborada a partir de la información obtenida en Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Cajas 6994-6998, 1951-1961; Caja 7005, 1961; Caja 7006, 1950-1961; Mancomunidad Sanitaria, Caja 8092, 1941; Caja 8097, 1964; Caja 8125; Caja 8105, 1943; Archivo del Colegio de Enfermería de León, 1963-1971; Colegio Oficial de Médicos de León, 1967.

En diversos documentos del archivo antes referido anotaban el salario de uno de los médicos correspondiente a tercera categoría, con “haber anual 11.000 pesetas”. Referente a los practicantes, encontramos dos escritos de la década de los cincuenta-sesenta: uno de ellos con un “sueldo anual de 5.500 pesetas correspondiente a la segunda categoría”; otro en el que un practicante reclamaba ocupar, además de su plaza, la de matrona, algo habitual como ya apuntamos hasta la década de los sesenta: “Hallándose vacante la plaza de matrona titular del partido médico de Almanza y agregados y siendo el que suscribe el que desempeña las funciones inherentes a la

75 Consta como Médico de Asistencia Pública Domiciliaria de 1941 a 1950. 76 Médico de APD al menos de 1950 hasta 1955. 77 Titular interino de 1955 a 1957. 78 Hasta 1960. 79 En 1951 constatamos que 91 familias pertenecientes a dos anejos de Cebanico son visitadas por Ezequiel Echevarría, proviniente de Cistierna. Así mismo, algunas de las mujeres entrevistadas residentes en las localidades de La Riba o de Santa Olaja de la Acción, por ejemplo, recordaban como el médico que asistía allí en los años sesenta era uno de Cistierna. 80 Médico titular interino a partir de 1961. 81 Médico titular al menos en 1967. 82 Al menos en 1941 y 1945 aparece referenciada la actividad como auxiliar sanitario Gerardo Gutiez, aunque alguno de los aldeanos lo recuerda como médico. 83 Practicante y comadrona titular de APD, hasta 1955. 84 De 1956 al menos, hasta 1959, en que cesó, por toma de posesión del titular. 85 Desde 1959. A partir de 1963 aparece ya solo como practicante.

30 misma es por lo que suplica a V.I. le extienda el nombramiento oportuno de la mencionada titular en calidad de acumulación”

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1.5.2. Villaverde de Arcayos

El segundo territorio sanitario, Villaverde de Arcayos, que era por aquel entonces ayuntamiento, contaba con 774 habitantes86 y un agregado, Castromudarra. Había 160 familias no incluidas en la Beneficencia Municipal ni en el Seguro de Enfermedad, que abonaban 140 pesetas en concepto de iguala. Este se hallaba en mancomunidad con Villamartín de Don Sancho y Villaselán, dos ayuntamientos que se encuentran un poco al sur del mismo, ya fuera de nuestro objeto de estudio (Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6998, 1951). El área contaba igualmente con un practicante (que ejercía de comadrona) y un médico titular, si bien en 1951 se proponía la división del territorio en dos: Villaverde de Arcayos por un lado y Villamartín de Don Sancho y Villaselán por otro, con la intención de aumentar a dos el cuadro médico: “Villamartín de Don Sancho forma en comunidad con Villaverde de Arcayos y Villaselán un titular que se visitó por un solo médico residente en Villamartín. Hoy ha sido jubilado este, y nombrado el nuevo titular y el partido lo visitan el titular nombrado últimamente, un médico libre y el titular que cesó. Se propone la división en dos titulares formadas una por los ayuntamientos de Villamartín, Villaselán menos los pueblos de Valdavida y Arcayos, y otra por el ayuntamiento de Villaverde y los pueblos de Valdavida y Arcayos. Sino se formasen los titulares, puede autorizarse la residencia de un médico libre en Villaverde que visite además los pueblos de Valdavida y Arcayos” El cuadro sanitario (Tabla II) elaborado a partir de los datos obtenidos en el Archivo Provincial de León quedaría como sigue:

86 Población de hecho: 774, en 1950, página web del INE.

32 Tabla II Cuadro de sanitarios que ejercieron en la Mancomunidad de Villaverde de Arcayos durante las décadas de 1940 a 1960 Década de 1940 Década de 1950 Década de 1960 Médico - Eugenio - Emilio - Ignacio de Llorente87 Fernández88 Jáuregui90 - Ángel de la Iglesia Fernández89 Practicante - Mª Luces Campos - Modesto Barrera (y matrona) Robles91 Gallego93 - Aniceto Monsalve - Victorino Astorga Revilla92 Villar94

Fuente: Tabla elaborada a partir de la información obtenida en Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6994-6998, 1951-1961; Archivo del Colegio de Enfermería de León, 1963-1971; Archivo Histórico Provincial de León, Asuntos Generales, Caja 3, 1970; Archivo Histórico Provincial de León, Mancomunidad Sanitaria, Caja 8097, 1964; Caja 8125; Caja 8105, 1943.

En este área también encontramos documentos de practicantes relativos al salario percibido, “5.500 pesetas de haber anual, segunda categoría”, así como peticiones para acumular la plaza de matrona, o para la concesión de una interinidad a cambio de fijar la residencia en la zona: “Practicante libre que solicita la plaza de interino (…) comprometiéndome a fijar mi residencia dentro de la demarcación del mismo, hasta tanto sea ocupada la titular en propiedad (…) Solicito acumular la plaza de matrona”

87 Médico de Villaverde de Arcayos, Villaselán y Villamartín de Don Sancho al menos hasta 1951. 88 Médico libre del que constatamos la actividad de 1950 hasta 1955. 89 Médico de Asistencia Pública Domiciliaria, al menos en 1955. 90 Actividad constatada en 1961. 91 Practicante y matrona de cuerpos titulares, interina desde al menos 1954 hasta 1959. 92 Titular en 1959. 93 Ejerce como APD hasta finales de 1960. 94 Desde 1961.

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1.5.3. La Vega de Almanza

Para finalizar, La Vega de Almanza, mancomunado con Renedo de Valdetuejar y Prado de la Guzpeña, estas dos últimas localidades fuera del área de nuestro estudio. Contaba con 929 habitantes95 y cuatro agregados, con 80 familias pudientes que saldaban la iguala médica por 90 pesetas anuales (Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6998, 1951). De la misma manera que en las otras dos jurisdicciones, allí pasaba consulta un médico titular y un practicante, que ejercía como comadrona (Tabla III). Tabla III Cuadro de sanitarios que ejercieron en la Mancomunidad de La Vega de Almanza durante las décadas de 1940 a 1960 Década de 1940 Década de 1950 Década de 1960 Médico - Ángel Pérez - Antonio Marcos - Conrado Cordero Boraita96 Miñambres98 Fernández99 - Antonio Marcos Miñambres97 Practicante - Fidel García100 - Manuel M. (y matrona) - M. Martín101 Chato102 - Pantaleón Villalba103 - Fidel José Gómez104

Fuente: Tabla elaborada a partir de la información obtenida en Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6996, 1959-1960; Caja 6998, 1951; Mancomunidad Sanitaria, Caja 8092, 1941; Caja 8097, 1964; Caja 8125; Caja 8105, 1943; Colegio Oficial de Médicos de León, 1967.

95 Población de hecho: 929, en 1950, página web del INE. 96 Al menos en 1941. 97 Médico de APD a partir de 1942. 98 Al menos en 1955, al parecer venía desde la localidad cercana de Puente Almuhey. 99 Titular interino de La Vega de Almanza. 100 Actividad registrada al menos en 1941. 101 Actividad registrada al menos en 1945. 102 En 1950 consta el ejercicio de Manuel M., que puede ser el anterior M. Martín. 103 Practicante y matrona al menos de 1956 a 1959. 104 Practicante titular, al menos en 1959.

34 Igualmente, alguno de los practicantes consta que solicitó la acumulación de la plaza de matrona.

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1.5.4. Algunas dificultades en el desempeño de la labor asistencial

A la necesidad manifestada anteriormente de ampliar el número de facultativos para atender las demandas de la población de la zona, añadimos otras quejas como la intromisión de unos sanitarios en el ámbito de actuación de otros. Como ejemplo, el cruce de acusaciones que mantuvieron el practicante y el médico de una de las localidades en la década de los cincuenta por entrometerse el médico en las labores propias del practicante; y después por la administración de un tratamiento farmacológico, por parte del auxiliar, sin contar con la autorización del facultativo. Omitimos los nombres, así como las localidades, para evitar identificarlas (Ley 6/1991, de 19 de abril, de Archivos y del Patrimonio Documental de Castilla y León). El practicante se dirigía al Jefe Provincial de Sanidad: “Solicitud de días (…) a la vez aprovecho la oportunidad para comunicarle que D. (…), médico titular, está inyectando a Dña. (…) un tratamiento de (…) y en (…) autorizó al maestro titular D. (…) quien inyectó a D. (…) y otros (…). A (…) le ha estado inyectando durante diez días consecutivos un tratamiento recetado en consulta particular (León) ¿puede cobrarle estos servicios? (...) Espero que me comunique” Posteriormente, el médico escribía: “Comunicar que el practicante procedió por su cuenta y riesgo a la vacuna antivariólica de tres personas de una familia (…) tal vacuna se ha realizado no solo sin mi anuencia sino ocultando en lo posible la misma, que la prescripción de la vacuna debe haberla hecho o la misma practicante o el médico titular de (…). Como la vacunación es un acto sanitario inherente al médico titular y debe ser realizado por el mismo o bajo su dirección (…) para sanción correspondiente” (Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6994, 1954-1956). Otro enfrentamiento registrado fue la inferencia indebida de unos sanitarios en la jurisdicción de otros. El médico y practicante de una de las villas objeto de nuestro estudio

36 (A) veían como sus colegas del pueblo más cercano (B) intentaban hacerse con los servicios sanitarios de su población, situación que al parecer se resolvió favorablemente para los intrusos, pues años después algunas mujeres de la localidad (A) eran atendidas por los sanitarios precisamente de (B), como así lo recuerdan hoy en día. En la década de los sesenta, el médico de la población amenazada escribía al Jefe Provincial de Sanidad: “El nuevo médico de APD de (B) ha procedido a recoger firmas de los vecinos del pueblo de (A) para servirles como médico, no obstante las reiteradas advertencias que le han sido hechas por el que suscribe en el sentido de que dicho pueblo pertenece al partido de (A) lo que pongo en conocimiento de V.I.” Posteriormente se encuentra una carta de la Jefatura, con el título Asunto médico interino de (B) que intenta servir a (A): “(…), médico de (A), puso anuncios en el citado pueblo de (A) se haría cargo de la asistencia facultativa a los habitantes que lo solicitaran, mediante el contrato correspondiente (…) posteriormente y a escondidas el actual médico interino de (B) presentó contrato para que lo firmaran los vecinos (…). Al parecer dicho médico dice al practicante de (B) lo que tiene que hacer con los enfermos de (A), y hasta ahora se cuida de no recetar el personalmente (…). El médico de (A) ha puesto por tres veces anuncio en (A) haciendo constar que él solamente puede asistir a los enfermos (…), claro es que al pueblo de (A) le interesa utilizar los servicios del médico de (B) por serles más fácil acudir en su busca” Con fecha 14 de marzo de 1961 el practicante de (A) escribe al Jefe Provincial de Sanidad de León: “Tengo el honor de poner en conocimiento de V.I. el hecho de que el practicante titular de (B), presta asistencia profesional con contrato de iguala en el pueblo de (A), no obstante las advertencias que le han sido hechas por el que suscribe” (Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6997, 1961). Para finalizar, mostramos una acusación que nos sirve para ilustrar otros obstáculos con los que se encontraron algunos auxiliares sanitarios entonces: la dependencia del facultativo para el desempeño de su trabajo, la escasa retribución económica recibida y la existencia de partidos abiertos para su actuación, al contrario que sus compañeros médicos que contaban con ellos cerrados. La denuncia la realizaba a finales de los cincuenta, ante el Jefe Provincial de Sanidad, uno de los practicantes de una de las localidades objeto del

37 estudio al médico de su zona por el poco apoyo recibido tras su incorporación, pues en lugar de derivarle los pacientes a él, este lo hacía al practicante que ejercía como libre en esa demarcación: “Muy señor mío, (…), el practicante titular de (…), a V.E. con el debido respeto (…) presentado al médico de APD de esta plaza D. (…), me recibió con estas palabras, «yo tengo un practicante libre, al cual le tengo encomendado todos los trabajos» (…). Llevo mes y medio y mis servicios no han sido requeridos por nadie y esto es debido a que el médico y el practicante pasan la consulta juntos, y este manda a aquel a visitar a sus enfermos (…). Ruego encarecidamente en la intervención de este caso, ya que por mi parte estoy dispuesto a elevarlo a la Dirección General de Sanidad o Ministerio de la Gobernación para que se haga justicia” Poco después, el Jefe Provincial de Sanidad, se dirigía al médico: “Mi querido amigo: hoy recibo carta del practicante titular de ese ayuntamiento, (…) reitera lo que me expresó verbalmente en reciente visita, que no encuentra ningún apoyo en V. para el ejercicio de su profesión, ya que al parecer encomienda V. todos los trabajos al practicante libre (…). Aún cuando, por lo que se refiere al ejercicio de practicante, no reza disposición de partidos cerrados como en la de médicos, sí merecen los titulares el apoyo de Vds. para poder desenvolverse económicamente, pues como bien sabe, la cuantía de la titular no es suficiente ni con mucho para ello, por lo que yo le estimaré no le olvide y procure repartir el trabajo” Finalmente, el médico respondió, sin quedar constancia de lo que sucedería: “Mi querido Jefe y amigo (…) creo que es mejor que yo le vea para hablar de lo referente al practicante (…)” (Archivo Histórico Provincial de León, Jefatura Provincial de Sanidad Local, Caja 6996, 1959-1960).

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2. Antecedentes y estado de la cuestión

Son muchos los trabajos publicados, de un tiempo a esta parte y desde enfoques diversos, con el objetivo de rescatar las atenciones tradicionales en torno al nacimiento desde una praxis puramente popular en las décadas centrales del siglo XX, así como de su transformación una vez que estas pasaron a ser prestadas globalmente por los profesionales sanitarios a la vez que se institucionalizaban. Refiriéndonos, en primer lugar, a estudios que han analizado la cultura de los cuidados en torno a ese acontecimiento105, es decir, la forma que tenían de entender la salud los diferentes cuidadores, y las maneras de proceder (técnicas), conocimientos, costumbres, significados y creencias, así como los lugares donde se orientaban sus actuaciones (marco y unidad funcional), comenzamos por uno que constituye aún hoy una referencia obligada para los investigadores, la Encuesta del Ateneo de 1901. Encuesta que fue realizada por la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, una institución que durante los siglos XIX y XX se convirtió en uno de los foros más importante de debate cultural y político español. En ella, y a través de las respuestas vertidas por informantes letrados repartidos a lo largo y ancho de toda la geografía española, se construyó un amplio mapa descriptivo sobre el folclore presente en la sociedad de principios del siglo XX en tres etapas básicas del ciclo vital de

105 Entendiendo por cultura al conjunto de comportamientos patentes y latentes desarrollados por una comunidad e implicados en el proceso de satisfacción de necesidades (Siles González, 2000).

39 las personas: el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Han sido muchos, igualmente, los autores que se han hecho eco de este recopilatorio a nivel general (De Hoyos Sainz, 1942; Foster, 1960; Limón Delgado y Castellote Herrero, 1990; Salillas, 1905); y ya en tiempos más recientes, en zonas concretas de la geografía española como León, Burgos, Segovia, Asturias, Extremadura, Ciudad Real, Galicia, Andalucía o Santa Cruz de Tenerife106. Desde el ámbito de la enfermería se han publicado también artículos en varias revistas centrados concretamente en el referente al alumbramiento (García Martínez, 2008), en Andalucía (Amezcua, 2002a; Linares Abad, 2008; Salas Iglesias, 2004), en León (Andina Díaz, 2003a, 2003b y 2006) o en Alicante (López Gómez, López Terol, Pérez López, Such Boluda y Vidagany Escrig, 1999). Y es que, dejando a un lado las consideraciones sobre la validez metodológica de la citada encuesta, está claro que constituye una herramienta muy útil e importante a la hora de estudiar las tradiciones practicadas a principios del siglo XX. Un pilar básico a tener en cuenta para analizar la evoución posterior y abordar el mundo de tales cuidados cuarenta años después, como es el caso que nos ocupa. Continuando con las referencias costumbristas es obligado reseñar la que hicieran Michael Kenny y Jesús M. De Miguel, en 1980, analizando el folclore del nacimiento de principios del siglo XX. Hay que hacer mención a algunas sobre etnografía, magia, religión y medicina popular en León por contar con apuntes interesantes sobre el embarazo y parto: por ejemplo las de Francisco Javier Rúa Aller y Manuel Emilio Rubio Gago (1986, 1990, 1996 y 2009), Concha Casado Lobato (1992) o Matías Díez Alonso (1982); y sin abandonar la provincia, varias en la comarca del Bierzo (Alonso Ponga y Diéguez Ayerbe, 1984; Fernández Álvarez y Breaux, 1998; Rodríguez y Rodríguez, 1995). Por lo que respecta a los territorios limítrofes, señalamos una de Asturias y otra de Galicia, a modo de ejemplo (Fernández García, 1995; Pereira Poza, 2001); y ya fuera de las fronteras nacionales, las realizadas en comunidades latinoamericanas (Arnold y Yapita, 2002; Bueno Henao, 2002; Hernández González, 2012; Prieto y Ruiz, 2013; Romero Zepeda, 2013; Sadler, 2003). Otros escritos sobre la pérdida de esos saberes y prácticas, con matices de género, sociales e históricos, son los desarrollados por Susana Narozsky (1995), precisamente

106 Para un conocimiento de las publicaciones basadas en la Encuesta del Ateneo de 1901, se puede consultar, a modo de ejemplo el artículo de García García, 2007. En él hace un repaso a los estudios que han surgido a raíz de la citada Encuesta, y a la que añadimos otros trabajos no reflejados aquí como el de Álvarez Courel, 2009; Fernández de Mata, 1997; Herrero Gómez y Merino Arroyo, 1996.

40 sobre el cómo se operó la transformación de la atención en el embarazo, parto y puerperio desde lo privado a lo público; Mary Nash sobre la medicalización de la salud de la mujer (1984), así como sobre su representación en la historia (1983); al igual que otros de Teresa Ortiz Gómez107, Montserrat Cabré i Pairet con Teresa Ortiz Gómez (2001), Pilar Ballarín y otras (2010), Jesús M. De Miguel (1979), Carmen Domínguez Alcón (1986) et al. (1983), Maria Cruz Del Amo Del Amo (2008), Isabel De Haro Oriola (1999), Mª Jesús Montes Muñoz (2007), Elixabete Imaz Martínez (2007), Mª Isabel Blázquez Rodríguez (2005) o Mª Luz Esteban (2007). Desde la disciplina enfermera contamos igualmente con aportaciones importantes, como las de Leininger (1978), por fusionar dos de los conceptos de los que ahora nos ocupamos, la cultura y los cuidados; o Collière (1993), por establecer una teoría sobre el origen doméstico de los segundos. Nos centraremos en las realizadas desde el panorama nacional por Amezcua y Siles González. Amezcua, fundador de Index de Enfermería108, primera revista que priorizó la rama de estudio de la antropología de los cuidados, nos ayudó a conocer precisamente desde ese prisma las ayudas para los momentos iniciales de la vida (Amezcua, 2000a; Amezcua, 2000b; Amezcua, 2004; Amezcua, 2005). Siles González es el director de Cultura de los Cuidados109, que desde 1997 se encarga de editar artículos en sus páginas con una clara orientación histórico-antropológica. Este nos ha mostrado, desde la perspectiva de la historia cultural y del modelo estructural dialéctico, el eslabón biológico y cultural de nuestra profesión a través de labores como las que ahora nos incumben, vinculadas al hogar, a la mujer y a la familia; y así mismo la imprescindibilidad de la crítica dialéctica deconstructivista en la transformación hacia nuestra profesionalización (Siles González, 2005; Siles González, 2011; Siles González, Gabaldón Bravo, Tolero Molino, Gallardo Frías, García Hernández y Galao Malo, 1998). Con relación a los antecedentes del segundo de los objetivos, publicaciones que se han centrado en rescatar y documentar cómo funcionaba ese entramado de personas que se encargaban de atender a las parturientas y de prestar los primeros cuidados al recién nacido (elemento funcional), hay un amplio número que han abordado, desde nuestro campo y con un enfoque cualitativo, el papel desempeñado de manera paralela desde el sector popular. Algunos autores se han centrado en recrear los elencos de parteras de zonas varias de la geografía española, describiendo su modo y área de actuación (Amezcua, 2002a; Andina

107 Algunos de ellos: Ortiz Gómez, 2004, 2006 y 2007. 108 http://www.index-f.com. 109 http://culturacuidados.ua.es/enfermeria.

41 Díaz, 2002; Andina Díaz, 2003a; Andina Díaz, 2003b; Andina Díaz, 2006; Linares Abad, Moral Gutiérrez, Medina Arjona, y Contreras Gila, 2005; Salas Iglesias, 2004), así como las relaciones que establecían con el personal sanitario (González Canalejo, Rodríguez Barreira y Rodríguez López, 2003); mientras otros han apostado por conceder a esos personajes un protagonismo total, construyendo relatos de vida a través de sus testimonios, o de los de sus familiares (Amezcua, 2002b; Andina Díaz, 2002; Andina Díaz et al., 2015; Cara Zurita, 2003; González Solano, 2011; Urmeneta Marín, 2005). Siguiendo las tendencias actuales de investigación y con el fin de comprender los modelos de práctica de esos gestores populares del parto, cómo se construyeron sus identidades, las relaciones de género o autoridad existentes, sus pautas de sociabilidad, y su anulación posterior, así como la evolución en la propia cultura de los cuidados en torno al nacimiento, nos centraremos en buscar en nuestra zona objeto de estudio testimonios orales de personas desconocidas que estuvieron presentes en el devenir de tales acontecimientos: mujeres que fueron parturientas en esa época siendo atendidas por sanitarios o por parteras, así como las propias parteras o sus familiares. Con ello, además de rescatar conocimientos femeninos ya marginados y superados en torno a la salud maternal en el ámbito privado, construiremos una historia en la que las mujeres eran las principales protagonistas. En este análisis pretendemos considerar las dimensiones culturales, antropológicas, históricas, ideológicas, políticas, científicas y sociales del proceso reproductivo; su carácter dinámico y particular; dejando de lado enfoques victimistas (Ortiz Gómez, 2004; Siles González, 2004). Como justificación a la temática elegida diremos que el parto, la forma de realizarlo, es hoy en día un asunto prioritario en la mayoría de las instituciones encargadas de potenciar la investigación en diferentes países de las más diversas culturas y tendencias. El diálogo entre la institucionalización/hospitalización del parto y el parto en casa/doméstico entra de lleno en la actual forma de interpretarlo. Finalmente, la dialéctica entre la localización y la globalización, es decir, entre relacionar lo local (regional) con lo global (nacional-internacional) potencia que se rentabilicen conocimientos particulares en gran variedad de contextos y sociedades.

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3. Paradigma, marco teórico- metodológico, modelo, fuentes y cuestiones éticas

La finalidad de esta tesis fue profundizar en los cuidados relacionados con el proceso de satisfacción de las necesidades básicas110 generadas en torno al embarazo y parto llevados a cabo en una época (mediados del siglo XX) y zona específica de la geografía española (ayuntamientos de Almanza y Cebanico, en la comarca de Sahagún, León), desde el plano doméstico. Dado que el objeto de estudio de la enfermería es precisamente la asistencia que se presta al ser humano para atender a su salud, en cualquiera de sus modalidades y fases, y que el concepto de necesidad es precisamente un componente fundamental del marco conceptual de nuestra disciplina, esta es una investigación enfermera. Pero además, histórica, antropológica y social, pues está centrada en el pasado, en los recuerdos de dichas atenciones, que están a su vez vinculados con la cultura y a la moral de cada contexto (Siles González, 2011). El paradigma que mejor se avino a nuestras pesquisas fue el hermenéutico- interpretativo. Este modelo muestra una noción de salud situacional, elaborada de manera interactiva, y busca comprender e interpretar realidades particulares con herramientas

110 Necesidad es el conjunto de condiciones indispensables para que la vida psíquica y física pueda alcanzar y preservar un umbral de autonomía lo más cercano a la independencia absoluta (Siles González, 2010).

43 etnográficas, fenomenológicas y hermenéuticas. Los fundamentos de su teoría proceden de la práctica, tal era nuestro caso, constituir la base de presupuestos teóricos a partir de la praxis de los auxilios sanitarios ofrecidos durante el nacimiento de un nuevo ser, de una época determinada (Siles González, 1999). No obstante, tomamos también ejemplo de algunos de los principios del paradigma socio-crítico, que construyen nuevas realidades, como la que presentaremos, a través de la dialéctica con contextos personales y sociales. El marco teórico-metodológico elegido fue la etnografía histórica o la historia cultural. Etnografía, puesto que pretendimos describir las costumbres y tradiciones de una microsociedad determinada (dos ayuntamientos de una comarca rural, Sahagún (León)) respecto al mundo de la asistencia en la maternidad, considerando los factores evidentes y palpables, así como los que permanecían ocultos en las estructuras mentales o creencias. Histórica, pues si bien las personas o fuentes orales con las que contamos partían del presente, sus informaciones eran memorias de hechos pasados (mediados del siglo XX). La historia y la cultura, pues, nos adentraron en la evolución de tales actuaciones, y gracias a microhistorias hicimos visibles fenómenos y establecimos coordenadas de la profesión. El camino seguido para alcanzar el objetivo fue a través de la metodología propia de la historia cultural, que considera las raíces de los comportamientos mediante el examen de las estructuras (sociales, culturales, etc.). Para profundizar en ese proceso de análisis se empleó el modelo estructural dialéctico de los cuidados. A través del mismo constituímos los tres pilares a desarrollar: - el marco funcional: espacio habilitado donde tenían lugar los fenómenos relacionados con los cuidados, - el elemento funcional: actor(es) social(es) encargado(s) de llevarlos a cabo, directa o indirectamente, y - la unidad funcional: ideario, formas de entender y maneras de proceder, institución socializadora básica, tanto desde la dimensión sobrenatural o teológica-religiosa como desde la natural-racional o científica, en unos años y en un área determinada, sus características internas y sus relaciones de manera pormenorizada (Siles González, 2010). Lo acompañamos de enfoques dialécticos, que imprimieron dinamismo y nos permitieron edificar nuestros supuestos enfermeros partiendo de viejos clichés, como los

44 que acompañan a nuestra naturaleza, doméstica, femenina, pero que evolucionó, deconstruyéndose, muriendo, para realizar una síntesis crítica (Siles González, 2005). Así mismo, de otros fenomenológicos, para complementar la esencialidad y universalidad de los cuidados maternales (fenomenología de Husserl, estructural), con su especificidad, en función de creencias, experiencias o ideologías (fenomenología de Heidegger, coyuntural) (Siles González y Solano Ruiz, 2007). Para demostrar el eslabón biológico y antropológico de los cuidados relativos al nacimiento enseñamos algunas de las necesidades básicas (y los concomitantes culturales) apoyándonos en los sistemas de necesidades aportados por diversos autores del mundo de la antropología o enfermería como Malinowski111, Nightingale112 o Henderson113 (Siles González et al., 1998). Dado que nuestro interés se centraba en conocer los discursos y las prácticas no hegemónicas sobre la materia objeto del estudio consideramos que lo más adecuado era valernos principalmente de fuentes orales pertenecientes al sector popular e invisibles a la escritura histórica; es decir, del testimonio de mujeres que durante el periodo comprendido entre los años 1940 y 1970 habían dado a luz en sus casas en los municipios de Almanza y Cebanico, así como de las parteras que atendieron los partos, o en su defecto de sus familiares. Nos decantamos por la historia oral, y dentro de esta, por los relatos de vida, centrados en el hecho de la gestión del parto durante las décadas centrales del siglo XX. En total fueron 16 las poblaciones las incluidas: Almanza, Castromudarra114, Villaverde de Arcayos, Canalejas, Calaveras de Abajo115, Calaveras de Arriba116, La Vega de Almanza, Espinosa de Almanza, Cabrera de Almanza (pertenecientes al ayuntamiento de Almanza); y Cebanico, Mondreganes, Corcos, La Riba, Santa Olaja de la Acción, El Valle de las Casas, Quintanilla de Almanza (pertenecientes al ayuntamiento de Cebanico) (Brel Cachón et al., 1988).

111 Necesidades básicas/concomitantes culturales de Malinowski: Metabolismo/abasto; Reproducción/parentesco; Bienestar corporal/abrigo; Seguridad/protección; Movimiento/actividad; Crecimiento/ejercicio; Salud/higiene. 112 Naturaleza de los Cuidados de Enfermería de Nightingale: Aire; Luz; Calor; Limpieza; Tranquilidad; Dieta. 113 Necesidades-Problemas de Enfermería de Henderson: Respirar; Comer-beber; Eliminación; Movimiento; Dormir-descansar; Vestirse-desvestirse; Temperatura corporal; Limpieza corporal; Comunicación; Evitar peligros; Valores-creencias; Realización; Juego-ocio; Aprender-descubrir. 114 Castromudarra y Villaverde de Arcayos se fusionaron con Almanza en 1965. 115 Calaveras de Abajo, Canalejas, Molino de Pobladura y Molino de Santa Eugenia pertenecían a Canalejas, que pasa a Almanza en los años ochenta del siglo pasado. 116 Calaveras de Arriba, Cabrera de Almanza, Espinosa de Almanza y La Vega de Almanza pertenecían a La Vega de Almanza hasta los años sesenta de siglo pasado.

45 Tras realizar un recorrido de búsqueda por las localidades preguntando a determinadas personas que conocíamos previamente, así como a la gente de cierta edad que íbamos encontrando, elegimos inicialmente 22 mujeres y un hombre por su edad (comprendida entre 60 y 90 años) y/o su condición (familiares de parteras y mujeres que habían dado a luz en casa). Posteriormente, por referencias obtenidas, añadimos cuatro discursos, contando finalmente con los de 24 mujeres y tres hombres. La técnica de recogida de información fue la entrevista semiestructurada. Se elaboró para ello un guión con preguntas relativas al tema (Anexo siete), basado en los datos abordados la Encuesta del Ateneo de 1901, apartado de nacimiento (Limón Delgado et al., 1990), y que ya había sido utilizado por la autora que suscribe en otros estudios previos (Andina Díaz, 2002, 2003a, 2003b, 2006). Se concertó una cita con cada una de estas personas seleccionadas en sus respectivas casas, explicándoles el objetivo del trabajo. Tras aceptar todas ellas la invitación a participar firmaron un consentimiento por escrito (Anexo ocho). A cada reunión acudía la investigadora principal del trabajo, la entrevistada, y en casos puntuales, algún familiar de esta última. Nos ayudamos para registrar los datos de una grabadora. El periodo de tiempo invertido para acumular los testimonios fue desde abril a septiembre de 2012, ampliándose tres meses más, agosto-septiembre de 2013, y abril de 2014. En la mayoría de las ocasiones tuvimos que vernos un par de veces con cada sujeto para aclarar y verificar informaciones. Puesto que la finalidad era profundizar en los cuidados del nacimiento, así como potenciar la memoria colectiva, el número de casos carecía de importancia. Se puso fin a la recogida en el momento en que la información comenzó a ser repetitiva y los objetivos comenzaron a estar claros. El descubrimiento de algunos hechos relevantes no se produjo, de hecho, por el amplio número de casos, sino por la emotividad que generaron (Sanz Hernández, 2005). El examen de datos consistió en un análisis histórico funcional, es decir, un estudio de las funciones y las relaciones de cada uno de los elementos implicados en el objeto de estudio, los cuidados en torno al nacimiento. Se exploró primeramente el contenido de las fuentes orales mediante una transcripción por escrito de las grabaciones realizadas. Para ello se siguieron las aportaciones en materia de análisis de datos de diversos autores (Morse, 2003; Ruiz Olabuénaga, 2012). Tras una lectura pormenorizada, se hizo una diferenciación basada en la selección de datos a la luz de la relación entre estos y los

46 objetivos de la investigación, es decir, las tres estructuras esenciales (Siles González, 2011): - entramado de personas que se encargaban de atender a las parturientas y prestar los primeros cuidados al recién nacido (elemento funcional), - lugar en el que acontecía el parto (marco funcional), y - forma que tenían de entender la salud los diferentes cuidadores y maneras de proceder, conocimientos, costumbres, significados y creencias (unidad funcional). Posteriormente se procedió a la categorización y separación de unidades de significado mediante códigos que representaban las mencionadas categorías. Se vincularon los datos, tanto de las transcripciones de un participante como entre varios. Cada una de las estructuras quedó subdividida como sigue: El elemento funcional en: - Personajes pertenecientes al ámbito doméstico - parteras - allegadas - el rol biológico - el altruismo - la formación - el estatus alcanzado en su comunidad - los acompañantes - Personajes pertenecientes al ámbito profesional - cuándo eran reclamados - su posición social - Sobre las relaciones que establecieron entre ellos y el final de sus actuaciones El marco funcional en: - El hogar - El hospital La unidad funcional se dividió en los periodos naturales por los que pasaba la embarazada desde conocer el estado de buena esperanza hasta que acontecía el feliz desenlace: preconcepción, concepción, parto, postparto y puerperio. Dentro de cada apartado se trabajaron las necesidades básicas que surgían y los cuidados implicados: - Preconcepción - Concepción

47 - controles en el estado físico y mental - Parto - procedimientos básicos durante la dilatación y el expulsivo - prácticas mágico/religiosas - abordaje del dolor - alumbramiento - algunas adversidades - Postparto y puerperio - cuidados al recién nacido - cuidados a la madre - alimentación de la criatura - alimentación de la parturienta - costumbres relativas a la cuarentena - participación del padre - el mal de ojo - Otras atenciones sobre la salud La labor de síntesis llegó cuando dejaron de emerger nuevas categorías, identificándose las normas culturales de las localidades objeto de estudio. Se prefirieron las categorías abiertas dado el carácter histórico-cualitativo y también el tipo de fuentes empleadas. Como complemento, se contrastaron los discursos con literatura folclorista y sanitaria de la época referente a áreas más o menos colindantes. Esto favoreció la determinación de similitudes y diferencias con otros grupos culturales, el establecimiento de vínculos micro y macro, las distinciones emic y etic, y la identificación de creencias y valores entre los datos para ligarlos con posibles teorías (Morse, 2003). Con el fin de conocer con más precisión el entramado de profesionales sanitarios ejercientes, se consultaron diversas fuentes archivísticas en el Archivo Histórico Provincial de León y Colegio de Enfemería de León117. Con todo ello logramos construir un mapa sobre la cultura popular que acompañaba el nacimiento de un nuevo ser, y las relaciones con la cultura sanitaria. Para finalizar abordaremos las consideraciones éticas. Dado que el contenido de nuestra investigación se construyó principalmente a través de testimonios orales, uno de

117 Se consultó así mismo en el Colegio de Médicos de León, donde no contaron con información de interés.

48 los aspectos a tener en cuenta era obtener el consentimiento informado de las personas que nos los habían facilitado para poder utilizarlos, a la par que proteger su anonimato. Al respecto, se les proporcionó un documento a todos los entrevistados para que leyeran y devolvieran firmado (se les dio una copia para ellos). En este se especificaban los siguientes puntos: la finalidad del proyecto, la identidad del investigador y la forma de localizarlo (teléfono), los procedimientos que se utilizarían para registrar la información (entrevista por medio de grabación de voz y fotografía –Anexo nueve y diez-), la garantía de la protección de la confidencialidad de los datos obtenidos, la voluntariedad de participación, el derecho a abandonar en cualquier momento, a no responder a determinadas preguntas, y la posibilidad de que el investigador le solicitara nuevamente información. Dicho informe fue avalado por el Comité de Ética de la Universidad de Alicante. Así mismo se les informó que tras la finalización del estudio se les entregaría una copia. A la hora de plasmar por escrito en la tesis las citas textuales se codificaron los nombres de los participantes que las proporcionaron. Se omitieron así mismo los nombres que estos dieron de parteras y profesionales sanitarios, para evitar las posibles repercusiones sociales, culturales o legales de sus actuaciones. En cuanto a los datos expuestos provenientes de fuentes archivísticas, se obviaron igualmente nombres personales así como localidades que pudieran identificar a dichos sujetos, dado que esta información podría afectar a su seguridad, averiguación de los delitos, honor e intimidad (Ley 6/1991, de 19 de abril, de Archivos y del Patrimonio Documental de Castilla y León).

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4. Resultados y discusión

Representamos a continuación un mapa o compendio con las respuestas relativas a la cultura del nacimiento en las poblaciones integradas en los ayuntamientos de Almanza y Cebanico (León): el conjunto de personas que se encargaba de atender a las parturientas y prestar los primeros cuidados al recién nacido, el lugar en el que se desarrollaba el parto y la forma que tenían de entender la salud los diferentes cuidadores y las maneras de proceder (técnicas), conocimientos, costumbres, significados y creencias. Para ello se toman como base las narraciones facilitadas por los 27 individuos entrevistados en el trabajo de campo, parturientas y familiares de parteras. Con el fin de profundizar en su comprensión, como ya adelantamos, acudiremos a textos etnográficos específicos tales como la Encuesta del Ateneo de 1901-1902118, indistintamente tanto a la publicación de Limón Delgado et al. (1990) como a la de Álvarez Courel (2009). Además, consultaremos otras investigaciones costumbristas, históricas, sociales y sanitarias, así como fuentes archivísticas provinciales antes referenciadas.

118 Apartado Nacimiento, respuestas obtenidas en las poblaciones cercanas pertenecientes a la comarca pero fuera del área objeto de nuestro estudio (Sahagún, Grajal de Campos o Gordaliza del Pino), así como otras dentro de la provincia.

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4.1. Elemento funcional

Eran tres las figuras que se encargaban de atender a las parturientas y prestar los primeros cuidados al recién nacido. Por una parte, parteras y personas allegadas lo hacían desde la esfera doméstica, por otra, sanitarios desde la oficial. Lo habitual era que las familias de las parturientas confiaran la asistencia en estos momentos a las gestoras populares y reservaban la atención de los profesionales solo para casos excepcionales. Por aquellos años la mayoría de las gentes del campo en general, y de esta zona en particular, no contaban todavía con la asistencia a través de la Seguridad Social, y si requerían de los servicios profesionales debían tener contratada una iguala, un gasto que no toda la población podía permitirse. Recordemos que hasta la década de los sesenta los trabajadores aquí no tuvieron derecho a prestaciones de Seguridad Social, y en concreto aquí la configuración permaneció más o menos inalterable hasta casi 1970, con la generalización de la asistencia sanitaria a toda la población119. A continuación vamos a analizar el papel desempeñado por cada uno de estos actores, así como las relaciones establecidas entre ellos.

119 Más información en el apartado 1.5. Situación sanitaria.

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4.1.1. Personajes pertenecientes al ámbito doméstico

4.1.1.1. Las parteras

Como hemos ya adelantado, tanto parteras como allegadas asistían en primera instancia a las embarazadas en nuestra zona objeto de estudio. Sobre las primeras, también denominadas comadronas, aficionadas, o tías, dependiendo un poco del lugar, decir que ya encontramos mención escrita a principios del siglo XX: “La asistencia al parto se hace por mujeres que ordinariamente se dedican a este menester, si hay practicantes o ministrantes, son ellos los que lo practican. Son muy raros los casos en que los médicos asisten a los partos normales” (informante de Sahagún, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) “Generalmente por el médico, pero algunas veces por mujeres que carecen de título profesional” (informante de Gordaliza del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Y si entonces la asistencia a las parturientas era la que se acaba de referir, medio siglo más tarde la situación continuaba prácticamente igual, corriendo esta atención, salvo contadas excepciones, a cargo de mujeres sin estudios ni formación específica que conjugaban las labores del hogar con el trabajo en el campo, y alguna hacía además de guisadora en bodas y entierros120, cuidaba enfermos o amortajaba muertos. Su carácter, abierto y colaborador, así como su forma de ser, entendemos que eran las razones que las inducían a implicarse en esta labor: “Era decidida y lo hacía” (E3) “Labores de casa y campo, era también guisadora” (E5)

120 Término utilizado en la zona para designar a la persona que se dedicaba a preparar la comida en estos eventos. Como recordaba alguna de las entrevistadas “antes se moría uno y hacían unas olladas de carne (...) se quedaban hasta de ahí, de ese pueblo, por comer (…) como mataban igual el mejor carnero (...). Me acuerdo mi padre que murió con todo el conocimiento ahogao y le dijo a mi hermano “vas al ganado y tal carnero le matas para dar de comer a los que vengan al entierro”” (E23).

52 “Sería un poco decidida. Antes había mucha gente necesitada, y ellos igual eran unos de ellos (...) la gente agradecida le daba una docena de huevos, digo yo, porque, entonces, al haber necesidad, algo que dieran, todo el mundo le agradecía, yo creo que fuera más bien eso” (E7) “Serían decididas porque asistían a todo el pueblo” (E8) “Iba también de guisadora a las bodas y entierros (…) se dedicaba a ganarse la vida de esa manera (…). La llamé porque para el funeral de mi madre preparó la comida (…) y coincidió” (E12) “Era una mujer muy caritativa” (E13) “Que se decidían a mirarte” (E15) “Era muy entendida, era suelta como ella sola” (E16) “Valía mucho (…) era la guisadora también de todos los entierros y bodas, era bordadora, tenía un taller para enseñar” (E23) “Era tan buena, porque es la verdad, era para todo el mundo (…) era una bella persona, no es que lo diga yo, puedes preguntar, tenía buena fama (…) le decían “pero cómo vas a ir hoy el día la fiesta”, “cómo no voy a ir, estará la mujer ahí pasándolo mal y eso, yo qué hago aquí, el hacer bien no pese nunca” decía “siempre hacer bien y no miréis a quien”. Fuera por la limpieza, fuera por el tratamiento que tuvieran con ella” (E25) “Era muy atrevida, para todo, aparte, bueno, se la daba bien y no pasó así caso alguno” (E26) Carecían, como ya se dijo anteriormente, de estudios reglados; su aprendizaje se había conseguido a base de observar en otros partos anteriores a los que habían asistido o por lo que oían a otras parteras o mujeres que ya eran madres: “De estudios cero” (E3) “Aquí no enseñaba nadie, de ver, como yo si me pongo, venían a una y otra, ataban el rendal121 y ya está” (E15) “Como si yo me pongo, ninguna (…) a fuerza de mirar aprendían” (E16) “Una mujer normal y corriente (…) aquellas mujeres que venían “ay, que entiende, que entiende”” (E19) “A lo mejor de oídas, de verlas ellas” (E23) “No tenía estudios de nada, no sabía leer ni escribir” (E24)

121 Palabra del vocabulario popular de la zona y que significa cordón umbilical.

53 “A (…) se le daba también esto, si se le retorcía un pié o algo lo arreglaba. La madre de (…) por eso (…) también componía (…) lo arreglaba (…) le venía la afición de eso (…)” (E26) Un dato de alguna manera relevante era que todas compartían el hecho de haber sido ya madres, lo que venía a significar ya una cierta empatía o conocimiento de la situación por la que estaba atravesando la parturienta. Eran llamadas por los familiares o las vecinas, y otras veces se ofrecían ellas mismas para ayudar: “La llamaban, ella haría los medios para poder ir” (E5) “No se ha ofrecido nunca, iban a buscarla a las tres de la mañana, a las doce, a las cuatro, a las siete, a la hora que vinieran ella iba, no la importaba” (E24) “La iban a buscar, con un burro o lo que fuera, a la hora que fuera (…). A lo mejor la decían “prepárese allá para agosto o julio o cuando fuera, prepárese que vamos por usted”” (E25) En cuanto a estipendio recibido por la asistencia, todas coinciden en señalar que no cobraban y que tampoco había obligación de pagarles nada; lo hacían como si se tratase de una obra de misericordia, aunque siempre se lo agradecían obsequiándoles con algo, generalmente alimentos o productos de la cosecha que la familia del recién nacido tuviese en casa, o incluso invitándolas al bautizo en ciertas ocasiones: “La daban alubias o lo que fuese, otras nada. Ella no iba por (...) algo sí la colaboraban. Al bautizo siempre iba de invitada” (E5) “Habría quien daba y quien no daba nada (...) cosas así de casa” (E7) “Ella no cobraba pero la dabas fréjoles o cosas que, eso (…) iba siempre a los bautizos” (E8) “Me acuerdo cuando éramos chavales (...) la otra que atendía a todos los bautizos iba. Ellas iban libres (...) era una obra de misericordia (...) en el pueblo unos ayudaban a una cosa y otros a otra” (E9) “Iban al bautizo (…) además lo que tuvieras en casa, pero nada de valor” (E12) “Yo sí la invitaba (al bautizo) porque era tía. Le hacían algún regalo porque la gente estaba agradecida (…) pero alguna si me acuerdo que le daban regalos, le hacían algún regalo” (E13) “A mí sí me contaba que a lo mejor le daban huevos (...) siempre le daban algo, ella me contó a mí que sí” (E14)

54 “Lo que hubiera en casa (…) la invité al bautizo y dijo que “no he ido para ninguno, no voy a hacer excepción”. No vino, dijo que no. Me dijo que no se me ocurriera, dice “porque lo vas a traer y sino lo tiro”, es una señora que no quería nada” (E16) “Hombre, había que cumplir con ellas (...) mi madre enseguida subió un pollo bueno, “mira, se lo das a la que te atendió hija”. Al bautizo no las invitaba nadie” (E17) “Si la daban algo sí lo cogería, pero sino no (...) harina (…) al bautizo pocas veces” (E23) “Nada, no cobraba a nadie nada (…) esas cosas igual sí, unas madalenas, unas zapatillas de cáñamo (…) ella no iba por el dinero, ella iba por ayudar a la persona que igual lo necesitaba (…) no la invitaban al bautizo” (E24) “No la pagaban, a lo mejor uno la pagaba una cazuela de garbanzos, otro a lo mejor venía y le traía medio saco de patatas, lo que hubiera la daban, ella venir con las manos en los bolsos no venía (…) a lo mejor la llamaban para los bautizos” (E25) “Jamás, ella no quería nada. Agradecimientos sí, material no recuerdo. Lo único que recuerdo hombre, alguna igual le daba algo, pero lo que recuerdo es que luego para los cumpleaños la llamaban, la convidaban. Incluso cuando ya eran mayores. Al bautizo también” (E26) Se incluye a continuación una relación (Tabla IV) de algunas de las parteras que ejercieron en la zona objeto de nuestro estudio, durante las décadas de 1940 a 1970, distribuida por localidades. Dado que se ha elaborado a partir del testimonio de los entrevistados, puede estar incompleta. Nótese como cada población prácticamente contaba con una persona de referencia para tales menesteres.

55 Tabla IV Relación de parteras que ejercieron en la zona objeto de nuestro estudio, décadas de 1940 a 1970.

Población Apelativo y nombre de la partera Almanza - “Marichu”: María Mercedes Valbuena Trueba Villaverde de Arcayos - “Tía Victoriana”: Victoriana Gómez González - “Cándida”: Cándida Medina Castromudarra - “Tía Victoriana”: Victoriana Gómez González (Villaverde de Arcayos) Canalejas - “Tía Benina”: Benina Pérez Calaveras de Abajo - “Lucía”: Lucía Polvorinos Calaveras de Arriba - Ninguna La Vega de Almanza - “Tía Casilda”: Casilda González Gómez - “Tía Victorina”: Victorina Domínguez Perales (La Riba) Espinosa de Almanza - Ninguna Cabrera de Almanza - “Tía Casilda”: Casilda González (La Vega de Almanza) - “Florencia” - “Tía Victorina”: Victorina Domínguez Perales (La Riba) Mondreganes - “Tía Victorina”: Victorina Domínguez Perales (La Riba) - “Marichu”: María Valbuena Trueba (Almanza) Corcos - Ninguna La Riba - “Tía Victorina”: Victorina Domínguez Perales - “Tía Catalina” - “Tía Casilda”: Casilda González (La Vega de Almanza) Quintanilla de Almanza - “Dominica”: Dominica Álvarez Arias - “Quintina”: Quintina Rodríguez Fernández - “Anselma”: Anselma González Cebanico - “Irene” - “Tía Victorina”: Victorina Domínguez Perales (La Riba) Santa Olaja de la Acción - “Vicenta”: Vicenta Fernández Guerra El Valle de las Casas - “Tía Celestina”: Celestina González (¿?)

Fuente: Tabla elaborada a partir de los testimonios facilitados por los participantes de la investigación.

56 4.1.1.2. Las allegadas

En otras ocasiones la ayuda la desempeñaban personas cercanas, generalmente familiares del sexo femenino: madres, hermanas, primas, tías, cuñadas o suegras. También vecinas, ya bien porque eran muy amigas de la parturienta o porque los parientes directos no podían: “Iba cualquiera por si acaso se necesitaba para algo” (E7) “Llamaron a una señora, que fíjate tenía muchos años ya, mi madre no tenía valor porque era muy mayor también, no tenía valor de nada, se asustó, a pesar que tuvo diez hijos. Llamaron a esa señora y esa señora me ayudaba (…) mi suegra fue donde ella y le dijo “mira hija, vete a ver si la ayudas a algo (…) está aturutada122 y no sabe ni lo que hace. Yo también asistí al parto de una vecina (…) a las tres de la mañana, la vino de repente, y su marido vino corriendo a llamarme a mí” (E10) “Vino una vecina que se llevaba bien en casa” (E19) En algunos casos de urgencia el parto fue asistido por la propia embarazada, acompañada de su marido: “Vino una señora, la llamó mi marido porque se puso todo nervioso, a una vecina de aquí (...) se marchó, dijo que la daba aquello mucha pena. Yo no soy de aquí (...) mi marido y yo, yo me arreglaba. Mi marido estaba conmigo pero yo era la que disponía” (E18) “En el último estuve sola (…) puse agua caliente y el marido vino aquí a llamar a mi madre (...) y cuando llegó al corral de llamarla tuvo que entrar corriendo a coger el crío que se escapaba. Le dije “corre, corre, corre, que se cae el niño”, yo sin poderme mover (...) ya enseguida llegó mi tía y mi madre” (E21) Estas eran mujeres que gozaban de estima y buena consideración entre la vecindad, aprecio que se reflejaba claramente en los términos con los que eran calificadas por la gente: “Antes yo creo que cualquier mujer se apañaba (…) era una mujer muy buena” (E1) “No era tonta, leía mucho, muy espabilada, muy lista, muy apañada, muy decidida, valiente, valía” (E2)

122 Vocablo popular que significa nerviosa, asustada, preocupada.

57 “Era una mujer muy dispuesta, valía para todo, muy limpia, en aquella época (...) una mujer lista a pesar de lo mayor que era” (E10) “Era muy apañosa123” (E20) “Otra mujer como esa ya no hay. Una mujer muy buena” (E22) Se dedicaban igualmente a las labores del hogar y ayudar en el campo. Su conocimiento se basaba fundamentalmente en la experiencia de haber sido madres y en la observación, pues la asistencia a un parto no dejaba de algo puntual: “Catorce hijos, y entonces cómo no va a saber (…) ya había ido a atender a (dos mujeres), así que ya sabía cómo se trataba la cosa. Además antes como estábamos a los animales sabíamos lo que es a los animales y a todo” (E9) “Estaba muy entendida en eso. Ella también les había tenido en casa, siete” (E22) “Había visto a varias (…) y viendo los animales (...) más o menos se sabe. Fuera del alma como se suele decir todos somos animales” (E18) Las razones para que asistieran eran varias: porque la partera de la localidad ya había fallecido, por ser de casa o simplemente porque había esa costumbre: “Como una tía se conoce que sabía también, pues no me hizo falta llamarla” (a la partera) (E1) “Unas se unían con otras para cuando nacía el crío ir a ayudar” (E3) “La atendimos mi madre y yo porque la partera ya se había muerto (…) era sobrina nuestra” (E8) “Como era de casa y había atendido más” (E9) “Muchas se arreglaban en casa” (E12) “Entonces no había problema. En los pueblos nos arreglábamos de esa manera, entre familias, vecinas” (E20) Y es que según recuerdan la mayoría de las entrevistadas, la solidaridad y la convivencia en los pueblos era antes más abierta e intensa que ahora: “Convivías más, se ayudaban más unos a otros” (E12) “Nos ayudábamos unos a otros, había mucha unión entre vecinas” (E20) No había costumbre de pagarles por ayudar en el parto, a lo sumo, y si cuadraba, invitarlas al bautizo del recién nacido: “Invitarla al bautizo solo y nada más. Si se la quería dar algo pues bien, pero no exigía nada (...) antes era así (...) antes había que ayudar, había que hacer” (E9)

123 Vocablo popular que significa dispuesta o espabilada.

58 “No quería “que no me des nada, que lo he hecho porque lo tengo que hacer”” (E22) Recogemos algunas de las sensaciones manifestadas por algunas de las parteras accidentales, y que demuestran su valentía: “Miedo no, qué va” (E8) “Tenía unos nervios algo fuera de serie (…) le daba el corazón unos trompazos que yo decía, se muere. Yo al chiquito, si supieras qué cosa será, que cuando le veo no sabes que le tengo cariño. Si volviera otra vez lo haría igual, hay que ayudar a la gente, porque si ese día me niego a ir y se muere esa mujer y ese niño vaya cargo de conciencia” (E10) “Miedo no, por qué me iba a dar miedo (…) tan tranquila (…) no pensaba que me fuera a pasar, tampoco, no pensaba nada, si viene mal mala suerte” (E18) “Estuve después más mala, yo qué susto tenía” (E21)

4.1.1.3. El rol biológico

Como acabamos de describir, las lugareñas acudían en primera instancia a la gente de su entorno más cercano para que las asistiera en estos momentos, bien a allegadas familiares y/o vecinas, o bien a las parteras aficionadas, que de forma más habitual eran reclamadas para prestar esos cuidados. Ambas compartían atributos comunes como el sexo y el hecho de haber sido madres. Expresiones como “antes cualquier mujer se apañaba”, “catorce hijos, y entonces cómo no va a saber”, “ya sabía cómo se trataba la cosa” o “estaba muy entendida en eso, ella también les había tenido en casa” son fiel reflejo de una simbiosis sentida entre los cuidados en el momento del parto y la naturaleza femenina. Porque, parece ser, las mujeres conocían mejor su cuerpo que los hombres; y por otra parte, la experiencia de haber pasado por ello al haber dado ya a luz, les hacía valedoras de conocimientos necesarios para esos momentos. Es decir, que estaban mejor preparadas por su biología para asistir a las parturientas. Además, todas poseían unas cualidades concretas asociadas entonces a su sexo, tales como decisión, atrevimiento, sensibilidad, paciencia, gusto por las relaciones personales, bondad, abnegación, sacrificio, caridad o generosidad (De Haro Oriola, 1999, p. 46; Imaz Martínez, 2007, p. 100, 101), importantes para que la asistencia en el nacimiento de un nuevo ser se desarrollara de manera satisfactoria.

59 Dado que el momento del parto era considerado como un acto totalmente natural, y que sus cuidados se percibían como un acompañamiento o ayuda, un “cualquiera por si acaso se necesitaba para algo”, esto pudo contribuir a que, de los protagonistas posibles para su gestión, fueran los del sector popular los elegidos, con más cercanía y afinidad. Esa simpatía que generaban, de hecho, ha sido apuntada por algunos autores desde dentro y fuera de nuestro país como de gran peso para que las parturientas prefiriesen ser atendidas por parteras tradicionales antes que por profesionales varones, por mujeres antes que por hombres (Andina Díaz et al., 2015; Arnold et al., 2002, p. 37, 38; Narotzky, 1995, p. 58, 59; Ortiz Gómez, 2006, p. 202; Romero Zepeda, 2013, p. 109). Los resultados aquí muestran, pues, que precisamente esa biología y psicología diferente de las mujeres con respecto a los hombres relacionada con su capacidad reproductiva era la responsable, en parte, de que los cuidados en el momento del parto fuesen tarea femenina, y condicionaron por tanto la primacía de la esfera doméstica frente a la institucional. Este pensamiento, denominado naturalización, ha sido una constante en la historia de la antropología, sociología, o historia de la medicina (Esteban, 2007; Imaz Martínez, 2007). De hecho, uno de los planteamientos centrales de la disciplina antropológica y de las ciencias sociales ha sido precisamente ese, el haber atribuido, ya desde la prehistoria, diferentes papeles a los hombres y a las mujeres en función de su sexo, y vincular a estas últimas con los relacionados con la biología. Así, mientras a los varones se le asignaban trabajos como la caza, la pesca, o el comercio, considerados públicos y productivos, a las mujeres se las ligaba con actividades relacionadas con el hogar y sus caracteres fisiológicos: la elaboración de alimento, la limpieza, el cuidado de personas mayores, o la reproducción, la lactancia y la crianza, temas estos de los que nos ocupamos ahora, catalogados como pertenecientes al ámbito privado. Los cuidados perinatales fueron por ello contemplados como femeninos y domésticos ya desde los albores de la historia, y se mantuvieron así durante milenios en multitud de culturas (Siles González, 2011). Por ejemplo, en nuestra sociedad, se consideraron terreno exclusivo de mujeres hasta que en el siglo XVIII los cirujanos comenzaran a interesarse por la salud reproductiva. A partir de entonces, y con la justificación de instruir a las féminas para que legalmente pudieran atender partos (primitivas matronas), y diferenciar así su trabajo cualificado del de las parteras sin formación, este territorio pasaría poco a poco a estar dominado por varones, junto con la consideración del parto como un fenómeno patológico, la especialización de la obstetricia

60 o la asistencia en los hospitales (Ortiz Gómez, 2007). Pero, independientemente de cómo aconteció esa restricción de funciones, de la que nos ocuparemos después, este apunte nos interesa ahora pues es muestra de como la asistencia en la maternidad ha estado, durante siglos, y hasta hace relativamente poco, biologizada. Estudios como los llevados a cabo en Galicia (Pereira Poza, 2001, p. 75), Asturias (Fernández García, 1995, p. 234), o ya en la provincia de León (Álvarez Courel, 2009, p. 44; Casado Lobato, 1992, p. 15) y en la cercana comarca del Bierzo (Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 10), que han abordado los cuidados en torno al nacimiento desde un prisma costumbrista, son coincidentes a la hora de posicionar a la mujer como la tradicionalmente encargada de gestionar esas atenciones, siempre desde el ámbito doméstico, si bien en ninguno de ellos aparece reflejado de manera explícita, como aquí, esa vinculación adicional con el hecho de haber sido madres. Trabajos enfermeros como los de Amezcua (2002a, 2002b), Andina Díaz (2002, 2003a), con Siles González (2015), Cara Zurita (2003), González Solano (2011), Linares Abad et al. (2005), Salas Iglesias (2004) o Urmeneta Marín (2005) concluyen igualmente el protagonismo de la mujer en estos menesteres, sin especificar si compartían un perfil maternal. En investigaciones desarrolladas recientemente en latinoamérica hemos constatado como las gestoras principales para esos momentos compartían similitudes con las aquí expuestas, tales como su procedencia desde el mundo popular, el sexo, la veteranía o la forma de generar y transmitir sus conocimientos (Arnold et al., 2002, p. 34-37). En un trabajo sobre una comunidad indígena norteamericana, además, encontramos esa relación explícita entre el rol de madre y el rol de partera que mencionamos previamente: “entre mujeres se crea un vínculo de empatía en el alumbramiento tal, que la partera recuerda sus propios partos, reviviendo en carne propia los dolores de la mujer a la que está ayudando a parir” (Romero Zepeda, 2013, p. 112). Ese rol ligado a lo biológico124, y universal, en tanto que era común en diferentes sociedades a lo largo del tiempo, y que a la luz de los testimonios aquí lo calificaban como determinante para poder ejercer como parteras, estuvo moldeado y retroalimentado por determinantes a nivel social, cultural, político, económico, sanitario y religioso, que le confirieron especificidad como veremos. Desde un prisma fenomenológico, podríamos afirmar que el papel llevado a cabo por estas mujeres estuvo configurado pues tanto por

124 Se entiende por rol biológico a aquellas actividades desempeñadas por mujeres en función de su capacidad biológica (Siles González, 2011).

61 características esenciales (relativas a su naturaleza, a la biología 125 ) como coyunturales (relativas a condicionantes diversos y específicos126). Al igual que sucediera en otras áreas rurales de la península, la tierra determinaba la estructura material y organizativa de sus gentes, existiendo fuertes vínculos entre ambas (Ballarín et al., 2010). A la familia leonesa se la consideraba una institución social, en tanto que era capaz de cubrir las necesidades sociales básicas de sus miembros, a saber, la necesidad biológica-reproductiva, la económica-productiva y la cultural-socializadora. El hombre-padre era el jefe de la familia y el poseedor de prestigio y poder: se ocupaba de las labores agrícolas y ganaderas, tomaba las decisiones familiares, gestionaba el capital, y era el encargado de trasmitir a sus hijos las costumbres y valores. La mujer-madre sostenía la cohesión del entramado familiar, a través de un matriarcado muy especial: era la administradora de la casa y economía doméstica, trabajaba en las labores del campo acompañando a su marido, atendía las faenas de la casa relativas a alimentación, limpieza y demás, a los animales domésticos, además de las funciones de crianza y cuidados de salud (Alonso, 2001, p. 589; Cordero del Castillo, 1978). Algunos testimonios de nuestra investigación reflejaban como el trabajo desempeñado por parteras o parturientas se desarrollaba dentro y fuera del hogar, atendiendo al ganado, ocupándose del campo, aseando y cuidando de los niños, del marido, haciendo la comida o lavando la ropa, incluso horas después de haber dado a luz: “Yo salía con mi marido, mi marido salía a las seis de la mañana a segar, yo quedaba haciendo el desayuno a los niños, y a las ocho o nueve marchaba a darle en desayuno a él y me quedaba hasta las diez que echaba a las vacas cuando iba, a las diez venía a atar las vacas, a ordeñarlas y a atender los niños, aquel estaba hasta las dos de la tarde segando, yo a las doce y media venía a casa a hacer la comida y arreglarlo todo, les quitaba la ropa a los niños cuando les daba de comer, se la lavaba, que tenía que ir a lavarla al reguero y les echaba a la siesta, cuando se levantaban ellos ya tenían la ropa seca. Me decían “¿y cómo te arreglas para tenerles siempre limpios?, pues yo no estoy durmiendo”. Yo tenía que hacer lo de casa, lo de fuera y todo (…) la ropa mismo, tenías de quita y pon” (E18) Por tanto, la asistencia que estas proporcionaban en el parto de sus vecinas podía ser entendida como una prolongación de sus tareas como criadoras-cuidadoras de su

125 Fenomenología de Husserl, estructural (Siles González et al., 2007). 126 Fenomenología de Heidegger, coyuntural (Siles González et al., 2007).

62 unidad familiar, como tradicionalmente había sucedido, al igual que otros quehaceres desempeñados por las parteras y allegadas (cuidar enfermos, amortajar muertos, o ejercer de guisadoras en bautizos, bodas o funerales127, preparando la comida); todos ellos relacionados, bien con el cuidado, bien con la alimentación. Por otro lado, no debemos olvidar la política familiar impuesta por el régimen franquista de esas décadas, y que contó con el auxilio de la Iglesia Católica. A la mujer se la excluyó del trabajo extradoméstico, asalariado, para, entre otras razones, evitar el paro masculino, y se la ligó con el mundo de la maternidad, con el fin de incentivar una natalidad de capa caída tras la Guerra Civil, y con ámbito doméstico, imponiendo leyes protectoras de la familia, como los subsidios y salarios familiares, o la excedencia forzosa por matrimonio. El fin era ensalzar esa función “veladora y cuidadora de la salud familiar” de las mujeres, entre la que podía encontrarse la de ocuparse naturalmente de las atenciones de un acontecimiento tan particular como el de dar a luz (De Haro Oriola, 1999).

4.1.1.4. El altruismo

Otra de las características definitorias del trabajo desarrollado por estas mujeres en la zona objeto de nuestro estudio era la gratuidad de sus actuaciones. Y es que, el premio que estas obtenían a cambio de sus atenciones no traspasaba la barrera del agradecimiento verbal o de pequeños estipendios tales como alimentos u objetos sin apenas valor que las embarazadas ofrecían, siempre como muestra de cariño y respeto por acompañarles en este trance, y no como pago por sus servicios. Un hecho común a otras féminas que, de igual manera, se dedicaban a tales menesteres en otros puntos de la geografía española (Andina Díaz 2002; Andina Díaz, 2003a; Andina Díaz et al., 2015; González Solano, 2011), si bien algunas de ellas sí recibían cierta remuneración económica (Amezcua, 2002b; Linares Abad et al., 2005) pero no generalizable. En países como México o Bolivia, donde constatamos la existencia de parteras populares, que de hecho siguen en activo en muchas comunidades indígenas, sí se establecían honorarios por sus servicios, que iban desde pagos en especie a dinero. En algunos casos las tarifas establecidas por estas eran más

127 Como ya adelantamos, era tradición aquí, como en el resto de la provincia, al finalizar un entierro, ofrecer una comida en casa del difunto, pensando en los familiares y vecinos que habían venido de fuera, a la vez que se le daba a los pobres pan, sardinas y vino (Alonso, 2001, p. 607).

63 accesibles a la población rural que las de los sanitarios (Romero Zepeda, 2013, p. 150), pero en otros, sin embargo, más costosas, hecho que no frenaba a las parturientas a la hora de demandar sus atenciones con mayor ímpetu que la de los profesionales (Arnold et al., 2002, p. 39). Por lo que a nuestra investigación respecta, ese altruismo estaba soportado, al menos, por tres pilares básicos. El primero de ellos era la sociedad en la que se hallaba inmersa. Una sociedad gobernada por la dictadura franquista, en la que primaba la autarquía y el patriarcado, y en la que las actuaciones de los hombres eran consideradas las esenciales para el desarrollo de la familia y de la sociedad, y las de las mujeres, secundarias, una virtud ligada a su naturaleza, y por todo ello carentes de valor y esfuerzo, incluido el económico (Ballarín et al., 2010; Narotzky, 1995; Siles González, 2011). El hecho de no recibir recompensa por sus atenciones era considerado por tanto normal. Ligado a este hecho estaba la ideología o moral que promulgaba la Iglesia Católica, en ese ambiente estatal en el que la fe y la caridad eran ejes importantes. Las connotaciones cristianas como la ayuda al prójimo, la bondad, la caridad o la generosidad, como vimos antes, estaban presentes: “antes había que ayudar”, “hay que ayudar a la gente (…) vaya cargo de conciencia”. El tercero de ellos era el espacio rural en el que se desarrollaba la asistencia. En él, la necesidad apremiante de esos tiempos, unido a los intereses comunes a la hora de atender el campo, el ganado y las faenas que estaban involucradas creaba fuertes lazos entre los vecinos y familiares, donde la unión, convivencia, solidaridad estaba a la orden del día, unos contaban con otros para el desarrollo de los quehaceres propios de la vida, y no había lugar a poner precio a casi nada. Como muchas de las vecinas manifestaban “convivías más, se ayudaban unos a otros”, “nos ayudábamos unos a otros, había mucha unión entre vecinas”, “unas se unían con otras para cuando nacía el crío ir a ayudar”. Estas circunstancias pensamos que ayudaron a mantener esas actuaciones populares femeninas, gratuitas, frente a las de los sanitarios, de pago. No era entendible, en una sociedad basada en una economía de subsistencia, franquista y católica, poner precio a casi nada, y menos a algo considerado desde siempre natural y femenino, al menos eso era lo culturalmente aceptado aquí128.

128 Culturalmente aceptado aquí, al contrario que en otras comunidades como vimos antes que sí estaba culturalmente aceptado que las parteras cobraran por sus servicios.

64 Por otra parte, el hecho de que las actuaciones de estas mujeres fueran gratuitas no significa que las parturientas las eligieran por ello frente a los sanitarios. Condicionantes culturales relacionados con el rol biológico visto antes, económicos como este, pero también otros, sociales, sanitarios o políticos que analizaremos en capítulos posteriores, interferirían en esa elección por lo popular.

4.1.1.5. La formación

Las mujeres parteras y allegadas que asistían los partos en esta zona, tal como recordaban las entrevistadas, carecía de estudios de ningún tipo, algo frecuente en los estratos más populares de la sociedad de aquella época, y más en los femeninos, como era el caso: “de estudios cero”, “estudios ninguno”. Sus conocimientos estaban basados en el saber fruto de la observación de sus propios partos o de otras; la aplicación del sentido común, como por ejemplo, al comparar el cuerpo de la mujer con el de los animales para saber cómo actuar; y en el intercambio oral de prácticas populares. En otros puntos de la geografía española, tal como se recoge en investigaciones referentes a la materia ya citadas anteriormente, estas mujeres se nutrían igualmente solo de la experiencia, observación, y antiguas creencias y prácticas (Álvarez Courel, 2009, p. 56; Amezcua, 2002a; Andina Díaz, 2002, 2003a, 2003b; Fernández García, 1995, p. 234; González Solano, 2011; Linares Abad et al., 2005; Pereira Poza, 2001, p. 75), aunque resaltamos dos excepciones documentadas, dos parteras que contaban con un papel, expedido por el facultativo de sus localidades, una autorización para realizar labores auxiliares de administrar inyectables (Andina Díaz et al., 2015) y asistir partos (Linares Abad et. al, 2005), habiendo sido instruidas previamente por el practicante y médico respectivamente, y contando en uno de los casos incluso con manuales de consulta cedidos por el sanitario. Esa especie de preparación basada en la experiencia, así como en la transmisión oral de conocimientos, se repetía en parteras de comunidades nada cercanas como las andinas bolivianas (Arnold et al., 2002, p. 34-36), o mexicanas (Romero Zepeda, 2013, p. 115-118) por poner dos ejemplos. Ante la ausencia de formación específica, el pilar teórico presente en estas féminas, a nivel general, entendemos, era la escuela. No olvidemos que en aquellos tiempos esta era prácticamente la única agencia de introducción de la cultura escrita para la población. Si

65 bien la tasa de alfabetizados129, rondaba a nivel estatal el 83% en el año 1950 para el rango de edad comprendido entre los seis y los 30 años, que es el que nos ocupa (De Gabriel, 1997), en la zona de nuestro estudio era previsiblemente menor, condicionada por aspectos de índole social, cultural y económico que después veremos130. La educación básica en estas décadas 131 estuvo marcada por los principios conservadores, católicos, nacionales y tradicionales que ordenaba la dictadura franquista gestionada a través de la Iglesia, la Falange y las JONS (Cantón Mayo, 2001, p. 510; De Haro Oriola, 1999, p. 125-141; Gaitero Alonso, 2001, p. 153). La escolarización era obligatoria por entonces, y la mayoría de las poblaciones, por pequeñas que fueran, contaban con centros destinados a tal fin. En esta subcomarca había Escuelas Nacionales en prácticamente todas las localidades, como ya vimos. Pero, a pesar de ello, y al igual que ocurriera en otras zonas rurales de la provincia, la asistencia a las aulas no era continua. Los más pequeños de la casa eran una mano de obra importante para las tareas en la unidad familiar, y acudían a clase, por tanto, de manera irregular. Era habitual que los críos no fueran al colegio a partir de marzo, para cuidar del ganado o realizar tareas agrícolas, así como esporádicamente para otras labores. Por otra parte, la ausencia periódica de los maestros en los centros rurales no era un hecho aislado en León (Cantón Mayo, 2001, p. 496). Estos altibajos repercutirían obviamente en los conocimientos adquiridos por los pupilos y en su aplicación posterior a su vida. El impacto que la educación general básica pudo tener sobre las entrevistadas a la hora de desempeñar su labor de parteras, a la luz de los testimonios, fue mínima. La utilización de la cultura escrita promovida en esos centros no sentó, según parece, precedentes para aplicarla al campo de actuación del nacimiento, porque, como comentamos al comienzo del apartado, la formación de estas parteras aficionadas estuvo cimentada en la práctica, en la observación, en la aplicación del sentido común y la trasmisión oral de saberes, pero exenta, en apariencia, de teoría. Salvo alguna excepción, no existía tradición en la utilización de la lectura para ampliar conocimientos, o escritura para verificar, objetivar o teorizar sobre sus actuaciones.

129 Es decir, el porcentaje de personas que decían sabían leer y escribir, recogidos en el Censo. 130 Además, tenemos que añadir a esto que los índices de alfabetización femenina eran menores que los masculinos. Por ejemplo, para ese mismo año 1950, las mujeres contaban con un porcentaje del 81,77, frente al 84,7 masculino (Viñao, 2009). 131 En el transcurrir entre la Ley de Educación Primaria de 1945 y la Ley de Educación General Básica de 1970.

66 Esto determinó, en parte, la nula evolución de esos saberes, dado que la no utilización de la cultura escrita condicionó que no quedara constancia documental de dichas actuaciones, así como la posibilidad de dejar de ser considerados informales, vulgares para pasar a ser reconocidos y valorados. Respecto a la materia que nos ocupa en este trabajo, la salud, decir que la educación escolar por aquel entonces contemplaba las enseñanzas “de limpieza, duchas, baños, aseo de vestidos (…) y cultivo de prácticas higiénicas”132, y ya, de manera explícita, a partir de 1965133, la enseñanza de la higiene en asignaturas generales, en temas como “cuándo y por qué nos lavamos; vestidos: su utilidad e higiene; higiene de la respiración; la piel: su misión e higiene; el aire como fuente de salud”134. A mayores, se manera complementaria en otras asignaturas también se trabajaría este tema135 (De Haro Oriola, 1999, p. 136-140). Además de esos conocimientos obligatorios que pudieron marcar la formación a nivel general de nuestro grupo objeto de estudio, tenemos que considerar las campañas educativas-sanitarias promovidas en esos años desde las esferas de poder, dirigidas a la población femenina en general, tales como cursos, charlas, libros o manuales, puesto que pudieron constituir una fuente de formación alternativa. En todos ellos se instaba a que las nuevas madres desterraran antiguas prácticas y saberes de siempre de su quehacer como puericultoras de su hogar (por considerarse los causantes de las altas tasas de mortalidad infantil), y siguieran las pautas básicas proporcionadas por los profesionales sanitarios (médicos en primera instancia, matronas o puericultoras después), siempre bajo su mirada, impregnadas todas ellas por tintes tradicionales, religiosos y patrióticos. A modo de ejemplo citamos la colección de monografías que se publicaron a nivel estatal, dirigidas a madres y enfermeras Al Servicio de España y del Niño Español, editado entre 1938 y 1964 por la Dirección General de Sanidad (Salazar Agulló, Bernabeu Mestre, Ramos Salas y Galiana Sánchez, 2010). A nivel local, tal como ya detallamos en la introducción, no tenemos constancia de que se impartieran cursos, al menos a través Centro Secundario de Higiene Rural de Cistierna, que era el de referencia en la zona. Todos estos conocimientos propios en materia de salud promovidos tanto en las escuelas como a través de las campañas educativas deberían haber constituido un soporte

132 En asignaturas de Educación Social y en Educación Física. 133 El 6 de febrero de 1953 se publican los Cuestionarios que desarrollaban esta Ley, y que serán aprobados el 6 de julio de 1965. 134 Dentro de las Ciencias de la Naturaleza. 135 En Hábitos y Destrezas, para niños y niñas, y en Formación Familiar y Social, Economía Doméstica, y Enseñanzas del Hogar para niñas.

67 en su formación y consecuentemente en sus actuaciones. El detalle de la huella que pudieron dejar en las gestoras populares de los partos lo mostraremos en el apartado correspondiente a los cuidados proporcionados por estas. En rasgos generales, lo que sí queda claro es que los principios conservadores, católicos y nacionales que acompañaron a estas formaciones sí pudieron ayudar a reforzar la idea naturalizada y biologizada de estos momentos, ese ensalzamiento de la maternidad y del papel de las madres como vigilantes puericultoras, a la par que supeditarla a la sumisión, emotividad, pasividad o capacidad de sacrificio (De Haro Oriola, 1999, p. 46). Si retomamos alguna de las frases expuestas por las propias entrevistadas a la hora de definir a sus vecinas parteras, “una mujer normal y corriente”, “cualquiera”, “como yo si me pongo”, “una obra de misericordia”, “iba por ayudar a la persona que igual lo necesitaba”. Una percepción biologicista de los cuidados en el momento del parto que llevó implícita una marginación social de la mujer, por restringir la igualdad de oportunidades respecto al hombre, al no considerar que estos conocimientos fueran importantes y por tanto no sentaron las bases para avanzar. Pero, lo que no se logró, a pesar de las advertencias de la supuesta malignidad de los saberes y prácticas proporcionados por las mujeres desde el ámbito popular, fue enterrar el rol de parteras improvisadas. Y si a nivel teórico se promulgaba desoír “el consejo de cualquier amiga, vecina o pariente”, a la par que recomendar a las mujeres a ser asistidas en el parto solo “por una persona competente (siempre médico o matrona titulada)”136 (Bosch Marín, 1966, p. 23, 25, 55); en la sociedad objeto de nuestro estudio no hicieron mella tales peticiones, puesto que las parteras y allegadas siguieron siendo las personas de referencia en los cuidados en el momento del parto durante esas décadas.

4.1.1.6. El estatus alcanzado en su comunidad

A través de esta investigación hemos podido comprobar el papel que desarrollaron quince parteras asistiendo los nacimientos producidos en la subcomarca objeto de nuestro estudio. Eran las personas de referencia para toda la comunidad, en primera instancia, lo que refleja la confianza, aprecio y estima que les profesaban sus gentes, incluso los propios sanitarios, un liderazgo especial, desde el plano doméstico. Estas consiguieron con su trabajo, vital, que los partos transcurrieran con normalidad y éxito durante, al menos, esas

136 En este caso no se hacía mención explícita a la asistencia de partera.

68 tres décadas sometidas a análisis, además de manera desinteresada; una labor, por tanto, digna de honores. No fueron personajes pasivos en el devenir histórico, sino que crearon y mantuvieron una red de ayuda informal a la maternidad, paralela a la de los sanitarios, de manera activa y constante, transgrediendo las reglas establecidas desde el ámbito oficial durante años. A pesar de todo, la posición que ocuparon en la sociedad se mantuvo en un segundo plano, el de la humildad y discreción, y no fue diferente a la de otras vecinas de sus localidades. Salvo el hecho de ser recompensadas con algún estipendio, sus gentes no les concedieron privilegio alguno ni gozaron de poder social más que el reconocimiento desde el plano afectivo, que ha llegado a desdibujarse de la memoria de las gentes con el paso de los años. No hemos constatado la existencia ni de publicaciones sobre ellas, ni honores brindados desde los organismos públicos. En este proceso tuvieron que ver diversos factores que determinaron el papel que estas debían ocupar en la sociedad o las oportunidades a las que podían acceder. Estos condicionaron considerar esta labor como natural a su sexo, prolongaron el mantenimiento de clichés anquilosados sobre los cuidados de salud y la esfera doméstica, y retrasaron que se iniciara un diálogo dialéctico deconstructivo imprescindible para construir una nueva realidad de la disciplina enfermera (Siles González, 2005). Si la clave para entender el desarrollo de la identidad y el estatus alcanzado por un grupo reside en la relación entre su saber especializado y el poder que este saber otorga a ese grupo (Cabré i Pairet et al., 2001), en nuestro caso queda claro que un catalogado entonces saber banal, popular, basado en la filantropía, que se transmitía oralmente, influyó claramente en una ausencia de poder social, a pesar de ser imprescindible para el mantenimiento del bienestar familiar y comunitario. Cabría preguntarse hasta qué punto el sexo en este caso determinó las oportunidades sociales que tuvieron estas mujeres. Esa ausencia de reconocimiento de las labores de estas parteras y allegadas no es un hecho aislado. El papel que han desarrollado estas ha permanecido en general oculto en los libros de historia hasta el siglo XX, exceptuando vidas ejemplares de santas, reinas y heroínas (Del Amo Del Amo, 2008). Las sanadoras, por ejemplo, no se mencionaron en la historiografía profesionalizada hasta finales del XX, solo en casos puntuales o para descalificar sus prácticas frente a las de los médicos (Cabré i Pairet et al., 2001). Por ello, no es de extrañar que otras parteras de otros territorios corrieran igual destino y gozaran de visibilidad social tan solo una vez sacadas a la luz investigaciones sobre ellas. Así, en el

69 ámbito nacional encontramos publicaciones como las de Amezcua, 2002a; Andina Díaz 2002; Andina Díaz 2003a; Cara Zurita, 2003; González Solano, 2011; Linares Abad et al., 2005 o Urmeneta Marín 2005, entre otras, si bien en una de ellas se manifiesta cómo la partera obtuvo reconocimiento, siendo invitada a formar parte de la plantilla de enfermeras en un centro hospitalario (Andina Díaz et al., 2015). Décadas después, otras también han sido rescatadas del olvido por medio de biografías, con sentidos homenajes preparados por sus gentes, placas conmemorativas, o habiendo visto como su nombre formaba parte del callejero local137. Asimismo, este trabajo nos ha servido para sacar a la luz el rol de gestora de los alumbramientos ejercido por familiares y vecinas, tan solo diferenciado del de parteras en el número de partos asistidos, inferior, y consecuentemente en su menor visibilidad. Aunque las investigaciones consultadas sobre otros puntos de la geografía española no mencionan esa figura de las allegadas explícitamente, pueden entenderse dentro del grupo de las parteras, pues al fin y al cabo, como hemos detallado antes, la diferencia entre unas y otras, en nuestro caso, era el número de partos asistidos. Así de hecho definían por el país vecino portugués a la partera, “una vecina más o menos próxima, que por el hecho de haber parido muchas veces adquiría la práctica necesaria para asistir partos” (Pereira Poza, 2001, p. 76). En Bolivia, por ejemplo, reconocían varios grados de partería siguiendo el mismo criterio: mientras las parteras que asistían a nivel regional contaban con mayor reconocimiento, las que lo hacían a nivel local eran “más modestas acerca de sus habilidades” pues tenían “mucho menos experiencia de “hacer dar a luz”” (Arnold et al. 2002, p. 35). Algo parecido a lo que acontecía aquí.

4.1.1.7. Los acompañantes

El parto se desarrollaba en el hogar familiar. Las mujeres que popularmente asistían los partos acudían solas, pero lo cierto es que la parturienta siempre estaba arropada por su red más cercana, la mayor parte de las veces del sexo femenino: madre, suegra, hermanas,

137 Ejemplos de ello se pueden consultar en las siguientes páginas web: http://www.laprovincia.es/gran- canaria/2009/05/29/homenaja-partera/233859.html, http://www.diariosur.es/20140320/local/axarquia/rincon- victoria-homenajea-partera-201403202050.html, http://carmenlapartera.blogspot.com.es, http://www.elcomercio.es/20100201/bajo-nalon/partera-esteban-pravia-20100201.html, http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/villadepalos-dedicara-sus-calles-florinda-cuadrado_832916.html, http://www.lanuevacronica.com/el-club-mas-selecto.

70 tías, primas y alguna vecina que, como bien contaba una de las entrevistadas, iban “a ver cómo va, a hacerte compañía” (E19), a cubrir necesidades tales como la comunicación o la tranquilidad138. La comunidad adquiría protagonismo en las actividades del día a día, participaba en las labores del campo, intercambiaba alimentos, colaboraba en la crianza de los más pequeños, y servía de auxilio y sustento moral. La maternidad era vivida como un fenómeno social, y por tanto era habitual ese reclamo de familiares directos y allegados para que le acompañaran y participaran en el alumbramiento, así como en los días posteriores ejerciendo de cocineras, visitadoras, cuidadoras o nodrizas. Un rol frecuente también en otras lindes de la provincia (Andina Díaz et al., 2015; Cordero del Castillo, 1978), Galicia (Pereira Poza, 2001, p. 75), Asturias (Fernández García, 1995, p. 234) o Andalucía (González Solano, 2011; Linares Abad, Gálvez Toro y Linares Abad, 2002), en el que se evidenciaba igualmente como la familia (y conocidos) era la institución primaria que se encargaba de satisfacer las necesidades básicas de sus miembros. Por otra parte, la exigencia de vivir esos momentos iniciales en sociedad contaba con un cuasi-veto encubierto, pues los hombres no era habitual que acudieran a él. Solo tres de las mujeres recordaban haber estado con su suegro, algún hermano o tío (E1, E6, E22). Tan solo el marido, en ocasiones, y dependiendo un poco de si las circunstancias laborales se lo permitían y de si estaba receptivo, jugaba igualmente un papel activo aportando protección o fuerza: “Mi marido o estaba trabajando o no le apetecía mucho” (E1) “El marido estaba cuando estaba en casa (...) antes había ganado y había que atenderlo” (E12) “Mi marido en la cama durmiendo, no lo llamé, para qué, estaban allí las mujeres que eran las que (…)” (E15) “El marido andaba por ahí pero decía que no quería ver nada” (E22) “Solía estar el marido porque ella era pequeñina (la partera) y no podía (librarla)” (E23) A los hermanos pequeños y a los niños “o les mandaba a algún sitio o les llevaba a la cama” (E18), “donde la abuela (…) a otra casa” (E19), “hala, salir para allí que va a venir la cigüeña” (E25).

138 Necesidades descritas en las teorías de Nightingale y Henderson (Siles González et al., 1998).

71 Eso mismo reflejaban diversos trabajos desarrollados en otros lugares a nivel nacional (Amezcua, 2002a; Cara Zurita, 2003; Montes Muñoz, 2007, p. 37). La justificación a tal restricción masculina la podemos encontrar en la mentalidad patriarcal de aquel entonces. El propio acto de dar a luz, en el que se debía descubrir el cuerpo, el sexo, y mostrar además el sufrimiento, culturalmente no eran de incumbencia masculina. Y así pues, igual que la mujer se había posicionado como la gestora principal en la atención en el momento del parto, tal como presentamos, lo hacía aquí igualmente como acompañante. Papeles, en ambos casos, atribuidos al sexo femenino por condicionamientos biológicos, pero también sociales y culturales. Como dato curioso, señalar que el parto de mujeres solteras siempre debía desarrollarse en presencia de algún testigo que pudiese dar de cuenta de ello, por si ocurría cualquier eventualidad: “Tenían que buscar testigos mientras estaban dando a luz por si acaso lo mataban o algo (al recién nacido). En un pueblo hace años, lo dice una copla de allí (…) una mujer que estaba en estado y no había dicho nada, cuando se puso para dar a luz la madre del crío dijo “nada más que nazca el crío la envuelven en mi chaqueta y la suben al desván que allí se muera de frío”. La cosa que no se libraba después, se iba en sangre, entonces es cuando llamaron al de Puente (al médico de Puente Almuhey) que dijo “yo aquí no hago nada, llamen al médico de Almanza. Esto ha sido alumbramiento, ¿dónde está la criatura?”. Los dos médicos llamaron al guardia (guardia civil) y registraron la casa y lo encontraron muerto” (E23)

72

4.1.2. Personajes pertenecientes al ámbito profesional

Para finalizar, mencionamos al personal sanitario titulado: médicos, matronas y practicantes. Como ya vimos, en esas décadas la generalización de la asistencia a través de la Seguridad Social aquí fue muy paulatina, y la mayoría de las personas tenían que estar igualadas para poder hacer uso de sus servicios, tal como quedaba reflejado en los testimonios recogidos: “En los años sesenta empezaba entonces la Seguridad Social, pero muy poco, porque como eran autónomos y tenían pocas tierras no se apuntaban porque tenían que pagar. No había Régimen Agrario tampoco por lo mismo. El médico cobraba un tanto anual por atender a la gente. El ayuntamiento tenía la Casa de Pobres (…) les daba un dinero a los que se apuntaban a la Casa de Pobres (...) estaban todos muy unidos, si hacías una cosa, eso, que se enteraba el alcalde que no la debías de hacer enseguida te llamaba la atención. El médico les hacía una receta en un papel blanco, se la llevaban de la farmacia y a final de mes el ayuntamiento pagaba a la farmacia” (E3) “La gente de aquella estaba avenida, entonces en grano se les pagaba” (E5) “No había consulta, iban a una casa a ponerle la vacuna a los chiquitos y sacaban las sillas del comedor así, se llenaba la cocina, y les pinchaba a todos (…) tenían una pizarra colgada, y venían y cogían los avisos e iban a visitar (…) cogían los avisos para el médico, cobraban para el practicante, para el médico, para el veterinario, para todos cobraban” (E8) “Se le pagaba mensualmente (...) no había Seguridad Social. Se iba a Almanza (...) si había alguno malo subía (...) venía una vez al mes a mirar la tensión y eso” (E9) “Cuando yo tuve el primero tampoco había Seguridad Social (...) estábamos igualados con el de Almanza, le dábamos una fanega de trigo al año” (E17)

73 “No había consultorio, venía por los pueblos visitándonos (…) no había Seguridad Social y había que ir a Cistierna o Almanza. Se le daba al año trigo y así se le iba pagando, pero la consulta había que pagarla aparte” (E20) Algunas mujeres que habían sido asistidas por sanitarios en sus partos aseguraban que esta avenencia daba derecho a la atención en el nacimiento, mientras que otras recordaban haber tenido que pagar aparte por ello: “No había que pagarles ni nada por atender el parto” (E1) “Cuando di a luz, a mí no me cobró nada (el médico)” (E8) “Ojo, cobraban por atender partos, no entraba en la avenencia (…) lo que dábamos de la fanega de trigo no entraba, así que no siendo a la final, a no ser que estuviera muy mal, no se les llamaba” (E17) “En el primero tuvo que venir un médico que había en Cistierna porque no me libraba. Entonces pagamos 3.000 pesetas por la visita” (E20) Las respuestas dadas por algunas entrevistadas apuntan también a una falta de confianza o poca atención que prestaban algunos titulados: “Casi ni me miró (…) me decía “viene rápido”, y estuve cuatro días de parto (…). Me dijo “viene bien” y venía de pies” (E1) “Total, no me hizo nada, no me tocó para nada, cuando llegó ya había nacido” (E19) Lo cierto es que los sanitarios apenas eran reclamados para tal labor, salvo que surgiera alguna complicación que las asistentas populares no pudieran solventar, o por haberlo aconsejado previamente el facultativo: “Estuve toda la noche con muchos dolores (…) lo pasé mal (…) vino el practicante, entendía mucho, era muy buen practicante. No me hizo nada porque ya había nacido. Lo llamamos porque había fallecido la partera” (E4) “Yo fui a consultar a León, (con un seguro privado, la Unión Previsora) me dijo que venían dos, que uno venía bien, pero el otro no, pero si había buen médico de cabecera, sí él se comprometía podía dar al luz en casa y sino pues que fuera a León (…) el médico de Almanza vino y dijo que sí, que él lo atendía” (E7) “El primero, como era primeriza, pues vino el médico que estaba en el pueblo, el primero decían que era un parto seco, que eso cuesta más trabajo” (E8) “Y si veía que la cosa no venía bien es cuando avisaba al médico” (E13)

74 “Llamamos al practicante y me dijo “uy, esto todavía (…)”, no habían pasado ni diez minutos y nada más marchar le tuve. Para librarme sí vino el practicante” (E14) “Yo si viene mal no cojo, era lo primero que decía la partera” (E16) “El practicante (…), total, no me hizo nada, cuando llegó ya había nacido” (E19) “No había dilatado ni nada, tuvo que estar hasta que dilaté, vino el médico y la partera de pago (matrona) (…) primero vino él y después vino ella, por separado. (El médico) nada más dijo que no era todavía hora (...) se fue y luego vino la partera (la matrona), y esa estuvo hasta que nació. No me hizo nada, porque estaba ella también para dar a luz, a los dos días dio a luz, estuvo acostada en la cama hasta que vio que iba a nacer (...) empecé a las diez de la noche y estuve hasta el día siguiente a las doce de la noche (...) estuvo un rato, me miró y eso y nada, dijo hasta que vaya a nacer no se puede hacer nada, estuvo acostada, cuando iba a nacer pues se la llamó y ya” (E21) “Cuando lo veía mal le decía “llamar al médico”” (E25) “Si se ponían malos o eso llamarían al médico porque ya de medicinas y eso no sabía” (E26) Hasta tal punto se confiaba en el hacer desde el ámbito doméstico que “incluso una señora, sobrina del médico, pues qué va, iba a la abuela (la partera)” (E5) cuando ella dio a luz. Los facultativos eran sabedores de esta tradición, y mientras unos permanecían al margen y les dejaban hacer, otros marcaban claramente las funciones y distancias: “No quería más que asistiera cualquiera en vez de venir él” (E1) “No quiero parteras, atiendo yo” (E3) “Los médicos ni se metían ellos en nada” (E23) “Bien, estupendamente, con ella nunca se metieron para nada, el médico contento, no tenía que venir él. La llamaban a ella, si ella decía de llamar al médico llamaban al médico. El médico ya sabía que había sido (…)” (E24) “Yo sé que un médico de Almanza, la dijo “tú cuando te llamen, ve”, de eso sí me acuerdo, porque en vez de subir él no subía (…) “cuando eso vete que no te voy a denunciar ni nada, me haces un favor a mí, en vez de venir yo vas tú”” (E25) Sin embargo, no consta que hubiese denuncias en ningún caso.

75 A pesar de ello parece ser que alguna partera, consciente de la situación, prefería pasar desapercibida: “Cuando era el caso mandaba a los familiares de la parturienta a por el material necesario para asistir el parto a la farmacia, ella nunca iba” (E3) “Igual venía el médico y decía “y quién ha atendido a esta señora”, “pues nadie, ha parido ella sola”, porque ella no quería (…). El médico ya sabía que ella había atendido a esa señora y que estaba en perfecto estado” (E24)

4.1.2.1. Cuándo eran reclamados

Los médicos, matronas y practicantes, primero de manera privada mediante el sistema de igualas y después desde el sector oficial, comenzaron a dar apoyo paulatinamente a toda la población cuando se generalizó la implantación de la Seguridad Social. En su camino se tropezaban con diversas dificultades en el desempeño de su trabajo: falta de recursos materiales y humanos, escasa retribución económica, dependencia de unos (auxiliares) para con otros (facultativos), o intromisiones en sus tareas y/o en sus zonas geográficas por parte de otros colegas o de vecinos139, así como las propias de la zona con comunicaciones deficientes entre pueblos, carencia de agua corriente y suministro de electricidad tardío, lo que pudo condicionar una falta de motivación por parte de estos para desempeñar la asistencia sanitaria en el momento del parto, y un hacer la vista gorda a las atenciones que se venían desarrollando en el entorno de los pueblos de manera paralela. Por otra parte, este establecimiento definitivo de la Seguridad Social se produjo escalonadamente en la comarca. Las gentes de este territorio, recordemos, contaban con un médico y un practicante (que hacía las veces de matrona) en cada una de las tres mancomunidades existentes, Almanza, Villaverde de Arcayos y La Vega de Almanza. Además había un ginecólogo a cargo del SOE en la capital de la comarca, Sahagún, y otro en Cistierna, localidad cercana, cabeza de partido del Distrito de Riaño, y al que acudían en ocasiones las habitantes de esta zona, por cercanía. Asimismo, en este último pueblo había un Centro Secundario de Higiene. Pero, en 1950 había todavía unas 600 familias en la zona objeto de nuestro estudio que pagaban entre 90 y 140 pesetas anuales en régimen

139 De todo ello constaban denuncias tanto del colectivo médico como de los auxiliares en esta zona.

76 de iguala, por no estar incluidas ni en el Seguro Obligatorio de Enfermedad ni en la Beneficencia Médica. Por tanto no toda la población contaba con asistencia gratuita, y la que estaba avenida desconocía igualmente las prestaciones. Había cierto desconocimiento entre las gentes, a tenor de los testimonios que acabamos de presentar, sobre si podían llamar a los profesionales para que les asistieran en sus partos, y si debían pagar por ello. A esto tenemos que añadir el peso que la tradición tuvo aquí ya que estas gentes consideraban el alumbramiento como un fenómeno natural y fisiológico, así como su cuidado, asociándolo a la mujer, al hogar, y a la buena voluntad, como había acontecido toda la vida, y por tanto exento de asistencia especializada. Todo ello contribuyó a que los sanitarios desempeñaran un papel secundario en esos años en la zona, y que sus servicios fueran solicitados tan solo en casos en los que surgía alguna complicación que las asistentas populares al parto no pudiera solventar, o por recomendación facultativa. El panorama vivido a nivel estatal, a tenor de los trabajos recopilados, se terció similar. En ellos también se hacía mención a factores variados como los causantes de la existencia paralela de parteras y sanitarios en esos años de transición (Amezcua, 2002a; Andina Díaz, 2002; Andina Díaz, 2003a; Andina Díaz et al., 2015; Cara Zurita, 2003; González Solano, 2011; Linares Abad et al., 2005; Urmeneta Marín, 2005), si bien en nuestra investigación se incide en la clara elección de las primeras. Precisamente respecto a esa ventaja tomada por las mujeres desde el sector popular a la hora de asistir partos, resulta paradójico el que fueran estas las que, en caso de complicaciones, no se atrevieran a intervenir y reclamaran la presencia de los sanitarios para que aplicaran sus conocimientos. Este hecho evidencia cómo se iba fraguando en las mentes más populares de nuestro estudio ese discurso patologizante comenzado a principios del siglo XX en aras de la profesionalización de la maternidad, que pretendía eliminar las conductas populares en torno al nacimiento por considerarlas las causantes de las altas tasas de mortalidad infantil y sustituirlas por otras, siempre de la mano del saber médico. Un discurso que tuvo como consecuencia, independientemente de los innegables avances en la disminución de los fallecimientos de madres y niños, entre otras cosas, un desplazamiento y pérdida progresiva de la validez de la experiencia biológica maternal a través de las voces femeninas, en favor de unos conocimientos científicos procedentes de la medicina, masculinos.

77 Así pues, como vemos, las gestoras domésticas comenzaron a perder la confianza en sus actuaciones y a solicitar la ayuda puntual de los sanitarios, poniéndose en sus manos, despojándose de sus conocimientos. Estos hechos fueron asumidos como normales para ellas y para las parturientas, aquí y en otros territorios (Andina Díaz et al., 2015; González Solano, 2011; Urmeneta Marín, 2005), y formaron parte de esa transición hacia la medicalización a la hora de nacer. Y, los factores sociales, culturales, sanitarios o ideológicos que habían posicionado en primera instancia a las mujeres como las principales gestoras de estos momentos, desde un ambiente popular, luego fueron desplazándolos, por los sanitarios.

4.1.2.2. Su posición social

Hablando ahora de las situaciones excepcionales en las que eran reclamados los sanitarios, si bien confirmamos140 el ejercicio de tres médicos y tres practicantes en las tres jurisdicciones sanitarias de la zona, quienes acudían realmente a casa de la parturienta en esos casos de necesidad eran los primeros. Solo en contadas ocasiones las entrevistadas recordaban haber recibido los servicios del practicante (o de la matrona), previa venia del doctor. Recordemos que oficialmente a partir de 1948 las matronas pasaban a ejercer una actividad auxiliar facultativa, viendo mermadas considerablemente sus competencias: los partos distócicos serían tarea exclusiva de los licenciados, y los normales igualmente, de ellas solo bajo su dirección. En la subcomarca además no se contaba con ellas141, tal como se había establecido por ley que ocurriera a partir de los años cincuenta en poblaciones de menos de 1.500 habitantes. Eran los practicantes los que tenía que desempeñar las funciones inherentes a estas, con apenas formación al respecto, pocos incentivos para lanzarse a hacerlo, y una rígida subordinación con respecto al médico, por lo tanto, entendemos su escasa participación en el acontecimiento y el protagonismo de su superior como gestor del parto. En poblaciones cercanas y con mayor número de habitantes, tales como Sahagún y Cistierna, sí nos consta la existencia de plazas específicas de comadronas, de hecho había tres para las dos localidades, frente a dos practicantes. No tenemos registro de su actividad

140 A través de los testimonios orales y de las fuentes archivísticas. 141 Aunque una de las mujeres entrevistadas recordaba haber recibido las atenciones de una matrona, desplazada desde Cistierna, por pertener su pueblo a dicha demarcación.

78 aquí, tan solo la del parto de una mujer residente en un pueblo perteneciente a nuestra subcomarca, colindante con Cistierna. Es esos núcleos mayores su aparición se presuponía similar quizá al mostrado en otros puntos rurales del centro y sur peninsular, en los que las actrices principales a nivel profesional sí eran ellas (Alemany, 2007; Amezcua, 2002a; Linares Abad et al., 2005). Pensamos que quizá una mayor presencia de matronas en nuestro territorio hubiera supuesto otro pilar más para que esta microsociedad se cuestionara que realmente las mujeres servían para algo más que para aquello que la tradición les tenía reservado, asistir partos innatamente, como se traduce de los testimonios, y habría impreso valor y poder social (mejora de su estatus) a las gestoras del momento del nacimiento, parteras primero, comadronas después. Haber contado con más mujeres sanitarias habría ayudado en la lucha dialéctica de tomar conciencia del arte de partear, de su posicionamiento y de su desarrollo. Otro hecho a resaltar de los sanitarios que asistían en el parto era su sexo, masculino mayoritariamente, en una labor que, como vimos anteriormente, era tildada por las propias entrevistadas como naturalmente femenina, y que, profesionalmente, había estado ligada en sus orígenes a ellas. De todo el cuadro de médicos y practicantes de la subcomarca nos encontramos tan solo a dos mujeres (practicantes) frente a 23 hombres (médicos y practicantes). Las entrevistadas dieron a luz con la colaboración siempre de varones (médicos y/o practicantes), salvo en el caso párrafos arriba comentado. El sexo mayoritario en las profesiones de medicina y practicante era el masculino. Por una parte hasta finales del siglo XIX las féminas permanecieron excluidas del acceso a profesiones de base universitaria, por lo que la incorporación de estas en las listas de médicos se fue produciendo de manera paulatina a lo largo del siglo siguiente, y por otra, desde la creación de la titulación de practicante, había sido una profesión de varones. En cuanto a las matronas, profesión prácticamente femenina en esa época, las limitaciones para trabajar en las zonas rurales y en sus actuaciones había minado su presencia aquí, añadiendo otras restricciones generales per se de las mujeres para acceder a un trabajo asalariado, tal como la excedencia forzosa por matrimonio (Alemany, 2007; Del Haro Oriola, 1999, p. 60). Consecuentemente en este territorio la mujer no contó apenas con representación profesional para poder ocuparse del momento del parto, y por tanto tampoco pudo gozar de poder como lo hicieran los varones.

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4.1.3. Sobre las relaciones que establecieron entre ellos y el final de sus actuaciones

Las relaciones establecidas eran, a tenor de los testimonios con los que contamos, armoniosas. Cada grupo, popular y profesional, conocía de la existencia del otro, aceptaba y respetaba el mapa de actuaciones que se había establecido en su comunidad, en el que primaba la tradición. En rasgos generales, los sanitarios apenas tenían trato con las parteras y allegadas, si bien muchos, como vimos, reconocían públicamente que estas les hacían un favor. Este era un sentimiento manifestado igualmente en otras investigaciones, en las que además se afirmaba la doble recompensa con la que estos contaban, pues recibían además igualmente la correspondiente remuneración económica por atender el parto (Alemany, 2007; Linares Abad et al., 2008). Esas autorizaciones tácitas brindadas por los facultativos, al igual que otras, escritas, que acontecieron en otras partes (Andina Díaz et al., 2015; Linares Abad et al., 2005), representaban esa tolerancia de facto de unos y otras. Y es que, a pesar de la diversidad, aquí como en otras zonas la simbiosis entre ambos era la tónica dominante (Amezcua, 2002a; Andina Díaz, 2002, Andina Díaz et al., 2015; González Solano, 2011; Urmeneta Marín, 2005). No obstante, tenemos que mencionar como en algunos trabajos de la misma época se recogían desavenencias entre sanitarios y parteras. En investigaciones como las de Linares Abad et al. (2008) o Linares Abad, Moral Gutiérrez, Álvarez Nieto, Grande Gascón y Pancorbo Hidalgo (2012), practicantes y matronas, amparados por Colegios de Auxiliares Sanitarios, denunciaban el intrusismo sufrido por parte de mujeres desde la esfera doméstica porque suponía una amenaza a su trabajo en particular, a su fuente de ingresos, y a la salud pública en general. Además, apostillaban que los médicos eran los primeros interesados en erradicar el trabajo de parteras y preferir el de matronas (Alemany, 2007; Linares Abad et al., 2005). A nivel provincial, tal como reflejamos ya en la introducción, constatamos, según las fuentes archivísticas con varias denuncias efectuadas

80 por matronas de diversas localidades de la provincia en los años cincuenta en base a esas mismas razones. A nivel local no encontramos ninguna queja por escrito que hiciera mención a la mala relación entre los titulados y las parteras domésticas. Tan solo una entrevistada mencionaba haber escuchado la incomodidad que sentía cierto sanitario con la partera142, por lo que había solicitado que esta no realizara más asistencias, petición por otra parte que no se respetó. El colectivo que veía peligrar sus competencias y su fuente de ingresos por la labor de las parteras era el de los auxiliares sanitarios, pero su escasa participación aquí143 pudo influir en esa no constancia de quejas al respecto. Por otro lado, además, el que fueran los médicos los encargados en primer lugar de atender los partos quizá contribuyó a esa tolerancia en la relación de conveniencia manifestada entre el sector popular y el profesional, tal como han apuntado ya otras investigaciones, y reafirmaban nuestras entrevistadas. Ese trato cordial médico-popular pudo interferir de manera secundaria, al igual que los otros fenómenos analizados antes, en la permanencia de las parteras en la esfera del parto hasta la institucionalización del mismo. Por los testimonios recogidos parece ser que el abandono de las parteras y allegadas del escenario de la asistencia de los partos se produjo en la década de los setenta, como consecuencia de la institucionalización del mismo. Este hecho desplazó el lugar donde dar a luz del propio hogar al hospital, las parturientas comenzaron a acudir a los sanatorios ubicados en la capital lejos de sus localidades, y las mujeres que desde el ámbito doméstico atendían los partos, dejaron de ser solicitadas para ello. En trabajos llevados a cabo en otros puntos de la geografía española se constata que este proceso fue paulatino y parejo en el tiempo, y parecido en cuanto a la forma (Alemany, 2007; Andina Díaz et al., 2015; Linares Abad et al., 2005). Por otra parte, salvo algún caso puntual, las respuestas de las entrevistadas reflejaron el conformismo que estas y sus vecinas manifestaron en esos últimos tiempos ante la nueva situación, rindiéndose ante el mapa de los cuidados en el que no había lugar al rol tradicional, acatándolo como lógico, inherente al progreso y favorable para ellas. La ausencia de añoranzas estuvo también presente en las investigaciones citadas en el párrafo

142 “No quiero parteras, atiendo yo” (E3) 143 Pues no había plaza de matrona en la zona, y los practicantes si apenas actuaban en el acto por la subordinación a la que estaban sometidos por parte de los médicos.

81 precedente. En algunos apuntaban de hecho a que este cambio fue vivido con alivio, por el sacrificio y responsabilidad que suponía asistir partos (Andina Díaz et al., 2015). Ese olvido selectivo caminaba acorde al proceso de socialización que estaba aconteciendo a nivel nacional mediante el cual la madre perdía el control sobre su maternidad, en favor de la medicalización y la tecnificación. Han sido muchas las estudiosas desde un prisma antropológico, histórico o sociológico las que han abordado esta materia, como citamos ya en la introducción: Susana Narozsky (1995), Mary Nash (1984), Teresa Ortiz Gómez (2004, 2006, 2007), Montserrat Cabré i Pairet et al. (2001), Pilar Ballarín et al. (2010), Carmen Domínguez Alcón (1986) et al. (1983), María Cruz Del Amo Del Amo (2008), Isabel De Haro Oriola (1999), Mª Jesús Montes Muñoz (2007), Elixabete Imaz Martínez (2007), Mª Isabel Blázquez Rodríguez (2005) o Mª Luz Esteban (2007). Y, si bien en otros países europeos o latinoamericanos, la anulación del trabajo de las parteras empíricas ha corrido igualmente pareja a la hegemonización del modelo biomédico y hospitalización a lo largo del siglo XX (Cabré i Pairet et al., 2001; Narotzky, 1995; Sadler, 2003, p. 35, 37), no ha acontecido así en todas las sociedades. Varias investigaciones llevada a cabo en la actualidad en comunidades andinas bolivianas (Arnold et al., 2002), indígenas colombianas (Bueno Henao, 2002), o mexicanas (Hernández González, 2012; Gobierno Federal de México, 2008; Romero Zepeda, 2013) por mencionar algunos ejemplos, muestran como, a pesar de la llegada de los sanitarios a sus territorios, en muchos casos, con asistencia gratuita, las parteras tradicionales no han abandonado el campo de los cuidados maternales, y siguen suponiendo un recurso de innegable valor. De hecho, en Perú y Bolivia casi la mitad de los partos acontecidos en sus territorios en el año 2001 seguían estando en manos de personal calificado como no cualificado (Sadler, 2003, p. 24). Es decir, que variables sanitarias, pero también de índole social, cultural, sanitario o político determinaron finalmente en nuestro territorio, así como en otros, el cambio en la gestión de los cuidados en la maternidad.

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4.2. Marco funcional

4.2.1. El hogar

Teniendo en cuenta el concepto natural que se tenía por entonces del momento del parto, de las gestoras implicadas en ello y de su espacio de sociabilidad, el lugar donde se desarrollaba el nacimiento no podía ser otro que el hogar. Tal como nos resumían las entrevistadas, su propia casa, y en caso de que estas no contaran con ella, la de sus padres o suegros: “En el primero en casa de mi suegra (…) en el segundo en casa de mi padre (…) después ya en mi casa” (E1) “Los primeros en casa de mi madre, después en mi casa” (E7) “En el primero en casa de mi padre (…) mi marido estaba con sus padres, tenían hacienda que atender” (E12) “En el primero (…) vivía en casa de mis padres” (E14) El hecho de que la pareja tuviera que compartir techo con el de uno de sus progenitores una vez consumado el matrimonio, y por tanto ser el sitio en el que ella diera a luz, no era un acontecimiento extraño por esta zona. De hecho, podría ser interpretado como vestigio de un viejo hábito leonés que ya a finales del siglo XIX se mencionaba en la comarca que nos ocupa, Sahagún, llamada matrimonio visita o de visita. Este consistía en que marido y mujer habitaban por separado, cada uno en casa de sus respectivos padres, hasta que su situación económica familiar les permitía construirse una propia e independizarse. En otras ocasiones, ambos se trasladaban a vivir al hogar de los padres de ella; él seguía acudiendo a trabajar durante el día a la hacienda paterna, y solo se juntaba con su esposa para dormir (Alonso, 2001, p. 601; Caro Baroja, 1977, p. 204). Una costumbre habitual en las sociedades matrilineales, curiosamente, y que también estuvo

83 presente al menos hasta mediados del siglo XX en la cercana provincia de Burgos (Roque Alonso, 2008, p. 171). Dentro del hogar, la estancia del alumbramiento era frecuentemente la cocina, al lado de la lumbre (E1, E4, E6, E7, E8, E9, E12,13, E14, E16, E18, E19, E20, E21, E22, E23), justificándolo así algunas de ellas: “En la cocina, cuando fui a la cama iba ya limpia” (E14) “En la cama se manchaba mucho y había que lavar mucho” (E15) “A lo caliente, que ahí no se enfriaba nada” (E16) Decir, al respecto, que si bien en alguna literatura hemos encontrado relación con antiguas creencias supersticiosas (Andina Yanes, 1996, p. 4) lo cierto es que en este caso lo justificaban simplemente porque aquí contaban con unas condiciones mejores de temperatura e higiene, el habitáculo más caliente de la casa, y porque tratándose de un hecho extraordinario en el que se manchaba mucho, era de más fácil limpieza posterior. Se cubrían así dos necesidades básicas, las de calor y limpieza144. La elección de este lugar era común desde tiempos inmemoriales en esta provincia (Casado Lobato, 1992, p. 15). Según estudios llevados a cabo en comunidades vecinas, como Galicia, también era habitual el uso de este espacio y argumentos. En cuanto a la temperatura, justificaban que la cercanía del calor de la lumbre facilitaba la dilatación de cuello del útero de la parturienta. Por otra parte, dada la suciedad que se provocaba en el acto del parto, decían que era más fácil echar paja que protegería de los fluidos emitidos. Algo común también en territorios como Irlanda del Norte, en los que precisamente utilizaban la frase “she is on the straw” para decir que se encontraba de parto (Pereira Poza, 2001, p. 73). Justamente, en esta investigación gallega se apuntaba además a otra teoría: dado que lo más frecuente era parir de pie, en la cocina se encontraban las cadenas de hierro de las que se cuelgan los calderos (“gramalleira” en gallego, “llares” en castellano), en las que las mujeres se podían agarrar para servirles de apoyo y ayuda en la expulsión de la criatura. En ciertas comunidades indígenas de Sudamérica, en la actualidad, se sigue utilizando esta estancia, como afirmaban en una de ellas, “por su calor agradable” (Arnold et al., 2002, p. 62; Bueno Henao, 2002) Las posturas utilizadas por para favorecer el parto, al igual que ya habían apuntado otros autores provinciales (Andina Díaz, 2002; Casado Lobato, 1992, p. 15), eran variadas:

144 Cuidados relacionados con la biología, según Nightingale (Calor/limpieza), Henderson (Temperatura corporal/limpieza) o Malinowski (Bienestar corporal/higiene) (Siles González et al., 1998).

84 “De cuclillas” (E1) “En el escaño, de pie, como me parecía” (E6) “De pie (...) para echar la placenta me eché en este banco (escaño) (…) con el médico encima de una mesa” (E8) “Como podía” (E12) “El marido se ponía así y yo me ponía así sentada encima de él, como me dijeran” (E13) “En la cocina, en el suelo, en pleno enero (...) había dos bancos en la cocina y se conoce que es que había que estar así un poco como para abajo (...) yo sé que me tuvieron allí en una taja, madre mía. En el segundo ya lo tuve en la cama yo, no tuvo que ayudarme nadie, me agarraba así” (E14) “Echada, tripa arriba (…) ponía las piernas, en vez de rectas, arqueadas” (E18) “Según pillara. En el primero yo sobre las piernas de (su marido), teniendo así por la espalda para que los dolores tan fuertes (…) en otro en la cama, si era de hierro te agarrabas, sino quien estuviera allí” (E19) “De rodillas” (E22) “De pies, como los animales” (E25) Lo mismo acontecía en otros países europeos, asiáticos, africanos o americanos (Bueno Henao, 2002; Gobierno Federal de México, 2008). En ellos, era la parturienta la que elegía la postura más adecuada para llevarlo lo mejor posible, como así mismo justificaban aquí. En esta investigación no contamos con testimonios que vincularan la elección de una u otra posición con la necesidad de dar a luz en la cocina. El otro lugar utilizado para la ocasión era la habitación (E1, E4, E7, E10, E11, E13, E14, E15, E17, E18, E19, E21,E22, E23, E25). A la luz de los testimonios, este parecía más bien reservado para cuando se necesitaba mayor intimidad: “En la cocina por lo general siempre había gente, pues a la habitación, y allí nada más que estaba yo” (E18) “Como era el mismo día que estábamos vendimiando y tenían que comer, ellas aquí comiendo y la otra (la partera) y yo en la habitación” (E23) “Mi madre, en general en la habitación, me lo decía a mi “cuando tengas algún crío en la habitación, no les tengas en la cocina” (…) porque entonces no ves que también la gente andaba siempre ocultando un niño, me acuerdo” (E25) O cuando las embarazadas eran atendidas por un sanitario:

85 “Me metieron en la cama porque pasó el médico a verme” (E22) En todos ellos la posición de litotomía era la elegida. En otros puntos de León, Granada, Cádiz o Asturias contamos con investigaciones que apuntaban a este como el lugar más recurrido para asistir el parto (Andina Díaz et al., 2015; Cara Zurita, 2003; Fernández García, 1995, p. 234; González Solano; 2011), y en todos la parturienta se colocaba horizontalmente. La postura ginecológica es algo que tomaría especial interés después en la asistencia al parto hospitalario, por facilitar la intervención de los sanitarios. Décadas más tarde sería cuestionada por organismos como la Organización Mundial de la Salud por considerarla nada favorecedora en el trabajo de parto (Chalmers, Mangiaterra y Porter, 2001; World Health Organization, 1985), y, si bien en nuestro país también fue tachada de igual manera (Ministerio de Sanidad y Consumo, 2008), aún se sigue utilizando actualmente. Para finalizar con el tema de las estancias elegidas para el alumbramiento en el hogar, resaltamos un hecho curioso: teniendo en cuenta el movimiento higienista y educativo más frecuente en la época, resulta llamativo comprobar como ninguna de las entrevistadas manifestó haber elegido dar a luz en uno u otro sitio por razones de higiene; sino que parían en la cocina.

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4.2.2. El hospital

El traslado de escenario del alumbramiento de la casa de la parturienta al hospital se produjo muy progresivamente a raíz del boom hospitalario (décadas de 1950 y 1960), de hecho, a finales de los años cuarenta, el 94,2% de los partos en España todavía seguía desarrollándose en domicilios. Eso constataba el Dr. Bosch Marín y sus colaboradores en la publicación 270.000 partos. Sus Enseñanzas sanitarias (Bosch Marín, De la Cámara, y Saenz de Tejada, 1950), alegando que así podía ser si el parto se presuponía “normal y la vivienda de la gestante” reunía “un mínimo de condiciones higiénicas”. Al igual que aconteciera en otras zonas (Alemany, 2007; Andina Díaz et al., 2015; Linares Abad et al., 2012; Ruiz de Viñaspre Hernández, 2009), en la provincia leonesa los sanitarios comenzaron a derivar a los sanatorios cada vez con mayor frecuencia hasta lograr que todas las embarazadas dieran a luz en dichos centros, encontrándose amparados por la normativa existente145. No obstante, en esta zona rural en concreto, tal y como contamos en apartados anteriores, y siempre a la luz de los testimonios, no fue hasta comienzos de 1970 cuando las mujeres embarazadas realmente cambiaron de forma generalizada sus casas por los paritorios de la Maternidad vieja, de la Residencia Virgen Blanca, o de las clínicas privadas que tenían concierto con la Seguridad Social. Y, si bien, muchas de ellas al comienzo de los años setenta dieron a luz en la capital, o ayudadas por un médico, en un piso de Cistierna que este tenía habilitado para ello146: “En 1970 ya tuve que ir a León porque no dejaban aquí” (E1) “En 1968 yo ya estaba metida en eso de Agraria y entonces me corrían todos los gastos, podía ir gratis a León a dar a luz. Quise también que me atendiera el médico de cabecera, se lo dije, y me dijo que no, que ni a mi ni a ninguna más iba a atender en casa (...) me dijo “además ya sabes que eres muy tocada a las hemorragias,

145 El Reglamento de Servicios Sanitarios del Seguro Obligatorio de Enfermedad de 1948 y el Reglamento del Personal Sanitario Local de 1953 fomentaban el internamiento de las parturientas. 146 Al que ya se ha hecho mención al comienzo de la tesis.

87 puede que te metan sangre y yo aquí no tengo” (...) se ve que cogió miedo. Iba a consulta a Maternidad vieja. Podía dar a luz en Virgen Blanca porque acababan de abrirlo pero al final fui a la Maternidad vieja porque ya conocía” (E7) “(Hablando del parto que tuvo en 1966) Me dijo el médico de Almanza “tienes que ir a León porque si te quedas aquí posiblemente haya problemas, que igual te vas”” (E11) “En Cistierna abrió un señor, y nosotros arreglamos los papeles (...) sería de la Seguridad Social porque yo no pagué nada (...) era una casa particular que la abrió él, y tenía una chica con él (...) estuvo poco tiempo, se ve que no le interesaría, no sé si estaría diez años o menos (...) nos lo dijeron y arreglamos los papeles, pues sería igual la médica, la de cabecera a lo mejor nos lo dijera (haciendo referencia al año 1970)” (E20) otras nos contaban como esa esperada generalización de la asistencia maternal no la pudieron disfrutar hasta años más tarde: “El mayor (…) nueve días se me atrasaba (...) yo echaba sangre pero no tenía dolores (...) llamamos al médico y dice “sí, sí, es el parto, para León”, me llevó un señor que ya tenía coche para San Juan de Dios (clínica privada) (…) no tenía dolores (…) fui de pago, era en San Juan de Dios. No estábamos dados de alta todavía en la Seguridad Social y bueno, lo tuve que pagar (año 1972). Entonces ya se iba a León. El tercero, en el 77, ya fue por la Seguridad Social” (E10) “Mi marido tuvo un accidente y mi marido y yo teníamos todavía un pequeño seguro, pero después le quitaron del seguro porque tuvo el accidente y hasta que salió el juicio y todo no podía ir a León ni nada, no tenía cartilla ni él ni yo (…) di a luz en casa (año 1971)” (E22) A los condicionantes sanitarios se juntaron otros que contribuyeron a que se prolongara todavía más si cabe la asistencia domiciliaria. Uno de ellos sería la concepción natural que se tenía de ese hecho, y el consiguiente aferramiento a ese pasado hogareño y familiar. A modo de ejemplo mostramos un testimonio, haciendo mención a 1976: “Con mi hijo el pequeño el médico me dijo “¿ya arregló usted los papeles para ir a dar a luz a León?” digo “no, ni les he arreglado ni les arreglo (...) no les he arreglado para ninguno ni tampoco para este”. “¿Y si viene mal?”; “si viene mal, mala suerte” (E18)

88 Otros, los familiares, económicos, o geográficos. Acudir a la maternidad implicaba que la mujer debía abandonar el hogar durante unos días. Eso originaba en muchas ocaciones inconvenientes a nivel familiar, pues nadie podía hacer frente a las actividades del campo, cuidado de animales y del hogar, que sí podía afrontar si el alumbramiento ocurría en casa. Una razón esgrimida, de hecho, por el Dr. Bosch Marín et al. en el libro antes citado (p. 5) como justificante de por qué se seguía dando a luz en casa. Por otro lado, desplazarse a la ciudad suponía un gasto, porque casi nadie tenía coche y había que contratar un taxi. Además del coste económico que acarreaba, este no siempre estaba disponible, y otras veces, si lo estaba, el viaje se convertía en toda una aventura, por el mal estado de las carreteras de entonces sin asfaltar y con muchos baches, y por las inclemencias meteorológicas en los largos inviernos. Una vez allí seguían los desembolsos, pues en ocasiones había que pagar alojamiento hasta que la embarazada diera a luz. Así lo recordaban, aunque parezca increible, haciendo mención a la década de los setenta: “Me llevó un señor que ya tenía coche a San Juan de Dios. En otro el médico me dijo “cuando se cumpla tu tiempo para León”, y estuve con una sobrina que estaba en una pensión hasta que nació” (E10) “Se echaba a nevar y tuve que marchar porque cogía la nevada aquí y qué pasaba, pues quince días tuve que estar en León pagando una pensión” (E11) Precisamente, el no contar con medio de transporte rápido fue el causante de que una de las entrevistadas tuviera que dar a luz en 1974 en su casa: “Se me había cumplido el tiempo hacía nueve días, pero yo unos días antes había tenido dolor de tripa y bueno, se me pasó, pero yo la culpa de eso la tuve yo cada vez más me dolía. Bajó aquí el marido a Almanza, que antes no había coche ni teléfono, tuvo que bajar en bicicleta a llamar al médico. Cuando llegaron a casa ya había nacido la niña, me vino de repente, dolor sobre dolor y no me dio tiempo a marcharme a León. Estaba esperando el taxi y no llegó” (E10) Algo que hoy en día puede resultarnos sorprendente, dados los avances en materia de comunicaciones que ha experimentado nuestro país en las últimas décadas, pero que no lo era tanto hace tan solo 40 años. De hecho, ese argumento de los problemas que supone el traslado de la madre al hospital en el momento del parto se utiliza para justificar actualmente, en parte, la alta incidencia de partos asistidos en casa por parteras populares de algunas comunidades indígenas rurales mexicanas (Romero Zepeda, 2013, p. 125).

89 Aunque de forma tardía, la ruptura de la costumbre de parir en casa llegó en esa década de 1970. Las mujeres tuvieron que mudar de residencia temporalmente, algo a lo que no estaban acostumbradas en las zonas rurales en aquellas épocas, cambiaron de lugar donde dar a luz (el hospital en vez del hogar), y así como de gestoras y de la asistencia. Todo ello debería haber supuesto un cierto choque emocional en las parturientas que habían parido en su casa con ocasión de los partos anteriores. Sin embargo, salvo un caso, en el resto de testimonios recogimos una aceptación total de esa nueva situación. Algunas de las sensaciones al respecto fueron: “Una cuñada mía que fue a dar a luz a León y me decía, “ay, no se te ocurra ir allí, que no te dejan ni mover”, y yo decía, “como si fuera al matadero”. Me metieron un miedo que para qué (…) “Y para qué te vas a mover, si los dolores los vas a tener igual” (…) me atendieron bien, a mí me atendieron bien” (E7) “Tuve cuatro en casa, pero en el hospital como en ningún sitio (…). Una enfermera me dijo “ay, yo pensé que ya lo traías en el mandil”, me dio una rabia eso” (E15) Y es que, esa transformación del marco funcional fue entendida como necesaria e inherente a la nueva situación derivada del desarrollo tal como había sucedido igualmente con el elemento funcional. Algunos autores han calificado esa renuncia voluntaria al lugar familiar donde parir, y a su forma, como lógica y entendible para una generación que, en general, enterró sin resentimientos todo lo que tuviera que ver con su pasado, tradiciones, prácticas, dependencia a la tierra, raíces, por asociarlo con el sacrificio (Gálvez Toro, 2002, p. 49). Y por ello acogió con los brazos abiertos ese progreso en el campo de la maternidad.

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4.3. Unidad funcional

El objetivo del siguiente apartado es profundizar sobre la forma que tenían de concebir (ideario) y de desarrollar la asistencia maternal (conocimientos, costumbres y significados) los distintos actores implicados. Dado que el grueso de estas atenciones eran otorgadas desde la esfera doméstica, la mayoría de los datos presentados estarán basados principalmente en creencias y prácticas populares, si bien se mostrarán igualmente los que llevaban a cabo los sanitarios. Para facilitar el análisis, se ha dividido en los periodos naturales de preconcepción, concepción, parto, postparto y puerperio, siguiendo parte del guión de la Encuesta del Ateneo de 1901 sobre costumbres en el nacimiento. Dentro de cada apartados trabajaremos sobre las necesidades básicas surgidas, con el fin de demostrar su eslabón biológico y antropológico (Siles González et al., 1998). Tal como desarrollaremos, los cuidados en el nacimiento cuentan, desde un prisma fenomenológico, con una vertiente universal, esencial, estructural, compatida por otras culturas: su naturaleza doméstica, relacionada con la mujer, la familia, y con la satisfacción de las necesidades básicas surgidas; y otra específica, coyuntural: marcada por condicionantes sociales, culturales, sanitarios, económicos, religiosos o políticos (Siles González et al., 2007).

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4.3.1. Preconcepción

Uno de los fines más ansiados y deseados del matrimonio ha sido desde siempre perpetuar la descendencia mediante el acto de la procreación. Además de los valores sentimentales asociados a este hecho, en esta sociedad rural los hijos cobraban un valor especial al ser considerados desde pequeños una mano de obra importante para la unidad familiar en las labores del hogar y del campo. Era de esperar, pues, que las parejas que llegado el momento se encontraran con problemas de fertilidad buscaran ayuda por diversas vías que dieran respuesta a esa necesidad de reproducirse147. La historia, la literatura arqueológica o la etnográfica son ricas en la descripción de múltiples prácticas, creencias y supersticiones que eran llevadas a cabo por nuestros antepasados para tal fin, la mayor parte de ellos, como veremos a continuación, centrados en el cuerpo de la mujer, considerado el principal causante de este mal. Algunos remedios de los que echaban mano las féminas en la provincia estaban basados en elaboraciones fitoterápicas. Tal como se recogía a principios de siglo XX, buscaban “en el campo unas florecillas especiales, las cuales, según ellas, ponen remedio a la esterilidad”, o en la farmacia “algún específico que con tomar fecunden” (informante de León, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). En la montaña acudían a curanderas para que les aplicaran “pócimas” (informante de , Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Y en la comarca del Bierzo se ponían un emplasto en la zona de los riñones denominado “bizma”, compuesto por pez, miel, canela y trementina148(informante de Bembibre, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Sin alejarnos mucho, en tierras asturianas o gallegas colocaban el ramo bendito del día de Ramos en el cabecero de la cama o llevaban en la faltriquera un poquito de borraja (Fernández García, 1995, p. 219; Pereira Poza, 2001, p. 39). Otros elementos naturales utilizados en las comarcas leonesas de La Cabrera o El Bierzo eran las piedras fertilizantes, los ídolos prehistóricos149, las piedras furadas150, o

147 Necesidad básica según Malinowski (Siles González et al., 1998). 148 Órgano asociado antiguamente a funciones reproductoras (Casado Lobato, 1992, p. 13). 149 Como el Ídolo de Noceda, localidad Berciana (1500-1200 a. C.),

92 amuletos tales como las “figas”: objetos con forma de mano que esquematizaban el órgano sexual femenino y masculino, al que ya los celtas atribuían carácter de “dios de la fecundidad”151 (Rubio Gago et al., 1996, p. 68). En algunos parajes al occidente de León se creía que el agua del rocío de la noche de San Juan sanaría a las mujeres infértiles, y por ello estas dormían ese día al sereno (Rúa Aller et al., 1990, p. 89). En otros, al sur de la provincia, lindando con Valladolid (informante de , Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902), aconsejaban “ejercicio moderado de la cópula y los baños de mar, procurando en este tiempo ejercer aquella función”. Curiosamente, en esta misma localidad contaban que, la esterilidad no obedecía a causas femeninas, sino a “la falta de cariño de los cónyuges”. Los baños en el mar eran una costumbre muy generalizada en zonas marineras: las asturianas se acostaban al borde de la playa, en el Cantábrico, con los pies hacia el mar (Fernández García, 1995, p. 217); las gallegas se bañaban en grupo, el último domingo de agosto en la playa de La Lanzada, en La Coruña, dejándose golpear el vientre por nueve olas, o siete, según fuentes (Pereirara Poza, 2001, p. 32); en Alicante, tomaban también “el baño de las nueve olas”, aquí en la noche de San Juan (Duque Alemañ, 2004, p. 22). En cuanto a lugares mágicos, podemos citar el del Campo de las Danzas, en el Bierzo, donde los antiguos astures practicaban ritos de fertilidad. Y para finalizar, nos referimos a los auxilios relacionados con lo religioso. Así en La Bañeza (León), debían pasar por debajo del arco de la ermita de Santo Tirso de Mestajas si querían lograr descendencia (Rua Aller et al., 1990, p. 131), o acudir “a las romerías (…) besando la reliquia del Santo y pasando por su camarín” (informante de La Bañeza, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Respecto a Santos o Vírgenes a los que ofrecerse en las súplicas de fertilidad hacían mención las gentes de la provincia por La Virgen del Camino, La Bañeza o León (informantes de las tres localidades, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Nuestra Señora del Acebo, Nuestra Señora de la Luz, la Virgen de Covadonga, Nuestra Señora de Villaoril, Nuestra Señora de la Esperanza, San Antonio de Padua, San Hilario, San José, Santa Rita, Santa Ana, San Gerardo o San Pascual Bailón, en Asturias (Fernández García, 1995, p. 221); San Antonio y la Virgen del Carmen, sin salir de la comunidad autónoma, en Salamanca (Espina Barrio, Juez Acosta, 1990); San Ramón Nonato, San Pedro Celestino, La Virgen de la O, Santa Ana, La Virgen

150 Piedras encontradas en los campos sin haber sido movidas del sitio ni tocadas. 151 En la Edad Media, después de la Cristianización, se omitió el falo y se dio lugar a las figas.

93 de la Soledad, San Pascual Bailón, La Vigen de Guadalupe, la Virgen de Argeme, San Fulgencio o Santa Florentina, en la provincia de Cáceres (Domínguez Moreno, 1984); o Santa Faz, en Alicante (Duque Alemañ, 2004, p. 21). A pesar del extenso acervo sobre este tema no hemos encontrado en las fuentes consultadas sobre costumbrismo leonés referencias explícitas a prácticas mágicas o religiosas en la zona objeto de nuestro estudio. Ni tan siguiera en la Encuesta del Ateneo de Madrid de 1901-1902, en el apartado relativo al tema, en las localidades cercanas y pertenecientes a esta comarca. En cuanto a las respuestas obtenidas en el trabajo de campo para nuestro estudio, la mayoría de las entrevistadas manifestaron no conocer ni haber hecho uso de ninguna práctica al respecto. Si bien, tres mujeres justificaban la ausencia o no de fertilidad en la religión, o el azar: “Venían y como no tomabas nada de nada, lo que viniera, decían los curas (...) era la gente muy católica, y los curas decían que tenían que tener las mujeres los que Dios les diera y sino ellos pensaban que era pecado mortal (...) una vez uno se atrevió, hizo bien, dijo “¿y mantenerles, les mantiene usted?” el cura se calló la boca” (E10) “¡Era pecado no tener hijos!, ellos te decían que había que tener los hijos que Dios quisiera” (E14) “Cuando caía, como se suele decir” (E18) Así pues, podemos decir que, en algún caso, las gentes del lugar se amparaban en la Iglesia, pero no para buscar elementos a los que invocar, sino para justificar el hecho de estar o no en estado de buena esperanza. Y es que, recordemos, la religión Católica ejercía por aquellos tiempos un control importante sobre la sociedad en general, y la mujer en particular, a nivel educativo, laboral, o moral. Deber de cumplir con los sacramentos, mandamientos, o los dictámenes sobre lo que era bueno y malo presidían las actuaciones de este grupo en muchas esferas de la vida. En ese marco, los hijos eran considerados un “regalo del Señor”152, y por tanto, si se daba el caso, este sería aceptado como tal. En los testimonios rescatados se vislumbra un acatamiento a dicha realidad, no sabemos si por férrea convicción religiosa o más bien dejándose llevar por la fuerza de la costumbre. Precisamente esa fe, latente aquí, pudo condicionar que esta fuera la única respuesta mencionada por nuestras informantes. O quizá el hermetismo de antaño respecto

152 Así lo leemos en el Salmo 127 de la Biblia (Antiguo Testamento, Libros Sapienzales).

94 a un tema tabú, el sexo, promovió la ausencia de declaraciones. Fuera por lo que fuese, anotamos en cualquier caso ausencia de conjeturas extraordinarias, reconocidas, referentes a métodos para propiciar la fertilidad.

95

4.3.2. Concepción

4.3.2.1. Controles en el estado físico y mental

Una vez que la gestante quedaba en estado había que esperar que el embarazo llegase a buen término. Tal como recordaban algunas de las entrevistadas entonces no había costumbre de acudir a ningún profesional sanitario para hacer seguimiento o control: “No se iba nadie a León” (E7) “Había quien iba a reconocimiento si notaba alguna cosa, pero yo no” (E12) “Antes de tenerles yo tampoco nunca fui al médico” (E14) “Ni al médico íbamos nunca” (E21) Tan solo una nos contó como en la década de 1960, dado que tenía contratado un seguro privado, la Unión Previsora, acudió a consulta: “De cuatro meses noté algo raro, y tenía algo de vientre, y empecé a ir” (E7) A nivel estatal nos encontrábamos en pleno periodo de transformación- medicalización de la maternidad. Cada vez era más habitual el seguimiento por los profesionales de la sanidad desde el momento de la concepción hasta el puerperio, y se instaba a solicitar consejo de dichos especialistas desde los momento iniciales, tal como nos lo recordaban las palabras escritas en un manual de tantos, dirigido a las futuras madres en la década de los sesenta: “En caso de duda (…) acudir al especialista (…) médico o de una matrona titulada. No hay que fiarse jamás de las personas “experimentadas” pero sin título, que existen en todas las poblaciones y a cuyas actuaciones se deben frecuententes accidentes catastróficos” (Bosch Marín, 1966, p. 39, 40) Y si bien en este territorio se contaba con sanitarios tanto a nivel de titulación general como especialista153, incluso servicios prenatales en el cercano Centro de Higiene de Cistierna al menos durante las décadas de 1950 a 1960, lo cierto es que estos no

153 Médicos y practicantes en cada una de las tres mancomunidades y un especialista en el Distrito Sanitario de Sahagún, así como otro en el cercano de Cistierna.

96 llegaban a toda la población por igual, y tampoco se conocían las prestaciones reales, lo que dificultaba por tanto que la gente acudiera con asiduidad al médico y pudiera realizar seguimientos de este tipo. Esa falta de protagonismo de los sanitarios se tradujo en falta de reglas. Durante los nueve meses no había pautas tal como los entendemos hoy en día que marcaran su día a día, y las embarazadas seguían haciendo las labores habituales hasta el final, a saber, el cuidado de la casa, de la prole, si la había, y del campo y ganado: “Yo tenía que hacer lo de la casa, lo de fuera, y todo” (E18) “Tuve la suerte de que como trabajé tanto (…) no me daba tiempo a pensar, tenía mucho trabajo para pensar en eso” (E20) Prueba de ello era que incluso algunas mujeres se ponían de parto fuera del hogar: “Había algunas que andaban por ahí y tenerlos que traer (a los recién nacidos, por ponerse de parto) igual en el carro” (E12). Si bien a comienzos del siglo, en la Encuesta del Ateneo de Madrid, los informantes de esta zona declaraban que las embarazadas debía ausentarse “de ejecutar trabajos de fuerza” (informante de Sahagún, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901- 1902)154 y “las vulgares de tener mucho movimiento y actividad y no hacer esfuerzos violentos” (informante de Gorzalida del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902), en la misma Encuesta, en León o El Bierzo encontramos similares aconteceres a los ocurridos en la zona objeto de nuestro estudio, cincuenta años después: “La mujer del campo sigue entrenando con el mismo afán de siempre a las labores de aquel, no es uno raro, y sí muy frecuente en esta comarca, que alguna mujer de a luz con toda felicidad en alguna tierra donde se halla trabajando” (informante de León, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) “Absoluta falta de cuidado en él, porque ejecutan como de ordinario las faenas del campo y no tienen preceptos higiénicos de ninguna clase, a pesar de los cual son poco frecuentes los abortos” (informante del Bierzo, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Contrarios consejos parecía haber, pues, en función de la zona, de la época, o quizá más bien en función del público al que fueran dirigidos, como se apuntaba en algún estudio: mientras a las mujeres de clase acomodada de comienzos del siglo se les recomendaba abstenerse de realizar esfuerzos violentos, las mujeres del campo debían

154 Parecido consejo encontramos en el informante de la localidad leonesa de Rabanal del Camino.

97 seguir trabajando hasta el final, por asociar este hecho como favorecedor para el momento del parto independientemente de que habláramos del norte o del sur de la península (Montes Muñoz, 2007, p. 36). Esto mismo parecía acontecer aquí: los imperativos familiares, y no el estado de buena esperanza, marcaban los cuidados a seguir en las gestantes. Las tareas que desarrollaban las mujeres dentro y fuera de la casa eran básicas para el mantenimiento de la unidad familiar en esta sociedad precapitalista y patriarcal, y por ello no había lugar para paréntesis de nueve meses. En algunos manuales de puericultura escritos por médicos, respecto al trabajo doméstico aparecía escrito: “No solo permitido, sino muy conveniente; por ejemplo, lavar la ropa, planchado, sin llegar a fatigar. Prohibido durante los tres últimos meses” (Bosch Marín, 1966, p. 48, 49) “La mujer puede, por lo tanto, seguir escobando la casa, poniendo en orden los armarios, cocinando, etc.” (Cardús, 1947, p. 35) Además del condicionante sanitario visto al comienzo del capítulo, y de este económico/familiar, la falta de consideraciones en esta etapa pudo estar influenciada igualmente por la percepción natural, femenina y privada que entonces se tenía de la maternidad, y por tanto, exenta de cuidados excepcionales. Las embarazadas se ponían en manos de parteras tradicionales en el momento del parto, pero estas no contaban con un trabajo de supervisión gestacional ni aquí ni en otras zonas del territorio nacional155. Muestra de la discrección y privacidad con la que eran vividos esos meses aquí era, tal como nos la narraba una entrevistada, el hecho de que a veces el estado de gravided pasara desapercibido en la comunidad, a pesar de que la convivencia en los pueblos fuera muy cercana: “Había aquí vecinas que no sabían que estaba embarazada” (E7) Una tónica de la que se hacía eco en otras comarcas leonesas como El Bierzo, donde era práctica habitual mantener dicho estado en secreto, pues hablar de asuntos sexuales “resultaba ser vergonzante o tabú”. Incluso, la noticia “se insinuaba al marido” ya cuando el asunto estaba más que claro. Tales reservas se tenían con el fin de intentar frenar conjeturas de vecinas sobre la posible fecha de concepción de la criatura, para no dar pie a afirmaciones sobre si esta había tenido lugar antes del matrimonio (Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 9). En Alicante, por ejemplo, antiguamente también disimulaban el

155 A modo de ejemplo, ver lo que acontecía en tierras andaluzas por esos años en Amezcua, 2002a.

98 estado “porque pasaban mucha vergüenza” (Duque Alemañ, 2004, p. 23). Costumbres determinadas por la cultura local, así, en tierras cacereñas nada más conocido el embarazo había que comunicárselo a todos sus allegados “pues en caso de ocultación voluntaria del embarazo, el niño nacería con la cabeza muy grande” (Domínguez Moreno, 1984). En definitiva, un cúmulo de circunstancias que determinaron la ausencia de controles o atenciones especiales en el día a día de las embarazadas de la zona objeto de nuestro estudio durante los nueve meses del gestación. Y si bien por lo detallado previamente no encontrábamos vestigios de cuidados físicos o materiales excepcionales que debieran llevar las embarazadas para tener un buen estado, sí estaban presentes creencias de diversa índole, que pasaremos a narrar. Estas no interferían en las rutinas familiares, pero sí se referían a la necesidad de evitar peligros y dar seguridad/protección156, de dar sosiego o tranquilidad al espítiru, así como respuesta a algunos de los interrogantes que podían surgir en esta etapa; a saber, cómo proteger a la embarazada, qué alimentación seguir o cómo predecir el sexo de la criatura. La base de todas ellas era la religión y la magia, y la protagonista de las mismas, la embarazada, que se convertía en controladora y portavoz directa o indirecta del bienestar fetal a través de rezos, antojos, actos, o de su propio cuerpo.

4.3.2.1.1. Creencias protectoras del embarazo

Con el fin de que el embarazo transcurriera sin incidentes y de evitar peligros157, las mujeres entrevistadas recordaban que era habitual contar con salvaguardas de carácter religioso para protegerse. A modo de ejemplo citaban santos locales, tales como San Antonio de Padua, patrón de Almanza, o Nuestra Señora de Yecla, en Villaverde de Arcayos (Anexo once): “Yo rezaba mucho a San Antonio para que viniera bien” (E1) “A San Antonio todas, ay San Antonio Bendito. Y que ponían una vela segurísimo” (E3) “A Santa Yecla a lo mejor, una vela” (E6) “A San Antonio porque soy muy devota (...) la oración” (E10)

156 Necesidad descrita por Malinowski y Henderson (Siles González et al., 1998). 157 Necesidad de evitar peligros, descrita por Henderson (Siles González et al., 1998).

99 “La Virgen de Yecla siempre estaba presente” (E12) “Recuerdo que sí rezaba a San Antonio” (E13) O también otros santos de su devoción, así como la Virgen: “Yo eso sí que lo hacía, ay Virgen del Rosario, Dios quiera que sea una niña” (E15) “Eso lo pediría yo sola, yo tengo mucha fe al Sagrado Corazón y a la Virgen del Carmen” (E19) Este culto a las reliquias era compartido en otros puntos de la provincia. Así, a comienzos del siglo XX, en poblaciones como Gorzaliza del Pino, Grajal de Campos, Oseja de Sajambre, Bembibre, La Bañeza o León las gestantes ofrecían velas, misas, o se encomendaban a la Virgen del Camino, la de las Angustias o del Carmen (Encuesta del Ateneo de Madrid de 1901-1902), al Cristo de las Peñadas (Rúa Aller et al., 1986, p. 180), o santos como San Ramón Nonato, culto este último muy extendido por toda la geografía nacional por las dificultades que tuvo dicho santo en su nacimiento158 (De la Ossa Giménez, 1998; Herradón Figueroa, 2001). Inclinaciones divinas no exclusivas de la zona; así encontramos un largo listado de santos o vírgenes a los que acudir en Asturias (Fernández García, 1995, p. 231-234), Salamanca (Espina Barrio et al., 1990) o Andalucía (Amezcua, 2002a), por citar algunos territorios de la geografía nacional. Siguiendo en el ámbito de las creencias religiosas, otra norma muy extendida desde siempre y que debían cumplir las embarazadas del entorno y zonas limítrofes159, era la obligación de confesar antes de que llegase el tiempo del parto: “Todas se confesaban antes de dar a luz” (E9). Este sacramento, justificaba la Iglesia, era de imprescindible cumplimiento dado que la mujer podía correr peligro de muerte durante el alumbramiento (Buldú, 1864, p. 30). En estas prácticas religiosas había al menos dos mensajes implícitos. El primero, el papel pasivo de la gestante frente a la religión. El lograrlo no dependía de lo que esta hiciera, sino de la voluntad divina. Eso sí, a esta había que invocarla y suplicarla. No había que cuidarse más que siendo buena cristiana, rezando, y así la recompensa sería poder contar con un embarazo saludable. En segundo lugar, las obligaciones morales que tenía la embarazada. Antes de dar a luz había que cumplir con los mandamientos, entre ellos el de confesión, para no incurrir en pecado.

158 Según cuenta la tradición, este había sido sacado del vientre de su madre muerta. 159 Así encontramos referencias a esta tradición en la Encuesta del Ateneo, en diferentes puntos de la provincia como Gordaliza del Pino o La Virgen del Camino, así como en otros puntos de España.

100 Ese discurso moral lleno de temores y obligaciones para con Dios impregnaba el día a día de las féminas de entonces, estando presente incluso en momentos como estos. La Iglesia, indudablemente, había ejercido y seguía ejerciendo un control social importante a nivel general, y por supuesto en esta zona concreta durante los años a que se refiere nuestro estudio. Además de las creencias religiosas, en la literatura costumbrista provincial nos hemos encontrado otras prácticas que pudiéramos llamar de tipo pagano, como no pasar por debajo de la cuerda de atar a un asno, cuando se salía a la calle, para evitar que el niño naciese encanillado (Fernández Álvarez et al., 1998, p. 127). En algunos lugares como Villafranca del Bierzo, el informante de la Encuesta del Ateneo contaba que muchas embarazadas tenían “la creencia de que durante este periodo están relevadas de prestar juramento ante los Tribunales por suponer que si juran les sobrevendrá algún mal grave, viéndose los jueces en la necesidad de conminarlas con alguna pena para conseguir que juren”. En Oseja de Sajambre, era frecuente que las embarazadas se practicaran sangrías, pues había la creencia de que así el parto se desarrollaría mejor, y porque atribuían las molestias de esos meses al “exceso de sangre”. Y en Valderas no ejercitaban la cópula durante la gestación (Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Sin embargo, en esta zona, no fueron mencionadas por nuestras entrevistadas.

4.3.2.1.2. Los antojos

Además de las creencias de tipo religioso ya citadas, referimos otras relacionadas con la alimentación160, y más en concreto con los antojos. Aunque no existían pautas en la zona sobre qué alimentos podía tomar para procurar su bienestar y/o de la criatura, los testimonios recogidos nos hablan de los vestigios de una vieja tradición, la de los antojos, que ejercía, en parte, de improvisada controladora a nivel nutricional. Se referían estos a las “apetencias alimentarias que tenían las embarazadas y que debían ser satisfechos, pues de lo contrario el recién nacido saldría con una señal o marca en el cuerpo con la forma del deseo no cumplido” (Casado Lobato, 1992, p. 15). En palabras de algunas de las mujeres de la zona: “Se comentaba que la forma en el cuerpo” (E4)

160 Necesidad de alimentación abordada por Nightingale (Dieta), Henderson (Comer-beber) o Malinowski (Metabolismo-abasto) (Siles González et al., 1998).

101 “Si no se cumplía salía una mancha” (E7) “Algunas decían “pues le sale al niño una mancha”” (E18) “Me decía “tu cuando tengas antojo cómelo o lo que sea, porque sino la criatura sale con una mancha”” (E25) Antojos que ya aparecen documentados cincuenta años atrás, tal como se recoge en la Encuesta del Ateneo de 1901: “Procurase que la embarazada satisfaga sus antojos pues creen que si, por ejemplo, se le antoja una guinda y no la come, la criatura saldrá con una mancha que se parecerá a aquella fruta” (informante de Grajal de Campos, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). “Los antojos son raros, y solo suelen presentarse en las mujeres glotonas que los satisfacen, según dicen, para no abortar” (informante de Sahagún, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). “Se reputan como anhelo vehemente de tomar una cosa que ven y le dicen que si no se satisfacen se exponen a abortar” (informante de Gorzaliza del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Las definiciones dadas en esta zona no diferían mucho de las de otros puntos de la geografía española161, incluso ya por el año 1889 (Black, p. 333), ni de las que siguen estando vigentes en los tiempos actuales, como nos recuerda el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Una de las acepciones de dicha palabra precisamente es: “Antojo: Lunar, mancha o tumor eréctil que suelen presentar en la piel algunas personas, y que el vulgo atribuye a caprichos no satisfechos de sus madres durante el embarazo”. Para el vulgo lo que comía la madre jugaba un papel importante en el desarrollo correcto de la criatura, y por ello no había que pasar ganas de nada, pues sino esta nacería con señales. Tanto era así que, por ejemplo, en la localidad cercana de Valderas instaban entonces a ingerir una dieta vegetal por considerar que tanto la carne como el vino podían provocar abortos (informante de Valderas, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Y si bien en la memoria de las entrevistadas quedaba el rescoldo del recuerdo, cuando se les preguntó por si la habían sufrido, citaban a vecinas y allegadas:

161 Así lo podemos consultar en literatura costumbrista ya referenciada en otros capítulos, en tierras de León, Asturias, Galicia, Salamanca, Andalucía o Extremadura, por poner algunos ejemplos.

102 “Siempre se habló (...) había una chica aquí que tenía una galleta marcada en la cara (...) había tenido un antojo su madre” (E9) “Sí, esa tuvo un antojo” (E19) “Muchas, decían que era un antojo” (E21) “De eso sí había” (E23) pero ninguna de ellas admitió haberlos sufrido: “Eso sí lo oí, pero yo no tuve antojo de ese” (E4) “Antojos no tengo, pero si veo una cosa que me gusta, si no lleno la barriga no quedo a gusto” (E7) “Eso decían, pero yo no tengo ninguna marca” (E11) “En esas cosas nunca” (E12) “Eso yo creo que era mentira” (E15) “Si tenía alguno no me le darían (…) yo no le tendría porque salieron todos bien” (E19) “No llegué a tener, no me daba tiempo” (E20) Algunas de las expresiones empleadas, tales como “antojo de ese”, “esas cosas”, “no me daba tiempo”, los asociaban al plano de lo banal, lo caprichoso, lo prescindible, la palabrería, como ya antaño lo habían definido sus gentes162 y por tanto, entendiblemente no bien considerados a nivel social. Hasta ahora hemos hablado del vínculo de la gula alimentaria maternal con el cuerpo del futuro bebé, pero en sus orígenes trataba de manera general la influencia que ejercía la imaginación materna sobre la criatura, como reflejaban ya textos de Platón, Aristóteles, Hipócrates o Galeno (Zapata Cano, 2008). Vestigios de estos primitivos mitos los encontramos a comienzos del siglo en Oseja de Sajambre, población situada en el noroeste de la provincia, donde advertían sobre las consecuencias de que la embarazada sufriera una caída o hiciera esfuerzos excesivos, pues causaría imperfecciones en la criatura (Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Y respecto a la zona objeto de nuestro estudio también recogimos un caso peculiar: una familiar de una de las entrevistadas había dado a luz a un niño con una señal en la pierna. Tras haber buscado ayuda médica para eliminarla y sin éxito, un curandero se la quitó, tras darle a ingerir un líquido. Este además le dijo que la marca del hijo había sido consecuencia de un susto que la mujer había sufrido cuando estaba encinta, consecuencia de una caída por unas

162 “Mujeres glotonas”, decían por Sahagún, según se recogía en la Encuesta del Ateneo.

103 escaleras, y que si ella no hubiera estado en estado la caída le había provocado la muerte de la madre: “Se hubiera muerto usted porque de ese susto le hubiera salido un cáncer (…) así purgó en la criatura” (E6). Por supuesto que tanto la relación directa de las apetencias de tomar determinados alimentos como las referidas a las experiencias de la embarazada con la salud de la criatura engendrada carecen de fundamento científico. Los antojos son consecuencia de los cambios metabólicos y hormonales que se experimentan, o también una forma de demandar atención afectiva, pero en ningún caso una señal indicadora de la carencia de algún nutriente, ni mucho menos los causantes de alteraciones en los niños. En cualquier caso, estos podemos decir que constituyeron en cierta medida parte de la antesala de los cuidados prenatales, en tanto que afirmaban la existencia de un vínculo entre la madre y el feto, y por tanto, la necesidad de protección163, de que esta se cuidara para desarrollar bien a su hijo. Permanencia que, constatamos, continuaba en la época referida al objeto de este estudio.

4.3.2.1.3. Cómo vaticinar el sexo de la criatura

De tiempos inmemoriables datan también multitud de técnicas y creencias que se utilizaban para adivinar el sexo de la criatura antes de nacer. La primera que vamos a mencionar tenía que ver con la luna. Este astro, como ya hemos adelantado en otros capítulos, conformaba uno de los pilares básicos del conocimiento popular, y según la fisioterapia folclórica (Black, 1889, p. 169; Rúa Aller et al., 1990, p. 11), contaba con supuestas virtudes, entre la que se encontraba precisamente esta. Se contaba por estas tierras que según la fase que este satélite tuviera en el momento de la concepción, la criatura sería varón o hembra. Así lo recordaban las mujeres entrevistadas de manera un tanto vaga: “Cuando habían quedado en estado, a ver, y qué luna tenías (…) si era luna en cuarto creciente no sé si era niño o niña” (E3)

163 Según Malinowski (Siles González et al., 1998).

104 “Cuando tuve el cuarto una señora de un pueblo le dijo a (su marido): “mira, está la luna no sé qué, vete ahora que ahora vas a tener la niña”, y sí fue verdad (...) fuimos por ella adrede” (E20) si bien una de ellas confirmaba la leyenda generalizada: “Siempre le oí al marido de una vecina que cuando la vaca se cubría en creciente, que normalmente salía jato, si era en menguante jata, sí, y lo decía él algunas veces para las mujeres” (E4) Este era un mito conocido en toda provincia ya desde antaño, como hemos encontrado reflejado en algún libro sobre costumbrismo: “En fase creciente será niño, y niña en menguante” (Casado Lobato, 1992, p. 15) O como recogían en algún punto de la provincia los informantes de la Encuesta del Ateneo de 1901: “Hay la preocupación de que serán varones si la concepción se ha hecho durante cuarto creciente y hembra si durante el cuarto menguante” (informante de La Bañeza, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Y que, de hecho, aún sigue vigente hoy en día en determinados lugares (Andina Díaz, 2002). Algo que, por otra parte, no era exclusivo de León, pues esta o parecidas teorías se extendían a toda la geografía española. En Galicia por ejemplo contaban que “la fecundación con la luna nueva conllevaría la concepción de una mujer, y con la luna llena un varón”; y haciendo mención a madres anteriormente, “cuando deseaban tener un hijo de distinto sexo al anterior procuraban engendrarlo en cuarto opuesto o anterior” (Pereira Poza, 2001, p. 67). También relacionaban por ahí la habida en el momento del parto con el sexo: “Si es en menguante tendrá el mismo sexo que el anterior (haciendo relación a mujeres multíparas), y en creciente, el sexo opuesto” Muestra de tal tradición era el refrán: “En menguante, neno igualante. En crecente, neno diferente” En este mismo estudio gallego se aventuraban a afirmar que ocurrían similares prácticas en el resto de España: “En cuarto creciente, luna llena y luna nueva, salvo escasas excepciones, eran las responsables del sexo masculino, mientras que el de la mujer era el cuarto menguante”

105 Y ponían ejemplos asturianos, cartajinenses, valencianos, e incluso, traspasando fronteras, irlandeses (p. 67). En un libro sobre etnografía asturiana instaban a copular igualmente “en cuarto creciente o de madrugada” si se quería varón, y “con poca energía o en cuarto menguante” si se quería hembra. Las mismas teorías se aplicaban al momento del parto: si este ocurriría en cuarto creciente nacería varón, en cuarto menguante, mujer (Fernández García, 1995, p. 229, 230). Incluso, decía ya Galeno, que los animales nacidos cuando esta estaba “en su lleno, son fuertes y vigorosos” (Black, 1889, p. 169). Para las mujeres multíparas, además, se decía que si el parto anterior había sido en cuarto menguante, “el próximo dará un hijo del mismo sexo”, y si el anterior había sido en cuarto creciente, el próximo será del sexo contrario: “en menguante, igualante, en creciente, diferente”. En Alicante hacían referencia a la primera falta de regla: “Si la primera falta de la menstruación era en luna llena o creciente, sería niño y si era en menguante, niña” Y, al igual que en otras provincias citadas antes, para las mujeres que habían tenido ya descendencia, si daban a luz con luna en creciente, saldría con sexo diferente al parto anterior, y si lo hacía en menguante, con el mismo sexo que el anterior (Duque Alemañ, 2004, p. 28). En fin, así podríamos seguir citando costumbres lunares sobre distintos puntos de España164, semajantes todas ellas. Pero no solo la sabiduría popular se refería a la luna. Incluso en libros de divulgación general escritos por médicos y dirigidos a futuras madres se hacían igualmente eco de ello. Así, a título informativo, el Dr. Cardús en su libro Higiene del embarazo, citado antes, recogía las teorías de un colega de profesión para engendrar el sexo a voluntad: “cuarto creciente y primer día de luna llena para que nazca varón, y cuarto menguante y primer día de luna nueva para que sea mujer”, si bien luego aclaraba que hasta el momento no había ningún medio seguro para conocer el sexo del feto antes de nacer (p. 47). Para concluir el apartado sobre lo astro-maternal, nos referimos a un interesante artículo escrito por Saiz Puente (2010), y que revisa algunas de las creencias que tradicionalmente, en diferentes culturas y épocas, la han vinculado con la mujer, durante

164 A modo de ejemplo, nos remitimos como en otras ocasiones igualmente a trabajos llevados a cabo en Salamanca o Cáceres (Espina Barrio et al., 1990 o Domínguez Moreno, 1984).

106 los periodos de menstruación, concepción, gestación, parto y puerperio. Recoge la autora que a comienzos del siglo XX, en toda la península: “El 80% de las respuestas de la encuesta del Ateneo de 1901 atribuían al cuarto creciente y a la luna llena y nueva el nacimiento de varones, y al cuarto menguante la concepción de niñas” A pesar de haber sido aceptadas y perdurado a lo largo de los siglos, ninguna de ellas cuenta con base científica demostrada. Los otros rituales para vaticinar o predecir el sexo de la criatura escuchados durante nuestro trabajo de campo estaban relacionados sobre todo con la forma que tenía la barriga de la futura madre. Así si tenía: “Tripa alta, niño” (E1) “Según la forma de la tripa, picuda niño” (E7) “De eso sí me acuerdo yo (...) si el niño estaba para un lado, la niña para otro” (E8) “Se oía decir va a traer un chiquito porque según tiene el vientre” (E19) “Tiene la tripa muy tripuda, va a ser un niño (...) e igual no acertaban” (E22) “Si era picudo era niño, y si era redondín que era niña” (E23) las posibles manchas que aparecían en su cara: “Si salían, era niña” (E1) el lado del que durmiera: “Si descansabas mejor del lado derecho, niño” (E7) o cómo bailara una medalla sobre su mano: “Con una medalla no sé qué hacía, es niña” (E15) En todos se concedía especial importancia a la embarazada, bien a sus actos, bien a su cuerpo. Y así mismo ocurría tiempo atrás en la misma zona: “Si la mujer al empezar a andar echa primero el pie derecho la criatura será hembra y si el izquierdo varón. Créese también que cuando es varón la madre lo siente antes que cuando es hembra” (informante de Grajal de Campos, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) “Dicen que si la embarazada está muy pañosa, traerá niña y si poco será niño. En cuanto a las demás supersticiones, aquí o están generalizadas” (informante de Gordaliza del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Si echamos un vistazo al resto de la península, nos encontramos con tanta variedad de historias como diversidad en sus gentes. Vaticinios del sexo según como empezaba a

107 caminar la futura madre, o a subir una escalera, con los malestares que tenía, con la forma de mostrar la mano, con los movimientos notados en el vientre (Duque Alemañ, 2004, p. 29-31; Fernández García, 1995, p. 230; Pereira Poza, 2001, p. 66-68), e incluso con el lugar que elegía para sentarse, guardando en ocasiones cierto paralelismo con costumbres cubanas o paquistaníes (Andina Díaz, 2002). Además, se repetían las referidas anteriormente, aunque a veces de manera inversa: por ejemplo, la creencia relativa a las manchas aparecidas en la cara, pues en Asturias (Fernández García, 1995, p. 230) y Alicante (Duque Alemañ, 2004; p. 28) coincidían con lo contado aquí, pero por Galicia afirmaban lo contrario, “cara de reina, cara de hembra” (Pereira Poza, 2001, p. 66). Sobre lo relacionado con la forma de la tripa (Andina Díaz, 2002; Duque Alemañ, 2004, p. 28; Fernández García, 1995, p. 230; Pereira Poza, 2001, p. 66), se daban razonamientos curiosos como el recogido en un trabajo del Bierzo por una mujer, casualmente, de la República Dominicana: la barriga estaría aplanada en caso de que el feto fuera hembra pues “la niña se agarra a la barriga de la madre” (Andina Díaz, 2002). La justificación de la forma de la tripa, obviamente, está sujeta a factores como el tono muscular de la madre, la situación que ocupa el feto, la cantidad de grasa o la anchura de la pelvis, pero nunca con el sexo de la criatura. Respecto a la asociación entre el lado sobre el que descansaba la embarazada en la cama o con qué pie empezar a caminar, y el sexo del feto, también hemos encontrado referencias en otras provincias165. Esta podría ser vestigio de antiguas ideas hipocráticas que admitían que el feto masculino ocupaba preferentemente el lado derecho de la matriz y el femenino el izquierdo (Zozoya, 1904, p. 58,59), quedando uno u otro más libre, aunque hay autores que afirman que es difícil precisar si fue la medicina griega la que influyó en la popular o a la inversa (Pereira Poza, 2001, p. 68). En fin, tanto la luna como la propia embarazada han sido considerados elementos con propiedades predictivas respecto al sexo del ser engendrado. Ambos compartían antecedentes seculares, pero no evidenciados. Entendemos que la falta de otras teorías más precisas, y dado que la posibilidad de acierto de cualquiera de ellas era 50%, contribuyeron a siguieran presentes entonces en boca de las gentes de esta comarca por entonces. Algo que poco a poco iría perdiendo interés en aras de la institucionalización de la maternidad.

165 En Asturias se decía que si el vientre estaba más inclinado hacia el lado derecho sería varón (Fernández García, 1995, p. 230). En Galicia decían que si sentía movimientos en el lado derecho sería varón (Pereira Poza, 2001, p. 67). Como contra, en la Encuesta del Ateneo, en Valderas y Bembibre, asociaban comenzar a caminar con el pie derecho con el nacimiento de varón.

108 Y si la aplicación, hoy generalizada, de técnicas como la ecografía serviría para clarificar al 100% esas dudas, con ella se enterraría el protagonismo explícito con el que contaba la embarazada de antaño haciendo de portavoz del sexo del feto.

109

4.3.3. Parto

Como hemos visto en pasados capítulos, el momento del parto en esta zona era un rito de paso que se vivía en sociedad, en el que participaban activamente diferentes personajes, desde la parturienta a la partera, acompañantes e incluso vecinos del pueblo. Cuando la mujer notaba los primeros síntomas que indicaban que se acercaba el momento del desenlace, algún familiar o allegado se encargaba de matar una gallina con la que luego se prepararía el caldo, que sería el sustento nutritivo básico de durante los primeros días, y en el que profundizaremos en capítulos posteriores: “Cuando te ponías de parto ya mataban la gallina” (E6) “Mi tía había matado ya una gallina porque ya había estado yo algo (...)” (E13) Otro tanto sucedía en otras zonas, como en la comarca cercana del Bierzo (Andina Díaz et al., 2015). En el pueblo tocaban las campanas de la iglesia anunciando dicho acontecimiento, así lo recordaba un vecino, con el propósito de que todos pudieran rezar por el buen momento del parto y la nueva criatura. Una costumbre que tenía nombre propio, toque de parida o de nueva vida, y que se seguía igualmente en otras localidades de la provincia166, regiones de España, e incluso en el extranjero167. La embarazada ponía en marcha todo un ritual relacionado con el orden y la higiene: preparaba agua, la ropa del recién nacido y acondicionaba el lugar con el fin, parece ser, de ensuciar lo menos posible: “En el momento, notaba algo ya la ropa lo tenía preparado, para eso nos enseñaron bien” (E12) “Ya me preparé yo la cama, cosí muchos periódicos y los puse debajo de la sábana” (E14)

166 Según Concha Casado Lobato (1992, p. 11), en Astorga, capital de la comarca leonesa de La Maragatería, el viejo campanero recordaba con añoranza como se tocaba “llamando a la ciudad entera para que rezara por el nuevo ser que venía al mundo y cuya vida a todos interesaba”. Así mismo, la autora afirmaba que esa costumbre se extendía por Levante, Galicia Cantabria o Extremadura. Al respecto, hemos encontrado un artículo de Alonso Ponga y Sánchez del Barrio (1997) en el que precisamente hace mención a un ritual, el del parto laborioso, que sonaba en la Catedral de Sevilla. 167 Así nos lo recordaba la misma autora (p. 11) a través de un poema alemán.

110 “Solía tener una canastilla preparada, como estábamos solos, sí, siempre lo tuve, y los pañales, y un faldón que tenía muy bonito (…) yo las mudas también, y cuando eso también mudaba mi cama” (E20) “Puse agua caliente y el marido vino aquí a llamar a mi madre” (E21) “Cuando veía que andaba mala tenía una mesa aquí puesta, ponía un montón de trapos, una manta ahí” (E22) Asimismo ocurría en otros parajes más alejados dentro de la península, en los que mencionaban de la misma manera estos elementos (Cara Zurita, 2003; Fernández García, 1995, p. 234; González Solano, 2011). Incluso, traspasaba fronteras. Curiosamente, indicaciones parecidas las encontramos descritas en la obra Instituto de Parteras. Manual para su organización y funcionamiento, publicada en la década de los cuarenta en los Estados Unidos. Dirigida a “la instrucción de parteras inexpertas”168, se editó también en castellano169 para ampliar el mercado, como decía en el prólogo, a “las autoridades encargadas de la salud pública en las demás Repúblicas americanas”. En el apartado relativo a los preparativos de la madre para la hora del parto (p. 49), instaba a estas a tener a mano la ropita para el recién nacido, varios recipientes para verter el agua caliente y periódicos o cubrecamas. Y eso mismo aparecía reflejado, por ejemplo, en manuales españoles para futuras mamás: “Tendréis preparada tres palanganas (…), tened sábanas, ternas y toallas (…) también tendréis preparada con tiempo la ropita para el recién nacido y para su cuna” (Cardús, 1947, p. 57) Una vez organizado todo se avisaba en primer lugar a la partera o allegada. La principal labor que esta desempeñaba, según las entrevistadas, era la de orientación y guía, siempre desde la cercanía: “Ella no hizo más que venir y coger el niño” (E9) “Haz esto, ponte aquí de rodillas” (E12) “Tú haz así cuando te venga el dolor para hacer fuerza” (E14)

168 En la página 23 del libro aclara que en Estados Unidos “la ley define generalmente a la comadrona o partera como aquella persona que, sin ser médico con reválida, podrá atender, ofrecer sus servicios, contratarse, o convenir en atender a una mujer durante el parto. Muchos gobiernos exigen que la partera revalide u obtenga una licencia para poder ejercer. La autoridad de otorgar el permiso o licencia radica generalmente en el ministerio de salubridad pública o en la junta sanitaria” 169 Esta es la versión que ha caído en nuestras manos: Instituto de Parteras. Manual para su organización y funcionamiento. Anita M. Jones. Washington: Secretaría de Trabajo de los Estados Unidos. Oficina del Niño. Nº 260. 1949?. La original, según diversas fuentes, databa de 1941.

111 “Esto tiene que venir luego, si se ve mal se llama al médico (...) no tocó a nada” (E16) “Como venía bien, nada más cogerle y ya está” (E17) “Entonces aquellos ya salían mejor (haciendo referencia a sus hijos) (…) no me hizo tampoco nada, me hicieron compañía” (E19) “Ella no me hacía más que cuando me venía el dolor me decía “tú coge y aprieta para fuera, de dos o tres veces (…) cuando veas que va a salir el niño ya no te agarras, te pones así hacia adelante para cogerle yo”” (E22) “Había dos mujeres, eran ya mayorinas, eran viejinas, pero aquello de que, oye, aunque no sea más que para coger la criatura y limpiarla, porque yo ya lo tenía todo preparado” (E25) El hecho de que las propias parturientas calificaran a estas gestoras populares como meras acompañantes y cogedoras de criaturas, confirmaba la idea que se tenía por entonces en esta zona acerca del parto como un proceso natural en el que todos participaban, y por tanto, que quien lo atendía no precisaba de unos conocimientos y destrezas especiales. Una disertación compartida en otros estudios170 que se han dedicado a mostrar el trabajo de estas mujeres, y que las posicionaba en un plano de infrarreconocimiento, a la par que las otorgaba el título de personas de referencia en este oficio.

4.3.3.1. Procedimientos básicos durante la dilatación y el expulsivo

Como ya hemos visto, las intervenciones de las parteras eran mínimas y se reducían principalmente al amparo anímico y a cubrir las necesidades básicas de seguridad, protección y limpieza171 que iban surgiendo en el transcurso del parto. Las medidas de higiene tomadas eran las elementales, consistentes por norma general en lavado de las manos con agua y jabón, secado con toalla limpia, colonia o alcohol, a modo de antiséptico, aceite para poder coger al niño con más suavidad, así como sal: “Lavado manos con agua y jabón, y después aceite para que estuvieran suaves para coger al niño” (E1)

170 Para ello basta con echar un vistazo a la bibliografía referenciada en el apartado de Elemento funcional desde el ámbito doméstico. 171 Necesidades descritas por Nightingale, Henderson o Malinowski (Siles González et al., 1998).

112 “Eso sí, ella se lavaba mucho, yo de eso me acuerdo” (E6) “Nada, aquello era todo a lo bruto” (E11) “Lo primero que hacían era lavarse las manos y mirar a ver cómo venía” (E12) “Qué va a usar alcohol, no sé si se lavaría ni las manos” (E14) “Se daba jabón, y en la última alcohol (...) y nunca tuvimos problemas de eso ni nada” (E16) “Ni guantes ni nada. Agua y jabón, las toallas, eso sí, limpias” (E19) “Ponía unos guantes, guantes de esos que hay finines, se desinfectaba las manos” (E22) “Se lavaba y se echaba aceite” (E23) “Las manos se lavaba (…) ella se untaba las manos con sal, se untaba las manos de aceite y de sal” (E24) “Eso siempre se lo oí, lo primero lavarse las manos y dárselas con alcohol, o colonia, lo que fuera, siempre se lo oí eso, era muy limpia para eso, me lo decía a mi muchas veces “tu para eso limpieza, cuando tengas alguno si yo no puedo ten limpieza” (…) siempre tenía las uñas cortinas, decía ella “las uñas cortas siempre”” (E25) El instrumental utilizado, en caso de precisarlo, lo solicitaban en la casa de la parturienta, consistente básicamente en alcohol, tijeras e hilo de algodón o seda para atar el cordón umbilical. Las embarazadas más apañadas procuraban tener preparado todo antes de salir de cuentas, para que no les pillara de sorpresa: “Lo que necesitara lo pediría en casa” (E6) “Lo tenía guardado aquí, un cordón de seda” (E9) “Como estaba para dar a luz lo tenía todo preparado por si acaso no me daba tiempo a marchar a León. Tenía hilo corriente desinfectado (...) desinfecté unas tijeras y lo tenía en una cajita” (E10) “Todo a lo bruto” (E11) “Cogerían de eso (cuerda) de atar morcillas” (E14) “Lo que hubiera en casa” (E16) “Yo sé que les ataba con un hilo que tenía de seda, porque yo me gustaba bordar” (E20) “Preparaba de hilo de algodón, de dalias, hilo no de carrete (...) y lo hacían un cordón, y lo metía en un botellín con aceite también, para atar el cordón” (E23)

113 “Nada, las manos, lo que hiciera falta lo pondrían ellos. Cuando iba a atender un parto les preguntaba “¿tenéis alcohol?” porque ella siempre tenía en casa, “sí, tenemos, usted venga tranquila que tenemos de todo”” (E25) Algunas recordaban haber conseguido para la ocasión (en el médico o farmacia) una caja con alcohol, cordón, gasas y tijeras, lo que algunas fuentes apuntan que se denominaba el trousseau de partos (Salazar Agulló, 2009, p. 94): “Era una caja de cartón blanco con letras azules arriba en la que ponía lo que llevaba (…) para el cordón umbilical, como una gasa enroscada, y unas ampollas pequeñas para los dolores” (E3) “Nos daban un libro por si teníamos que marchar (...) el cordón y unas gasas. Yo creo que no daban más (...) como no había Seguridad Social, igual había que ir al ayuntamiento por él. Un librito así, para apuntar cuándo había nacido y después darle de alta en el ayuntamiento” (E11) “Antes de dar a luz se iba al médico y te daban unas gasas (...) venía el cordón así en un tubo” (E12) “A mí me daban, bueno, y a todo el mundo nos daban para atar el ombligo, daban varias cosas (en el médico): alcohol y cordón y unas gasas” (E13) “Sí, daban una cosina para atar y no sé qué más cosas (…) me lo dio el de cabecera” (E14) “A mí me lo mandaron para la hija (…) lo solicitábamos y te lo daban en las farmacias” (E15) “Sí, venía mojado, yo no sé qué era si venía alcohol o qué” (E16) “Para cuando naciera ya tenían en un tarrín el cordón (...) sí, de la farmacia se pedía, y tenían unas tijeras preparadas” (E19) Las medidas de desinfección llevadas a cabo para el material eran igualmente elementales, aceite o alcohol: “Las tijeras desinfectadas con alcohol. Cordón para atar desinfectado con alcohol” (E1) “Tenía hilo corriente desinfectado (...) desinfecté unas tijeras y lo tenía en una cajita” (E10) “Las tijeras las desinfestaba con alcohol (…) hilo desinfestao172” (E18)

172 Vulgarismo: desinfectado.

114 “También con aceite, y si había alcohol, sino aceite (…) de oliva, antes no había más que de oliva” (E23) En cuanto a los procedimientos empleados durante el proceso, en ocasiones, y con el fin de conocer la posición de la criatura dentro del útero, algunas parteras realizaban la técnica comunmente denominada como meter mano. Para ello untaban los dedos índice y anular en aceite y, en caso de querer romper la bolsa de las aguas, echaban además un poco de sal: “Metía la mano, así sabía si era la cabeza o venía el culete, la cabeza está más dura” (E12) “Untaba estos dos dedos en aceite (índice y anular), echaba un poco de sal y ya las reconocía (…) no sé si decían para romperles el agua” (E13) “Decía, tranquila, la hora ya llegará, que viene bien (...) nada más tocó la cabeza” (E16) “Se cansaría de meter la mano pues era lo que se usaba” (E19) “Metió mano con aceite” (E23) “Las metía mano, las reconocía y las decía “bueno, pues para tanto, viene bien, llama al médico, no le llames, no hay problema”” (E24) “Le daba vuelta, le metería la mano” (E25) No era frecuente la práctica de la episiotomía: “Me abrí (…) no me cosió” (E1) “Quedé abierta porque algo sí me rasgué, porque sí lo noté” (E10) “No, la carne da de sí” (E16) “Me rajé, del esfuerzo (…) con agua templada y nada más porque no había nada (...) templada, hervida, yo nunca tuve nada” (E23) No obstante, alguna sí realizaban cortes en la vagina con cierta ligereza: “Esa sí que la cortó y se quejaba mucho de que, no le habían dado puntos ni nada (…) según cortaba así quedaban” (E13) “Esa me debió de cortar ahí, cuando tenías un dolor fuerte te abría así. A mí ahí me cortaron (…) a mí no me lo dijeron pero me tuvo que cortar con algo, yo decía “no me cortéis” (...) yo ya había oído que cortaban ahí para que saliera mejor (…) yo qué sé, con una cuchilla de afeitar, no sé. Decían, “que no, que no, que no te vamos a cortar”” (E14)

115 “Había oído que enseguida metía la tijera (…) le dije que no me cortara y me dijo “a usted no le hace falta nada”” (E16) “A más de cuatro mujeres las abrió por abajo (...) no estaba aquí pero me enteraba, cuando venía me lo contaba (...) enseguida metía la tijera si veía que no salía el crío. Ella hacía lo que podía, lo que sabía, de verlo” (E17) “No dieron puntos ni nada, hala, ya salía como fuera (...) pues yo creo que esa señora sí me hizo, porque de esa me vinieron las fiebres” (E19) Si la atención la llevaba a cabo un sanitario, o acontecía en el hospital, la tecnificación era mayor: “Sé que ella rajó algo, después me dio puntos (…) me doy bien cuenta, ahí en vivo” (E7) “Me tuvo que dar algún punto abajo” (E8) “Me abrieron por abajo un poco, me dieron puntos” (E10) “Cuando nació el otro sí, me dieron unos puntos” (E11) “En el último, cuatro puntos” (E22) Para finalizar, una recordaba como la mujer que había asistido su parto habían hecho uso de un elemento de origen vegetal, el cornezuelo de centeno, dándole a beber el agua resultante de cocer este: “Agua de caricuena, lo que cría el centeno, que es venenoso, es fuertísimo, lo hervían, lo echaban en remojo” (E23)

4.3.3.1.1. Reflexiones al respecto

A tenor de los resultados, el grupo de mujeres que estaba presente en el nacimiento de un nuevo ser, parturientas, parteras y allegadas, no se comportaba de manera pasiva, sumisa o dependiente de los profesionales sanitarios, como promulgaba el Estado que debía de ser en esas décadas de cambio, sino que participaba activamente. De hecho ese colectivo era el que asistía al alumbramiento de manera autónoma y en primera instancia no reclamaba al sanitario, saltándose por tanto los protocolos oficiales. Las prácticas que estas llevaban a cabo eran mínimas, naturales, centradas en la experiencia, el sentido común, la viveza de ingenio y valores culturalmente aprendidos. Su base era racional, lógica, dando prioridad a la información recibida por los sentidos, y su esencia, cuasi- científica, pues no difería de lo que se promulgaba a nivel sanitario por aquel entonces, si

116 bien de una manera rudimentaria. Pretendían cubrir necesidades relativas a protección, seguridad e higiene173. Estaban guiadas por conocimientos de medicina popular (en los que estaban presentes elementos autóctonos animales, vegetales o minerales), así como por creencias que no traspasaban lo anecdótico, pero que marcaban pautas de comportamiento. Eran compartidos por la comunidad y por tanto acumulativos, y algunos de ellos generalizados a otras culturas más o menos alejadas geográficamente. Las condiciones sanitarias habituales por entonces en los hogares de las parturientas eran muy sobrias, recordemos que tanto la luz como el agua corriente comenzaron a estar presentes a partir de los años cincuenta, de forma lenta pero progresiva, como recordaba algún vecino de la zona. De hecho, según datos oficiales, al inicio de la década de los sesenta solo el 15% de las viviendas leonesas (17.780) contaban con agua corriente, unas pocas más (18.960) retrete inodoro, 6.150 baño o ducha y solo 2.260 calefacción (Gaitero Alonso, 2001, p. 162). Y parecidas medidas de higiene se daban en el resto de hogares españoles (Salazar Agulló, 2009, p. 95). Por otra parte, como ya adelantamos en otro apartado, estas féminas no contaban con ningún tipo de formación específica sanitaria, si bien recibían, a nivel general, pautas higiénico-sanitarias a través de las escuelas174, a las que por cierto no se acudía con asiduidad. A pesar de ello, las asistentas actuaban en concordancia con el discurso higienista de la época que reconocía la importancia de la higiene. Aunque no eran conocedoras de literatura al respecto, las medidas básicas que adoptaban, como la desinfección de material, el lavado de manos con agua y jabón o limpieza de las uñas, no difieren, en su base, de las indicadas en los compendios dirigidos a profesionales o al público femenino de la época, como el del Dr. Federico Rivelles (1916, p. 255, 256), Dr. Juan Bosch Marín (1966, p. 60), o la enfermera Anita M. Jones (1949?, p. 7, 65), por citar algunos de tantos175. Una forma de proceder basada en cubrir una necesidad básica, y que aportaba un valor añadido a sus actuaciones, como reconocían las propias entrevistadas. Algo que en parte podía determinar el hecho de ser llamadas: “Era una mujer muy limpia” (E10) “La llamaban (…) fuera por la limpieza, fuera por el tratamiento que tuvieran con ella. Yo eso siempre se lo oí (…) “tu para eso limpieza”” (E25)

173 Abordadas en Siles González et al., 1998, por Nightingale, Henderson y Malinowski. 174 Para ampliar información, remitimos al lector a la tesis de la Dra Del Haro, ya referenciada anteriormente (1999). 175 Otros ejemplares sobre la materia se pueden consultar en el artículo de Rodríguez Ocaña et al., 2006, o en la tesis doctoral de Salazar Agulló, 2009.

117 De la importancia de la higiene se hacían eco igualmente a nivel popular en lugares lejanos de otros continentes, “lavado de las manos con agua o jabón, orina o alcohol (…) no tocar las partes de la mujer” (Arnold et al., 2002, p. 41) Asimismo ocurría con otras pautas que las parteras seguían. Por ejemplo, la de no realizar apenas manipulaciones durante el desarrollo del parto, que, según recogían los facultativos en varios tratados, ayudaba a reducir el riesgo de infección (Bosch Marín, 1966, p. 60; Salazar Agulló, 2009, p. 96). Para cuidar de originar el mínimo número de traumas y no producir escoriaciones estas untaban la mano con alguna sustancia grasa al hacer el reconocimiento, algo ya advertido igualmente a comienzos del siglo en libros editados para practicantes (Rivelles, 1916, p. 256). En cuanto a la episiotomía, si bien no recurrían a ella con mucha frecuencia, vimos que comenzaba a extenderse su uso tanto en el sector doméstico como en el oficial. Precisamente en esos años centrales del siglo se generalizaría su utilización a nivel profesional en domicilio y hospitales, lo que provocaría numerosos daños y secuelas en muchas mujeres, por las condiciones en las que se practicaban y la escasa pericia de los instructores (Salazar Agulló, 2009, p. 204). Como una de las entrevistadas recordaba: “No me dieron nadie nada y quedé bastante abierta (…) cuando nació el otro (el otro hijo) me arreglaron en el hospital” (E10) En las técnicas mencionadas vemos como se hacía uso también de elementos vegetales, animales y minerales de la naturaleza, en los que nuestros antepasados ya habían encontrado remedios curativos: sal, óleos o hierbas. Todos ellos se podían encontrar fácilmente en cualquiera de las casas de las parturientas, por tratarse de elementos comunes, autóctonos y económicos. Sobre la función que estos tenían en el proceso del parto, alguna era conocida por nuestras entrevistadas, como la del alcohol, con poder antiséptico y desinfectante, o el aceite, por facilitar la realización de técnicas (poder lubrificante). Sin embargo, de otras no supieron darnos explicación, tal fue el caso de la sal o el cornezuelo de centeno. El alcohol era un elemento comúnmente utilizado con fines antisépticos y desinfectantes, aquí y en otros trabajos sobre etnografía local176, así como reconocido en manuales destinados a uso profesional de la época177. Por el resto de nuestra provincia, se usaba con el mismo fin el aguardiente, el laurel o el tomillo. Una vez ocurrido el parto, se

176 A modo de ejemplo citamos los trabajos Andina Díaz et al. (2015) y Andina Díaz, 2002. 177 A modo de ejemplo, también, citamos el libro de Catecismo de Puericultura y el de Instituto de Parteras, Manual para su organización y funcionamiento, ya referenciados anteriormente.

118 ahumaban sábanas y mantas con tomillo, recogido el día de Corpus del suelo, después del paso de la procesión: también echaban mano del laurel, muy abundante en la comarca leonesa del Bierzo, donde se hace referencia a esta costumbre (Fernández Álvarez et al., 1998, p. 106; Rúa Aller et al., 1990, p. 51). Con respecto a sustancias lubrificantes, el aceite aquí citado también se utilizaba en provincias cercanas como Galicia. Allí, además, encontramos mencionados a la sazón jabón, aguardiente, el sobrante del caldo de gallina, emplastos hechos incluso con manteca o sebo de algún animal. De este último, decían, además, por provocar contracciones uterinas y acelerar el parto (Pereira Poza, 2001, p. 79). La preocupación por la sequedad del tracto genital no se reducía a estas zonas, ni a esta época. Encontramos referencias a prácticas con sustancias oleaginosas, así como con infusiones, fomentos, masajes u otros ya desde tiempos hipocráticos (Oliver Reche, 2000). No hemos encontrado referencias a la sal en la literatura consultada, pero una de sus propiedades es la antisepsia, por lo que podría ser utilizada con ese fin. Del cornezuelo de centeno (Claviceps purpurea), referido anteriormente, con propiedades oxitócicas, hemos encontrado citas tanto en algún libro sobre costumbrismo, en el que se comentaba lo habitual que era su uso y se alertaba de su peligrosidad por ser responsable de “muchas muertes por rotura uterina o hemorragia” (Oliver Reche, 2000; Pereira Poza, 2001, p. 85 y 123); como en otros, dirigidos a sanitarios. Concretamente rescatamos lo que al respecto se indicaba de este en uno editado a comienzos del siglo XX para practicantes: “Cuando iniciado el parto los dolores cesan algunas horas, podrá estar indicado el cornezuelo de centeno en papeles de 5 centigramos en tazas de te o flor de malva” (Rivelles, 1916, p. 257) No hemos recogido en los testimonios más plantas a las que se les atribuyesen propiedades en el parto, pero la referencia es extensa en libros sobre medicina popular de tierras leonesas cercanas, como las comarcas de Los Ancares, El Bierzo, Maragatería o La Cabrera Baja. A las infusiones de ruda le atribuían propiedades emenagogas178 y por ello se usaba en el parto. También se mencionaba para ello la hierba de la madre; infusiones de cornezuelo o terebinto, con el que se lavaban el pecho las embarazadas y tomaban pequeñas cantidades; la fumaza de cantueso, tomillo y pericón; y caldos de manteca de vaca con nuez moscada o vino caliente (Casado Lobato, 1992, p. 16; Fernández Álvarez et

178 En Galicia, como vimos antes, utilizaban esta planta por su poder lubrificante.

119 al., 1998, p. 129; informante de Oseja de Sajambre, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902; Rúa Aller et al., 1990, p. 58, 66). Y ese uso de la fitoterapia y de alimentos varios en el alumbramiento se extendía por otras regiones, como la asturiana, gallega o alicantina, e iban acompañadas por elementos animales como plumas de aves179, y en las que no entraremos en detalle. Así mismo acontecía, con las diferencias propias marcadas por el clima y vegetación, en otras culturas totalmente diferentes al otro lado del atlántico (Arnold et al., 2002, p. 41, 42, 73).

4.3.3.2. Prácticas mágico/religiosas

Además de las prácticas que se llevaban a cabo en el plano físico había otras, mágicas o religiosas, que velaban por cubrir las necesidades de seguridad y protección, así como de valores y creencias180, y que se creía que contribuían de igual manera para tener un buen parto. La literatura costumbrista nos ha legado un amplio elenco de las existentes en tiempo de nuestros antepasados. Así, en León hacían uso de elementos a los que se le atribuían propiedades mágicas, como la cinta de las embarazadas, una especie de cordón de seda que se ataba por detrás de la cintura y por el vientre de la parturienta para evitar que al niño le atacasen males extraños, que diera la vuelta o naciera de nalgas (Fernández Álvarez et al., 1998, p. 131). Otro utensilio era la piedra del rayo, posible resto de fulguritas romanas a la que, tanto aquí como en otros países europeos o asiáticos, se le atribuían diversos poderes sobrenaturales entre los que incluimos el de augurador de un parto rápido181 (Fernández Álvarez et al., 1998, p. 129). Curiosamente hemos encontrado una leyenda que narraba como las gentes de la provincia se hacían con dichas piedras en el Valle de Corcos (una de las demarcaciones de nuestro estudio), pues allí habitaba un rey que las fabricaba182 (Rúa Aller et al., 1986, p. 103, 104). En Asturias, Galicia o Salamanca se colocaban esmeraldas, piedras, llaves de casa, dientes de animales, astillas de acebo o bolas de pan (Espina Barrio et al., 1990; Fernández García, 1995, p. 235, 236; Pereira Poza, 2001, p. 84, 85).

179 Para ampliar información, remitimos por ejemplo al libro Pereira Poza, 2001, p. 83,84 sobre Galicia y Fernández García, 1995, p. 236, sobre Asturias. Respecto a Alicante, Duque Alemañ, 2004. 180 Necesidades descritas por Henderson y Malinowski (Siles González et al., 1998). 181 Para que esto sucediera la parturienta tenía que colocar uno de estos minerales en su pierna izquierda. 182 En realidad, la procedencia de tales piedras eran las canteras de silex presentes en la zona.

120 Según las mujeres entrevistadas en la zona objeto de nuestro estudio no quedaban vestigios de ninguno de los procedimientos citados anteriormente, ni tan siquiera el de la piedra del rayo a pesar de la proximidad de los parajes de la leyenda contada, sin embargo nos hicieron partícipes de otro tipo de mitos. El primero de ellos, la influencia que tenía la luna sobre el cuerpo de la mujer para inducir el parto: “Luna llena, parto” (E4) Una teoría carente de fundamento científico, pero generalizada en muchas otras zonas a nivel nacional (Saiz Puente, 2010). El segundo, relacionaba profesar el catolicismo con el buen desenvolvimiento del alumbramiento. Al respecto hemos encontrado un gran acervo de dichos ancestrales en los que santos y vírgenes eran los guardianes que presidían los habitáculos donde se hallaban las parturientas: San Ramón Nonato (Anexo once), San Francisco de Asís, la Cruz de Caravaca, la medalla de Nuestra Señora de Nieva, Santa Rita, Virgen de las Carreras, la Rosa de Jericó o los cordones de la Virgen de los Dolores o de San Bernardo, por citar algún ejemplo a nivel provincial, que por otra parte, seguía la tónica de otras zonas dentro de la península (Espina Barrio et al., 1990; Pereira Poza, 2001, p. 85), o de fuera (Romero Zepeda, 2013, p. 134). Estas imágenes, además de las de los Evangelios, rosarios o escapularios, eran colocadas en ocasiones al lado de alguna vela que se encendía para la ocasión. Las piezas de cera que se usaban previamente habrían sido consagradas, bien el día de Jueves Santo, o bien en la festividad de Las Candelas183. El parto se producía a la vez que la vela se consumía, coincidiendo el final del sufrimiento de la madre con la extinción de la luz. Las velas y las invocaciones tenían lugar tanto en la casa de la parturienta como en el templo del pueblo (Casado Lobato, 1992, p. 16; varios informantes de la provincia, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Ese extenso repertorio se había desdibujado con el paso del tiempo, como nos contaban las entrevistadas, pero quedaban recuerdos indeterminados sobre cómo en alguna ocasión, rezaron a algún santo para que el parto transcurriera con normalidad. Restos de un imperio, el religioso que, aunque débil, seguía presente en estas gentes: “Como tenemos ahí a la Virgen de Yecla, confiamos en ella” (E4)

183 La celebración de Las Candelas, llevada a cabo el dos de febrero, contaba con honda tradición en tierras leonesas: las gentes acudían a la iglesia con velas encendidas que eran bendecidas y conservadas posteriormente para ser utilizadas en el hogar en determinadas ocasiones, entre ellos, este que nos ocupa (Andina Yanes, 1995).

121 “Ella (la partera) decía “tu reza a no sé qué, a San Nonato, San Ramón Nonato, rézale un padre nuestro verás como todo sale bien”. Lo recé entonces, porque no me he vuelto a acordar de él” (E7) “A San Ramón (...) cuando uno se acordaba (…) cuando la prima esta mi madre llevaba un santo que teníamos de San Ramón y le llevaba pues para ponerlo allí delante” (E9)

4.3.3.3. Abordaje del dolor

Una de las situaciones más temidas por las embarazadas eran los dolores que pasaban desde que se ponían de parto hasta que daban a luz, por el sufrimento que les generaba. Al respecto de esa necesidad de obtener bienestar corporal184, las entrevistadas contaban que no era costumbre tomar nada, tanto si el parto había sido atendido por la partera como por gente cercana: “Pasé muchos dolores (…) estuve cuatro días con cuatro noches, con unos dolores terribles” (E1) “Estuve toda la noche con muchos dolores” (E4) “Me venía un dolor sobre dolor “ay, ¿va a nacer? Si viene el taxi yo no me voy”, y me apretaba aquí, debajo del estómago, para que me ayudara a bajar y cuando di cuenta nació” (E10) “Con el tercero estuve quince días antes con dolores (…) aguantar (…) ya después estabas más preparada y ya sabías que tenías que aguantar, y yo sabes lo que hacía, empezaba a preparar las cosas, y para allá, y para acá, aunque fuera retorciéndome (…) agárrate aquí, arrodíllate, y así” (E12) “Iba para la cama y ni tumbarme ni nada, no sabía cómo ponerme, porque acostarme no podía, en la primera, de dolores que tenía” (E13) “Estuve un poco mala por la noche y así por la mañana enseguida lo tuve (…) me decía una vecina “tú haz así cuando te venga el dolor para hacer fuerza”, y lo tuve enseguida” (E14) “Nada, aguantármeles, cuando estaba echada, apretaba yo más para saliera cuanto antes mejor” (E18)

184 Malinowski (Siles González et al., 1998).

122 A alguna le daban de beber algún líquido como el chocolate, o infusiones de hierbas tales como manzanilla, tila o té: “A mí una tila (...) me dolía la tripa así aquí abajo y dice mi tía “hacerle una tila que está muy rica”, decían que se calmaban los nervios. Era el medicamento que me dieron” (E15) “A lo mejor te querían hacer un poco chocolate o así, buenas ganas tenías” (E19) “Luego ya nos daban manzanilla o tila” (E23) “Mi madre tenía mucha fe en el té “tomar una taza de té para los dolores”” (E25) La ingestión de sustancias varias durante esos momentos, tal como vimos en el anterior apartado, era una medida a la que se recurría con frecuencia desde la obstetricia popular para facilitar el proceso. Algunos autores hablan de lo corriente que era antaño echar mano de bebidas alcohólicas (como el vino con miel), tisanas (de flor de malva) y caldos de ave a las parturientas, a las que se les reconocían poderes analgésicos (Duque Alemañ, 2004, p. 36; Oliver Reche, 2000; Pereira Poza, 2001, p. 86). Sobre las aquí mencionadas, es conocido el poder calmante de la tila (Rúa Aller et al., 1990, p. 65). La manzanilla y té, además de servir para las molestias digestivas, se utilizaban también para dolores varios (Fernández Álvarez et al., 1998, p. 121; Rúa Aller et al., 1990, p. 52, 53). Diversos autores apuntaban incluso, a lo largo de la historia, el poder de ablandar los genitales y provocar el parto de la manzanilla185. Respecto al chocolate, no encontramos en la literatura consultada referencias sobre su utilización en lo que al momento del parto se refiere186, pero sí en países lejanos como México. Allí, este, junto con el té, han sido elementos que han acompañado y siguen acompañando a las parturientas, por su poder analgésico, confirmado para el cacao (Romero Zepeda, 2013, p. 137; Waizel Haiat, Waizel Bucay, Magaña Serrano, Campos Bedoya y San Esteban Sosa, 2012). La utilización de medicamentos pertenecía en este entorno solo al ámbito profesional, y aunque ninguna había recibido tratamiento en su casa, en el hospital sí estaba más generalizado: “Una monja me preguntó si tenía dolores “claro que nos duele, tendrá que doler”. Ella me dijo “quién te ha dicho a ti que tendrá que doler, que todo lo que se pueda quitar”. Me pusieron una inyección y se me pasó” (E7)

185 Dioscórides, en el S.I, Carbón, en 1541, Núñez, en 1580: todos ellos citados en Oliver Reche, 2000. 186 Pero que, como mencionaremos en el apartado de alimentación de la recién parida, era uno de los alimentos que las vecinas regalaban a las parturientas y que sí se tomaba tras el parto.

123 “Me dijo el médico “¿quieres que te durmamos? Para los últimos dolores fuertes”, digo “sí, sí, me duerman y hagan lo que quieran”” (E10) “Me pusieron una inyección y yo creo que no tardó en nacer ni diez minutos el hijo” (E15) “A mí con el segundo me dieron una inyección que se avivara, se avivaron los dolores pero dolores eran artificiales, después enseguida nació el crío” (E17) Si bien, en un testimonio recogimos como esa privacidad había sido transgredida por una partera: “(La partera) consiguió de otro parto que había atendido unas gotas para el dolor (…) se compraban en la farmacia solo con prescripción” (E3) Para finalizar esta sección, mencionamos un dicho popular manifestado por varias mujeres, que asociaba el hecho de mantenerse activas durante los nueve meses de embarazo con el buen desenvolvimiento del parto, y consecuentemente no tener dolores: “Como trabajaba les tuve todos bien (...) tenía pocos dolores yo, por eso es bueno hacer ejercicio y andar (…) como trabajé tanto en dos horas o tres fuera (…) es muy bueno trabajar, se abren los huesos y todo” (E20) “Hay que hacer ejercicio para que el cuerpo se mueva” (E22) “Como estaba muy trabajada casi nunca tomé nada” (E23) Ya vimos en el apartado de Concepción que en esta zona las embarazadas seguían realizando las labores cotidianas del campo y del hogar durante su embarazo por no contar con recursos para poder frenar su actividad esos nueve meses. Obligaciones familiares a las que se unían ahora además creencias que apoyaban ese trabajo, esa necesidad de movimiento o actividad 187 durante la gestación. Y es que, según algunas mujeres entrevistadas, permanecer activas durante el embarazo reduciría los dolores del parto, y para corroborar sus argumentos se basaban en la experiencia y en la cultura. Teorías nada novedosas ni en estas décadas del siglo XX, ni en esta cultura de la que hablamos188. Algunos estudios sitúan sus orígenes en tiempos de Aristóteles (s.III a. de C.), o en la misma Biblia, y hoy en día podemos consultar en internet numerosos artículos sobre ello, ya con respaldo científico (Borreguero Cardeñosa, 2012; Suárez Leal y Muñoz de Rodríguez, 2008). Las parturientas de antes no iban desencaminadas.

187 Necesidades descritas por Malinowski o Henderson (Siles González et al., 1998). 188 Hemos encontrado creencias populares que vinculaban el ejercicio o actividad en el embarazo con un mejor desenvolvimiento del parto en la cultura finlandesa de principios y mediados del siglo XX, por poner un ejemplo. Se puede consultar en Helsti, 1997, p. 49-58.

124 4.3.3.4. Alumbramiento

Una vez que nacía la criatura había que cortar el cordón umbilical. Para ello la partera se valía del instrumental que le facilitaban en la casa de la parturienta: tijeras e hilo de algodón, de seda, o lo que hubiera por allí y que con suerte había sido desinfectado previamente. Sobre la técnica llevada a cabo, ninguna de las mujeres entrevistadas mencionaba nada específico: “Yo misma ataba el rendal al niño, se le cortaba (…) si estaba echada me sentaba, lo ataba, le ponía así en el regazo (…) tenía hilo preparado para eso. Le ataba el rendal como me parecía” (E18) Tan solo una concretaba algo, sin mucho fundamento aparente: “Yo había oído que había que dejar siete dedos del niño a la madre” (E10). Y otra recordaba como en el equipo de parto que le facilitaban los sanitarios o que conseguían en la farmacia se adjuntaba una nota, al menos, con el contenido del mismo: “Era una caja de cartón blanco con letras azules arriba en la que ponía lo que llevaba (…) para el cordón umbilical, como una gasa enroscada, y unas ampollas pequeñas para los dolores” (E3) Quizá ahí viniera también, como se aventuraba a apuntar cierta autora al respecto de esos trousseaux, las instrucciones sobre la técnica correcta para ligar y seccionar el cordón del parto (Salazar Agulló, 2009, p. 98). La comparativa de instrumental y técnica llevada a cabo con otras zonas nos arroja similares resultados. En el resto de la provincia, en Galicia o en Asturias189, por acudir a sitios cercanos a los que nos referimos en otros apartados, se usaban materiales parecidos y con un denominador común: habituales en cualquier hogar. En cuanto a las longitudes, lo más habitual eran tres o cuatro traveses de dedo, sin obtener teorías que lo apoyaran, dejándolo más largo en varones que en hembras. Por El Bierzo (León), además de hacer uso de materiales cuidados, como hilos del mejor lino, regalo de la abuela paterna, atarlo conllevaba todo un ritual, con oración incluida: “Este ombligo que che ato que no cho desate nadie; nin bruxas nin demos

189 Cabe remitirnos aquí por ejemplo a Álvarez et al., 1998 (p. 131), Casado Lobato, 1992 (p. 23), Fernández García, 1995 (p. 237) o Pereira Poza, 2001 (p. 87).

125 nin espíritus malos. En el nombre da Virgen o do Espíritu Santo. Amén” (Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 11) Si nos remitimos a algún libro de divulgación dirigido a futuras madres, como por ejemplo el Catecismo de Puericultura, tampoco aparecen grandes explicaciones al respecto: “Hacer doble ligadura antes de cortarlo entre las dos ligaduras” (p. 61) Y en cuanto a las distancias a tener en cuenta, en el libro El practicante moderno se recomendaba algo similar: “Se liga el cordón a cuatro traveses del ombligo con ligadura doble y se corta por entre los dos hilos” (p. 256) Los procedimientos seguidos por parteras y familiares para favorecer la expulsión de la placenta, lo que comúnmente denominaban librarse, eran todos ellos físicos. Así, mandaban soplar a la recién parida por la boca de una botella vacía: “Sí, sopla que eso es bueno” (E7) “Para librarme soplar una botella” (E9) “Soplar una botella (…) poniendo aquí un plato (...) para hacer más fuerza” (E12) “Sí, fuerte, si fue eso o no fue (...) enseguidina, qué agusto quedé (...) me mandó soplar un poquín, no hice nada más que así y pum” (E16) “Te mandaban soplar un poco suave, en una botella” (E19) “Esa sí, lo sacaba ella, con la botella la ponían una botella a la boca y sopla” (E25) ponían un plato en la tripa: “Poniendo un plato a la tripa y me cogía así, el daba media vuelta y así caía” (E23) daban un masaje: “La partera esa me apretaría, no sé qué me haría, en la cocina también, cuando fui para la cama iba limpia” (E14) “Me empezaba a hacer así en la tripa para que saliera la placenta” (E22) o la agarraban por las axilas: “Mi marido estuvo allí, vio como el doctor me lo hacía (como el médico le cogía a ella por las axilas) y cuando nacieron los otros me cogía mi marido por aquí (axilas) y levantaba para arriba (...) es que mi suegra decía que se hacía antiguamente, las cogían así, las levantaban y salía la placenta ella sola, entonces mi marido dijo “esto ya no nos pasa”” (E20)

126 No sabemos si lo llevaban a cabo siguiendo alguna vieja tradición o con conocimiento, pero los efectos conseguidos, en cualquier caso, eran la contracción del diafragma y de toda la musculatura abdominal, lo que favorecía la expulsión. Algo que ya había apuntado el médico griego Hipócrates en sus Tratados Hipocráticos: “Maneras de expulsar la placenta cierrense, las narices y la boca” (Pereira Poza, 2001, p. 89). Si revisamos algunos trabajos etnográficos de otras zonas cercanas190, las técnicas se repetían. Por allí, además de lo referido antes, inducían al vómito introduciendo la punta de una trenza por la boca191 o dando a tomar una cucharada de sal; daban a beber caldos de camisa de serpiente o de culebra, por atribuirle, entre sus propiedades, la de provocar contracciones uterinas; o bien colgaban una botella del cordón umbilical. Sobre el hecho de colgar algún objeto al cordón192, o también sujetar el mismo al muslo de la parturienta 193 , tenía otra finalidad añadida: evitar que la placenta se introdujera, pues se pensaba que podía causar el ahogamiento de la mujer. Curiosamente, esa costumbre de sujetar el cordón umbilical con algo también se hacía por esta provincia (Fernández Álvarez et al., 1998, p. 131), y en concreto una de las mujeres lo recordaba en la zona objeto de este estudio, sin saber explicar el por qué y cómo se practicaba: “Ataban una llave, se conoce que quedaba el cordón largo, el cordón umbilical, y para que no se metiera para dentro, ataban una llave de la cuadra, una llave grande (...) con una cuerda ataban el cordón y la llave para que, por si acaso se metía para dentro digo yo” (E14) En fin, lejos de pensar que se trataba de ocurrencias ingeniosas o rudimentarias, lo cierto es que era algo que se aplicaba en más de una zona y que venía apoyado por ciertos tratados durante siglos. Si a pesar de ello no se conseguía la expulsión, en los testimonios que rescatamos, las gestoras populares avisaban al médico o practicante. Seguían así, sin saberlo, las indicaciones que a tal efecto marcaban desde las esferas profesionales, como “no tirar nunca del cordón” (p. 61), detallada, por ejemplo, en el Catecismo de Puericultura.

190 A las que ya hemos hecho mención: en El Bierzo, León, Fernández Álvarez et al. (1998, p. 131) y Rodríguez y Rodríguez (1995, p. 12); Galicia, Pereira Poza (2001, p. 86-91); en Asturias, Fernández García (1995, p. 236); o en Salamanca, Espina Barrio et al., (1990). 191 Curiosamente esa misma práctica se recogía por el informante de Villablino, en León, en 1901 en la Encuesta del Ateneo de Madrid. 192 Pereira Poza (2001, p. 87), recoge como por Galicia, Zamora, Palencia o Vizcaya se colgaba una llave oxidada. 193 En Asturias lo denominaban “atar el remu”.

127 Las entrevistadas decían como los médicos recurrían igualmente a los métodos ya citados antes: “Nada más llegar cogió y sabes qué hizo, me dio y con una botella a soplar, con la fuerza esa de soplar así salió la placenta, me acuerdo que era muy religioso ese hombre y antes de soplar se echó la señal de la cruz, dice “a ver si tenemos suerte”” (E10) “Me apretaba la tripa” (E13) “Te apretaba así un poco, no sé qué me hizo y saldría” (E14) “En el primero tuvo que venir un médico que había en Cistierna porque no me libraba. Me dio lo que fuera, me durmió (…) me agarraba por aquí (axilas) para echarla” (E20) Y en algunos casos, si no eran favorables, echaban mano de técnicas invasivas como introducir la mano para su extracción manual: “Me metió mano y poco a poco a poco a poco la fue sacando” (E1) “Cuando las niñas metió la mano él, (el médico), y me la sacó, de eso sí me acuerdo (…) me dijo “a no ser que te haga daño, daño no te quejes”, porque decía que no podía poner inyecciones antes de echar la placenta (…) para la hemorragia” (E7) “La placenta tenía que venir el médico a sacarla (…) a lo bruto también, me apretaba” (E11) Sobre ello, encontramos contradicción de consejos dirigidos a los practicantes y matronas en esas décadas centrales del siglo XX: si bien algunos autores se decantaban por recomendar su uso, otros instaban a que se llamara al facultativo para realizarlo, recordando que era competencia solo de este, como recalcaba el Dr. Cardús en su libro dirigido a futuras madres referido ya anteriormente: “Ved lo que dice la Ley de 24 de Enero de 1941 en su artículo 17: “Con igual multa y por la misma autoridad serán sancionados los practicantes y matronas que presten asistencia a cualquier proceso que no fuera el parto o aborto de evolución normal, cumpliendo en todo caso lo dispuesto en el artículo anterior”. Las comadronas no pueden, pues, extraer una placenta retenida” (Cardús, 1947, p. 54) Lo cierto es que en cualquiera de los casos dicha práctica supuso muchos motivos de ingreso en las clínicas, bien fuera por la falta de pericia de los médicos que las realizaban, bien por las condiciones insalubres en las que se hacían (Salazar Agulló, 2009, p. 98, 101).

128 Una vez extraída la placenta se hacía necesario deshacerse de ella, bien enterrándola en la tierra o arrojándola al estercolero. Los lugares elegidos, una vez más, coincidían con los de las otras zonas cercanas ya mencionadas en anteriores capítulos; pero también con los de regiones y culturas tan distantes como la mexicana, boliviana o colombiana (Arnold et al., 2002, p. 76, 77; Bueno Henao, 2002; Romero Zepeda, 2013, p. 214): “Se enterraban (...) en los molederos, con lo de las vacas y lo que hubiera” (E6) “No sé si la enterrarían allá para la mierda de las vacas” (E11) “En el corral mismo” (E12) “La tirarían al abono y yo qué sé” (E14) “Allá entero lo empozaron (...) cavaron bien hondo y lo metieron, porque después cuando esparcieron el abono allí no salió nada” (E16) “La quitaba y la enterraba mi marido (...) hacía un pozo ahí en la tierra para que no anduvieran los perros con ella” (E18) “No sé lo que harían, seguramente que cavarían y lo enterrarían” (E19) “No se tiraba por ahí, se enterraba, la echábamos en un barreño” (E21, E22) “La enterraban en el estercolero” (E23) Ninguna entrevistada hizo referencia a la tradición seguida en esta comarca antiguamente y que consistía en tirarla al río “donde hubiera mucha corriente, creyendo que de este modo la criatura llegaría a desarrollarse fuerte y sana” (Casado Lobato, 1992, p. 16), o como se creía en algunos lugares de las provincias de Valladolid y Asturias, para que “la nueva madre no sufriera de sed” (Fernández García, 1995, p. 238; Pereira Poza, 2001, p. 91). Las entrevistadas desconocían el motivo de tales actuaciones, pero según diversos autores y estudios que se refieren al occidente de la península, así como en otros puntos de España, incluso de Italia, Brasil, Irlanda, Estados Unidos, Etiopía o Bolivia, la idea supersticiosa de enterrarla podría derivarse del temor a que si no se hacía así, podía ser encontrada y destruida por un animal, provocando que a la parida se le retirara la leche, la criatura saliera ladrona, adquiriera las características indeseables del ser en cuestión, o se volviera loca; mientras que la razón de arrojarla al estercolero era con el fin de que la madre siguiera siendo fértil (Arnold et al., 2002; Black, 1889, p. 338; Fernández García, 1995, p. 238; Pereira Poza, 2001, p. 90).

129 4.3.3.5. Algunas adversidades

En ocasiones se presentaban contratiempos que ponían en peligro la vida de la parturienta o de la criatura; siendo entonces cuando las gestoras populares solicitaban, como ya vimos, la presencia de los sanitarios locales, quienes acudían con un maletín provisto del material necesario: “Venía con maletín” (E1) “Yo creo que guantes sí usaba (...) alcohol sí (...) traía un maletín con cosas” (E7) Las actuaciones de los profesionales médicos en el ámbito rural se basaban en las ténicas y administración de fármacos de la época, revestido todo de un cierto halo de misterio y temor, y también de respeto: administración de medicamentos para cortar la hemorragia, realización de técnicas invasivas para cambiar la posición de salida de la criatura, o utilización de materiales como el fórceps. Algo interiorizado y asumido como normal en las entrevistadas: “El médico vino solo a dar vuelta al cordón (…) venía con el rendal atado en el cuello” (E1) “La tuvo que sacar él (el médico) (…) tuvo que darle al vuelta porque venía mal (...) con la mano se la dio (...) no se daba la vuelta (...) la sacó por los piesines. Se ve que perdía sangre, ya no oía, y fue corriendo y me puso una inyección” (E7) “Mi marido fue a Almanza a buscarle y le dijo al médico: “mire, que dio a luz pero yo no sé, se va en sangre”. “Uy, no se ha librado, uy, entonces tengo que ir inmediatamente” (…) “y así salió la placenta, me puso una inyección contra la hemorragia y se acabó la hemorragia, pero no me fui en sangre de puro milagro” (E10) “Traía de aquellos fórceps que traían, que les abrían ( ...) “ay” digo. “No, no, no te asustes, que no pasa nada, con esto le sacamos”. Digo: “no quiero que me le saque, ya vendrá él”. Estuve tres o cuatro horas pero llegó” (E17) “No te digo esta mujer de Cabrera, dijo que llamaran al médico para poner una inyección para cortar la hemorragia” (E25)

130 No siempre acontecía un alumbramiento feliz y, con o sin intervención facultativa, lo cierto es que las cifras de mortalidad infantil194 eran elevadas en estas décadas aquí. A título de ejemplo, decir que entre 1941 y 1950 España ostentaba la segunda tasa más elevada de mortalidad posneonatal de la Europa occidental. En la década de los sesenta, concretamente en áreas rurales de Castilla y León había las cifras más altas de mortalidad infantil estatal, entre otras razones, por contar con rentas más bajas y menor equipamiento sanitario asistencial (Bernabeu et al., 2006). Por ello, tal como nos decían varias entrevistadas, no era extraño conocer alguna vecina que hubiera pasado por ese trance, o haberlo sufrido incluso en las propias carnes: “Antes no había nada de nada, sí se morían” (E9) “Esa vecina de ahí sí tuvo movición, lo que usted dice, yo le llamo así, no sé cómo será, allá en Mondreganes, porque ella vivió en Mondreganes” (E20) “Antes se morían muchos, cuando mi madre” (E23) Algunas veces, esto pasaba estando el parto en manos de la partera: “Uno, de mi tía venía de culo y nació muerto, y la niña de otra vecina, la primera, también venía así y también en Mondreganes a otra señora, pero a aquella se le murió la niña” (E19) “A una cuñada de mi madre se le murió el niño dentro y (…) se la tuvo que sacar a cachos” (E2) “Se ve que de mucho tiempo que estuvo nació como con poca vida” (E7) “En 1943 murió una señora en el parto, estaba mal del corazón. A una prima mía se le murieron tres niños seguidos al nacer, y después ya llamó al médico para que le atendiera” (E9) “Me ataron el rendal y me lo hicieron mal (...) cortaron (...) ató primero lo de la niña y después a mi me dejaron suelta y no me he muerto de puro milagro, fíjate, era una señora mayor, igual no se acordaba o yo qué sé” (E10) “Se murió también otra en Calaveras, y otra no sé en qué pueblo, si venía un poco mal se morían las mujeres todas, porque por no ir al de pago, que no había una peseta” (E17)

194 La mortalidad infantil se refiere al número de defunciones por cada mil nacidos. Los datos de mortinatalidad, o nacidos muertos, se planteaban problemáticos de conocer en esta época, pues solo se consideraba nacido vivo a los niños que superaban las 24 horas de vida, y por ello, las tasas de mortalidad infantil legales declaradas eran realmente inferiores a las biológicas (Salazar Agulló, 2009, p. 38, 39).

131 “Una de Calaveras (...) le asomaba el brazo (...) se lo tuvieron que sacar a cachos. Otra de Mondreganes que era familia mía, pues pasó una cosa parecida, no la llevaron y se murió, la madre y la cría. A una de aquí que tiene ocho se la murió uno. Esa que digo soltera que la asistía (…) tuvo dos de soltera y uno se murió, se murió después. A uno que le atendió una tía le cortó muy corto el rendal, y al cortarle tan corto, pues a los ocho días que ya la había bautizado y todo, que se muere el niño (...) se va en sangre, se marchó el atado y se desangró y se murió” (E23) En manos de los sanitarios: “Yo ya no la conocí a aquella señora (...) llamaron a un médico yo no sé si de Puente Almuhey el que sacó el niño con un gancho y se murió el niño y ella y dejó una niña” (E10) “Cuando esa prima que se había muerto que traía dos, vinieron dos médicos, uno de Almanza y uno de Puente Almuhey me parece (...) a lo animal, le metieron el brazo hasta atrás (...) partera no había (…) vinieron a matarla (...) ya a lo último cuando la habían ya destrozado la mandaron a León” (E14) “Una mujer del pueblo estaba en estado y no había dicho nada (...) lo dice todo en las coplas (...) cuando se puso a dar a luz la madre del crío dice “nada más que nazca el crío la envuelven en mi chaqueta y la suben al desván que allí se muera de frío” (…) la mujer no se libraba, se iba en sangre, entonces es cuando llamaron al de Puente (al médico), y este dijo “yo aquí no hago nada, llamen al médico de Almanza”. Cuando llegó dijeron: “esto ha sido alumbramiento, dónde está la criatura (...) los dos médicos llamaron al guardia (...) registraron la casa y lo encontraron muerto” (E23) “Uno me parece que lo sacó a trozos, eso sí se lo oí varias veces, cuando veía que un niño venía muerto o lo que fuera” (E25) O de camino al hospital: “Marcharon con ella para hospital, pero cuando llegaron allí nada (...) llegó muerta” (E15) “Cuando esa señora estuvieron esperando, esperando, porque ya le había pasado más veces. Creo que le salía un bracín del crío, se murió por el camino” (E17) Todos estos testimonios ponen en evidencia todo un cúmulo de circunstancias que ocasionaban estos hechos que no serían entendibles en el mundo de hoy, pero que entonces

132 eran perfectamente explicables: conocimientos específicos escasos y mala praxis, escasez de medios materiales, lentitud de actuaciones, recursos humanos asistenciales que no llegaban a toda la población, problemas económicos y de transporte, mortalidad en hijos ilegítimos (…). En definitiva, condicionantes varios que incidían negativamente en las tasas de mortalidad en el parto, tal como se denunciaba asimismo en publicaciones como las de la colección Al servicio de España y del Niño Español, desde 1938 a 1963 (Bernabeu et al., 2006; Salazar Agulló, 2009, p. 38, 45). Una de las prácticas que despertó nuestro interés referente a las adversidades surgidas en el trance del parto, fue la administración del bautismo de urgencia a los recién nacidos. Según la doctrina de la Iglesia Católica, nacemos con la mancha del pecado original, mancha que se borra a través del bautismo195. Cuando una criatura corría peligro de muerte al nacer, era necesario tratar de afrontar ese riesgo para que no dejase este mundo sin ser cristiano. Y de ese riesgo surgió la práctica del bautismo de urgencia. Así pues, en caso de que se temiera por la vida del recién nacido, se derramaría sobre él agua bendita traída de la iglesia, o en su defecto agua corriente, para convertirlo en cristiano antes del fatal desenlace. Según dice el catecismo, en caso de necesidad cualquier persona en uso de razón puede administrar dicho sacramento: “En caso de necesidad cualquier persona, incluso no bautizada, puede bautizar si tiene la intención requerida y utiliza la fórmula bautismal trinitaria. La intención requerida consiste en querer hacerlo que hace la Iglesia al bautizar. La Iglesia ve la razón de esta posibilidad en la voluntad salvífica universal de Dios, y en la necesidad del Bautismo para la salvación incluso no bautizada”196 Dada la naturaleza del trabajo de las matronas y la elevada mortalidad infantil de entonces, a buen seguro que se encontrarían con numerosos casos de este tipo. Hemos encontrado interesantes estudios desde el campo de la enfermería en los que se mostraba, precisamente, esta obligación de conocimiento y cumplimiento recogida desde hace siglos en diferentes tratados eclesiásticos y sanitarios. Así por ejemplo en un artículo de García Martínez, García Martínez y Valle Racero (1994) constataban la existencia de Libros de Visitas Pastorales del siglo XVII en los que aparecía detallada dicha tarea entre las matronas, o en caso de ausencia de estas, entre las mujeres que eventualmente atendieran partos, y que habrían sido instruidas previamente por el cura del pueblo. En otros, aparecen

195 El bautismo de los niños es una práctica inmemorial de la que tenemos constancia desde el siglo II. 196 Así lo podemos ver reflejado incluso en la página web del Vaticano, cuando habla de este catecismo (http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p2s2c1a1_sp.html).

133 citas de manuales para la instrucción de matronas de los siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XX en los que se reflejaba igualmente esa función (Carmona González y Saiz Puente, 2009; Valle Racero, 2002). En la provincia de León era este un ritual que administraban desde siempre las gestoras populares (Casado Lobato, 1992, p. 25). Por los testimonios de las entrevistadas constatamos que así seguía siendo a mediados del siglo XX en esta zona: “Yo ya vi que venía mal y dije de avisar (…) vino el médico y ya cuando entraba silbando malo, y al fin se murió la madre. Hubo que darle el agua socorro, le llamaban” (E5) “En mi primer parto (…) a las dos horas de nacer. Lo hicimos nosotras (bautismo de urgencia), mi hermana y yo, teníamos agua bendita, sino cualquier agua: yo te bautizo en el nombre del padre y eso (...) mi hermana decía “ay, yo creo que esta niña se muere, mira”, uggg, y echaba así como sangrina197. La partera se había ido ya. Se le enterró como a un niño (...) vino el cura (...) lo enterró en el cementerio como otro niño cualquiera” (E7) “En mi primer parto (…) le eché yo el agua, mi madre tenía agua bendita siempre y me acuerdo que la echaron, o sea, la echaron el agua bendita y la dijeron las cosas que, yo te bautizo en el nombre del padre y del hijo (...). El agua de urgencia para bautizarla” (E13) “Dos mellizas que había en Cabrera (…) allí atendió un parto (…) parece ser que se moría. Fueron a llamar al cura y mi madre la bautizó (…) cuando llegó el párroco y le dijeron lo que había hecho dijo “bueno, pues ya está bautizada porque lo que ha hecho esta señora es legal”” (E24) Gracias a él estas cubrían la necesidad de cumplir con las normas y creencias religiosas198 de la parturienta, algo muy importante dado el peso que tenía la religión sus vidas entonces. Por otra parte, decir que este se realizaba con total normalidad y sin que se precisara ninguna autorización ni formación para ello.

197 Vulgarismo: sangre. 198 Necesidad abordada por Henderson (Siles González et al., 1998).

134

4.3.4. Postparto y puerperio

4.3.4.1. Cuidados al recién nacido

Según los testimonios recogidos por nuestras entrevistadas eran tres las primeras atenciones que se daban a la criatura recién nacida: aseo, cuidado del ombligo y vestido199. Estos cuidados eran prestados bien por la partera, por los familiares o por alguna vecina que hubiese estado presente durante el parto, como una señal más de la importancia que la comunidad familiar y vecina tenía para la parturienta en el momento del nacimiento. Respecto al primero de los puntos, la higiene, todas las entrevistadas coincidieron en apuntar que al recién nacido había que lavarlo con agua caliente: “Con agua caliente. Se atendía primero al niño y después a la madre” (E1) “La partera me dijo “tú ten preparada agua caliente”” (E7) “En un balde, no había agua corriente” (E10) “Recuerdo que según nacían les lavaba” (E13) “Yo misma le lavaba, le vestía (…) si le mandaba a él (al marido) lo hacía del revés porque se ponía nervioso (...) después de que lo tenía limpio le echaba en la cama o en la cuna” (E18) “Con una sábana les limpiaba bien limpitos” (E20) “Ella cogía el niño, lo envolvía, lo ponía ahí en un sitio, bajaba, arreglaba el niño (…) con una palangana le lavaba, recogía la ropa y ya me lo llevaba (…) ya tenía yo ahí una toalla o un paño blanco o algo, le cogía, le quitaba así de la cara, le daba un azote en cada cara para que llorara, y le quitaba eso de la cara, le envolvía un paño” (E22) “Le lavaban en agua templada” (E23) Esta práctica, ya mencionada por Estrabón en tiempos prerromanos: “la parida junto con su hijo se bañan en un río” (Fernández García, 1995, p. 237), seguía la tradición

199 Las necesidades de aseo y vestido son dos tratadas en las teorías de Nightingale, Henderson o Malinowski (Siles González et al., 1998).

135 marcada tanto en el resto de la provincia (Andina Díaz et al., 2015; Casado Lobato, 1992, p. 23), como en el norte y sur peninsular, en ocasiones acompañada de elementos como el vino (Fernández García, 1995, p. 237) o el aceite (Duque Alemañ, 2004, p. 38). Las indicaciones que se hacían por entonces a las madres desde las esferas sanitarias eran similares. A modo de ejemplo, recogemos lo escrito por Bosch Marín (1966), donde dice que una vez producido el parto había que “envolver al niño en una toalla esterilizada” (p. 61), y el primero de los baños que este recibiría sería “en el acto de nacer” (p. 193). Respecto a los cuidados del ombligo, dos consejos importantes: había que recurrir a productos para protegerlo de infecciones, bien tradicionales a base de elementos vegetales o animales, o bien de botica; y no se debía lavar al niño hasta que se le cayera el cordón umbilical: “Decían que hasta que no se les cayera el ombligo que no le bañaran, le limpiaran y que no le bañaran, yo antes les quitaba las cacas y no andaba, hasta que no fueran un poco mayores” (E15) “El ombligo con una gasita y mercromina” (E1) “(El ombligo) Lo curábamos con sebo en rama, lo calentábamos y que no quemara (…) sebo de ovejas” (E23) “Le untaba con ceniza del fuego, ella ponía un roble para quemar, y con esa ceniza curaba el ombligo del niño, y les quedaban unos ombligos preciosos” (E24) Los remedios que mencionamos basados en elementos de la naturaleza eran los mismos que se habían usado en tiempos pasados, como recogían libros costumbristas de la provincia: ceniza, blanca y fina, por la montaña oriental; de roble, decían por el Bierzo, para evitar infecciones; o unto caliente contaban en la comarca de la Cabrera, al suroeste (Casado Lobato, 1992, p. 23; Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 11). Ninguna de las mujeres entrevistadas hizo mención, sin embargo, a una costumbre religiosa ancestral recogida en el oeste de León lindando con Galicia; la de recitar una oración mientras se ataba el cordón umbilical200. Respecto a la utilización de la mercromina, tenemos constancia de que también se empleaba en algunas partes del Bierzo (Andina Díaz et al., 2015), quizá

200 “Este ombligo que te ato, que no lo desate nadie; ni brujas ni demonios, ni espíritus malos. En nombre de la Virgen y del Espíritu Santo. Amén” (Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 11).

136 siguiendo la moda que se había implantado en los años treinta de aplicarla para casi todo, como se recoge en la wikipedia201. Las advertencias de los profesionales respecto al cordón umbilical eran claras y parecidas: hacer las mínimas manipulaciones de la gasa que lo envuelve y, tras la caída de este, aplicar productos secantes. Así, en el Catecismo de Puericultura de 1966 leíamos: “Solo la enfermera está autorizada para cambiar el apósito que se coloca en el ombligo, y ello lo hará extremando los cuidados de limpieza y asepsia de manos y usando gasa aséptica. Conviene una cura seca para no macerar el cordón. El uso de antisépticos (desinfectantes) se hará solo cuando el médico lo indique. Una gasa empapada en alcohol de 90 grados y luego gasa esteril y venda esterilizada será un buen apósito hasta que se caiga el cordón y se cierre completamente la cicatriz” (p. 83) Años antes, en 1939, el Dr. González Álvarez comentaba en un Cursillo de iniciación de Puericultura, dentro de las publicaciones Al servicio de España y del Niño Español: “La ligadura y cura del cordón umblical corresponde al Médico o comadrona que asiste el parto, pero sí interviene la madre u otra persona encargada, en vigilar el apósito (…) no debe de tocarse hasta la caída del trozo de cordón (…) si el apósito se mancha de excremento, debe renovarse. La cicatriz que resulta de la caída del cordón se protege con una gasa aséptica y polvos secantes” (p. 16) En otros manuales dentro de esa colección encontrábamos consejos como realizar toques de yodo, de nitrato de plata o aplicar polvos secantes (Salazar Agulló, 2009, p. 68, 69). Sobre no bañar al recién nacido mientras tuviera el cordón umbilical, como comentaba una de las mujeres del estudio, las recomendaciones hechas desde el plano sanitario eran coincidentes: “Si podemos esterilizar la bañera quemando alcohol, disponemos de agua hervida y de enfermera que esterilice bien sus manos, puede darse al niño el segundo baño al segundo día de su vida y seguir bañándole diariamente. Sino tenemos esas garantías de limpieza habrá que esperar al desprendimiento del cordón umbilical y a que cure la herida que deja, para evitar infecciones” (Bosch Marín, 1966, p. 193, 194)

201 http://es.wikipedia.org/wiki/Mercromina.

137 En definitiva, en lo que a cuidados del ombligo se refiere, como en la higiene, se producía una confluencia de antiguas prácticas populares y medidas higiénicas básicas, siguiendo probablemente los consejos de sus mayores, pero coincidentes con lo dictado desde las esferas profesionales. Tras ese acicalamiento inicial se procedía a vestir a la criatura. Algunas mujeres contaban como pervivía por la zona la costumbre de enfajar a los niños, colocándoles una manta y un fajero, que impedía prácticamente su movimiento: “Se ponían pañales y luego mantilla con fajo” (E1) “Les poníamos con aquellas mantillas que había que doblarles las piernas (...) y un pañuelín para el pescuezo” (E12) “Cuando nacíamos nos ponían una manta así (...) por las piernas, que no podíamos ni movernos. Una mantilla, y después un fajero, no sabíamos ni cuando habían hecho pis ni nada” (E14) “Pobrecines, les enfajábamos” (E23) Asimismo ocurría con la costumbre de poner una venda un poco apretada en la cabeza del niño: “Yo eso ya se lo había visto hacer a mi madre, una venda así un poco apretada” (E23) Unas prácticas llevadas a cabo desde hace tiempo en estas tierras: “Temerosos las mujeres de que las extremidades de los niños aquirieren algún vicio de conformación y para que se vigorizase no se las dejaban sueltas durante los cuarenta primeros días. Con los brazos derechos y unidos al cuerpo y rectas las piernas los envolvían apretadamente en los pañales y demás ropas y encima de todo una blanca bayeta que los cubría de cabeza a pies “(informante de la Montaña de León, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Y que seguía presente en comarcas cercanas del Bierzo, La Montaña, Cabrera o Maragatería (Casado Lobato, 1992, p. 24; Fernández García, 1995, p. 237). Y aunque, tal como aparece recogido en el párrafo antes mostrado, se llevaba a cabo con el fin de corregir deformidades, lo cierto es que lejos de eso, podían causarlas, así como lesiones en órganos internos o deficiencias en el desarrollo (Ballester Añón, 2002; Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 11). Estas, asimismo, eran atacadas en diversa literatura dirigida a madres en esos años, por comprimir el vientre o impedir los movimientos de las extremidades (Bosch Marín, 1966, p. 174, 175; Salazar Agulló, 2009, p. 69).

138 Concluyendo, en lo que a modas en el vestir se refiere, persistía la tradición contraria a lo dictado por los profesionales. En caso de que alguna mujer quisiera unirse a las nuevas tendencias, como una nos contaba, era tomada a broma: “Se reían de mi porque a los tres meses ya les echaba cortos (les ponía pantalones cortos)” (E23)

4.3.4.2. Cuidados a la madre

Así como con los cuidados posteriores del recién nacido encontrábamos una cierta concreción en las actuaciones, en lo que se refería a las atenciones de la parturienta las respuestas obtenidas fueron vagas. Una vez expulsada la placenta, el objetivo principal para esta era cubrir la necesidad de descanso202, llevándole a la habitación y recostándola en la cama, en caso de que el parto hubiera acontecido en otro lugar de la casa. Las entrevistadas apenas se detuvieron en explicar las medidas de higiene recibidas, quizá por tratarse este de un tema que les suscitaba, todavía al recordarlo, cierto reparo: “A mí ya me echaban para la cama y ya se quedaban a lavar al niño o lo que fuera (…) ni me lavaron ni nada, te ayudaban a subir a la cama que teníamos que subir arriba, no me lavaron ni un día” (E14) “Al año alante203 que tuve yo al niño me lo hice todo, me lavaba” (E14) “Luego nos lavaban, y nunca tuvimos problemas de eso ni nada” (E16) “A mí me llevaba para arriba, para la habitación” (E22) En cualquier caso, y al igual que han reflejado los testimonios de otras mujeres en el sur de la península (Linares Abad, 2008), la higiene de la recién parida era en esos años escasa, superficial, y centrada en el área genital, por los escuetos medios de higiene con los que se contaban en los hogares, y por la mentalidad de entonces. Esa insuficiente pulcritud dio lugar a refranes como el de “mujer parida huele a podrida”, muy sonado por esta zona o por Galicia (Fernández García, 1995, p. 237; Pereira Poza, 2001, p. 93). De hecho, por esta última región se creía que el agua podía acarrear fiebres a la parturienta, y por ello, tenían prohibido cualquier contacto con esta durante la cuarentena. No se aseaban y además, lejos de higienizar, se recurría a prácticas contrarias como no cambiar las sábanas de la cama o no abrir ni puertas ni ventanas de la habitación (Pereira Poza, 2001, p. 93). En

202 Necesidad de dormir/descansar de Henderson (Siles González et al., 1998). 203 Vulgarismo: adelante.

139 León, en la comarca del Bierzo, al oeste de la provincia, a comienzos del siglo, ocurría algo parecido: “Tan pronto como se ha verificado el parto verifican con la paciente tales prácticas que parecen ser solemne mentis a todos los tratados de obstetricia. Empiezan por acostar y cubrir a la enferma con ropas de todas clases, apelando si es preciso a la capa del marido, hasta provocar en ella sudores copiosísimos, que sirven según la creencia general para quitar el paño de la cara” (Informante del Bierzo, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Desde el punto de vista sanitario, las recomendaciones eran igualmente para el área genital. A modo de ejemplo extraemos lo que al respecto recogía algún médico: En el manual Higiene del embarazo (Cardús, 1947), se mostraba claramente que estaba centrada en los órganos sexuales externos: “Tendréis preparadas tres palanganas: una grande para bañar y limpiar al recién nacido, otra para lavar los genitales de la madre, y otra para lavar la cara y manos de la misma” (p. 57) “Una vez expulsados feto y secundinas, se procederá a limpiar con una solución de Meliformo, los genitales y ano de la mujer, y se cubrirán con una compresa tocológica o, en su defecto, con dos o tres compresas de gasa estéril, encima de las cuales se aplica un trozo de algodón hidrófilo (…) durante los cinco o seis días que siguen al parto, se hará dos veces diarias la limpieza de los genitales de la recién parida. La puérpera puede volverse a bañar, catorce días después del parto” (p. 73) En el libro Instituto de parteras, dirigido a instruir a matronas americanas, dedicaba un capítulo concretamente al Cuidado de la vulva tras el parto, resaltando la importancia de que de la higiene los primeros días debía de ser escrupulosa por ser canal de entrada de infecciones, y la necesidad de utilizar mascarilla para realizar ese aseo (1949?, p. 129, 131, 137, 138). Tras ello, alguna de las mujeres recordaba como le habían colocado una faja en el bajo vientre, con el objetivo de comprimir la zona: “Cuando yo echaba las limpias cogía y me ponía una faja para apretarme así también” (E18) “Según me libraba se ataba por aquí un pañuelo prieto, prieto, de esos que ataban las viejas” (E23)

140 Esta era igualmente una antigua costumbre “para que la matriz no ascendiera después del parto” (Pereira Poza, 2001, p. 93), frecuentada desde al menos principios del siglo, como dejaron recogido sus antecesores por esta zona en la Encuesta del Ateneo de 1901: “A la parida el vientre con un pañuelo que le rodean teniéndola así hasta la cuarentena” (informante de Gordaliza del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) o por la zona occidental de la provincia: “Se les faja con la faja del marido, acaso por ser la única que hay en la casa” (informante de Villablino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Asimismo, se trataba de una recomendación de aquellos tiempos dictada desde las esferas sanitarias: “Las paredes del vientre quedan muy relajadas; conviene sujetar el vientre con la faja de franela en invierno, o de hilo en verano, que dé dos o tres vueltas. Si no se dispone de faja se consigue el mismo objeto con una toalla sujeta por imperdibles” (Cardús, 1947, p. 73) Concluyendo este apartado, las atenciones a la mujer tras el parto centradas en las necesidades de descanso e higiene204 tal como recordaban, eran escasas, algunas similares a las que aconsejaban los sanitarios, otras insuficientes según estos, pero no tan alejadas como se podría pensar. Lo que sí era cierto es que todas fueron fruto de la tradición, pero también de condicionantes sanitarios o culturales como falta de agua corriente en las casas, o tabús sobre el área genital.

4.3.4.3. Alimentación de la criatura

4.3.4.3.1. Lactancia materna

Las pautas seguidas por las parturientas para cubrir la necesidad de alimentar205 a la nueva criatura estaban basadas en las normas que marcaba la tradición del entorno y las mujeres del grupo más cercano: madres, hermanas o allegadas.

204 Necesidades básicas estudiadas por Henderson, Malinowski o Nightingale (Siles González et al., 1998). 205 Necesidad de alimentarse descrita por Henderson, Malinowski o Nightingale (Siles González et al., 1998).

141 Sobre el momento idóneo para iniciar la lactancia no encontramos unanimidad en las respuestas. Algunas entrevistadas recordaban como lo hacían nada más nacer, tras lavarle y arreglarle, alegando que sino luego les costaba más: “Al pecho nada más que le lavaban y le arreglaban” (E1) “En seguida, no doy razón de darles nada, si se les pone biberón después no cogen pecho” (E6) “De seguido porque sino después tardan en mamar, les pones y de primero no te sacan (...) y hala, a chupar” (E18) Otras, sin embargo, decían que había que esperar un día, hasta la subida de la leche, y que, durante la espera se podía calmar al recién nacido dándole preparados a base de azúcar y alguna hierba como tila o manzanilla: “Mi hermana la hizo manzanilla, porque lloraba y tenía hambre, con un poco de azúcar (…) me tardó en venir la leche tres días, la niña a suero, era un suero que lo hacíamos, el médico lo mandó, con agua y unas papeletas de la farmacia, y así con eso hasta que me vino la leche” (E10) “El primer día no había leche (...) un poco de manzanilla (se le daba), tila o manzanilla no sé qué era, una infusión con un poco de azúcar” (E11) “Acto seguido (…) y si acaso no chupaba bien, un poco manzanilla (...) la suegra, con una cucharina, cuando lloraban, con un poquitín de pan y un poco azúcar, en un trapín” (chupete) (E12) “Yo les daba tila, si tenían hambre, antes de venir la leche, con un poquín de azúcar, el chupete también lo untábamos con azúcar. Y lo chupaban todos bien, y después para los últimos como teníamos un poco más, leche condensada, y aguantaban un rato bueno (...) para los míos ya había chupetes (de farmacia)” (E15) “Tardaban 24 horas o más en venirte la leche (...) agua con azúcar o no sé qué les daban” (E17) “Manzanilla. Al mayor por lo menos sí, cuando lloraba, que tenía hambre (...) se les ponía al pecho, si acudía la leche, bien, sino acudía, les daban algo para que callaran” (E19) “Mi suegra según nacían les tenía preparados un poquitín de tila, les daba una gotina de tila para que cogieran sabor. Como yo trabajaba tanto, pues no llegué a tener (…) cuando nacían le daban un poco para que no perdieran paladar porque yo no tenía leche” (E20)

142 “Le daban manzanilla, igual estaba, si nacía por la noche hasta el día siguiente igual (...) con una cucharita” (E21) “Seguro que era manzanilla, porque otra cosa no había tampoco” (E22) “La primer noche, como no acudía la leche casi hasta el otro día le daban manzanilla con mucha azúcar y chupaban ya, y venía ella (la partera) a dárselo el primer día” (E23) A la luz de los resultados parece que en la zona objeto de estudio no se tenía en mucha consideración la primera leche de la recién parida y se esperaban horas o días para comenzar, tanto desde la esfera popular como desde la sanitaria. En otras zonas de la provincia encontramos apuntes similares: en comarcas como El Bierzo o la Maragatería el primer alimento que recibía el niño era una sopa de pan especialmente empapada en el mejor vino previmanente azucarado, o vino empapado en bizcocho, siendo “señal de buen augurio cuando el rapacín daba la chupadina de buen grado” (Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 11), así como una cucharada de agua con manzanilla con azúcar para favorecer la salida del meconio (Andina Díaz et al., 2015); y en , hacia el sur, daban tila (Rúa Aller et al., 1990, p. 66), quizá por sus propiedades relajantes y digestivas. También era frecuente llevar el niño a tetas, de alguna vecina que estuviera dando de mamar a su hijo hasta que a la recién parida le subiera la leche (Casado Lobato, 1992, p. 23). Estas costumbres traspasaban fronteras regionales y eran seguidas en otras comunidades como la andaluza (Linares Abad, 2008), o incluso nacionales. En Colombia, por ejemplo, se administraba a los recién nacidos agua azucarada, leche de vaca o cabra, miel o mantequilla (Laza Vásquez y Puerto Lozano, 2011), así como infusiones de poleo, aunque en este caso consultado, con el fin de “sacar el frío” (Prieto et al., 2013); en México era frecuente invitar a la casa de la recién parida a alguna mujer que estuviera criando para que alimentara al recién nacido en esos primeros momentos (Hernández González, 2012, p. 166, 167); y por Bolivia los primeros días tomaban agua caliente o vino dulce, entre otras razones, para criar niños fuertes y acostumbrarles a que no consumieran “muchos recursos de la comunidad” (Arnold et al., 2002, p. 93, 94, 244). También pasaba esferas formativas: desde la sanitaria se contemplaban similares consejos, y en varios manuales de la época dejaban reflejado por escrito esa falta de conocimiento sobre el calostro y la estimulación temprana de los senos maternos, y la

143 necesidad de alimentar las primeras horas con suero glucosado. Al respecto, por ejemplo, en 1947, el Dr. Cardús escribía en uno de sus libros: “El recién nacido no tiene necesidad de tomar alimento en las primeras veinticuatro horas, pero puede ponérsele a pecho a las diez o doce horas o puede dársele agua hervida azucarada” (p. 75) El Dr. Bosch Marín, en 1966 informaba en una de sus publicaciones: “Al final del primer día puede tomar agua herbida azucarada, y ya el segundo día debe tomar el pecho. La primera leche que produce la madre se llama calostro. Tiene cualidades laxantes, pero no perjudica al niño” (p. 89) “Evitemos la pérdida de peso administrándole agua hervida azucarada, o, mejor, leche descremada ácida (babeurre), muy fácil de digerir, hasta que se establezca la lactancia materna en suficiente cantidad” (p. 86) Dichos tabús y teorías presentes en los tiempos sometidos a estudio tanto desde el terreno popular como desde el profesional no eran nada novedosas, si tenemos en cuenta que de ellas había vestigios en la mayoría de los pueblos primitivos. Por poner un ejemplo, Aristóteles, 300 años a.C., habiéndose interesado por la lactancia de los humanos, en su Historia Animalium ya había dejado constancia por escrito de que el calostro no debía ser consumido por el recién nacido (Paricio Talayero, 2004, p. 11). Dejando a un lado las consideraciones sobre cuándo iniciar la lactancia, lo cierto es que la práctica instintiva de dar el pecho era por entonces en esta zona la primera opción para iniciar la alimentación de la criatura, así lo demuestran la gran mayoría de testimonios obtenidos. Lo mismo ocurría por aquellos tiempos en otros lugares de la península, más o menos cercanos206, algo que había sido contemplado, aceptado y transmitido culturalmente durante siglos. Desde el punto de vista médico, el amamantamiento era también la primera elección respecto al recién nacido: “Es indispensable que el recién nacido reciba leche de la mujer (…) prácticamente, la leche de toda madre es buena para su hijo” (Bosch Marín, 1966, p. 89, p. 109) “La lactancia materna es beneficiosa para el niño, lo es también para la madre” (Cardús, 1947, p. 75)

206 A modo de ejemplo citamos dos estudios enfermeros, que se dedicaron a extraer información referente a la maternidad en esa época, en la comarca leonesa del Bierzo (Andina Díaz et al., 2015) y en la zona jienense de Sierra Mágina (Linares Abad, 2008).

144 “El niño tiene derecho al pecho de su madre, como esta tiene obligación de dárselo” (González Álvarez, 1939, p. 23) Los argumentos esgrimidos entonces por los sanitarios eran de lo más variopinto: biológicos, químicos, estadísticos, afectivos, pero también morales, religiosos y patrióticos. Es más, las madres que no lo hacían así eran tildadas de egoístas, ignorantes, coquetas y negligentes (Bosch Marín, 1966, p. 104-106; González Álvarez, 1939, p. 25). Al respecto se puede consultar una interesante tesis en la que se analizan algunas publicaciones sobre puericultura editadas en la época franquista, en la que se abordaba este entre otros temas (Salazar Agulló, 2009, p. 72-74). Cuando las madres se encontraban con alguna traba a la hora de iniciar la lactancia para estimular la salida de la leche, hacían uso de la imaginación con ingeniosos remedios, y además de los sacaleches (Anexo doce) de farmacia, ponían al pecho a otros lactantes mayores que el suyo o incluso a animales: “Compraban sacaleches” (E3) “Compré pezonera, se me invertía el pezón” (E10) “Me trajeron un perro pequeñín, recién nacido, le ataban las patucas207 para ver si me sacaba la leche y no, qué coña, le tenía yo miedo al perro (…) fue idea de las mujeres que estaban aquí. Después me parece que vino una hija de una vecina para que me lo sacara (el pezón). Después de días la sacaba yo con una jeringuilla (sacaleches), una máquina, yo con esa para todos (los hijos)” (E19) “No tenía pezón, mi suegra tenía una pezonera (...) y me lo ponía a ver, pero no” (E20) Algo que hoy en día nos resulta cuando menos curioso, pero que antaño era vox pópuli por aquí y por otras áreas como atestiguaban estudios realizados al sur de la península, donde era habitual que sus contemporáneas dejaran que los cachorros succionaran los senos, en ese caso, para eliminar los abscesos (Linares Abad, 2008). Con esa misma finalidad terapéutica alguna de las mujeres entrevistadas aquí recordaba como, además de productos varios, era la propia partera la que se ofrecía: “Se puso duro, duro (el pecho), me lo sacaba con una máquina (…) tuve que ir a León y me mandaron cataplasmas” (E1) “Un poco de sal, me lo dijo mi padre” (E12)

207 Vulgarismo: patas.

145 “A las madres cuando se les ponían las tetas malas pues ella se las chupaba, les sacaba el pus hasta que se las ponían buenas, (…), ha sido terrible, por eso yo me daba asco” (E24) Los consejos a los que nos hemos referido no eran exclusivos de la esfera doméstica, y encontramos trucos coincidentes en libros sanitarios de comienzos o mediados del siglo XX: “El único estímulo eficaz es que el niño realice el estímulo normal de la succión y vacíe completamente el pecho. Si el propio niño no lo hace, puede lograrlo otro niño más robusto o puede, después de mamar, ordeñarse o extraerse mecánicamente o con aspiradores o sacaleches eléctricos toda la leche” (Bosch Marín, 1966, p. 129) “Del pecho enfermo no debe mamar ningún niño (…) vaciarlo con un perrito o maquinilla, para que no se produzcan nuevos infartos que puedan ser el origen de otros abscesos” (Rivelles, 1916, p. 238) En los testimonios recogimos otra práctica más relacionada con la estimulación de la lactancia, en este caso vinculada a la alimentación: “Por la noche la partera me dejaba un vasín de vino dulce, y tres o cuatro galletas para cuando diera de mamar al niño” (E23) En algunos trabajos etnográficos referidos a comarcas cercanas se hacía referencia al pan migado con vino y azúcar, bebidas como la sidra, cerveza, leche fría, infusiones de hinojo o anís, alimentos como el pescado salado, bacalao o sardinas; o prácticas tales como colocar entre los pechos la piedra de leche208 o invocar a santos y vírgenes; todas ellas eran favorecedoras de la salida de la leche (Casado Lobato, 1992, p. 23; Fernández Álvarez et al., 1998, p. 129; Fernández García, 1995, p. 239-248, 249; informante de León, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902; Pereira Poza, 2001, p. 103, 104; Rúa Aller et al., 1990, p. 106). En pueblos del centro y sur del continente americano se repetían igualmente tales prácticas (Laza et al., 2011; Martín Calama, 2004, p. 350; Prieto et al., 2013). De estas recomendaciones, carentes algunas de ellas de fundamento científico (Martín Calama, 2004), se hacían eco también desde el plano profesional y sanitario: “Parece que tomando bastante cantidad de leche después de la comidas consigue la nodriza ver aumentar la cantidad producida por sus pechos” (Bosch Marín, 1966, p. 129)

208 Diversos tipos de minerales que se colgaban en el cuello de la parturienta con el fin de estimular la secreción láctea.

146 4.3.4.3.2. Lactancia artificial

Si bien la leche materna era el alimento más preciado para la nueva criatura, y con fuerte arraigo cultural, algunas mujeres comentaron como habían recurrido también a la leche animal procedente de ganado vacuno, rebajada con agua, o en menor medida, a fórmulas preparadas compradas en la farmacia: “Aquí todos los chavales salieron con la leche de vaca” (E3) “Compraba leche en la farmacia” (E10) “Teníamos una novilla y le daba leche rebajada a la mitad de agua, la mitad de leche, al mes ya les daba pelargón (…) La novilla más joven, me había dicho el médico que era de la que tenía que darle la leche (...) mitad por mitad, hervía el agua, el agua siempre hervida (...) con la leche hervida” (E20) “La partera decía “vamos a empezar a darle un poquitín de leche rebajada” (…) de vaca (…) con una cosa que se compraba en la farmacia, cereales o algo así” (E22) “Leche de vaca rebajada porque la mi leche no valía para nada (…) empecé a darle de comer, y así fueron todos” (E23) Se seguía así la tendencia marcada por sus antecesores a nivel provincial, que en ocasiones alternaban con leche de oveja (Cordero del Castillo, 1978; Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 14, 15). Así mismo, la leche de vaca, en primer lugar, y después la de cabra u oveja era igualmente recomendada desde las esferas sanitarias (Bosch Marín, 1966, p. 131, 144), aunque con cierta mesura. La decisión de administrar leche no materna había sido tomada tras seguir el consejo de otras mujeres del entorno y de los sanitarios: “Les dí de mamar un mes aproximadamente a todos (…), compré pezonera, se me invertía el pezón, pero no funcionó, así que compraba leche en la farmacia” (E10) “Me había dicho el médico que era de la que tenía que darle la leche (refiriénsose a una novilla)” (E20) “La partera decía “vamos a empezar a darle un poquitín de leche rebajada”” (E22) “Dijo que era como agua, que no valía (refiriéndose al médico), y empecé a darle de comer” (E23)

147 Esta era una alternativa209 de la que tenemos constancia desde la antigüedad210; si bien en su discurrir histórico no fue exitosa hasta el siglo XX, cuando gracias al desarrollo de la industria química, de la ciencia, pero también de intereses económicos, comerciales, sanitarios o sociológicos se fue instaurando cada vez con más fuerza en las diferentes sociedades, incluida la nuestra, a través de fórmulas adaptadas (Paricio Talayero, 2004, p. 17). Cobró especial relevancia en las décadas de los sesenta y setenta de ese siglo, cuando fue apadrinada por una comunidad médica que comenzó a defenderla a ultranza, amparándose en que no era tan mortífera como había aventurado y que además era signo positivo del desarrollo de un país (Salazar Agulló, 2009, p. 77); con el mismo ímpetu que años atrás había hecho con la lactancia natural. Asimismo vemos que estaba ocurriendo en el territorio objeto de nuestro estudio, donde algunas mujeres, no cuestionando las recomendaciones médicas, sustituían el acto de amamantar por el de dar leche procedente de otros mamíferos. Respecto a los argumentos dados por las entrevistadas para haber recurrido a la lactancia artificial, una de ellas asoció su agalactia con el exceso de trabajo en su rutina diaria: “Yo no tenía leche, ¡como he trabajado tanto!” (E20) En un principio, esta respuesta nos causó sorpresa, por la naturalidad con la que asumía tal decisión, pero además, cierto escepticismo. Sin embargo, respecto a ello hemos encontrado una razón científica: en algunos estudios consultados se afirmaba que el estilo de vida frenético o el estrés podría contribuir al retraso de la lactogénesis, o a la hipogalactia (Landa Rivera, 2004, p. 28 y 258; Martín Calama, 2004, p. 55); así como el ejercicio intenso, en mujeres sin entrenamiento previo, que repercutía en una disminución del volumen de leche. Un cúmulo de experiencia, sensaciones y creencias, confirmadas por la ciencia, habían configurado una verdad irrefutable para esta mujer. En la mayoría de los libros consultados sobre el tema, si bien se mencionaba el problema de la insuficiencia láctea, no se detallaban las causas, salvo en uno, en el que contaba que el corte de leche, como comúnmente se conocía, se debía a factores psícofísicos de la madre. La retirada de leche se producía porque esta ya no quería dar más de lactar, o tras recibir algún susto (Fernández García, 1995, p. 250).

209 La otra, la lactancia mercenaria, de la que luego hablaremos. 210 En un artículo de Paricio Talayero (2004, p. 16) hace referencia a yacimientos arqueológicos desde 2000 años a.C. en los que aparecieron numerosas vasijas con boquilla que probablemente servían de biberón. Así mismo, hablaba de recomendaciones dictadas por Sorano de Éfeso, II d. C. sobre la leche de cabra para niños que no pudieran ser criados a pecho.

148 Otra de las madres dejó de dar el pecho por tener los pezones invertidos: “Compré una pezonera, se me invertía el pezón, pero no me funcionó, así que compraba leche en la farmacia” (E10) Las otras dos recurrieron a ella por considerar que sus leches ya no valían para alimentar convenientemente a sus hijos: “Yo nunca le di de mamar (...) porque no tenía leche, y la que tenía era como agua” (E22) “Mi leche no valía para nada (...) al primero sí, estaba por allá y cuando venía para casa venía toda mojada y le daba el pecho, mamaba el niño y por el otro pecho se marchaba, y había aquí un maestro (...) no tenía familia, venía aquí, cogía al niño porque lloraba y la quería chupar la cara, y me decía “este niño tiene hambre (...) mañana viene mi primo (que era médico) y se lo digo”. Me mandó ordeñar en un platín (refiriéndose al médico), lo analizó y dijo que era como agua, que no valía, y empecé a darle de comer, y así fueron todos” (E23) Es curioso que en el segundo de los casos, la persona que diagnosticó inicialmente ese problema fue un maestro, sin aparente formación sanitaria pero con formación superior, lo cual, entendemos, le sirvió para concederle autoridad; algo que fue vivido por la entrevistada con total naturalidad. Destacamos también de ese testimonio la forma de proceder del médico, realizar un análisis de la leche, una técnica a la que recurrían con frecuencia los sanitarios de entonces. De hecho se justificaba la lactancia artificial por considerar que el valor nutritivo de la leche materna había disminuido en las mujeres en esa década en comparación con la de los cuarenta, y había pasado de tener 700 calorías (término medio) a 600 calorías (Salazar Agulló, 2009, p.77). Sin embargo, encontramos otros libros editados en la época en los que la descalificaban: “Determinar la calidad de la leche tiene muy poco interés; lo interesante es averiguar si hay cantidad suficiente para la lactancia. El análisis, por tanto, no hace falta casi nunca y tiene muy poco valor” (Bosch Marín, 1966, p. 109) Y aunque este argumento carecía de sentido, al parecer, sirvió para abandonar una técnica natural. Incluso hoy en día desgraciadamente esta creencia popular, pero también médica, sigue presente en la mente de muchas madres, y el abandono de la lactancia en muchos casos está propiciada porque creen que su leche es de mala calidad y tienden a

149 compararla con la de vaca, más rica en grasa y proteínas, o a examinar la que primero sale de su pecho, con un aspecto aún más acuoso (Martín Calama, 2004, p. 356). Para finalizar, en cuanto a la agalactia “nunca de di de maman (…) porque no tenía leche” (E22), en la actualidad sabemos que una vez instaurada la lactancia correctamente, ésta depende casi exclusivamente de la eficacia de la succión del niño, no de las características de la madre (Martín Calama, 2004, p. 55).

4.3.4.3.3. Llevar el niño a tetas

La otra forma de alimentar a los críos de esta zona, en caso de que las parturientas no contaran con leche, fue gracias a la que salía del pecho de vecinas y allegadas: “Yo a un niño del pueblo también le di de mamar” (E19) “Fíjate, al marido de la vecina le dio mi madre de mamar” (E25) Se trataba de una práctica muy extendida en la comunidad, asumida como natural, y que por tanto no era objeto de asombro. Así mismo, había sido frecuentada por los ancestros de la provincia (Cordero del Castillo, 1978; Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 14, 15), y contaba con calificativos cariñosos como el de llevar el niño a tetas (Casado Lobato, 1992, p. 23). La raíz de dicha tradición, prestar el pecho y la leche, era la misma que había movido hace muchos siglos a culturas tan lejanas como las instaladas en la antigua Mesopotamia (siglo XIX a. C.) a crear la figura de ama de cría o nodriza, presente a lo largo de la historia en multitud de comunidades, y que fue poco a poco desapareciendo de ellas a consecuencia de los avances científicos, industriales, e intereses políticos, sanitarios económicos o culturales (Paricio Talayero, 2004, p. 11; Siles González et al., 1998). Precisamente fue en las décadas de las que nos ocupamos, 1940-1970, cuando comenzó a soslayarse desde las esferas oficiales esta forma de alimentación, y a tratar de erradicar su práctica (Salazar Agulló, 2009, p.147-149). La diferencia de este tipo de lactancia a la que hacíamos mención en líneas anteriores con esta a la que nosotros nos referimos que seguía vigente aquí era precisamente el término que las definía, mercenaria frente a solidaria, remunerada frente a altruista. En la microsociedad de la que nos ocupamos solo tenía cabida esta última, pues los integrantes de la misma se movían por intereses familiares y también comunitarios, y

150 por ello, el entendimiento mutuo y el apoyo vecinal cobraban máximo sentido, incluso, en acontecimientos tan íntimos como el nacimiento.

4.3.4.4. Alimentación de la parturienta

El inicio de la lactancia y la recuperación tras el parto suponían un gasto energético grande para la madre, surgiendo por ello una necesidad de alimentarse 211 convenientemente. La comida que ingerían tenía que cumplir con una serie de propiedades, y el clásico caldo de gallina constituía el sustento principal, casi único, de los dos o tres primeros días en esta zona, además de otras cosas ligeras. Transcurridos esos momentos considerados más delicados, pasaba a ser de nuevo la habitual de antes del parto: “Estábamos así dos o tres días” (E6) “Igual estaban dando caldo dos o tres días (…) también cosas ligeras, igual una tortilla francesa” (E13) “Unas sopinas con caldo de gallina” (E15) “Se tomaba el caldo hasta que se acababa la gallina” (E17) “Me reservaba de comer un poco de las muchas sustancias, dos días, de comer el cocido mismamente que, chorizo, morcilla, lo más fuerte, y comía pues carne de gallina comía, el caldo” (E18) “Caldo de gallina, era lo que te daban (…) lo tomé bastantes días (...) no sé si me harían ya de último una tortillina francesa (…) no tenías hambre (...) lo tomé bastantes días” (E19) “Se comía hasta que se acababa la gallina, a los tres días ya comía con ellos de todo” (E20) “Pues igual dos días o tres, solo caldos. Después comida normal” (E21) “Me daba un poco de caldo, e iba comiendo poco a poco. Había, yo no sé si lo tomé pero había esa costumbre del caldo de gallina (…) a los cinco o seis días ya comía normal” (E22) La tradición por dicho guiso venía de antaño, y así, ya a comienzos del siglo XX encontrábamos reflejados comentarios al respecto en los informantes de la Encuesta del Ateneo de la zona:

211 Necesidad de alimento descrita por Nightingale, Malinowski y Henderson (Siles González et al., 1998).

151 “El régimen a que se somete la parida en los tres o cuatro días siguientes al parto es: chocolate sorbido por la mañana y tarde, caldos de gallina, jamón y carne fresca casa dos o tres horas, algún bizcocho de canela y agua empanada como bebida usual” (informante de Sahagún, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) “Los primeros días consiste en una moderada dieta, caldo de ave a menudo y una o dos veces al día carne de ave o chocolate” (informante de Gordaliza del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) “Agua empanada, caldos de gallina, etc.” (informante de Grajal de Campos, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Algo que era igualmente conocido y practicado en otros puntos de la península, como mostraban en esa misma investigación de 1901 y en otras de carácter etnográfico ya referenciadas212; y compartido por otras culturas lejanas como la latinoamericana (Bueno Henao, 2002; Laza et al., 2011; Pereira Poza, 2001, p. 97; Prieto et al., 2013). Su elaboración estaba cargado de rituales desde los primeros momentos. Tanto que, nada más la parturienta notaba las primeras molestias, los más cercanos que anduvieran por casa mataban la gallina, y después, las mujeres213, habitualmente –madre, cuñada, suegra, tía- la echaban a cocer junto con garbanzos, cebolla, puerro o las verduras que tuvieran a mano: “Se cocía con cebolla, pimiento, ajo” (E1) “Ya mataban la gallina (…) ponían en el puchero la gallina con cuatro garbanzos y el caldo, no te daban na más que el caldo” (E6) “Yo como estaba donde mi madre, pues ella lo preparaba. Cuando uno de los hijos, vino una cuñada “voy a hacerte el caldo que me sale muy bueno” (E7) “Antes siempre que tenían un chiquito le mataban una gallina (…) ¡bah!, pues tu madre, por ejemplo” (E8) “Lo preparaba el marido, o la hermana” (E12) “Me puse de parto en casa de ella y bajamos para aquí y mi tía había matado ya una gallina porque ya había estado yo algo, y nos daban caldo de gallina bien caliente” (E13) “Echaba unos fideos allá con el caldo, un poco de arroz o cosas así” (E18)

212 Algunos ejemplos: León (Andina Díaz, 2002; Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 12), Asturias (Fernández García, 1995, p. 237), Galicia (Pereira Poza, 2001, p. 95-97), Andalucía (Linares Abad, 2008). 213 Seguimos constatando el alto grado de participación de la comunidad en este rito de paso del nacimiento.

152 “Se hacía con gallina, puerro o cebolla, verduras. La gallina ya te da la sustancia (...) lo preparaba mi madre” (E19) “El caldo de gallina lo preparaba mi suegra con gallina, hoja de laurel, gotina de aceite y la sopa” (E20) “Tomábamos el caldo de gallina (…). Lo preparaba mi madre o quien estuviera en casa. Echaban cebolla, echaban lo que hubiera en casa” (E21) “La gallina había que tenerla preparada para cuando llegara el caso” (E25) El destino que corría la carne una vez elaborado el caldo era incierto, y si bien unas mujeres recordaban que pasados unos días la comían acompañada de otras verduras: “La gallina la comíamos después” (E8) “La carne la comíamos nosotras (…) mi suegra nos lo pasaba en la sartén, lo ponía frito, era lo más rico” (E15) “La gallina la comíamos nosotras” (E17) “La carne la comía yo (…) pero no me la dejaban comer hasta el otro día (...) me la hacía mi tía frita a los dos o tres días, me lo hacía a la sartén, le echaba cebolla” (E23) otras aseguraban que acababa en boca de los varones del hogar: “La gallina la comía el marido” (E1, E6, E13) “La tajada la comían ellos, o los que andaban alrededor” (E19) “Ellos comían la carne. Eso lo hemos comentado muchas veces, no podíamos comer carne hija, nada más el caldo” (E21) “Y había un refrán que decía “la mujer que come el caldo y el hombre la gallina”” (E22) “La carne la comían ellos, el caldo nosotros” (E25) Algo que pasaba en otras zonas de la provincia, como mostraban algunos refranes (Casado Lobato, 1992, p. 18): “Al lado de la parida, todos pasan buena vida” “El caldo pa la parida, la carne pa el facedor” Ninguna de las entrevistadas supo concretar las justificaciones por las que se proporcionaba dicho plato, apuntando vagamente a su ligereza214 o a beneficios cara a la lactancia:

214 Necesidad de eliminación (Henderson, en Siles González et al., 1998).

153 “Como tardabas mucho en hacer de vientre decían que así no se podía comer mucho” (E6) “Pues porque dirían que el caldo era bueno por la grasa o yo qué sé” (E7) “Era ligero (…) para la leche era mejor” (E12) “Caldos de gallina, decían que eso daba mucha leche” (E24) La carne de la gallina suponía, indudablemente, un aporte vitamínico y proteínico excelente para casos de fragilidad como este (Rúa Aller et al., 1990, p. 67), y, en puntos cercanos, incluso, llegaban a recomendar que la gallina fuera negra, por atribuirle más propiedades salutíferas y dietéticas (Pereira Poza, 2001, p. 96). Una superstición, esta del color de dicha ave, de la que curiosamente encontramos referencia en algún libro sobre costumbrismo español de finales del siglo XIX (Black, 1889, p. 336). Sobre la asociación entre tomar caldo con tener leche de más calidad, la podemos encontrar en otros lugares de la península (Linares Abad, 2008), y, aún hoy en día en culturas como la colombiana (Prieto et al., 2013), paraguaya o chilena (Martín Calama, 2004, p. 350). De todas estas suposiciones no hemos encontrado fundamento científico (Martín Calama, 2004, p. 351), no obstante, eran seguidas no solo desde la esfera popular, sino desde la sanitaria, como recordaban las entrevistadas: “Con el practicante y el médico dijeron “de comer qué la damos”, y dijeron “de comer lo que ella quiera (…) matar una gallina y tomar los caldos”” (E7) En el extremo opuesto de la provincia, en El Bierzo, en esos mismos años, vimos recogido en algún trabajo etnográfico como alguna matrona se hacía eco igualmente de esas pautas (Andina Díaz, 2002). Y consultando varias publicaciones médicas de la época no hallamos referencias explícitas al caldo de gallina, pero sí a los caldos en general. Sobre ellos decían que eran adecuados para los primeros momentos, acompañados, eso sí, de más cosas, como la leche, la carne blanda o el pescado (Bosch Marín, 1966, p. 62), pues “las comadronas y médicos modernos” ya no tenían necesidad de “torturar” a las recién paridas solo con “dieta de leche, caldos y agua hervida”, como antaño (Cardús, 1947, p. 74). Quizá una crítica implícita a los caldos de gallina tan socorridos por entonces, y a la leche, a la que se le asociaba con la estimulación láctea. Además de esa sopa tan preciada, otros alimentos valorados en los instantes iniciales para reponerse por el esfuerzo realizado eran el vino, el chocolate y los dulces, todos ellos formaban parte de los regalos que las vecinas y familiares ofrecían en las llamadas visitas a la parida, conocidas a lo largo y ancho de la provincia (Casado Lobato,

154 1992), del resto de la península (Linares Abad, 2008) o de otras culturas totalmente diferentes (Bueno Henao, 2002): “Después nos iban a ver y nos llevaban, las vecinas, chocolate, o media docena de huevos, la visita” (E14) “Nacían y te traían huevos, chocolate” (E20) Al vino ya mostramos como se le atribuían popularmente poderes analgésicos y estimuladores de la secreción láctea215, de ahí entendible pues que se tomara durante este periodo postparto. Al respecto, apuntamos una tradición curiosa, y una razón más que añadir para darlo en la cuarentena: en Chile se creía que este ayudaba a reponer la sangre perdida por la mujer durante el parto, y por ello se mandaba a la parturienta “beber en las mañanas una taza de vino tinto con harina tostada” (Laza et al., 2011). Quién sabe si el ritual de dejar en la mesita de noche “un vasín de vino dulce, y tres o cuatro galletas para cuando diera de mamar al niño” (E23), referido anteriormente por una de las entrevistadas, y que nosotros asociamos con la creencia de estimular la secreción de leche, pudiera tener además esta justificación también. Algo parecido ocurría con el chocolate, y así pues, además del poder analgésico visto ya, habría que sumar el de galactófogo216 (Martín Calama, 2004, p. 350), y altamente saludable y nutritivo (Pereira Poza, 2001, p. 96), algo conocido por tierras bolivianas, y por ello tras la expulsión de la placenta daban una taza de chocolate a las parturientas “para dar fuerzas” (Arnold et al., 2002, p. 72). En resumen, hemos visto como en esta comarca la alimentación de la mujer tras el parto era objeto de mucha consideración. Las creencias populares cimentaban esas actuaciones, compartidas con otras culturas dentro y fuera de la península, incluida la cultura sanitaria; algunas de las cuales incluso, contaban con una cierta base de ciencia. Por otra parte, el dicho popular “al lado de la parida todos pasan buena vida” (Casado Lobato, 1992, p. 18) hacía alusión a como esos cuidados eran tan abundantes y preciados que además de la puérpera, se beneficiaban igualmente los más allegados. Así, como vimos, cataban la carne de la gallina, manjar que por aquellos tiempos no era frecuente en la alimentación diaria; o celebraban la buena nueva con alimentos regalados a la madre, tales como el chocolate o los huevos:

215 Para ello, volver a los apartados de Lactancia materna y Abordaje del dolor. 216 Por ejemplo, en la cultura peruana.

155 “Después del parto ya lo celebraban ellas, hacían una tortilla o chocolate, te echaban para la cama y a correr” (E14) Los dictámenes médicos poco a poco irían olvidando estas antiguas costumbres culinarias, con la llegada de la institucionalización del parto. Así, en la década de los setenta, una de las mujeres entrevistadas nos contaba que tras haber tomado siempre caldo de gallina, en su último parto (ya en el hospital), le habían dado de comer: “Garbanzos, chorizo, berza y tocino” (E1) Hoy en día, durante este periodo a la mujer que amamanta a su hijo se le recomienda mantener una ingesta de calorías adecuada, pues parte de ellas se transfieren al lactante, así como un aporte adecuado de líquidos. Nuestros antepasados no iban del todo desencaminados, pues a través de los caldos de gallina conseguían mantener un adecuado balance hídrico, además de un aporte extra de grasas, proteínas y vitaminas, por su carne. Si bien, los criterios médicos actuales aconsejan usar con moderación las grasas animales, entre las que incluiríamos este ave; así como el alcohol, del que se generalizaba su uso en el puerperio (Lasheras Lozano, Pires Alcaide, 2012, p. 31-34; Martínez Rubio, 2004, p. 229).

4.3.4.5. Costumbres relativas a la cuarentena

4.3.4.5.1. Reposo y visitas

En el puerperio, periodo de tiempo que transcurría desde el parto hasta las seis- ocho semanas siguientes, la parturienta se enfrentaba a transformaciones a nivel físico, emocional y social a las que tenía que adaptarse por medio de múltiples reajustes. El primero de ellos era guardar reposo en la cama, de uno a siete días decían, por una necesidad de descanso217, de reponer las fuerzas perdidas y ayudar a que su cuerpo volviera al estado previo: “Antes decían que unos días en la cama para que los huesos fueran a su sitio” (E7)

217 Necesidad de descanso, según Henderson en Siles González et al., 1998.

156 Algo que ya practicaban sus antepasadas de la zona a comienzos del siglo XX218, que llevaba implícita la visita obligada de madres o suegras que se ocupaban de las tareas del hogar durante ese tiempo (Casado Lobato, 1992, p. 19); y que en ocasiones iba acompañado de recomendaciones como “librarse del aire, frío y humedad” (informante de Gordaliza del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902), considerado por algunas tierras latinoamericanas como primordial para el restablecimiento del equilibrio térmico219 (Laza et al., 2011). Las sugerencias sobre la inmovilidad provenían tanto de la esfera popular, “Venía cada poco la señora (la partera) a verme y me decía “¿pero ya estás levantada?”” (E22) como de la sanitaria: “Antes ellos (los sanitarios) decían que reposo cuanto más mejor” (E7) Sobre el número de días que se debía guardar, a tenor de las respuestas obtenidas, parecía no haber un criterio establecido: “Un día en la cama, al tercer día fuera” (E9) “Un día en la cama” (E10) “Estábamos dos días yo creo en la cama” (E11) “Según se encuentre uno, mucho yo no estaba” (E12) “Igual nos tenían una semana en la cama (...) te subían la comida y todo” (E15) “Igual nos tirábamos en la cama tres o cuatro días sin moverse uno” (E19) “Yo estaba tres días” (E20) “Cuatro días o así te tenían en la cama” (E21) “Tres días me hacían estar en la cama, y después ocho o diez no me dejaban nada” (E23) Las pautas dictadas por los sanitarios tampoco eran firmes: “Le pregunté al practicante que qué era mejor si moverse o estar en reposo (…) y dijo él “pues yo no sé ni decirte, porque estoy haciendo unos cursillos o no sé qué y dicen que lo mejor tan pronto como se pueda te debes levantar y caminar y eso”, dice, “y antes nos habían que mejor reposo”, dice “lo que tú quieras”” (E7).

218 Nos remitimos a la respuesta dada por el informante de Grajal de Campos en la Encuesta del Ateneo de 1901-1902, “a los 8 días se levanta”. 219 En dos trabajos sobre cultura de los cuidados en el puerperio en Colombia se recomendaba el reposo para “cerrar el vientre” así como para “restablecer equilibrio térmico”. En el segundo caso, además, se sugería permanecer en casa, no exponerse a corrientes de aire y evitar el frío.

157 Es más, si consultamos al respecto algún manual médico publicado en esos años parece que no se tenía del todo claro qué era lo más conveniente. En algunos se defendía el ejercicio temprano de las puérperas, y se describía que pasadas las primeras veinticuatro horas las puérperas debían “moverse y sentarse en la cama, tonificar los músculos del vientre y del periné” (Salazar Agulló, 2009, p. 102)220; y en otros sin embargo se optaba por el reposo prolongado, entre cuatro y quince días: “¿Cuándo debe levantarse la puérpera si todo ha marchado y marcha bien? Recasens (Sebastián), dice “que el levantamiento de las puérperas depende del estado en que se encuentran (…) Stoeckel, profesor de partos de Berlín, las levanta al quinto o sexto día. Mi maestro francés profesor Anderodias, al séptimo día (…). Y yo las levanto el jueves si han dado a luz el lunes” (Cardús, 1947, p.73, 74) “¿Tiempo de permanencia en la cama? Lo mejor, de seis a ocho días. No hay que tener prisa; conviene esperar a que la matriz vaya volviendo a su posición normal” (Bosch Marín, 1966, p. 62) Independientemente de los beneficios reconocidos desde el ámbito sanitario o popular, la duración del reposo seguido por las mujeres en el caso que nos ocupa estaba marcado por imperativos familiares: “Cuando nació la mayor de las chicas (...) nació un día a las tres de la tarde y al día adelante a las nueve de la mañana eché yo las vacas al agua (...) yo no paraba en la cama (...) y yo tenía que hacer todas las cosas (…) yo andaba por ahí, no estaba de cama” (E18) “Poco (…) como no tenía a nadie que me hiciera las cosas” (E22) Las circunstancias que rodeaban a las mujeres de esta zona, en las que su trabajo era de vital importancia para el mantenimiento de la unidad familiar, condicionaban el tiempo de descanso tras dar a luz, más prolongado cuanto mayor fuera el apoyo con el que contaran en su casa para poder ocuparse temporalmente de sus labores. Justificaciones coincidentes con las mostradas en otros estudios de otras zonas de la península en las mismas décadas (Andina Díaz, 2002; Linares Abad 2008; Salazar Agulló, 2009, p. 102). Las atenciones realizadas a la parturienta por parte de las gestoras del parto, durante esos primeros días, eran las visitas ocasionales, acompañadas de cuidados básicos en el caso de que la nueva madre no tuviera familiares cerca que le ayudaran:

220 En la actualidad se recomienda una pronta actividad para favorecer la recuperación del tono muscular y de la circulación, con un mínimo reposo inicial para reponerse física y psíquicamente (Lasheras Lozano et al., 2012, p. 34; Sánchez Movellán, 2007, p. 58).

158 “Si a lo mejor coincidía (…) como era de familia” (E4) “Sí hombre, vivía aquí en el pueblo” (E8) “Venía para limpiar al niño” (E12) “No fue a ayudarme porque yo como estaba mi suegra, vivía conmigo” (E15) “Tu tía (le dice a una vecina) vino tres o cuatro días (...) a verme y a lavarme “hasta que no venga yo nada”. Me dice “estás superior” (…) al niño hasta le lavaba bien lavado, y le enjuagaba y todo (…). “Como no tenía madre venía (…)” (dice una vecina). Desde La Vega venía, todos los días, y “hasta que no venga yo no te muevas” decía” (E16) “La primera noche le daban manzanilla con mucha azúcar (la “partera” al recién nacido). Venía ella a dárselo el primer día” (E23) “Los días de después iba todos los días a curar el ombligo del niño” (E24) Los sanitarios no acudían a realizar ninguna revista, salvo que fuera necesario administrar algún tratamiento médico: “El médico y el practicante sí. El practicante me estuvo poniendo inyecciones” (E7)

4.3.4.5.2. Aislamiento social

Tras hablar de prácticas para promover la recuperación del estado físico de la madre una vez ocurrido el parto, nos centraremos en el plano espiritual221. Cabe decir que el periodo de la cuarentena era un tiempo altamente influenciado por las creencias religiosas, reflejadas ya en los libros bíblicos levíticos del Antiguo Testamento (1500 a.C.). Las sagradas escrituras hablaban de la obligación que tenía la parturienta de que en los días posteriores al parto, entre 33 y 66 según si lo nacido hubiera sido varón o hembra respectivamente, no tocara ninguna cosa santa ni acudiera al santuario, por ser considerada impura. Una vez finalizado este periodo debía presentarse en la iglesia con “un cordero de un año para el holocausto, y un pichón de paloma o una tórtola para el sacrificio por el pecado”. El sacerdote los ofrecía “delante de Jehovah” y hacía “expiación por ella”, quedando entonces “purificada de su flujo de sangre” (Leviticus 12, Antiguo Testamento, Pentateuco, Libro Levítico, Biblia). Una tradición judía, cristianizada más tarde por la Iglesia Católica, y que contaba y cuenta de hecho con representación, la fiesta Las

221 Necesidad abordada por Henderson (Siles González et al., 1998).

159 Candelas222. En esta fiesta se conmemora la purificación de la Virgen 40 días después de haber dado a luz (Andina Yanes, 1995): “Día de las Candelas, hoy, día dos de febrero, salió a misa de parida María, madre del Verbo” En las décadas que son objeto de nuestro estudio, igual que había acontecido antaño en esta y otras zonas peninsulares223, esa norma sacra permanecía en la mente y en las prácticas de las gentes. Así, las entrevistadas recordaban que tras dar a luz, durante varias semanas no podían salir de casa: “Se estaba un mes sin salir de casa” (E12) “Hasta el mes no se podía salir a la calle” (E14) “Entonces no se podía salir a la calle porque los curas no te dejaban salir” (E18) “No podías salir de casa hasta los 40 días” (E21) Una tradición vivida entre el respeto y el temor, y no siempre bien aceptada, por considerarla que interfería en el desarrollo normal de su rutina del hogar: “Fue mi hermana a lavar (...) fui yo a ayudarla (...). Un vecino me vio en la calle y dijo que cómo salía: “pues que se muera el niño”, me dijo. Aquello a mi sí me hizo un poco (silencio), no pasó nada. Con los otros tenía que salir por obligación” (E12) “Entonces no se podía salir a la calle porque los curas no te dejaban salir (…) había un señor aquí vecino, que yo iba por aquí por bajo para que no me vieran, por centeno verde para dar a las vacas, y traía los fajos a cuestas, y me dice “ya se lo diré al señor cura”, digo “pues que venga el señor cura y usted y me lo venga a traer y no voy yo” (E18) En algunas investigaciones ya abordadas 224 , llevadas a cabo para rescatar costumbres maternales en esos años centrales del siglo XX, también se corrobora su permanencia.

222 Inicialmente se trataba de dos fiestas, la de la Purificación y la de la Presentación, reunidas ambas más tarde. Se celebra el dos de febrero. 223 Tan solo hay que echar un vistazo al apartado de Tratamientos posteriores de la parida. Régimen, alimentación, cuarentena y purificación, de la Encuesta del Ateneo de 1901, y comprobar como a comienzos del siglo XX en multitud de puntos de la península se mencionaba tal práctica. 224 Por ejemplo, Andina Díaz, 2002 o Linares Abad, 2008.

160 Hasta tal punto llegaba la orden de que las madres no salieran de casa que ni siquiera acudían al bautizo de sus criaturas, tal como constataban igualmente otros estudios etnográficos nacionales225. En esta zona, a comienzos del siglo, lo narraban así: “El bautizo se hace casi siempre a los dos o tres días del nacimiento. Parten de la casa la mujer que lleva al niño, los padrinos, el padre y amigos invitados. En la iglesia les espera el sacerdote y se procede con arreglo al ritual” (informante de Gordaliza del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) “Los padrinos, algunos amigos, la niñera u otra mujer que lleva la criatura y una niña que lleva la canastilla” (informante de Grajal de Campos, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) Los testimonios de las informantes también lo mostraban: “Al bautizo no nos dejaban salir” (E4) “Al bautizo no se iba” (E14) “En los bautizos no iba la madre, les tenían que llevar los padrinos y la gente que estuviera invitada (...) el convite como no salía la madre tenías que hacerlo en casa” (E18) Una de las entrevistadas recordaba haber sido, en el año 1969, la primera mujer del pueblo en ver cristianar a su hijo: “Con el pequeño ya fui al bautizo (…) fui la primera mujer del pueblo que fue con el niño al bautizo” (E12) Siguiendo con el bautizo, la persona que sí acudía en ocasiones a la ceremonia era la partera, a la que entonces se le otorgaba especial protagonismo: “La partera iba siempre a los bautizos, y llevaba la bandeja con un paño, y sal, con un salerín muy bonito (...) me parece que sal, era un salerín así pequeño, y una toalla bonita, la ponían en la bandeja” (E8) “Iban al bautizo (…) ella se encargaba de vestirte el niño” (E12) En Sahagún se comentaba en 1900 esa misma costumbre: “Solo van a la ceremonia la partera que asistió al parto y que es la que lleva la criatura, los padrinos y una jovencita que lleva el recado. Este recado consiste en

225 Se puede ver al respecto el capítulo referido al Bautizo de la Encuesta del Ateneo de 1901, o artículos varios ya trabajados como el de Espina Barrio et al., 1990, referente a Salamanca; o Andina Díaz, 2002; Casado Lobato, 1992, p. 18; Alonso, 2001, p. 601 o Rodríguez y Rodríguez, 1995, p. 13, sobre el Bierzo y León.

161 una bandeja o cesta donde van una toalla o un trozo de lienzo nuevo para limpiar la cabeza de la criatura y secarse las manos el cura, un salero con sal branca y una vela de cera para la ceremonia” (informante de Sahagún, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902) El salero que llevaba contenía la sal que antiguamente se ponía en la boca del nuevo cristiano como señal de bienvenida, para que adquiriera el gusto por las cosas espirituales y le preservara de la corrupción; el paño era con el que posteriormente se cubría al neófito, que se había ya revestido de Cristo; y el cirio significaba que este le había iluminado226. Volviendo al tema que nos ocupa, el aislamiento de la parturienta, una vez transcurridos los cuarenta días, la mujer podía salir a la calle, no sin antes acudir a la iglesia a purificarse, un ritual con onda tradición leonesa227, como constatamos que había sido descrito hacia 1140 en el Cantar de Mío Cid: “Salió a misa de parida, a San Isidoro de León, la noble Doña Jimena, mujer del Campeador” (Bravo Guarida, 1935, p. 16). Y recordaban varios informantes de la Encuesta del Ateneo de 1901-1902 (Grajal de Campos, Villafranca del Bierzo, La Bañeza, Villablino, Oseja de Sajambre o Argüello). O por aquí: “Los curas no te dejaban salir, te mandaban salir después a misa un día” (E18) “Al mes salíamos a misa” (E14) Contaban en la zona de León que el sacerdote, revestido con el alba y estola, recibía a la madre que acudía, a la puerta de la iglesia, con una vela en la mano y el hijo entre brazos. Este rociaba a ambos con agua bendita, rezaba unos salmos y oraciones, los introducía en el templo con la estola colocada sobre la cabeza del niño y caminaban hasta el altar donde se celebraba la santa misa. Al llegar al ofertorio en algunos pueblos, como los que nos ocupan, se ofrecía además un pan en acción de gracias (Casado Lobato, 1992, p. 18, 19):

226 Así consta en la página web del Vaticano, al hablar del bautismo (http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p2s2c1a1_sp.html). 227 Pero también Gallega o Asturiana, por citar dos ejemplos cercanos (Pereira Poza, 2001, p. 99, 100; Fernández García, 1995, p. 240, 241).

162 “Con una vela encendida toda la misa” (E4) “Estabas allí en el portal, salía el cura, te echaba una bendición” (E12) “Al mes salíamos a misa con la vela y una oblada a pagar la misa al cura (...) porque decían que estábamos en pecado” (E14) “Después tenías que ir con una vela, y estabas afuera, en la puerta fuera, y salía el cura y te daba la estola para que la agarrabas, te echaba unas bendiciones, te llevaba delante a las gradas y allí tenías que estar toda la misa, te echaba allí los pater noster con el niño” (E18) “Después salíamos a misa, llevábamos una vela y dos obladas, dos hogacinas” (E23) “General entonces sí, un mes encerrada en casa, al mes ibas a misa con una vela y la presentabas a la Virgen” (E25)

4.3.4.6. Participación del padre

La covada, costumbre ancestral seguida de manera más o menos puntual en diversas culturas, entre ellas la europea, se refería a determinadas prácticas llevadas a cabo por el marido tras el parto, tales como simular dolores, alimentarse igual que su mujer, compartir lecho con el recién nacido u ocuparse de sus cuidados. Las interpretaciones clásicas que se han dado a este tipo de comportamientos se centraban en resaltar los intereses paternos de reconocimiento en el acto de la procreación y de asegurar su derecho sobre el nacido (Caro Baroja, 1977, p. 226) típicos de las sociedades matriarcales que evolucionaban hacia el patriarcado. Si bien, en las últimas décadas estas justificaciones están siendo objeto de revisiones críticas que desmontan esas antiguas teorías sobre la preponderancia de la mujer sobre el hombre, y enfatizan que quizá fueran señal de los lazos afectivos que querían mostrar los padres sobre sus hijos, del papel de mera incubadora de la mujer respecto a la criatura, o la dureza con la que se enfrentaban las mujeres de culturas pasadas a acontecimientos del ciclo vital como el nacimiento; puesto que después del parto el varón se ocupaba de cosas livianas mientras ella volvía a la dura rutina. Todas ampararían un papel importante de la mujer en esas microsociedades, pero no predominante (García García y Gozalbes Cravioto, 2010). Dejando a un lado los debates sobre el trasfondo de tal tradición, que etimológicamente deriva del francés couvade, del verbo couver, que significa incubar, esta

163 tuvo en los pueblos del norte de la península ibérica una presencia constatada ya por el propio Estrabón (año 20 de la Era Cristiana); y que se prolongó hasta el siglo XX. Así, el antropólogo Caro Baroja en su libro Los pueblos del Norte (1977), ya aludía a varias prácticas por todo territorio norte, entre las que destacamos, por la cercanía a nuestra zona, la que hacía mención a la provincia de León: “En un pueblo de León, cuando llegaba el momento del parto, el marido se metía en una cesta o banasta y se ponía a cacarear en cuclillas como una gallina clueca que empolla” (p. 226) De hecho, tal era el impacto de ese conjunto de rituales en nuestra cultura que fue motivo de consulta específica en la Encuesta del Ateneo, apartado de Nacimiento, y que supuso varias respuestas curiosas. Una de ellas fue la dada por el informante de Bembibre, localidad de la comarca leonesa del Bierzo, que consideraba que el comer la visita por parte del padre 228 era rastro de la covada, algo corroborado posteriormente por el antropólogo citado líneas arriba (1977, p. 223). Por lo que a nuestro estudio se refiere, quisimos saber de la participación de los hombres en los cuidados del nacimiento. Ninguna de las personas entrevistadas manifestó conocer la práctica de la covada, pero sí hicieron mención de manera implícita a la intervención de los varones en la esfera del parto. Como ya dijimos en los apartados correspondientes, los maridos auxiliaban en el parto de sus mujeres en ciertas ocasiones, sobre todo cuando no se contaba con presencia femenina en el hogar; asimismo cooperaban en los cuidados de alimentación, matando si se requería la gallina con la que se preparaba el caldo para la parturienta, y también comiendo la carne sobrante del guiso. Vestigio o no de la ancestral covada, bajo nuestro punto de vista, estos hechos eran señal de como el hombre se implicaba en mayor o menor medida, en los cuidados de esta primera etapa del ciclo vital, satisfaciendo así la necesidad de realización229; y por otro lado, de como la maternidad, además de natural, era y es una actividad construida social y culturalmente (Moore, 1991, p. 44, 45).

228 En el apartado de El padre (…) si existe covada, el informante de Bembibre en la citada Encuesta escribía: “El padre durante los primeros días y para justificar su personalidad, cuida la cocina y puchero, y ayuda a la mujer a comer la visita (…)”. 229 Necesidad de realización, definida por Henderson (Siles González et al., 1998).

164 4.3.4.7. El mal de ojo

Para poner punto y final a los cuidados llevados a cabo en el momento del alumbramiento, haremos mención a una creencia popular presente en diversas culturas de origen indoeuropeo y semítico (Baer, Weller, González Faraco y Feria Martín, 2006), y que contó también con su presencia en la nuestra: el mal de ojo. Este fenómeno se basaba en la creencia del influjo que se creía podía ejercer una persona sobre otra a la que le tenía envidia, celos o simplemente le caía mal, y que se pegaba o infectaba al mirarla de cierta manera. Este se traduciría en todo tipo de dolencias y males sobre la persona aojada. Los recién nacidos eran considerados seres frágiles y susceptibles de ser afectados por males de todo tipo, entre los que se encontraba este. Para contrarrestarlo230, había diversos objetos protectores y amuletos, así como rituales. En la comarca de Sahagún aparece documentado como, en Gordaliza del Pino, se colgaban del cuello de la criatura “piedras o azabaches a las que llaman higas las cuales tienen la propiedad de sufrir los efectos del maleficio en lugar de sufrirlo la criatura” (informante de Gordaliza del Pino, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902), en Grajal de Campos, se protegían con los “Evangelios231 o con higas engarzadas en plata o un trocito de azabache, o un cuerno de ciervo” (informante de Grajal de Campos, Encuesta del Ateneo de Madrid, 1901-1902). Ya en la comarca de la ribera del río Cea, a la que pertenece la zona objeto de nuestro estudio, recomendaciones como buscar a la bruja que causaba el mal y obligarle a decir ante el enfermo “Dios te bendiga”; o que una aojadora pasara agua por un cuerno de alicor (asta de ciervo), y vertiera las burbujas que salieran del asta sobre las baldosas o piedras de la lumbre, echara después excremento de gallina, pimiento picante y hojas de laurel, y cuando ardiera, tomara al niño y lo pasara tres veces por encima del fuego, a cierta altura, trazando con este unas cruces en el aire (Rubio Gago et al., 2009, p. 64, 65). Estas prácticas se fueron perdiendo con el paso de las generaciones, según se desprende de las respuestas dadas por nuestras entrevistadas, pues aunque alguna de ellas decía haber oído hablar de estas creencias, no las profesaban ni recordaban nada que se practicara por entonces: “También lo oí yo pero no pasaba nada” (E1) “Pues no lo sé, eso era en Galicia” (E3)

230 Necesidad de evitar peligros y protegerse (Henderson y Malinowski, en Siles González et al., 1998). 231 Libritos en miniatura impresos en latín a los que ya en el siglo IV se le atribuían propiedades mágicas.

165 “A mí me daba mucho miedo eso, yo no quiero pensar esas cosas” (E4) “Alguna vez les he oído pero no, tampoco lo he creído nunca (...) antes se oía más, creían más en cosas de esas yo creo (...) oye, están malos, están malos” (E7) “No me acuerdo de oír nada” (E11) “Eso lo oí hace pocos años (...) eso serán brujerías (...) se pone malo cuando te llega el mal, como a mí ahora” (E15) “No, al contrario, aquí en el pueblo, nada más sabían que le tenías todo el mundo venía a verle” (E18) “No porque éramos tan pocos aquí en el pueblo, nos llevábamos tan bien” (E20)

166

4.3.5. Otras atenciones sobre la salud

Rescatamos otra actividad realizada de forma altruista desde el ámbito de lo doméstico por parte de algunas parteras, y en otras ocasiones por parte de algún varón, citada tanto aquí como en algún trabajo de campo llevado a cabo en la misma época en la comarca del Bierzo (Andina Díaz et al., 2015): y la referida a la administración de inyectables, hacer pequeñas curas, etc. Al parecer era frecuente dicha atención para con los vecinos, especialmente en los pueblos más pequeños, ante la falta de personal enfermero, y que en algunos casos era tolerada de facto por el médico, como veremos a continuación. Este tipo de asistencia su época de mayor incidencia durante los años cincuenta, sesenta e incluso los setenta del pasado siglo, cuando la prescripción de penicilinas por los facultativos comenzó a incrementarse, y venían en forma de inyectables. Así, en Almanza, Villaverde de Arcayos y Corcos nos contaban: “(…) ponía inyecciones a la mitad del pueblo” (E2) “(…) estuvo seis u ocho años poniendo inyecciones al pueblo y no cobraba nada (...) decían “ay, vete a llamar a (…) que las pone muy bien”. Que si había que ponerla a media noche, pues a media noche se levantaba (...) había temporadas que todo el tiempo a poner inyecciones. Y me acuerdo yo que le decían a (…) “encima si no te dan ni las gracias”. Algunos igual lo reconocían, otros como que era ya obligación (...) era yo pequeña (...) “eres tonto, pues que se la pongan los familiares”. No había ni practicante ni nada. Decían “ya dijo el médico que te avisáramos”” (E7) “Venía un médico de León (…) venía a hacer la consulta aquí a (…), y en vez de traer a la practicanta le decía a (…) “las pones tu las inyecciones”, y decía “¿y si pasa algo?”, “tu tranquila que si pasa alguna cosa de esas digo yo que fui yo quien la puse, te tapo yo, basta que te mando, te tapo”. Cuando las vacunas venía y le dejaba un montón aquí, para que no viniera la practicanta, ya sabía ponerlas (...) andaba siempre entre practicantas y médicos y todo (...) tenía un primo practicante. Los sábados muchos de Almanza iban a ponérselas porque como no estaba ni el

167 médico ni el practicante (…) tenía mucho trato con él. Le llamaba “qué tienes para comer hoy?”, e iba” (E18)

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5. Limitaciones

A la hora de evaluar esta investigación hemos tenido en cuenta que se cumplieran algunos de los criterios básicos apuntados por diversos autores para estudios cualitativos (Calderón, 2002; Morse, 2003, p. 124-128; Sanz Hernández, 2005). El marco teórico y metodológico elegido fue el adecuado para el objetivo propuesto, pues a través de la historia cultural conseguimos construir un mapa con los elementos, marcos y unidades funcionales implicados en los cuidados en el nacimiento de un nuevo ser en una sociedad y época determinada. Respecto a las fuentes orales de las que nos valimos, nos sirvieron para contextualizar los hallazgos dentro de un contexto deteminado (significado en contexto). Pretendimos alcanzar la credibilidad por medio de la escucha activa y empática de los participantes; realizando entrevistas repetidas y retroalimentaciones confirmamos ideas, llegamos a la saturación de las mismas, y conseguimos patrones recurrentes sobre los modos de cuidado maternal; todo ello con el fin de minimizar posibles interferencias en la calidad. Además hicimos uso de fuentes archivísticas provinciales, literatura folclorista y sanitaria de la época referente a áreas más o menos colindantes para contrastar nuestras pesquisas. Esto favoreció ampliar la validez o representatividad, una buena triangulación informativa y metodológica, y la posibilidad de transferencia a otros contextos y situaciones, con determinación de similitudes y diferencias, el establecimiento de vínculos micro y macro y las distinciones entre emic y etic.

169 No obstante, cuenta con una serie de limitaciones propias de la naturaleza de las fuentes usadas, orales, por las interacciones del investigador principal con los informantes, la posible pérdida de memoria, los recuerdos selectivos o la deseabilidad social. Además, si bien hemos intentado ser reflexivos en nuestras interpretaciones, minimizando las preconcepciones que teníamos sobre el tema y haciendo un esfuerzo por evitar el efecto del investigador, los juicios que hemos emitido han podido estar impregnados de ideas previas sobre la materia. Las perspectivas de futuro de esta línea de investigación se auguran prometedoras. Nuestro estudio ha sido relevante en tanto que ha contribuído a mejorar y profundizar sobre el fenómeno de atenciones maternales en un periodo de tiempo, el comprendido entre los años 1940 y 1970, marcado por reformas sustanciales hacia la asistencia profesional; y en un espacio, el rural, que tardó más en contar con esas prestaciones sanitarias. Este proyecto podría reproducirse en otras zonas dentro y fuera del territorio peninsular que igualmente hayan experimentado cambios considerables en los cuidados de salud en el nacimiento de un nuevo ser; y a través de ellos establecer teorías más firmes sobre el papel de las parteras y de sus cuidados en el devenir de la profesionalización de la enfermería.

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6. Conclusiones

- En el periodo comprendido entre 1940 y 1970 la atención a la salud en España dejó de ser un privilegio de pocos para convertirse en un derecho extendido a todos, un tiempo marcado por reformas sustanciales hacia una asistencia profesional; así mismo aconteció en la espacio de la maternidad, tema central de nuestra tesis. - Las zonas rurales tardaron más en contar con estas prestaciones, y consecuentemente, los cuidados a las mujeres en el momento del parto que tradicionalmente habían pertenecido al ámbito doméstico se demoraron más en el tiempo. En el área objeto de nuestro estudio, los ayuntamientos de Almanza y Cebanico (comarca de Sahagún, León), la implantación del SOE se produjo de manera muy escalonada, y hasta prácticamente la década de los setenta, con la institucionalización del parto, coexistieron las atenciones prestadas desde la esfera oficial especializada y la popular en manos de las parteras. - Se ha cumplido la hipótesis planteada en la investigación, es decir, aunque la asistencia en el momento del parto pasó a estar en manos de los profesionales sanitarios a partir de 1942 –Seguro Obligatorio de Enfermedad-, sin embargo, en esta zona rural la mayor parte de esa atención siguió prestándose desde el ámbito doméstico, y por personas no profesionales hasta bien entrada la década de 1970. - Asimismo, el objetivo general de “describir y analizar cómo incidió la implantación progresiva de la Seguridad Social en la asistencia al parto en el espacio rural, en los ayuntamientos de Almanza y Cebanico, pertenecientes a la comarca de Sahagún, en la provincia de León, durante el periodo comprendido entre 1940 y 1970”; y los objetivos específicos de describir y explicar las actuaciones y funciones de las personas que se

171 encargaban de atender a las parturientas y prestar los primeros cuidados al recién nacido (elemento funcional) en los diferentes pueblos de estos ayuntamientos, los lugares en los que se desarrollaba la labor (marco funcional), y el ideario, las formas de entender la salud (conocimientos) y los procedimientos técnicos (técnicas) empleados por los distintos agentes cuidadores (unidad funcional). - A través de testimonios orales y de fuentes archivísticas hemos confeccionado un mapa de los gestores referidos al momento del parto (elemento funcional) en este territorio durante esos años de transición sanitaria. Oficialmente, había tres médicos y tres practicantes, varones generalmente, que se ocupaban de los asuntos sanitarios, incluyendo los maternales. Oficiosamente eran las parteras y allegadas existentes, una al menos en cada una de las localidades estudiadas. - Las parteras y allegadas carecían de estudios específicos y se basaban para sus actuaciones, altruistas, en la experiencia de haber sido madres, de haber visto otros partos, así como por las creencias y el saber tradicional transmitido oralmente por sus antepasadas. - Estas mujeres crearon y mantuvieron una red de ayuda informal a la maternidad paralela a la pública, en un segundo plano, el de la humildad y discreción. Este trabajo ha conseguido sacar a la luz su papel, vital para el mantenimiento del equilibrio de esta microsociedad en esa época, que sin embargo permanecía oculto para la historiografía tradicional. - Por encima de juicios sanitarios o científicos, hemos tratado de comprender, analizar y reconocer el papel (y las actuaciones) de estas féminas a través del contexto social, político, sanitario e histórico que las acompañaba, teniendo en cuenta que a pesar de sus limitaciones y lagunas, realizaron una labor fundamental en aquellos años. - Hemos generado alguna disonancia con la historia ya construida de entonces, que mostraba una mujer victimista frente a un varón, sanitario, que se inmiscuía en su maternidad. En este territorio, durante estas décadas, parturientas, parteras y allegadas no fueron personajes pasivos en el devenir histórico, pues transgredieron, negociaron y cuestionaron las normas y pautas establecidas desde las esferas de poder. - Su rol contaba con características esenciales, universales, en tanto que estaban ligadas a la naturaleza de la mujer (biología), pero también coyunturales, específicas, moldeadas y retroalimentadas por circunstancias variadas que prolongaron el mantenimiento de clichés anquilosados sobre los cuidados de salud y la esfera doméstica, retrasando que se iniciara

172 un diálogo dialéctico deconstructivo imprescindible para construir una nueva realidad de la disciplina enfermera. - Los sanitarios eran solo reclamados en casos muy puntuales. Generalmente acudían médicos, varones, y las matronas apenas contaron con presencia en la zona. Quizá una mayor presencia de estas profesionales hubiera supuesto otro pilar más para imprimir valor y poder social (mejora de su estatus) a las gestoras del momento del nacimiento, parteras primero, comadronas después, tomar conciencia del arte de partear, de su posicionamiento y de su desarrollo. - La coexistencia entre parteras y facultativos fue tolerante, marcada por diversos intereses, una relación de conveniencia que interfirió de manera secundaria, al igual que los otros fenómenos, en la permanencia de las parteras en la esfera del parto hasta la institucionalización del mismo. - Principalmente fue la institucionalización del parto en los centros hospitalarios, y no el previo desembarco de los profesionales sanitarios, la que forzó el abandono de las administradoras tradicionales del escenario, lo que fue asumido aquí como un hecho lógico, favorable e inherente al progreso. - Estudios relativos al mismo tema llevados a cabo en otros puntos de la geografía española reconocen igualmente la figura de parteras en esas décadas centrales del siglo XX, así como su ocaso a partir de los años sesenta. En trabajos llevados a cabo en lugares más distantes como Europa o Latinoamérica, su supresión corrió igualmente pareja a la hegemonización del modelo biomédico y hospitalización a lo largo del siglo XX, aunque no de manera generalizada, de hecho en algunas comunidades sigue todavía presente. - El nacimiento de un nuevo ser era un fenómeno social en tanto que la red más cercana de la parturienta participaba de él. Desde los momentos iniciales hasta el puerperio, familiares (y conocidos) conformaban una institución primaria que se encargaba de la función de satisfacer las necesidades básicas surgidas. - El lugar donde acontecía el parto era el hogar, y dentro de este, la cocina o la habitación. Con la institucionalización, el paritorio pasó a ser el hospital. La transformación de ese marco funcional fue entendida, al igual que había ocurrido con la del elemento funcional, como entendible y necesaria para el desarrollo. - Las atenciones que recibía la mujer durante la gestación eran mínimas y estaban basadas en creencias de tipo mágico-religiosas, y marcadas por condicionantes sanitarios, económico-familiares o culturales. La embarazada se convertía en controladora y portavoz

173 directo o indirecto del bienestar fetal, a través de rezos, antojos, actos o de su propio cuerpo. - Los cuidados durante el parto, postparto y puerperio proporcionados por parteras y allegadas eran de acompañamiento y guía: mínimos, naturales, centrados en la experiencia, el sentido común, la viveza de ingenio, valores culturalmente aprendidos, y dependientes de las circunstancias familiares. Su base era racional y lógica, dando prioridad a la información recibida por los sentidos, y su esencia, cuasi-científica, no difería mucho de lo que se promulgaba a nivel sanitario por aquel entonces, si bien de una manera rudimentaria. A las prácticas guiadas por conocimientos de medicina popular (en las que estaban presentes elementos autóctonos animales, vegetales y minerales) se unían otras praxis mágicas y religiosas que no traspasaban lo anecdótico, pero que marcaban pautas de comportamiento. - Eran compartidas por la comunidad, acumulativas, e incluso muchas estaban generalizadas en otras culturas más o menos cercanas geográficamente. Contaban con una vertiente universal, esencial, común con otros pueblos: su eslabón biológico, su naturaleza doméstica, relacionada con la mujer, la familia, y con la satisfacción de las necesidades básicas surgidas de higiene, alimentación, descanso, bienestar, movimiento, creencias, seguridad o vestido; y otra específica: marcada por condicionantes sociales, culturales, sanitarios, económicos, religiosos o políticos. - Los cuidados provenientes de la esfera profesional estaban rodeados de un halo de respeto y temor, a la par que tecnificados, hecho que les permitió entrar en la escena del parto en los hogares de la zona. Si bien estos eran puntuales, poco a poco irían ganando terreno, y cada vez serían más visibles durante todo el ciclo maternal. - Además de construir una descripción densa sobre los cuidados prestados en el nacimiento de un nuevo ser en los años centrales del siglo XX en la zona objeto de nuestro estudio, se ha comparado y contrastado con lo acontecido en la misma zona a comienzos del siglo XX, así como en otros territorios más o menos cercanos geográficamente. No se ha pretendido realizar generalizaciones al respecto, sino mostrar una visión poliédrica sobre el nacimiento. - Al mismo tiempo, se ha demostrado que la dialéctica entre la localización y la globalización es una herramienta imprescindible para rentabilizar conocimientos particulares en otras sociedades.

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- La manera en que una sociedad organiza los cuidados en torno al nacimiento puede ayudarnos a conocer algunos de sus pilares básicos: la familia (y comunidad), la economía de subsistencia, el patriarcado, las creencias populares o las religiosas.

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7.1. Fuentes primarias

7.1.1. Documentos escritos de la época estudiada

Materiales de archivo: - Archivo Histórico Provincial de León. Asuntos Generales. Cajas 3. Practicantes. Año 1970. - Archivo Histórico Provincial de León. Asuntos Generales. Cajas 7. Matronas, certificados de ATS, practicantes servicios. Año 1971. - Archivo Histórico Provincial de León. Jefatura Provincial de Sanidad Local. Caja 6994. Sanidad Médica: Practicantes y Matronas. Años 1954-1955-1956. - Archivo Histórico Provincial de León. Jefatura Provincial de Sanidad Local. Caja 6995. Sanidad Médica: Practicantes y Matronas. Años 1957-1958. - Archivo Histórico Provincial de León. Jefatura Provincial de Sanidad Local. Caja 6996. Sanidad Médica: Practicantes y Matronas. Años 1959-1960. - Archivo Histórico Provincial de León. Jefatura Provincial de Sanidad Local. Caja 6997. Sanidad Médica: Practicantes y Matronas. Año 1961. - Archivo Histórico Provincial de León. Jefatura Provincial de Sanidad Local. Caja 6998. Sanidad Médica: Médicos. Año 1951. Colegio de médicos. Clasificación. Partidos médicos de la provincia. - Archivo Histórico Provincial de León. Jefatura Provincial de Sanidad Local. Caja 7005. Sanidad Médica: Médicos y Odotólogos. Año 1961. - Archivo Histórico Provincial de León. Jefatura Provincial de Sanidad Local. Caja 7006. Casa de Médicos y Centros de Higiene. Año 1950-1961.

190

- Archivo Histórico Provincial de León. Jefatura Provincial de Sanidad Local. Caja 7010. Estadísticas y Centros de Enfermedad. Años 1940-1961. Beneficencia y Salud Mental. Años 1955-1961. - Archivo Histórico Provincial de León. Mancomunidad Sanitaria. Caja 8085. Ingresos Mancominidad Sanitaria por ayutamientos. Nóminas auxiliares sanitarios y médicos. - Archivo Histórico Provincial de León. Mancomunidad Sanitaria. Caja 8092. Libramientos auxiliares sanitarios. Año 1941. - Archivo Histórico Provincial de León. Mancomunidad Sanitaria. Caja 8097. Practicantes y Matronas. Año 1964. - Archivo Histórico Provincial de León. Mancomunidad Sanitaria. Caja 8105. Médicos. Año 1943. - Archivo Histórico Provincial de León. Mancomunidad Sanitaria. Caja 8125. Nóminas auxiliares sanitarios y médicos. - Archivo del Colegio de Enfermería de León. Libros de registro dirigidos al Ministerio de la Gobernación. Dirección General de Sanidad, relación de matronas. Información confrontada con la Delegación de Hacienda y relación de matronas que han enviado a este colegio declaración de ingresos (1963-1971). (Toda la información de los diferentes archivos fue consultada en los mesese de febrero y marzo de 2014) - Regla de la Cofradía de las Ánimas Benditas, de Santa Cruz, los Santos Mártires S. Fabián y San Sebastian y San Roque (1869). (Almanza, León). (Consultado el 31 de marzo de 2014)

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7.1.2. Personas entrevistadas

- Adoración Pérez Ramos. Santa Olaja de la Acción, Cebanico (León). - Aniana Pinilla Medina. Villaverde de Arcayos, Almanza (León). - Antonia Medina Rojo. Cabrera de Almanza, Almanza (León). - Asunción Fernández Estrata. Corcos, Cebanico (León). - Beatriz Herrero García. Almanza (León). - Celina Polvorinos Gómez. Calaveras de Abajo, Almanza (León). - Consolación Alvalá. Villaverde de Arcayos, Almanza (León). - Dionisia González García. Mondreganes, Cebanico (León). - Dolores García Domínguez (Quintana del Monte). La Riba, Cebanico (León). - Dolores Medina Díaz. Almanza (León). - Emigdio Fernández Gómez. Villaverde de Arcayos, Almanza (León). - Encarnación Gómez. Cabrera de Almanza, Almanza (León). - Eulalia Diez González. Quintanilla de Almanza, Cebanico (León). - Eutimio González Rodríguez. Quintanilla de Almanza, Cebanico (León). - Fe Garmón Gómez. Villaverde de Arcayos, Almanza (León). - Filomena Gómez. Cabrera de Almanza, Almanza (León). - Honorato Serrano Valbuena. Almanza (León). - Josefa González del Blanco. Almanza (León). - Justa García González. Canalejas, Almanza (León). - Justina Rodríguez Rodríguez. La Riba, Cebanico (León). - Lucía Diez. La Vega de Almanza, Almanza (León). - Lupicina Díaz González. La Vega de Almanza, Almanza (León). - Mª Candelas Diez Fernández. Calaveras de Arriba, Almanza (León). - Pilar Alonso Garmón. Villaverde de Arcayos, Almanza (León). - Socorro Diez Gómez. La Vega de Almanza, Almanza (León). - Valentina Álvarez López. El Valle de las Casas, Cebanico (León). - Valeriana Martínez Medina. Castromudarra, Almanza (León).

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Además: - Carmen. Espinosa de Almanza, Almanza (León). - Eleuteria. Cebanico (León). - Jesús Manuel Diez Santiago. Almanza (León). - Víctor Santiago Vélez. Almanza (León).

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8. Anexos Google Maps 12/5/15 6:55 Google Maps 14/5/15 18:31

Sahagún × Castilla y León × Sahagún

León Indicaciones Castilla y León Indicaciones 8.1. Anexo uno: Mapas aclaratorios

Fotografía esférica

Fotografía esférica

Para imprimir un mapa con una calidad mejor, utiliza el botón Imprimir del menúComarca principal. de Sahagún, ubicada dentro de la provincia de León,

Comunidad de Castilla y León. Para imprimir un mapa con una calidad mejor, utiliza el botón Imprimir del menú principal. Fuente: www.google.es/maps https://www.google.es/maps/place/Castilla+y+León/@41.6605415,-4.4262126,6z/data=!4m2!3m1!1s0xd379a90038093f7:0x969e7b06830556a5 Página 1 de 1

https://www.google.es/maps/place/Sahagún,+León/@43.0238757,…97,8z/data=!4m2!3m1!1s0xd37fe0ffde6dbd7:0x65bacc809e7686db Página 1 de 1

194 Google Maps 14/5/15 18:41

Buscar

Ayuntamientos de Almanza y Cebanico, zona objeto de nuestro estudio, al norte de la comarca de Sahagún. Fuente: www.google.es/maps www. aytoalmanza.es www.aytocebanico.es

Para imprimir un mapa con una calidad mejor, utiliza el botón Imprimir del menú principal.

https://www.google.es/maps/@42.645679,-4.4982337,10z Página 1 de 1

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8.2. Anexo dos: Población de la comarca de Sahagún, evolución de 1940 a 2013

COMARCA,DE,SAHAGÚN Ayuntamientos,integrantes,según,Bailly2Baillière,y,Riera año,1954 Ayuntamientos,integrantes,según,Cabero,Diéguez,&,López,Trigal 1950 1986 INE,,población,de,hecho 1940 1970 1981 2013 Sahagún ,,,,,,,,,,,,3.498, sahagún ,,,,,,,3.350, ,,,,3.350, sahagún ,,,,,,,3.606,, ,,,,,,,2.661,, ,,,,,,,3.347,, ,,,,,,,2.791,, Almanza ,,,,,,,,,,,,,,,731, almanza ,,,,,,,,,,688,, ,,,,,,,953,, almanza ,,,,,,,,,,,676, ,,,,,,,,,,,834, ,,,,,,,1.064,, ,,,,,,,,,,,601, Bercianos,del,Real,Camino ,,,,,,,,,,,,,,,620, bercianos,del,real,camino ,,,,,,,,,,589,, ,,,,,,,327,, bercianos,del,real,camino ,,,,,,,,,,,541, ,,,,,,,,,,,411, ,,,,,,,,,,,314, ,,,,,,,,,,,194, El,Burgo,Ranero ,,,,,,,,,,,,2.285, el,burgo,ranero ,,,,,,,2.197, ,,,,1.227, el,burgo,ranero ,,,,,,,2.015,, ,,,,,,,1.840,, ,,,,,,,1.107,, ,,,,,,,,,,,776, calzada,del,coto ,,,,,,,,,,,,,,,858, calzada,del,coto ,,,,,,,,,,853,, ,,,,,,,395,, calzada,del,coto ,,,,,,,,,,,905, ,,,,,,,,,,,595, ,,,,,,,,,,,438, ,,,,,,,,,,,260, canalejas ,,,,,,,,,,,,,,,528, canalejas ,,,,,,,,,,515,, canalejas,*** ,,,,,,,,,,,528, castrotierra,de,valmadrigal ,,,,,,,,,,,,,,,401, castrotierra,de,valmadrigal ,,,,,,,,,,382,, ,,,,,,,177,, castrotierra,de,valmadrigal ,,,,,,,,,,,361, ,,,,,,,,,,,322, ,,,,,,,,,,,184, ,,,,,,,,,,,114, cea ,,,,,,,,,,,,1.193, cea ,,,,,,,1.173, ,,,,,,,891,, cea ,,,,,,,1.042,, ,,,,,,,,,,,830, ,,,,,,,,,,,917, ,,,,,,,,,,,496, cebanico ,,,,,,,,,,,,1.204, cebanico ,,,,,,,1.115, ,,,,,,,326,, cebanico ,,,,,,,1.117,, ,,,,,,,,,,,561, ,,,,,,,,,,,371, ,,,,,,,,,,,186, cubillas,de,rueda ,,,,,,,,,,,,1.681, NO,REFERENCIADO,CUBILLAS,DE,RUEDA NO NO cubillas,de,rueda,* ,,,,,,,1.607,, ,,,,,,,1.283,, ,,,,,,,,,,,719, ,,,,,,,,,,,497, escobar,de,campos ,,,,,,,,,,,,,,,264, escobar,de,campos ,,,,,,,,,,263,, ,,,,,,,107,, escobar,de,campos ,,,,,,,,,,,283, ,,,,,,,,,,,166, ,,,,,,,,,,,113, ,,,,,,,,,,,,,51, gallegillos,de,campos ,,,,,,,,,,,,1.223, gallegillos,de,campos ,,,,,,,1.205, gallegillos,de,campos ,,,,,,,1.289,, gordaliza,del,pino ,,,,,,,,,,,,,,,749, gordaliza,del,pino ,,,,,,,,,,715,, ,,,,,,,461,, gordaliza,del,pino ,,,,,,,,,,,657, ,,,,,,,,,,,547, ,,,,,,,,,,,499, ,,,,,,,,,,,269, grajal,de,campos ,,,,,,,,,,,,1.105, grajal,de,campos ,,,,,,,1.083, ,,,,,,,430,, grajal,de,campos ,,,,,,,1.203,, ,,,,,,,,,,,596, ,,,,,,,,,,,380, ,,,,,,,,,,,249, joara ,,,,,,,,,,,,,,,856, joara ,,,,,,,,,,820,, joara ,,,,,,,,,,,764, joarilla,de,las,matas ,,,,,,,,,,,,1.284, joarilla,de,las,matas ,,,,,,,1.269, ,,,,,,,518,, joarilla,de,las,matas ,,,,,,,1.246,, ,,,,,,,,,,,863, ,,,,,,,,,,,554, ,,,,,,,,,,,333, saelices,del,rio ,,,,,,,,,,,,,,,754, saelices,del,rio ,,,,,,,,,,727,, saelices,del,rio ,,,,,,,,,,,669, NO,REFERENCIADO,SANTA,MARIA,DEL,MONTE,DE,CEA NO santa,maría,del,monte,de,cea ,,,,,,,1.519, ,,,,,,,501,, santa,maría,del,monte,de,cea,* ,,,,,,,1.469,, ,,,,,,,1.004,, ,,,,,,,,,,,574, ,,,,,,,,,,,263, santa,cristina,de,valmadrigal ,,,,,,,,,,,,,,,869, NO,REFERENCIADO,SANTA,CRISTINA NO NO santa,cristina,de,valmadrigal,*, ,,,,,,,,,,,858, ,,,,,,,,,,,655, FALTA ,,,,,,,,,,,300, ,,,,,,,,,,,,2.866, NO,REFERENCIADO,VALDEPOLO NO NO valdepolo,** NO NO NO NO vallecillo ,,,,,,,,,,,,,,,643, vallecillo ,,,,,,,,,,620,, ,,,,,,,229,, vallecillo ,,,,,,,,,,,533, ,,,,,,,,,,,344, ,,,,,,,,,,,241, ,,,,,,,,,,,135, vega,de,almanza ,,,,,,,,,,,,,,,960, vega,de,almanza ,,,,,,,,,,433,, vega,de,almanza**** ,,,,,,,,,,,926, villamartin,de,don,sancho ,,,,,,,,,,,,,,,642, villamartin,de,don,sancho ,,,,,,,,,,620,, ,,,,,,,250,, villamartin,de,don,sancho ,,,,,,,,,,,580, ,,,,,,,,,,,413, ,,,,,,,,,,,222, ,,,,,,,,,,,148, villamol ,,,,,,,,,,,,,,,761, villamol ,,,,,,,,,,752,, ,,,,,,,320,, villamol ,,,,,,,,,,,764, ,,,,,,,,,,,518, ,,,,,,,,,,,371, ,,,,,,,,,,,185, villamoratiel,de,las,matas ,,,,,,,,,,,,,,,629, NO,REFERENCIADO,VILLAMORATIEL,DE,LAS,MATAS NO NO villamoratiel,de,las,matas,* ,,,,,,,,,,,601, ,,,,,,,,,,,427, ,,,,,,,,,,,283, ,,,,,,,,,,,155, villaselán ,,,,,,,,,,,,1.259, villaselán ,,,,,,,1.221, ,,,,,,,434,, villaselán ,,,,,,,1.193,, ,,,,,,,,,,,861, ,,,,,,,,,,,442, ,,,,,,,,,,,212, villaverde,de,arcayos ,,,,,,,,,,,,,,,825, villaverde,de,arcayos ,,,,,,,,,,774,, villaverde,de,arcayos***** ,,,,,,,,,,,697, villazanzo,de,valderaduey ,,,,,,,,,,,,2.281, villazanzo,de,valderaduey ,,,,,,,2.253, ,,,,,,,876,, villazanzo,de,valderaduey ,,,,,,,2.040,, ,,,,,,,1.447,, ,,,,,,,,,,,903, ,,,,,,,,,,,508, TOTAL,COMARCA ,,,,,,,,,30.969,, ,,,,,25.136, ,,11.772, ,,,,,28.170, ,,,,,17.178, ,,,,,13.043, ,,,,,,,8.723, Almanza ,,,,,,,,,,,,3.044, ,,,,,,,2.410, ,,,,,,,953,, ,,,,,,,2.827, ,,,,,,,,,,,834, ,,,,,,,1.064, ,,,,,,,,,,,601, Cebanico ,,,,,,,,,,,,1.204, ,,,,,,,1.115, ,,,,,,,326,, ,,,,,,,1.117, ,,,,,,,,,,,561, ,,,,,,,,,,,371, ,,,,,,,,,,,186, *,Incluidos,pues,en,las,páginas,web,de,dichos,ayuntamientos,consta,que,pertenecen,a,la,comarca,de,Sahagún **,No,incluido,pues,en,la,página,web,del,ayuntamiento,consta,que,pertenece,a,la,comarca,Esla\Campos ***,Calaveras,de,Abajo,,Canalejas,,Molino,de,Pobladura,y,Molino,de,Santa,Eugenia,pertenecían,a,Canalejas,,que,pasa,a,Almanza,en,los,años,80,del,siglo,pasado. ****,Calaveras,de,Arriba,,Cabrera,de,Almanza,,Espinosa,de,Almanza,y,La,Vega,de,Almanza,pertenecían,a,La,Vega,de,Almanza,hasta,los,años,60,de,siglo,pasado. *****,Villaverde,de,Arcayos,y,Castromudarra,se,fusionaron,con,Almanza,en,1965

196

8.3. Anexo tres: Programa de Fiestas de Almanza, año 1948

197

En dicho programa aparecían anunciadas hasta 26 tiendas o establecimientos. Imágenes cedidas por Víctor Santiago Vélez.

198

8.4. Anexo cuatro: Regla de la Cofradía de Almanza, 1869

En Capítulo Sexto se recogía: “De enfermos: Si cayera enfermo el Hermano pobre que por esta razón careciese de la debida asistencia, los Mayordomos nombrarán dos Hermanos para que le velen y asistan veinticuatro horas al menos iniciando el turno por los más jóvenes y siguiendo hasta concluir mientas dure la gravedad de la enfermedad y las mujeres de los Hermanos e hijos de los que fueren viudos atendiendo a los privilegios que gozan de la Cofradía han de pedir para sustentarlos si careciese de alimento durante la enfermedad”. Información facilitada por Jesús Manuel Díez Santiago.

199

8.5. Anexo cinco: Fotografías de época, Almanza, mediados del siglo XX

Base económica de la zona

200 Algunas calles de la villa

Calle del Arco, antes de 1947 (año de construcción de la torre).

Calle del Arco, tras la construcción de la torre (fotografías posteriores a 1947).

201

Plaza Mayor y vía de entrada del pueblo procedente de Sahagún y León. Las fotografías son posteriores a 1947 (se aprecia la torre construida al fondo).

Calle San Roque, vía de salida del pueblo dirección Puente Almuhey.

Calle del Castillo, vía de salida del pueblo dirección Cistierna.

202 Las escuelas

La casa del médico

203 Acontecimientos religiosos

Misioneros en la iglesia y procesiones de Semana Santa.

204 Acontecimientos sociales

Carrera de burro. Año 1960.

Cacería. Década de 1960. Fotografías recopiladas y cedidas por Víctor Santiago Vélez.

205

8.6. Anexo seis: Algunos recursos sanitarios cercanos, en Cistierna

Edificio donde se ubicaba, en la primera planta, el piso donde el médico Gerardo Jiménez asistía partos, según testimonios facilitados por vecinas. Dicho piso, en el que además del citado médico trabajaban dos chicas más, entendemos que enfermeras, contaba con varias habitaciones, además de una sala de partos. Una de las entrevistadas recordaba como había pasado un par de noches allí después de haber dado a luz, en 1970. Calle de las Cerámicas, con Avenida de la Constitución. Cistierna. Fotografía tomada en abril de 2014.

206

Clínica del Dr. Rivas. Situada en los aledaños del ayuntamiento (Cistierna), en la calle que ahora lleva el nombre de su fundador, esta contaba con tres plantas en las que se asistía casi de todo, aunque no partos, según recordaban las vecinas entrevistadas. Fotografías tomadas en abril de 2014.

207

Instituto Nacional de Previsión, ubicado en la Avenida de la Constitución, nº 124, Cistierna. Fotografía tomada en abril de 2014.

208

8.7. Anexo siete: Guión de entrevistas (familiares de parteras y parturientas)

Datos de la persona entrevistada: - Nombre y apellidos. - Edad. - Nº de partos que tuvo. - Nº de partos que tuvo atendidos por la partera y por los sanitarios. Fechas de cada uno de ellos. - Relación con la partera. Datos de la partera: - Nombre y apellidos. Apelativo por el cual la conocían en el pueblo. - Edad de nacimiento y fallecimiento. - Familiares que nos puedan reportar información. - Lugar donde vivía y atendía partos. - Estado civil. - Número de hijos. - Oficio habitual. Sobre el inicio y continuidad de la atención de la partera: Cuándo comenzó a atender partos. Motivo. Antecedentes familiares. Quién le enseñó a asistir. Hasta cuándo atendió partos y por qué dejó de hacerlo. Número estimado de partos que atendió, y especificando si fueron a familiares o gentes del pueblo en general. Si actuaba sola o acompañada. Sentimientos y sensaciones sobre su trabajo en general o casos puntuales. Relaciones y reconocimiento de su labor: - Con practicante y/o médico del pueblo: ¿Conocían, se relacionaban, le denunciaron?. - Con otras mujeres que atendiesen partos en el pueblo en la misma época: ¿Se ayudaban?. - Con las parturientas: relaciones y consideraciones con ella.

209

Cuidados en el parto: - Personas a las que se reclamaba primero y por qué. En caso de que fueran las parteras, cuándo se solicitaba la atención de los sanitarios. Duración de los partos. Presencia de la gestora del parto. Visitas anteriores al parto. - Lugar de la casa donde se daba a luz, posturas utilizadas. - Vestuario de la parturienta y de la partera. - Limpieza de las manos y del periné (cómo y con qué). - Material: cuál, si se desinfectaba previamente, si era propio y de la casa. - Cuidados a la parturienta: en caso de dolor (elementos naturales, posturas), favorecimiento del expulsivo, uso de medicamentos, actuación en caso de hemorragias, desgarros, complicaciones tales como muerte fetal. - Alumbramiento: actuaciones para favorecer el momento, qué se hacía con la placenta. Cuidados posteriores al parto y durante la cuarentena: - Cuidados al recién nacido: limpieza, cordón umbilical, alimentación. - Cuidados a la madre: limpieza, alimentación, cuarentena (días que permanecía en casa, visitas que recibía, atenciones especiales en caso de mastitis, de entuertos, de no subida de leche…). Creencias: - Sobre la concepción, medios de conseguir fecundidad y prácticas. - Sobre la gestación, costumbres religiosas, prácticas populares, antojos, vaticinios sobre el sexo. - Sobre el alumbramiento, costumbres religiosas, prácticas populares, objetos con virtudes, vaticinios sobre el nacimiento, mal de ojo. - El padre, implicaciones en la unidad familiar, conocimiento de la covada.

210

8.8. Anexo ocho: Consentimiento informado para participantes de la investigación

La presente investigación es conducida por Elena Andina Díaz, estudiante de doctorado en el Departamento de Enfermería de la Universidad de Alicante. El propósito de la misma es analizar cómo se realizó la asistencia en el momento del parto en el entorno rural de Almanza y Cebanico (comarca de Sahagún, León) durante las décadas de 1940 a 1970. Si accede a participar en este estudio, se le pedirá responder a varias preguntas en una entrevista. Esto tomará aproximadamente 30-60 minutos de su tiempo. Lo que conversemos durante esta sesión se grabará, de modo que la investigadora pueda transcribir después las ideas que usted haya expresado. Posteriormente, y con el fin de clarificar algún dato, puede que tenga que ponerme nuevamente en contacto con usted. La participación es este estudio es estrictamente voluntaria. La información que se recoja será confidencial y no se usará para ningún otro propósito fuera de los de esta investigación. Sus respuestas al cuestionario y a la entrevista serán codificadas usando un número de identificación y por lo tanto, serán anónimas. Si tiene alguna duda sobre este proyecto, puede hacer preguntas en cualquier momento durante su participación en él. Igualmente, puede retirarse del proyecto en cualquier momento sin que eso lo perjudique en ninguna forma. Si alguna de las preguntas durante la entrevista le parecen incómodas, tiene usted el derecho de hacérselo saber a la investigadora o de no responderlas. Si tiene alguna pregunta o desea más información sobre esta investigación, por favor comuníquese con Elena Andina Díaz en el teléfono ------. Su firma en este documento significa que ha decidido participar después de haber leído y discutido la información presentada en esta hoja de consentimiento. Muchas gracias por su participación. Nombre del Participante Firma del Participante

211

Informe emitido por el Comité de Ética de la Universidad de Alicante en que se avalaba el Consentimiento Informado.

212

8.9. Anexo nueve: Participantes de la investigación

Las mayoría de las instantáneas fueron tomadas durante las entrevistas realizadas a los participantes. Pertenecen a mujeres que dieron a luz en los años centrales del siglo XX en la zona objeto de nuestro estudio, así como a familiares de parteras que participaban en la gestión de los partos.

Adoración Pérez Ramos. 8 de junio de 2015.

213

Aniana Pinilla Medina. 5 de julio de 2012.

Antonia Medina Rojo, Encarnación Gómez, Filomena Gómez. 12 de julio de 2012.

214

Asunción Fernández Estrada. 4 de julio de 2012.

Beatriz Herrero García. 11 de septiembre de 2012.

215

Celina Polvorinos Gómez. 26 de junio de 2012.

Consolación Alvalá y Emigdio Fernández Gómez. 5 de julio de 2012.

216

Dionisia González García. 5 de julio de 2012.

Dolores Medina Díaz. 25 de junio de 2012.

217

Dolores García Domínguez. 1 de agosto de 2013.

Eulalia Diez González. 16 de julio de 2012.

218

Eutimio González Rodríguez. 2 de septiembre de 2013.

Fe Garmón Gómez. 5 de julio de 2012.

219

Honorato Serrano Valbuena. 12 de junio de 2015.

Josefa González Del Blanco. 29 de junio de 2012.

220

Justa García González. 26 de junio de 2012.

Justina Rodríguez.

221

Lucía Diez. 12 de julio de 2012.

Lupicinia Díaz González. 28 de agosto de 2013.

222

Mª Candelas Diez Fernández. 23 de julio de 2012.

Pilar Alonso Garmón. 27 de junio de 2012.

223

Socorro Diez Gómez. 12 de julio de 2012.

Valentina Álvarez López. 10 de agosto de 2012.

224

Valeriana Martínez Medina.

225

8.10. Anexo diez: Algunas de las parteras

Casilda González Gómez (1900-1991). Ejerció como partera de La Vega de Almanza y alrededores desde la década de los treinta hasta mediados de los sesenta, siglo XX. Fotografías cedidas por Lupicina Díaz González, Socorro Diez Gómez (Ana, su hija) y Lucía Diez.

226

Dominica Álvarez Arias. Ejerció como partera de Quintanilla de Almanza en las décadas centrales del siglo XX. Fotografía cedida por Eulalia Diez González.

227

Mª Mercedes Valbuena Trueba, Marichu (1892-1986). Ejerció de partera de Almanza y alrededores desde los años cuarenta hasta al menos los sesenta del pasado siglo. Fotografía cedida por Víctor Santiago Vélez.

228

Quintina Rodríguez Fernández (1906 (aprox)-1985). Ejerció de partera de Quintanilla de Almanza durante las décadas de 1940 a 1970. Fotografía cedida por Eutimio González Rodríguez.

229

Victoriana Gómez González (1891 (aprox)-1969). Ejerció como partera de Villaverde de Arcayos y alrededores hasta 1965 aproximadamente. Fotografía cedida por Emigdio Fernández y Consolación Alvalá.

230

Victorina Domínguez Perales (1891-1956). Ejerció como partera de La Riba y alrededores desde al menos los años cuarenta del pasado siglo, hasta mediados de los cincuenta. Fotografía cedida por Dolores García Domínguez.

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8.11. Anexo once: Imágenes religiosas

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8.12. Anexo doce: Sacaleches de la época

Facilitado por Dionisia González García. Años cuarenta (siglo XX).

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