Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061 Rescate

La Biblioteca Nacional y el Presupuesto (, 1874)

José Antonio Tavolara (1821-1909) tomó posesión del cargo de direc- tor de la Biblioteca Nacional el 1.º de abril de 1865, tres meses antes había muerto Leandro Gómez en la caída de Paysandú cuando se consolidó el triunfo de de quien Tavolara era correligionario. Un mes después, el 1.º de mayo, se fi rmó el Tratado de la Triple Alianza por el que el Uruguay entraba formalmente en la guerra contra Paraguay que duró 335 hasta 1870. Fue también en 1865 que José A. Tavolara fundó La Revista Literaria junto a Julio Herrera y Obes y José para la que pide apoyo a Flores y que inaugura en fecha 19 de abril en conmemoración de la Cruzada Libertadora. Estos datos que señalan su pertenencia a un sector del Partido Colorado, el de los llamados “conservadores”, e ilustran su afi - ción literaria, muestran también su temprana amistad con el destinatario de las cartas que aquí rescatamos. Explican en parte las difi cultades de presupuesto para una gestión que le tocó hacer en tiempos en que muchos recursos iban para la guerra y, en mucho, el desenlace de su permanencia en el cargo de Director de la Biblioteca. Tavolara fue destituido de su pues- to por el Coronel Latorre en 1878. Las seis cartas escritas entre el 22 de enero y el 3 de febrero de 1874 son una protesta a la decisión de la Cámara de Representantes de reducir el presupuesto anual de la Biblioteca y el Museo a la mitad del ejercicio anterior que ya era insufi ciente. A lo largo de estas misivas, el director expone en detalle las necesidades de su institución pero también denuncia los mecanismos parlamentarios para decidir el presupuesto. Inequívoca- mente busca difundir la situación en la opinión pública pero también José Antonio Tavolara, pretende incidir en la voluntad de la Cámara Alta con la esperanza de director de que los senadores corrijan el fallo de los diputados. No era la primera vez la Biblioteca y del Museo que Tavolara reivindicaba un mayor presupuesto para las instituciones que Nacional visto dirigía desde casi una década. En el Archivo Histórico Administrativo de por A.M. de La Chancleta, la Biblioteca Nacional se conserva su correspondencia con el Ministerio en 7 de abril de la que periódicamente reclama apoyo gubernamental. Ya en las primeras 1878. cartas al ministro pide por ejemplo, autorización para gestionar se comple- te la colección de la Enciclopedia Británica que se había comprado en la promesa de que se enviarían desde Inglaterra los tomos faltantes a medida que fuesen publicados, solicita asimismo la compra de libros donde asentar los catálogos de las existencias del Museo y de la Biblioteca, que según informa contaba al asumir él 6.643 volúmenes “de los cuales hay como mil que están apolillados” y 2.800 folletos “los más de ellos repetidos y algunos centuplicados”. Eran entonces cuatro los funcionarios de la repartición y Tavolara insiste en solicitar mejoras en los salarios. El 20 de abril de 1865, escribe una carta en la que se queja del bajo sueldo que recibe como director. Se confi esa arrepentido de haber aceptado el puesto ya que “con ochenta pesos de sueldo al mes, no es posible que el jefe de una ofi cina como la que regenteo, pueda vivir”, especialmente si es “honrado y que quier[e] mantenerse honrado”. No tiene éxito con esa reivindicación per- sonal, aunque sí, tras largo insistir, logra que se le dupliquen los 10 pesos que cobraba el portero los que, según argumenta, es lo que gasta en zapatos solo en llevar toda la mensajería. Estos y otros reclamos se continúan a lo largo de la década anterior en la correspondencia que aquí se presenta y que atañe precisamente al presupuesto. 336 El Dr. Julio Herrera y Obes, a quien está dirigida la correspondencia, ocupó la presidencia de la República en el período 1890-1894, fue un prin- cipista destacado, que estuvo entre los exiliados de la Barca Puig, un tenaz opositor del militarismo y un protagonista central y discutido en el Uruguay de la segunda mitad del siglo XIX. En el momento de la correspondencia estaba en su primera treintena, tenía reputación de afi lado polemista y era el director político de El Siglo donde las cartas aparecieron publicadas con alguna delación bajo el título de “El presupuesto, la biblioteca y el museo”. Vale aclarar que la publicación de cartas y, a veces de polémicas epistolares, no era la excepción sino la regla en ese periódico y usual en la prensa de la época. La amistad entre los dos corresponsales parece haberse sostenido en el tiempo. Fernández Saldaña afi rma que fue Herrera y Obes quien dio el dis- curso en el cementerio cuando murió Tavolara en 1909 y a él no le quedaban más de tres años de vida. En su Diccionario uruguayo de biografías donde incluye a ambos, Fernández Saldaña, es poco entusiasta con el desempeño de Tavolara y considera que “hizo una administración poco brillante puesto que ni era bibliófi lo ni era museísta a despecho de sus afi ciones literarias y de su opúsculo ‘Creación de una Nueva Biblioteca Nacional en ’ (1873)”1. Es posible que el entusiasmo manifi esto de este biógrafo por Pedro Mascaró y Sosa que sustituyó a Tavolara en la Dirección de la Biblioteca y el Museo, haya incidido en este juicio adverso. Figura más melancólica, que no mereció biografías, José A. Tavolara permanece un poco opaco y misterioso,

1. Diccionario uruguayo de biografías 1810-1940, Montevideo, Editorial Amerindia, 1945. Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061

pero los documentos del Archivo Histórico Administrativo muestran en la minucia de su gestión, una comprensión de las necesidades de la Biblioteca y algunos empeños en las soluciones, infrecuentes hasta entonces y moderni- zadores. La persistencia en solicitar a los periódicos que enviaran ejemplares a la Biblioteca para su archivo, su afán por lograr formas de canje y el depósito de lo editado en el país, su reclamo al gobierno por un presupuesto mayor, exhiben la aspiración de modernizar los institutos a su cargo. Penosamente también ha quedado registrada su impotencia. A él se le atribuye la frase, premonitoria en relación al joven que habría de sucederle, pero amarga en su articulación: “La Biblioteca Nacional está exigiendo ya la vida entera de un joven tempranamente capaz, que esté dispuesto a ofrecérsela sin compensaciones”.2 Ana Inés Larre Borges

Cartas del Director José A. Tavolara al Dr. Julio Herrera y Obes, director de El Siglo

Carta I

Señor doctor don Julio Herrera y Obes, director de “El Siglo” 3 337

Montevideo, Enero 22 de 1874

Estimado amigo: Por los diarios de esta mañana me he impuesto el modo que ha tenido la Cámara de Representantes, de sancionar el presupuesto para la Bibliote- ca y el Museo Nacionales. Todavía no he vuelto del asombro que semejante lectura me ha causado, tanto más cuanto el Cuerpo colegislativo se compone en su mayor parte de letrados y periodistas, a quienes incumbe conocer, sino por práctica, al menos por teoría, las necesidades de esos establecimientos. Dejándome llevar de una halagüeña ilusión, me había fi gurado que hoy, que parece ser la época de las reparaciones, se reparará el olvido en que siempre yació la Repartición de mi cargo.

2. Julio Speroni Vener en “Pedro Mascaró y Soa y la Biblioteca Nacional”, Revista de la Biblioteca Nacional, N.o 9, 1975, p. 65.

3. Estas cartas enviadas a Julio Herrera y Obes fueron transcriptas de Libro copiador junio 20 de 1873 a marzo 4 de 1874 del Archivo Histórico Administrativo de la Biblioteca Nacional. Se publicaron en El Siglo, con cierta dilación, entre el 24 de enero y 7 de febrero de 1987. A partir de la segunda carta, aparecieron bajo el título de “El presupuesto, la bi- blioteca y el museo” que aquí retomamos. Esta Carta I, se publicó en El Siglo, Montevideo, Año IX, 2.a Época, N.o 2.741, pág. 1, Col. 2, el sábado 24 de enero de 1874. Pero –¡error profundo!– un nuevo desengaño ha venido a juntarse con los otros. Lo mismo es Chana que Juana. Estando resuelto a escribir detenidamente sobre ese presupuesto para que vean los que no quieran ver, espero merecer de nuestra buena amistad, me franquee las columnas de El Siglo. Como el asunto es de interés público, por más que ocupe algunos artículos, Vd. prestará un poco de paciencia, que al fi n y al cabo es virtud meritoria y con ella se gana el cielo según dicen. Hoy me limitaré a decir a Vd., amigo Herrera, que en el año económico de 1873 he gastado para la Biblioteca, lo siguiente: Por compra de libros $ 1.326,97 Id. suscrición a diarios y revistas estrangeras “ 243 Id. Encuadernaciones “ 960,50 Id. gastos de ofi cina “ 287,42 Id. reparaciones, mobiliario, reloj, escaleras, albañilería, etc. “ 514, 70 Id. Impresiones “ 201 338 $ 3.533,59 Así, y como si fuera de paso, debo advertirle que en la partida de en- cuadernaciones, casi toda la cantidad de 960 $ 50 cts. corresponde a los últimos seis meses del año. No queriendo descuidar tampoco el Museo, en lo que de mí dependie- ra, he gastado en él lo siguiente: Compra de cuadros $ 2. 632-. A cuenta de un busto de mármol “ 100-. Compra de varios objetos “ 123-. Entregado al Señor Don Luis Panizzi para preparación y conservación del Museo “ 1.155-. Pasa al frente $ 4.010 $ 4.010 Que con la suma de lo gastado en la Biblioteca que es de “ 3.533,59 compone un total para ambos establecimientos de $ 7.543,59 En cambio, ayer la Cámara de Representantes ha sancionado solamente 1.200 $ para cada uno de dichos establecimientos, ó sean, 2.400$ para ambos! Contemplando estas cantidades, no puedo menos de recordar el milagro del pan y de los peces, pero como el siglo presente no está para milagros, Dios obrará uno y muy grande, si en el año actual el Museo y la Biblioteca se enriquecen con nuevos libros, cuadros, ú objetos de arte. Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061

Y como si esto no fuera sufi ciente, para que todo esté en armonía, me han suprimido también un empleado –¡benditas economías!– según he visto en los diarios. Dos empleados, á penas si bastaban para el trabajo que hay hoy en la Biblioteca; haga Vd. cargo qué es lo que va á pasar con uno: yo le haré tra- bajar el doble pero los señores Representantes no le aumentarán el sueldo. Concluyo mi carta; en mis próximos artículos trataré de fi jar la atención de los señores Legisladores, y del público en general, sobre la justeza de lo que por hoy solo son apuntes. Mis razones y la importancia y utilidad de la cuestión que tratar me propongo, tal vez llamen la atención del Senado, de quien abrigo la espe- ranza repare el error de los señores Representantes. Dándole mil gracias por la hospitalidad acordada a mi pobre prosa, queda muy suyo su aff mo- José A. Tovolara.

Carta II

Montevideo, Enero 23 de 18744 Estimado amigo: La premura con que ayer le escribí, fué causa de que se quedará en el 339 tintero algo de un interés palpitante para la cuestión en cuestión, y hoy me apresuro a llenar esa lacune. En la época en que Vd. estuvo encargado de la cartera de Relaciones Esteriores, recordará que le vi en su despacho más de una vez para que estableciéramos el canje ofi cial de publicaciones nacionales entre esta Re- pública y los Estados de Sud-América. Ese canje ofi cial es hoy un hecho: ya está planteado siendo la primera República con quien se ha celebrado, la de Chile, para cuya Biblioteca Pública saldrá este mes, de aquí, la primera remesa. Puedo asegurarle que como primera dósis han de recibir más libros y folletos que todos los manuscritos que de su Pueblo llevó en las alforjas, el célebre poeta de la no menos célebre comedia de Moratín, El Café. Vd. en su buen juicio comprenderá que estas remesas demandan nue- vos gastos- gastos que no están previstos en el presupuesto. Y si como está en vías de llevarse a cabo ese canje se hace estensivo a los demás Estados Sud-Americanos y aun Europa, ¿no opina Vd., amigo Herrera, que los gastos aumentarán y de mucho? Lo más probable es que todo quede arreglado este año; entonces, ¿que se hará? La Cámara de Representantes sancionó anteayer el presupuesto de la Biblioteca: cien pesos al mes ni más ni menos; que como el dinero no

4. Se publicó en El Siglo, el domingo 25 de enero de 1874. procrea, por más que se tenga encerrado, mucho me temo que con dicha cantidad no haya para empezar, ó que las Bibliotecas á quienes se regalen libros, tengan que pagar el fl ete, lo cual no sería precisamente un canje. Me complazco en creer, que los Señores Representantes, ignorándolos, no han tenido en cuenta estos detalles y no los culpo, máxime cuando la falta puede remediarse en el Senado, introduciendo en el presupuesto una partida para canje que por el pronto podría ser de cincuenta pesos mensuales. El compromiso que tenemos con Chile, es remitirles para su Biblioteca Pública, dos ejemplares de cada obra que se publique en el Uruguay. Y esos dos ejemplares, hay que comprarlos, pues los autores y editores son parcos en lo de regalar y á penas si envían a la Biblioteca el ejemplar que tienen obligación de mandar. No remiten el que deben remitir sino a fuerza de circulares, vaya Vd. hacerles que regalen dos más par de sus le marché! Todo esto prueba que hay que gastar; pero para gastar, se necesitan recursos, y los recursos solo pueden venir de la decisión del Cuerpo Legislativo. Ayer le decía que la cuestión era larga, y no le engañé; no pasarán mu- 340 chos días, sin que vaya a saludarle una nueva carta de su aff mo amigo José A. Tavolara

Carta III

Montevideo, Enero 27 de 18745 Estimado amigo: Habiendo aprendido por experiencia y aun mas de leídas, que muchas veces las cuestiones más sérias se tratan bajo una forma ligera, de la cual depende el buen éxito, he resuelto, maduramente refl exionado, dar a to- das las notas que sobre la Biblioteca y el Museo tenga recogidas, la forma epistolar ella es menos monótona, más breve y fácil, y sobre todo, peculiar de ciertos asuntos que, no rozándose en nada con la política, debían de ver –perdóneme la gramática– interesar al público en general. Los artículos largos y científi cos, llenos de datos y cuajados de cifras campean mejor en las hojas de una revista que en las columnas de un diario político. Un diario político es la espresión genuina de nuestra moderna sociedad. Allí viven las ideas como las pasiones en la vida, au jour le jour, como dicen los franceses. Y por interesante que sea un periódico, raro es, que el que al cabo de dos ó tres días de publicado, no pasa del bufete del hombre de estudio, ó

5. Se publicó en El Siglo el jueves 29 de enero de 1874. Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061

el salón del hombre político, al almacén de la esquina a envolver materias alimenticias. Los únicos que conservan esos diarios, y aun los encuadernan, somos nosotros, los Bibliotecarios ya ve Vd., amigo Herrera, como servimos aun para otra cosa más. Dando punto a esta digresión, empezamos nuestra causerie sobre Bi- blioteca y Museo, por la mas arduo é importante: los presupuestos. El presupuesto ha sido siempre el caballo de batalla de todo economista que ha querido tratar la cuestión científi camente y añadir a su teoría si quiera fuere nomas que un poco de práctica. Ellos han sido en más de una ocasión, la pieza de ajedrez con que se ha dado jaque mate a los Gobiernos. Por eso, estos, no bien se reúnen las Cámaras Legislativas, y así que la Mesa es elegida y nombrada las Comisiones agrupan todas sus fuerzas y dan la primera batalla: la aprobación del Presupuesto general de gastos. Vd. ha seguido demasiado la marcha política de los Estados de Europa, para que yo le recuerde aquí cien y cien ejemplos en que, tanto en Francia como en España e Italia, los ministerios se han derrumbado después de hacer votar por las Cámaras semejante cuestión. Y no puede menos que ser así, pues el eje, el regulador de eso que se 341 llama máquina administrativa es el presupuesto. El público muchas veces oye esta palabra, y no se dá cuenta y razon de sus signifi cado. Y sin embargo, nada mas fácil, pues en la vida doméstica ocurre exactamente lo mismo que en la social y política. Un particular gana, por ejemplo, cien o doscientos pesos al mes. Si es hombre de orden, a ellos arregla sus necesidades, distribuyendo, tanto para casa, tanto para manutención, tanto para sirvientes, etc. –reser- vándose algo, aun cuando no sea más que el 5% para gastos imprevistos. Pues eso que hace el particular lo hace también el Gobierno, solo que, en vez de dividir la cuota en casa, manutención, etc., estos artículos los divide en tantos cuantos ministerios hay a su cargo. Por eso hay, presupuesto de Guerra y Marina, de Relaciones Exteriores, de Gobierno, de Hacienda. Como este siglo en que vivimos, es más bien que el de las luces, el de la pólvora, el presupuesto de guerra suele ser en todos los países del mundo mayor que sus compañeros. Congratulémonos en que si no nosotros, al menos nuestros nietos no verán lo mismo, pues el día en que la mecánica aplicada a las armas haya dicho su última palabra la paz vestirá su corona de laurel para siempre. Veamos ahora el modo de que el Gobierno se vale entre nosotros, para hacer el presupuesto general de gastos. Pasa una circular a todas las ofi cinas públicas, ordenando que se le eleven los presupuestos respectivos con las observaciones que el gefe estime justas y convenientes. Dáse cumplimiento a lo ordenado, y una vez el Gobierno en posesión de todos esos presupuestos parciales, se reúnen acuerdos; y en vista de las observaciones de los gefes de ofi cinas, corrige aumentando o disminuyen- do el Presupuesto general. Procede entonces a la confección de este. En seguida lo pasa al Cuerpo Legislativo, para su sanción. Aquí es donde aparece generalmente el primer tropiezo. Las Cámaras reciben el presupuesto general aislado, sin ser acompa- ñado si quiera de una sola observación de las que hicieren los gefes de ofi cinas y que vendrían á arrojar alguna luz sobre aquella avalancha de números, en que es capaz de perderse la cabeza más bien organizadas para las matemáticas. ¿Cómo han de poder las Cámaras estar al corriente de las necesidades y urgencias de las ofi cinas respectivas, con quienes no tienen un contacto inmediato, pues son independientes de dicho Poder, máxime cuando ni si quiera se les presenta a la vista esas mismas observaciones que hicieron los gefes? Estos son los únicos que, estando cerca de las necesidades, palpándolas por decirlo así cada día, pueden suministrar las explicaciones necesarias, 342 estudiar los remedios y aplicar los medios de corregir el abuso. Vea Vd., doctor, cuánta razón llevaba yo al decirle que este era el primer tropiezo. El que le sigue, no es menor; y sino examinémoslo. Una vez que la Cámara de Representantes recibe el presupuesto y se dis- pone a tratar de él, lo pasa a las Comisiones respectivas para que dictaminen. ¿Qué pueden hacer estas Comisiones sino tienen a la vista los susodi- chos datos? Nada, absolutamente nada. Si la cifra general no les asusta, lo dejan pasar. Pero si les parece en su juicio, crecida, y la série de números les espanta, cortan por donde mejor les parece. Y con arreglo a la ley invariable de este mundo, siempre suele ser el más necesitado el que padece. Por mucha que sea su perspicacia, aun animadas de la mejor buena fe, no teniendo a la vista las observaciones de los gefes de ofi cina, no pueden saber ni dónde han de aumentar ni dónde han de disminuir. Muchas veces, y esta es la peor, los infl ujos y las recomendaciones en- tran por mucho con el negocio, y por ligereza desquicia la administración. Si se quieren dar aire de hacer la cosa con regularidad llaman a dar esplicaciones al Ministro respectivo, pero este no sabe más que ellos y sin haber estudiado la cuestión bastante a fondo, y no llamando a su lado desde el principio hasta el último a los diferentes gefes de ofi cinas, los Presupuestos se presentan mal hechos, se aprueban de seguida, pues las discusiones de números son poco agradables. Y todo el mundo queda mal servido y descontento. Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061

Pero basta por hoy; en mi próxima, amigo Herrera, trataré de algo más interesante. Suyo siempre aff mo José A. Tavolara

Carta IV

Señor doctor don Julio Herrera y Obes, director de “El Siglo” Montevideo, Enero 28 de 18746 Estimado amigo: Si como he hecho notar en mi anterior, el presupuesto general de gastos no tropezara con aquellos dos defectos que considero capitales, fácil sería al Cuerpo Legislativo sancionarlo, no perdiéndose tanto tiempo en el dic- tamen, discusión y sanción –como acaba de suceder–, y procediendo con más justicia y con más igualdad; si se quiere. De hacerlo como manifesté en mi última, seguro estoy de que no habría queja por parte de los que se hayan al frente de las reparticiones públicas, y los legisladores tendrían la aptitud necesaria para sancionar un presupuesto equitativo y sobre todo igual. Tal vez le llame la atención el que subraye la palabra igualdad; pero, amigo, ¡qué quiere! Fuerza es hacerlo sentir así, pues en nuestro modo de 343 ser, y a pesar de nacer republicanos, pocas veces lo somos en la verdadera acepción de la palabra. En más de una ocasión nos olvidamos de la sublime base de la equidad y hacemos prevalecer la ley del embudo, la ley de los compadrazgos y de las recomendaciones políticas, desatendiendo la que debía prevalecer única y esclusiva: la ley pareja para todos. Si al ocuparse las Cámaras de la discusión del Presupuesto, se proce- diese como llevo dicho, quizás las cuestiones pasasen como de refi lón y se pusiesen a la orden del día, dando con esto un voto de confi anza al Gobierno; y evitándose, quizás, las sesiones estraordinarias. Las tareas parlamentarias de los señores Legisladores, serían menores, y menores también los gastos suplementarios del Gobierno. ¿No le parece, que esto sería magnífi co, doctor Herrera? Pero habiéndome estendido lo sufi ciente en consideraciones acerca del Presupuesto general, creo que es tiempo y razón que me ocupe en particu- lar del de la Biblioteca y el Museo. Bueno será para esto que el escalpelo venga a ayudar a la pluma y ana- licemos a fondo la cuestión. De este modo los lectores de El Siglo podrán juzgar de la razón que me asiste, y los señores que están llamados a entender más tarde en este asunto, se empapen en él y procedan a sabiendas llegado el caso.

6. Se publicó en El Siglo el 30 de enero de 1874. Vamos por partes. El presupuesto que rejía para la Repartición de mi cargo era el siguiente: Biblioteca – Bibliotecario público $ 1.800 2 ofi ciales auxiliares a $ 600 “ 1.200 Portero “ 300 Para compra de libros “ 1.200 “ gastos de ofi cina “ 120 “ alumbrado “ 600 $ 5.220

Museo – Director científi co $ 1.800 Encargado y preparador 1.200 Ofi cial auxiliar 600 Para conservación y preparación 1.200 4.800

344 En dicho presupuesto hay un cargo que siempre ha estado vacante, cual es el de Director científi co. Las razones que me han hecho obrar así, es decir, en no proponer per- sona alguna para ese puesto, han sido las que voy a consignar: 1ª No habiéndose dedicado por razones que no son del caso, casi ninguno de nuestros compatriotas al estudio de las ciencias abstractas, no veo, a mi pobre sentir y entender, persona competentemente idónea para desempeñar dicho cargo con la lucidez que se requiere. 2ª Porque, si a ejemplo de nuestros vecinos los bonaerenses, apeláramos a buscar en el estranjero alguna notabilidad que se pusiera al frente del Museo, ni el decoro nuestro se permitiría ofrecerle ni la dignidad suya se dejaría aceptar el triste sueldo de 150 pesos mensuales (1800 $ al año), que es lo que el presupuesto señalaba para el Director científi co, sueldo que sería aun mezquino para muchos dependientes de comercio. 3ª Que ese sueldo nunca podría –hablo por el pronto– elevarse a cuatro- cientos o quinientos pesos mensuales, en razón a que Poderes Ejecutivo y Legislativo, sea dicho de paso y con todo el respeto que me merecen, nunca se han preocupado tanto de administración como de política, razón por la cual los recursos siempre han sido exiguos y naturalmente insufi cientes para poder asignar esa cantidad, que, entre paréntesis, es la remuneración que recibe el doctor Burmeister, del Gobierno de Buenos Aires. 4ª Porque tengo para mí, que si yo sostuviera que un Director científi co de un Museo debía gozar entre nosotros, del mismo sueldo que un Secre- tario de Estado, casi casi me tomarían por hereje. Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061

Y pues que la ocasión viene como si dijéramos de molde, séame permiti- do hacer constar aquí que nuestros vecinos tienen por el doctor Burmeister toda clase de consideraciones. Páganle a precio de oro sus trabajos, costéanle la impresión de sus obras y tribútanle mil y mil halagos, teniéndose aun así y todo por muy satisfechos. Sírvase Vd. decirme, amigo mío, ¿qué es lo que me sucedería, si yo, en un rapto de amor al progreso científi co de nuestro país, levantara bandera por esta causa y dijera que debíamos imitar a nuestros vecinos? Me dirían –y eso, tratándome con mucha consideración– que era un visionario. Pero dejando esto de lado y volviendo al materialismo prosaico, le diré que también la partida asignada al alumbrado de la Biblioteca quedó, por decirlo así, vacante, pues hasta ahora no se ha resuelto que se abra esta ofi cina por de noche. Acerca de esto, hay diversos pareceres. Opinan algunos, por la apertura de noche, basándose en que de hacerlo así, acrecerá la concurrencia, y las ventajas que reportase el establecimiento serían mayores. Otros, por el contrario, opinan –y yo estoy con ellos–, que la luz arti- fi cial es perjudicial para los libros, en países como el nuestro en que tanto 345 abunda el polvo, que como es sabido, contribuye a engendrar la polilla. Aun cuando mi opinión sea esta, como he dicho á usted, no quiero de- jar de sentar una prueba; y al efecto en el invierno entrante haré el ensayo de abrir la Biblioteca por de noche. Y veremos entonces, qué resultados dá. No estando llenas las partidas, ni de Director científi co, ni de alumbra- do, el presupuesto quedaba reducido a estas cifras: Biblioteca – Bibliotecario público $ 1.800 2 ofi ciales auxiliares “ 1.200 Portero “ 300 Para compra de libros “ 1.200 “ gastos de ofi cina “ 120 $ 4.620

Museo – Encargado y preparador $ 1.200 Ofi cial auxiliar “ 600 Para conservación y preparación “ 1.200 $ 3.000

Por más que estos artículos sean de interés público, es preciso distribuir- los, doctor, homeopáticamente, y por eso doy punto aquí y me despido hasta otro día, quedando siempre suyo aff mo. José A. Tavolara Carta V

Señor doctor don Julio Herrera y Obes, director de “El Siglo”

Montevideo, Enero 31 de 18747 Estimado amigo Cuando ya casi estaba para terminar el período gubernamental del se- ñor Gomensoro, vi á este señor con el objeto de hacerle palpar, por decirlo así, las necesidades de la Repartición de mi cargo. Y conseguí que se me cedieran las partidas asignadas mensualmente al Director científi co (ciento cincuenta pesos) y al alumbrado (cincuenta pesos) o sean en todo 200 pesos –cantidad que invertía en las compras y gastos que el adelanto de la Biblioteca y del Museo requería. Gracias a esa protección debida al señor Gomensoro, he continuado hasta hoy percibiendo esos fondos. Y Vd. no se admirará, pues, doctor Herrera, de mi asombro al ver la sanción del nuevo presupuesto para dichas ofi cinas en el corriente año –sanción que ha venido a dejarlas sin una suma regular y con la que Bi- blioteca y el Museo se iban enriqueciendo de libros y objetos de arte, poco 346 a poco. Quiere decirse, que la Biblioteca y el Museo que en 1873 dispusieron de las siguientes mensualidades: Para compra de libros $ 1.200 “ preparación y conservación del Museo “ 1.200 “ gastos de ofi cina “ 120 “ alumbrado $ 600 Sueldos del Director científi co $ 1.800 “ 2.400 $ 4.900 Hoy solo podrán disponer de estas: Para compra de libros $ 1.200 “ preparación y conservación del Museo “ 1.200 “ gastos de ofi cina “ 120 “ alumbrado “ 300 $ 2.820

Es decir, que en vez de adelantar, atrasamos. Y me gustaría saber quién es el santo patrón de los libros para dirigirme á él fervorosamente. Y es de advertir una cosa: que la partida que siempre ha estado asignada para preparación y conservación del Museo, muchas veces no alcanza para ese objeto.

7. Se publicó en El Siglo el 1.o de febrero de 1874. Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061

No me esplico, pues, cómo es que los señores Representantes al sancio- narla la hayan destinado no solo para preparación y conservación de ese Establecimiento, sino también para compra de objetos y gastos de ofi cina. Seamos lógicos. Si esa partida no bastaba cuando solo era para preparación y conser- vación, ¿cómo podrá bastar hoy que hay que añadir a esta, la compra de objetos y los gastos de ofi cina? Los señores Representantes no han tenido en cuenta semejante cosa. Y yo no les culpo a ellos, sino la costumbre que hay en ese Cuerpo, de no llamar al seno de las Comisiones a los gefes de ofi cina para oír esplicaciones. Yo les hubiera hecho presente la necesidad que tiene una Biblioteca, pues á mas de la compra de libros, se precisa toda clase de suscriciones á revistas estrangeras literarias, científi cas y jurídicas, así como también la encuader- nación de todo lo que se reciba a la rústica y la adquisición de manuscritos y autógrafos. Supongamos, por ejemplo, que este año fuese preciso procurarse todo o parte de esto, ¿me quiere Vd. hacer el favor de decirme, con qué recursos lo compraría? ¿Queda Vd. convencido, doctor Herrera, que ha habido impremeditación 347 en la Cámara de Representantes, al sancionar el presupuesto de la Biblio- teca y del Museo para este año? La Cámara debió haber hecho acto de justicia, sancionándola del si- guiente modo: - Biblioteca- Para compra de libros, periódicos, manuscritos, etc. $2.400 “ suscriciones a revistas estranjeras, etc. 600 “ canje de publicaciones nacionales 600 “ gastos de ofi cina 240 “ impresiones 240 “ encuadernaciones 1.200 “ alumbrado 300 $ 5.580 Museo – Para preparación y conservación $ 1.200 “ compra de objetos 1.200 “ gastos de ofi cina 60 “ canje 120 2.580 Y para que Vd. se convenza, amigo Herrera, que no hay por parte mía exajeración ninguna en las indicaciones que acabo de hacer, reprodusco á continuación el presupuesto que rije en Buenos Aires desde 1872 para la Biblioteca Pública de esa ciudad: Sueldos – Director, la casa paga y $ ftes. 2.880 Secretario 960 Ofi cial 1° 720 3 escribientes, a 432 1.296 Portero 192 3 ordenanzas a 192 576 Encuadernador 960 2 ayudantes de encuadernador a 288 576 $ ftes. 8.160

Gastos – Para compra de libros $ ftes. 4.800 “ canje de publicaciones 480 “ gastos de ofi cina 288 “ compra de útiles y materiales accesorios para encuadernaciones 480 “ reparaciones de armarios, etc. 78 6.126 348 $ ftes. 14.286

En mi próxima carta –que será la última– me ocuparé de los empleados y de sus sueldos, pero desde luego pídole encarecidamente se fi je Vd. en el número (13) de empleados que cuenta la Biblioteca bonaerense. Queda siempre suyo aff mo. José A. Tavolara

Carta VI

Señor director de “El Siglo”, doctor don Julio Herrera y Obes

Montevideo, Febrero 3 de 18748 Estimado amigo: Por fi n parece, que al fi n nos acercamos. Supongo que Vd. se habrá fi jado, en el número de empleados que cuenta la Biblioteca Pública de Buenos Aires. Estos son trece. En cambio, veamos los que tienen nuestra Biblioteca. Contémoslos; pero como son muchos (¡!) para no equivocarnos valgámonos de los dedos. Uno… el Bibliotecario. Dos, tres… dos ofi ciales auxiliares.

8. Se publicó en El Siglo el 7 de febrero de 1874. Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061

Cuatro… El portero. La diferencia no es pequeña en gracia de dios: mientras que allí hay trece, aquí tenemos cuatro. Y no vaya Vd. á creer que el movimiento de la nuestra le ceda en nada á la de la vecina orilla. ¿Cómo es, pues, que la Cámara de Representantes me ha suprimido uno de los dos auxiliares? Por lo visto esos caballeros se habían fi gurado que en la Biblioteca no hay nada que hacer, ni cuidar, ni vigilar y que un solo hijo de Adán puede hacerlo todo y para llapa pagándosele poco. Aquí viene como de molde un cuento, solo que el cuento tiene sus puntas de verdad y sus ribetes de histórico. En 1868, a la décima Legislatura tocóle ocuparse del Presupuesto gene- ral de gastos que había regido durante el Gobierno Provisorio. Vd. recordará, amigo Herrera, que en ese Presupuesto se había aumen- tado a todos los empleados de la Nación un 25 por ciento sobre los haberes que hasta entonces venían percibiendo. Al ofi cial auxiliar de la Biblioteca, que a la sazón tenía cincuenta pesos, le aumentaron diez, y vinieron, pues, a corresponderle sesenta. 349 Era por aquel entonces ofi cial auxiliar de este Establecimiento el in- telijente joven don Pablo V. Goyena, hoy ofi cial mayor del Ministerio de Gobierno, y con él pasó la cosa más curiosa que ver se puede. El Cuerpo legislativo, no solo sancionó el aumento de 25 por ciento que se había dado a todos los empleados, sino que también hizo otros aumentos á algunos privilegiados; estos nunca faltan! Pero aquí sucedió lo lindo. A los Señores Legisladores les pareció mucho el sueldo de sesenta pesos que tenía mi auxiliar y dispusieron mermarle los diez que le había aumen- tado el Gobierno Provisorio. Lo dejaron, pues, con el haber de cincuenta pesos!!! Averiguado por qué se había cometido tamaña injusticia– ¡y fue la única! vino a sacarse en limpio que esa medida se tomaba con el ofi cial auxiliar de la Biblioteca, porque dicho empleado no tenía nada que hacer. ¡Nada que hacer!!! Y sepa usted, doctor, que entonces la Biblioteca no contaba más que con un auxiliar. El gobierno del señor Gomensoro, y esto sin que mediara indicación de mi parte, me sorprendió con el justísimo decreto creando una segunda plaza de ofi cial auxiliar. Ridículo sería en mí, atendidas las circunstancias, que pidiera hoy por hoy, aumento de empleados; pero al menos, espero que el Senado repondrá el que me ha suprimido la Cámara de Representantes. Ahora vamos a pasar a lo más delicado: al sueldo de los que formamos el personal de esta Repartición. Si se procediera con justicia y sobre todo con igualdad –fíjese, doctor, que insista en subrayar esta palabra, –debería sancionarse a este particular un presupuesto en estos términos, poco màs o menos: Biblioteca – Bibliotecarios públicos. Sueldo de gefe de Repartición… Ofi cial 1° $ 1.200 “ auxiliar “ 780 Portero “ 360

Museo – Director científi co $ 4.000 Encargado y preparador “ 2.000 Ofi cial auxiliar “ 600 Ordenanza “ 180 agregando a esto la parte que he señalado en mi carta anterior, para compras y demás necesidades de los establecimientos de mi cargo. Olvidábame de decirle que sería muy conveniente nombrar para el Mu- 350 seo un ordenanza cuyo sueldo de quince pesos mensuales sería sufi ciente, pues no tiene que hacer sino dos veces a la semana y no se recargaría como está sucediendo, todo el peso del trabajo manuable sobre el portero. Estas son menudencias, que bueno es que se sepan por los que han de entender en estos asuntos. Me duele haber tenido que acudir a la prensa para tocar esta sonata, pero como van pasando los años y nunca se acuerdan de hacer justicia aplicando á esta Repartición la vara de la igualdad, he creído de mi deber no continuar permaneciendo callado. He ahí, pues, porque me he resuelto á salir de la crisálida á imitación de Francisco Solano López, solo sí con la esperanza de librar mejor que él. Concluyo aquí, no porque me falte munición para varias cargas más, sino porque no quiero abusar del público contándole tanto tiempo sobre el mismo tema y también porque creo que lo dicho en mis seis cartas bastará para que los señores Legisladores se convenzan que no han andado a justicia é igualdad y que aún pueden echar un remiendo al cometido.

¿Cómo y para Disimule Vd., mi querido doctor, si he abusado de su paciencia, de qué una Biblo- la de los lectores de El Siglo y del espacio que Vd. y don Miguel Álvarez teca Nacional? habrían destinado a algo mejor y más lucrativo. En el siglo XIX, José A. Tavolara, Mil perdones le pido, y a título de reciprocidad disponga Vd. como defi ende su guste, de este afmo. amigo José A. Tavolara valor y propone una solución económica. (Materiales es- peciales, BNU). Revista de la Biblioteca Nacional: La Biblioteca. 11-12, 335-351, 2016. ISSN 0797-9061

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