SECRET SUNSHINE

En la edición del BAFF de 2008, , última (hasta el momento) realización del coreano Lee Chang-dong, obtuvo el premio Cinematk al mejor de la sección oficial, lo cual, gracias a un acuerdo del festival barcelonés con la distribuidora Avalon, suponía que el film se estrenaría en las salas de cine españolas. Poco más de un año después, esto va a ser al fin una realidad, y el próximo 5 de Junio, de la mano de Versus Entertainment, podremos disfrutar de una de las mejores películas coreanas de los últimos años, ganadora de un premio en Cannes y votada como la mejor cinta asiática de 2007 en los

Con Secret Sunshine, su cuarto largometraje, Lee Chang-dong (director y guionista) volvía en 2007 a la palestra después de un hiato de cinco años en su carrera. Su anterior película, Oasis (2002), le había granjeado el reconocimiento internacional (si bien en Corea su prestigio comienza a labrarse ya con su primer film, -1997-). En un contexto propicio para los cines asiáticos, parecía que Lee iba a erigirse en un nombre de referencia en el panorama del cine contemporáneo. Pero prefirió tomárselo con calma. Éste es uno de los motivos por los que ahora a muchos les parecerá oír el nombre de este gran cineasta por primera vez. Otro es que sus dos primeras cintas (la mitad de su obra) disfrutaron de menor distribución mundial, seguramente por considerarse sus temas demasiado localistas. Efectivamente, el hincapié en aspectos particulares de la sociedad coreana y en episodios de su historia (reciente) requiere cierto conocimiento contextual para una mejor comprensión. Pero el cine de Lee también se ha caracterizado, desde su primer trabajo, por un interés en la esencia del ser humano, sobre todo a través de su sufrimiento, y al margen de las circunstancias; tendencia ésta que ha reforzado, es cierto, en sus dos últimos trabajos, en los cuales la balanza se ha decantado del bando del humanismo.

En Secret Sunshine tenemos a Shin-ae (Jeon Do-yeon), una joven madre que acaba de enviudar, y que decide trasladarse con su hijo pequeño, Jun, al pueblo natal de su marido, Milyang (que se traduce como ‘sol secreto’). La adaptación al nuevo entorno no será fácil, sobre todo para Shin-ae, quien además de sobreponerse al provincianismo del lugar, pronto vivirá un nuevo suceso trágico que la hará derrumbarse: el secuestro de su hijo. A partir de entonces, asistiremos a su lucha por recuperarse emocionalmente con la ayuda, entro otros, de la comunidad religiosa del pueblo y, un poco a su pesar, del dueño de un taller mecánico, Jong-chan (Song Kang-ho), enamorado de ella desde que reparó su coche a la entrada del pueblo en la primera escena del film.

Por la sinopsis podría parecer que nos encontramos ante un melodrama o un romance, y aunque haya algo de ambos, su tratamiento se desmarca de las convenciones genéricas. Primero, por un estilo naturalista, que además de aportar verosimilitud a un caso (no cabe duda) extremo, controla los estallidos emocionales (así, cuando se produce uno, éste destaca fuertemente; ej.: los gritos de Shin-ae en la reunión de cristianos en su casa). La contención (a menudo escurridiza en el tratamiento de estos temas) también es mérito de una estructura narrativa de estilo abierto en apariencia –que algún crítico industrial ha reprobado por considerarla dilatoria y falta de tensión–, pero en la que todas las escenas cumplen una función causal y hacen avanzar la historia (no estamos en el terreno de la ‘cotidianeidad trágica’ del Nanni Moretti de La Habitación del Hijo). Sólo hay que ver la economía (narrativa) con la que se nos relata la epifanía de Shin-ae al entrar en contacto con la iglesia cristiana del pueblo. Lo que ocurre es que el film se toma el tiempo que considera necesario para desarrollar en el personaje un complejo proceso de depresión-resurrección-colapso- recuperación que es esencial para el sentido de la película.

Antes que el retrato de un personaje específico, un individuo, Secret Sunshine quiere ser una exploración, casi antropológica, de los límites (de la resistencia) del espíritu humano, y de algunos de los posibles paliativos del dolor. Es este el sentido en el que la interpretación de Jeon Do-yeon (sin duda un puntal del film, y merecidamente premiada en Cannes) resulta tan idónea, pues su virtuosismo técnico le permite transitar por los distintos (a veces, opuestos) registros (correspondientes con diversos estados emocionales) que requiere la exploración. A través de su cuerpo sufriente (como ocurría con el Yong-ho de ) se vehiculan las cuestiones fundamentales del discurso (que el film no pretende responder de manera definitiva): los márgenes del dolor emocional, la existencia de asideros anímicos, la posibilidad de reconstrucción del alma (dicho en sentido laico).

Más en segundo lugar se sitúa un debate sobre la religión y su (in)utilidad, pues a pesar de la polémica que generó su tratamiento de la fe cristiana en Corea (no pocas congregaciones intentaron boicotear el film, al considerar que se daba una mala imagen de sus prácticas), lo cierto es que la voluntad no es la de juzgar su actividad en un sentido u otro (aunque Shin- ae se desengaña de la fe, también nos encontramos con que Jong-chan se mantiene fiel a su nueva creencia y de forma bien ‘sana’), sino la de plantear su papel en términos prácticos. Hay que decir, en cualquier caso, que se trata de una de las aproximaciones más fieles que se hayan hecho al fenómeno del cristianismo en Corea del Sur.

Si la tensión acumulada en las imágenes de Secret Sunshine no termina por estallarle en las narices al espectador, es gracias a la labor de Lee no sólo de contener las emociones, como se ha dicho, a través de la puesta en escena, sino también de equilibrarlas dentro de la narración. Así, justo después de recibir la llamada del secuestrador exigiendo un rescate, Shin-ae, toda agarrotada, acude al taller de coches en busca de ayuda, y allí se encuentra a Jong-chan cantando ridículamente en un karaoke, ante lo que no podemos evitar esbozar una sonrisa (no cabe duda de que la elección de Song Kang-ho –actor de irrefrenable vis cómica– para el papel, responde en parte a la función de su personaje de válvula de escape sentimental). De igual forma, el cierre de la película se produce lo más lejos posible de la intensidad climática, con la intención de evitar que el espectador abandone la historia turbado en exceso, y pueda reflexionar. Sin desvelar ninguna acción importante podemos decir que al final nos encontramos a Shin-ae cortándose el pelo ante un espejo en el patio de su casa. La cámara realiza entonces un barrido desde ella hasta el suelo, donde sus cabellos se mezclan con el barro de una pequeña porción sin asfaltar (aquí hay que recordar que el marido de Shin-ae le había dicho que quería volver a su pueblo para que su hijo viviera pisando “suelo de verdad”). Así termina el film, y con un montón de interrogantes abiertos para la protagonista. ¿Puede alguien pensar en una imagen más sencilla (y fea) para concluir semejante drama? Difícil. Pero, a cambio, está llena de sentido, como todo el cine de Lee Chang-dong.

Jordi Codó