José Pulido

Oswaldo Vigas - Esa Vida Bruja

EDICIONES Galería Medicci Obra de la portada: “Bruja con Pájaro” 30x23 cm. Óleo sobre madera. 1975 Colección Privada. Oswaldo Vigas Esa Vida Bruja Narrativa por José Pulido Edición tipo: ebook Ediciones Galería Medicci Miami, Florida, USA - 2020 ISBN N° 978-1-7923-4937-9 JOSÉ PULIDO

Conocido periodista ( 1945), novelista y poeta, fue asistente del director de la revista BCV-Cultural, del Banco Central de , desde 1998 hasta su jubilación. Recibió el Premio Municipal de Poesía Distrito Libertador-2000. Fue subdirector de El Diario Católico, jefe de redacción del diario Última Hora, jefe de redacción de la revista Imagen y asesor de prensa del Museo de Arte Contemporáneo Sofía Imber . Director de las páginas de arte de El Universal, El Diario de Caracas y El Nacional. Miembro fundador de los suplementos culturales Bajo Palabra del Diario de Caracas y El otro cuerpo del Ateneo de Caracas. Ha publicado los poemarios: Esto, Paralelo lelo, Los poseídos, Peregrino de vidriera y Duermevela. En narrativa ha publicado Pelo Blanco, Una mazurkita en La Mayor, novela ganadora del premio Otero Silva, Vuelve al lugar que se te ha señalado, Los Mágicos , La canción del ciempiés, La sal de la tierra, El bululú de las Ninfas, Dudamel, la sinfonía del barrio, El requetemuerto, Los héroes son villanos tímidos. José Pulido participó, en 2012, como invitado especial de los Encuentros de Poetas Iberoamericanos que se celebran en Salamanca, España. Escribió textos e hizo entrevistas para varias exposiciones de Galería Medicci. Fue el seleccionador de los poemas inéditos de Oswaldo Vigas: Mis dioses tutelares, publicado por Ediciones Galería Medicci. Actualmente, José Pulido trabaja y vive en Italia. Oswaldo Vigas Esa vida bruja

De Oswaldo Vigas (1924-2014) se ha escrito mucho; libros, textos de críticos y numerosas entrevistas nos han traído un amplio perfil de este gran artista latinoamericano nacido en Valencia, estado , Venezuela. Ahora, José Pulido nos trae una rica narrativa de la vida de Vigas, desde sus primeros tiempos en Valencia hasta la última época en Caracas. Anécdotas, confesiones y una historia de una vida llena de éxitos como pintor, escultor, grabador y muralista, Pulido nos lleva por su juventud en , Francia, sus encuentros con Picasso, Lam y otros artistas venezolanos y latinoamericanos, la evolución de su trabajo en la ciudad de Mérida y la culminación de una vibrante trayectoria en Caracas. Vigas hizo más de 100 exposiciones individuales, tanto en Venezuela como en el exterior y participó en numerosas exposiciones colectivas y ferias internacionales de arte. Recibió los mayores reconocimientos por su obra a nivel nacional como en el mercado internacional. Para nosotros es un agrado presentar esta obra de José Pulido sobre el Maestro Oswaldo Vigas

Ediciones Galería Medicci Tomas Kepets Director

Dedico este libro a Janine y Lorenzo, dueños del querer infinito

Y a Tomás Kepets, iluminador de la idea

Capítulo I

LA VIDA ES UNA PREGUNTA COTIDIANA

1

ABSORTO, COMO si meditara su atrevimiento, pone la mano en el pomo, lo gira y abre la puerta. Mentoles y leves suspiros de un fantasma rancio soplan su nariz. El niño se asoma a una habitación oscura, abrumada por la caoba y el peso de los edredones. Su padre está sentado en la cama orillado en el abismo de la mente. Se ha secado con todas sus ramas, huérfano de savia, pero todavía palpita un leve temblor en los labios, como si el silencio telegrafiara palabras desde el pozo más profundo que pueda haber en el alma de un hombre.

Sus ojos miran fijos hacia los paisajes del recuerdo porque ya la luz no puede penetrar en ellos. La ceguera es una muerte que implica a todos. No ser mirado es formar parte del vacío. El niño medita, dentro de su extraña madurez, y presiente que ya ha visto esa imagen. Pero la verdad sólo se le revelará en una de las tantas fisuras nostálgicas del porvenir. Alguna vez encerrará dentro de una forma el pensamiento que se fugó en su infancia: “está sentado en el claro oscuro con la impotencia y la desesperación de un viejo pintado por Rembrandt”.

-¿Quién es? -pregunta el hombre, con voz angustiada, como si deambulara entre las tinieblas de un sueño. El niño cierra los ojos tratando de constatar la negritud que vive su padre, pero sólo obtiene un vaho de orina empozada y la bacinilla floreada flota como una luna pesimista en el cielo pensado de su cabeza.

-Es Oswaldo señor… su hijo Oswaldo, señor… -responde sin moverse del quicio donde sostiene con un hombro el derrumbe del universo.

“Ah…” es todo lo que resuena en el hombre pero oscila su cabeza empequeñecida y huesuda hacia la puerta, donde ha ubicado la voz del niño, aunque se le constata la inutilidad al gesto: es un anciano agotado y extraviado en el último laberinto de su existencia.

En ese momento Oswaldo intuye que su padre está desapareciendo y da por descontado que eso cambiará abruptamente su mundo familiar. Trata de

2 imaginarse cómo será la vida sin su padre ¿quién atenderá a los enfermos? ¿quién trabajará para traer comida a la casa?

Su padre está ciego y cuajado de dolencias. Cincuenta años de trabajo persistente y continuo como médico de toda una población y de un presidio, le han mermado las energías. Se lo imagina solitario, de día o de noche, con su maletín de médico, enfrentando a la muerte para que no se lleve a los demás. Y ahora que la muerte se aproxima a su persona, se queda quieto, petrificado, sin un remedio en la mano, sin un bisturí afilado, sin una oración milagrosa por si acaso. Es solamente un adiós sin palabras. Un adiós pronunciado a través del letargo.

Su madre se esfuerza haciendo sopas, caldos de gallina, infusiones, guarapos, para que su padre se alimente un poco, pero el hombre que antes comía parsimoniosamente hundido en la tarea de picotear el plato, ya ni siquiera se sienta a la mesa. El niño trata de comprender por qué le duele tanto mirar aquellos ojos que ya no transmiten nada. Alquitrán apagado, párpados en carne viva.

3

MUJERES LAVANDO

UN PODEROSO revoloteo de ave gigantesca se escucha en el patio: es el sonido de colchas y sábanas golpeadas por el viento. Él se imagina que es un velero en la mar gruesa, una bandera solitaria bajo una tormenta. Inventa situaciones mientras avanza, atraído por el olor del jabón azul que se acentúa bajo el solazo del mediodía.

Oswaldo sigue el rumbo que le indican las voces femeninas entrecruzadas en el lavandero. A medida que se acerca va reconociendo la voz de su madre y luego la de su hermana. Una burbuja tornasolada le aterriza en la frente y estalla. Un fresquito. Un beso húmedo. También se define la voz metálica pero agradable de la vecina.

Es un ritual: a la misma hora, lavan sus ropas en todas las casas, porque el sol seca ferozmente las telas marcadas por los cuerpos, creyendo que son sacrificios. Y las pompas de jabón se elevan junto con las ilusiones, los avatares y la melancolía.

Nada se compara a la silueta de la vecina tallada por el ventarrón, nada es tan delicioso como escuchar y mirar a las mujeres: nada. Son seres preciosos, musicales, armoniosos y pertinaces. Se hace el perdido, el extraviado, el que ha desembocado allí por casualidad. Hay varias mujeres, madres, hijas, madrinas, tías, niñitas con muñecas de trapo. Poco a poco se van dispersando en busca de sus cocinas y fogones. Cuando en el lavandero sólo friegan la ropa su madre y su hermana, Oswaldo se acerca a las bateas de cemento y curiosea la espuma disolviéndose sobre el trapero mojado y los dorsos de las manos. Y eso también le parece insinuación marina.

4 Aprovecha para preguntar con alevosa ligereza, asuntos plúmbeos. Cosas que pesan en su ánimo. Porque quiere comprender y resolver.

-¿Cómo se conocieron mi papá y usted?

Sí: eso era leve. Como soplar pompas de jabón. Si su madre trajina un día de poca angustia le echará el cuento. De lo contrario le dirá: “vaya a estudiar o ayude a su hermana a recoger las cobijas y las sábanas”.

Oswaldo se queda esperando. Su hermana Victoria lo mira y le sonríe comprensiva. Y a continuación le dice:

-Ayúdame a recoger las sábanas que ya están secas, Oswaldo…

5 Capítulo II

El hombre que aliviaba dolores

A LA HORA DE PONER EL PIE en la humedad quejosa de la lancha, se le juntan todos los pensamientos contradictorios que habitan en el confesionario de su cabeza. Subirse a una lancha comenzando el amanecer es como balancearse en el estómago de una ballena. Es una sensación transmitida por el vaho de las algas encalladas y de las aguas sometidas a un muelle. El lanchero apenas saluda “comostá dotol” y escupe tabaco hacia la oscuridad oceánica, sin detenerse a pensar que podría escupir atrozmente a una sirena.

Va sentado en la lancha, encorvado sobre su maletín. A veces se endereza y trata de centrar su mirada en la luna cuando hay. Ver la luna llena le ayuda a descansar la mente en el trayecto. Pero si aparece la mitad de una luna le entra la desazón, porque sabe de quién es la enormidad de sombra que la cubre.

A medida que avanza el bote, la luz del amanecer lo va descascarando, lo va cubriendo de pintura agrietada; todo se siluetea y se aurifica; los primeros fulgores saltan sobre los pliegues de las olas y por alguna razón se le viene a la mente la efervescencia de Nieves, cuando se levanta sin necesidad de despertador a preparar el café. Tal vez la asocia con el amanecer porque ella se mueve luminosa entre los trastos y la pesadez de los sueños.

En estos momentos de viaje en lancha, aprovecha para meditar sobre los problemas que debe resolver, los problemas propios y los ajenos. Pero también esos minutos en que se siente solapado, para dejar salir su alegría en la penumbra salobre, sin que nadie repare en que el doctor sonríe como cualquier persona. Durante unos cuantos segundos se permite regodearse con esa felicidad

6 cuya ebullición le avergüenza un poco, porque no es hombre de arrebatos y festejos. Pero es que cada vez que piensa en Nieves no puede creer lo afortunado que ha sido después de todo. Nunca había tenido verdadero tiempo como para buscar la mujer meditada y requerida. No había existido una mujer de sus sueños sino una mujer de sus requerimientos. Pero Nieves Linares Rodríguez Michelena superaba todo hasta el punto de que fueron muchas las ocasiones en que él pensó una sola cosa: “si la hubiera conocido cuando yo era joven el amor sería insoportable”.

Nieves era muy joven cuando conoció a José de Jesús Vigas. Había quedado huérfana y vivía con una tía y un montón de primos. Uno de esos primos se enfermó un día y apareció el médico, portando su serenidad y su aspecto de hombre solitario.

El recuerda a la jovencita Nieves porque ella estaba pendiente de todo lo que él hacía. Ella no se percató de que aquel hombre callado y aplomado, que parecía distante, trataba desesperadamente de no mirarla. Ella ayudaba a su tía en la cocina y en todos los quehaceres: era una hija más de aquel hogar. Hirvió agua para esterilizar jeringas y después hirvió más agua porque su tía sugirió: “hay que hacerle un cafecito al doctor”. Nieves le comentaría después: “Es bueno que usted lo sepa: ese mismo día le dije a mis primos: “ese es el hombre con quien me casaré y tendré hijos”.

Al principio ella lo llamaba así: “usted”.

Subrepticiamente repasa esa confesión de Nieves. Lo halaga, le hace saltar el corazón. Seguramente aquella fue su manera de expresar que había encontrado el hombre exacto. En todo caso cumplió su palabra: se casó con él y formó una familia numerosa.

José de Jesús guarda la sonrisa al percatarse de que ya ha amanecido y pueden verlo. El lanchero carraspea y rema.

7 “Ya los presos sestán levantando, dotol”, dice y acto seguido escupe otra vez la repetitividad del oleaje.

La lancha se acerca a su destino y su pasajero corta todo pensamiento amoroso y personal para organizar en su mente la visita médica. “Veré a este, sabré cómo está aquel, ojalá que haya mejorado un poco el asma del otro” pero invariablemente naufraga en el escondido disgusto que le produce aquella situación. ¿Qué preso no está enfermo? ¿Qué preso desborda salud? Aunque huelen a veces los aires marinos y escuchan pasar alguna gaviota, el mar podría estar a miles de kilómetros de allí, hasta podría no haber mar en ninguna parte, porque en sus calabozos los envuelve la peste, la hediondez de mierda y orina, de suciedades acumuladas y de lágrimas y sudores caidos como aguaceros interminables, emanados día y noche en la propia fuente del dolor. Y el sopor y el rumor y los ejércitos de ratas y cucarachas haciendo lo suyo, infectando lo infectado. Aunque los presos, en ese padecer, han perdido el olfato, también es cierto que con tanta penumbra y encierro se les ha afinado el oído. Y cuando chapalean unos remos solitarios se alegran hasta donde eso es posible, porque saben que es el doctor… viene el doctor.

José de Jesús observa la mole infernal de la prisión, el lugar que tanto repudia pero que jamás abandonaría porque debe llevarle aunque sea un poquito de salud y esperanza a los presos. Él sabe que no sólo les alivia un mal del cuerpo: también les lleva las palabras necesarias, las que comentan de la familia, las que retratan la calle y el sol de afuera. Él les lleva las palabras que contienen esperanzas. Algunos muy sordos o muy materialistas se sienten aliviados con sólo verlo arregladito, vestido de limpio y oloroso a hombre libre.

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El amor silencioso

COMO SIEMPRE, NIEVES ha hecho café de madrugada para que él no se vaya sin algo caliente en el estómago. Y cuando parte hacia la prisión, ella se queda encuevada en el pensar. Tratando de que nadie pueda descubrir, en la oscuridad del lecho, que llora subterránea, porque esa mezcla de júbilo y frustración es como pujar tratando de parir un sentimiento. Y llora aun siendo feliz, porque le hubiese gustado conocer a José de Jesús desde más antes, para vivir largamente en su compañía, pero ella ni siquiera había nacido cuando él estaba plantado y varonil en medio del camino desafiando fiebres. Llora porque lo ama y le cunde el desasosiego porque sabe que en poco tiempo se quedará sola, al cuidado de la familia. Nadie le ha vaticinado nada. Sólo su tía le comentó una vez “el doctor es un hombre mayor”. Sí. José de Jesús Vigas era un anciano cuando se casaron. No había sentido la llegada de la ancianidad porque poseía una fortaleza física envidiable. Con las casualidades nunca sabe uno a qué atenerse, pero es bueno aclararlo: ella amaba a ese hombre sin importar que pareciera su padre o su abuelo.

Inclusive, apenas lo conoció, leyó en un almanaque algo que le pareció muy significativo y lo copió: el nombre de José es hebreo y significa “a quien el Señor aumenta la familia”

9 La familia Vigas Linares estaba constituída por José de Jesús Vigas; su esposa Nieves Linares Rodríguez Michelena de Vigas y sus hijos Victoria, Oswaldo, Reynaldo y Herman. Victoria era la mayor. Oswaldo la seguía. Reynaldo y Herman se la pasaban juntos, eran compañeros cotidianos en juegos y en existencia. Victoria era como el brazo derecho y la ayuda oportuna que aliviaba los oficios de la señora Nieves. Y Oswaldo, en su propio mundo, maduraba y soñaba. Crecía y despertaba.

Vivían en la parroquia la Candelaria, de Valencia. En la esquina había un farol que de noche se llenaba de pequeñas mariposas espolvoreadas. Crecían verdolagas al borde de la acera. Era una casa rodeada de matas y de hierbas aromáticas. Por la calle donde quedaba la casita de los Vigas había sombra fresca todo el tiempo. Los árboles actuaban como abanicos y se llamaban así: apamates, camorucos y samanes.

Los solares proliferaban demarcados por el emblemático matarratón. La gente hacía sus empalizadas con varas de matarratón y al poquito tiempo aquellas endebles estacas se convertían en arboledas floreadas y festejadas por abejas y tucusitos.

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Capítulo III

El francmasón

POR EL CAUCE DE SU CALLE fluía un torrente de historias, de rumores, de cuentos. Decían que era una calle muy antigua y ahí había un árbol tan viejo que era el mismo árbol en cuyas ramas ahorcaban a los patriotas o a otros condenados de la guerra de independencia. Por alguna razón, quizás buscando sombra y frescura, la casa donde él vivía fue levantada al lado de ese árbol. Y el árbol de los ahorcados echó más raíces, creció hasta donde pudo y se quedó pegado al cuarto donde él dormía. El árbol abrazaba la casa.

-Papá: ¿los muertos salen? -preguntaba Oswaldo.

-Sólo cuando los recuerdan… -respondía su padre.

-Ayer vi el esqueleto de un perro en las aguas estancadas… más allá de los camburales… me pareció que era un perro viejísimo de esos que se mueren ladrándole a la luna…

-Tienes mucha imaginación, Oswaldo, pero no hay duda de que todo perro conoce la luna porque levanta la cabeza para ladrar o la baja al charco para calmar la sed… todos los animales y los seres humanos ven la luna por lo menos una vez en la vida…

Para cualquier niño, en el transcurso de la espontánea y silvestre realidad, hay un mundo fantástico por descubrir. ¿A quién le preguntaba Oswaldo sobre esto y

11 aquello? A su padre y a su madre. Los libros también eran confidentes suyos, pero tenía que estar muy pendiente si quería conocer las respuestas que deambulan por los laberintos de las palabras.

Oswaldo tuvo pocas oportunidades de salir con su padre a contemplar esa existencia cotidiana. Pero le resultaron imborrables las ocasiones en que anduvieron juntos. Cuando eso ocurría, la atmósfera tatuaba recuerdos en las brisas que se dirigían hacia el futuro. El cielo entalcado de nubes parecía recién salido de una barbería. La fragancia del agua de colonia Jean Marie Farina flotaba allá arriba, en la cabeza paterna.

Algunas veces Oswaldo salía con su padre a visitar enfermos o al templo masónico. Él lo llevaba de la mano, sin hablar. Se escuchaban las pisadas. Zapatos grandes y cansados, propensos a tropezar piedras, cascajos, salientes. Zapatos pequeños y ágiles que pasaban por encima de las rayas de las aceras y contaban ladrillos cuando los había.

De vez en cuando su padre lo soltaba pero seguían caminando juntos, porque al niño le gustaba esperar por esos momentos en que el hombre comentaba algo o le mostraba lugares con historia, casas donde atendió gente, sitios donde ocurrieron hechos históricos o uno que otro crimen pasional.

Sí: él era nervioso y rápido como una liebre y su progenitor sentía el peso de los años como una concha de tortuga. Pero su sabiduría llenaba cualquier vacío, superaba cualquier obstáculo. Entre una esquina y otra eran dos seres totalmente diferentes: uno descendía la cuesta pesadamente y otro la subía con ligereza, pero en ese caminar que podía parecer una despedida, su padre le decía cómo debía comportarse.

Don José de Jesús, trataba de salvar cuerpos en un país donde las almas parecían muy enfermas también. Todo se agitaba en función de la muerte: la malaria, la tuberculosis, el gobierno y el caudillismo.

12 El viejo médico hacía su trabajo sin aspavientos y casi nadie conocía su modo de pensar, pero era un hombre apegado a las leyes y con principios férreos. Era francmasón.

“Si el Gran Arquitecto del Universo te da un hijo, dale gracias pero tiembla por el depósito que te confía. Has que hasta los diez años te tema; hasta los veinte te ame y hasta la muerte te respete; hasta los diez años sé su maestro, hasta los veinte su padre y hasta la muerte su amigo. Piensa en darle buenos principios antes que bellas maneras; que te deba rectitud esclarecida y no frívola elegancia. Has un hombre honrado antes que un hombre hábil”.

Eso dice, exactamente, uno de los principales mandatos del Código Moral Masónico. Hombre meticuloso nacido en el año 1850 y habitante luego de las primeras décadas del siglo veinte, José de Jesús Vigas se sabía ese mandato de memoria.

Don José de Jesús tenía 76 años el día que nació Oswaldo. Y murió una década después, a los 86 años de edad. Amaba a sus hijos pero no tuvo tiempo para aplicar esa parte del Código Moral Masónico que le interesaba tanto.

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Ensayando tristezas

CUANDO SU PADRE ESTABA POSTRADO en una cama, Oswaldo lo observaba y compartía ese dolor silencioso. El niño pensaba que su padre se estaba encogiendo y desapareciendo poco a poco. Como la fruta abandonada, que va perdiendo la forma hasta volverse polvo. Sin culpa, pero irremediablemente, su padre lo abandonaba. Intercambiando furtivas miradas con Oswaldo, le decía en un lenguaje de ojos agotados “tú eres el hombre de la casa, eres el hijo mayor”.

Se alejaba en largas caminatas por el pueblo y en algunos trechos, donde nadie podía interrumpirlo, Oswaldo cerraba los ojos y caminaba a ciegas para conocer en carne propia esa terrible sensación. Ensayaba para comprender lo que sentía su padre ciego en la tristeza oscura. Pero se liberaba rápidamente y abría sus ojos a la normalidad, porque era un niño ávido de imágenes. Le gustaba demasiado contemplar la crudeza del entorno y el paisajismo de la lejanía.

Los recuerdos de esas caminatas en soledad, de esa infancia en que se forjaba su personalidad, son los que más repasa en el presente. Revive los momentos en que fue guardando sensaciones y construyendo en su interioridad sus propios paisajes, sus propias visiones. Metió en su mente y en su espíritu toda la naturaleza y la convirtió en sueños que luego fluían a través de sus manos.

Archivó en su memoria para siempre la gente que conoció y trató a su manera; todo lo que sintió y llamó pueblos, ríos, mares, montañas, selvas, piedras,

14 insectos, mundos particulares. Constantemente retorna a la niñez, tratando de entender por qué fue un muchacho tan serio y concentrado en lo suyo. Tal vez nunca obtenga una respuesta concluyente, pero a veces deja caer alguna frase que revela uno que otro matiz.

“De niño yo andaba con un libro siempre: jugaba muy poco, mis compañeros me envidiaban mucho y me hacían bromas todo el tiempo. Me decían “mariquita, mariquita”, porque yo andaba con un libro siempre y estaba todo el tiempo a la defensiva”.

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Capítulo IV

Las raíces del soñar

HUBO UN INSTANTE, en la existencia del pequeño Oswaldo, que determinó todo lo que él sería. Ocurrió cuando supo, a ciencia cierta, que se hacía notar a través de su talento con el dibujo. Las personas que miraban sus dibujos tendían a tomarlo en serio.

“Qué dibujo tan raro y tan bonito hizo el hijo de Nieves”, “Oswaldito pintó una virgen de lo más preciosa”, “No es una virgen: es un atardecer”, comentaban y así sucesivamente.

Oswaldo observaba el paisaje humano y comprendía las motivaciones de las personas, asimilaba sus errores y aciertos. Lo que más le llamaba la atención era el ir y venir de la gente, sus historias y existencias. Le fascinaba el comportamiento humano: miraba hombres, mujeres, niños, jóvenes, ancianos, albañiles, campesinos, policías, bodegueros, como un coleccionista de caracteres. Observaba y escuchaba. Tenía el don de comunicarse con sus mayores. Entablaba diálogos con cualquier persona. El paisaje urbano y el de la naturaleza, le inspiraban bocetos y dibujos que cada vez eran más fantasiosos: le gustaba inventar espacios, crear situaciones, imaginar universos.

Le tomó placer a eso de hacer y deshacer las formas usando un lápiz y una superficie limpia. Era emocionante y vivificante el proceso de transformar ideas en estructuras espontáneas: cada línea transportaba una emoción, un sentimiento, una pasión, una inquietud, una especie de verbo visual para conjugarlo a solas.

16 Aprendió que la realidad no puede ser sometida ni domesticada: es posible mejorarla o deteriorarla, pero dominarla constituye una utopía. Supo que para obtener resultados es necesario actuar, moverse, intervenir en cada hecho. Por eso dibujaba y actuaba.

Sesenta años después Oswaldo persiste en su sueño. “Soy un impedido… todo es un trabajo… hasta orinar me cuesta trabajo… cualquier cosa que hago es un aterrador esfuerzo físico…” confiesa. Pero solamente ha envejecido: es su cuerpo el que se ha ido doblegando. Su espiritualidad se mantiene joven, renovadora, irreverente. Se entrega al eterno dibujo y a la filosófica pintura con la misma natural necesidad con que sigue respirando. Pinta su equilibrio y su visión, su sentir respecto a la vida. Se pinta a sí mismo, a su sentido del gusto, a su poética amorosa. Al niño eterno.

Constantemente enhebramos diversas conversaciones pero terminamos hablando de lo mismo. A veces él lee un poema suyo o de un poeta que le agrada. En otras ocasiones vemos una película. El inicio de esta conversación tuvo lugar en su taller. Estábamos sentados como dos viejos en una calle de pueblo, viendo pasar a las insólitas mujeres de sus cuadros, que muchas veces salen de la tela o del papel y se tornan esculturas.

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El arte en la escuela

EN LOS INICIOS DEL SIGLO VEINTE los niños estudiaban sus primeras letras en pequeñas escuelas particulares, en casas de familia, donde alguna señora de buena voluntad dedicaba parte de su tiempo a enseñar lo básico, lo que se necesitaba para entrar después a la escuela pública con menos temor.

Oswaldo comenzó a estudiar en una escuelita que tenía la señora Petra Valbuena, a quien cariñosamente llamaban Petrica Valbuena. Su padre había sido médico de Puerto Cabello. Había dos médicos en Puerto Cabello: José de Jesús Vigas y el doctor Valbuena. Oswaldo ya sabía leer cuando llegó a la escuelita de la señora Valbuena, porque su hermana Victoria lo había enseñado. Victoria probaba sus sueños de maestra con sus hermanos y eso los ayudó a sobrellevar bastante bien los años escolares.

Cuando a Oswaldo lo enviaron finalmente al colegio salesiano Escuela Domingo Savio, entró directo a tercer grado porque estaba muy adelantado en relación con otros niños.

En esos tiempos en que entró a una escuela grande, con escenario para los actos culturales, Oswaldo descubrió el teatro y comenzó a leer obras. Parecía que aquello se volvería una vocación fuerte, porque tenía una gran facilidad para la actuación. Parte del bachillerato lo estudió en el colegio salesiano donde actuó en varias piezas teatrales. De allí pasó al liceo Pedro Gual.

Se esforzaba por transformarse en los personajes que le tocaban. Y eso le creó el hábito de la lectura.

18 Participaba, generalmente, en comedias de Moliere… a veces tenía que actuar y no había leído nada y se quedaba quedaba dos o tres horas leyendo y repitiendo, metiéndose aquellos diálogos en la cabeza.

-Actuaba… hasta el punto de que, cuando mi padre murió, yo estaba actuando… alguien vino al colegio para decir que me llevaran a Puerto Cabello porque mi padre estaba en agonía y no me dijeron nada hasta que terminó la función. Entonces me llamaron para explicarme que debía salir urgentemente para Puerto Cabello porque mi padre se estaba muriendo. Un profesor me llevó… me acompañó. Una vez un profesor me dijo “a usted no le puedo creer nada porque es muy buen actor… no se sabe cuándo miente o cuándo dice la verdad”.

19 Capítulo V

La infancia en dictadura

LOS NIÑOS QUE NACÍAN Y CRECÍAN bajo el gobierno de Juan Vicente Gómez no tenían consciencia de estar viviendo en una dictadura. Porque sus mayores no hablaban de eso en las casas o en las calles. Sólo en las cárceles y entre los estudiantes. Pero la dictadura estaba allí, instalada, en el devenir de los días.

-Cuando yo era un niño todavía mandaba Juan Vicente Gómez, y su sobrino, Santos Matute Gómez era el gobernador del estado Carabobo. Santos Matute Gómez instaló el aseo urbano y era obligatorio pagarlo, pero mi madre dijo “nosotros no botamos la basura, de manera que no pagamos el aseo urbano”. Entonces Santos Matute Gómez mandó a buscar a mi padre y mi madre le dijo a los emisarios: “el doctor Vigas está ciego y paralítico”. Los emisarios se fueron y le dijeron a Santos Matute que el doctor Vigas estaba ciego y paralítico. Santos Matute les respondió: “entonces que traigan al hijo mayor”. El hijo mayor era yo.

Nadie sabe por qué las dictaduras detienen a la gente sin ninguna razón y esa es, precisamente, la esencia de una dictadura: que nadie sepa por qué no es libre. La madre de Oswaldo le dijo a su hijo “vístase, Oswaldo, que lo voy a llevar para que lo pongan preso”.

El siguió a su madre por las calles de granzón y de tierra. Subía a las aceras y se bajaba, corretaba un poco y luego se agarraba de la mano de su madre como si quisiera protegerla de algo amenazante pero invisible. Cuando llegaron a la Gobernación, su madre lo llevó con mucha seguridad como si conociera el camino. Un hombre uniformado preguntó qué deseaba y ella le mostró el citatorio. El guardia le indicó una oficina y ella entró dejando a su hijo en el filo de la puerta.

20 Oswaldo tiene la mirada perdida en un espacio. Está recordando con minuciosidad a su madre:

-Mi madre y yo llegamos al Capitolio de Valencia, a la oficina de Santos Matute Gómez. Mi madre entró y le preguntaron ¿dónde está el hijo mayor? Y ella contestó: Está aquí. Oswaldo: venga para que lo pongan preso…

Yo estaba detrás de la puerta, temblando… y entré. Aquí está el hijo mayor, dijo mamá. Yo tenía como nueve años…

-¿En qué le puedo servir? -preguntó el hombre que estaba tras el escritorio de madera marrón.

-El padre de este niño está enfermo y no puede venir… le traje al niño para que lo ponga preso, como usted ha dicho…

El funcionario miró a Oswaldo, luego la miró a ella y aunque no dijo nada en ese instante, era evidente que se sentía un poco avergonzado y confundido. Ella le entregó el papel. El hombre sabía lo que decía pero lo ojeó y luego le estampó un sello y lo guardó en una carpeta marrón.

-Puede regresar a su casa… -dijo. Oswaldo escrutaba los detalles del escritorio y luego sus ojos se trasladaron hacia un cuadro que había en la pared, donde unos hombres a caballo chocaban sus lanzas. Su madre lo jaló suavemente de la mano y salió de la oficina. Ella sabía que le debían una gran disculpa pero que se la quedarían debiendo para siempre.

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El primero de los premios

OSWALDO ERA UN NIÑO independiente y solitario. Cuando no tenía nada qué hacer, salía de su casa y caminaba muchas veces sin un rumbo concreto. Se detenía en algún sitio, observaba algo y seguía caminando.

Así conocía los barrios cuyos nombres habían llegado a sus oídos como lugares extraños que alentaban la curiosidad. Se iba por los barrios y por las aceras, Seguía el curso de quebradas y riachuelos y en ese deambular dibujaba todo aquello que le llamara la atención. Se detenía en las aceras a detallar casas y esquinas, solares y ventanas, puertas y techos. Le gustaba observar las cañerías y seguir el curso de las aguas cuando se encontraba con el río Cabriales. Dibujaba todo lo que veía. Sus ojos eran como cántaros que iba llenando. Y seguramente esa llenura de imágenes es lo que ha estado vaciando en papeles y telas durante toda una existencia.

Cuando estaba en bachillerato se quedaba de noche dibujando en su cuarto. Sus compañeros de estudios, que lo observaban dibuja que dibuja, le dijeron un día: ¿por qué no nos haces una ilustración que necesitamos? Y Oswaldo empezó a hacer ilustraciones fantásticas, que no tenían nada que ver con la realidad ni cosa parecida.

Su destreza y su inventiva fueron conocidas rápidamente, pasaron de voz en voz como si se tratara de una buena nueva. En una ocasión, el Ateneo de Valencia anunció una exposición de poemas ilustrados que era además un concurso. Debían participar poetas e ilustradores.

Una señora llamada María Clemencia Camarán de Aude, fundadora del Ateneo, le pidió una ilustración para un poemario de ella que se titulaba “Hilo, tejo, construyo”. El otro fue Arturo Machado: le pidió una ilustración para un poema

22 suyo titulado Esperaré. El tercero fue un personaje cuyo nombre no recuerda, pero esas fueron las primeras cosas que hizo con un carácter, pensando en algo, buscando algo.

Un poco tiempo después, lo llamaron del Ateneo para informarle que le habían dado el primer premio. Y fue al acto de premiación. El Ateneo de Valencia quedaba en el primer piso de una casa vieja. Oswaldo todavía usaba pantalones cortos y cuando dijeron: “Oswaldo Vigas…” él estaba sentado en la última fila del público. El premio consistía en un diploma y un pincel con una placa que todavía conserva. “Oswaldo Vigas. Que se pare”, dijeron. Se paró y comenzó a caminar y la gente decía “oh oh oh oh es un muchachito”.

23 Capítulo VI

La primera exposición

OSWALDO VIGAS SE GANÓ aquel primer premio pintando con acuarela y gouache. Después de eso, se animó y escribió una carta a la Presidencia del Ateneo, pidiendo una sala para hacer una exposición individual de sus dibujos. Pasaron varios días y como no le respondían, fue hasta el Ateneo. Allá preguntó ¿por qué no me han respondido? Y le dijeron “ya tienes un espacio para exponer”. Se asombró, porque no se esperaba tanta facilidad. Pero inmediatamente se fue a su casa a ver cuántas obras tenía.

Presentó 25 obras y el día de la apertura, lo acompañaba uno de sus amigos mayores: Arturo Machado, quien había participado con su poesía en el reciente concurso ateneísta. Arturo vendía las obras, era como el marchand, y le decía a cada rato “se me están cayendo los pantalones, Oswaldo, porque los bolsillos están muy pesados”. Y era que les pagaban con fuertes, aquellas monedas de plata enormes que circulaban y tintineaban. El fuerte pesaba mucho: eran trescientos bolívares en puros fuertes, metidos en los bolsillos de Arturo. Eso era bastantísima plata.

De un sopetón tenían cien, ciento cincuenta, trescientos bolívares y servían un coctel de guarapita: ron con agua y limón. Eso era una guarapita. Y los pasapalos eran galletas de soda con diablitos.

A todas estas, la familia sólo observaba, participaba como espectadora. Oswaldo dice que su familia nunca le dijo lo que tenía qué hacer. Por el contrario: él les decía a cada uno de ellos lo que tenían qué hacer. También a su madre. Tenía tanta capacidad para analizar situaciones y buscar salidas o soluciones que le daba consejos a su madre. Cuando había algún problema se reunían para

24 preguntarle ¿qué hacemos? Si se le pregunta hoy al respecto, Oswaldo responde con otra interrogante:

-¿Por qué me preguntaban? anda a saber.

Los Vigas vivían en una vieja casa que doña Nieves había comprado en dos mil bolívares. Era una casa bajita. Casi podías oler las tejas mohosas. Oswaldo tenía un solo bombillo en su cuarto, que era el último cuarto, al final de todos los zaguanes. A veces usaba ese bombillo por la noche para leer o dibujar. Pero casi siempre salía a la calle y estudiaba bajo los bombillos de la luz pública. Regresaba a su casa de madrugada. Tenía una vela detrás de la puerta. La encendía y se iba al último cuarto con su vela prendida. Esa casa se la alquilaron después a un matrimonio que tenía una hija llamada Nelly. A veces se peleaban y venían a pedirle consejos. Le preguntaban y él les decía cómo tenían que actuar. Desde niño estaba de consejero.

En el colegio decían que Oswaldo tenía vocación para ser cura, y era verdad: la tuvo. Varias veces había pensado que podía ser sacerdote y escuchar los pecados de la gente. Un día llegaron a su casa para convencer a sus padres de que lo enviaran al seminario. Su madre lo consultó con su padre, quien estaba paralítico y ciego y su padre se limitó a decir: “Yo no quiero que un hijo mío sea cura ni médico” y eso que su padre había sido médico toda la vida.

Esa vez, Oswaldo no habló; se quedó callado. Fueron ellos, su padre y su madre quienes dijeron “no” y él estaba muy contento de que dijeran que no. También había deseado alguna vez ser médico. Pero se dio cuenta de que no sabía lo que quería ser, porque era un niño. Y quería ver de qué se trataba la niñez.

25

La mudanza

DURANTE LA INFANCIA, Oswaldo y sus hermanos vivieron en tres lugares. Vivieron en Valencia, por supuesto. Estuvieron en Puerto Cabello durante una época y cuando murió don José de Jesús Vigas, se mudaron a Tinaquillo. A Victoria, la hermana mayor, que sólo tenía dieciséis años, la nombraron maestra de primaria en Tinaquillo. Con lo que ella ganaba se mantenía toda la familia.

Victoria conoció en Tinaquillo al profesor Julio Peña, quien fue maestro de Oswaldo en sexto grado. Julio Peña conoció a Victoria y se quedó mirándola embebido. Julio Peña era el profesor más querido de aquella ciudad. Victoria y Julio se enamoraron, se casaron para toda la vida y tuvieron seis hijos. Uno de esos hijos se llama César. Es el mayor. Oswaldo es el padrino de César. Ese fue su primer ahijado. Y es uno de los grandes cariños de Oswaldo. ¿Cómo está César? ¿dónde está César? Pregunta con frecuencia.

Cuando se fueron a Tinaquillo Oswaldo tenía doce años de edad. Iba un camión adelante con todos los muebles que tenían: la cama, la mesita, las sillas… no había cuadros ni nada de eso, y de repente el camión se fue por un precipicio en una curva. La madre y sus hijos iban detrás, en un autobús. Y cuando llegaron a la curva vieron que estaban sacando unos muebles del fondo del precipicio. Eran muebles que les resultaban familiares. Se detuvieron a ver. Los hombres de la mudanza iban subiendo desde el barranco la cama rota, todos los muebles sin patas, las sillas rotas. Llegaron a Tinaquillo sin nada.

26 Muchas cosas de la niñez que ellos siguieron recordando, se perdieron ahí, nunca más aparecieron. Oswaldo se mareaba y en esas curvas estaba muerto, vuelto nada. Llegó a Tinaquillo mareado: vomitó durante todo el camino. Después tuvo que ponerse con su madre y sus hermanos a remendar los muebles. Pero siempre que habla de aquella mudanza, Oswaldo asegura que fue una época muy linda. A pesar de los mareos y la vomitadera.

Oswaldo retuvo ese momento. Dibujó a su madre, acostada en un catre. Su madre aparece durmiendo con el cabello desprendido en cascada hacia el piso de ladrillos. El todavía conserva ese dibujo.

27

Capítulo VII

Puerto Cabello

CUANDO SU PADRE QUEDÓ completamente ciego, se fueron a vivir a Puerto Cabello con la esperanza de hallar una recuperación de la vista. Porque a Maracaibo había llegado un médico holandés que supuestamente operaba las cataratas, en una época en que nadie operaba tales calamidades. Algunos curanderos curiosos, en regiones de burro y caballo, le metían gorgojos a los ciegos en los ojos, debajo de los párpados, porque se suponía que los gorgojos caminaban y se llevaban entre sus paticas las cataratas y cualquier viscosidad cegadora. El médico holandés era la esperanza concreta y vivir en Puerto Cabello servía porque era más fácil subirse a un barco ahí y viajar hacia Maracaibo. Pero nunca salieron. Estando en Puerto Cabello el padre de Oswaldo se agravó y murió entre olores de mar.

Oswaldo se sumerge en los recuerdos como un buscador de perlas… sus ojos se debaten atrapados en las aguas profundas de la memoria.

Cuando la salud de su padre decayó aún más, se establecieron en Puerto Cabello porque decían que el aire marino era medicinal. El niño Oswaldo se iba para la playa sin percatarse de que lo agobiaba la melancolía. Pasaba el rato viendo a los pescadores tirando sus redes. Ellos tiraban los pescados pequeños y el muchachito los recogía. Se le escapaban, se le resbalaban, hasta que lograba agrupar unos cuantos.

28 -Con eso comíamos… - explica conmovido mientras sus manos se agitan mostrando unas sardinas invisibles. Él pintó varios cuadros sobre ese tema y menciona uno que alude a una festividad costera: “El entierro de la sardina”.

En este instante rememora la callecita pequeña y estrecha donde vivían, porque cuando su padre murió la calle se llenó de gente y no cabían en la casa tantos hombres adustos, vestidos de oscuro.

-Hubo de pronto un gentío y sobre el ataúd de mi padre pusieron una serie de insignias y la bandera de Venezuela… mi padre era un alto masón… grado 33… Una vez me llevó a la logia de Valencia… yo tenía siete años. Entramos a la sala de reuniones y me dijo algo… pero no recuerdo aquello que me dijo…

Oswaldo se calla y observa el abismo del tiempo pasado. Luego cuenta el resto de la historia tratando de no mostrar la tristeza.

-A mi padre lo enterraron en Puerto Cabello, en el cementerio viejo… mi padre había conocido al sepulturero de ese lugar… lo mencionó varias veces en sus remembranzas de médico porque a ese sepulturero le faltaba la mano derecha… era un señor muy pendenciero y en una pelea le cortaron la mano de un machetazo… mi padre conocía esa historia y decía “caramba: si hubiera estado ahí yo le salvo esa mano…”. Ese hombre fue quien enterró a mi padre.

Entre los masones que rodearon el ataúd de don José de Jesús Vigas se escuchó el rezo del salmo 23. Era como un río de voces imperecederas.

“El Señor es mi pastor, nada me falta.

En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…”

Muchos años después Oswaldo y sus hermanos fueron a Puerto Cabello a sacar los restos del padre para llevarlos a Valencia. Oswaldo miraba a los hombres

29 trabajando con pico y pala y recordaba al sepulturero que había perdido la mano derecha. Sus ojos contemplan todavía aquella escena, porque se repite bajo el cielo de los sentimientos.

-Abrieron la tumba y los huesos de mi padre estaban atrapados en un encaje de raíces blancas, en medio del agua cristalina… la urna estaba inundada y todo se veía envuelto en ese tejido de raicillas blancas… Yo me metí adentro para agarrar los huesos y los fui sacando uno a uno… revolvía el agua. Sacamos todos los huesos y guardé una falange… después cuando regresamos a Valencia, al pasar por un bosquecito, dije “no la voy a guardar”. Y la tiré.

Pensé: “si guardo la falange va a ser un objeto de veneración, hay que deshacerse de ella”. Entonces la boté.

30

El poema del padre

OSWALDO LE ESCRIBIÓ un poema a su padre. En realidad ha escrito varios en su memoria, pero este es el más revelador. Lo escribió 56 años después de la muerte de don José de Jesús Vigas. Es un poema interesante, porque describe al padre al mismo tiempo que introduce una visión de la madre.

Moría en silencio

Cuando mi padre con más de ochenta años a sus espaldas se moría de silencio de miseria y de oscuridad en el fondo de un pozo al borde de una calle polvorienta en un puerto cualquiera sin rosarios ni llantos ni cánticos litúrgicos los curas de la iglesia cercana

31 tocaban a la puerta con sus biblias y sus escapularios colgados al cuello.

Mi padre que ya los había conocido en las iglesias en los hospitales en los cementerios y sabía de sus manejos les pidió que se fueran.

Mi Madre es una esfinge amanecer de piedras la cabeza cuartos de perro, patas de culebra

Mi Padre era un anciano pagano escapulario protector blasfemo

Y nadie más por los desiertos, apenas un rebaño de carneros para el matadero

Gira el diamante piedra por el costado izquierdo, la magnolia caballo, la esfera, talismán semilla, para la comunión de los que celebramos el encuentro.

Pasan las mariposas amarillas,

32 pasa el furgón de los adolescentes, ramas secas para el quebradero de ilusiones que llevamos a cuestas

El patio apisonado siente los pasos del jolgorio que se aleja, quedan los que se fueron y entre ellos algunos jubilados del sueño

Debajo de mi ventana claraboya el carretón del cementerio pasa traqueteando sus huesos.

Mi Madre es una esfinge, vieja adolescente en el pedregullero salitre de la marea.

Mi Padre era un anciano lobo vagabundo curtido de oraciones blasfemas

Las Trincheras, 25 de enero de 1992

33

Capítulo VIII

La madre centenaria

OSWALDO ESTUVO HOSPITALIZADO: hace apenas una semana que llegó a la casa y ya está en el taller dibujando y pintando. Como siempre, comienza haciendo dibujos y aquellos que le satisfacen, le gustan más o le hacen sentir algo muy fuerte, se van transformando en cuadros. A veces hace un cuadro con un dibujo que dejó encarpetado en los años setenta o en los ochenta: algo del pasado. Oswaldo, demás está decirlo, vive en todos los tiempos de manera simultánea. Janine, su esposa, se preocupa y trata de que él siga dietas, haga ejercicios, se recupere. Oswaldo la obedece pero se sale con la suya en cuanto a la dieta: aun estando convaleciente, si le dan una ligera oportunidad, se come hasta los adornos de la mesa. Puede comerse un caballo frito. Es como un río lleno de pirañas. Un río agitado de pirañas y picardías.

¿Qué te parece este cuadro? Pregunta y sin esperar la respuesta saca una carpeta con dibujos y los va mostrando, mientras recuerda el día, el año, el mes en que los hizo. En una tarde inspirada de recuerdos y nostalgias fue cuando sacó unos cuatrocientos poemas que había ahorrado en una caja de cartón. Uno de esos poemas fue para su madre. Lo escribió cuando ella estaba por cumplir un siglo de vida.

34 Mi madre tiene cien años

Mi madre tiene cien años mañana los cumplirá con los vecinos pequeños animales las flores del jardín los nidos de los pájaros.

Mi madre tiene cien años de optimismo desinteresada gran sonrisa en corazón de alegres ramas.

Y las abejas del panal en lo más alto de los árboles.

Cien años para nadie son un regalo.

La ponzoña no escoge por azar la fiesta de cumpleaños.

A los cien años ella mira a través de las cosas más allá a través de una rosa, un jazmín caramelos de miel perfume de limonero en los horarios .

La neblina del atardecer le sube por las manos ya nadie tiene un rostro conocido ni un nombre en el pasado porque todos los recuerdos

35 se convirtieron en sueño entre cenizas y llamas.

Mi madre tiene cien años pero ella no lo sabe se aleja toma el aire se levanta encorvada buscando seguramente una raíz perdida en el encaje de las aguas.

Los hijos sus parientes lejanos que ya somos tan viejos a su lado como si tan sólo de niños se tratara salimos de una escuela de hace tiempo cargados de regalos y aquí nos presentamos en la ceguera de la noche al mediodía cogidos de las manos.

Mi madre es una hoguera que se apaga tan cerca y tan lejana las cenizas al viento de la tarde.

Caracas, 31 de julio de 1993

Oswaldo se emociona muchísimo cuando habla sobre su madre. Como si rebuscando en las actitudes y los gestos de ella pudiera entender más el por qué de su modo de ser, que a veces es malcriado, irreverente y explosivo.

36 -Mi madre era un ser extraordinario: una vez alguien estaba tratando de entrar a nuestra casa… Había una puertica bajitica con una aldaba por dentro y un tipo la estaba abriendo como a las dos de la madrugada. Entonces mi madre cogió un machete y se puso detrás y golpeó el machete contra el suelo. Plas, plas plas, “al primero que entre le corto la cabeza”… dijo pero el hombre seguía forzando la puerta… mi madre repitió “a cualquiera que entre le corto la cabeza”… los intentos se detuvieron y el hombre se fue. Una de las cosas que recuerdo de mi madre es que no tenía miedo de nada…

Oswaldo se queda pensando con una sonrisa dubitativa o más bien frustrada por le incertidumbre. Luego repite en un tono que de alguna manera contiene un acento de cariño: “al primero que entre le corto la cabeza…“.

-Tu mamá era descendiente de personajes que figuran en la historia de Venezuela ¿es cierto?

-El padre de mi madre era Antonio Paredes, el general Antonio Paredes a quien Cipriano Castro hizo fusilar. Pero mi madre se puso Linares, el apellido de su madre en vez de Paredes. Yo le decía a mi madre Vigas Paredes… soy Vigas Linares porque mi madre abandonó el apellido Paredes. Me quedé con el apellido de ella nada más: Linares… El abuelo de mi abuelo, el general José de la Cruz Paredes, fue edecán de Bolívar. El acompañó al Libertador en su agonía, se quedó con él hasta que fue sepultado…

El general José de la Cruz paredes luchó en la Independencia bajo las órdenes de Sucre y de Bolívar, y acompañó al Libertador hasta el mismo instante en que falleció en Santa Marta.

Significa, entre otras cosas, que Cipriano Castro fusiló a un general que descendía directamente del último edecán que tuvo el Libertador.

37

Capítulo IX

El universitario

CUANDO NO ESTÁ PINTANDO, Oswaldo escucha música clásica, ve películas o lee algún libro con mucha concentración, como para no tener que devolverse a repetir una página o un párrafo. Todo lo hace generalmente en el mismo lugar, sentado en su silla preferida frente a una pantalla plana. Inclusive ahora, cuando tiene que caminar a manera de ejercicio obligatorio y entretenerse lo más posible, sus lecturas no son fáciles. Lee ensayos profundos, filosofía y poesía.

Una tarde Oswaldo comenzó a mostrar algunas fotografías de sus primeras obras y eso sirvió de pretexto para conversar sobre sus inicios como estudiante universitario.

-Al salir de bachillerato ¿ya tenías decidido estudiar en Mérida?

-Ya lo tenía decidido. Me fui para Mérida porque en Caracas era muy caro: en Mérida podía vivir con cien bolívares mensuales. Vivía con menos: con noventa bolívares mensuales, pagaba la pensión, las tres comidas y el lavado de ropa…

Conseguí una bequita de Carabobo de ochenta bolívares y mi madre me mandaba 20 bolívares. Mi madre tenía un patio sembrado con plantas medicinales y vivíamos de eso. Mi madre vendía plantas medicinales… Seguramente que aprendió de plantas medicinales con mi padre…

38 Oswaldo se interna en pensamientos y como si hablara con el pasado susurra:

-Endrino, granado, manzanilla, diente de león, guaritoto, malojillo, llantén, acanto, hierba luisa…

-Hay unos nombres de plantas que no conocía… como ese de acanto- le comento.

-Yo conozco hasta los nombres científicos: el laurel es laurus nobilis… el acanto es acanthus mollis… el llantén es plantago media…

-Ya, Oswaldo, ya… -protesta Janine, por fastidiarlo.

-Malojillo: cymbopogon citratus…

Janine se ríe y mueve la cabeza como diciendo “no tiene remedio”.

-Quedamos en que te fuiste a Mérida a estudiar porque era más barato por allá…

-Me fui a Mérida porque con ochenta bolívares no podía vivir en Caracas, y en Valencia no había universidad. Había que ir a estudiar a Caracas o a Mérida. Yo me fui a Mérida y ese viaje a Mérida duró cinco días en la carretera… dormía en el autobús, vomitando todo el tiempo…

-Oswaldo se marea apenas sube a un carro… -acota Janine.

-El autobús chocó… se accidentó. Yo saqué mi maletica por una ventana del autobús y empecé a caminar abrumado por la oscuridad y el peso de la maleta. Estuve caminando por la carretera de madrugada, hasta que llegó un camión cargado de cochinos y me dijeron “suba, pues”. Los cochinos chillaban y llegué a Mérida en ese camión. Al llegar vi una casita que decía “pensión”. Ahí entré y cuando me estaba bañando sentí un dolorcito agudo… me miré en un espejo viejísimo, con manchones del pasado, que estaba el baño y noté que tenía en la columna vertebral una pelota de sangre, un hematoma del choque, porque los

39 asientos eran de madera, de tabla, era un autobús de la ARC… aerrecé, los llamaban…

-Los accidentes en carretera y los mareos eran como un karma… -le comento. Oswaldo está en la Mérida de su juventud: ni siquiera me escucha.

-Salí rápido a la universidad, a inscribirme, caminé, caminé, caminé hasta llegar a la universidad y llegué y me inscribí en medicina, y una vez que estuve inscrito me paré a esperar que llegara el autobús que se había accidentado… al fin llegó con los estudiantes pasajeros que se habían quedado y todos gritaban Vigas, Vigas como si fuera un resucitado.

-Te adaptaste rápido a Mérida…

-En Mérida fue muy interesante porque lo primero que averigüé fue dónde podía ver a las muchachas de Mérida… y me dijeron “aquí no se ven muchachas… las familias merideñas son muy conservadoras. Las muchachas no salen: sólo se asoman por las ventanas”. Entonces yo inventé hacer el Ateneo de Mérida y averigüé quien era la señora más importante. Era una señora llamada Juanita de Díaz González y la fui a ver. Vamos a fundar el Ateneo de Mérida y usted es la presidenta, le dije. ¡Qué bolas tenía yo!

-¿Cómo te fue con las muchachas?

Yo me paraba en la esquina, a la salida del colegio de las monjas, para ver a las muchachas y ahí conocí a la primera… Carmen Avendaño, una señorita muy bella. Pero la que me gustaba más era una hermana de Carmen Avendaño, que se llamaba Alba Marina. Y después vi a una catirita que me gustaba demasiado: Anely Koch. Y empecé a salir con Anely Koch y los padres me conocieron. El padre y la madre me adoptaron: nos íbamos a casar. Eso duró hasta que me fui de Venezuela y le dejé un poder para que se casara por poder conmigo y se viniera a París, y ella nunca lo usó… hizo bien porque yo había cambiado: en París había conocido a otras mujeres, y a Janine…

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Capítulo X

Ese carácter

A VECES PASAN LOS DÍAS como si fueran angustias volátiles o alegrías de humo y pierde la noción de la fecha en la que vive, porque se queda encerrado en sus telas. En esas jaulas de la memoria. La obra de Oswaldo se ha gestado con esfuerzos espirituales iniciados en la niñez. Adquirió la pasión de pintar como quien pesca un virus. Se contaminó de belleza.

La inevitable y cruda realidad también lo contamina. Unos vientos que se cruzan friolentos, unas brisas álgidas, alguien que llega engripado. Y las vías respiratorias se le maluquean. Entonces sufre horrores en las clínicas, recibiendo oxígeno, suero, antibióticos, tubos y cables hasta que el cuerpo se enerva. Como si lo pintaran a él. Como si fuera la tela de alguien que pinta con agujas y con brochazos de asma.

Oswaldo ha logrado diluir la infelicidad de la hospitalización o la convalecencia, porque dibuja sin importarle el estado en que se encuentre. Si pierde el conocimiento, es seguro que pinta y gesticula sobre el blanco de su mente, usando los recursos de su imaginación arbolaria. La calle le gusta de pasada, mirarla a distancia. Ya no le agrada mucho la ciudad.

41 La gente lucha subrepticiamente contra todos los temores urbanos. La gente no se da cuenta de que anda asustada de manera crónica. Los crímenes zumban a toda hora como mosquitos. Muchos ciudadanos desean vivir en un paraíso tranquilo pero eso sólo es posible si se carga la paz por dentro.

En todo caso, Oswaldo sólo desea estar en su taller, girando en el torbellino de su arte sin que nada lo impida.

Puede resistir horas y horas de trabajo en su taller. Podría agonizar en el taller de una manera feliz: es lo que verdaderamente disfruta. Sin embargo, es incapaz de aguantar estoicamente un minuto de mediocridad o de fastidio. Es un artista inescrutable y malcriado. Su carisma y su modo de crear despiertan emociones fuertes y sinceras en quienes pueden verlo pintando. Porque Oswaldo Vigas, cuando está ante la tela, lucha con mil demonios y disfruta esa batalla.

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Las mujeres

ASÍ SE DEFINIÓ GIÁCOMO CASANOVA en sus célebres memorias:

“Cultivar el placer de los sentidos, fue siempre mi principal ocupación. Me sentí nacido para el bello sexo; lo he querido toda mi vida, y me he dejado querer tanto como he podido. También he sido aficionado a los placeres de la mesa y apasionado por todas las cosas que suscitaban mi curiosidad”.

Esa descripción podría adaptarse también a Oswaldo: él fue una suerte de Casanova en su juventud. Las mujeres se le pegaban: las atraía. Janine siempre repite “es que era bello, caramba”. El hombre tenía un encanto que las mantenía cerca. Es evidente que el amor de Janine, desprendido y sin egoísmos, cambió la vida de Oswaldo. Pero ella decidió esperar varios años a que Oswaldo conociera lo que tenía qué conocer en el ambiente de París.

Desde que Oswaldo comenzó a pintar, la figura femenina ocupó el espacio fundamental, el lugar del sentir, la fragancia a respirar. Creó seres femeninos por un influjo poético, seres extraños y mágicos, como las famosas brujitas.

Lo femenino ha predominado siempre en su obra. Lo femenino es un valor determinante: el mundo hubiera desaparecido sin la presencia de la mujer. Sus

43 grabados eróticos revelan esa sensibilidad, aunque les ponga nombres mitológicos. Sus títulos los escoge después que ha terminado una obra, pero la feminidad de sus creaciones es algo que viene en la esencia, en la hechura: el arte le sale femenino porque ama profundamente la idea de la mujer protectora, conservadora de la existencia y perfeccionadora del amor.

Ha confesado que cuando pintó las brujas no pensó en brujas: fue el escritor Oswaldo Trejo quien le dijo: pónle “bruja” a ese cuadro y así se llamaron todas las demás figuras de esa serie.

Capítulo XI

Sufriendo con Patricia

SOÑABA QUE ERA UN ANCIANO dibujando en una mesa de pata coja y eso le fastidiaba mucho. Dibujaba y la mesa se movía, mientras pensaba “tengo cien años de edad y debo agacharme para ponerle una cuña a esta mesa, pero hace mucho frío”. Trató de agacharse en el sueño, para resolver lo de la pata desequilibrante de la mesa y se sintió rodando por un abismo. Se despertó agobiado por un sentimiento vago y al apenas abrir los ojos y enfocar el techo y los pliegues de la almohada, cobró conciencia de que no estaba despertando en el trópico de su país, ni albergado por la vieja casa de tejas musgosas. Se asombró de ser tan joven todavía. No obstante, le pareció que entre el sueño y el despertar habían transcurrido muchos años.

Durante unos segundos se propuso levantarse y cuando al fin pegó el salto y sus pies tocaron el piso, adelantó en su imaginación la frialdad del lavabo, las cerámicas color arena del estrecho baño, antes de llegar a los rituales del agua. Después fue a la cocinilla, hizo café y sin esperar más nada del universo, se plantó ante la tela y comenzó a pintar.

44 Así es todo el tiempo. Aunque el cansancio y el trasnocho quieran aniquilarlo, se levanta y pinta. A veces siente que está con su caballete en una plaza o en un bulevar, porque sus amigos y conocidos entran y salen como si su apartamento fuera un espacio público. Y esto sucede porque, en primer lugar, él es un ser humano abierto, libre pensante, sin las angustias de aquellos que temen ser sorprendidos o asaltados en sus intimidades. Y en segundo lugar porque, sencillamente, deja la puerta abierta. Algunos de sus amigos le han criticado eso, no porque puedan robarle algo, sino porque uno jamás debe ser tan confiado en ninguna parte del planeta. “Si vivieras en El Vaticano, también deberías cerrar la puerta y no descuidarte” le han dicho. Y él ni siquiera ha escuchado nada: cuando no está con la mente concentrada en dibujos y colores, en rayas y pensamientos, está leyendo o tratando de resolver un problema ficticio o verdadero.

Es el segundo invierno que vive en París y casi nunca, de día o de noche está solo: lo visitan constantemente amigos y más amigos, recién llegados y veteranos que conocen las calles de París como si hubiesen nacido en esa ciudad. Hace frío y la verdad es que no tiene ningún deseo de hablar con nadie. Pero eso es poco menos que imposible, porque su apartamento es como una pequeña estación del tren de la vida. Si por casualidad nadie se aparece oirá algo de Mahler o un poco de jazz, leerá y dormirá temprano. Qué frío: eriza la piel y ensaya dolores de muela en los huesos. Se concentra en el cuadro que está pintando y pasan las horas. Ha olvidado cerrar la puerta, como siempre. Mira el reloj y se asombra porque son las diez de la noche.

Aunque la puerta permanece abierta, alguien la toca pero no entra. A lo mejor es un evangélico con su biblia. Vuelven a tocar: ¿quién puede ser a esta hora? Va hacia la puerta y apenas pregunta ¿quién es? Entran tiritando un amigo español llamado Carlos del Olmo y una mujer joven y seria. Antes que Oswaldo diga nada Carlos se adelanta y se la presenta:

-Ella es mi amiga Patricia…

45 El hace una inclinación de cabeza que pretende ser respetuosa y protocolar. Extiende la mano a la mujer y ella apenas se la estrecha. Mira sin mucha curiosidad el entorno. Ella y su acompañante parecen venir de una reunión o algo así.

Carlos habla con él a sabiendas de que ella no entiende el español.

-Está haciendo mucho frío y no tenemos dónde dormir hoy… déjanos dormir en tu cuarto… -le plantea el español.

-En la cama apenas caben dos personas y en el piso está haciendo mucho frío. No puedo. –dice Oswaldo.

-Bueno: déjala dormir a ella en tu cama y yo me voy a un café -dice Carlos. Luego habla en inglés con la mujer. Ella no se muestra contrariada con eso: sólo parece estar cansada o aburrida. Carlos se despide de Oswaldo y se va a un café. Oswaldo le pregunta a Patricia en francés si desea algo en especial. Ella no entiende francés. Entonces Oswaldo le hace señas y le ofrece un pijama. Está asombrado de tenerla allí, a una bella desconocida que no pone reparos en quedarse sola con un desconocido. La incomunicación le da paso al asombro y casi borra el hecho de que ella esté con él, en su apartamento.

Le hace otras señas que significan “voy a hacer un té o cualquier cosa caliente”. Mientras el agua hierve ella mira un cuadro terminado y luego otro sin terminar. Parece a punto de preguntar algo pero de nuevo se interpone entre ellos la mudez de hablar idiomas distintos. Oswaldo hace té y le sirve una taza. Ella lo toma en silencio. Él bebe un sorbo y la observa. Es una mujer joven pero con carácter fuerte, maduro. Cuando las tazas se quedan vacías en la mesa, Oswaldo la lleva hasta el cuarto donde está su cama. Se la muestra. Ella se quita la ropa y se pone el pijama. Oswaldo le dice: “bueno: aquí está esta cama y de aquí para acá duermes tú y de aquí para allá duermo yo, nada más”. Aunque sabe que son puras palabras y que los gestos cobran más valor.

46 Patricia se acuesta y Oswaldo se acuesta dejando una separación considerable para que ella no se sienta incómoda. Él piensa en lo insólito de lo que está ocurriendo y siente ganas de reír, porque hasta parece un chiste. Pero es que hace demasiado frío. De lo contrario dormiría en el suelo, en otra parte y no incomodaría a la impuesta huésped.

“Ojalá que ella se duerma primero y que no ronque. Porque si me duermo primero y ronco, me va a dar vergüenza” piensa. No han pasado diez minutos desde que se acostaron y ahí viene otra sorpresa: una larga pierna le pasa por encima y lo arropa como una avalancha el calor de aquel cuerpo. Unos senos pequeños pero inflados caen en sus manos y se fugan perversos; apenas unos gemidos, unos susurros, el frío desaparece, es como una lucha rabiosa. Se detienen y vuelven a empezar. Encuentra la vagina y se le pierde, la encuentra otra vez y siente que todo se convierte en un paraíso sembrado de espinas.

Él no supo a qué hora se quedaron dormidos y quietos, pero cuando se despertó y notó la luz de la mañana ella se había ido. Estaba solo. No sabía qué pensar, el corazón estaba alterado, como si hubiese corrido un maratón. Sentía escozores, dolores tenues pero palpitantes. Se fue hasta el espejo y vio que estaba lleno de arañazos y de mordiscos: todo arañado y mordido. Preparó su café mañanero y se concentró tanto de nuevo en el cuadro que estaba pintando, que a media mañana había olvidado aquella historia.

Trabajó todo el día, sin casi detenerse. En algún momento pensó “¿adónde habrá ido Carlos?” pero siguió ensimismado y metido dentro de lo que estaba haciendo. Ya no pensaba en ella. Llegó la noche y de pronto tocaron la puerta. Como estaba abierta, el visitante entró. Era ella, Patricia. Llegó como si entrara a su casa: pasó de largo, agarró la pijama y se metió en la cama. Oswaldo esperó un rato y entonces se acostó. Y recomenzó la misma historia de la noche anterior. Cuando se despertó ella se había ido. Exactamente igual que la primera noche. Y su cuerpo estaba vuelto un desastre: más arañazos, nuevos mordiscos. Oswaldo deseaba analizar el caso. No podía pensar claramente en aquello. No tenía pies ni cabeza. Era una pasión extraña.

47 ¿Qué hacía ella en esa aventura? Podía estar en un hotel, en cualquier parte que quisiera. Era algo realmente inexplicable. Tal vez un caos originado por las casualidades.

“Me desperté en la mañana y ya no estaba: desaparecía, se iba…”.

Vino una tercera noche. Ella le preguntaba en inglés cuánto pagaba de alquiler en ese apartamento. Él entendía la pregunta perfectamente, sonaba como rental price o algo parecido a eso. Él le mostraba con los dedos de la mano y la palabra “dólar” cuánto pagaba en alquiler. Ella repetía en inglés y él eso sí lo comprendía también: “muy barato, muy barato”.

La tercera noche fue más avasallante y Oswaldo ya no sentía un solo espacio de su cuerpo que no le doliera. Aunque fue igual de maravilloso y de terrible, se quedó dormido en la madrugada. Patricia dormía tranquila: en medio de la penumbra y del ensueño parecía una muchacha sumisa y tierna.

En la mañana, cuando despertó, Oswaldo supo que otra vez se había ido Patricia, quién sabe adónde. Y estaba decidido a no verla más. “Esta tipa me va a matar” pensaba. Cuando estaban por llegar las diez de la noche empezó a sentir un miedo que crecía y aumentaba, que le erizaba la piel del cuello y de los brazos. “Tengo que irme… hay que irse”, pensó.

Se cambió de ropa en volandas, cerró con llave la puerta y bajó hasta la puerta de la calle en marcha agitada, pero cuando iba saliendo del edificio escuchó los pasos de sus tacones: era ella, no había más nadie con tacones en esa calle nocturna. Empezó a caminar cada vez más rápido, con un gran susto y los pasos de ella lo seguían. Patricia estaba siguiéndolo: no había dudas. Pero no quería voltear a ver si era ella. Atravesó el Bulevar Saint Martin y llegó a una callecita donde sabía que estaría su amigo, el artista plástico venezolano Narciso Debourg. Los tacones se apresuraban detrás de él. Allí estaba Narciso en una esquina fumando un tabaco.

-¿Qué te pasa, Oswaldo? ¡estás amarillo!

48 -Una mujer me viene siguiendo… si te pregunta si me has visto díle que no… ¿dónde me puedo esconder?

Debourg no podía comprender aquello: ¿Oswaldo huyendo de una chica? Pero reaccionó con rapidez y serenidad, como siempre lo hacía:

-Entra ahí… -dijo Narciso mostrándole una puerta abierta. Oswaldo entró y la cerró. A través de una romanilla veía a Narciso fumando. Narciso observó a la mujer y ella lo miró y siguió de largo.

-Oye, Oswaldo, cuando cuentes esta aventura en Caracas ¿quién te la va a creer? - dijo de espaldas, mirando la noche.

Oswaldo le contó a Narciso todo lo que le había ocurrido.

Patricia nunca volvió al apartamento, ahí quedó su perfume leve, que desapareció con el paso de las horas. Un tiempo después, cuando Oswaldo había regresado a Venezuela, llegó a una sala de espera y comenzó a hojear una revista. Allí aparecía un reportaje sobre la obra de la escritora norteamericana Patricia Higsmith.

-Es ella… !es Patricia! ¡La mujer que yo conocí! -decía Oswaldo asombrado.

Luego comentó que ella no tenía un tipo nórdico sino un tipo latino… ”me parece que podía tener sangre de pieles rojas… bueno: yo creo que es uno de los seres más interesantes que he conocido, pero no sabía que era tan famosa… yo llegué a la conclusión de que Carlos me la dejó porque quería deshacerse de ella… seguramente Carlos no sabía qué hacer con ella y me la dejó a mí… ve tú a saber si volvió con ella o no… tristemente, a Carlos no lo vi nunca más… y si lo vi nunca le pregunté…”.

49

Capítulo XII

La temporada diplomática

DESDE MUY JOVEN Oswaldo Vigas vivió la emoción de trabajar con grupos, de participar en actividades importantes para la sociedad, pero sin dejar de tener como centro su pasión individual por el arte. En aquellos días del año 1958, cuando cayó la dictadura de Pérez Jiménez, estuvo a punto de ser atraído por la dinámica del trabajo político. Sin embargo, su vocación artística se impuso.

Todos sus amigos de todos los grupos querían que se lanzara como candidato a diputado: URD, Acción Democrática, el Partido Comunista: todos deseaban incorporarlo a sus listas. Una vez contó que Guillermo García Ponce, uno de los políticos más agudos en ese momento, le dijo: “Vigas: si alguna vez estoy en un movimiento político importante me gustaría tenerte a mi lado”.

Oswaldo se quedó trabajando con la Junta Patriótica de Valencia unos quince días, organizando las cosas, hasta que empezó a llegar toda la gente que había estado presa y que venía a buscar un puesto: director de esto, director de aquello. Vigas comentó: Todos querían un cambur; en ese momento comprendí que necesitaba irme de Venezuela. Y ahí fue cuando aproveché la propuesta de Juan Oropeza: “vente conmigo a París”.

50 Esa propuesta formó parte de una anécdota que se hizo famosa y que protagonizaron Oswaldo Vigas, René De Sola y Juan Oropeza.

Oswaldo conocía muy bien al ministro de Relaciones Exteriores, René De Sola. En una ocasión se encontraron en una reunión social y René De Sola le preguntó: “¿qué piensas tú de un embajador para París?” Y Oswaldo le respondió: “Juan Oropeza sería buen candidato”. Juan Oropeza no sabía nada de esto. Esa noche Oswaldo fue a la casa de Juan Oropeza y le dijo: “mira, Juan ¿Qué te gustaría hacer antes de morirte? Algo que fuera lo mejor para ti”. Juan pensaba y pensaba y no le respondía nada. Tratando de ayudarlo, Oswaldo le insinuó: “¿no te gustaría ser embajador en París?” Juan se quedó viéndolo y, acto seguido, preguntó alelado: “¿embajador en París?” . Oswaldo continuó su juego: “Sí, Juan… y si te nombran embajador de Paris ¿qué me ofrecerías a mí?” Juan sonrió y le dijo: “te llevaría como agregado cultural. Entonces Oswaldo le dio la noticia: “mañana te va a llamar el ministro”. Juan Oropeza se quedó sin palabras. Él conocía a Oswaldo y sabía que no estaba mintiendo.

Al día siguiente lo llamaron de la Cancillería y le ofrecieron la embajada de París. Él, a su vez, llamó a Oswaldo para decirle: “Oswaldo: me acaban ofrecer la embajada en París. Te vienes conmigo como agregado cultural”.

En ese cargo estuvo Oswaldo cuatro años. Fue, seguramente, el único venezolano que ha renunciado a un cargo diplomático. Él mismo lo señaló así: “Me fuí del cargo: no me botaron. Fui el único en toda la historia de la diplomacia en Venezuela, porque ese era un cargo super apetecido: cuatro mil dólares mensuales. Y todo el permiso para sacar alcohol, whisky, champaña, perfumes, lo que quisiera. A los dos o tres meses de estar en ese puesto en París abandonó su cargo el cónsul de Venezuela en el Havre y el embajador me dijo, Vigas te tienes que ir al Havre porque el cónsul se fue. No renunció: abandonó. Entonces yo fui a ocuparme del Consulado de Venezuela en el Havre”.

“El Consulado era un puesto clave: por ahí salía todo lo que venía a Venezuela y eso significaba comisiones, pero yo nunca cobré nada. Iba una o dos veces a la

51 semana al Havre a firmar y regresaba a París. En el Havre conocí gente muy bella… algunos que trabajaban en el Consulado y otros que venían a buscar permisos para cosas de importación; esa fue una experiencia interesante”.

“Recógelo”

Vivió, disfrutó y padeció doce años en París. Ya parecía formar parte de esa ciudad emblemática de la cultura, de ese nicho amoroso. Sin embargo, prefirió retornar a su país. Cuando alguien le pregunta por qué dejó esos doce años por allá y aterrizó otra vez en Venezuela, siempre responde con la misma frase: “porque soy venezolano”. Pero tampoco es que dejó doce años de su existencia en tierras francesas: se trajo a Janine con él. De todas maneras, ese asunto del retorno es más enrollado de lo que aparenta. En realidad, Oswaldo nunca dejó de ser un hombre demasiado inquieto, deliberante y activo. Es indudable, que en sus años de juventud respiraba libertad y expiraba candela: era como un potro desbocado en todos los terrenos.

Oswaldo deseaba participar más en la vida social y política de Francia, pero no podía por ser extranjero. Por eso decidió regresar a Venezuela definitivamente. En ParÍs se involucró en posiciones políticas siendo extranjero y corrió algunos riesgos. Durante la guerra de Argel, los franceses lo tomaban constantemente por argelino y varias veces lo pusieron contra la pared a punta de ametralladora. Tenía que cargar el pasaporte para todas partes. Cierto día de atmósfera espesa y amarga, un policía cogió su pasaporte, lo vio y lo tiró al suelo. El policía le ordenó: “recógelo”. Y ese mismo día fue a la embajada de Venezuela y renunció.

52

El manifiesto

CUANDO OSWALDO HABLA de la masonería casi siempre deriva hacia la política, porque muchos personajes de la historia política fueron francmasones. Y hablar del tema político le hace caer en la aventura que vivió cuando conoció a varios integrantes de la Junta Patriótica que encabezaba la lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

Ya estaba viviendo en París. Un día regresó a Venezuela para hacer una exposición en la Fundación Mendoza. El empresario Eugenio Mendoza y su esposa, doña Luisa de Mendoza lo apreciaban mucho y cada vez que exponía le compraban uno o dos cuadros. Oswaldo fue a El Nacional para que anunciaran la muestra y en la puerta se encontró con el escritor y propietario del periódico, Miguel Otero Silva. Miguel hablaba con alguien y Oswaldo le dijo “quiero hablar contigo”. Miguel le respondió: “espérame un momento, porque luego vamos a ir a una reunión”.

La reunión era en los talleres de El Nacional. Allí estaban Fabricio Ojeda, Guillermo García Ponce, Carlos Dorante y otras personas. Era un grupo pequeño.

53 Miguel les dijo para iniciar la reunión: “estamos preparando un documento porque Pedro Estrada se fue y creemos que la dictadura se va a dividir y hay que aprovechar el momento”. Entonces empezó a redactar el documento y Vigas participó en la redacción. Luego quedaron en que debían buscar firmas de artistas, de intelectuales, de creadores culturales.

Esa noche Miguel Otero buscó la firma de Arturo Uslar Pietri. Oswaldo fue al Colegio de Médicos a buscar firmas y después viajó hacia Valencia con el mismo propósito. El 20 de enero llegó Oswaldo a Valencia con sus planillas.

Cuenta que todas las personas que visitó en Valencia con las susodichas planillas le dijeron “¿estás loco?, no diré que te he visto, no te he visto, vete tranquilo, no diré que andas por ahí, si me preguntan no te he visto” y así sucesivamente: nadie quiso firmar. Finalmente hizo un grupo pequeño en valencia: cuatro firmantes. Uno de ellos era Ángel Ramos Giugni.

De todas maneras el documento salió publicado. Y Oswaldo fue con Braulio Salazar a una reunión en el Country Club de Valencia. En la puerta del club estaba Iván Dario Maldonado bajándose de su carro: él era el gobernador, compadre de Pérez Jiménez y en cuanto vio a Oswaldo le dijo: “Vigas, venga: conque conspirandito ¿ah?… pero no te preocupes que a ti nadie te toca un pelo”. Ya había leído el manifiesto recién publicado. ¿Conque conspirandito? repitió y le dio un abrazo.

Después regresó a Caracas para saber qué pasaba y llegó hasta El Nacional. Eso fue el 22 de enero. Luego retornó de madrugada hacia Valencia. Era la madrugada del 23 de enero.

Oswaldo tenía 26 años y meditaba sobre aquello: el gobernador le dijo: a ti nadie te tocará un pelo. Y él pensó: se jodió Pérez Jiménez. Esto quiere decir que Pérez Jiménez está caído, si Iván Dario, que es su compadre, se cambia de bando es que está caído. A ti nadie te toca un pelo. Viguitas, le decia Iván Dario Maldonado. Y mientras llegaba a Valencia, en esa madrugada, dijeron por la radio que Marcos Pérez Jiménez se estaba yendo del país.

54 Oswaldo se fue al Palacio Municipal, al Capitolio, acompañado por el periodista Cayetano Ramírez, quien era del Partido Comunista y en la puerta del Capitolio estaba un guardia con un fusil. Oswaldo le dijo “abra la puerta que vamos a reunirnos aquí”. Y el guardia les preguntó: “¿Quiénes son ustedes?”. La Junta Patriótica, le dijo Vigas y le mostró el carnet que cargaba. Se cuadró. “Abra todo” le ordenó Oswaldo, ya con voz de mando. Él guardia tenía la llave y le abrió la oficina del gobernador del estado Carabobo. En esa oficina se sentó como un jefe.

Abrió las gavetas y en la mañanita hizo tomar la Seguridad Nacional de Valencia y buscó los archivos para romper todas las fichas de sus amigos. Eso comentó Oswaldo al respecto: las fichas que tenía la Seguridad Nacional reseñando a sus amigos las rompió. “Había unas cosas cojonudas. Por ejemplo: había unas fichas de uno que se llamaba Luis Augusto Nuñez, director de El Universal. Él contaba que lo habían perseguido. Busqué la ficha de Luis Augusto Nuñez, y decía: la patrulla pasó por la esquina tal y un tipo llamado Luis Augusto Núñez le tiró una trompetilla y entonces se lo llevaron preso. Luego aparecía lo que declaraba Luis Augusto Núñez: yo soy un fanático del general, yo no soy enemigo político… “

Cuando regresó a su casa en Valencia, había una cola de gente del barrio y de más allá que lo buscaban para que les diera una tarjetica de recomendación. Estaba un tipo que perseguía a los muchachos de la calle cuando Oswaldo era adolescente y jugaba pelota. Ese hombre les decía “los voy a mandar presos” y ahora estaba ahí, ahí buscando una tarjetica para mantenerse como jefe civil de Naguanagua. Oswaldo le dio la tarjetica.

Como no había policías en Valencia, porque habían abandonado los uniformes en las calles, Oswaldo mandó a hacer unos brazaletes para los voluntarios que deseaban ser funcionarios policiales y ayudar a dirigir el tránsito y cosas así. Y en ese trajín de ponerle brazaletes a los voluntarios, se apareció un policía diciendo: “yo todavía tengo un revólver y vengo ponerlo a la orden” y lo primero que hizo fue tirarse al piso y comenzar a besarle los pies a Oswaldo. Le besaba los pies y le decía “Vigas: si tienes enemigos yo me encargo de eliminarlos”. Eso lo contó

55 Vigas atrapado en una tragicomedia: “En ese momento comprendí que no tenía alma de dictador… ni siquiera podía ser un dictador local… “.

Capítulo XIII

París en los recuerdos

AUNQUE SIEMPRE HABÍA leído sobre las ciudades que son el escenario protagónico del mundo, no dejaba de asombrarse mientras deambulaba por Nueva York. Había llegado hasta Manhattan en avión desde Maiquetía y pronto debería subirse a un barco para ir a París en un viaje que duraba quince días. Cargaba en un bolsillo su pasaje de primera clase y un recorte de prensa donde aparecía como ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas de un país llamado Venezuela. Con apenas 26 años de edad era un artista premiado y reconocido en su lugar de nacimiento, aunque para el resto del mundo era sólo un ciudadano más, un joven que se aventuraba en busca de respuestas y buenos despertares para sus sueños. Estaba viviendo la etapa de los sueños y de las interrogantes y cargaba muchas ideas en su cabeza y pocos dólares en la cartera.

Tenía ganas de comer algo sustancioso y su buen olfato le resultó una tortura cuando pasó frente a las puertas de los restaurantes cálidos, mientras el frío le evaporaba el entusiasmo. Pensó que seguramente en París el frío también sería implacable.

56 “Voy a tener que comprarme un abrigo” pensó y eso le recortó aun más la posibilidad de comer unos buenos platos sentado a la mesa. Entró a una pequeña tienda donde se veían abrigos de todos los precios y no perdió mucho tiempo para escoger el que le parecía más sobrio y acusaba menos precio. Afortunadamente, era una época en que la industria textil de Nueva York atestaba de vestimenta las vitrinas y los anaqueles.

Después que pagó por el abrigo caminó hacia el hotel donde pasaría la noche. Se detuvo en un supermercado y compró pan, queso, jamón y un refresco. Al día siguiente estaba instalado en un barco de pasajeros donde la comida estaba asegurada por dos semanas, pero no disfrutó demasiado esa ventaja porque él siempre se mareaba y vomitaba con sólo subirse a cualquier cosa que se moviera a más de cincuenta kilómetros por hora. Después de tanta travesía llegó a París. Caminó un poco sintiendo la maleta cada vez más pesada y detuvo a un taxi. Le preguntó al taxista si sabía de algún hotel donde hablaran español. El hablaba ya un poco de francés, pero quería sentirse cómodo en sus primeros días de ciudadano extranjero.

El taxista lo llevó a un hotel cuyos propietarios eran españoles. Era un hotel barato pero todavía resultaba poco apto para sus recursos económicos.

El primer día que estuvo alojado y viviendo en París, salió hasta la esquina a ver la ciudad que tanto ansiaban conocer los artistas y todo el que hubiese tenido alguna noción de ella. Pero no la miró, no se captaban los Campos Elíseos ni el Arco de Triunfo. Buscaba la aguja celeste de la Torre Eiffel o una emoción arquitectónica parecida al Louvre. Estaba perdido. No sabía hacia dónde caminar y se regresó al hotel. El segundo día salió y andaba otra vez perdido. Miraba las calles, miraba a la gente que pasaba de largo y se dirigía a sitios que él desconocía. Y de pronto vio que venía Alirio Oramas, con una sonrisa cargada de agradable familiaridad. En medio del desaliento apareció Alirio Oramas, con su estilo baqueano, existencial y amistoso.

57 -Alirio Oramas había averiguado que yo estaba ahí y me sacó de ese hotel y me llevó al Hotel de Pitou, en el 22 de la rue de Sena… -dice Oswaldo.

-¿Te fue mejor cuando te cambiaste de hotel…?

-Los dueños del Hotel de Pitou, madame Ployer y monsieur Ployer me empezaron a querer rápido. Cuando yo bajaba las escaleras me preguntaban ¿tiene dinero? Y me daban dinero… increíble: una gente maravillosa… me querían… ¿tiene dinero? “No tengo dinero” y me daban: “tome”… cuando yo recibía dinero les pagaba… o les pagaba una parte… Y hace poco tiempo, estuve comprando en una panadería en París… y de pronto, una señora que estaba delante de mí se voltea y me dice “mesié Vigas”… ¡era madame Ployer!... me reconoció la voz… “mesié Vigas”, me dijo…

Un mal rato en invierno

SOPLA SU DESÁNIMO para elucubrar otra vez con el vaporcillo saliendo de su boca. Fingir que está fumando le clava espuelas en el desespero. Prefiere imaginar que es el genio de una lámpara y puede pedirle tres deseos o uno solo si se pone difícil. El humo que brota de sus entrañas también podría significar que se le están quemando las últimas ganas de desear algo en concreto, de soñar con firmeza, de ilusionarse a plenitud o de darle forma a una necesidad determinante. Sus necesidades son muchas, pero en este momento podría reducirlas a una sola: hablar francés lo más perfectamente posible para entenderse con esta gente.

Habla francés como aprendió en el bachillerato, pero como es perfeccionista se molesta si no puede seguir una conversación y no entiende buena parte de lo que dicen. En realidad se siente al borde de un barranco: se le rompió la corona de un diente mordiendo pan duro, no tiene un centavo en el bolsillo porque la fulana beca no le ha llegado y no le va a llegar nunca. Es la impotencia lo que amarga todos los sabores de la vida.

58 A su lado el río Sena pasa y sigue pasando haciendo sonido de tripas, chapoteo de fantasmas, alevosía de cocodrilos. Bajan con la corriente los bloques de hielo invernal. Se va oscureciendo con las horas de la tarde, pero continúa fluyendo a la espera de lo que venga o de lo que caiga. Siente el transcurso de una barca y escucha las voces de un hombre y una mujer discutiendo algo y de varios niños jugando mientras los envuelve un olor de comida, porque en esa barca cocinan y viven.

Está lloviznando y el frío parece entrar hasta por los ojos. De vez en cuando el Sena sopla unos malos olores, un miasma forense, una canción fecal, pero con todo eso hay belleza terrible en el río recién nacido que viaja dentro de las aguas agonizantes.

Él es fuerte. Nunca se ha dejado vencer por ninguna depresión: ha derrotado tristezas en los campos de batallas más oscuros, porque su seguridad y optimismo lo han acompañado siempre. Pero le atrae el agua, hay una rabia atractiva allí. Cuando tenga algún dinero viajará a Madrid, porque así podrá hablar con cualquiera en la calle y decirle en español una tontera, un saludo, un mensaje de nada: la conversada entre desconocidos que se tiran en la cara la hermandad del idioma, como quien arroja una flor o un beso. Bueno, en fin: ha decidido algo en concreto. Si alguna vez tiene dinero irá a Madrid. Se sentará en el Café Gijón. Y en este momento en que se detiene a mirar el torrente a sus pies, reconoce la importancia que tiene el hecho de sentarse con los amigos a conversar de cualquier cosa.

Se le viene a la cabeza el poema de Guillaume Apollinaire le pont Mirabeau. Quizás porque estaba pensando debajo de todos sus pensares, que Paul Celán se suicidó en ese puente.

“El puente Mirabeau mira pasar el Sena

Mira pasar nuestros amores.

Y recuerda al alma serena

59 Que la alegría siempre viene tras de la pena

-

Viene la noche suena la hora

Y los días se alejan

Y aquí me dejan…”

Sonríe. Sólo Dios sabe que sonríe al margen de cualquier tristeza, porque ha recordado de repente las experiencias que ha vivido con sus amigos, las alegrás compartidas. Se aleja un poco de la orilla. Unas gotas heladas le saltan en la cara y le alivian el espíritu con sólo tocarle los párpados.

En la casa de Aimé

CUANDO LLEGÓ A PARÍS encontró a una gran persona que tenía mucho tiempo viviendo allá: Aimée Battistini. Alirio Oramas y Víctor Valera se la presentaron. Ella nació en Ciudad Bolívar, hija de padres franceses, pero había vivido toda la vida en París. Aimée tiene una hija de doce años llamada Ludmila, preciosa y alegre niña, cuyo padre es un conde ruso. Durante la Segunda Guerra Mundial, Aimée se mantuvo apartada viviendo en Venezuela y en México. El marido, aquel conde ruso, la había abandonado y ella criaba sola a su hija Ludmila.

Un día Aimée llegó desesperada buscándolo, porque el conde había aparecido y venía a visitarla.

A ese hombre sólo le interesaba sacarle dinero: el tipo vivía en hoteles y le pasaba la cuenta a ella… y Aimée decidió divorciarse. Obtuvo el divorcio y él conde no lo sabía. El asunto es que le anunció que venía a verla, y ella no quería estar sola… él la acompañó y esperó en el apartamento hasta que llegara el personaje. Cuando se apareció se dio cuenta de que tenía las maneras de un gran señor,

60 pero también mostraba sus facetas de vividor y de playboy. Después de eso el conde chulo no apareció más.

En el apartamento de Aimée armaron su grupo Los disidentes: con , Perán Erminy, Narciso Debourg, Belén Nuñez, una bailarina, Mateo Manaure, Pascual Navarro, Carlos González Bogen, Aimée Battistini, Rubén Núñez, J.R. Guillén Pérez, Dora Hersen, Luis Guevara Moreno… cuando ella tuvo que irse a Buenos Aires con un cargo diplomático, le dejó a él su apartamento en la rue Trétaigne, en Montmartre. Al retornar Aimée, Oswaldo se mudó al 33 de la rue Dauphine.

En el apartamento de la rue Trétaigne jugaban con Aimée y Ludmila sus amigos Víctor Valera, Alirio Oramas y Mario Abreu. Lo que más les gustaba era leer la ouija o lo que en París se llamaba “la mesa con letras”. Se suponía que allí se revelaban mensajes misteriosos del más allá, de los mundos sobrenaturales. A él no le agradaban esas cosas. Se apartaba un poco, se aislaba a veces. Participaba en otros juegos y en las tertulias. Pero su vida cambió un poco cuando se apareció en casa de Aimée una amiga que había estado con ella en Buenos Aires: Ana Enriqueta Terán. Ana Enriqueta se quedó a vivir con Aimée y Ludmila durante un tiempo.

-Me enamoré locamente de la gran poeta venezolana Ana Enriqueta Terán… - dice. En el apartamento de Aimée siempre se divertían, hablaban sobre mil temas y él podía mirar de soslayo a la bellísima Ana Enriqueta. Mario Abreu se vestía con un pijama rojo y se ponía una máscara de diablo. Ludmila lo iluminaba con un reflector, lo dirigía, lo secundaba: ambos actuaban y se divertían haciendo que los demás se rieran con las ocurrencias.

Mario bailaba, danzaba en su vestimenta de diablo y una noche se quedó dormido debajo del piano: era un diablo rojo durmiendo debajo de un piano. En la mañana se apareció el profesor de piano de Ludmila, se sentó ante el piano y comenzó a practicar la lección que le iba a ofrecer a Ludmila. Mario, sobresaltado, se despertó y trató de pararse: quedó atrapado entre las piernas del profesor. Este, al

61 ver un diablo brotando entre sus piernas, salió en carrera despavorido y se fue gritando por la calle.

Capítulo XIV

Cien exposiciones

PARÍS ES UN TEMA que siempre está presente en la residencia de Sebucán, no sólo porque Vigas pasó doce años en la ciudad luz, sino también porque Francia entera es una mujer llamada Janine. Y Francia es una mujer incansable que ordena por aquí, inspira por allá, orienta y equilibra. Ella se ha venezolanizado y criollizado, pero mirarla y escucharla sigue siendo como navegar el Sena. Bueno: surgió el tema de París. Janine y Oswaldo de vez en cuando intercambian impresiones o recuerdos en francés. También se replican desacuerdos en ese idioma.

En París inicié cantidades de cosas… dice Oswaldo sin dejar de mirar la tela que tiene enfrente.

Otro tema que le agrada hablar y que hace incorporar a Janine con su memoria prodigiosa, es el de las cien exposiciones que Oswaldo ha tenido. Algunas han sido tan exitosas que todavía se mencionan como muestras puntuales.

62 El maestro Perán Erminy, crítico de arte y artista plástico, escribió sobre las obras que pintó Oswaldo en París, cuando hubo una selección y una muestra de ellas en Caracas. Oswaldo y Perán estuvieron juntos en Francia y son amigos desde hace por lo menos sesenta años.

“A pesar de sus indiscutibles méritos, el legado artístico del maestro Oswaldo Vigas resulta poco conocido. No diríamos que sea desconocido, porque no lo es para casi nadie. Pero la continuidad de su evolución sí lo es. Prueba de ello es que este importantísimo conjunto de pinturas, seleccionadas entre la producción del artista en París durante los años inmediatos al 1960, no había sido visto hasta ahora. Algunas obras de esos años se han mostrado antes, pero de un modo aislado y disperso. Nunca en un conjunto de esta amplitud, que permita una visión global de ese período fundamental en la obra de Vigas”.

“Si consideramos la magnitud y la naturaleza de los grandes cambios que se operan en el lenguaje pictórico de Vigas durante esos años cercanos al sesenta, podemos afirmar que sin estas obras no es posible conocer el arte de Vigas. Nos hemos mantenido cerca, desde el punto de vista físico y también espiritual, de su obra, desde hace unos sesenta años. Y más aún durante esos años en que convivimos en el Barrio Latino de París, donde vimos frescas estas pinturas, que ahora reencontramos después de medio siglo. La impresión actual, pese a recordar hasta el contexto en que se producían, es la de estarlas viendo por primera vez. O sintiendo apenas una vaga sensación de déjà vu, como de haberlas visto en sueños”.

“Ahora las vemos mejor que nunca, crecidas y cambiadas ellas, cargadas de «mundo», y cambiada también nuestra mirada, que no podía ser la misma de aquella época juvenil e inexperta. Pero lo más sorprendente de esta experiencia, que nos conmovió al descubrir la maravilla de estas obras, vueltas ahora clásicas y majestuosas, es que nos imponen, de paso, una relectura actual de toda la obra de Vigas”.

63 Blanc y Noir

Quizás su talento ha marcado de manera definitoria todo lo que hace. Es difícil concebir una buena obra de arte en poco tiempo y sin embargo Oswaldo lo ha hecho. Tal vez eso se deba a que él tiene una vida entera dibujando y pintando la obra que acaba de comenzar.

En una ocasión Oswaldo tuvo que organizar una exposición en menos de dos semanas. Cualquiera diría que no fue un gran reto. Pero el asunto es que no tenía ni un cuadro en ese momento.

-Nunca trabajé tan rápido una muestra como con la exposición en Francia del año 1956, para la galería La Roue. Toda la exposición la preparé en diez días. Llené la galería, trabajé día y noche, rebajé como ocho kilos, no dormía casi.

-¿Por qué tanto apuro?

-Conocía la galería pero nunca la había pedido y el dueño se había hecho bastante amigo mío. Un día me comentó: Vigas tengo la galería libre dentro de dos semanas, ¿la quieres? Y yo le respondí “Sí”, pero no tenía ni un cuadro para esa exposición. Entonces me dije: tengo una semana para pintar… trabajé con tinta china… pinté en blanco y negro… la exposición fue en blanco y negro… y así se llamó: Blanc y Noir… Cuando se abrió, el primero que entró fue , el maestro, con su esposa Dorothea… y después un gentío…

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Capítulo XV

Conociendo a Janine Castes

APENAS ESTUVO INSTALADO en París, Oswaldo comenzó a encontrarse con los amigos venezolanos que vivían en la ciudad. Casi de inmediato conoció a una muchacha que tenía una especie de club de juventudes musicales de Francia. Ella hacía reuniones de músicos en su casa y un día invitó a un grupo de jóvenes venezolanos que se juntaban para tocar música de su país. La muchacha no le daba mucha importancia al hecho de que fueran artistas plásticos: para ella eran músicos exóticos y se llamaban así: Jesús Soto, Ángel Hurtado, Elbano Méndez Osuna, Humberto Jaimes Sánchez, Oswaldo Vigas y un argentino de apellido Cáceres quien también interpretaba música criolla.

El asunto es que la muchacha del club le contó al propietario de una disquera que había invitado a unos músicos latinoamericanos, por si acaso le interesaba escucharlos. El propietario de la disquera tenía de ayudante a una jovencita de 17 años, estudiante universitaria, que estaba aprendiendo a hablar el español. Se llamaba Janine Castes. Podría carecer de importancia el hecho de que fuera tan

65 bella. A lo mejor no importó para nada que fuera una rubia deslumbrante y serena. Pero alguien le explicó mucho después, a Janine Castes, que los venezolanos llaman catiras a las rubias. Y es que ella estaba recién llegada a la reunión cuando los venezolanos comenzaron a tocar una canción de Juan Vicente Torrealba que estaba de moda en Venezuela:

“Las orquídeas son preciosas, mi vida, el nardo y la clavellina, pero nada como tú, pero nada como tú, catira Rosa Angelina”.

Y en ese preciso momento, Oswaldo se fijó que todos sus compatriotas miraban en una misma dirección y a él le constaba que resultaba harto difícil que se pusieran de acuerdo en algo. Oswaldo trató de ver lo que sus paisanos ya estaban observando. Y allí estaba aquella catira preciosa que parecía un mascarón de proa de la poesía. Saltó como un demonio y la invitó a bailar esa canción: “Catira Rosa Angelina”.

Janine no resiste la tentación y da pie a uno de esos contrapuntos en que ella y Oswaldo le regalan a los amigos:

Janine: los músicos eran: Soto, Elbano Méndez Osuna, y Cáceres, y los que acompañaban eran: Vigas con las maracas, Jaimes Sánchez con cucharitas y Ángel Hurtado con un tamborcito… ¿por qué yo estaba ahí?. Eso si es interesante…

Vigas: Yo la vi y más rápido que inmediatamente la agarré y se molestaron algunos. Casi cuarenta años después, Humberto Jaimes Sánchez dijo: “Vigas es el ser más egoísta, la prueba es que cuando apareció Janine no dejó nada para nadie”. Pero había otras chicas, esas eran cosas de Humberto. En aquel momento Janine no me hizo caso porque ella tenía un novio… estaba comprometida para casarse con él… ese novio era Pierre, un ser maravilloso, un gran tipo, más alto

66 que yo, más bello que yo y buena gente… después él venía a llorar a mi departamento y a pedirme consejos…

Janine: La historia es esta: yo tengo, apenas, diecisiete años… estudio Derecho en la Sorbona, trabajo en una casa editora de música. Un tiempo antes había llegado a París un grupo de músicos… por primera vez aparecía un grupo de música latinoamericana. Los músicos eran Los Guaraní, que marcaron una época francesa… Francia no conocía la música latinoamericana y a través de este grupo es que la conoce. Mi jefe se entusiasma con esa música y graba un disco 45 pequeño y se gana el premio de música popular y folklórica más importante de aquellos años…

-Estaba motivado para oír música de otras culturas…

-Sí… un día se presenta una muchacha y le propone a mi jefe que escuche la música de un grupo de venezolanos que va a tocar en su casa tal día, a tal hora y mi jefe me dice, Janine: a usted que le gusta tanto todo lo que habla español, (porque yo tenía un don de hablar español casi instantáneo), va a ir a esa reunión y me va a representar y me va a decir qué valor tiene esa agrupación. Entonces llamó a mi mamá porque para la época imagínate… Y le explicó que Janine va a ir a una reunión ta ta ta.

-El no podía adivinar que te estaba enviando a manos del destino…

-Yo llegué a la casa y entré en una sala donde estaban tocando los viejos discos de los Torrealberos, Catira Rosa Angelina, y uuuuhhhuu me cayeron encima… pero éste (señala a Oswaldo) me sacó a bailar y ese día se decidió la vida de nosotros dos. Después, para la pequeña historia, Oswaldo me acompaña al metro… eran las diez de la noche… me acompaña y me dice: señorita, (ya hablaba francés y yo hablaba un poquito español) ¿qué es para usted Venezuela?, y le respondí inmediatamente: un país primitivo, y Oswaldo me

67 preguntó ¿yo le parezco primitivo? y le respondí: no: no es eso lo que quiero decir...

-Y el segundo día entre ustedes ¿cómo fue?

-Había una especie de kermesse cerca de París y a esta kermesse estaban invitados los grupos musicales. Oswaldo iba y me invitó a salir con él, te voy a mostrar la foto de ese día… ese día fue la misma cosa: todo platónico…

Oswaldo: en esa época conocí otra chica y viví con ella varios años, mientras Janine se iba por su lado…

Janine: mira la foto, es una historia muy linda porque yo tenía mi novio y con él me casé… bueno: antes de eso ocurrió lo siguiente: Ángel, Humberto y mi amiga Helen, me convocaron a un café sin Oswaldo, diciéndome ¿cómo es eso? Tú nos dices que tienes un novio, que te vas a casar, pero lo que hay con Vigas es bien fuerte… ¿cómo no lo has pensado? porque Vigas es un personaje, Vigas es médico, Vigas es esto, es lo otro, pero yo… decidí que no… y creo que hice muy bien asumiendo esta experiencia francesa y que Oswaldo tuviera ocho años de total libertad para vivir lo que tenía que vivir…

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Capítulo XVI

Arte, medicina y amistad

QUIZÁS FUE EN PARÍS donde se apartó de la medicina y se dedicó completamente al arte.

Al llegar a la ciudad Luz, fue a la Escuela Superior de Bellas Artes de París y se inscribió y también fue a la Academia de Medicina y se inscribió. Él no sabía qué iba a ser de su vida: trató de tener las dos posibilidades y pensó: “dejemos que la cosa se decida por la fuerza de los acontecimientos”.

Asistía religiosamente a la Facultad de Medicina y a la Escuela Superior de Bellas Artes. Entró en el taller de un maestro en grabado y empezó a grabar. Vieron lo que hacía y lo admitieron sin hacerle examen. Entonces preguntó si había alguna agrupación de latinoamericanos: no existía nada. Reunió un grupo y organizaron la Asociación de Artistas Plásticos Latinoamericanos.

69 Entonces se le ocurrió planificar una noche latinoamericana y a promoverla en afiches que colocaron por toda la ciudad. Consiguió un permiso de la policía. Eran tres pintores que iban por todas las calles pegando afiches. Los tres pintores actuaban así: uno se montaba sobre los hombros del otro y Oswaldo le pasaba los afiches. Con un escobillón echaban cola en la pared y pegaban los afiches. Empapelaron París. Oswaldo guarda todavía uno de esos afiches, que fue diseñado por el artista argentino Rodolfo Crasno. Era un argentino de origen judío.

Villanueva lo ayudó

CUANDO RAÚL VILLANUEVA fue a París y le encargó los murales para la Ciudad Universitaria, Oswaldo dibujó y planificó los murales encima de una escalera de quince metros. Oswaldo veía hacia el piso y decía “allá: póngame un color… allá: tal cosa” y después los cortó en pedazos y nunca los vio juntos, armados, hasta que regresó a Venezuela.

Oswaldo recuerda a Villanueva diciendo que Villanueva fue para él un ser formidable. Lo llama así: formidable, porque esa era la palabra que Villanueva empleaba todo el tiempo: formidable, “qué bello eso que estás haciendo: ¡es formidable!” y lo llevaba a los grandes restaurantes cuando estaba de visita en París. Lo invitaba a un restaurant que tenía un libro de firmas en una mesita con pasteles, colores, gouaches y pinceles. Los artistas que llegaban pintaban algo en

70 el libro y lo firmaban. Además de eso, en las paredes del restaurante había obras maestras de Picasso, Matisse, Leger y otros. Oswaldo confiesa que cada vez que se ponía el libro sobre las piernas para ojearlo sentía unas ganas enormes de arrancarle una página. Todas las páginas eran grandes obras pequeñitas, pero grandes obras de Matisse, Picasso y demás señores.

Su amigo

EN AQUELLOS DÍAS LLEGARON a París Alfredo Boulton, Carlos Raúl Villanueva, Inocente Palacios, Marcel Roche y Maruja Rolando, la esposa de Marcel Roche. Cuando Oswaldo Vigas apenas tenía un mes de estadía en París, se apareció Miguel Otero Silva, y le dijo: “Está viviendo en París alguien a quien admiro mucho, un pintor cubano que quiero que conozcas…”, y fueron a comer con el mencionado pintor: era Wifredo Lam. A partir de esa noche, Oswaldo Vigas y Wifredo Lam se veían casi a diario.

Wifredo tenía su taller en un callejón sin salida a unos pasos de la rue d'Alésia. Oswaldo pintaba y vivía en el 33 de la rue Dauphine.

71 Oswaldo Vigas siempre tuvo la virtud de saber escuchar y de aconsejar a los amigos. Quizás por esa circunstancia él y Wifredo Lam se sintieron muy unidos en París.

Oswaldo recuerda que Lam se aparecía a veces a medianoche para contarle sobre algún tormento sentimental.

“Me consultó hasta con su última esposa, una noruega, creo… cuando la conoció la trajo a París. Él subió a mi estudio y a ella la dejó afuera, en un carro. Me dijo “Oswaldo, quiero que conozcas a la chica con quien estoy saliendo, porque deseo casarme con ella y necesito tu opinión”. La hizo subir, hablé, etcétera, etcétera, y me llevó a un rincón: ¿qué te parece? ¿me caso con ella? Y se casó con ella”.

Oswaldo dice que Wifredo Lam tenía muchos problemas con las mujeres y cuando eso ocurría lo llamaba para que le diera consejos. A veces lo llamaba todos los días. Tenía una amante argentina que lo abandonaba y Oswaldo tenía que ir a hablar con ella. Después era con una francesa.

Oswaldo se refiere a la novia argentina, una joven a quien Picasso le dibujó y le pintó una pìerna. La joven sufrió lo suyo para que no se le borrara la obra. Un marchand exagerado quería comprarle la pierna. A esa muchacha la llamaban así: la pierna de Picasso.

“La pierna de Picasso” se llama Sara Sluger y es una prestigiosa periodista cultural argentina. Vivió cuatro años con Lam y en su compañía conoció a los surrealistas. “Nos reuníamos con ellos en el café de la Place Blanche, cerca de Pigalle. Allí estaban todos: André Bretón, Benjamín Peret, Man Ray, Jacques Harold” declaró Sara en una entrevista que le hicieron en Buenos Aires, donde tiene su casa. En esa ocasión señaló que decidió no ir más a las reuniones de los surrealistas porque ya no eran los tipos que hacían grandes escándalos. Lam tampoco siguió yendo a esas reuniones porque, según Sara, “Lam era muy celoso y no le gustaba dejarme sola”.

72 “Era un hombre muy sensible. Un gran conversador y uno de los más seductores que jamás haya conocido. Me hizo crecer espiritualmente. Un detalle curioso es que no le gustaba hablar de pintura. Lo mismo sucedía con Picasso. En cuanto a sus aspectos negativos, eran parecidos a los de muchos grandes artistas que conocí. No hablemos del egoísmo, de la vanidad a un grado superlativo, sino de la mezquindad que supone no compartir los triunfos sino sólo los fracasos. Además, estaba la cuestión del dinero, era muy tacaño. En este sentido recuerdo a Tristán Tzara de quien todo París decía que nadie jamás había visto su billetera”.

Para Oswaldo, Lam fue su mejor amigo en París. Era un hombre mayor que Oswaldo y su obra estaba muy cotizada: valía bastante dinero. Era una obra cara. Oswaldo siempre le decía “quiero un cuadro tuyo pero nunca tengo para comprarte” y un día, en la esquina donde Vigas vivía, en Rue de Sena, pudo comprar, casi regalado, un cuadro del artista cubano.

La primera vez que Lam estuvlo en París, antes de la Segunda Guerra Mundial, Picasso hizo que el gran marchand Pierre Loeb firmara un contrato con Lam y vendiera sus obras. La galería de Loeb estaba ubicada en la rue de Seine. Un tiempo después, Pierre Loeb se disgustó porque Wifredo Lam dijo que Picasso había copiado unas telas suyas.

En relación con este caso, varios críticos opinaron que Lam había sido desleal con Picasso.

Entonces, Perre Loeb, desbocado, inició una campaña contra Lam. Oswaldo cuenta que Loeb se divertía regalando obras de Lam a los pintores jóvenes para que pintaran encima. Un día, el pintor peruano Fernando de Szyszlo llegó hasta el taller de Oswaldo con varios lienzos de Lam y le dijo: “Pierre Loeb me dio estos cuadros para que pinte encima, pero me da mucha lástima eso porque son de un pintor sudamericano importante. Necesito dinero para comprar materiales ¿quieres una de estas telas? Oswaldo le dio todo lo que tenía, que no era mucho.

Vigas comentó el episodio: “En realidad yo pagué lo que valía un lienzo sin pintar: unos doscientos francos y tenía ese cuadro en mi cuarto. Un día le dije a Wifredo

73 Lam “te quiero mostrar algo”. Vio el cuadro y preguntó asombrado ¿en cuánto lo compraste? Le respondí “en doscientos francos”. Y se iba a morir. Yo le debía veinte mil bolívares a Carlos Raúl Villanueva y le dije “mira, Carlos Raúl, yo no te puedo pagar, pero te tengo este regalo” y le di el cuadro de Lam… que ahora vale millones de dólares… es una maravilla de cuadro… Creo que esa cosa es la pendejada más grande que he hecho en mi vida…”

El físico de Lam llamaba la atención. Era una mezcla de Asia con Africa. El padre de Wilfredo Lam era un anciano chino y su madre era una santera negra. Por eso Lam conocía muchos ritos de santería y su pintura tiene tanto que ver con todo eso. Él y Oswaldo comían siempre en el restaurant de un griego que les permitía comer a crédito cuando andaban sin dinero.

Precisamente, en ese restaurante se conocieron Sara Slugger y Lam. Eso fue en el año 1952. Ella fue a comer con unos amigos argentinos al restaurante griego donde todos acudían porque la comida “era buena, abundante y barata”. Ahí estaba Wifredo Lam. Sara le gustó desde que le echó el primer vistazo, pero era un hombre tímido. Sin embargo se acercó a la mesa y se presentó. “Yo me llamo Wifredo Lam” dijo. Uno de los acompañantes de Sara comentó:

-Hay un pintor surrealista cubano, que tiene el mismo nombre que usted…

Con Sofía

SU VIRTUD COMO CONSEJERO no sólo funcionó con Wifredo Lam y otros amigos: también las amigas le consultaban su opinión. Oswaldo dice que estando en Mérida como director de cultura de la Universidad de Los Andes, se aparecieron Sofía Ímber y Carlos Rangel en medio de un aguacero.

74 Oswaldo no conocía a Carlos Rangel. Alguna vez había oído su nombre, porque era un joven muy culto, que había estudiado en Nueva York y en La Sorbona y en algunos círculos de intelectuales hablaban de sus escritos.

Bajo los goterones fríos de aquel palo de agua, llegaron como buscando donde escampar, pero en realidad les importaba poco el temporal: aquello era una visita que se anunció de improviso en la voz impertinente y seductora de Sofía: “¿dónde está Oswaldo? ¿cuál es su oficina?”

Oswaldo sonríe y parece estar inmerso de nuevo en aquella escena.

“Sofía me dijo esa vez: “mira Vigas: me han castigado…” y se notaba que le habían dado un golpe en la boca, tenía partido el labio. “Me vengo a esconder a Mérida porque me dieron un golpe… vine con Carlos…quiero que lo conozcas…dime qué piensas” . Se apartó un poco y observando a Carlos, quien se había distanciado discretamente de nosotros, Sofía me agarró y me preguntó: “dime, Oswaldo: ¿cómo le voy a decir que no a un muchachote como ese?”. Era un tipo elegantísimo y simpatiquísimo y gran personaje. Entonces le comenté sinceramente: “Me parece un hombre inteligente y bien intencionado”. Y efectivamente: hice muy buena amistad con Carlos. Y con Sofía continué la relación que teníamos desde hacía muchos años…una relación ambigua: de amor y odio”.

Oswaldo conoció a Sofía Imber en París, a través de una carta. La presentación epistolar fue obra de su hermana, Lya Imber de Coronil, esposa del médico pediatra Rubén Coronil. Lya fue la primera mujer que se graduó como médico en Venezuela.

Oswaldo había hecho amistad con Lya en el Hospital de Niños, donde él estuvo asistiendo como médico. Cuando Lya supo que Oswaldo iba a Francia le dijo, “te quiero dar una carta para mi hermana que vive en París. Ella es la esposa del escritor Guillermo Meneses. No se si debas conocerla porque ella tiene amigos y enemigos y no se si hago bien”. Oswaldo cuenta que le respondió: “Claro que sí: déjame juzgarlo yo”.

75 Acto seguido, Lya Imber le dio la carta para Sofia y la entregó al apenas llegar a París. Guillermo Meneses trabajaba como primer secretario en la embajada de Venezuela. Guillermo y Sofía lo adoptaron: lo llevaban para todos los lados “y fui testigo de todo lo que hacía Sofia allá y de lo que no hacía. Siempre la tuve como alguien que yo apreciaba mucho y soy uno de los pocos que no estuvo enamorado de ella”.

Capítulo XVII

El asunto con Picasso

DESDE HACE POR LO MENOS cincuenta años, las paredes del taller de Oswaldo Vigas mantienen la misma atmósfera. Es una atmósfera curiosamente invocada por la presencia de máscaras y otros objetos de arte africano; figuras zoomorfas y antropomorfas precolombinas, que son como los ancestros de las brujas de Vigas… y también generan algunos efluvios de esa atmósfera las fotografías de Picasso conversando con el joven Vigas. Podría insinuarse que todo aquello es una especie de altar personal, aunque sencilla y llanamente sólo refleja el gusto

76 marcado de Oswaldo por las culturas antiguas y su admiración y cariño por el inimitable artista mujeriego, genio terrible del erotismo, que siempre será .

Por cierto que en una de las fotografías con Oswaldo, Picasso está sentado en su famosa cabra, la escultura que tiene su hogar en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, donde la gente juega a ordeñarla.

Ahora que transita ardorosamente por las edades de Picasso, Oswaldo Vigas entiende mucho más al desaparecido pero omnipresente artista. Y lo recuerda con el mismo fervor amoroso con que rememora a su padre.

La ciudad de Valencia iba a cumplir 400 años y querían hacer en el Ateneo de Valencia una gran exposición, que tuviera buenos nombres. Le pidieron a Oswaldo que los asesorara y les hizo una lista de 110 artistas, encabezada por Picasso.

A continuación escribió cartas para enviarlas a los artistas, invitándolos. Él mismo se propuso buscar las obras de los artistas franceses o residenciados en Francia.

Comenzaron a llegar las obras para Valencia, pero no las dejaban pasar de la aduana. Frida Añez, quien era la presidenta del Ateneo, le escribió: “no sé qué hacer para sacar las obras de la aduana”. A Oswaldo se le ocurrió involucrar a Picasso. Entonces le dijo a Frida “déjame llamar a Picasso para forzar la barra”, y lo llamó pero no lo encontró. Entonces decidió ir a verlo a la Costa Azul.

Llamó a Humberto Castillo, el pianista venezolano, porque él conocía a Picasso. Humberto le dijo “vamos a La Californie, la villa-taller de Picasso en Cannes”.

Entonces decidió ir a la Costa Azul, acompañado por Humberto Castillo, a quien quería como a un hermano y por dos de sus mejores amigos: Ángel Hurtado y Humberto Jaimes Sánchez. Salieron hacia Vallauris, donde Picasso tenía su taller de cerámica. Había huelga de autobuses y tuvieron que llegar caminando a Vallauris. No había cuartos libres en hoteles ni pensiones, porque era verano y el turismo ocupaba todo: no se conseguía ya donde dormir. Siguieron caminando y entonces llegaron a un establo de vacas, consiguieron una lona y la extendieron

77 sobre la paja de las vacas. Cargaban varias latas de sardinas pero no tenían abrelatas.

Cuando estaban tratando de abrir las latas para comer, Humberto Castillo lo llamó aparte y le dijo: “vamos al pueblo a ver si el carro de Picasso está allá”. Llegaron al lugar y había una pared bajita. Oswaldo se subió a la espalda de Humberto y vio que estaba estacionado un carro viejo. Humberto quiso ver y se subió a la espalda de Oswaldo. Su voz sonó eufórica cuando comentó: “ese es el carro que lleva a Picasso… si lo están lavando es porque Picasso va a salir”.

Fueron caminando hasta la villa La Californie: así se llamaba la casa donde vivía Picasso en Cannes. Estaba en una colina. No había más casas allí.

Abajo está el barrio pesquero de Suquet. Empezaron a subir hasta llegar al sitio donde estaba La Californie, caminaron y caminaron y llegaron a una reja: no se podía pasar. De pronto vieron el carro subiendo aquella cuesta. Abrieron la reja, el carro entró y la volvieron a cerrar. Ellos se quedaron esperando en ese portón. Humberto le dijo “ya vas a ver: ahorita va venir el carro con Picasso” y en efecto, al ratico se apareció el carro, abrieron la reja y el carro salió hacia la calle. En el instante en que pasó cerca de ellos, Humberto y Oswaldo se subieron al pescante.

Humberto se dirigió a Picasso: “maestro: vengo con un amigo venezolano que quiere conocerlo porque tiene algo que proponerle”. Picasso se quedó viendo a Oswaldo, le tendió el brazo para saludarlo y le dijo: “vente después de las siete, cuando esté comiendo, para que hablemos”. Los jóvenes se bajaron y Humberto exclamó “!lo logramos”! El carro se fue con Picasso y ellos regresaron al establo donde se habían alojado. Encontraron a Ángel Hurtado abriendo las latas de sardinas con unas piedras.

Oswaldo ahora cuenta que él quería invitar a Jaimes Sánchez y a Ángel Hurtado al encuentro con Picasso, pero Humberto Castillo le dijo “déjalos tranquilos y vámonos nosotros”. Oswaldo había llegado todo alborotado diciendo, “vi a Picasso: me recibe esta noche, vengan con nosotros” y ellos seguían abriendo las sardinas. Humberto Castillo decía, déjalos, déjalos, déjalos. Cuarenta años

78 después el pianista le confesó a Oswaldo por qué los había dejado, aunque esa confesión evidenció un prejuicio de su parte: “los dejé, porque olían mal y si hubiéramos ido con ellos, Picasso no nos habría recibido nunca más: él detestaba a la gente desaliñada”.

Esa misma noche estaba Oswaldo Vigas con Picasso. Lo recibió sin hacerlo esperar. Maya estaba allí. Tenía 19 años. Desde esa época se hicieron amigos ella y Oswaldo.

“Ella se me pegó inmediatamente… y Picasso me decía anda ¿no te gusta mi hija?, anda: ve con Maya. Podía haberme empatado con ella, me simpatizó… pero no me daba nota. Todavía somos amigos: cuando voy a París la busco y nos vemos”, dice Oswaldo.

La conversación picassiana

Francoise Gilot había dejado a Picasso y él ya estaba viviendo con Jacqueline Roque. Eran casi las siete de la noche cuando Oswaldo Vigas y Humberto Castillo llegaron caminando a La Californie. Se apareció la propia Jacqueline Roque a abrirles la puerta. Ella dijo: Pablo los está esperando. Los dejó con él. Al ratico volvió.

“Mira Pablo: ahí está una señora española que quiere verte”. Picasso ve a Oswaldo y le pregunta ¿qué hago? ¿la recibo? Y él mismo se contesta: No: yo no la quiero ver, dile que no puedo verla. Y siguió conversando con Oswaldo.

Cada vez que Picasso abría la boca era para decir algo extraordinario. De repente saca los últimos cuadros y le pregunta a Oswaldo: ¿Qué te parece lo que estoy haciendo? Oswaldo responde: como todo lo que usted ha hecho, maestro: ¡muy bueno! ¡magnífico! Picasso le replica: me estás engañando… Velásquez… ese si era cojonudo… lo mío no… !Velásquez!

79 Llegaba Jacqueline otra vez: “la señora española dice que no se va, que ella quiere verte y no se va hasta que no te vea”. Picasso mira a Oswaldo y responde como si le respondiera a él: bueno: dile a la señora que pase. Y entra una señora chiquita… lucía un sombrero con ramitos de violetas… un velo… unos guantes blancos… zapatillas… Picasso la ve, da un golpe escandaloso como de piedra de dominó sobre una endeble mesita y le dice: “Tú lo que necesitas es un torero... Mira Pepete, ven aquí”. Pepete era un banderillero. No era un torero. Picasso siempre tenía por ahí algunos banderilleros, picadores, que después de la corrida dormían en su casa, en alguna parte. “Tú lo que necesitas es un torero, anda”, dijo Picasso a la señora española. Le dio un empujon y se la mandó a Pepete.

De repente, Picasso le preguntó a Oswaldo: ¿ Y que es lo que tú quieres?, y él le respondió: “en mi ciudad, Valencia, se hace una gran exposición y yo quiero que usted participe como presidente honorario de la exposición”. Él le dijo: Bueno ¿qué es lo qué hay que hacer? “Hay que hacerle una cartica a Valencia”. Dame papel. ¿Qué quieres que le ponga? Hágale un dibujito, insinuó Oswaldo. Picasso hizo una paloma.

Luego preguntó, sin levantar la cabeza del dibujito: ¿Y qué quieres que le ponga? “Ponga ahí: para el Ateneo de Valencia y el pueblo de Valencia en los 400 años de la ciudad”. Escribió y lo firmó. Y ahora ¿qué más quieres? Quiero que le mande una cartica a Louise Leris, (la directora de la galería de París que lo representaba), para que Louise me dé una obra suya para Valencia. Asintió y agregó: “Vamos a decirle además que te ponga un cuadro a la mitad de precio, para que lo puedan guardar allá”. Y le dio al artista venezolano un cuadro que en la época valía 20 mil dólares, un poco más de 80 mil bolívares, a 4,30 por dólar. Se lo puso en 20 mil bolívares. Que en aquellos días eran menos de cinco mil dólares. Nadie quiso comprar esa obra en Venezuela. Comenzando la década del 2000 se vendió en Europa por varias decenas de millones de dólares.

80

Todos esos pintores…

OSWALDO MENCIONA CON CARIÑOSA nostalgia a esos pintores que forman parte de la gloria y de la historia del arte, pero también, muy en el fondo de su alma artística, lamenta no haber tenido recursos económicos suficientes como para comprar algunas de aquellas piezas. No sólo porque valgan hoy en día millones de dólares: eso no le amarga la vida, pero en verdad Oswaldo valora la creatividad y la inteligencia y puede pasarse horas contemplando una obra de arte especial.

81 Por eso, cada vez que tiene la oportunidad, habla sobre el tema de los geniales consagrados cuyas obras logró llevar a la Valencia de los años cincuenta.

En aquella ocasión invitó a Picasso, Magritte, Manessier, Max Ernst, Fernand Léger… y muchos otros. No eran solamente artistas franceses. Max Ernst, era alemán residenciado en París. Oswaldo recuerda: “Max Ernst era amigo mío y su esposa, una norteamericana llamada Dorothea Tenning, dormía a veces en mi cama de París. Cuando llegaba la encontraba acostada y era muy bella. Yo la apreciaba mucho”.

Max Ernst era una persona que Oswaldo quería entrañablemente. Se lo presentó Carlos Raúl Villanueva. Un día le preguntó a Max Ernst, ¿cuánto vale un cuadro tuyo, de pequeño formato?, “tres mil francos”, le dijo Ernst. Eso era una ínfima cantidad porque Max vendía muy barato. Pero de un día a otro le dieron el gran premio de Venecia y su cotización saltó por los cielos.

En una vitrina se exhibía un Max Ernst pequeñito. Oswaldo lo veía siempre. Valía, precisamente, tres mil francos. Villanueva le había encomendado: “cuando veas una ocasión por ahí de adquirir un cuadro de Max, avísame y te envío el dinero para que lo compres”. Oswaldo le escribió: “manda dinero hay un Max Ernst en tres mil francos”. Villanueva giró dinero rápidamente y Oswaldo se fue inmediatamente a la galería. Le mostró al galerista el cuadrito que estaba en la vitrina, diciéndole “quiero ese de tres mil francos”. El galerista le indicó, muy cortésmente, con una interrogante: “¿Max Ernst en tres mil francos? Eso no es verdad, usted se equivoca, eso vale trescientos mil”. Oswaldo se lamentaba y se sigue lamentando, porque Villanueva era amigo de Max Ernst y no se le ocurrió comprarle un cuadro antes de ganarse el gran premio de Venecia.

Oswaldo confiesa que al Picasso que envió a Valencia le endosó la tarjeta de Inocente Palacios, como si Palacios hubiese comprado la pieza, pero a la hora de pagar, Inocente dijo que no. El cuadro lo devolvieron a París. Hace unos años, Oswaldo vio el cuadro en una gran exposición de Picasso que organizaron en el

82 palacio de los Papas, en Aviñón. Una empresa de Zurich lo compró en varias decenas de millones de dólares.

Vigas se molesta cuando rememora aquello. “Nadie quiso el Picasso. Pero consideraban una maravilla a Vasarely. Porque aquí les metieron en la cabeza que la gran pintura se había acabado. Compraron en la Exposición Internacional de Valencia todas las rayitas y dejaron pasar a Picasso, a Magritte. El Magritte que me mandó Magritte, era de este alto y nadie lo quiso. Era una montaña sobre el mar, un mar con una montaña arriba, flotando en una nube. Lo vendía en diez mil bolívares. Y ahorita debe valer como cien millones de dólares…”.

-Imagínate tú todo lo que llegó a esa exposición y no compraron un carajo. El Léger, de dos metros de alto, un cuadro de 1934, que me dio Léger, y se murió una semana después. Yo dije: “ese cuadro se tiene que quedar en Valencia: ha muerto Léger”. Y ese cuadro, por cierto, fue toda una aventura, porque yo debía ir a la galería La Francia a buscar el Manessier, que era de esa galería. Antes había pasado por el taller de Léger y él me entregó el cuadro, pero no cabía en el taxi. Lo puse arriba del vehículo, amarrado y me dirigí en el taxi a la galería La Francia. Iba a recoger el Manessier, pero el taxi no se podía parar ahí, había muchos carros y no había dónde estacionarse.

-Reviviste una auténtica escena de humor francés…

-Me bajé y le dije al taxista que diera la vuelta a la manzana. El taxista se fue y cuando vi que se iba, coño, con el Léger arriba, saqué un lápiz y anoté la placa, pensando “por lo menos tengo el número de la placa”. Saqué el Manessier y me paré en la puerta a esperar el taxi, pero el taxi no llegaba. Había mucho tráfico, y yo pensaba: ¿y si se fue con el cuadro? Pensaba, pensaba. Pero al cabo de diez minutos apareció el taxi con el Fernand Léger encima.

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Capítulo XVIII

Aquellos fulanos catálogos…

EN FIN: LLEGARON AL FESTEJO de Valencia los nombres más resonantes de la pintura contemporánea; un lote de pioneros, de genios irreverentes, pero no calaron: en realidad Venezuela no había asimilado todavía ese esplendor, no

84 captaba el poder de una expresión artística que comenzaba a influir en todo, que se tornaba diseño, estructura, arquitectura, vestimenta…

Cuando se inaugura la exposición de Valencia, le envían a Oswaldo en París una muestra de los catálogos. Oswaldo se llevó una sorpresa desagradable al ver que aparecía, como presidente honorífico de la exposición, el dictador Marcos Pérez Jiménez. Guardó un catálogo y los demás los quemó. Pero los venezolanos que vivían en París se enteraron y cuando se encontraba en la calle con algunos de sus viejos amigos, no lo saludaban; le gritaban: ¡hijo de puta!, ¡esbirro!, ¡policía! ellos creían que él era cómplice de aquella barbaridad.

Toda la gente que había mandado obras le preguntaba ¿cuándo llegan los catálogos? Y él les decía “no han llegado”… y cuando se enteraron sus amigos de que Pérez Jiménez figuraba en el catálogo, empezó a sufrir el desprecio: apenas salía de la casa donde vivía le gritaban, ¡traidor! ¡hijo de perra! ¡hijo de puta, traidor! Él se escondía para que no lo vieran cuando salía… !traidor! !traidor! !traidor!

Oswaldo no guarda ningún rencor. Justifica a quienes lo insultaban: “Ellos no estaban al cabo de saber… no sabían…”.

Pero él no le volvió a hablar a Picasso, no lo visitó más. Porque no quiso decirle “mira: tu nombre no lo pusieron porque pusieron al dictador”.

Cincuenta años después, hablando con Frida Añez en Valencia, ella le contó por qué hicieron eso. No tenían dinero para hacer el catálogo, entonces fueron a ver a la compañía Shell de Venezuela buscando financiamiento y la compañía Shell exigió que Pérez Jiménez apareciera como presidente honorifico, entonces por eso pusieron a Pérez Jiménez. Pero Oswaldo, de la vergüenza, nunca más fue a la casa de Picasso.

Ahora, con problemas para caminar, condenado a estar más tiempo sentado, Oswaldo mira más allá de las cosas. Huele y observa en su paleta los óleos y las

85 materias de todos los talleres del pasado y es como si el diálogo con Picasso tuviera lugar todavía.

-La última vez que nos vimos se puso a llorar y yo hacía lo mismo… eso era en la puerta de su casa en Cannes… yo estaba con un pañuelo llorando y él también y él gritándome vuelve, vuelve, vuelve: promete que volverás y yo le decía volveré te prometo que volveré… si vuelvo a ver a Picasso nos habríamos encariñado más y eso me habría jodido a mí…

(Deja en suspenso lo que quiere decir porque está evidentemente emocionado. Como si viviera de nuevo aquella escena).

-Me habria quedado pegado de él… es muy triste porque no lo vi más y verdaderamente fue un momento… ¿cómo te diría? como si hubiera sido mi papá, una relación así, de gran cariño. Él nunca vio lo que yo hacía. Me dijo “tráeme lo que haces, muéstrame tus cosas”. ¿Sabes por qué no le llevé nunca mis obras? Porque yo me dije: “si ve lo que hago me va a copiar”. Oswaldo se ríe de lo que dice. Y luego exclama: ¡qué historia…!

A continuación agrega, casi en un susurro:

-Como ser humano, es el que más he querido y seguramente yo fui una excepción para él… porque Picasso era muy dificil, y conmigo fue una cosa inmediata…

La despedida

LA ADMIRACIÓN HACIA PICASSO no sólo era un tributo a la genialidad del maestro español. Pablo Picasso conformaba una figura paterna para Oswaldo. Picasso

86 comprendía al joven Vigas, ambos se identificaban en el arte y en la sensualidad y podían hablar largamente de cualquier aspecto sin aburrirse. Esos dos seres sensibles y ácidos, podían esgrimir la importancia que le daban al arte por encima de cualquier otra cosa. Y aunque no pudieron vivir una amistad prolongada, por culpa de una pésima circunstancia, fueron amigos que se quisieron entrañablemente y que se despidieron como si cada uno hubiera muerto sin saberlo el otro.

La última vez que hablaron largamente, Picasso le dijo “quédate un día más para que conozcas a mi personaje de confianza: él arreglará en París lo que tu quieras… el tiene mucho poder: es Maurice Chardot…” .

Se quedó un día más. Al día siguiente llegó a casa de Picasso y estaba Maurice Chardot. “Mira: este es Maurice Chardot, este es Oswaldo Vigas, quiero que lo ayudes en París con todo lo que necesite”, dijo Picasso, presentándolos. Oswaldo nunca llamó a Chardot en París, pero lo vio de nuevo en Caracas cuando vino invitado por Sofía Imber porque él había donado la colección de los grabados, la Suite Vollard. Lo vio y Chardot, al verlo, lo recordó: “Vigas… Vigas… te conozco. Nos encontramos en casa de Picasso, en el año 55”.

Capítulo XIX

Otros amigos inolvidables

MERCEDES COMAPOSADA GUILLÉN era una luchadora social española, que fue alumna de Antonio Machado y de José Castillejo. Junto con Lucía Sánchez Saornil

87 fundó el grupo Mujeres Libres en el año 1936. Mercedes se convirtió en la editora de la revista de la mencionada agrupación y esa revista era ilustrada por su compañero, el artista Baltasar Lobo. Mercedes y Baltasar se habían conocido en el año 1933. Ella y Baltasar se incorporaron al trabajo en la revolución española del año 1936. Cuando ocurrió la derrota se refugiaron en París bajo la protección de Pablo Picasso.

Picasso los llamaba “estos Lobos, que son como palomas mías”. Formaban parte del círculo de amigos más queridos del pintor malagueño. Al pie del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela reina con su belleza una de las maternidades famosas de Baltasar Lobo. El arquitecto Carlos Raúl Villanueva le encargó esa obra. Villanueva conoció a Lobo en casa de los Poleo, en el Boulevard de los Inválidos: “Fui a menudo a su taller con mi hijo Francisco y con Oswaldo Vigas… era un apartamento muy simple y muy modesto… Lobo estaba siempre dispuesto a recibirnos con buena paella y prometedores vinos españoles. Unas obras de sus grandes amigos Pablo Picasso y Henri Laurens se veían guindando por encima...”.

Cuando Oswaldo Vigas conoció a Baltasar y a Mercedes, la pareja atravesaba malos momentos económicos.

En aquel tiempo, Baltasar y Mercedes vivían en la miseria, según la narración de Oswaldo. Las ventas que hacía Baltasar por ahí eran poquitas. Un día llegaron a embargarlo porque los esposos no podían pagar el alquiler del tugurio donde vivían, que era un cuartuchito separado por una pared donde estaba el catre de Baltasar y un cuartico donde dormía Mercedes. Entran los personajes a embargarlos y ven que en la pared hay cuatro Picassos… uno chiquitico, de la época del Guernica, que era una maravilla… otro era un retrato de Mercedes con un pañuelo… y los otros dos Vigas no recuerda qué representaban. Pero Baltasar no estaba. Mercedes estaba sola y recibió a los del embargo que iban con el alcalde y la policía. Después que hablan unos instantes el alcalde le pregunta a Mercedes ¿su esposo es artista? Y ella le dice: sí: mi marido es artista… el alcalde le dice, señalando los cuadros de Picasso, creyendo que son de Baltasar Lobo: ¿y

88 esto es lo que él hace? Y Mercedes se quedó con la boca cerrada porque el alcalde y los demás embargadores no sabían que esos eran unos Picassos… el alcalde terminó la visita diciendo: “Con razón nadie le compra nada… dígale a su marido que pinte otra cosa”.

Oswaldo también conoció al poeta Rafael Alberti en la casa de Mercedes y Baltasar. Dice que ahí conoció a un gentío. “Y lo que comían era tortilla española, siempre una tortilla con papas… era la comida: una tortilla con papas”.

El bohemio Carlos Torroba

89 JOSÉ BÁRCENA, a quien llamaron el ilustre camarero del Café Gijón, escribió un libro sobre la bohemia que acudía a ese lugar en Madrid. En un capítulo, el susodicho Bárcena dedica un pasaje a Carlos Torroba:

“En los años 70 le cerraron una galería donde exponía sus cuadros característicos con temas de la Natividad, contrastando con belicosos nazis, ya que una amiga suya se quedó en bolas en la exposición. La últma vez que he visto a Carlos Torroba, fue cojeando por la calle, cuando le pregunté por qué andaba cojo, me sorprendió: no, Bárcena, no estoy cojo, es que como hay tanta gente peligrosa en la vía pública, llevo un arma para defenderme si alguien se mete conmigo. Torroba se sacó de una pierna del pantalón un sable de un metro de largo por lo menos, lo que le impedía andar correctamente”.

Torroba era uno de los amigos muy particulares y especiales de Oswaldo Vigas en París. Probablemente, es el personaje que le hace sonreír con más alegría, a la hora de poner en marcha los recuerdos.

Carlos Torroba era un poeta y pintor español, loco, borracho y gran persona, que adoraba a Oswaldo, porque éste le mostraba una amistad sin recriminaciones y sin prejuicios.

En una ocasión, Oswaldo envió un cuadro grandísimo a una exposición en el Gran Palace de París. Al terminar la muestra Oswaldo no podía ir a buscar la obra y le pidió a Carlos Torroba “anda y búscame este cuadro”. Le dio dinero para pagar el taxi. Torroba se fue y no aparecía. Torroba se tardó como cuatro horas, hasta que al fin llegó, a pie, sudando. No había gastado el dinero en un taxi. Sólo hizo un comentario: “coño, Oswaldo: traía el cuadro por la orilla del Sena, pero al llegar al borde de la Concordia me sopló un viento contrario, tan fuerte, que casi me lo arranca del hombro…”.

Torroba llegaba al taller de Oswaldo, que era un cuartucho, a cualquier hora del día o de la noche. Se quedaba ahí y comía lo que Oswaldo tuviera. Cuando no había comida le registraba los bolsillos de los pantalones, si conseguía algo le dejaba un papelito: “conseguí doscientos francos, cogí cien y te dejé cien”. Un día

90 le pidió el abrigo a Oswaldo: “préstame tu abrigo para pasar la esquina” porque llovía a cántaros. Se lo puso, salió corriendo y atravesó la calle bajo aquel frío invierno. Se perdió entre las mesas de unos cafés. Oswaldo se quedó esperándolo y al ratico se apareció sin el abrigo. Le dijo: “lo vendí en doscientos francos… cien para ti y cien para mí…”.

Rondaba las librerías, robaba libros interesantes y se los traía a Oswaldo. Era poeta, borracho, dormía en el piso de los cafés. Un día le dijo a su amigo: “estoy enamorado Oswaldo y me quiero casar con mi muchacha”. Tenía una chica de 17 años, lo adoraban las mujeres y era todo chorrito, así, sin dientes. Le faltaban dientes, tenía poco cabello, la nariz torcida pero era un gran conquistador. Le dijo a Oswaldo en aquella ocasión: “estoy enamorado y me quiero casar, tienes que prestarme una camisa y una corbata porque voy a pedir a mi novia… y quiero que me acompañes…”.

Salieron a ver a esa novia. Oswaldo sentía una inquieta curiosidad. Llegaron a un hotel particular, y Torroba explicó que ese era el hogar de la novia. Oswaldo le dijo: te espero aquí, sentado en un cafecito y Torroba se fue, recién vestido. Le abrieron la puerta y entró. Transcurrió un lentísimo rato. De pronto se abrió la puerta y apareció Torroba dando traspiés. Lo sacaron a patadas. Salió llorando. La novia estaba embarazada y el padre de la novia le gritó: “Yo seré el padrastro pero usted jamás será mi yerno y si no se va inmediatamente de Francia lo sacamos con la policía”. Le dieron 24 horas para abandonar París, era una familia de nobles franceses, muy ricos, con mucho poder, y lo sacaron a empujones, llorando.

Esos franceses no sabían que Torroba era de Madrid y pertenecía a una de las familias de más abolengo de España; uno de sus hermanos era presidente de una naviera española y otro se desempeñaba como embajador de España en Londres.

Eso lo comprobó Oswaldo en un viaje que hizo a Madrid con Carlos Leter, un escritor argentino. Le anunció a Torroba que iba a Madrid: “si tienes algo qué enviar o algo qué decirle a alguien” y Torroba le dijo “si puedes anda a ver a mi

91 madre, en el barrio Chamberí… a lo mejor me envía dinero para comprar un pantalón”.

Oswaldo no creía mucho en aquello, pero al llegar a Madrid se dirigió con Carlos Leter al barrio Chamberí y consiguió la casa. Tenía una verja inmensa, era una mansión. Tocaron el timbre y les abrió la puerta un tipo de librea, un mayordomo, vestido de esmoquin negro. Pasaron a la sala de entrada. Había un Velásquez, un Goya y otras obras de similar importancia. Esperaron a la madre de Torroba. Al rato ven que baja parsimoniosamente por una escalera, una señora como sacada de un cuadro de Goya, con las zapatillas emergiendo debajo de la falda; los mitones, los guantes blancos y el cuello aquí, lleno de faralaitos. Es la madre de Torroba. Desde la escalera los observa, a él y a Carlos Leter y les dice: ¿Ustedes son, entonces, amigos de mi hijo Carlos? “sí, sí, sí” responden ellos muy afanados por ser gentiles. Y la señora agrega: “Seguramente deben ser también unos ladrones y unos bandidos como él…”

Oswaldo se sintió dolido por el comentario y por su amigo Torroba y le dijo “No señora, está equivocada” pero ella insistió: “mi hijo Carlos es un bandido… cuando tenía 16 años intenté corregirlo: lo hice ingresar a la Armada y el bandido desertó”.

Entonces Oswaldo recordó algo: Carlos le contó que lo habían enviado a Rusia, a la Legión azul, y había corrido cuarenta kilómetros bajo el fuego de las baterías soviéticas, cuando los alemanes invadieron Rusia. Oswaldo pensó que era un invento de Carlos. Pero realmente estuvo destacado en Rusia, con la tropa española que envió Franco. Y desertó. Era verdad que había corrido cuarenta kilometros para escaparse de la guerra. Oswaldo comenta que ese día entendió a Torroba. La señora Torroba expresó con cierto rencor de madre herida y decepcionada: “Carlos debe tener hambre… la última vez que lo vi no había comido, pero le pregunté y me dijo que estaba hasta aquí… (tocándose la garganta) yo sabía que no había comido pero no lo admitió… era un bicho…” .

Apenas llegó a París Oswaldo buscó a Carlos Torroba. Carlos supo que lo estaba buscando y fue a verlo a su taller. Oswaldo le dio un abrazo y le dijo: “coño,

92 Carlos: ahora sé por qué tú eres así”. No quiso comentarle su impresión sobre aquella madre tan orgullosa. La madre que tenía. Qué cosas le contó la madre de Torroba.

Un día Torroba desapareció y Oswaldo no supo más de él hasta hace unos pocos años, cuando su hijo Lorenzo Vigas tuvo que ir a Madrid. Como Oswaldo recuerda siempre a Carlos, le dijo a Lorenzo “trata de averiguar si Carlos Torroba vive todavía”. Le dio a Lorenzo todas las indicaciones: En el café Gijón tienen un pizarrón donde tú dejas papelitos. Pones: Busco a Carlos Torroba. Colocas el teléfono del hotel donde te alojes y firmas: Lorenzo Vigas. Si él va al café Gijón te va a llamar. Tú le explicas: soy el hijo de Oswaldo Vigas.

Lorenzo hizo todo eso que le recomendó su padre. Y se apareció Torroba, vestido de amarillo de la cabeza a los pies. Carlos Torroba, cuando lo vio, le preguntó: “¿tú eres el hijo de Oswaldo Vigas?, y Lorenzo respondió: “sí: yo me llamo Lorenzo Vigas, mi papá te manda un saludo”. Lorenzo se quedó impresionado, porque Carlos Torroba, elegantemente vestido y enloquecidamente emocionado, se tiró al suelo diciendo ¡Alá es grande, Alá es grande!

Oswaldo supo, después de eso, que la madre de Carlos y varios hermanos habían muerto. Los Torroba tenían un imperio supermillonario y Carlos terminó heredando una gran fortuna. El heredero está vivo y se viste de amarillo. Y cuando llega al café Gijón todo el mundo le hace reverencia.

Hablando en lengua

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UNO DE SUS AMIGOS MÁS QUERIDOS es el artista plástico Alirio Oramas. Cada vez que detalla sus historias y anécdotas, Oswaldo menciona a Oramas colocándolo en un lugar especial de su cariño. Alirio Oramas siempre se apareció en el momento justo y compartió muchos puntos de vista con Oswaldo. Alirio y Oswaldo han tenido también en común, la pasión por los temas filosóficos.

Hubo una época en que Oswaldo Vigas leía mucha filosofía y se la pasaba meditando sobre los temas de Heidegger. Por ejemplo, en su cabeza podía estar rebotando durante todo el día, un enrevesado pensamiento heideggeriano como este:

“¿A qué se debe que exista ahora una “precedencia del método sobre el saber” y que, en nuestra época, “el procedimiento prevalezca sobre la experiencia”? y menudencias de esa índole.

Él y Oramas estuvieron juntos en Madrid y se iban al Café Gijón, que era el Café de los poetas. Allí se quedaban sentados. Era la etapa en que Vigas había leído por primera vez a Heidegger. Estaba fascinado con la filosofía de Heidegger y hablaba todo el tiempo de ese filósofo. Una noche, Alirio Oramas y Oswaldo estaban hablando de Heidegger con el escritor y crítico de arte español José María Moreno Galván. De repente, Alirio se quedó viendo fijamente a Oswaldo y luego miró a Moreno Galván. Los veía y hablaba. Hablaba. Pero hablaba en un raro idioma.

Moreno Galván, con el entrecejo fruncido de extrañeza, le preguntó a Oswaldo: “¿qué otro idioma saben en Venezuela además del castellano?”. Y Oswaldo le respondió: “allá sólo hablamos español ¿por qué me preguntas eso?”. Y Moreno Galván le dijo: “Entonces ¿qué es lo que habla ese amigo tuyo?”, porque Alirio, veía a uno y a otro y hablaba en “lengua”. Oswaldo, nervioso, le dijo a Moreno Galván: “Alirio está hablando en lengua… ¿Sabes lo que es hablar en lengua? Hablar en lengua es lo que practican los carismáticos… lo que hablan los apóstoles cuando llega el Espíritu Santo…”.

94 Moreno Galván se quedó mudo y pensativo. Un poco nervioso también. Oswaldo explica que hablar en lengua no es ningún idioma, y Alirio hablaba en lengua. Eso es un estado de trance. Lo cierto es que Oswaldo se hallaba tan asombrado como Moreno Galván. En pleno Café Gijón.

Moreno Galván le preguntó de nuevo ¿qué es lo que habla? Oswaldo miraba directamente a su amigo Alirio y de pronto sintió un enorme miedo, se olvidó de Moreno Galván: agarró a su amigo Alirio y le dijo “vamos al hotel para que no hables más”. Sin embargo, él siguió hablando en lengua, diciendo cosas que Oswaldo no entendía, pero le respondía “okey, okey” y así lo llevó al hotel, lo metió en la cama, lo acostó y apagó la luz. Y se quedó abrumado de miedo. ¿Qué le pasa? Pensaba. No podía imaginar qué era lo que ocurría. Mucho tiempo después comprendió que Alirio estaba hablando en lengua, porque una prima de Janine, que es carismática en Francia, habla en lengua.

Oswaldo explica que viendo la película Cabo del miedo, con Robert de Niro, se dio cuenta de que el bandido, cuando se está ahogando y saca la cabeza del agua, habla en lengua. “Pocas personas saben lo que es eso, pero haberlo oído es una extrañísima experiencia. Los carismáticos se reúnen y hablan en lengua y eso es una repetición de lo que escriben en Hechos sobre los Apóstoles cuando el Espíritu Santo vino… hablaban todos en lengua…”.

Se refiere, Oswaldo, al capítulo 2 de Hechos:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados.

Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos.

Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.

95 Dicen que el don de lenguas es concedido a una persona por el Espíritu Santo para hablar en todos los idiomas al mismo tiempo. Y cada quién puede oír en su idioma nativo al que habla”.

Pablo dice, en Corintios:

" En la Ley de Dios dice: Hablaré a este pueblo por medio de otros idiomas y por boca de extranjeros; pero ni así me escucharán. Entiendan, pues, que el hablar en lenguas es una señal destinada a aquellos que se niegan a creer, y no a los creyentes, mientras que la profecía es señal para los creyentes y no para los que se niegan a creer".

Capítulo XX

Sobre dificultades en la creación

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CUANDO OSWALDO HACE UN DIBUJO, la gente que no sabe mucho de eso y no conoce su trayectoria, no le da mayor importancia a esos trazos. Su trayectoria, ese tiempo prolongado en que se ha pasado los años dibujando lo que inventó, solazándose desde niño, lo ha pasado buscando ángulos distintos para sus estructuras. Cuando Oswaldo hace unos trazos, de manera simultánea intuye sus lados, lo de abajo y lo de arriba. Es como mirarse en un espejo con otro espejo colocado a sus espaldas.

Con la escultura trabaja de esa manera. Agarra la arcilla y la modela. Entonces las esculturas surgen normalmente. Pero él les pone espalda a sus esculturas. Porque según él, muchos pintores, cuando van a hacer esculturas no pueden, porque ellos ven todo plano, ven una sola dimensión. Oswaldo señala que él ve las tres dimensiones. Inclusive, cuando trabaja en un cuadro, puede ver ese cuadro por detrás… aunque sólo pinte el frente, él puede imaginar la espalda. Y todos los dibujos que hace son así también.

Opina que grandes pintores como Roberto Matta y Wilfredo Lam, no se plantearon ese aspecto: las esculturas de Matta son planas, las esculturas de Lam son planas. Picasso sí, Picasso modelada por todos lados. Torres García también, pero en general la escultura de los pintores es plana.

Cuando se le insinúa que tal vez tratan de ahorrarse material, Oswaldo dice que no es recomendable ser pichirre en el trabajo, porque entonces se limita el resultado. “Si no puedes comprar material, colores, telas, etcétera debes ser capaz de trabajar con cualquier cosa. A mí me dicen: yo no estoy trabajando porque no puedo comprar colores, pero Reverón trabajaba con mierda… entonces, ¿cuál es el problema?, “carboncillo, no tengo carboncillo” ¡ceniza, coño!… con ceniza también se dibuja… ¿no hay tela? ¡papel periódico!... yo he hecho muchísimos cuadros en papel periódico porque no tenía tela. La época azul de Picasso, se dice que la vivió porque sólo tenía el color azul y por eso todo lo trató como si fuera azul… pero pintaba igual…

97 En un poema que escribió en febrero de 1984, Oswaldo se refirió al color:

“El color es un azar que palpita en la retina sin ninguna lógica.

Ni el azul ni el rojo tienen memoria,

únicamente simpatías pasajeras, caprichosos designios que no comprendemos” Si tuviera más tiempo se la pasaría en el taller de Mérida donde hace las esculturas. El taller está en los Llanitos de Tabay. Se llama Taller La Fortaleza. Oswaldo se instala en una pequeña pensión que se llama El patio de las flores y va caminando hasta el taller de esculturas. Ahí hace cuatro o cinco esculturas, pequeñas y medianas. Y cuando sale del taller La Fortaleza, se va directamente a dormir a El patio de las flores. Pero hace tiempo que no va. La salud en mengua se lo impide. Pero sigue haciendo bocetos. Ahí está la muestra. Hay varios cuadernos. Oswaldo dice, como si el tiempo estuviera escondido, evadiendo deseos y aventuras: “Ahora tengo centenares de bocetos y no los puedo realizar porque son muchos”.

La suerte de pintar sin escuela

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OSWALDO ESCRIBIÓ este poema:

“He dicho muchas veces que la pintura es un arte de viejos y estoy a la defensiva en mi “eterna adolescencia” para no hacerme notar.

Cuestión de vida o muerte, paciente en el deseo de crecer envejeciendo y regresar inmenso, solitario y distante, al reyezuelo infante que dejé avergonzado en el corral de mis sueños”.

Oswaldo confiesa que ha pensado muy poco sobre lo que hace. Todo lo que ha hecho desde el año 1942 es pintar las cosas todas sueltas, sin estudio. “Quizás la ventaja que tuve como pintor ¿sabes cuál es? Que no tuve escuela. Eso fue una ventaja inmensa: no tener escuela porque era libre…”.

Comenta que jamás le pesó esa libertad sin escuela. Porque desde el comienzo era reconocido y le daban premios y le compraban todo lo que hacía. Nunca necesitó el apoyo de profesores. Conoció gente que quiso y respetó mucho: Marcos Castillo, Monasterios, Martín Durbán, Manuel Cabré: eran sus amigos pero nunca fue su alumno.

Los quise mucho, eran hombres maduros. Todos sus amigos eran viejos: él era un muchachito y ellos eran unos señores importantes ya. Monasterios era un señor, bellísima persona, flaco, alto. Él y Oswaldo se sentaban al borde de la acera a conversar, en la esquina del Panteón. Oswaldo vivía en una pensión por ahí mismo, que tenía muy cerca la escuela de artes plásticas y el hospital Vargas.

Ah, qué recuerdos tan frescos y hermosos. Oswaldo disfruta todo lo que dice sobre esos días:

-Desde que llegué fui a la escuela de artes plásticas y en sus espacios me encontré con Alirio Oramas, quien me conocía de nombre y me dijo “mira Vigas: esto no es para ti, vamonos al Taller Libre de Arte”, y me fui al Taller Libre y ahí me integré. Alirio Oramas era un espíritu emprendedor y desde esa época es amigo mío. Un buen amigo mío…

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Capítulo XXI

El comunista

100 VIGAS FUE INVITADO varias veces a exponer en la OEA. En Washington mostró su obra en muchas ocasiones y estuvo en exposiciones circulantes con el Instituto Smithsoniano. Ganó un premio en el museo de Houston. Tres latinoamericanos ganaron ese premio: Alejandro Obregón, de Colombia, Facundo Bermúdez y Oswaldo Vigas. Un cuadro de Oswaldo, del año 1953, se quedó en el museo de Houston… es un cuadro grande. Él vendía en Estados Unidos. Uno de esos coleccionistas fue el presidente del Museo de Pittsburg… él compró un cuadro de Vigas.

En cierta temporada, Oswaldo fue invitado a dar un paseo por Estados Unidos. Era una especie de gira cuyos destinos podían ser escogidos por él. Vigas señaló museos, universidades, institutos de arte, lugares relacionados con la cultura. Un integrante del personal de protocolo que recibía a los invitados le dijo “mire, amigo Vigas: tenemos una sola persona que ha hecho un programa como el suyo: una sola para ir a los mismos lugares que usted… pero debo advertirle que es un deportista japonés…”.

-Una semana después el japonés tiró la toalla: tenía que levantarse a las seis de la mañana, desayuno de trabajo a las siete, cita con este y con el otro y al final de la noche un coctel en casa de alguien, hasta las doce. Un chileno que soñaba con Allende y quería regresar a Chile porque Allende estaba gobernando, era mi guía. Un día le pregunté ¿qué ciudad me queda más cerca? Y él me dijo “no estamos tan lejos de Las Vegas”. Y yo le respondí en el acto: vámonos a Las Vegas.

-Tu guía ¿aceptó la propuesta?

-Sí: abandonamos toda vaina, y me fui a Las Vegas… no tenía traje de baño y me metí a la piscina en calzoncillo… aquellas mujeres nadando y yo en calzoncillo en la piscina de Las Vegas. En la noche me fui a un cabaret: regalaban un montón de fichas, la primeras fichas son regaladas para que le cojas el gusto al juego y yo no jugué nunca… se las regalaba al guía, que se llamaba Montesinos. Él las metía en las máquinas tragamonedas. Un día que estaba tirado en la piscina de Las Vegas, llamaron por los parlantes: míster Vigas, míster Vigas. Tenía un avión

101 esperándome en el aeropuerto, para llevarme a Austin, en Texas. Había un gran coleccionista que quería conocerme y me tenía una recepción en Austin y yo no fui, por quedarme tirado en la piscina.

-Te dedicaste a vacacionar, a descansar… vacaciones gratis…

-Al regreso visité al embajador americano para agradecerle la invitación y le dije “bueno: ahora supongo que ustedes no siguen pensando que yo soy comunista…”, y él me dijo: eso no tiene nada que ver y abrió las gavetas del escritorio y sacó un legajo grueso con unas letras afuera que decían “Oswaldo Vigas”. Era el dossier de la Embajada sobre Oswaldo Vigas, todas las pruebas de su militancia en el Partido Comunista de la Unión Soviética. Yo nunca estuve en Rusia, alegué. Pero aquí figura, contestó el embajador. Yo nunca estuve invitado en Cuba por Fidel. Pero aquí figura.

-Te vigilaban como si fueras un espía…

-Pero todo era anónimo: basado en papelitos anónimos de cantidad de gente que me denunciaba… y todo eso lo tenían archivado como pruebas contra mí.

“A usted lo invitamos por otras razones”, me dijo gentilmente el embajador. Yo le respondí su sinceridad: he pasado un mes en Estados Unidos y he conocido muchas cosas y estoy muy agradecido.

-Te quiso decir que habías sido invitado como artista, me imagino…

-Ellos pensaban que yo era peligroso para la seguridad de los pueblos porque había militado en el Partido Comunista Francés. Como había vivido en Francia y había tenido muchos amigos comunistas franceses, todo eso lo tenían anotado… dónde había vivido, con quién estaba en Francia, quienes eran mis amigos franceses: todo estaba anotado ahí. Me habían seguido durante veinte años desde que salí de Venezuela en el 1952, pero con muchas falsedades, la mayoría, chismes tontos de gente que quería joderte y enviaba cartas a la Embajada americana.

102 -Tenían entonces un dossier de chismes sobre tu persona…

-Y esa vaina la archivan y la ponen en un dossier tuyo. Imagínate: después de la caída de Pérez Jiménez yo iba mucho a Washington a exponer mi obra, por invitaciones. Bueno: también porque me encomendaban cosas

-¿A qué cosas te refieres?

-Un día, Amílcar Gómez -tú te acuerdas de él- viajaba junto conmigo en un vuelo comercial. Yo le traía armas a mis amigos. Amílcar no lo sabía y me dice: “Oswaldo: cargo muchas pistolas y no me caben en el abrigo… ¿tú puedes llevar algunas?”. Diciendo esto saca un revólver magnum de este tamaño y me lo muestra. Yo me abrí el abrigo y le dije: “mira, Amílcar, ni siquiera me puedo quitar el abrigo de tantas pistolas que cargo”… yo tenía pasaporte diplomático…

-En esos tiempos no era mayor problema… no había secuestros de aviones…

-Amílcar Gómez era un tipo magnífico, un gran amigo. Vivimos juntos muchas aventuras… en España también.

-Una vez me contaron que llevabas recursos económicos a los enemigos del general Salazar, en Portugal… ¿es un cuento de caminos?

-Imagínate las situaciones que yo viví en Portugal, con el general Salazar, que era el presidente de Portugal. Yo le llevaba dinero a los enemigos de Salazar… el dinero lo enviaban los portugueses de Venezuela. Allá en Lisboa, cuando bajaba de mi habitación para salir y dejaba la llave, siempre había un tipo que me seguía. El primer día que estuve en Lisboa cogió mi pasaporte y dijo “muy interesante”. Sólo eso. Y me lo devolvió, pero se me fue detrás, me seguía a todas partes… si yo entraba a un café, él también entraba y se sentaba al lado mío…

-Y ¿cómo hacías para cumplir con tu misión?

-Yo lo saludaba… y de noche me escapaba por una puertica trasera que tenía el hotel. Me iba a ver al escritor Cardoso Pires, quien trabajaba para la resistencia

103 portuguesa. Cardoso Pires, José Saramago… eran todos escritores; y después algunos de ellos se fueron a Francia y los seguí viendo en París. Lamenté que por andar con esas carreras no pude conocer bien a Lisboa… alguna vez quisiera volver a Lisboa a pasearla y conocerla como debe ser…

Capítulo XXII

Nada convencionales

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OSWALDO ESCRIBE POESÍA desde la misma época infantil en que comenzó a dibujar y a pintar. Para él, escribir ha sido una manera de hablar consigo mismo sobre asuntos propios. Por ejemplo, hay uno que sintetiza esas dos pasiones:

“Poder pintar y escribir al mismo tiempo es lo ideal.

Con la derecha hacia la izquierda pintar el cuadro y con la izquierda a la derecha escribir un poema.

Con los pinceles como llaves, abrir las cerraduras para que las palabras se escapen de su jaula”.

Oswaldo guardaba esos poemas en una caja de cartón cerrada con tirro para facilitar el olvido. No los quería publicar, hasta que Janine lo convenció del significado que tienen como expresión de su vida creadora. En uno de esos poemas suyos, escrito el 29 de octubre de 1984, dice Oswaldo que los artistas y delincuentes tienen algo en común: el rechazo a los códigos sociales convencionales.

“Los artistas dirigimos la violencia irracional ordenadamente, hacia la ejecución de la obra; los delincuentes, sin racionalizaciones, destruyen los códigos sociales establecidos”.

En ese poema crudo y directo, Oswaldo señala que la violencia es la misma: cambia tan sólo en la dirección. “A veces en el artista el objetivo se desplaza, se vuelve contra sí mismo… entonces llegan la locura o el suicidio”.

La delincuencia no es un juego, el arte sí, agrega el poema. “Los artistas tan sólo pretendemos modificar las reglas, cambiando en lo posible las relaciones entre las partes del conjunto, sin causar daños mayores al sistema establecido, sin el cual ninguna forma de arte podría sobrevivir…”.

105 Y termina así: “ jugamos a la inconformidad, pero lo que más deseamos es ser reconocidos en cada nueva identidad recuperada. El placer reside en encontrar la identidad extraviada en algún lugar de la infancia… o mucho antes”.

106 El shamán Mauro Mejíaz

OSWALDO VIGAS Y MAURO MEJÍAZ eran muy amigos. En Venezuela, cuando se hacían comentarios sobre las aventuras de Mauro, la gente no las creía. La amistad de Mauro con Vigas derivó en otra gran relación para el buen llanero: el coleccionista de arte Antonio Rodríguez. Antonio vio unas obras de Mauro en la casa de Oswaldo Vigas y quedó tan impresionado que Oswaldo le dio el teléfono de Mauro en París y Antonio llamó inmediatamente y habló con el pintor. De una vez le compró diez cuadros, sin verlos. Desde ese día fueron amigos y Rodríguez apoyó a Mejíaz hasta el final de su vida. El asunto es que Mauro me contó una historia y supe que era completamente cierta porque Oswaldo me narró la misma cosa.

Cuando Mauro iba en el avión, rumbo a París, recordaba que en el llano unos hombres toscos y juguetones, lo agarraban y lo usaban como capote. Los toros salían por el estrecho corral y los hombres le ponían por delante al niño. Y en el segundo en que los pitones estaban a unos centímetros de su cuerpo y podía ser corneado lo quitaban. Con velocidad de trapo rojo. Toreaban con él y se divertían hasta el cansancio con eso.

Eso era un ritual del peligro desafiado en la piel del otro, del riesgo aceptado pero en la vida ajena. Sin embargo, aquel juego terrible escenificaba una muestra de aprecio. Sabían que se trataba de alguien especial. Aquel muchachito era un enmantillado y no podía pasarle nada malo. Lo julepeaban, lo embromaban, jugaban con él. Le contaban sus cosas, lo trataban como un adulto, como uno más.

En el pueblo francés donde se alojó, lo consideraban un personaje inquietante. Ni siquiera lo saludaban. Su presencia rompía la cotidianidad del poblado. Un día se escapó un toro de un corral y las calles quedaron vacías. Nadie se atrevía a enfrentarse con el animal y encerrarlo de nuevo. Mauro salió a la calle, se acercó

107 al toro. Desde las ventanas lo veían con asombro y curiosidad. Mauro le tocó la cabeza al toro y lo ató con un cabestro. El toro lo siguió mansamente hasta el corral. Desde ese día, todos los vecinos saludaban a Mauro y le llevaban regalos a su casa. Luego comenzaron a preguntarle cosas relacionadas con sus vidas, le consultaban. Si un hijo o una hija deseaba casarse, le preguntaban a Mauro si convenía o no una boda. El conocía la curación con hierbas y ayudaba a la gente. Se transformó en el shamán del lugar.

-¿Tenías contacto en Francia con Mauro Mejías?

-El vivía en un pueblo francés… Cuando se mudó para ese pueblo lo veían con desconfianza, con sospecha, pero después lo apreciaban mucho… porque una vez se escapó un toro y no lo podían detener… entonces Mauro se enteró… era de noche… la gente lo miraba y él se le acercó al semental, le sobó la trompa y lo agarró… el toro se puso mansito y él lo condujo hasta un corral.

-Cómo buen llanero…

-A partir de ese día se convirtió en el gran héroe del pueblo… la última vez que lo vi llegaba la gente a consultarlo, le traían regalitos, un cochinito, una gallina le preguntaban sobre el matrimonio de la hija, sobre el hijo que se había ido y no iba a volver… entonces él les decía lo que pensaba: era el shaman… él era un shamán aquí, en su pueblo de Portuguesa… y trasladó su personalidad de shamán a ese pueblo francés…

-También fue extra de cine, en el inicio de su vida francesa…

-El continuó en Francia su vida de Venezuela: no la cambió… caminaba por París con un mazo de llaves, como cuarenta llaves colgadas de la cintura y vestía de cowboy y detrás de él estaban todos sus hijos vestidos de vaqueros… y caminaban todos detras de él, en fila, ¿entiendes? y la gente se paraba a verlos pasar. Por supuesto, él vivió un tipo de vida que para todos los venezolanos era la de un excéntrico, casi loco, pero yo creo que Mauro había edificado en torno a él una empalizada que no la pasaba nadie y él vivía en el interior y su mundo de

108 misterio, en el cual creía. El pensaba que iba a durar ciento cincuenta años, pero se murió a los sesenta y pico.

109 Capítulo XXIII

Nosotros queremos a Lorenzo

NOSOTROS QUEREMOS A LORENZO más que a nada en la vida. Lo amamos desde que nació y movía la cabecita coronada por una pelusa amarilla, como intentando conectarse con todas las direcciones del universo. Lo queremos aunque no se lo decimos muy seguido. Siendo muy niño se quedaba contemplando las ramas de los árboles, las hojas, los pájaros. Como todos los niños, él comprendía mejor que un adulto a los animales. Una rana o un pez, un perro o un gato, atrapaban su atención y constituían la razón de ser de su sabia curiosidad.

Lorenzo creció muy independiente, es verdad. Porque nosotros nos movíamos en un laberinto de seriedades, en un acto permanente de asumir posiciones responsables y acertadas ante la vida y a través del arte. A veces nos divertíamos, íbamos a la playa o viajábamos a cualquier lugar y entonces los tres parecíamos amigos del alma salidos de un parque.

Cuando Lorenzo está en casa con nosotros, rejuvenecemos, nos invade una frescura, una exaltación familiar, como si hubiera llegado la Navidad.

Está claro: nosotros vivimos todos los días en una lucha contra viento y marea, porque somos persistentes y obsesivos: yo pinto, dibujo, dibujo y pinto. Janine ordena, organiza, responde llamadas y correos, se preocupa por resolver cualquier problema. Cuando Lorenzo atraviesa el umbral, esa actividad no disminuye pero se torna más alegre. Aumenta nuestra efervescencia, Por toda la casa se nota nuestro entusiasmo, si está por ahí el hijo que nació un 13 de febrero de 1967. Lo festejamos haciendo la comida que a él le gusta, poniendo en la mesa los quesos y el vino que a él le agradan. Aunque Lorenzo come con mucha mesura: en eso no se parece a mí. Pero los dos abundamos en resistencia: somos voluntariosos e incansables. Nada nos parece imposible. Siempre estamos

110 fascinados por enfrentar retos. En estos últimos tiempos tengo que valerme de una silla de ruedas. Pero eso no me corta la ilusión de continuar buscando en mis telas y mis esculturas la sensación de crear algo inesperado y presentido a la vez. Aunque todo me parece una tontería comparadlo con la felicidad de mi hijo, de nuestro hijo. Si Lorenzo se ríe y está bien, todo vale la pena.

Y el orgullo

Y el orgullo. Ellos sienten tanto orgullo por las ideas que su muchacho realiza. Él es un cazador de sueños, un materializador de ilusiones. Lorenzo hace cine y ya su nombre figura en el ritual de la semipenumbra con butacas.

Lorenzo nació en Mérida, en 1967. Un año de símbolos, de trascendencia y de significados que marcaron la historia. Los hippies protestaban contra la guerra de Vietnam, y el campeón de boxeo Cassius Clay, quien luego se llamaría Muhammad Alí, no quiso alistarse en el Ejército, en rechazo a esa guerra. El Ché Guevara fue ajusticiado por un suboficial boliviano a quien el dictador Barrientos le ordenó la bestial tarea. Gabriel García Márquez saltó definitivamente a la fama y la gloria: publicó, el 30 de mayo de 1967, una de las mejores novelas que se ha escrito: Cien años de soledad.

Para la revista Rolling Stone, 1967 fue el año que cambió la música. Porque a partir de esos doce meses, sonó para siempre el disco Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, mencionado en español como La banda del Club de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta. La crítica ha dicho y seguirá diciendo, que “es uno de los discos más influyentes de todos los tiempos”.

En Caracas hubo un movimiento sísmico el 29 de julio de 1967 a las ocho de la noche. El epicentro se registró en el litoral central, a 20 kilómetros de Caracas. El sismo tuvo una intensidad de 6,5 grados en la escala de Richter, con una duración de 35 a 55 segundos. En la zona de Caracas murieron 236 personas por su causa y hubo un poco más de 2.000 heridos. Esto no significa que Lorenzo le trajo buena

111 suerte a Los Beatles y mala suerte a Caracas. Quiere decir que el año de su nacimiento fue fantástico, maravilloso y terrible.

Lorenzo Vigas Caste nació en Mérida cuando Oswaldo Vigas retornó a Venezuela con su esposa Janine y fue nombrado director de Cultura de la Universidad de los Andes. En aquella ocasión Janine dijo “yo no dejaría a París por Caracas, pero por Mérida sí”. Estando en Mérida, una ciudad que la fascinó, Janine dejó claro que no deseaba experimentar su embarazo en un apartamento sino en una casa en medio de la naturaleza.

-Un día descubrí una especie de chalet en un alto… era una vivienda sola y desocupada. Me dijeron que era de una señora y la fui a ver. Era una persona muy amable. Me dijo que la casa estaba deshabitada porque ahí se quedaba un espíritu, deambulaba un fantasma… le insistí para que me la alquilara y lo hizo… el fantasma no apareció nunca… yo arreglé y redecoré todos los espacios… en esa casa nació Lorenzo… y cuando nos fuimos se convirtió en un kínder… Lorenzo inauguró un kínder sin saberlo…

(Lorenzo divisó ranas camufladas sobre el verde de los jardines, mariposas disfrazadas de flores. Midió el salto de los grillos y contó los segundos en que se mantenía suspendido el colibrí ante la cayena, en franca confesión de amor fugaz. Lorenzo, de niño, le dio carácter de kínder al lugar).

Desde muy niño Lorenzo se mostró como una persona inquieta

Desde muy niño Lorenzo se mostró como una persona inquieta, observadora y tenaz. Parecía científico: detallaba los insectos, miraba minuciosamente las plantas, estudiaba las reacciones de los animales y se hacía preguntas sobre las estrellas. Era un niño que a veces se quedaba pensativo, ensimismado. Aunque en vacaciones se divertía normalmente y amaba la playa. Todo el tiempo veía pintar a su padre y aprendía a degustar toda manifestación cultural con su madre. Se graduó en biología molecular y en el año 1995 se fue a Nueva York a estudiar cine. Desde entonces el cine fue su vida. Su primer cortometraje “Los elefantes nunca olvidan” fue un éxito internacional inmediato y también obtuvo los premios

112 más importantes que otorga Venezuela a la cinematografía. Lorenzo escribe sus guiones y los dirige. Es un escritor novedoso y exigente. Como director ya lo han alabado muchos cineastas de marca mayor.

Cuando Lorenzo tenía 17 años, fueron a Cata en uno de esos paseos divertidos que el trío familiar acostumbra. Y allá, en la playa, Oswaldo le escribió un poema. Oswaldo siempre mira a Lorenzo desde una distancia de espectador. Como cuando se sigue con interés al protagonista en escena. Y en esa mirada que pretende ocultarse, Oswaldo envía todo su amor y su orgullo de padre.

Un fragmento del poema para Lorenzo dice así:

“Bien cerrada la boca, grito hacia adentro. No deseo asustar a nadie y hay tantos pajaritos quietos en estas ramas. Una pequeña rana en el armario, como un pez en mi río. Lorenzo me diría, que prefiere de su animal, el sueño matinal bajo su almohada…”.

Ya con Lorenzo adulto, visitaron la isla de Margarita en una camioneta Caribe bastante vieja, pero con buena máquina. Oswaldo escribió:

“Todas las Caribe tiene aire pero esta no tiene, fue una de las primeras que salieron sin aire. 12 mil bolos cuesta el aire, pero hay que ponérselo.

Te pasan a la derecha te pasan a la izquierda

Nadie conduce como es debido

Las Tetas de María Guevara están a la izquierda

Aquellas son Martín

Las Tetas de María

A mí me gustan todas, todas las tetas, las de María y también las de Brigitte y las de Marylín.

Lorenzo hace este camino todos los días.

Mira las Tetas de cerca, hay una más alta que la otra

Allá están las de María, las de María Guevara

113 Sigo con esas Tetas entre los ojos”

Lorenzo es muy sensible

Lorenzo es muy sensible. Se alimenta de los sentimientos que pululan los universos del arte, del cine, de la literatura, de la música. Le duele un árbol seco, un animal desprotegido, un ser humano abandonado, marginado. Le duelen las cosas dolorosas per se y también la indiferencia de mucha gente ante la belleza de vivir. Cada día es un regalo ¿por qué no se dan cuenta? Gente que no agradece cada amanecer, sedientos que pasan al lado del agua fresca y no la captan; odiadores hablando de amor, esclavistas que ofrecen almácigos de libertad. Lorenzo tiene una voluntad intensa: cuando se empeña en hacer algo lo lleva hasta el final y nada desea más que hacerlo bien, hacerlo mejor. Convertir un abismo en una cumbre. Es un cineasta que llenará los ojos y los corazones de las multitudes con historias dignas de ser contadas en este nuevo milenio.

En una entrevista le preguntaron a Lorenzo:

¿Quiere educar a las personas?

Y él respondió:

-Sólo deseo que reflexionen. El cine es un compromiso entre el entretenimiento y la reflexión. Quiero que los espectadores entiendan a su prójimo. Cuando hablo de entretener, me refiero a que los realizadores deben apoyarse en un guión que mantenga en vilo al espectador, que éste siempre quiera saber qué pasará en el siguiente cuadro. No es una tarea fácil… es una tarea que exige mucho rigor.

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La Dirección de Cultura de Mérida

OSWALDO NO DEJÓ DE PINTAR en ningún momento de su vida. Pintaba aún estando ocupado en el consulado del Havre y en la embajada de París. Ni siquiera detuvo su actividad artística cuando fue director de Cultura de la Universidad de Los Andes. Aunque esa fue la época en que estuvo más lleno de trabajo: era un reto muy grande. En esa temporada creó el Departamento de Cine de la ULA.

Oswaldo regresó a Venezuela en 1964 con Janine. En 1965 fue nombrado director de Cultura de la ULA. Y en 1967 nació Lorenzo. El hijo único de Janine y Oswaldo, se convertiría en un cineasta cuyo prestigio crece cada vez más en el ámbito internacional.

-La primera escuela de cine de Venezuela la creó Vigas, junto con Carlos Rebolledo… -indica Janine.

-Me llevé a Carlos Rebolledo, quien era cineasta… -comenta Oswaldo. De repente hablan entre ellos, dialogan con cierto ritmo de concordancia perfecta.

Janine: el trofeo de cine de Mérida es un Vigas. Se llama el Ente mágico, pero ahora lo vamos a llamar El Vigas, y Lorenzo se acaba de ganar cinco de estos por su cortometraje Los elefantes nunca olvidan.

Vigas: Una de las cosas que más he tenido y que más me ha hecho sufrir en la vida es la envidia…

Janine: es normal, porque usted ha sido un ser privilegiado, por su físico, su familia, sus estudios, todo su talento… eso es normal… Oswaldo nació verdaderamente bendecido por los dioses… el físico… era bello, caramba… y luego el hecho de tener esta familia que lo ayudó en todo, en su estudio de medicina…

115 Janine a veces lo llama “usted” para enfatizar, para elogiarlo con la distancia respetuosa de lo desconocido, de lo ajeno. “Usted ha sido un ser privilegiado…”

Vigas: De la gente de aquí de Venezuela que me ayudaron mucho siempre, uno fue Miguel Otero Silva, el otro fue Inocente Palacios, el tercero fue Carlos Raúl Villanueva, el gran arquitecto; y Alfredo Boulton… a lo largo de los años tuve una relación muy bella con Alfredo… Oscar Guaramato fue un buen amigo mío.

Oswaldo piensa un poco y agrega:

Vigas: Mariano Picón Salas también fue una de mis amistades más íntimas. Mariano se veía con su novia en París, en mi estudio… yo los alcahueteaba… fue su último amor, cuando él era embajador en la Unesco. Tenía una amiga española que se llamaba Carmen. Ella vivía en el mismo edificio donde yo tenía mi apartamento… y cuando él iba a verla, yo le dejaba las llaves y él se quedaba con Carmen en mi estudio… después él me dejaba las llaves encima de la puerta. Mariano era casado: Beatriz era la esposa de Mariano. Ella tomaba ginebra. Cuando Beatriz iba a ver a Mariano estaba casi siempre borracha, y le decía “viejo maricón…”.

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Capítulo XXIV

Tragicomedia

TODOS LOS SANTOS DÍAS llama gente a la casa de Oswaldo y Janine para pedirles autentificación de algún cuadro o de algún dibujo de viejas épocas. Algunas personas desean vender o cambiar esas obras por cuadros más recientes, a sabiendas de que Oswaldo se entusiasma con una pieza de cuando era niño o adolescente y es capaz de convertirse en comprador de su propia obra o de hacer un cambalache.

Sin embargo, varias de las obras que llegan hasta el hogar de Oswaldo y Janine son falsas. A medida que su cotización subió en el mercado nacional y en el internacional, fueron apareciendo falsificaciones, la mayoría de ellas tan burdas que se nota al apenas echarle un vistazo. Hay quienes se asombran cuando un artista llega a ese nivel en que todo lo que firma es como un cheque. Pero Oswaldo aprecia el arte por lo que es y no se deja seducir por la alienación que produce el dinero.

Sobre este tema escribió, el 3 de marzo de 1987:

“Líbrame Dios de las acechanzas de la genialidad, de las tentaciones de la gloria, de la tragicomedia de la fama. Déjame que siga siempre así, sin otras ambiciones que las de poder acostarme todas las noches lamentando mis imperfecciones, mis equivocaciones de todos los días, los cuadros no pintados, los que se perdieron bajo las pobres apariencias efectistas del oficio, y los que se quedaron en proyectos, ideas, sin jamás ver la luz. Fantasmas en el limbo de la pintura donde habito, Todos estos cuadros tendrán que irse al infierno, para que algún día

117 puedan recibir el bautizo del dinero. El sagrado dinero que a todos (y también a la pintura) santifica”.

Parroquia La Candelaria

VIENDO LAS CALLES donde pasó su niñez, en la parroquia La Candelaria, de Valencia, agarró de nuevo papel y lápiz, pero no para volver a dibujar esos mapas sino para escribir todo lo que aquello le evocaba:

“Mi calle abierta al margen de toda civilización aullaba a la derrota y a toda la inocencia marginal, vencida en cada atardecer por los cuchillos sagrados de los guardianes de un tirano que nadie conocía”

Define así aquellos años de dictadura gomecista, pero también reafirma la presencia de una poética que lo inspiraba, de algo que en su espiritualidad le hacía mirar la vida con ojo sublime.

“Mi calle era un caballo sudoroso” escribió. Y en ese poema habló de un árbol donde ahorcaban a los condenados en épocas distantes. Y ese árbol estaba pegado a la pared del cuarto donde él dormía cuando era un niño.

Los miedos infantiles se quedaron con él y se convirtieron en imágenes.

“Las aguas estancadas traían ocultos presagios en su seno, el esqueleto de algún viejo perro vencido por la luna, las golondrinas estivales tejiendo sus encajes en el vacío de un vecindario, acorralado detrás de los portales de una iglesia, que sólo repiqueteaba en las matracas de los viernes santos y en las humildes explosiones de las misas navideñas”

118 Creo que todos los niños recuerdan una calle que llamarán siempre “mi calle”, igual que se le dice “mi época” a los años que se fueron y que se siguen yendo.

“Mi calle madrugaba terriblemente solitaria; cuando la autoridad pasaba se llenaba de vergüenza y de silenciosos reproches…”

“Mi calle atravesada hacia la gloria, se perdía al otro extremo de un pavimento que nunca pudo llegar hasta mi puerta. Era refugio de vengativos arreglos de cuentas. El farol de la esquina siempre durmiendo en otro sueño; verdolagas y ortigas al borde de la acera”.

“Mi calle que se abría desde el fondo entre los camburales, se alargaba bajo los postes y los alambres eléctricos, se perdía entre las páginas de una escuelita, en las letras de un libro silabario de sueños y se paraba a mi puerta”.

Y así finaliza Oswaldo este poema:

“Corrían por tus aceras todos los miedos y todos los secretos.

Te supe arrinconada en todos mis encuentros, como un testigo que no quiere decir sus viejos sentimientos. Mi calle que ya no está donde ayer era”.

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Capítulo XXV

En la montaña

A LAS DOCE DEL MEDIODÍA saldremos de paseo. Oswaldo lo que quiere es ver una película o esbozar sensaciones en un cuaderno, que a cada rato abre y cierra. Descubro uno de sus poemas en una hoja suelta y se lo leo en voz alta:

“Yo soy el orgulloso y el soberbio, un tigre en este año de la rata.

Nací para pintar demonios, dioses y ángeles, que deberán hacer el inventario y arrojar a los infiernos a los sumisos, los tibios de corazón, a los racionalistas de buena conciencia y a todos estos viejos optimistas”.

-Eso lo escribí en el año 1984… -explica lacónicamente.

-Bueno: así eres tú, más o menos…-le comento y me río.

Él se queda mirándome pero sin prestarme atención. Está como tratando de atrapar un recuerdo.

Oswaldo Vigas es un gran artista y eso prevalecerá en el tiempo y se mantendrá en la memoria, porque su obra permanece, habla por sí misma. Sin embargo, sólo quienes lo conocen como ser humano pueden apreciar esa personalidad ácida y serena a la vez. Oswaldo tiene un espíritu solidario y crítico, contestatario y nostálgico, ateo y mágico: una combinación tan rara como la piedra que huye del vino.

120 -Busco la cartera y una chaqueta para Oswaldo y estamos listos… -comenta Janine por los lados del comedor. Ella no permite que decaiga el verbo festivo. La emoción dominical.

Janine se empeñó durante la semana para que todo funcionara bien el día domingo. Contrató a un joven con una camioneta grande, cuatro por cuatro con la finalidad de viajar en pura subida y como es lógico, de bajar a modo de avalancha. Hasta el sol se alió con ella: el Ávila amaneció sin nubes, sin neblina, asoleado. Aunque eso cambia de un momento a otro, pero da la impresión de que será un día luminoso.

-No me joda… -refunfuña Oswaldo, como si desde el fondo de una carpeta marrón surgieran bestezuelas a morderle los nervios. Saca un dibujo y otro más. Los mira y los remira.

-Aunque no lo creas, Oswaldo jamás ha subido al Ávila… y hoy lo quiero llevar para que vea la montaña y respire ese aire… -comenta Janine. Ella ha planificado un viaje hacia las alturas de Galipán o desde donde se va hacia Galipán. Ha hecho reservaciones en un restaurante de la montaña que se llama Entre nubes. Ella sabe que Oswaldo, desde que tuvo noción de la vida y de las carreteras, se marea apenas sube a un carro o a cualquier armatoste que se mueva.

Pero eso no la detiene: Oswaldo tiene que enfrentarse con el hecho de que esa montaña que tiene de vecina y que le sopla brisas todos los días es una realidad y al igual que sus dibujos y sus cuadros !tiene espalda, coño! !tiene cuello, lados, dorsales y hasta muestra unos canjilones que parecen pubis o bluyines con su bojote tipo pas de deux.

Mientras se cumple con la espera de la camioneta, Oswaldo repasa unos dibujos. Los dos gatos: una gatica y un gatico, se fugan hacia el jardín y Janine se preocupa porque está llegando la camioneta. Llama a sus gatos y ellos la miran divertidos desde el lado de afuera.

121 Oswaldo los observa un instante, su alma se transforma en gato, salta al pavimento, escala una enredadera, se sube al muro y se lanza hasta las ramas de un mango que da a la calle. El gato Oswaldo se va hacia el centro comercial, a lo mejor correrá un poco y se detendrá a ver qué hay en el estacionamiento alevoso, aceitoso ¿es una gata eso que maúlla tan cerca? !es un carro que chilla con sus cauchos alevosos! Todos los mundos están jodidos.

El instrumento…

Mantenerse con la sensibilidad abierta y sincera al lado de Oswaldo es entender perfectamente que él ha disfrutado la vida con todos sus avatares, desde lo peor hasta lo mejor. Y ha podido hacerlo porque mantiene un baremo de felicidad, un generador de alegría en la hechura del arte.

Vigas entiende que ha usado todas sus edades para vivir y que por ello cada día es menor la porción de la infancia que se aloja en su cuerpo; cada hora se borran los territorios de la juventud. Tiene la fortaleza espiritual entera, como para confesar que en estos tiempos hasta orinar es una odisea. Y no se queja: vive el presente cargando con gusto todos los fardos del deterioro físico. Porque continúa haciendo algo que le hace ponerse de pie, amar los amaneceres, abrir los ojos por millonésima vez: el lápiz encima del papel, la paleta empegostada de arcoiris, la tela que lo envuelve en prodigios, la resurrección de los placeres originales en un gouache.

Jorge Luis Borges, dijo en una ocasión que su ceguera, en vez de ser un impedimento, le motivó a leer y escribir en otros idiomas. Y acotó lo siguiente:

“Todo hombre, debe pensar que cuanto le ocurre es un instrumento; todas las cosas le han sido dadas para un fin y esto tiene que ser más fuerte en el caso de un artista. Todo lo que le pasa, incluso las humillaciones, los bochornos, las desventuras, todo eso le ha sido dado como arcilla, como material para su arte;

122 tiene que aprovecharlo. Por eso yo hablé en un poema del antiguo alimento de los héroes: la humillación, la desdicha, la discordia. Esas cosas nos fueron dadas para que las transmutemos, para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra vida, cosas eternas o que aspiren a serlo”.

Llegó la camioneta cuatro por cuatro. Oswaldo se levanta y camina poco a poco hacia la escalera. Se agarra de la reja, de las matas, del pasamanos, respira como un maratonista, pero no quiere que le ayuden: desea hacer ese esfuerzo por sí mismo. La camioneta es alta. Oswaldo sube muy serio. Saluda al muchacho. Un estudiante universitario que hace su trabajo de llevar y traer paseantes al Ávila.

-¿Llevamos la silla de ruedas? -pregunta Janine y ella misma decide que sí. El joven la sube a la parte trasera de la camioneta.

Cuando se inicia el viaje, de una vez Oswaldo protesta:

-Esto salta mucho… me voy a marear…

Janine dice que Oswaldo está acostumbrado a la suavidad del carro que ella maneja. Explica que las camionetas son así, más rústicas. El joven añade, para tranquilizar al maestro, que avanzará a poca velocidad.

La camioneta salta, va hacia la Cota Mil, Oswaldo se nota incómodo.

-Yo quería quedarme en casa… ya yo he visto otras montañas… no me hace falta ninguna naturaleza… -expresa.

Janine observa el Ávila de medio lado y no dice nada. La camioneta comienza a dirigirse hacia la barriada por donde se sube a la montaña. De vez en cuando, por la altura de la camioneta, los pasajeros sienten que galopan encima de un camello.

-Me voy a marear… voy a vomitar… todo por complacer a Janine… -vuelve a refunfuñar Oswaldo. Janine le responde en francés y él acusa recibo. Se dicen cosas. La camioneta llega hasta la alcabala de entrada. La carretera de montaña

123 es una subida con curvas de padre y señor mío. La belleza del paisaje se va imponiendo.

-Yo quería que viniera Lorenzo… -dice Janine.

-Me gustaría que Lorenzo estuviera aquí… -se reconcilia Oswaldo.

Lorenzo está en Caracas, pero ya la camioneta no tenía más puestos. Con Lorenzo allí, seguramente que Oswaldo no hubiese protestado lo abrupto del avance.

-¿Cuánto falta? - pregunta Oswaldo.

-Como cinco minutos… -responde el conductor.

En un santiamén, al terminar una larga cuesta, en la cima de otra curva aparece una edificación neblinosa, con varias camionetas estacionadas enfrente, en un pequeño estacionamiento. Es el restaurante. Janine hace fiestas, su alegría es de niña en domingo. Oswaldo analiza el entorno. El aire es fresco y limpio. Huele a plantas, a flores, a eucaliptus. La silla de ruedas viene bien, porque el terreno dificultaría una caminata de Oswaldo. En el restaurante, al borde de la montaña, tienen una mesa apartada para el maestro, Janine y sus dos acompañantes: Petra Simne y yo.

El panorama reconforta. Hay una cerca que separa el resto de la montaña de nuestra mesa. Y allí hay un caballo pastando. Es como el caballo de Aquiles Nazoa: un caballo muy bonito que come flores. Oswaldo respira con placer aquel oxígeno y se olvida de sus disgustos porque la gente lo reconoce y lo saluda. Ya algunos se acercan a la mesa. Maestro para acá, maestro para allá. El cariño lo rodea. Y la cuestión mejora aún más cuando llegan hasta nosotros los olores de la cocina.

-¿Es jabalí? ¿es cordero? ¿a qué huele, Janine? -pregunta Oswaldo entusiasmado. Ahora dialogan con frases breves. Son los dos enamorados que se conocieron en París. Oswaldo le dice algo en francés y ella sonríe. Janine agarra a

124 Petruvska y se alejan, alborozadas, bajando hacia un parquecito. Oswaldo mira la figura que pasa al lado del cielo y del caballo. Hay un amor ahí, dentro de sus ojos, detrás de los lentes de reflejo magenta. Aprovechamos para hablar de las obras recientes. Está muy entusiasmado con lo que hace, como si comenzara de nuevo su existencia de pintor. Las mujeres se ríen en algún lugar y la neblina llega hasta nosotros: parece contemplarnos como si estuviéramos enjaulados. La neblina ha salido de paseo y se pone a mirar qué es lo que están haciendo y enunciando en el verdor, estos seres bulliciosos y extraños.

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