2021 Corpus Christi (Boże Ciało, 2019) de Jan Komasa

Fitxa tècnica Fitxa artística Guió: Mateusz Pacewicz / Fotografia: Piotr Sobocinski Bartosz Bielenia, Eliza Rycembel, Aleksandra Konieczna, Jr / Música: Evgueni Galperine i Sacha Galperine / País: Tomasz Zietek, Leszek Lichota, Lukasz Simlat, Barbara Polònia / Durada: 82 minuts / No recomanada a menors Kurzaj i Zdzislaw Wardejn de 16 anys

Nominada al millor film, direcció, actor i guió als Premis de Cinema Europeu. Nominada al millor film internacional als Premis Oscar

SINOPSI. El Daniel, un jove de 20 anys, experimenta una transformació espiritual mentre viu en un Centre de Detenció Juvenil. Vol ser sacerdot, però això és impossible a causa dels seus antecedents penals. Quan és enviat a treballar en un taller de fusteria en una petita ciutat, es vesteix de sacerdot i es fa càrrec accidentalment de la parròquia local.

EL DIRECTOR. Jan Komasa (Poznań, 28 d’octubre de 1981) és un director de cinema polonès. L’any 1993, el seu pare va participar en la pel·lícula La Lista de Schindler, va veure el treball de l’equip de filmació i hi va conèixer el director , fet que va fer que volgués ser director de cinema. Jan Komasa es va graduar a l’Escola Nacional de Cinema de Łódź. És conegut per pel·lícules com Suicide Room (2008), Sala Samobójców (2011), Powstanie Warszawskie i Miasto 44 (2014), Corpus Christi (Boże Ciało) (2019) i The Hater (2020).

CRÍTIQUES. Hay mucho de esa obra totemica de Paul Schrader que es El reverendo (2018) y de imaginario bressoniano en Corpus Christi cuando abraza un realismo categorico, mistico e insumiso, capaz de relatar la condicion humana con la precision de un bisturi. Jan Komasa se aleja del cine religioso actual, vacio, random y obsesionado con la trascendencia. El resul- tado es acertadisimo y aqui va mi acto de fe: estamos ante la version millennial de Pickpocket (R. Bresson, 1959). Daniel es un joven conflictivo que busca reformarse mediante el sacerdocio. El film plantea la comunicacion como norma fundamental para vivir en comunidad y el perdon como unica solucion de progreso. Valores que, además, servirán de expiacion al protagonista. ¿Acaso importa que Daniel parezca más un trapero que un pastor cristiano? En este sentido, su discurso tambien podria ser heredero del Free Cinema. Komasa reconoce sus referentes sin renunciar a su propia identidad. El ultimo tercio de la pelicula es el broche a esa tension bien narrada y culmina agitando el statu quo con la palabra de Dios. Menudo punch el del cine polaco. María Caballero. Fotogramas

Las películas protagonizadas por impostores, y más si están inspiradas en hechos reales, como es el caso de la polaca Corpus Christi, siempre conllevan un elemento inquietante relacionado con el contexto social y con conceptos como la meritocracia, la aptitud y la profesionalidad, o incluso con la conciencia de clase. Que un ser humano se haga pasar por otro y los demás se lo traguen tiene mucho de astucia, pero también de desmitificación. “Se os ve venir de lejos. Sois escoria”, le dice un ciudadano cualquiera en un medio de transporte al joven recién salido de un reformatorio. Es el estigma, el olor a presidio, que decían en la española Todos somos necesarios (José Antonio Nieves Conde, 1956). Y, sin embargo, provocado por las circunstancias, ayudado por la casualidad y apoyado tanto en la intuición como en la audacia, ese delincuente en potencia, quizá aspirante a criminal, cocainómano, violento y for- nicador, con la mirada inyectada en sangre, se va a convertir en el nuevo párroco católico de un pueblo con trauma interno. Con éxito de crítica y público: los sermones improvisados y la huida de la mecánica de la repetición despiertan admiración entre los feligreses. Que un ser humano con ese bagaje demuestre saber mucho más de lo que corroe a los pecadores contemporáneos de lo que intuiría un experimentado sacerdote formado en su diócesis, pero quizá metido en un reducto social, profesional y espiritual endogámico, da para paradoja sobre la moral, la fe y la práctica católica. Candidata al Oscar a la mejor película internacional en la pasada edición, Corpus Christi es una historia sobre la línea que une a veces la pérdida personal y la pérdida de la fe tras la tragedia. Pero Jan Komasa, su director, con ecos de El dulce porvenir (Atom Egoyan, 1997), también con localidad asolada por la muerte, apuesta por el retrato de una co- munidad enfrentada a un carismático elemento exterior de peliaguda personalidad interior. Y ahí resultan esenciales el físico afilado, la intensidad de los ojos azules y la sonrisa turbadora del actor Bartosz Bielenia, ejecutor emocional de una notable película donde la culpa, el perdón y el estigma se unen en una figura paradigmática y equívoca. Javier Ocaña. El País

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Hacerse sitio en la curia de falsos profetas cinematográficos es difícil, muy difícil. Los vendedores de crecepelo para el espíritu, impostores por la gracia de dios, constituyen una bicoca para el lucimiento de los actores que ha dejado inter- pretaciones imborrables. En un somero repaso de debilidades personales figuran el psicópata Robert Mitchum de La noche del cazador (Charles Laughton, 1955), el timador renuente interpretado Pepe Isbert de Los jueves, milagro (Luis García Berlanga, 1957), el semiautista Peter Sellers en Bienvenido Mr Chance (Hal Ashby, 1979) o el casual aventurero y masón Sean Connery en El hombre que pudo reinar (1975). Y sí, desde este fin de semana, Bartosz Bielenia, el cura por accidente que protagoniza Corpus Christi. Su interpretación está muy cerca de ser la mejor (al menos en el contexto europeo) del año. Su Daniel, un cruce entre el Renton de Trainspotting y el Nux de Mad Mad: Furia en la carretera, es una bestialidad. El calificativo no es gratuito, sino que expresa bien tanto los actos como la fisicidad de su personaje, dispuesto a sobrevivir a base de bendiciones, pero también de cabezazos. Bielenia es, desde ya, un nombre a no olvidar: su cómplice pasividad criminal inicial y su brutalidad final dan sentido a toda la película. Es imposible apartar la mirada de él, en parte gracias a la brillantísima fo- tografía de Piotr Sobociński Jr. (hijo del colaborador habitual del maestro Kieslowski). Sin embargo, detrás de Bielenia, eclipsada por su derroche interpretativo, por su absorbente mirada, por sus profundísimos, enajenados y ultraterrenos ojos azules, hay una historia de alto voltaje. La historia de un pícaro (el que se hace pasar por el cura que no es), ade- rezada con gotas de thriller (¿cuándo se descubrirá la estafa del alzacuellos?) y ultraviolencia (¿qué salvajadas hará para evitarlo?). Pero lo verdaderamente interesante de la película es la Humanidad con la que se retrata al impostor y la impostura. Daniel solo busca una salida al callejón sin salida de su existencia; sus feligreses, como los devotos de San Dimás de Berlanga o los kafiristaníes de Huston, solo desean que alguien alivie su desconsuelo. Se necesitan, se retroalimentan. Es una dinámica que, en buena medida, explica la existencia de la fe y de la religión. Lo cual no significa que estemos ni mucho menos ante una película complaciente con el catolicismo. Komasa lanza muy sibilinamente una crítica de lo más ácida contra la influyente iglesia polaca. Esos mismo que predican el perdón urbi et orbi son incapaces de apli- carlo en su día a día. Por ponerlo en sus propias y bíblicas palabras, las vallas de su establo están cerradas a cal y canto para las ovejas descarriadas. El montaje paralelo final subraya que debemos perder toda esperanza en absoluciones, redenciones… o milagros. Perdonen la expresión, pero Komasa se despide diciéndonos que la vida sigue a hostias… y no precisamente consagradas. Rubén Romero. Cinemania

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