Inti: Revista de literatura hispánica

Volume 1 Number 51 Article 1

2000

¿Qué desastre? ¿Qué nación? ¿Qué problema? Revisiones del nacionalismo español y del nacionalismo vasco a la luz de

María Pilar Rodríguez

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Citas recomendadas Rodríguez, María Pilar (Primavera 2000) "¿Qué desastre? ¿Qué nación? ¿Qué problema? Revisiones del nacionalismo español y del nacionalismo vasco a la luz de Miguel de Unamuno," Inti: Revista de literatura hispánica: No. 51, Article 1. Available at: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss51/1

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María Pilar Rodríguez Columbia University

El deseo de Unamuno de eliminar un tipo de colonialismo como el que se practicaba en Cuba resultó coherente. Un pueblo verdaderamente grande no tiene necesidad de aprovecharse del otro. Por sí mismo sabe crear sus propios recursos. (Santiago Petschen 11).

E n nuestros días la constitución de Euskadi como nación vasca parece calificarse por políticos, periodistas e investigadores como Problema Vasco (debido, entre otros factores, a las acciones terroristas de ETA y a los disturbios que sus simpatizantes han ocasionado en el mundo político y social del estado español). Si bien la tregua anunciada por el movimiento terrorista en 1998 se viene manteniendo hasta la actualidad, tal problema viene planteado en términos de autodeterminación e independencia política, a las que se supeditan otras cuestiones, tal como indica el sociólogo José Luis Alvarez Emparanza (Txillardegi): “Es decir, frente al problema vasco (sin comillas frente a la imbécil moda que intenta imponerlas), las contradicciones ideológicas y de clase son totalmente secundarias; tanto en Euzkadi como en España y Francia” (23). Apartándome momentáneamente de la nación vasca (a la que volveré pronto via Unamuno), me interesa sin embargo retener la denominación de problema para retroceder a las postrimerías del siglo pasado y retomar la cuestión de la pérdida de las colonias por parte de España a partir de la firma del Tratado de París en diciembre de 1898. Al reflexionar sobre conceptos tales como “nación”, 4 INTI N° 51

“patria” o “independencia” se crean significativas interconexiones entre el nacimiento de la teoría de los nacionalismos vascos y españoles y la formalización del pensamiento en tomo a la mencionada pérdida de las colonias a fines del siglo pasado. En los escritores de la Generación del 98 y en general en los artículos políticos y editoriales de prensa del período se acuñó el término “el problema de España” para definir la situación de postración y abatimiento económico y espiritual en la que quedó el país tras la pérdida de las colonias. Tal pérdida fue consecuencia, como sabemos, de una serie de derrotas navales, bélicas y diplomáticas, y desde entonces ha sido uniformemente y unívocamente caracterizada con el definitivo término “desastre”, que desde el momento mismo de la firma del tratado hasta nuestros más recientes análisis ha pasado a determinar tal momento histórico. Es digno de constatar el hecho de que la práctica totalidad de estudiosos/as, críticos/as e investigadores, sea cual sea nuestro campo de procedencia o nuestras posiciones políticas o ideológicas, continuamos refiriéndonos al “desastre”, como si tal término omnipresente de algún modo hubiera terminado por transformarse en un vocablo neutro, sin connotaciones tendenciosas con respecto al proceso de des-colonización. No me detendré en aclarar lo obviamente erróneo de tal razonamiento; simplemente me gustaría mencionar los antónimos que el diccionario señala para “desastre” (que equipara a “calamidad, devastación, ruina, catástrofe, cataclismo”): “victoria”, “triunfo”, “ganancia” (132). Estos tres últimos términos apuntan de modo directo al provecho resultante de la operación. En el caso de la pérdida de las colonias es claro que el tan manido desastre lo era para España como nación, que hasta entonces había gozado de las ganancias que pasados “triunfos” o “victorias” coloniales le habían otorgado. Parece fundamental revisar el concepto del “problema de España” y es mi propósito trasladar esta denominación no al momento posterior a la des­ colonización, sino al anterior y simultáneo a éste. Es factible llevar a cabo esta revisión a partir de una reconsideración del nacionalismo español, de la idea de España como nación en 1898. Para ello sigo las propuestas de Craig Calhoun, quien se refiere a los modelos de identidad y orgullo colectivo latentes en el nacionalismo como una manera de entender el mundo1, E.J. Hobsbawm2, y muy especialmente Homi Bhabha, quien se pregunta acerca del efecto que tiene la figura de la nación en narrativas y discursos que la significan, y menciona entre otros los placeres familiares del hogar frente al terror de lo des-familiar o des-familiarizado, como el espacio y la raza del Otro o de lo Otro, los poderes de la afiliación política y religiosa y la concepción de la sexualidad3. Como puede advertirse en los siguientes extractos de la prensa española del momento, la visión profundamente conservadora de la nación española asocia la pérdida del imperio con el abandono de las virtudes que una vez lo MARÍA PILAR RODRÍGUEZ 5 hicieron florecer: la unidad, la jerarquía y el catolicismo a ultranza. Merece la pena reproducir algunos de estos recortes de prensa. Un comentario editorial de El Liberal (el periódico de mayor circulación en España entonces), titulado “Día nefasto” y publicado con fecha del 28 de noviembre de 1898, proclamaba:

Hoy se firmará en París el Tratado por el cual renuncia España a la posesión de Cuba, de Puerto Rico y de Filipinas. Hoy se cerrará para siempre la leyenda de oro, abierta por Cristóbal Colón en 1492, y por Fernando de Magallanes en 1521. No somos ya potencia colonial, ni tenemos nada de lo que todavía constituye el orgullo y el provecho de las de segundo y tercer orden. Al cabo de cuatrocientos años volvemos de las Indias Occidentales, por nosotros descubiertas, y del extremo Oriente, por nosotros civilizado, como inquilinos a quienes se desahucia, como intrusos a quienes se echa, como pródigos a quienes se incapacita, como perturbadores a quienes se recluye4.

El discurso de la nación tal como lo articula este periódico se construye en tomo al pasado glorioso español y se remonta a 1492, origen de la conquista territorial. A partir de esa premisa se construye el pasado colonial como una prerrogativa y un derecho para la nación española, y el último párrafo invierte los términos de la supuesta legitimidad de la conquista que, en su discurso, otorga la posesión de las tierras como nuevo hogar adquirido y convierte a los españoles en lícitos propietarios. Esta pérdida no prevista respondía a un optimismo delirante por parte de la mayoría de la población española, a quien se conducía por senderos que apuntaban al triunfo militar y al pasado imperial de una España todopoderosa. Así describe Elias Amézaga la situación: “Son los días de expediciones trasatlánticas exultantes e iniciales del ejército, despedidas en el puerto con banderolas, gallardetes y banda de música y un ¡hasta pronto! La hora del optimismo, de los vivas estentóreos; aquello iba a constituir un paseo militar” (153). Ahora, tras el “desastre” los españoles descienden de jerarquía, son despojados del “orgullo” y del “provecho” anteriores y, finalmente, son devueltos como inquilinos deshauciados, como intrusos, como pródigos, como perturbadores. ¿No fue, en tal caso, el “problema de España” la formulación de un nacionalismo español basado en esos principios ultraconservadores y retrógados? ¿No existía esa concepción antes y simultáneamente a la pérdida de las colonias? Veamos un último ejemplo del periódico madrileño Apuntes, con fecha del 1 de enero de 1897, que describía el estado de confusión e incertidumbre que vivía el país en el año anterior al “desastre”:

En Cuba guerra con los negros, con los malos españoles, con el clima y con los Estados Unidos, únicos que sostienen, moral y materialmente, la 6 INTI N° 51

rebelión. En Filipinas guerra con los malayos, con los masones y quizá con otros enemigos que no pasan por tales... De todo lo anterior se deduce que nos haría un señalado servicio la divina Providencia si nos diera un año 97 un poquito mejor que el 965.

Al racismo delirante que encierran estas palabras, se une la apelación a la voluntad divina, y ambos momentos ilustran lo que vengo llamando “el problema de España”, o mas bien, la concepción ideológica de un nacionalismo español a todas luces desproporcionado en sus atribuciones, complaciente en lo familiar y cruel con lo Otro, asentado en los placeres de la pertenencia a un poder excesivo, y ciego a las extremas desigualdades en las colonias6. No pareció surtir efecto ninguno tal deseo de prosperidad para la nación, sino que actuó más bien en sentido contrario a la plegaria en los años siguientes. Y sin embargo, para el desarrollo del discurso en torno a la nación vasca sí hizo un señalado servicio el “desastre” político de 1898. Como señala Sebastian Balfour: “’s precarious unity between its different regions had been constructed around a common endeavour to extend its dominion and its religion to the empire and to extract the wealth contained therein. With the lost of the last colonies, the already fragile ideological ties binding the regions to the centre from which that empire had been run were put under even greater strain” (29). En efecto, Sabino Arana había fundado el Partido Nacionalista Vasco en 1897, con un programa que aducía la progresiva decadencia de la provincia de Vizcaya desde la Edad Media, cuando se convirtió en parte de España. Según Arana, tal declive era consecuencia de la subordinación opresiva y humillante de Vizcaya a España, que culminó con la supresión de sus instituciones políticas autonómicas, los Fueros, durante el siglo XIX. A lo largo de la historia, argüía, España había mostrado una falta absoluta de sensibilidad hacia el espíritu moral vasco, hacia la organización de su vida política y económica y hacia su lengua y su raza. El único camino para la “salvación” de Vizcaya era la independencia política, y juró dedicar su vida a su consecución. Es altamente significativa la escisión que se produjo en este momento entre las directrices del gobierno español y los principios ideológicos del incipiente Partido Nacionalista Vasco. Como señala Juan P. Fusi Aizpurua, en diversos puntos de la geografía española se sucedían las manifestaciones patrióticas españolistas en apoyo del esfuerzo militar de España primero en 1896 y después contra las insurrecciones cubana y filipina y finalmente, en la guerra contra los Estados Unidos en la que desembocó el conflicto colonial en 1898. También en Bilbao se produjeron numerosas manifestaciones de apoyo, especialmente tras declararse la guerra a los Estados Unidos, los días 22, 23 y 24 de abril de 1898. Como señala Fusi: “Este último día, los manifestantes apedrearon la casa de Sabino Arana, el fundador del nacionalismo vasco” (93). Frente a la reacción españolista y MARÍA PILAR RODRÍGUEZ 7 patriótica, y pese a estar cerrados por orden gubernativa el centro de reuniones y la publicación que los nacionalistas vascos habían sacado adelante para dar expresión a la ideología nacionalista vasca (Bizkaitarra), y encarcelado el propio Arana durante seis meses en 1895, no por ello permaneció ajeno a la situación. Como indica Fusi:

Arana pudo hacer poca cosa: con todo, publicó algún artículo en que se transparentaba su apoyo a la independencia de Cuba y Filipinas (en 1902, mandaría un telegrama al presidente de los Estados Unidos felicitándole por su respaldo a la independencia de Cuba), y que evidenciaban, desde luego, su distanciamiento respecto de una guerra que afectaba a un país, España, que consideraba como un país extranjero (94-5).

Las discrepancias entre el nacionalismo español y el nacionalismo vasco en lo referente a la pérdida de las colonias se hacen patentes desde los comienzos, y acentúan ese sentido de precaria unidad estatal que amenazaba con quebrarse precisamente en momentos en que la definición de la patria se ponía en cuestión7. De los escritores vascos integrantes de la llamada “Generación del 98”, no cabe duda que fue Miguel de Unamuno quien con mayor extensión y profundidad se detuvo a analizar la situación colonial y sus consecuencias para la realidad del estado español, como han apuntado diversos críticos: “El caso de Unamuno resultó especialmente relevante: por el número de artículos que publicó sobre el asunto y por el contenido de los mismos, fue él quien, de hecho, fijó y definió la línea del socialismo vizcaíno ante la guerra” (Fusi 97)8. Unamuno denunció sin paliativos la política colonial española y en diversas ocasiones a partir de 1895 se refirió a este tema en artículos de títulos tan reveladores como “La guerra es un negocio” (La Lucha de Clases, 26 de octubre de 1895) o “La guerra y el comercio” (La Lucha de Clases 20 de febrero de 1897. Analiza en ellos el papel de los intereses azucareros americanos y del comercio español en provocar y prolongar ese conflicto. En “Paz y trabajo” (El Socialista 1 de mayo de 1896) afirma que el primer deber de los obreros era: “protestar de la guerra que lleva a Cuba a morir y a matar a tantos trabajadores, cuyo progreso moral y material en nada dificultan los insurrectos y sí los que contra ellos lo envían”, en una declaración que sitúa al intelectual en contra de los dirigentes españoles. Como señala Rafael Pérez de la Dehesa, una de las colaboraciones de Unamuno en el periódico La Lucha de Clases, atacando el militarismo, condujo a una acción judicial contra el director de tal periódico. (117). Unamuno se unió a Pablo Iglesias y Pi y Margall en una serie de artículos antibélicos publicados en La Estafeta, y allí apareció, según indica Pérez de la Dehesa, “el ensayo más largo y completo contra la guerra de Cuba” (117- 118), si bien Unamuno fue incluso más allá que los otros dirigentes, ya que propugnaba la abolición del servicio militar obligatorio9. Importa destacar 8 INTI N° 51 la réplica al tipo de discurso imperialista del nacionalismo español antes señalado que Unamuno lanza en “La tradición eterna” al referirse a la política colonial: “Apena leer trabajos de historia en que se llama glorias a nuestras mayores vergüenzas, en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros” (Obras Completas I, 798). Si bien el pensador vasco alteró en numerosas ocasiones su pensamiento y su ideología en tomo a conceptos políticos, religiosos y literarios, su enraizada convicción antimilitarista se mantiene inmutable. Como indica Juaristi en “América”:

Así, en 1919 todavía, frente al panhispanismo conservador y católico rampante ya por esas fechas, Unamuno propugna un nuevo descubrimiento mutuo de las clases medias intelectuales de España y América sobre unas bases distintas. Dice: “¿Cómo? Desde luego, sin las solemnidades como las del pasado 12 de octubre, sin fiestas como las de la Raza, fiestas que ahí y aquí huelen a colonia. Es decir, huelen a colonia y es el olor a colonia lo que hay que borrar” (32).

Es implacable el escritor vasco en su denuncia y en su rechazo de la empresa colonial: Amézaga recoge una cita de su correspondencia con Pedro Múgica, profesor en Berlín y amigo íntimo en una carta de 1895: “Aquí hace estragos la imbecilidad de Cuba. ¡Ojalá la perdiéramos! Sería mejor para nosotros y para ellos” (Amézaga 69), y en otra misiva al mismo destinatario el treinta de mayo de 1898 se sincera así: “Aborrezco al militar, al patriota, a la patria, al caballero y a lo caballeresco, al honor, al héroe, y me gusta el mercader, el cosmopolita y el sin patria” (Amézaga 152). Años después, en 1922, al aludir a las guerras con el Norte de Africa, nuevamente se posiciona Unamuno contrariamente al conflicto bélico, pero lo interesante es que ve en la actitud del gobierno español de entonces un intento vano de desquitarse del desastre colonial del 98:

Es lamentable, pero muy lamentable, lo que está ocurriendo con eso de Marruecos. Todos están convencidos ya de que es empresa que hay que abandonar, pura y simplemente abandonarla. Pero ¿cómo confesarlo? Los políticos dinásticos, los del régimen y los que aspiran a turnar bajo él, en el gobierno, no pueden confesarlo, porque saben que ello es un empeño dinástico, que es el presunto desquite de lo de 1898, y que el reino se sentiría derrotado si tuviese que retirarse de la empresa marroquí (El Socialista, 2 de febrero de 1922)10.

Miguel de Unamuno se presenta, una y otra vez, ante todo, como vasco. Repite en numerosas ocasiones su pertenencia a la raza vasca (“Soy vasco por todos mis costados”, “Soy vasco por todos sesenta y ocho costados, de casta, de nacimiento, de educación, y sobre todo, de voluntad y afecto”11). La primera ideología de Unamuno fue el nacionalismo vasco, catalizado por MARÍA PILAR RODRÍGUEZ 9 la abolición de los Fueros en 1876. En sus Recuerdos de niñez y de mocedad recuerda el bombardeo de Bilbao por los carlistas en 1873 como “el suceso que dejó más honda huella en mi memoria” (75). Rememora sus años mozos, en los que recorría frecuentemente el muelle del Arenal con un amigo “disertando de los males de la Euscalerria y lamentando la cobardía presente”. Y añade: “¡Cuántas veces no echamos planes para cuando Vizcaya fuese independiente!” (154). Cuenta en este mismo texto que hasta fue capaz de enviar una carta anónima a Alfonso XII amenazándole por haber firmado la abolición de los Fueros. Hasta principios de los años 90, la ideología independentista de Unamuno se plasma en poemas como el titulado Agur, arbola bedeinkatube! (¡Salud, arbol bendito!)12, en su amistad y sus afinidades con Sabino Arana, en su tesis doctoral sobre los orígenes y la prehistoria de la raza vasca, en su intento frustrado de obtener una cátedra de lengua vasca en Bilbao, y en multitud de artículos y conferencias de tono marcadamente pro-independentista. En la conferencia titulada “Espíritu de la raza vasca”, pronunciada en la Sociedad “El Sitio” de Bilbao el 3 de enero de 1887 reivindicaba el individualismo del pueblo vasco, defendía el espíritu del fuero, y concluía: “Hace ya tiempo que murieron nuestras leyes; hace ya tiempo que, a cambio de la libertad de gobernarnos, nos dan otras libertades que para nada nos hacen falta; hace ya tiempo que la fuerza se impuso a la razón; la barbarie civilizada, a la independencia primitiva” (Unamuno. Pensamiento político 108). Ya antes de su traslado a Salamanca en 1891 donde consiguió la cátedra de griego comienza Unamuno a establecer una comparación entre los paisajes de Castilla y Vizcaya: en un primer momento, en escritos como En Alcalá de Henares. Castilla y Vizcaya (1889) (Obras Completas I, 123- 133), el escritor se identifica exclusivamente con su tierra de origen, con el paisaje y la “concepción vasca” de la vida, a la par que se entusiasma por el arte y la literatura vasca. El anticastellanismo de Unamuno va desapareciendo progresivamente, si bien nunca se elimina por completo, y subsiste en veladas alusiones y ambiguas declaraciones. Si bien a primera vista parecería que en escritos algo posteriores tales como En torno al casticismo (1895) tal actitud anticastellanista ya habría sido ampliamente superada, el propio autor escribe diez años más tarde en “La crisis actual del patriotismo español” (1905):

Los ensayos que constituyen mi libro En torno al casticismo... me fueron dictados por la honda disparidad que sentía entre mi espíritu y el espíritu castellano. Y esta disparidad es la que media entre el espíritu del pueblo vasco, del que nací y en el que me crié, y el espíritu del pueblo castellano, en el que, a partir de mis veintiseis años, ha madurado mi espíritu. Entonces creía, como creen hoy no pocos paisanos míos y muchos catalanes, que tales disparidades son inconciliables e irreductibles; hoy no creo lo mismo (Obras Completas I, 1289). 10 IN T I N0 51

En la década de 1890 se convirtió Unamuno en uno de los más firmes enemigos del “bizcaitarrismo” o movimiento independentista vasco, y así lo proclamó en numerosos escritos y artículos. Ya en 1891 publicó “La sangre de Aitor”, que satiriza el racismo del movimiento independentista y critica duramente las tradiciones ancestrales vascas13. Su defensa del regionalismo fue tomando un tono marcadamente culturalista: cada región debería intentar comprender el espíritu de las demás e intentar integrarse en una cultura superior, abierta y generosa. Llegamos así a la más conocida de sus posiciones: catalanes y vascos debían catalanizar y vasconizar Castilla; habían de intentar conquistar Castilla y transformar su espíritu para llegar a una unidad cultural superior: “Castilla ha cumplido su deber para con la patria común castellanizándola todo lo que ha podido, imponiéndole su lengua e imponiéndosela a otras naciones, y ello es ya una adquisisción definitiva. El deber de Cataluña para con España es tratar de catalanizarla y el deber para con España por parte de Vasconia es el de tratar de vasconizarla” (Obras Completas I, 1297). El pensamiento de Unamuno con respecto al nacionalismo vasco, catalán y español es muy complejo y está marcado por una ambigüedad esencial que reaparece una y otra vez en sus escritos14 y merece un estudio más detallado, pero no es tal el propósito de este trabajo, sino que me detendré más bien en aquellos momentos, en aquellas posturas, en aquellas claves que favorecieron el desarrollo del discurso nacionalista en un plano más amplio, y que promovieron la expansión de una narrativa intelectual acerca de Euskadi que todavía hoy resulta urgente e imprescindible. Tan sólo estudiaré ahora la cuestión lingüística, el debate originado entre Unamuno, que defendió incansablemente la necesidad de expresarse en castellano y de dejar morir al euskera o “vascuence” y sus opositores. Me interesa este debate por las repercusiones políticas que ocasionó y por sus ramificaciones, que llegan hasta nuestros días en las posiciones contrapuestas de dos intelectuales vascos: Germán Yanke y Gurutz Jáuregui. En la controversia de Unamuno con los “bizcaitarristas”, uno de los temas de batalla fue el vascuence. Desde el discurso de los Juegos Florales de Bilbao en 1901, proclamó ya Unamuno en términos contundentes que por el bien del Pueblo vasco, al vascuence había que dejarlo morir. Los vascos habían de manifestar su personalidad característica en castellano, como la manifestaron también en inglés el escocés Burn y el irlandés Shaw, lo mismo que también la manifestaron en francés los bretones Chateaubriand y Lamennais. El que los vascos escriban en castellano, siempre según Unamuno, es tanto más de desear cuanto que ellos son los más indicados para curar las dolencias radicales de la lengua común, para “desmeridionalizar” el castellano y para darle el ritmo ágil y nervioso que exige la manera de pensar moderna. Importa constatar que en el Noticiero Salmantino, el 20 de septiembre de 1901, escribía Unamuno una carta MARÍA PILAR RODRÍGUEZ 11 abierta a ciertos intelectuales vascos y catalanes (Daniel Ortiz, Valentí Camp, Roselló, Corominas, Miquel, Miró, Costa y Jordá); permítaseme citar este largo extracto de la carta, que me parece fundamental para desarrollar mi argumento:

He visto que a algunos no les ha parecido bien ahí, en Cataluña, lo que del vascuence dije. Es sin duda ignorancia de la cuestión. No se trata del punto general de si conviene o no el mantenimiento de las lenguas y dialectos regionales frente a un unitarismo abstracto y jacobino. Dése a este punto la solución que se le dé, en el caso concreto del vascuence resulta que éste se pierde sin remedio y nos conviene a los vascos que se pierda, porque por su índole misma es tal idioma un obstáculo para la difusión de la cultura (tengan en cuenta que lo hablo). Si yo fuese catalán, sería partidario tal vez de la conservación de la lengua catalana (lo sería de seguro), aun siendo anticatalanista, pero hay que saber, como sé yo, el vascuence para comprender que nosotros no podemos pensar lo mismo. Hay que resignarse al progreso, aun sacrificando sentimientos hondos (Unamuno y el socialismo 174-175).

Lo interesante de este debate es que, como indica Hobsbawm (100) al referirse al debate lingüístico en 1873 en el reinado de los Habsburgos, la mera presencia de tales polémicas acerca de la conveniencia de utilizar una u otra lengua, genera ya en sí misma un nacionalismo lingüístico, al forzar la opinión pública a escoger entre dos modelos de nacionalidad por una parte, y de nacionalismo lingüístico por otra. Unamuno contribuyó en su juventud a los estudios lingüísticos sobre el euskera, y era consciente de la relación profunda entre la lengua y la nacionalidad cuando en 1918 escribía a Alfonso Reyes: “He influido en el nacionalismo, en cuyas filas se me respeta y aún algo más15”. Sin embargo, en la cita anterior parece disociar la cuestión de la lengua del independentismo, al referirse al caso catalán. El criterio para el mantenimiento o la desaparición de un idioma no parece ser otro que su dificultad, y por ello se prescribe la conservación del catalán pero la desaparición del vascuence. Tampoco para Sabino Arana la lengua era el principal criterio para la independencia de Euskadi, sino la raza y los principios espirituales propios del pueblo vasco. Lo que la carta-respuesta deja claro es que el debate acerca de los distintos nacionalismos del estado español estaba en marcha16 y que la llamada “regeneración” de España a raíz del famoso “desastre” daba pie a posiciones encontradas en lo referente a la definición de la nación. Si bien no puede negarse que la actitud de Unamuno fue en muchas ocasiones diametralmente opuesta a la expansión del independentismo de Euskadi, interesa el debate generado en tomo a su figura y a sus declaraciones. ¿Qué es para Unamuno “ser vasco”? El escritor en el artículo “El Jiu- Jitsu en Bilbao” se define más bien en términos negativos, contrarrestando 12 IN T I N0 51 estereotipos que existen “entre el vulgo sudamericano”. Unamuno comienza por definirse “vasco por todos costados” (Unamuno. Pensamiento Político 342), responde con furia al comentario de una argentino (“Nadie diría que es usted vasco”): “¿Por qué?, ¿porque no soy católico?, ¿porque no uso boina?, ¿porque no soy lechero?, ¿porque hablo bien el castellano?, ¿porque tengo amplitud de criterio?, ¿porque no soy terco ni intransigente? ¿por qué?” (342). Unamuno una y otra vez se siente vasco y le irrita profundamente que no lo tomen por tal. Por otra parte, en su definición de la nacionalidad queda nítidamente expresada la irrelevancia de la lengua (el euskera) como criterio constitutivo. Tan sólo queda aquí esbozado el inicio de un camino que debería explorarse mucho más en lo que concierne al debate sobre los diferentes nacionalismos en la Generación del 9817. Para concluir, dos referencias a la continuación de este debate en la actualidad. Germán Yanke en su artículo “Los nietos de Unamuno” adopta (con variaciones) la postura de Unamuno, y defiende a los escritores vascos en lengua castellana tales como Jon Juaristi, Raúl Guerra Garrido, Miguel Sánchez Osliz, Luisa Etxenike, etc.: “Los que he citado podrían ser “nietos de Unamuno”, podrían escribir sin ortopedias de uno u otro signo, podrían superar la perniciosa “forma nacional” que, con cualquiera de sus caras, cae sobre nosotros como una losa esterilizante” (87). Para Yanke, la categoría de “escritor vasco” ha de ser más amplia (“honor que nos corresponde a todos”), y alaba en Unamuno el impulso de narrar que generó no sólo en su propia obra literaria, sino también en su deseo de que otros autores vascos tuvieran voz propia18. Gurutz Jáuregui en “Los vascos y el 98” hace responsables a los intelectuales vascos del 98 de la pérdida de una oportunidad única en la historia para asentar las bases de una España moderna y plural en la que el País Vasco encontrara su sitio:

Como reacción a esta situación, los Unamuno, Baroja, etc., despreciaron, cuando no rechazaron de forma expresa, el euskera y la cultura euskérica como elemento de primerísimo orden a la hora de precisar muchas de las características culturales del pueblo vasco y a la hora de reconstruir su historia, reduciéndolas a la categoría de un simple divertimento para maníacos apacibles o pequeños comerciantes del folclore.

Sin entrar en este debate, permítaseme concluir con ciertas reflexiones generales. En un momento en el que la paz en Euskadi parece un hecho posible y en el que el debate intelectual sobre la nacionalidad resulta urgente, se nos ofrece la oportunidad histórica de reflexionar con pasión pero “sin perder los estribos”, de volver al pasado para entender mejor el presente y para reconsiderar las preguntas tan relevantes que propone Edward Said: “When did we become “a people”? When did we stop being one? Or are we in the process of becoming one? What do these big questions have to do with our intimate relationships with each other and with others?” MARÍA PILAR RODRÍGUEZ 13

(34). La revisión de los debates generados a partir del “desastre” del 98 nos hacen más conscientes de la idea interactiva y en constante cambio de la nación como proceso, y nos obliga a confrontar nuestra propia participación en esta empresa común.

NOTAS 1. “But behind the overt nationalist struggles lay deeper patterns of collective identity and pride, given form by nationalism as a way of talking and thinking and seeing the world” (1). 2. “I would stress the element of artifact, invention and social engineering which enters into the making of nations” (10) 3. “If the ambivalent figure of the nation is a problem of its transitional history, its conceptual indeterminacy, its wavering between vocabularies, then what effect does this have on narratives and discourses that signify a sense of “nationness”: the heimlich pleasures of the hearth, the unheimlich terror of the space or race of the Other, the comfort of social belonging, the hidden injuries of class; the customs of taste, the powers of political affiliation; the sense of social order, the sensibility of sexuality; the blindness of bureaucracy, the strait insight of injustice; the langue of the law and the parole of the people” (2). 4. Citado por H. Ramsden, 106. 5. Igualmente recogido por H. Ramsden, p. 106-107. 6. Es preciso señalar que no toda la población española pensaba en tales términos; muchos fueron los políticos e intelectuales que alzaron sus voces discordantes y que protestaron activamente la política colonial española, entre ellos fueron los más destacados Francisco Pi y Margall, Ramiro de Maeztu, Vicente Blasco Ibáñez, Jacinto Octavio Picón, Pablo Iglesias, Zeda (Francisco Fernández Villegas) y el propio Miguel de Unamuno. A esas y otras voces se unieron pronto los libros, editoriales y folletos escritos por ex-soldados, periodistas y políticos (vease el apartado III: “Towards the Understanding of the 1898 Movement” del libro de H. Ramsden para mayor información sobre estas publicaciones, especialmente 107-110). 7. Elias Amézaga alude a la creación del mito de la “Generación del 98” por parte de los críticos de la literatura hispánica algunos años después precisamente para incluir a todos los escritores en un mismo grupo y evitar así la escisión en diversas literaturas nacionales: menciona a Azorín, Baroja, Maeztu, y dice: “No son éstos sus inventores, o lo son empujados por críticos que años después del 98 fomentaban así la recuperación hispánica y la afirmación de un nuevo mito [...] Máxime en una situación como la suya con la expansión de los nacionalismos interiores” (36-7). 8. También Jon Juaristi en “América” elige la figura de Unamuno por encima de los otros escritores de su generación por el destacado interés del filósofo y novelista por el continente americano: “Unamuno se interesa profundamente por los problemas económicos, políticos y culturales de América Latina desde estas fechas [1889]. 14 INTI N° 51

Este interés va creciendo en su época de militante socialista y en realidad, desde casi 1894 hasta 1927, la presencia de lo americano, la presencia de las letras americanas en la obra crítica de Unamuno, va a ser constante” (28). 9. “Lo que hace falta es combatir sin tregua la institución militar misma y esperar con fe” (“Renovación” Vida nueva, 31-VII-1898, recogido por Amézaga 153-4). 10. “La acción civil en Africa” en Unamuno y el Socialismo. Artículos recuperados (1886-1928). En otros artículos expresa idea similares, como en el titulado “Jugar con sangre”, en el que afirma: “En el norte de Marruecos está desangrándose estúpidamente -estúpidamente, ésta es la palabra- una buena parte de la mocedad española. Y sin saber por qué ni para qué. Como no sea, en el fondo, para satisfacer un frívolo capricho imperialista y por desquite del desastre colonial del 98” (publicado en El Socialista, 26 de mayo de 1922, en Unamuno y el Socialismo 271). 11. Citado por R.P. González Caminero, 51-52. 12. Analizado por Jon Juaristi en El bucle melancólico (80-82). 13. Así comienza: “De la más pura sangre de Aitor había nacido Lope de Zabalarestieta, Goicoerrotaeche, Arana Y Aguirre, sin gota de sangre de moros, ni de judíos, ni de godos, ni de maquetos. Apoyaba su orgullo en esta nobleza tan casual y tan barata” (Obras Completas I, 139). 14. Para una interpretación de las oscilaciones de Unamuno en cuanto a sus posturas nacionalistas, véase El bucle melancólico (65-100). Dice Juaristi acerca de Vasconia: “Esta, su patria ancestral nunca perdida, será el punto de arranque desde el que Unamuno intente reconstruir una España que, nacionalidad histórica y raza espiritual, podrá perderse o ganarse, puesto que nunca será lo dado, lo inmediato, lo fatalmente constituido, como en su caso lo es la raza vasca” (100). 15. Citado por Pérez de la Dehesa, 20. Añade Unamuno en esa correspondencia epistolar: “Lo más de su bagaje ideológico se lo di yo a Sabino [Arana]”, y ambos mantuvieron estrechas relaciones de amistad aun cuando sus posiciones políticas en torno a la independencia del País Vasco se tornaron radicalmente opuestas. 16. Como se ve en otra respuesta de Unamuno tras la que se adivinan las protestas que su discurso originó en el Pueblo Vasco; escribe Unamuno: “Fue muy legítima la protesta del sentimiento herido en contra de lo que del vascuence dije; si no hubiera protestado, habríame formado triste idea del estado de mi pueblo” (Unamuno. Pensamiento Político 206). Nuevamente se advierte aquí la ambigüedad que caracteriza ciertas actitudes del escritor hacia “su pueblo”. 17. El trabajo más representativo de esta línea de estudios es el llevado a cabo por Philip Silver en su libro Nacionalismos y transición. Euskadi, Catalunya, España, en el que traza la línea de pensamiento acerca de los diferentes nacionalismos desde Ortega hasta la actualidad. 18. Como efectivamente indica Unamuno en varias ocasiones al sugerir una “generación” de escritores vascos. Uno de estos momentos aparece en Recuerdos de niñez y de mocedad: “Cuando rompamos del todo a hablar habrá que oírnos. Lo he dicho muchas veces y lo digo cada vez que leo a Baroja, a Maeztu, a Salaverría, a Iturribarría, a Arzadun, a otros más” (149). MARÍA PILAR RODRÍGUEZ 15

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