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BESTIARIO COLOMBINO Primer viaje 1492–1493

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FERNANDO TOLA DE HABICH

BESTIARIO COLOMBINO Primer viaje 1492–1493

Factoría Ediciones

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Página de derechos

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Este libro sobre Cristóbal Colón, que me gusta ver también como un homenaje a la obra naturalista de Gonzalo Fernández de Oviedo, está dedicado a mi hermana Marta Leticia y a mi sobrina María Marta.

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PRÓLOGO

Resulta bastante difícil explicar por qué un libro que podría haber sido escrito por un historiador, por un científico, por un biólogo, por un naturalista, resulta siendo redactado por un lite- rato que ni siquiera es historiador, ni colombinista1 y, exageran- do, una persona a la que incluso le resulta difícil distinguir entre un halcón y un gorrión cuando vuelan en las proximidades de la ventana de su estudio. Pero así ha sido. La idea de escribir un Bestiario colombino del viaje de Descu- brimiento de las Indias, nació cuando al leer diversas ediciones del resumen del Diario de Colón hallé que cuando se le aclaraba a los lectores términos marítimos, correcciones y alteraciones en el original, lugares geográficos, indigenismos y nombres propios –jamás con una aspiración totalitaria del trabajo, dicho sea en justicia–, lo más pobre resultaba la explicación sobre los animales que topaban Colón y su tripulación mientras recorrían el Atlán- tico y las costas de las islas del Caribe que conocieron. En medio de estas lecturas, leí en Internet las notas sobre aves y peces de una señora Mónica Fernández–Aceytuno, que me gus- taron por el aire poético que recorría sus escritos. Así que le es- cribí animándola a ocuparse de las aves y los peces del viaje de Colón. Aceptó encantada, trazó una lista identificando con el nombre científico a casi todos los animales del Océano, y redactó unos atinados y simpáticos artículos sobre algunos de ellos. La- mentablemente, sus compromisos y actividades profesionales in- terrumpieron esa labor que parecía resultar fructífera. Sin saber a qué otro profesional recurrir para que se interesa- ra dedicarse a esa labor detectivesca, opté por una vieja costum- bre: comprar todos los resúmenes del Diario de Colón que pu- diera hallar en el mercado librero, más las biografías del descu-

1 Uso colombinista para referirme a los estudiosos especializados en la vida y obra de Cristóbal Colón, aunque también he hallado en libros sobre el tema el uso de colombista con el mismo significado. La RAE no acepta ninguno de los dos, y solo registra colombino para todo “lo relativo o perteneciente a Cristóbal Colón”. El filólogo Juan Gil, académico de la Lengua y también especialista en Colón, titula Columbiana a un libro en que reúne sus estudios sobre el descubridor de América, pero en el prólogo, al referirse a la casi inexistencia en España de especialistas en Colón, no los llama columbianos sino colombinistas. Acepto su autoridad en este tema. 9 bridor y los estudios históricos sobre la primera navegación. El resultado fue desolador. Tal como ya me lo habían adelantado las ediciones con las que trabajaba, en ninguna de ellas se prestaba especial atención a la fauna avistada. Para no alargar este aspecto bibliográfico, diré que solo dos ediciones del resumen del Diario me pudieron servir para hacer- se una idea de cuáles fueron los animales que vieron Colón y su tripulación durante el viaje del descubrimiento. Una es la de Manuel Alvar (Ediciones del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, 1976) y la otra la de Demetrio Ramos Pérez y Marta González Quintana (Diputación Provincial de Granada, 1995). Sin embargo, es conveniente aclarar que mientras la edición de Alvar peca de inclinarse muchas veces más a la referencia filoló- gica que a la naturalista y más a la referencia española que a la americana, en la de Ramos–González se le escatimó el espacio que deberían haberle dado al atinado especialista elegido para realizar tan sugestiva tarea: Abelardo González Lorenzo. Depredando sobre estas dos referencias, recordé a Gonzalo Fernández de Oviedo y a sus dos libros capitales para la Historia de América: el Sumario de la Natural Historia de las Indias (Toledo, 1526) y la monumental Historia General y Natural de las Indias (Sevilla, 1535; Salamanca, 1547; y Madrid, 1851–1855). En ellos había una amplia descripción de animales de América y también de los que se veían desde las naves al cruzar el ex Mar tenebroso. Fernández de Oviedo, con relación a Colón, tenía el incon- veniente de que sus dos libros se publicaron algo más de tres y cuatro décadas después del llamado Descubrimiento de América, y por todo lo que se sabe y se ha dicho, en ese tiempo, tanto en la la Española como en Cuba, ya se había alterado radicalmente el medio ambiente, debido a la presencia española y a la importa- ción de animales (vacas, cerdos, caballos, perros) y vegetales (arroz, trigo, caña de azúcar) que no existían en las islas del Cari- be y que alteraron irreversiblemente el ecosistema de 1492. Pero Fernández de Oviedo tenía también una ventaja no des- preciable: fue la primera persona en describir la fauna y flora americana y, además, el primero, desde los tiempos antiguos, en realizar en Europa una tarea de este tipo. Evidentemente, en otros cronistas también era posible hallar descripciones de animales, pero el tiempo estaba en contra de ellos, y sentí como una especie de obligación utilizar lo menos posible a Acosta y a Cobos, por ejemplo, también ricos en este

10 trabajo descriptivo de naturalistas. En cambio, con Pedro Mártir de Anglería no sentí escrúpulos a pesar de las censuras vertidas por Oviedo por escribir sobre lo que no había visto. Un camino que transité con más vergüenza que alivio fue el del Diccionario de la Real Academia Española. Un fiasco: no acertaron ni una. A la tonina la llaman indiferentemente delfín o atún a pesar de la poca semejanza física y existencial de ambos; al ánade, lo llaman de todo: cualquier animal parecido a un pato resulta ser un ánade. Y ya expliqué, en el lugar adecuado, mi opinión sobre la definición del rabo de junco. Evité también frecuentar el Corominas y el de Autoridades para no sentirme aún más avergonzado de nuestro diccionario actual. En tal situación, sintiéndome bastante desprotegido y con la idea de que nadie se había ocupado del tema, que no existía un trabajo sobre los animales encontrados por Colón en su viaje de Descubrimiento, hallé de casualidad, casi como caída del cielo, una referencia bibliográfica: Gómez Cano, Joaquín: La fauna del Descubrimiento. La zoología de Colón. Madrid, 2003. De inmediato me lancé a buscarlo, pero no lo encontré en In- ternet, y libreros amigos me dijeron que nunca lo habían visto. Recurrí a Immaculada Bover Fonts, la directora de la Biblioteca de Moià, quien me lo consiguió en préstamo de la Biblioteca de la Universidad Complutense, con lo cual pude leerlo, estudiarlo y citarlo como una de mis referencias constantes. Fue una gran ayuda para avanzar es este trabajo. Ya a estas alturas tenía bien armada la idea de la estructura de las notas: debía redactarlas teniendo sobre la mesa el resumen del Diario por Las Casas, el comentario sobre un animal semejante o paralelo escrito por Fernández de Oviedo, y las opiniones al res- pecto de Alvar, Aceytuno, Gómez Cano y González Lorenzo, más lo que pudiera ir encontrando en otros cronistas, historiadores y biólogos que justificara su inclusión. Mi depredación construiría una antología equilibrada de los comentarios antiguos y los con- temporáneos sobre los animales vistos por Colón desde el 3 de agosto de 1492 al 15 de marzo de 1493. Si me preguntase la utilidad de este trabajo2, lo primero que

2 Recordaré una frase de Joseph Brodsky que me parece adecuada evocar aquí: “En cierto oficio, a cierta edad, nada es más fácil de reconocer que la falta de propósito”. (Marca de agua. Apuntes venecianos. Edhasa, 1993).

11 se me ocurriría sería decir que es un buen referente para que los futuros escritores sobre el viaje de Colón –sea editando el resu- men del Diario, redactando una biografía o analizando otros aspectos de sus viajes–, cuenten con un material de apoyo que les fuera útil para completar sus notas. De todas maneras, no era un trabajo lineal y fácil de manejar. Muchas veces me confundía, tropezaba con los nombres y las identificaciones, me perdía en la variedad de clasificaciones lati- nas y las similitudes descriptivas sobre diversos animales. De pronto tuve la idea que siendo la mayoría de los tripulantes ori- ginarios de la zona de Palos, de Andalucía, lo lógico sería que las denominaciones de las aves, peces y animales que vieran debe- rían haber sido nombradas como era la forma más común en su zona. Así fue como encontré Ictioterm de Alberto Arias García, que con sus magníficas páginas sobre los peces de Andalucía me aclaró muchas dudas, lo cual fue un aliento y un buen apoyo. De tanto consultar Ictioterm, terminé recurriendo directa- mente a su fundador y director con mis preguntas, y a él le debo varias especificaciones en las que no señalo el origen (por ejem- plo, en los peces parecidos al pez espada), y ya en medio de mis confusiones, decidí utilizar textualmente la explicación que me dio sobre el “Pez como cerdo”, y, finalmente, pedirle como un favor especial que escribiera el capítulo sobre los “Peces como los españoles” que pescaron los tripulantes de las carabelas en las costas de la Española. Su generosidad y amabilidad lo llevaron a redactar un magní- fico y cuidadoso texto que espero sirva de modelo para que otros estudiosos con más conocimientos sobre animales que yo, anali- cen los que aquí comento apoyándome en mis referencias más frecuentes. Creo que no se me olvida en el bolsillo nada de lo que haya depredado de manera continua y cuidadosa para formar este Bes- tiario colombino. Es cierto que por ahí quedan un “pez verde”, mu- chos “pajaritos”, algún “gusano blanco”, unas “arañas gordas”, pero son registros aún más tenues que los trabajados. Evidentemente, algo estaba dejando de lado por excesivamen- te obvio: la Historia del Almirante, de Hernando Colón, y la Histo- ria de las Indias, de Bartolomé de las Casas. Como se dice, y así es, estos dos libros completan la trilogía en la que se encuentran resumidas partes de la copia del Diario de Colón. Una, considerada la medular, es la publicada como

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Diario de Colón, Diario del Primer viaje y otros títulos parecidos, olvidando todos los editores de especificar que es un resumen subjetivo, modificado, alterado y añadido por Las Casas, sin que sepamos los motivos o finalidades por los cuales realizó esa tarea (se especula como probables razones: apoyo para la defensa en los juicios colombinos, como referencia para la escritura de la Histo- ria de las Indias, y para obsequiarse a algún cortesano). Por otra parte, se afirma también que Hernando Colón, al es- cribir la Historia del almirante –una escueta biografía de su padre–, utilizó la copia del Diario del primer viaje, el que le habían en- tregado los Reyes Católicos al descubridor, luego de copiarlo a dos manos y quedarse ellos con el original. En algunas partes de los resúmenes que incluye, amplía, reduce o aporta nuevos textos del Diario con relación al resumen realizado por Las Casas. En la misma situación se encuentra Bartolomé de las Casas y su Historia de las Indias. En la parte correspondiente al primer viaje incluye, amplía, reduce o aporta nuevos textos del Diario de Colón con relación al resumen realizado por él mismo en una libreta escrita probablemente años antes a la escritura de la Histo- ria de las Indias3. Repitámoslo aún más claro: no se puede tener una idea com- pleta de lo que ha llegado a nosotros –solo lo que ha llegado a noso- tros– del Diario de Colón si no combinamos los tres resúmenes existentes que se hicieron teniendo a la vista la copia a dos ma- nos que entregaron los Reyes católicos a Cristóbal Colón en setiembre de 1493: el llamado “Diario de Colón” –olvidando los historiadores, insisto, en considerarlo y llamarlo claramente Re- sumen–, las notas resumidas utilizadas en la Historia del Almirante de Hernando Colón e, igual, los fragmentos resumidos en la Historia de las Indias de Bartolomé de las Casas. Tenemos, es verdad, vislumbres que ayudan a entender algu- nos detalles más del viaje de Colón en la Carta anunciando el Descubrimiento; en la primera Década de Pedro Mártir de An- glería; en las notas del cura de los Palacios; y en alguna anotación suelta en documentos de la época, como pueden ser las cartas a los Reyes o a otros destinatarios, diarios de otros viajes del mis-

3 Entre mis proyectos colombinos se haya publicar de forma independiente lo que se podría considerar como las versiones del Diario de Colón según los resúmenes de Hernando Colón en la Historia del Almirante y según los resúme- nes de Las Casas en la Historia de las Indias. Es casi lo mismo, pero hay diferen- cias. 13 mo Colón, declaraciones de viajeros o testigos de los viajes “en los mal llamados juicios colombinos”, y testimonios de personas que viajaron con Colón e, incluso, lo que se cuenta como escu- chado a otras personas que estuvieron en el descubrimiento. Pe- ro, como digo, solo nos darán vislumbres, opiniones muchas veces interesadas, y rasgos más o menos oblicuos de lo sucedido. Concluyendo sobre este aspecto, lo realmente importante es la trilogía de libros que señalo como inevitable. No es este el lugar para analizar y comentar las peripecias, su- posiciones, alteraciones, dudas, objeciones y sospechas que ha ocasionado y sigue ocasionando el resumen de la copia del Dia- rio de Colón realizado por el padre Las Casas y que todos los editores y estudiosos se empeñan en titular y llamar “Diario de Colón” sin destacar –como estoy insistiendo–, que en realidad es un simple resumen escrito por el sacerdote dominico4. Felizmente –y eso es al menos lo que pensaba y sentía–, los principales colombinistas españoles han trabajado sobre la copia manuscrita de Las Casas, la han analizado, han publicado edi- ciones críticas y ediciones comunes y corrientes del Resumen, e incluso hasta se han impreso facsímiles en ediciones de lujo, o por lo menos costosas, del trabajo manuscrito del sacerdote. ¡Más no podía pedirse! Sin embargo –y quiero contarlo aquí porque aún no se me quita la terrible sensación y decepción que tuve–, un buen día descubrí que las ediciones del resumen de la copia del Diario de Colón escrita por el padre Las Casas, habían sido manipuladas por los historiadores españoles que se han ocupado del tema (y también, seguramente sin ser conscientes de ello, por todos los que los han seguido en sus ediciones y comentarios del Diario), e incluso estos distinguidos historiadores, académicos y profesores universitarios, han llegado a la desfachatez de alterar, suprimien- do, incluso las reproducciones facsimilares. Y esta tan deshonesta actitud intelectual5 la encuentro en los

4 Aún recuerdo mi sorpresa al leer que la tan prestigiada Consuelo Varela llamaba a Las Casas “copista fiel de la obra colombina”, cuando en realidad las citas directas del texto de Colón –que ni siquiera sabemos si son completas y ciertas–,representan menos del 25% del RESUMEN realizado. 5 Me gustaría pensar que toda esta situación se origina en el seguimiento fiel de la primera edición del resumen del Diario (1825), pero toda buena fe desapare- ce cuando uno lee, también en la historiadora Consuelo Varela, este singular comentario: “A la hora de contrastar mi edición con la de otros autores he tenido muy pocas vacilaciones acerca de cuáles eran los textos que se deberían 14 colombinistas que leo desde hace años y de los que he leído con atención sus trabajos, sus libros, sus artículos y sus notas; me refiero a Julio F. Guillén, Carlos Sanz, Manuel Alvar, Consuelo Varela, Juan Gil, Demetrio Ramos–Marta González Quintana, Luis Arranz, y a cuantos han dicho haber trabajado sobre el re- sumen del Diario colombino6, con excepción de Juan Pérez de Tudela (director de la edición de la Colección Documental del Des- cubrimiento (1470–1506), Real Academia de la Historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Fundación Mapfre América, Madrid, 1994), la Editorial Testimonio, 1984 (que trascribe fielmente el texto, pero reproduce el facsímil manipula- do de la edición de Alvar), y en especial Jesús Varela Marcos y José Manuel Fradejas Rueda (que incluyen en una edición acce- sible –ni de lujo ni costosa– un auténtico facsímil del resumen, recalcando la manipulación efectuada por las otras ediciones del Diario y de sus reproducciones a la línea. Ayuntamiento de Va- lladolid, 2006). Esta práctica tan absurda e inexplicable se inicia en 1825, ha- ce casi dos siglos, cuando Martín Fernández de Navarrete publi- có, compulsada con ayuda de Juan Bautista Muñoz, su descubri- miento de la libreta con el Resumen de la copia del Diario de Colón por el padre Las Casas. Es posible que por extraños retor- cimiento mentales y morales –o, pensemos de buena fe, por el extravío de la última hoja de la copia en la imprenta– decide suprimir las cinco líneas finales del manuscrito por, digamos, considerarlas ofensivas para España (olvidando, evidentemente, la circulación masiva en todo el mundo de la Brevísima Destruc- ción de las Indias del mismo padre Las Casas, con críticas mucho más fuertes, detalladas, amplias y ofensivas para España). Puede uno pensar que esa alteración de documentos históri-

elegir –señala los textos de Fernández de Navarrete, De Llolis, Alvar y Arranz– ya que, aunque son numerosos los autores que se titulan editores, no hace falta ser buen sabueso para descubrir dónde habían copiado, sin la más mínima corrección, sus transcripciones”, y remata este texto afirmando que “al igual que hice en mi anterior edición, he procurado reproducir con la máxima fidelidad el original”. ¿Deberé llegar a la conclusión de que la considerada como la má- xima colombinista española jamás ha visto el manuscrito de las Casas con el resumen de la copia del Diario de Colón? Me parece increíble. 6 Como ya señalé, desearía exonerar de esta inmoralidad a los historiadores nacionales y extranjeros, contaminados por estos reputados colombinistas espa- ñoles, por creer en la honestidad de las ediciones que consultaron, estudiaron y reprodujeron. Nadie podía imaginar tamaño despropósito. 15 cos por razones de patriotismo, ofensa moral al país o a los ciu- dadanos, es posible asumir como realizable hace dos siglos, pero que a partir de los años 40 al 90 del siglo XX, se siga mantenien- do la misma inmoralidad, es ofensivo para los lectores, para la historia, y para la salud mental de España, y más grave todavía por provenir de historiadores de reconocido prestigio mundial, además de ser académicos y catedráticos sumamente distinguidos de la universidad española. En fin, para terminar con este asunto que me escandalizó y decepcionó por no esperarlo en pleno siglo XXI, y menos aún como proveniente de la flor y nata de la historiografía colombi- nista española, concluiré mostrando el grado de estupidez que re- presenta la eliminación de esas líneas finales en las ediciones y la reproducción fotográfica de los facsímiles del resumen de la co- pia del Diario de Cristóbal Colón, teniendo en consideración que únicamente dicen: “Y hubo cierto mucha razón y hablo como prudentíssi- mo y quasi profeta, puesto que los animales hombres no an sentido los bienes que Dios a España ofrecía espirituales y tenporales que no fue digna España, por su ambición y cudicia, gozar de los espìrituales si no son algunos siervo de Dios”.7 Zanjado el asunto de las fuentes utilizadas para escribir este Bestiario Colombino, pasaré a las impresiones y conclusiones que he obtenido de leer, releer, depredar y analizar los encuentros de Cristóbal Colón y su tripulación con los diversos animales que vieron al atravesar el océano atlántico y costear las islas del Cari- be que conocieron durante el primer viaje, el del supuesto des- cubrimiento de las Indias. 1. Como se verá, al atravesar el Océano Atlántico, de ida y de regreso a España, he contabilizado 17 peces –sé que la ballena no es pez, sino mamífero– y aves, incluyendo el pez emperador y las golondrinas que figuran en el texto de Hernando Colón pero no en el resumen de Las Casas, y he agregado el pájaro bobo y el patín en las notas correspondientes a la tiñosa y la pardela por ser aves que Fernández de Oviedo dice que se ven comúnmente

7 Aunque es un tema que no me interesa investigar, diré que en las ediciones norteamericanas (Morison, Jane) e italiana (Caddeo) que he revisado por pura curiosidad, no están censuradas las líneas finales como sucede en las ediciones españolas, con lo cual mi vergüenza ajena se agiganta. No he tenido paciencia para tratar de consultar en otras lenguas las ediciones del resumen del Diario. 16 durante los viajes a las Indias y considerar que más se enriquecía que se empobrecía la relación al incluirlos también como una po- sibilidad de que fueran vistos pero no señalados o identificados. 2. Ignoro por qué razón los comentaristas contemporáneos no recurrieron a Hernando Colón y a Las Casas para dilucidar la identificación de ese pez que matan los tripulantes de la Pinta el 16 de setiembre y que lleva en el resumen el nombre de tonina (la excepción podría ser González Lorenzo, pero no lo redondea ni recurre a Las Casas). Creo que este es uno de mis buenos aportes personales al Bestiario colombino al identificar, gracias a esas dos fuentes, a las toninas como atunes y no como delfines (recordemos que la RAE acepta la misma palabra para identificar a los delfines y a los atunes). Esto disminuye el número de los animales vistos por Colón, pues por lo general se enlista como diferentes a la tonina y al atún. 3. De los 17 animales que registro como vistos en el Océano, los más desangelados son las aves (9 en total), con ex- cepción del rabihorcado, que merece una explicación sobre sus costumbres y que es el único identificable con cierta seguridad, y quizá también el rabo de junco, que al menos destaca por su larga cola. Los otros que se avistan, el garjao, el alcatraz, la tiñosa (el pá- jaro bobo), la pardela (el patín), la tórtola, los ánades y las golon- drinas se acomodan con facilidad dentro de la advertencia de Gómez Cano: “muchas de las citas que sirven de base a este tra- bajo no son fiables”, quien explica además que “ni Colón ni sus hombres tenían suficientes conocimientos de anatomía compa- rada, de modo que no debe extrañarnos el que pasen por alto los detalles diferenciadores y tiendan a pensar, en muchas ocasiones, que se encuentran antes especies ‘normales’, a las que no dudan en atribuir nombres y apellidos incorrectos”. Este concepto lo he manejado también yo dentro de las notas para cada animal. 4. He tratado con cierto tono de burla, por demás injustifi- cada, la tendencia de Gómez Cano de ofrecer diversas posibili- dades, y en especial al tratar de las ballenas y los tiburones. Careciendo de cualquier especificación sobre las característi- cas de esos grandes peces (y la ballena), me hubiera sentido to- talmente incapacitado para suponer que la primera ballena avis- tada era un cachalote y que el tiburón que se mató en el viaje de vuelta era un tiburón blanco y quizá, aunque menos probable, un tiburón ballena. 17

Pero reconozco, a favor de Gómez Cano, que sin duda alguna es preferible este tipo de búsqueda de identificación de los ani- males vistos, que la tendencia del diccionario de la RAE que, como ya dije, llama al atún y al delfín indistintamente tonina, o define al ánade como pato o “Ave con los mismos caracteres que el pato”, o que las actitud de historiadores como Varela–Gil que se limitan, por ejemplo a definir a los peces solo como pez ma- rino o pez de rio, y quedarse con el delfín al definir tonina. 5. En la mañana del 11 de octubre de 1492, ya frente a las islas del Caribe, concretamente a menos de 200 leguas de Gua- nahaní, aunque aún no vieran tierra, los marineros comenzaron a recoger restos vegetales que flotaban cerca de las naves colom- binas –un junco verde, una caña, un palo, un palillo que parecía labrado con hierro, un pedazo de caña, otra yerba que nace en tierra, una tablilla y ¡¡¡un palillo cargado de escaramojos!!!, lo cual también les parecía una muy obvia indicación de que se hallaban –como habían creído durante todo el viaje– cerca de alguna tie- rra. Los signos de admiración que he agregado a la frase con la pa- labra “escaramojos”, responde al problema de identificación que también resuelvo satisfactoriamente gracias a las fuentes directas8. La primera lectura, a pesar del contexto vegetal, lleva a creer a los especialistas que los escaramojos son algún tipo de animalejo terrestre o marítimo, pero animalejo. • Alvar maneja esta idea: “Escaramojos por escaramujo sería un ca- so de alternancia ó=ú, propio del español aportuguesado de Co- lón (cif. Menéndez Pidal, “Col Austral”, nº 283, pág. 38, 6), Por supuesto, la voz no debe entenderse por zarza sino por “molus- co”, pienso en el caramujo, “marisco como el caracol, que se echa nas prajas e pedras a borda da agua”, que existe en gallego y en por- tugués (doc. Camoes). No es nada difícil que en español se le diera el contenido de la voz portuguesa (vis. DCELC, escaramujo). • Ante el prudente silencio de González Lorenzo, Félix Muñoz interviene en la misma edición del resumen del Diario para ex- plicar que tal palillo podía cargar cualquier cosa menos frutos del rosal: “En España los escaramujos o escaramojos son los frutos

8 Se me disculpará lo extenso de este punto, pero me interesa destacarlo como aclaración de un error generalizado entre los que han tratado el tema y también como ejemplo de una descuidada manera de analizar un asunto. Tiro la prime- ra piedra y acepto de antemano todas las que me puedan corresponder por descuidos semejantes. 18 del rosal –típicamente rojizos de maduros, después negruzcos, inconfundibles–. Así leemos en los comentarios de A. Laguna a su traducción del Dioscórides: ‘la çarça perruna, si bien conside- ramos su descriptión, es aquella que produze el escaramojo. Lo cual Plinio… parece que quiera llamar Cynorrhodon, que es rosa canina ò salvage…’ (cf. Libro I. cap. CIII). Los rosales no son plantan indígenas ni en las Bahamas ni en las Antillas”. Estas dos identificaciones nos sitúan ante la disyuntiva de aceptar que los escaramojos cargados en el palillo son animalejos, pues “cargado” puede leerse también como adherido a algo ex- traño a él. Y ya que no hay rosas en el Caribe, pues animalejo ha de ser el tan curioso escaramojo. • Tal idea también le es propia a Guillen quien dice: “Escaramu- jo, especie de caracolillo marino que se adhiere y vive en los fon- dos de las embarcaciones”. • Esta idea la comparte Varela–Gil: *Escaramojo, “especie de ca- racolillo marino que se pega a los fondos de los buques”9. • Sin embargo, Aceytuno insiste en que el escaramojo es fruto de la familia Rosaceae o similar. • La RAE, por su parte, no acepta escaramojo pero sí registra escaramujo como “especie de rosal silvestre, con hojas algo agu- das y sin vello, de tallo liso, con dos aguijones alternos, flores encarnadas y por fruto una baya aovada, coronada de cortaduras, y de color rojo cuando está madura, que se usa en medicina”. También, según la RAE, se llama “escaramujo al fruto del es- caramujo”, y, no podía faltar evidentemente, siguiendo sus cos- tumbres, llamar también escaramujo al percebe (crustáceo). Con lo cual, si un día nos invitan a comer percebes igual nos dan escaramujos y todos contentos. Pero aquí tenemos de nuevo el problema latente: ¿Qué lleva en verdad el palillo cargado de escaramujos? Obviamente, si no pueden ser frutos del rosal silvestre llamado escaramujo, es ani-

9 Sobre el “Glosario” de Gil–Varela, me sorprende que definan “contino” como “continuamente”, tal como ordena la RAE. Sin embargo, en las crónicas y textos del XVI figura “contino” como persona al servicio del rey o de la casa real, y tanto Covarrubias como el Diccionario de autoridades aceptan “conti- nuo” como adjetivo anticuado referente a “oficio antiguo en la casa real de Castilla”. Digo que me sorprende porque Gil es un especialista en estas disqui- siciones filológicas y, además, son palabras que él usa en sus escritos sobre aquellos lejanos tiempos sin que signifiquen “continuamente”.

19 malejo, percebe. • Sobre esto, Gómez Cano también se alinea con las identifica- ciones anteriores para darnos una detallada explicación: “Los escaramojos divisados cerca ya de las islas, son unos extraños y diminutos animales cuyo aspecto exterior de pequeños volcanci- llos no hace suponer que se trate de crustáceos. “Todos los representantes de su grupo, incluidos los percebes, viven anclados sobre el sustrato y protegidos bajo un duro capa- razón de placas. “Muy variables en cuanto a forma, color y tamaño, algunas especies se pegan directamente a las rocas, otras se fijan mediante un pedúnculo carnoso y otras más prefieren adherirse a cualquier objeto flotante que les permita dejarse llevar por las corrientes. “Este último es el motivo por el que los escaramojos suelen encontrarse sobre palillos y trozos de madera que las tormentas arrojan a las playas. “Cabría aquí de forma muy remota una interpretación dife- rente: que el término escaramojos acotado en el diario fuera en realidad un error de escritura o transcripción y que Colón qui- siera referirse, en realidad, a los escaramujos; es decir, a la rojiza frutilla del rosal silvestre, una hermosa especie de grandes flores que hoy puede verse en muchos lugares de América. No obstan- te, para evitar el posible error basta tener en cuenta que la rosa canina o rosal silvestre, es planta de origen europeo que no llega- ría al otro lado del Atlántico hasta bastante después de 1492”. Bien, como dije, me he extendido en este asunto del escara- mojo para ilustrar la forma como se está trabajando en historia. Tenemos un derroche de ingenio, erudición y suposiciones debi- do al olvido (o ignorancia) de las malas costumbres de Las Casas de su innegable empeño de mejorar o enriquecer el castellano de la copia del supuesto Diario de Colón, además de incluir opi- niones propias10; de haberse tenido en cuenta y de haberse am- pliado el campo ortodoxo de consulta, fácilmente se habría evi- tado ese equivocado derroche de explicaciones recurriendo a

10 En la introducción a los Textos y documentos completos de Cristóbal Colón, escrita al alimón por Juan Gil y su esposa Consuelo Varela, se dice, al referirse al resumen del Diario por Las Casas: “No se trata ya de suponer que se haya corregido tal o cual palabra, esta o aquella expresión, sino de una cuestión mucho más grave: que se haya alterado sustancialmente el texto original de los Diarios” (el plural no es mío, la cursiva, sí). Este concepto, expuesto en la parte firmada por Juan Gil, es bastante aceptado por los colombinistas. 20

Hernando Colón, quien nos aclara lo que en verdad era ese pali- llo cargado de escaramojos: simple y llanamente era “un espino cargado de fruto rojo, que parecía recién cortado”. Ni escaramojo, ni percebe, ni escaramujo, ni caracolillo ma- rino que se pega al fondo de los buques. Hernando Colón, le- yendo su copia del Diario de su padre, nos da la solución sobre lo que eran esos escaramojos adheridos a un palillo como figura en el resumen del Diario realizado por Las Casas. 6. A lo largo de la navegación por el Atlántico y el costeo de las islas del Caribe que recorren, el resumen del Diario registra aves y pajarillos sin ninguna especificación, es decir sin señalar color, tamaño (quizá sí cuando lo indica en diminutivo) o cual- quiera de esas descripciones que podrían facilitar u orientar al menos hacia una posible identificación. E igual sucede con otros animales que se ven en el Caribe. En estos casos, aunque Gómez Cano o González Lorenzo se esfuercen en buscar alguna identifi- cación, yo, por lo general, me he mantenido al margen. Gómez Cano, en un ejemplo de profesionalidad, se esfuerza en singularizar científicamente determinado tipo de pez que los tripulantes colombinos han visto de cerca –nadando alrededor de la nave– o en el caso de las aves, posados en el navío o de lejos, al pasar volando por donde navegaban. Para ello recurre a fechas de migraciones, a conocimientos sobre la frecuencia con que han sido vistos en determinadas zonas del Atlántico y a las costumbres vitales de los animales incluidos en el resumen del Diario, dudando entre varios tipos similares. Este tipo de trabajo analizador y descriptivo es sin duda un aporte significativo –y en su caso, original– a la historia del des- cubrimiento de América, pero opino que para la edición del re- sumen del Diario, basta destacar en las notas todos los animales que son registrados, agregando una clara explicación sobre ellos, sin dejar de recurrir a las otras dos fuentes primarias para esclare- cer equívocos y evitar errores interpretativos; creo que este ele- mental pero necesario trabajo, es más que suficiente para tratar este tema tan dejado de lado por los historiadores y los naturalis- tas. Digamos que un editor responsable no puede limitarse a solo nombrar algunos animales u olvidarse de comentarlos. 7. Con respecto a los animales vistos en las costas caribe- ñas, el número resulta más elevado y llega hasta 31, incluyendo

21 los 9 pescados11 enlistados como semejantes a los españoles en el resumen del Diario, más los tres que agrega Hernando Colón en su lista paralela, lo cual puede llevar a pensar que Las Casas tam- bién manipuló esta lista a partir de su experiencia posterior en la Española. 8. Si hay en la lista de los animales caribeños alguno del cual se haya escrito con largueza durante los más de cinco siglos transcurridos desde que los vieron Colón y sus tripulantes, ese es el gritón y pintoresco papagayo, conocido como un animal exóti- co en las cortes europeas, los cuales eran traídos especialmente desde el Oriente, la India en especial, aunque no descartaría también del África. Todo permite creer que ellos y los indios vestidos de indios, es decir, casi desnudos, fueron la gran atracción de la caminata que dio Colón desde Palos hasta Barcelona, donde se encontra- ban los Reyes Católicos. 9. Igual sucede con los perros que nunca ladraron y que, por lo que cuenta la conseja –y es muy probable que tal cosa sucediera ciertamente en la Española–, fueron exterminados por los españoles que, muertos de hambre, se comieron a todos. 10. Las exageradamente horribles sierpes, que Las Casas, ha- bitante ya de las Indias al escribir el resumen del Diario, la Histo- ria de las Indias y la Apologética, aclara que eran las tan mentadas iguanas, sorprendentes por su feroz aspecto, aunque en rea-lidad fueran mansas en extremo y de muy agradable sabor, según juicio generalizado de quienes las degustaron. 11. Las sirenas, lugar común de referencia explicativa para todos los que han leído o escrito sobre el resumen del Diario de Colón, son degradadas a simples manatíes, a pesar de que Colón afirma que ya las había visto en Guinea, África, es decir que las conocía. 12. Menos atención han recibido una buena cantidad de animales registrados en el resumen del Diario pero que, de todos modos, han merecido comentarios explicativos de mis diversos especialistas, antiguos y contemporáneos, y que yo he copiado con detenida paciencia, como quien cumple con una tarea inevi-

11 En el colegio mis maestros se empeñaron en hacerme distinguir entre pez, que es libre, y pescado, que es el pez capturado. Registro este dato porque Fernández de Oviedo no hace tal distinción y a mí me rechinaban los dientes cuando lo leía. 22 table a pesar de su obviedad. Me refiero a los grillos, perdices, ratones, ranas, caracoles, cangrejos, ánsares y tortugas. Es cierto que cada uno de ellos tiene su peculiaridad explicativa, pero también es verdad que la familiaridad con miembros similares les quitan exotismo. 13. Los peces abundantes en los arrecifes siguen asombran- do y despertando la curiosidad de los turistas contemporáneos y por eso me extraña que la tan aplaudida (y supuesta) grandiosi- dad verbal y poética de Colón se empequeñeciera, limitándose a decir que hay “algunos hechos como gallos”, y enumerar colores para concluir “y de todos colores y otros pintados de mil mane- ras, y los colores son tan finos, que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso al verlos”. Palabras estimadas como muy emotivas ante el espectáculo, pero que yo las encuen- tro encerradas en la impresión y explicación del color sin ningún vuelo que lo amplíe a unas apreciaciones superiores, como mere- cen sin duda alguna. 14. Los lagartos y las culebras dejan todo tipo de dudas so- bre su identificación y los especialistas dan vueltas sobre si el lagarto que dice haber visto Colón era en verdad un lagarto o si más bien era un cocodrilo. 15. Lo mismo pasa con el ruiseñor, tan añorado por el des- cubridor desde que inicio su travesía oceánica y que llegó a ser escuchado en las selvas caribeñas, aunque después fue identifica- do como cenzontle, el pájaro de las cuatrocientas voces, incluso la del ruiseñor europeo a pesar de jamás haberlo escuchado. 16. Mención aparte deberían merecer las ansiadas perlas, mostradas por Colón a los indígenas junto a pedazos de oro, pero las conchas halladas carecían de ellas porque aun no era tiempo para ser cosechadas, en opinión del Almirante (poco después vendrían los hallazgos de bancos de ellas en las cercanías de la actual Venezuela, y las dudas sobre la honestidad de Colón en su descubrimiento y extracción). 17. Conforme van pasando los días, los viajeros comienzan a identificar a los animales y, en general, a todo lo que ven, con Castilla, Sevilla, Canarias y España. Se produce el ansia de apro- piarse de lo visto mediante la familiaridad con lo conocido. El caso más flagrante es la identificación de una abundante pesca caribeña con peces de las costas españolas. La lectura de este suceso me trajo a la mente de inmediato

23 una advertencia realizada por el padre Gumilla en el siglo XVIII, casi 300 años más tarde, sobre los peces que se pescaban y veían en el Orinoco: “Ni aun las sardinas son de la figura ni del sabor de estas (‘las de nuestra Europa’). Lo más que al reparar bien en aquellos pescados podemos decir es: ‘Este se parece algo a la tru- cha; aquel se asemeja algo al lenguado, etc.’, pero nadie podrá decir: ‘Este es como tal de la Europa, con semejanza adecuada’”. Pero para los españoles hasta las perdices eran ya como las castellanas, e igual los caracoles, pero sin el delicioso sabor de los de la patria lejana. 18. Solo me quedan dos animales no comentados en este prólogo, pero de los que se hallara amplias descripciones en las notas que he escrito sobre cada uno de ellos, igual que sobre todos los otros animales. Del pez como puerco, supuse, como podría ser natural, un animal como el manatí, el tiburón o la ballena, hasta que fuera un el delfín, pero resultó siendo identifi- cado por los naturalistas como un pez pequeño, casi de acuario, pero lleno de singularidades, incluso la de ser venenoso. Recurrir a Alberto Arias para explicarlo agregó una opción más creíble. 19. Con el taso o taxo, me sucedió lo mismo que con las to- ninas. Hernando Colón tenía la solución y por no ser consultado originó diversas elucubraciones estériles o acertadas sin tener respaldo. Para Alvar, por ejemplo, “Taso o taxo, tejón”, y nos lleva a la Biblia de Ferrara y a Alonso de Palencia donde se menciona thasso y taxón. Agrega que Las Casas se queja de que no se expli- ca si es de mar o de tierra y que Hernando Colón tampoco aclara más. González Lorenzo lee el “parecía taso o taxo” como tejón, pe- ro no cree que sea tejón, ni mofeta, ni coatí, sino más bien una especie de mapache. Gómez Cano se inclina por el coatí, pero concluye que es imposible saber a qué animal se refiere. Siguiendo con mi vieja costumbre de recurrir a las fuentes pa- ralelas, encuentro que en esas mismas fechas en que Las Casas se queja de no saber si era de mar o de tierra el animal parecido al taso o taxo, Hernando Colón, leyendo la copia del Diario de su padre dice: “Pero volviendo a dichas islas del Mar de Nuestra Señora, digo que en una de ellas, los cristianos mataron con sus espadas un animal que parecía un tejón”. Es decir, Alvar y González Lorenzo acertaron, pero no Gómez Cano, al leer taso o taxo como tejón, pero sin contar con el res-

24 paldo que tendrían de haber consultado a Hernando Colón. En fin, lo más probable es que nunca sepamos cuál era el animal cubano parecido al tejón. 20. Necesariamente debo considerar como una obligación personal dar mi opinión general sobre el recorrido que he reali- zado a través del medio centenar de animales que vieron Colón y sus tripulantes durante el viaje del Descubrimiento de las Indias. Lo impone la costumbre y la buena educación. Bajo ninguna circunstancia, uno puede decir que ha leído el Diario de Colón sobre su viaje de descubrimiento. Los textos copiados a la letra del Diario colombino representan menos del 25% del total y no sabemos cuál fue el contexto del que se extra- jeron. Esto en primer lugar. En segundo lugar, repetiré lo dicho páginas antes: que el re- sumen que conocemos ha sido manipulado –es decir, recortado, corregido, alterado, modificado, agregado con textos y opinio- nes– por el padre Las Casas, y, por lo tanto, no podemos sacar ninguna conclusión sobre lo que Colón verdaderamente dijo acerca de los animales que vio en su viaje, salvo lo que queramos creer y aventurarnos en opinar. A pesar de estas categóricas observaciones, el resumen realiza- do por Las Casas, más los resúmenes que insertaron Hernando Colón en su Historia del Almirante, y él mismo Las Casas en su Historia de las Indias, conforman la única base –base recortada y parcial, pero base al fin y al cabo–, para hacernos una idea posi- ble y próxima de lo que decía la copia a dos manos que los Reyes Católicos devolvieron a Cristóbal Colón de un supuesto Diario del viaje de descubrimiento, que también supuestamente les en- tregó en Barcelona en 1493, cuando regresó de las Indias. Con respecto a los animales vistos por Colón y su tripulación durante el viaje por el Océano Atlántico, es bastante normal que sean vistos como señalamientos de la proximidad de tierra. En el viaje de ida por el frenético deseo de hallar la tierra que los salva- ra de la eternidad del mar; en el de regreso, por librarse de las tormentas que ponían en peligro sus vidas. Solo en una ocasión dos animales vistos y cazados tienen una utilidad práctica: el tiburón y el atún que servirían para alimentarlos porque ya esca- seaban los bastimentos. En el Caribe lo primero que resalta es la abundancia de papa- gayos como presentes amistosos desde que llegan a Tierra, y la inmediata comprobación que no hay bestias (pudiendo leerse es-

25 to como referencia a elefantes, leones u otros animales orientales, o como vacas, cerdos o carneros, o también, como la ausencia de cuadrúpedos aunque fueran de tamaño medio). De los animales que se registran en el resumen del Diario, lla- ma la atención aquellos que solo se mencionan una o, quizá, un par de veces, cuando en realidad debían ser animales de encuen- tro continuo. Me refiero, por ejemplo, a los grillos, las ranas, las iguanas, los perros que no ladran. No son estos animales del tipo que se ven solo una vez en las islas del Caribe, casi como de ca- sualidad: ellos ocupan un espacio mucho más amplio que el re- flejado en el resumen del Diario, y mayor aún si se tiene en cuen- ta que en esos tiempos en que no existían tantos elementos mo- tivando su extinción. En realidad, salvo algunas excursiones eventuales de grupos pequeños de españoles armados hacia el interior de las islas, la impresión que tengo es que más que nada costeaban, que Colón no bajaba con frecuencia de su nave, y que mucho de lo que se registra en el resumen del Diario sobre los animales y los nativos, surge, más que por vista propia, de informaciones recibidas, tan- to de su tripulación como de lo que podía interpretarse de lo di- cho o señalado por los indígenas. Hasta donde tengo entendido, en esa época la importación y exportación internacional de carnes no era un negocio boyante; por eso, la atención en los animales como negocio era remoto, y más aun si lo que existían eran cuadrúpedos muy pequeños (las hutías, las iguanas y los perros mudos), los que ni por la carne ni por la piel podían tener alguna utilidad. Lo único exótico capaz de ser trasladado a España, eran los papagayos, y de eso se ocupó Colón al llevar varias decenas, causando el esperado asombro y regocijo. Seamos claros, Colón llegó a las Indias en busca de oro y per- las –que era de lo que enseñaba muestras a los indígenas–, espe- cies –de ahí la identificación y enumeración de los vegetales–, y, tal como acostumbraban también los portugueses –que eran su modelo de conquista y explotación–, la captura de indígenas para venderlos como esclavos. Estos tres elementos son los que pri- man en la búsqueda y el interés del descubrimiento de las Indias. Desde este punto de vista, y por lo que nos dice el resumen del Diario –sea por el interés de Las Casas o escrito en verdad por Colón– los animales no tuvieron la menor importancia al descubrirse América. De ahí que se les registre de vez en cuando,

26 solo cuando se ven por primera vez o cuando se les recuerda, y que tampoco exista la necesidad de describirlos para que puedan reconocerse con alguna mínima seguridad. Esto es así durante el viaje por el Atlántico y durante el costeo por las islas caribeñas en que desembarcaron. No deben pasar de cinco los animales que merecen algún da- to que vaya más allá de su nombre. Esto, obviamente, no invalida el trabajo, pues los animales estuvieron ahí, los vieron, los caza- ron, los registraron, y la historia está también obligada a expli- carnos algo sobre ellos aunque solo sea dando palos de ciego.

*** Mis agradecimientos, como en todos mis libros, son funda- mentalmente familiares. Suelo creerme un ermitaño, que vive rodeado de libros, de textos en proceso, y que consume sus días leyendo, escribiendo, tomando notas y corrigiendo, algo que siempre había deseado. Por tal motivo, mi principal apoyo vital es Nonoi, mi esposa, quien además, se toma el trabajo de leer los libros, corregirlos, comentarlos, escuchar mis dudas y mis alegrías, diseñar las cu- biertas y supervisar todos los detalles de la edición; sin ella sería también imposible poder dedicarme a estas cosas tan personales. Mi hijo Agustín, siempre dando vueltas por el mundo, esta vez se dio tiempo para darme ánimos cuando me veía harto de peces, aves y animales peludos recorriendo mi escritorio. Mis hermanos, aunque vivan en Lima, siempre se hallan pre- sentes a mi lado: Marta Leticia lee con cuidado los borradores, sugiere, corrige lo que creo que ya es un final avanzado del libro en que estoy trabajando, y también me engríe regalándome los libros peruanos que necesito. José Miguel, se da una o dos vueltas al año por la Masía, y conversamos bastante; en su anterior viaje, en setiembre del año pasado, revisó este libro que estaba en proceso, y me llenó de consejos artísticos poco prácticos, aunque excelentes de haberlos podido llevar a cabo: fotos en color, mayores espacios en blanco y diferentes tipos de letra: hubiera sido un Bestiario excelente, sin duda alguna. Mi hermano Francisco se volvió a reír cuando supo que traji- naba entre animales colombinos: ya le pareció el colmo, y no le faltaba razón.

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Habiendo ya destacado mi agradecimiento a Alberto Arias García, solo me falta agradecer a la Biblioteca de Moià, Barcelo- na, y en especial a su directora, Immaculada Bover Fonts, quien me consigue, llena de amabilidad y paciencia, los libros que le so- licito para completar mis trabajos y mis lecturas.

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Supuesto retrato de Cristóbal Colon (1520?), por Ridolfo Ghirlandaio (1483–1561). Museo del mar y la navegación, Génova, Italia.

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BESTIARIO COLOMBINO Primer viaje 1492–1493

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I OCÉANO ATLÁNTICO, El MAR TENEBROSO

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GARJAO

o es fácil identificar al Garxao del resumen del Diario de Colón. Es la primera ave vista por los tripulantes de la Niña, quienes también vieron ese mismo día, 14 de N 12 setiembre de 1492, un Rabo de Junco: “dijeron los de la carabela Niña que habían visto un Garjao y un Rabo de Junco; y estas aves nunca se apartan de tierra cuando más 25 leguas”. Sin embargo, la flotilla colombina llevaba ya 8 días navegando desde su salida de La Gomera y, según las cuentas “verdaderas” de las leguas anotadas por Colón, hasta ese día se habían recorri- do cerca de 220 leguas. De todas maneras, debe considerarse como una posibilidad que pudiera haber tierra a la izquierda o a la derecha de la ruta seguida, en este caso islas desconocidas, pues por lo anotado en el resumen de su Diario, Colón esperaba encontrar Tierra Firme más adelante, a 750 leguas, se dice. Hernando Colón, al resumir partes de la copia del Diario en la Historia del Almirante, registra en este día: “por ser éstas las primeras aves que habían aparecido, se admiraron mucho”. Las Casas, quien también lee una copia del Diario, al escribir sobre estas aves en la Historia de las Indias, indica: “creo que no se

12 La Real Academia española acepta indistintamente Setiembre y septiembre. 34 tenía aún de esto mucha experiencia”, refiriéndose, me imagino, tanto a la identificación de las aves vistas desde las naves como a la explicación sobre sus costumbres y la proximidad de la tierra. Además de la agudeza de esta observación, lo cierto es que Las Casas, en su resumen del Diario, escribió de tres maneras dife- rentes el nombre del ave o –de aceptarse la fidelidad de su copia en este punto–, reprodujo textualmente las tres formas como las escribió Colón –Garxao, Garjao o Grajao–, derivándolas del nombre portugués, tal vez por no tener –cualquiera de los dos– la certeza sobre su equivalente en el idioma castellano. Siguiendo a Joaquín Gómez Cano, en Portugal aún se le da el nombre de Garajao al Charrán patinegro, Sterna sandvicen- sis, pero lo descarta por la tendencia costera de esta especie, y prefiere pensar en el Charrán común, Sterna hirundo, o en el Charrán rosado, Sterna dougalii, pero, finalmente, termina por decidirse a favor del Charrán ártico, Sterna paradisea, pues esta ave se encuentra justamente en esas fechas atrave- sando el Atlántico de norte a sur. Como ha podido leerse, un especialista en aves duda entre cuatro diferentes tipos de Charranes a partir de unos no muy claros nombres escritos por Las Casas –o por Colón– para desig- nar a un ave vista, no sabemos a qué distancia, por los tripulantes de la Niña y no por los de las otras dos embarcaciones. De cualquier forma, el argumento de las fechas de migración parece ser un buen respaldo para plantearse la identificación, pues otra especialista, Mónica Fernández–Aceytuno, también se inclina por identificar al Garxao o Garjao como Sterna paradisea, “en su migración otoñal hacia la Antártida”. Aunque el registro del resumen del Diario parece correspon- der a un ave volando solitaria, y no a una bandada, lo cual podría hacer tambalear el argumento de la migración, la poca especifica- ción de las descripciones colombinas, permite mantener la iden- tidad del ave analizada como Sterna paradisea, formando o no parte de una bandada migratoria atravesando el Mar tenebroso. Frente a esta identificación, otro especialista, Abelardo Gon- zález Lorenzo, luego de indicar que el nombre Garxao alude a las Golondrinas de mar, porque el ahorquillamiento de la cola hace recordar a las Golondrinas terrestres, se decide a considerar el ave vista por los tripulantes de la Niña como el Charrán sombrío, la Sterna fuscata, “que es ave oceánica”, antes de imaginarla Sterna hirundo o Sterna sandvicensis.

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Por su parte, Valera–Fra-dejas identifican al Garjao como “Golondrina de mar, Gigis alba, caradriformes de la familia de láridos (estérnidos), género especie Sterna paradisea, también lla- mados Charranes árticos”. Agregaré, para conti- nuar con diversas identifi- caciones, que el célebre colombinista Samuel Eliot Morison se inclina a definir al Garjao como una peque- ña Golondrina del mar ártico o, para quitarse complicaciones, como un pichón de pájaro contra-maestre, es decir un jovencísimo Rabo de Junco. Para él no son válidas las sutilezas de portuguesismos o la variedad de Sternas, es decir Charranes, que manejan los especialistas en estas curiosidades. A fin de acentuar aún más las dificultades de la identificación de las aves, peces y otros animales que ven, encuentran o cazan los marineros acompañantes de Colón durante su primer viaje, es conveniente ilustrar el caso del Garjao con la explicación dada por Manuel Alvar sobre esta ave y otras similares a ella13. El Garjao visto por los tripulantes de la Niña, es identificado por Alvar como una “Golondrina de mar” (ave perteneciente a Sterna, denominada Garajao en las Canarias, en similitud con la “Paloma de Groenlandia”, a pesar de pertenecer esta a Uria). Pero líneas después, Alvar también indica: la “Golondrina de mar” es muy semejante a la Golondrina común; al Alcatraz tam- bién se le denomina “Golondrina de mar”; y la Pardela es, como el Garajao, una “Golondrina de mar”. Ante tal similitud en el nombre y parecido de estas cinco aves –incluyendo a la Golondrina común– uno tiene la obligación de preguntarse cuán duchos eran Colón y los tripulantes de sus tres naves para identificar aves y peces que, por lo leído y sabido, no es tarea sencilla ni para los especialistas contemporáneos. Y si desde fuera de la especialidad es posible opinar, yo, por las fotos vistas, de las que voy adjuntando unas pocas a estas no- tas, no hallo la más mínima semejanza entre la Golondrina co-

13 Alvar indica que en la Historia de las Indias de Las Casas (), se lee Garyao, “que no es lo que aparece con claridad en el Diario”, y que Serrano y Sanz en su Historia del Almirante escribe “Gorjao”. Como ya señalé, hay otras variantes del nombre del Garjao en las ediciones de las fuentes principales. 36 mún y estas aves marinas que, a simple vista, me inclino a supo- ner más próximas a la Gaviota común que a las oscuras Golon- drinas inmortalizadas por Gustavo Adolfo Bécquer, las cuales, dicho sea de paso, son pajarillos de apenas 20 gramos de peso y de cerca de 18 centímetros de tamaño, incluyendo su larga cola, rasgo clave para acentuar la semejanza con las aves marinas. En este punto de las notas sobre el Garjao, debe ponerse un paréntesis para señalar que en el resumen del Diario, al Garjao solo se le nombra dos veces –el 14 de setiembre y el 8 de octu- bre– y no aparece en el viaje de regreso a España; sin embargo, el 20 de setiembre “tomaron un pájaro con la mano, que era como un Garjao; era pájaro de río y no de mar, los pies los tenía como gaviota”, con lo cual lo diferencian del primer Garjao visto y del visto días después, a los cuales identifican con relativa certeza. Hernando Colón al escribir la biografía de su padre, tiene a la vista –se supone– la copia del original del Diario del primer viaje. Por tal motivo, es probable que su nota sobre este pájaro pareci- do al Garjao –más descriptiva que las de Las Casas en el resumen del Diario y en la Historia de las Indias–, corresponda a una des- cripción original de su padre. La nota incluida por Hernando Colón, dice: “y tomaron un pájaro se-mejante al Gorjao (sic), sólo que era negro, con un pe- nacho blanco en la cabeza, y con patas iguales a los del ánade, como tienen las aves acuáticas”; esta descripción permite a los especialistas identificarla como una Tiñosa (Anos solidas), la cual merecerá un apartado propio en el Bestiario colombino. Además de esta ave parecida al Garjao, pero negra, en tres nuevas fechas del resumen del Diario aparecen registros de aves posibles de identificar como Tarjaos (23 de setiembre y 2 y 4 de octubre), pero como solo se las describen como “aves blancas” o pareci- das a “Gaviotas”, igual pertenecen a cualquier otra especie de caracterís- ticas tan generales com- partidas con el Garjao o, digamos, con las “Go- londrinas de mar”. Si nos olvidamos de la peculiar semejanza del

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Garjao con la Golondrina de mar y con la Golondrina común, y aceptamos las identificaciones de Gómez Cano, Fernández– Aceytuno y Varela– Fradejas, resulta que lo visto por los tripulantes de la Niña era un Charrán ártico, denominado científicamente Sterna paradisea, un ave de unos 35 centímetros de largo, midiendo desde el pico hasta la punta de la cola, y con un peso oscilante entre los 80 y 125 gramos. El pico y las patas son rojos, la cabeza blanca pero con la mitad superior de color negro, igual a los bordes de las alas, aunque más tirando a un gris fuerte, sobre todo en los adul- tos. En cuanto a su migración otoñal, que es la época cuando se supone fue visto por los marineros de la Niña, es la más larga de todos los animales conocidos, alcanzando hasta los 80 mil kiló- metros al año, debido a estar expuesto a dos veranos anuales por la fecha de sus migraciones, lo cual también representa recibir más luz solar que cualquier otro ser del planeta. En la actualidad existen más de un millón de Charranes árticos volando por el mundo, y de sumarse la cantidad de kilómetros recorridos por cada uno de ellos durante toda su vida, con facilidad cualquier Garjao hubiera podido ir y volver de la Luna sin mayor proble- ma. Concluiré la nota advirtiendo sobre la semejanza del Charrán ártico con el Charrán ro- sado, el Charrán común, el Charrán sombrío y el Cha- rrán patinegro. Por lo tan- to, es aconsejable para distinguirlo de sus seme- jantes, que el voluntarioso observador, luego de haber adquirido cierta práctica, se aproxime lo más posible que se lo permita la ave sin emprender el vuelo, y desde ahí comprobar si este Charrán es algo más pequeño que otros Charranes contem- plados con anterioridad, si tiene la cola más larga, el pico más fino y corto, la cabeza más redondeada y el cuello más corto; si esto es así, puede estar seguro de haber encontrado a un auténti- co Charrán ártico, uno tal vez semejante al que vieron pasar vo- lando los marineros de la Niña en 1492.

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RABO DE JUNCO

l Rabo de Junco comparte con el Garjao ser la primera ave registrada en el resumen del Diario de Colón. Ambas E fueron vistas por los tripulantes de la Niña el 14 de se- tiembre de 1492, cuando la flotilla colombina tenía 8 días de haber partido de La Gomera y contaba con un recorrido real, según las cuentas “verdaderas” de Colón, de 220 leguas. Como ya se citó en la nota referente al Garjao, el resumen del Diario dice: “dijeron los de la carabela Niña que habían visto un Garjao y un Rabo de Junco; y estas aves nunca se apartan de tierra cuando más 25 leguas”. A pesar de continuar alejándose de las islas de Canarias, el Rabo de Junco continua figurando en los registros del resumen del Diario durante tres días más: el 17 de setiembre, la califican de ave blanca y especifican que “no suele dormir en el mar”; el 27 de setiembre y, por último, el 30 de setiembre, cuando ven cuatro Rabos de Junco, lo que lleva a figurar en el resumen del Diario la nota de “que es gran señal de tierra, porque tantas aves de una naturaleza juntas es señal que no andan desmandadas ni perdidas”. Durante el viaje de regreso, en el resumen del Diario ya no fi- gura la indicación de que su presencia anuncia islas o Tierra Firme a los alrededores, a pesar de ser mayor el número de veces que las ven cerca de las dos carabelas. Ahora aparecen cuando

39 hay mucha hierba (22, 23, 28 y 30 de enero) o cuando cerca de ellas vuelan Alcatraces y Rabiforcados (19 de enero), Pardelas (21 y 31 de enero) u otras aves (21 de enero), o coinciden con el día en que aparecen en el mar muchas Toninas (30 de enero). Contrariamente a lo registrado en el resumen del Diario, Hernando Colón no menciona ni una sola vez a los Rabos de Junco en su escueta numeración de animales durante el viaje de regreso (Atunes, Aves, Golondrinas y una Ballena), y Las Casas solo las menciona una vez, en el resumen del 22 al 31 de enero, cuando “veían muchas aves, como Rabos de Junco y Pardelas, que duermen en el mar”, siendo esta última indicación una con- tradicción a la común de anunciar por su presencia la proximi- dad de tierra durante el viaje de ida. Cuando en 1526 Gonzalo Fernández de Oviedo publica el Sumario de la Natural Historia de las Indias para informar a Carlos V sobre los recuerdos de su experiencia indiana, en especial de la fauna y la flora, incluye al Rabo de Junco entre las aves descritas que se ven al viajar hacia las Indias. Pocos años más tarde, al publicar en 1535 la primera parte de su Historia General y Natural de las Indias, amplía su descripción diciendo: “Se ven asimismo en este viaje unas aves blancas del tamaño o mayores que Palomas Torcazas. Son grandes voladores y tienen la cola larga y muy delgada, por lo cual le llaman Rabo de Junco. Se ven las más veces a medio camino, o andada algo más de la mitad de la navegación hacia estas partes. Pero el ave es de tierra, según todos dicen, y yo así creo que todas las aves son de tierra, pues de necesidad se han de criar en ella y nacer fuera del agua. “Algunas de estas aves no son del todo blancas (digo de estas que llaman Rabo de Junco), pero tienen el plumaje mezclado con pardo. Y tienen la cola como paloma, algo más corta y redon- da, y de la mitad de ella sale una pluma delgada y larga, más de un palmo mayor que todas las de la cola, y así, cuando va volando, toda la cola parece una sola pluma larga, y por esto se le dio el nombre que tiene; pero cuan- do en el aire quiere tullir, abre la cola, y así muestra las otras plu-

40 mas menores de ella. “La tercera vez que vine a estas Indias, vimos muchos hom- bres una de estas aves toda blanca, y en la mitad del camino y mar que hay desde España a las islas de Canaria, en el golfo que llaman de las Yeguas; de lo cual todos los marineros se maravilla- ron mucho y dijeron que nunca habían visto ni oído decir que semejantes aves se hubiesen visto tan cerca de España; porque donde más continuamente se suelen ver es a trescientas cincuen- ta leguas, o poco más, antes de llegar a las islas Dominica y la Deseada y la de Guadalupe, y las de aquel paraje, que están a ciento cincuenta leguas antes que lleguen a esta ciudad de Santo Domingo de la isla Española. “Las aves de estas que tie- nen el plumaje blanco, tienen el pico colorado e los ojos y los cuchillos de las alas negros.” A esta descripción se puede agregar que el Rabo de Junco mide alrededor de un metro, pero aclarando el hecho de que la pluma de la cola suele medir la mitad de ese tamaño, es decir como 50 centímetros. Su peso oscila en torno a los 700 gramos. Francisco Marcuello, al publicar en 1617 su Historia Natural y Moral de las Aves, después de dar una descripción del Rabo de Junco siguiendo al pie de la letra a Fernández de Oviedo, se que- ja: “no hallo que de estas aves se escriba otra cosa ni los que vie- nen de las Indias nos saben decir más de que las han visto; ni el capitán Gonzalo Fernández que trata de ellas en la Historia Gene- ral de las Indias, dice si son buenas para comer o no, o si tienen alguna otra propiedad, sino solamente lo que hemos dicho”. De hecho la descripción de Fernández de Oviedo es bastante completa y casi con sus mismas palabras la repite Bernabé Cobo en su Historia del Nuevo Mundo, cuyo prólogo fecha en 1653. Buffon no la conoció y cuando aparece en su obra es en los suplementos redactados por Cuvier. Pero a fines del siglo XVIII ya es un ave descrita con detalles costumbristas, tal como lo hace la Historia Natural de las Aves, escrita por Louis Jean Marie Dau- benton, publicada en 1788, donde explica en el apartado “Rabo de Junco o Ave del Trópico” –Lepturus, en latín–, que son aves

41 palmípedas que viven solamente en el mar entre los trópicos, y que su aparición “por cualquier lado que se navegue, anuncia a los navegantes la entrada bajo la zona tórrida; también dicen que anuncia la cercanía de la tierra, pero esta última indicación no siempre es segura porque estas aves se introducen mar adentro, a centenares de leguas de distancia de la tierra, pues no solo sus alas largas y su vuelo ligero se lo facilita, sino que también tienen la facultad de poder descansar sobre las olas.” Agrega: “se alimen- tan de peces que cogen volando en la superficie del mar” y con- cluye describiéndolas como aves de “cuerpo gordo, las alas muy largas, el pico grueso y en forma de sierra, aunque los dientes se distinguen muy poco”. Daubenton también enlista y describe variantes de estas aves, de la misma especie y del mismo nombre. Alvar al referirse a esta ave entre otras –Ánades, Gaviotas, Pa- pagayos, Tórtolas–, las considera tan familiares que solo el Rabo de Junco merece comentario, el cual se limita a una cita al pare- cer exótica del Diccionario de Lengua Portuguesa de Moraes, a que la Academia española la compara con el Mirlo y que no figura en el Diccionario de Historia Natural de las Islas Canarias. En la actualidad, Fernández–Aceytuno, por ejemplo, no du- da en identificar al Rabo de Junco como Phaethon spsp: “Ave tro- pical marina de mediano tamaño que se caracteriza por su bri- llante y claro plumaje en algunas especies, y por su larga cola. También recibe la denominación de Faetón o Contramaestre”. González Lorenzo, por su parte, aunque acepta que es un Phaethon lo sitúa en la especie Aethereus, es decir el Rabijunco de pico amarillo, teniendo en cuenta el lugar del Atlántico donde se encuentra la flota (a algo más de 200 leguas de La Gomera). Esta misma opinión tienen Varela–Fradejas que se limitan a decir en su nota: “Rabijunco de pico amarillo (Phaethon aethereus)”. Para Gómez Cano el asunto no es tan sencillo, y para definir- la como un ave blanca con una larga pluma en la cola recurre al Sumario de Fernández de Oviedo, aunque le hubiera sido más propio citar la nota de Hernando Colón complementando el resumen del Diario del 17 de setiembre: “Estando ya trescientas sesenta leguas al oeste de la isla del Hierro, vieron otro Rabo de Junco, pájaro llamado así por tener una larga pluma por cola, y en lengua española, rabo quiere decir cola14”, con lo cual habría dado

14 Esta frase puesta en cursiva es, sin duda, un agregado de Alfonso de Ulloa a la traducción al italiano que hizo en 1571 del libro de Hernando Colón sobre su padre. 42 la misma información del color y de la larga pluma característica de la cola del Rabo de Junco. Pero ahí no terminan sus afanes. Según sus conocimientos, en la zona del Atlántico que está atravesando Colón en setiem- bre, suelen haber dos tipos de Rabo de Junco, el Piquirrojo, Phaethon aethereus, y el Coliblanco o Piquiamarillo, Phaethon lep- turus, y explica algo de lo que vengo ironizando: “el primero es algo mayor que el segundo y aunque ambos recuerdan por su aspecto a Charranes y Gaviotas, pertenecen en realidad al orden de los pelecaniformes”. Finalmente, agrega el especialista, la diferencia para distinguir el Piquirrojo del Piquiamarillo es el color del pico, lo cual resulta bastante obvio. Sin embargo, este detalle no está indicado en las descripciones dadas por el resumen del Diario, ni tampoco en lo consignado por Hernando Colón y Las Casas en sus libros. Esta ignorancia, concluye Gómez Cano con cierta pena, im- pide saber con exactitud cuál de estos dos fue el representante de la fauna de las Indias, del Nuevo Mundo, de América, divisado por primera vez por los europeos, por los marineros de la Niña, probablemente todos, o la gran mayoría, originarios de Palos, o al menos de Andalucía.

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ALCANCE

or simple curiosidad, y dada la comodidad de poder con- sultar por Internet el Diccionario de la Real Academia Espa- ñola, teclee “Rabo de Junco” y me di con esta sorpresa: P ABO DE UNCO R J : m. Palmípeda americana del tamaño de un mirlo, con plumaje verde de reflejos dorados en el lomo y vientre, amarillo intenso en las alas y la cola, azulado en el moño de la cabeza, y verde en las dos coberteras de aquella, que son muy largas y estrechas15. Sorprendido de tamaño disparate, quise saber de dónde venía el ga- zapo, y decidí dar una rápida mirada en busca de una definición de esa ave más de acuerdo con nuestro idioma. Quiero repetir que el Rabo de Junco, junto con el Garxao o Garjao, fueron las dos primeras aves vistas en el viaje de descubrimiento colom- bino, el 14 de setiembre de 1492, cuando apenas llevaban 8 días de haber salido de la Gomera y navegado cerca de 200 leguas. Para más precisión, diré que las vieron los tripulantes de la carabela Niña, quienes se lo informaron a Colón al día siguiente. Sin ser exhaustivo ni cerrar la posibilidad de otros antecedentes, es posible que el error de marras venga de la sexta edición del Diccionario de la Lengua Castellana, publicada por la Academia en 1822, en la Imprenta Nacional: RABO DE JUNCO: Ave indígena de la Nueva Guinea. Tiene unas nueve pulgadas de largo; el lomo rojizo; el vientre verde con cambiantes de oro; las alas y la cola amarilla; a los lados del cue- llo dos grandes moños de plumas, el uno azul y el otro amarillo, y del medio de la cola le nacen dos plumas sumamente estrechas de un hermoso color verde y de diez y ocho a veinte pulgadas de largo, vuela mucho y con gran ligereza, y se alimenta de semillas. Paradisca magnifica. Nadie va a negar lo correcto de esta definición, pero el Rabo de Junco apropiado para un Diccionario de la Lengua castellana, es el pájaro identificado con este nombre de la manera más general en el idioma castellano, y este es, sin la menor duda, ahora y antes, el que vieron los navegantes la Niña en 1492. Pruebas al canto:

15 Esta definición del Rabo de Junco fue copiada a la letra en la nota 70 de la edición de Jesús Varela Marcos y José Manuel Fradejas Rueda del resumen del Diario de Colón. Dejé pasar la tontería porque en la nota 46 ya habían descrito al Rabo de Junco como “Rabijunco de pico amarillo (Phaethon aethereus)”. 44

• En 1737, en el Diccionario de la Lengua Castellana, en que se expli- ca el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con la phra- ses o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenien- tes al uso de la lengua, dedicado al Rey Nuestro Señor Don Phelipe V. (Que Dios guarde). A cuyas reales expensas se hace esta obra. Compuesto por la Real Academia Española. Tomo Quinto. Que contiene las letras O.P.Q.R. Con privilegio. En Madrid. En la Imprenta de la Real Academia Española: Por los Herederos de Francisco del Hierro. Año de 1737. (Este es el ahora llamado Dic- cionario de Autoridades): RABO DE JUNCO: “Ave del tamaño de las palomas torcaces u algo mayor. Su color por la mayor parte es blanco, y algunas están pintadas de pardo y blanco, y tienen el pico colorado y los ojos y los cuchillos de las alas negros. Tiene la cola como las palomas, algo más corta y redonda, y de la mitad de ella sale una pluma delgada y larga, y más de un palmo mayor que las otras”. Mar- cuell. Hist. De Av. Cap.21. “En el viaje que se hace de España a la Isla Española se ven muchas de estas aves llamadas RABO DE JUNCO”. • 1525. Fernández de Oviedo. Sumario de la Natural Historia de las Indias: “Unas aves hay blancas y muy grandes voladoras, y son mayores que palomas torcaces, y tienen la cola lengua y muy delgada; por lo cual se le dio el nombre que es dicho de RABO DE JUNCO, y se ve muchas veces muy adentro en la mar, pero ave es de tierra”. • Las Casas: Historia de las Indias. Lib. I. Cap. XXXVI: 17 de se- tiembre: “Vido aquella mañana un ave blanca con la cola luenga, que se llama RABO DE JUNCO, que no suele diz que dormir en la mar”. • Hernando Colón: Historia del Almirante: 17 de setiembre: “Vie- ron otro RABO DE JUNCO, pájaro llamado así porque tiene una larga pluma por cola, y en lengua española, rabo quiere decir cola”. • Resumen del Diario de Colón: “17 de setiembre: En aquella mañana dize que vido un ave blanca que se llama RABO DE JUN- CO que no suele dormir en la mar”.

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El Rabo de Junco no figura en el Diccionario de Covarrubias de 1611 ni en las adiciones de 1674, y de ser acertado el juicio del especia- lista Joaquín Gómez Cano, en la Fauna del Descubrimiento (2003), esta ave posee el titulo de ser la primera ave originaria de América vista por los tripulantes de la Niña, es decir, los marineros de Palos, represen- tando a los andaluces, los españoles y los europeos. Pues bien, planteemos una pregunta sobre este tema: si esta fue la primera ave de América que se vio, y quienes la vieron fueron los primeros en verla, ¿quién fue el marinero que le puso el nombre? ¿O debemos creer que tanto Colón como los marineros de Palos ya conocían este pájaro por haberlo visto en las costas andaluzas, canarias o afri- canas, y por eso fueron capa- ces de identificarlo y nom- brarlo con solo verlo pasar volando cerca o lejos de ellos?

En fin, aquí quedan la propuesta de corrección y la llamada de aten- ción a la Real Academia de la Lengua Española, más mi pregunta del millón de euros que no sé a quién irá dirigida.

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CANGREJO DE LOS SARGAZOS

l 16 de setiembre estando a 263 leguas de la isla de Hie- rro, la flotilla de Colón comenzó “a ver muchas manadas E de hierba muy verde que poco había, según le parecía, que se había despegado de tierra, por lo cual todos juzgaban que estaban cerca de alguna isla, pero no de Tierra Firme, según el Almirante, que dice: porque la Tierra Firme hago más adelante”. Acababan de ingresar al Mar de los Sargazos. Al día siguiente, 17 de setiembre, continúan navegando entre yerbas, “que parecían hierbas de ríos, en las cuales hallaron un Cangrejo vivo, el cual se guardó el Almirante”. Seis días más tarde, el 23 de setiembre, continuando la nave- gación entre hierbas, hallaron ya muchos Cangrejos, “cangrejitos chiquitos vivos”, aclara Las Casas, y Arranz, en su edición del resumen del Diario (1985), lo describe como el Nautilus grapsus minutus, del tamaño de un dedo pulgar. El 8 de octubre al anotarse “apareció la hierba muy fresca”, termina el registro de la hierba en el resumen del Diario, conclu- yendo este tipo de navegación, en el cual alternaron días de mu- cha hierba (21 de setiembre), con otros de poca (28 de setiem- bre), o ninguna (19 de setiembre) o con una parte del día sin hierba y otra con mucha (22 de setiembre). Aunque el Cangrejo vivo fue también, como las aves, e inclu- so la yerba, señal esperanzada de proximidad a alguna isla, lo realmente importante, para ellos y para la historia, fue el encuen-

47 tro con esa inmensa cantidad de yerba rodeándolos por todos lados. Sobre este hecho, Hernando Colón registra de la lectura del Diario de su padre, la siguiente anotación para el 21 de setiem- bre, la cual es una adecuada muestra de la ambigüedad con que fue re-cibida por la tripulación la entrada al Mar de los Sargazos: “y se descubrió más cantidad de hierba que en todo el tiempo pasado, hacia el Norte, por cuan- to se podía extender la vista, de lo cual recibían aliento, creyendo que vendría de alguna tierra pró- xima. “Esto, a veces, les causaba gran temor, porque había allí matas de tanta espesura, que en algún modo detenía los navíos, y como quiera que el miedo lleva la imaginación a las cosas peores, te- mían hallarla tan espesa que quizá les sucediese lo que se cuenta de San Amador en el mar helado, del cual se dice que no deja avanzar a los navíos. Por esto se-paraban los navíos de las matas de hierba, todas las veces que podían”. Este era un temor común en- tre los hombres de mar, el cual se prolongaría al menos un par de siglos más: el Mar de los Sar- gazos era una zona oceánica cua- jada de hierba, que impediría la navegación, inmovilizaría a las naves y haría morir de hambre y sed a los tripulantes; en cual- quier caso, al detenerlos los de- jaría como presa fácil para todos los monstruos marinos que ha- bitaban el tan temido Mar te- nebroso. Cristóbal Colón fue el pri- mer marino que se atrevió a navegar entre el cúmulo de hierbas del Mar de los Sargazos, pero fueron los portugueses quienes lo habían bautizado con ese nombre por encontrar cierta similitud de las yerbas del con raci-

48 mos de uva de una variedad llamada Salgazo. Pero los marinos portugueses que llegaron hasta sus orillas, no se atrevieron a continuar navegando, atemorizados por las leyendas existentes. Y aquí conviene recordar como un hecho significativo de la época, a Pedro Vázquez de la Frontera, el viejo marino de Palos, quien contaba haber ido a descubrir con un Infante de Portugal y aconsejaba a Martín Alonso Pinzón que al encontrarse en el Atlántico con unas yerbas, no consintiese a Colón regresarse; debían seguir la vía derecha pues era imposible no hallar tierra, y aseguraba que el infante portugués por no atreverse a continuar navegando, no halló esa tierra16. Esta historia, probablemente cierta, sirvió también para que en “los mal llamado juicios colombinos” –como propone llamar- los Anunciada Colón– un compañero del primer viaje y otros dos testigos, a pesar de no haber estado en el viaje del descubri- miento, declararan que Colón quiso regresarse cuando navega- ban entre los Sargazos y que no lo hizo por presión y autoridad moral de Martín Alonso Pinzón. Demás está decir que esta ver- sión es descartada por los historiadores colombinos. Tambien durante el viaje de regreso a España, la flotilla colombina –ahora de solo dos carabelas– siguió encontrando yerba, y aún el 15 de enero, mientras las carabelas costean para salir a mar abierto y regresar a España, el resumen del Diario registra: “Dice que halló mucha hierba en aquella bahía (de las Flechas) de la que hallaban en el golfo cuando venía al descubrimiento, por lo cual creía que había islas al Este hasta en derecho de donde comenzó a hallar, porque tiene por cierto que aquella hierba nace en poco fondo, junto a tierra; y dice que si así es, muy cerca estaban estas Indias de las islas de Canarias, y por esta razón creía que distaban menos de cuatrocientas leguas”, lo cual, con otras palabras reafirma Hernando Colón: “cerca de tierra, a poco fondo, brotaba mucho de aquella hierba que hallaron los nuestros, en hiladas, por el mar Océano, de lo que conjeturaron que nacía toda cerca de tierra, y que después de madura se separaba y era llevada por las corrientes del mar a mucha distancia”. Fernández de Oviedo sitúa su nota sobre el Mar de los Sarga- zos en medio de los conatos de sublevación de los marineros para

16 Esto fue declarado el 2 de noviembre de 1532, por Alonso Veles, alcayde y alcalde la villa de Palos, presentado por Juan Martín Pinzón en los llamados “Pleitos colombinos”. Ver tomo VIII, pág. 258. 49 regresar y no continuar con un rumbo desconocido y fantasioso: “En esta sazón e contienda, hallaron en la mar grandes praderías, al parecer, de hierbas sobre el agua; y pensando que era tierra anegada, y que eran perdidos, se doblaban los clamores. “Y para quien nunca había visto aquello, sin duda era cosa para mucho temer; mas luego se pasó aquella turbación, cono- ciendo que no había peligro en ella, porque son unas hierbas que llaman Salgazos (sic), y se andan sobreaguadas en la superficie de la mar. Las cuales, según los tiempos y los aguajes suceden, así corren y se desvían o allegan a Oriente o Poniente, o al Sur, o a la Tramontana; y a veces se hallan a medio golfo, y otras veces, más tarde y lejos, o más cerca de España. “En algunos viajes acaece que los navíos topan muy pocas o ninguna de ellas; y también a veces hallan tantas, que, como he dicho, parecen grandes prados verdes y amarillos, o de color jade; porque en estos dos colores penden en todo tiempo. Salidos, pues, de este cuidado y temor de las hierbas…”. Humboldt, al referirse al Mar de los Sargazos en su estudio Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, lo elogia sin reserva: “la obser- vaciones de Colón respecto al banco de fucus al oeste de las Azores, son notables, no solo por la sagacidad con que describe el fenómeno, distinguiendo los diferentes grados de frescura de las plantas marinas, las direcciones que imprime a sus grupos la acción de las corrientes, la posición general del Mar herboso con relación al meridiano de Corvo, sino también porque presentan la prueba de la estabilidad de las leyes que determinan la distribución geográfica de los talossofites”. Las observaciones colombinas, vigentes durante algunos si- glos, han sido descartadas por los estudios de oceanógrafos que afirman: “el Sargazo flotante se compone de dos especies holope- lágicas diferentes: Sargassum fluitans y Sargassum natans, que se propagan mediante la fragmentación vegetativa”. El Sargazo son en realidad estas algas capaces de formar grandes conjuntos en- marañados que se mantienen a flote por medio de vejigas llenas de gas y se hallan en una gran extensión del Océano Atlántico. El Mar de los Sargazos, es el único mar del mundo definido

50 por sus caracteres físicos y biológicos, y que no cuenta con nin- guna costa, salvo la de las islas Bermudas. Su superficie total alcanza los 3.500.000 km² y se calcula que en él existen de 7 a 10 millones de toneladas métricas de Sargazo. Ese peculiar “hábitat cobija a tortugas, aves, al menos 145 es- pecies de invertebrados y más de 100 especies de peces, muchas de las cuales son endémicas. Los peces de los Sargazos y los abundantes cardúmenes de Seriolas y Lijas que se encuentran dentro de los mantos de Sargazo y debajo de ellos, proporcionan comida a depredadores importantes a nivel comercial y deportivo tales como diversos peces Delfín, Atunes, Caballas, Petos y peces Picudos”. Para Colón y la tripulación de sus dos carabelas, ese navegar entre mucha hierba continúa con anotaciones en el resumen del Diario los días 17, 18, 21, 22, 23, 28 y 30 de enero, y sigue el 2 de febrero, donde dicen ver “tan cuajada la mar de hierba, que si no la hubiesen visto, temieran ser bajos”; el 7 de febrero, se ano- ta: “Vieron los marineros hierba de otra manera de la pasada, de la que hay mucha en las islas de los Azores. Después se vio de la pasada”; y por último, el 10 de febrero, donde se registra: “Dice aquí también que primero anduvo doscientas sesenta y tres le- guas de la isla de Hierro a la venida que viese la primera hierba, etc.”. Las terribles tempestades que llenaron de pavor a Colón y a las tripulaciones es posible que impidieran continuar haciendo anotaciones sobre la yerba del Mar de los Sargazos. También es probable que el viento y las mareas alejaran las yerbas, incluso las próximas, como dijeron, propias de las islas de las Azores. El Mar de los Sargazos ya habia terminado para ellos y ahora eran las tempestades y la furia del mar sus principales preocupaciones. Como se ha podido apreciar en esta nota, el menudo Cangre- jo guardado por Colón y los muchos vistos después, no tuvieron en realidad mayor significación aunque en ese momento repre- sentaran también la ilusión de un aviso de tierra próxima. Los especialistas lo definen como el Pachygrapsus minutus, un género de pequeños crustáceos decápodos del infraorden Bra- chyura de la que es una de las 14 especies conocidas. Sin embargo, aunque Gómez Cano acepta esa posibilidad, no descarta al Portunus sayi, también habitante entre el Sargazo, aun- que suele pasar desapercibido por sus colores miméticos y por ser mucho más pequeño. Fernández Aceytuno, por su parte, se in-

51 clina por identificarlo como Nautilus grapsus minutus. Y a pesar de que Manuel Alvar prefiere no realizar explicacio- nes sobre las dos veces que aparecen estos Cangrejos en el Mar de los Sargazos17, González Lorenzo, luego de citar la autoridad de Consuelo Varela, quien supone un Nautilograpsus minutus el Cangrejo guardado por Colón y que solo se encuentra en el Mar de los Sargazos, advierte que ese “braquiuro fue catalogado por Linneo en las costas europeas, y según la Enciclopedia Británica, entre los decápodos adaptados a vivir en alta mar, tomando co- mo soporte Sargassum natans, se encuentran Portunus sayi, Planes minutus y Pachygrapsus marinus”, con lo cual vuelve a complicarse la identificación de diminuto animal hallado entre los Sargazos.

17 Tampoco Varela–Fradejas comentan estos Cangrejos de los Sargazos, pero cuando el 3 de octubre registra el resumen del Diario: “yerba mucha, alguna muy vieja y otra muy fresca, y traía como fruta”, explican que “se trataba del fruto del alga Fucus vesiculosus, que tienen forma de esfera y actúan de flotado- res”. (He de señalar que suele usarse indistintamente yerba o hierba; yo prefiero yerba). 52

TONINA=ATÚN

Delfines

egún el resumen del Diario de Colón, el 17 de setiembre, estando a cerca de 335 millas de La Gomera, vieron mu- S chas Toninas y los tripulantes de la Niña mataron una. Esto es cierto, y en el viaje de regreso vuelve a nombrar- se otra Tonina el 25 de enero, cuando la matan junto a un gran- dísimo tiburón. El 30 del mismo mes ven otra vez muchas Toni- nas, gran cantidad de yerba y varios Rabos de Junco. Como no tenía la menor idea de lo que era una Tonina, recu- rrí, como primer paso, a consultar el Diccionario de la Real Acade- mia de la Lengua. ¡Y vaya fastidio! Tenemos un idioma que no se decide a quién nombrar con esta palabra y acepta, de hecho, el malentendido entre sus hablantes. Tonina, en rigurosa y acadé- mica definición de la RAE, es una palabra derivada del latín thunnus, “atún”, y del griego θύννος, thýnnos, y en castellano signi- fica indistintamente: 1: f. Atún (pez) 2: f. Delfín. Es decir, Tonina puede llamarse con propiedad al Atún o al Delfín, aunque sean dos especies muy diferentes y sin el menor parecido a simple vista. Es decir, cuando el resumen del Diario de Colón registra que han visto y matado una Tonina, yo quedo en Babia, pero no distraído, mal vestido o entregado a la vida licenciosa (como define Casares), sino sin enterarme de lo que sucede a mi alrede-

53 dor, como define la RAE; o, peor aún, como un verdadero igno- rante empeñado en llamar Tonina al Atún que como o al Delfín que me entretiene con sus saltos y ejercicios. En tan incómoda situación, decido buscar aclaraciones que me saquen de Babia. Recurro en primer lugar a Manuel Alvar. En la nota sobre las Toninas en su edición del resumen del Dia- rio de Colón, registra que Covarrubias define Toñina como Atún fresco; que Corominas, también lo registra como Atún, y andalucismo –lo cual confirma él mismo en su Atlas lingüístico de Andalucía–, y concluye que en Canarias designa a una Phocaena, vale decir a una Marsopa. Entre Atún y Marsopa, la Tonina es más Atún que Delfín para mi entendimiento. Sin embargo, en su introducción al mismo libro, Alvar no duda en identificar a las Toninas como Delfines, anotando “así (se llaman) todavía en Canarias”; pero en esa misma nota registra que Serrano en su edición de la Historia del Almirante da a la To- nina el equivalente de Atún. Vale decir que no sabemos por qué entre tanto Atún y un solo Delfín en Canarias, Alvar elige como sinónimo de Tonina al casi innombrado Delfín. Por su parte, dos biólogos interesados en este tema colom- bino, Fernández–Aceytuno y Gómez Cano, concuerdan en iden- tificar a los peces vistos por Colón y sus tripulantes como Delfi- nes, a pesar de reconocer a Tonina como un nombre propio de los Atunes. Gómez Cano explica su posición diciendo que si bien Tonina recuerda semánticamente al Atún, en realidad Tonina es el nom- bre con que se ha conocido tradicionalmente al Delfín, y en este caso al Delphinus delphis. Fernández–Aceytuno, por su parte, y con más dudas sobre su decisión, cree que la palabra matar –en lugar de pescar– emplea- da en el resumen del Diario, se debe a que los marineros matan a un Delfín por diversión y no para comer; y agrega que cuando el 18 de enero el resumen del Diario hace referencia al mar “cuaja- do de Atunes” en lugar de “cuajado de Toninas”, es porque hay una diferenciación de hecho, y de palabra, al referirse a los Atu- nes y a las Toninas, reservando este nombre para los Delfines.

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Y al revisar La parla mari- nera del primer viaje de Cristó- bal Colón, de Julio F. Guillén Tato, veo que registra como lusismo o galleguismo la pa- labra Tonina, a la que define como “especie de Delfín”. Y en esta misma línea, en el glosario de la edición de Textos y documentos completos y Nuevas cartas de Cristóbal Colón, por Consuelo Varela y Juan Gil, también consideran como sinónimos a Tonina y Delfín, lo cual es correctamente ortodoxo. En contra de estos especialistas, González Lorenzo se decide a identificar a las Toninas como Atunes, y criticando a los comen- taristas que eligen Atunes o Delfines sin dar explicaciones, deci- de revelar las suyas: primero: porque el nombre catalán del Atún rojo es Tonyina; segundo: porque Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana, refiriéndose en exclusiva al Atún, dice “cuando es fresco lo llaman Toñina”; y en tercer lugar: “porque en la edi- ción príncipe de la Historia del Almirante, Hernando Colón dice: “quella note le siguirono molti Toni”18. Para mí, nada de esto aclara algo sobre la verdadera identidad de ese pez del que matan dos ejemplares, uno en el viaje de ida y otro en el de regreso, y lo atribuyo a la ambigüedad de la palabra en castellano y a la mala lectura de las fuentes básicas19. En fin, sobre este caso, el mejor ejemplo de esta incertidum- bre es dado por Jesús Varela Marcos y José Manuel Fradejas Rueda en su edición del resumen del Diario de Colón, quienes al enfrentarse a su escasa necesidad de anotar el nombre de los animales colombinos, dicen: Tonina: “Se trata de un tipo de Delfines que conocían y comían los pescadores como alimento fresco. También podía tratarse de Atunes”. De pronto me vino una idea: siendo los tripulantes de la Niña y la Pinta mayoritaria o exclusivamente de Palos y de Moguer, es decir andaluces, lo lógico sería buscar la manera común de nom-

18 Ver un comentario sobre este Toni de la edición italiana de la Historia del Almirante, en una nota posterior. 19 Morison registra como “Atún” al pez que matan los marineros de la Niña el 17 de setiembre, en la traducción al castellano de Luis A. Arocena, publicada por el Fondo de Cultura Económica (México, primera reimpresión, 1993). 55 brar los peces en Andalucía. Y buscando y rebuscando di en In- ternet con la Base de datos terminológicos y de identificación de espe- cies pesqueras de las costas de Andalucía (Ictioterm) y he aquí lo hallado al buscar Tonina: “Esta palabra viene de la voz ára- be tûn que a su vez procede del latín thŭnnus y este del griego θύννος (Corominas y Pascual, 1980). La a– inicial deriva del ar- tículo árabe, de donde fue adoptada por el castellano. Por otra parte, la pesca del atún ha sido desde siempre una actividad de gran importancia en Andalucía desde tiempos remotos y de gran desarrollo durante la dominación árabe, en la que adquirió gran perfección el arte de pesca denominado almadraba. Es sabido que aquí los Atunes eran rematados a golpes, de ahí que atún podría ser una variante de los tonina, toñina, tonyia, tollina: ‘paliza’, ‘casti- go a golpes’.” Y agrega: “El Atún (Thunnus thynnus) es una especie muy conocida en todos los puertos”.

Atunes

Así las cosas, supuse que ahora lo necesario era conocer la presencia de los Atunes en el viaje colombino tal como lo refleja el resumen del Diario. De hecho, Atunes no figuran durante el viaje de ida y solo se les nombra en el viaje de regreso los días 17, 18, 19 y 20 de enero, en que ven el mar ”cuajado de Atunes”, siendo los del 19 pequeños, igual a los del 20, pero ya en este ultimo día, además, en cantidad infinita. Digna de destacada mención es la anotación del día 18 de enero en el resumen del Diario, cuando ven el mar cuajado de Atunes “y creyó el Almirante que de allí debían de ir a las alma- drabas del Duque de Conil y de Caldiz”; donde almadrabas hace referencia a la pesca de Atunes con un cerco de redes; Duque de Conil al “Duque de Medina Sidonia”, quien tenía este tipo de

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Pesca en Caliz, que quiere decir “Cádiz”. En conclusión, en el resumen del Diario hay dos Toninas ma- tadas por la tripulación de la flota colombina y la aparición, en dos ocasiones, de muchas Toninas tanto en el viaje de ida como en el de regreso. Con respecto a los Atunes, tenemos en cuatro días la mención de muchos Atunes, incluso infinitos, en el viaje de regreso, pero ninguno en el de ida. Y claro, una explicación dada por Colón sobre los Atunes, pero que no aclara nada sobre si las Toninas eran Delfines o Atunes. Lamentablemente, desde mi punto de vista, ninguna referen- cia sirve para decidir con alguna mínima certeza qué peces son las Toninas que aparecen en el resumen del Diario de Colón. Podría decirse, como conclusión, que para unos especialistas son Atunes y para otros son Delfines. Con lo cual estamos como empezamos, encerrados en la ambigua definición del Diccionario de la Real Academia. En una situación de esta naturaleza, lo recomendable es bus- car otras fuentes que, en el caso concreto del Diario de Colón, además del resumen, se cuenta con la Historia del Almirante, de Hernando Colón, y la Historia de las Indias, del mismo que resu- mió el Diario, Bartolomé de las Casas. En ambos libros figuran frases de la copia del Diario de Co- lón no incluidas en el resumen, pues ambos –según se cree y acepta– escribieron sus libros teniendo a la vista la copia o alguna copia del Diario de Colón, sea la realizada en la corte española en 1493 u otra posterior. Además se atribuye a ellos ser los úni- cos que dispusieron de esa fuente al escribir sobre el primer viaje colombino. La revisión de ambos libros ofrece el siguiente resultado: La primera sorpresa surge de la Historia del Almirante de Hernando Colón, en su registro del 17 de setiembre, el mismo día en que el resumen del Diario anota la matanza de una Tonina, él escribe lo siguiente: “A más de esto, aquella noche les siguieron muchos Atunes20, que se acercaban tanto a los navíos y nadaban junto a

20 González Lorenzo señala que en la edición príncipe de la Historia del Almiran- te, que es en italiano, dice Toni, y aunque esta es una de sus razones para identi- ficar Tonina como Atún, ha de reconocerse que Toni está más próxima a Toni- na en castellano que a Atún, que es como siempre se ha traducido en la Historia del Almirante. Rizando más el rizo para tratar de apoyar el acierto de traducir Toni por Atún, debe decirse que en italiano actualmente al Atún se le llama Tono y al Delfín, Delfino, con lo que el nombre del Atún podría identificarse 57 ellos tan ligeramente, que uno fue matado con una fisga por los de la carabela Niña”. Aquí surge un problema serio: si se supone que Hernando Colón como Las Casas para su resumen, tienen a la vista igual fuente, uno de los dos modificó Atunes por Toninas o Toninas por Atunes. ¿Qué decía en verdad la copia del original del Diario de Colón que manejaban el sacerdote y el hijo del Descubridor? Mientras no aparezca el libro no lo sabremos y per- vivirá la incógnita. Pe-ro, de acuerdo a estas fuentes, todo parece indicar que la lectura del Diario hace refe- rencia al Atún y no al Del- fín, en contra de lo que han pensado los especialistas contemporáneos. En la escritura referente a ese mismo día, Las Casas no sigue su resumen del Diario, pues no registra ni ese día ni el siguiente la matanza de la Tonina. Sin embargo, para el mismo día, 17 de setiembre, escribe en la Historia de las Indias: “Vieron también muchas Toninas, y éstas son las que vieron los navíos de Caliz, de que habló Aristóteles, que mataron muchos y los llamó Atu- nes”. Después de saber lo que ha leído Hernando Colón en el Dia- rio de su padre, esta frase de Las Casas debiera convertir en defi- nitiva la identificación de las Toninas como Atunes, pues en su lectura de la copia del Diario repite la identificación de los Atu- nes en su referencia al día donde en el Diario había escrito To- nina, y además, él redondea o explica, agregando la aclaración de cuál era el concepto que manejaba para identificar a las Toni- nas21. En fin, debe aceptarse que en los tres libros en que se trabaja con una copia del Diario –tal como se afirma históricamente– y se incluyen frases y resúmenes extraídos de él, hay Toninas y Atunes pero nunca se mencionan a los Delfines. más con la palabra italiana Toni que con Delfíno. Pero son sutilezas. Toni, debe traducirse Tonina en castellano, y seguimos, pues, en lo mismo. 21 Un agregado: Las Casas, en la Apologética, al referirse a la piel de los Manatíes dice que son de “cuero, como el de las Toninas o Atunes”, lo cual también refuerza el argumento que manejo. 58

A partir de la identificación y explicación dada por Las Casas y a la corrección de Hernando Colón para ese día, 17 de setiem- bre, según su propia lectura de la copia del Diario, parece indu- dable que la Tonina matada por los tripulantes de la Niña el 17 de setiembre, era un Atún. Y si a esto, como ya se indicó, agregamos la claridad de la afirmación de Las Casas sobre la identidad de las Toninas como Atunes, ya resulta imposible dudar: las Toninas vistas en tres ocasiones cerca de las naves durante el primer viaje de Colón, de las cuales se mataron dos, fueron Atunes y no Delfines. Y así debe aceptarse cuando se lee el resumen del Diario por Las Ca- sas. Ahora, para concluir con los Atunes, vale la pena indicar que en la Historia del Almirante, y no en el resumen del Diario, el 20 de setiembre se registra: “a bordo, mataron un pez pequeño”, presumiblemente un Atún, si nos atenemos a lo anotado por Hernando Colón y Las Casas el 2 de octubre (pero no en el re- sumen del Diario): “vieron muchos peces, mataron un atún pe- queño”, coincidiendo ambos en lo de atún y en lo de pequeño. Ya solo resta una anotación más sobre Atunes en el viaje de ida, figura en el libro de Hernando Colón y no en el de Las Ca- sas ni el resumen del Diario, concierne al 8 de octubre: “fueron vistos muchos Atunes”. Volviendo a lo escrito al principio de esta nota, a pesar de la confusión entre el Delfín y el Atún originada por la definición de Diccionario de la Real Academia, y las dudas de los especialistas en la identificación de las Toninas colombinas como Atunes o como Delfines por carecer de descripciones que permitan una identificación más certera, lo cierto es que un hombre de mar, sea cual fuera su graduación y su cargo en una nave cualquiera, difícilmente podrá confundirse y creer al ver un Delfín que está viendo un Atún; y aún más, gracias al cinema, la televisión, los acuarios, los dibujos y hasta los comics, en la actualidad sería difícil que una persona común y corriente vea un simpático y alegre Delfín dando brincos o en patético cautiverio, y lo con- funda y crea que es un Atún. El Atún quizá sea más difícil de identificar al verlo vivo, pero ha de aceptarse que es un pez muy conocido por todos nosotros, aunque solo sea a través de su comercialización en latas redondas que alguna vez habremos comprado para comer en casa. Los Atunes se clasifican en 12 sub–especies. El Atún más co-

59 mún es el llamado azul, rojo, cimarrón, común o aleta azul (Thunnos thynnus) y pueden medir alrededor de 3 metros y pesar entre 250 y 600 kilos, aunque en las pescaderías de todo el mun- do se encuentran ejemplares de mucho menor tamaño y peso. Actualmente se calcula en una cifra superior a los cuatro millo- nes de toneladas la matanza anual de Atunes.

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ALCATRAZ

Alcatraz

l Alcatraz es el ave que más veces figura en el resumen del Diario de Colón durante la travesía del océano en el viaje E de ida. La primera cita es del 19 de setiembre, cuando a las 10 de la mañana se posa uno de ellos en la Santa María y luego, en la tarde, ven otro. Después aparecerán en el resumen del Diario el 20, 21, 23, 24, 29 y 30 de setiembre, y el 4 y el 8 de octubre: los ven pasar o se posan en las carabelas. Durante el viaje de regreso, solo se posarán en la carabela dos de ellos, uno tras otro, el 17 de enero, coincidiendo con la apari- ción de mucha hierba en el mar. Son los días en que Colón ini- cia su salida del Caribe, con las dos carabelas haciendo agua, y con la tripulación deseosa de regresar a sus hogares. Pero volviendo a las primeras notas sobre el Alcatraz, el 19 de setiembre se dice, y se repite el 20, que son aves que no se alejan más de 20 leguas de tierra, lo cual significa, tal como lo interpre- tan esperanzados, la proximidad de la tierra, pues son aves terres- tres que en la mañana buscan su alimento en el mar. Como se lee, los viajeros a veces las ven volar y otras posarse en las naves; pueden ver solo un ejemplar o 2, 3 y hasta 4 “en dos veces”; incluso el 29 de setiembre, en tres oportunidades llegaron a los navíos tres Alcatraces juntos. Tampoco faltó la ocasión, el 4 de octubre, en que un grumete, un “mozo de la carabela”, le tiró

61 una pedrada a uno de ellos y seguramente lo mató (Morison, con lógica, supone que el grumete solo pudo sacar la piedra del lastre llevado en la nave para su estabilidad). A pesar de ser el Alcatraz un ave migratoria que atraviesa todo el océano y es conocido en las costas españolas, lo cierto es que los marinos, los conquistadores y los colonos españoles adquirie- ron la extraña costumbre de llamar Alcatraces a los Pelícanos, sin que sepamos la razón, pues no existe la más mínima similitud entre es-tas dos aves. Fernández de Oviedo, en su Su- mario de la Natural Historia de las Indias, de 1526, ya se refiere al Alca- traz dándole todas las características del Pelícano, e incluso cuenta haber visto en Panamá, en 1521, meter en el papo de un Alcatraz el sayo ente- ro de un hombre. Sin embargo, al publicar la pri- mera parte de su Historia General y natural de las Indias, en 1535, al tratar “De los Alcatraces grandes que hay en esta isla Española y en todas las otras islas y costas de la Tierra Firme”, afirma al comenzar el capítulo: “Dicho y escrito tengo algunas diferencias de aves que están debajo del nombre de Alcatraces, y de algunos de aquéllos hay en las costas de la mar en España; pero de los que ahora diré, yo no los he visto ni creo que ahí haya, sino en estas partes, ni he oído decir que los haya en otras”. Y así, des- pués de fijar la exclusividad de Pelicano como ave indiana, pasa a escribir sobre ella. Pero páginas antes ya había dado su descripción de los Alca- traces que también se ven en España y en el océano: “Topan asimismo las naos, desde que están ya cerca de las Indias, otras aves que llaman Alcatraces. Estos son de muchas maneras; algu- nos del tamaño de los Cuervos marinos, y otros algo menores: algunos negros que tiran al color pardo, y otros pardos y blancos alcoholados, y de otros plumajes. Otros hay negros pardos que tienen las cabezas blancas con algunas plumas, en ellas, colora- das. Todas estas aves, dichas Alcatraces, salen mucho a la mar, y todas tienen los pies como Ánsares o Ánades, porque son aves marítimas y ejercitadas en la pesquería, y es el pescado su especial y ordinario mantenimiento”. Fernández de Oviedo, ducho para estas cosas, señala en las úl-

62 timas líneas de su referencia a los Alcatraces, que estos son de muchas maneras, y dice: “negros tirando a pardos, y pardos y blancos alcoholados y, en fin, que igual pueden tener otros plu- majes”. Digamos, un Alcatraz es cualquier pájaro visto en el océa- no; solo le faltó agregar su parecido con una Golondrina de mar, como indicó Alvar para señalar su similitud con otras aves. Pero en este caso concreto, a pesar de insistir en identificar al Alcatraz, como se hace en Canarias, con la Golondrina de mar, Alvar parece inclinarse por el Phalacrocorax carbo –llamado de for- ma única Alcatraz en Andalucía–: ave negra de buen tamaño, conocida en otras partes del mundo como Cormorán, de antigua y folklórica relación con el mar y los marinos. Por mi parte, dudo mucho que sea la registrada en el resumen del Diario de Colón, aunque la mayoría de la tripulación fuera andaluza. Para Fernández–Aceytuno, en cambio, el ave vista por los tri- pulantes de las naves colombinas es el Alcatraz común o el Alca- traz atlántico, el Morus bassanus, y son blancos, con excepción de la punta de las alas que son de color negro, “como si las hubiera metido en un tintero”, y la cabeza de color vainilla, canela, en los adultos. También destaca lo es- pectacular de su zambullida en el agua, capaz de distinguirse desde gran distancia. Gómez Cano, sin dudar, se decide a identificar al Alcatraz del resumen del Diario como el Alcatraz común, y lo llama Sula ba- sana, por ser del tipo de ave que llega a la Península ibérica y lue- go atraviesa todo el Atlántico, por lo cual, con toda seguridad, opina, es el conocido y visto por Colón y su tripulación. González Lorenzo, por la zona en que se hallan del Atlántico, entre 400 y 650 leguas de La Gomera, según los cálculos reales de Colón, se inclina a identificarlo como el Piquero blanco, la Sula dactylatra. Pero más adelante, cuando el grumete mata a un Alcatraz de una pedrada, González Lorenzo prefiere considerarlos Alcatraces tropicales, que suelen posarse en las naves para desde ahí lanzarse a la caza de los peces voladores, y aclara que son tan estúpidos que se dejan capturar sin plantear oposición, originando así ser llamados Pájaros Bobos por los marineros españoles. Lo común es que los Alcatraces pesen entre 3 y 4 kilos, y mi-

63 dan de 85 centímetros y un metro. Si los comparamos con el Garjao que mide unos 35 cm de largo y pesa entre 80 y 125 gra- mos, vemos que esta supuesta Golondrina de mar no guarda la menor semejanza con la Golondrina común, siendo un ave de un tamaño y grosor respetable, poco confundible además con la Pardela o la Tiñosa, es decir con cualquier otra Golondrina. Su peculiar caída al agua, pue- de originarse desde una altura de 45 metros aunque con más fre- cuencia oscile entre 10 y 20 me- tros, llegando a alcanzar una velo- cidad de 100 kilómetros por hora, y si no se destroza al entrar al agua es gracias a un organismo diseña- do de tal forma para que en el momento de sumergirse, se juntan las alas al cuerpo, se estiran las piernas y se les cierran las fosas nasales y los oídos; además su estructura corporal, incluyendo pulmones, se encuentra formada para poder resistir el impacto contra el agua cuando cae a coger su presa. Tal es su fortaleza, que no resulta excepcional verlo salir incólume del mar a los pocos segundos de haberse “clavado” en él, y pocos metros des- pués se vuelva a lanzar en picada al distinguir otra presa. Como colofón de esta ave capaz de ser extrañamente confun- dida con los Pelicanos, se puede citar a Pedro Mártir, quien repe- tirá conceptos y errores, como muestra representativa de la con- fusión producida en la corte española cuando los viajeros colom- binos llegaban a ella para informar de sus viajes y de sus expe- riencias con la fauna indiana: “Es curioso lo que cuentan de ciertas aves marinas, mayores que águilas y buitres. De sus con- versaciones deduzco que se trata de los voraces onocróta- los” –en una nota anterior, Mártir había escrito: “que an- taño, al decir de los autores, habitaban en las lagunas de Ravena, aunque ignoro si hoy las habrá también”–. “Dicen, en efecto, que su gráznate es tan grande, que

64 una de ellas se tragó a la vista de todos la mitad de un capote con que se cubría uno de los soldados, el cual se lo arrojó al atacarlo con rabiosa ansia; después de muerta se lo sacaron del buche sin ninguna rotura. Y aun afirman haber visto a esos animales engullirse de un bo- cado peces vivos de cinco libras o más”. (Onocrótalo, de acuerdo a Álvarez Peláez, es como llama Pli-nio al Pelícano; el nombre griego es Pelekán tal como figura en Aristóte- les; puede tenerse la seguridad que los Alcatraces vistos por los marineros que viajaban con Colón no eran Pelícanos). Como una adenda a la confusión Alcatraz–Pelícano, copiaré el animal que bajo el rubro de Pelicano, registra Cobo antes de 1653, en su Historia del Nuevo Mundo: “DEL PELÍCANO. Este nombre dieron los españoles a cierta ave peregrina que se halla en la Nueva España; y son tan raras, que sola una se ha traído a la ciudad de México. La cual cogieron los indios de un beneficio que cae en lo más remoto de aquel arzobispado, y por su hermo- sura y extraña forma, la trajeron a su cura, y él la presentó al arzobispo de México, don Juan de la Serna. “Era del tamaño de un pavo de la tierra; toda ella de pluma blanca, fuera de los extremos de las alas y cola, que eran de color pardo; tenía las uñas y pico de ave de rapiña; y al tenerla el arzo- bispo en su huerta, echaron de ver que a tiempos traía el pecho lastimado y manchado de sangre, porque lo hería con el pico, de donde coligieron que sin duda era Pelícano, y le pusieron este nombre.” De esta manera el simple Alcatraz de las costas españolas y del Mar tenebroso, identificado por algunos biólogos como una sim- ple Golondrina de Mar, logra darle su nombre al Pelicano de Plinio y también de Mártir (onocratalus) –al que atribuyen tener en la garganta un segundo vientre, donde acumula todo lo que come, y luego al terminar su rapiña la pasa al estomago, como los rumiantes– y desde ta-les reminiscencias de origen clásico, se la ve reaparecer como una extraña ave que, gracias a la sapiencia del

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Arzobispo de México, logra ser identificada como el animal mito- lógico de los bestiarios fantásticos de la Edad Media, que después de matar a su cría, se abre el pecho a picotazos para rociar con su sangre a sus hijos y devolverles así la vida.

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TIÑOSA–PÁJARO BOBO

omaron un pájaro con la mano, que era como un Garjao; era pájaro de río y no de mar, los pies los “T tenía como Gaviota”, registra el 20 de setiembre el resumen del Diario realizado por Las Casas, quien repite la descripción en su Historia de las Indias. Sin embargo, para ese día, y se supone como fruto de leer la copia del Diario del primer viaje de Colón, su hijo, Hernando Colón, da en la Historia del Almirante un registro más amplio: “y tomaron un pájaro semejante al Gorjao, sólo que era negro, con un penacho blanco en la cabeza, y con patas semejantes a los del Ánade, como suelen tener las aves acuáticas”. Para el diligente Gómez Cano, gracias a la especificación de Hernando Colón, no hay duda para identificar esta especie atra- pada por algún marinero de la Santa María: es el Anous stolidus; y agrega: “A las aves del género Anous, se las conoce por el apelati- vo de «Tiñosas» a causa de su pauta cromática, que viene a ser la de un Charrán en negativo; es decir, negro y con gorro blanco”; digamos, como Golondrina de mar, pero negra. González Lorenzo, reconociendo también el servicio prestado por Hernando Colón para la identificación de este Garjao negro, se inclina a creer que la descripción podría corresponder a la Tiñosa Cabeciblanca, el Anous minutus, que a pesar de no alejarse por lo común de la costas, en este caso alguna tormenta lo llevó mar adentro.

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Como es de esperarse, la similitud de la Tiñosa con el Garjao también se manifiesta en el peso y el tamaño, aunque no faltan registros que le atribuyen hasta 45 centímetros de altura y un peso superior a los 250 gramos, lo cual le daría una presencia algo más sólida que la del Garjao. La Tiñosa no es un ave que se sumerja en el mar como hacen los Charranes, sino que captura a su presa casi en la superficie, volando a baja altura y agitando con rapidez sus alas, para realizar un ligero zambullido. Para descansar suele aproximarse a la costa buscando una roca en la cual posarse, pero en caso de necesidad también puede dormir sobre el agua. En realidad, las aves de mar, y más estas llamadas “Golondri- nas de mar”, tienen una existencia bastante monótona y es difícil encontrar episodios espectaculares a lo largo de sus vidas. Su muerte no natural procede por lo común del ser humano, quien las mata para comérselas en caso de extrema necesidad, pues ya sabe que son de muy escasa carne una vez peladas. No sé en verdad qué más se puede decir sobre la Tiñosa, ave por la que Alvar pasó también de puntillas, nombrándola en la Introducción pero sin tenerla en cuenta al escribir las notas para su edición del resumen del Diario.

Pájaro Bobo

Aprovechando ver situado el Pájaro Bobo en la clasificación de aves de Juan Ignacio de Armas en el Nro. 209, justo debajo del Garjao y ambas bajo el nombre Sula sp., lo in–cluiré en esta nota bajo el pretexto del parecido de la Tiñosa con el Garjao, de este con el Pájaro Bobo, y también por compartir ambos la amabilidad de dejarse atrapar con la mano cuando se posan en las naves que cruzan el océano. Fernández de Oviedo describe al Pájaro Bobo en el Sumario de la Natural Historia de las Indias y luego, de manera amplia, en la Historia General y Natural de las Indias: “Hay otras aves que se hallan en la mar océana, que se llaman Pájaros Bobos. Estos son menores que

68 gaviotas. Tienen los pies como ánades, y se posan en el agua cuando quieren. “Se hallan, viniendo de España, cuando las naos son ciento o menos leguas de las islas primeras de estas Indias que he dicho; y vienen estas aves a los navíos y se sientan en las gavias y entenas, y son tan bobas y esperan tanto, que las toman muchas veces a manos, con un lazo en la punta de un dardo u otra asta corta. Son negros, y sobre este color, tienen la cabeza y la espalda de un plumaje pardo escuro. “No son buenos de comer, y tienen mucho bulto en la pluma en respeto de su poca carne; los desuellan los marineros y los comen cocidos o asados. Estando con la pluma, son casi tan grandes como una paloma, y después de pelados, quedan muy menores que una paloma pelada. “Tienen las alas lenguas, y son de dos maneras o especies estas aves, porque las unas tienen el plumaje que he dicho, y las otras le tienen pardo que tira a color negra, y la frente pardilla y el pico e los ojos negros, y las piernas y manos asimismo; pero de hechura de las de los patos, y el pico algo largo y delgado. Yo he comido de estos se- gundos y son buenos; pero los han de desollar primero; no obstante lo cual, tienen algún olor de pescado. “Son tan simples que muchas veces acaece que saca un hom- bre el brazo tendido fuera del navío y se asientan en la mano, en siendo de noche, pensando que es algún palo; y de aquí se les dio el nombre de bobos. “Tienen los ojos hermosos e negros. Y el más propio grandor de esta ave es como el de los Grajos de España, y aquel pardo que tienen tira algo a leonado. Se toman muchos entre estas islas y la Tierra Firme”. A fin de evitar malentendidos por mi atrevimiento de incluir el Pájaro Bobo entre el género de los Anous, siendo obviamente como el Garjao, más un Charrán que una Tiñosa, y más que un Charrán, un Alcatraz, recurriré a Álvaro Baraibar, en su edición del Sumario de Fernández de Oviedo, donde describe al Pájaro Bobo como “ave palmípeda de la familia de los alcatraces cuyo nombre científico es Sula sula”. Y agregaré que Álvarez López, re-

69 putado biólogo, identifica al Pájaro Bobo como “la Sula fusca Vieill, ave marina de la familia de las Súlidas, la que Deutertre llamaba posteriormente le fou”. Yo me imagino que esta enorme, continua y variada aparición de nombres científicos, escritos en latín, hará las delicias de los biólogos y los ornitólogos, quienes discutirán sobre características especiales de cada especie, épocas de migraciones, colores de las plumas, los picos y las patas, y, aunque lamentablemente carez- can de descripciones precisas para poder identificar sin posibili- dad de error a las aves vistas por Colón y sus tripulantes en el Océano Atlántico y en el Caribe, algo disfrutarán descartando posibilidades y arriesgándose a darles tan singulares nombres.

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BALLENA

l viernes 21 de setiembre, después de 15 días de navega- ción, atrapados en una zona de vientos y calma del Mar E tenebroso, el resumen del Diario anota el avistamiento de una Ballena, lo cual como todo pájaro y animal, e incluso de la yerba entre la que navegaban, representa la esperanza de estar próximos a tierra porque las Ballenas “siempre andan cer- ca”. Según las poco claras cuentas de Colón sobre el recorrido, habían sobrepasado las 400 leguas de navegación, es decir, más de la mitad del viaje, si resultaba cierta la posibilidad de hallar tierra a 750 leguas de La Gomera. En el viaje de regreso no se ven Ballenas según el resumen del Diario, pero Hernando Colón registra que el 27 de febrero, 4 días después de haber salido de la isla de Santa María de las Azo- res, y hallándose a 100 leguas de la tierra más vecina, su padre anota en el Diario la sorpresiva y extraña aparición en la Niña de una Golondrina común, de las terrestres, y luego, al día siguien- te, 28 de febrero, la llegada a la carabela de muchas más, acom- pañadas de otras aves de tierra, y agrega, sin darle la menor im- portancia, la presencia visual de una Ballena, evidentemente menos ajena al contorno que los pajaritos y aves traídos por la fuerza de los vientos. En realidad, como todo el mundo sabe por las películas, las fotografías, la literatura y hasta por los comics, la Ballena es uno de los animales más grandes del océano. De acuerdo a las des- cripciones, bien pueden medir hasta unos 17 metros de largo y llegar pesar alrededor de 80 toneladas. En la antigüedad solían dibujarse Ballenas en casi todos los mapas y mapamundis, y también se las incluía en los bestiarios

71 como monstruos, destacándose los dos orificios nasales, situados en la parte superior de la cabeza, por donde expulsaban agua y mucosidades. (Las Ballenas permanecen bajo el agua alrededor de una hora; después deben subir la superficie a respirar).

Las Ballenas suelen tener un solo hijo por parto, luego de una gestación de doce meses y lo alimentan con leche. Viven cerca de treinta años y migran de mares fríos a cálidos, donde se aparean, reproducen y crían. En la actualidad se organizan masivas excur- siones turísticas por las costas del Pacifico para contemplar Ba- llenas en estado natural sin que representen ningún peligro para los humanos y sus embarcaciones. Colón, en el resumen del Diario del primer viaje, vuelve a anotar el avistamiento de Ballenas –en plural– el martes 16 de octubre mientras recorre las costas de la isla Fernandina. Tampo- co le da alguna importancia y es un agregado circunstancial –un simple: “también hay Ballenas”– a su descripción admirada de los peces de múltiples colores que contempla en los arrecifes. En las crónicas de América hay algunas historias sobre la caza de la Ballena, como la de Acosta, por ejemplo, pero, ya circuns- crito al Bestiario, vale la pena reproducir la historia de Fernández Oviedo sobre la supuesta Ballena que vio mientras navegaba en las proximidades de Panamá: “Y a este propósito diré lo que vi, y otros muchos conmigo, en la boca del golfo de Orotiña, que es doscientas leguas al Occi- dente de la ciudad de Panamá, en la costa que la Tierra Firme tiene mirando a la parte austral. “El año de 1529, saliendo una carabela (en que yo iba) de aquel golfete a la mar grande, para ir a la ciudad que he dicho, cerca de aquel embotamiento andaba un pez, o animal de agua,

72 muy grande, y de rato en rato se arbolaba. Y lo que mostraba fue- ra del agua, que era la cabeza y dos brazos, y de allí abajo parte del cuerpo, más alto era que nuestra carabela y sus másteles mu- cho. “Y así levantado, daba un golpe consigo en el agua, y tornaba a hacer Io mismo desde a poco espacio. Pero no lan-zaba agua, por la boca, al-guna, puesto que al caer, hacía saltar asaz de las on-das sobre que caía. Y un hijo de este animal, o semejante a él, pero mucho menor, hacía lo mismo, siempre desviándose del mayor. “Y a lo que los marine- ros y los que en la carabela iban, decían, por Ballena y Ballenato los juzgaban. “Los brazos que mos- traban eran muy grandes, y algunos decían que las Ballenas no los tienen; pero lo que yo vi es lo que tengo dicho, porque iba dentro en la carabela. “Y allí iba el padre Lorenzo Martín, canónigo de la iglesia de Castilla del Oro, y el maestre y piloto era Joan Cabezas, y allí iba asimismo un hidalgo, dicho Sancho de Tudela, con otros que allí se hallaron, y son vivos, que podrán testificar lo mismo, porque nunca querría en semejantes cosas dejar de dar testigos. “A mi parecer, cada brazo de este animal arbitraba yo que se- ría de veinticinco pies de largo, y tan gruesos los brazos como una pipa. Y la cabeza mayor que catorce o quince pies de alto, y más ancha, ella y el resto del cuerpo, de otros tantos. Y se levantaba en alto, y era lo que mostraba, más que cinco estados de un hombre mediano en alto. “Y no era poco el miedo que teníamos todos cuando se acer- caba al navío en aquellos sus saltos, porque nuestra carabela era pequeña. Y a lo que pudimos sospechar, este animal parecía que sentía leticia del tiempo futuro, que presto saltó en gran vendaval o Poniente; el cual viento fue mucho a nuestro propósito e nave- gación, con que en pocos días llegamos a la ciudad de Panamá”. Gómez Cano, tiene la sutileza científica de considerar que lo visto por Colón no fueron Ballenas sino Cachalotes (Physeter macrocephalus), por lo que volveré a citar a Fernández de Oviedo para replicar: “Pienso que aquel animal llamado Physiter, que

73 como dice Plinio se levanta sobre el agua en forma de columna, y se hace más alto que las velas de los navíos, y después echa por la boca un diluvio de agua, debe ser Ballena, porque su ejercicio de ella es hacer lo mismo”. Más complicado resulta el tema para González Lorenzo pues se atreve a tratar de identi- ficar las Ballenas registradas en el resumen del Diario de Colón, lo cual evitan los editores quizá porque comparten conmigo la idea de que una Ballena es una Ballena y no hay necesidad de entrar en más explicaciones. La Ballena vista el 21 de setiembre origina una sorprendente identificación de González Lorenzo: señala que solo algunas es- pecies de Ballenas permanecen continuamente en las proximida- des de la costa, por ejemplo, la Yubarta (agrego: Megaptera no- vaeangliae, también llamada Ballena jorobada), pues la mayor parte de las otras Ballenas pasan largas temporadas en mares fríos. Lo sorprendentes es la creencia del estudioso, semejante a la de Colón, de que los navegantes están próximos a alguna isla, lo cual sabemos que no era así, y en medio del Océano podía haber cualquier Ballena (Balaenidae). Más atrayente, aunque igual de sorprendente por sus amplias posibilidades, es que las Ballenas vistas por Colón cuando estaba extasiado contemplando la belleza colorida de los peces de los arrecifes de la Fernandina, fuera el Tiburón Ballena, el Rhincodon typus. Para explicarlo emplea tres argumentos muy convincentes: 1º– La Ballena no es un animal perteneciente a la fauna típica del Caribe. 2º– En el Caribe hay 35 especies de tiburones. 3º– En determinados casos, resulta muy fácil confundir al Ti- burón Ballena con las Ballenas, por su frecuencia en el Caribe, su parecido (imagino que al ver la aleta dorsal desaparece la confu- sión), y por la costumbre de los barcos balleneros de no desde- ñarlos cuando están de pesca o caza por el Caribe. Pero a pesar de mencionar los barcos balleneros, evitaré con- tar la pesca de Ballenas con arpones explosivos en el siglo XIX. En cambio, siguiendo a Ictioterm, señalaré que hay dos tipos de ballenas, las pertenecientes al suborden Misticetos, que poseen las llamadas barbas, y las del sub-orden Odontocetos que se carac-

74 terizan por tener dientes (Cachalotes, Orcas). Pero en realidad, el término Ballena engloba a todos estos cetáceos y no tenemos su- ficiente información para saber si los vistos por Colón tenían bar- bas o dientes. Para completar la nota sobre las Ballenas, incluiré la inte- rrumpida historia de la caza de Ballenas por los indígenas tal como la cuenta José de Acosta en su Historia de las Indias: “Maravillosa es la pelea que tienen los indios con las Ballenas, que cierto es una grandeza del Hacedor de todo, dar a gente tan flaca como indios, habilidad y osadía para tomarse con la más fiera y disforme bestia de cuantas hay en el universo; y no sólo pelear, pero vencer y triunfar tan gallardamente. “Viendo esto me he acordado muchas veces de aquello del Salmo (186), que se dice de la Ballena: Draco iste, quern formasti ad illudendum ei. “¿Qué más burla que llevar un indio sólo con un cordel, ven- cida y atada, una Ballena tan grande como un monte? “El estilo que tienen (según me refirieron personas expertas) los indios de la Florida, donde hay gran cantidad de Ballenas, es meterse en un canoa o barquilla, que es como una artesa, y bo- gando, llegarse al costado de la Ballena, y con gran ligereza salta y sube sobre su cerviz, y allí caballero, aguardando tiempo, mete un palo agudo y recio que trae consigo por una ventana de la nariz de la Ballena; llamo nariz aquella fístula por donde respiran las Ballenas; luego le golpea con otro palo muy bien y le hace entrar bien profundo. “Brama la Ballena y da golpes en la mar, y levanta montes de agua, y se hunde dentro con furia y torna a saltar, no sabiendo qué hacerse de rabia. “Se está quedo el indio y muy caballero, y la enmienda que hace del mal hecho es hincarle otro palo semejante en la otra ventana, y golpearle de modo que le tapa del todo y le quita la respiración, y con esto se vuelve a su canoa, que tiene asida al lado de la Ballena, con una cuerda, pero deja primero bien atada su cuerda a la Ballena, y haciéndose a un lado con su canoa, va así dando cuerda a la Ballena, la cual mientras está en mucha agua, da vueltas a una parte y a otra como loca de enojo, y al fin se va acercando a tierra, donde con la enormidad de su cuerpo presto encalla, sin poder ir ni volver. “Aquí acuden gran copia de indios al vencido, para coger sus despojos.

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“En efecto, la acaban de matar y la parten y hacen trozos, y de su carne harto perversa, se-cándola y moliéndola, ha-cen ciertos polvos que usan para su comida, y les dura largo tiempo. “También se cumple aquí lo que de la misma Ballena dice otro Salmo (187): Dedisti eum escam populis Aethiopum”.

PARDELA– PATÍN

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a diferencia entre las Pardelas y las otras aves que encuen- tran en el océano, es que a las Pardelas las ven de lejos, y solo una vez, el 4 de octubre, llegó a los navíos una banda- L da de 40 Pardelas, lo cual sin duda les resultó sorprenden- te por lo inusitado de la experiencia. Las otras cinco veces solo las vieron pasar (el 22 y el 24 de se- tiembre, y el 3, 5 y 11 de octubre), seguramente en bandadas migratorias sin especificar si las veían por el cielo o surcando las ondas de las olas marítimas. Durante el viaje de regreso, las Pardelas son las aves que más ven pasar (20 de enero, 2, 5 y 6 de febrero), y las demás veces coincidiendo con el avistamiento de Rabos de Junco (21, 28 y 31 de enero). El Diccionario Aceytuno hace una adecuada descripción de ellas: “Las Pardelas pasan la mayor parte de su vida en el océano, pudiendo estar meses, incluso años, sin posarse en tierra, ya que no necesitan el agua dulce al ser capaces de desalinizar el agua con las narinas de la base de sus pi- cos, fosas nasales por donde ex- cretan la sal. “Sobrevuelan el mar con las alas trazando con el cuerpo una cruz tan perfecta que hace que podamos distinguirlas de lejos mientras realizan migraciones, o cuando persiguen a los barcos de pesca. “Hasta finales del siglo XVIII eran muy cotizadas las Pardelas por su carne, que salaban y comían en cecina, así como sus hue- vos y pollos, por lo que había en algunas islas como las Canarias o las islas Baleares personas que recibían la denominación de pardeleros por dedicarse a buscarlas por los acantilados, con el riesgo que ello suponía, algo así como los percebeiros de hoy en día. “Se trata de aves muy longevas que pueden vivir más de 50 años y de tamaños variados; desde las grandes Pardelas, como la Pardela cenicienta (Calonectris diomedea), a las más pequeñas co- mo la Pardela pichoneta (Puffinus puffinus). “Además de Ánima, se llama a la Pardela Baldricha en las Islas Columbretes, así como Polla de mar; Furabuchos en Galicia, Par- diella en Asturias, Baldrigas en Ca-taluña, Gabai en el País Vasco,

77 y Baldrija y Virot en Baleares; nombres todos ellos recolectados por Francisco Bernis”. Manuel Alvar también hace una descripción de las Pardelas en la Introducción de su edición del resumen del Diario de Co- lón: “No merecería mayor detención las Pardelas, que tantas veces se citan en el Diario22, sino fuera porque la Academia no autorizó la voz hasta 1899 o 1914 y el DCELC de Corominas sólo la documenta cien años después del Almirante. “La Pardela o Golondrina del Mar es como el Garjao, una Ster- na, aunque de mayor tamaño. Su nombre procede del plumaje “parduzco, color de ratón” que cubre su cuerpo, y es un ave a la que los antiguos concedían muy raras virtudes. Así, su abundante grasa servía para curar el muermo y, quemada, ahuyentaba a las cucarachas; en tanto la carne era comestible y, en salazón, era objeto de comercio”. En la nota correspondiente a la Pardela, agrega: “En la 79 (es la pág. 81 para quienes quieran buscar: 4 de octubre) se habla también de Pardales, que debe ser una errata de las Casas: una bandada de cuarenta fueron al navío de Colón”. Y desde esta obvia erra- ta, explica que no pueden ser las Pardales peninsula- res, una variedad de Go- rrión, el ciudadano; tam- poco el Chorlito, llamado Pardal en Canarias, y ex- plica porque no lo es ci- tando el Diccionario de Viera. Toda esta nota es absurda pues en la que escribe sobre Parda- les en su versión del resumen del Diario, dice: “Acaso sea error de copia por Pardelas; no obstante, los Pardales pudieron existir en la mente de Colón, ya que con la acepción de “Gorrión” los conocen las tres lenguas peninsulares. Las Casas (Hist. de Indias, I, pág. 136 b) transcribe Pardelas en el lugar correspondiente, lo mismo que don Fernando Colón (I, pág. 162)”. Más errata no pudo ser. Por su parte, González Lorenzo hace una breve anotación:

22 Insisto: “EN EL RESUMEN DEL DIARIO”, pues esto debería quedar claramente especificado para evitar malentendidos y equivocaciones al tratar el terma. 78

“Las Pardelas, juntamente con los Petreles, constituyen la familia Proceláridas. Son aves oceá-nicas que planean perfe-tamente, in- clinándose so-bre uno u otro costado, y que están muy capacita- das para sortear tormentas. “Las más frecuentes en esta zo- na del Atlántico son las que ya hemos mencionado como aves emigrantes, es decir las Pardelas pichonetas (Puffinus puffinus) y las Pardelas caripotadas (Puffinus gra- vis)” –en la nota a que hace refe- rencia se ocupa también a los Charranes árticos (Sterna paradi- sea), los Paiños de Wilson (Oceani- tes oceánicus), y los Chorlitos dora- dos (Pluvialis dominica)–. Gómez Cano no podía evitar describirlas: “Las Pardelas del día 22 (de setiembre) son aves pelágicas del género Puffinus, capa- ces de deslizarse con gran habilidad sobre las crestas de las olas. “Su nombre, aún en uso, deriva del color parduzco de su plumaje y son, desde luego, aves bien conocidas por todos los marinos ya que al menos cuatro especies, de las más de una do- cena que sobrevuelan los distintos océanos, deambulan por las costas peninsulares. “¿Cuál de todas ellas es la que salió al encuentro de Colón? “No es fácil asegurarlo, pero no sería extraño que se tratara de la Pardela capirotada, «Puffinus gra-vis», ya que esta especie co- mienza en septiembre una espectacular mi--gración que la lleva desde las costas británicas hasta las canadienses, para una vez allí virar el rumbo y atravesar el Atlántico en dirección sur. Su peri- plo concluye en las islas del grupo Tristán da Cun-ha, donde llega a configurar colonias de cría con más de tres millones de ejemplares. “Es, pues, una especie muy numerosa, que mantiene, además, una fidelidad extraordinaria a las fechas en que año tras año rea- liza su viaje e, incluso, al día exacto en que procede a depositar su puesta. “Esta es la causa de que a finales de septiembre y principios de octubre se puedan contemplar gran número de Pardelas capi- rotadas al este del Caribe; precisamente por la zona en que, día tras día, fueron divisadas por Colón”.

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Digamos para completar este detallado desfile de descripcio- nes de las Pardelas, que ni Guillén ni Varela–Fradejas, prestan atención a la aparición de las Pardelas en la travesía de Colón, y que Varela–Gil se descuelgan con un iluminado “ave marina”, cubriendo así las expectativas del curioso lector. Y el Diccionario de la Real Academia, para no quedarse atrás, da una definición categórica e indivisible para evitar cualquier tipo de dudas: “Par- dela: f. Ave acuática, palmípeda, parecida a la gaviota, pero más pequeña”. Para terminar con un baño técnico recurriré al socorrido Wi- kipedia que siempre tiene algo que decir y abundantes fotogra- fías para mostrar (de las cuales incluyo en esta nota las de diver- sas Pardelas para mostrar sus diferencias o semejanzas): “Las Pardelas son un grupo de aves pelágicas de la familia Procellarii- dae, de tamaño medio y provistas de largas alas. Existen más de 20 especies de Pardelas, las más grandes del género Calonectris y muchas especies pequeñas del género Puffinus. “Las aves del género Procellaria se consideraban dentro de este grupo, pero basándose en estudios recientes se descubrió que no están tan relacionados como las aves del género Pseudobu- lweria y Lugensa que tomaron su lugar. El género Puffinus puede ser dividido en un grupo de especies pequeñas cercanas al géne- ro Calonectris y otras más grandes distantes a ambos”. Agregaré un dato pasado por alto en las descripciones: las Parde- las suele medir entre 40 o 50 centímetros, pero las hay de mayor y de menor tamaño. Su peso oscila entre los 400 y los 500 gra- mos, pero algunas pueden pesar más y otras menos. Concluiré agregando que la familia Procellariidae, también incluye a los Pe- treles fulmares, Priones y Fardelas.

Patin

Esta intencionada ampliación permite traer a colación a un ave citada por lo viajeros a América y que bajo el nombre de Patines describe Oviedo en su Historia General y natural de las Indias. Dado lo que se cuenta, resulta factible extrañarse de su ausencia entre las aves vistas por Colón en sus viajes a las Indias por su común presencia en su ruta marítima.

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“Cuando de España venimos a estas Indias, se ven por todo el viaje unos pájaros negros, muy grandes voladores, e andan a raíz o junto a las ondas de la mar, y es cosa mucho de ver su veloci- dad y cuán diestros andan, así cómo suben o bajan las ondas, aunque haya fortuna y ande brava la mar, por tomar aquellos pescados voladores y otros algunos pescados. Estas aves, cuando quieren, se asientan en el agua y se tornan a levantar a hacer su oficio como he dicho. Los llaman los marineros Patines, y son pequeñas aves”. Años antes en el Sumario de la Natural Historia de las Indias, los consideraba “una de las aves del mundo que más velocidad traen en su volar” y que su manera de hacerlo sobre las ondas de las aguas “no se podía creer sin verse”. Por otra parte, el Diccionario de la Real Academia de la Lengua define al Patín como Petrel, y Petrel como: “Ave palmípeda ma- rina de gran tamaño, con el pico corto y robusto y un borde afi- lado y cortante; se alimenta de crustáceos, plancton, calamares y peces, y vive en océanos meridionales y tropicales”. Otras des- cripciones especifican que es de plumaje pardo negruzco, con el arranque de la cola blanco y que vive en bandadas, anidando entre las rocas de las costas desiertas.

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TÓRTOLA

l 23 de setiembre, cuando se hallaban a más de 400 leguas de La Gomera y en tiempo casi a la mitad del viaje, vieron, E en medio de un mar manso y llano, la aparición de una tórtola, la única vista en el viaje de ida y en el de regreso en el Atlántico. En el resumen del Diario no figura ningún comentario espe- cial, y tampoco en Las Casas o en Hernando Colón, que solo la mencionan, pero sin duda alguna ver una tórtola o una paloma en medio de océano debe ser una buena sorpresa y también una reafirmación a la siempre frustrada ilusión de la proximidad de tierra donde poder desembarcar. Fernández–Aceytuno la identifica como Zenaida spsp, pero Gómez Cano duda entre la Tórtola común o europea (Streptope- lia turtur) –considera como algo no demasiado raro que algún ejemplar descarriado atravesara el Atlántico– “y la ya extinguida Paloma migratoria (Ectopistes migratorius o Ectopistes canadienses), que cuando ya entraba en proceso de extinción se contaban ban- dos de al menos dos mil millones de ejemplares” (¡!). Sus dudas se basan en la vista de un ejemplar y no de un ban- do numeroso. También descarta la Tórtola propuesta por Armas: la llamada “Tojosa” en Cuba y “Rolita” en Puerto Rico (Chamo- poelia passerina, hoy Columbina passerina), porque sus alas son “poco adecuadas para grandes desplazamientos marinos”. Finalmente se inclina por identificarla como la Paloma triste (Zenaida macrura), cuyo nombre hace referencia a sus largas reme-

82 ras centrales, que implican una gran capacidad de ma- niobra aérea; la supone capaz de haber llegado hasta casi la mitad de océano, “con suma facilidad”, desde las Antillas o de la costa oriental de los Estados Unidos. González Lorenzo recono- ce lo difícil que resulta iden- tificar al “volátil” registrado en el resumen del Diario. El primer problema consiste en que las columbiformes de América son especies distintas a las europeas. Sin embargo, elige, como Gómez Cano al inicio de su descrip- ción, a la Paloma emigrante, Ectopistes migratorius, tan abundante en los Estados Unidos, dice, antes de ser extinguida por el hom- bre civilizado. También supone que la aparición de esa tórtola, como ejemplar aislado, es fruto de alguna tormenta que la arras- tró hasta allí. Aunque no existe razón cierta para suponer a la Tórtola vista por Colón como la Ectopistes migratorius o Ectopistes canadienses, es probable que resumir su historia ilustre del proceso evolutivo y extinción de algunos, o muchos, de los animales vistos por Co- lón, los conquistadores, los colonizadores y los nativos de Améri- ca a fines del siglo XV y principios del XVI. La extinguida Paloma migratoria pertenece al mismo grupo en que se clasifican las Tórtolas y las Palomas comunes, pero con sus características propias: “El plumaje era azul en cabeza y dorso, rojizo en el pecho y blanco en el vientre. Los ojos estaban rodea- dos de plumaje rojizo a modo de "gafas", y sobre las alas había algunas motas negras. También eran negras las plumas de los extremos de alas y cola. “Las hembras eran menores que los machos y de colores más apagados. El azul, muy pálido, sólo estaba presente en éstas en la cabeza y parte de las alas, siendo el resto del dorso cobrizo o leo- nado. Las patas eran rojizas y desprovistas de plumas en ambos sexos. Los testimonios de los primeros naturalistas que las des- cribieron son simplemente asombrosos: las bandadas en plena emigración eran tan grandes que oscurecían el cielo a su paso y el aleteo que producían todos sus integrantes generaba una brisa y un ruido apreciables. La bandada más grande regis-trada medía

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6 kilómetros de largo y tardaba varios días en cruzar una zona, durante los cuales disminuían la luz y el calor que recibían sus habitantes”. A mitad del siglo XIX se supo que la asombrosa población de la paloma migratoria disminuía a pasos agigantados. Pero nada pudo hacerse para detener la cacería en todo el territorio esta- dounidense. A pesar de calcularse su número en 136 millones de palomas en 1871, en 1876, solo en Michigan, se cazó a un ritmo de 50 mil palomas al día. Esta masiva y enorme cacería impedía la re- producción, y a sabiendas de la proximidad de la extinción de la especie, en 1896 se realizó la cacería de la última gran bandada formada por 250 mil Ectopistes migratorius. Se implantaron vedas sin el menor resultado por su continua violación, y los intentos de conseguir protegerla encerrándolas en zoológicos, tampoco dieron resultado por la reducida capacidad reproductora de la especie y por la incapacidad de conseguir la reproducción en cautiverio. La última paloma migratoria en libertad de la que se tuvo no- ticia fue muerta por un niño en Ohio, en 1900. Años más tarde, la sensibilidad norteamericana conmemoró la extinción de esta ave colocando una placa en el Instituto Smithsonian de Washington: “Marta, la última ave de su especie, murió a la 1 pm, a los 29 años, el 1 de septiembre de 1914, en el zoológico de Cincinnati”. Marta había pasado en cautividad sus últimos años, sola y sin la posibilidad de reproducirse. Al morir se la congeló, se envió a disecar su cadáver y hasta hoy se la continúa exhibiendo como un ave inexistente. Fue la última Ectopistes migratorius o Ectopistes canadienses lograda ver viva por algún ser humano luego de ha- berse matado a tantísimos millones. Sin duda alguna, esta paloma migratoria del Norte de Améri- ca, se encontraba entre las muchas aves que Fernández de Ovie- do describe volando sobre la isla de Cuba: “pasan muchos años innumerables aves de diversos géneros y vienen de la parte de hacia el río de las Palmas, que confina con Nueva España, y de la banda del Norte, sobre la Tierra Firme, y atraviesas sobre las islas de los alcatraces y sobre la de Cuba, y pasando el golfo que hay entre estas islas y la Tierra Firme, pasan a la mar del Sur

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“Yo las he visto pasar sobre el Darién, que es en el golfo de Urabá, y sobre el Nombre de Dios y Panamá, en la tierra Firme en diversos años; y parece que va el cielo cubierto de ellas, y tar- dan en pasar un mes y más. Y hay desde el Darién al Nombre de Dios, ochenta leguas grandes”. A las Palomas o las Tórtolas, Fernández de Oviedo no les presta especial atención en sus descripciones. En un capítulo cuenta: “Hay en esta isla de Haití Española muchas Palomas torcazas por consiguiente (pero menores las unas y las otras que las de España, cada una en su especie). Tórtolas muy buenas, de tres o cuatro maneras, y unas mayores que otras”, y en otro: “Se han traído muchas palomas duendas, y se crían bien y hay mu- chas de ellas en esta ciudad, en muchas casas, y en los hereda- mientos y otras partes de esta isla Española, donde hay po- blaciones de cristianos.”.

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DORADO

os días 25, 27 y 28 de setiembre, el resumen del Diario de Colón registra el avistamiento de Dorados, pero no uno, o L pocos, sino muchos, tantos que el 27 “matan” uno y el 28 “toman” dos y más en las otras naves, la Pinta y la Niña. Durante el viaje de regreso, el 29 de enero figura la nota: “pe- ces que llaman Dorados vinieron a bordo”, en la cual, me ima- gino, ese “vinieron a bordo” fue forzado y no voluntario, pues debieron ser cazados al pasar cerca de las naves, con uno de esos terribles ganchos metálicos de los tripulantes, aunque, debo de- cirlo, Alvar supone la llegada a bordo de los Dorados por errar su salto al tratar de agarrar a los Peces voladores. A mí me ha llamado la atención que en lugar de decir “pes- can” se diga “matan” y “toman”, lo cual me lleva a referir la dis- crepancia que embarga a mis referentes, Fernández–Aceytuno y Gómez Cano: ¿se trata del Sparus aurata o del Coryphaena hippu- rus, llamados ambos Dorados, solo que el primero más conocido en el Mediterráneo y el otro, llamado en Cuba y Llam- puga en España? Gómez Cano se inclina por creer que se trata del esparido Sparus aurata, de cuerpo alto y lomo amarillento con reflejos pla- teados y no de la Llampuga, el Coryphaena hippurus, pez de amari- llento tono en su abdomen, al que por su gran tamaño –llega a medir 2 metros y superar los 30 kilos– no puede producir confu- sión con el pez del Mediterráneo al que familiarmente también suele llamársele Dorada.

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Fernández Aceytuno, en cambio, se inclina sin dudar por identificar el Dorado del resumen del Diario con la llampuga o lampuga, el Coryphaena hippurus. Aunque, como es lógico, repita lo referente al tamaño y el peso señalado por Gómez Cano, citaré integra su descripción del Dorado: “tiene cabeza de delfín y cuerpo de pez espada. Migra por los mares tropicales y templa- dos, y aparece, de repente, en la costa valenciana, para desapare- cer más tarde como vino, en grandes bandos, casi siempre a fina- les de octubre. “Los primeros que se tocan suelen ser más pequeños, pero se trata de un pez muy grande: el macho puede alcanzar dos metros de longitud y treinta kilos de peso. Suele saltar varios metros por encima del agua cuando caza peces voladores; y, de noche, cuen- tan que le atrae la luz artificial; y de día, la sombra de las algas y de los barcos. “Dentro del agua es uno de los peces más hermosos del mun- do: es dorado, verde por el lomo, y azul y purpúreo; el vientre es plateado, y las aletas verdes, azules y amarillas; pero, en cuanto sale del mar, pierde los colores irisados. Tiene una belleza que no se hizo, ni para el aire, ni para nosotros”. (Se ha de agregar que a estos “Dorados” tambien se les llama “Peces–delfín” y se encuentran en todos los océanos del mundo. En aguas tropicales o subtropicales). Por su parte, González Lorenzo considera a estos Dorados perfectamente identificados y señala que mientras Oviedo los llama en femenino, Doradas, Acosta los llama en masculino, Dorados. Para él se trata del Lampuga o Llampuga, el Coryphaena hippurus, y cita a Oviedo: ”las doradas iban sobreaguada, y a veces mostrando los lomo, y levantaban esos pescadillos voladores a los cuales seguían para comer, los cuales huían con el vuele suyo, y las Doradas perseguían corriendo tras ellas cuando caían”. Alvar no duda en señalar que el Dorado es el nombre del Coryphaena hippurus en Andalucia. También indica que es “un im- penitente perseguidor de peces voladores”, que son citados por Colón unos días después, lo que me hace suponer –aclara– que el Dorado sea este no una variedad de Serviola, como en otros

87 sitios”. Yo, como con juguete nuevo, recurro a dilucidar el tema a Ictioterm, y me encuentro con que en Andalucia se distingue el Dorado de la Dorada. Siendo el primero el Coryphaena hippurus y el segundo el Sparus aurata. Un dato importante en este asunto es la medida para poder realizar disquisiciones: el Dorado llega a medir hasta 2 metros y la Dorada a lo más 70 centímetros. Otro dato igual de importante: “el Dorado se encuentra en todo el litoral andaluz pero no es abundante y su presencia en las lonjas y mercados es escasa”. En cambio la Dorada es amplia- mente vis-ta, vendida en los mercados y muy comercial: es el pesca-do que se suele comprar comúnmente en las pescaderías. Ante esta duplicidad de nombre, solo distinguible por el uso del masculino o femenino, y ante el empleo de “se matan” y “se toman” los Dorados, me inclino a creer que se trata de la Llamapuga, el Coryp- haena hippurus, pues no me imagino a los tripulantes de las naves de Colón golpeando con garfios a las pequeñas Doradas o cazándolas con arpones al acercarse a sus naves. Y esta manera de matar a los Dorados también la ratifica Fernandez de Oviedo al referirse a las Toninas y contar que se las mataba con fisgas y arpones arrojados cuando pasaban cerca de los navios, agregando: “y asimismo, de la misma manera matan muchas Doradas, que es un pescado de los buenos que hay en la mar” (ha de notarse que las llama Doradas, en femenino, como ya habia advertido González Lorenzo). Por otra parte, y es digno de tomarse en cuenta, el resumen del Diario siempre escribe “Dorados”, y cuando Hernando Colón hace referencia a estos peces también los llama “Dorados”, e igual Las Casas, quien agrega en su nota del 25 de setiembre: “vinieron muchos dorados a los navíos, que es un pescado muy bueno, casi como salmón, aunque no es colorado sino blanco, y también vinieron otros muchos pescados”.

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RABIHORCADO

l Rabiforcado, en su nombre portugués, y Rabihorcado en castellano, apareció dos veces frente a los viajeros del pri- mer viaje colombino: el 29 de setiembre lo vieron pasar, y E el 4 de octubre, ya se posó en la Santa María. En el viaje de regreso, durante tres días seguidos (18, 19 y 20 de enero) encuentran Rabiforcados, casi siempre acompañados de otras aves (Alcatraces, Rabos de Junco, Pardelas y otras no especi- ficadas). De todas las aves vistas durante el viaje, el Rabihorcado es la mejor descrita en el resumen del Diario de Colón: “Vieron un ave que se llama Rabiforcado, que hace vomitar a los alcatraces lo que comen para comerlo ella, y no se mantiene de otra cosa. Es ave de la mar, pero no posa en la mar ni se aparta de tierra 20 leguas. Hay de éstas muchas en las islas de Cabo Verde”. Las Casas, en su Historia de las Indias, agrega un detalle y ex- plica con otras palabras la manera de alimentarse del Rabihorca- do, lo cual sin duda era un conocimiento compartido por todos los navegantes: “que así llaman aquella ave que tiene la cola par- tida en dos partes, y esta persigue a los alcatraces hasta que estier- colizan, y come aquel estiércol y de ello se mantiene”. Esta indicación de las Casas ya se ha demostrado errada, pues los Rabihorcados fuerzan al ave atacada a soltar o expulsar lo cogido, a fin de agarrarlo ellos en el aire. No es estiércol, son peces, calamares o lo que hayan capturado.

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Fernández de Oviedo, como ya se señaló, es una referencia próxima al primer viaje de Colón, e inapreciable para enriquecer las notas en el Bestiario colombino, hace una larga descripción digna de ser reproducida en su integridad: “Cuando las naos están a 200 leguas, o menos, viniendo en demanda de estas In- dias desde España, se ven otras aves que llaman Rabihorcados. “Estas son grandes aves al parecer y vuelan mucho, y lo más continuo andan altos. Son negros e cuasi de rapiña. Tienen muy largos y delgados vuelos, y muy agudos los codos o encuentros de las alas, en los cuales y en la cola son más conocidas aves en el aire que todas las que yo he visto, estando altas. Tienen la cola mayor y mucho más hendida que los Milanos, y por esto los lla- maron Rabihorcados. “Algunas de estas aves tienen la color de un negro que tira a pardo rubio, y el pecho y la cabeza blanca, y el papo abutardado de leonado. Y el vuelo es como el del Milano cuando vuela sesgo, porque es–tos Rabihor- cados poquísimas veces baten las alas. Las piernas tie–nen delgadas y amarillas y cortas, y los dedos como de paloma. “Hay otros de éstos que, como se dijo antes, son todos negros, y tienen el pico largo, los unos y los otros mayor que el de una Gavina, mas de aquella misma hechura, al cabo o extre- mo de él algo grosezuelo y retornado un poco para abajo. Yo he visto estas aves más de doscientas leguas dentro en la mar; pero en la Tierra Firme hay muchos más sin comparación que no en estas islas. “Dicen los indios de la provincia de Cueva que el unto y en- jundias de estas aves es muy bueno para deshacer las señales del rostro y de las heridas, y para unciones de piernas o brazos que se secan, y para otros males y enfermedades. Se toman con dificul- tad, sino es en algunas isletas yermas, donde suelen criar, siendo nuevos. “En la ciudad de Panamá, año de 1529, acaeció que uno de estos Rabihorcados bajó a un corral, donde había muchas sardi- nas a curar al sol, porque estas aves son amigas de tal pescado, y por caso un negro le dio, con un palo que se halló en la mano, tal golpe en una ala, que se la quebró y cayó allí. Y era de los

90 grandes, y yo lo tuve en las manos, y la carne de él, después de pelado, era poco más que la que tiene una paloma, y estando con la pluma hace muy mayor bulto que un Milano. “Y son los vuelos de esta ave tan grandes, que no pudiera yo creer lo que allí vi por experiencia, a ninguno que tal me dijera; porque muchos hombres de buenos cuerpos, extendidos los bra- zos, probaron si alcanzarían con su braza de punta a punta de las alas de este Rabihorcado que he dicho, teniéndolas abiertas e tendidas, y con más de cuatro dedos, ninguno alcanzó. “Y quien los ve volando altos en el aire, temía lo que digo por cosa no creedera. No ignoraba Plinio que las aves todas que han grandes alas, tienen pequeño cuerpo”. Oviedo también, al tratar de los Alcatraces en el Sumario de la Natural Historia de las Indias, amplia una anotación del Rabihor- cado ya leída líneas antes: “juntamente andan con estas aves (es el capítulo de los Pelicanos o Alcatraces) otras que se lla- man Rabihorcados…; y así como el Alcatraz se levanta con la presa que hace de las Sardinas, el dicho Rabihor- cado le da tantos golpes y lo persigue hasta que le hace lanzar las Sardinas que ha tragado; y así como las echa, antes que ellas toquen o lleguen al agua, los Rabihorcados las toman, y de esta manera es una gran delectación verlo todos los días del mundo”. Gómez Cano que aprueba la descripción de Oviedo, agrega un par de datos convenientes de repetir: “Se trata de la Fregata magnificens la única Fragata que deambula por el Caribe” y “su costumbre de volar a gran altura esperando que otras especies encuentren un banco de peces para piratearles la comida captu- rada o la de seguir a Delfines y Atunes con la intención de atacar los Peces Voladores que estos asustan, no le impide pescar acti- vamente en superficie”. Y de ahí hace una observación a lo escrito en el resumen del

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Diario de Colón: “La descripción anotada en el diario indica que Colón ya conocía sus costumbres alimentarias pero no su llama- tiva conducta reproductora, pues de ser así, seguramente habría añadido algún comentario sobre la forma en que, durante ese periodo, el macho procede a in- flar una llamativa bolsa guiar, que confiere a su pecho el aspec- to de un enorme globo rojo”. González Lorenzo agrega unas descripciones que igual nos sirve para configurar aún más la figura del Rabihorcado o Fragatas. Por lo pronto las registra como aves que vuelan y planean con absolu- ta perfección, y ello se debe a su poco peso, su gran envergadura y esa larga y hendida cola a la que deben su antiguo nombre. Nunca se posan el agua pues sus pequeñas glándulas uropigias no producen grasa suficiente para impermeabilizar sus alas y tenién- dolas mojadas no podrían remontar vuelo. Además de respaldar la descripción del resumen del Diario sobre sus costumbres ali- menticias, también lo define como la Fregata magnificens, el Ra- bihorcado grande. ) Fernández–Aceytuno hace un comentario personal: “Traigo en la memoria de los ojos, los vuelos acrobáticos de los Rabihor- cados, persiguiendo a un Águila pescadora sobre el Guayas. Co- lón no los llama Fragatas, como se les suele llamar por piratear el botín de otras aves, ni Rabihorcados, sino en portugués: Rabifor- cados, por haberlos visto en Cabo Verde. ‘Es ave de la mar, pero no posa en la mar’, leo en su diario, como señalaría después Darwin. ¡Qué gran observador de la Naturaleza fue Colón!”; y en otra nota ya había hecho referencia sobre esta ave: “Por el aire, realizan mil acrobacias, moviendo la cola ahorquillada como si estuvieran espantando insectos, pero es verdad que no parecen posarse sobre el agua, tal y como señala Darwin en El origen de las especies: ‘Nadie, excepto Audubon, ha visto al Rabihorcado, que tiene sus cuatro dedos unidos por membranas, posarse en la superficie del mar’. Pescan los Rabihorcados sin mojarse”. Ella tampoco duda en identificarla como la Fregata magnificens. Alvar también hace referencia a la descripción de Colón y agrega que el nombre lo recibe por la forma de su cola, mientras que la rapidez de su vuelo ha servido para su denominación cien-

92 tífica: Fregata aquila. Antes, en la Introducción de su edición del resumen del Diario, ya había hecho referencia a “los restos de la fonética portuguesa que hay en la palabra y, tal como la trascribe Colón (Raviforçado), se recoge en los diccionarios lusitanos”. Contra estas descripciones se levanta Morison para después de reconocer al Rabiforzado como el pájaro Fragata (Fregata magni- ficens), frecuente en las islas de Cabo Verde y las Costa africana, acepta como correcta la descripción de Colón, “pero los ornitó- logos que he consultado están de acuerdo con Robert Cushman Murphy que a este pájaro nunca se le ve a más de 200 millas de tierra y es incapaz de levantar vuelo desde el agua… (Natural His- tory, XLIV, 135, 143), y el 29 de septiembre Colón estaba como a 900 millas de la tierra más cerca- na y a 435 el 4 de octubre. De- bió, por lo tanto, confundir otro pájaro, tal como la Gaviota, con el Fregata magnificens”. Yo solo sonrío. Antes de concluir con la nota del Rabihorcado, conviene referirse a una extraña nota del resu- men del Diario, correspondiente al 18 de enero, durante el viaje de regreso, y que al menos debería alertarnos sobre lo acertado de las descripciones anotadas sobre aves y peces. Pero también podría permitir darse el lujo de señalarlo como un error excepcional, muy poco comentado por los especialistas, al que Abelardo González Lorenzo, en la edición de Ramos, seña- la como “un lapsus de Colón o bien un error de copia de Las Casas”, y, durante ese mismo año (1995), el profesor Baltar dedi- có al lapsus colombino o lacasiano una nota titulada irónicamen- te “Minucias Infelices”. Esta es la nota: “Por un pescado que se llama Rabiforcado, que anduvo alrededor de la carabela y después se fue la vía del Sur- sueste, creyó el Almirante que había por allí algunas islas”.

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Como se ha leído a lo largo de esta reseña, el Rabihor- cado es un animal que durante todo el viaje de ida y todo el viaje de regreso, además de poder leerse en las múlti- ples referencias consultadas, es definido como ave, y si bien es cierto que durante el viaje de ida sirvió para hacer imaginar a Colón la proximidad de islas, ahora, en la anotación del 18 de enero de 1493, durante el viaje de regreso, a pesar de que cumpla igual función, resulta poco creíble, y menos aún esperado, leer que se ha convertido en pez para señalar tan incumplida esperan- za colombina. Pero estos problemas biológicos de la transformación de las aves en peces, deben ser tan frecuentes, que Guillén cae en el gambito o en la certeza de la inesperada evolución de las especies, y después del Rabiforcado definido como pez, sigue con otro Rabi- forcado, pero esta vez diciendo: “debe ser uno de los escualos llamados Lamia, Lobo o Tintorera”. ¡Vamos, que se ha convertido en algo parecido al Tiburón! Y yo vuelvo a sonreír. Aunque esta vez aceptando la posibili- dad de que así como una Tonina es indistintamente un Delfín o un Atún, así un Rabihorcado puede ser o bien un ave o bien un pez que indiaca la proximidad de islas imaginarias. ¡Cosas más extrañas se han visto!

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PEZ GOLONDRINO

no de los espectáculos más sorprendentes de cruzar el Océano Atlántico en barco, es ver grupos de Peces Vo- U ladores surgidos de pronto del mar y que emprenden raudo vuelo, algunos de los cuales pasan tan cerca de las naves que permiten examinarlos con atención. En el resumen del Diario de Colón aparecen registrados el 5 de octubre, cuando ya estaban acercándose a los mares caribeños: “Peces Golondrinos volaron en la nao muchos”. Aunque recurriré, como siempre, a Fernández de Oviedo, ci- taré en primer lugar, pues me hizo gracia desde la primera vez que la leí, la referencia sobre ellos hecha por Alonso Enríquez de Guzmán cuando vivió la experiencia en 1534, al dirigirse a Amé- rica para recalar poco después en el Perú: “Hay peces que llaman voladores. Vuelan veinte pasos poco más o menos. Algunas veces caen dentro, en los navíos por su propia voluntad. Yo lo vi y lo comí; tienen un sabor a humo –no sé si lo hizo el fogón en que se asó–, durillos y desabridos. Son de esta manera los que yo vi: tan largos como un palmo, la cola ancha. Del lado de las agallas, cerca de la cabeza, le salen dos alas, tan largas como un jeme, tan anchas como una pulgada, tela de ala de murciélago”.

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En el Sumario de la Natural Historia de las Indias, Oviedo se ex- playa en describir los Peces Voladores: “Quédame de decir de una volatería de pescados que es cosa de oír y es así: cuando los navíos van en aquel grande mar Océano siguiendo su ca- mino, se levantan de una parte y otra muchas manadas de unos pescados, como Sardinas el mayor, y de esta grandeza para abajo disminuyendo hasta ser muy pequeños algunos de ellos, que se llaman Pejes Vo- ladores. “Y se levantan a manadas, en bandas o lechigadas, y en tanta muchedumbre que es cosa de admiración, y a veces se levantan pocos. Y como acaece de un vuelo, van a caer a cien pasos y a veces algo más y menos, y algunas veces caen dentro de los na- víos. “Yo me acuerdo que una noche, estando la gente toda del na- vío cantando la salve, hincados de rodillas en la más alta cubierta de la nao en la popa, atravesó cierta banda de estos Pescados Voladores, y íbamos con mucho tiempo corriendo, y quedaron muchos de ellos en la nao, y dos o tres cayeron a la par de mí, que yo tuve en las manos vivos y los pude muy bien ver. “Y eran largos, del tamaño de Sardinas, y de aquella groseza, y de las quijadas les salían sendas cosas, como aquellas con que nadan los peces acá en los ríos, tan largas como era todo el pes- cado, y estas son sus alas. Y en tanto que estas tardan de enjugar- se con el aire cuando saltan del agua a hacer aquel vuelo, tanto se pueden sostener en el aire, pero aquellas enjutas, que es a lo más en el espacio o trecho que es di- cho, caen en el agua y se tornan a levantar y hacer lo mismo o se quedan y lo dejan”. Líneas después, refiere un via- je realizado en 1516 cerca de la isla Bermuda, donde le sucedió una anécdota que lo lleva a mora- lizar: “y estando allí cerca, vi un contraste de estos Pejes Voladores y de las Doradas y de las Ga- viotas, que en verdad me parece que era la cosa de mayor placer

96 que en mar se podía ver de semejantes cosas. “Las Doradas iban sobreaguadas y a veces mostrando los lo- mos y levantaban estos Pescadillos Voladores, a los cuales seguían para comerlos, los cuales huían con el vuelo suyo y las Doradas proseguían corriendo tras ellos a donde caían. Por otra parte, las Gaviotas o Gavinas, en el aíre tomaban muchos de los Pejes Vo- ladores, de manera que ni arriba ni abajo no tenían seguridad. “Y este mismo peligro tienen los hombres en las cosas de esta vida mortal, que ningún seguro hay para el alto ni bajo estado de la tierra; y esto solo debería bastar para que los hombres se acuerden de aquella segura holganza que tiene Dios aparejada para quien le ama, y quita los pensamientos del mundo, en que tan aparejados están los peligros, y los ponen en la vida eterna, en que está la perpetua seguridad”. Luego de este colofón moral del Sumario, en su Historia Gene- ral y Natural de las Indias, vuelve al tema, aunque repite informa- ción –que se le disculpará– pero agregando nuevos detalles: “Al- guno preguntará la causa por qué digo que estos Pescados Vola- dores se hallan a la venida a estas partes, en el grande mar y golfo del Océano, y no dije a la vuelta, desde estas Indias a España o Europa. “Y por sacar de esta duda al lector, digo que aunque a la vuel- ta se hallan los mismos pescados, así como a la venida, no son tantos en mucha manera, ni los navíos vuelven por el mismo rumbo o derrota que acá vinieron, y a la banda del Norte no hay tantos como por esta otra vía, hacia el Sur o parte de la Tierra Firme. “Se hallan desde tan pequeños como un abejoncico, hasta tamaños como grandes Sardinas. Estos, cuando las naves van corriendo en su viaje y a la vela, se levantan de una parte y de otra, a manadas grandes y pequeñas; pero en ellos es grandísimo e incontable el número de estos Peces Voladores. “Y de un vuelo, acaece ir a caer espacio de doscientos pasos, más y menos; y acaece algunas veces caer dentro en las naos, y yo los he tenido vivos en las manos y los he comido. Y son muy buen pescado al sabor, excepto que tienen muchas espinas del- gadísimas. “De cerca o un poco más bajo de las quijadas, les salen dos alas delgadas y de la forma de aquellas alas con que nadan los peces y barbos en los ríos; pero son tan largas como es todo el pescado que las tiene, y estas son sus alas. Y en tanto que aqué-

97 llas tardan de enjugarse con el aire, cuando así saltan fuera del agua, tanto se pueden sostener de un vuelo; pero así como son enjutas (que es, a lo más, el espacio ó trecho que tengo dicho), caen en el agua y se tornan a levantar, y hacen lo mismo o se quedan debajo y no salen. “Es muy buen pescado de comer, aunque tiene muchas espi- nas, como dije antes; pero son tan delgadas, que aunque se tra- guen algunas, ni hacen mal ni mucho empachan, y son de muy buen sabor. “Tienen la cabeza algo redonda como Albures, y el color del lomo es como azul, del color que está el agua cuando el cielo está muy claro y desocupado de nubes y sereno. Esto es cuando estos peces son de cerca de la Tierra Firme, porque los que están más engolfados en la mar, no son tan azules. “En las mares de España, me dicen a mí los marineros que hay de estos pescados mismos y de otros mayores que vuelan y se llaman Golondrinos; pero yo nunca los he visto allá, en cuantas veces he ido y venido por este ca- mino, ni tampoco aunque desde España fui en Flandes y volví a Castilla por la mar. “En lo de por acá, de estas In- dias, yo escribo lo que he visto y experimentado de estos Pejes Vo- ladores”. Para Gómez Cano, “la especie más característica del Atlántico es Exocetus volitans, cuya área de distribución se centra sobre el pa- ralelo 23 y que fue, probablemente, la que divisaron Colón y sus hombres”. Otro punto de vista, aunque seguramente complementario, es el expresado por González Lorenzo al decir que estos peces, ac- tualmente llamados Peces Voladores, “pertenecen a la familia Exocetidos, y una de las especies más abundantes en el Atlántico tropical es precisamente el Hirundichtys rondeletti”. Fernández Aceytuno se refiere a los Peces Golondrinos como Dactylopterus volitans, y supone que serían los Peces Voladores tropicales de los cuales se alimenta el Dorado. Por su parte, Alvar se arma todo un lio sobre los Peces Go- londrinos: “‘Peces Golondrinos volaron en la nao muchos’. Falta el pez en Viera y en Nomenclatura de F. Lozano; no da nombres L. Lozano (p. 39) y Palombi–Santarelli (p. 17) recogen Pez Vola-

98 dor y Golondrina del Mar (Gypselurus heterurus). El DRAE atesti- gua Golondrino, pero remite a la forma femenina; ignoro el valor de esta documentación”. Sin embargo, y quizá sea una definición más reciente, el DRAE define de una forma poco común para sus definiciones que podríamos considerar científicas: “f. Pez teleósteo marino, del suborden de los acantopterigios, de cuerpo fusiforme, que puede alcanzar los 60 cm de largo, con el lomo de color rojo oscuro y el vientre blanquecino y con aletas torácicas muy desa- rrolladas que le sirven paras volar fuera del agua”. En Andalucía, siguiendo a Ictioterm, es clara su identificación como Pez Volador, el Cheilopogon heterurus, y luego de caracteri- zarlo por su capacidad de dar saltos fuera del agua y planear lar- gas distancias impulsado por sus amplias aletas pectorales, agrega un dato que le encantaría a Fernández de Oviedo: “Su presencia en lonjas y mercados es escasa, ya que se trata de una especie estacional, que a veces se captura en las almadrabas durante la época de la pesca del Atún (Thunnus thynnus)”. Theodore de Bry, en el XVI, realizó un curioso dibujo de Pe- ces Voladores rodean-do una nave. Para los marineros y los viaje- ros era un estupendo espectáculo ver cómo saltaban sobre el agua mientras su nave cruzaba el Atlántico para llegar a América, y aún lo sigue siendo, en pleno siglo XXI. Hace poco tiempo, el National Geographic publicó una intere- sante explicación sobre el vuelo de estos curiosos peces: “El pro- ceso de levantar el vuelo, o planear, comienza por alcanzar una alta velocidad bajo el agua, unos 60 kilómetros por hora. “Dirigiéndose hacia arriba, el Pez Volador traspasa la superfi- cie y comienza la operación de despe- gue moviendo rápi- damente la cola mien- tras aún está bajo el agua. Entonces se remonta en el aire, alcanzando en oca- siones una altura superior al metro, y planeando a lo largo de una distancia de hasta 200 metros.

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“Cuando se encuentra de nuevo próximo a la superficie, pue- de batir su cola y seguir volando sin tener que regresar comple- tamente al agua. El Pez Volador es capaz de continuar volando de ese modo, y se han visto ejemplares que han alargado su vuelo con sucesivos planeos, abarcando distancias de hasta 400 metros. “Los Peces Voladores, al igual que muchos animales marinos, se sienten atraídos por la luz, y los marineros lo aprovechan con notables resultados. Llenan canoas con una cantidad de agua suficiente para que el pez se mantenga vivo, pero no para que pueda impulsarse hacia fuera y fijan en ella una luz a modo de señuelo por la noche. De este modo capturan Peces Voladores por docenas. En la actualidad estos animales no están incluidos en ningún estatus de protección”. Es una situación bastante común hallar en los puertos oceá- nicos tenderetes llenos de Peces Golondrinos puestos a secar, para la venta a turistas que felices se los llevan a sus casas a fin de mostrar al regreso de sus vacaciones no sé si un ani-mal que los entretuvo con sus vuelos saltarines o un pequeño monstruo que les llamó la atención al identificarlo como un pez que tenía alas y volaba.

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ÁNADE

l resumen del Diario de Colón solo registra haber visto Ánades en la travesía por el océano. Sucede cuando ya E están muy próximos a la costa, el 8 de octubre. Sin embar- go no tenemos ningún dato para identificarlos: “Muchos pajaritos (de campo y tomaron uno), que iban huyendo al su- dueste, Grajaos y Ánades y un Alcatraz”. A este respecto, Gómez Cano es bastante concluyente: “En cuanto al Ánade, nada sabemos sobre la pauta cromática de su plumaje, la forma de su pico o sus dimensiones aproximadas. Imposible, por tanto, obtener ninguna conclusión mínimamente defendible”. González Lorenzo, por su parte, comparte igual opinión: “Re- sulta imposible dilucidar qué especie de Ánades observó Colón”, pero agrega que la zona en que se hallaban es la más frecuentada por las aves emigrantes de los Estados Unidos yendo a las Anti- llas y a Sudamérica, destacando entre ellas las Ánades, que adop- tan, como otras aves, la típica forma en V para volar en grupo. En realidad, un Ánade no pasa de ser un pato. Y Aceytuno también acierta registrándola como de la familia de las Anatidae. El Diccionario de la Real Academia Española es concluyente en su simpleza: “1. M of. Pato (//ave)// 2. M. o f. Ave con los mismos caracteres que el pato. En fin: todo aquel que anda como Pato, come como Pato, nada como Pato, vuela co-mo Pato y persigue a las Pa-tas, es un Ánade.

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De las 150 especies de la familia, yo me inclino a creer que vieron simple- mente a unos Patos, a cual- quier tipo de Patos, y no me complicaría la vida tra- tando de escoger uno entre tanto Pato como hay cami- nando, vo-lando y nadando en el mundo.

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TIBURÓN

l resumen del Diario señala que el viernes 25 de enero, “Mataron los marineros una Tonina y grandísimo Tibu- rón, y diz que lo habían bien menester, porque no traían E ya de comer sino pan y vino y ajes de las Indias”, anota- ción repetida por Las Casas en un nuevo apartado de la Historia de las Indias que abarca del 22 al 31 de enero de 1493, pero pasa- do por alto por Hernando Colón en la Historia del Almirante. Las pocas personas interesadas en averiguar qué tipo de Tibu- rón fue el que mataron los marineros colombinos, deben enfren- tar un verdadero problema. Se sabe de la existencia de más de 350 especies de Tiburones viviendo por los diversos mares del planeta. Gómez Cano descarta al Tiburón Ballena, el Rhincodon typus, el mayor de todos los peces, capaz de alcanzar hasta 18 me-tros de largo, pues cree que su excepcional tama-ño hubiera merecido ma-yor comentario, además de de que estos tiburones suelen viajar acompañados de grandes bancos de Atunes, lo que tampoco se mencio- na en el resumen del Diario y en las otras dos fuentes.

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Por eso, Gómez Cano se inclina por el Tiburón Blanco, el Carcharodon carcharis, que puede llegar a medir hasta 10 metros, y a pesar de ser muy peligroso para los nadadores, no opone resis- tencia cuando es capturado. Pero Gómez Cano también está convencido de que se trata de una especie solitaria y de un tamaño capaz de llamar la atención a los marineros como para especificar que era “grandísimo”, tal como registra el resumen del Diario y repite Las Casas en su Historia de las Indias. Para González Lorenzo, a pesar de que “se conocen más de 300 especies de Tiburones, pocas de ellas merecen ver que sus ejemplares sean calificados como grandísimos. De la especie lla- mada Tiburón Ballena ya hemos hablado anteriormente; pero no resulta ló-gico pensar que Colón esté hablando de ella, y si en cambio del Tiburón Tigre (Galecerdo cuviere), cuya cap-tura se realiza con relativa facilidad y al cual describe Covarrubias como ‘un pescado grande que sigue a las naves que van a las Indias, y es muy tragón y engulle todo cuanto cae de ellas en el mar’”. Aquí se vuelve a tener la misma sutileza que en el caso de la Ballena. Para Colón, como para los ma- rineros, seguramente un Tiburón era un Tiburón, y si se sor- prenden del tamaño, este igual podría ser de 6 metros o algo menos o más. Sacar del mar, un animal de ese tamaño debe re- sultar no solo sorpresivo sino espectacular para quien lo pesca y para quienes lo suben a la nave, y más aún en esos años de fina- les del siglo XV. De todos modos, para matar un Tiburón grande se requiere de un arpón y no de un garfio, pues se requeriría mucha fuerza no solo para clavárselo sino para evitar que el animal de un cole- tazo y se aleje de la nave y del cazador con el arma clavada; tam- bién cabe dentro de las posibilidades que el animal tuviera una muerte instantánea al serle clavado el garfio en una zona mortal para él, pero eso casi es ya cuestión de suerte. Sigo creyendo que es muy complicado matar a un Tiburón con un garfio y supongo igual de complicado subirlo a bordo, teniendo en cuenta que la Niña debía medir de largo poco más de 25 metros y de ancho

104 alrededor de 7.50 metros. También puede creerse como posibilidad que el tremendo Tiburón fuera matado con un tiro de lombarda o con un peque- ño falconete, ambas piezas de artillería llevadas en las naves co- lombinas al salir de Palos. En cuanto a la eliminación del Tiburón Ballena porque este acostumbra nadar acompañado de un banco de atunes, justa- mente el hecho de que se matara simultáneamente a la caza del Tiburón a una Tonina, refuerza la posibilidad pues, como he- mos visto, para las Casas y para Hernando Colón, Tonina es si- nónimo de Atún, tal como especifican con claridad al referirse a ella en sus libros (aunque no sea así en el resumen del Diario). Pero, en fin, lo cierto es que ven un Tiburón grandísimo, lo matan y lo suben a borde felices de la vida pues ya casi no tenían qué comer “sino pan, vino y ajes de las Indias”. Como todos los viajeros primitivos, Las Casas también se interesa por los Tiburones y en su Apologética Historia hace una descripción de ellos: “Hay en la mar y entran también en los ríos unos peces de hechura de Ca- zones o al menos todo el cuerpo, la cabeza bota y la boca en el derecho de la barriga, con muchos dientes, que los indios llama- ron Tiburones, bestia bravísima y carnicera de hombres. El ma- yor tendrá de largo diez o doce palmos; de gordo, por lo más, poco menos que un hombre. “Tranzan una pierna de hombre y aun de un Caballo dentro del agua; son muy golosos, con que cualquiera cebo que pongan de carne o pescado en un anzuelo de cadena, luego caen y se toman. “Historias hay de lo que tragan; cualquiera cosa que se eche de los navíos a la mar, y aunque sea estiércol, lo engullen sin dejar nada. Después que los toman y abren el buche se hallan dentro todas las cosas que han tragado, y ha acaecido pedazos de botijas de barro hallarse dentro del buche, y creo que yo he visto algo de ello si no lo he olvidado. “Si una vez los prenden con el anzuelo, y al subir en el navío, como es muy pesado, se desgarra, no por eso escarmienta, sino que por su golosina, tornándole a echar cebo, tarde que tem-

105 prano, si la nao no anda mucho es tomado. “Se come como Cazón, bien harto y cubierto de ajos, y con él hartas veces se mata en los navíos el hambre”. Un colofón feliz a esta nota lo complementa Fernández de Oviedo, a quien recurro como siempre para que con un largo capítulo explique y nos saque de dudas sobre la forma como eran cazados y muertos en el siglo XVI, además de una serie de deta- lles curiosos y sorprendentes para el lego sobre las costumbres de tan sanguinario animal, incluyendo los secretos de su reproduc- ción. Pero antes, como aperitivo, citaré al padre Acosta, quien cuenta: “de los Tiburones y de su increíble voracidad, me maravi- llé con razón cuando vi que de uno que habían tomado en el puerto que he dicho (de Barlovento) le sacaron del buche un cuchillo grande carnicero, y un anzuelo grande de hierro, y un pedazo grande de la cabeza de una vaca con su cuerno entero, y aun no sé si ambos a dos”. Y ahora leamos la narración de Fernández de Oviedo: “Puesto que en los mares e costas de España hay Tiburones, y no sea hablar en animal no conocido, diré aquí lo que he visto en este gran golfo del mar Océano y en estas costas de las islas y Tierra Firme de estas Indias. “Acaece muchas veces, viniendo las naves a la vela, o andando en su navegación engolfadas, o por las costas de estas Indias, que los marineros matan muchas Toninas y Votos y Marrajos y Do- radas y de estos Tiburones y otros pescados, con arpones y fisgas y anzuelos de cadena, y así usan del instrumento de cada cosa de éstas, como lo requiere la forma del pescado; pero dejemos los demás, pues que el capítulo se intituló para los Tiburones, y de éstos se diga algo. “Porque aunque en las mares de España, corno he dicho, los hay, son por acá más comunes y más particularmente vistos e muertos a menudo o continuamente a causa de esta navegación. “Y éstos, aunque también se arponan y les tiran, cuando son pequeños, con la fisga, con los mayores es menester otra forma para matarlos, porque son grandes pescados y muy ligeros en el

106 agua, y muy carniceros y golosos. “Cuando vienen a las naos, andan sobreaguados y muy cerca de la superficie del agua: así que muy claramente se ven. Enton- ces ponen los marineros por la popa de la nao un anzuelo de cadena, tan grueso como el dedo pulgar, y tan largo como un palmo y medio o más, encorvado, como suelen ser los anzuelos; e las orejas de este arpón son a la proporción de la graseza que es dicho, y al cabo del asta del anzuelo tiene tres o cuatro o más eslabones de hierro, gruesos, y del último de ellos atada una cuerda o soga de cáñamo tan gruesa como dos o tres veces el anzuelo; y ponen en él un grande pedazo de pescado o de tocino o carne cualquiera, o parte de la asadura de otro Tiburón, si le han primero muerto; porque en un día he visto tomar diez de ellos, y no querer matar todos los que pudieran. “Así que, tornando a la manera de cómo los pescan, va la nao corriendo con todas sus velas, y los Tiburones andan tanto e más que ella, por buen tiempo que lleve, y la siguen y van sobreagua- dos, comiendo la basura e inmundicias que se echan de la nao. “Y es tan suelto el Tiburón, que da alrededor de la nao las vueltas que él quiere, y pasa adelante y torna atrás tan fácilmente, más suelto o con más curso y velocidad que la nave corre, cuanto correrá un suelto hombre más que un niño de cuatro años. Y acaece seguir la nao, sin dejarla, doscientas leguas y más; y así podría todo lo que él más quisiese. “Pues yendo por popa, rastrando el anzuelo, según es dicho, como el Tiburón lo ve, trágalo todo; y como se quiere desviar con la presa, por tirar de la nave, se le atraviesa el anzuelo y le pasa una quijada, y le prende. “Y son algunos de ellos tan grandes, que son menester doce e quince hombres para meterle en la nao. Y como le llegan, tiran- do de la cuerda que he dicho, a la nao, da con la cola tales golpes en ella, que parece que ha de romperla y meter las tablas de ella dentro; pero así como le han subido sobre la cubierta, un mari- nero prestamente con el cotillo de una hacha le da en la cabeza tales golpes, que presto le acaba de matar. “Hay algunos de doce pies y más de largo, y en la groseza, por mitad del cuerpo, tiene seis e siete palmos y más en redondo. Tienen muy grande boca, a proporción del cuerpo, e algunos de estos Tiburones y aun los más, tienen dos órdenes de dientes en torno, continuadamente, la una cerca de la otra; pero cada cir- cuito de estas dentaduras por sí y distinto, y muy espesos y fieros,

107 y almenados estos dientes en partes en un mismo diente, como sierra, hechas puntas23. “Muerto el Tiburón, le hacen lonjas y tasajos delgados, y los ponen a enjugar por las cuerdas de las jarcias de la nave por dos o tres días y más, colgados al aire. Y después los comen cocidos o asados y con aquella salsa común de los ajos; también lo comen fresco. Y yo los he comido de la una y de la otra manera; pero los pequeños, que llaman Haquetas, son mejores. “Es buen pescado para la gente de la mar, y de grande basti- mento para muchos días, por ser grandes animales; pero no es tan bueno para los pasajeros y hombres no acostumbrados a la mar. Es pescado de cuero, como los Cazones y Tollos; los cuales y el dicho Tiburón paren otros sus semejantes vivos, como los Lobos Marinos y como los Manatís “Estos Tiburones, ni los Tollos, ni los Cazones, ni los Mana- tís no tienen pelo, sino cuero, y paren otros sus semejantes vivos. “Tornando, pues, a los Tiburones, estos animales muchas ve- ces salen de la mar y suben por los ríos, y no son menos peligro- sos que los lagartos grandes en la Tierra Firme, porque también los Tiburones se comen los hombres y las vacas y las yeguas, y son muy dañosos en los vados de los ríos y donde son avezados o están ya cebados. “Muchos de estos Tiburones he visto que tienen el miembro viril o generativo doblado. Quiero decir que cada Tiburón tiene dos vergas o un par de armas, cada una tan larga como desde el codo de un hombre grande, a la punta del mayor dedo de la mano, e algunos mayores e menores, a la proporción o grandeza del Tiburón; pero el Tiburón que es de siete u ocho pies de lar- go, y de ahí adelante, tiene estas armas del tamaño que he dicho.

23 Los dientes como sierras, que describe Oviedo, lleva a pensar que se trata del Tiburón blanco, Carcharodon carcharias (Familia Lamnidae), devorador de hom- bres, que en aquellos tiempos seria más abundante que ahora. Esta descripción descarta otros tipos de Tiburones –palabra que engloba a muchas especies–, en especial a los Cazones (Galeorhinus galeus), término que en Andalucía engloba a seis especies de escualos menores. De todas maneras, en la familia Carcharhini- dae hay por lo menos 10 especies más y cualquiera de ellas también podría ser la pescada por los marineros colombinos (Ictioterm). Sin embargo, la información dada por Colón no permite sacar estas conclusiones que surgen de lo escrito por Oviedo. 108

“Yo no sé si en el uso de ellas las ejercita ambas juntas en el coito, o cada una por sí, o en diversos tiempos; porque esta parti- cularidad (digo el ejercicio o coito) ni lo he visto ni oído; pero he visto matar muchos de ellos, e todos los machos tienen estos instrumentos para engendrar, como he dicho, doblados, e las hembras sola una natura. De que se colige que es más potente para recibir que el macho para obrar. Cosa común es ser conce- dida tal potencia al sexo femenil. “Y acaece que matando algunas hembras poco antes del tiem- po en que habían de parir, les hallan en el vientre muchos Tibu- rones pequeños. E yo he visto algunas a quien se han hallado algunos; pero no en tanta cantidad cuanto he oído muchas veces decir al licenciado Alonso Zuazo, oidor que es en esta Audiencia Real, él vio sacar del vientre de una de estas animalias treintai- cinco Tiburoncillos, estando este licenciado y otros cristianos perdidos en las islas de los Alacranes, como lo escribo adelante, en el último libro de los naufragios. El cual es caballero y hombre de mucha autoridad, y a quien se le debe dar crédito, y sin él a otros muchos que lo testifican, aunque no en tanto nú- mero” Sobre este aspecto concluiré la nota con una observación de Co- bo: “Este pece es muy grande, de doce pies y más largo, y de grue- so seis o siete palmos; de cuero duro y áspero, de gran cabeza y boca con dos o tres andanas de dientes agudísimos como sierra. “En la figura es tan parecido al Cazón, que es opinión de mu- chos no distinguirse de él en especie; y no es pequeño argumento ver que algunas veces se cogen Tiburones hembras con los vien- tres llenos de Cazoncillos vivos de dos palmos de largo, los cuales son muy tiernos y de comida regalada. “Me dijo una vez acerca de esto un pescador en esta ciudad de Lima, haberle valido una vez un Tiburón catorce pesos, porque le halló en el vientre veinticinco de estos Cazones, los cuales vendió a cuatro reales cada uno. “Son los Tiburones, así en la mar, como en las bocas de los ríos, donde entran, muy dañosos y carniceros, porque han muer- to y comido muchos hombres. Parten de un bocado una pierna o

109 muslo, y aun por medio del cuerpo a un hombre; lo cual es causa de que donde son frecuentes y están cebados, no se atreve nadie a entrar a nadar”. Y aun agregaré la definición de Guillén: “Tiburón: m. El es- cuala. Es raro que teniendo este escualo tantos nombres adoptó Colón el genérico, que tan poco emplean los marineros: boqui- dulce, cañabota, marrajo, jaquetón, tintorera, etc. Pero la estam- pó Colón por ser novedad, pues es voz Caribe, que no escapó de comentar un piloto portugués traducido por Ramusio”. A pesar del origen caribeño de la palabra, como bien explican desde los tiempos colombinos los viajeros y posteriormente los especialistas, la Real Academia continúa considerando el nombre Tiburón como una voz de origen incierto. Séale el Diccionario leve.

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ÁGUILA

omo colofón al viaje de regreso, en el resumen del Diario de Colón se registra que el 25 de febrero, al segundo día C de haber comenzado la navegación para Castilla, “Vino a la carabela un ave muy grande que parecía un Águila”. A esta ave no se le ha prestado atención, al menos mis infor- mantes no hacen comentario alguno, y solo González Lorenzo se fija en ella y aventura una opinión: “Podría tratarse de un Águila pescadora (Pandion heliaeteus), tal vez agotada por las tormentas; pero no hay datos suficientes para dictaminarlo”. Es posible, pero el inconveniente es que en esos dos días de navegación atlántica, Colón viajó tranquilo, con mar llana, ca- rente de “vientos contrarios y grandes olas y mar”, y sin enfrentar aún las tempestades que lo pondrían al borde del naufragio, tal como registrará el resumen del Diario un par de días después, el 27 de febrero de 1493.

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Las tres naves colombinas –Santa Maria, Pinta y Niña– en el momento de iniciar el viaje a las Indias desde Canarias. Las tres naves ya tienen las velas redondas.

Dibujo fantasioso de Theodor de Bry (1528?–1598), en el que representa a Colón navegando por el Mar tenebroso, camino a las Indias.

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PEZ EMPERADOR

i como afirma Hernando Colón en su Historia del Almiran- te, en su libro solo pondrá lo que le parece necesario y conveniente de lo escrito en el ejemplar de la copia del S Diario de la primera navegación de su padre, entonces debe aceptarse que todo lo incluido en el libro que no figura en el resumen del Diario realizado por Las Casas, son escritos de Cristóbal Colón, quizá resumidos, pero provenientes, sin duda alguna de lo anotado por él durante su viaje a las Indias desde el 3 de agosto de 1492 hasta el 15 de marzo de 1493. Por eso, debe aceptarse en este Bestiario –como ya hizo, por ejemplo, con el Garjao de color negro, la Tiñosa, y con la defini- ción de la Tonina como Atún– la anotación correspondiente al 30 de setiembre: “vieron también muchos Peces Emperadores, análogos a los llamados Chopos, que tienen la piel durísima y no son buenos para comerlos”, la cual no figura en la Historia de las Indias ni en el resumen del Diario, ambos libros escritos por Las Casas Y aquí surge un problema pues hay grandes dudas sobre la identificación de estos Peces Emperadores, e iguales cavilaciones sobre a cuál pez identificar como el desagradable Chopo, de piel dura y mal sabor. Comencemos con el planteamiento proveniente de González Lorenzo: la gente de mar llama Emperador al Luvaro (Luvarus imperialis) y al Pez Espada (Xiphias gladius). Y como estos dos pe- ces son ampliamente conocidos y muy sabrosos a la hora de co- merlos, no se entiende la comparación de Hernando Colón con

113 los incógnitos Chopos. Gómez Cano es contundente al negar que se trate del Pez Es- pada pues tal designación es posterior a esos años, y tanto es así que Fernández Oviedo lo describe perfectamente bajo el nombre de Pez Vihuela. El problema en su opinión, es más bien saber cuál es el pez de la comparación: el Chopo. A primera vista podría ser el Spon- dylosoma cantharus, habitante de las costas españolas y bien cono- cido por los marineros colombinos. Pero igual podrían ser el Kyphosus incisor, la Chopa amarilla, o el Kyphosus setatriz, la Cho- pa blanca, peces caribeños, especialmente cubanos, abundantes en esas aguas y muy parecidos al Spondylosoma cantharus. Pero aún hay un tercer candidato para aspirar a ser el Chopo; el Luvarus imperialis, al que por su tamaño, hasta dos metros, se conoce como el Emperador. Sin embargo, y como debe decirse todo, no se parece en nada a los anteriores y es un animal tan poco cono- cido en la actualidad que posiblemente también lo fuera en 1492. Por su parte, Ictioterm bajo el nombre Emperador describe al Tetrapturus pfluegeri, y otro que también podría llamarse así, el Xiphias gladius, pero que es más conocido como Pez Espada. Para mí, he de confe-sarlo, los dos me parecen muy similares y dudo de poder distinguirlos si los veo en el mar. Y final-mente, para Ictioterm, el Chopo es una especie de Sepia, con lo cual concluyó que esta vez los pescadores andaluces no me servirán para identificar al Cho- po, que, sin duda alguna debe ser un nombre exclusivamente caribeño para algún pez “análogo” al Pez Espada. Para un curioso como yo, el Pez Espada, aun- que se oponga Gómez Cano, es un pez muy conocido desde la antigüedad, y como lo encuentro también en Aristóteles y en Plinio, me inclino a creer, sin más razón que la intuición, que el Pez Emperador de Hernando Colón es el Pez Espada, nombrado también en Ictioterm como Xiphias gladius. Y como se asegura que Fernández de Oviedo lo describe muy bien, volveré a recurrir a él para enriquecer este Bestiario colom- bino.

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Pero adelantaré que un Pez Espada puede llegar a medir 4 metros y alcanzar un peso de 500 kilos, pero esta referencia es a las hembras, pues el macho es más pequeño y apenas logra su- perar los 130 kilos, lo cual también es una curiosidad de la Natu- raleza. Y dice Fernández de Oviedo: “Del peje llamado vihuela e de sus armas. El peje o pescado, llamado vihuela es grande animal, e la mandíbula u hocico alto o superior de él, es una espada orlada de unos colmillos o navajas de una parte y de otra, tan larga co- mo un brazo de un hombre, y algunos mayores y menores, según la grandeza e cuerpo de este animal que tales armas tiene24. “Yo le he visto en el Darién, en la Tierra Firme, tan grande, que un carro con un par de bueyes tenía harta carga y peso que traer en él desde el agua hasta el pueblo. “Estas espadas que di- go, están llenas de unas puntas de hueso macizas y recias, y muy agudas o punzantes, de una parte y otra de la espada, con la cual no se le para pescado delante sin que mate. “Y también hay estos pescados en las costas de esta y de las otras islas de estas partes. “Estos pescados me dicen a mí los hombres de la mar que los hay en España; pero sin estas puntas o púas en las espadas. No sé si lo crea, porque en algunos templos en España las he visto col- gadas; pero no sé de dónde las han llevado o si las hay en el mar de España así fieras; más acá, en estos mares de las Indias y Tie- rra Firme, muchas de éstas he visto de la manera que tengo di- cho.

24 El pez descrito por Fernández de Oviedo es, sin la menor duda, el llamado Pez Sierra (Pristis pristis), caracterizado por un largo apéndice bucal plano y con dientes a los lados. Este pez mide de 5.5 a 7 metros y pesa hasta 350 kilos. 115

“Son buenos pesca- dos de comer; pero no tales como los peque- ños de ellos mismos y de otros de los menores de otras especies, por- que por la mayor parte los pescados muy gran- des no son sanos acá (a lo que yo he entendido), e las más veces se comen por necesidad, excepto el manatí, que aunque son muy grandes, son muy bue- nos e sanos”. Aunque suene extemporáneo, recogeré aquí la descripción del Pez Espada por el Padre Cobo, que si bien hace referencia en el siglo XVII al sur del continente americano (Perú, sobre todo), sus descripciones son acertadas y curiosas. “El Peje–Espada es de la grandeza de un buen becerro, y pues- to caso que no sea el mayor de la mar, a lo menos es el más fuer- te y bravo que se conoce en el agua. “En el hocico superior tiene una espada tan larga como el brazo de un hombre, y algunos la tienen mucho mayor, de cuatro dedos de ancho, y orlada de unos colmillos o navajas de una parte y otra, con que hiere y mata a cuantos pescados se les po- nen delante. “Hay Peje–Espada tan grande, que una carreta con una yunta de bueyes tiene harto que llevar. “Pelea frecuente- mente con las Balle- nas, y es una riña muy sangrienta y de ver, porque a veces las viene a matar. “Se crían en toda los mares de las Indias del Norte y del Sur, y se matan muchos en el puerto de Paita. Su carne fresca, es comi- da regalada, y mucho más echada en salmuera, porque suple la falta de Atún y se lleva de este pescado así salado muchas botijas a todas partes y pasa plaza de Atún, y tal nombre le dan donde quiera”. A continuación de su descripción del Pez Espada, el mismo Padre Cobo cuenta una historia sobre un pez al que llama Pez Unicornio, y que resulta ser, como me ha indicado un buen

116 amigo que sabe de estos peces, que probablemente se trata no de una grandísima hembra de tiburón sino del Narval (Monodon ), un cetáceo muy–muy grande, provisto de un cuerno largo y duro, que trae a la memoria al mitológico Unicornio. Estos cetáceos suelen medir entre 4 y 4.5 metros y pesan entre 1.000 y 1.500 kilos. El característico cuerno puede llegar a medir hasta 3 metros y tienen la forma de un sacacorchos. “En la travesía de mar que se pasa navegando de Panamá a es- te reino del Perú sucedió, hacia los años de 1610, que viniendo navegando un navío le dio tan terrible golpe un pece extraño y de grandeza descomunal, que pensando los que venían en él que había topado en algún bajío, se tuvieron por perdidos. “Vieron luego ensangrentada el agua de la mar, y el pece que se había encontrado con el navío, muerto y sobreaguado. No supieron por entonces lo que era, hasta que, acabado el viaje, al descargar la nao, hallaron un cuerno fortísimo clavado en su costado, que lo había pasado todo y entraba dentro un palmo, que también había clavado en un barril de herraje que estaba arrimado al costado del navío. “El cual cuerno se le tronchó al pescado cuando lo clavó en el navío, y fue gran providencia de Dios y misericordia que usó con aquella gente, porque si el pece sacara el cuerno, no hay duda sino que por el horado que hizo se anegara el navío y se ahogaran cuantos en él venían. “No se sabe que especie de bestia marina sea ésta, y por la semejanza en el cuerno al unicor- nio, le damos este nombre. “Venía en aquella nao un mancebo natural de la villa de Montoro, llamado García de Lara, muy gran contador y escri- bano, a quien poco después llamó Dios con particular vocación a la Compañía de Jesús, adonde vivió y murió con nombre de san- to; el cual se acordaba mucho de este suceso y solía contarlo con agradecimiento a nuestro Señor, por haberlo librado de aquel peligro”. Completaré la historia de Cobo citando a Plinio: “Trebio Ni- gro dice que Xiphias, o sea, el Pez Espada, tiene el hocico afilado y que hunde las naves agujereándolas”.

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La nota puesta a este registro de Plinio dice: “Este pez es lla- mado indistintamente en griego Xiphias o en latín, Gladius (espa- da). Saint Denis cita algunos testimonios de ataques de Peces Espada contra barcos, no obstante, la mayor parte de las veces lleva las de perder el pez, que no puede sacar su afilada mandíbu- la superior una vez que la ha hundido en el caso de la nave”. Covarrubias en la entrada “Espadero” consigna: “Hay un pez que llaman Pez Espada; en griego Xiphias. Tiene en el rostro un hueso fortísimo en forma de espada, y con él hace gran riça, y de él tomó el nombre griego y le dieron el mismo los latinos; porque Xiphias vale tanto como Gladius, según está dicho arriba. Suele en el mar océano envestir con un navío y horadarle con la espada y echarlo a fondo”. Como apuntamiento final, diré que en nuestro idioma, y de acuerdo a la Academia de la Lengua, el Emperador es el Pez Es-pada, con lo cual, al parecer, no está nada dicho, y yo me retiró encantado por el acierto de mi intuición y el gusto de haber hablado en esta nota, además del Pez Espada, del Pez Sierra y del Narval.

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GOLONDRINA

l 24 de febrero, cuando Colón salió de la isla Santa María para Castilla, y de acuerdo al registro de su hijo en la His- E toria del Almirante, “estando a una distancia de 100 leguas de la tierra más vecina, vino una Golondrina al navío, la que como se pensó, los malos tiempos habían empujado al mar, lo que se conoció luego con más claridad, porque al día siguiente (28 de febrero), llegaron otras muchas Golondrinas y aves de tierra, y también vieron una Ballena”. El agregado insignificante de “también vieron una Ballena”, muestra que la importancia de esta nota de Colón copiada en la Historia del Almirante de su hijo, radica en la llegada de una Go- londrina y al día siguiente de muchas más, entremezcladas con otras aves de tierra. Ante esta sorpresa, la visión de uno de los más grandes animales del mar, la Ballena, no tuvo importancia. Las Golondrinas no son aves marítimas, aunque existan mu- chas especies carentes de cualquier semejanza con ellas pero lla- madas indistintamente “Golondrinas de mar”. Pero estas aves, cuya presencia registra Hernando Colón para este momento de la navegación, mientras sigue lo escrito en la copia del Diario de su padre, eran Golondrinas de tierra, las que todos hemos visto muchos días volando cerca de casa. Y tan es así que la presencia de este tipo de Golondrina a 100 leguas de la tierra más cercana, solo puede explicarse porque “los malos tiempos” las había arrastrado al mar, tal como se dedujo cuando la vieron el 27 de febrero de 1493 y al día siguiente lo confirmarían con la llegada de muchas golondrinas entremezcla-

119 das con otras aves terrestres. Y sobre los malos tiempos, tampoco hay la menor duda. Co- lón venia de vivir terribles tempestades, y aún le quedaban una buena cantidad de días con el mar muy movido y fuertes vientos antes de llegar a islas de Portugal y de ahí pasar a la corte, a nue- ve leguas de Lisboa, a entrevistarse con el Rey portugués. De todos modos, la aparición de Golondrinas terrestres es un fenómeno curioso. Es cierto que los vientos, y más si son de tempestades fuertes, son capaces de arrastrar cuanto tienen a su paso, incluyendo, por supuesto, aves, pero que todas estas pe- queñas Golondrinas resistieran un vuelo de 400 o 500 kilóme- tros y tuvieran fuerzas al quedar libres de volar un poco más y posarse en un inesperada nave, resulta si no increíble, al menos fantástico, en el mejor sentido del término. Y esto, evidentemente, me lleva a suponer que Las Casas, por tal motivo, por lo increíble, decidió no registrar el hecho en el resumen del Diario ni en su Historia de las Indias.

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II EN EL CARIBE Islas–Cuba–Española

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PAPAGAYO

uando Colón y la tripulación de las tres naves españolas desembarcan por primera vez en América, se llevan una C buena sorpresa: los indígenas desnudos que viven en la isla Guanahaní, más los que vienen nadando o en sus canoas a los barcos, lo que les llevan de regalo son Papagayos. Lo cierto es que también les cambian algodón y arcos y flechas por chuche-rías, pero lo principal son esos pájaros que suponemos multicolores y que gritan o pronuncian palabras en un incom- prensible idioma para los españoles. El hecho queda reflejado en la última anotación del 12 de oc- tubre de 1492, correspondiente al primer día en las Indias, y no sé por qué siempre le he hallado un acentuado tono de decep- ción: “Ninguna bestia de ninguna manera vi, salvo Papagayos en esta isla”. Al día siguiente, 13 de octubre; la anotación que nos registra el resumen del Diario es muy similar: “Traían ovillos de algodón filado y Papagayos y azagayas y otras cositas que sería tedio de escribir, y todo daban por cualquier cosa que se los diese”. Y el tema parece concluir en la Fernandina cuando se registra la ano- tación: “Bestias en tierra no vi ninguna de ninguna manera, salvo Papagayos y Lagartos”, en la que Lagartos será la novedad para el Bestiario colombino.

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Después, el 21 de octubre, estando ya Colón en el Cabo del Isleo de la isla Isabela, escribe uno de sus acostumbrados pasajes floridos sobre la fauna indiana, contando que entre el cantar de pajaritos y la aparición de aves y más pajaritos de “tantas maneras y tan diversas de las nuestras”, ven pasar “manadas de los Papa- gayos que oscurecen el sol”. Después, hasta el 13 de diciembre, el resumen del Diario no registra Papagayos. Pero ese día figura una curiosa anotación so- bre la suspensión del regalo indígena de Papagayos y la indica- ción de que ahora toca a Colón reclamar el obsequio: “Y porque los indios que traía en el navío tenían entendido que el Almiran- te deseaba tener algún Papagayo, parece que aquel indio que iba con los cristianos les dijo algo de esto, y así les trajeron Papagayos y los daban cuanto les pedían sin querer nada por ello”. Y el 21 de diciembre, junto a comida, los indios le vuelven a llevar más Papagayos a Colón, que me imagino los iría soltando o regalándolos a los marineros pues ya debían ser decenas o cientos los que tenía en su nave. La última anotación sobre Papagayos del resumen del Diario, es del 23 de diciembre, en las vísperas de la catástrofe de la Santa María y de las primeras Navidades pasadas en las Indias: “Des- pués el rey dio a cada uno unos paños de algodón que visten las mujeres, y Papagayos para el Almirante y ciertos pedazos de oro”. Conocido es el desembarco de Colón en el puerto de Palos el 15 de marzo de 1493 con todas las muestras indianas que pudo traer en la Niña, y también que desde ahí inicio el espectacular recorrido por los caminos que van del puerto andaluz hasta Bar- celona, asombrando a los pueblos por donde pasaba con sus acompañantes indígenas y, sin duda alguna, con la algarabía de los muchos Papagayos traídos para enseñar y regalar a los Reyes católicos, seguramente elegidos entre los más coloridos, vistosos y parlanchines.

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Pedro Mártir de Angle- ría, el sacerdote italiano que desde la corten castellana informa a la corte papal de Roma acerca de los sucesos importantes del descubri- miento y de la conquista de América, incluirá en su primera década un comen- tario significativo sobre los Papagayos del primer viaje: “Cogieron cuarenta Papagayos, de los cuales unos eran verdes, otros amarillos en todo el cuerpo, otros se-mejantes a los de la India, con su collar de bermellón, como dice Plinio, pero de colores vivísimos y sobremanera alegres. Las alas las tienen de diversos colores, pues las plumas verdes y amarillas tienen mez- cladas algunas azules y purpúreas, la cual variedad deleita muchí- simo. “He querido referir estas cosas de los Papagayos, oh Príncipe ilustrísimo, aunque la opinión de este Cristóbal Colón parezca estar en oposición con la grandeza de la esfera y la opinión de los antiguos acerca del mundo navegable; sin embargo, los mismos Papagayos traídos y otras muchas cosas indican que estas islas, o por cercanía o por naturaleza, saben a suelo indio, principalmen- te siendo así que Aristóteles, cerca del fin del libro De caelo et mundo, Séneca y otros sabios cosmógrafos, atestiguan que las playas de la India no distan de España mucho trecho de mar por Occidente”. Para comentarios sobre la fauna y flora colombina, amplián- dolo al concepto de la grandeza del mundo y la posibilidad de navegar por los océanos, Mártir agrega, matizando lo dicho por Colón, que los Papagayos eran buena prueba de la cercanía de las Indias con respecto a España, lo cual también pensaba Colón solo que incluía cerca de donde se hallaba al Japón, la China, al Gran Kan y a otros príncipes orientales. En realidad, esta ave a la que llaman Papagayo, no era desco- nocida en la corte, ni entre la aristocracia y los grandes comer- ciantes de España y Europa, quienes incluso llegaban a tenerlos en jaulas o en sus jardines: era un pájaro exótico pero que ya aparece descrito en Aristóteles, llamándolo Loro, “pájaro indio”, y cuenta lo desvergonzado que se vuelve al hablar cuando toma vino; y en Plinio, llamándolo también Loro, lo califica de proce-

125 dente de la India y capaz de conversar; lo describe como un ave de cuerpo totalmente verde y con un collar rojizo en el cuello. Además, revisando los Bestiarios del Libro Ultramarino –códice guardado en la Biblioteca Nacional de Madrid, y considerado por Isabel Muñoz de finales del siglo XIV o principios del XV–, en- cuentro al Papagayo como “ave de la India, de color verde y con orejas de lechuza; tiene una lengua grande, y articula palabras de tal forma que si no lo ves piensas que habla alguien”. Después de hablar de su facilidad para “retener palabras”, asienta: “tiene cinco nobles dedos en cada uno de los pies, mientras que las restantes aves solo tienen tres”. Tengo la opinión que la importancia de los Papagayos obse- quiados a Colón y a su tripulación o capturados por ellos, radica en la inesperada variedad de formas y colores, y en su abundan- cia, aparte del significado de ser una prueba de estar en islas de las Indias o muy cercanas a ellas, tal como lo ha anotado Mártir de Anglería en la cita de unas líneas antes. Dos testimonios correspon- dientes al segundo viaje de Co- lón, procedentes de dos testigos Italianos que los ven en manos de los viajeros, nos hablan de estas cualidades: Mártir de Anglería: “Traje- ron de esta isla siete Papagayos más grandes que faisanes, que se diferencian muchísimo en el co- lor de otros Papagayos, pues tie- nen purpúreos todo el cuerpo, el vientre y el lomo. “De las plumas más largas les cae desde los hombros sobre las cortas, de color rojo, una capa, de igual modo que yo mismo he visto muchas veces que la tienen los capones; en cambio, tienen las plumas de las alas de diferentes tonalidades: verdes unas y otras purpúreas, mezcladas con amarillas. “La abundancia de Papagayos en todas las islas es no menor que la de pajarillos o de otras aves entre nosotros. “Así como los nuestros crían para su placer picos, tordos y otras aves, así ellos, aunque sus bosques están llenos de Papaga- yos, los adiestran, pero después se los comen”. Simón Verde, comerciante italiano, muy amigo de Colón y de

126 su familia: “Encontraron también en esta isla y en las casa de estos ‘Cambalos’, que así se llaman acá, muchos Papagayos, grandes y hermosos; sus plumas son verdes, rojas y negras y de otros colores, y tienen la cola larga como la tiene el verderol. “Medí uno de ellos, y encontré que de la cabeza a la cola, es decir, hasta el final, tenía un brazo y un cuarto de longitud. Tie- ne un pico infinito y casi todo blanco, y patas negras, la voz grue- sa y villana. “Se dice que los tienen para coger sus plumas con las que ha- cen algunos penachos y otros adornos muy bellos”. Resulta obvio el aporte de Fernández de Oviedo en la des- cripción de los Papagayos, quien en esta ocasión recuerda la pri- mera vez que regresó a España de las Indias, de Panamá, de Tie- rra Firme, y fue a presentar sus respetos a Fernando el Católico, ya viudo, viejo y enfermo. “Papagayos hay muchos y de tantas maneras y diversidades que sería muy larga cosa decirlo y cosa más apropiada al pincel para darlo a entender que no a la lengua; pero porque de todas las maneras que los que hay los traen a España, no hay para qué se pierda tiempo hablando en ellos. “Pocos días antes que el Católico rey don Fernando pasase de esta vida, le traje yo a Placencia, seis indios caribes de los fleche- ros que comen carne humana, y seis indias mozas, y muy bien dispuestos ellos y ellas; y traje la muestra del azúcar que se co- menzaba a hacer en aquella sazón en la isla Española, y ciertos cañutos de cañafistola, de la primera que en aquellas partes por la industria de los cristianos se comenzó a hacer. “Y traje asimismo a su alteza treinta Papagayos o más, en que había diez o doce diferencias entre ellos y los más de ellos habla- ban muy bien. “Estos Papagayos, aunque acá parecen torpes, son todos muy grandes voladores y siempre andan de dos en dos, pareados ma- cho y hembra, y son muy dañosos para el pan y cosas que se siembran para mantenimiento de los indios”. Agregaré a estos testimonios de época, la descripción de un cronista o historiador algo más tardío, Bernabé Cobo, cuya Histo- ria del Nuevo Mundo recién se publicaría a finales del siglo XIX (1890–1893), con un prólogo firmado en 1653:

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“Se hallan en las Indias mu- chísimas diferencias de Papaga- yos, los cuales todos convienen en la hechura e ingenio, y solo se diferencian en el color de las plu- mas y en el tamaño. “Todos, generalmente, tienen lo más del cuerpo de plumas ver- des, unos con un fleco de plu- mas coloradas junto al pico, otros lo tienen de plumas blan- cas, y otros hay con los encuen- tros de las alas de plumas colora- das; en suma, se hallan pintados de diversos colores, de verde, colorado, azul, amarillo y blanco. “Los Papagayos grandes no son entre sí iguales, porque unos hay mucho mayores que otros. Los menores son tan grandes co- mo Tordos, y los mayores, como Palomas, y aun como grandes Halcones; y entre estos dos extremos se hallan de diferente gran- deza. “Entre los Papagayos pequeños hay la misma variedad. Son los de esta clase del tamaño de Gorriones, poco más o menos, y diferentes unos de otros en grandeza. A los mayores llaman Ca- talnicas los españoles; y a otros, que son algo menores, Periquitos. Otra diferencia se halla de ellos muy pequeños, llamados Tanu- pis. Todos estas castas de Papagayos grandes y chicos, imponién- dolos, aprenden a hablar muy presto y bien. “Se estiman sobre todos los demás los de la provincia de Ni- caragua, en la Nueva España, por ser de buen cuerpo, hermosos y que aprenden a hablar muy presto. “Andan los Papagayos a bandadas con gran vocería, y hacen mucho daño en los sembrados, si no se pone cuidado en guar- darlos; y lo hicieran mucho mayor, si fueran ladrones callados y no tan vocingleros, porque avisados los labradores de las voces que vienen dando, acuden con tiempo a defender sus semente- ras. “Se llaman los Papagayos grandes, en la lengua general del Perú, Uritu, y los pequeños, Chiqui”.

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Concluido el capítulo de los Papagayos, Cobo pasa a hablar de: “La Guacamaya, que los indios del Perú llaman Ahua. Parece del linaje de los Papagayos, aunque es mucho mayor que ellos, porque es tan grande como un crecido Pato, y nunca aprende a hablar, sino que gritan con gran ruido cuando ven gente extraña de donde ellas están. “Son pintadas de colorado, azul, amarillo y otros colores, como los Papagayos, y algunas azules del todo; tienen el pico muy grande y grueso y las piernas muy cortas. “Estiman mucho los indios las plumas de estas aves para enga- lanarse en sus bailes y fiestas, las cuales son provechosas para algunas curas; porque tostadas en una cazuela y hechas polvos, estancan el flujo de sangre de las narices, echados por ellas con un cañón; demás de que para el mismo efecto se han de aplicar en las sienes y frente, batidos con claras de huevos y agua de ca- bezuelas de rosa”. Aunque González Lorenzo refiere que en la actualidad se de- nomina Papagayo a cualquier ave de la familia Psitacidos, ya sean Loros, Cotorras, Cacatúas, Guacamayos o Pericos, yo prefiero, fuera de la especialidad, llamarlos Loros, y a los muy grandes, gritones, no habladores y atemorizantes por su pico y su gesto poco amigable, Papagayos. Seguramente viejas costumbres nativas pues recuerdo que así eran llamados en el Perú en mi mundo doméstico, aunque no dejaban de existir los sinónimos. También se considera que gran parte de los Papagayos vistos, cazados y traídos a España por los descubridores y conquistado- res de América, ya se han extinguido. González Lorenzo cita co- mo ejemplo, los Guacamayos tricolores cubanos, pertenecientes al género Ara, y las especies isleñas del género Amazona. Gómez Cano es más preciso y detallado por considerar que estas aves fueron la primera representación de la fauna americana vista al desembarcar. Así cita el Ara tricolor, hoy llamada Ara cuba- lensis, como el primer Papagayo avistado, y desde el siglo XIX extinguido, aunque reconoce la ignorancia sobre cuáles fueron los vistos por Colón en Guanahaní y en las otras islas menores: igual pertenecían a la misma especie, eran de razas distintas o subespecies endémicas, aunque, se insiste, en las diversas islas caribeñas los Papagayos autóctonos se han extinguido.

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En su deseo de saber a cuál especie pertenecían los Papagayos obsequiados a Colón por los habitantes de Guanahaní, descarta la Amazona leucocephala, la Cotorra cubana, y se inclina a creer que los regalados eran animales cautivos, procedentes de diversas islas, capturados cuando eran pollos recién nacidos, pues “la comunicación entre el rosario de islas caribeñas era mucho más abundante y frecuente de lo que hasta hace poco se creía”. Y de aquí, Gómez Cano hace una de sus acostumbradas espe- culaciones: si los Papagayos eran animales amaestrados, es posi- ble aceptar que todos ellos procedían de otras islas, pero si vola- ban libres habría que aceptar la posibilidad que fueran Papagayos escapados de la domesticidad o, también, suponer que el Ara cubalensis habitaba en diversas islas o existía otra variedad muy semejante y hoy desaparecida. Es curioso aquí es que tanto González Lorenzo como Gómez Cano duden de la abundancia de Papagayos como para que sus bandadas tapen el sol. Am- bos lo consideran exagera- ciones. Y de nuevo, otra especu- lación de Gómez Cano me asombra: En Cuba, la ma- yor isla del Caribe –dice–, hay 297 especies de aves, e incluso 345 si se cuentan las migratorias, pero solo 140 son nativas, por lo tanto la población de las islas no podía ser tan espectacular como dice Colón. Por otro lado –agrega–, dado que es “bastante probable que ni Colón ni sus hombres fueron capa- ces de distinguir entre Guacamayos, Papagayos, Cotorras, Loros y demás grupos similares”, la única ave de estas características es la Cotorra cubana, Amazona leucocephala, un ave verdosa, de frente blanca, garganta roja, y ligeros toques azulados en sus alas. Pero Gómez Cano no se detiene ahí, como Colón ha pasado de Cuba a la Española, a la zona de la costa haitiana, sus candi- datos para representar a los Papagayos nombrados por Colón en el resumen de su Diario, es la Amazona ventralis, Cotorra muy semejante a la cubana, salvo matices y diferencias en los colores; o la Aratinga chloroptera, una especie de Perico de tamaño y colo- rido similar a la Amazona. También considera la posibilidad de que fueran miembros del género Ara, tal como consideran algu-

130 nos expertos, pero de ser así, concluye, se extinguió muy pronto. En realidad, uno no debe oponerse a los especialistas cuando exponen sus análisis y sus conclusiones. Sin embargo, yo me atreveré a estar de acuerdo con Gómez Caro en que es “bastante probable que ni Colón ni sus hombres fueron capaces de distin- guir entre Guacamayos, Papagayos, Cotorras, Loros y demás grupos similares”, pero creo, y dudo equivocarme –y en esto sí me opongo a sus disquisiciones–, que tanto Mártir como Simón Verde sabían distinguir en los Papagayos colores y tamaños, y que tanto Fernández de Oviedo como Cobo eran capaces de apreciar que todos los Papagayos que veían eran bastante diferen- te entre ellos, y que eran de muchos y muy variadas formas por su colorido y su tamaño. Una cita de Las Casas, similar a la de Cobo, proveniente de la Apologética pero referida a la isla Española, ejemplifica lo que señalo: hay “inmensidad de Papagayos verdes con algunas man- chas coloradas. Y en esta Isla son tres especies de ellos, mayores y menores y muy chiquitos. “Los mayores se llamaban por los indios Higuacas, la sílaba de en medio larga y éstos difieren de los de las otras islas en que tienen sobre el pico o la frente blanco, no verde ni colorado; los de esta especie que hay en la isla de Cuba tienen sobre el pico o la frente una mancha colorada. Estos Hi-guacas son muy parleros cuando les enseñan a hablar las palabras hu- manas. “La otra especie de los medianos son [los] que llamaban Xaxabis. Son muy más verdes y pocos tienen plumas coloradas; son muy tra- viesos e inquietos, bulli- dores, muerden y aíranse más que otros; nunca toman cosa de la habla humana por mucho que los enseñen, pero son muy chirriadores y parladores en su parlar natural. “Diez de estos Xaxabis acometen a ciento de los Higuacas y los desbaratan, y nunca en paz se juntan éstos con aquéllos. Vuelan

131 cada especie muchos juntos por sí, y por dondequiera que pasan van todos, cada especie, voceando a su manera, porque los Hi- guacas tienen el sonido más entero y grueso, los Xaxabis más del- gado y agudo, y aunque no hablan los Xaxabis palabras humanas, todavía, puestos en jaula es placer verlos porque nunca están quietos ni callando. “La tercera especie es de unos chiquitos como gorriones, ver- des todos, y no me acuerdo que tengan alguna pluma colorada. Hay pocos de ellos y casi no suenan ni hacen bullicio alguno; sólo por ser verdes y chiquitos parecen bien y son agradables”. Concluiré esta nota señalando que Alvar hace una relación de las palabras empleadas en América para referirse a los Papagayos. También, buscando siempre la referencia léxica, asienta que “Pa- pagayo es una voz aclimatada en Occidente y que los españoles llevaron a América”, que “la variedad que Colón vio en las Anti- llas es el Guacamayo o Guacamaya (Ara arauna)”, y que los mati- ces que registran los cronistas, “hace suponer que la palabra cas- tellana designaba a un ave distinta de la antillana”.

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PEZ DE ARRECIFE

n la nota del resumen del Diario correspondiente al Mar- tes y Miércoles 16 de octubre –una nueva mezcolanza en E el resumen de Las Casas de la copia del Diario de Colón–, estando ya el Almirante y sus naves en la isla Fernandina, figura al final del día una anotación referente, sin duda alguna, a los peces de los arrecifes coralinos de las islas del Caribe que extrañamente ya no se repetirá durante el resto de la navegación costera: “Aquí son los peces tan disformes de los nuestros que es maravilla. Hay algunos hechos como Gallos de los más finos colores del mundo, azules, amarillos, colorados y de todos colo- res, y otros pintados de mil maneras25; y las colores son tan finos que no hay hombre que no se maraville y no tome gran descanso a verlos; también hay ballenas”. Cualquiera viajero por el Caribe, identifica la referencia ma- ravillada de Colón como concerniente a los múltiples peces de los arrecifes que suelen rodear esas islas. Realmente es una deli- cia contemplar el deslumbrante y asombroso colorido de los peces nadando en plena libertad entre formaciones rocosas y vegetales de igual y exótica belleza, en la que todos los colores, en su variedad de tonos se encuentran re-presentados en la fauna y

25 Evidentemente, la gracia de las fotografías de los peces de los arrecifes sería publicarlas en color, ante la imposibilidad de hacerlo, he optado por elegir fotografías de peces con dibujos singulares en su cuerpo. 133

la flora visible. En la actualidad se organizan viajes en barcas con el piso de vi- drio para facilitar a los turistas la contemplación de los peces y de los arrecifes sin mojarse, e incluso expediciones para bucear con tan- ques de oxígeno a fin de ver todo lo posible de ese mundo maravillo- so que aún sobrevive a pesar de la destrucción a la que se en- cuentran sometidos por las proas y los fondos metálicos de las embarcaciones grandes, medianas y pequeñas cuando se aproxi- man a propósito o de casualidad a las playas caribeñas. Como bien dice Gómez Ca-no, la referencia a los Gallos en la anotación del resumen no es a las características propias de los Gallos de las Gallinas, sino al colorido de los peces, pues sin duda, por alguna particular mo- tivación, Colón relaciona la es- pectacular abundancia de colores que contempla, con el colorido del plumaje de algunas razas de esas aves domésticas. Y sobre estos peces, Alvar vuelve a tropezar en su lectura. Para él la referencia a los peces “hechos como Gallos de los más finos colores del mundo”, no puede referirse al Pez Gallo, pues este no tiene “nada de colori- do” y sugiere como lectura correcta atribuir la identificación a los “Gayos, ave multicolor que suele identificarse con el Arrendajo”, con lo cual se pierde por el camino de las aves cuando sin duda lo acertado es una referencia a los peces propios del Cari- be. Y como en verdad de pe- ces se trata. Alvar elige a los Escaros como los peces que maravillan a Colón; y Esca- ros, según define el diccio- nario de la Academia, es un “pez del orden de los acantopterigios, de unos cuatro centímetros de largo, con cabeza pequeña, mandíbulas muy convexas, mu-

134 chos dientes en filas concéntricas, labios prominentes, cuerpo ovalado, comprimido, cubierto de grandes escamas y de color más o menos rojo, según la estación”. Pero Alvar todavía desea dar mayor información, por lo cual agrega en su nota: “Hay autores que ven la denominación inglesa –parrotfish– como inspirada en el abigarrado colorido de los pe- ces, semejante al plumaje de los Papagayos” y nos envía, para mayor cantidad de datos y obtener bibliografía a un libro suyo: el Tomo I de Estudios canarios. González Lorenzo para explicar el entusiasmo de Colón por el cromatismo de los peces de las Lucayas, hace referencia a los pe- ces planos, cuyo prototipo es el Pez Gallo, Lepidorhombus boscii, pero lo descarta de un plumazo pues su coloración es de tonali- dades pardas poco llamativas, y concluye con un “Así pues esa exuberancia de colores solamente tiene sentido si se refiere a de- terminados pobladores de los arrecifes coralinos, ciertamente abundante en estos mares”. Conviene aquí hacer una nota marginal sobre las Ballenas vis- tas por Colón, según el resumen del Diario, mientras contempla maravillado los peces de los arrecifes de la Fernandina. Ya he tratado de las Ballenas en el lugar correspondiente a su avistamiento en el Océano, y aunque también he anotado sobre este nuevo encuentro con varias de ellas en las proximidades de una isla de las Lucayas, solo para evitar un pendiente, recurriré de nuevo a González Lorenzo para explicar que las Ballenas no son muy comunes en la fauna típica de las islas del Caribe, pero en cambio sí lo son los Tiburones, de los cuales se han registrado hasta 35 especies distintas nadando por sus aguas.

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Ante esta situación, González Lorenzo, cono- ciendo la facilidad con la que se confunden las Ballenas con los Tiburo- nes gran- des, se inclina a sugerir que Colón se equivoca en su avista- miento y que se refiere más bien a un grupo de Tiburón Ballena, los Rhincodon typus, cetorrínidos bastante co-munes en los trópicos. Y esto es posible de aceptar como una conclusión probable. Y quizá no convenga dejar fuera de esta nota la advertencia de Colón, recogida por su hijo pero no por el resumen del Diario, sobre que las naves no navegaran después de medianoche una vez alcanzadas las 700 leguas de viaje desde las Canarias. Esto lo atribuyen algunos historiadores a los avisos del piloto anónimo sobre los arrecifes y bajos que rodean las islas del Cari- be y en especial la zona de las llamadas Once Mil Vírgenes, pero Colón mantuvo esta precaución marina a lo largo de todos sus costeos durante los cuatro viajes por las islas y tierras continenta- les de las Indias. También debe recordarse que los arrecifes eran conocidos por quienes navegaron por las costas africanas, incluyendo el Archi- piélago de Cabo Verde, durante los recorridos de las carabelas y otros navíos portugueses.

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LAGARTO

estias en tierra no vi ninguna de ninguna manera, salvo Papagayos y Lagartos”, dice Colón en el resumen “B del Diario correspondiente al Martes y Miércoles 16 de Octubre. Al final de su rápida estadía en la isla Fernandina. Y agrega a continuación: “Un mozo me dijo que vio una grande culebra. Ovejas ni cabras ni otra ninguna bestia vi; aunque yo he estado aquí muy poco, que es medio día: mas si las hubiese no pudiera errar de ver alguna”. Y este Caimán y esta Culebra vistos a los cuatro o cinco días de llegar a América, serán los únicos animales de estas especies registrados en el Diario, aunque luego fue fama su abundancia. A pesar de lo afirmado comúnmente sobre el deslumbramien- to y la seducción vivida por Colón al llegar a América en su pri- mer viaje, y lo extasiados que resultan los lectores especializados al leer el resumen del Diario por las altas cualidades descriptivas, y plenas de poesía, de la fauna y la flora de las Indias, lo cierto, y lamento decirlo, lo que en verdad interesa a Colón es el oro, las perlas, la posible esclavitud de los indígenas –cobardes todos ellos, en su opinión– y la descripción de la naturaleza en cuanto a posibilidades de especies y su probable explotación comercial, aparte, claro está, de las magnificas posibilidades para establecer puertos de embarque y desembarco. Y en lo referente a los animales, a los benditos animales, pe- queños e insignificantes, no le importan mayormente y solo los menciona de pasada, pues no encuentra ni una sola bestia de cuatro patas, salvo los pequeños perros que no ladran, unas espe- cies de ratas que corren por ahí, y no se diga nada de los peces,

137 todos similares a los de Castilla y, además, si por casualidad en- cuentran caracoles, resultan menos sabrosos que los españoles, y, para colmo, las nácaras están vacías pues aún no son los meses para la crianza de las perlas. En fin, todo esto lo iremos viendo y leyendo conforme se avance en el costeo colombino por las islas caribeñas. Sé que me he adelantado y mi deber es regresar a la descrip- ción del Caimán visto por Colón en la Fernandina y menciona- do de pasada junto a los Papagayos caribeños. Desde mi posición de curioso ajeno a la especialidad, debo declarar mi incapacidad para distinguir un Lagarto de un Cai- mán y un Caimán de un Cocodrilo o un Lagarto. En resumen, he de recurrir, como siempre, a los especialistas para tratar de explicar cuál fue el Lagarto visto por Colón en la Fernandina. Alvar registra a los Lagartos de Colón como Caimanes y reali- za cuatro citas: Ramusio (“Caimán, que son ciertos Lagartos de agua”), Oviedo (“Lagartos grandes o Cocatrices, que los indios llaman Caymanes”// donde “Cocatriz es un animal fantástico con cabeza y extremidades de Gallo y cuerpo y cola de Serpiente), y a Zarate (“Lagartos, que los naturales llaman Caimanes”), citas provenientes de Friederici. No hemos avanzado gran cosa. Ahora se sabe que el Lagarto es un Caimán y el Caimán un Lagarto. Pero carecemos de cual- quier información sobre su posible tamaño. González Lorenzo asegura que en los tiempos del descubri- miento se llamaba Lagartos, y también Peces Lagarto a las “esca- sas especies de Cocodrilos o de Gaviales que se conocían” (donde “Gavial es un reptil sau-rio, de unos ocho metros de largo, pare- cido al Cocodrilo”, dice Ca-sares). De ahí, concluye, que resulte normal el llamar Lagarto al Crocodiliano visto. Por amable, González Lorenzo evita decir que Consuelo Vare- la se equivoca en llamar “Caimán” a los Lagar- tos colombinos, porque el Caimán está confi- nado en el Continente americano (con lo cual quiere decir que no han pasado a las islas cerca- nas).

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En fin, lo aceptado por González Lorenzo es la posibilidad de que Colón encontrase en las islas Lucayas (en ver- dad solo en la Fernandi- na) un Cocodrilo de gran tamaño, el Cocodrilo Americano (Crocodrylus acutus). Gómez Cano, por su parte, no duda en afir- mar que lo visto por Colón fue un animal llamativo, pero ya conocido en esos tiempos en España: un Co- codrilo; y con lo cual ahora tenemos la coincidencia de dos espe- cialistas en afirmar que el Lagarto del resumen del Diario no era un Caimán sino un Cocodrilo. Como siempre, Gómez Cano plantea sus descartes: no era de la especie del Cocodrilo cubano, el Crocodrylus rhombiferun, pues se trata de un endemismo a pesar de lo dicho por Juan Ignacio de Armas, pues ese animal nunca ha existido fuera de Cuba. Y si González Lorenzo se inclinó por el Cocodrilo Americano, el Crocodrylus acutus, también lo hace Gómez Cano, explicando que este tipo de Cocodrilo habita en las costas cenagosas del Caribe y también en las tierras continentales próximas. Y agrega una explicación útil. El Cocodrilo se llama Acutus, es decir, afilado, por su puntiagudo hocico, el cual lo diferencia de otros Cocodrilos, pero lo hace semejante al Caimán, pues este tiene como una de sus más visibles características la forma estre- cha y alargada de su boca. En fin, concluye Gómez Cano: “no hay la menor duda que el auténtico Cai-mán, el Caiman croco- drylus, Colón solo lo pudo ver en 1502 cuando recorrió Tierra Firme”. Aquí debe recordarse un principio de trabajo manejado por Gómez Cano: “a la hora de analizar los informes faunís- ticos de Colón, hay que considerar todas las posibi- lidades por absurdas y re- motas que parezcan”. Y esto lo lleva a pensar que el Lagarto visto por Colón quizá fuera en verdad un auténtico Lagarto, del numeroso y variado género

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Anolis, pero finalmente lo descarta porque todos los cronistas, dice, no solo utilizan en sus textos el mismo apelativo sino en sus detalladas descripciones identifican con claridad al Cocodrilo. En estas disquisiciones sobre Caimanes, Lagartos, Cocodri- los, Gaviales y hasta Cocatriz (no se usa en el sentido fantástico sino como sinónimo de Cocodrilo), me estoy olvidando de recu- rrir a testimonios de la época para ilustrar acerca del Lagarto visto por Colón en la isla Fernandina, aunque es probable que las referencias conciernan a otros Cocodrilos o a otros semejan- tes y no al que vio Colón. O quizá sí. Fernández de Oviedo en el Sumario de la Natural Historia de las Indias escrito para informar a Carlos I, incluye el capitulo: “Lagar- tos y Dragones”, donde ha-bla de estos animales que, en realidad, quizá también fueran Cocodrilos, Caimanes o Gaviales: “Hay muchos Lagartos y Lagartijas de la manera de los de España, y no mayo- res, pero no son ponzoño- sos: otros hay grandes, de doce y quince pies, y mu- cho más largos, y más grue- sos que una arca o caja; y algunos de los más grandes son tan gordos casi como una pipa, y la cabeza y lo demás a proporción, y el hocico lo tienen muy largo, y el labio de alto horadado en derecho de los colmillos, por los cuales agujeros salen los colmillos que tienen en la parte más baja de la boca; los cuales y los dientes tienen muy fieros; y en el agua es velocísimo, y en tierra algo pesado y torpe, a respecto de la habilidad que en el agua tiene. “Muchos de ellos andan en las costas y playas de la mar, y en- tran y salen de ella por los ríos y los esteros que entran en ella. Y son de cuatro pies, y tienen muy recias conchas, y por medio del espinazo está lleno de largo a largo de puntas o huesos altos, y son tan recios de pasar sus cueros, que ninguna espada o lanza los puede ofender si no les dan debajo de aquella piel durísima por las ijadas o la tripa, porque por allí es flaca y vencible la piel de estos Lagartos o Dragones.

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“Los cuales cuando quieren desovar, es en el tiempo más seco del año, en el mes de diciembre, que los ríos no sa-len de su cur- so, y en aquella sazón, faltando las lluvias, no les pueden llevar los huevos las crecientes. Y lo hacen de esta manera: se salen a los arenales y playas por la costa o ribera de los ríos, y hacen un hoyo en la arena, y ponen allí doscientos o tres- cientos huevos, o más, y los cubren con la dicha arena, y ad putrefactionem, con el sol se animan y toman vida, y salen de debajo del arena y se van al río que está junto, siendo no mayores que un Jeme, o poco me- nos grandes, y después crecen hasta ser tan gruesos y tamaños como atrás se dijo, y en algunas partes hay tantos de ellos, que es cosa para espantar. “Y los más continua-mente se andan en los remansos y hondo de los ríos, y cuando salen fuera de ellos por la tierra y playas, todo aquel contorno vecino huele a almizcle, y se salen a dormir muchas veces a los arenales cerca del agua, y cuando se desvían algo más y los topan los cristianos, luego huyen al agua; y no saben correr haciendo vueltas o a un costado o a otro declinando, sino dere- cho; y así, aunque vaya tras un hombre no le alcanzará si el tal hom- bre es avisado de lo que es dicho y tuerce el correr al través. Antes, muchas veces por esta causa, ha acaecido irle dando de palos y cuchilladas hasta matarlo o hacer entrar en el agua; pero lo mejor es desde lejos de ellos tirarles con ballestas y escopetas, porque con las otras armas, así como espadas o dar- dos y lanzas, poco daño le pueden hace, excepto si le aciertan a da por la barriga e ijadas, porque aquello tiene muy delgado.

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“Y cuando corren por tierra llevan la cola levantada sobre el lomo, enarcada como las plumas de la cola del gallo, y la barriga no arrastrando, sino alta de tierra un palmo, o más o menos, al res-pecto de la grandeza o altura de los brazos, y tienen manos y pies en fin de los dichos brazos y piernas. Y los tales pies y manos muy hendidos, y los dedos largos y las uñas largas. “Finalmente, que estos Lagartos son muy espanto- sos dragones en la vista: quieren algunos decir que son Cocatrices, pero no es así26, porque la Cocatriz no tiene expiradero alguno más de la boca, y estos Lagartos o Dragones sí; y la Cocatriz tiene dos mandíbulas, así alta como baja, y así menea la superior tan bien como la inferior, y estos Lagartos que digo no tienen más de la mandíbula baja. “Son en el agua muy velocísimos y muy peligrosos, porque se comen muchas veces los hombres y los perros y lo caballos y las vacas al pasar de los vados; y por esto se tienen este aviso: que cuando alguna gente pasa por algún río en que los hay, siempre se toma el vado por los raudales y donde el agua va más baja y corriente mucho, porque los dichos Lagartos siempre se apartan de los raudales y de donde está bajo el río. “Muchas veces acaece, matándolos, que les hallan en el vien- tre una y dos espuertas de guijarros pelados, que el Lagarto come por su pasatiempo y los digiere. Los matan muchas veces con anzuelos gruesos de cadena, y de otras maneras, y algunas veces hallándolos fuera del agua, con las escopetas. “Estos animales más los tengo yo por bestias marinas y de agua que no terrestres, puesto que, como es dicho, nacen en tierra, de aquellos huevos que entierran en los arenales, los cua- les son tan grandes o más que los de las Ánsares, y son tan an- chos en un cabo o punta como de la otra parte o cabo. Y si dan en el suelo con ellos, no se quiebran para salirse, pero se quiebra la cáscara primera, que es como la de los huevos de las Ánsares; y entre aquélla y la clara tiene una tela delgada que parece baldés,

26 Cocatrices es una palabra usada por Oviedo como sinónimo de Cocodri- los. Aquí niega que estos Lagartos o Dragones lo sean, pero años más tarde, en la Historia Natural y General de las Indias, reconocerá que sí lo son. 142 que no se rompe sino con alguna punta de herramienta o de palo agudo; y dando en el suelo con un huevo de estos, salta para arriba y hacen un bote, como si fuese pelota de viento. “No tienen yema, y todos son clara, y guisados en tortillas son buenos y de buen sabor. Yo he comido algunas veces de estos huevos, pero no he comido de los Lagartos, puesto que muchos cristianos los comían cuando los podían haber, en especial los pequeños, al principio que la tierra se conquistó, y decían que eran buenos. “Y cuando estos Lagartos dejaban los huevos cubiertos en el arena, y algún cristiano los hallaba, cogía aquella nidada, y los traía a la ciudad del Darién, y le daban cinco o seis castellanos, y más, según los que traía, a razón de un real de plata por cada huevo. Yo los pagué en este precio, y los comí algunas veces en el año de 1514; pero después que hubo mantenimientos y ganados, se dejaron de buscar, pero no porque si con ellos topan acaso, dejen de comerlos de buena voluntad algunos”. Por su parte, Bartolomé de las Casas, cuando recuerda en la Apologética los años vi-vidos en la Española, escribe una intere- sante evocación del Cocodrilo, la cual servirá para dar por termi- nada esta nota. “Hay infinitos Crocodilos de los que se dice haber en el Nilo, que llamamos impropiamente Lagartos, pero no son sino Croco- dilos naturales. No tienen la cabeza roma como los Lagartos, sino muy salido el hocico de la manera de los del Puerco, y más de dos o tres palmos. Tiene cuatro pies con sus uñas, y gran canti- dad de dientes muy agudos que parece poder trozar una barra de hierra; muy más fiera y cruel bestia es para comer hombres que los tiburones. “Llegan a tener diez y quince codos de lar- go, y yo los he visto muy grandes. Tienen los machos su natura para engendrar (puesto que no se si usan de aquel instrumenta para la generación) de la manera que la tienen los niños de cua- tro y cinco años, y la gordura de alrededor de ella es almizque verdadero, y lo mismo es las agallas; es tan penetrativo aquel olor, aunque muy suave, que pone hastío, quitando la gana de

143 comer. Yo tengo al presente de ello, y hace más de diez y seis años que lo tengo y huele hoy tanto como si fuera ayer cuando se sacara. “Viven de noche en el agua y de día en la tierra. Se pueden matar con anzuelo de cadena en el agua, con cebo, y cuando están en tierra durmiendo con alguna ballesta, dándoles por la barriga; pero si le dan por encima, un arcabuz no lo matará por la dureza de las conchas o cuero que tiene. Es pecoso de manchi- tas amarillas como azafranadas, y por eso se dice Crocodilo, de Croco, que quiere decir azafrán. “Uno solo se halló en esta Isla (Española), en la punta del Ti- burón, a la mar del Sur. La abundancia ellos es en Tierra Firme; muchos hay en la costa del Sur de la isla de Cuba, en un río que se llama Caulo. “Dícese que este, entre todos los animales, mueve la quijada o mejilla de arriba. Del cual muchas cosas dice Plinio, libro VIII, capítulo 25”.

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CULEBRA

n todo el primer viaje por el Caribe, solo una vez registra el resumen del Diario de Colón la existencia de Culebras E en las islas y ese fortuito caso es en la Fernandina, y no es vista por Colón sino por un mozo, es decir un grumete, un chiquillo que jugaba, me imagino, por la arena o entre los árboles. La nota corresponde al 15–16 de octubre y no puede ser más incolora: “Un mozo me dijo que vio una grande Culebra”. Sin embargo, Pedro Mártir de Anglería, al enumerar los ani- males de los que hablan Colón y los tripulantes del primer viaje a su llegada a la corte española, hace una referencia, igual de inco- lora pero con un significado más amplio del originado por lo dicho a raíz de lo visto por el grumete: “Crían las islas Serpientes, pero inofensivas”. Se puede objetar que no es lo mismo Serpiente que Culebra, pero si tenemos en cuenta que con estos dos términos identifican también a la Iguana, como hace, por ejemplo, Gómez Cano que de Culebra pasa a Serpiente, y de Serpiente a Iguana, muy bien podemos comprender que Mártir use esta palabra que es utiliza- da como cajón de sastre para meter toda clase de colúbridos, y en general a todos los ofidios, es decir a los animales que por lo gene- ral se arrastran como Culebras, son delgados como Serpientes y asustan como el diablo si se te aparecen en medio del camino. Y si el curioso lector tiene como yo la debilidad de recurrir al Diccionario de la Real Academia, se encontrará con fascinantes definiciones para el uso del hispano hablante:

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CULEBRA: Del latín Colŭbra. 1. f. Serpiente (reptil ofidio). SERPIENTE: 1. F. Reptil ofidio sin pies, de cuerpo aproxima- damente cilíndrico y muy largo respecto de su grueso, cabeza aplanada, boca grande y piel pintada simétricamente con colores diversos, escamosa, y cuya parte externa o epidermis muda por completo el animal de tiempo en tiempo. Pero Serpiente, para los curiosos, también significa: 2. F. dia- blo (príncipe de los ángeles rebelados). VÍBORA: Del latín: Vipĕra 1. f. Serpiente venenosa de me- diano tamaño, ovovivípara, de cuerpo generalmente recorrido por una faja parda ondulada, cabeza triangular y aplastada, y con dos dientes huecos en la mandíbula superior por donde se vierte, cuando muerde, el veneno. Wikipedia –siempre buena ayuda aunque se afirme no ser muy precisa en sus datos– asegura que la Culebra es miembro de la familia de las Serpientes y cuenta en sus filas con más de 1800 variedades. Y también di-ce: “vulgarmente se denomi- na Culebra a todo ofidio inofensivo para el hombre, aunque realmente sólo es apropiado para los miembros de esta fami- lia, que no es un grupo natural, y en algunos países de Sudamé- rica, se denomina Culebra a todas las especies comunes de ofidios, excluyendo a las más grandes”. Y otra precisión: “su tamaño oscila entre los 20 o 30 cm de la Eirenis lineomacula- tus del Próximo Oriente, hasta los 3 metros de la Spilotes pullatus de Centro y Sudamérica”. Teniendo ya este bagaje de definicio- nes, solo resta agregar que para González Lorenzo, no hay datos suficientes para identificar a esta gran Culebra y más si se consi- dera que aplicar “grande a cualquier ofidio es muy subjetivo”. En las Lucayas no existen Serpientes venenosas, y en las Antillas, la única Serpiente verdaderamente grande es la Najá de Santa Ma- ría, la Epicrates angulifera, de la isla de Cuba, que puede llegar a medir 6 metros. Para concluir, recurriré a Fernández de Oviedo, como es cos- tumbre, para copiar su descripción de Serpientes en el Sumario:

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“Unas Culebras delgadas, y largas de siete u ocho pies, he vis- to yo en Tierra Firme; las cuales son tan coloradas, que de noche parecen una brasa viva, y de día son casi tan coloradas como sangre. Éstas son asaz ponzoñosas, pero no tanto como las Víbo- ras. “Hay otras más delgadas y cortas y negras, y éstas salen de los ríos, y andan en ellos y por tierra cuando quieren, y son asimis- mo harto ponzoñosas. “Otras Culebras son pardas, y son poco mayores que las Víbo- ras, y son nocivas y ponzoñosas. “Hay otras Culebras pintadas y muy largas. Y yo vi una de éstas en el año de 1515 en la isla Es- pañola, cerca de la costa de la mar, al pie de la sierra que lla- man de los Pedernales, y la medí, y tenía más de veinte pies de largo, y lo más grueso de ella era mucho más que un puño cerra- do, y debiera de haber sido muerta aquel día, porque no hedía y estaba la sangre fresca, y tenía tres o cuatro cuchilladas. Estas Culebras tales son de menos ponzoña que todas las susodichas, salvo que por ser tan grandes ponen mucho temor el verlas. “Me acuerdo que estando en el Darién, en Tierra–Firme, el año de 1522, vino del campo muy espantado un Pedro de la Calleja, montañés, natural de Colindres, una legua de Laredo, hombre de crédito y hidalgo, el cual dijo que había visto en una senda dentro de un maizal solamente la cabeza con poca parte del cuello de una Culebra o Serpiente, y que no pudo ver lo de- más de ella a causa de la espesura del maíz, y que la cabeza era muy mayor que la rodilla doblada de una pierna de un hombre mediano, y allí lo juraba, y que los ojos no le habían parecido menores que los de un becerro grande; y como lo vio desde algo apartado, no osó pasar, y se tornó; lo cual el susodicho contó a muchos y a mí, y todos lo creímos por otras muchas que en aque- llas partes habían visto algunos de los que al dicho Pedro de la Calleja le escuchaban lo que es dicho. “Y en aquella sazón, pocos días después de esto, en el mismo año, mató una Culebra un criado mío, que desde la boca hasta la punta de la cola tenía de largo veinte y dos pies, y en lo más grue- so de ella era más gorda que dos puños juntos de las manos de un hombre mediano, y la cabeza más gruesa que un puño, y la

147 mayor parte del pueblo la vio; y el que la mató se llama Francisco Rao y es natural de la villa de Madrid. Las Casas, también se refiere en la Apologética a las Culebras cuando recuerda los días pasados en la Española. El sacerdote siempre es buena referencia pues también es testigo presencial de los animales que pudo ver Colón al recorrer las islas del Caribe: “En esta Isla (Española) hay grandes y muchas Culebras, todas casi pardas, las cuales ni tienen ponzoña ni hacen mal. “Arremetía un indio a ellas, y lo primero era echarle mano a la cabeza y con los dientes se la estrujaba, y la Culebra, se le re- volvía al brazo; después de muerta la hacía rosca y ataba. Este también era su manjar. “Otras Culebras hay en los remansos de los ríos, pero pocas, que son verdes, las cuales creo que son ponzoñosas, puesto que la fama es que en esta Isla ninguna cosa de ponzoña hay27. Estas ni las comían ni las curaban de matar”. Pocas páginas más adelante vuelve a mencionarlas: “Bestias ponzoñas no las hay, puesto que hay como se dijo, unas poderosas Culebras muy mansas y cobar- des que las pisa el hombre muchas veces y casi no lo sientes, porque mientras se revuelven a deshacerse de cómo están hechas rosca pasa mucho tiempo. “Y yo he visto comerlas a españoles, con hambre, a los princi- pios que comenzaron a destruir las gentes, vecinos y moradores de esta isla, y comer de la cola donde tienen las Culebras y Sier- pes la ponzoña y no recibir mal alguna”.

SIERPE o IGUANA

27 En este párrafo de Las Casas hay una aparente contradicción. Pero si se lee con atención se ve que Las Casas cree que esas culebras verdes de los ríos son ponzoñosas porque los indígenas ni las comían ni las mataban, como hacían con las otras culebras. 148

odo parece indicar que solo en dos ocasiones se encontra- ron los tripulantes de las naves colombinas con Iguanas. T En realidad no supieron cómo llamarlas: las nombraron Sierpes, Serpientes, Culebras y hasta Dragones. Era un animal que solo había en las Indias, en América. Los registros corresponden a dos días seguidos y el resumen del Diario no vuelve a ocuparse de ellas: “Domingo, 21 de octubre: Andando así en cerco de una de estas lagunas vi una Sierpe la cual matamos y traigo el cuero a Vuestras Altezas. Ella como nos vio se echó en la laguna y nos la seguimos dentro, porque no era muy honda, hasta que con lan- zas la matamos. Es de siete palmos de largo; creo que de estas semejantes hay aquí en esta laguna muchas”. “Lunes, 22 de octubre: Tomamos agua para los navíos en una laguna que aquí está cerca del cabo del Isleo, que así nombré; y en la dicha laguna Martín Alonso Pinzón, capitán de la Pinta, mató otra Sierpe tal como la otra de ayer de siete palmos”. Hernando Colón, leyendo la copia del Diario de su padre, da una versión más detallada y, claro, pasa de puntillas por la que mató Martin Alonso Pinzón: “Como aquel país era de muchas aguas y lagos, cerca de uno de estos vieron una Sierpe de siete pies de larga, que tenía el vientre de un pie de ancho; la cual, siendo perseguida por los nuestros, se echó en la laguna, pero

149 como ésta no era muy profunda, la mataron con las lanzas, no sin algún miedo y asombro, por su ferocidad y feo aspecto. “Andando el tiempo, supieron apreciarla como cosa agrada- ble, pues era el mejor alimento que tenían los indios, ya que, una vez quitada aquella espantosa piel y las escamas de que está cu- bierta, tiene la carne muy blanca, de suavísimo y grato gusto; la llamaban los indios Iguana”. Aunque vaya contra los límites autoimpuestos para este Bes- tiario, incluiré el encuentro que Colón vuelve a tener con Iguanas a fines de abril de 1494, en el puerto actual de Guantánamo, bautiza do por él como Puerto Grande: “Descendí en tierra y vi más de cuatro quintales de pez en asadores al fuego, y Conejos y dos Serpientes. “Y allí, muy acerca, vi en muchos lugares presas, al pie de los árboles, muchas Serpientes, la más asquerosa cosa que hombres vieron: todas tenían cosidas las bocas salvo algunas, que no te- nían dientes. “Eran todas de color de madera seca y el cuero de todo el cuerpo (muy arrugado), en especial aquel de la cabeza que le descendía sobre los ojos, los cuales tenían venenosos y espanta- bles. “Todas estaban cu-biertas de sus conchas muy fuertes, como un pez de escama, desde la cabeza hasta la punta de la cola; por medio del cuerpo tenían unas conchas altas y feas y agudas como puntas de dia- mantes”.

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Los indios le dijeron en su idioma –se enteró por Diego Colón, el na- tivo de Guanahaní, cap- turado y llevado a Espa- ña, que ya entendía el español–, que su cacique los había enviado a cazar esas Serpientes pues de- seaba celebrar una gran fiesta. Colón, a cambio de cascabeles “y otras cosi- tas”, se apropió del pescado, y ellos se “holgaron mucho al saber que las Serpientes se quedaban” al ser desechadas por los españo- les. Theodore de Bry dedicó dos de sus dibujos a este encuentro de Colón con las Iguanas, y las he incluido entre las imágenes de esta nota (la de esta página y la de la anterior) por la sorprenden- te curiosidad que reflejan. Pedro Mártir de Anglería, el sacerdote italiano asentado en la corte castellana, conversó con Colón al regresó de su primer viaje y después continuó conversando con él y con otros viajeros cuando volvían de las Indias. Puesto que Fernández de Oviedo criticó duramente las versiones de Mártir sobre las Iguanas, co- piaré aquí las partes principales de sus comentarios sobre ellas: “Al recorrer las costas del puerto, Colón vio no lejos de la playa dos chozas de paja y hogueras encendidas en muchos lugares; envió entonces unos cuantos hombres armados, con orden de aproximarse a aquellas moradas. “Bajaron y no hallaron a nadie, pero vieron suspendidas so- bre el fuego, en asadores de madera, cerca de cien libras de pes- cado y dos Serpientes de ocho pies. “Admirados, comenzaron a escrutar por todas partes por si divisaban a algún indígena, pero no lo consiguieron en todo lo que con la vista podía abarcarse, porque al acercarse los nuestros se habían refugiado en las montañas los dueños del pescado. “Se sentaron, disfrutaron alegremente de los peces cogidos con ajeno trabajo, dejaron las Serpientes, iguales, por lo que cuentan, excepto en el tamaño, a los Cocodrilos del Nilo, de los que dice Plinio haberse encontrado algunos de dieciocho codos,

151 mientras que los mayores de éstos no pasan de ocho pies. “Habiendo penetrado en un bosque cercano, después de sa- ciado el hambre, hallaron colgadas con cuerdas de los árboles muchas de aquellas Serpientes: de ellas tenían los hocicos atados, y de ellas arrancados los dientes”. Al igual a lo que cuenta Colón, más un añadido, quizá de su cosecha, Mártir remata esta primera historia de las Iguanas di- ciendo: “No llevaron mal que los nuestros se hubiesen comido los pescados que asaban al fuego, puesto que habían dejado las Serpientes, pues ninguna vianda estiman tanto como esta, hasta el punto que no les está permitido probarla a los plebeyos, como ocurre entre nosotros con los Faisanes y los Pavos”. La segunda historia sobre las Iguanas contada por Pedro Már- tir, está relacionada con la famosa cacica Anacaona –“una mujer educada, graciosa y discretísima”, le dijeron a Mártir– y Bartolo- mé Colón, el hermano del descubridor que había quedado como Gobernador de la isla desde mayo de 1495. La historia es pinto- resca, tiene su gracia y da más información sobre tan sorprenden- te animal. Yendo Bartolomé Colón a recoger los tributos que debía en- tregarle “el rey de la comarca occidental de Jaragua”, se “encon- tró allí con treinta y dos régulos, congregados en la Beuchio Ana- cauchoa, que le esperaban con los tributos: todos ellos, además de los impuestos de rigor, habían traído, a fin de captarse la be- nevolencia de los nuestros, grandes cantidades de las dos clases de pan de que usan, a saber: el de raíces y el de trigo, y, asimis- mo, "Hutias", es decir, Conejos isleños, y pescados que ha-bían asado, a fin de evitar que se pudriesen o corrompiesen; también traían de esas Serpientes, manjar exquisito entre ellos, a las que llaman "Iguanas", y que hemos descrito con anterioridad. “Tardíamente supieron los nuestros que estos animales se crían en la isla, y hasta entonces no se habían atrevido a probar- los, pues su fealdad no sólo les producía horror, sino náuseas. “El Adelantado, inducido por el gracejo de la hermana del ca- cique, se decidió a probar un bocado; pero así que el sabor de aquella carne comenzó a acariciar su paladar y garganta, parecía pedirla a boca llena, y no a mordisquillos ni sólo untándose los labios; todos, convertidos en glotones a ejemplo suyo, no habla- ban ya de otra cosa sino de la delicadeza de las Serpientes, afir- mando que tal manjar es más exquisito que lo son entre nosotros el Pavo, el Faisán y la Perdiz. Pero si no se las prepara de un mo-

152 do determinado pierden el sabor, como sucede con los Pavos y Faisanes cuando se les asa sin manteca en asadores. “Abriéndolas desde el gaznate hasta la ingle, lavadas y mon- dadas con esmero, y colocadas después en círculo, a modo de Serpiente que durmiese enros-cada, dentro de una olla con capa- cidad sólo para su cuerpo, la rocían con un poco de agua con pimienta de la isla, la comprimen luego y la ponen sobre un fue- go suave de cierta leña olorosa que no produce ningún humo. “Del abdomen así destilado se hace un jugo, como dicen, nectáreo, y cuentan que no hay género de viandas comparable a los huevos de las mismas Ser- pientes, que se digieren por sí solos y fácilmente. Así cocidas y frescas son delicadísimas; y con- servadas durante algunos días, sabrosísimas”. La tercera historia de Pedro Mártir es bastante posterior, de alrededor de 1524 y concierne a la región Chiribichi, bautizada Santa Fe, ya en Tierra Firme “En la región chiribichense de que hablamos existe notable variedad de cuadrúpedos y aves indígenas. Comencemos por las más útiles y más perjudiciales. “En mis primeros y subsiguientes libros hice frecuente men- ción de ciertas Serpientes con cuatro patas, de feroz aspecto, a las que unos llaman ‘Iuganas’ y otros ‘Iuanas’. Es animal comestible, y excelente bocado por cierto. Los huevos que a semejanza del Cocodrilo o de la Tortuga engendra y pone son alimento exce- lente y de buen sabor. “No pocos daños ocasionaron estos animales a los frailes do- minicos que por tiempo de siete años habitaron aquellas tierras. Habiendo, como hemos dicho, edificado un convento, cuentan que durante la noche se veían sitiados, muchas veces, cual enemigos, por amenazadora muchedumbre de Iuganas; se levan- taban de la cama no para defenderse de ellas, sino para asustarlas y ahuyentarlas de los sembrados y hortalizas, sobre todo de los melones, que a la sazón habían plantado y cultivado, y a que son dichos animales muy aficionados.

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“Los habitantes del valle buscan su alimento en la caza de Iuganas. Cuando las encuentran las matan a flechazos; muchos las capturan vivas echando una mano al cuello del animal que, a pesar de su aspecto temible y de su abrir la boca y enseñar fiera- mente los dientes, como si fuese a morder, es inofensivo, y a la manera del ganso graznante, se queda pasmada sin atreverse a embestir. “Es tanto lo que se reproducen, que no se puede acabar con ellas. De los antros y cuevas marinas donde crían, salen de noche en bandadas a buscar su alimento, y devoran también los residuos que el mar al reti- rarse deja en las playas”. Al resumir, y de paso co- mentar la copia del Diario de Colón, el padre Bartolomé de las Casas también figura en este recorrido sobre los primeros encuentros de los españoles con las Iguanas; aunque en la Histo- ria de las Indias repite lo mismo que escribió en el resumen del Diario, agrega sin embargo su opinión y su experiencia con ellas: “Esta Sierpe, verdaderamente es Sierpe y cosa espantable, casi es de manera de Cocodrilo o como un Lagarto, salvo que tiene hacia la boca y narices más ahusada que Lagarto. “Tiene un cerco desde las narices hasta lo último de la cola, de espinas grandes, que la hace más terrible; es toda pintada como Lagarto, aunque más verdes y oscuras las pinturas; no hace mal a nadie y es muy tímida y cobarde; es tan excelente cosa de comer, según todos los españoles dicen, y tan estimada, mayor- mente toda la cola, que es muy blanca cuando está desollada, que la tienen por más preciosa que pechugas de Gallina ni otro man- jar alguno; de los indios no hay duda sino que la estiman sobre todos los manjares. “Con todas sus bondades, aunque soy de los más viejos de es- tas tierras y en los tiempos pasados me vi con otros en grandes necesidades de hambre, pero nunca jamás pudieron conmigo para que de ella gustase; la llaman los indios de esta isla Española Iguana”. En la Apologética Historia, Las Casas vuelve a referirse a las Iguanas: “Había otra caza, según ellos muy preciada, y aun según muchos de nuestros españoles después que la gustaron, y ésta fue

154 la que llamaron Iguanas, propias Sierpes. “Es tan grande como un perrillo de falda, de la hechura de un Lagarto, pintada como él, pero no de color verde las pinturas o azafranadas, sino pardas que la afean más; tiene un cerro de es- pinas desde la cabeza por el lomo hasta lo postrero de la colas que la hace más horrible y espantable. “Cuando la iban a tomar los indios, hacía y hace un papo como las lagartijas, más grande o tanto como una vejiga de una gran ternera, y abre la boca y muestra los dientes como una fiera Sierpe, como lo es al perecer, pero no hace mal y fácilmente la prenden y atan y traen. “La cola de ella es blanca como pechuga de Gallina. Dicen los españoles comúnmente que no hay tan sabroso manjar, pero yo nunca la he podido comer, aun en los tiempos primeros que en esta Isla tuvimos necesidad. “La comen en viernes por pescado; criándose en la tierra y montes como los otros animales, no sé dónde lo hallaron que fuese pescado”. Concluida esta parte de comentarios relacionados con el pri- mer viaje de Colón, e incluyendo, además, unas excepciones confesadas, paso ahora a otro tipo de comentario sobre las Igua- nas. Ya he explicado en el prólogo la importancia que tiene Fer- nández de Oviedo en la historia del estudio de los animales. Como señala Raquel Álvarez Peláez, cuando publica el Sumario de la Natural Historia de las Indias en 1526 –y agrego yo, la Historia general y natural de las Indias, en 1536– su obra, en lo referente a la descripción de animales y plantas, no tenía más antecedentes que los clásicos, sobre todo Aristóteles y Plinio, aparte de los bestiarios medievales y algunas escasas obras más. Por el carácter precursor y sobre to- do por la singularidad americana de su obra, y teniendo en cuenta que la Iguana es el primer animal exclusivo del Nuevo Mundo encontrado por Colón en su viaje descubridor, se en- tenderá que continúe honrando a tan ilustre escritor, copiando casi en su integridad las dos primeras expo- siciones de este animal desde una atención y meticulosidad descriptiva

155 nada común en su siglo. En el Sumario, Oviedo se ocupa dos veces de la Iguana, la primera al referirse a lo que comen los indígenas de la Española, y la segunda al escribir unas pocas líneas sin mayores detalles, titulada: “Y.u.ana”, en su afán de que se pronuncie bien este nombre proveniente del idioma Arauco. “Comían asimismo una manera de Sierpes que en la vista son muy fieras y espantables, pero no hacen mal, ni está averiguado si son animal o pescado, porque ellas andan en el agua y en los árboles y por tierra. “Y tienen cuatro pies, y son mayores que Conejos, y tienen la cola como Lagarto, y la piel toda pintada, y de aquella manera de pellejo, aunque diverso y apartado en la pintura, y por el cerro o espinazo unas espinas levantadas, y agudos dientes y colmillos, y un papo muy largo y ancho, que le cuelga desde la barba al pe- cho, de la misma tez o suerte del otro cuero, y callada, que ni gime ni grita ni suena, y se está atada a un pie de un arca, o don- de quiera que la aten, sin hacer mal alguno ni ruido, diez, y quince, y veinte días sin comer ni beber cosa alguna, pero tam- bién les dan de comer algún poco cazabe o de otra cosa semejan- te, y lo comen28. “Y es de cuatro pies, y tienen las manos largas, y cumplidos los dedos, y uñas largas como de ave, pero flacas, y no de presa, y es muy mejor de comer que de ver; porque pocos hombres habrá que la osen comer, si la ven viva (excepto aquellos que ya en aquella tierra son usados a pasar por ese temor y otros mayores en efecto; que este no lo es sino en la apariencia). “La carne de ella es tan buena o mejor que la del Conejo, y es sana, pero no para los que han tenido el mal de la búas, porque aquellos que han sido tocados de esta enfermedad (aunque haya mucho tiempo que están sanos) les hace daño, y se quejan de este pasto los que lo han probado, según a muchos (que en sus per- sonas lo podían con verdad experimentar) lo he yo muchas veces oído”. En 1536, cuando se publica la Historia General y Natural de las Indias, la descripción de las Iguanas ya es más completa y de- muestra un conocimiento más frecuente y menos asombrado de

28 Como se leerá, este párrafo, más otras palabras e ideas de su descripción de la Iguana, haciéndoles ligeras alteraciones, lo utiliza Fernández de Oviedo en su Historia, lo cual es una muestra de cómo trabajó en la redacción que va del Sumario a la Historia. No lo he suprimido. 156 ella. “Este es un animal que así en esta isla Española como en otras muchas de este golfo y en la Tierra Firme, hay muchos de este género. En la primera impresión de esta primera parte, le puse en el libro XIII (que trata de los pescados), en el capítulo III, y ahora me pareció ponerle en este que trata de los animales terrestres, no obstante que, según la opinión de muchos, a ambos libros se puede aplicar, porque muchos hombres hay que no se saben determinar si este animal es carne o pescado, y como cosa neu- tral, la atribuyen al uno y al otro género, así de los animales de la tierra como de los del agua, porque así se aplica a un elemento como al otro, y en cada uno de ellos se ejercita y continúa su vida. “Se llama Iuana, y se escribe con estas cinco letras, y se pro- nuncia i, con poquísimo intervalo, u, y después las tres letras postreras, ana, juntas o dichas presto: así que, en el nombre todo, se hagan dos pausas de la forma que es dicho. “Digo que se tiene por animal neutral, y hay contención sobre si es carne o pescado, porque anda en los ríos y por los árboles asimismo; y por esta causa, una vez me pareció, como he dicho, que le debía poner, como le puse, en el libro XIII (en la primera impresión) con los animales de agua, y ahora me ha parecido ponerle aquí con los terrestres, pues conforme a las opiniones de muchos, en ambos géneros se compadece; y aun así usan de él en estas partes, comiendo este animal en los días que no son de carne, así como viernes y sábado, y la cuaresma, y otros días prohibidos por la Iglesia. Mas de mi opinión y parecer, yo le habría por carne. Lo cual no digo para que ninguno deje de se- guir su voluntad, y principalmente la del prelado y lo que la Igle- sia ordenare. “Este es una Serpiente o Dragón, o tal animal terrestre (o de agua), que para quien no le conoce, es de fea y espantosa vista, y extraño Lagarto, grande y de cuatro pies; mas es muy mayor que los Lagartos de Es- paña, porque la cabeza es mayor que el puño o mano cerrada de un hombre, y el pescuezo corto, y el cuerpo de más de dos pal- mos, y otros dos en redondo, y

157 la cola de tres y cuatro palmos larga. “Estas medidas se han de entender en los mayores animales de éstos, y muchos de ellos tienen las colas cortas, no sé yo si es por habérselas cortado y mordido unos a otros, o si por caso las mudan; porque Plinio dice que las colas de las Lucertolas, id est Lagartijas o Lagartos, les nacen cuando se las cortan, y lo mismo a las Sierpes o Culebras. “De la grandeza o tamaño (de estos animales) que he dicho, para abajo, se hayan tan pequeños como chiquitas Lagartijas. Tienen por medio del espinazo, levantado, un cerro encrestado a manera de sierra o espinas, y parece en sí sola muy fiera. Tiene agudos dientes, y un papo largo y ancho que le va y cuelga desde la barba al pecho, como al buey. “Y es tan callado animal, que ni grita, ni gime, ni suena, y está atado a donde quiera que lo pongan, sin hacer mal alguno ni ruido, diez o veinte días y más, sin comer ni beber cosa alguna. Mas si se lo dan, también come un poco de cazabi o hierba, o cosa semejante, según dicen algunos. “Pero yo he tenido algunos de estos animales atados en mi ca- sa algunas veces, y nunca los vi comer, y los he hecho aguardar y velar, y en fin, no he sabido ni podido entender qué comían, estando en casa, y todo lo que les dan para que coman, se está entero. En el campo no sé cómo se alimentan. “Los brazos, y pies, y manos, y piernas, y las uñas, todo esto es como de Lagarto, y largas las uñas, pero flacas y no de presa. Es en tanta manera de terrible aspecto, que ningún hombre se aven- turaría a esperar este animal, si no fuese de grande ánimo, y a comer de él ninguno, si no fuese de mal seso o bestial (digo no conociendo su ser y mansedumbre y buen gusto). “Cuando estos animales son grandes, parecen, en lo que aho- ra diré, a los bueyes de Inglaterra, que estando vivos, tienen los cuadriles salidos y parecen muy flacos, y desollados, están gordos; así, la Iuana, que estando viva, parece flaca, y después de muerta y desollada, está gordísima y con mucha manteca, y después que la cuartean o parten, cada pedazo de este animal bulle o está palpitando cuatro o cinco horas y más, y aun echada a cocer, hasta que la olla comienza a hervir, o si la asan, hasta que en el asador se comienza a asar. Y de este indicio forman su opinión los que quieren esforzarse a porfiar que es pescado, porque las Hicotecas, que es cierta manera de Galápagos, y las Tortugas hacen lo mismo.

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“Estos animales, cuando son pequeños, pasan por encima del agua los ríos y los arroyos, y se dan tan grandísima prisa a menear los brazos y piernas, que el agua no tiene tiempo para impedirlos o hacer calar abajo; y esto les tura y hacen siendo pequeños, co- mo Lagartijas pequeñas y delgadas; y desde que van creciendo, pasan los ríos a pie tierra, por debajo del agua, porque no saben nadar y son pesados. “Crían en la tierra y cerca de las riberas y arroyos, y son tan continuos al agua, que, como tengo dicho, hacen dudar a los hombres si los tendrán por carne o pescados. “Este animal, tal cual he dicho, y tan feo y espantable, es muy buen manjar, y mejor que los Conejos de España muy bue- nos jarameños; y digo de la ribera de Jarama, porque pien- so yo que son de los mejores del mundo todo. “Como los cristianos se mostraron a comer estos ani- males, eran entre ellos muy estimados, y al presente lo son, y no los desechan ni dejan de dar dineros por ellos. Sólo un daño les atribuyen (que yo ni contradigo ni apruebo), del cual he oído que algunos se quejan, y es que dicen que los que han sido tocados del mal de las bubas, cuando comen de este animal Iuana, les torna a tentar aquella dolencia, aunque haya algún tiempo que estén sanos. “Yo he comido estos animales en la Tierra Firme algunas ve- ces, y muchas más en esta ciudad, y aún me los traen por la mar desde la isla de la Mona, donde hay muchos, que es cincuenta leguas de aquí, y es muy buen manjar. “Y como experimentado, quiero avisar a quien esto leyere en estas partes (si indios faltaren, como faltan), de la manera y arte que han de tener para guisar los huevos de la Iuana, porque ha- llarán por verdad que queriendo hacer una tortilla de los huevos o freírlos como los que dicen estrellados, no se podrá hacer con aceite ni manteca, porque nunca se cuajarán; mas echando agua en lugar de aceite, se cuajan y guisan. Esto es cosa probada y cierta, y otro indicio para porfiar a sabiendas los que menos en- tienden, que éste es pescado, y tan amigo del agua, que se con- forma más con ella que con los materiales de la tierra. Pero esto es falso, o no decir nada, pues que todos los pescados, o los más

159 de ellos, se guisan y fríen con aceite. “Acaece poner una Iuana cuarenta y cincuenta huevos y más, y son buenos y de buen sabor, y tienen yemas y claras, como los de las gallinas, y la cáscara es delgada, y los mayores de ellos son como nueces, y menores, y redondos…”29 “Esta que aquí yo dibujé, como supe hacerlo o deseé imitar su figura, quiere alguna cosa parecer a este animal, y esta forma tiene. Y con todo su mal parecer, digo que es muy buena vianda cocida o asada, y la han de cocer y guisar de la misma manera que una Gallina; y con sus especias y un pedazo de to-cino y una berza, no hay más que pedir en este caso para los que conocen este manjar. “Y fiambre es muy singular y sano, y de este parecer se halla- rán muchos hombres entre los españoles que por estas partes andan. Cuando están gordos estos animales, les sacan mucha gordura o grasa de las interiores, y lo guardan porque es muy bueno para hinchazones de postemas; y derritiéndolo en una sartén sobre el fuego, y echándolo en una escudilla a enfriar, y frío lo guardan en una redomica de vidrio, siempre se está líqui- do, que no se espesa ni cuaja, y es muy bueno para lo que es dicho. “El hígado de estos animales, cocido, es bueno y de buen manjar, y es negro y espeso y sano y de buena digestión; y cuando se echa por la cámara digerido, es tan negro como fina tinta, y para poner en cuidado al que no lo sabe. Mas, en fin, no trae ni causa algún inconveniente. “Teniendo escrito lo que es dicho, me trajeron dos animales de éstos, de los mayores, y del uno comimos en mi casa, y el otro hice guardar, atado, para enviarlo a Venecia al magní- fico Micer Joan Baptista, secretario de la Señoría, y estuvo en el patio de esta fortaleza de Santo Domingo atado a un poste más de cuarenta días, que nunca comió de cosa de cuantas se le dieron; y me dijeron que

29 Elimino la discusión con Pedro Mártir de Anglería sobre si la Iguana es o no un Cocodrilo, por ser un tema ya superado: la Iguana no es un Cocodrilo. 160 no comían estos animales sino tierra, y yo hice que para su mata- lotaje le metiesen un quintal de ella en un barril, porque en la mar no le faltase. Y espero, en tanto que estoy corrigiendo estos tratados, que vengan naos para saber si llegó vivo a España, y con qué mantenimiento. Pero llegado en España el año de mil y qui- nientos y cuarenta y seis, supe, del que traja aquel animal, que se le murió en la mar”. A pesar de la inmensidad de esta nota, no debo renunciar a sintetizar la opinión de los especialistas contemporáneos sobre la Iguana al tratar el resumen del Diario de Colón o al referirse a ella de forma genérica. Alvar, modestamente, nos remite al análisis lingüístico que hace de la Iguana en su estudio sobre Juan Castellanos, y cita la descripción de Las Casas y su rechazo a comerla hasta cuando pasó hambre en las Indias. Abelardo González Lorenzo brilla por su ausencia en el co- mentario de la Iguana, y es remplazado por una repetición tex- tual de Manuel Alvar sobre las Iguanas, la larga cita de Las Casas, y un remite a un artículo de Alvar, concluyendo con un extraño comentario: “Queda fuera del mundo que conoció el Almirante el estudio Mitología americana de Samuel Feijoo (La Habana, 1983)”, todo esto firmado por un M.A., sin duda referente tam- bién a Manuel Alvar. Un tal L.J.R.G. (Luis Javier Ramos Gonzá- lez) hace la observación de que aunque Colón no nos ha dicho que los desembarcados estaban armados, el instrumento para matar a la Iguana demuestra lo contrario. Mi imprescindible Gómez Cano, como ya señalé, convierte la primera Culebra, la del 15–16 de octubre, en Serpiente, y de inmediato en Iguana. Señala un dato a tener en cuenta: Gua- nahaní deriva de la palabra Iguana (quiere decir Tierra de Igua- nas). Y también algo que motiva mi sorpresa de que solo se men- cionen Iguanas, llamándolas Sierpes, en solo dos ocasiones: “en aquellos años debían ser muy abundantes en todas las islas del Caribe”. Otro comentario acertado de Gómez Cano es que aunque la llamen Culebra, Serpiente y Sierpe, nunca la llaman Lagarto, cuando, es verdad, una Iguana es más parecida a un Lagarto que a una Serpiente (de acuerdo a Covarrubias (1611), Culebra, Ser- piente, Sierpe, Dragón, son sinónimos porque se van arrastrando por la tierra, y no se queda atrás el Lagarto, que también es una Serpiente que se va arrastrando por la tierra con sus cuatro pies a

161 manera de brazos de hombre). Gómez Cano también dice que la especie divisada debió ser típica de las Bahamas y de las Grandes Antillas, la Cyclura nuvila, conocida antes como Cyclura macleayi. Pero por su parte, sobre esta denominación, que igual resulta la misma, Enrique Álvarez López dice: “en América Central, hasta Panamá, vive la Iguana verde, la Iguana rinolophus Wiegm. Y también la Iguana turbeculata Laür, que llega hasta el Brasil y las Antillas, y a la que se refiere especialmente Oviedo”.

162

NÁCARA=OSTRA=PERLA

res veces figura en el resumen del Diario de Cristóbal Colón la mención de la posibilidad de hallar Perlas mien- tras recorre el Caribe. La primera es del 28 de octubre T cuando se anota: “Decían los indios que en aquella isla había minas de oro y Perlas, y vio el Almirante lugar apto para ellas y Almejas, que es señal de ellas”. Y al día siguiente, 29 de octubre, cuando está en Río de los Mares, se agranda la esperanza: “Toda aquella mar dice que le parece que debe ser siempre mansa como el río de Sevilla y el agua aparejada para criar Perlas”. Medio mes y algunos pocos días más tarde, el viernes 16 de noviembre, vuelve a referirse a las Perlas mientras recorre las costas del Puerto del Príncipe: “e hizo entrar la gente allí y buscar si había Nácaras, que son las Hostias30 donde se crían las Perlas, y hallaron muchas, pero no Perlas, y lo atribuyó a que no debía de ser el tiempo de ellas; que creía él que era por mayo y junio”.

30 Alvar dice que Hostias se cambió a Ostras para evitar chistes irreverentes. 163

Es obvio que Colón, como yo, no sabía nada de Perlas, y supone que como las verduras, hay fechas para la siembra y cosecha de ellas. Sin embar- go, durante todo su viaje, cuando se pregunta por la existencia de oro a los indígenas, también se adjunta a la muestra del metal, unas Perlas. Sobre este aspecto no cabe tener dudas. El 4 de noviembre: “Les mos- tró oro y Perlas, y respondieron cier- tos viejos que en un lugar que llama- ron Bohío había infinito y que lo traían al cuello y a las orejas y a los brazos y a las piernas, y tam- bién Perlas”. Para quitarme pesares, encabezo la nota con el retrato pintado por Tiziano de la reina Isabel de Portugal, esposa de Carlos V, quien luce un impresionante collar de Perlas perfectas, de las que no tenemos razón alguna para descartar su origen en la costa perlífera descubierta por Colón en las cercanías de Tierra Firme; algunos especialistas no dudan en afirmar que la Perla grande, la colgante en medio del pecho de la reina, es la famosa Peregrina, la codiciada Perla vendida en 4 mil ducados a la reina por Isabel de Bobadilla, la esposa de Pedrarias Dávila, cuando viajó a la corte para arreglar asuntos de su esposo relacionados con la go- bernación de Panamá. Y en este orden de anécdotas de Perlas, no dejaré de lado lo que nos cuenta Fernández de Oviedo sobre una de las Perlas que tuvo en su poder: “De aquella isla también es una Perla redondí- sima que yo traje de aquella mar, tamaña como un bodoque pequeño, y pesa veinte y seis quilates; y en la ciudad de Panamá, en la mar del Sur, di por esta Perla seiscientos cincuenta pesos de buen oro, y la tuve tres años en mi poder. “Y después que estoy en España, la vendí al conde Nansao, marqués del Cenete, gran camarlengo de vuestra majestad; el cual la dio a la marquesa del Cenete, doña Mencia de Mendoza, su mujer; la cual Perla creo yo que es una de las mayores, o la mayor de todas las que en estas partes se han visto, redonda; porque ha de saber vuestra majestad que en aquella costa del Sur antes se hallarán cien Perlas grandes de talle de pera que una redonda grande”.

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Como ya se ha leído, en este primer viaje, Colón no encontró Perlas por navegar por costas que no las producían, pero en su segundo viaje o, quizá solo en el tercero, descubriría un banco per- lífero que causaría su desgracia en la estima de los Reyes Católicos, pues se le acusó de haber callado el hallazgo, guardándose una gran cantidad de Perlas. Los cuentos sobre el robo de Perlas, de marineros vendiendo decenas de Perlas por Sevilla o por donde anduvieran, y de capi- tanes encarcelados por contrabandearlas, concluye con el resu- men de esta historia tal como la cuenta el Padre José de Acosta muchos años después: “Ya que tratamos la principal riqueza que se trae de Indias, no es justo olvidar las Perlas que los antiguos llamaban Margaritas, cuya estima en los primeros fue tanta, que eran tenidas por cosa que sólo a personas reales pertenecían. Hoy día es tanta la copia de ellas, que hasta las negras traen sartas de Perlas. “Se crían en los Ostiones o Conchas del mar, entre la misma carne, y a mí me ha acaecido, comiendo algún Ostión, hallar la Perla en medio. Las Conchas tienen por de dentro unas colores del cielo muy vivas, y en algunas partes hacen cucharas de ellas, que llaman de nácar. “Son las Perlas de diferentísimos modos en el tamaño, figura, color y lisura, y así su precio es muy diferente. Unas llaman Ave- marías, por ser como cuentos pequeños de rosario; otras Paternos- tres, por ser gruesas. Raras veces se hallan dos que en todo con- vengan en tamaño, en forma o color. Por eso los romanos –según escribe Plinio– las llamaron Uniones. “Cuando se aciertan a topar dos que en todo convengan, sube en mucho de precio, especialmente para zarcillos; algunos pares he visto que los estimaban en millares de ducados, aunque no llegasen al valor de las dos Perlas de Cleopatra, que cuenta Plinio haber valido cada una cien mil ducados, con que ganó aquella reina loca la apuesta que hizo con Marco Antonio, de gastar en una cena más de cien mil ducados, porque, acabadas las viandas, echó en vinagre fuerte una de aquellas Perlas, y, deshecha así, se

165 la tragó; la otra dice que, parti- da en dos, fue puesta en el Panteón de Roma, en los zarci- llos de la estatua de Venus. Y del otro Clodio, hijo del farsan- te o trágico Esopo, cuenta que, en un banquete, dio a cada uno de los convidados una Perla rica deshecha en vinagre, entre los otros platos, para hacer la fiesta mag-nífica. “Fueron locuras de aquellos tiempos éstas, y las de los nues- tros no son muy menores, pues hemos visto no sólo los sombre- ros y trenas, más los botines y chapines de mujeres de por ahí cuajados todos de labores de Perlas. “Se sacan las Perlas en diver- sas partes de Indias, donde con más abundancia es en el mar del Sur, cerca de Panamá, donde están las islas que por esta causa llaman de las Perlas. Pero en más cantidad y mejores se sacan en el mar del Norte, cerca, del río que llaman de la Hacha. “Allí supe cómo se hacía esta granjería, que es con harta costa y trabajo de los pobres buzos, los cuales bajan seis y nueve, y aun doce brazas en hondo a buscar los Ostiones, que de ordinario están asidos a las peñas y escollos de la mar. De allí los arrancan y se cargan de ellos, y se suben, y los echan en las canoas, donde los abren y sacan aquel tesoro que tienen dentro. El frío del agua allá dentro del mar es grande, y mucho mayor el trabajo de tener el aliento estando un cuarto de hora a veces, y aun media, en hacer su pesca. Para que puedan tener el aliento, les hacen a los pobres buzos que coman poco, y manjar muy seco, y que sean continentes. De manera que también la codicia tiene sus absti- nentes y continentes, aunque sea a su pesar. “Se labran de diversas maneras las Perlas, y las horadan para sartas. Hay ya gran demasía donde quiera. El año de ochenta y siete vi en la memoria de lo que venía de Indias para el Rey, die- ciocho marcos de Perlas y otros tres cajones de ellas, y para parti- culares, mil y doscientos y sesenta y cuatro marcos de Perlas, y

166 sin esto otras siete talegas por pesar, que en otro tiempo se tuvie- ra por fabuloso”. Mucho se puede contar sobre las Perlas de América y la rápi- da falsificación que se hizo de ellas. Se afirma que es posible es- cribir libros rebosantes de historias sobre la pesca de Perlas, las disputas por Perlas, las corrupciones por Perlas, los desvaríos amorosos por Perlas y las locuras que se han hecho para conse- guirlas. Lo cierto es que durante el primer viaje de Cristóbal Colón por el Caribe, no se hallaron Perlas ni en las islas pequeñas, ni en Cuba ni en La Española. El hallazgo correspondió a un siguiente viaje, pero se afirma que quienes realmente disfrutaron de la riqueza del encuentro de los bancos perlíferos, fueron los Guerra y los Niño, capitanes de los llamados “viajes menores”, y también los marinos y mercaderes que continuaron navegando por las costas de Tierra Firme y de sus islas, y, en especial, por los que se instalaron en la fabulosa y luego extenuada isla de Margarita. Concluiré con la nota de González Lorenzo quien dice que la mayor parte de las Perlas proceden de Madreperlas del género Pectinata, pero igual pueden ser producidas por otros bivalvos. “Y entre ellos algunas especies de pinas, de ostras comestibles, de mejillones y de Almejas; especialmente si se trata de grandes Almejas de agua dulce, pertenecientes a los géneros Margaritífera, Unio y Dipsas”. Luego hace referencia a las Perlas cultivadas por los chinos y concluye señalando la relación entre Almejas y Os- tras.

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Ilustración que acompañó a la edición de la Carta de Colón sobre el descubri- miento, publicada en Basilea en 1493. El dibujante quiso representar las islas visitadas del Caribe e incluso a la nave Santa María con Colón a bordo.

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PERRO MUDO

e acuerdo a lo narrado en el resumen del Diario, el 17 de octubre, Colón recorre la isla Fernandina y entra a D una pequeña aldea: “Y ahí había Perros Mastines y Branchetes”. Esto es un error de apreciación, pues los Mastines son unos enormes Perros europeos traídos en el tercer viaje para cazar y matar indios y negros (de ambos sexos y varias edades), y los Branchetes, son un tipo de perrito faldero originario de Francia. Obviamente ese tipo de Perros no existía en las Indias, y la gran mayoría de historiadores han afilado sus lápices y apretado las teclas para señalar este terrible error de Colón. El primero en explicar el equívoco y disculparlo fue quien re- sumió la copia del famoso Diario, Las Casas, que se apresuró a escribir en su Historia de las Indias al llegar a este pasaje: “Había Perros (dice el Almirante), Mastines y Blanchetes, pero porque lo supo por relación de los marineros que fueron por agua, por eso los llamó Mastines; si los viera no les llamara, sino que parecían como podencos; estos y los chicos nunca ladran, sino que tienen un gruñido como entre el gaznate; finalmente, son como los

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Perros de España; solamente difieren en que no ladran”. Y de este embrollo colombino debemos deducir dos conside- raciones a partir de la nota de Las Casas. Primero que no eran ni Mastines ni Blanchetes o Branchetes, sino los tan famosos y mentados Perros Mudos. Y segundo, que el animal que describe Colón era como Podenco (es decir “como Perros”, según define el Diccionario de la Real Academia), y también como Branche- tes, es decir como Perros pequeños, lo cual nos habla de un ani- mal pequeño, semejante al Perro pero sin ser plenamente un Perro, aunque todo indica, de acuerdo a testimonios posteriores, que se trataba de un tipo de Perro caracterizado por no ladrar, y que era grueso, de cola y orejas levantadas (incluso sin pelo y la piel arrugada), tal como suelen describirlo los antropólogos. Siguiendo con su andadura, ya en territorio cubano, el resu- men del Diario de Colón vuelve a nombrar a estos desconcertan- tes Perros Mudos cuando visita chozas de pescadores el 28 y el 29 de octubre. “Domingo, 28 de octubre: y llegó a dos casas que creyó ser de pescadores y que con temor se huyeron, en una de las cuales halló un Perro que nunca ladró”. “Lunes, 29 de octubre: Había Perros que jamás la-draron.” Y el 6 de noviembre, en el resumen del Diario figura la última anotación sobre los Perros Mudos: “Bestias de cuatro pies no vieron, salvo Perros que no ladraban”. Sobre estos singulares animales se han elaborado varias hipótesis a partir de la disyuntiva de si en realidad eran Perros o pertenecían a otra especie. Pero antes de referir algo sobre ellas, recurriré como siempre a Fernández de Oviedo, quien también quedó intrigado por los Perros Mudos, al igual que todos los españoles que lograron verlos. “Perros gozques domésticos se hallaron en esta isla Española (y en todas las otras islas que están en este Golfo pobladas de cristianos), los cuales criaban los indios en sus casas. Al presente no los hay. Y cuando los hubo, los indios tomaban con ellos los otros animales todos de quien se ha hablado en los capítulos anteriores.

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“Y eran estos Perros de todas aquellos colores que hay Perros en España: algunos de un solo color, y otros manchados de blan- co y prieto o bermejo o barcino, o de las colores y pelo que sue- len tener en Castilla. Algunos bedijudos, otros sedeños, otros rasos. Pero los más de éstos, acá son entre sedeño y raso, y el pelo de todos ellos más áspero que le tienen los nuestros, y las orejas avivadas y a la alerta, como la tienen los lobos. “Eran todos estos Perros, aquí en esta y las otras islas, Mudos, y aunque los apaleasen ni los matasen, no sabían ladrar; algunos gañen o gimen bajo cuan-do les hacen mal. “Los españoles que vinieron con el Almirante primero, en el segundo viaje que hizo a esta isla, se comieron todos estos Perros, porque morían de hambre y no tenían qué comer; pero manjar es para no desechar los que le tienen en costumbre. “En la Tierra Firme, en mu- chas partes de ella, y en la Nue- va España, los hay en gran can- tidad; y donde yo los he visto es en la provincia de Santa Marta, algunos, y después vi muchos en la go-bernación de Nicara- gua, y he comido de algunos de ellos y es muy buen manjar. “Y a la verdad, de aquel que yo comí, fueron dos o tres bo- cados, y no pensando que era Perro. Y llegué donde ciertos amigos comían de uno muy gordo y muy bien asado y untado o lardado y con ajos, y no me supo mal. Antes, al ver aquellos compañeros que yo con buen gusto y alien- to entraba en ello, uno de ellos dijo: ‘¡0Señor, no será malo que nos llevemos de aquí algunos Perros de éstos, pues que tan bien os saben’. “En la verdad, a mí me pesó de haberlo comido, y no comí más, ni dejara de comer hasta que se acabara; pero, pues mas no pudo ser de haberlo comido, como quien lo ha probado, digo que me supo bien y que quisiera que me avisaran más tarde. El caso es que todos los españoles que lo han probado, loan este manjar y dicen que les parece no menos bien que cabritos. “En aquella provincia de Nicaragua hablan la misma lengua que en la Nueva España, y al Perro llaman Xulo, y de estos Xulos crían muchos: y cuando alguna fiesta principal se hace entre

171 indios, comen estos Perros por el más precioso y mejor manjar de todos, y ninguno come la cabeza si no es Calachuni o Teite, Íci est rey o persona la más principal del convite; la cual traen guisada sin quitar de ella ni desechar sino solamente los pelos, porque el cuero y los huesos y todo lo demás está hecho de manera, en un cierto potaje, que parece mazamorra, o de poleadas, o un almi- dón. Y si el cacique o aquel señor no la quieren, después que él ha comido alguna cosa de la cabeza (así guisada), él la da de su mano al que quiere más honrar de los convidados. “Cuanto al no ladrar estos Perros, siendo cosa tan natural a los gozques y Perros de todo género, es gran novedad, habiendo respecto a los de Europa y de las más partes del mundo. Mas estas diversidades y otras hace Natura en diversos animales y climas; y como dijo un poe-ta moderno que yo conocí en Italia (e muy estimado en aquella sazón), llamado Serafín del Águila, en un soneto o versos suyos, hablando de las cosas naturales y dife- rentes efectos: Per tropo variar, natura e bella. (Por tal variar es hermosa la Natura). “Así que, en diversas regiones, diferenciadas y extrañas cosas se hallan y se producen en un género mismo de animales. Y con- forme al silencio de estos Perros, yo hallo escrito por Plinio que en Cirene son mudas las ranas, y que llevadas de aquella tierra a otras partes, cantan; y en la isla de Serifo, dice el mismo autor, que las cigarras son mudas, y sacadas de allí y puestas en otras pro- vincias, cantan. “Acordándome yo haber leído es- to, quise probar si estos Perros Mu- dos, sacados de su tierra, ladrarían en otra; y así llevé desde la provincia de Nicaragua hasta la ciudad de Panamá, que es bien 300 leguas la una provincia de la otra, un perrillo de éstos, y allí también estuvo mudo; y cuando me partí para España, me lo hurtaron, el cual yo había criado y era muy doméstico. “Y que en Panamá fuese mudo no es de maravillar, porque todo es una costa y tierra firme, y como he dicho, en aquellas partes todas y en estas islas los Perros naturales de ellas son así, mudos”. Párrafos antes anoté que se han tejido diversas teorías sobre el origen del Perro Mudo. ¿Era un Perro de la misma especie que el

172 europeo, el Canis familiaris, domesticado hace cerca de 14 mil años, pero de origen americano? Se le ha creído también resulta- do de extraños cruces de zorros, pumas, leones americanos, ja- guares o chacales, en fin, de algún felino que generó o degeneró en el Perro Mudo, adoptado y utilizado por los indígenas como animal de compañía, de caza menor, de alimento y hasta de en- carnación divina. De acuerdo a los estudios más recientes, de los que he ido es- pigando noticias, en toda América había Perros antes de la llegada de Colón. La cerámica estilizada de las diversas culturas primitivas testimonia la figura de Perros. Según Gon-zález Lorenzo entre las dos- cientas razas distintas que se conocen del Canis familiaris, una veintena son origina- rias de América, de las cuales solo viven dos: el Perro esquimal y el Pelón mexi- cano (Xoloitzcuintli). Pero a esta pareja se suele agregar el Alaskan Malamute, el Perro Inuit, el Perro de Groenlandia, el Chihuahua, el Perro sin pelo del Perú y el Perro de Carolina, citando solo a los más repre- sentativos, aunque también es verdad que se duda de su oriundez y se les presume mestizos. En general, suele conside- rarse que los Perros de Amé- rica llegaron con los primeros pobladores asiáticos y se dis- tribuyeron por todo el conti- nente originando con el tiempo cambios genéticos motivados por el clima, la alimentación, los cruces, el trato, la actividad, el aislamiento. Posteriormente, con la llegada de los españoles y sus Perros, las razas autóctonas fueron desaparecien- do o perdiendo sus rasgos al cruzarse con los Perros europeos, y en la actualidad ya son muy pocas las razas nativas supervivientes, pero no solo son las dos que registra González Lorenzo, sino, co- mo ya se dijo, quizá hasta una decena más, contando los Perros nativos, aclimatados o mestizos del Norte del Continente. Aunque se están realizando estudios sobre los Perros hallados

173 en las tumbas de la zona andina y de las culturas costeñas del Perú (ya sean sus esqueletos, momias o sus representaciones en cerámicas o estatuillas), el Perro antillano y el mexicano son los que más atención han merecido y son los que interesan ahora para aproximarnos a identificar a los que pudo ver Colón, los cuales, sin duda alguna, corresponden también a los que describe en pocas líneas Las Casas en la Apologética: “Tenían unos Perri- llos chiquitos, como los que decimos de falda, mudos, que no ladraban sino gruñían, y éstos no servían sino para comerlos”. La conclusión evidente de acuerdo a lo que cuentan los cro- nistas y a la hambruna que se vivió, es que el Perro visto por Colón dejó muy pronto de existir. Aunque suene más trágico que gracioso, la verdad es que a la mayoría de los Perritos Mudos se los comieron los españoles cuando pasaban hambre y veían que era un plato muy apreciado por los nativos. Quedaron unos pocos sobrevivientes en la zona centroamericana, pero también fueron extinguiéndose y en la actualidad hallar alguno de ellos resulta todo un acontecimiento periodístico. Miguel Rodríguez, el arqueólogo caribeño que ha dedicado especial tiempo al estudio de los Perros autóctonos de las islas, asegura que el Perro Mudo “era un cazador, ayudaba a cazar ju- tías, rastreaba la presa, era guardia de las aldeas y tenía un simbo- lismo mágico, lo representaban en figuras religiosas, así como pictografías y vasijas”. Los tainos lo llamaban Aón o Alco, y calcu- la que su presencia en las islas se puede datar en 1800 años antes de la llegada de los españoles.

GRILLO

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urante dos noches, una en Cuba y otra en la Española, registra el resumen del Diario el escuchar cantos de Gri- D llos. La primera vez se registra el 29 de octubre: “Aves y pajaritos y el cantar de los Grillos en toda la noche con que se holgaban todos”. La segunda, en la Española, el 13 de diciembre: “Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente; los Grillos y Ranas se oían muchas”. Gómez Cano es contundente sobre ellos: “en cuanto a los Grillos poco más se puede decir salvo que serían representantes del género Gryllus”. Pero para la del 13 de diciembre ya tiene, como es su costumbre, varias sugerencias: “No es posible deter- minar cuál es el Grillo que menciona (Colón), fuera el Grillo co- mún del árbol, Orocharis vaginalis, un endemismo de las Antillas o el Grillo melancólico Amphiusta caraibea, propio igualmente de las islas antillanas y muy ruidoso cuando entra en las casas en busca de migajas o restos de comidas”. Para mi sorpresa, González Lorenzo, después de anotar que los Grillidos cuentan con más de 700 especies en todo el mundo, considera posible que lo escuchado por Colón no fuera el canto de Grillos “sino el croar de unas pequeñas Ranas arbóreas, típi- cas de las Antillas, donde son llamadas Coquíes, pertenecientes a la especie Hy-lodes martinicensis, de la familia Leptodac-tilidos”. Bueno, Grillos hemos visto todos y también los hemos oído cantar. Son animales especialmente nocturnos, que deben medir

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5 centímetros, más o menos, y la mayoría que yo he visto son de color tierra, aunque excepcionalmente también he visto de color verde. Su canto es producto del frotamiento de sus alas. Gómez Cano cita una historia de Alvar Núñez Cabeza de Va- ca sobre un Grillo. La historia, que también recordé con gusto, figura al comienzo de sus Comentarios, cuando están ya aproxi- mándose a las costas brasileras. Por su gracia y singularidad la re- petiré como colofón de esta nota: “Al cuarto día (de buscar tie- rra), una hora antes que amaneciese, acaeció una cosa admirable, y porque no es fuera de propósito, la pondré aquí. “Y es que yendo con los navíos a dar en tierra, en unas peñas muy altas, sin que lo viese ni sintiese ninguna persona de los que venían en los navíos, comenzó a cantar un Grillo, el cual metió en la nao en Cádiz un soldado que venía malo, con deseo de oír la música del Grillo, y había dos meses y medio que navegábamos y no lo habíamos oído ni sentido, de lo cual el que lo metió ve- nía muy enojado. “Y como aquella mañana sintió la tierra, comenzó a cantar, y a la música de él recordó toda la gente de la nao y vieron las pe- ñas, que estaban un tiro de ballesta de la nao. “Y comenzaron a dar voces para que echasen anclas, porque íbamos al través a dar en las peñas; y así las echaron, y fueron causa que no nos perdiésemos; que es cierto, si el Grillo no can- tara, nos ahogáramos cuatrocientos hombres y treinta caballos. “Y entre todos se tuvo por milagro que Dios hizo por noso- tros; y de ahí en adelante, yendo navegando por más de cien leguas por el largo de la costa, siempre todas las noches el Grillo nos daba su música; y así, con ella llegó el armada a un puerto que se llamaba La Cananea, que está pasado el cabo Frío, que estará a 24 grados de altura”. CARACOL GRANDE

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n tres oportunidades el resumen del Diario de Colón se refiere a los Caracoles. La primera vez que los vio también E se comieron . Fue el 29 de octubre: “Halló Caracoles gran- des, sin sabor, no como los de España”. Casi medio mes después, volvieron a mencionarse los caracoles: “Viernes 16 de noviembre. Volviéndose a la nao halló los indios que consigo traía que pescaban caracoles muy grandes que en aquellas mares hay”. Con esta información obtenemos cuatro datos interesantes y uno esencial: son grandes, se comen, no tienen sabor como el caracol de España, los indígenas los pescan y –esto es lo impor- tante– son marítimos. Otro dato normal es relacionar la presen- cia de Caracoles con la posibilidad de hallar también las Ostras que crían perlas, y por eso también las manda buscar. González Lorenzo y Gómez Cano no dudan al identificarlo: es el Estrombo reina, el Strombus gigas, que puede llegar a medir hasta 30 centímetros. Los indígenas no solo los comen sino tam- bién usas las conchas para confeccionar elementos cortantes de uso diario e incluso los aztecas los usaban como instrumento mu- sical. También las hermosas conchas o caracolas son utilizadas co- mo adorno y así las ve Colón la siguiente vez, cuando las encuen- tre en Puerto Santo: “Lunes 3 de diciembre. Vi una casa hermosa no muy grande y de dos puertas, porque así son todas, y entré en ella y vi una obra maravillosa, como cámaras hechas por una cierta manera que no lo sabría decir, y colgando al cielo de ella caracoles y otras cosas. Yo pensé que era templo, y los llamé y dije por señas si hacían en ella oración; dijeron que no, y subió uno

177 de ellos arriba y me daba todo cuanto allí había, y de ello tomé algo”. Estos grandes caracoles de las islas de las Antillas tuvieron un amplio uso por los indígenas, quienes también los usaban para la elaboración de diversos objetos como platos, vasos, vasijas, cu- charas, adornos, y como alimentación la parte comestible. Citaré con amplitud a Gómez Cano para terminar esta nota: “Los abundantes «concheros»; es decir, los enormes acúmulos de restos que se han encontrado en diversas islas e islotes de las An- tillas, demuestran que su uso era continuado y que la tradición venía de lejos. “Sorprendentemente, cuando estos «concheros» parecían ya recuerdos del pasado, otros mucho mayores iban a formarse al otro lado del Atlántico. “Y es que, en efecto, el redescubrimiento del arte clásico y re- nacentista que tuvo lugar en Europa du-rante el siglo XIX, puso de moda la fabricación de camafeos; pequeñas obras de arte realizadas con cualquier material que pudiera ser esculpido y que las mujeres llevaban cerca del cuello como símbolo de distinción. “Había, por supuesto, piezas muy asequibles obtenidas mediante mol- des de escayola, pero las más buscadas y valiosas eran las que utilizaban materias primas naturales, y entre estas, era el nacarado caparazón de los Strombus el que inmediatamente adquirió mayor prestigio. “Como resultado de su gran éxito, tuvo lugar un proceso ma- sivo de captura tan exagerado como para que los comerciantes de Liverpool importaran entre 1850 y 1860 nada menos que 300.000 ejemplares anuales. “Como es natural, tal situación dio lugar a una drástica re- ducción de la especie, pero, afortunadamente, la moda de los camafeos pasó y la población de Strombus comenzó a recuperarse; el hecho de que el molusco pueda segregar perlas de un hermoso

178 color rosado, ha traído consigo un nuevo incremento en su reco- lección; especialmente desde que el auge del turismo ha conver- tido en un recuerdo típico a estas grandes caracolas y los pesca- dores saben que todas sus capturas tienen la venta asegurada”.

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Dos grabados del siglo XVI que ilustran la llegada de Colón a América. El primero incluye a Fernando el Católico contemplando una isla y los indígenas huyendo de los recién llegados. La segunda es una fantasiosa recepción en que se le ofrecen collares y no lo papagayos que fue el obsequio abundante que hicieron los indios a los españoles.

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PERDIZ

n la noche del 5 de noviembre regresaron Rodrigo de Xérez y Luis de Torres de la caminata ordenada por Co- E lón, que los llevó a internarse en Cuba en infructuosa búsqueda del rey de la isla, a la que aún creían parte del continente asiático. De lo que vivieron esos tres días en que tu- vieron contacto con los nativos pero no con la realeza, contaron muchas cosas, y aparte de haberse encontrado con gente disfru- tando de los encantos del tabaco, también informaron de haber visto “aves de muchas maneras diversas de las de España, salvo Perdices y Ruiseñores que cantaban, y Ánsares, que de estos hay allí hartos”. Las Casas, en su Historia de las Indias, al volver a narrar este hecho parafrasea con conocimiento de causa: vieron “aves mu- chas de diversas especies, desemejables de las de España, pero hallaron Perdices naturales de las de España, salvo que son mu- cho más chicas y casi no tienen otra cosa de comer sino las pe- chugas”, y líneas después amplia aún más la información: “Es aquí de saber que en todas estas islas no hay Perdices ni Grullas, sino en sola aquella isla de Cuba”. Y Fernández de Oviedo, siempre una inevitable y conveniente referencias en estos casos, hace una primera y diferente referen- cia sobre las Perdices en el Sumario de la Natural Historia de las

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Indias: “Perdices hay en Tierra–Firme muy buenas, y de tan buen sabor como las de España, y son tan grandes como las Gallinas de Castilla, y tienen unas tetillas sobre otras. Así que tienen dos pares de ellas, y tanta carne, que ha de ser muy comedor el que a una comida o pasto de una vez la acabare. “La pluma es parda, así en el pecho como en las alas y cuello, y todo lo demás de aquel mismo color y plumaje que las Perdices de acá tienen los hombros, y ninguna pluma tienen de otro co- lor. Los huevos que estas Perdices ponen son casi tan grandes como los grandes de estas gallinas comunes de España, y son casi redondos, y no prolongados tanto como los de las gallinas, y son azules, del color de una muy finísima turquesa. “Toman estas Perdices los indios con reclamos, armándoles lazos, y yo las he tenido vivas, y las he comido algunas veces en Tierra–Firme. La manera del reclamo es, que se hace el indio de una vedija de cabellos de encima de la frente, casi de a par de la coronilla, o más cerca de lo alto de la cabeza, y tira y afloja, me- neando la cabeza, y con la boca hace cierto son, que es casi sil- bando, de la misma manera que aquellas Perdices cantan; y vie- nen a este reclamo, y caen en los lazos que les tienen puestos de hilo de henequén, del cual hilo se dijo largamente en el capítulo diez; y así las toman. “Y son muy excelente manjar asadas, perdigándolas primero, y así de esta manera como cocida o de cualquier forma que se coman. Quieren parecer mucho en el sabor a las Perdices de España, y la carne de ellas es así tiesta, y son mejores de comer el segundo día que las matan, porque estén algo manidas o más tiernas. “Otras Perdices hay menores que las susodichas, que son co- mo Estarnas o Perdices de las que acá dicen Pardillas, que son asaz buenas; pero aunque en el sabor quieren parecer a las de acá, no son tales, con mucho, como las grandes; y estas pequeñas tienen la pluma asimismo pardilla, pero tiran algo a rubio aquel plumaje sobre pardillo, y se toman más a menudo que las gran- des, y son mejores para los dolientes, porque no son tan recias de digestión”. Años después, en 1536, en la Historia Natural y General de las Indias, hace un breve agregado: “Hay asimismo unas Perdices pequeñas, que a mi parecer, en el plumaje y en el murmurar de ellas, parecen Tórtolas, pero mucho mejores en el sabor. “Y se toman en grandísimo número, y las traen vivas, bravas,

182 a casa, y en tres o cuatro días andan tan domésticas como si allí fueran nascidas, y engordan en mucha manera. “Y sin duda es un manjar muy delicado y suave en el sabor; y algunos le loan o tienen por mejor que el de las Perdices de Es- paña, así porque no son de menos apetito al gusto, como porque son de mejor digestión. “No son mayores que las Tórtolas de Castilla, y tienen al cue- llo un collar del mismo plumaje; pero negro como el de la Ca- landria, aunque algo más bajo para el pecho y más ancho”. Así las cosas, de pronto me encuentro con que González Lo- renzo tiene una opinión contundente sobre las Perdices de Cuba: “No son propias de Cuba, ni siquiera de América, las diversas especies de Perdices, Codornices y Francolines del viejo Conti- nente”. Para él, lo que en realidad vieron los dos exploradores enviados por Colón, según dice el resumen del Diario y corrobo- ra Las Casas, es el Colín de Cuba, el Colinus cubanensis, una espe- cie más pareci-da a la Codorniz que a la Perdiz europea. Por su parte Gómez Cano tiene la opi-nión que la Perdiz mencionada probable-mente sea la Starnoenas cyanocephala, “a la que aún se sigue denominando Perdiz en toda Cu- ba”. Ante esta situación, no me queda otra alternativa que marear la Perdiz recu- rriendo a Wikipedia luego de rastrear por otras pá-ginas y libros, y luego de mirar con atención la imagen de una Perdiz española. Es muy probable que de la misma manera que los españoles que llegaban a América de inmediato se convertían en hidalgos y agregaban el famoso “de” a su apellido, así este par de Perdices cubanas o americanas que voy a enumerar se le haya adaptado el nombre, y en verdad sean unas vulgares y corrientes Palomas con aspiraciones de Perdices europeas. Sea dicho en honor de ellas y de nosotros que, por lo general, los nombres de Perdices se los pusieron los españoles cuando las vieron por primera vez al llegar a América.

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El orden es aleatorio, pero empiezo con la Martineta, la Eudromia elegans, llamada también Perdiz cres-tada, Copetona, Marti- neta común o Perdiz bataraza, con- siderándose su similitud con las Perdices como re-sultado de una convergencia evolutiva. Es una especie de ave Tinamiforme, de ta- maño mediano, de unos 41 centí- metros, de plumaje marrón oscuro amarillento y alas cortas. Son aves neotropicales de una familia con 47 especies que vi- ven desde México hasta la Patagonia. Los fósiles que se han ha- llado de Tinamues se remontan a 10 millones de años, estando su área de distribución restringida a América. Por su parte, Ecured señala que en realidad son consideradas como los parientes vivos más próximos a los Ñandúes; formando con la rama de este grupo que habita en América del Sur (Rheiformes) y los pingüinos (Sphenisciformes), los tres órdenes de Paleognathae o aves ancestrales propias del "Nuevo Mundo", con registros fósiles desde el Mioceno. Otra ave que incluyo en mi breve enumeración es la llamada Paloma Perdiz, la Starnoenas cyanocephala. He de aceptar que sin la menor duda tiene más pinta de paloma que de Perdiz, aunque el colo- rido de su cara permita confusiones igual que su ca-racterístico vuelo. Esta paloma es la única en su género y es endémica de Cuba. Otra paloma también vestida de Perdiz es la del género Geo-trygon de las que hay nueve especies caribeñas que se extienden también por Centroamérica y Sudamérica. Y así podría seguirse enumerando muchas palomas disfrazadas de Perdices.

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RUISEÑOR=CENZONTLE

l Ruiseñor es como el pájaro catástrofe de Colón. Basta que aparezca en el resumen del Diario la palabra para E animar a los comentaristas a escribir entusiasmados: “no hay Ruiseñores en América”. Y tienen razón: en América no hay Ruiseñores. Los Ruiseñores colombinos son de dos clases. Los simbólicos y los semejantes. Los primeros son los que evoca mientras atra- viesa en Mar tenebroso y tienen un carácter complementario para un mundo placentero: “era placer grande el gusto de las mañanas, no faltaba sino oír Ruiseñores”, dice el 16 de setiem- bre; y trece días más tarde, el 29, repite: “Los aires eran muy dul- ces y sabrosos, que diz que no faltaba sino oír al Ruiseñor”. Ya recorriendo las islas caribeñas, los Ruiseñores están pre- sentes con sus cantos, pero solo como comparación con los de España. La aparición de los Ruiseñores en el Diario, y en las Indias, se produce el 6 de noviembre cuando son citados por los dos españoles que fueron en busca del rey de la isla de Cuba –en ese momento era Cipango y continente–, y que le contaron a Colón haber visto “Perdices y Ruiseñores”. El 7 de diciembre, aún en Cuba, en el Puerto de la Concep- ción: “Anduvo un poco por aquella tierra que es toda labrada, y

185 oyó cantar el Ruiseñor y otros pajaritos como los de Castilla”. Y el 13 de diciembre, ya en La Española: “los aires eran como en abril en Castilla, cantaba el Ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes en España, que dicen que era la mayor dulzura del mundo”. Es evidente que para Colón, de acuerdo al resumen del Dia- rio, el oír el canto de Ruiseñores y pajaritos era un motivo de felicidad. Si uno piensa que esta persona esta costeando y bajan- do a tierras desconocidas es sin duda algo estrambótico que el canto del Ruiseñor le evoque tanta felicidad y, me imagino, que también familiaridad con el medio ambiente, tanta como para evocar a Castilla y además en abril. Pero sobre gustos… Muchos de los empeñados en decir que en América no hay Ruiseñores se olvidan de la necesidad de tener el oído muy fino para distinguir el canto de las aves. Un canto bonito y agradable era como el del mejor de to-dos los pájaros: el del Ruiseñor. De ahí, quizá, la identificación y, realmente, en esos momentos Colón no podía saber las espe- cies de pájaros propios de las Indias, y la identificación de los diversos animales que le salían al paso era identificados por pare- cidos an-tes que por acierto na- turalista. De todos modos, los especialistas en estos temas que se han animado a identificar al Ruiseñor colombino, se inclinan abier- tamente por el Cenzontle, el Mimus polyglottos, que como su nombre latino sugiere, canta todos los cantos, es el poliglota de los pájaros. Este nombre deriva del náhuatl, Centzontlehn que es una simplificación de la palabra “cuatrocientas voces”, es decir: cuatrocientos cantos, entre ellos uno muy parecido al del Ruise- ñor, al que jamás habría oído como para poder imitarlo.

ÁNSAR

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os dos españoles que se internaron en Cuba en busca del rey de la isla, le contaron a Colón haber visto Perdices, L Ruiseñores y “Ánsares, que de estos allí hay hartos”. Y si ya se trató de identificar a las Perdices y a los Ruiseñores, ahora es el turno de los Ánsares. Las Casas no presta gran ayuda pues dice: “las Ánsares, co- munes son a todas estas tierras”. Y Oviedo señala “Hay muchas Ánsares de paso, bravas, y es el paso de ellas en Diciembre”. Las Ánsares solo vuelven a aparecer en el resumen del Diario el 22 de diciembre cuando el señor de un pueblo grande de la Española le da al escribano enviado por Colón a vigilar que no hagan desmanes los marineros, tres Ánsares muy gordas que lo ayudan a llevar a las naves con todas las cosas que habían conse- guido de los indios, incluso pedacitos de oro. En nuestro idioma, así como Ánade es pato, Ánsar es ganso. Y esto se complica cuando Mártir, al repetir lo que escucha del primer viaje a Colón y a otros viajeros, anota: “encontraron Patos silvestres, Tortugas y Ánades mayores que las nuestras, blancas como el Cisne y con la cabeza encarnada”. Y blancas como el Cisne con la cabeza encarnada, lo más pró- ximo que he hallado es lo que Gómez Cano señala como una de las posibilidades que contempla: el canadienses, que en la foto que encabeza la nota no será un cisne pero al menos no parece pato y tiene la cabeza encarnada; en verdad es una grulla, y Gómez Cano dice no conocer algún Ánade blanco de cabeza roja. Otra opción que ve es el Dendrocyhna arbórea, un Pato que por

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su gran tamaño, sus patas lar- gas, al que se conoce en todo el Caribe como Yaguaza o Pato arborícola por su costumbre de mirar desde lo más alto de los árboles el agua de los lagos o ríos. Y aunque Gómez Cano acepta la opción de que sea algún tipo del género Anser o Branta, se inclina por la Yaguaza, dado que es característica de las Antillas y fácil de reconocer por la postura tan vertical que adop- ta cuando camina. González Lorenzo, por su parte, considera que es mucha la variedad de Ánsares que viven en Cuba, y entre ellas una de las autóctonas es la Yaguaza. Pero para él, lo que ven los informantes de Colón son Anátidas, que aunque se crían en Norteamérica, emigran a pasar el invierno en Cuba, y da como ejemplos al Pato rabudo común, el Anas acuta, o a la Serreta cabezona, la Mergus cuscullatus; sin olvidar la Ánade silvestre o real, la Anas platyrhyn- ca, o el Ánsar careto grande, el Anser albifrons. Y la verdad es que yo ya no sé si todos estos no son más Patos que Gansos, es decir, más Ánades que Ánsares. Con esta cantidad de alternativas, lo mejor es recurrir como siempre a Fernández de Oviedo que al menos contará como las cazaban los indígenas. Pero antes de proceder al cuento, aclaremos que según Álva- rez López, las Ánsares bravas son la “Carina moschata L., vulgar- mente llamada por error Pato de Berbería”. Este Pato es también conocido como Pato criollo, o Pato negro, o Pato real, y los hay tanto silvestres, que es de los que se ocupará Fernández de Ovie- do, como domésticos, que viene a ser la versión degradada de la Ánsar brava, libre y salvaje. Y bien, aunque sigan siendo Patos, leamos ahora sobre la manera como los cazan los indígenas. “Pasando a lo segundo, que se tocó en el de las Ánsares bra- vas, sabrá vuestra majestad que al tiempo del paso de estas aves, pasan por aquellas islas muy grandes bandas de ellas, y son muy hermosas, porque son to-das negras y los pechos y vientre blanco, y alrededor de los ojos unas verrugas redondas muy coloradas, que parecen muy verdaderos y finos corales, las cuales se juntan en el lagrimal y asimismo en el cabo del ojo, hacia el cuello, y de allí descienden por medio del pescuezo, por una línea o en dere-

188 cho, unas de otras estas verrugas, hasta en número de seis o siete de ellas, o pocas más. “Estas Ánsares en mucha cantidad se asientan a par de unas grandes lagunas que en aquellas islas hay, y los indios que por allí cerca viven echan allí unas grandes calabazas vacías y redondas, que se andan por encima del agua, y el viento las lleva de unas partes a otras, y las trae hasta las orillas, y las Ánsares al principio se escandalizan y levantan, y se apartan de allí, mirando las cala- bazas. “Pero como ven que no les hacen mal, poco a poco les pier- den el miedo, y de día en día, domesticándose con las calabazas, se descuidan tanto, que se atreven a subir muchas de las dichas Ánsares encima de ellas, y así se andan a una parte y a otra, según el aire las mueve. “De forma que cuando ya el indio conoce que las dichas Án- sares están muy aseguradas y domésticas de la vista y movimiento y uso de las calabazas, se pone una de ellas en la cabeza hasta los hombros, y todo lo demás ya debajo del agua y por un agujero pe- queño mira a dónde están las Ánsares, y se pone jun-to a ellas. “Y luego alguna salta encima, y como él lo siente, se aparta muy paso, si quiere, nadando sin ser entendido ni sentido de la que lleva sobre sí ni de otra. Porque ha de creer vuestra majestad, que en este caso del nadar tienen la mayor habilidad los indios, que se pueden pensar. “Y cuando está algo desviado de las otras Ánsares, y le parece que es tiempo, saca la mano y la ase por las piernas y la mete debajo del agua, y la ahoga y se la pone en la cinta, y torna de la misma manera a tomar otra y otras. Y de esta forma y arte toman los dichos indios mucha cantidad de ellas. “También sin desviarse de allí, así como se le sienta el ave encima, la toma como es dicho, y la mete debajo del agua, y se la pone en la cinta, y las otras no se van ni espan- tan, porque piensan que aquellas tales, ellas mis- mas se hayan zambullido por tomar algún pesca- do”.

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Para Covarrubias, a principios del siglo XVII, el Ánsar era un animal, un ave, que representaba diversas actividades humanas al ser utilizada simbólicamente. Por curiosidad me ha parecido di- vertido citar en integridad su texto. “ÁNSAR. Latine anser, eris, ocha, ae; ave bien conocida. No se- ría muy fuera de propósito decir que anser se dijo ab Ansa, por- que si consideramos el modo de andar el Ánsar, lleva los codos de las alas tan levantados que parecen asas de jarros, o ellos jarros con asas. Y les son semejantes unos hombres huecos y vanos, que se pasean puestas las manos en la cintura y de los brazos hacen dos asas, que no están muy lejos de ser lo que parecen. “El anser es símbolo de la custodia y vigilia; por lo que aconteció en Roma, queriendo los ga-los entrar en la no- che, habiéndose dormido los guardas, fueron sentidos de unos Ánsares que acaso se criaban en el Capitolio, y despertando Mavilio al ruido, les de- fendió la entrada; y de allí adelante se criaron en aquel lugar del público los gansos, en memoria de este caso; Marcial, Lib. 13, Epig. 74: Haec servavit avis Tarpeii templa Tonantis; i'niraris? ron duna fecerat illa Deus. Adulatur Domiciano. “Otra empresa ay de un Anser, que tiene colgada del cuello una áncora, para dar a entender la gran vigilancia que el capitán del navío o la galera debe tener de noche, porque no le suceda perderse, siendo tantos los peligros de la mar. “El Ánsar con una piedra en el pico signifi- ca el silencio y el recato con que se debe pasar por tierra de enemigos, cuando no quieren ser descubiertos ni sentidos; porque estas aves ha- biendo de atravesar el monte Tauro, cuando van a invernar de una parte a otra, lleva cada una en el pico una piedra, por no tener ocasión de dar graznidos, a los cuales acudi- rían luego las Águilas que anidan allí en abundancia, más que en otra parte, y pasado el peligro sueltan las piedras.

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“Un Ánsar entre dos Cisnes significa el ruin poeta o el mal cantor, que con su graznido, digo con su mala compostura de versos o con su áspera y desentonada voz, atormenta los oídos y impide a los que deben ser escuchados con atención. “Decirlos Ánsar y Ansarón. «Cornada de Ansarón, uñarada de León», conviene a saber, el yerro o falsedad del escribano, que no es legal. “Llamámosle ganso, de anso, añadida la G, Pato, por tener trabados los dedos de los pies con aquel pellejo cartilaginoso y hacer pata. “Dicen los niños: «Ganso, Pato y Ansarón tres y uno son, o tres cosas y una son.» “Las Ánsares, unas son domésticas y otras son bravas. Vide Plinio, Lib. Io. Cap. 22. Ansarón. “«El Ánsar de Cantimpalo, que salió al lobo al camino», se di- ce de los poco recatados, que ellos mismos se convidan y ofrecen a los que los han de tratar mal”.

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Trazado lineal de la costa de la isla Española atribuido a Colón. Se supone que pertenece a otro Diario que guardó para sí y del que se conocen solo unas pocas hojas.

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TASO o TAXO

ntre todos los animales vistos por Colón o miembros de su tripulación, uno de los en apariencia más enigmáticos E es el visto el 16 de noviembre en Cuba. El resumen del Diario dice: “Hallaron los marineros un animal que pare- cía Taso o Taxo”. Y Las Casas en su Historia de las Indias, agrega: “no dice si en la mar o en la tierra”, con lo cual el enigma crece al no saberse qué animal podía llamarse Taso a Taxo y cuál pare- cerse a él. Alvar lo identifica como Tejón. Y cita documentaciones de la Biblia de Ferrara para Thasso y de Alonso de Palencia para Ta- xon. Pero aunque dice que tampoco aclara más Hernando Colón en la Historia del Almirante, lo cierto es que junto al pez que pare- cía puerco, aparece la referencia en el mismo día: “los cristianos mataron con sus espadas un animal que parecía un tejón”, con lo cual creo que el enigma queda definitivamente aclarado. El animal visto en Cuba es uno parecido a un Tejón, y no por estar documentado en la Biblia de Ferrara o en Palencia, sino porque lo registra Hernando Colón, como supuesto fruto de la lectura de la copia del Diario de su padre (y vaya uno a saber por qué se le pasó a Las Casas). No sé de dónde saca Gómez Cano que el Almirante hace una comparación del Taso o Taxo con un Tejón “lo cual impide pen- sar en hutías o almiquís”, dice, pero, en cambio explica su dife- rencia con la identificación del naturalista cubano del siglo XIX,

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Juan Ignacio de Armas, que lo identifica como un Coatí. El argumento es contundente: “en el caso concreto del Coatí, es un hecho cierto que ni ha existido ni existe actualmente en ninguna de estas islas (del Caribe)”. Y acto seguido cita a Fer- nández de Oviedo que hace una descripción muy clara del Coatí, “animal de aspecto agradable –anota Gómez Cano– que merece- rá frecuentes menciones en el continente, donde se extendía desde el Río Grande hasta La Plata”. Para González Lorenzo resulta evidente que con Taso o Taxo se refieren al Tejón, al Tejón euroasiático, el Meles meles, sobre lo cual parece que no debe haber duda posible. Sin embargo, su aserto es el obvio: lo que “no está nada claro cuál es el cuadrúpe- do parecido al Tejón”. Para él, en la isla no habitaban ni el Tejón americano, el Texidea taxus, ni la Mofeta, la Mephitis chinga, ni el Coatí, el Nasuca narica. Ante esta situación, el animal parecido al Tejón europeo es, en su opinión, algún Mapache del género Procyon. De este ani- mal, llamado también Oso lavador, se ha registrado su presencia en las Bahamas y se considera propio de América. Son más gruesos y más grandes que un gato, pelo mediana- mente largo, de color gris plateado, cola larga u anillada, y –lo que tal vez origina la comparación con el Tejón–, tienen una mancha de pe-lo negro y otra blanca en la cara, de mejilla a meji- lla abarcando lo ojos, como si llevaran un antifaz. Pueden medir unos 80 centímetros contando la cola y pesar alrededor de 15 kilos.

PEZ COMO PUER- CO

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l 16 de noviembre figura en el resumen del Diario otra anotación tan extraña como la del mismo día sobre el E Taso o Taxo, que finalmente, gracias a Hernando Colón, resultó siendo parecido a un Tejón. Ahora el registro es aún más complicado de identificar por la falta de agregados: “Pescaron también con redes y hallaron un pece, entre otros muchos, que parecía un propio puerco, no como Tonina, el cual dice que era todo concha muy tiesa y no tenía cosa blanda sino la cola y los ojos, y un agujero debajo de ella para expeler sus super- fluidades. Lo mandó salar para llevarlo que viesen los Reyes”. Esta vez ni Hernando Colón ni Las Casas dan algún dato más sobre este extraño pez que por llamar tanto la atención a Colón decide hacerlo salar para llevárselo a los Reyes. Los especialistas parecen estar divididos en la identificación de este pez sacado con las redes en el Mar de Nuestra Señora. Unos dicen que es un Manatí y otros el Pez Cofre. A mi ninguna de las dos opciones me convencen pero no aventuraría alguna otra de pura ignorancia en estas curiosidades. Comencemos con Manuel Alvar, que expone bien el proble- ma aunque su solución la deriva de Mártir: “La descripción no permite llegar a ninguna identificación, pues parece tener mucho de fantástico. “Sin embargo, posee unos cuantos elementos a los que trataré de relacionar con los de otros textos: 1) pez como puerco y no como Tonina 2) concha dura 3) blandas únicamente la cabeza y la cola 4) se pudo salar Anglería describió el Manatí como

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1) pez cuadrúpedo, sociable como el Delfín (¿explicaría esto la oposición que señala el Almirante?) 2) de forma de Tortuga, pero protegido por una corambre muy dura, con escamas e infinitas verrugas (lo que pudo hacerlas confundir con la concha del Galápago). 3) de carne sabrosa “Con todas las dificultades de la aproximación (ninguno de los autores habla de sus mamas características) pienso que pueda ser el mismo animal” (Tercera Década). “Las Casas se limita a repetir los datos del Diario, lo mismo que don Hernando Colón”. En esta comparación de descripciones, en lo que pescó la gen- te de Colón y el Manatí de Mártir, lo único concordante son los elementos descriptivos correspondientes a las Tortugas: Concha dura; blandas únicamente la cabeza y la cola//de forma de tortu- ga, pero protegido por una corambre muy dura, con escamas e infinitas verrugas. Lo demás sigue siendo inidentificable como características esenciales, pues igual es posible aplicarlas a otros peces. Y que sea un Manatí…, bueno, no sé por dónde es posible re- lacionarlo, al menos no por la concha dura y no por la forma de Tortuga. Curiosamente, como oposición al Manatí de Alvar, González Lorenzo y Gómez Cano coinciden en identificar a ese extraño pez con el pececito que encabeza esta nota: el Pez Cofre. Pez al que además, Wikipedia denomina Ostracion cubicu. A primera vista parece una locura: ¿en qué se parece ese lindo pececito a un puerco, y por qué debe decirse que no se parece a un Atún o a un Delfín? ¿Dónde está la concha dura, y por qué se dice que la cabeza y la cola no son duras cuando se ven tan inte- gradas a la formación de un cuerpo que no parece duro? Y no digo nada sobre el que sea posible salar, porque ya se me dirá qué pez es imposible de salar. Sin embargo, Wikipedia dice: “Las escamas a modo de placas de estos peces están fusionados en un caparazón sólido, triangu- lar y con aspecto de caja, del que sobresalen aletas y cola”. La página de “Planeta tierra” dice: “El macho de este animal parece embutido en una armadura en la que sólo hay hendiduras para los ojos, la boca y las aletas”. Por su parte “Animales salvajes” detalla: “Esta especie de pez habita únicamente en los arrecifes más protegidos del mar, necesitan de una profundidad de entre 1

196 a 45 metros. Los Peces Cofre se encuentran en las zonas más cálidas del Pacífico y el mar Rojo. Presentan un cuerpo fortifica- do y rígido que les ofrece protección contra sus predadores, aun- que su morfología le resta rapidez en sus movimientos”. “Su coraza espinosa, presenta pequeñas espinas y tubérculos que le dan una textura áspera y desigual. Cuando se sienten amenazados tiene la capacidad de segregan una sustancia vene- nosa que hace que sean devueltos por sus predadores cuando los han intentado devorar”. “El Pez Cofre posee una piel con gran variedad de colores bri- llantes que son signo de advertencia para el resto de animales conforme se trata de un pez venenoso. Su tamaño tan sólo pue- de alcanzar los 45 cm de longitud. El macho es territorial y se reproduce con todas las hembras de su harén cuando las tempe- raturas del agua son cálidas”. González Lorenzo y Gómez Cano dicen que este pez pertene- ce a la familia de los Ostracidas. Pero mientras Gómez Cano cree que hubiera sido más correcto comparar a este pez con un le- chón y no con un Cerdo, Gonzá- lez Lorenzo opina que la compa- ración hace referencia al Puer- coespín. A mí no me parece ni Puerco, ni Tortuga, ni Manatí, ni Puercoespín. Ahí queda el miste- rio. Yo me abstengo.

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ADENDA

Terminada mi incierta nota, se la envié a Alberto Arias García para ver si él me podía aclarar alguna cosa sobre este pez tan raro que parece un cerdo, pues yo, la verdad, no estaba nada seguro del acierto de los peces que se planteaban como probables o po- sibles. Con la amabilidad que lo caracteriza, rápidamente obtuve una respuesta a mis perplejidades, la cual copio íntegra por el alto significado de su aporte:

Respecto al pez cerdo, y pese a los pocos datos, para mí no hay duda de que se trataba de Oxynotus centrina, que por aquí es el auténtico pez cerdo, marrano, cochino, guarro y guarrico, co- mo le llaman por muchos puertos andaluces. Nombres nunca tan bien puestos a un pez como en este caso. Te incluyo tres fotos de un ejemplar de esta especie, bastante grande, que pescaron este verano en Sanlúcar de Barrameda. En Ictioterm también puedes ver otra foto, unos dibujos míos y más información sobre este pez.

Fotografía de Manuel Morgado

A la vista de este material, analicemos por partes el párrafo en cuestión:

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Dibujo de Alberto Arias García

Pescaron también con redes y hallaron un pece, entre otros muchos, que pare- cía un propio puerco,

Realmente, Oxynotus centrina parece un puerco, un cerdo, con ese cuerpo rechoncho, regordete y rosáceo, ese morro que semeja el hocico característico del cerdo, y esa mirada casi humana, como los cerdos domésticos. El pez cofre de tu ilustración no parece "un propio puerco". no como tonina,

Esta comparación es clave, ya se está indicando que el pez tenía un cuerpo grande, del estilo de una tonina (delfín o atún, según autores) pero se matiza que no era una tonina. el cual dice que era todo concha muy tiesa

Esa concha es la piel, que este pez la tiene muy áspera y dura, coriácea, debido a sus escamas transformadas en dentículos dér- micos diminutos con varias puntas. y no tenía cosa blanda sino la cola y los ojos,

Efectivamente, la cola de este pez es lo más blando, y flexible, que tiene, junto con las aletas pectorales y las pelvianas. Y los ojos, párpados y morro también son blandos. y un agujero debajo de ella para expeler sus superfluidades.

Ese agujero se refiere al orificio anal, que está muy atrás del

199 cuerpo, entre las aletas pelvianas (no tiene aleta anal), porque el casi "debajo de ella" se refiere a debajo de la cola.

Lo mandó salar para llevarlo que viesen los Reyes.

Hicieron bien, para que los Reyes contemplaran la "belleza" de este pez. Si de paso fabricaron lijas con su piel y sacaron aceite de su hígado, ya lo aprovecharon bastante.

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RATÓN GRANDE=HUTÍA

l 17 de noviembre entre nueces grandes de las Indias y Cangrejos grandísimos, el resumen del Diario registra E escuetamente: “Halló… Ratones grandes de los de las In- dias también”. Aunque mucho se ha discutido si habían Ratones en las In- dias o si estos llegaron con los españoles escondidos en los barcos entre sus bastimentos y los cajones personales llenos de alimen- tos, estos Ratones presentes en el resumen del Diario, logran poner de acuerdo a los especialistas y a los comentadores para afirmar que se trata de Hutías, las Capromyidae. Por lo pronto Alvar dice: “Hutías es un ‘mamífero roedor de las Antillas, parecido a una Rata o a un Conejo’. Los cronistas van facilitando referencias para la descripción del animal: sube por los árboles (Bernáldez), tiene pelo, hocico y cola como Rato- nes, cuerpo como Conejo (Enciso), etc.”. Alvar sigue diciendo en su nota sobre la Hutía: “La voz es tai- na y designa a una variedad de Capromys (otras serían el Cori y el Mohuy o Mohi). Vid. Pérez de Oliva, Invención, ya cit., p. 49, nota 26. Merece la pena recordar un texto de Anglería: ‘Son las Hutías cierta clase de Conejos poco mayores que Ratones y eran el único cuadrúpedo que conocían y comían los isleños antes de la llegada de los nuestros’ (edic. cit., pág. 641). No creo que sea exacta la identificación que hace Las Casas en la Hist. de Indias (I.

201 p. 168ª); los Ratones grandes son las Hutías y no los Perros del Caribe, como él pretende”. (Y ciertamente, al referirse a los Ra- tones grandes, Las Casas registra: “estos eran los Graminiquina- jes31, que arriba, en el capitulo XLVI, dijimos que eran unos animales como perrillos, muy buenos de comer, que había mu- chos solo en aquella isla de Cuba”). La verdad es que yo no sería tan contundente como Alvar al leer las dos referencias de Las Casas sobre los Guaniquinajes, pues en ambas ocasiones saco la impresión de que la referencia dice que “las Hutías se parecen más a los Perros Mudos, más peque- ñas, y muy buenas de comer, mejores que Conejos y Liebres”. De leer con atención la cita de Las Casas, se verá que la comparación es “como perrillos”, lo cual no quiere decir que sean los Perrillos Mudos. Además no se llaman como los Perros Mudos (Aón o Alco), sino Guaniquinajes o Graminiquinajes. Oviedo, siempre atento a describir los animales que va encon- trando o de los que tiene información, en el Sumario dice muy de pasada: “ningún animal de cuatro pies había, sino dos maneras de animales muy pequeñicos que se llaman Hutía y Corí, que son cuasi a manera de Conejos”; y pocas páginas después agrega- rá: “las Hutías son casi como Ratones, o tienen con ellos algún deudo o proximidad”. Yo, la verdad sea dicha, no les hallo la menor semejanza con los Conejos o Liebres, a duras penas me recuerdan Ardillas, pero nada que ver con Perrillos chicos o grandes; quizá me traigan a la memoria en algunas fotos a Ratones o Ratas, pero si no fuera por los dientes delanteros, que estos no tienen, me in- clinaría por los castores sin dudarlo mucho.

31 31 En la referencia del capítulo señalado está escrito “Guaminiquinajes”. Según Armas, este nombre corresponde al Coipu de Améri- ca del Sur, la Nutria y el Perrillo de aguas de Venezuela; Las Casas, en su opinión, con- fundía al Coipu con la Hutía y la Rata amiz- clada. Su nombre seria Myopotamus Coipu.

202

Y si se pudiera recurrir a los recuerdos, yo tengo presentes a unos animales muy parecidos a las Ratas, pero grandes y feroces, que llamábamos Mucas y ataca- ban los gallineros y los coneja- les, llevándose o comiéndose a las crías. Tenían muy mala fama. Una foto de una de ellas servirá para darse una idea. Pero tam- bién debo decir que no existían en el Caribe o quizá solo eran del Perú. El nombre científico es Didelphis marsupialis. González Lorenzo considera a las Hutías como roedores au- tóctonos de la isla de Cuba y señala que debido a la introducción de las mangostas y otros depredadores, se provocó la extinción de diversas especies de Capromidos, aunque la Jutía conga, la Ca- promys pilorides, todavía es abundante en Cuba, como lo era al llegar Colón, “cuando los indios la utilizaban como sabroso ali- mento”. Las Hutías pueden llegar a medir hasta 60 centímetros (tal vez con la cola) y llegan a pesar unos 7 kilos. Como el Cuy en el Perú, la Hutía continúa siendo un plato típico de los campesinos cubanos y los turistas atrevidos. Gómez Cano recuerda que Las Casas anotó al margen de su copia del Diario de Colón, “Hutías debían de ser”, cuando escri- bió lo de Ratones grandes. Pero en Cuba –continúa Gómez Cano– existían al menos ocho especies diferentes de Hutías, lo cual imposibilita la clasificación exacta a la que hace referencia el re-sumen del Diario de Colón. Y ya que se cita a Las Casas, aprovecharé para incluir aquí el pasaje que les dedica a esta especie de Ratones grandes o casi Ratas en la Apologética: “En cuanto a la carne, había unos Cone- jos de hechura y cola propia de Ratones, aunque poco menos grandes que Conejos de los de Castilla, muy sabrosa y muy bue- na carne, y comúnmente vivían y criaban entre la yerba, y no en los montes, no en madrigueras ni cuevas, sino en la superficie de la tierra, de los cuales había infinitos. “Estos eran de cuatro especias: una se llamaba Querní, la últi- ma sílaba aguda, y eran los mayores y más duros; la otra especie era las que se llamaban Hutías, la penúltima larga; la tercera los Mohíes, la misma sílaba larga; la cuarta era como gazapitos, que

203 llamaban Curíes, la misma sílaba también larga, los cuales eran muy sanos y delicadísimos”. Y más adelante agrega: “Te-nían Ratones chiquitos, y muy chi- quitos, que también comían; gran- des como los de Castilla no los había hasta que nosotros vinimos, o que salieron de los navíos en las cosas que trajimos de allá o se criaron del orín del hierro o de la corrupción de nuestras cosas de Castilla, de los cuales hubo des- pués y hay hoy harta abundancia. “Cuando los indios vecinos de esta isla querían cazar muchos, ponían fuego, a las sabanas o herbazales, y huyendo del fuego los Conejos iban a parar donde la gente los esperaba”. De todos modos, Gómez Cano se inclina por pensar, gracias a una serie de detalles que yo ignoro, que la Hutía vista era una Capromys pilorides, la Jutía conga, caracterizada por su cola pelada con la que se ayuda a subir a los árboles, lo que no sucede con las otras especies. Además, esta es la Huía más abundante, la de car- ne más preciada y la más fácil de domesticar. Fernández de Oviedo, como Las Casas, también se ocupará de la Hutía y de las especies semejantes de la isla según él vio o le contaron. En términos generales concuerda con Las Casas aun- que declara no haber llegado a conocer a dos de ellas (y quizá tampoco a la Hutía), pero asegura “que existían y (las) vio Colón y los que con él vinieron. Yo las estimo de la misma especie o por lo menos de la misma familia de la Hutía aunque tengan diferen- te nombre”. Según su descripción, el primero es la Hutía, a la que describe así: “Había en esta isla Española, y en las otras de este golfo co- marcanas a ésta, un animal llamado Hutía, el cual era de cuatro pies, a manera de Conejo, pero algo menor y de menores orejas, y las que tiene este animal y la cola son como de Ratón. “Los mataban con los perros pequeños que los indios tenían domésticos, mudos, que no sabían ladrar; y muy mejor los caza- ban los cristianos con los perros lebreles y galgos y sabuesos y aún con gozques y podencos de los que se trajeron de España. “Son de color pardo gris, según testifican muchos que los vie- ron y comieron, y los loan por buen manjar; y al presente hay en esta ciudad de Santo Domingo y en esta isla muchas personas

204 que lo dicen. De estos animales ya no se hallan sino muy raras veces”. Sigue a la Hutía, el Quemí, otro animal “de los de esta isla Española, el cual yo no he visto, ni al presente se hallan, según muchos afirman. “Este es un animal de cuatro pies y tan grande como un po- denco o sabueso mediano; y es de color pardo como la Hutía, y del mismo talle o manera, excepto que el Quemí es mucho ma- yor. “Muchas personas hay en la isla en esta ciudad que vieron y comieron estos animales y le aprueban por buen manjar; más en la verdad, según lo que se ha dicho y se sabe de los trabajos y hambres que los primeros pobladores pasaron en esta isla, pre- sumirse debe que todo lo que fuese de comer les parecería en- tonces muy bueno y sabroso, aunque no lo fuese”. Wikipedia dice: “Quemisia gravis, especie de roedor de la ya extinta familia Heptaxodontidae, la única en su género. Habitaba en la isla Española hasta 1700 aproximadamente”. Y Wikicionario concluye: “Roedor gigante de la familia Heptaxodontidae que ha- bitaba en la isla de Cuba, extinto antes de la llegada de los euro- peos a la misma, y posiblemente en la época prehistórica. Era mayor que el Carpincho, el más grande de los roedores hoy su- pérstites”. (Incluyo foto del Carpincho, que llega a medir un metro y a pesar 100 kilos. El Quemí era más grande). Y ahora el Mohuy, “un animal algo menor que Hutía; el color es más claro y asimismo es pardo. “Este era el manjar más precio- so o estimado en más, de los caci- ques y señores de esta isla; y la facción de él muy semejante a Hutía, salvo que el pelo tenía más grueso y recio (o tieso), y muy agu- do y levantado o derecho para arriba. “Yo no he visto este animal; mas de la manera que tengo di- cho, muchos dicen que es así, y en esta isla hay muchos hombres que lo vieron y comieron, y loan esta carne por mejor que todas las que es dicho”. Y finalmente, entre estos parientes de la Hutía, el Cori, “un animal de cuatro pies, y pequeño, del tamaño de gazapos media- nos. Perecen estos Coris especie o género de Conejos, aunque el

205 hocico lo tienen a manera de Ratón, más no tan agudo. “Las orejas las tienen muy pequeñas, y las traen tan pegadas o juntas continua o naturalmente, que parece que les faltan o que no las tienen. No tienen cola alguna. Son muy delicados de pies y manos, desde las junturas o corvas para abajo; tienen tres dedos, y otro menor, y muy sutiles. “Son blancos del todo, y otros de todo punto negros, y los más, manchados de ambas colores. Tam-bién los hay bermejos del todo, y algunos manchados de blanco y bermejo. “Son mudos animales, y no eno-josos y muy domésticos, y an- dan por casa y la tienen limpia, y no chi-llan ni dan ruido, ni roen para hacer daño. “Paseen hierba, y con un poco que les echen de la que se les da a los caballos, se sostienen; pero mejor con un poco de cazabi, y más engordan; aunque la hierba les es más natural. “Yo los he comido y son, en el sabor, como gazapos, puesto que la carne es más blanda e menos seca que la del Conejo. Har- tos hay al presente aquí y en otras muchas islas y en la Tierra Firme; en especial en la provincia de Ve- nezuela son muy ma-yores de lo que es dicho, y cuasi tamaños como Conejos; pero más salvajes que los que es dicho de antes, y el pelo como hardas”. (En realidad debe tratarse del Cuy, el Cavia porcellus).

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CANGREJO=JAIBA

l 17 de noviembre el resumen del Diario registra escueta- mente: “Halló nueces grandes de los de India también, E creo que dice, y Ratones grandes de los de las Indias tam- bién, y Cangrejos grandísimos”. Para Alvar sobre este Cangrejo grandísimo no hay duda: son las Jaibas, la Xantus planus. Pero para Alvar, de acuerdo a su Vo- cabulario de indigenismos, la Xaiba es una especie de Cangrejo de río, el Lupadiacantha Lafr., el Xanthus planus, el Platycarcinus dentatus, etc. González Lorenzo piensa que se llama Jaibas en América a de- terminadas especies de grandes Cangrejos terrestres o semite- rrestres pertenecientes a los géneros Cardiosoma, Gecarcinus, Uva y Ocypode. Y de acuerdo a la abundancia que hay en las Antillas, él supone que es el Gecarcinus ruricolao el Cangrejo que vio Colón. Este Cangrejo también es llamado Cangrejo Negro y Cangre- jo Zombi. Su caparazón es negro y sus patas rojas, y se dice que su apariencia es terrorífica. Se hallan en todo el Caribe y en espe- cial en Cuba y en las Bahamas. Las crías, que nacen en el mar, cuando crecen regresan a los bosques, dando origen a la anécdo- ta de que se deben ce-rrar las carreteras próximas a ellos para que los coches no destrocen los cientos de Can-grejos que las atraviesan. A Gómez Cano le parece que estos Cangrejos pertene- cen al género Mithrax, que en realidad, dice, son Cangrejos muy grandes y que por sus patas se conocen también como Can-

207 grejos Araña. Son del mismo grupo que los Centollos. Es muy probable que el Cangrejo grandísimo que identifica Gómez Cano sea el Mithrax Spinosi-ssimus, considerado el Cangre- jo rey del Caribe. Llega a medir hasta 18 centímetros y con las garras extendidas hasta 60. Su peso oscila alrededor de los 2 ki- los. Aceptadas estas descripciones pasaré a decir que el Cangrejo gran- dísimo que aparece en el resumen del Diario es, en efecto, la Jaiba, pero no la terrestre o semiterrestre como ha sido descrita, y menos aun el pariente del Centollo, sino el también llamado Cangrejo Azul, el Callinectes sapidus, que puede llegar a medir hasta 23 centímetros, es esencialmente marítimo, y se ha extendido por todas las costas del mundo. Se calcula que una hembra puede llegar a poner hasta 2 millones de huevos. Su color es pardo y se le llama Can- grejo Azul por el colorido de las patas de los machos. Cuando se hierven para comer, se vuelven de co-lor naranja o rojo. Es un plato típico y caro del Caribe y de las costas mexica- nas, que son los lugares donde los he comido luego de verlos exhibidos en grandes es- tanques metálicos.

208

RANA

estas alturas de las notas sobre el Bestiario colombino del primer viaje de Colón, según el resumen realizado por A Las Casas, ha de aceptarse que al descubridor no le in- teresaban mayormente los animales que encontraba en América; podían ser una curiosidad, pero no servían para nada, comercialmente hablando. Él buscaba, de manera prioritaria, oro, perlas, joyas y especies, sin dejar de lado la posibilidad de esclavizar a los nativos. Es significativo que los peces, las aves y los animales a los que ven parecidos a los de España, o sorpresivos como la Iguana, el Cocodrilo y alguno que otro pez o ave, solo algunos se cazaban para salarlos y llevarse a los Reyes. Los Papagayos, estos sí vivos, eran también otra cosa, porque además de representar la proxi- midad a las Indias, sus coloridos y sus gritos resultaban lo sufi- cientemente exóticos para llamar la atención en la corte. Si se ha ido leyendo con atención, se habrá podido compro- bar que animales que sin duda debían estar presentes en todos los días, las tardes y las noches de los descubridores, solo se men- cionan una vez y de pasada, sin darles un significado especial, sin describirlos y, claro, sin hallarles la menor utilidad. No existían cuadrúpedos ni animales grandes, anotó Colón desde que des- embarcó de la Santa María en Guanahaní, y lo siguió compro- bando durante su recorrido por las otras islas del Caribe. 209

Si pensamos en las Ranas de esta nota a fin de dar un ejem- plo, resulta imposible que no las escucharán cantar durante todo el día y toda la noche en Cuba y en la Española, que son las islas en donde estuvieron más tiempo. Sin embargo, solo el 13 de diciembre aparecen las Ranas, y además, de pasada, sin darles importancia: “Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente; los Grillos y Ranas se oían muchas; los pescados como en Espa- ña”. Alvar acierta al decir que las ranas que cantan junto a los gri- llos deben ser las Coquí, “reptil antillano que levanta un clamor –ininterrumpido en el tiempo e inacabable en el espacio– en la frondosidad tropical”. Después agrega que el Coquí, el Xilodes marticensis, es la única especie y el único género de los Anuros bombinatores de Puerto Rico, que también se encuentra en Cuba. Para González Lorenzo, la rana que canta con los Grillos también es el Coquí, sumamente abundante en Puerto Rico, o las denominadas Ranas–Grillo, la Acris guillis y Acris crepitans, con numerosas subespecies en América del Norte (haré la observa- ción de que Colón está en la Española y aún no ha llegado a Puerto Rico y nunca llegará a América del Norte). Pero González Lorenzo, centrándose en la Española, explica que de las 60 especies de Anuros comprobados en la isla, destacan la Ranita silbadora antillana, la Eleutherodactylus planisrrostris, y la gran Rana Toro o Mugidora, la Rana catesbiana, que fue introdu- cida en las Antillas después de la llegada de Colón. Para Gómez Cano, la Rana que oye Colón puede ser cual- quier especie de la isla, y nombra al Eleutherodactylus marticenses, a la tan mencionada Coquí, “un ba- tracio muy ruidoso de las Anti- llas”, y a Eleutherodactylus inopta- tus, la especie más grande de este género que vive en la isla. En fin, pudo ser cualquier Rana.

TORTUGA

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unes 3 de diciembre.– Los marineros habían muerto una Tortuga y la cáscara estaba en la barca en pedazos, y los grumetes les daban de ella como la uña y los indios les “L daban un manojo de azagayas”. “Miércoles 9 de enero.– En toda esta tierra hay muchas Tortu- gas, de las cuales tomaron los marineros en el Monte–Cristi que venían a desovar en tierra, y eran muy grandes como una grande tablachina”. En estos dos días, correspondientes a la estada en la Española, se mencionan Tortugas. De la primera cita, con toda razón, se sorprende Gómez Cano porque “no parece lógico que los indí- genas cambiaran sus venablos y lanzas arrojadizas, es decir, sus imprescindibles instrumentos de caza, por unos pequeños trozos –del tamaño de una uña, según Colón– de concha de un animal al que ellos mismos, como luego veremos, capturaban con enor- me habilidad”. No hace algún otro comentario y después, sin motivo alguno, y tal vez por algún error, se salta sin comentar la aparición de las Tortugas del 9 de enero. González Lorenzo, al contrario, se salta la Tortuga del 3 de di- ciembre y el extraño cambio con los españoles, pero al comentar el tamaño de las Tortugas del 9 de enero, explica que la tablachi- na grande con que las compara Colón es una referencia a un “gran broquel de madera”, y agrega de inmediato en su breve nota que “teniendo en cuenta el área biogeográfica, con esto (el

211 tamaño) hay suficiente para identificar la especie Chelonia mydas, ordinariamente llamada Tortuga verde”. Alvar, por su parte, señala que tablachina quiere decir “bro- quel o escudo de madera”, que la documentación del (resumen del) Diario es la primera que poseemos en nuestra lengua y que junto a ella, en la Edad de oro se uso la variante tablachín. Del resto de la nota de Alvar, es atinada e importante la indi- cación –por lo que implica de modificaciones de términos como costumbre de Las Casas– del cambio de “tablachina” del resu- men del Diario por “rodela” en su Historia de las Indias, en donde resume aún más la nota que escribió para el 9 de enero de 1493: “Tomaron Tortugas grandes, como grandes rodelas, que venían a desovar a tierra”. Concluiré esta nota sobre las Tortugas reproduciendo el capí- tulo que escribió Oviedo sobre ellas32: “Las Tortugas de la mar son muy grandes. Estas he visto yo muchas veces estar sobre- aguadas encima de la superficie de la mar, en el grande Océano, dormidas, y pasar la nave corriendo cargada de todas sus velas, y junto a la Tortuga, y no sentirlo ni despertar: y así son tomadas algunas de ellas, durmiendo, muchas veces. “También las he visto encima del agua de dos en dos, tan em- bebecidas en el coito o acto venéreo, que los marineros echados a nado las trastornan y meten en las carabelas. “En la costa de la Tierra Firme, y en especial en la vi-lla de Acla y otras partes, las he visto de siete y de ocho palmos de largo en la concha superior o alta, y el ancho, de cuatro y de cinco y más palmos, a proporción de la largura o longitud, y tan grandes algunas, que cinco o seis hombres tienen que hacer para llevar una sola de ellas a cuestas. “Estas son de la forma que los galápagos o Tortugas terrestres de España, salvo que son de la grandeza que he dicho.

32 Obviamente, como ya lo indiqué, mi Bestiario colombino del primer viaje ha resultado también una antología indirecta de Fernández de Oviedo, y de paso, otra, algo más abreviada, de Las Casas. No creo que sea un defecto. 212

“Salen de la mar a poner sus huevos en tierra, en los arenales de las playas, y hacen un hoyo en la arena, y lo cubren ellas mis- ma, después que le han henchido de sus huevos en número de trescientos o quinientos, o más o menos de ellos. Los cuales des- pués allí debajo salen por la calor del sol y providencia de la maestra Natura, ad putrefactionem, convertidos en otras tantas Tortugas. “Estos huevos, cuando las matan (de los cuales las hembras acaece estar llenas), son muy buenos. Son redondos y todos son yema, sin clara ni cáscara, y tamaños como nueces los mayores, y de esta gran- deza abajo, menores, y algunos de ellos muy menudos, como se suelen hallar en una gallina. “Cuando los cristianos o los indios hallan rastro de estas Tor- tugas por la arena (que van haciendo con aquellos sus aletones), siguen aquella traza o vestigio, y topándola, la trastornan con un palo, y la dejan estar así de espaldas, porque no se puede más mo- ver después que está trastornada, por su grandísima pesadumbre, y van a buscar más, y así acaece tomar muchas cuando ellas salen a desovar en tierra, como he dicho. “Los que no las han visto o no han leído, pensarán que en es- tas y otras cosas yo me alargo; y en la verdad, antes me tengo atrás, porque soy amigo de no perder mi crédito y de conservarle en todo cuanto pudiere. Y para este efecto busco testigos algunas veces en los autores antiguos, para que me crean como autor moderno y que hablo de vista, contando estas cosas a los que están apartados de estas nuestras Indias, porque acá, cuantos no fueren ciegos, las ven. “Y para este efecto, quien dudase lo que he dicho de estos animales, infórmese de Plinio, y le dirá que en el mar de India son tamañas las Tortugas, que con el hueso o cobertura de una basta para cubrir una habitable casa; y dice más: que entre las islas del mar Rojo, navegan con tales conchas en lugar de barcas. “Y el que fuere informado de este y otros autores, verá que yo no digo aquí tanto como ellos escriben; mas lo puedo testificar mejor que Plinio, pues que él no dice haberlas visto, y yo digo que estas otras las he comido muchas veces, y es cosa tan común y notoria, que no hay acá cosa más experimentada ni más conti- nuamente vista.

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“Son muy buen manjar y sano, y no tan enojoso al gusto co- mo los otros pescados, aunque se continúe. “Las Hicoteas o menores Tor-tugas, de que se hizo mención, la mayor de ellas será de dos pal- mos de largo, y de allí abajo, me- nores. Estas se hallan en los lagos y en muchas partes de esta isla Española; y cada día se venden por esas calles y plazas de esta ciudad de Santo Domingo, y son sano manjar: y son una cierta especie de Tortugas, y ninguna diferencia hay en la forma de ellas, sino en el tamaño y grande- za. A estas pequeñas llaman los indios Hicoteas”.

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SIRENAS=MANATÍES

iércoles, 9 de enero.– El día pasado, cuando el Almirante iba al Río de Oro, dijo que vio tres Sire- “M nas que salieron bien alto de la mar, pero no eran tan hermosas como las pintan, que en alguna ma- nera tenían forma de hombre en la cara. Dijo que otras veces vio algunas en Guinea, en la costa de la Manegueta”. Esta es la única fantasía “monstruosa” testimoniada por el propio Colón durante su primer viaje hasta las Indias, según nos cuenta el resumen del Diario realizado por Las Casas. Todas las demás son habladurías que le llegan: las amazonas, los hombres con cola, los que tienen un solo ojo y los que tienen hocico de perro y se comen a los hombres, y que “en tomando uno lo dego- llaban y le bebían su sangre y le cortaban su natura”. (Según Juan Gil, todo esto conforma “un bestiario bastante completo, con un elenco no mal nutrido de personajes míticos y figuras terribles de encuentro nada grato”. La verdad es que no sé dónde lo habrá leído). En realidad, para Colón, ver tres Sirenas saliendo bien alto del mar a vísperas de concluir su navegación por las costas del Nuevo Mundo, fue una imagen vulgar y corriente que no le cau- só el menor asombro. Agrega ya haber visto algunas en la costa de Guinea, en la costa de la Mangueta, exactamente. Y, además, su explicación de que no eran tan hermosas como las pintan, sino que de alguna manera tenían forma de hombre en la cara,

215 no sabemos si fue acumulativa con las que había visto en las costas africanas o le surgió ahora al verlas con más detalle al sal- tar tan alto en la mar33. Todos los comentaristas de tan comentado disparate colom- bino, se apresuran a identificar a las Sirenas vistas por Colón con los más bien feos Manatíes, y aceptan, sin la menor duda, que también las Sirenas que vio en el África, en la costa de Guinea, eran Manatíes. Hernando Colón prefiere ignorar este avistamiento de su padre, pero Las Casas es- cribe lo mismo que en el re- sumen del Diario pero di- ciendo que las vio “donde se coge la manegueta” y no “en la costa de la Manegueta”. Esta corrección no modifica el significado de la frase, pero altera su redacción, dejándo- nos sin saber cuál era en verdad la frase escrita por Colón en su Diario. Alvar dice: “Manegueta, ‘Malagueta, fruto de color de canela y de olor y sabor aromático (Amomum Melegueta)’. Otros autores la identifican con el ají o ‘pimienta de las Indias’; se llamó también ‘grano del paraíso’, pues este es el fruto de amomo, planta de la familia del jengibre. El nombre está vinculado con la costa de Malaget (Martín Behaim, 1492), el puerto de Mellegete (Ortelius, 1587), el mar de Malaguet- te (Coronelli, 1867), que todos los autores citan en la Costa de Guinea”; páginas después, en otra nota, Alvar agregará que la

33 Se me disculpará esta referencia marginal de un escritor argentino casi olvi- dado, Octavio Bunge, cuando habla sobre el tema en su texto “La Sirena”: “un monstruo arrastrándose con su larga cola pisciforme igual a una foca o un lobo marino, de piel coriácea de ballena, gruesa, húmeda, resistente, con fuerte olor marino, de brazos musculosos, de aspecto fiero y silvestre, perfil griego, faccio- nes correctas pero toscas, manos grandes, anchas, fuertes, con uñas de garras, y entre los dedos rugosas membranas natatorias. Y es verdad, de existir así debería de ser: un animal, medio humano, permanente sumergido en agua salada, alimentándose de otros animales, a los que mata y come crudos, en permanente estado de alerta para proteger y salvar su vida de cualquier peligro mediante un nado rapidísimo”. Una imagen realista, nada hermosa, de las Sirenas. 216 costa de la Manegueta “corresponde a los territorios de Liberia y oriente de Sierra Leona”. El Manatí, también llamado Vaca marina –aunque su pareci- do con una Vaca también sea bastante aventurado–, es un ani- mal común del mar y los ríos caudalosos de América y del África, que puede llegar a medir hasta 5 metros y pesar 500 kilos. Las hembras poseen dos senos con los que dan leche a sus crías y suelen alimentarse de yerbas, muchas veces acercándose a la costa y sacando la cabeza para arrancarlas de tierra cuando el agua es lo suficientemente profunda para llegar hasta ellas, pues no suelen salir del mar o del río para alimentarse34. A pesar de esta uniformidad en la opinión que las Sirenas de Colón eran Manatíes, he puesto una foto de una pareja de estos animales y, ciertamente, sea como mujer o sea como hombre, poca es la semejanza posible de hallar para confundirse. En nuestra cultura, las Sirenas se hallan presentes desde la Odisea de Homero co-mo un ser terrorífico ("Encantan a los morta- les que se les acercan. ¡Pero es bien loco el que se detiene para escuchar sus cantos! Nunca volverá a ver a su mujer ni a sus hijos, pues con sus voces de lirio las Sirenas lo encantan, mientras que la ribera vecina está llena de osamentas blanqueadas y de restos humanos de carnes corrom- pidas..."), y durante siglos continuaron apareciendo como sugestivas, deslum- brantes y peligrosas mujeres–peces, sea en medio del mar o en las costas plácidas o rocosas. En los libros y los mapas medieva- les, incluso durante el siglo XV y XVI, siguieron apareciendo como referen-cias inevita- bles.

34 Sobre los Manatíes y las Sirenas existe un curioso y excelente libro del escritor peruano José Durand: Ocaso de Sirenas. Manatíes en el siglo XVI, editado por Tezontle, México, 1950, con dibujos de Elvira Gascón. También existe un libro sobre Sirenas, de carácter no hispanoamericano aunque se haga una breve referencia, del filólogo español Carlos García Gual: Sirenas. Seducciones y meta- morfosis, de Ediciones Turner. Madrid, 2014. Y es obvio que podría ampliarse la bibliografía “sirenística”. 217

En América, todo ha de decirse, no gozaron de gran fama y hasta me atrevería a decir que no se hicieron presentes en la ima- ginación de los viajeros, fueran descubridores, conquistadores o colonizadores. Y si bien es cierto que los dos principales imperios –el Azteca y el Incaico– tuvieron sus cortes y sus centros neurál- gicos lejos del mar, extraña bastante que no se vieran por el Ca- ribe, por las costas centroamericanas o por Yucatán o Tierra Fir- me, tampoco por Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, y recién las vengo a hallar – aunque se me pueden haber escondido o sumergido algunas entre las páginas de una cróni- ca– en el siglo XVII, en las cos- tas chilenas donde las registra Rosales: “Aunque es cierto y sin con- troversia que verdaderos y per- fectos hombres no los hay sino en el elemento de la tierra, pero no se puede negar que se han hallado ciertos animales marinos que en gran parte del cuerpo representan toscas semejanzas hu- manas. A estos los llaman con vulgar nombre Sirenas los españo- les y los indios Pincoy. “La primera vez, cuando fundaron los españoles la ciudad de Coquínibo en este Reino, vieron en la mar una Sirena, de donde piensan algunos que se le puso por nombre a aquel pueblo la ciudad de la Serena. “El año de 1632 vieron muchos indios y españoles en el mar de Chiloé que se acercó a la playa una bestia que, descollándose sobre el agua, mostraba por la parte anterior cabeza, rostro y pe- chos de mujer, bien agestada, con cabellos o crines largas, rubias y sueltas; traía en los brazos un niño. Y al tiempo del zambullirse, notaron que tenia cola y espaldas de pescado, sobrepuesta de gruesas escamas, como pequeñas conchas. “No solo esta vez, sino otras muchas, las han visto los indios de Chiloé antes y después de la conquista de los españoles.

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“Y un indio de mucha razón me contó haber visto una de medio cuerpo arriba con un rostro muy parecido a una mujer y con sus pechos y un ni-ño en los brazos que no se diferenciaba en cosa alguna de los niños en-tre los hombres, y para que hubiese testigos de aquel tan singular pez llamó a otros que le vie-sen; pero no las han vis-to cantar, ni oído acento ninguno, como es voz común que cantan las Sirenas, no sé con qué fundamento”. Es cierto que en Pe- dro Mártir de Anglería hay otra pálida referencia a Sirenas (a 100 leguas de Panamá), pero que de inmediato son descritas como del tamaño de delfines, “dotados de cantos ar- moniosos y adormecedores, como cuentan de las Sirenas”, lo cual es defendido como cierto por el sacerdote: “¿Qué de extraño tiene encontrar otros peces con voz, antes nunca oídos? Crea cada cual lo que guste: yo pienso que la naturaleza es omnipoten- te”. Aunque parezca extraño, no he encontrado en Fernández de Oviedo referencias a las Sirenas, ni siquiera cuando habla de los Manatíes, pero en cambio sí trata de los Sirenos, es decir de hom- bres marinos, tal como los llama. Después de referir que el hidalgo Alonso de Santa Cruz entre otras cosas le contó haber visto a hombres marinos, lo cual lo llevó a recordar “haber leído que los hay, que son pescados o ge- neración de animales de la mar, que tienen semejanza de hom- bres humanos”, pasa a citar a Plinio y al obispo de Ávila llamado el Tostado, y luego a narrar otras historias que escuchó. “Tengo memoria que he oído decir a algunos hombres de nuestros marinos, cursados en la navegación, que han visto algu- nos de estos hombres, o pescados que parecen hombres, y en especial he visto dos hombres de crédito, uno llamado el piloto Diego Martín, natural de Palos de Moguer, y. otro llamado Joan Farfán de Gaona, natural de Sevilla. “El uno me lo contó en Panamá, año de mil quinientos veinte y siete, y otro en Nicaragua, año de mil quinientos veinte y nue-

219 ve; y ambos decían que en la isla de Cubagua salió uno de estos hombres marinos a dormir fuera del agua en la playa, y que vi- niendo ciertos españoles por la costa, traían dos o tres perros que iban de-lante; y como el hombre marino los sintió, se levantó y se fue corriendo en dos pies al agua, y se lanzó a la mar y se escon- dió, y fueron los perros tras de él hasta el agua; lo cual vieron aquellos cristianos y los que he dicho, a quien lo oí. “Y lo creí, después que oí al segundo, porque, como he dicho, conformaban estos testigos en lo que deponían, y me lo contaron de la misma forma, estando trescientas leguas desviado el uno del otro, y en diferentes tiempos. “Al mismo Joan Farfán de Gaona, y a un Joan Gallego oí afirmar, además de lo que está dicho, que en la punta de Tierra Firme que está en el ancón que entra a Cumaná, de donde se lleva el agua a la isla de las Perlas, dicha Cubagua, acaeció que un hombre de estos marinos estaba en el arenal de la costa dur- miendo en tierra, y ciertos españoles y indios mansos subían la costa arriba, siguiendo una barca, y dieron sobre él, y con los remos, a palos, lo mataron. “Y que era del tamaño que es un hombre de mediana estatura de la cinta abajo, de forma que era de la mitad del alto de un hombre, poco más o menos (me decían éstos que lo vieron) y que su color era como entre pardo y bermejo; la tez no escamosa ni de carne, sino lisa y con un vello de pelos largos y ralos, y en la cabeza, poco pelo y negro; las narices remachadas y anchas, como hombre guineo o negro, la boca algo grande y las orejas peque- ñas; y todo cuanto en él había, miembro por miembro conside- rado, era ni más ni menos que un hombre humano, excepto que los dedos de los pies y de las manos estaban juntos, pero distin- tos, de manera que, aunque estaban pegados, se determinaban muy bien sus coyunturas, y las uñas muy conocidamente. “Cuando le golpeaban, se quejaba de aquella manera que se siente gemir o gruñir las puercas soñando, o cuando las maman los lechones; y algunas veces era aquel sonido como el que hacen los monos grandes o gatos ximios, cuando tocan contra el que quieren morder, con aquel su murmurar o ruido. “Y a este propósito, diré lo que oí a Alonso de Sancta Cruz, del cual se ha hecho mención, como de hombre principal en esta armada de Gaboto, y lo mismo entendí a otros hombres de los que se hallaron en los trabajos que se han dicha de este camino. “Y separados, interrogándoles yo en el caso, supe de ellos en

220 conformidad, que en el río de las Piedras (el cual está en siete grados de la otra parte de la Elda equinoccial) hay en él unos juncales, a manera de espadañas o linos, cerca de tierra, entre aquellas piedras; y allí vieron ciertos pescados u hombres marinos que se mostraban fuera del agua desde la cinta arriba, que pare- cía que tenían forma humana de hombres como nosotros en to- do, y así la cara y ojos y narices y boca, y los hombros y brazos, y todo aquello que de fuera del agua mostraban. “Y de éstos vieron diez o doce de ellos todos aquellos españo- les que se hallaron en aquel río con el dicho Alonso de Sancta Cruz, al cual se da entero crédito, porque es hombre de honra, y tal persona como he dicho en otra parte; y todos los tuvieron por hombres marinos. “Y por todo lo que está dicho en esta materia, parece ser ver- dad que los hay. Entre este río de las Piedras y el puerto de Fer- nambuco, está otro río que se llama de los Monstruos. Y lo lla- man así porque allí hay unos caballos marinos, y hombres mari- nos como los que se ha dicho antes. El cual río de los Monstruos está en siete grados y un tercio, de la otra parte de la línea equi- noccial, en la misma costa”. Pero si las Sirenas, y antes las Vacas, estuvieron en las fanta- sías de Colón, es el Manatí el que predomina en los comentaris- tas, encabezados desde el siglo XVI por el mismo Las Casas, quien ya desde la primera mención de Colón sobre los huesos de vaca que vio en un poblado indígena, se empeña en aclarar que no son huesos de Vaca sino de Manatí.

Sobre este singular mamífero marino existe una amplia bi- bliografía en las crónicas de Indias, en las que se refieren a él y a las discusiones teológicas sobre si se aceptaba como pez para los 221 ayunos cristianos (A este respecto son célebres las dudas del pa- dre Acosta: “extraño pescado, si pescado se puede llamar al ani- mal que paré vivo sus hijos, y tiene tetas y leche con las que los cría y pace yerba en el campo, pero en efecto habita de ordinario en el agua y por eso lo comen por pescado, aunque yo cuando lo comí un viernes en Santo Domingo, casi tenía escrúpulos, no tanto por lo dicho, como porque en el color y el sabor no pare- cían sino tajadas de ternera, y en parte de pernil, las postas de este pescado; es grande cómo una Vaca”). Y Colón, como ya anoté, menciona esos huesos de Vacas el 29 de octubre, cuando en el río de Mares visitó una aldea y cree que “debe haber Vacas en ella y otros ganados, porque vio cabe- zas de hueso que le parecieron de Vaca”. Hernando Colón también esquiva esta anotación del Dia-rio de su padre, pero Las Casas además de haberlo anotado en el margen de su resumen del Diario, se apresura a aclarar es-te asunto de las cabezas de Va-ca: “éstas debieron de ser de Manatí, un pescado muy grande, como grandes terneras, que tienen el cuero sin escama como el de ballena y la cabeza casi como de Vaca; este pescado es muy más sabroso que ternera, mayormente cuando son pequeños como terneras pequeñas y en ado- bo, y nadie que no lo conoz- ca lo juzgará por pescado, sino por carne”. Y así lo han estimado también otros co- mentaristas del Diario, el viaje y la vida de Colón siglos después. Dada esta identificación generalizada de las Sirenas y los hue- sos de cabezas de Vaca vistos por Colón con el Manatí, deberé volver a recurrir a Fernández de Oviedo para que nos hable sobre este animal acuático que se impone tan contundentemente en las identificaciones referentes al Bestiario colombino y que pulula por igual en las páginas de varios e importantes cronistas de In- dias. “Manatí es un pescado de los más notables y no oídos de cuantos yo he leído o visto. De éstos, ni Plinio habló, ni Al- berto Magno en su Proprietati- bus rerum escribió, ni en Espa-

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ña los hay. Ni jamás oí a hombre de la mar ni de la tierra que dijese haberlos visto ni oído, sino en estas islas y Tierra Firme de estas Indias de España. “Este es un grande pescado de la mar, aunque muy conti- nuamente los matan en los ríos grandes, en esta isla (la Española) y en las otras de estas partes. Son mayores mucho que los tiburo- nes y marrajos, así de longitud como de latitud. Los que son grandes, son feos, y parece mucho el Manatí a una odrina de aquellas en que se acarrea y lleva el mosto en Medina del Campo y Arévalo y por aquella tierra. “La cabeza de este pescado es como de un buey y mayor; tiene los ojos pequeños, según su grandeza. Tiene dos tocones con que nada, gruesos, en lugar de brazos, y altos, cerca de la cabeza. Y es pescado de cuero y no de escama, mansí- simo; y se sube por los ríos y llega a las orillas y pasee en tierra, sin salir del río, si puede desde el agua alcanzar la hierba. “En Tierra Firme matan los ballesteros estos animales y a otros muchos pescados con la ballesta desde una barca o canoa, porque andan sobreaguados, y les dan con una saeta con un arpón, y lleva el lance o hasta una traílla o cuerda delgada de hilo delgado y recio. Y después de herido, se va huyendo, y en tanto, el ballestero le da cuerda; y en fin del hilo que es muy largo, le pone un palo o corcho por boya o señal que no se hunde en el agua. Y desde que está desangrado y cansado y vecino a la muer- te, llega a la playa o costa, y el ballestero va cogiendo su cuerda; y desde que le quedan diez o doce brazas por coger, tira del cordel hacia tierra, y el Manatí se allega hasta que toca en tierra y las ondas del agua le ayudan a encallarse más; y entonces el balleste- ro y su compañía ayudan a botarlo de todo en tierra y a sacarlo del agua, para llevarlo a donde lo han de pesar y guardar. Y es menester una carreta con un par de bueyes, según son grandes pescados. “Algunas veces, después que el Manatí viene herido, según es dicho, hacia tierra, le hieren más desde barca con un arpón grue- so enastado, para acabarlo antes; y después de muerto, inconti- nente se anda sobre el agua.

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“Creo yo que es uno de los buenos pescados del mundo y el que más parece carne; y en tanta manera parece Vaca, viéndole cortado, que quien no lo hubiera visto entero o no lo supiera, mirando una pieza cortada de él, no sabrá determinar si es Vaca o Ternera; y de hecho lo tendrá por carne, y se engañan en esto todos los hombres del mundo, porque asimismo el sabor es más de carne que de pescado, estando fresca. “La cecina y tasajos de este pescado es muy singular y se tiene mucho sin dañarse ni corromper. Yo lo he llevado desde esta ciudad de Santo Domingo de la isla Española hasta la ciudad de Ávila en España, el año de mil quinientos treinta y uno, estando allí la Emperatriz, nuestra señora. Y en Castilla parece esta cecina que es de la muy buena de Inglaterra cuanto a la vista; pero cocida, parece que come el hombre muy buen Atún, o mejor sabor que de Atún es el que tiene. Fi- nalmente, es muy singular y precioso pescado si lo hay en el mundo. “En este río Ozama, que pasa por esta ciudad, hay hierbas, en algunas partes, cubiertas del agua, cerca de las costas, y el Manatí pace allí, y lo ven los pescadores, y desde barcas o canoas lo ar- ponan. También los matan con redes recias, hechas como con- viene para tomarlos “Estos animales tienen ciertas piedras o huesos en la cabeza entre los sesos o meollos. La cual piedra es muy útil para el mal de la ijada, según acá se platica y afirman personas tocados de tal enfermedad, y para esto dicen que muelen esta piedra después de haberla muy bien quemado; y aquel polvo, molido y cernido, lo toma el paciente después que amanece por la mañana, en ayunas, tanta parte de ello como se podrá tomar con una blanca o con un jaqués de Aragón, en un trago de muy buen vino blanco; y bebiéndolo así al-gunas mañanas continua- damente, se quita el dolor y se rompe la piedra, y la ha-ce echar hecha arenas por la orina según he oído a personas que lo han proba-do y de crédito. “He visto buscar con diligencia esta piedra a muchos, para el efecto que he dicho. Suele tener un Manatí dos piedras de estas

224 entre los sesos, tamañas como una pelota pequeña de jugar, y como una nuez de ballesta, pero no redondas; y algunas de ellas son mayores de lo que he dicho, según la grandeza del animal o Manatí. Mas para mí yo pienso que la misma propiedad deben tener las piedras que tienen las corvinas y los besugos y otros pescados en las cabezas, si creemos a Plinio, el cual dice que se hallan en la brancha del pescado, en la cabeza, casi piedras, las cuales, bebidas con el agua, son óptimo remedio a la piedra y mal de ijada. “De estos Manatís hay algunos tan grandes que tienen cator- ce y quince pies de largo y más de ocho palmos de grueso. Son ceñidos en la cola, y desde la cintura o comienzo de ella hasta el fin y extremos de ella, se hace muy ancha y gruesa. Tiene solo dos manos o brazos cerca de la cabeza, cortos, y por eso los cristianos le llamaron Manatí, puesto que el cronista Pedro Mártir dice que tomó el nombre del lago Guaniabo, lo cual es falso. Y así como en esta isla Española le quitaron su nombre y le dieron éste, así en la Tierra Firme, que hay muchos de estos pes- cados, los nombran diver- samente según la diferen- cia de los lenguajes de las pro-vincias donde los hay en aquellas partes. “No tienen orejas, sino unos agujeros pe- queños por oídos. El cuero parece como de un puerco que está pelado o chamuscado con fuego. Es de color pardo y tiene algunos pelitos raros; y el cuero es tan gordo como un dedo, y curándolo al sol, se hacen de él buenas correas y suelas para zapatos y para otros provechos. “Y la cola de él, de la cintura que he dicho adelante, toda la hacen pedazos y la tienen cuatro o cinco días o más al sol (la cual parece como nervio toda ella), y desde que está enjuta, la queman en una sartén, o mejor diciendo, la fríen y sacan de ella mucha manteca, en la cual cuasi toda se convierte, quedando poca cibe- ra o cosa que desechar de ella. “Y esta manteca es la mejor que se sabe para guisar huevos fri- tos, porque aunque sea de días, nunca tiene rancio ni mal sabor, y es muy buena pa-ra arder en el candil, y aun se dice que es me- dicinal. Tiene el Manatí dos tetas en los pechos, el que es hem-

225 bra, y así pare dos hijos y los cría a la teta. Lo cual nunca oí decir sino de este pescado y del viejo marino o lobo marino”. Sabiendo ya como son cazados los Manatíes y los productos que ofrecen una vez sacrificados, toca ahora dar el repaso a los pocos comentaristas que se han ocupado de aclararnos algo más sobre estos animales a quienes se confunden con las Sirenas o se identifican sus huesos como si fueran de Vaca, como le sucedió a Cristóbal Colón durante su primer viaje a las Indias. Alvar aprueba en su nota la identificación por Las Casas de los huesos de Vaca como de Manatí, y agrega que a este se le lla- ma “en muchas lenguas Vaca marina, pez buey o buey marino (el Thichecus Manatus, de Linneo), pero agrega “lo que ya no es tan cierto es que su cabeza sea el motivo de llamarle Vaca o Buey, pues se ha dicho que el nombre procede del fuerte labio superior con el que pasta, como una Vaca, la vegetación acuática”. Con respecto a las famosas Sirenas colombinas, Alvar se limi- ta a señalar que “serenas, tal como está escrito en el resumen del Diario como en la nota marginal de Las Casas, era la forma habi- tual en la Edad Media y en el Renacimiento, y la única que usa Nebrija”. Para González Lorenzo, es “evidente que aquellas cabezas de hueso no podían ser de Vaca normal y Las Casas lo aclara di- ciendo que debían ser de Manatí”. Y en lo referente a las Sirenas, escribe: “Aún cuando su parecido con las mitológicas Sirenas sea bastante escaso, como el propio Colón reconoce, no cabe duda alguna que está refiriéndose al Manatí (Trichechus Manatus). Su ligera semejanza con una mujer se acrecienta cuando emerge del agua, abrazando y amamantando a sus crías, dada la posición pectoral de sus mamas. En cuanto a los Manátidos vistos por el Al- mirante en las costas de Guinea, pertenecían a la especie Trichechus senegalen- sis”. En la misma edición donde figura la nota de González Loren- zo, Demetrio Ramos hace un agregado particular: “Mucho ha dado que hablar este encuentro de Sirenas por Colón. Más que la identificación de lo que pudo ver Colón, hecha por el especia-

226 lista, nos interesa advertir que se trata de un efecto reflejo de versiones portuguesas, pues el Almirante dice haber visto Sirenas semejantes en su viaje a Guinea, en el área de Sierra Leona”. Por su parte, Gómez Cano, siempre prudente y buscador de alternativas, primero dice que no es su intención “eliminar de un plumazo tan hermosos elementos de la mitología, pero casi me atrevo a afirmar que esos seres extraordinarios pero algo feúchos no eran Sirenas; y que, en realidad, lo que pudo contemplar Colón no eran más que los encantadores Manatíes”. Luego si- guiendo con su costumbre, plantea un dilema: “¿Y si lo que vio Colón fueron focas, más acostumbradas a las aguas profundas que los Manatíes, un mamífero más sedentario que apenas le gusta alejarse del entorno costero en el que puede pastar las hier- bas con las que alimenta? Pero dado que en las costas de África no hay focas, pero si Manatíes, y que ahí también vio Colón Sirenas, hay que resignarse y aceptar que fueron Manatíes lo visto por Colón en el Caribe”. Aceptando que eran Manatíes, y como el primero que se apresura a explicarlo es Las Casas, terminaré la nota citando lo que el sacerdote dice en la Apologética sobre ellos gracias a su experiencia en la Española: “Hay en esta mar, en especial por estas islas, a la boca de los ríos, entre el agua salada y dulce, los que llamaban los indios Manatíes, la penúltima sílaba larga. “Estos se mantienen de yerba, la que nace en el agua dulce junto a las riberas. Son tan grandes corno grandes Terneras, sin pies, sino con sus aletas con que nadan, y bien tienen tanto y medio como una Ternera. “No es pescado de escama, sino de cuero corno el de las To- ninas o Atunes, o como de Ballenas. El que lo comiese delante quien no supiese qué era, en Viernes Santo creería que comía propia carne, porque así lo parece; es muy más sabroso y precioso que Ternera, mayormente los que se toman pequeños, echados en adobo como se suele comer la Ternera”.

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PECES COMO EN ESPAÑA Por Alberto Manuel Arias García

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onforme van pasando las semanas, la mirada de Colón y de sus acompañantes encuentra en todo lo que ven pare- C cido a lo que estaban acostumbrados a ver en Andalucía, Castilla y, en fin, en España. El viernes 7 de diciembre la anotación está llena de similitudes:

“Llevó redes para pescar, y antes que llegase a tierra saltó una lisa como las de España propia en la barca, que hasta entonces no había visto pece que pareciese a los de Castilla. Los marineros pescaron y mataron otras, y lenguados y otros peces como los de Castilla”.

Cuatro días después, el martes 11 de diciembre, la anotación se convierte en un “catálogo” de peces castellanos:

“Pescaron muchos pescados como los de Castilla, albures, salmones, pi- jotas, gallos, pámpanos, lisas, corvinas, camarones, y vieron sardinas”.

Dos días más tarde, el 13 de diciembre, la anotación refleja un mundo en el que todo está familiarmente en orden, incluso los peces:

“Los aires eran como en abril en Castilla, cantaba el ruiseñor y otros pajaritos como en el dicho mes en España, que dicen que era la mayor dul- zura del mundo. Las noches cantaban algunos pajaritos suavemente; los gri- llos y ranas se oían muchas; los pescados como en España”.

Ya que la fauna marina de la zona caribeña oriental por la que navegaron era y es notablemente diferente a la de las aguas españolas, al tratar de identificar a partir de estos nombres las especies que vieron los marineros de Colón, hay que tener en cuenta, en primer lugar, que Colón se encontró con realidades zoológicas completamente desconocidas para él y sus acompa- ñantes, nunca las habían visto antes y no sabían que nombres tenían. ¿Qué podía hacer Colón para denominarlas? Pues lo que haríamos y hacemos cualquiera de nosotros ante una situación similar: darles el nombre de otra realidad parecida existente en nuestro entorno. Hay que tener en cuenta también que el resumen del Diario de Colón fue escrito por Bartolomé de Las Casas 50 años des- pués del descubrimiento de América, y que para entonces Las Casas había vivido ya varios años en las tierras descubiertas y conocía los nombres indígenas de las nuevas realidades faunísti- cas, con lo que podía identificar lo descrito por Colón con más

230 exactitud35, lo que no quiere decir, no obstante, que acertara con la especie en cuestión. Además, otro asunto a dilucidar es hasta qué punto Colón conocía exactamente los nombres con los que designaba a los peces que veían o pescaban, pues es sabido que su castellano no era del todo correcto y que tenía bastantes influencias portugue- sas por haber vivido diez años en Portugal. Por todo ello, a la hora de las interpretaciones no hay que olvidar tampoco la adver- tencia del misionero jesuita José Gumilla en su obra El Orinoco Ilustrado, de 174136, dos siglos y medio más tarde, al escribir sobre los peces del Orinoco, cuando las novedades del Nuevo Mundo ya no eran tan novedades como cuando las vio Colón por prime- ra vez:

“Lo que en esta materia causa mayor armonía, es la novedad de espe- cies, y figuras de pescados, tan diversos de los de nuestra Europa, que ni aun las sardinas son de la figura, ni del sabor de estas. Lo más, que al repa- rar bien en aquellos pescados, podemos decir es: este se parece algo a la tru- cha; aquel se asemeja algo al lenguado, etc., pero nadie podrá decir: este es como tal de la Europa, con semejanza adecuada”.

Por otra parte, Hernando Colón, hijo de Cristóbal Colón, ba- sándose en la copia del Diario de su padre, escribe, entre 1537 y 1539, el libro Historia del Almirante37, que se publica traducida al italiano en 1571. En esta Historia se reproducen algunos de los nombres de peces ya citados por Colón en su Diario (Lisas, Sal- mones, Gallos, Corvinas y Sardinas), pero se excluyen otros (Lenguados, Albures, Pijotas, Pámpanos y Camarones), y además se incorporan otros nuevos (Caballos, Sábalos, Salpas y Cangre- jos). Al no existir en el resumen del Diario de Colón ni en el libro de su hijo imágenes ni descripciones de las realidades faunísticas asociadas a los nombres anotados en estos documentos, la tarea de intentar averiguar, cinco siglos después, las especies que vie- ron o pescaron los expedicionarios no puede ir más allá de un

35 Ruhstaller, S.– 1992. Bartolomé de Las Casas y su copia del “Diario de a bordo” de Colón. Tipología de las apostillas. CAUCE 14–15 (1992) 615–637. http://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/. Recurso electrónico. 36 Gumilla, P. José.– 1741. El Orinoco Ilustrado. Introducción, notas y arreglo por Constantino Bayle S.J. M. Aguilar, editor. Madrid, 1944. Pág. 221. 37 Colón, Hernando.– 1537–1539. Historia del almirante. Edición de Luis Arranz. Historia 16. Madrid, segunda edición, 1984. 359 págs.

231 mero ejercicio de aproximación razonada. Así, para acotar cuanto sea posible las igualmente posibles es- pecies que observó Colón, hemos partido de la base de que en la tripulación que llevaba el Almirante había una mayoría de mari- neros andaluces38, concretamente de Palos de La Frontera (Huel- va), supuestamente conocedores de las especies marinas de su entorno, pues una de las actividades económicas más importan- tes de la zona era la pesca. Por tanto, la primera aproximación a los nombres dados por Colón debe hacerse a través de las espe- cies que se pescan en aguas andaluzas a ellos asociadas, informa- ción que, en parte, encontramos en Ictioterm39. Después, nuestro siguiente paso ha sido analizar la distribu- ción geográfica de la fauna marina asociada a los ictiónimos con- cernidos, así como la comparación de imágenes de las especies andaluzas y las americanas con la misma denominación. Tanto los mapas de distribución geográfica y los nombres científicos de las especies utilizados en esta aproximación son los expuestos en el recurso electrónico www.fishbase.org40, una base de datos de carácter científico que recoge información rigurosa y actual, con- trastada con publicaciones, sobre peces de todo el mundo. Huelga decir que los nombres científicos son universales y que son los únicos que nos dan la pauta inequívoca para saber de qué especie estamos hablando en cada momento. En este sentido, otros autores, como Alvar41, Gómez Cano42 y González Lorenzo43, interpretan los mismos pasajes e incurren en algunos

38 70 eran los tripulantes de Palos, Moger y Huelva; 10 entre gallegos y vascos; y 10 los extranjeros. Alicia B. Gould calculaba que serían un total de 90 personas, de las cuales ella identifico a 87. Cristóbal Colón: Los cuatro viajes. Testamento. Edición de Consuelo Varela. Alianza editorial. El libro de Bolsillo. Madrid. Tercera edición, 2014. Pág. 12–13. 39 Arias, A.M., M. de la Torre, M. I. Fijo.– 2010. ICTIOTERM. Base de datos terminológicos y de identificación de especies pesqueras de las costas de Andalucía. Recurso electrónico: www.ictioterm.es. 40 Froese, R. and D. Pauly, Editors.– 2009. FishBase.World Wide Web elec– tronic publication, www.fishbase.org versión 05/2009. 41 Alvar, M.– 1976. Cristóbal Colón. Diario del Descubrimiento. Estudios, Ediciones y Notas. Vol. II. Ediciones del Exmo. Cabildo Insular de Gran Canaria. ISBN: 84–7133–216–7. 42 Gómez Cano, J.– 2003. La fauna del Descubrimiento. La zoología de Colón. Caja Madrid. Obra Social. Madrid. 246 págs. Sin ISBN. 43 González Lorenzo, A.– 1995. Notas faunísticas. En Diario del primer viaje de Colón. Edición de Demetrio Ramos Pérez y Marta González Quintana. Páginas: 5–46, 240 y 246. ISBN: 84–7807–092–3. 232 errores de asignación de especies y suposiciones poco con- trastadas… Por ello, en este análisis, para dar consistencia a las afirmaciones vertidas y no incurrir en especulaciones gratuitas, es inevitable el empleo de los nombres científicos correctos de las especies, que, no obstante, hemos reducido al mínimo impres- cindible.

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POSIBLES ESPECIES ASOCIADAS A LOS ICTIÓNIMOS DE COLÓN Y DE SU HIJO HERNANDO

LISAS

Lisa es el nombre genérico con el que son conocidas las espe- cies de la familia Mugílidos en Andalucía. Existen actualmente 77 especies pertenecientes a esta familia, distribuidas por todo el mundo. Todas ellas son muy parecidas entre sí, difíciles de identificar taxonómicamente, incluso para los especialistas, de aquí que no es de extrañar que las capturadas por los pescadores de Colón fueran “como las de Castilla”. Sin embargo, de estas de Castilla, es decir, de las seis especies que existen en aguas españolas (Mugil cephalus, Mugil curema, Chelon labrosus, Liza aurata, Liza ramada, Liza saliens y Oedalechilus labeo), solo dos (Mugil cephalus y Mugil curema) se encuentran también en el Atlántico occidental por donde navegó Colón. De las restantes 71 especies, solo 13 existen también en el área cari- beña “colombina”. La morfología de todas ellas responde perfectamente al arque- tipo de “como las de España” que conocerían los pescadores andaluces que iban con Colón, por lo que pudo ser cualquiera de estas 13 la que pescaron, no solo Mugil curema7. Por mera curiosidad científica, hemos estudiado el asunto al revés, es decir, viendo la distribución del nombre lisa en el mun- do y a qué especies está asociado. En cuanto a la distribución, y a los únicos efectos de lo que estamos buscando, lo encontramos, lógicamente, en la zona de América Central, donde existen 30 especies a las que se denomi- na con el nombre castellano lisa, pero no todas son mugílidos, sino que la mayoría pertenece a la familia Anostómidos, pero están descartados porque o son peces de agua dulce, o son mari- nos que se encuentran al otro lado del Caribe, en el Pacífico Central. En los archipiélagos del Caribe a solo siete especies se les si- gue llamando hasta hoy (¿herencia colombina?) con el nombre de lisa, todas ellas de Mugílidos, a saber: Mugil cephalus, Mugil incilis, Mugil curema, Mugil liza, Mugil trichodon, Mugil hospes y Agonosto-

234 mus monticola. Solo podemos añadir que, posiblemente, alguna o algunas de estas fueron observadas por Colón.

LENGUADOS

Con el término lenguado pasa lo mismo que con el término li- sa: está asociado a muchísimas especies, incluso a muchas que no reúnen los caracteres morfológicos propios para llamarse lengua- do. Así, en Andalucía, 17 especies son denominadas lenguado con propiedad y cinco sin propiedad, porque los pescadores no saben otro nombre o no las han visto nunca. Igualmente, en el mundo existen 51 especies asociadas al nombre de lenguado, de las cuales solo 6 se encuentran en el área donde pudo observarlas Colón. De estas seis solo tres responderían al “modelo” de lo que los pescadores andaluces entienden por lenguado y ninguna de ellas es Achirus lineatus, la candidata de Gómez Cano[7]. De las tres restantes, dos se parecen más a lo que aquí cono- cemos como rodaballo, y una a lo que aquí denominamos gallo. La especie Achirus lineatus se asemeja más a un rodaballo en minia- tura que a un lenguado. Que los pescadores de Colón le llamaran lenguado es un enigma indescifrable, porque también podían haberle llamado tapaculo, platuza, ancho…, o cualquier otra palabra que encajase con su morfología. La imaginación de los pescadores es infinita.

ALBURES

En los puertos de la costa atlántica andaluza el albur por an- tonomasia es Liza ramada, que no se encuentra en las Antillas, por lo que esta especie queda descartada de entre las posibles que vio Colón. Por otra parte, la voz albur la encontramos asociada a cuatro de las especies de Mugílidos o lisas antes mencionadas (Mugil cephalus, Chelon labrosus, Liza aurata y Liza saliens). Esto se debe a que pocos pescadores diferencian bien a estas especies y la mayoría recurre a denominarlas con el nombre ge- nérico lisa, que se convierte así un sinónimo de albur. Pero, siendo rigurosos con las identificaciones, debe tenerse en cuenta que en Andalucía, si bien los albures pueden ser lisas, no todas las lisas son albures.

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A escala global el término albur está asociado a solo dos espe- cies: Mugil cephalus, una “lisa”, y Alburnus alburnus, de la que no viene al caso comentar nada porque es un pez de agua dulce y quedaría descartado por este solo hecho. Dado que Mugil cephalus es cosmopolita, podría ser una firme candidata a especie asociada al término albur que aparece en el resumen del Diario. Pero también, como los pescadores las confunden y para ellos albur es sinónimo de lisa, deberíamos incluir en la candidatura a las especies llamadas lisas mencionadas antes en el apartado co- rrespondiente, que, asimismo, se encuentran en aguas de las islas por las que navegó Colón.

SALMONES

Como con otros nombres aquí tratados, salmón se emplea también para denominar a “cualquier cosa”, dicho coloquial- mente. Así, encontramos que hay por todo el mundo un total de 65 especies asociadas al nombre salmón. 44 de ellas pertenecen a la familia Salmónidos y muchas encajan con lo que nosotros en- tendemos por salmón convencional, es decir, la especie Salmo salar, que, de acuerdo con Gómez Cano, no se encuentra en latitudes tan bajas, por lo que podría descartase con seguridad. Las 21 restantes especies pertenecen a otras familias (Lutjani- dos, Escómbridos, Carángidos, Caesiónidos, Esciénidos y Quifó- sidos) y en nada se parecen al anterior “patrón salmón”. Además, en la zona de las islas caribeñas colombinas, solo se encuentran tres especies asociadas al término salmón: Elegatis bipinnulata, Cynoscion jamaicensis y Cynoscion virescens, ninguna de ellas de la familia Salmónidos, pero, apurando un poco, podría- mos encontrarles cierto parecido al salmón típico. Abundando en el asunto, no es de extrañar que pescadores del puerto de Garrucha (Almería) llamen salmón a Centrolophus niger, un pez negro, de aspecto algo desagradable, bastante aleja- do de nuestros “cánones salmoneros”, pero al que ellos encuen- tran cierta similitud con el salmón en su cuerpo comprimido, cabeza curvada y carne deliciosa... La hipótesis de Alvar de que lo que denominaron salmones pudieran ser salmonetes no es descartable, porque realmente en la zona del Descubrimiento, de las 27 especies mundiales asociadas al nombre salmonete, existen cuatro (Mullodichthys martinicus, Mu-

236 llus auratus, Pseudupeneus maculatus y Upeneus parvus) pertenecien- tes a la familia Múlidos, las cuatro muy parecidas a los salmone- tes nuestros (Mullus surmuletus y Mullus barbatus), algunas “clava- ditas”, dicho también en términos coloquiales. Existe una quinta especie (Polimixia nobilis), de la familia Polimíxidos, bien diferente a un salmonete típico. Pero lo que sí está absolutamente descartado es que lo que vio Colón no era ninguna de las dos especies nuestras, ya que no existen en aguas caribeñas. Asimismo, a la luz de los conocimientos actuales, también hay que descartar a Mullodichthys lineatus, que habita en el Pacífico oriental, enfrente del Caribe, pero no en el Caribe. En el caso de robalo (sin tilde en andaluz), perfectamente po- drían haber pescado algo a lo que dieron el nombre de robalo por su parecido a nuestro robalo (Dicentrarchus labrax), porque, de hecho, de las 15 especies mundiales asociadas al término robalo, cinco (Centropomus undecimalis, Centropomus ensiferus, Centropomus parallelus, Centropomus pectinatus y Centropomus mexicanus) se en- cuentran en el área caribeña que navegó Colón en su primer viaje, y las cinco son de aspecto muy similar a nuestro robalo, el cual, por cierto, no llega al Caribe en su distribución geo-gráfica.

PIJOTAS

El término pijota designa en Andalucía a los ejemplares jóve- nes (de unos 15 a 20 cm de longitud) de la conocida pescadilla o merluza (Merluccius merluccius). Aquí la cuestión de saber qué fue lo que Colón designó como pijota podría ser menos complicada, pues el término pijota solo se emplea en Andalucía, y para nombrar a los juveniles de dos espe- cies: Merluccius merluccius y Merluccius senegalensis, las dos ausentes del Atlántico occidental. Con esto a la vista, y con lo que se sabe actualmente sobre las 25 especies de la familia Merlúcidos repartidas por todo el mun- do, solo una, Merluccius albidus, es la que se encuentra en la zona caribeña y podría haber sido la denominada pijota por Colón. La especie propuesta por Gómez Cano, Merluccius hubbsi, se distribuye desde el sur de Brasil hasta el sur de Argentina. No está en el Caribe.

GALLOS

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De las ocho especies de peces que hay distribuidas por el mundo asociadas al nombre gallo, solo dos, Zenopsis conchifer y Selene setapinnis, se encuentran en nuestro área de estudio, o sea en Las Antillas. Ambas, con su cuerpo muy comprimido y alto, se parecen mucho a una de las que en Andalucía se llama gallo, Zeus faber. Otras dos de las 11 especies que en aguas andaluzas reciben el mismo nombre de gallo, como Lepidorhombus boscii y Lepidorhom- bus whiffiagonis, no se distribuyen por el Caribe. Por lo tanto, la suposición de Gómez Cano sobre Zenopsis con- chifer y con su aserto de “un pez plano como el Lenguado”, no se sostiene a la vista de lo que se sabe hasta hoy. Como en Andalucía la polisemia es una de las características de su riqueza ictionímica, tenemos, como mínimo, dos especies más (Cyttopsis rosea y Helicolenusdactylopterus) de estas 11, a las que nuestros pescadores llaman gallo y que ¡sí se encuentran en el Caribe! Pero ¿pescaron alguna de ellas los “descubridores”? Nun- ca lo sabremos.

PÁMPANOS

Como en casos anteriores, la cuestión de averiguar a qué lla- maron pámpano los pescadores de Colón es imposible de resolver con certeza, y más aquí, donde el abanico de posibilidades es bastante más amplio. Pámpano es un término que designa a numerosas especies, no solo en Andalucía sino también en todo el mundo de habla his- pana; un nombre a menudo recurrente, casi genérico, que los pescadores emplean para muchas especies de las que desconocen otros nombres pero que responden al “patrón pámpano”, es decir, cuerpo muy comprimido lateralmente, alto o muy alto y escamas muy pequeñas, que es lo que caracteriza a la imagen del pámpano que suponemos tenían los marineros que iban en el primer viaje de Colón a tierras americanas. Así, solo en Andalucía, existen 20 especies denominadas pámpano, de las que ocho presentan con nitidez estos caracteres, y doce se ajustan muy poco o nada al patrón anterior. Atendiendo a la frecuencia de ocurrencia de la voz pámpano al preguntar a los pescadores andaluces, en solo tres especies la voz pámpano se asociaba con una frecuencia notable: Stromateus fiatola (45,3%), Schedophilus ovalis (15,8%) y Naucrates ductor (13,5%). Del estudio de la distribución geográfica de estas especies a

238 nivel global, resulta que las dos primeras no se encuentran en el Caribe, mientras que Naucrates ductor está por todos los mares tropicales del mundo, incluida la zona caribeña. Con ello podríamos tener aquí a un posible primer candidato a lo que vio Colón. Pero es que, además de estas tres especies, encontramos 45 más también asociadas a la voz pámpano, de las que otras cinco se encuentran en aguas del Caribe (Trachinotus coralinus, Trachinotus falcatus, Trachinotus goodei, Trachinotus cayen- nensis y Alectis ciliaris) y serían también posibles candidatas. Pero ¿cuál o cuáles vio Colón y llamó pámpanos? Imposible dar una respuesta medianamente correcta, aparte de enumerar a estas seis especies anteriores.

CORVINAS

La voz corvina es también fuertemente polisémica: hasta 61 especies encontramos asociadas a ella en países de habla hispana. En Andalucía, hay cinco especies a las que se denomina corvi- na, pero solo una de ellas, Argyrosomus regius, es la corvina por antonomasia, y la que sin temor a equivocarnos era la que lleva- ban los marineros en su memoria cuando viajaron con Colón. Pero Argyrosomus regius no se encuentra en el Caribe, solo se pesca en el Atlántico oriental. De las 61 especies anteriores, solo diez (Isopisthus parvipinnis, Cynoscion nebulosus, Cynoscion virescens, Micropogonias undulatus, Micropogonias furnieri, Bairdiella ronchus, Odontoscion dentex, Sciae- nops ocellatus, Umbrina broussonnetii, Umbrina coroides) habitan en la zona recorrida por los navegantes españoles en el primer viaje del descubrimiento. De estas, algunas puede decirse que son “calcadas” a la corvi- na andaluza, como ocurre con Micropogonias furnieri, por lo que no es de extrañar que los marineros de Colón, si es que vieron a alguna de ellas, no dudaran en llamarla corvina. Cabe señalar como nota curiosa que recientemente, lo mismo que Colón llegó a las islas del Caribe y vio un pez al que llamó corvina porque se parecía al que aquí en Andalucía se llama corvi- na, desde 2016 están llegando de forma natural a aguas gaditanas ejemplares de Cynoscion regalis procedentes de las costas america- nas orientales44, que es una especie desconocida para los pesca-

44 Bañón, R., A. M. Arias, D. Arana, J. A. Cuesta.– 2017. Identification of a non–native Cynoscionspecies (Perciformes: Sciaenidae) from the Gulf of Cádiz 239 dores de Sanlúcar de Barrameda, Chipiona y Rota, y ¿cómo la han llamado? Pues no han dudado en bautizarla corvina, dado su evidente parecido con la corvina autóctona a la que están tan acostumbrados a ver.

CAMARONES

Camarón es un término genérico español que designa a crus- táceos decápodos de tamaño más pequeño que gambas y langos- tinos. Engloba a las numerosas especies de muy diversas formas pertenecientes a la familia Palemónidos, repartidas por todo el mundo. Suponemos que lo más lógico es que los marineros de Colón llamaran camarón a algo que vieron parecido en tamaño y colora- ción a lo que en Andalucía se llama camarón, por ejemplo, Pa- laemon varians, Palaemon elegans y Palaemon serratus, por decir algunas especies. Pero ninguna de estas se encuentra en el Cari- be. Por acotar la búsqueda a alguna especie caribeña parecida a las andaluzas, pero sin decir, evidentemente, que estas fueran las observadas por Colón, encontramos que Palaemon northropi y Palaemon pandaliformis45 se distribuyen por aquella zona y respon- den al patrón de tamaño y coloración de los camarones andalu- ces más comunes.

SARDINAS

La sardina, Sardina pilchardus, es uno de los peces más comu- nes del mar, de la pesca, de la mesa, bien conocido por los pes- cadores andaluces y españoles en general. Pero su distribución geográfica no llega hasta el Caribe. Por lo tanto, difícilmente puede asociarse el nombre de sardina a Sardina pilchardus en aguas de Las Antillas. En el resumen del Diario de a bordo dice “se vieron sardinas”. Las verían, no lo ponemos en duda. Y serían sardinas “como las de España”, tampoco lo dudamos, en el sentido en que serían “parecidas” a las de España. Pero lo que sí es seguro es que no

(southwestern Spain) and data on its current status. Scientia Marina 81(1): 19– 26. ISSN–L: 0214–8358. 45 Jayachandran K.V. 2001.– Palaemonid prawns. Biodiversity, Taxonomy, Biology and Management. Science Publishers, Inc. Enfield (NH), USA. ISBN: 1–57808– 182–3. 240 eran Sardina pilchardus. Asociadas a la voz sardina existen 144 (!) especies de peces en los países de habla hispana y portuguesa. De estas, la inmensa mayoría vive en ambientes dulceacuícolas (ríos, lagos, embalses) y no tienen la más mínima semejanza con la imagen de nuestra sardina. Solo hay diez especies marinas que se encuentran en la zona de estudio y que podrían responder con más o menos fidelidad al “patrón sardina” español. De estas diez descartamos a tres que pertenecen a la familia engráulidos, la de nuestro boquerón (En- graulis encrasicolus), que, al igual que él, destacan por su boca de grandes dimensiones y que ningún pescador confundiría con una sardina. Las siete restantes, que podrían estar entre las posibles espe- cies tomadas por “sardinas como las de España” por los marine- ros de Colón, son estas: Harengula humeralis, Harengula jaguana, Harengula clupeola, Jenkinsia lamprotaenia, Lile piquitinga, Sardinella aurita, Sardinella brasiliensis. Cabe señalar que a Sardinella aurita cualquier marinero expe- rimentado la denomina siempre lacha, o alacha, que es el nombre que tiene esta especie en los puertos andaluces. Gómez Cano se declara incapaz de identificar de qué sardina se trata, pues son muchas y muy parecidas las agrupadas bajo el mismo nombre. En las Antillas, dice, que entre las que se captu- ran de forma abundante está Sardinops sagax, pero, precisamente, no se distribuye por aquellas islas.

CABALLOS

Con el término caballo lo obvio es pensar que lo que vieron los marineros de Colón y llamaron caballo fueran los conocidos como caballitos de mar en Andalucía y España, de nombre cientí- fico Hippocampus hippocampus e Hippocampus guttulatus, pertene- cientes a la familia Singnátidos, que se caracterizan porque la forma de su cabeza es muy similar a la del caballo terrestre. Choca, sin embargo, que no estén anotados así, caballitos de mar, nombre consolidado en la actualidad, aunque tal vez en el siglo XV se les llamara simplemente caballos. O que Hernando Colón o su traductor al italiano, no entendieran lo de caballito de mar y optaran por simplificar y escribir solo caballos. No obstante, si nos quedamos con la hipótesis de que lo que vieron fueron lo que hoy conocemos como caballitos de mar, hay

241 que descartar a estas dos especies anteriores españolas porque no se encuentran en el Caribe: son propias del Atlántico oriental y del Mediterráneo. No ocurre así con otras tres que encajan con el “patrón caba- llito” típico que sí están en las aguas que navegó Colón: Hippo- campus erectus, Hippocampus zosterae e Hippocampus reidi. De todas maneras, si bien Isidoro de Sevilla (siglo VII) en sus Etimologías cita ya al equi marini, en clara referencia al caballito de mar típico, como indica García Cornejo46, el ictiónimo caballito no aparece en la bibliografía andaluza hasta mucho después de Colón, en 1789, en la obra de Medina Conde47, pero sin asociar a ningún nombre científico. Por otro lado, cabe la posibilidad de que lo que los marineros de Colón designaron como caballos fuesen peces de otras fami- lias, muy distintos a los Singnátidos. Así, el término caballo lo encontramos asociado a especies de la familia Carángidos, de mucho mayor tamaño, como Lichia amia, que se denomina caballo y caballete en algunos puertos del Mediterráneo andaluz, aunque no habita en el Atlántico occi- dental. Otras especies de esta familia tienen el perfil frontal de la ca- beza que recuerda al del equino terrestre homónimo, como Selene setapinnis, que sí se encuentra por las Antillas Mayores. Un congénere de esta especie, muy similar a ella, Selene dorsa- lis, habita en el Golfo de Cádiz y puede que algún marinero co- lombino lo conociera y lo recordara. Finalmente, González Lorenzo sugiere que en vez de caballos podría tratarse de caballas, en lo que abunda Gómez Cano al suponer “que debe tratarse de un error y que debería decir caba- llas”. De ser así, solo podemos decir que de las tres especies deno- minadas caballa en Andalucía (Scomber colias, Scomber japonicus y Scomber scombrus), la única que puede encontrarse en la zona navegada por Colón es la primera, Scomber colias.

SÁBALOS

46 García Cornejo, R.– 2001. A propósito de los ictiónimos en «De piscibus». Etimologías 12.6 de Isidoro de Sevilla. Habis, 32: 553–575. 47 Medina Conde, C. de.– 1789. Conversaciones históricas malagueñas, o materiales de noticias seguras para formar la historia civil, natural y eclesiástica de la M. I. ciudad de Málaga, escritas y publicadas de 1789 a 1793 por D. Cecilio García de la Leña. Málaga, 1879 (2 vols.) (IIª ed.). 242

Sábalos figura en la Historia del Almirante, no en el resumen del Diario, ya que es un nombre que se registra en el segundo viaje de Colón. En cualquier caso, sábalo es la denominación de Alosa alosa, pez marino que remonta los ríos andaluces para repro- ducirse. En la actualidad se la considera extinguida en el Guadalquivir48, pero en siglos pasados fue muy abundante y apreciada, como indican los siguientes párrafos seleccionados de una abundante bibliografía:

“…péscase en el río variedad de peces, entre ellos esturiones, que en Es- paña se denominan sollos, pero de lo que hay gran abundancia es de sába- los, que se aprecian mucho.” Andrés Navagero – Viaje por España (1524–1526)49

“Sevilla […] es muy abundante […] de toda clase de peces, y especial- mente de sábalos y lenguados y ostias muy grandes.” L. Marineo Sículo – Cosas memorables… (1533)50

“Pues en cuanto a la provisión de pescado […]. Como son sávalos, lam- preas, sabogas, picones, machuelos, corvinatas, anguillas, zafijos, albures, que es pescado regalado, sin más espina que la del lomo, y robalos, que se dan a cualquiera enfermos, sin la chusma de pexer reyes, y camarones...” Alonso de Morgado – Historia de Sevilla (1587)

Por lo tanto, podemos pensar que el sábalo debió ser una es- pecie bien conocida por los marineros andaluces de la expedición de Colón. Sin embargo, una vez más, estamos ante una especie española, Alosa alosa, que no se distribuye por el Atlántico occi- dental. Con ello, cuando Hernando Colón incorporó sábalos al libro sobre su padre, tal vez para aumentar los supuestos conocimien- tos de este, o porque era una especie que a él, a Hernando, le llamó la atención, se referiría a una especie parecida. Asociadas al nombre sábalo existen 22 especies de peces en el mundo, pero solo dos, Megalops atlanticus y Elops saurus, son ma- rinas y se encuentran en las aguas de las islas que descubrió Co- lón en sus viajes.

48 Fernández–Delgado, C., P. Drake, A. M. Arias, D. García–González.– 2000. Peces de Doñana y su entorno. Ministerio de Medio Ambiente. Organismo Autó- nomo Parques Nacionales. Madrid. 272 pp. 49 Carvajal, V., F. Raya.– 1987. Los peces del Guadalquivir en la Historia y en la Literatura. Azotea, 4. Revista de Cultura del Ayuntamiento de Coria del Río. 50 Ladero, M. A.– 1989. Historia de Sevilla II. La ciudad medieval (1248–1492). Publicaciones de la Universidad de Sevilla. Núm. 49, pág. 109–110. 243

Si bien el sábalo que ellos conocían (Alosa alosa) es un pez que puede alcanzar un tamaño considerable, unos 80 cm, creemos que si lo que vieron fue Megalops atlanticus, bien pudieron llamar- lo sábalo, porque esta especie es como una sardina gigante. No obstante, de haberlo pescado, creemos que habría merecido una anotación especial en el resumen del Diario debido a la especta- cularidad de este pez, que puede llegar a medir 2m. Respecto a Elops saurus, solo podemos decir que no se parece suficientemente a la imagen del Clupéido que los marineros tenían en su memoria asociada al nombre sábalo.

SALPAS

La voz salpa, del latín salpa, probablemente a partir del cata- lán51, se documenta por primera vez en un registro valenciano del año 132452. Por lo tanto, en tiempos del primer viaje de Colón ya era una palabra conocida. Desde que se implantó la nomenclatura científica en 1758, el término salpa siempre ha estado asociado únicamente a la especie Sarpa salpa. Hasta hoy, salpa es el nombre comercial de esta espe- cie en Cataluña, Valencia y Baleares. Sin embargo en Andalucía salpa no se documenta hasta 175353, aparece en la bibliografía muy pocas veces y actualmente no la emplean los pescadores onubenses ni gaditanos. Solo la registramos en puertos del Mediterráneo andaluz (Marbella y Garrucha), donde la influencia levantina está más próxima. La voz salpa no aparece en el resumen del Diario de a bordo del Almirante, sino en libro de Hernando de Colón sobre su padre, escrito unos 45 años después del primer viaje, traducido al italiano y publicado en 1571. Es posible que la presencia de salpas entre los peces supues- tamente vistos en aguas americanas se deba a un olvido de Las Casas al hacer su resumen del Diario, a un error del propio Her- nando Colón o del traductor al italiano, o a que los navegantes las vieran antes de llegar a América, en Canarias, por ejemplo,

51 Corominas, J., J. A. Pascual.– 1980. Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico. Editorial Gredos, Madrid. ISBN: 978–84–249–1362–5 52 Duran, M.– 2007–2010. Noms y descripcions dels peixos de la Mar Catalana. Edi–torial Moll. Palma (Mallorca). ISBN: 978–84273–6508–7. Dos tomos. 53 Löfling, P.– 1753. Pisces Gaditana. Observata Gadibus et ad Portus Sª María. 1753. Mens. Nov. et Decemb. Manuscrito, en Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid (1ª División, carpeta 8, número 122, hojas 93 a 122). 244 porque la distribución geográfica de Sarpa salpa no llega a las Bahamas. De hecho, solo se distribuye por el Atlántico oriental, desde el Golfo de Vizcaya hasta Sudáfrica y por el Mediterráneo. Por otra parte, de ser cierto su avistamiento o captura en las proximidades de Canarias, no es descartable pensar que llamaran salpas a otra u otras especies parecidas, como la oblada (Oblada melanura), o el pámpano (Stromateus fiatola).

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ADENDA

Medio siglo más tarde, Bartolomé de las Casas, en la Apologé- tica Historia Sumaria54, realizó una detallada descripción de sus recuerdos de la isla Española y describió los peces que vivían en sus ríos. Para cumplimentar la curiosidad de los entendidos y los lectores, la cito en su integridad:

“Todos estos ríos y todas los de esta isla (Española) están de pescados plení- simos, y por la mayor parte los pescados de ellos son Lizas de las de Castilla, pero muy mejores y más gruesas y sabrosas y en tamaño mayores, y la semejanza tienen, en la escama, con los albures de Sevilla, Hay otros que llaman Guabinas, la media sílaba breve, las cuales tienen casi el parecer de Truchas, en la escama, especialmente cuanto a las pinturas, puesto que son las pinturas o manchitas negritas y el pescado de ellas muy blanco; es sanísimo y delicadísimo pescado, que se puede y suele dar a los enfermos como si fuesen pollos. Otros, que se llaman Dahos, la media larga, son pequeños como pequeños Albures, menos que un Jeme, y tienen los huevos tan grandes y mayores que los de los Sábalos, y esto es lo principal que tienen de comida, porque lo otro todo tiene poca sustancia. Hay también otros que se llamaban Zages, pequeños pero muy sabrosos, casi del tamaño y escama que Albures chiquitos. Hay asimismo los que llamaban los indios Diahacas, la media larga. Estas son como Mojarras de Castilla; difieren algo de Mojarras en tener las escamas prietecitas, y las Mojarras son todas muy blancas; estos pescados son también sabrosos y muy sanos. Hay anguilas grandes y chicas, pero son tan dulces de comer que causan a algunos náuseas o mal estómago”.

Hay 34 especies de peces llamados anguila en el mundo, pero, sin más datos que la distribución geográfica y su aspecto parecido a la anguila europea, solo una especie es susceptible de ser consi- derada como posiblemente observada por Colón: Anguilla rostra- ta, que se encuentra en las Antillas. La anguila europea, Anguilla anguilla, casi llega a las costas occidentales atlánticas en sus mi- graciones reproductivas transoceánicas, pero los adultos viajan a gran profundidad y mueren después del desove, por lo que difí- cilmente pueden haber sido vistos. Los juveniles (angulas, o glass eel), que tienen un aspecto completamente distinto al de los adultos (por lo que, ni aún hoy, mucha gente los reconoce como crías de la anguila), regresan a los ríos europeos y tampoco pudie-

54 Las Casas, Bartolomé de.– 1850. Apologética Historia. Obras escogidas. Tomo III. Estudio crítico y preliminar de Juan Pérez de Tudela Bueso. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores españoles. Madrid 1958. 246 ron ser vistos en Las Antillas.

“Hay Langostinos, que son camarones muy grandes, muy buenos de comer aunque duros, de la manera de los de España”.

Hay 15 especies de crustáceos decápodos asociadas al término langostino, de las cuales solo una, Litopenaeus vannamei, se encuen- tra en aguas antillanas, y pudiera estar relacionada con lo que los marineros de Colón vieron y llamaron langostino. Ya sabemos que allí a estos langostinos se les llama camarones, pero en 1492 esa palabra no estaba en la lengua de los indígenas “amigos” de Colón.

“Estas seis especies de pescados de escama son, y no más, los que se hallan y hay en abundancia en los ríos de esta isla”.

“En los arroyos pequeños hay unos pececitos chiquitos que en Castilla lla- man Pece–rey y los indios Tetí, la última aguda; son sanísimos”.

Hasta 19 especies de peces hay en el mundo asociadas a lo que en Andalucía y en España designamos con la voz pece–rey, que actualmente se dice y se escribe pejerrey. De ellas solo una se encuentra por Las Antillas: Atherinella brasiliensis y podríamos aventurar que esta fue la que vieron y llamaron pece–rey los mari- neros de Colón, porque realmente es muy similar al pejerrey anda- luz, Atherina boyeri, que no se encuentra en el Caribe.

“Hay en ellos también Hicoteas que son galápagos de los arroyos de Casti- lla, puesto que estas Hicoteas son muy más limpias y más sanas que aquéllos, según creo, porque no son tan limosas ni tan amigas de lodo y tierra, porque andan más por el agua que los galápagos; verdad es que teman por opinión los indios de esta isla que las Hicoteas eran madres de las Bubas, y así a mí muchas o algunas veces me lo dijeron; por esta causa nunca jamás las quise comer, puesto que muchos las comían y nunca tuvieron bubas”.

“Hay en los arroyos también unos Cangrejos que sus cuevas tienen dentro del agua, que los indios llamaban Xaibas. Estos Cangrejos o Xaibas tienen dentro, en el vaso o caparacho, ciertos huevos y cierto caldo que parece cosa guisada con azafrán y especias, y así tiene el color y el olor y el sabor de especias, mayormente cuando están llenas, que es coa la luna nueva, porque entonces están sazonadas; se han de comer asadas, porque cocidas se iría el caldo y no serían tan buenas”.

Además del párrafo anterior, en otras citas del resumen del Diario se habla de cangrejos:

Lunes, 17 de setiembre

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“vieron muchas yerbas y que parecían yerbas de ríos, en las cuales hallaron un cangrejo vivo”

Domingo, 23 de setiembre “las yerbas eran muchas y hallavan cangrejos en ellas”

Respecto a las dos primeras citas, no cabe duda de que estaba navegando por el Mar de los Sargazos, y que los cangrejos que vieron eran Planes minutus, que de hecho se conocen en la litera- tura científica como “cangrejos de Colón” (Columbus crabs). También existe otra especie de cangrejo que vive en estas masas flotantes vegetales del Atlántico y que podría haber sido vista por los navegantes. Su nombre científico es Portunus sayi. Los dos son cangrejos pequeños.

Sábado, 17 de noviembre "De aquí yendo adelante halló una ribera d'agua muy hermosa y dulce, y sa- lía muy fría por lo enxuto de ella; había un prado muy lindo y palmas muchas y altísimas más que las que había visto. Halló [...] cangrejos grandísimos"

En cuanto a los cangrejos grandísimos, podrían ser Cardisoma guanhumi, cangrejos semiterrestres de gran tamaño y llamativo colorido, que hacen masivas y espectaculares migraciones.

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55 Incluyo algunos de los libros que revisé –bestiarios y estudios sobre los anima- les y la naturaleza americana–, aunque no los utilizara en el texto.

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250 las Indias y a la Provincia de Catayo (China). (Descubrimiento de América). Reproducción facsimilar de las 17 ediciones conocidas. Introducción y comentario por Carlos SANZ. Madrid, 1958. XIV + paginaciones par- ciales. 4. 1982–1997 COLÓN, Cristóbal: Textos y documentos completos. Edi- ción de Consuelo VARELA. Nuevas cartas: Edición de Juan GIL. Alian- za Editorial. Alianza Universidad. Madrid, segunda reimpresión de la segunda edición ampliada, 1997. 553 págs. 5. 1984 (COLÓN, Cristóbal): Cartas de particulares a Colón y Relaciones coetáneas. Recopilación y edición de Juan GIL y Consuelo VARELA. Alianza Editorial. Alianza Universidad 398. Madrid, 1984. 359 págs. 6. 1994 PÉREZ DE TUDELA, Juan (Director): Colección documental del Descubrimiento (1470–1506). Tres tomos. Real Academia de la Historia. Consejo Superior de Investigaciones científicas. Fundación Mapfre América. Tomo I. Madrid, 1994. CCXLIV + 626 págs. 7. 2015 COLÓN DE CARVAJAL, Anunciada (directora): La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos colombinos (1492–1541). Cuatro tomos. Fundación Mapfre. CSIC. Ma- drid, 2015. I: 752 págs.; II a IV: 2857 págs. 8. 1964 MURO OREJÓN, Antonio, y Florentino PÉREZ–EMBID y Francisco MORALES PADRÓN: Pleitos Colombinos. VIII. Rollo del Proce- so sobre la Apelación de la Sentencia de Dueñas (1534–1536). Escuela de Estudios Hispanoamericanos. Sevilla, 1964. 555 págs.

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+ 443 + 493 págs. + 15 láminas. 13. 1526–1986 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Sumario de la Natural Historia de las Indias. Edición de Manuel Ballesteros. Historia 16, 21. Madrid, 1986. 181 págs. • 1526–1942 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: De la Na- tural Historia de las Indias (Sumario de Historia Natural de las In- dias). Con un estudio preliminar y notas por Enrique Álvarez López. Editorial Summa. Madrid, 1942. 230 págs. • 1526–1978 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Sumario de la Natural y General Historia de las Indias. Facsímil. Nota prelimi- nar de Juan Pérez de Tudela. Espasa Calpe S.A. Madrid, 1978. 16 + facsímil. • 1526–1986 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Sumario de la Natural Historia de las Indias. Edición de Manuel Ballesteros. Historia 16, 21. Madrid, 1986. 181 págs. • 1526–2010 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Gonzalo: Sumario de la Natural Historia de las Indias. Edición de Álvaro Baraibar. Uni- versidad de Navarra–Iberoamericana–Vervuert. Madrid, 2010. 377 págs. 14. 1741–1944 GUMILLA, P. José 1741. El Orinoco Ilustrado. Introduc- ción, notas y arreglo por Constantino Bayle S.J. M. Aguilar, editor. Madrid, 1944. Pág. 221. 15. 1957 LAS CASAS, Bartolomé de las: Obras escogidas de Fray Barto- lomé de las Casas. Historia de las Indias. Estudio crítico preliminar y edición de Juan Pérez de Tudela Bueso. Texto fijado por Juan Pérez de Tudela y Emilio López Oto. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores Españoles... (continuación), 95. Madrid, 1957. Tomo I: CLXXXVIII + 502 págs. (Tomo II: 617 págs.) 16. 1958 LAS CASAS, Bartolomé de las: Obras escogidas de Fray Barto- lomé de las Casas. Apologética Historia. Estudio crítico preliminar y edición de Juan Pérez de Tudela Bueso. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores Españoles... (continuación), 105. Madrid, 1958. Tomo III: XXXII + 470 págs. 17. ROSALES, Diego de: Historia General del Reino de Chile. Flandes Indiano. Publicada, anotada y precedida de la vida del autor y de una extensa noticia de sus obras por Benjamín Vicuña Mackenna. Tres tomos. Imprenta del Mercurio. Valparaíso, 1877–1878. Tomo I, pág. 309. 18. 1866 SALAZAR, Eugenio de: Cartas de…, vecino y natural de Madrid, escritas a muy particulares amigo suyos. Prólogo de Pascual de Gayangos. Publicadas por la Sociedad de Bibliófilos españoles. Imprenta y Estereo- tipia de M. Rivadeneyra. Madrid, 1866. XI + 107 págs.

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19. ANÓNIMO: El Fisiólogo. Bestiario Medieval. Prólogo de Juli Perade- jordi. Ediciones Obelisco. Barcelona, 2000. 77 págs. 20. ANÓNIMO: Bestiarios del Libro Ultramarino. Edición y adaptación de Isabel Muñoz. Ediciones Eneida. Colección Bestiarios. Madrid, 2000. 122 págs. 21. ARISTÓTELES: Historia de los Animales. Edición de José Vara Do- nado. Ediciones Akal. Madrid, 1990. 595 págs. 22. PLINIO: Historia Natural. Edición y traducción de Josefa Cantó, Isabel Gómez Santamaría, Susana González Marín y Eusebia Tarriño. Cátedra–Letras Universales. Madrid, segunda edición, 2007. 876 págs. 23. SEVILLA, San Isidoro de: Etimologías. Edición bilingüe. Texto la- tino, versión española y notas. José Oroz Reta y Manuel–A Marcos Casquero. Introducción general: Manuel c. Díaz y Díaz. Biblioteca de Autores cristianos. Madrid, 2004. 1465 págs. 24. TORQUEMADA, Antonio de: Jardín de flores curiosas. Bibliomanías. San Sebastián, 2001. 361 págs. 25. MALAXECHEVERRÍA, Ignacio: Bestiario Medieval. Ediciones Siruela. Madrid, 1999. 277 págs.

OTRAS REFERENCIAS56 26. FERNÁNDEZ–ACEYTUNO, Mónica: Diccionario Aceytuno. www.aceytuno.com. 27. DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA ES- PAÑOLA. Edición digital. dle.rae.es 28. ICTIOTERM. www.ictioterm.es 29. WIKIPEDIA. es.wikipedia.org

ESTUDIOS Y REFERENCIAS 30. ÁLVAREZ LÓPEZ, Enrique: “La historia natural en Fernández de Oviedo”, en: Revista de Indias. Nros. 69–70. Madrid, julio–diciembre, 1957. Págs. 541 a 601. 31. ÁLVAREZ PELÁEZ, Raquel; La conquista de la naturaleza americana. Consejo Superior de Investigaciones científicas. Madrid, 1993. 607 págs. 32. ÁLVAREZ PELÁEZ, Raquel: “La descripción de las aves en la Obra de madrileño Gonzalo Fernández de Oviedo”, en: Asclepio, Vol. XLVIII–I– Madrid, 1996. Págs. 7 a 25. 33. ARMAS, Juan Ignacio: La zoología de Colón y de los primeros explorado- res de América. Establecimiento Tipográfico O’Reilly. Habana, 1888. 185 págs.

56 A través de Google he consultado diversas páginas y muchas fotografías. Además de las páginas que aquí cito, agregó Ecured, Planeta Tierra, Animales salvajes, Wikicionario, más algunas otras, como lo indico, que he utilizado cuando he recurrido a ellas para describir o explicar algún animal. 253

34. ARANZADI, Telesforo de: Fauna americana. Conferencia leída el 28 de abril de 1891. Ateneo de Madrid. Establecimiento Tipográfico “Su- cesores de Rivadeneyra”. Madrid, 1892. 49 págs. 35. BALTAN VELOSO, Ramón: “Minucias infelices”, en Voces, 6. Salamanca, 1995. Págs. 115–116. 36. CORDERO DEL CAMPILLO, Miguel: Crónicas de Indias. Gana- dería, medicina y veterinaria. Junta de Castilla y León. Salamanca, 2001. 302 págs. 37. DURAND, José: Ocaso de sirenas. Manaties en el siglo XVI. Dibujos de Elvira Gascón. Tezontle. México, 1950. 127 págs. 38. EGAÑA ROJAS, Daniel: “Comerse las Indias. La alimentación como clave clasificatoria del Nuevo Mundo en la obra de Fernández de Oviedo”, en Anuario de Estudios Americanos. Nro., 72–2. Sevilla, 2015. Págs. 579 a 604. 39. ETIENVRE, Jean–Pierre: “Lecturas de un malentendido: el Diario de Cristóbal Colón”. V Congreso Internacional de la Asociación Española de Semiótica. La Coruña, 3–5 de diciembre de 1992. Tomo I. Págs. 23–33. 40. GARCÍA MERÁS, Emilio: Caballo contra jaguar. La extraordinaria conquista de las fieras de Indias. Kaydeda ediciones. Madrid, 1988 41. GÓMEZ CANO, Joaquín: La fauna del Descubrimiento. La zoología de Colón. Caja Madrid. Obra Social. Madrid, 2003. 246 págs. Sin ISBN. 42. GONZÁLEZ LORENZO, Abelardo: “Notas”, en: Diario del Primer viaje de Colón. Edición de Demetrio Ramos y Marta González Quintana. Diputación Provincial de Granada. Granada, 1995. Diversas notas en las referencias a los animales vistos por Colón y su tripulación. 43. GUILLEN TATO, Julio F.: La parla marinera en el primer viaje de Cristóbal Colón. Instituto Histórico de la Marina. Madrid, 1951. 142 págs. 44. KAPPLER, Claudio: Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media. Traducción de Julio Rodríguez Puértolas. Akal ediciones. Madrid, 2004. 360 págs. 45. LATCHAM: Ricardo E.: Los animales domésticos de la América preco- lombina. Publicaciones del Museo de Etnología y Antropología. Santiago de Chile, 1922. 199 págs. 46. MADARIAGA, Juan José de: La caza y la pesca al descubrirse América. Prólogo de la duquesa de Maura. Editorial Prensa española. Madrid, 1969. 170 págs. 47. RAMIREZ RUIZ, Marcelo. “Bestiario americano. De Piri Reis (1513) a Guamán Poma (1615)”, en: Ríos Saloma: El mundo de los con- quistadores. Instituto de Investigaciones Históricas. Madrid, 2015. Pág. 721 a 733. 48. RODILLA LEÓN, María José: “Bestiarios del Nuevo Mundo. Ma- ravillas de Dios o engendros del Demonio”, en: Destiempos. Año III, Nro. 14. México DF. 2008. Págs. 25 a 34. 49. SALAS, Alberto M.: Para un bestiario de Indias. Con 29 dibujos de David Almirón. Editorial Losada. Buenos Aires, 1968. 205 págs.

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50. ZAPATA GOLLAN, Agustín: Mito y superstición en la Conquista de América. EUDEBA. Biblioteca de América. Buenos Aires, 1963. 108 págs.

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ÍNDICE

Prólogo, 9

BESTIARIO COLOMBINO I. ATLÁNTICO Garjao, 35 Rabo de Junco–Alcance, 41 Cangrejo de los Sargazos, 49 Tonina=Atún, 55 Alcatraz, 63 Tiñosa–Pájaro bobo, 69 Ballena, 73 Pardela–Patín, 79 Tórtola, 85 Dorado, 89 Rabihorcado, 93 Pez golondrino, 99 Ánade=Pato, 105 Tiburón, 107 Águila, 115 Pez Emperador=Pez espada, 117 Golondrina, 123

II. CARIBE Papagayo, 127 Peces de Arrecife, 137 Lagarto, 141 Culebra, 149 Sierpe=Iguana, 153 Nacara=Ostra=Perla, 167 Perro que no ladra, 173 Grillo, 179 Caracol grande, 181 Perdiz, 185 Ruiseñor=Cenzontle, 189 Ánsar=Pato, 191 Taso o Taxo=Como Tejón, 197 Pez como puerco–Adenda por Alberto Arias García, 199 Ratón Grande=Hutía, 205

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Cangrejo, 211 Rana, 213 Tortuga, 215 Sirenas, 219 Peces como los españoles, por Alberto Arias García, 233

Bibliografía, 255

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AMIGOS DE MIS LIBROS

Agustí Tola i Lorente (2) Alberto Ortiz (2) Aldo Gros Alejandro Ainslie de Font-Reaulx (4) Alejandro Barron Petinto Ángel Muñoz Fernández Batrice Coleman Beatriz Castillo Bruna Nieto (5) Carla Beltrán Carlos Schwalb Tola (2) Carlos Vallve González y Diana Carmen Fernández Galán Montemayor Carmina de Trazegnies Otero Carsten Moser (5) Cayetana Rodríguez-Larraín Chachi Sanseviero Claudia Ainsley y Raúl Escárcega Zamarrón Cuauhtémoc Resendiz Davinia Gorriti Ellenbogen Esteban Mira Caballos Fernando Curiel Francisco Tola de Habich Fryda Tola Giulia Masarotti Huáscar Antonio Ezcurra Zoeger Isabel Terán Jorge Tola S C (4) Jorge Enrique Tola Jorge Vallejo Murillo José Tola de Habich Josep Maria Ferrer Serra Kiko Bustamante Leopoldo de Trazegnies Granda Luis Morton (2) Luis Emilio Olmos Román Luis Ramos Luis María Revilla Alayza Marco Antonio Campos (2)

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Margo Glantz María Marta Rey Malca de Habich (3) Marisabel Tola María Pía Tola Marlene Polo Miranda Marta Malca de Habich (4) Michi Straufeld (2) Mónica Martha Cantú Baquero Mónica Ainsley y Luis Mancillas Cabrera Oretta Riolindo Paco Prieto Raul C. Vizzi Regina Seoane Sandra Piaggio Shruti Elena Tola Silvana Cánepa Carozzi (5) Sully Vaiser Susana Pacheco Benavides Sylvia Vegas García Valeria Lala Vicente Quirarte

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PIE DE IMPRENTA

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