ESTUDIOS DE HISTORIA NOVOHISPANA 91

LA VIRGEN DE GUADALUPE CONTRA NAPOLEÓN BONAPARTE. LA DEFENSA DE LA RELIGIÓN EN EL OBISPADO DE MICHOACÁN ENTRE 1793 Y 18141

Marta TERÁN

Trofeos del enemigo

En el Museo del Ejército de Madrid se encuentran dos importantes banderas mexicanas. Estas enseñas, ignoradas hasta ahora, proceden de la batalla de Puente de Calderón. El 17 de enero de 1811 el general Félix María Calleja tomó a las tropas de y Miguel Hi- dalgo cinco banderas y dos estandartes, y de esos siete, en dos bande- ras y dos estandartes se representaba a la Virgen de Guadalupe.2 Para entonces ya se habían recogido a los insurgentes al menos dos estan- dartes guadalupanos en la batalla de encuentro que habían librado con los realistas en Aculco. Por el interés que puso el vencedor de ambas batallas en las dos banderas guadalupanas que ondearon en Puente de

1 A Juan Ortiz. Una primera versión se leyó en el coloquio: “Historia de los movimientos sociales en Michoacán, siglos XIX-XX”, , Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Michoacana, 9 y 10 de octubre de 1997. 2 Hace más de un siglo (1896) el general Sóstenes Rocha, en una controversia sobre el estandarte verdadero de Miguel Hidalgo tomado en Atotonilco, comentó: “Bien podría ser que el señor cura Hidalgo hubiera tenido dos o más estandartes de la Virgen de Guadalupe”. Saber cuál era fue un debate de la segunda mitad del siglo XIX entre historiadores, pintores, congresistas, jefes políticos, periodistas, generales. En el Museo Nacional de Historia del Castillo de Chapultepec se encuentran, tanto un estandarte guadalupano usado por los in- surgentes como el lienzo que se llevaron de Atotonilco. Jacinto Barrera Bassols, Pesquisa sobre dos estandartes. Historia de una pieza de museo, México, Ediciones Sinfiltro, 1995, p.87. En este debate se habló de uno de los trofeos tomados en Puente de Calderón, de la “Bandera azul con la Virgen de Guadalupe” que ganó el granadero Albino Hernández, del Regimiento de San Carlos, a un insurgente llamado Sánchez. Los otros trofeos de Puente de Calderón fueron dos banderas que ganaron el cabo Eleuterio Negrete y los soldados Florentino Valero y Victoriano Salazar, del Regimiento de San Luis; otra Eugenio Valcanez de los dragones del Regimien- to de México y otra que fue levantada del suelo por el cabo Mariano Barrera del Regimiento de Querétaro, J. E. Hernández y Dávalos, Colección de documentos para la historia de la independencia de México, de 1808 a 1821, (CDHIM), México, José María Sandoval impresor, tomo II, docu- mento 195, “Parte detallado de la acción de Calderón con sus documentos comprobantes. Félix María Calleja, Guadalajara, 3 de febrero de 1811”. Luis Castillo Ledón, Hidalgo, la vida del héroe, Morelia, Universidad Michoacana, 1993 [1a ed. 1917], p. 291 y 341-344. 92 MARTA TERÁN

Calderón, en el madrileño Palacio de Buenavista, sede del Museo, hoy forman parte de una colección frágil y rica de banderas, estandartes, guiones, vexiloides y trofeos, así españoles como procedentes de mu- chas partes del mundo, tomados a los que en otros tiempos fueron sus enemigos.3 El general Calleja valoraba mucho los trofeos tomados en combate y alentaba la concesión de premios a las acciones destacadas de las tropas que tenía “el honor de mandar”. Para capturar estas banderas de dos vistas y casi idénticas entre sí, don José Terán y don José Ordaz, del Regimiento de Dragones de España, tuvieron uno que apresar y el otro matar a sus portadores. Con estas banderas Calleja inició un con- junto de reliquias que en 1814 envió a Madrid con el correo oficial, ya como virrey de la Nueva España, para que estuvieran presentes a la vuelta del rey Fernando VII, quien había permanecido cautivo de Napoleón desde 1808. El conjunto de trofeos de Calleja se acompaña- ba de una “Nota de las alhajas y muebles que el virrey de Nueva Espa- ña remite al Excelentísimo Ministro de la Guerra para que se sirva tenerlo a disposición de S.A. la Regencia del Reino”.4

3 Las medidas de las banderas son 1.24m x 1.37m. Las referencias antiguas que se cono- cen son del Museo de Artillería español de 1856: los números 2933 y 2934. En el Museo del Ejército de Madrid actualmente están clasificados con los números 40.165 y 40.166 de la sección de trofeos tomados al enemigo. Hay dos banderas tomadas en Bailén a los Regimien- tos suizos; la gran bandera inglesa tomada en Mahón en 1782 y la que se apoderó Bernardo de Gálvez en pro de la independencia de Estados Unidos por esos mismos años y retomada por los liberales en 1820 para proclamar la Constitución de Cádiz de 1812. Hay banderas peruanas, portorriqueñas, cubanas, filipinas, Luis Sorando Muzás, “Las banderas del Museo del Ejército”, Revista Española de Defensa 130, Madrid, diciembre de 1998, p. 60-63. Agradez- co profundamente a don Luis Sorando, vocal de la Sociedad Española de Vexilología, com- partir sus conocimientos y ayudarme generosamente en la localización de las banderas. Des- pués de varios años de intenso trabajo él está por concluir el primer “Catálogo razonado de banderas del Museo del Ejército”, en el que proporcionará noticias muy confiables sobre las 1644 piezas reconocidas, que forman la colección. 4 Archivo General de la Nación, México (en adelante AGN), Correspondencia virreyes (Ca- lleja), tomo 268-A, foja 105, número. 32. “Nota de las alhajas y muebles que el virrey de Nueva España remite al Excelentísimo ministro de la guerra para que se sirva tenerlo a dispo- sición de S.A. la Regencia del Reino”. En el conjunto destacaba el famoso retrato en lienzo de José María Morelos que le hicieron en Oaxaca en 1812; un pectoral también suyo compuesto de seis topacios y, pendiente de él, una medalla de oro con la imagen de Guadalupe en forma de relicario, con un círculo de perlas finas chicas y orla con 18 topacios todo pendiente, a su vez, de un collar compuesto de 61 topacios. Su espadín con puño de oro, su bastón de plata de cuatro piezas con puño de oro y otro en forma de látigo forrado de chaquira; su sombrero con galón de oro de seis dedos de ancho con presilla bordada de oro y algunas piedras; su casaca de uniforme de Capitán General y otra de Teniente General con 22 botones de oro macizo. Para la fecha del envío Morelos aún no había muerto. Otras prendas de su vestuario eran dos bandas, una carmesí de capitán general y otra celeste de generalísimo; también un aderezo de caballo con mantilla y tapafunda de terciopelo carmesí, bordados de plata y con fleco de lo mismo. Viajaban, además, las pertenencias del cura Mariano Matamoros quien, hasta su derrota en Puruarán y muerte posterior había sido la mano derecha de Morelos: un LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 93

Hoy que conocemos estas banderas, gracias a la nota podemos re- cordar otros magníficos trofeos, algunos en diferentes museos y otros, los más, perdidos, que se quedaron con Calleja en recuerdo de victo- rias definitivas sobre los insurgentes: la de Calderón contra los prime- ros jefes del movimiento; la que sacó de su primera sede a la Junta insurgente de Zitácuaro en 1812; la que dispersó a la Junta que declaró la independencia en Texas en 1813; y las persecuciones definitivas con- tra Mariano Matamoros en Michoacán y José María Morelos en Oaxaca.5 Consumada en España la independencia de los franceses, el rey conce- dió al general Calleja el título de conde de Calderón como reconoci- miento a su trayectoria militar para sofocar la guerra por la indepen- dencia de Nueva España. Más de 25 años después (1841) en el Museo de Artillería existía ya sólo parte de la colección.6 En la “Nota de las alhajas” de Calleja se describen las enseñas de San Miguel con estas palabras: “Dos banderas sobre tafetán celeste,

cotón de casimir negro bordado en oro y piedras, una casaca bordada de mariscal de campo y una chaqueta con igual bordado y collarín y vuelta morada. El general Calleja también ganó los uniformes de Miguel Hidalgo en Puente de Calderón, pero no mostró interés en retenerlos. AGN, Operaciones de guerra, realistas t. 15, f. 362, “Oficio de remisión, de Calleja al virrey, de los uniformes que usaba Hidalgo y que fueron recogidos en la batalla de Puente de Calderón”. 5 En el conjunto de la Junta de Zitácuaro iba otro formidable trofeo, un cotón en la forma de dalmática con las Armas de Castilla y de León. Según Calleja, era “Una de las vestiduras que usaban los Cuatro Reyes de Armas, en la primera Junta Insurreccional que formaron en Zitácuaro, y una corbata o golilla forrada en lienzo para los mismos . Los realis- tas habían entrado el 2 de enero de 1812 en el salón “en que celebraba sus acciones la misma Junta”. Desde la erección de la Junta de Zitácuaro en 1811 se dejó un asiento vacío en espera de la restauración del rey “deseado”. Además, iba una medalla de plata grande que represen- taba la alianza de los insurgentes con los angloamericanos y que llevaban en el pecho los principales jefes con los que se había combatido en la acción de Texas, el 18 de agosto de 1813. AGN, Correspondencia virreyes, documento 32 y 33: “El Virrey de la N. España D. Félix María Calleja. Participa el recobro de la Provincia de Oaxaca por las tropas de S. Majestad, anuncia el de la fortaleza de Acapulco y hace relación de los demás sucesos militares de esa provincia desde el mes de marzo último”. 6 En 1928 el rey Alfonso XIII devolvió a México algunas banderas y pertenencias de Morelos, entre ellas la casaca y el retrato al óleo que conocemos, donde se ve su pectoral de topacios, su sombrero y bastón y otras cosas perdidas. Archivo Histórico Militar de Segovia, Sección 2ª. Div. 8ª., legajo 456-7, “15 de junio de 1841. Ordenando se entreguen en el Museo de Artillería varias prendas y efectos pertenecientes al cura Morelos”. Entonces se mencionó una “Relación de Prendas que se hayan a cargo del portero mayor de la Secretaría del despa- cho de la Guerra...” En los documentos queda claro que aunque se sabía eso por tradición, no existían en el Archivo las prendas a las que se hacía referencia. De éste y otros envíos de trofeos al Ministerio español durante la guerra de independencia, en el Museo del Ejército sólo quedan nuestras dos banderas, agrupadas con otra y con un pendón de Hernán Cortés, que llegaron por las mismas fechas a Madrid. Este último era de la ciudad de Oaxaca, sede de su Marquesado y se usaba en los paseos de pendón. Habiéndolo tomado los insurgentes al entrar a Oaxaca, fue rescatado por el Regimiento de Saboya con otras cinco banderas en la acción de Ayotlán. AGN, Correspondencia virreyes, documento 33; Luis Sorando Muzás, “Las banderas del Museo del Ejército”. 94 MARTA TERÁN con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe y al reverso el arcán- gel San Miguel con el Águila imperial y varios trofeos y jeroglíficos, las primeras con las que los rebeldes levantaron el grito de la insu- rrección en la villa de San Miguel el Grande y que se tomaron en la acción de Calderón del 17 de enero de 1811”. De las dos faces de las banderas de tafetán, las del anverso son grandes cuadros blancos con la Virgen de Guadalupe pintada perpendicularmente al asta. Las del reverso son cuadros azul celeste intenso que llevan un escudo central. En él, con el lago de fondo está el águila sobre el nopal y la serpiente en su pico. El escudo está orlado de “trofeos y jeroglíficos”, como les dijo el general Calleja. En su estado de conservación algunos apenas se distinguen: lanza, alabarda, dos tubos de cañón, un arco de flechas, tambor, dos guiones terminados en picos, uno blanco y otro rojo o carmesí; y, encima de éstos, dos aspas de Borgoña, una roja en fondo blanco y la otra blanca en fondo rojo.7 Este escudo central que forma el águila, además, está superado o timbrado por el arcángel San Miguel, en cuya mano derecha tiene una cruz y en la izquierda una balanza, todo perpendicular al asta. Los trofeos en la orla del águila vuelven a estas banderas singulares, pues son de guerra. El 16 de septiembre de 1810 los seguidores del cura Hidalgo, en Atotonilco, entre Dolores y San Miguel, vitorearon y se llevaron con ellos una imagen de la Virgen de Guadalupe que se encontraba en la sacristía del templo. La presencia de la Virgen al comenzar la guerra por la independencia cuenta con contrastadas interpretaciones que, para explicarla, han considerado desde los antecedentes coloniales de la expansión de la fe y del patriotismo criollo, hasta los significados de Guadalupe como valor religioso fundamental y símbolo nacional. En algunos estudios sobresale la convicción de que la Virgen ya estaba dispuesta para abanderar la guerra por la independencia desde antes de que fuera convocada, tanto como en otros se manifiesta una gran duda al respecto.8 Si sumamos a la imagen de Atotonilco las otras que

7 El aspa nudosa de Borgoña es un emblema que fue usado en las banderas españolas del siglo XVI y hasta 1843. Fue llevado a España por Felipe el Hermoso, padre de Carlos V. Lo formaban dos troncos de árbol cruzados, después simplificado en un aspa con nudos, gene- ralmente roja. Otra aspa de Borgoña azul se conserva en este conjunto de banderas. Hipotéticamente pienso que fue mandada hacer por la Junta de Zitácuaro y tomada en la batalla del 2 de enero de 1812, junto con la conocida como “El Doliente de Hidalgo”. Refe- rencia núm. 44.127 del Museo del Ejército. 8 Francisco de la Maza, El guadalupanismo mexicano; Jacques Lafaye, Quetzalcoatl y Guadalupe: la formación de la conciencia nacional en México, México, Fondo de Cultura Económi- ca, 1977; Ernesto de la Torre Villar, En torno al Guadalupanismo, México, Porrúa,1985; David A. Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano; Eric R. Wolf, “The Virgin of Guadalupe, a Mexican National Symbol”, Journal of American Folklore, 71: p. 34-39, 1958; William B: Taylor, “The Virgin of Guadalupe in New . An Inquiry into the Social History of Marian LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 95 se capturaron en batallas y las dos banderas guadalupanas de San Mi- guel al menos podemos sorprendernos de la abundancia de vírgenes que se juntaron en tan pocos meses. Pero las banderas de San Miguel, en el reverso de su composición, portaban a las primeras águilas que aclamaron los contingentes en ar- mas la noche del 16 de septiembre. Podemos darles el lugar de las primeras banderas propiamente mexicanas con águilas y quizá las úni- cas en esta primera etapa de la guerra caracterizada por las inmensas concentraciones de gentes. Significan la culminación de una secuencia iconográfica. Lo que sus realizadores trataban de representar venía de la tradición religiosa y patriótica iniciada en el siglo XVII con el primer impreso guadalupano (1748) del padre Miguel Sánchez.9 Una inter- pretación apocalíptica de la aparición de la Virgen María en el suelo de México de la que se podía derivar que México tenía el destino de ser nación soberana. Me refiero, pues, a la secuencia de las composiciones iconográficas que asociaron a la Virgen con el águila en la tradición del patriotismo criollo de la Nueva España.10 Sabíamos de la presencia de “la Águila de México” tanto por la declaración final de Miguel Hidalgo antes de perder la vida, como por

Devotion”, American Ethnologist, 14, n. 1: p. 9-33, 1987; Enrique Florescano, Memoria mexica- na, capítulos VII y VIII; Matt Meier, “María Insurgente”, en Historia mexicana, v. 23 (3), marzo de 1974; Víctor Turner y Edith Turner, Image and Pilgrimage in Christian Culture, New York, Columbia University Press, 1978. 9 Miguel Sánchez, Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe. Milagrosamente aparecida en la ciudad de México. Celebrada en su historia con la profecía del Capitulo doce del Apoca- lipsis (1648), Se incluye en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios históricos guadalupanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1982. Miguel Sánchez, poco después de ver publicado su impreso se había incorporado al Oratorio de San Felipe Neri, cuyos oratorianos pusieron en el siglo XVIII una casa muy prestigiada en San Miguel. Uno de los pintores que en ese siglo más difundió imágenes guadalupanas que asociaron el escudo del Águila con la Virgen fue Juan Patricio Morlete, nacido también en San Miguel el Grande. Marta Terán, “La relación del águila mexicana con la Virgen de Guadalupe entre los XVII y XVIII”, en Historias 34, México, INAH, abril-septiembre de 1995, p. 61. 10 Francisco de la Maza, El guadalupanismo mexicano, México, Porrúa, 1953; David A. Brading, Los orígenes del nacionalismo mexicano, México, SepSetentas, 1973; Jaime Cuadriello, “Visiones en Patmos-Tenochtitlan. La Mujer Águila”, en Artes de México. Visiones de Guadalupe , México, revista libro bimestral núm. 29, 1995; Enrique Florescano, Memoria mexicana, Méxi- co, Fondo de Cultura Económica, 1993; y La bandera mexicana. Breve historia de su fundación y simbolismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1998. 11 Hidalgo dijo en su declaración final: “Que realmente no hubo orden alguna asignan- do Armas ningunas: Que no hubo más que saliendo el declarante el diez y seis de septiembre referido con dirección a San Miguel el Grande, al paso por Atotonilco tomó una imagen de Guadalupe que puso en manos de uno para que la llevase delante de la gente que le acompa- ñaba, y de allí vino que los regimientos pasados y los que se fueron después formando tumultuariamente, igual que los pelotones de la plebe que se les reunió, fueron tomando la misma imagen de Guadalupe por Armas, a que al principio generalmente agregaban la del Sr. Don Fernando Séptimo, y algunos también la Aguila de México”. Hernández y Dávalos, 96 MARTA TERÁN la correspondencia y los partes del general Calleja.11 Estas águilas pa- recen sugerir que estaban tan dispuestas como la Virgen para incorpo- rarse en la descubierta de los que se pronunciaron por la independen- cia.12 Igual que las aspas de Borgoña y los guiones o estandartes de los regimientos reales que siguieron la causa insurgente: los de San Mi- guel, Valladolid, Pátzcuaro, Celaya... Eran las armas del rey. En los enfrentamientos con los insurgentes frecuentemente los realistas les recogieron tanto guiones como banderas con aspas.13 Si la Virgen Ma- dre de Dios anduvo en los dos ejércitos, aunque bajo advocaciones dis- tintas, los guiones y las aspas de Borgoña anduvieron sin mucha modi- ficación en las dos líneas militares.14 Como las banderas de San Miguel también presentan guiones y banderas de aspas, blancos y carmesí, en la orla de trofeos del águila, podemos sostener que los insurgentes se abanderaron con los símbolos fundamentales de la religiosidad, el pa- triotismo y la lealtad desde el primer día. Allende y Aldama dieron el Grito junto con Miguel Hidalgo. Perte- necían al Regimiento de Dragones de la Reina; Ignacio Allende era capitán de granaderos de la Primera compañía, cuerpo de elite. Sin embargo, estas enseñas con las que se levantaron no son las del Regi- miento pues, de forma reglamentaria, ellos debían usar los guiones terminados en dos farpas o picos. Probablemente los que aparecen orlando el escudo del águila, uno carmesí y el otro blanco. Por la forma y medidas de las enseñas de San Miguel, éstas se acercan a las de infan- tería aunque no hay seguridad en que hubieran sido las de la Primera compañía de Granaderos, por más que éste se formó casi al año de la primera declaración de guerra de España contra los revolucionarios franceses, en 1794, siendo financiado por las familias pudientes de esa

CDHGI, I, p. 13. En esta colección también están los testimonios del “águila rampante” que llevaba Hidalgo en el pecho. Ernesto Lemoine citó la descripción de los estandartes de San Miguel en Morelos y la revolución de 1810, Morelia, Gobierno del Estado de Michoacán, 1978, p. 234. 12 Sobre la permanencia de símbolo del Águila, ver de Manuel Carrera Stampa, El Escu- do Nacional, Secretaría de Gobernación, 1994 [1ª ed. 1960], y el libro citado de Enrique Florescano, La bandera mexicana. 13 En Acatita de Baján, al apresar a Hidalgo le cogieron un aspa de Borgoña y dos guiones. Estos, reglamentariamente, debían llevar el escudo del rey por una cara y el del regimiento en la otra. En la Colección de Banderas del Museo Nacional de Historia, de México, se tiene un guión clasificado como del siglo XVII, sin embargo, solo puede ser posterior a 1760 porque lleva el escudo adoptado por Carlos III. También en Aculco, antes de Puente de Calderón, se lograron tomar tres banderas a los Regimientos rebeldes, dos al de Celaya y una que perteneciera al de Valladolid. En 1812, en la batalla del cerro del Calvario, parte de la incursión a Cuautla, los realistas ganaron a la tropa de Morelos otra aspa. 14 Solange Alberro, “Remedios y Guadalupe: de la unión a la discordia”, en Clara García Ayluardo y Manuel Ramos Medina, coordinadores, Manifestaciones religiosas en el mundo colo- nial americano, México, INAH-Condumex-UIA, 1997, p. 315-330. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 97 villa por medio de su Ayuntamiento.15 No se puede descartar que se hayan hecho especialmente para el levantamiento, que en algún mo- mento se pensó conveniente para el día de la siguiente fiesta de San Miguel, patrono de la villa (en sus preparativos los futuros insurgentes mandaron hacer hasta cañones). En todo caso las banderas se hicieron en algún momento entre 1794 y 1810. Las banderas de San Miguel el Grande representan su tiempo ex- traordinariamente bien porque condensan los sucesos acontecidos en- tre la primera declaración de guerra española a los revolucionarios franceses, en 1793, y la invasión de las tropas napoleónicas a España, en 1808. La Virgen de Guadalupe tenía tiempo de oponerse a los fran- ceses, claramente desde la primera fecha, cuando apareció al frente de un movimiento que indudablemente se caracterizó por esos aspectos de defensa de la patria, de la religión y del rey, aún declarándose con- tra los españoles. Los insurgentes mantuvieron su lealtad al rey hasta la Junta de Zitácuaro, que dirigió el movimiento entre 1811 y 1813. El carácter de guerra santa del movimiento cubrió el episodio de la inde- pendencia hasta el final. Las “Tres Garantías” de 1821 fueron la Unión, la Religión y la Independencia.

Casi veinte años de odiar a los franceses

La tremenda alarma religiosa que vivió la Nueva España y en particu- lar el obispado de Michoacan en las dos décadas anteriores al pronun- ciamiento de septiembre de 1810 nació de un temor que se comenzó a incubar, lentamente, desde que se recibieron las primeras noticias de la Revolución Francesa (1789) tanto en las ciudades y villas como en los pueblos, pues este temor también se propagó por la sociedad rural. Juvenal Jaramillo escribió sobre esta experiencia en Valladolid (hoy Morelia), capital del Obispado, señalando que la primera actitud en España había sido controlar el flujo de información que irradiaba Fran- cia, de modo que las primeras noticias que se emitieron por parte de España tuvieron un carácter reservado. En una carta enviada al obispo fray Antonio de San Miguel en septiembre de 1789, desde España, por el ministro don Antonio Porlier, por orden del conde de Floridablanca le informaba del desarrollo que había tenido la revolución, advirtién- dole acerca de algunos escritos que miembros de la Asamblea Nacional

15 Esteban Sánchez de Tagle estudió la formación del Regimiento de Dragones de San Miguel en Por un regimiento el régimen. Política y sociedad: la formación del Regimiento de Dragones de la Reina de San Miguel El Grande, México, INAH, 1982. 98 MARTA TERÁN de París intentaban introducir en América. En estos papeles había un “manifiesto sedicioso”, continúa el autor, que trataba de persuadir a los habitantes de América de sacudirse el yugo español en un movi- miento “cuyo primer objeto es el espíritu de independencia e irreli- gión”. Cuando en 1790 declaró Francia la constitución civil del clero y la campaña de descristianización y esto coincidió con la destitución de Floridablanca del cargo de primer ministro español, las noticias fluye- ron a América más libremente puesto que él había sido partidario del control de la información.16 El carácter radical del movimiento francés exigió dar a conocer cosas muy severas a los vasallos sobre las vejaciones que sufría la iglesia y la aristocracia en Francia. El 27 de marzo de 1793 don Pedro de Acuña, nuevo ministro de Gracia y Justicia, emitió una carta al obispo San Miguel donde le informó que España había declarado la guerra a la Revolución Francesa. Particularmente solicitaba al obispo que infor- mase, a su vez, al clero, para que además recogiese las cantidades máxi- mas de dinero con las que se pudiese auxiliar a la corona.17 Entonces las noticias llegaron al común de la gente en las villas y los pueblos compuestos por españoles y castas, pero especialmente por indios, cuya información más allá de su comunidad era generalmente escasa. El odio y el miedo a los franceses comenzaron a alentarse particularmen- te por la manera en que estas noticias fueron trasmitidas. Como sucedía en ocasiones graves, el rey Carlos IV se dirigió a sus súbditos turnando desde Aranjuez una misiva al Consejo de Indias para que se conociera la noticia en todos los dominios de Ultramar. Al ayun- tamiento de Valladolid llegó por correo desde México en un bando impreso (del 19 de junio de1793).18 Es importante conocer el mensaje, las historias que se cuentan y las palabras empleadas por el rey y luego por los pastores de la iglesia, porque crearon la primera imagen de la guerra en el distante punto del Obispado. El rey comenzaba conde- nando el desorden, la impiedad y la anarquía, los elementos adversos a su intención, declaraba, de dar paz a Europa. Al constatar que los fran- ceses sometían a muchas vejaciones al “cristianísimo rey Luis XVI”,

16 Juvenal Jaramillo Magaña, Hacia una iglesia beligerante, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1996, p. 162-163. Para comprender el sentido de las campañas de descristiani- zación en Francia, ver el libro de Michel Vovelle, La mentalidad revolucionaria, Barcelona, Crítica, 1989, p. 183y s. 17 Juvenal Jaramillo Magaña, Hacia una iglesia beligerante, p. 164-165. 18 Archivo Histórico Municipal de Morelia en Michoacán (En adelante AHMM), clasifi- cación: I.2, caja 11, exp. 41, “Mandamiento del virrey conde de Revillagigedo en donde se transcribe la real cédula del rey sobre la declaración de guerra y por la que prohibe todo comercio, trato y comunicación entre sus vasallos y los ciudadanos franceses”. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 99 para corresponder a las sagradas obligaciones que imponían los víncu- los de la sangre y viendo que el rey francés estaba encerrado con su familia en una torre y a disposición del público, envió dos notas a Fran- cia para reiterar la neutralidad y pedir la retirada mutua de tropas, sugerencia que Francia no atendió dejando un contingente en Bayona supuestamente por temor a los ingleses. En este intercambio diplomá- tico, confesando el rey español alguna debilidad, no puso como condi- ción del trato la integridad física de los reyes. Confió en que no poner- lo fuera tomado como delicadeza. El “cruel e inaudito asesinato” de los reyes franceses fue la respuesta. A eso añadió la descripción de otras traiciones que los españoles habían recibido de los franceses, de las que se habían dado cuenta pronto porque un buque español fue apre- sado por uno francés en Cataluña. De modo que el 7 de marzo los españoles declararon la guerra a los franceses que venían ya hacién- dola (aunque sin publicarlo) por lo menos desde el 26 de febrero de 1793. Habría que imaginar a las diversas gentes de los pueblos su- mergirse en las historias de barcos y traiciones queriendo entender y tomando partido. Sobre los mismos sucesos muchas informaciones corrieron por medio de la correspondencia entre particulares, quienes preguntaban o respondían cosas que habían podido saber, a sus corresponsales radi- cados en España, en la ciudad de México y en las ciudades de la Nueva España. Sin embargo, la credibilidad de este tipo de noticias en los lugares apartados lo daba su carácter oficial, confirmado por las dos máximas potestades, la civil y la religiosa. De entrada, el ayuntamiento de Valladolid fijó el bando con las palabras del rey en los parajes acos- tumbrados para que lo leyeran en la ciudad y alrededores. Eso mismo se hizo en las demás capitales de las intendencias y de las Provincias Internas, a las que el bando debió llegar desde México. Pero, además, desde la catedral de Valladolid el obispo refrendó el aviso por medio de las cartas cordilleras parroquiales, para que desde las casi cien pa- rroquias llegara a los puntos más alejados de Michoacán, Guanajuato, San Luis Potosí, y hacia el sur y otros lugares distantes con rumbo no- reste que comprendía dicha demarcación religiosa. Antonio de San Miguel les daba a conocer que quedaba prohibido todo trato con los franceses (en su vida habrían visto alguno o ninguno). El obispo envió las palabras del rey junto con una pastoral que fue urgente y obligato- rio leer, pues además debía servir para el acopio de fondos. Me parece que esta carta pastoral sembró el tremendo prejuicio que creció en las siguientes dos décadas. Con las palabras del obispo, de un tono exagerado, comenzó a tomar contorno el odio al imagina- rio hereje francés. La pastoral es sumamente exaltada comparándola 100 MARTA TERÁN con el comunicado del rey. Si éste explicaba lo que les pasó a los espa- ñoles con Francia, el obispo, ahora, quería hacer conocer quiénes eran los franceses. Las frases de Antonio de San Miguel son implacables:

La perniciosa máxima de Descartes de que el filósofo no sólo debe creer sino pensar, autorizó las herejías y abrió las puertas al ateísmo, deísmo, materialismo y otras sectas erróneas, en que se han abismado sus secuaces. La Francia, patria del autor y de sus principales discípu- los, es hoy la metrópoli de las numerosas turbas de estos filósofos li- bres, los cuales aunque varían en muchos puntos de sus respectivos sistemas convienen todos en el propósito de destruir la Religión Cató- lica, el Sacerdocio y el Imperio, a cuyo fin todo les es lícito y todo lo sacrifican.19

El obispo hablaba nada menos que de la destrucción de la religión católica. Imaginándonos cómo se escuchó en todos los púlpitos, po- dremos comprender el horror y alerta con la que oyeron los pueblos estas noticias emitidas desde el palacio episcopal el 1 de julio de 1793. Su obispo les anunciaba que una “parte infecta” de Francia había usur- pado el cetro y voz de la nación volviéndose contra Cristo. La toleran- cia religiosa había declarado la guerra más inhumana a la religión ca- tólica, sus ministros y profesores. Así describió lo que estaba pasando:

La seducción, manejos criminales, el desprecio, la violencia: todo se puso en acción y movimiento al efecto; se ocuparon los bienes de la iglesia; se suprimió su legítima autoridad; y se persiguió a sus pastores y ministros en número de más de setenta mil, entre cardenales, arzo- bispos, obispos y sacerdotes, que por no doblar la rodilla ante el ídolo de la falsa filosofía fueron, como dice uno de aquellos santos prelados, afrentados todos, algunos despedazados, otros encarcelados, y los más arrojados de su Patria con la mayor ignominia.

La nación francesa había condescendido a destruir y trastornar todas las ideas de subordinación, buenas costumbres y religión. Sacerdotes perseguidos, despedazados, encarcelados y exiliados eran argumentos más que suficientes para convencer a la feligresía de que era verdad lo que les decía su obispo, que los acontecimientos que se habían sucedi- do en cuatro años superaban en atrocidad “a cuantos en todo tiempo

19 “Carta pastoral de fray Antonio de San Miguel sobre los males de la Revolución fran- cesa, 1793”. Apéndice X del libro de Germán Cardozo Galué, Michoacán en el siglo de las Luces, México, El Colegio de México, 1973, p.137 y s. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 101 han manchado las páginas de la historia”. Europa “llora tantas escenas de sangre con que se halla regado aquel desgraciado país”:

Embriagados con el humo de unas victorias efímeras se han creí- do capaces de dar todo el lleno a su vasto designio, y se han persuadido haber llegado el momento oportuno para extinguir la religión, y tras- tornar el universo, ahogando el último de los reyes en la sangre del último de los sacerdotes, como enseñaba que debía hacerse uno de sus jefes modernos, el famoso Diderot.

¿Era de creerse en el obispado de Michoacán que los franceses podían ahogar a los reyes en la sangre de los sacerdotes y extinguir la religión? Desde luego, su obispo les anunciaba que Francia libraba gue- rra al mismo tiempo con Alemania, Prusia, Rusia, Inglaterra, Holanda y España, transgrediendo tratados y atropellando a los soberanos. Los súb- ditos debían ayudar a España. “La clase escogida, el estado eclesiástico”, se distinguió entonces ofreciendo contribuciones y asistencias superio- res a sus facultades, tan convencidos, como las almas de sus parro- quias, de la necesidad de una guerra en cuyo éxito se comprometía la religión, la iglesia, sus bienes y ministros y la felicidad de la Patria.20 En algún momento a partir de aquí comenzaron a aparecer en los pueblos, como equivalentes, los vocablos “franceses”, “herejes”, judas”, para esfumarse hasta entrados años del siguiente siglo. Me parece que la feligresía del obispado de Michoacán desde entonces cerró filas en esta guerra santa porque también desde aquí se comenzó a asociar la religión con la patria. Cabe señalar que hay distintas interpretaciones sobre los mismos hechos de violencia, las presencias simbólicas del rey Fernando e Ignacio Allende, y del grado de percepción de la gente en la guerra, como la de Eric van Young, quien enfatiza los contenidos mesiánicos y milenaristas del movimiento.21

20 Juvenal Jaramillo comenta que la gravedad de las palabras de San Miguel causó cierta alarma y preocupación en parte de su clero. La suma de donativos de los prebendados catedralicios michoacanos ascendió a 20 000 pesos entre 1793 y 1794. El cabildo catedralicio cedió en préstamo 70 000 pesos en 1793. El prelado michoacano prometió donar 7 000 pe- sos anuales mientras durara la guerra. Aunque al parecer este espíritu patriótico que animó los primeros donativos fue disminuyendo, se reanimó en 1798. Entre 1793 y 1798 los dona- tivos por parte del obispo y cabildos locales ascendieron a 150 000 pesos. Juvenal Jaramillo, Hacia una iglesia beligerante, p. 164-165. 21 Eric van Young, La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares en la Nueva España 1750-1821, México, Alianza Editorial, 1992. Ver, de la tercera parte, los capítu- los 9 y 10: “El milenio en las regiones norteñas: el trastornado mesías de Durango y la rebe- lión popular en México, 1800-1815”, p. 363 y s.; y, “El enigma de los reyes: mesianismo y revuelta popular en México, 1800-1815”, p. 399 y s.; Enrique Florescano, Memoria mexicana, capítulos VII y VIII. 102 MARTA TERÁN

Protectora y Defensora. La Virgen de Guadalupe contra Napoleón Bonaparte

Después de esta confrontación con los franceses, España sostuvo una intensa guerra contra Inglaterra que terminó en la derrota de Trafalgar en 1804. La causa del rey se inició un poco después, con la caída de la corona española en poder de Napoleón. El temor que envolvió a la sociedad en la ciudad de México, en las capitales provinciales, en las villas y en los pueblos se ha vuelto más claro con el relieve que los historiadores últimamente han dado a los delicados años en los que sucumbió el trono de España en la primera década del siglo XIX.22 Desde que en marzo de 1808 Murat marchó sobre Madrid, en la Nueva España se habían sucedido las noticias de la llegada de José Bonaparte en julio de 1808 y la de Napoleón en noviembre, la toma de los Estados Pontificios por Napoleón y el encarcelamiento del papa Pío VII quien lo había excomulgado. En el primer semestre del año siguiente de 1809 se había conocido la disolución tanto de los Consejos españoles como de las órdenes religiosas monacales y mendicantes. Ambas medidas habían sido dictadas por el rey José. Cada vez alarmaban más las sucesivas tomas de las ciudades espa- ñolas y el saqueo de algunas de ellas. Lo que animaba los espíritus era que al crearse el vacío de autoridad el pueblo madrileño se había le- vantado contra los invasores y había comenzado a organizarse la resis- tencia por toda España, cuyo valor se admiró mucho en la Nueva Espa- ña.23 Hugh M. Hamill, al resaltar la reacción general de consternación y confusión por los sucesos de la península, explica la inexistencia en la Nueva España de un sentir colectivo suficientemente articulado como para impulsar un movimiento tendiente a la separación del imperio, porque el conocimiento de estos sucesos más bien generó la manifesta-

22 Christon 1. Archer, El ejército en el México borbónico 1760-1810, México, Fondo de Cul- tura Económica, 1983 [lª ed. en inglés, 1977], p. 351 y s.; Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México, México, UNAM, 1992; Josefina Zoraida Vázquez, (coordinadora), Interpretaciones de la Independencia de México, México, Nueva Imagen, 1997;Francois-Xavier Guerra, “Dos años cruciales (1808-1809)”, en Modernidad e indepen- dencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 155 y s. David A. Brading, Una iglesia asediada: el Obispado de Michoacán 1749-1810, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, capítulo final. 23 En La revolución francesa y el mundo ibérico, edición a cargo de Robert M. Maniquis, Oscar R. Martí y Joseph Pérez, España, Turner Libros y Sociedad Quinto Centenario, 1989, están contenidos dos amplios ensayos bibliográficos muy útiles al investigador: el primero de Jean-René Aymes, “España en movimiento (1766-1814). Ensayo bibliográfico”, p. 19-160; el segundo de Oscar R. Martí, “México y la revolución francesa. Antecedentes y consecuencias”, p. 651-728.

LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 103 ción de un sentimiento muy favorable a España.24 En la guerra que libraba España y el imperio contra los “herejes impíos”, los súbditos de la Nueva España se habían ido acercando cada vez más a la Virgen de Guadalupe. En los quince años que median entre la primera decla- ración de guerra a Francia y la Jura de lealtad a Fernando VII se le invocó plenamente como la principal protectora y defensora de México. El valor práctico de la Virgen como protectora y defensora de la Nueva España, sin embargo, fue un fenómeno anterior. Según la tradi- ción, la Virgen había prometido dar su amor, compasión, auxilio y de- fensa desde que habló por primera vez a Juan Diego en el Tepeyac.25 Su amor y compasión fueron correspondidos con la expansión de esta creencia piadosa que se arraigó profundamente entre todos los grupos de la sociedad. Desde muy pronto la Virgen comenzó a ser invocada para salir de los siniestros y grandes calamidades que aquejaron a la ciudad de México y a todo el reino. Ya en el siglo XVIII, tras las terribles epidemias de 1737, los salvados habitantes en agradecimiento la hicie- ron Patrona de la ciudad de México, después fue jurada por todas las capitales provinciales.26 Las fiestas de júbilo por el patronazgo guadalupano se encadenaron con las del reconocimiento del patronaz- go por el Papa. Con el entusiasmo del siglo había crecido la diversidad de razones por las que se elevaron plegarias a Guadalupe, que se plas- maron en los sermones y otros escritos religiosos. La razón que aquí interesa produjo una secuencia de sermones a la Virgen con los que Stafford Poole ejemplifica su invocación también en relación con los asuntos militares. En 1711, durante la guerra de Sucesión española, en todas las victorias navales de los españoles sobre los ingleses en el Pací- fico, durante la guerra por la sucesión en Austria y en general para celebrar las victorias españolas en el viejo continente.27 Toda ayuda

24 Hugh M. Hamill, “¡Vencer o o morir por la patria...”, en Josefina Vázquez, coordina- dora, Interpretaciones de la independencia de México, p. 81-93. 25 Las palabras de la Virgen fueron: “Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolo- res”. Nican Mopohua, en Ernesto de la Torre Villar y Ramiro Navarro de Anda, Testimonios históricos guadalupanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1982, p. 28. Ver de Xavier Noguez, Documentos guadalupanos. Un estudio sobre las fuentes de información tempranas en torno a las mariofanías en el Tepeyac, México, Fondo de Cultura Económica, 1993; y Richard Nebel, Santa María Tonantzin Virgen de Guadalupe. Continuidad y transformación religiosa en México ,México, Fondo de Cultura Económica, 1995. 26 Jaime Cuadriello, “Visiones en Patmos Tenochtitlan, la Mujer Águila”, en Artes de México, Visiones de Guadalupe . 27 Stafford Poole, C.M., . The Origins and Sources of a Mexican National Symbol 1531-1797, Tucson, The University of Press, 1997, p. 176-177, 181, 185 y s. 104 MARTA TERÁN divina para vencer a los enemigos extranjeros se comenzó a solicitar por intercesión de Guadalupe. Francisco de la Maza antes había destacado este sentimiento en algunos de los sermones de mediados de siglo, citando ejemplos del agradecimiento especial a la Virgen por librar a México de las guerras. En 1742 el rector de la Universidad de México, doctor José Fernández de Palos, exhortaba a los enemigos de España diciendo: “Envainen sus espadas, que sólo con Guadalupe está seguro el reino y aún toda la América”. En 1749 en la ciudad de San Luis Potosí, perteneciente al obispado de Michoacán, predicó Antonio Flores Valdés: “María de Guadalupe ha evitado las guerras, pues es en América donde no hay guerras”. A la Virgen se debía “que México este libre de saña infernal de los demonios...” Entonces el enemigo que se tenía en mente era el inglés.28 Hacia mediados de siglo la Virgen era la protectora de la paz, en la siguiente mitad iría convirtiéndose poco a poco en defensora frente a las guerras y agresiones de los enemigos de España. La situación europea de entonces (1748) dio también la inspira- ción al sermón del jesuita Francisco Javier Carranza en Querétaro: “La transmigración de la Iglesia a Guadalupe”, donde se intentaba probar que la Silla Apostólica de San Pedro se trasladaría a México y que el Tepeyac sería la sede de los papas.29 Lo extraordinario de la profecía hizo que entre mediados del siglo XVIII y hasta las primeras décadas del siglo XIX este sermón fuera de cuando en cuando comentado. En 1809 José Mariano Beristáin de Sousa volvía a él ante la invasión fran- cesa de la Península y la huida de Europa de algunas familias reales. Beristáin comentó:

Más lo escribo, a vista de la persecución que hace al Pontífice Roma- no el tirano Napoleón Bonaparte, y a los Reyes Católicos, Protectores de la Iglesia de Roma, y contemplo que México puede ser el más seguro asilo al Papa y a los Monarcas Españoles, contra la voracidad

28 Continúa: “Por ti no se oye el violento estruendo de la pólvora; por ti no se sienten los furiosos estragos de las balas’’, Antonio Flores Valdés, ‘’La celestial concepción y manto mexi- cano de la Imagen de Guadalupe”, sermón predicado en San Luis Potosí en 1749; Francisco de la Maza, El guadalupanismo mexicano, p. 110; David A. Brading, Siete sermones guadalupanos. 1709-1765, México, Condumex, 1994. 29 El cuarto voto de los jesuitas, de obediencia al Papa, los vinculaba muy directamente con su primerísima sede y explica este deseo, Alfonso Martínez Rosales, “La cultura ítalo- mexicana de los jesuitas expulsos”, en el libro también coordinado por él: Francisco Javier Clavijero en la Ilustración mexicana. 1731-1787, México, El Colegio de México, 1988, p. 62-63 y 71-72; David A. Brading, Siete sermones guadalupanos; Stafford Poole, C.M., Our Lady of Guadalupe. The Origins and Sources of a Mexican National Symbol. 1531-1797, p. 184. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 105

de aquel monstruo, me parece que no está muy lejos la profecía del P. Carranza.30

Ignacio Osorio Romero dio a conocer más fragmentos de textos como el anterior que expresan el miedo y el rechazo por el giro que tomó la revolución francesa de entre los que guarda la colección Docu- mentos guadalupanos de la Biblioteca Boturini, localizada en la basílica de Guadalupe. Escritos en prosa y verso y abundantes después de la primera declaración de guerra de España a los revolucionarios fran- ceses, reflejan la preocupación general de los novohispanos por esta- blecer la singularidad de México o una distancia salvadora entre las guerras europeas y la estabilidad social de la colonia. Ofrece ejem- plos como el de don Ignacio de Vargas, abogado de la Audiencia de México, quien escribió un Elogio histórico de María Santísima de Guadalupe de México, en 1794. Este sostuvo que el sitio del Tepeyac era fortaleza “contra la herejía y la maldad francesas”. En esos años las rogativas a la Virgen se redoblaron, elevadas por las corporaciones, las autoridades civiles y eclesiásticas y por los habitantes de las ciudades. Entre las más sonadas de la capital de México quedaron las organizadas por los cuer- pos militares para implorar auxilio en 1795.31 Osorio Romero da otros ejemplos de la evolución del sentimiento de defensa apegado a la pro- tección de la Virgen de Guadalupe, que culminará oponiéndola a Napoleón para la protección de las “dos Españas”. Fue natural que las plegarias se multiplicaran al saberse que la gue- rra había tocado por fin el territorio español. Estas tuvieron un mo- mento fundamental en los meses de junio y julio de 1808, en que llega- ron a la Nueva España, muy seguidas, las noticias de la invasión france- sa y la del levantamiento del pueblo madrileño contra los franceses. Al introducirse la guerra en el panorama político del imperio y en la ima- ginación popular, el auxilio y defensa ahora de las “dos Españas” y de

30 Ignacio Osorio Romero, El sueño criollo. José Antonio Villerías y Roelas (1625-1728) ,México, UNAM, 1991, p. 178 y I79-193; Brading, Siete sermones..., p. 41. Hay que recordar que huyen- do de Napoleón parte de la nobleza de Portugal se había desplazado a Brasil. Desde Brasil la hermana de Fernando VII, Carlota Joaquina, envió misivas a las autoridades de la Nueva España solicitando ser Regenta, o bien que se aceptara como tal a su hijo don Pedro, Luis Castillo Ledón, Hidalgo. la vida del héroe, p. 128. 31 Ramiro Navarro de Anda, “Efemérides guadalupanas”, en Album conmemorativo del 450 Aniversario de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, México, Ediciones Buena Nueva, 1981, p. 279. El virrey Branciforte había hecho posible la creación de un ejército más profesional meses antes; aquel que años después, en 1810 y 1811, se encargaría de combatir a los regimientos que se pasaron del lado de Miguel Hidalgo e Ignacio Allende, como los de dragones de San Miguel el Grande y de Pátzcuaro, el Regimiento Provincial de Valladolid, de Celaya y a los que se formaron de modo espontáneo por la gente que se les fue sumando, Christon Archer, El ejército en el México borbónico, p. 351 y s. 106 MARTA TERÁN la religión, fueron los valores prácticos que la sociedad depositó en ella al invocarla. Hira de Gortari destacó las reacciones y las emociones que despertó en la gente de la Nueva España durante el lapso en que ter- minó de darse la noticia, entre julio y septiembre. Inmediatamente se ordenaron celebraciones generales para la jura del rey Fernando en todas las ciudades y villas del reino, después de hacerse en la ciudad de México.32 Con un acto de lealtad iniciaba la causa del “Deseado”, jun- tándose en muchos lugares su retrato con el de la Virgen de Guadalupe y asociándose la Virgen contra Napoleón Bonaparte en una guerra imaginaria, desde antes por la religión y ahora por el rey. Esta singula- ridad quedó plasmada en manifestaciones religiosas y culturales, en testimonios, cuadros y poemas. Lo que comenzó como una exhorta- ción, una prédica o un ejercicio literario acabó por convertirse en un sentimiento popular. En el obispado de Michoacán, donde mejor fueron documentados los sucesos fue en la ciudad de Pátzcuaro, porque dichas noticias coin- cidieron con un magno novenario a la Virgen de Guadalupe que en- tonces se celebraba por la suerte de “las dos Españas”. Apenas acababa de saberse la caída de la monarquía, motivo del novenario, cuando irrumpieron las noticias de que los madrileños se habían levantado contra los franceses. La emoción preocupada y triste por lo primero cambió a otra de agradecimiento y alegría; se hacía, además, la peti- ción de que solemnemente se jurara lealtad al rey Fernando. De la histeria al gozo, la ciudad se trasladó a “la región de la alegría”. Pátzcuaro se hizo a la música y el paseo vespertino por nueve días. Cada jornada comenzó con el traslado, por cada una de las corporaciones civiles y religiosas sucesivamente, de un retrato del rey Fernando, cuyo palio que lo adornaba era llevado de la mano por sus miembros prominen- tes. Las autoridades del Ayuntamiento, las cofradías, las órdenes reli- giosas sucesivamente, los comerciantes, el subdelegado y los indios protagonizaron en su día la marcha hasta la parroquia, donde estaba colocada la Virgen de Guadalupe, por haberla sacado el primer día de su santuario. Se habían adornado las calles, hubo cohetes y dos días fuegos de artificio, varios días se tiró dinero a la multitud, todos los días amenizaron los músicos. Se escribió, además, un relato memora- ble, encomendado al párroco Ignacio Ramírez por el Ayuntamiento.33

32 François-Xavier Guerra, “Dos años cruciales (1808-1809)”, en Modernidad e indepen- dencias, p. 115 y s.; Hira de Gortari, “Julio-agosto de 1808: la ‘lealtad mexicana”, en Historia Mexicana, México, jul-sept. de 1989, p. 181-203. 33 El relato de Pátzcuaro es uno de los que compiló Guadalupe Nava Otero en Cabildos de la Nueva España en 1808, México, Sepsetentas, 1973, p. 127 y s. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 107

Es conocido que la Virgen de la Salud tiene en Pátzcuaro su devoción máxima, las rogativas que elevó la sociedad a la Virgen de Guadalupe en esos días nos sugieren esa especialización, diríamos, de María Guadalupe como protectora y defensora de la Nueva España, en el suelo común mariano tan bien implantado durante la evangelización. En el Obispado había santuarios guadalupanos en San Luis Potosí, Va- lladolid, Pátzcuaro y Acámbaro. El vínculo de la Virgen de Guadalupe con Fernando VII en su jura de lealtad, según se hizo en Pátzcuaro, pudo verse en muchas partes. En una pintura de 1809 donde se ilustra la jura de lealtad de los indios de México al rey Fernando, quien aparece, lo mismo que la Virgen de Guadalupe, por encima de las autoridades de ambas partes se propor- ciona otro interesante ejemplo que sugiere que los sentimientos públi- cos de Pátzcuaro no eran sino los mismos que en el centro de México u otras provincias. Es cierto que la Iglesia colaboró en dar un tono unita- rio a estos actos además de encenderlos. Carlos Herrejón Peredo, ana- lizando los sermones, ha insistido en cómo, tras el derrocamiento y decapitación de Luis XVI las noticias sobre la Francia revolucionaria se trasmitieron vivamente. En los púlpitos, dice, brotaron intensas diatribas contra la revolución francesa.34 Quince años hay entre 1793 y 1808. Buen tiempo para que la cul- tura de la guerra alcanzara a toda la sociedad. El fenómeno lo abarcó completamente María del Refugio González y lo ilustra con los escritos producidos por miembros del Real Colegio de Abogados de México.35 La horrible amenaza de Napoleón ocupaba los nuevos espacios de la letra impresa, entre papeles españoles que se reeditaban y aquellos que fueron escritos en la Nueva España. Hugh M. Hamill ofrece ejem- plos, desde los publicados por miembros del Colegio de Abogados has- ta otros escritos literarios, periodísticos y muchos más panfletos, poe- mas, escritos breves y bandos emitidos a partir de finales de 1808 y durante todo 1809, en los que tanto se cantaba a los españoles apres- tando sus armas, como se elevaban mil vivas al deseado rey Fernando o se ridiculizaba a Napoleón. Queda claro que para 1809 la mayoría de

34 Ese fue el contenido recurrente de una serie de sermones producidos en tiempos de la crisis de la monarquía y la jura del rey Fernando VII. De hecho, algunos pronunciados en el obispado de Michoacán no cesaron en sus ataques a los franceses hasta la restauración de la monarquía un lustro después, Carlos Herrejón Peredo, “La revolución francesa en sermo- nes y otros testimonios de México, 1791-1823”, en La revolución francesa en México, Solange Alberro, Alicia Hernández Chávez y Elías Trabulse, coordinadores, México, El Colegio de México, 1992, p. 100. 35 María del Refugio González, “El Ilustre y Real Colegio de Abogados de México frente a la revolución francesa (1808-1827)”, en Alberro, Hernández Chávez y Trabulse, coordina- dores, La revolución francesa en México, p. 111 y siguientes. 108 MARTA TERÁN los súbditos coincidían en odiar a los franceses. Dice el autor: “A fin de cuentas, Napoleón Bonaparte, aquel ‘monstruo de maldad’, recibió de parte de la prensa casi tanta atención como el rey español exiliado”.36 Dorothy Tanck subrayó el fenómeno en los catecismos políticos que aparecieron en la época, aquellos que utilizando frases parecidas a la doctrina cristiana, daban una explicación política e incitaban a la resis- tencia a los enemigos de España. La autora supone que pudieron tener influencia en los niños mexicanos. Da ejemplo con los niños que en la Alameda cantaban cancioncillas contra Napoleón. Las imprentas ven- dían por entonces cientos de estampitas alusivas al rey, a dos pesos cada una. Hasta se puso de moda usarlas sobre el corazón.37 Para 1809 los medios literarios y periodísticos de la ciudad de Méxi- co continuaban anunciando una participación decidida de la Virgen para detener al intruso francés. Hay ejemplos también en la poesía. El escritor nacido en Zamora, fray Manuel Martínez de Navarrete, quien entonces era custodio de la lejana misión franciscana de Río Verde, San Luis Potosí, envió desde ese punto alejado del Obispado a México un poema que se publicó en una Gaceta, donde desestimaba que Napoleón pudiera ocupar el suelo mexicano pues el favor de la Virgen amparaba esta tierra. Guadalupe podía frustrar “el plan de la herejía”, aunque no descartaba y de hecho anticipó que, como en España, el paisanaje se vería compelido a tomar las armas para defender la reli- gión amparado en el lienzo guadalupano. Este es el soneto:

Desde su eterno alcázar, desde el cielo, viendo estaba a la América algún día en su última aflicción la gran María y baja a darla maternal consuelo. Miradla en Tepeyac, y a su desvelo cómo se frustra el plan de la herejía y apagarse la llama que cundía desde el francés hasta el indiano suelo. ¿Qué vale, pues, que Napoleón ufano con su hueste infernal que al mundo aterra quiera ocupar el suelo mexicano? ¡Al arma, paisanaje! Guerra, guerra,

36 Hugh M. Hamill, “¡Vencer o morir por la patria...!”, en Josefina Vázquez, coordinado- ra, Interpretaciones de la independencia de México, p. 81-93. 37 François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, p. 159; Dorothy Tanck de Estrada, “Los catecismos políticos: de la revolución francesa al México independiente”, en La revolu- ción francesa en México, p. 68-69. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 109

que el sacro paladión guadalupano con su favor ampara nuestra tierra.38

Las presencias de la Virgen de Guadalupe y de Napoleón Bonaparte en la ciudad de Valladolid, 1809

Revisar los años desde la caída de la monarquía hasta la insurrección de 1810 ha permitido ponderar la importancia que tuvo en la Nueva España la falta de rey legítimo, tanto como que en España se estuviera librando una heroica guerra de resistencia a la invasión francesa. Consta de sobra la movilización de la sociedad. Sin embargo, el ambiente po- lítico necesariamente se hizo ambiguo porque la crisis de la monarquía incidió en la ruptura de la legalidad institucional del virreinato al ser destituido por los europeos y la Audiencia el virrey José de Iturrigaray y por la detención de criollos miembros del Ayuntamiento de la ciudad de México. Virginia Guedea comenta que las consecuencias del golpe de 1808 fueron contundentes:

Finalmente, hizo que tanto los autonomistas como otros descontentos con el régimen tomaran conciencia de la virtual imposibilidad de ha- cer realidad sus aspiraciones políticas por las vías legales y del peligro que les significaba actuar de manera abierta. Descubrieron así que uno de los caminos a seguir podría ser el del secreto y la conjura, camino que los peninsulares y la Audiencia habían recorrido con tanto éxito antes que ellos.39

Al extenderse el descontento en las provincias, en Valladolid se descubrió una conspiración en 1809, la primera después del golpe de los españoles, por lo que las autoridades fueron benévolas con los im- plicados. Acercándose a lo propuesto en la ciudad de México los cons- piradores deseaban la formación de una Junta de la provincia para preservarla, y a la Nueva España, de cualquier desenlace europeo. Este ideal se había trasmitido entre las tertulias de los criollos de Valladolid, de San Miguel El Grande, de Celaya, de Querétaro.40

38 Raúl Arreola Cortés, La poesía en Michoacán, Morelia, Fimax Publicistas, 1979, p. 25-26. 39 Virginia Guedea, En busca de un gobierno alterno: los Guadalupes de México, p. 344. 40 Guadalupe Jiménez Codinach relacionó las actitudes conspirativas de los criollos en el Obispado dando su importancia a la Junta de San Miguel el Grande, México, su tiempo de nacer 1750-1821, México, Fomento Cultural Banamex, 1997; Luis Castillo Ledón, Hidalgo. La vida del héroe, p 57. 110 MARTA TERÁN

Desde la destitución del virrey Iturrigaray habían comenzado a ma- nifestarse sentimientos públicos contrarios entre los europeos y los crio- llos en Valladolid. La primera vez ocurrió en la fiesta de jura del rey Fernando VII, con motivo del sermón que predicó Manuel de la Bárcena, elogioso de la errática política española. La segunda muestra de rivali- dad fue resultado de la elección del diputado que iría a la Junta Cen- tral española pues el voto que tendría que dar Valladolid dividió nue- vamente a los españoles y criollos en las sesiones. Parece que esta oposición de intereses fue única en la América española.41 Carlos Juárez Nieto estudió el comportamiento político de los grandes pro- pietarios de Valladolid en relación con los sucesos ocurridos entre septiembre de 1808 y diciembre de 1810. Observa que marcan un quiebre definitivo en el grupo oligárquico michoacano y proporciona una visión de las condiciones políticas que se vivían internamente. Subraya la mayor sensibilidad política de la sociedad porque, extraor- dinariamente, los poderes civiles y religiosos provinciales estaban re- presentados por dos, digamos, interinos. Manuel Abad y Queipo ha- bía sido aclamado como obispo “electo” a la muerte muy pronta del siguiente obispo que había sucedido a fray Antonio de San Miguel. Alonso de Terán se volvió intendente interino por la muerte poste- rior del intendente Díaz de Ortega. Díaz de Ortega y San Miguel habían cubierto gestiones más o menos largas en Valladolid.42 Un tercer conflicto tuvo lugar al romperse la etiqueta entre ambos bandos, europeo y americano, el 12 de diciembre de 1809, el día de la Virgen de Guadalupe. Los europeos le retiraron la palabra a los crio- llos porque en el sermón de vísperas en el convento de San Francisco, el fraile Vicente de Santa María “se explicó fuertemente a favor de la independencia”.43 Denuncias secretas provocaron que los conspirado- res fueran detenidos. Vicente de Santa María, entonces Maestro de

41 François-Xavier Guerra, “Las primeras elecciones generales americanas (1809)”, en Modernidad e independencias. Ensayos sobre las revoluciones hispánicas, p. 199-206. El problema se resolvió al designarse a Manuel Abad y Queipo, quien, aunque europeo, había destacado al defender los intereses del Obispado por medio de sus conocidas representaciones. María Ofelia Mendoza Briones, “Fuentes documentales sobre la Independencia en archivos de Morelia”, en Repaso de la Independencia, Carlos Herrejón Peredo, editor, Morelia, El Colegio de Michoacán y Gobierno del Estado de Michoacán, 1985, p 185 y ss.; Carlos Juárez Nieto, “Valladolid ante la crisis política de 1808”, Anales del Museo Regional Michoacano, Morelia, 1989 (I), tercera época, p. 13 y ss.; Carlos Herrejón Peredo “La revolución francesa en sermo- nes y otros testimonios de México”, en La revolución francesa en México, p. 99-100. 42 Carlos Juárez Nieto, La oligarquía y el poder político en Valladolid de Michoacán 1785- 1810, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura-INAH, 1994. 43 “Verdadero origen de la revolución de 1809 en el Departamento de Michoacán. Por don Mariano de Michelena”, en Genaro García, Documentos históricos mexicanos, México, 1910, 7 v., en adelante DHM, t. I, XII, p. 469. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 111

Terceros en el convento de San Francisco, fue el primero, “porque predicó un sermón revolucionario”.44 Este sermón provocó que a la salida de la iglesia no simplemente se retiraran la palabra: los euro- peos “actuaban formando una masa cerrada para contrariarnos”, di- ría tiempo adelante uno de sus organizadores, Mariano de Michelena. En eso había consistido la ruptura de la etiqueta. Vicente de Santa María se expresó con la exaltación que le conocían muy bien en Valla- dolid, porque lo habían “picado” los europeos. Probablemente hizo pasar la separación de la Nueva España, de haberse pensado en al- gún momento como “necesaria a la circunstancia de la pérdida de Es- paña”, a ser una causa americana, según adelante se explicará. De modo que no fue propiamente por la Virgen, sino por justificar los criollos la independencia del reino, apelando a la salvaguarda de la patria, que estalló el conflicto. Esta suposición nace de que Vicente de Santa María no era particu- larmente un devoto guadalupano.45 Por no serlo, unos cuatro meses antes había sido interrogado por la Inquisición en una causa que había arrancado desde 1806 (y llegó hasta 1812). Fray Manuel de Sixtos, fran- ciscano del convento de Zamora y futuro combatiente al lado de Calle- ja con el grado de capitán, para abrir la indagación puso: “En otra ocasión y ante la concurrencia de oídos piadosos intentó privar a esta América de la gloria que cuenta en la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, atribuyendo este prodigio al arte de pintar”. Y aunque en la misma sesión hubo quien lo defendiera diciendo que la acusación era falsa pues, más bien, Santa María había proveí- do el culto arreglando los instrumentos que servían para colocar en su nicho y trasladar la imagen de la Virgen, este nuevo enredo del sermón hizo que las acusaciones se tomaran por verdaderas en 1812. El capítu- lo 3 de la Acusación concluyó:

Que era muy extraño que este americano pensase tan temerariamente, de un prodigio, que había cerca de tres siglos, que se creía piadosa- mente y que estaba autorizado por haber concedido el Santo Pontífice Benedicto 14, oficio y misa propios de esta gloriosa Aparición, a solici-

44 Según lo calificó al año un detractor de Miguel Hidalgo, fray Juan de San Atanacio. Nicolás Rangel, “Fray Vicente de Santa María y la conjuración de Valladolid” México, Boletín del Archivo General de la Nación, 1931, II, (5) p. 732; DHM, tomo I, p. 469. 45 Ernesto Lemoine escribió que este sermón de fray Vicente guardaba un singular para- lelismo con el pronunciado por fray Servando Teresa de Mier en 1794, en compartir ideas antiaparicionistas, Ernesto Lemoine Villicaña, “Fray Vicente de Santa María, boceto de un insurgente olvidado”, en Estudios de historia moderna y contemporánea de México, México, UNAM, 1965, p. 72. Consultar el significado del sermón de fray Servando en el libro de Edmundo O’ Gorman, El heterodoxo guadalupano, México, UNAM, 1981, t. I. 112 MARTA TERÁN

tud de los prelados eclesiásticos de esta América, y era muy arriesgado, y peligroso, de inquietarla en dicha creencia.46

El franciscano había tenido esta actitud frente a figuras muy vene- radas de Cristo, lamentando que suplieran una devoción directa y ver- dadera.47 El caso es que en el Obispado los franciscanos también die- ron abundantes manifestaciones de su devoción guadalupana. En Va- lladolid y Guanajuato, en sus respectivos conventos, la cofradía de la Tercera Orden del Cordón de San Francisco tenía un lugar en la festi- vidad anual guadalupana de dichas ciudades, al organizar la misa de vísperas a la fiesta, que luego en Valladolid, por ejemplo, se celebraba en su santuario el día 12 de diciembre. La cofradía de Valladolid agru- paba a familias criollas muy notables. El intendente que allí nombraría después Miguel Hidalgo al tomar la ciudad, José María Anzorena, acom- pañó a éste a la misa que se le ofreció en la Catedral en sus ropajes de la Tercera Orden. Siendo una fiesta importante acudían los europeos. Los jefes de la conspiración, los militares Mariano de Michelena y José María García de Obeso, del Regimiento Provincial de Valladolid, el licenciado Nicolás de Michelena, de larga experiencia como subdele- gado, y el fraile Vicente de Santa María, habían procurado la adhe- sión de las representaciones políticas de la sociedad, lo que se logró en el caso de las repúblicas de indios de Valladolid.48 La iglesia de San Francisco también era frecuentada por los indios principales que iban a las funciones de la cofradía de San Roque. La casa franciscana fue un eje de la conspiración porque los indios que entonces estaban asociados a la cofradía participaron junto con su cacique Pedro Rosales en la primera acción concreta que les propusieron los criollos, movili- zar al común de los indios para evitar la salida de Valladolid a México del padre Santa María. Josefa Vega Juanino explica que la conspiración, desde el lado de los militares criollos que la promovieron, fue un movimiento clara-

46 Nicolás Rangel, “Fray Vicente de Santa María y la conjuración de Valladolid”, p 711 y 743; Ernesto Lemoine Villicaña, “Fray Vicente de Santa María, boceto de un insurgente olvi- dado”, p. 72 y ss. 47 La actitud de Santa María en relación con la Virgen respondía a la convicción primiti- va franciscana del rechazo a la idolatría de las imágenes y la negación de la existencia de imágenes milagrosas. Debe considerarse que desde el siglo XVI existieron entre los francisca- nos las dos posturas, permanentemente comentadas, además, por ellos, fray Fidel de Jesús Chauvet, O.F.M., El culto guadalupano del Tepeyac, sus origenes y sus críticas en el siglo XVI, Méxi- co, Centro de Estudios Bernardino de Sahagún, 1978. 48 Marta Terán, “Las alianzas políticas de los indios principales con el bando criollo de Valladolid (Morelia) en 1809”, en Anales del Museo Michoacano, tercera época, suplemento al numero 4, Morelia, INAH, 1992. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 113 mente antiespañol.49 No es la intención discutir si éste fue un movi- miento de salón o, en el otro caso, narrar sus varios aspectos como un movimiento militar y político que parece dirigido contra el gobierno de la Intendencia de Valladolid.50 Simplemente interesa destacar que se proponía la salvaguarda de la patria en caso de que sucumbiera España. Desde 1808 se había comenzado a decir que España podía perderse (la sensación de estar en riesgo nunca cesó, ni en 1810, sino hasta que se restableció el reinado de Fernando VII). Eso estuvo pre- sente en el ánimo de los conspiradores denotando el mismo tono con- tra el “francesismo” que en general se manifestaba en toda la sociedad. Todos los detenidos sostuvieron en sus interrogatorios que este era un movimiento antifrancés que buscaba la independencia para preser- var el reino. El franciscano Santa María aceptó su acusación “sólo si” se aceptaba que había hablado en el mismo sentido en el que se hacía públicamente desde mucho tiempo atrás. En la casa del licenciado Ni- colás de Michelena, dijo, donde muchas gentes concurrían diario y se hablaba de la relación de España con Francia, “entre la multitud de jueces se habló muchas veces de la independencia de esta Nueva Espa- ña, en caso de que los franceses quisieran suplantarnos”. Hizo alusión a que particularmente en las tertulias anteriores a la ruptura de la eti- queta había sido usual que se caracterizara a alguien por ser francés , o que como farsa se discutiera lo que se quería ser.51 Entre los testimonios en su contra que guardan los respectivos ex- pedientes de Infidencias e Inquisición, quedó asentado como ejemplo el del día 18 de agosto del año anterior, en que se habían leído las noticias en la casa de Matías de los Ríos que un particular le había enviado desde España sobre la caída de la corona. “Se había hecho crítica de ellas sobre el crédito que merecían; pero solo el padre Santa María no quiere creer, o no quiere persuadirse, sino que dice que quiere ser francés...”, aseveró en un turno a declarar el cura del Sagrario de Valladolid. Según aclaró otro catedralicio: “no sabia si esta producción fue por el ardor de la

49 Josefa Vega Juanino, La institución militar en Michoacán en el último cuarto del siglo XVIII, Morelia, El Colegio de Michoacán y Gobierno del Estado de Michoacán, 1986, p. 157. 50 Sobre la conspiración ver los citados estudios de Nicolás Rangel, “Fray Vicente de Santa María y la conjuración de Valladolid”, y de Ernesto Lemoine Villicaña, “Fray Vicente de Santa María, boceto de un insurgente olvidado”; ver de Abraham López de Lara, “Los denunciantes de la conspiración de Valladolid en 1809”, en Boletín del Archivo General de la Nación, segunda serie, IV (1), 1965; de Josefa Vega Juanino, La institución militar en Michoacán en el último cuarto del siglo XVIII; de Marta Terán, “Las alianzas políticas entre los indios prin- cipales y el bando criollo de Valladolid (Morelia) en 1809”; y de Carlos Juárez Nieto, La oligarquía y el poder político en Michoacán 1785-1810. 51 Nicolas Rangel, “Fray Vicente de Santa María y la conjuración de Valladolid”, p. 728. 114 MARTA TERÁN concurrencia, o por haber dicho el padre Segui que en el caso de su- cumbir la España más bien quería ser inglés que francés”.52 Al menos como declaración, el plan de la junta se aproximaba a lo que se estaba experimentando en España, una guerra de independen- cia contra los franceses. Contemplaba, en palabras de Santa María, los puntos más importantes para la restitución en el trono del rey Fernan- do y la defensa de la religión, considerando que la Nueva España po- día sostener su defensa militar. Esas habían sido cosas que muchas ve- ces afirmaron los concurrentes a la casa de Nicolás de Michelena:

Que lo primero uniformando los ánimos todos del reino a este único fin: lo segundo no permitiendo el arribo de ultramar a ninguno que constantemente no fuera adicto al partido de la España católica sin dependencia ni remotísima al sistema de la Francia que actualmente la tiraniza; lo tercero, llamando a las gentes, castas, y el bajo pueblo o por la voz de los ministros de la religión o por el obsequio y dádivas, qui- tándoles la infamia de su nombre; lo cuarto, inspirando a todos un ardor nacional proporcionado para defenderse y ofender en nuestras costas y dentro del continente a cuantos se opusieran al partido de los descendientes legítimos de Carlos V en cuyo reinado se estableció en estos reinos la monarquía católica; lo quinto y lo último que no debía desviarnos de estas máximas, ni el poder todo de la Europa entera aún caso de que toda ella se reuniera para invadirnos, con el seguro de que apurada la Francia o nos entregaba e1 rey católico legítimo o no veía jamás un adarme siquiera de la plata de esta América.53

No hay duda de la primerísima importancia de Fernando VII a quien se debía guardar el reino. Sin embargo, este fue el momento en el que los conspiradores llegaron a la causa de la patria, al tomar en cuenta que los europeos eran los únicos que podían entregar el reino a los franceses. La sospecha de que podían hacerlo justificó el sentimiento antiespañol que caracterizó este movimiento conspirativo. Para los criollos, dada su desconfianza de los peninsulares, la con- servación del reino implicaba ser independientes de España, como probablemente dictó Santa María en su sermón. En los expedientes del caso sobran las evidencias de que las acusaciones de los criollos to- maron el tono antiespañol que se comenta. Si primero los criollos y los europeos debatían por predecir si España iba o no a perecer, en un segundo momento entre los criollos se comenzó a insistir en que si los españoles entregaban el reino, la Nueva España podía soste-

52 Ibid., p. 715. 53 Ibid., p. 709. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 115 nerse, defendiéndose militarmente. En un testimonio del presbítero Rafael Balbín, que se encuentra en la causa inquisitorial contra Santa María, se lee:

Que la declaración de este reo se veía demasiadamente indicada la revolución del día, pues en ella, manifestaba que se debía proceder de muerte contra los europeos, porque decía que éstos eran traidores a la nación, y al rey, emisarios, y agentes de Napoleón que querían entre- gar el reino, y que esta voz la cundieron por Valladolid los revoltosos, y tomaron por pretexto para armarse de propia autoridad las noches del 13 y 14 del referido diciembre.54

Desde entonces a los del bando europeo se les consideró traidores a la nación, al rey y agentes de Napoleón. De modo que las voces de que querían entregar la Nueva España aparecieron en el comentario público en 1809 en Valladolid, junto con el calificativo de traidores para los españoles y el juicio de que se debía proceder con ellos “de muerte”. También en Valladolid comenzaron a verse en público a los hombres armados desde diciembre de 1809. En la casa del capitán García de Obeso los guardias que lo detuvieron encontraron una pe- queña cantidad de armas que escondía en un cuarto tapiado. Santa María confirmó que los criollos andaban con armas en la calle entran- do y saliendo de unas a otras casas.

En todo el Reino hay un fuego sordo que ellos mismos, los españoles, encienden, sin prever los bárbaros que la explosión debe caer contra ellos y sus temeridades. En la noche de anteayer tuvimos a todos los criollos de esta capital, sobre las armas, en las calles y en sus casas, deci- didos, según se explican, morir en defensa de su suerte última, la tropa toda en la parte de criollos, los muchachos y hasta las mujeres. El origen de todo fue una voz que soltó y voló, de que los chaquetas habían tenido una junta (...) para asesinar a los criollos de algún caudal (...) para por este modo hacerse del Reino, ganando al vil pueblo con la plata.55

Exaltados los muchachos, la tropa en la parte de los criollos y hasta las mujeres, algunas armas tuvieron que ser reparadas de emergencia. El bachiller don José Rafael Anaya atestiguó lo antes dicho, junto con la compra de municiones; dijo saber (por don Gregorio Baca):

54 Ibid., p. 738. 55 Ernesto Lemoine publicó estas cartas, escritas del 12 al 21 de diciembre de 1809 y confiscadas al franciscano, en “Fray Vicente de Santa María, boceto de un insurgente olvida- do”, p. 76-77. 116 MARTA TERÁN

Que también oyó públicamente que la noche siguiente a Nuestra Se- ñora de Guadalupe, se vendieron en la tienda de casas [caza] cuatro arrobas de balas, y no más, porque no las había, siendo el objeto de los criollos que las compraron, el defenderse de los gachupines, que se de- cía iban a matar esas noches a los principales criollos.56

Los europeos, desde la noche del día 12, saliendo del convento de San Francisco se habían ido a reunir donde usualmente lo hacían, en las casas de Francisco de Palacios y Francisco Sierra. Los criollos por su lado se dirigieron a donde solían encontrarse: en las casas de Nicolás de Michelena y de José María García de Obeso. Nicolás de Michelena efectivamente confirmó que los días próximos a Guadalupe se había suscitado otra vez esa “especie de desavenencia”. En la junta de Fran- cisco de Palacios había salido la determinación de degollar a varios criollos principales entre ellos habían sido mencionados para el pro- pósito57 Nicolás y Mariano Michelena. La ciudad de Valladolid se agitó notablemente entre el 12 y el 24 de diciembre de 1809. La Virgen de Guadalupe y los franceses, los europeos y los americanos, ser traidor y ser patriota, Napoleón y el rey Fernando fueron las voces que se oían y que llenaron las calles y las casas, pues las tertulias eran vespertinas. Como el conflicto era suma- mente ostensible hasta la plebe manifestó su preferencia de bandos. Luis Gonzaga Correa confirmó la aversión de la plebe a los europeos al decir: “Que estaban opuestos los criollos y los gachupines y que de resul- tas de cierta etiqueta en la noche de Nuestra Señora de Guadalupe, una porción de la plebe, en un gallo, había cantado versos insultantes contra éstos”.58 Podemos tomar a los “gallos”, o serenatas callejeras, como un termómetro de los sentimientos de la plebe. Al tener una desconfianza natural de los europeos se hicieron fácilmente eco de las sospechas contra ellos. Esa aversión ya no pudo volverse atrás, como se demostró en el saqueo insurgente en la ciudad al año siguiente, donde la plebe de Valladolid, a la hora del saqueo, fue señalando, a los que llegaron con Hidalgo, las casas de algunos miembros del bando español. Desde el día de la misa de Guadalupe, entre la plebe se habían cantado coplas sobre el rumor de que unos iban a matar a los otros. Esa noche a la plebe no se le habían escapado los detalles de la entrada y de la salida de la iglesia de San Francisco. Habrían visto el modo en que se alejaron los europeos. También en masa un grupo de la plebe había recorrido la ciudad manifestando que se inclinaba por el rey y

56 DHM, I, V, p. 256-258. 57 Ibidem. 58 DHM, I, V, p. 325. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 117 preguntaba su preferencia a otros. El bachiller don José Rafael Anaya se había enterado (por don Gregorio Baca):

Que la noche de Nuestra Señora de Guadalupe preguntaron unos lépe- ros en los puestos (de la plaza)al teniente Borbón de que partido eran los soldados, y habiendo respondido éste que de la justicia, repusie- ron los léperos: pues entonces tenemos a los soldados de nuestra parte.

Como las hostilidades entre criollos y gachupines continuaron, la plebe, crecida por los efectos de la migración debido a que Valladolid salía de una fuerte crisis agrícola, siguió inquietándose por las noches. Al calor de los recorridos de los gallos otra parte de la plebe había comenzado a corear a Napoleón. Nicolás de Michelena dijo:

En ese mismo tiempo sucedió haber amanecido borrado un letrero de Viva Fernando que estaba en la Tercera Orden y otro que estaba en una fonda. Y aún se dijo por muchos que se habían cantado versos por las calles por las noches alusivas a que muriera Fernando VII que viviera Napoleón.59

Las vivas a Napoleón terminaron de enrarecer el ambiente de la ciudad ya que el grueso de la plebe era afuerina. Después de la noche de Guadalupe, la más agitada que le siguió fue la de la detención de los demás criollos una semana después. En ella, el licenciado Soto Saldaña, dueño de la mejor biblioteca de Valladolid y enconado enemigo del intendente interino Alonso de Terán, trató de levantar un motín frente al convento de El Carmen. Al malograrse huyó en la confusión de esa noche, en la que se tocaron muchas puertas de personas detenidas en los días siguientes, como el cacique indio Pedro Rosales. La actividad de la plebe se detuvo hasta la víspera de la Noche Buena de 1809, pero la agitación y sentimiento antiespañol, engrandecido por las detencio- nes de los criollos y la desconfianza en el gobierno, permanecieron en , los ánimos de la sociedad, en Valladolid y otras ciudades del Obispado. ¿Realmente tenía algún fundamento la sospecha de los criollos que pesaba sobre los españoles, de que podían entregar la Nueva España? Sí, poco antes de morir el intendente Felipe Díaz de Ortega, sorprendentemente pronto, había establecido comunicación nada me- nos que con Murat, el duque de Berg, regente de Napoleón.60

59 DHM, I, V, p. 335. 60 Christon Archer escribió: “Finalmente, la incapacidad de los intendentes provinciales o, aún peor, sus tendencias afrancesadas hicieron que Michelena y los otros buscaran alterna- tivas. Ese no era un rumor; ya el 22 de julio de 1808 el intendente de Valladolid, Felipe Díaz de Ortega, creyendo que España había sido derrotada, empezó a dirigirle súplicas rutinarias 118 MARTA TERÁN

Bonaparte en mayo del 1810

Al romperse la estabilidad política en 1808 el virrey designado por los españoles, Pedro de Garibay, trasmitió las primeras proclamas españo- las por la religión, por España y por el rey y auspició la creación de una Junta de seguridad. Esta podía sujetar a tribunal a todos los que pre- tendieran alterar la paz o manifestarse por el partido francés con pa- peles, o por conversaciones o murmuraciones. Después el mando virreinal pasó al arzobispo Lizana y Beaumont, en julio de 1809. Tras un breve mando de la Audiencia, organizadora del golpe contra Iturrigaray junto con los comerciantes y los militares, el gobierno virreinal pudo fortalecerse al asumir el mando el virrey Venegas en septiembre de 1810, casi por el mismo día del “Grito”. En España las cosas empeoraban. La Junta Central había llamado a elecciones para el año de 1810, pero había tenido que huir de Sevilla a Cádiz. En la contingencia se había formado un Consejo de Regencia. Los meses de mayo a septiembre de 1810 fueron de mucha zozo- bra. El 7 de mayo en la ciudad de México se emitió un bando que contenía, a la vez, varios provenientes de la isla de León y el puerto de Cádiz en los meses anteriores de enero y febrero. Se dirigía como de costumbre a todas las ciudades, villas y demás lugares del reino. Conte- nía, en palabras menudas por el cúmulo de información, el decreto por el que se establecía el Consejo de Regencia. El bando indicaba que debía conmemorarse el acto en todos sitios a semejanza de como se haría ese día en la ciudad de México, en que los cuerpos de gobierno y los de la ciudad jurarían juntos fidelidad. Ahora se tendría que jurar fidelidad a un Consejo de Regencia mientras que se reconocía el de- sórden. El bando decía ver menos peligrosos los progresos del enemi- go que “las convulsiones que interiormente amenazaban España”. De- cía: “estremecen las consecuencias terribles que nacerían de tal desor- den, y no hay ciudadano prudente que no las vea, ni francés alguno que no las desee”.61 Para muchos España estaba perdida.62 Si desde España y de la ciudad de México se recibían este tipo de noticias, en Valladolid nunca dejaron de producirse juicios escritos con- tra los franceses que multiplicaban su actualidad en el Obispado. Estos

al regente de Napoleón, el duque de Berg”, El ejército en el México borbónico, p. 368; AGN, Historia, volumen 46. “Felipe Díaz de Ortega al Duque de Berg, 22 de julio de 1808”. 61 AUMM, I.2, caja 12, exp. 4, impreso. 62 Christon Archer rescata el ambiente de zozobra que se vivió en la Nueva España en “A la deriva”, capítulo XI de su libro, El ejército en el México borbónico, p. 351 y s. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 119 eran parte de la defensa de la religión. Después de la pastoral comen- tada del obispo Antonio de San Miguel (1793), éste, Manuel Abad y Queipo y el resto del cuerpo capitular de la Catedral, en el documento que habían enviado al rey contra la abolición de la inmunidad personal del clero, habían vuelto a referirse a los franceses. Citando a Mon- tesquieu dejaron escrito que acabar con los curas era comenzar un es- tado popular. Años después, Manuel Abad y Queipo, una vez obispo electo de Michoacán, al ir a refrendar su designación a España y tener la ocasión de observar directamente el poderío de los franceses, había escrito un manifiesto contra ellos que allá había sido publicado, des- pués, en la ciudad de México.63 En este mayo de 1810, Manuel Abad y Queipo enviaba desde Valla- dolid su conocida carta a la Regencia española, donde explicaba la difícil situación causada en la Nueva España por el avance de los fran- ceses en el territorio español. Indicaba que la revolución francesa indi- rectamente había dispuesto a la Nueva España para una “insurrección general, al dar los primeros elementos de la división y el deseo de la independencia”.64 Según él, la magnitud y brillantez de las campañas en Europa habían creado una turba inmensa de admiradores de Napoleón que lo contemplaban como el héroe más famoso de la histo- ria. De modo que ante ese poderío los criollos comenzaron a creer que de perderse España la reconquista iba a ser imposible. Al mismo tiem- po, comenzó a creerse que la Nueva España podía defenderse militar- mente en caso de ser amenazada:

Por este concepto nuestros americanos juzgando extinguido el carácter del pueblo español, creyeron perdida para siempre la metrópoli, en el momento que la vieron ocupada: y creyeron también imposible la re- conquista y defensa que emprendieron con tanto heroísmo aquellos hermanos. Desde entonces comenzaron, como era natural, a ocuparse

63 Impresionado además porque en París vio a los ejércitos pasar frente a Napoleón, desde su regreso a Valladolid no había parado de dirigir comunicados al gobierno pidiendo el aumento de la alcabala, para traer militares españoles o bien para la creación de un más poderoso ejército en la Nueva España, David A. Brading, Una iglesia asediada, p. 275; Carlos Herrejón Peredo, “La revolución francesa en sermones y otros testimonios de México, 1791- 1823”, en La revolución francesa en México, p. 102 y s. 64 Con sus conocidas palabras: “El fuego eléctrico de la Revolución Francesa, hiriendo simultáneamente todas las demás naciones, destruyendo las unas, agitando y conmovien- do las otras, puso en movimiento y reunió en estos países los primeros elementos de la divi- sión y del deseo ardiente de la independencia”, Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán y los creadores del estado mexicano, “Representación de don Manuel Abad y Queipo a la Primera Regencia, en que se describe compendiosamente el estado de fermentación que anunciaba un próximo rompimiento, y se proponían los medios con que tal vez se hubiera podido evitar”, p.154 y 155; Carlos Herrejón Peredo, “Las Luces de Hidalgo y de Abad y Queipo”, Relaciones, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1989 (40), p. 57. 120 MARTA TERÁN

con más intención de la Independencia y medios de realizarla, en el caso hipotético y preciso de que no se recobrase la metrópoli. Creo que los hombres sensatos del país nunca han pensado de otro modo.

Ésa había sido la visión de los criollos de 1809. Abad y Queipo podía comprender que los criollos se dedicaran con más intención a la independencia y medios de realizarla “en el caso hipotético y preciso” de que España se perdiera, al reconocer que el golpe de los peninsula- res de 1808 “exaltó en gran manera la rivalidad y división”. Sin embar- go, estaba seguro de que a pesar de los desacuerdos, gachupines y crio- llos tenían al rey Fernando como su denominador común:

En todas partes se desea con ardor la independencia y se ha consentido en ella. En todas partes se ha jurado sin embargo a nuestro idolatra- do soberano el señor don Fernando VII y a su dinastía, con aplauso y gusto por lo menos de los hombres sensatos, porque lo consideran como el centro de unidad en la ejecución de su proyecto en caso de que su- cumba la metrópoli, y como causa de un gobierno más justo y liberal en caso que prevalezca.

Pero más allá de que el rey Fernando pudiera ser un centro de unidad, o bien la causa de un gobierno más justo y liberal si la monar- quía llegaba a restablecerse, encima de los debates entre europeos y americanos la mayor amenaza que se cernía sobre la Nueva España, según se creía en la sociedad ante la información de sus triunfos, era el mismo Bonaparte. En mayo Valladolid estuvo colmada de reflexiones sobre el destino de España, sobre la supremacía francesa. Circulaban también las nue- vas exigencias monetarias de las autoridades españolas.65 Allá llegó el edicto del día 29 de la Real Audiencia de México, pidiendo que los consulados de comerciantes recolectaran un préstamo patriótico de 20 millones de pesos para continuar defendiéndose de Napoleón. Como se pedía que llegara a todas partes, Valladolid lo volvió a trasmitir tam- bién por edicto a otras ciudades, las villas y a los pueblos. Si los donati- vos habían decaído, salvo en los años de 1798 y 1804, otra vez se incrementaron ante la inminente pérdida de España y soltaron a la so- ciedad a las habladurías sobre los franceses y el horror que producían. En los pueblos se sabía, porque se informaba desde los púlpitos, de su avance y se rezaba en especial por aquellos que en España combatían por la nación, por el rey y por la religión. El edicto mismo solicitaba

65 AHMM, I.2, caja 12, exp. 7, impreso. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 121 que se conociera “la obstinada defensa que sostiene y sostendrá la na- ción española por su religión, por su legítimo soberano y por su inde- pendencia contra el mayor de los tiranos”.66 En mayo de 1810 Miguel Hidalgo había tenido que pegar en las puertas de su iglesia y en otros dos edificios religiosos nuevos edictos, éstos emitidos por la Inquisición, dirigidos contra los franceses. No los pegó todos, guardó algunos. Ernesto de la Torre Villar se preguntó qué tanto los insurgentes recuperaron las estrategias de Bonaparte que se repetían en los libelos de la Inquisición de modo que la gente acabó por conocerlas.67 En los edictos que pegó Miguel Hidalgo se leían par- ciales: que no se combatiera en primera instancia a la inquisición ni a la iglesia; que los curas aconsejaran a los feligreses luchar contra los españoles, haciéndoles pensar que los franceses eran la mano de Dios que castigaría sus excesos. Directos o indirectos, los comunicados de los Bonaparte y los copiosos comunicados de las autoridades novohispanas que los denunciaban crearon la ilusión de tener muy cerca a los franceses, cuyos agentes ya operaban en los Estados Unidos. En el Obispado hasta se conoció a un emisario verdadero de Napoleón, el general francés Octaviano D’Alvimar. Venía de los Estados Unidos. Al ingresar, en la frontera se le había apresado y en la trayectoria a su destierro pasó por San Miguel, donde lo conoció Allende, y por Dolo- res, donde conversó con Hidalgo. Desde la década de 1790 había arrancado la pesadilla de ver llegar a América los manifiestos que enviaban los franceses. Entonces hubo algunas célebres persecuciones a los muy pocos ciudadanos franceses que vivían en la Nueva España.68 Carlos Herrejón comenta que la pro- paganda francesa también llegó de otras naciones, indicando que en 1796 se detectó en la villa de Salamanca, en el Obispado, un ejemplar de El desengaño del hombre, editado en Filadelfia. Hasta en la Gaceta de México se había infiltrado documentación de los usurpadores (dos ban- dos de Murat) en los momentos de mayor confusión. Para 1810 las autoridades virreinales no cesaban de emitir noticias a todo el reino informando que este trataba de hacer contacto como ya había hecho

66 Ibidem. 67 Ernesto de la Torre Villar tomó de José María Luis Mora la observación de la identi- dad que existe entre las instrucciones que ofrecía Napoleón para combatir a los españoles y las primeras consignas insurgentes, ver “Miguel Hidalgo y las proclamas de los Bonapartes”, Boletín del Archivo General de la Nación, 1947, v. XVIII, n. 3, p. 305-311; Luis Castillo Ledón, Hidalgo, la vida del héroe, p. 1245; “El aventurero conde Octaviano D’Alvimar, espía de Na- poleón”, en Boletín del Archivo General de la Nación, tomo II, abril-junio de 1936. 68 Nicolás Rangel, “Preliminar” a Los precursores ideológicos de la independencia 1789-1794 México, Publicaciones del Archivo General de la Nación, 1929. 122 MARTA TERÁN en varias ocasiones en 1809. A Querétaro llegó un panfleto de célebre lectura por la claridad de las ideas francesas.69 En Valladolid tuvo mucha repercusión el edicto que emitió el vi- rrey Venegas en la ciudad de México el 25 de septiembre de 1810. Este hacía memoria de algunos papeles de Bonaparte de ese año y del ante- rior. En la ciudad de México había causado comentarios uno dirigido “al clero en general de las Américas españolas” y otro sin fecha que pretendía hablar con “los ciudadanos de América”. Venegas informaba que a su antecesor el arzobispo virrey Lizana y Beaumont le había lle- gado también un panfleto de José Bonaparte. Lo interesante era el tratamiento que habían dado al papel, de una teatralidad muy fuerte: había sido quemado en la plaza pública “en forma de justicia”. Luis Castillo Ledón comenta que en estas ceremonias la infantería y la caba- llería rodeaban la Plaza Mayor y un cúmulo de gente llenaba la vasta extensión y aparecía en balcones y azoteas. El retrato del rey Fernando se colocaba en un sitial. A su frente, una pirámide de tres cuerpos so- bre cuya cúspide truncada se hacía una gran hoguera, “donde por mano de verdugo y a presencia de un escribano real y de cuatro alguaciles de Corte, se dio fuego a los despreciables e indecentes folletos del Rey Quijote”.70 Todo lo que dicho edicto relataba servía para mantener una alerta constante sobre la llegada de estos papeles y pedir igual suerte para los que ya se hubieran podido introducir, por “los viles agentes del intru- so”. En fin, las palabras enviadas por el virrey Venegas quedaron pega- das en los parajes acostumbrados de Valladolid y sus alrededores el 3 de octubre de 1810. El levantamiento que nació en Dolores para en- tonces ya tenía algunas semanas de desarrollo. El efecto que se logró fue que sintiéndose tan cerca la presencia del enemigo francés se vol- viera quizá hasta deseada la de los insurgentes, que en el mismo Obis- pado y no lejos habían comenzado a prometer salvaguardar la religión y la patria.71 En torno a la efectividad de la palabra escrita en esa co- yuntura hay investigaciones que indican el tremendo esfuerzo que las

69 François Xavier Guerra, Modernidad e independencia en Hispanoamérica, p. 127; Carlos Herrejón Peredo, “La revolución francesa en sermones y otros testimonios de la época”, en La revolución francesa en México, p. 98; Luis Castillo Ledón, Hidalgo, la vida del héroe, p. 128. 70 Luis Castillo Ledón, Hidalgo, la vida del héroe, p. 147. Juan Ortiz Escamilla rescata todo este ambiente analizando los edictos de la Inquisición y otros emitidos por la cabeza de la Iglesia. Los nombres que da el arzobispo Lizana a Napoleón son muchísimos y muy significa- tivos: “insecto”, “aborto”, “ridículo juguete”... Guerra y gobierno, los pueblos y la independencia de México, Sevilla, Universidad Internacional de Andalucía, Universidad de Sevilla, El Colegio de México e Instituto Mora. 1997, p. 28-30; Hugh M. Hamill, “¡Vencer o morir por la pa- tria!...” en Josefina Zoraida Vázquez, Interpretaciones de la Independencia de México, p. 88 y s. 71 AHMM, I.2, caja 12, exp. 6, impreso de 1810. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 123 autoridades españolas hicieron entre finales del siglo XVIII y comien- zos del XIX por establecer escuelas, obteniéndose un efecto importante en el Obispado, no sólo en la alfabetización sino también en la castellanización. Sin embargo, los nuevos alfabetizados, por el mismo hecho, debieron haber sido más sensibles a la propaganda escrita tanto de los insurgentes como de los realistas.72

La violencia contra los europeos

Creyéndose perdida España en la Nueva España estalló la guerra por la independencia, cuyos antecedentes han sido tratados únicamente en aspectos vinculados con la religión.73 En Europa los españoles resis- tieron a Napoleón abanderados con sus vírgenes, en el obispado de Michoacán sucedió lo mismo y al organizarse la resistencia muchos sacerdotes se colocaron al frente de los contingentes aunque los empu- jaron muchas más razones.74 Lo que queda por decir es que al conver- tir los insurgentes al movimiento religioso contra los franceses en una guerra santa, la consecuencia fue la muerte terrible de los europeos. Desde muy pronto el levantamiento de Dolores se propuso como una guerra en defensa de la religión, según explicó Miguel Hidalgo a su antiguo amigo el intendente de Guanajuato, Juan Antonio de Riaño, antes de comenzar el sitio de esa ciudad.75 El intendente Riaño junto

72 François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias, p. 276-282; Marta Terán, “Es- cuelas en los pueblos michoacanos hacia 1800”, en Tzintzun, Morelia, Centro de Estudios Históricos de la Universidad Michoacana, n. 14 de 1993, p. 125 y s.; Guadalupe Jiménez Codinach, México, su tiempo de nacer, p. 118. 73 Ver otros aspectos de las causas de los indios, sus pueblos y bienes en Marta Terán, “Los decretos insurgentes que abolieron el arrendamiento de las tierras de los indios en 1810”, en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, t. XL, 1977, p. 87 y s., y “Las refor- mas borbónicas en los pueblos de indios (y vecindarios) michoacanos, 1786-1810”, en Lengua y etnohistoria purépecha. Homenaje a Benedict Warren, Carlos Paredes, coordinador, Morelia, Universidad Michoacana-CIESAS, 1997, p. 333 y ss. 74 David A Brading, Una iglesia asediada; Nancy M. Farris, La corona y el clero en el México colonial, 1579-1821, la crisis del privilegio eclesiástico, México, Fondo de Cultura Económica, 1995; Oscar Mazín, Entre dos majestades. El obispo y la iglesia del gran Michoacán ante las reformas borbónicas, 1758-1772, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1987; y El cabildo catedral de Vallado- lid de Michoacán, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1996. 75 Con estas palabras: “Que no hubiéramos desenvainado la espada contra estos hom- bres, cuya soberbia y despotismo hemos sufrido con la mayor paciencia por casi 300 años, en que hemos visto quebrantados los derechos de la hospitalidad y rotos los vínculos más hones- tos que debieron unirnos (...) Si no nos constase que la nación iba a perecer irremediablemen- te (...) perdiendo para siempre nuestra religión, nuestra ley, nuestra libertad, nuestras cos- tumbres y cuanto tenemos más sagrado y más precioso que custodiar”. Ver la “Proclama del cura Hidalgo a la Nación Americana” (1810) en Ernesto de la Torre Villar, La Constitución de Apatzingán y los creadores del estado mexicano, México, UNAM, 1964, documento n. 10, p. 203. 124 MARTA TERÁN con muchos españoles perdió la vida en la toma de Guanajuato, descri- ta por Lucas Alamán como “una reunión monstruosa de la religión con el asesinato y el saqueo, grito de muerte...”.76 El asesinato de gachupines no estaba previsto, sino remitirlos a España. Juan Ortiz atribuyó la co- nocida violencia contra los españoles y el gobierno a que los europeos hicieron resistencia.77 Lo que debe subrayarse es que los españoles fue- ron tratados como “traidores” en el ascenso del movimiento, o, en jer- ga militar, en los momentos “del furor”.78 Traidores, por ser los únicos que podían entregar la Nueva España a los franceses. Que los france- ses se perfilaban como los ganadores de Europa no justifica la libertad negativa que se permitieron los criollos al solicitar la muerte de los europeos desde 1809 en Valladolid, menos aún la libertad negativa de degollarlos en grandes grupos que varias veces se tomaron los contin- gentes insurgentes en Valladolid, Guadalajara y otros lugares. Me llama la atención el énfasis que se pone en que los jefes insur- gentes manipularon los verdaderos fines del levantamiento (la inde- pendencia) anteponiendo al rey Fernando como causa de la guerra. Los insurgentes declararon la guerra a los españoles (evidentemente los menos interesados en poner en peligro a la nación, la religión y las costumbres) bajo los mismos lemas por los que peleaban en España los españoles contra los franceses, es decir, imaginándolos como los alia- dos de las mismas fuerzas que estaban hundiendo el imperio. Hoy se insiste más en la semejanza entre el levantamiento de los españoles contra los franceses y el que ocurrió en la Nueva España contra los españoles.79 Esa sospecha que pesaba sobre los españoles desde 1809 creó las circunstancias que aprovecharon hábilmente los insurgentes, quienes desde Dolores comenzaron a pasar la voz de que aquellos ha- bían traicionado a la patria entregándosela a Napoleón. Juan Ortiz comenta que el general Calleja tuvo que desmentir que se hubieran

76 Lucas Alamán, Historia de Méjico. México, Jus, 1969, t. I, p. 260. 77 Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno. Los pueblos y la independencia de México, p. 44. Guadalupe Jiménez Codinach señaló que el trato a los españoles inicialmente estuvo sujeto a la conducta que siguieran, lo mismo que los criollos que protegieran algún europeo. Ver “La insurgencía de los nombres”, en Josefina Vázquez, coordinadora, Interpretaciones de la Inde- pendencia de México, México, Nueva Imagen, 1997, p. 108 78 Luis Castillo Ledón, Hidalgo: la vida del héroe (1948), México, INEHRM, 1985, p. 157; Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia (1953), México, SEP, 1986, p. 71. 79 Guadalupe Jiménez Codinach, “La insurgencia de los nombres”, en Josefina Zoraida Vázquez, coordinadora, Interpretaciones sobre la Independencia de México, p. 109; David A. Brading, Una iglesia asediada, p. 261 y s. Para una comparación con la Revolución Francesa, ver de Jaime E. Rodríguez O., “La revolución francesa y la independencia de México”, en La revolu- ción francesa en México, Solange Alberro, Alicia Hernández Chávez y Elías Trabulse, coordina- dores, México, El Colegio de México, 1992, p. 137 y s. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 125 vendido estos reinos a los franceses, El virrey Venegas expresó que eso lo había inventado Miguel Hidalgo.80 La alarma religiosa tenía años, los insurgentes no apelaron a una sociedad desinformada en ese grave punto sino a gente que había cre- cido o madurado odiando a Napoleón y que en 1810 estaba muy indig- nada por España y preocupada por la suerte de la Nueva España. Des- de un año antes el prejuicio que pesaba sobre los españoles ya era voz común en Valladolid. Quienes secundaron la conspiración, como dijo Abad y Queipo, habían consentido defender algo muy grave: la sepa- ración de España como un escudo contra cualquier desenlace euro- peo. Preso Hidalgo, en 1811, al preguntársele sobre la proclama don- de había declarado la guerra por la religión, la patria y el rey, volvió a afirmar que fue escrita al “ver expuesto al reino a caer en manos de otras potencias europeas”.81 La defensa de la religión era parte fundamental de la guerra. Dice Luis Villoro que todos los jefes insurgentes cayeron en el vértigo de la guerra santa. A las condenas que los realistas le dictaron, Allende de- claró: “Los que mueren en defensa de la justa causa de la religión se harán un lugar distinguido entre los héroes, en los anales de la histo- ria, y nos iremos al cielo como víctimas de muerte sagrada religiosa”. En septiembre de 1810 Ignacio Allende también había declarado que “La causa que defendemos es de religión, y por ella hemos de derra- mar hasta la última gota de sangre””.82 , quien luchaba por una “santa libertad, que no libertad francesa”, declaró que desde el principio, al hablarles a sus feligreses en Dolores, Miguel Hidalgo los había exhortado “a que se uniesen con él y lo ayudasen a defender el reino porque querían entregarlo a los franceses”. No parece insince- ra, dice Luis Villoro, la justificación de los insurgentes: “La especie de que los europeos entregarían el reino a Napoleón era demasiado gene- ral entre los criollos para tomarla como un mero ardid de propagan- da”. El rey Fernando fue bandera de guerra mientras estuvo en funcio-

80 Juan Ortiz Escamilla, Guerra y gobierno, los pueblos y la independencia de México, p. 34 y 36; Guadalupe Jiménez Codinach, “La insurgencia de los nombres”, en Interpretaciones de la Independencia de México, Josefina Vázquez coordinadora, p. 107. 81 Al pedirle que abundara en por qué se adjudicó tal prerrogativa, declaro: “Ejerció el derecho que tiene todo ciudadano cuando cree a la patria en riesgo de perderse”, además de persuadirse de que la Independencia sería ventajosa. Al inquirirlo sobre en qué basaba tal suposición, dijo que en la lectura de una Gaceta proveniente de México “en que se decía que la América debía seguir la suerte de España”, Hidalgo trató de que “no corriera la misma suerte”. J. E. Hernández y Dávalos, Historia de la guerra de Independencia de México, México, INHERM, 1985, Proceso de Hidalgo en t. I. 82 Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, p. 85 y 112; Enrique Florescano, Memoria mexicana, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 506. 126 MARTA TERÁN nes la Junta de Zitácuaro (1811-1813). En abril de 1812 José María Morelos escribía a Calleja: “El que muere por su religión y por su pa- tria no muere injusta sino gloriosamente. Usted que quiere morir por la de Napoleón acabará del mismo modo que señala a otros”.83 Es demasiado insistir en lo favorable del ambiente. François Xavier Guerra, al analizar los imaginarios y valores de 1808 confirmó que la religión ocupaba, al lado del rey y de la patria, un lugar central como parte esencial de la identidad nacional. La religión y el rey eran los ele- mentos compartidos por todos los miembros de la monarquía. La defen- sa de la religión revestía también un carácter universalista: “El combate contra Napoleón se presenta igualmente como el de la cristiandad con- tra el heredero de la revolución francesa en lo que ésta tenía, para los hombres de esta época, de impía y perseguidora de la religión”.84 La Virgen de Guadalupe se había asociado con las figuras de Na- poleón y del rey Fernando, invocada para auxiliar y defender la reli- gión y la patria desde antes del Grito de septiembre de 1810. Para el mes de noviembre y en pleno movimiento, José Ignacio Muñiz, un de- tractor de Hidalgo ante la inquisición, escribió sobre lo que éste le decía a la gente:

He desimpresionado del error con el que alucina a los indios de que trae el señor don Fernando VII, al santísimo Padre Pío VII y que es tiempo de cumplimiento de aquella profecía de que la silla apostólica ha de situarse en la Villa de Guadalupe.85

La profecía del padre Carranza de 1749, comentada por el biblió- filo José Mariano Beristáin de Souza en 1809 para hacer notar lo mal que estaba todo en Europa, se recordaba al año siguiente de 1810. Esta profecía, cuya cualidad fue hacerse famosa por lo extraordinario de su petición, es una clave para entender la conducta de la gente que en su momento interpretó que los personajes de los carruajes secretos que acompañaban a los contingentes insurgentes podían ser el rey Fernando VII o el papa Pío VII. Creyendo que habían escapado del cautiverio de Napoleón y andaban con Hidalgo, la gente imagina-

83 Citado por Guadalupe Jiménez Codinach, “La insurgencia de los nombres” en Vázquez, Interpretaciones de la independencia de México, p. 107; Hugh M. Hamill, ¡Vencer o morir por la patria...”, en Vázquez, Interpretaciones, p. 83. Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, p. 112. 84 Guerra, “Imaginarios y valores de 1808”, en Modernidad e independencias en Hispano- américa, p. 166. 85 “José Ignacio Muñiz denuncia a Hidalgo ante la Inquisición”, en Carlos Herrejón Peredo, Hidalgo. Razones de la insurgencia y biografía documental, México, SEP Cien de México, 1987, p. 227. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 127 ba salvados a los representantes de los dos poderes que habían regula- do el ser y la vida de la Nueva España, máxime que hasta había una profecía que anunciaba que podía suceder e Hidalgo, al parecer, cola- boró en recordarla.86 De los argumentos del padre Carranza quedó una resonancia en los siguientes tiempos de la guerra. Stafford Poole analizó su sermón junto con otros que pronunciaron algunos padres también jesuitas ha- cia mediados del siglo XVIII. En los que se dijeron entre la época de las epidemias y el Patronazgo guadalupano, y la del reconocimiento de éste por el Papa, el énfasis estuvo puesto en que la Virgen se había aparecido en estas tierras y no en otra parte del mundo católico que la clamaba. David Brading comenta que en este ciclo exuberante de ser- mones “se daba por hecho que México había sido escogido entre las naciones del mundo para recibir el patrocinio y la protección especial de la Madre de Dios”.87 Ese fue el sentido esencial del lema que como distinción concedió el Papa a la Virgen de Guadalupe: Non fecit taliter omni nationi. Por eso dichas siglas del lema guadalupano: N.F.T.O.N., fueron puestas a los pies del Águila en los sellos y banderas que mandó hacer la Junta de Zitácuaro. En la prensa insurgente esto se interpretó como que si Guadalupe se había aparecido en México había sido por algo; de no ser así, decían los insurgentes, se hubiera aparecido en otra parte.88 A diferencia de la interpretación apocalíptica del siglo XVII de Miguel Sánchez, en la profecía del padre Carranza esta vez no la Vir- gen, sino la Iglesia, volaría con las alas del águila mexicana, de la sede de los primeros cristianos a la de los últimos en convertirse, es decir, los americanos, para salvarse del Anticristo que iba a expulsar la reli- gión de Europa. Así lo expresa en el sermón:

86 Este fue el contexto de la historia de la “Fernandita”, una joven de 18 años llamada Mariana Gamba. Al llegar a Guadalajara se le creyó el rey Fernando porque vestía uniforme militar. Cuando se descubrió que el joven Fernando era mujer hubo en Guadalajara escánda- lo y ella ingresó en el beaterio de Santa Clara. Acompañaba a los contingentes de Hidalgo en un carruaje como hija de uno de los españoles que apresó la gente y entregó a los insurgentes en el pueblo de Cuitzeo, a una jornada de Valladolid. El padre murió junto con otros españo- les. Ya estando el general Calleja en Guadalajara quisieron poner a la Fernandita en una casa de recogidas. La aversión que le causó y el desear volver con su familia la hizo declarar ante Calleja cosas tremendas contra Hidalgo. El expediente de la Fernandita está en el Museo

Regional de Guadalajara, José Corona Núñez, Cuitzeo, Monografías municipales, Gobierno del Estado de Michoacán, 1979, p. 79 y s.; Jesús Amaya Topete, Hidalgo en Jalisco, Guadalajara, Jalisco, 1954; Guadalupe Jiménez Codinach, México. su tiempo de nacer. 1750-1821, México, Fomento Cultural Banamex, 1997. 87 David A. Brading, Siete sermones guadalupanos, p. 13; Stafford Poole, Our Lady of Gua- dalupe. The Origins and Sources..., p. 184. 88 Juan Manuel Villalpando César, “Virgen insurgente: Nuestra Señora de Guadalupe en la independencia de México, 12 de diciembre de 1794-12 de diciembre de 1804”, en Memorias de la Academia Mexicana de la Historia, tomo XL, 1997. 128 MARTA TERÁN

Vuele pues la iglesia, vuele con alas de águila a buscar protección cuan- do más perseguida, que a la sombra de la Mexicana Reina de Guadalupe se ha de acoger en su última persecución. Siga, persiga el Dragón in- fernal, el Anticristo a la Iglesia en el fin del mundo, que la Iglesia pondrá un mar de por medio, para salvarse en el Santuario de Guadalupe. Es a la letra lo que se sigue en la profecía, y es natural conjetura de lo que sucederá...89

Si se recordaba la profecía era porque, ahora sí, el Anticristo Napoleón estaba expulsando la religión de Europa. Luis Villoro sostu- vo que para la gente era una guerra santa, “y no por comprenderlo de modo rudimentario o supersticioso disminuye su fuerza de convicción capaz de unir en una sola exaltación a las masas”.90 El mundo español se había levantado entre guerras prolongadísimas contra los infieles, contra los paganos y en la lucha permanente contra la herejía. El pun- to está en que esta guerra se definió contra los españoles. En los docu- mentos clásicos de la independencia hay testimonios de que las turbas de Hidalgo dejaban a algunos españoles moribundos sin concederles el auxilio espiritual; hay otros de que la gente, al paso de los españoles, les gritaban “perros”, herejes y ‘judas” por haber querido entregar la religión, en su mentalidad no podía haber mayor personificación del mal. Los cadáveres de los gachupines traidores en Guanajuato queda- ron expuestos por días. Fue tan extrema la crueldad que se desató con- tra los europeos porque en ellos se descargaron dos odios, el primero, el acumulado de los casi trescientos años de dominio que se recrudeció con el golpe de los europeos de 1808 en la ciudad de México; un año después los criollos exaltados de Valladolid pronunciaron que había que matarlos. Al salir Miguel Hidalgo de Valladolid hacia Guadalajara se decidió la ejecución del primer grupo de europeos. El segundo odio que descargaron los seguidores de Hidalgo en los europeos fue el odio contra los franceses de casi veinte años, que se había ido cultivando en la sociedad rural movido por la Iglesia y por todas las instancias de gobierno españolas y novohispanas. Esto fue posible ante el miedo real que se despertó en la Nueva España por el tipo de información que se recibió e hizo creer que España iba a su- cumbir, a la que fueron sensibles todos los vasallos. Los restos de los

89 Francisco Javier Carranza, s.j., “La transmigración de la Iglesia a Guadalupe” (Querétaro, 12 de diciembre de 1748), este sermón se incluye en el libro de David A. Brading, Siete sermones guadalupanos. 1709-1765, p. 189-222, p. 210; Marta Terán, “La relación del águila mexicana con la Virgen de Guadalupe entre los siglos XVII y XIX”, p. 61; Moisés Guzmán Pérez, La Junta de Zitácuaro, 1811-1813, Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 1994, p. 107. 90 Luis Villoro, El proceso ideológico de la revolución de independencia, p. 85. LA VIRGENESTUDIOS DE GUADALUPE DE HISTORIA CONTRA NOVOHISPANA NAPOLEÓN BONAPARTE 129 españoles muertos en el cerro de Las Bateas fueron velados en el san- tuario de Guadalupe en Valladolid por orden del militar Torcuato Trujillo. Entre ellos había miembros prominentes del bando español (como Francisco Palacios) que habían estado presentes en la misa de víspera de la fiesta guadalupana de 1809, cuyo sermón de Vicente de Santa María había desatado las hostilidades entre criollos y europeos. Este fue uno de los muchos actos de reconciliación necesarios a las fa- milias de los sacrificados, en las que había europeos, americanos, insurgen- tes y realistas. En conclusión, todo lo antes escrito se pone simbólicamente de mani- fiesto en las primeras banderas con las que se levantó el grito de la insurrección en la villa de San Miguel el Grande y hoy se conservan en el Museo del Ejército de Madrid. Nos confirman las vertientes simbóli- cas, religiosas y patrióticas, que en el largo tiempo confluyeron en su particular composición iconográfica, pero, además, representan el tiem- po en el que fueron hechas. La Virgen de Guadalupe asociada al águila mexicana, timbrada con San Miguel, todo acompañado de trofeos de guerra, estandartes militares y emblemas de la monarquía nos mues- tran la importancia, en el inicio de la independencia, de esta guerra santa contra la herejía francesa que inició en 1793 y de la lealtad activa al rey Fernando desde 1808. Fue la elección de la sociedad frente a la guerra, la reacción de la sociedad ante el francesismo.

Artículo recibido el 15 de febrero de 1999 y aprobado el 30 de marzo de 1999.