Cuantitativamente menos importante fué la cQnfusión que las leyes de 1767 originaron en los repartimientos de las tierras de Propios simbolizado en un 9,16% de los problemas totales.

1. Los problemas de Castilla

Pocas zonas como podían representar en Es- paña la complejidad de la explotación del sector primario. Par- ticipaba del paisaje agrario presente en la submeseta norte a la par que constituía una excepción en cuanto al régimen de propiedad existente. Mostraba una notable parcelación en las empresas agrarias -como en el resto de la Castilla oriental- pero, a la vez, la gran propiedad -dehesas y despoblados- oponían evidentes diferencias al minifundismo imperante. Los problemas que mostrabá Salamanca eran parecidos, por una parte, a los del minifundismo segoviano o burgalés -cuando se trataba de suertes pequeñas arrendables- pero se parecían como una gota de agua en la explotación de sus dehesas a la gestión extensiva que se daba a los latifundios del sur (2). Sin olvidar que nunca faltaron las fricciones con los ganaderos mes- teños por ser una zona de pastos abundantes y de amplias ca- . ñadas. Difícilmente se podía haber obtenido eñ una geografía tan concreta el amplio y espectacular grado de conflictos como los que dentro de Salamanca se produjeron. En buena medi- da, por tanto, hablar de los problemas de Salamanca era ha- blar de los problemas agrarios de toda España. No nos debe de extrañar, consecuentemente, la inflación de conflictos, de- mandas, pleitos, informes... que la sociedad rural salmantina envió al Consejo de Castilla. El ejecutivo demandaba esa in-

(2) Salamanca, junto con Extremadura y Andalucía occidental, tenían problemas estructurales parecidos, como ha demostrado Pascual Carrión en Los latifundios en España. Reedición de 1975. Su configuración actual es bien parecida a la que poseía en el siglo XVIII. Ver García Zarza: Los despoblados -dehcsas- salamantinos en el siglo XVIII. Salamanca, 1978. 174 formación pues deseaba reunir en esa provincia el más varia- do acopio documental para su análisis y posterior formulación de una Ley Agraria nacional. Por estas mismas razones, no debe sorprender que de otras muchas provincias castellanas apenas haya información. Un memorial de labradores vallisoletanos y leoneses explicaba esas ausencias: «la agricultura tiene en estas tierras las mismas ne- cesidades y urgencias que en las de Salamanca», añadiendo más adelante su apoyo a«las peticiones que han hecho al Consejo los labradores de la Tierra del Pan, del Vino y de Salaman- ca» (3). Si bien sería excesivo hablar de un liderazgo reivindi- cativo en los labradores y campesinos.de Salamanca, sí pare- ció existir un cierto conócimiento de lo que se estaba intentan- do fraguar en el muestreo que el expediente realizaba. Por otra parte, los problemas o demandas que provenían de Zamora, Segovia... etc, no hacían sinó desarrollar algún particularis- mo o matiz a los problemas generales a los que se veían some- tidos todos los castellanos. La temática conflictiva de Castilla en la segunda mitad del siglo XVIII podían resumirse en es- tos puntos: - La necesidad de ampliar las superficies de cultivo, co- mo resultado del impulso demográfico dé la época. - Los enfrentamientos entre labradores y ganaderos por la posesión de la tierra. - Los problemas derivados de los contratos cortos de arren- damiento y de las claúsulas contractuales de oneroso cum- plimiento. - El alza de las rentas y de los productos agrarios. - Los abusos de poder de propietarios y grandes arrenda- tarios.

(3) A.H.N. Consejos: leg.: 1843. Los pueblos que se expresaban así eran 1ordesillas y Wamba, en Valladolid, y Villamañán en León. Conocieron un año más tarde de su realización el memorial conjunto que los labradores salmantinos y zamoranos habían enviado al Consejo, solicitando una ley agra- ria, en 1770.

175 - Los subarriendoŝ . - La abundancia de los desahucios. - Los despoblados. - La decadencia de la agricultura castellana. - Las tensiones originadas por las leyes sobre repartimiento de tierras de Propios y Baldíos. - La pobreza del campesinado que sufría periódicas crisis de subsistencia entre la incompresión de los terratenientes y grandes arrendatarios.

Ante tan lamentable estado de la agricultura, las deman- das campesinas se concentraron en solicitar leyes contra lo que se consideraba las causas de ese abandono; aunque sin perder nunca de vista el deseo de establecer un marco jurídico idóneo para el sector primario. Una ley agraria fué pedida con ínsis- tencia por el campesinado castellano a partir de 1770; sin em- bargo, el desencanto no tardé demansiado en llegar. Y las pre- siones antirreformistas que protagonizaron las élites rurales, no cejaron en las últimas décadas del siglo XVIII.

La escasez de tierra de labranza aparecía como el proble- ma más agudo del campesino. Ese era un caballo de batalla que habían de ganar en un doble frente: por un lado, a los ga- naderos mesteños, y, por otro, a los terratenientes que cono- cían los beneficios que les reportaba esa escasez de tierra ara- ble. Y es que la realidad de la superficie castallana cultivada era muy exigua: a mediados del siglo XVIII sólo un 40% (4) eran tierras de labranza. Salamanca participaba, plenamente, de ese escaso aprovechamiento del suelo agrario, «pues había para cada pareja de bueyes sólo 110 aranzadas de tierra», ci- fra muy elevada si tenemos en cuenta las peticiones de un cam- pesino de la Armuña: ^

(4) Grupo 75: La economía del Antiguo Régimen. La Renta nacional en la Coro- na de Casti[la. Madrid, 1977. En gran medida, la escasez de yuntas de labor marcaba un techo insalvabe a la expansión agrícola. Pág. 80. 176 «no es posible arar con yunta de bueyes más allá de 25 aran- zadas de tierra, si bien pueden alargarse a 40 aranzadas si se utilizan yuntas de mulas» (5).

Las conclusiones que Dolores Mateos ofrece insisten en el deseo roturador que mostraba la provincia: «pues en ningún caso se labraba más de la mitad de la tierra» (6). Había una intencionalidad en presentar que se, debía al déficit del ganado de tracción: se decía que había que contabilizar 29.219 bueyes y 3.808 mulas para apoyar el trabajo de 19.209 labradores y 11.714 jornaleros. Pero hay que tener en cuenta que como los jornaleros no tenían animales, para los labradores podían ser suficientes (7).

Salamanca El censo de Floridablanca reconocía el espectacular creci- miento demográfico de la provincia durante la segunda mitad del siglo XVIII; en 1.787 la tasa de crecimiento salmantina era la más alta del total nacional (8). Este aumento de la po- blación se concentró, preferentemente en la zona rural, pues- to que la ciudad fué perdiendo habitantes (9) durante las últi- mas décadas del siglo. Es este un dato de capital importancia para comprender el nivel de determinismo que hubo de soportar

(5) Pedro Rodríguez, campesino de esa comarca, se expresaba así en 1771. En A.H.N. Consejos; leg.: 1841. (6) Mateos: La España de[Antiguo R^imen: Salamanca. Salamanca, 1969. Pág. 59. (7) Según los datos del Censo de Frutosy Manufacturas. Madrid, 1780. La superFicie cultivada en Salamanca era de 1.766.744 aranzadas, lo que supo- nía como término medio, 62,7 fanegas labradas por trabajador, excluidos los jornaleros. Pero recuérdese que los cultivos en dos o tres hojas merma- ban sustancialmente esa teórica superficie labrable por año. Los datos de los labradores y jornaleros se han obtenido de Vilar: Structures de la societé espagnole oers 1750. París, 1966. (8) Mateos, ibidem: pág. 17. (9) Ibidem: pág. 25. La ciudad descendió de 15.200 a 13.918 habitantes entre 1754 y comienzos del siglo XIX. 177 la sociedad agraria provincial y que iba a ser causa de multi- tud de tensiones encaminadas a obtener una tierra, cada vez más escasa y, por tanto, cada vez más cara.

Tierra que, en términos generales, no era la más adecua- da para el cultivo agrario. Sus suelos graníticos o pizarrosos impedían arar convenientemente el terrón al aflorar muy pronto la roca (10). X sus encinares y robledales mostraban la mayor adecuación de esa tierra para el predominio de las actividades ganaderas. Y, sin embargo, la presión demográfica y la men- talidad fisiocrática imperante encaminaron a esas tierras ha- cia la agricultura. Los mismos labradores de Salamanca fue- ron conscientes de la dificultad y contradición en la que desa- rrollaban su trabajo: «hay gran diferencia entre las buenas tie- rras de Valladolid y Zamora y las de esta provincia, allí pare- ce que Dios creó la tierra para fructificarla, aquí sólo la nece- sidad de obtener el pan hace labrarlas» (11).

Pero esa escasa calidad no fué la única causa determinante de sus bajos niveles de productividad. Aquí no sucedió el «mi- lagro» de la agricultura flamenca o la del norte de Europa, en las que la necesidad fué el móvil que hizo posible su reconver- sión hacia una agricultura intensiva y capitalizada (12).

Necesidad que la explosión demográfica había originado y que urgió al campesino a explotar a fondo sus parcelas. En ese sentido, las acciones que se recogen en el expediente no

(10) Mapa p^ooincial de suelos de Salamanca. Mapa agronómico nacional, Ministerio de agricultura, 1970. Pág. 48. (11) Memorial de los labradores de Ledesma, Alba, Béjar y del partido de Salamanca, en mayo de 1780. En A.H.N. Consejos; leg.: 1843, Pza 3a, folio 84. (12) Van Bath: Hislona agraria de la Europa occidental. Barcelona, 1974. Pág. 358. Ese modelo de desarrollo no estaría tanto en función de la riqueza cuanto de la supervivencia del trabajador. 178 son más que puras anécdotas (13). La tendencia mayoritaria del campesino español fué extraordinariamente tradicional y continuista. No hubo innovación en sus ritmos y horarios de trabajo, ni en sus utillajes y tecnología, ni en la capitalización de sus empresas. Los días de trabajo no eran excesivos en el cereal -hecho que censuraron los «activos» intendentes-, el arado romano y las yuntas de labor dominaban el universo de las tecnologías agrarias, el abonado era escaso y de difícil ob- tención y los cortos contratos de arrendamiento impedían una estabilidad que podía haber originado su reconversión hacia una agricultura intensiva. Las salidas propugnadas por la so- ciedad agraria fueron escasamente innovadoras y de mengua- do costo personal: solicitar con urgencia ampliar las superfi- cies de cultivo -a costa de eriales y pastizales-, y lamentarse ante el Consejo de Castilla de una organización agraria que paralizaba o frenaba sus iniciativas. Pero la desamortización decimonónica demostró cómo no eran, solamente, el marco or- ganizativo y la escasa calidad del suelo peninsular, los únicos culpables de los bajos rendimientos agrícolas. El labrador de Salamanca se erigió como modelo de la so- ciedad rural del siglo XVIII. Ninguno como él solicitó, tan in- sistentemente, el incremento de las roturaciones de yecos y pas- tos, ninguno como él opuso una resistencia tan tenaz a los pri- vilegios de los ganaderos mesteños, ninguno batalló tanto por modificar el régimen contractual y nadie se opuso tanto, como él, al incremento de las rentas agrícolas. Pero, insistimos, fue- ron siempre soluciones muy tradicionales las que se pedían; quizás hubiesen podido paliar la miseria en la que desarrolla-

(13) Un campesino de Ledesma, que producía en 1780 intensivamente sus tierras aprovechaba la fértil zona de los ^

179 ban sus vidas, pero nunca podrían incrementar la productivi- dad y riqueza del suelo agrario. Y ese era, precisamente, el móvil que llevaba a los ilustrados a propugnar una ley agra- ria. Pocas expectativas de cambio podían existir con un predo- minio tan alto del sistema trienal en el cultivo. El cultivo alter- nativo en tres hojas, aunque venía marcado por una necesi- dad de alimentar al ganado, significaba que cada empresa agra- ria sólo producía anualmente un tercio de sus posibilidades rea- les. En Europa, mientras tanto, se iba abandonando el barbe- cho y se implantaban, con éxito, otros cultivos de ciclo (14) corto que, como las forrajeras, enriquecían al suelo a la par que descansaban del esterilizante cultivo cerealistico. Ni siquiera se siguió aquí el ejemplo de algunas zonas litorales peninsula- res que estaban desarrollando, con buenos resultados, algunas innovaciones en sus técnicas de producción (15). En Olmedo, sus 1.843 fanegas de sembradura se reducían, anualmente, a 614 fanegas (16) porque predominaban en to- da la provincia los cultivos alternativos en tres hojas. Las la- mentaciones de sus campesinos ante tal determinismo eran com- partidas por otros 117 pueblos, que mostraron al Consejo las diiicultades de su subsistencia (17) sometida, en ocasiones, a alternancias aún más prolongadas. Sólo los labradores de la

(14) Boserup, E.: Las condŝiones de desanollo en la agricultura. Madrid, 1967. Fueron desapareciendo, paulatinamente, tanto los barbechos cortos como los largos. (15) Fernández Albadalejo: La crisis del Antiguo Régimen en Guipúzcoa. Ma- drid 1975. El maíz se pudo extender debido, en parte, a la acción fertilizan- te de la cal. (16) Lamentaciones de los campesinos de Olmedo, en 1791. En A.H.N. Consejo; leg.: 1534, pieza 21. El 69% de la producción total del suelo era trigo; el 23% centeno y el 7% herrén. (17) En todo el oeste de Castilla predominaban los cultivos al tercio. Ver García Fernández: Champs ouverts et champs clótures en Vieille Castille. Annales, 1965. En algunas zonas de Ledesma y de , la alternancia alcanzaba periodo muy lagos: 1/6 0 1/8. ^ 180 ^omarca de la Armuña, presionados por un notable crecimiento demográfico y por unos suelos más ricos, fueron transforman- do él barbecho largo en cultivos de año y vez. Incluso los des- poblados numerosos de su entorno fueron divididos en dobles hojas que labraban con empeño lo ŝ campesinos. Así el despoblado de Navarros de , propiedad de los cistercienses de Salamanca, se arrendaba a los campesi- nos de Carrascosa. Eran 1.000 fanegas de labranza divididas en dos hojas y 70 fanegas de pasto en donde se alimentaban 50 bueyes, 40 mulas y 60 cerdos (18). Pero el incremento demográfico y la mayor disponibilidad ha•ia el incremento obli ‚ado de la jornada laboral, había he- cho a los armuñenses despertar de un largo letargo. Sin em- bargo, algunos intentos de introducir forrajeras en su aplas- tante monocultivo cerealístico, no tuvieron tanta fortuna (19). Sin magnificar las modestas innovaciones de esta comarca, que le permitió mantener sus tasas de crecimiento, en ninguna otra zona fué perceptible modificación alguna en la explotación de sus suelos, y los conflictos allí fueron mucho más agudos. ' Los partidos de Salamanca y Ciudad Rodrigo fueron real- mente los más conflictivos. Las tensiones con los ganaderos y con los terratenientes y poderosos fué el origen permanente de la polémica campesina. El partido de Salamanca reunía, jun- to con el de Ciudad Rodrigo, el mayor número de los despo- blados provinciales: casi la mitad de los 340 despoblados exis- tentes en 1764 (20).

(18) A.H.N. Consejos; leg.: 1842, pieza G. Era uno de los 37 despobla- dos de la Armuñá; explotado de forma inusual para el resto de la provincia, en donde se desaprovechaban para la labranza amplias extensiones de tie- rras de cultivo. (19) Interesantes datos dados para la Armuña por Cabo Alonso: La A^- muiea y su cvo[ución uonómica. Revista Estudios Geográficos, 1955. La Armu- ña alta pasó de 42.279 habitantes en 1752 a 5.072 en 1787; la Armuña baja pasó, en esos mismos años, de 4.610 a 5.242 habitantes. (20) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. Informe del corregidor de Salaman- c a.

181 La explotación que se daba a esos despoblados era muy de- ficiente. En el sexmo de Baños, por ejemplo, el 80% de las tierras utilizadas como pastizales, eran tierras de labranza abandonadas (21). Las propuestas campesinas aducían la ne- cesidad de reconvertirlas de nuevo al cultivo agrario, pues «la infelicidad y el hambre nos acompaña por esa causa». Mien- tras tanto, se produjo un fenómeno de emigración hacia la Ar- muña y tierras del norte de la provincia, en busca de mejores expectativas, y el despoblamiento del partido de Salamanca con- tinuó durante toda la segunda mitad del siglo. A principios del siglo XIX, sólo suponía ya un 30,5%.de la población total de la provincia, dándosé la mayor concentración humana en las tierras periféricas de los partidos de Alba, Béjar, Mirón... que ofrecian cabidá al 63% de sus trabajadores (22). Y ese éxodo en los despoblados no era para menos cuando -como en Baños- (23) con una extensión total de 14.152 fa- negas, sólo se labraban 5.140, desaprovechándose las posibili- dades agrarias de casi 9.012 fanegas. Todo un lujo, orquesta- do, sabiamente, en pro de los intereses de terratenientes y ga- naderos -ver capítulo 1°-, pero insostenible para el campe- sinado. E1 celo poblacionista de los ilustrados potenció la realiza- ción de numerosos informes que esclarecieron la conflictiva in- formación del campo de Salamanca. Según uno de ellos, el sex- mo de Valdevilloria desaprovechaba 4.096 fanegas del conjunto de sus despoblados. El corregidor salmantino suscitaba la po-

(21) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842. Datos de propia elaboración: e166% de esos despoblados eran de propiedad nobiliaria, el 30% de propiedad ecle- siástica, y el resto de propiedad compartida entre varios mayorazgos y enti- dades religiosas. (22) Mateos: La España... Pág. 14. Las tierras de señorío eclesiástico só- lo suponían el 6,36% del total de la población después de haberse realizado la desamortización de 1798-1808. (23) Una de las partes administrativas en las que subdividía un partido en el Antiguo Régimen. El de Salamanca, por ejemplo, se veía dividido en 4 sexmos: Armuña, Baños, Peña del Rey y Valdevilloria.

182 sibilidad de que 74 colonos pudieran desplazarse allí y labrar esas tierras. No obstante, no ignoraba la dificultad de llevar adelante tal empresa, cuando la mitad de esos despoblados eran de propiedad compartida entre la nobleza y los conventos sal- mantinos.

Mientras tanto, su situación se iba depauperando. Habían de someterse a contratos en condiciones desfavorables, con re- visiones periódicas de sus rentas, que organizaban los terrate- nientes a su favor. Los desahucios y, en muchos casos, la mi- seria, eran las salidas conocidas.

E1 partido de Ciudad Rodrigo

Del estupor inicial producido por el protagonismo de 12 pueblos de Ciudad Rodrigo, llegué pronto a la conclusiór] de que era necesario consultar una serie de fuentes auxiliares - censo de Floridablanca y Catastro de Ensenada- que, junto a las proporcionadas por el propio expediente, pudieran acla- rar los motivos reales del intenso enfrentamiento que se esta- ba desarrollando dentro de sus estructuras sociales. Y el análi- sis de tales fuentes fué extraordinariamente fructífero: mostraba una sociedad rural con graves problemas económicos y socia- les; una sociedad que, 'incluso, vió descender notablemente su producción agrícola entre 1752 y 1790, y que, a través de un fuerte enfrentamiento entre sus estamentós, mostraba las gra- ves contradicciones de muchas de las sociedades rurales penin- sulares del Antiguo Régimen.

Los 12 pueblos más insistentes en sus demandas se encon- traban al oeste y suroeste de Ciudad Rodrigo, cerca ya de la frontera portuguesa: Alameda, Atalaya, , , Castillejo Martín Viejo, Encina, , Olmedo, Pastores, Sexmiro, y ; todos de forma comunitaria expusieron al Consejo de Castilla sus problemas, instándole a que la Ley Agraria terminase con los abusos de propietarios y grandes arrendatarios y permitie- 183 se a los campesinos explotar, más racionalmente, una tierra que se desaprovechaba en su mayor parte. La sociedad rural española no era una sociedad homogé- nea. Estaba compuesta de muy distintos elementos con fines y características peculiares -propietarios, campesinos, labra- dores, ganaderos, jornaleros- pero a todos ellos les unía la idea de considerar a la tierra como la única fuente de riqueza. La tierra era, ciertamente, el ideal de la época, pero conside- rada no como un capital de explotación sino como una fuente segura de percepción de rentas (24). Esta sociedad estaba con- figurada también por otros miembros que no basaban su vida en las actividades agrarias, pero por su escaso número (25) den- tro del total de la población hace que aquí se estudien sólo las actividades de la población campesina, siempre mayoritaria. Existía un gran abismo entre los elementos sociales mejor situados -propietarios y ŝrandes arrendatarios- y los menos favorecidos -pequeños arrendatarios, pequeños propietarios, subarrendatarios-. Aquellos eran la auténtica clase dominante como rectores, además, de las decisiones municipales. Pero es evidente que terratenientes y labradores, a pesar de su común situación de privilegio, no formaban una clase avenida. Los enfrentamientos entre ambos por la explotación de la tierra de- rivó, con frecuencia en una auténtica lucha de clases (26), pese a proliferar -en ocasiones- posiciones ambiguas, pactos y alianzas, frente al pequeño campesino, siempre dictadas por la conveniencia del momento. El grupo de de los propietarios en estos 12 pueblos era numeróso. La tierra estaba bastante

(24) Artola: Los orígenes de la España Contemposánea. Madrid, 1959. (25) A.H.N. Hacienda; lib. 7.476. En Alameda, por ejemplo, existía un herrero y dos tejedores, como únicos elementos pertenecientes, teóricamen- te a los sectores terciario y secundario. En Espeja, esa proporción se centra- ba en un herrero,.dos sastres y un carpintero. ( 26) Postel, Vignay: La rente fonci^re dans le capitalisme agricole, París, 1974. Así denomina el autor a este usual enfrentamiento rural en la sociedad prein- dustrial. 184 parcelada en suertes de mediana y pequeña factura (27). Sólo abundaban las parcelas de amplias dimensiones en las dehesas de pasto y labor alejadas de los pueblos y en los despoblados. Los propietarios más importantes eran el oblispo y el cabildo de Ciudad Rodrigo, el marqués de Espeja, el marqués de Cas- telar y algunos otros conventos; además de ciertos funciona- rios públicos -abogados, regidores, tesoreros- que invertían sus ahorros en la tierra como medio de producción preferente en aquella época. Los propietarios, y sobre todo los terratenientes, se presen- taban como un grupo unido y compacto; alentados en su lu- cha contra los grandes arrendatarios por el auténtico «alma» del grupo, el cabildo de Ciudad Rodrigo que, por su cercanía a estos pueblos, conocía mejor la situación que los propieta- rios, absentistas casi siempre de sus propias tierras. La situa- ción crítica de la zona -malas cosechas en los 1766-1768, 1789-1790, 1802-1805- dió (28) lugar a un largo pleito que puso de manifiesto los intereses y los problemas que enfrenta- ban a ambos grupos sociales. La distinción que hicieron los terratenientes entre pequeños y grandes arrendatarios mostraba la estratificación social existente en la provincia salmantina. Este duro enfrentamiento entre propietarios y grandes arren- datarios se prolongó durante toda la segunda mitad del siglo XVIII (29). Si en algún momento es perceptible intuir en el expediente alguna alianza entre las élites rurales en ciertas zo- nas castellanas, en Ciudad Rodrigo fué inviable esa alianza. Aquí el conflicto fué de gran magnitud y ni siquiera la posibi- lidad de luchar juntos contra las reivindicaciones del campesi-

(27) A.H.N. Consejos; leg.: 1.534, expediente XIX. Como en toda Cas- tilla, la tierra estaba muy parcelada y las dimensiones de las suertes no eran usualmente superiores a las 20 ó 25 fanegas. (28) Ver Ortega, M: Producción y conflictioidad social en el fiartido de Ciudad Rod^igo a Jinaks de[ Antiguo Rígimen. En Congreso de Historia Rural, Madrid, 1984. (29) A.H.N. Consejos: leg.: 1.534, expedientes XXI, XXIII y XXVII. 185 nado les permitió unirse para hacer un frente común. Los pro- pietarios consideraron a los grandes arrendatarios -el ŝrupo de los 16- (30) como los orquestadores de todos los proble- mas de la zona, así como «los causantes directos del estado de subversión y malestar de los campesinos frente a los dueños, pues instigan a los colonos a solicitar rebajas en el precio de la renta de la tierra y a enfrentarse con los propietarios» (31).

El grupo más contestado fué, ciertamente, el de los gran- des arrendatarios. Unos y otros les achacaban buena parte de culpa en la decadencia agraria de la comarca. Las demandas campesinas no• hablan de 16 poderosos hombres que contro- laban la mayoría del terrázgo salmantino cultivado dañando los intereses de los trabajadores, que habían de contentarse con ser subarrendatarios de las tierras por ellos controladas. Den- tro de este grupo de grandes arrendatarios había burgueses, comerciantes y funcionarios quienes, con clara mentalidad ca- pitalista, imponían a los campesinos unas condiciones contrac- tuales dificiles de soportar. Existía también un importante grupo de ganaderos mesteños que, valiéndose de sus privilegios, arren- daban las dehesas de pasto y labor, transformándolas en pas- tos para sus ganados. De aquí iban a próceder, en gran medi- da, las iras de los labradores y campesinos que veían mermar las superiicies cultivadas en momentos, precisamente, de re- novado auge roturador como los de la segunda mitad del siglo XVIII.

E1 acaparamiento de tierras en manos de estos grandes arrendatarios fué importante: Juan Arozamena controlaba 7.652 fanegas en 1776, esparcidas por los 12 pueblos, suba-

(30) Ibidem: fué un largo pleito que enfrentó durante más de 50 años a los 12 pueblos señalados y que las fuentes documentales hacen recaer su desafortunado protagonismo al «grupo de los 16». (31) A.H.N. Consejos; leg.: 1.534, expediente XXIII. Año 1789. 186 rrendando a los vecinos sólo una parte de esa tierra (32). La postura de los grandes arrendatarios será delicada y combati- da por unos y otros, más no hizo mella en sus actitudes futida- mentales ya que -sobre todo en los años críticos- se vieron convertidos en los únicos poseedores y monopolistas de grano de la zona (33). Ahí se basaba su importancia social y admi- nistrativa, puesto que campesinos, funcionarios, jueces y co- merciantes, habían de recurrir forzosamente a sus servicios en los años críticos. Nadie quería indisponerse con el «grupo de los 16», elemento clave en una economía cerrada y sin la exis- tencia de mercados como lo era aquella. Los campesinos recu- rrieron con frecuencia al grupo para que les prestaran semen- tera o grano para su subsistencia. El intendente Lucas Palo- meque afirmaba en su informe al Consejo, de 1791: «casi to- dos los años los colonos se ven obligados a recurrir a ellos para comprarles el pan, si no quieren perecer de hambre» (34).

Este hecho de ser los monopolizadores de los granos de la comarca fué denunciado también por los propietarios, que veían en ello un buen negocio del que hasta entonces no habían to- mado demasiada parte. Les acusaron, también, de ser los más directos responsables de la subida de los productos agrícolas, tanto más altos cuanto más escasa hubiese sido la cosecha, se- gún el modelo perfectamente mostrado por Labrousse (35). Ele- mento importante del ataque de los terratenientes fué mostrar que la mayoría de la tierra no cultivada del partido estaba en sus manos:

(32) Arozamena fué uno de los más importantes hombres que operaban en las tierras del oeste castellano. Residía en Madrid, y arrendaba amplias extensiones de tierra en Salamanca, Ciudad Rodrigo, Zamora y Segovia. (33) A.H.N. Consejos; leg.: 1.843, exp. X. Otros campesinos de los pue- blos de y , cercanos a los-que nos ocupan, se expresaban de forma parecida en sus memoriales al Consejo de Castilla en 1787. (34)•A.H.N. Consejos; leg.: 1.534, expe. L. (35) En Fluctuaciones uonóm ŝas t hŝto^ia socia[, Madrid, 1973. 187 «los 16 arrendatarios importantes tenían conjuntamente 44.823 fanegas labrantías en arrendamiento, de ellas sólo la- bran sus colonos 16.160, quédando 28.663 sin aprovecha- miento alguno, con gran ruina para la agricultura» (36).

Es decir, que el 63% de las tierras del grupo permane- cían incultas, mermando considerablemente las posibilidades de mejorar la vida campesina en los 12 pueblos; su queja, se- gún esas cantidades, era perfectamente razonable. Según la información que proporciona el Catastro de En- senada, a mediados del siglo XVIII, el valor del producto agra- rio en todos los núcleos rurales estudiados suponía más de la mitad del producto bruto total obtenido (37), el 72,5% frente al 27,5 que ocupaba la ganadería. En 4 pueblos -Villar de la Yegua, Sexmiro, Castillejo y Aldea- esa proporción alcanzaba más de las dos terceras par- tes del producto bruto total. La economía de estos pueblos se fundamentaba en un predominio absoluto del cultivo del ce- real frente a cualquier producto. Tan alto porcentaje da idea de la importancia que tenía la agricultura como medio de vida de la inmensa mayoría de la población. Consecuentemente, el ciclo vegetativo agrícola era el auténtico protagonista de la zo- na y de la abundancia o escasez de sus cosechas dependía la subsistencia de toda la población. El Catastro contabilizó exhaustivamente las tierras culti- vadas, su producción anual en reales y su división, atendien- do a la propiedad eclesiástica o seglar. El predominio de la pro- piedad secular es indudable: representaba el 73,8% frente al 26,2% de las tierras detentadas por la propiedad eclesiástica.

(36) A.H.N. Consejos; leg.: 1.534, exps.: 53 y 57. (37) El producto neto es dificil de hallar aquí, ya que no se conocen los gastos de semillas, instrumentos y utillajes de trabajo, gastos de recolección y de siembra... Por lo que, consciente de la imperfección de ese término, se utiliza el producto bruto total obtenido a partir de la suma de la producti- vidad anual del sector primario que proporciona el Catastro de Ensenada. 188 Estas, cultivadas en régimen trienal, obtenían unos rendimien- tos medios muy bajos; los rendimientos más notables se da- ban en Alameda y Sexmiro -con 18,6 y 18,1 reales por fane- ga cultivada-, siendo los más bajos los de Espeja y Atalaya -con 4,5 y 7,2 reales por fanega en cultivo-. Con tan bajos rendimientos, los beneficios medios que tales tierras reporta- ban al campesino, eran apenas perceptibles y en muchas oca- siones, deficitarios (38). Pese a tan escasos rendimientos, los campesinos se aferraban a las actividades agrarias como su ex- clusiva tabla de subsistencia. Consiguientemente, el producto bruto por trabajador del sector primario era escaso: en Espe- ja, 80 reales anuales, en Atalaya, 98 reales (39). El límite má- ximo del producto bruto por habitante dedicado al sector agro- pecuario, lo poseía Sexmiro, con 218 reales por año, en lógica correspondencia con su mayor producción media por fanega cultivada. ^ El caso de Espeja fué especialmente grave: sus tierras ren- dían al mínimo de sus posibilidades, 4,5 reales por fanega sem- brada, y sus 4.086 fanegas de sembradura suponían una pro- ducción anual muy escasa (40), por lo .que su producto bruto anual por habitante arrojaba la cantidad de 80 reales. No es extraño que tan baja productividad originase un abandono de tierras de labranza entre 1752 y 1790, y que una no desdeña- ble parte de sus campesinos pasasen a ser jornaleros a finales del siglo. La baja rentabilidad de estos 12 pueblos se podía re- sumir diciendo que e198,9% de las tierras cultivadas sólo pro-

(38) Entre pagos de rentas, diezmos y otros gastos se le iban al campesi- no más de las dos terceras partes de la cosecha obtenida. Con el resto ha- bían de vivir él y su familia durante todo el año. EI préstamo era una situa- ción generalizada en la economía campesina. Ver Goubert: Beauaaŝ et beau- aaisŝ au XVIIIéme siicle. París, 1958. (39) En Espeja se labraban 1.800 fanegas menos en 1790 que en 1754. La población jornalera subió, consecuentemente, de manera espectacular: de 7 jornaleros a 50 en 1790. (40) Datos obtenidos al comparar la información del Catastro de Ense- nada y la del expediente de Ley Agraria que da cifras concretas para 1790. 189 ducían una reñta anual comprendida entre 26 reales y medio real por fanega, mientras que el resto de las tierras -el 1,1 %- proporcionaban las máximas rentas: entre 40 y 400 reales. El descenso de la extensión cultiváda entre 1752 y 1790 fué notorio. Este hecho es esencial para comprender la situación conflictiva que arrojaban estos 12 municipios de Ciudad Ro- drigo. Si se comparan las tierras cultivadas que proporciona el Catastro de Ensenada con las que mostraban los municipios en su informe de 1790, se observa que de los 12 pueblos, 10 bajaron su proporción de tierras cultivadas, uno permaneció estacionario y solamente Zamarra aumentó su extensión en 1.200 fanegas de labranza:

Extensión en fanegas Datos de D:ferencia 1965 en fanegas 1752 1799 Alameda ... 3.200 3.468 3:056 -412 Atalaya .... 2.469 2.367 2.305 -62 Campillo ... 2.600 752 739 -13 Castillejo ... 5.562 1.100 1.052 -48 _ Encina ..... 3.041 3.273 2.160 -1.113 Espeja ..... 9.777 4.086 1.883 -2.203 Aldea ...... 2.469 4.193 3.390 -803 Olmedo .... 8.972 3.436 1.843 -1.593 Pastores .... 1.271 1.284 1.285 + 1 Sexmiro .... 1.677 1.102 817 -285 V illar ...... 3.541 3.973 3.303 -670 Zamarra ... 4.777 1.561 2.780 + 1.219 (41)

De las 30.595 fanegas labradas en 1752 se pasó a 24.613 fanegas en 1790. Este descenso numérico de la tierra labrada

(41) Recuérdese que estas tierras se cultivaban al tercio, por lo que las disponibilidades de labranza han de dividirse por tres en las éolumnas men- cionadas. Los datos para 1965 se han sacado del Atlas de España r índices de sus lérntinos munipa[es. Madrid, 1969.

190 corroboró la veracidad de los informes de los campesinos de la zona que denunciaron cómo se iban abandonando las tie- 'rras de labranza, convirtiéndose en pastizales o eriales por la acción continua de los desahucios que los propietarios hacían contra los campesinos y del control de gran parte de la tierra en manos de los grandes arrendatarios. ^ El labrador modesto, al no poder pagar los precios que le imponían los dueños, dejaba el campo libre a los grandes arren- datarios. El pequeño campesino fué, por tanto, el que más su- frió este descenso de la extensión agraria de sus términos. El control de la edad matrimonial en los hombres, y sobre todo en las mujeres retrasando la tasa de nupcialidad, hubo de im- ponerse en esos lugares necesariamente, no más que un seve- ro control de la fecundidad de las parejas. Es el único medio que poseían para amortiguar una situación que tenía muchos visos de ser malthusiana. Si se observa la disminución de la extensión labrantía por pueblos, se percibe que los municipios en donde descendió más la superficie de sus tierras labradas fueron precisamente aque- llos cuyo término era más amplio: Espeja, Encina, Olmedo y V illar y, a la vez, donde el control jurídico y económico de los grandes arrendatarios era más exhaustivo (42). Permaneció es- tacionario o con pequeños descensos de las superficies cultiva- das en pueblos como Castillejo o Campillo, o como Atalaya o Pastores, con especial configuración montañosa, escasamente apetecibles para los grandes arrendatarios y, en los que un im- portante descenso de la superficie de labranza hubiese propor- cionado gravísimos problemas de autoabastecimiento. El único caso de un franco auge roturador fue el de Zama- rra, que poseía 1.219 fanegas más a finales del siglo XVIII que en 1752. Posiblemente el elevado número de sus labradores,

(42) Directa acusación de los vecinos de Villar de la Yegua sobre las ma- nipulaciones que efectuaban los terratenientes y grandes arredatarios a la vida municipal. En A.H.N. Consejos; legs. 1843 y 1534.

191 según la fuente catastral, frente a las escasas dimensiones de su término, impulsó la roturación de las dehesas de pasto y la- bor cercanas; y sus posibilidades de labranza quedaron ásí más racionalmente explotadas (43). Ciertamente la mayoría de los pueblos explotaban al míni- mo sus posibilidades de cultivo. Los pueblos al oeste de Ciu- dad Rodrigo contabilizaban los mayores índices de desapro- vechamiento de su terrón, seguramente mejor explotados si un régimen contractual largo hubiese permitido al campesino una estabilidad en el empleo que, en esos momentos, era inviable demandar. Además, la época comprendida entre el Catastro de Ense- nada y 1790 no fué propicia a la consecución de buenas cose- chás en esta comarca como en tantas otras de la geografia pe- ninsular. Existieron varias crisis agrícolas de considerable in- tensidad que mermaron todavía más la ya deficiente produc- ción agrícola de la zona. Especialmente duras fueron las crisis de esterilidad de 1766-1770, 1787-1790 y 1.803-1805. La cri- sis de 1766 se inició aquí con una serie de malas cosechas que incrementaron, notablemente, los precios de los arrendamientos de la tierra y de los productos agrarios. Los sexmeros de los cinco campos de Ciudad Rodrigo, en un memorial conjunto, solicitaron posponer el pago de las rentas de las cosechas de 1767 y 1768, puesto que

«en esta tierra se llevan tres años sin obtener siquiera dos ve- ces la sementera, por lo que muchos labradores han dejado de sembrar sus tierras» (44).

(43) Zamarra poseía 64 labradores y 7 jornaleros en 1752; muchos tra- bajadores para tan poca tierra de sembradura. Se roturará, por tanto, am- plias superficies de dehesas de pasto y labor durante la segunda mitad del siglo, y en 1790, prácticamente, se estaba llegando al techo de las posibili- dades labrantías. En A.H.N. Hacienda; lib. 7.477. (44) A.H.N. Consejos; leg.: 1.842, exp. XXXIII. Año 1768.

192 Los sexmeros también se quejaron de las espectaculares alzas que estaban alcanzando los productos agrícolas, «pues es corriente pagar ahora 70 reales por fanega de trigo, siendo lo establecido por el Catastro 15 reales por fanegada de trigo» (45). Especialmente grave fué para la zona la crisis de 1787, de la que no se repusieron los trabajadores hasta 1790. Todos los pueblos explicaban la dificultad de obtener unos mínimos ren- dimientos en sus cosechas, a la vez que solicitaban la urgencia de posponer el pago de la renta a los terratenientes. Abunda- ron, ciertamente, los datos cuantitativos y cualitativos que mos- traban el descenso de la productividad agraria de la comarca. Por ejemplo los diezmos de la villa de Sexmiro descendieron sustancialmente en estos años: de 2.522 reales, antes de la cri- sis, a 1.459 reales en 1789. Si se tiene en cuenta que Sexmiro era un pueblo afortunado -su producto bruto era el más alto de los obtenidos en los 12 concejos- habrá que pensar que la crisis de los años 1787-1890, en pueblos menos favorecidos como Espeja, llevarían a muchos de sus vecinos al borde de la miseria (46). También fueron muy críticos los años inicia- les del siglo XIX y, especialmente, los años 1803-1805. Los colonos arrendatarios del hospicio de Ciudad Rodrigo expli- caban la notable esterilidad de sus parcelas ya que «desde el año 1803 apenas se obtiene la mitad de lo sembrado, por lo que muchos trabajadores han de abandonar las tierras con gran desazón» (47). Pese a ello, el director del hospicio exigió la renta estipulada en la fórmula contractual realizada (48). Eñ conclusión, en los 12 pueblos de Ciudad Rodrigo, du- rante la segunda mitad del siglo XVIII, se asistió a un descen-

(45) A.H.N. Consejos; leg.: 1.843, año 1.775. (46) Los datos del Catastm de Ensenada en A.H.N. Hacienda; lib. 7.476 y los de 1.787 en Consejos; leg.: 1.534. (47) A.H.N. Consejos; leg.: 1.534. Memoriat del año 1790 al Consejo de Castilla. (48) Ibidem: exp. II. Agosto de 1.807. Memorial de 5 colonos del hospi- cio de Ciudad Rodrigo al Consejo de Castilla.

193 so notable de la superficie cultivada por la mala gestión de los terratenientes y por el poder extraordinario concentrado en un •grupo de empresarios agrícolas que fueron controlando, ascen- dentemente, las posibilidades arrendaticias de sus términos. El campesino asistió dolorosamente a este cambio que, en mu- chos casos -complicado por una serie de malas cosechas-, supuso su ruina y la imposibilidad de acceder a arrendar li- bremente tierras de cultivo, convirtiéndose en jornalero sin suel- do ni trabajo fijo. Las tensiones entre los diversos estamentos que componían su sociedad rural hubieron de ser, por fuerza, de extremada dureza.

2. Los problemas andaluces

El segundo de los problemas que recopiló el Consejo de Cas- tilla fué el del latifundio. En ninguna otra zona peninsular, como en Andalucía, se podía encontrar una mayor información de las características y problemas que conllevaba su explotación. Por eso en su vertiente andaluza fué Andalucía occidental la gran protagonista del expediente.

E1 marco general

Las diferencias, aquí, eran notables con respecto a los pro- blemas de la meseta. En primer lugar, la riqueza de sus sue- los, asentados sobre materiales terciarios y cuartenarios, ex- traordinariamente aptos para el cultivo agrícola. En contraste con los pobres suelos mesetarios, la depresión del Guadalqui- vir ofertaba las mejores superficies de cultivo peninsulares. No es extraño, por tanto, que sus tierras alcanzasen los más ele- vados porcentajes de cultivos de toda la Corona de Castilla: el 60% en Córdoba, el 57% en Sevilla..., mientras tanto las provincias alejadas de la cuenca del Guadalquivir -como Jaen- tenían un claro comportamiento diferencial respecto a ellas; ya que sus tierras incultas superaban a la superficie de 194