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RICAADO COVARfìUBIAS NÚM. CÍAS. Núm. Autori Núm..ADFL._ Procedencia m Pracío fjfeuha « aailféS Catalogo

OGWO^ CROQUIS Y SEPIAS ¿AiaUftftAVQQ OOftAOir.

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(3324?) DEL MISMO AUTOR.

Claro-Obscuro.. 1 voi. Croquis y Sepias 1 —

EN PREPARACIÓN:

La Carne.—(novela 1 voi. Lo Perdurable.—(novela) 1 — La Púdica.—(novela) 1 — CIRO B. CEBALLOS.

CROQUIS Y SEPIAS

(RETRATO i'OR .TULIO RUELAS)

UNIVEP BIBLIOTECA 'UTÒVGRFLT \

"ALFONSO FLEYLS'

Kito. i^'M^ItR^MOlf«

MÉXICO EDUAHDCiLLKJOOÄ DDUBLANMDCCCXCYI1I Cl.tCtTOTTA, I T 8IKTIMPRESOI 3HP«. J. 3R 2^7 <5.

-faizi?- (L<12Z7- 'cJh Señor Jesús E. Valenzuela. c Presente. «< ^oZZuBIAS Poeta: Yo creo, sin prejuicios de linaje mezquino, que E8 PROPIEDAD DEL AUTOB. dedicar tin libro es cosa digna de muy escrupulosa meditación, porque las letras liminares de un volumen nuevo, en nuestro medio literario comun- mente transparentan, con singular impudicia, un ^AFILLA ALFONSINA mercantilismo en que el arte tiene oficios vergonzo- BIBLIOTECA UNIVERSITARIA sos, y la musa, que es generadora, que es sabia, que O . A . N . L : es ebúrnea, que es invicta, contaminada por los morbosos embrutecimientos de su poseedor, simula

BLIOTFCA UNIVE*C,T"1IA inconscientemente, contorsiones y sonrisas de ba- LFONSO REYÉC cante. ;&>qC RiCAffOO C¿VAftauB«*S Escribir en las primeras páginas de un tomo al- gunas frases simbolizando homenajes á un hombre, como usted, generoso y caballero, es conceptuado, no sólo por los burgueses miopes, sino por los colé- gas mismos, como un platonismo digno del más inex- magnifica de la belleza inmortal, y como individuo, perto emporcador de papel. ha podido entender el cosmopolitismo en su mani- Y d pesar de eso, aunque d muchos cuadre mal, festación más elevada, mostrándose magnánimo en yo, que tengo inquebrantable fe en un desconocido las prosperidades y sereno en el olvido. advenimiento y empero olvidar mis prematuras de Porque es de los míos. rrotas triunfando alguna vez por mis propias fuer- ¿Qué mucho que ante la estética mi ofrenda val- zas, y por mis fuerzas propias sólo, le ofrezco d us- ga poco? ted, que no es filántropo, ni académico fósil, ni mi- lo sé que no he tallado gemas vivas, ni trabaja- nistro de alfeñique, ni intrigante en politiquillas, do filigranas, ni lambricado orfebrerías como artí- estas hojas que amo con todas las telas de mi cora- fice técnico y viril; se me alcanza sin esfuerzos, que zón porque integran la eflorescencia prístina de mis mi tarea, si bien paciente y complicada, perecerá sensaciones literarias en la edad juvenil. pronto y quedará infecunda, porque no tiene la po- tencia seminal que para perdurar le fuera nece- A usted dedico esta labor mía: saria. Porque no ignoro que cuando la fortuna cayó en sus brazos enajenada por frivolos histerismos, se Pero, para mi disculpa á ese propósito, arguyo, contentó con darle un beso para enviarla después que si mi juventud, mis profundos respetos por el al tálamo de algún desheredado del talento. arte y mi ferviente amor al trabajo, no arraigaran Porque como áticamente dijo nuestro mosaicista en mi conciencia interna el convencimiento intimo Tablada, fué la antítesis del Rey Midas, pues si ese de que en futuros días podré hacer cosas mejores, fabuloso monarca hacia de la nada oro, usted hizo rompería mi pluma aunque sufriese después horri- del oro nada. blemente; la destruiría, sí, como con sus armas de- be hacerlo en suerte igual un luchador, que al em- Porque supo wr bohemio en este país donde ese peñar brega por sus banderas ya ensangrentadas y simpático nombre se lo adjudican los granujas. retas, sintiese el ánimo apocado hasta hacerle co- Porque como artista ha logrado abarcar todas brar heridas por la espalda. las percepciones que llevan á la concepción más Barbey d'Aurevilly, el turanio aristócrata, se conformaba con treinta y seis lectores de voluntad;

Pascalt daba por buenas sus especulaciones á true- que de dos leyentes, yo, que no soy ni aristócrata ni EL CASO DE PEDRO sabio, pido lo que en mi caso puedo pedir: un ocio- so que me lea. A JOSÉ FERRBL ¿Existirá ese amable desconocido? Hojeando un libro de Lombroso en la bibliote- Quiero que usted, buen amigo, acoja benévolo es- ca de San Agustin, encoptré esta epístola que sin te modesto presente, dispensándole al mismo tiempo duda fué olvidada por un lector distraído. la indulgencia que de antemano estoy seguro le van Mi querido Fabricio: á negar sus censores gratuitos ó justicieros. Después de nuestra larguísima separación y CIRO IÍ. CEBALLOS. sin haber tenido en toda ella comunicación al- guna, es muy posible que te sorprenda un poco recibir estas lineas que acosado por los más ho- rrorosos remordimientos, he depositado en la es- tafeta. Muy pronto harán quince aflos que al terminar los estudios preparatorios en el colegio de San Ildefonso, la diferencia de nuestras fortunas, hizo inevitable una separación que estoy casi seguro tú has lamentado tanto como yo. El acaso, arrojó por opuestos rumbos nuestras vidas que amablemente unidas caminaban, y después de un prolongado paréntesis, cuando ya las telaraOas del olvido principiaban á inhumar nuestra amistad, la prensa periódica, entre un Barbey d'Aurevüly, el turanio aristócrata, se conformaba con treinta y seis lectores de voluntad; Pascal, daba por buenas sus especulaciones á true- que de dos leyentes, yo, que no soy ni aristócrata ni EL CASO DE PEDRO sabio, pido lo que en mi caso puedo pedir: un ocio- so que me lea. A JOSÉ FERRBL ¿Existirá ese amable desconocido? Hojeando un libro de Lombroso en la bibliote- Quiero que usted, buen amigo, acoja benévolo es- ca de San Agustin, encoptré esta epístola que sin te modesto presente, dispensándole al mismo tiempo duda fué olvidada por un lector distraído. la indulgencia que de antemano estoy seguro le van Mi querido Fabricio: á negar sus censores gratuitos ó justicieros. Después de nuestra larguísima separación y CIRO IÍ. CEBALLOS. sin haber tenido en toda ella comunicación al- guna, es muy posible que te sorprenda un poco recibir estas lineas que acosado por los más ho- rrorosos remordimientos, he depositado en la es- tafeta. Muy pronto harán quince aflos que al terminar los estudios preparatorios en el colegio de San Ildefonso, la diferencia de nuestras fortunas, hizo inevitable una separación que estoy casi seguro tú has lamentado tanto como yo. El acaso, arrojó por opuestos rumbos nuestras vidas que amablemente unidas caminaban, y después de un prolongado paréntesis, cuando ya las telaraOas del olvido principiaban á inhumar nuestra amistad, la prensa periódica, entre un aluvión de palabras laudatorias, me informó de derechos de su vástago al capital del marido. que habías obtenido el título de abogado. Soy caviloso, é imagino, arrancando mi suposi- Desde entonces, segui paso á paso, todas las ción de muchas observaciones astutas que, la etapas de tu gloriosa carrera, adivinando tus des- mujer que me asiló en su materno claustro, no alientos y sintiéndome orgulloso con tus triunfos. . era muy virtuosa, también estoy persuadido de Hoy, ya eres un notable jurisperito, has llega- que mi engendrador me despreció siempre, por- do á la magistratura, sin adular á los ministros, que sospechaba con buenas ó malas razones, que por la vía legal, por la ruta más difícil, esa en la yo no era hijo suyo, sino de cierto oficial impe- que sólo pueden avanzar los que poseen energías rialista á quien mató en desafío por ti validades y talentos no vulgares.. amorosas y políticas intrigas. La riqueza, la frivola, arrojó á tus pies sus lin- Mi hermano era tres años menor que yo. gotes de oro y vives dichoso en la compañía de Desde pequeñuelo, fué acostumbrado por sus una interesante mujer, viendo florecer tu sangre progenitores á mirarme con ese provocativo des- en los hijos á quienes amas con tan singular ter- dén que es tan de las gentes tontas con aquellos nura. á quienes suponen sus inferiores, por la cuna, por ¡Eres feliz! la inteligencia, ó por el dinero. En la niñez, en- ¡Amor, opulencias, triunfos, felicidad.... lo tretenían mis ocios los juguetes que él despreciaba tienes todo! por inservibles, fui algo peor que su sirviente, me ¡Ojalá y yo pudiese decir otro tanto en lo que golpeaba en sus horas de murria, imponíame la concierne á mi persona! obligación de divertirle como si fuese un payaso La suerte, ó como nombrar quieras, á esa fuer- de circo, y si por mi desgracia llegaba á fasti- za omnipotente que hace á las criaturas afortu- diárle mi presencia, repetía al aplicarme un pun- nadas ó infelices, ha sido conmigo muy malvada: tapié en el tafanario: según sabes, mi padre era un rico agricultor, y —¡Lárgate esta no es tu casa! su cónyugue, una dama linajuda, arruinada por ¡Aquellas palabras! la revolución. Yo fui la consecuencia de un de- ¡Sonaban estridentes y crueles en las pláticas vaneo juvenil, el intruso, el bastardo, el espurio de familia, en la alcoba, cuando mi padre dispu- á quien la madre postiza aborreció siempre por taba, en la boca de los marmitones de cocina... suponerlo un obstáculo para hacer efectivos los por doquiera. Taladraban mis oídos al tono de todas las vo- mi vida fué. Al principio, la vecindad de mis ces, eran como diabólico ritornelo de no sé qué amigos (cuatro millas) me alarmó grandemente; injuriosa sinfonía ensayada á la gama de sus no- pero después de reflexionar con madurez, com- tas más procaces. prendí que ningún empeño podrían tener en Muerto mi padre, como de esperarse era, otor- dañarme, porque todos los planes que en mi per- gó testamento á favor de Renato, haciéndome, luicio urdieron, estaban realizados ya en com- por medio de esa disposición, la víctima inocen- pleto acuerdo con sus propósitos. Yo vegetaba te de un inicuo despojo. Sucedió entonces, que dichoso en mi retiro. Soy el único cirujano del acabado de ocurrir el trágico suceso, hallándose lugar, y los burdos habitantes me estiman tanto fresca todavía la sepultura del difunto, fui ex- como al párroco, porque curo á sus eufermos sin pulsado de la casa paterna, y sólo debido á la explotarles inicuamente como hacía mi antece- piedad de un filántropo, disfruté de la pensión sor, y también, porque sin alardear de una hipó- que (para fomento de los estudios que por esas crita filantropía, protejo á los desvalidos hasta fechas inicié) me asignó el gobierno de la Repú- donde mis posibles consentirlo pueden. blica. Después de sufrir con paciencia todas las Presintiendo que la tristeza y los fastidios, contrariedades que van aparejadas siempre á que por lo común se adhieren á las almas solita- una carrera emprendida en tales circunstancias, rias, podrían fácilmente apoderarse de mi espí- concluí mis asignaturas en la escuela de medici- ritu, resolví, no obstante las desconfianzas que na, y tan deseoso de tranquilidad como hastiado me asaltaban, buscar esposa y matrimoniarme de la vida ciudadana, vine á radicarme á esta incontinenti. Mi enlace se verificó hace aproxi- aldehuela. Mis ambiciones exigían muy poco: un madamente un año. La mujer que elegí por com- modesto hogar, la compañía de los libros, y paz, pañera es de origen humildísimo y de una rara tranquilidad, apartamiento. Soy un tanto salva- hermosura. Me enamoré de ella con esa arden- je y por eso las cortesanías sociales y los metro- tía de los corazones sensitivos, para los que una politanos clamoreos me han sido siempre inso- afección tierna, de cualquier linaje que ella sea, portables. Ya aclimatado aquí, tuve noticia de es como una imprescindible necesidad del orga- que en una magnífica posesión de las cercanía?, nismo. La elevé hacia mí, perfeccioné sus cua- acostumbraban pasar los veranos, Renato, y la lidades buenas y corregí sus defectos; de la zafia que lleva tocas de viuda por el que causante de lugareña supe hacer una dama de aceptable cultura, la cuidé con tierna solicitud, y cuando —¡El niño Renato se muere! más orgulloso me sentía de mi obra, en la época Yo temblé. Creyérase que mis venas se con- en que esperaba su gratitud como un premio á vertían en alambres encandescidos al rojo blan- tan improbos afanes, todas mis esperanzas se co, de tal modo torturaban mi cuerpo, de tal mo- derrumbaron ante una liviandad trivial, necia y do se arrollaban en espirales atormentando mis sin poesia, como las de todas las mujeres que se visceras más nobles.... pierden por un capricho de la carne —¿Qué dices, muchacho? Si, querido Fabricio, ella me ha engañado con —Se está muriendo. el hombre á quien más implacablemente aborre- Y sin añadir una silaba más, espoleó á su bes- cí, olvidando la deuda conmigo contraída, arro tia obligándome á imitarle. jando el sarcasmo y la burla sobre mi frente, no Emprendimos la carrera. Era una noche ad- maculada aún por vergüenzas ó miserias. mirable. El dombo celeste parecía agujereado Pero 110 obstante su p- rversión, á pesar por los astros. En los derruidos bardales de los do su delito y de todo, aunque me creas cobar huertos, chorreaban guías enfloradas de mosque- de, yo la amo hoy como el día en que por pri- tas, bugambilias y campánulas, el aire, fresco, é mera vez la poseí, y la respeto, y no me impele impregnado en la esencia penetrante de los poma- hacia ella ningún ensañamiento vil. res en flor, azotaba mi rostro calenturiento, y tras Me explicaré sin precipitar sucesos que sólo los montes, que como ámpulas accidentaban el harian incoherente lo que relatando estoy. terreno, ladraban los perros campiranos, confun- Una noche, dormitaba yo intranquilo á causa diendo sus voces de harpía con el bronco, bra- de un ligero insomnio, y en su período más in- mido de los árboles que cabeceaban lenta- quieto, fué interrumpido mi letargo por varios mente. ... golpes que con extraña brutalidad daba un hom- En menos de cincuenta minutos llegamos fren- bre á la puerta de mi casa, á la vez que gritaba: te á una mansión campestre, de aspecto seño- —¡Pronto!.... el médico! rial, y momentos después, estaba yo á la cabe- Salí. Afuera esperaba un joven labrador y ca- cera de mi hermano á quien un ataque de apo- si á fuerza me obligó A rabalgar sobre una acé- plegía amenazaba exterminar. Aunque el deseo mila. de venganza me aconsejaba dejarle morir, cum- —¿Qué ocurre?.... plí con mi deber y apurando todos los recursos de la ciencia logré triunfar con prontitud del ac- —Servidora cidente. Fué todo. Luego, estando solos ya, Renato hi- Cuando rae despedía, Dofia Arabela, al poner zo calurosos elogios de mi compañera, felicitán- en mis manos unos billetes de baQCO, exclamó dome por la elección. Desde ese día sus visitas emocionada: fueron más frecuentes é íntimas de lo que las —Señor, gracias, muchas gracias. conveniencias debieran permitir: se insinuaba Hice un saludo y me escapé sin aceptar su di- con Teodora poniendo en juego las mil artima- ñas del hombre corrido; supo deslumhrarla sin nero. trabajo, y logró seducirla por completo, usando Transcurrida una semana después de ocurrido de todos los refinamientos y argucias á que sus el lance, un día canicular, regresaba á mi domi- licenciosas costumbres lo habituaron desde muy cilio fatigado por la temperatura ó el trabajo, y temprano. Era cínico. Gastaba con la victima á mi llegada, el criado que acudió al portón, epigramas y confidencias atrevidas, violentaba sefialando los vitrales de la sala de consultas, su imaginación obsequiándole libros malos, y flo- díjome: res, y perfumes, y bombones y diamantes! —Está un caballero. Sin apresurarme, imaginando que el visitador Ella inconsciente y halagada en su vanidad feme- nina, cedia á las peligrosas solicitudes y acogía serla algún paciente posma, entró al saloncillo, y jubilosa los homenajes, permitiendo ser corteja- mi sorpresa fué indescriptible al ver allí á Renato da porque no reflexionaba en su atolondramien- que se arrojaba á mis brazos pidiendo perdón. to, que obrando así, vulneraba sus deberes á la —¡Te debo la vida! vez que me apocaba indignamente á mí. Ante la explosión de aquel arrepentimiento Al llegar el momento en que yo alcancé á olvidé los insultos pasados correspondiendo con comprender la responsabilidad que el honor ci- franqueza á las demostraciones afectuosas del vil imputaba á mi tolerancia, el mal había cun- que era objeto. dido hasta lo irremediable Ya estaba perdi- Ya efectuada nuestra reconciliación, con gra- do burlado... avergonzado... . deshonrado ! ve solemnidad y agradablemente complacido, Las lepras son así. Cuando los cauterios no las presenté al huésped con Teodora. queman á su primera manifestación, crecen, se —Mi mujer. multiplican y lo invaden todo. —Mi hermano. ¡La rosa purpurea del adulterio, abria en mi Exterminándolo, hacía valer un fuero natural hogar su cáliz, como un incensario cargado con y augusto. mirras venenosas! Aunque atrevida, la empresa no era impracti- cable para mí. Tuve sospechas, que muy pronto fueron con- Acaricié muchos días aquel pensamiento, que vertidas en pruebas inconcusas, y muchas certi- como gusano de sepultura redaba por los vór- dumbres, muchas, más de las que me bacian fal- tices de mi mente. ta para ser celoso. Desoí los anatemas de mi conciencia suble- Como los maridos melodramáticos me han cho- vada. cado siempre, por brutales y ridículos, procuré Aplaqué todas las rebeliones de la moral es- no parecerme en'nada á ellos. crupulosa, y con una arteria de matoide, esperé Otello, en nuestras sociedades degeneradas, es la ocasión propicia para consumar mi delito. un grotesco anacronismo. No aguardé mucho tiempo. Los hábitos de la vida moderna, complicada Una noche tempestuosa, Renato, pretextando y vertiginosa, nos han hecho escópticos, y á to- que á causa de los torrenciales aguaceros que do trance alardeamos de un convencional pesi- caían le era imposible marcharse por estar los mismo. caminos intransitables, decidió aceptar albergue Cristalizamos todas nuestras sensaciones. en mi hogar hasta que despuntara el alba nueva. Espiamos los estremecimientos interiores crean- Su proposición rae produjo un desfallecimiento. do en torno nuestro un medio artificial que nos' No tenía remedio: la casualidad se ponía de mata y nos enerva. mi parte, me retaba, vencía todas las dificulta- Yo pensaba: Si Renato me hurtó la alegría des para imponerme la horrenda disyuntiva: cuando niño, si me hurtó la fortuna siendo jo- bueno ó malo, virtuoso ó perverso, oprimido ó ven, si me hurtó la tranquilidad y el amor en la vengador! edad viril, si fué el obstáculo que obstruccionó Fui á mi laboratorio, y allí, entre cuchillos los oficios que el sino me marcó en la terrestre quirúrgicos, libros patológicos y redomillas de brega, si fué la nube que obscureció las estrellas farmacia, pensé en la manera de matarlo, sin que me guiaban, si fué el soplo que apagó las que resultasen huellas que pudieran después de- lámparas de mis sagrarios debía perecer! latarme. olvidaré mi afrenta, tendré mucha, una infinita Contemplé mis bisturis. misericordia para la extraviada, y luego, sere- Maquinalmente probé sus filos en la punta de mos felices.... ¿si no tolerásemos de buena vo- mis dedos, y asegurado de su temple, volví á co- luntad todas las faltas ajenas, podríamos tener locarlos en el estuche de terciopelo. derecho á perdonarnos las propias? Ser bue- No me convenía herir con arma blanca. no es beatitud Jó heroísmo; pero ser malo es La sangre mancha. imbecilidad: la perversión es absurda porque Acusa. brota en la confluencia de las corrientes vicio- Abrí el botiquín. Los frascos, á medio llenar, sas.... dormían militarmente alineados en sus cojines Interrumpió mis pensamientos un rumor com- acolchados, exhibiendo los líquidos como un parable al que producirla un velo que se rasga: muestrario de colores. rechinó la puerta denunciando una lucha sigilo- ¡Siniestra policromía! sa, luego, en lo más denso de la sombra, estalló Las letras alemanas, impresas sobre los mem- un beso apasionado: entonces, sin vacilar, extra- bretes recortados á manera de heráldicos blaso- je un minúsculo frasco, y al amarillento fulgor nes, se contorsionaban frente á mi vista, anubla- de la lámpara veladora leí el rótulo: acónito. da por el miedo, y mis manos se paseaban, lo Me convenia esa droga. mismo que tarántulas, sobre los cilindros de cris Procuró oir de nuevo rumor de palabras ó fro- tal sin atreverse á elegir alguno! te de bocas. ¡Qué momento aquel! Nada; un silencio exasperante, una calma in- Yo cavilaba: terrumpida sólo por algún ratoncillo que trase- —¿Sino tengo inclinaciones ni temperamen- gaba en los cajones del viejo pupitre. . .. to criminal, por qué me afano en cometer una Mi impaciencia crecía por minutos. Necesitaba acción tan punible?.... Comunmente las muje- confirmar mis sospechas hasta lo abrumador; res delinquen por estupidez y los hombres por deseaba, sí, lo deseaba, que una vez más el es- malignidad: si pues, esas debilidades son por carabajo de la concupiscencia prendiera sus ás- igual manera adherentes á los sexos, la delin- peras antenas en aquellos labios emponzoñados cuencia, considerada como una resultante de lo por la traición. anormal, es irresponsable y por ende acreedora Me presentó en el comedor oprimiendo el iras- á la disculpa: no seré cruel, no seré vengativo, co con la diestra: ellos parloteaban como pája- brando cualquier impúdico madrigal de mi her- ros, hablaban del último suceso escandaloso con mano. ... un vaso de oporto llenado por mi.... indignación propia de personas honradas: se tra- Cuatro horas más tarde, mi enemigo, lívido y taba de un matrimonio desavenido: un caso sim- convulso, quejándose de agudos dolores, una fie- ple: el marido, miembro de un casino elegante, bre violentísima, y luego, nuestra señora la muer- encontraba á su mujer fornicando con su mejor te, esa madona de los desamparados, proyectan- amigo: palabras insultantes, tarjetas que se cam- do la sombra de sus alas sobre el lecho de mi bian, un reto en la alcoba profanada, y dos in- oprobio: el epilogo de una vida feneciendo en la felices, que no teniendo honra, pretendían batir- frontera de la luz: Renato, metamorfoseado de se por ella. improviso en una porción de materia pronta á la Reí á carcajadas. fermentación de lo que hiede muerto Los burladores, en su erótico arrobo, eran in- muerto muerto y nosotros . los cul- capaces de comprender mi estado de alma. pables vivos para torturar nuestras ¿Qué era yo para Renato? existencias con el peso de su cadáver. ...! Un sér inferior, modesto, trabajador, humil- ¡Oh,sí! de.... un tacaño que caía en el lirismo de ser Para torturar nuestras existencias con el peso honrado. de su cadáver vivos— vivos— vivos —! ¿Qué era yo para Teodora? Ya al trote de la pluma lo he referido todo, ya Un marido bueno, un pobre hombre que siem- he saciado mi alma pervertida, en la tuya impe- pre procuró satisfacer sus frivolidades, un señor cable, para desahogar mis preocupaciones; ya de ievita negra y sombrero de seda, que en las ningún peligro me espanta ni me agobia alguna veladas devoraba libros, y de día galopaba con duda, porque tu consejo sabio y sincero va á lle- su estuche de cirujano bajo el brazo, introdu- gar muy pronto. ciéndose en las casas donde se llora, sonriendo Debo presentarme á los tribunales? .... siempre, ó bien, caminando meditabundo al la- Confesar?.... do de un cleriguillo de mirada aviesa.... Lo que tú resuelvas, será. Obré con ligereza y sin temores: fué muy fá- cil. PEDRO. Una argentina carcajada de Teodora cele- Como arriba dije, la transcrita carta fué ha- llada por mí entre las páginas del famoso autor UNIVERSIDAD DE NUEVO LEOW cuyo nombre mencioné, y sin garantizar su au- BIBLIOTECA IJWV--,?e. VI,-i tenticidad, sino por considerarla un papel curio- r "ALFiWP K.H'x" so, la publico, para entretenimiento del desocu- 1 MT 1 »-W pado en cuyas manos caiga. Apdo. 1625 MONTERREY, MEXICO UN CRIMEN RARO.

A JESÚS üri-ETA.

A la hora de la siesta, punzaba el sol con sus ardientes púas el escueto patio del Palacio de jus ticia, y una andrajosa muchedumbre se atumul- taba á las puertas del segundo salón pugnando inútilmente por franquearlas. En el interior, estaban los bancos de madera repletos de plebe, y sobre la plataforma de los debates, los ciudadanos constituidos eu tribunal popular, bostezaban sobre sus desvencijadas pol- tronas como aletargados por el aburrimiento. En el banquito del acusado, descansaba un hombre joven aún, y hermoso, á pesar de la es- pectral demacración de su semblante. •Su amplia frente, de un tísico blancor y seña- lada por arrugas prematuras, semejaba un már- mol, rubricado por las nervaturas de las vetas. Tenía la cabellera encrespada y totalmente blanca, una verdadera maraña de lino, verdes los ojos, aristocráticas las facciones, y la barba, Como arriba dije, la transcrita carta fué ha- llada por mí entre las páginas del famoso autor UNIVERSIDAD DE NUEVO LEOW cuyo nombre mencioné, y sin garantizar su au- BIBLIOTECA IJWV--,?e. VI,-i tenticidad, sino por considerarla un papel curio- r "ALFiWP MK.H'x"t 1 so, la publico, para entretenimiento del desocu- 1 »-O pado en cuyas manos caiga. Apdo. 1625 MONTERREY, MBIIOO UN CRIMEN RARO.

A JESÚS üri-ETA.

A la hora de la siesta, punzaba el sol con sus ardientes púas el escueto patio del Palacio de jus ticia, y una andrajosa muchedumbre se atumul- taba á las puertas del segundo salón pugnando inútilmente por franquearlas. En el interior, estaban los bancos de madera repletos de plebe, y sobre la plataforma de los debates, los ciudadanos constituidos eu tribunal popular, bostezaban sobre sus desvencijadas pol- tronas como aletargados por el aburrimiento. En el banquito del acusado, descansaba un hombre joven aún, y hermoso, á pesar de la es- pectral demacración de su semblante. •Su amplia frente, de un tísico blancor y seña- lada por arrugas prematuras, semejaba un már- mol, rubricado por las nervaturas de las vetas. Tenía la cabellera encrespada y totalmente blanca, una verdadera maraña de lino, verdes los ojos, aristocráticas las facciones, y la barba, mosaica y muy larga.... desmesuradamente lar- Las felinas pupilas del hombre, echaron bri- ga... . fabulosamente larga! llazones de carbunclo, hizo una mueca de ma- Cumplidas las fórmulas de ley, el presidente niático, y luego, con trémulo acento, habló: de la audiencia, dijo al procesado: —Yo soy muy nervioso, increiblemente ner- —Póngase usted de pie. vioso, también soy muy cobarde, ignominiosa- La lividez del presunto delincuente se acentuó mente cobarde, los delirios de persecución desde hasta adquirir transparencias de porcelana. la más tierna infancia fueron mi tormento. Que- Entorvecióse el peludo ceño del funcionario y dé huérfano en la adolescencia, y aunque de mío clavando en el hombre su persistente mirada de soy perezoso, á pesar de que la indigencia me cuervo: imponía el deber de elegir una ocupación que rin- —Consta en autos, que la occisa era una bue- diera ventajas prácticas, estudié medicina; espe- na mujer y nunca tuvo usted motivo alguno de culé frente á los libros de texto con tenacidad de queja contra su comportamiento en todo el tiem- sabio, engolfándome con entusiasmo febril en esa po en que por mutuo acuerdo hicieron vida ma- ciencia tan laboriosa y tan difícil. Quería ser un rital; consta también, que trabajaba para ayu- notable científico. Combatir con la muerte. Dis- dar en el combate por la existencia al que por putarle sus presas. Vencerla siempre. Avergon- compaflero había elegido; consta igualmente, que zarla siempre. Humillarla siempre. Mis maestros era amorosa en el hogar y cumplió con admira- se escandalizaban: yo estudiaba con más tesón ble humildad todas las obligaciones que había que ninguno de mis condiscípulos, en el examen contraído en tan siniestro abarraganamiento.... teórico los eclipsaba á todos, pero en la práctica ¿Por qué, pues, la asesinó usted de una manera junto al cadáver, frente á esos cuerpos míseros tan vil, tan alevosa y tan villana.... ? de los que perecen en los lechos baldíos de la conmiseración pública, en los anfiteatros, al bor- —¡La mató. ... porque de noche .... de no- de de las planchas sanguinolentas, temblaba yo che me daba miedo! como un estrangulado, se erizaba el vello de mi —Refiera usted con todos sus detalles las cir- epidermis, mis poros se abrían despidiendo sudo- cunstancias en que perpetró el delito y las cau- res, un terror indescriptible se adueñaba de mi sas que á determinarlo concurrieron. ánimo y los instrumentos quirúrgicos eran inúti- —Es un caso estupendo, inverosímil!.... les chismes en mis manos —Relátelo usted con brevedad. La sangre humeante ó coagulada, me llena el De noche no podía conciliar el sueño porque alma de pavor, las visceras muertas me provo- veía revolar en torno de mi lecho cabezas dego- can náuseas, las bocas purpuradas por hemorra- lladas que reían sarcásticamente exhibiendo los gias me horripilan, y los ojos vidriados de los di- aros formidables de sus dentaduras funtos, buscad mi retina y la persiguen á la luz Me di á las barajas, al burdel y á la embria- y á la sombra guez con furia de loco, fui crapulosó desenfrena- Abandoné los estudios por consejo de mis pro- do, borracho cansuetudinario é impenitente ta- fesores, y después de muy serias meditaciones, húr; y las bacantes, el juego y el alcohol, antes decidi buscar trabajo de cualquier índole que que consuelos produjeron en mi organismo efec- fuese: hortera, aprendiz, operario, ladronzuelo, tos desastrosos. ó sacristán: me era todo indiferente. Después de Las visiones aumentaron en horribilidad has- improbos empeños, logré que me aceptara como ta elevar mis terrores á la última potencia. ayudante suyo, un anciano que retrataba á los Mi salud se quebrantó lamentablemente. presos de la cárcel y á los cadáveres de los que La idea de morir fué el torturante y obsesor sucumben en los hospitales. La pitanza era exi- verdugo de mis días. gua é insignificantes las labores, pues mi única ¡Aquello no era vida! ocupación consistía en preparar la cámara del Busqué entonces un consuelo en la morfina.... retratista y luego tomar copias de las películas y lo mismo.... en el opio.... y lo mismo.... negativas.... copias.... de los muertos.... de lo mismo siempre!! los ajusticiados.... de los suicidas.... de los Después de las depresiones interiores que se ahogados.... de los traperos contagiados.... sucedían al embrutecimiento de la enajenación, musculaturas éticas, amarillentas, pestilenciosas, me sobrevenían torvos desfallecimientos y con- labios convertidos en habitáculo de larvas, ma- vulsiones nerviosas, que daban con mi cuerpo nos crispadas, pies deformes y hediondos, con uñas en tierra como si estuviese atacado de epilepsia. torcidas y cubiertas de mugre y pelo mal Estaba irremisiblemente perdido: caí enfermo: oficio, oficio de galeote ó de verdugo, pero no de un ataque de parálisis me tumbó en la cama, y una persona honrada! por la primera vez en toda mi existencia me vi* Mis nerviosidades crecieron gradualmente has- obligado á esperar la sombra en mi tugurio. ta adquirir tamaños espeluznantes. ¡Horrenda noche! Las palpitaciones de mi corazón eran bruta- arcaicas en sus bustos alisados por el frote de les: ante mi vista, entre las ardorosas y exaspe- profanos dedos. radas tintas del crepúsculo, veia bailar frenética Nuestra primera velada se pasó agradable- rondalla á no sé qué tropa de figuras como tras- mente, entre un libro de Swinburne y el sabro- gos: recuerdo que mis molares rechinaban á im- so picor de una charla mundana, salpicada con pulsos del pavor, hasta desportillarse en los per- un buen frasco de gin cabezudo. files ó triturarse por completo. ...! Yo me sentía dichoso, suponiendo, en mi infan- Ya aliviado, salí á la calle con el exclusivo til candidez, que ya nunca más me atormenta- propósito de procurarme una concubina, pues rían los terrores nocturnos. sentía mi ánimo abatido por completo, y barrun- Pocos días transcurridos la realidad se encar- taba que ya nunca podría dormir solo con la pla- gó de persuadirme de lo contrario, con una cruel- cidez que para repararse necesitaba mi cuerpo dad incomparable. esqueletoso. Cierta ocasión, un rumor insólito me hizo des- La encontré muy pronto, y creí, al contem- pertar sobresaltado, y al tocar de un modo ma- plarla, que el destino se mostraba propicio con- quinal el lácteo cuerpo de Violante, notó que se migo por primera vez. enfriaba, se enfriaba á un grado tal, que hubo mo- Violante, parecía formada de espumas:- tan mentos en que creí estrechar una estatua de hielo. blanca así era: tenía los ojos negros cual flores • Al siguiente día le manifesté sin reserva mis de histeria, manos de walkiria y formas de car- temores. naciones atenuadas por sabias y harmónicas fla- Me escuchó atentamente, y cuando acabé de curas. hablar se echó á reir, llamándome cobarde. A mí me gustan las mujeres flacas. Después, tomó el libro del diabólico bardo sa- La emoción plástica de la belleza se produce jón y se puso á recitar con voz pausada la Ufa- en mis sentidos con más intensidad frente á un ría Estuardo. músculo enérgico que ante una curva exúbera Yo temblaba pensando en el suicidio de Per- y de encarnadinos tonos: amo los perfiles á li- cy y en la ejecución del noble Howard. neas rectas, de cariátide, por su soberana rigi- No sé por qué adiviné muchas similitudes en- dez y porque conjuran en mi visionaria fantasía tre la reina de Escocia y mi querida.... y tuve todas las leyendas que condensan las monedas miedo un miedo sin nombre un miedo de villano.... un miedo de imbécil.... un mie- tino: su persona me excitaba, provocando mis do de loco! cóleras más bestiales: llegué á abominarla como Llegó la noche: proveime de una estufa de in- al enemigo más irreconciliable, sin duda porque vierno y la llené de troncos, cargué con petróleo los deleites que me daba eran agrios y dejaban cuatro grandes lámparas, que encendí yo mismo, en mi sér, después de los espasmos, un repug- y así. con una temperatura abrasadora é ilumi- nante amargor.... un capitoso perfume! nado mi aposento, me acosté, abrazando brutal- Pensé en matarla, y la criminosa idea se aso- mente á mi mujer! ció á mi vida tan arraigadamente, hasta llagar Cerca de las doce las luces se apagaron de re- á parecerme esa maldad una cosa perfectamen- pente, los tizones dejaron de arder y crepitar en te lícita y hacedera: me procuré un puñal, una las parrillas y Violante se helaba se he- gran daga del siglo XVII que me proporcionó á laba .... como un témpano.... creo que aque- vil precio un rabino comerciante en antiguallas: lla ocasión me desmayó, pues mis recuerdos en poseedor ya de esa arma, la oculté mañosamen- ese punto son muy vagos: lo que sí no olvido es te entre las sábanas, esperando consumar mi fal- que como esa noche se sucedieron otras muchas.... ta en los instantes en que Violante principiase á Yo deseaba separarme de esa sirena, y no po- dormitar. Por primera vez en todos mis días día lograrlo porque ejercía sobre mis potencias aguardaba la sombra sin sentirme acometido de una fascinación poderosa y exclusiva: se había pavuras: no me preocuparon los leños de la chi- unimismado su temperamento al mío de una ma- menea ni la parafina de los quinqués: abrevié la nera fantástica, la amaba, sí, extravagantemen- plática que de ordinario seguía á nuestro ágape te, con una afección metafísica y de un singular de bohemios y con una impudente brusquedad espiritualismo. invitó á la ninfa al tálamo..... me obedeció sin Luego, poco á poco, sin causas legítimas y só- lo debido á los efectos de un fenómeno psíquico, vacilar transcurrieron tres horas, que me impenetrable al análisis, mi cariño á la barraga- parecieron tres años: oía yo el latir del reloj co- na principió á modificarse de una manera ra- mo la palpitación de un corazón vivo aprisiona- dical, y lo que antes era anhelo insaciable de do en caja de metal.!.. las doce! mi hem- ternuras, se convirtió en inagotable manantial bra dormía como una marmota..... vencí el de odios: la aborrecía con inconsciencias de cre- miedo sin saber cómo.... rae levanté para avi- 9 CROQUIS Y SEIMAS O?

• • , . var la luz.... necesitaba claridad de sol en el produciendo al caer sus fémure? y vértebras un instante de mi crimen....! ruido seco y raro Volví á la cama desenvainé! la hoja Entonces, yo, con los cabellos erizados y deli- estaba muy fría, y en su espejeante pulimento rando como no demente, emprendí la fuga, has- tremolaban cerúleas flamillas.... afiancé el ins- ta ser aprehendido por el agente de seguridad trumento por el mango y heri...heri.. .1 . que me llevó á la cárcel. heri con toda la ceguedad de los cobar- Esa es mi historia: no crea su señoría que me burlo del tribunal, no, señor juez, asi ocurrió aque- des. ..'.! llo, que. se me castigue seveíamente, anhelo la Violante se incorporó, procurando con los bra- expiación. ... quisiera morir.... yo amaba á zos impedir la maniobra que yo emprendía, sus Violante! * grandes ojos se abrillantaron siniestramente, y Terminados los debates, que fueron reñidísi- en sus labios contraídos por el espanto vi una mos, entraron los jurados á la sala de las delibe- contracción, que me hizo adivinar que ella se raciones, y mientras el asesino aguardaba el ve- quejaba ó me maldecía como maldicen los mo- redicto de sus juzgadores, el gendarmeencarga- ribundos. do de custodiarlo dljole con intención perversa: ¡Cerré los ojos! —Lo fastidiaron, amigo, pero usted tuvo la cul- ¡Y á ciegas continué mi obra..,... heri! pa.... eso estuvo feo. Entonces ocurrió algo espantoso. El reo respondió, como hablando consigo mis- Unas manos crispadas me estrangulaban: abrí mo: . • los párpados y vi á la impura, metamorfoseada —Era la Muerte ! en un armazón de huesos era un esquele- to que peleaba conmigo pugnando por ahorcar- me era la Muerte ! Yo arrojaba cuchilladas al aire, y las manos descarnadas de Violante se hundían como un guan- te de hierro en las carnes' de mi cuello, dejando allí su huella! Al fin vencí, y la mujer rodó al entarimado, EI. REY DE LAS GEMAS.

• A/ALONSO FERNÁNDEZ,-

La cabañuela se hallaba como hundida entre los erizos breñales que'bifurcaban y extendían sus entecas ramazones, serpenteando sobre el suelo estéril del vallecito. El cazador audaz, ó el. extraviado viajante Ijue por rara casualidad llegaba á ese paraje, sólo podía darse cuenta de la existencia de seres ra- cionales por el airón de humo que surgía del te- cho pajizo de aquella choza, qQe á juzgar por su construcción salvaje y primitiva, parecía la gua- rida de alguna tribu aborigen. . 11 Llegando á la cúspide del monte más ergui- do, columbrábase entre torvas lejanías el cara panario dol vecino villorrio, y los días de fiesta*, cuando lo de arriba estaba azul y una lujosa floralia matizaba los jardines cultivados, llega ban hasta la desierta mansión, amortiguados por la distancia, I03 tremantes clamoreos de las cara panas, que echadas á vuelo, repicaban basta desgañifarse, invitando á los fieles á cantar ple- nelónes, patizambo y giboso lo mismo que un garias y ofrendar flores silvestres en el al tari to polichinela, con purpúrea capteruza, bordada de de la Virgen milagrosa. piedras desconocidas aun de los más sapientes Ignoraba Tarsila que corriese en las bocas de lapidarios, y un descomunal gorro, en cuya pun- las lugareñas lina historia sobrenatural, en la ta hacían remate tres cascabelitos de oro, que que ella fungia como protagonista. tintineaban cuando al agitarse la fenomenal ca- Las villanas propalaban que la avariciosa vie- beza chocaban las cuentas que había en su in- ja con quien la núbil vivía, después de cele- terior. brar en noche de aquelarres un pacto infernal, Era el prometido de Tarsila el señor absoluto había ofrecido su adorable personita al proscri- de los imperios subterráneos, capitaneaba legio- to del paraíso, recibiendq en recompensa de tan nes de enanos, poseía tesoros incalculables, te- nefando negocio, un gran talego repleto de oro. nia esclavos nubios, y sus aventuras llenaban de Ofir y el derecho de cosechar en un huerto de leyendas extrañas las comarcas y las villas. encantado, la mandràgora, los huesos de muerto En invierno, cuando el frío mataba á los par- desenterrados por las'hienas, las cabezas de ví- vulillos huérfanos y se ocultaban los crestones boras, las astas de macho cabrío y todos los de la cordillera bajo una clámide de astral blan- filtros con que la septuagenaria fabricaba sus cura, paseaba sobre la nieve, y acompañado de filtros y potingues. una numerosa tropa de pigmeos bailaba sobre Las ancianas, santiguándose, maldecían aque- la superficie helada do los lagos muertos, baja- lla arboleda sin verdor; los patriarcas, al rescol- ba á lo profundo de los precipicios, exploraba do de la chimenea, relataban á los pequeños las cuevas misteriosas, raptaba á las mucha- consejas espeluznantes, y los mozos suspiraban chas incautas, cazaba ciervos, aturdiendo las si- Pensando en la hermosura singular de la embru- lentes serranías con el estridente alarido de su jada. * • • • cornamuza y las blasfemias de sus comp!r>ches. La harpía 4iabí.i, en efecto^ prometido la don- La noche de Reyes conmovió al supersticioso cella á un sér sobrenatural, pero no "al diablo, pueblecillo un acontecimiento extraordinario. no á ese ptíbrQ mite tan vulgar, tan feo y tan Tarsila había acudido á la iglesia, solicitando calumniado, sino á un opulentísimo gnomo, de del pastor de almas los auxilios de extremaun- ! luenga barba; roja, florida y espiraleada á ca- ción para la vieja que agonizaba. 32 C1UO IT. CKBALLOS

Los fanáticos campesinos, al enterarse de la degollado y «barbas de burgrave, tuertos unos ó inesperada solicitiid, disuadieron al cura y aun de pupilas estrábicas los otros, y todos los de- por fuerza le impidieron ministrar alguna limos- más, narigudos, jorobados, monstruosos, formi- na espiritual á la moribunda hechicera. dables. repugnantes. .. Tarsila emprendió el camino que á su retiro Tarsila sintió un espanto indescriptible al ver conducía, avergonzada y llorosa, embargado su el lecho mortuorio de su abuela circuido por ánimo por misteriosos terrores é inexpresables aquellos entes, que tomados de la mano valsa- tristezas. ban una rondalla de valpurgis, entonando al Emigraba el sol. La luqa ostentaba su disco mismo tiempo extranjeros cánticos con sus chi clorótico, bañando en blanco todo el paisaje cre- lionas y agrias voces.... puscular, y nublazones pintadas con los tonos ¡Tuvo miedo! atormentados del cobre fundido se esfumaban y » Buscó la imagen del Crucificado y vió en su desteñían entre la lumbre purpúrea del occiduo lugar un símbolo fálico: intentó gritar, y el te- fulgor. rror ahogó sus exclamaciones; quiso huir, y en- Ladraban los perros en las dehesas y case- tonces el más viejo de los invasores, el más feo, ríos, los garañones relinchaban llamando á las el más odioso, el que los eclipsaba á todos, un potrancas, el ábrego simulaba rugidos de león malandrín listo y endiablado, haciendo mueque- en los desfiladeros, los árboles, enfermos, sin cillas y ensayando brincos de marioneta, asióla frondaje, crujían como esqueletos, proyettando con sus brazos de tritón, y ya con la presa á sombras caprichosas. cuestas, escapó á los montes seguido de los gno- Cuando Tarsila llegó á la cabaña, salió á re- mos, que vociferaban saltando de roca en roca. cibirla en la puerta un hombrecillo, un pequeño Eso era terrible. picapedrero, que con la piqueta echada al hom- Los viejos agitaban sus nudosas cachimorras, bro hacia grotescas caravanas. los jóvenes arrancaban de cuajo los arbustos, des- La casuca estaba invadida por una duendería prendían peñascos, arrojándolos en una pedrea que hormigueaba como república de sabandijas. ciclópea á las llanuras, rodaban bolas de nieve La moza contemplaba á los pigmeos, creyén- y destrozaban con sus hachas los obstáculos que dose poseída de una alucinación. encontraban en su carrera, en esa huida polichi- Los había decrépitos, con testas de Holofemes nesca, estrambótica, horripilante ritmada por un cascabeleo monótono y chocante.... mo- les sus cofres de sándalo y sus insignes pedrerías. nótono y chocante.. . monótono y chocante ...! Tarsila, enajenada por voluptuoso estupor, con- El despertamiento de Tarsila fué como el co- templaba aquel espléndido apoteosis, creyéndo- mienzo de un fantástico deliquio. se la heroína de un cuento de hadas. Estaba perdida en una gruta fabulosa, donde El tuno Puck se irguió, elevando su vientre de todo era chispear de pedrerías, irizaciones ful- Gambrinus: minantes, feéricos relampagueos, fulgencias sú- —Aqui hay, dijo, tesoros suficientes para per- bitas, cristalizaciones radiosas una mágica der á todas las mujeres, desde Eva hasta la úl- ostentación de colores, derrochándose en indes- tima que aliente amor al lujó sobre la costra te- criptible esplendor de matices la cueva de rrestre: los hombres, los pobres necios, no podrán Aladino! . ' nunca seducir á sus amantes con una fortuna co- Fosforecían allí las fulguraciones espectrales mo ésta: las emperatrices y las cortesanas de los del carbunclo, disolviéndose en las flamescencias Césares romanos serian humildes pordioseras an- tenues de los cuarzos, y las cornalinas, los ru- te esta opulencia extramundana: yo me río de bíes, como gotas de sangre cristalizadas, se in- Cleopatra y otras como ella, porque tengo arco- crustaban entre el áureo vaho de los topacios epis- nes reforzados de herrumbre enmohecida, que copales, ó en las fúnebres obsidianas, ó en las guardan en su fondo negro perlas vírgenes y venturinas empolvadas de oro. pálidas, caídas de la luna cuando la invicta Ve- Palpitaban, coruscando, las glaucas estrías de nus se fué al cielo, y también perlas brunas, más los ópalos, las oblicuas facetas de los amatistas bellas que las que brotaron' adheridas á la con- imperiales, los florescentes espatos, los ónices fu- cha de Anadyomena ! nerarios y las tétricas marcasitas ¡Oh, sí, yo soy magnífico é invencible, yo po- Los gnomos, esos misteriosos descendientes de seo muchas pedrezuelas de esas que absorben la una raza milenaria, no sólo son dueños de los ri- luz y rutilan como estrellas sobre la frente de'Su- cos veneros ocultos en lo profundo de la madre lamita; yo .tengo en mis cavernas todas las pepi- única, también poseen joyas y valiosas preseas/ tas de oro que fuesen necesarias para cubrir la porque en las noches tristes, al mortecino fulgor tierra; tengo todas las gemas que codiciara la rei- de los luminares del cielo, han profanado las al- na de Saba; yo tengo un elíxir mágico, el elíxir cobas de las princesas meroviugias para robar- de la inmortalidad, que mata á la muerte y ha- UNIVERSIDAD DE NUEVO LEO* ce la vida perdurable; ven conmigo, doncella BIBLIOTECA UNLVERSLTAFÓA pensativa, ven conmigo, ámame y serás como «MJGNSO ROES" diosa. ««*>. 1625 «MUÉ«««. Los gnomos aplaudieron con entusiasmo. El tuno Puck se irguió, elevando su vientre de Gambrinus. —Nosotros, los habitantes de las grutas, subli- mamos á las mujeres hasta las más impondera- AMOR INSULSO. bles excelsitudes: por envejecemos buscan- • • do piedras nuevas; por ellas somos gambusinos; A Lt'is G. URBINA. por ellas bajamos á las minas, despreciando los derrumbes y el grisú; por ellas llevamos el man- •Se Conocieron siendo todavía muy jóvenes. dil suspenso al cinto y la piqueta pronta á rom- Desde el primer instante atrájolos una viva per la nervatura de los filones; por ellas nos ha- simpatía, pero nunca lograron ver prosperar sus cemos artífices mosaicistas y talladores de dia- deseos debido á la tenaz policía materna que á mantes; por ellas padecemos de avaricia y en- ella perseguía, y á la susceptibilidad un tanto canecemos prontamente por ellas por quijotesca de él. las mujeres....! • • • • La primer floración del amor, que había de Los gnomos aplaudieron. consumirles toda una vida, fué desde muy tem- —Yo te ofrezco mis riquezas, muchacha me- prano asperjada por las lágrimas. lancólica; serás mi sefiora, poseerás mis palacios §u idilio era misterioso y mudo, con el mutis- subterráneos, tendrás vasallos á miles, beberás mo cobarde y púdico de las afecciones supe- cervez'a negra en el vaso de Federico e! Barba- riores. rroja, podrás ataviarte con las vestiduras de Interrumpíanlo á luengos intervalos, viajes ve- Grimilda ó Brunequilda. . . serás inmortal.... raniegos, ó enojos, originados, ya porque él ob- ¿lloras... .? ¿pues qué más quieres? servó con pecaminosa insistencia á otra mujer, —Amor ó ella fué perseguida por cualquier mentecato, ora porque pasó él por los lugares donde acos- tumbraba encontrarla y nó la vió, ora porque UNIYCTS1MD DE NUEVO LEO* ce la vida perdurable; ven conmigo, doncella BIBLIOTECA UN1VERS1T AFÓA pensativa, ven conmigo, ámame y serás como "ALFONSO &YES" diosa. «•«*. IS» «UMU£«R£¥, Los gnomos aplaudieron con entusiasmo. El tuno Puck se irguió, elevando su vientre de Gambrinus. —Nosotros, los habitantes de las grutas, subli- mamos á las mujeres hasta las más impondera- AMOR INSULSO. bles excelsitudes: por ellas envejecemos buscan- • • do piedras nuevas; por ellas somos gambusinos; A Lcis G. URBINA. por ellas bajamos á las minas, despreciando los derrumbes y el grisú; por ellas llevamos el man- Se Conocieron siendo todavía muy jóvenes. dil suspenso al cinto y la piqueta pronta á rom- Desde el primer instante atrájolos una viva per la nervatura de los filones; por ellas nos ha- simpatía, pero nunca lograron ver prosperar sus cemos artífices mosaicistas y talladores de dia- deseos debido á la tenaz policía materna que á mantes; por ellas padecemos de avaricia y en- ella perseguía, y á la susceptibilidad un tanto canecemos prontamente por ellas por quijotesca de él. las mujeres....! • • • • La primer floración del amor, que había de Los gnomos aplaudieron. consumirles toda una vida, fué desde muy tem- —Yo te ofrezco mis riquezas, muchacha me- prano asperjada por las lágrimas. lancólica; serás mi sefiora, poseerás mis palacios §u idilio era misterioso y mudo, con el mutis- subterráneos, tendrás vasallos á miles, beberás mo cobarde y púdico de las afecciones supe- cervez'a negra en el vaso de Federico e! Barba- riores. rroja, podrás ataviarte con las vestiduras de Interrumpíanlo á luengos intervalos, viajes ve- Grimilda ó Brunequilda. . . serás inmortal.... raniegos, ó enojos, originados, ya porque él ob- ¿lloras... .? ¿pues qué más quieres? servó con pecaminosa insistencia á otra mujer, —Amor ó ella fué perseguida por cualquier mentecato, ora porque pasó él por los lugares donde acos- tumbraba encontrarla y nó la vió, ora porque un día pluvioso se asomó ella á la ventana en fiaudo en un querubín rubio y blanco como tú.... un momento triste, y no pasó él por la calle. podríamos tan fácilmente ser dichosos.... si tú Cuando se columbraban en algún lugar, su fu- quisieras! gaz vistazo era un simpático saludo. Otras veces se veían en el teatro y sus caví Ella parecía decir: laciones peregrinaban en el Hipogrifo de las con- —Ha dormido poco ó le aniquila algún pesar jeturas: interno; sí, delfe ser de los que sufren solos: los tris- —¿Seré un simple? ¿cómo pudieron aco- tes tienen una fisonomía cuyas contracciones sólo bardarme las opulencias de esta niña? ese perciben con claridad aquellos que han padéci- vestidillo no acusa á la heredera orgullosaé inac- do alguna vez.... esos ojos do mirada altiva, cesible; la tela es barata, su confección deja mu- su semblante safiudo, la mueca desdeñosa, me cho que desear, las tiores del sombrero se han lo dicen claramente.... será pobre.'...? estropeado y veo en todo SM continente no sé qué Por su parte, divagaba al contemplarla él: desgaire de mal tono parece distraída —Yo te quiero mucho, una voz sigilosa di- ¿será estúpida? lo supongo ¿por qué se ce aquí dentro que me estás predestinada y de- ríe de las majaderías de ese comiquillo de la le- bes ayuntar tu destino al mío con cadenas in- gua? rompibles: junto á tí mi existencia sería para- Ella observaba al mariposear de su abanico: disiaca: muchas noches, en las horas de insomnio* —No .es un hombre vulgar, me enamora su y amarguras, cuando evoco los ideales muertos elegancia por lo sobria y atildada, sus modales y me hace temblar el frío de la soledad, recons- son impertinentes pero distinguidos, porque nun- truyo pocp á poco la quimera: una easita nueva ca llegan á la grosería.... parece un burlón de - en el campo, arriba mucho azul, aba-jo perenne gran tamaño ¿tendrá dinero? probable- primavera: nos besaríamos á la sombra de los mente. ... la miseria y el orgullo no han podido árboles, contemplaríamos la fuga del sol en los unirse nunca ¡me está mirando! ¡con atardeceres de otoño; al avecindarse la noche, qué fijeza!.... quisiera corresponder á su mira- sentiríamos el pavor del Angelus, oyendo tremar da.... manifestarle de algún modo que me sim- broncamente los cobres del campanario; después patiza .... pero no.... es mal visto creerla la cena de enan^oradog, luego una visita á los que soy coqueta.... procuraré estudiarlo con el desvalidos del bohío, y por último el reposo, so rabillo del ojo.... al disimulo.... ¿sería yo ven- turosa á su lado?.... ¡quien sabe!. ... creo que Tornóse Adriana seria y huraña, por parecer- no. . .. mamá lo dice. le el recato, llevado al puritanismo, la mejor Luego solían encontrarse uno y otro, y la idea prenda de una mujer discreta; y Bernardo, he- que incubaba su pensamiento era idéntica: rido en su amor propio por lo que se le antojaba .—¿Quién será? injusto desdén, fué hosco y brutal con la mu- —¿Una rica?- chacha. —¿Un hortera? ¡Singular fenómeno! Mientras más empeño po- Y ocurría también con frecuencia, que al ver- nían los dos en convencerse intimamente de la se, pasaban de largo como viejos camaradas que antipatía que se revelaban, más omnipotente y ' por conocerse mucho no tienen ya nada nuevo grandioso se levantaba en sus corazones el ca- que decir. riño; llegaron á odiarse neciamente, porque los —El....! amores, cuanto más grandes, más vecinos del —Ella. ...! aborrecimiento se hallan: sus miradas, aquellas O bien: miradas que se besaban voluptuosas y tiernas —La veo muy pálida. en otros días, al cruzarse, chispeaban como pun- —¿Por qué irá tan distraído? tas de espadas, eran algo semejante al reto pro- Sus existencias por largo periodo se desliza- vocado por un insulto imperdonable.... ron mansamente y si» accidentes, acariciando Asistieron cierta vez á un baile, en donde la una esperanza, que acaso porque era muy remo- casualidad tuvo á bien ponerlos, sin trabas, en ta los hacía felices. contacto, y él, después de ridiculas é infinitas Adriana estaba segura de que Bernardo nun- vacilaciones, decidióse á solicitar un vals de la ca se vería impresionado por los coquetismos de doncella: Adriana atendió á la súplica, sonrien- otra mujer que no fuera ella. te, y por toda respuesta extendió, trémula y aver- El, con candidez impropia de varón, fiaba in- gonzada, la etiqueta: Bernardo apuntó su nom- condicionalmente eñ la fidelidad de su descono- bre con letras incomprensibles, y después de mu- ^ cida. • chos rigodones y ceremonias frivolas, viéronse (El tiempo, ese viejo alado de barba florida, estrechados por furioso abrazo y confundidos en ^ ' ^ llovió ceniza muchos inviernos y hojas de rosa el turbión de los bailantes. ^^ ^ otros tantos veranos.) La no previst(/> V < IOIIa» emocióVIUUVIVIn i de aque^enQu'éhfro ' • J

33^7 entorpeció sus sentidos, embotando la sensibili- Los amantes asistieron, conturbados, al lento é dad de los dos en una atonía sólo equiparable al impasible alejamiento de su juvenilia. idiotismo. En las reflexiones intimas aparecioseles el ca- El joven, que no era tonto, dijo aquella noche dáver de su afecto, poetizado con todos sus ro- todas las patochadas que decir podría en su ca- manticismos, y frente á él sentíanse abrumados so un cretino de buena cepa, y la enamorada, á por la vergüenza de su simplicidad, al compren- su tiempo, incurrió en las torpezas propias de der que si no les tocó una parte de dicha en el una pazguata. terreno abrojal, era porque se rezagaron en la Bernardo no osó estrechar un poco el talle carrera, henchiendo pompas de jabón y desper- que se agitaba entre sus brazos, ni á su boca diciando ocasiones que no con frecuencia se pre- acudieron palabras que pudiesen interpretar las sentan al mortal. violentas sensaciones que á su espíritu embar- El ímpetu que animara sus primeros entusias- gaban. mos estaba ya debilitado por la edad, el fuego Adriana no supo alentar á su amador á las sagrado se apagaba lentamente en sus corazo- pláticas y licencias que en el caso especial en nes, y el épico ardor de la edad moza habia ce- que se hallaban hubieran sido buenas y lícitas, dido ya sus trofeos á la torpe displicencia de los aunque á las fronteras dal atrevimiento tocasen. años....! Al despedirse, sus manos se trituraron en un En sus arterias no correría más la sangre enar- rudo estrechamiento. decida por las fiebres pasionales, porque, amado- Ella murmuró: res líricos, encendieron piras al amor humano y —¡Me desprecia! no supieron coronar de pámpanos sus frentes t El se dijo: ¡Es muy triste presentir la aproximación de la —¡Me aborrece! muerte cuando aún no han probado los labios el Aquella equivocada suposición bifurcó sus des- vino quemante del deleite! tinos bruscamente para no volverlos á ¡untar (El tiempo, ese viejo alado de barba florida, jamás. llovió ceniza muchos inviernos y hojas de rosa (El tiempo, ese viejo alado de barba florida, otros tantos veranos.) llovió ceniza muchos inviernos y hojas de rosa Los enamorados esquivaban mutuamente su otros tantos veranos.) presencia, comprendiendo que sus arruinadas fi- sonomias eran ya una implacable burla del pa- dolores de una vejez solitaria y la necesidad de sado. algún afecto, comprendieron que en el instante ¿Se debe amar cuando la calenda de los de trágico de preparar el bagaje del material em- seos no saciados ha disecado los músculos y el beleco para consignarlo á las entrafias de la gran rostro es sólo la máscara gesticulante de los su- generadora, debían juntarse, santificando en una frimientos agazapados en lo más impenetrable unión filial el martirologio de sus sueños idos. del espíritu? Y en ese minuto supremo, un pudor senil, una ¿La atracción psíquica, ó animal de dos seres, última timidez, su postrimera cobardía, los sepa- prevalece á través de las distancias y las corpó- ró, hasta que se perdieron claudicantes en la reas metamorfosis cuando la imagen querida se sombra eterna ... fué su suerte! plantificó en las más sensibles placas déla mente? ¿No? iSi! Se debe amar cuando la calenda de los de- seos no saciados ha disecado los músculos y el rostro es sólo la máscara gesticulante de los su- frimientos agazapados en lo más impenetrable del espíritu. La atracción psiquica, ó animal de dos seres, prevalece á través de las distancias y las corpó- reas metamorfosis cuando la imagen querida se plantificó en las más sensibles placas de la mente. ¿Qué importa que el tiempo, ése viejo alado de la barba florida, haya llovido ceniza muchos inviernos y hojas de-rosa otros tantos veranos? La tragedia de la vida llegó al fin, anuncian- do la comedia pavorosa de la muerte. Adriana y Bernardo, viejos ya, mortificados por la consunción y el reuma, agobiados por los MONOGRAFÍA.

A RAFAEL DELGADO. Mi amigo, Monseñor Hermógenes Arcipreste y Tendilla, insigne orador sagrado y desde lonta- na época obispo de V... persona honorabilísi- ma por sus teologías, por su amplio conocimien- to de la vida, por sus virtudes preclaras y por sus muchos años, garantizándome ser auténtico, puso en mis manos el cuaderno que con meticu- losa puntualidad transcribo. Conforme á mi sentir, no osaría suponer y mu- cho menos afirmar que las impresiones consigna- das en el escrito hayan sido apuntadas por una persona del sexo femenino. En ese supuesto, no me hago en manera algu- na responsable de la verosimilitud que pueda atribuirse al mamotreto. Lo que sí creo y propalo, es que el dignísimo prelado en cuyo poder se hallaban los papeles, es una persona incapaz de mistificar á nadie. He aquí ese curioso caso psicológico: Ocúrreserae escribir un cuadernillo de recuer- ilo y corte varonil; en sus ocios, lee á Dickens, á dos, eso es costumbre hoy día, y moda, y hasta Swinburne, al brutal Walterio Whitman y al idí- snobismo de buen efecto: mi nombre es Benedic- lico Longfellow. Todas las noches recita los ver- ta; mi edad, la de una bella, diez y ocho años; sículos de la Biblia, en su alcoba, que es un am mi cultura mediana; por lo que á mi fisico se re- plio salón atestado de libróte?, maletones, mue- fiere, aseguran muchos que soy hermosísima, bles monumentales y periódicos extranjeros; su aunque como garantía á esa afirmación sólo po- padre es pastor de almas «.n no sé qué aldeilla seo una dote capaz de enamorar al caballero de Edimburgo y mantiene activísima correspon- Brunnel que, según sus admiradores cuentan, fué dencia con la ilustre y morigerada mentora. la flor y espejo del dandismo. Mi buen papá es, según su propio dicho, un hi- Es mi dama de compañía una miss espigada y jo del acaso; hace contratas, especula en la ban- reseca como un bacalao de Noruega, con límpi- ea con audacia increíble y obsequia con babiló das pupilas, pies de andarín y cabellos Gomo he- nicos banquetes á ministros parásitos, periodique bras de ámbar; se llama Jenny Collins y fué traí- ros cliantagistas y políticos envilecidos. da del ahumado Manchester á esta tierra de cie- En su vida privada es muy bueno; siente por lo hermoso para ser mi preceptora ó mi gober mí un cariño que llega hasta la adoración, obe- ness, como ella dice frunciendo graciosamente su dece sonriendo á mi madre y su figura exacta- eoralina boca. mente igual á la de un bedel ó á la Je Sir John Aunque posee conocimientos de sabio y no es Falstatt', hace huir, como parvada de gorriones, poca la experiencia que tiene, frecuentemente á los pretendientes que me asedian. rebosan sus conceptos una candidez sajona que Doña Eulogia (asi la que me llevó en su vien- nunca ha podido empalmarse con mis malicias tre se llama) es una matrona caritativa, biliosa, de mujer latina y marisabidilla por lo tanto. En amiga de la clerigalla y muy aficionada á bachi- sus modales es recatada hasta lo ridículo; á to- Uear por confesonarios, sacristías y lugares peo- das sus palabras les da un barniz de pulcritud res. Pertenece á muchas cofradías y sociedades que la hace caer en amaneramientos estrafala- de esa índole. Aborrece á su esposo porque en rios; profesa religión protestante (metodista), be- su opinión es un hereje: yo, le importo un poco be whiskey como un contramaestre, usa sombre- menos que sus bigotes (los gasta de buen tama ros iguales á esquilas, visto trajes de grueso pa- ño), adorajcon todas las telas do su corazón á un perro pitañoso y protege al sacristán de la veci- Dejo el lecho á las nueve de la mañana; des- na parroquia, que es ratero y borrachón. pués voy al baño, luego al tocador, y alli, cierro Probablemente á muchas personas que esto le cuidadosamente las vidrierillas: si alguna vez es yeran podría parecerles irrespetuoso el concep- leído este cuadernito seguramente 110 sabrá el to que emito á propósito de los autores de mi exis curioso en cuyas manos caiga lo que hago yo en tencia. aquel retrete; podremos las mujeres en momen- No me disculpo. Esa apreciación entraña to- tos anormales y arrebatadas por las sinceridades da la sinceridad de mi criterio, y miss Collins me peligrosas de la pasión, hacer confesiones indis- ha repetido muchas veces, que si la verdad es cretas y hasta caer en debilidades irremediables; horrible, lo es más la mentira, por mucho que la pero siempre guardamos en cofre de veinte lla- embellezcan y disfracen los hipócritas; además, ves algún secreto improfanable, porque somos esa libertad de pensamientos de que abuso á me- hipócritas, y lo que de nosotras subyuga más á nudo, se debe en buena parte á la briosidad in- los varones, es lo que menos estimamos en lo ín- nata de mi carácter y á las disolventes perora- timo. En toda hembra hay algo de las fealda- ciones de mi profesora que es socia corresponsal des y los misterios de la Esfinge: yo desafio á los de no sé cuál congreso feminista y está bien ver- exhumadores del pasado (esas hienas de las cró- sada en letras profanas, en artes liberales y en nicas muertas y los ideales hechos polvo), á que filosofías positivas. adivinen las leyendas que guarda el coloso de granito ante cuya impasibilidad idólicase troca- Esta endiablada señorita Collins, sería muy ron en cenizas las epopeyas de mil siglos y cien capaz de sostener una tesis diaria en la Sorbona, razas. de empuñar la tizona y pelear con las bravuras de .luana de Arco, de mutilarse la lengua como No puedo entender por qué me inspiran des- Leena, y en cuanto á eso de la honra, á su lado, precio esos presuntuosos que pretenden conocer Lucrecia queda en pañales! á Eva, sólo porque pervirtieron á la inocencia, Mis costumbres son idénticas á las de todas las arrugando corpiños con brutalidad cabría, ó es- niñas burguesas que tienen dinero bien ó mal ha- pantando al ángel de la guarda del tálamo vir- bido y ganas de verlo gastado por algún maja- gíneo de una niña para poner en su lugar la efi- dero de los que, famélicos y muertos de hambre, gie bifronte del pecado pululan por estrados y paseos. Después voy á mi alcoba. Imagináos un aposento de regulares dimensio- nomías bermellonadas por la mostaza, los jamo- nes, con góticos frisos en el techo, representando nes ahumados y esas salchichas de Frankfort alegorias estrambóticas, dignas de los retiros de capaces de hacer vomitar las pajarillas á un ti- aquellas castellanas del tiempo en que los hom- burón; pienso también, en grandes emparrados bres eran bravos y las mujeres bonitas..... J de lúpulo, en rollizas mocetonas de albeante de- Del centro del historiado plafond pende una lantal y doradas trenzas, que mueven parsimo- lámpara de bronce que en las noches, al encen- niosas las espitas de panzudos tonelones para lle- derla, trae á mi recuerdo no sé por qué singular nar de burbujeante malta los jarros de greda asociación de ideas, la que alumbraba la estan- curiosamente trabajados. Por largas horas emi- cia mortuoria de esa beldad trágica y lunar gra mi fantasía á esas tierras húmedas, se pasea que Edgardo Poe llamó lady Tremanion de Tre- por las limpias calles contemplando los molinos maine. de viento, las casa* de argamasa con sus obli- Mi tálamo es amplio y regio; frontero á él se cuas techumbres do teja, las atrevidas chime- halla un lujoso mueble, obsequio de un anciano neas de las fábrica-, que parecen retemblar-en pariente mío, tío en segundo grado, galanteador sus cimientos de ladrillo cuando chillan los sil- manido, libidinoso por oficio y hábitos, que mé batos de las calderas llamando á los trabajado- acaricia como á una nifia porque sabe que soy mujer, se pinta el pelo, desafia las neumonías res. ... y aquellos liombrotes que con la pipa en trasnochando por los barrios de Afrodita; es ami- la boca y las velludas manazas metidas en los go de las bailarinas del teatro y también de ce- bolsillos del pantalón recorren la ciudad osten- nas orgiásticas, pendencias, barajas y botellas tando su talante satisfecho, ni más ni menos que de la viuda de Clicot. figuras de Hogarth que adquiriesen vida. ... En los tapices que visten las paredes hay dos Tengo un ajuarillo estilo Luis XV, biombos cuadros con pinturas de mérito: uno firmado por asiáticos en cuyos flancos hay lienzos con pája- el colorista Delacroix y el otro de Jordaens. ros exóticos y niponas quimeras de seda, co- Contemplando el del último pintor, pienso in- lumnillas de forma salomónica, estatuitas, por- mediatamente en Amberes y Brujas, en trashu- celanas, terracotas, cacharrillos y muñecos. mantes tabernas, frecuentadas por hermosos Junto al balcón está una pequeña mecedora, ebrios de musculación grosera y mofletudas fiso- al lado una mesa de laca, sobre ella el último li- bro de Parid, y á mis pies, en un cojín de plumas, graciosa casquivana á quien el lujo causa vérti- ronroneando siempre el gato. gos Aquel patán de grasiento chambergo que Es mi silla favorita. Desde allí veo desfilar á gesticula como payaso y divierte á los papanatas, los que pasan como á través de los vidrios de un será un jugador, un dipsómano... un lunático. cinematógrafo. Hago en la imaginación un ro- por qué cayó tan bajo? ¡Quién sabe! mance de cada uno: este me es simpático, aquel Acaso es desdichado y pretende ahogar sus lágri- me es odioso, el otro me inspira compasión, quien mas en vino ¡Y los borrachos! Habéis- desprecio, tal risa ó cual miedo los visto bien? Son formidables. Pasan en Quiero mucho al viejecito que pasa por la ma- comparsas, tambaleantes, puercos, torvos, sinies- fiana remolcando un racimo de nifios en cada tra la mirada y belicoso el ademán; el aguardiente mano; sin duda, la mamita quedó en casa prepa- es bueno para los que sufren mucho; al inflamarse rando la colación ó aplanando la ropa de los pe en la mente enciende las cincuenta mil lámparas quefios. Me choca la afectada ufanía de la cole- del cerebro convirtiéndolo en un castillo de fue- giala: estudiante tronera que lo pereces por esa gos artificiales: yo quiero y respeto á los bebe- superficial normalista, deja de hacer malos ver- dores, son los rebeldes, los sensitivos, los soñado- sos y divagar á lo Musset frente á la copa de res; consultad las estadísticas y observaréis que ajenjo, eres pobre, los lirismos de tu romancesca su número aumenta á medida que las razas de- juvenilia no podrán nunca interesar el corazón generan y los ideales se acaban y los dioses se de esa bachillera que se da á leer á los de la cás- mueren.... cara amarga; ve al hospital, allí te esperan las El rostro es comunmente el retrato más since- planchas, los cuchillos y el cadáver; ve á la tri- ro de las almas. Estudiad una faz triste y nota- buna del pasante, allí está la elocuencia, el pu réis que pertenece á algún sufriente, ved al men gilato de la palabra la gloria acaso! Ese in- digo que interrumpe vuestro paso, es horrible y dividuo de hirsuto pelambre y lamentable vesti- asqueroso porque lleva'adentro un drama: la Mi- menta, con aspecto hastiado y pesimista, será un seria. Cada biografía es una novela por que to- infeliz, sin duda el Edipo de alguna de esas tra- dos los humanos hemos vertido lágrimas y pade- gedias de la vida privada donde no corre la san- cido amarguras y experimentado pasiones. ¡Av gre ni espejean puñales: le engañará su esposa; de los seres tranquilos! ¡Ay de aquellos que nun- imagino el caso; él, un tímido indolente, ella, una ca gimieron ni emborracharon su espíritu con el perfume de ese asfodelo lívido y siniestro que se ventura en toda la vida, que lo amara un poco llama fiebre .: y el viviría á mis pies adorándome como á la Yo también tengo mi historia. Espero al páli- Virgen los devotos, y todas las manoseadas figu- do navegante del buque de velamen color de san- rillas retóricas y amatorias zarandajas de que gre y mástil negro, soy la meditabunda Senta, abundan en su pecaminoso comercio los enamo- que hilando capullos de algodón piensa al monó rados cursis y los muchachos currutacos. tono ron ron de su rueca en el incógnito marino Confieso que en muchas noches turbó mi sue- del Navio Fantasma. Mi hombre, el imaginado, ño la serafinesca imagen de aquel rapazuelo: to- el bienvenido, es de carne y hueso, no usa arma- mólo á lo serio, inconscientemente y sin com- dura de caballero andante ni lleva al dorso el man. prender su ridiculez; creí, en mi simplicidad, que dolin de los trovadores medioevales, viste levita los amoríos eran bello entretenimiento, y como las á la moderna, no inventa rondeles decadentes mujeres somos de nuestro frivolas y experimenta- ni le desvela el engrandecimiento de la patria ó mos siempre un vivo é irresistible interés por todo la dicha de la humanidad, es normal, robusto, aquello que halaga nuestros caprichos y vanida- ágil, amable; lo aguardo noches y días con una des, decidíme después de muchos temores ó infi- impaciencia creciente porque tengo miedo de nitos melindres, á creer que amaba al chiquitín. que llegue tarde. .'. . cuando las flores de mi ju- Prodiguóle sonrisas picarezcas cuando él hacía ventud se hayan secado sería muy triste! lo propio, hicele cabalísticas señales, correspon- diendo á las suyas, por más que de buena fé ig- No ha muchos años, cuando asistía al colegio norase lo que ellas pudieran significar, condeco- del Sagrado Corazón, noté que muchos joven- ré mi pecho con una flor estúpida que él me ofre- citos me observaban con miradas insolentes, y ció á hurtadillas y respondí á su plieguecillo con una vez, el más osado de la tropa, arrojó á mi otro plagado de disparates, lunares negros y fal- balcón una misiva garrapateada con la incorrec- tas de ortografía. Suponed una alondra borra- ción propia de los escolares que al escribir se chita de rocío y tendréis una completa idea de manchan los dedos con tinta y empuercan el mi estado de animo en aquellos días. Tenía ca- papel. torce años, y aunque parezca estupendo, es la Recuerdo que en aquella epístola, decía entre verdad monda y lironda, que conservaba invic- peores cosas, que yo era una necesidad para él, ta mi pureza. No tuve amigas íntimas en la es- que de mi antojo dependían su felicidad ó su des- cuela ni me persiguieron los erotismos y crue- mas... y tu papá ... imagínate qué pensa- les curiosidades que acompañan siempre á la rá si llega á saber lo que has hecho.. ..? crisis sexual de la edad púber. Tal vez por eso —¿Es acaso un crimen? mis coquetismos con el amador fueron sanos —¡Silencio! Cuando yo te haga un extraña- é inocentes, y sin rubores junté mi boca con la miento debes callarte y no replicar ni una pala- suya, y sin malicias permití que su mano pre- bra. ...! entiendes. ...? ni una palabra ! cozmente libertina profanara mi cuerpo en mo- Y se me echaba encima, levantando el índice mentos de infantil lujuria. ¡Era un pillo aquel de su derecha mano como si pugnase por me- fantoche! Mi noviazgo escandalizó á las profe- terlo en las fosas de mi nariz. soras, excitó envidias y rencores en mis condis- —Mañana mismo te confiesas.... ésta tarde cípulas, y entre la garzonía del plantel de varo- después del sermón hablaré con el padre Ala- nes más cercano, condensó una nube de odios triste y verás cómo las gasta! que se resolvió muy pronto en iracunda tempes- tad de puñetazos que sólo pudo aplacar un con- Pedí perdón, y convencida por entonces de cepto denigrante para mí. que el tan cacareado amor era una mala cosa, rae propuso no querer á nadie nunca. —Es coqueta! Terminado el superficial aprendizaje que mis Enterada mi madre, afianzóme de una oreja y maestras llamaron con singular enfatismo, bri- haciendo avinagradas gesticulaciones, preguntó: llante educación, inicióse en mi sér una violenta —¿Eso aprendes en el colegio? metamorfosis. Padecí insomnios, y cualquier ni- —No, mamá. ñería excitaba mis nervios provocándome intem- —¿Entonces porqué lo haces .... desvergon- pestivas explosiones de lágrimas ó de risa: afi- zada. ... me has visto á míen esas cosas?. ... te nóse mi sensibilidad haciendo vibrar mi orga- nismo á la más leve conmoción: el espejo me he dado mal ejemplo? causó pavuras, despertó en mi á otra mujer que —No, mamá. dormía soñando en no sé qué diabólicas epifa- —¡Qué vergüenza! una hija mía metida nías, me hizo amar los crepúsculos encandesci- en tales escándalos. . .. exponiéndose á que to- dos, las notas tremulantes de mi piano, los ver- dos la señalen con el dedo. ... nunca lo hubie- sos elegiacos, los niños rubios, las tardes gri- ra yo creído..... las monjas están apenadísi- ses y también las novelas.... ¡Los libros que leí arrancaron un acorde estridente á mi espíritu Fui á los teatros y tuve éxito. trastornado, cristalizaron un idealismo inefable, Al aparecer contra las exigencias del recato, robando á mi 'corazón esa nota sentimental y y en obediencia á las de la moda, con los brazos tierna que se pierde siempre en lo vago cón el y el seno desnudos, en el palco que por derecho primer suspiro, que al exhalarse, evoca el recuer- de abono pertenecía á mi familia, notaba que, in- do de un varón; el hombre brotó en mi mente continenti, una batería de gemelos me asestaba íntegro y triunfal, dueño y poseedor de todos los fuego graneado de miradas. sortilegios de Satán, fué el fantasma obsesor de Tras de aquellas máquinas agresoras veía crá- mis anémicas divagaciones, el objeto de mis pen- neos de todas clases y conformaciones: desde el samientos, la causa directa de mis goces y tais de mono cinocéfalo, hasta el ejemplar más per- torturas, mi confidente, mi enemigo y atormen- fecto de la raza caucásica: caprichosos peinados, tador cabelleras encrespadas, inicuas calvicies, riza- Me absorbía y me mistificaba: su voz vibraba das pelucas, orejas pollinezcas'y occipucios amar- ¿ mis oídos invitándome á pecar; lo olfateaba, filados y limpios como bolas de billar. ...! presa mi alma de una dolorosa y punzante vo- Al principio aquella curiosidad me mortificó, luptuosidad, hería de continuo mis sentidos para después fuéme indiferente, y por último, llegó á elevarlos y quintaesenciarlos hasta la última po- complacerme tanto, hasta recibir la observación tencia, estaba en el cielo, en la tierra y en todo de esos impertinentes que me desnudaban men- lugar. Cuando en casa, alguna señora mayor talmente, con la cínica imperturbabilidad de las pronunciaba palabras que yo no entendiese, ó bien beldades que están seguras de exhibir un pecho que entendiese demasiado, sentía el rubor que- auténtico y de morbideces', esculturales. mar mi rostro y cometía las más imperdonables Con irritante frecuencia llegaban á nuestro la- incorrecciones. Al suponer que un individuo del do caballeritos cursimente acicalados, que de to- sexo contrario pudiese ver el nacimiento de mi do hablaban, expectoraban más patochadas que cuello, la punta de mis choclos ó el arranque de un cura de aldea, y contra todas las convenien- mi brazo emergiendo entre la espuma de los en- cias, pretendían elogiar mi hermosura usando cajes, temblaba, acometida por una turbación símiles é hipérboles pedestres. Ese lado tonto y que no he podido saber aún si era producida desabrido de la vida social, me atormentaba, por la cólera, el miedo ó la alegría- llegó á serme odioso sobre toda ponderación, y nunca en los lugares públicos hice esfuerzo al- minación positiva y real, fueron algo semejante guno para disimular el hastío que me causaba. á nebulosas y fantasmagóricas clarividencias Los espectáculos jamás llegaron á entretenerme: En un invierno se anunció rumbosamente cier- las malas óperas me ponían muy nerviosa, los to gran sarao que en obsequio á sus amigos iban dramas adulterinos me producían dolores de ca á dar los esposos Valdivieso con motivo -de su beza y las zarzuelas pornográficas me daban retorno al país después de una excursión de pla- asco. cer por casi toda Europa. Infinitas veces, al subir al cabriolé dijo mi ma- Cuando en México, en esa feria de lo cursi dre muy colérica: que los cronistas domingueros han dado en la —Estás insoportable; dijérase que eres una flor de llamar sociedad de gran tono, es anuncia- pequeña salvaje ó has nacido en Java.... de- da una reunión de tal naturaleza, pierde su tran- cididamente te empeñas en mortificar á todos y quilidad de boa repleta toda esa burguesía que en poner á tus padres en ridículo. á sí propia y sólo porque ha acumulado unas cuantas talegas, se intitula pomposamente aris- Al llegar al hogar, pretextando fatiga, me en- tocracia. cerraba en la alcoba y gemía mucho. Entonces, Y por cierto que es muy cómica la minúscu- el augusto silencio de la noche era rasguñado la agrupación que aspira á conservar intactos por la voz agria de miss Collins que, caladas las los ideales y preceptos nobiliarios que tan por gafas, leía al poeta de Putney-Hill. abajo andan en esta tierra: las poquísimas fami- Mis tristezas se desvanecían como por encan- lias que ostentan títulos y de nobles hacen bla- to al escuchar á la buena inglesa en cuya alma són y alarde, han permitido de buena voluntad simple no se efectuaron nunca las tormentas que y sin manifestar rebelión alguna, que sean inju- en tantas vigilias torturaron la mía. riados sus gules y motes por las botas ensan- Varios idilios de amor que vi en los melodra- grentadas de los bandidos de la República. mas y operetas á que tan de mala gana concu- El señor Valdivieso era respetado por todos: rría me hicieron pensar muy seriamente en el alternaba con personas de viso, debido única- ceguezuelo: las ideas que por aquella época me mente á los millones que había amontonado en sugirió el ocioso querubín fueron incoloras, abs- el comercio de animales inmundos, á sus conce- tractas y anodinas casi, carecían de una deter- siones ferrocarrileras y á sus minas de cinabrio. Confieso que al notificarme mi mamá que elegancia: formábalo vaporosa falda de crespón habia sido particularmente invitada á la fiesta, blanco adornada con punto de Alenyon, y un no me hizo la nueva ni tantita gracia. En mi corpiño muy corto guarnecido de encajes: la sentir, el baile es sólo un pretexto para que los peinadora me presentó varios modelos, más o hombres falten al respeto debido á las señoras: al menos complicados y vistosos: yo preferí á to- compás de la música debemos consentir que el dos el prerafaelista: no consentí en que coloca- compañero zarandee á su antojo, nuestro cuer- sen adornos en mis brazos, y por complacen- po, enseñar de él más de lo permitido por la de- cia, y sólo á las tenaces instancias de Miss Jenny, cencia, dejarnos estrechar el talle y la mano, llevé un hilo de perlas brunas, ajustado cuida- exhibir nuestras carnes con natural ó aparente dosamente al cuello. Mi madre declaró que el coquetería, enlazarnos en libidinoso abrazo para tocado era elegantísimo, y mi buen papá, des- beber el aliento del valsador, que muchas veces pués de prender una crisantema en mi seno, pes- no es agradable; tolerar que aproxime su rostro có al vuelo una de mis manos, exclamando en- al nuestro hasta molestarlo con la barba, y por tusiasmado: último, escuchar los consabidos juramentos de un galanteador grosero; porque todas esas ho- —¡Estás muy linda! milías que cantan los hombres entre los brincos Después de cubrirnos cuidadosamente con los del vals, son la directa ó inminente consecuen- abrigos subimos al carruaje, que echó á correr cia del coñac libado ó el fruto de alguna excita- rumbo á la morada de los Valdivieso. ción bestial. Yo iba triste, profundamente triste, como si me condujeran al patíbulo; repantigada en un El baile ha degenerado tanto y se ha prosti- rincón veía las calles embargada por una sa- tuido de tal modo, que hoy, como en los tiempos brosa taciturnidad; todo me conmovía: los gote- de Mesalina, se hace necesario un Claudio que rones que caían sobre el piso artificial, man- mande degollar á los bailantes. chándolo, los transeúntes que desfilaban á paso Yo creo firmemente que toda hembra á quien tardo ó veloz, el haraposo voceador de perió- deleita esa farsa, en la que resulta defraudado dicos, la muchacha prostituida, el castañero que nuestro sexo, se estima en muy poco, ó es muy arrebujado en su manta pregonaba con caverno- fea, ó muy tonta, ó muy coqueta. sa voz la mercancía, el disco de luz verde esme- Mi traje fué confeccionado con sobriedad y ralda ó de un rojo brutal que reberberaba en los escaparates de la farmacia, la mano gigantesca Duvernard; militares sin cruces y generalotes que salía de la puerta del guantero, proyectan- abrumados por ellas, viejos negociantes y polí- do su sombra colosal sobre el asfalto, las letras ticos hipócritas, banqueros alemanes, contratis- doradas de una tienda de lencería ó las vitrinas tas ingleses, .poetas, novelistas, tribunos, gomo- de colores de la cantina yankee.... sos.... y académicos! La avenida del barrio nuevo donde habitaban Decididamente los señores Valdivieso sabían nuestros invitadores, se hallaba totalmente ocu- hacer las cosas bien. pada por coches y curiosos. Allí se encontraban amalgamados y sin que Como la noche era obscura, las siluetas ne- resultara de mal tono la mezcolanza, los elemen- gras é informes de los vehículos simulaban com- tos más disímbolos: el pensante, el holgante, el pacto ejército de cocuyos, visto á través de una especulante y el peleante. lente de mil diámetros, pues los encendidos faro- Me mareaba tanta gente! les imitaban perfectamente las fosforescentes pu- pilas de esos animales ... Separóse mi padre de nuestro lado y fuóse á compartir, discutiendo el tipo de cambio ó las En los salones causó mi presencia un movi- políticas de la Sublinie Puerta, con unos ancia- miento de asombro. nos de barbas proféticas, modales teatrales y Un joven de aspecto enfermizo y con fisono- testas emplastecidas por tinturas y tricóferos. mía de caballo corredor, que hablaba con un Mi madre me condujo al lado de la dueña de vejete amojamado y cubierto de condecoracio- la casa, haciendo mi presentación con solemnes nes, al verme, dijo á su amigo con entusiasmo: mímicas y exageradas cortesanías. —

cia, yo ya estaba tan convencida como ella y la sidad de los lectores no podrá quedar boy satis que después de haberme odiado, fué mi amiga fecha, pues el virtuoso varón que me facilitó los más amada. papeles que indiscretamente lancé á la publici- ' Al albear se'levantó la arengadora, y seña- dad, abondonó no ha muchos días la vida terre- lando el horizonte, alumbrado tenuemente por el na, quedando sus infolios y valiosos manuscritos primer albor solar, se dirigió á la puerta: en manos de cleriguillos simoniacos é incapaces —En marcha. de preocuparse por crónicas mundanas. Las tres, tomadas de las manos, echamos á ca minar sin rumbo ni derrota, porque Íbamos ha- cia el porvenir, á un mundo nuevo y preñado de esperanzas, para predicar el verbo futuro, y si preciso fuese, si las persecuciones y las injusti- cias nos orillaban á ello, á azuzar á la gleva á una lucha formidable, á una pelea rabiosa, que alumbrarían siniestramente las explosiones de las bombas que, acompañadas de las blasfe- mias de los dinamiteros, se elevarían como un gran grito estertoroso y trágico, sobre los escom- bros de una sociedad destruida por los furores del oprimido.

Entiendo que la historia de Benedicta no de- be, propiamente, terminar aquí. Creo que la novela interesante de ese espíritu tan sensitivo y superior, comienza á iniciarse en el punto en que fina la relación que he publi- cado. Pero, por una deplorable desgracia, la curio- EL VIEJO ERROR.

A JOSÉ JUAN TABLADA.

Cuando conocimos á Pedro de Guevara, era an mozo bastante agradable, muy social y de un regular talento. Nunca al frecuentar su trato llegamos á ima- ginar el fin trágico que á su vida estaba reser- vado en venideros días. Se hacía simpático, porque las prendas que le adornaban, si bien vulgares, se destacaban muy superiormente en el medio despreciable en que ellas gravitaban. Tenía modestia natural, y no se consideraba necesario porque sabía perfectamente que la vi- da de la criatura nunca llega á pesar una drac- ma en los destinos universales. Desde que aprendió en la escuela la fábula del elefante y la hormiga, arraigó en su mente la convicción inquebrantable de que nadie es su- perior á nadie, y nunca pretendió imponerse á los demás ni por la fuerza, ni por la inteligen- las viejas como niñas y á las niñas como viejas. cia, ni por el valor, ni por la virtud, sosteniendo, Cuando estaba pobre descendía rápidamente con muy moderadas razones, que un coloso pue- el termómetro de sus entusiasmos, y como sus de tropezar con un gigante, un erudito con un idealidades ó ambiciones eran susceptibles de sabio, un valeroso con un temerario y un virtuo- maravillosa elasticidad, contentábase con triun- so con otro, que lo sea infinitamente más. fos fáciles, porque como es de suponer por lo Encontraba siempre el principio de lo relativo ya dicho, era de esos feroces razonadores que vinculando las más opuestas divergencias de las prefieren algo á nada, y una victoria sin lauros cosas: no admiraba nada á fuerza de juzgarlo á un desastre con ellos. admirable todo: anonadábanle por igual mane- El dinero hacia las grandes metamorfosis en ra las grandezas cósmicas como las insignifican- sus costumbres. cias terrenas. Era altruista sólo por bondad, sin Cuando frotaba en sus manos un buen puñado beatitud, practicaba el bien ocultamente, pro- de metal acuñado, acicalábase cuidadosamente, curando no alcanzar fama de hombre bueno, res- hablaba recio, ensayaba grotescas posturas an- petaba todos los dogmas religiosos, porque en te el espejo y corría por las calles monologando su aparente ateísmo había un credo en el que se alegremente: interesaban todas las sectas, creía que morir es —Puedo gastar, luego soy rico, veinticuatro ho- tan natural como nacer, buscar la muerte sin ras, diez, dos ó una, no importa eso, mañana ama- obedecer á un impulso superior á ella le parecía neceré sin un centavo, pero hoy no soy inferior ridículo y tonto, esperarla impasible, sin despre- á ningún potentado: iré al baile de máscaras, co cio ni temor, lo creía soberbio. meré una langosta en la fonda de Recamier ó el Siendo displicente y áspero (sin trasponer las café de París, luego me dejaré arrastrar por fronteras de las buenas formas) le querían bien cualquier coche de alquiler, haciéndome la ilu- las mujeres, quizá porque su atrevimiento en las sión de que es un regio cupé Dorsay con asiento lides del corazón estaba siempre en sabia armo- trasero é inmóviles lacayos.... aprovecharé mi nía con el peso de sus bolsillos; poseyendo oro tiempo. arriesgábase á las más peligrosas empresas, asal- Y aquel desdichado, que vivía de un empleiílo taba con impasibilidad heróica fortalezas inex- de segundo orden, almorzaba en el restaurant pugnables, y vencía frecuentemente, tratando á más elegante, bebía champagne, jugaba, y apa- recia en una butaca de la ópera con la majestad español y se nos van cargados de libras esterli- de un secretario de embajada. nas En aquellas crisis, no era extraño que el Pe- Abundaron bromas ultrajantes, hubo epigra- dro de Guevara que visteis ayer repantigado en mas sangrientos aguzados por la envidia, la dig- el landó, sonriendo con opulenta estupidez al nidad del mancebo quedó como no murmuraran lado de una belleza difícil, fuera el mismo que dueñas, y en cuanto á la que le aceptó, era una en la noche trepaba las empinadas escalerillas pazguata que ni el manicomio merecía. que conducen á las galerías del teatro por ho- Loulie Parkes amaba á Pedro de Guevara? ras, para oír maullar á la Soler, acompañado de la obrerilla pispireta, ni más ni menos que un He ahí un problema. hortera de ínfima calaña Porque sir John Gordon Parkes, á pesar de sus narices y de sus bíceps robustecidos en todos En sociedad era muy distinguido. los sports usuales en su poderosa isla, se había Nunca se manifestó refractario ni entusiasta á casado en Xápoles con una milanesa algo vieja, la coyunda matrimonial, y cuando algún cama- que en sus mejores días había hecho las delicias rada de las primeras calaveradas le anunciaba y las aventuras donjuanescas del teatro de la su matrimonio, se contentaba con desearle, con Scala. la mejor buena fe del mundo, paz octaviana y Fruto de aquel ayuntamiento fué la blonda numerosa y masculina sucesión. Loulie. Eso no obstante, el día en que se despidió de Lo cual quiere decir que por sus venas co- la goma, anunciando en preciosas esquelas su rrían mezcladas, en iguales partes, la sangre la- enlace con la señorita Loulie Parkes, los viejos tina y la sajona. compinches se escandalizaron. Nosotros creemos que la solterita amaba á su ¿Por qué? adorador, porque sin vacilación alguna, al ser Simplemente porque Pedro de Guevara, á pe- solicitada, le ofreció su linda mano, suponemos sar de lo ampuloso de su apellido, era pobre, po- también que le quería á su modo, todo lo que es- bre como un sopista, y su futura compañera la timarle podría una beldad que en el piano era hija de un millonario, de uno de esos ingleses de una potencia, en la mesa un trapista, en la calle narices coloradas, guantes amarillos y bastones un figurín y en la vida doméstica una plaga más horribles, que nos llegan á México triturando el terrible que las que al Egipto asolaron. El joven poseía virtudes de buena cepa, era torcedor sempiterno de las señoritas ricas, cuya caballeroso y leal, pero esas prendas, que hubie- principal ocupación consiste en no tener ningu- sen constituido el ideal de una mujer de talento, na no fueron ni con mucho el talismán que sedujo á Al obscurecer de un ventoso día de Febrero, la heredera. Loulie, recargando sus elegantes brazos en la ba- Pedro agradó á Loulie porque anudaba la ma- randa del balcón, ensimismábase en una de esas riposa de su corbata con elegancia incomparable, meditaciones que frecuentemente se acoplan á la porque había observado ella en su manera de limitada imaginación de las hembras de su porte. vestir, una originalidad sobria y distinguida, y No veía el astro rubio fundiendo sus postreras también porque sabía de muchas fuentes verídi- lumbres en un crespón de nubes, que colorándo- cas que Coblentz le proveía de guantes, que en se en todas las tintas se disolvían en suavísimas los talleres de Chaveau confeccionaban sus le- esfumaciones sobre el fondo violáceo del espa- vitones y que muchas mujeres de la vida alegre cio, ni los primeros parpadeos de Aldebarán y el y de la triste se pirraban por él. Serpentario, ni las hojas del jardín doradas por Eso es simple y ridículo si se quiere, pero.... los últimos pincelazos de la luz, ni el espejo en- á quién echar la culpa de que las más reñidas sangrentado de la fuente ó los pájaros que mur- batallas de amor las ganen frecuentemente un murando se acurrucaban en los nidos. bigote, una sortija, un sastre y un peluquero,....? Pensaba que la vida aristocrática es chocante Referimos un caso vulgar. en un país donde la palabra aristocracia carece Loulie Parkes merece muy grandes indulgen- de etimología, que algunas veces escasean los cias porque no es Lucrecia ni Cornelia, ni Arte- placeres y no hay saraos ni campestres carava- misa, sino una mujer del día que permite á la nas, ni siquiera una hecatombe ferrocarrilera que moda ensayar en su cuerpo las mayores extra- sirva de pretexto á una fiesta de caridad, en la vagancias, tiene abono en frontones, hipódromos que á nombre de los desvalidos se pueda reír un y teatros, caballos ingleses en la cuadra, crisan- poco, exhibiendo el último vestido. themos en el invernáculo, admiradores en el es- Buscó el diario noticiero, esperando un minu- trado y una gran dosis de fastidio en el alma, el to de distracción, y nada! ni una croniquilla es- hastío enervante de las ñiflas frivolas, el engen- candalosa velando en las' iniciales nombres co- drador de la clorosis y los noviazgos insípidos, el nocidos, ni un lance de honor entre hombres que nunca tuvieron honra, ni una rifia á tiros en la El no dijo nada; buscando un mueble bajo, to- Maison Dorée ó el Peñón Turf Exchange, nada! mó con las puntas de los dedos las de su redin- ni siquiera un sátiro que estupre á una niña de got, metiólas entre sus piernas que á la vez cru- nueve años ó un mamón de veinte meses que ase- zaba de tal modo que descubriesen la media, y sine á sus papás.... modulando la voz como un comediante, habló Loulie Parkes se exasperaba, cerraba los pu- tres palabras de arte, cuatro sílabas de política ños, poseída de una rabieta muy cómica, y como y unas cuantas interjecciones admirativas de to- el tirano deseaba que Roma tuviese una sóla ca- ros ó pelotas. beza para cortarla, ella quisiera que el mundo Loulie Parkes, sugestionada por la discreción fuera el ramillete prendido á su seno palpitante, de su visitante, ó asaltada por súbito capricho, ah! entonces lo desmoronaría en los dedos como que eso á punto fijo no lo sabemos, dirigió la plá- á esas pobres rosas que en su arrebato desho- tica, con habilidad femenina, á un terreno que jaba. acabó por colocar al joven á sus pies, jurándo- Entr$ Pedro de Guevara esmirriado, zanca- la amor como uu mentecato. jeando, bastón de caña en la cubierta mano, mo- Ese fué el origen de la proyectada unión. nóculo en el ojo, y pomada hasta chorrear, en El casamiento estuvo fastuoso: celebróse en un la cabeza prematuramente calva y ornada ya templo elegante y fué un derrochamiento de lujo, de argénteas hebras: muy distinguido. un certamen de hermosuras y tocados, una ver- dadera feria de las vanidades.... La damisela lo consideró un instante: soberbio: decididamente era un tipo: bonitas patillas, la Acabada la ceremonia, los novios, después de levita irreprochable, espejeante el disco adherida ofrecer una flor de azahar ás us amigos íntimos á la cuenca de sú izquierda pupila, aplanchada y oír las felicitaciones de ordenanza, subieron dichosos al carruaje que esperaba en el atrio de y bombacho el pantalón, insinuante la sonrisa, la iglesia. no tenía remedio, ese caballerito valía más que Condújolos el vehículo á una estación ferroca- los otros que ella conocía. rrilera. Loulie Parkes estaba elegre. Trasladáronse al instante al Pullman Car. Y para halagar á su amigo tradujo una frase Sonó un pitazo disuelto en cauda de humo, y él muy inglesa: —Está usted muy Brumrael caballo del siglo echó á correr. Un tren que se va, parece un pájaro que vue- Los esposos escondían bajo el velo de las más la; huye rápido como zaeta que lanzó el arco de alambicadas ceremonias un odio mutuo ó inten- hábil tirador, deja en el aire una estela blanque- so, enconado y cruel, cobarde y brutal, artero y cina avanza mucho, hace gemir las paralelas en- vil, comprendían que al juntarse hablan cometi- corvadas destacándose ante el ojo del observador do una equivocación que había de pesarles todo lo mismo que una gran pipa humeante, luego, el tiempo que la vida les durase. Loulie aborre- empequeñece gradualmente, hasta quedar redu- cía á Pedro porque instintivamente adivinó la cido á un punto negro y desaparecer en los tra- gran superioridad moral que sobre ella tenía; él, montanos horizontes.... por su parte, la encontraba demasiado rica, re- Cuando regresaron los desposados nadie los co- conocía que, al casarse, hizo la más sangrienta nocía. y cóbarde inmolación de su libertad, que la dote Loulie gastaba un lujo de princesa rusa, suh er- que ella aportó á la sociedad conyugal era un mosura hubiera causado envidias á las amadria- título, una fuerza, una pragmática de que usaría das; todos admiraban la ventura de Pedro, ese para imponerle sus antojos, obligándole por la dichoso que era poseedor legitimo de una mujer violencia á transigir con hábitos que él detes- admirable, dueño legítimo de qna fortuna fabulo- taba. sa y padre legítimo de un niño como un queru- ¡Pobre incauto! bín: decididamente tenía buena fortuna! Al cambiar de vida, al trocar su pobreza ale- Y sin embargo, la aparente felicidad del ma- gre y su buhardilla de soltero por una riqueza trimonio era como el telón que discretamente metafísica y unas comodidades burguesas, soñó ocultaba el escenario donde iba á representar- con las dulzuras del hogar, los amores castos de se muy pronto una tragedia que daría pasto á la la esposa y los besos de los hijos, y tenía un pe- murmuración social. queñuelo que su mujer no amamantaba por mie- Su ventura era sólo una urdimbre de aparien- do de perder la belleza, un niño que enfermaba cias. en brazos de las niñeras y seguramente mori- Estaba triste y arrepentido de aquella locura ria, mientras la madre pensaba en futilezas y que en un instante de ireflexión aherrojó su exis- apasionada del boato y ostentaciones triviales, tencia á una voluntad robustecida con los dere- derrochaba dinero á manos llenas, abriendo una chos insolentes del que paga. brecha irreparable al capital! Apareció muy luego la pobreza, y tras de ella ees embadurnadas de rojo y hocico contraído por la miseria disimulada de las grandes casas. Pedro un gesto de payaso. de Guevara, sonreía indefiniblemente ante el nau- Dos meses después.... fragio de los tesoros que había codiciado sin go- Pedro de Guevara apareció muerto en un cuar- zar jamás, y lloraba con inmensa amargura, pen- to de hotel. sando en su honra escarnecida, su verdadera rui- Tenía el cráneo perforado por un balazo apli- na, la de los sentimientos y la dignidad, que es cado á la sien izquierda. mucho más triste y dolorosa que la del dinero ! En sus brazos, rígidos ya, estrechaba convul- Un pinche de sus cocinas, un alcahuete despre- sivamente al polichinela de jorobas pectorales, ciable, se lo dijo todo en un momento de embria- narices embadurnadas de rojo y hocico contraído guez alcohólica: Loulie tenía un amante. por un gesto de payaso... Hubo un proceso de divorcio que divirtió por espacio de dos semanas á una sociedad ávida de emociones de índole malsana, los litigantes pro- movieron por medio de sus apoderados jurídi- cos innúmeras y chocantes diligencias, y des- pués de muchos discursos ampulosos y protestas ridiculas, fallaron los Magistrados del Tribunal Superior á favor de la adúltera, quedando á su la- do, en virtud de esa resolución, el fruto único del atrabiliario matrimonio. El dolor del esposo fué muy grande. Se alejó de aquel hogar donde nunca fué feliz,

sin despedirse de su cónyuge ni besar siquiera MMSMM OE «USK» IB* al hijo á quien con locura amaba. tmsDxmmmmpm Como un recuerdo del pequeño, llevóse consi- "WFüNSO REYES" go un juguete que el niño estimaba en mucho: ">•«• WFS W0TF?ESFIEY, WS838 era un polichinela con jorobas pectorales, nari T

ESCRUTINIO. 4r A RUBÉN M. CAMPOS. María Elena descaperuzó graciosamente su ca- beza, y alisando las cenicientas volutas del pelo rubio, con el pie (digno de bailar pavanas en un salón del rey Luis al ritmo de los clavicordios) empujó la puerta que franqueaba el aposento de su prometido. Vencidas todas las dificultades, recabado el consentimiento paterno, tomados los dichos y con- feccionado en París todo su avío, no quedaban ya trabas que pudieran impedirle hacer una fur- tiva visita á la estancia de su bien amado En- rique. Estudiaba con. interés todo el bello desorden de aquel cuarto de soltero, veía los objetos allí amontonados con la intención investigadora de la mujer que por primera vez conoce una parte muy íntima de la existencia de un novio á quien se ha visto siempre con una aureola extraordina- ria. Adornaban los tapices, bocetos impresionis- tas, máscaras del Japón, armas antiguas y lorigas de la edad guerrera. Las revistas literarias y los Levantó con resolución la tapa, y cuando aún libros nuevos yacían abandonados sobre los coji- no estaba completamente repuesta del remordi- nes de la sillería, y sobre una gran piel de oso po- miento que esa violación causaba á su concien- lar extendida junto á un estante giratorio, don- cia de señorita cristiana y bien educada, se encon- de asomaba sus lomos de colores una moderna li- tró frente á un montón de papeles de colores y brería, dormitaba con indolencia, un gato blanco. olores diversos, cosas viejas, cintajos, mechones Sobre la carpeta china, que como manto exótico de cabello, desde el rubio mortecino de la inglesa cubría una pequeña mesa de trabajo, reposaba, hasta el negro azulado de la lujuriosa criolla: abierto al acaso, un volumen de Gabriel d'Anun- aquello era el archivo de los amores ya idos, la zio, al que servia de atril un busto de Palas mo- cripta depositaría de las momias de mil ideales delado en bronce. difuntos, la historia palpitante de ese joven dis- Flotaba en el aire, acre, penetrante, un tufillo tinguido á quien ella idolatraba sólo por su fama á hombre que inflamaba sensualmente las fosas de audaz y afortunado: tenia delante el libro bio- de la naricilla de la intrusa. gráfico de una vida gastada con aturdimiento en María Elena tenía miedo, la embargaba un te- las bacanalas más monstruosas, iba á conocer mor muy parecido al que debieron sentir las sa- hasta en sus detalles más baladíes la novela de binas en los fornidos brazos de sus robadores. las desgraciadas que ocuparon el tiempo de un Estaba sola, ahí, en la casa del que muy pron- relámpago aquel corazón tan versátil. to sería su amo, podía registrar los muebles é in- Ya desató un legajo y contempla burlona el miscuirse audazmente en todos los secretos de cerúleo listoncillo que en moño muy gracioso ató aquel calavera que la había enamorado con sus las cartas. . .. cayó un retrato.. .. qué risa.... extravagancias • una colegiala del Sagrado Corazón es muy De repente fijáronse sus pupilas en una llave fea ... tiene ojos de rata moribunda y trenzas cita introducida en la minúscula cerradura de de cáñamo cardado. ¡Cuantas soserías! Fué ese elegante arqueta laboreada con incrustaciones amorío un ensueño virginal, etéreo y con senti- de concha y pastorales estilo Watteau. mentalismos empapados en poesía lamartiniana, Instintivamente sus fuselados dedos acaricia- el primer despertamiento genésico en los tempe- ban aquel llavín que podía descubrir las intimi- ramentos sensitivos de una pareja adolescente, dades del que iba á poseerla para siempre. perfumado con bucólicas arcaicas el último plieguecillo está garrapateado incoherentemeíite, sin orgullo femenil, con humildad de siervas, las letras borradas lágrimas román- arrollándolo todo, indiferentes ante preocupacio- tica! nes y escrúpulos de costumbres, ajenas á pudores ¡Basta de niñerías, otra novia! y principios de recato. Las vehementísimas epís- Es un rico medallón de oro con cristal de roca; tolas de la inflamable cuitada, hablaban hasta el creyérase trabajado por David, tan bella así es fastidio de amor mal correspondido, infidelida- su manufactura; el artista pintó una soñadora de des y honra escarnecida, había desbordamientos veinte años, muy linda, con grandes ojos de his- de una sensibilidad muy cómica, súplicas ver- térica, negros é inmensos como las pesadumbres gonzosas, amenazas estrafalarias, elogios injus- de Luzbel: aquello era serio; el estilo de la ena tificados, y en los papeles de ruptura, todas las morada hacía suponer un temperamento impe- injurias de una despechada de cuarenta y cinco tuoso y decidido, juraba como en las novelas de años.... folletín, y con fiera rebelión, acusaba á sus pa- La otra era una cirquera: escribía en patois dres, á los viejos testarudos é insensatos que la de volatineros, rasguñaba pliegos y cartulinas hacían desgraciada oponiéndose contra viento y ocupándose de orgías, hacia cinico alarde de sus marea. ¡No tenían corazón! En las postreras pá- más inmundas desvergüenzas, defendía á sus ginas suplicaba, quejábase de los desdenes de su amigos con calor, y protestando ser una señora Enrique, imploraba perdón por una falta de la muy fina, pedía dinero, dinero. ... siempre di- que ella no era responsable, y casi borrosa, es- nero! tampaba una expresión sublime: le ayudaría á María Elena, que se había puesto de mal hu- trabajar. mor, no acabó de leer esa correspondencia por- Cuando María Elena llegó á la tercera olvida- que había pasajes de una crudeza ruborizante. da, desahogó la violenta cólera que sentía en Después de la saltimbanqui, una mundana. una explosión de risa: el bucle de cabellos que La joven busca afanosa el retrato. acompañaba á la consabida fotografía tenía mu- ¡Cuánta abominación! chas hebras de lino. ¡Una vieja! Era una de esas Es posible que llege á tan increíbles extremos pasiones ridiculas ó insensatas de las mujeres la impudicia? que mirando correr al galope la juventud ó la ¡Una mujer desnuda.. .. completamente des- hermosura, se entregan al primero que atrapan, nuda! ¡Muy hermosa; soberbios muslos, senos firmes, blemente.su venenoso aguijón en el hymen déla ancas atrevidas, cuello venusino, pies diminutos, flor que lividece y muere. perfil sereno.... opulenta cabellera! ¡Seguía el escrutinio! ¡Un montón de bagatelas: ligas, guantes, pa- Las hojas que agitaba el aire en la diestra de ñuelos, órdenes de embargo, papeletas de pres- la novia, estaban escritas con letra varonil, eran tamista y facturas de comerciantes: el placer vagas y no precisaban fechas, referian á discre- carnal comprado con la ruina.... billetes escri- tos rasgos una aventura terrible. El amigo leal, tos por las cuatro carillas qué dirán? un pobre hombre, incapaz de ser valiente, con- ¡Ab, no, no los leería, su curiosidad se acobar- vertido en la victima expiatoria de una gran vi- daba ante el cinismo de aquellas pornografías. ... leza: una virgen de alma pura que se pierde, el se quisieron?... .¡Imposible!. . . .el amor es una olvido de todos los deberes en uno de esos supre- radiación de luz, el vicio un antro.... un bes- mos ¡listantes en que se abate el ánimo de la per- tiario! seguida en lucha incesante; luego, el arrepen- ¡Aborrecible criatura! timiento tardío, lágrimas amargas, padecimien- Había más, una gazmoña! tos crueles.... las puertas de la cárcel que se Timideces de fanática, escrúpulos é inexplica- abren .... una tumba qne se cierra! bles vacilaciones, abandonos voluptuosos en las Aunque la intrusa tenía miedo, propúsose lle- capillas, coloquios junto al altar, manos que se gar hasta el fin, armada de una resolución que enlazan torturándose con las cuentas de un ro- tenía algo de feroz. sario, el diablo abrazado á la cruz.... Desdobló otro paquete. Todo un idilio romántico, con fiebres de lujuria Era el cuento vulgar que hace la cotidiana mística, palpitando en las pavorosas naves, la croniquilla en los periódicos que viven del escán- creyente conturbada en su fé por el fantasma dalo: una obrera amando á un señorito: la victi- del seductor, y por fin, Satanás oficiando en la ma indefensa que sucumbe, asechanzas del vicio misa de unas bodas negras, la hipocresía social por todas partes, un hijo espurio, y el mal, col- ensayando con la rispida fanfarria de sus bur- gando un ensangrentado trofeo en la panoplia las el trágico epitalamio de la caída; luego, el ol- de sus glorias: el infanticidio, (esa venganza de vido, el cansancio del libador de amores produ- las parias contra una preocupación que conculca ciendo ese inmortal hastío que clavará perdura- los derechos naturales) y como epilogo, el espec- táculó de una decepcionada que se revuelca con joven, llegado el día de sus esponsales y en ple- furor de víbora en las más infectas letrinas. na ceremonia nupcial, se negó rotundamente á La joven, arrebatada por verdadero furor, si- aceptar por esposo y compañero al calavera, cau- guió leyendo. sando su negativa el escándalo consiguiente y la ¡Había llegado al capitulo de las tragedias! ruidosa indignación de aquellas personas á quie- Una mujer de moda, el marido burlado, entre- nes interesaba el celebramiento y remate de la vistas en una casa de fama denigrante, un recién boda. nacido de paternidad disputada, la maledicencia voceando con sus cínicas trompas las vergüen- zas de una familia basta entonces respetada, anécdotas ridiculas, riñas, intrigas de culpables, una imprevista sorpresa, el amante fugándose por el balcón como casi todos los ladrones de honras, la espada de Astrea que escarba el es- tercolero, buscando constancias para sobreseer en un proceso de adulterio, después el delito so- cial, un lance y un cadáver sobre el mármol san- guinolento del anfiteatro: el del marido. María Elena retrocedió horrorizada ante las infamias consignadas en aquel catálogo galante que por sus concupiscencias era digno de los co- mentos de un Brantome. Sin poder analizar con precisión las causas, sentia un inmensa piedad hacia la gran legión de mujeres infamadas é irredentes en cuyos co- razones parece que se han coagulado, converti- das en dolor, todas las maldiciones que pesan so- bre el llamado sexo hermoso....! Esa y no otra fué la causa por que la sensible ¿nomo ter^y

Dos CARTAS.

A FRANCISCO M. DE OLAGUIBRI..

Querida Adela: Llegué, por fin, á esta metrópoli, que en el re- tirado cortijo imagi dábamos sería una ciudad en- cantadora. Lamentable desencanto! Calles sucias, casucas enmohecidas, vetustas barriadas, todas las iglesias construidas en la época virreinal elevando á lo azul sus cruces, parques que exhiben una cultura infantil, pocas diversiones, mujeres bonitas y feas, lujo chillón, y sobre todo, apariencias, apariencias, aparien- cias! Un capricho del físico, el tierno amor de mi padre, ese honrado palurdo enriquecido en las faenas rurales, el insaciable deseo do ostentar la riqueza que consume á mi querida mamá, y mi clorosis, mi enfermedad amarilla, fueron los ele- mentos que, robusteciéndose día á día, acabaron por empaquetarnos como sacos de bagaje en el compartimiento de un tren Pullman, la cual má- tal de mi balcón, sobre el buró la tacita china quina, después de estropear nuestros cuerpos bo- que humea haciendo valsar las diablerías del té nitamente, acabó por arrojarlos á la ciudad co- azul. ...! mo cualquiera carga inútil. La fiebre empieza! Principiaron muy luego las exigencias de la Me embriaga de néctar, envuelve en una nube vida culta. de luminosas partículas mis confusos pensamien- Visitar á la modista, oír malas óperas aunque tos y con sus dedos pálidos me ofrece la copa del se desmaye una de sueño ó sienta en los palcos rey Tulé.... Los endriagos del biombo se mue- mal ventilados, que las neumonías le persiguen ven, abren sus dentadas bocazas de caimán, aba- azuzadas por la muerte, relacionarse lo más ín- nicando las aletas de pescado, los ibis plateados, timamente posible con la aparatosa aristocracia bostezan, agitan las alas extendidas y vuelan en del dinero, que es como soportar en pleno rostro bandada, dibujando pesadillas japonesas sobre las coces del asno de oro....! Las carreras, ba- el fondo sedeño donde los bordó la manecita ic- jo un cielo tórrido, el ciclismo, el esport británi- térica de alguna mu$me con oblicuos ojuelos y co, la kermese ó la corrida de toros á beneficio enanos piececillos.... de algún hospital ó casa de asilo, porque, según ¡Todo, adquiriendo extraña vida entre las azu- es costumbre y uso, para que los ricos nos apia- ladas nébulas de un vapor etéreo y odorífero co- demos de los pobres, es necesario, antes, diver- mo humo de terebinto cribado á través de ingrá- tirnos un poquito á su costa....! vido cendal....! Aturdirse mucho, ahorcar los hábitos sencillos ¡Despierto horror! he ocultado el ter- del pueblo por los histriónicos melindres del buen mómetro entre las sábanas y la columna mercu- tono, alambicar el idioma de allende las monta- rial marca una cifra que me aterra. ñas, para confeccionar, aquende, en el salón, un Sacuden mi cuerpo nerviosas convulsiones, me chiste sin chiste que celebre, arqueando su espi- siento cobarde y un terror pánico se apodera de nazo, un majadero; imitar los híbridos gustos de mi ánimo, obligándome á gritar.... estas mexicanitas murmuradoras, aprender todo Llega el galeno, formula lacónicas preguntas, un centenar de palabras exóticas, sólo porque subleva mi pudor con sus groseras auscultacio- están en moda, y después, calentura, habitación nes, escribe cuatro líneas en latín bárbaro, y ha- abrigada, el catarro arañando impaciente el cris- ciendo serviles caravanas se larga á su casa...! 136 137

Después, dieta, reposo absoluto, persianillas montando la muralla montuosa que columbro en entornadas, obediencia pasiva, y tisanas, y pil- los amaneceres, está un jardincito do florean en doras, y caldos desabridos, y mil y mil prescrip- Octubre los naranjos, un perro cariñoso, un abue- ciones inquisitoriales. lito que sabe muchos cuentos, y dos millas más Yo creo que la dicha, si existe, estará en el al norte, atravesando el bosquecillo de magno- lugar donde no haya médicos; críspanseme los lias, salvando los setos de dos ó tres plantacio- nervios al pensar que desde pequeñuela los he nes, en una parcela donde hay mucho bienestar visto á mi cabecera, mudos, feos como vestiglos, y muchas vacas.... mi novio!.... un hermoso lívidos, ceremoniosos, vestidos de negro, animan- mocetón, con musculaturas de Hércules Farne- do sus torvas fisonomías una sonrisita de verdu- sio, un muchacliote fuerte, sencillo, bravo y no- go, ordenando impasibles las maniobras de un ble como un león, que me adora con fanatismo, regimiento de redomas con venenos y membre- y no politiquea, ni se agorzoma en huelgas, ni se tes de farmacia. le da un ardite que el progreso avance ó que re- viente el mundo.... el globulillo! Son los ugieres de la tumba; su palabra, antó- jáseme el anatena de una esfinge ensangrentada, Adela, hermana mía, yo siento la nostalgia en las arrugas de la frente llevan grabado el je- del terruño, mi corazón se encoge, se acalambra roglifico indescifrable del extramundo, imagino y muere, es extranjero en la ciudad, me daña el que serán secuaces de los trasgos y las brujas, aire fétido que se respira aquí.. .. Necesito unir- que vivirán en lóbregas cavernas alumbrados me de nuevo á los míos, emborracharme de sol, por carbunclos, fabricando filtros y encantadas de flores, de cielo y de amor, en esas noches de panaceas para lastimar las llagas del cuerpo con mi pueblo, pálidas, místicas, cuando la luna pa- el cauterio del dolor material, como si las almas rece una hostia perdida en el palio fúnebre del al hacer su fatal connubio con la carne no apor- infinito, y el viento suena á plegaria, y las coro- taran á esa sociedad de bancarrotas una porción las exhalan perfumes de incienso. . . . incalculable de amarguras.... No paedo, no, no logro olvidar tus confidencias Llevo ocho días de encierro, taciturna, aisla- en el banco musgoso de la ermita, ni á Pablo, ni da de la agitación exterior, contemplando tras á Juan, nuestros zagales en aquel idilio pastoril, los visillos la puesta del sol en las parduscas nu- que trepaban á los fresnos arrancando nidos de blazones, pensando, en que allá, muy lejos, tra- gorriones ó bajaban á las cimas de las tórrente- lo ras para obsequiarnos después el ramillete de rimento la necesidad de algún consuelo, siquier enfermizas trinitarias. sea el ganado por la compasión. Recuerdo al señor cura, con sus caireles de la- Segura estoy de que al saber cuán amarga ha na cardada, y el rostro, beatífico, arzobispal, á sido la expiación de mi delito, lo disculparás, lo Rossini, tocando su stradivarius con ferocidad apiadándote después de mi. de energúmeno, allá, en el salón desmantelado, ¡Qué quieres!.... somos muy cobardes las mu- donde cabeceaba mi padre con la Biblia entre las jeres, la frivolidad y la ingratitud son las cau- piernas, rehilaba su ronquido el gato negro y no- sas que primordialmente integran nuestra mane- sotras reíamos á hurtadillas aprovechando las ra de ser, he sido débil, y he sucumbido, como pausas de semifusa del desventurado filarmónico. una, como muchas. ... como todas!.... Arrasa- Y todo lo ha cambiado un viaje en ferrocarril! ron mi sér las llamaradas de ardorosa hoguera, Veinte horas! llegó con rachas de tormenta un desastre de Malditas locomotoras! ideales, y hoy, sobre las cenizas de aquella ex- Dile á Pablo, que su imagen es como una lu- tinta lumbre, subsiste sólo la memoria de mi en- minosa epifanía que esplende en mis vigilias, sueño, identificada en un remordimiento que tie- magnífica y serena, que su recuerdo perfuma mi ne horribilidades espantosas... . ¡Cuántos días alma y la ennoblece, que le rezo mucho á la San- bellos huyeron apagando en su crepúsculo una ta Virgen, rogándole en mis oraciones, que me claridad del alma, un cariño tierno, una ilusión ame siempre y sea muy bueno, que lo quiero tan- sencilla y exenta de impurezas....! to, tanto, tanto, como el día en que sin saberlo Confieso mis culpas: he sido mala y perjura, nos besamos. hundí en la desesperación á Pablo y entregué mi cuerpo y mi destino á un hombre malo.... Carlota. Pero el castigo ha sido cruel! • Tras la jubilosa ceremonia de mis bodas siguió una noche de abandono, una velada de la ena- morada de vestido blanco que aguarda temblo- Adela mia. rosa al gallardo prometido.... Te escribo, avergonzada y deseosa de aplacar Las horas nupciales transcurrieron en vela, tu enojo, porque en mis acerbas aflicciones expe- cayendo en la clépsidra del tiempo, sin llevarse una palabra tierna, el estremecimiento de una —Si, si puedo!.... caricia ó el rubor de un beso de dos novios que Quería verme librada de su presencia. están solos.... Dióme una pluma mojada en tinta, y con mis Luego.... dedos trémulos estampé en el papel timbrado ¡La aurora: chorros de sol tamizándose en pol- un garabatito que robaba á mi Mauricia su for- villo de topacio por las cortinas holandesas del tuna balcón, las golondrinas comadreando en los alam- Después, las alhajas, luego los muebles, por bres del teléfono, y por el hemisferio celeste es último, abandonar la casa invadida por los acree- maltado en lapislázuli, flotando albeantes y mul- dores y vegetar en infecto tugurio como unos mi- tiformes nubes, jirones de la túnica de Urania que serables. el viento desgarraba.... Este Arsenio, tiene todos los vicios sin ningu- ¡Las siete.... llegó mi marido!.... dejóse caer no de sus refinamientos. en un diván! habló balbuceando! be Esa palidez amarfilada de su rostro, que tanto sos!.... abrazos! .... caricias!.... creí que iba me enamoró, es la agobiante fatiga de las crá- á pedirme perdón!.... pero no! habló de la pulas y los desvelos; la aureola violácea que her- dote! mosea sus pupilas, es el insomnio causado por el Pasados diez meses representóse en mi hogar remordimiento de mi abandono; la sonrisa escép- una escena semejante: creí morirme, y en mi ago- tica que de tan interesante modo arruga las co- nía sentía un indecible placer: mi hijita nació ru- misuras de sus desdeñosos labios, es el despecho bia, con mis cabellos de fuego que tantos madri- del jugador sin fortuna. ...! gales suyos conquistaron.... lo esperaba impa cíente, y á la madrugada, muy tarde ya, entró Arrastra una existencia estúpida y funambu- de puntillas á mi alcoba, acercóse al lecho, besó lesca; he sorprendido en los bolsillos de sus ro- con frialdad á la recién nacida, y sobando mis pas, pliegos de acre perfume, garrapateados, de manos con las suyas temblorosas, preguntóme: mala ortografía, con ese estilo agrio é incul- to de las mujeres perdidas; he visto retratos, y —Puedes íirniar? facturas de un diamantista, y programas de or- ¡Oh, mi Dios por qué no quedé yo muerta giásticos banquetes....! en ese instante?. .... Soy muy desgraciada. . ..! —Puedes firmar?. Mi niña está muy pálida, enflaquece y sus ojos van adquiriendo una opacidad de vidrio empa- ñado que me hace temblar porque pienso que su vida se acaba lentamente. • Habla el doctor de una vieja y fatal enferme- dad, de herencias y atavismos que su ciencia no puede combatir, y receta cosas muy raras.... muy rara»! Adiós, querida Adela, no te escribo más por- LA MUERTA. que el llanto me lo impide.... No me hables de Pablo, ni á él le mientes mi A BERNARDO COURO CASTILLO. nombre .... perdóname tú, y quiéreme mucho, porque ahora más que nunca rae hace falta tu El hijo del sepulturero había vegetado siem carino.... creo que si ese afecto, donde quiero pre entre fosas y ataúdes. refugiarme, me fuese infiel.... morirla! Cuando niño, acostumbraba jugar con los crá- neos de los muertos que desenterraban las hienas, Carlota. y eran después devorados por los canes ham- brientos y los pájaros de rapiña. Nunca había oído más música que el susurrar de Jas cordilleras, el bramido de las olas que rompían sus flancos en las rocas del litoral, el grito de los buhos que en las noches de invierno bordoneaban fúnebres melopeas en las huesas de los pescadores á quienes el mar no había en- gullido, y el gemir de los cipreses cuyos troncos crujían al erguirse, resistiendo el empuje del ai- re que continuamente embestía el árido montí- culo donde estaba ubicado el camposanto. Santiago había llegado á la edad en que el muchacho se va á convertir en hombre. van adquiriendo una opacidad de vidrio empa- ñado que me hace temblar porque pienso que su vida se acaba lentamente. • Habla el doctor de una vieja y fatal enferme- dad, de herencias y atavismos que su ciencia no puede combatir, y receta cosas muy raras.... muy rara»! Adiós, querida Adela, no te escribo más por- LA MUERTA. que el llanto me lo impide.... No me hables de Pablo, ni á él le mientes mi A BERNARDO Couro CASTILLO. nombre .... perdóname tú, y quiéreme mucho, porque ahora más que nunca rae hace falta tu El hijo del sepulturero había vegetado siem carino.... creo que si ese afecto, donde quiero pre entre fosas y ataúdes. refugiarme, me fuese infiel.... morirla! Cuando niño, acostumbraba jugar con los crá- neos de los muertos que desenterraban las hienas, Carlota. y eran después devorados por los canes ham- brientos y los pájaros de rapiña. Nunca había oído más música que el susurrar de Jas cordilleras, el bramido de las olas que rompían sus flancos en las rocas del litoral, el grito de los buhos que en las noches de invierno bordoneaban fúnebres melopeas en las huesas de los pescadores á quienes el mar no había en- gullido, y el gemir de los cipreses cuyos troncos crujían al erguirse, resistiendo el empuje del ai- re que continuamente embestía el árido montí- culo donde estaba ubicado el camposanto. Santiago había llegado á la edad en que el muchacho se va á convertir en hombre. El vástago del camposantero, el amiguito de Cuatro hombres llevaban en hombros un lujo- la muerte, se bacía grande, crecía malvado y so féretro. cruel como un cuervecíllo, crecía dañino y fiero Precedía á la comitiva un joven cuya inquie- como un buitre empollado en una nidada de ví- tud denunciaba extraordinaria irritación ner- boras viosa. Era vigoroso y fuerte como un atrida. Cumplidos los trámites del caso, fué conduci- Debido á que su cultura moral y su educación do el ataúd á un lugar muy apartado de la ne- intelectual eran completamente nulas, sus" instin- crópolis. tos, entorpecidos hasta el embrutecimiento, lo ha- Santiago y su padre comenzaron á cavar la cían digno de habitar entre trogloditas. fosa. Nadaba como un tritón y se batía con los ce- Los que habían llevado el cajón observaban táceos, reñía con los lobos, robaba á las águilas silenciosos é indiferentes el rudo trabajo de los sus nidos y trepaba á los más ásperos pedrega- enterradores, y los demás individuos de la comi- les como si fuese un cabro montaraz tiva, doblegadas las testas, baja la vista y tar- Todos aquellos que han tenido que ver mucho dos los movimientos, parecían espectros galva con las cosas serias acaban por perderles el res- nizados por arte de magia. peto casi supersticioso que inspiran á los demás. Cuando, jadeantes, los enterradores terminaron El sepulturero, habituado á la horrible faena su obra de excavación, aproximáronse á la caja de enterrar, llega á ser indiferente á las lamen- para levantarla, sin respeto alguno y con el ex- taciones de los huérfanos y á las lágrimas de las clusivo ánimo de abreviar ceremonias. viudas. Entonces, el joven inquieto, el que habia pre Aquella tarde no había cesado de llover... cedido á la doliente tropa, se adelantó hacia ellos, El cielo arrojaba á la tierra lloviznas vellu- impidiendo con un ademán la maniobra. das que barrían el polvo y las hojas otoñales, —Un momento.... quiero verla....! dejando limpias y abrillantadas las lápidas de Y su pañuelo, un lienzo al que podrían expri- los sepulcros. mirse las lágrimas, obediente al movimiento de La reja del panteón gimió en sus goznes, y la mano, fué á cubrir sus ojos para humedecer- una doliente caravana franqueó el vestíbulo que se más. conducía á la ciudad muerta. Santiago, clavando la gastada hoja de la aza- da en el montón de tierra que habia extraído del venfcud exhaló en ese terrible momento un grito suelo, contemplaba impasible á los circunstantes. de alarma, grito que sensibilizó sus nervios has- De improviso, separóse el desconocido de los ta dejarlos como el cordaje de un violín, grito brazos que le estrechaban y ordenó con el im- que le produjo algo semejante á una apocalipsis perio del que á mandar está habituado: espiritual, grito que increpó severamente á su —Abrid pronto.... yo lo quiero! virginidad tardía, levantando, como roja llama- Un viejo, un viejecillo de cerúleas gafas y dien- rada, la eclosión de sus sentidos. tes orificados, desabrochó parsimoniosamente su Sus ojos vislumbraron, momentáneamente, las redingote y extrajo luego del bolsillo del chaleco más épicas teorías de la lujuria, de esa lujuria de terciopelo una llave pequefiita, la cual, en- cruda ó insana que desde aquel día le iba á obse- corvándose, introdujo en la cerradura á que per- sionar, agitando sus alas de cantárida.... tenecía. El verbo de su ideal, de ese ensueño presenti- Cualquiera levantó lentamente la tapa del do torpemente, se había hecho carne al fin, pero cajón. carne de la sepultura, carne corrompida, carne Un muerto provoca curiosidades siniestras; hecha para hartar á los gusanos.... para abo- una muerta, centuplica esas mismas curiosida- nar el humus! des, aumentándolas con los malos pensamientos El más anciano de los dolientes, el viejecijlo que zumban siempre en torno de las perversida- de gafas azules y dientes orificados, dirigióse al des que brotan de lo que puede ocultar alguna padre de Santiago: profanación. —Cuándo acabas.... imbécil! La luz huraña del satélite alumbró fantástica- Las selváticas pupilas del enterrador chispea- mente el cuerpo de la difunta, un cuerpo joven ron. Propinó á su hijo unas cuantas patadas, y y de técnica esculturación, un cuerpo nítido con ágil mano se sirvió del azadón para echar como el pecho del cisne de Leda, un cuerpo frío, paladas sobre el fastuoso féretro. un cuerpo que al ser contemplado hacía enca- La tierra caía acompasadamente, producien- britarse á todas las concupiscencias, y al ser to- do un ruido seco y fastidioso. cado las helaba todas.... La noche se hizo. Los cuerpos humanos se con- Santiago tuvo la revelación de sus virilidades, vertían en bultos informes, los pinos metamorfo- adquirió la conciencia del vigor genésico, su ju- seábanse en espectros, los rumores nocturnos se volvían quejidos, las cruces abrian sus brazos yas una de sus manos, llevándola con religiosa desesperadamente, y los mármoles de las sepul- unción á los resecos labios. turas imitaban muy bien los lechos de un hos- Entretanto, el otro se adjudicaba las alhajas, pital. y no sintiendo, á pesar de ese hurto, saciada su Cuando el cortejo se hubo marchado, el viejo , la desnudaba, llevándose también las sepulturero, rascándose la cerdosa barba, dijo á vestiduras. su hijo con chillona vocecilla: —Yo me escapo, échala tú al hoyo y lo —Más tarde vendremos. tapas bien. —Sí. El muchacho se encontró ante esa desnudez —Viste esos diamantes.... ? formidable. La vía láctea se tendió en el vientre del cielo Era admirablemente hermosa la mujer: su car- como una franja de inconsútil niebla: Marte bri- ne tenía turgencias fiximias, en el grano de su lló lo mismo que un pequefiito rubí; Aldebarán y piel, de blancura gé ida y viscosa ya, había sua- Venus se cambiaron miradas de amor; Sirio cla- vidades de raso, su- cabellos rubios y desordena- vó su penetrante pupila en la negrura intensa del dos se bifurcaron en mechones que imitaban lin- espacio, y Capella, igual á un diamante azul, ful- gotes de oro. guró trémulamente. Un buho que instalado entre las ramas de un Los dos hombres caminaban rumbo á la re- ciprés, contemplaba el crimen con sus ojos ávi- ciente huesa. Creeríaseles dos espectros, dos som- dos, protestó chillando, como si le estrangulasen: bras de sombras, dos larvas.... avanzaban con pero Santiago ya no oía, había levantado el iner- paso de ladrones, alerta la oreja, visionarios los te cuerpo para colocarlo sobre el ónix de una ojos, palpitante el corazón, cauteloso el movi- tumba, y después, allí en ese tálamo negro y ho- miento de las piernas, y las manos extendidas, rrendo, lo violaba! como si pugnasen por tentar el viento. Fenecido el espasmo, se incorporó el misera Llegaron sin contratiempo. Cuando el cajón ble, contemplando arrobado á su insensible víc- estuvo en la maleza y con un escoplo rompió el tima. ... avaro la artística tapa, en el instante en que la muerta apareció con siniestra majestad á la vis- En ese momento, un hombre saltaba sobre las ta de los profanadores, Santiago tomó con las su- tapias del panteón, y al llegar á la fosa de nue- vo abierta, se encontraba cara á cara con el ma- toide. Era el joven misterioso, el que habia manda- do abrir el féretro. Una mirada le bastó para adivinar lo sucedi- do en aquel lugar. Instintivamente comprendió Santiago su obli- gación. Dos PASIONES TRÁGICAS. Después de introducir la diestra en sus andra- jos, la sacó armada de un puñal, y con un ade- A AMADO ÑERVO. mán retó á su enemigo Los dos pelearon con bravura Pedisteis, queridos amigos, una noveliUa obje Asegurado el enterrador de haber quitado la tiva y enteramente impersonal, de aquellas en vida á su rival, arrastró sus despojos mortales que el autor no encaja el escalpelo del análisis hasta el agujero vacio, y echó tierra: después, en su propio corazón, que son por los demás vi- vidas, y el observador las copia para disipar el llevando á cuestas á la mujer, se alejó lentamen- hastio de unos cuantos fastidiados cual vosotros. te de allí: eso fué todo. Yo traigo algo mejor que la historieta; traigo un caso de amores, una aventura juvenil que naufragó en humeante coágulo de sangre, la no- vela de cuatro seres que teniendo derecho á es- perar la dicha fueron terriblemente desgraciados. En el drama que á su pesar representaron mis personajes, flota el mal sobre la atmósfera de sus pasiones combustionadas, sobrenada so- bre los sedimentos de la inmoralidad, aletea co- mo pájaro siniestro, exhalando rispidos graznidos, y devora las entrañas de sus inconscientes victi- mas, gangrenándolas con los venenos del odio. vo abierta, se encontraba cara á cara con el ma- toide. Era el joven misterioso, el que habia manda- do abrir el féretro. Una mirada le bastó para adivinar lo sucedi- do en aquel lugar. Instintivamente comprendió Santiago su obli- gación. Dos PASIONES TRÁGICAS. Después de introducir la diestra en sus andra- jos, la sacó armada de un puñal, y con un ade- A AMADO ÑERVO. mán retó á su enemigo Los dos pelearon con bravura Pedisteis, queridos amigos, una noveliUa obje Asegurado el enterrador de haber quitado la tiva y enteramente impersonal, de aquellas en vida á su rival, arrastró sus despojos mortales que el autor no encaja el escalpelo del análisis hasta el agujero vacio, y echó tierra: después, en su propio corazón, que son por los demás vi- vidas, y el observador las copia para disipar el llevando á cuestas á la mujer, se alejó lentamen- hastio de unos cuantos fastidiados cual vosotros. te de allí: eso fué todo. Yo traigo algo mejor que la historieta; traigo un caso de amores, una aventura juvenil que naufragó en humeante coágulo de sangre, la no- vela de cuatro seres que teniendo derecho á es- perar la dicha fueron terriblemente desgraciados. En el drama que á su pesar representaron mis personajes, flota el mal sobre la atmósfera de sus pasiones combustionadas, sobrenada so- bre los sedimentos de la inmoralidad, aletea co- mo pájaro siniestro, exhalando rispidos graznidos, y devora las entrañas de sus inconscientes vícti- mas, gangrenándolas con los venenos del odio. Y no es que ellos fuesen capaces de albergar sus modales correctos y casi estudiados, se veía en su pecho algún instinto infame. al hombre seguro de sí mismo, al que ha subor- Muy al contrario. dinado los ímpetus del corazón á los fueros de la Eran buenos, poseian sentimientos nobles y se inteligencia, aun á costa de sacrificios sobrehu- amaban tiernamente; pero su imprevisión ó su manos: había extraña regularidad en sus faccio- mala estrella produjo en sus organismos una com- nes, por más que en ellas no se observase la con- plicada laboración psicológica, que al desequili- formidad artística de una cabeza de estudio: si brarlos, acabó por causar consecuentemente el su nariz era de puro corte griego, la curva de la desenlace lamentable de mi historia. prominente barba era romana, si en los ojos se Un suicidio y un duelo á muerte son las cau- leía la sensualidad y el amor á la carne, en sus sas primordiales que integran mi relato. labios blancos, delgados, volterianos, unos dien- Conforme á mi criterio de escritor, á mi apre- tes menudos, hacían bullir entre el raloso bigoti- ciación de la belleza como artista, y á los proce- 11o un gesto helado y sin animación, esa sonrisa dimientos literarios que empalman en mis ideas, que como ósculo de muerte estampa el pesimis- me parece y creo estúpida una narración en la mo en el rostro de los que sufrieron ó creyeron que como factores principales funjan un frasco mucho.... de veneno y una estocada de espadachín; pero De Adrián sólo diré que era un imberbe bo- como antes dije, en este caso soy narrador sim- quirrubio y de aspecto casi afeminado. ple ó imparcial de un hecho acontecido, y por Un cariño muy sincero unía filialmente á los eso mismo, irresponsable de las inverosimilitu- muchachos, y á fe que era bien rara esa amis- des que en la secuela del pasional proceso ocu- tad entre dos temperamentos tan diversos como rran. lo eran los suyos. Eran ellos dos íntimos amigos: ambos estudia- Cualquier bello día, después de beber fuerte y ban jurisprudencia, y su edad fluctuaba respec- comer bien, con un tabaco en la boca y las ma- tivamente entre los veinte y veinticinco aflos; el nos metidas en los bolsillos del pantalón, vaga- cutis perlino y enfermizo de Gerardo (el mayor), ban los amigos por las calles, sin rumbo fijo, fas- denunciaba el beso maligno de los vientos coste- tidiándose é imaginando tonterías. ños, en sus pupilas muy negras y dilatadas adi- Como la ociosidad hace concebir siempre to- vinábase un temperamento bilioso, aunque en dos los malos pensamientos, ocurrióse á los pa- n seantes lo que podría ocurrirse á dos varones cu- diado disimulo apareció frente á una mondadu- yas edades sumadas no alcanzaban la mitad de ra de naranja, y todas esas nimiedades que, liga- una centuria. das entre sí, hacen los capítulos de las novelas Enamorar mujeres! insípidas que inventamos los hombres cuan- Ya los teneis como faunos en busca de ama- do nos hallamos cerca de una mujer de la que dríadas, hablando recio, mirando á las señoras no hemos visto una epístola con faltas de orto- audazmente y á los caballeros con provocativa grafía. arrogancia. Habrían las parejas caminado tres ó cuatro ave- Pero ninguna de las madonas vistas encarna- nidas, cuando las perseguidas, á quienes segura- ba el arquetipo que ellos deseaban. mente disgustaba aquel flirteo, detuvieron un fia- Esta era rolliza y fea como la sobrina de un ere de alquiler que á la sazón pasaba, subieron sochantre de convento, la otra escuálida lo mis- á él, dando al automedonte una dirección que los mo que un renacuajo momificado en frasco de vi- curiosos no escucharon, y recostadas en los mu- drio para perpetuarse en las vitrinas de un na- grientos cojines del armatoste, desaparecieron turalista maniático, y feas las demás, feas como muy en breve. vestiglos, capaces de hacer claudicar todas las Los ojeadores se miraron (perdonad el símil), caballerías]del perínclito Quijada. como dos podencos ante cuya vista hubiese pa- Como si la casualidad se empeñase en poner sado el fantasma de un gazapo. á dura prueba la determinación adoptada por Por su parte, las damiselas olvidaron también los atolondrados, cuando estaban más tristes y muy pronto á los impertinentes, y ahí habrían dispuestos casi á renunciar á sus eróticos propó- quedado las cosas, si acontecimientos imprevis- sitos, pasaron, á su lado, cual fugaz exhalación, tos no se hubiesen encargado de continua la dos enlutadas. empezada novela basta desenlazarla en dramá- —¡Son muy lindas! exclamaron á una voz los tico final. fastidiados, y lanzada al viento esta trivial ex- Va es tiempo, amigos míos, de que disculpe clamación, corrieron tras las fugitivas, siguié- una falta de galantería que cometí, presentando ronlas, observando la curva garbosa de los ta- primero á los hombres que á las mujeres. lles, el atrevido arranque del seno, el rítmico Maclovia y Anatolia eran sus nombres de cris- balanceo de la cadera, la media que con estu- ma, tenían por dote dos ó tres fincas bien renta- das, de sólida construcción, aseguradas de incen- mantés á las profesoras, y acompañada de dos ó dio y limpias de hipotecas ó municipales predios. tres granujas, trepaba á los frutales del jardín Eran hermanas. para enseñar las piernas á sus camaradas y ro- En Maclovia había una hermosura potente y bar las cerezas: á los diez años tuvo un novio: á tropical: esbelta, de formas robustas, con tez los quince, riñó á sombrillazos con una señora ca- sonrosada y vellosa como un albaricoque en sada que era muy celosa: siendo ya mujer, avan- sazón, ojos verdes, boca sensual y ademanes zado ese periodo de la vida en que las necesida- provocantes: la clasificaría un psicólogo entre des fisiológicas de un temperamento femenino esas bellezas que pierden á sus amadores, por- adquieren toda su fuerza y todas sus curiosida- que hablan sólo á los sentidos: para ella todo era des, Maclovia sustrájose á la ley común, y aun- grande: en su fogoso temperamento no existieron que todo hacía suponer lo contrario, fué indife- nunca los términos medios, y sus pasiones, lo rente á banalidades, amoríos ó galanteamienms mismo que sus aborrecimientos, fueron insacia- inofensivos. bles siempre: sentía instintivamente el coquetis- Allá en las nebulosidades de su mente, perse- ino, y sabía esgrimir esa arma traicionera con la guía cierto ideal un tanto metafísico, y si no maestría de una mujer experimentada: adoraba entregó su corazón á ninguno de los que ha¡>t;i la y el malhablamiento: vestía con una entonces habían solicitado sus afectos, era por- elegancia que se hacía llamativa por lo estudia- que el varón creado en las brumas de su imagi- da y alhajaba con sortijas sus manos que eran nación, no había caído á sus planta^, para er- pequeñitas: cuando bailaba un vals de Strauss, guirse triunfador después. ío hacía con abandonos de bayadera, velando sus Anatolia fué siempre el contraste de su her- pupilas tras el párpado hebreo, inflamando las mana: era muy rubia, pequeñita, con piel de inquietas fosas de su nariz, sonriendo voluptuo- blancura mate y hermosos ojos color de violeta: samente al brincador é incitándole con la blancu- tenían sus modales el encanto virginal é infantil ra de sus brazos descubiertos. casi de esas colegialas cuyos cuerpos no tocados Rara mujer. Nunca tuvo un rasgo de sensibi- por tacto masculino, exhalan un perfume que pro- lidad: desde pequeñuela fué orgullosa y malean- voca al hombre: diriase que sólo un débil soplo te: aprendía malhumorada las lecciones, era el de vida animaba aquel cuerpecillo que tenía ía terror de sus condiscípulas, hacía preguntas alar- fragilidad de las cosas intocables: sentía el espiri- tualismo con toda la delicadeza de su alma sen- las fosas de su roxelana naricilla, y un frasco de sitiva y se conmovia hasta el llanto ante esos cie- Ilang-llang los sumerge en beatíficas somnolen- los de plenilunio en que la novia de Pierrot ex- cias: roncan sobre los muebles, acompañando pande tenue polvillo de platino y lo tamiza en los con su monótono ronroneo á Brahms ó á Chopin, jardines niquelando las hojas que modulan monó- que hablan en el piano con la niña de la casa, tonas melopeas agitándose en los brazos de los hacen telas de araña con las bolas de hilo de la árboles. quintañona, y si están de monos, desgarran Sentía especial predilección por los gatos, esos con sus uñas, como garfios de ágata, la última animalejos meditabundos y molondros que cui- novela de Daudet ó el antifonario en cuyas pá- dan su tocado con prolijidad señoril, beben le- ginas se confunde, con efigies de santos y amu- che de vacas, haciendo muecas encantadoras, y letos benditos, la fiorecilla que al ojal del gabán les agrada roer un pemil de conejo, chamuscan- llevó algún boquirrubio, ó el plieguecillo odo- do sus bigotes como púas de acero, en el rescol- rante en que Dandin declara sus amatorios de- do de la estufa: amaba á los felinos, tal vez por- seos: la gata es amiga de los niños que reto- que son amigos del que sufre, y tienen un lado zan en la moqueta, ahuyenta á los ratones que fantástico que ha intrigado siempre á los espíri- acobardan á la nerviosilla y se hace ovillo en su tus legítimamente artistas: en efecto, señores, los regazo, cuando agobiada por el primer dolor so- gatos son tan fantásticos y sugestivos como .el ba su lomo arqueado con las manos delicadas: cuervo: lo mismo que él, pasean en la noche: acompaña en sus soledades al abuelo, lame con igual á él, son los pobladores de la sombra, y á la lengua erizada de puntas su tarantulesca ma- su modo, frecuentan las techumbres derruidas y no y entibia cariñosa aquellos pies que la frial- los dombos de las torres: los hay negros, con piel dad de la huesa empieza á helar.. .. aterciopelada y pupilas de carbunclo, que dan serenata á los vecioos, riñendo en los tejados, y ¡Y las gatas muertas! á las horas calladas corretean en macabro cor- No os ha preocupado ese funeral en que Co- tejo, peleándose con las lechuzas, los gnomos y lombina y Pautalón, canturrean responsos, y llo- todos los duendes que la tiniebla habitan: poseen riquean inconsolables la tropa menuda y las mu- el sibaritismo real de los perfumes: absorben un ñecas? pompón de acacias, dilatando voluptuosamente Anatolia tenía también otros amores: su cana- rio trovero, el tiesto de gardenias, el poema de Tristán é Isolda y un librito de oraciones: La Imi- dióle la imperial manecita, volviendo hacia atrás tación de Cristo. el rostro para ocultar su rubor. Cuando los camaradas fueron presentados á Maclovia, al ver de hinojos al fiero Gerardo, las doncellas en una de esas reuniones en que se rió con un cinismo de mal gusto, y acomodándo- inician los conocimientos superficiales, procura- se en un canapé, como para disfrutar mejor del ron á toda costa intimar su amistad: sin trabajo espectáculo, di jo á su caballero: consiguieron que las hermanas les admitiesen en — Explique usted cómo me quiere. su modesto salón, y sin dificultad también logra- Otro, tal vez, hubiera tomado el sombrero y ron inspirarles profunda simpatía. Los sucesos marchádose descontento á su casa: pero mi ex- caminaban perfectamente bien, porque Anatolia travagante estaba ya doblegado, y se quedó por- y Maclovia, al percibirse de que eran por sus que sabía muy bien que el hombre que se arro- visitantes cortejadas, hicieron su elección en com- dilla ante una dama frivola, invitándola á pecar, pleto acuerdo con los intrusos. El amor vibró en debe levantarse siempre vencedor. aquellas almas el trino más glorioso de sus apa- sionantes canciones, y á solas, al deshojar una Maclovia, arrebatada por la elocuencia de la flor ó contemplando el celaje que se difunde en oración, fascinada por la luz que llameaba en el piélago ignimovo del ocaso, las muchachas, las pupilas de Gerardo, satisfecha su vanidad sacudidas por un mismo estremecimiento, pro- mujeril ante la caída de ese gran rebelde, incli- nunciaban dos nombres en voz baja: nó el gallardo cuerpo, como dicióndole: —Si mis formas le han parecido á usted boni- —Gerardo. tas, manéjelas á su talante y gusto, pues suyas —Adrián. son porque le amo. Los varones declararon su pasión á las muje- Quizá entendió el audaz el pensamiento aquel, res, cada uno en formas apropiadas á su carácter: porque, irguiéndose, buscó la boca de Maclovia Adrián, tembloroso y conmovido, pidió el amor y hubo en el retrete algo como una conjunción con humildades de mendigo: Gerardo, con pala- de lujurias brones rebuscados y frases de sombrio colori- Desde esa vez, las hermanas se engalanaban do, apologizó lo que él llamaba su cariño. coquetamente para esperar la tertulia de sus no- Cuando Anatolia escuchó al pazguato Adrián, vios: hubo jiras campestres, paseos á la sombra que vertiendo lagrimones le ofrecía su vida, ten- de los chopos, y excursiones por ferrocarril ó agua en el estío. Floreció el idilio. En un perio- ción, comenzó á querer al amigo de su hermani- do de tres meses, la existencia de aquellos cuatro ta, de una manera insensata, resuelta á todas las seres deslizóse mecida inefablemente: fenecida perversidades, con una de esas inclinaciones im- aquella embriaguez de la primera impresión, Ana- petuosas que sólo buscan su objeto, y para lle- tolia sentíase aún dichosa, porque en su corazón gar á él lo arrollan todo. sólo podía imponerse una exigencia noble: amar. El joven, creyendo comprender los desdenes Maclovia, en cambio, padecía en silencio, y su de aquella hembra antes tan fogosa, pensaba, primera simpatía por Gerardo se convertía vio- afirmándose en su pedante filosofía: lentamente en odio. Con la sagacidad de la co- queta que ve á su lado á un hombre con bastan- —Es como todas; buen mentecato sería si ere tes atractivos para ser querido hasta la demen- yese alguna vez en las mujeres! cia, á fuerza de estudiar laboriosamente y son- Puede tanto la presunción, que muchas veces dear aquel extraño temperamento, no sin ím- sugestionados por ella, afirmamos lo contrario de probos trabajos, acabó por comprender que su lo que sentimos: eso justamente le ocurría á Ge- amante no la estimaría nunca, y que lo que ella rardo: cuando dejó de acordarse de Maclovia, creía amor perdurable, era sólo un antojo que ul frunciendo el entrecejo, y sin saber por qué, pen- trajaba su orgullo de matrona altiva. A todas las só en la púdica Anatolia: desde ese dia, huyó pa- mujeres les agrada que sus partes ocultas des- ra siempre la tranquilidad de aquel hogar: Ana- pierten anhelos; pero siempre quieren que en el tolia y Adrián se abandonaban á su ventura, sin fondo de aquel deseo exista algún respeto, aun- sospechar las amarguras que á la otra pareja que sea en porción dosimètrica y sólo lo indis- torturaban, avivando con su inocente deliquio pensable para no alarmar lo que ellas entienden la flama de aquellas teas que muy en breve des- por dignidad. Maclovia, desengañada, pues, de truirían su dicha hasta dejarla en cenizas con- Gerardo, comenzó á fijar su atención en Adrián, vertida de quien se había formado una opinión por cierto bien mezquina, y con gran sorpresa, encontró en Insensatos! Dormían en el cráter de un vol- el prometido de Anatolia todas las cualidades cán que humeaba: los celos más siniestros ya que para el suyo hubiera deseado. bramaban en las entrañas de los otros, y la erup- ción pasional iba á vomitar sus odios hasta vol- Vislumbrada apenas por su pupila esa percep ver cobrizo y tempestuoso aquel cielo límpido y CROQUIS y SEPIAS 165 CIRO B. CEBALI.OS

sin nubes donde aleteaban las mariposas tropi- uoche tempestuosa: llovía copiosamente, y bajo cales de sus sueños. la copa de los sauces que se doblaban azota- Un día, dirigíase Adrián al tocador de su ama- dos por el ábrego, cruzaron sus estoques los que da, y al franquear la puerta retrocedió espanta- ya no eran amigos. do: había visto á Gerardo, á su amigo, á los pies De>pués de una lucha encarnizada y breve, de la criatura: en el paroxismo de la cólera, uno ae los peleantes rodó á la maleza ensangren- aproximóse al desleal, y sin lograr contenerse, tado. lo abofeteó de una manera ignominiosa: el insul- Con presteza acercáronse al caído los galenos, tado irguió su corpulenta estatura, sonrió des y sólo pudieron certificar que estaba muerto: la preciativamente, y después de golpear á su agre- punta del estoque había destrozado uno de sus sor, saludó á la dama y se alejó: siguió un ins- ojos, haciendo espantosos estragos en el cráneo: tante de silencio que el loco Adrián interrumpió, la sangre chorreabá por la órbita destruida, y diciendo á la inocente niña: corriendo sobre la lívida piel, imitaba ramazones de coral: aplacada que f«.é la consternación do- —No sabía que había entregado mi corazón á minante en los autores de la tragedia, dirigiéron- una mujer liviana, á una cualquiera, á una cor- se en grupo á una berlina dé alquiler, que apos- tesana. ... vamos.... ya lo dije! tada cerca del lugar, les aguardaba para condu- Fué injusto, ciertamente. Fué grosero, cierta- cirles de retorno á la ciudad: Gerardo, atíte la mente. Pero estaba furibundamente celoso, y la disyuntiva de regresar en el vehículo acompa- injusticia y la grosería son de ordinario la razón ñando el cadáver de su víctima ó marcharse á de los celos. La gravedad de la ofensa hizo el en- pie soportando las iracundias de la tormenta, cuentro inminente, y después de varias y acalo- prefirió lo último: saludó á sus cómplices y cuan- radísimas disputas, decidieron los testigos de los do perdió de vista el vehículo, descendió de la contrincantes que el duelo se verificara acaba- eminencia en veloz carrera, tropezando con las das de firmar las actas: fué elegido como sitio pa pedrezuelas que rodaban las corrientes y dejan- ra el combate una pequeña planicie sobre la que do fragmentos de sus vestidos en las puntas de estaba un cementerio: á la hora convenida pre- los magueyes que extendían sus dentadas pen- sentáronse allí los adversarios y después de las cas como pugnando por obstruirle el paso: al fórmulas en el ridículo caso usuales, procedieron romper el alba, cuando la fatiga había agotado los padrinos á los preliminares del delito: era una sus fuerzas por completo, columbró la tórrida ca- De qué había perecido la jóven? pital envuelta en las brumas matinales. Un vaso, vacío ya, lo revelaba todo. Una rubia claridad iluminaba las vetustas ca- —Veneno! sucas do los extramuros. Maclovia, pues ella hablaba, explicó el suceso La campana de una capilla de plazuela, lla- á su amante. maba hasta desgañifarse, y por la abertura de —Y Adrián....? ' su entreabierta puerta de roble, tragaba á las —Muertp: yo lo he matado.. ..! beatas, que todavía soñolientas, llegaban con su Se abrazaron efusivamente. Parecíales que la grasiento libro de rezos en la mano: ante aquel la muerte estaba allí, á su lado, que Asracl, el burdo espectáculo, Gerardo sintió de improviso ángel luctuoso, oficiaba solemnemente en el trá- la necesidad de ser bueno, causóle profunda y gico esponsal de sus destinos. sincera envidia la paz de aquellas almas vulga- Y, después.... res, y sin complicaciones de ninguna especie, lla- Tenéis muchísima razón, amigos míos, es muy mó á la fugitiva fe, deseoso de guarecerse bajo tarde ya, mi relato tiene inverosimilitudes de sus misericordiosas alas.... y esa vez, como aquellas que no puede perdonar una persona de otras muchas, se halló impelido al mal y aban- mediana sensatez, pero ya lo he dicho y afirma- donado á sus miserias. do, ocurrió el caso tal cual yo lo he referido.... Dirigióse al hogar de las jóvenes, gesticulan- perdonadme si no es de vuestro agrado! do como un maniático, y sin preocuparse de los transeúntes papanatas, que se burlaban de ól creyéndole un escapado del hospital de San Hi- pólito. Llegó. Abrió las puertas audazmente y corrió anheloso á la alcoba donde había pasado sus me- jores días: no era ya el pequeño saloncillo donde UWVERSIOAO D£ NUEVO LEGA las muchachas hablaban de amor á los amigos: BIBLIOTECA UNIVERSITARIA había cirios que chisporroteaban, paños negros, "MfGNSO REYES" calma, la imponente calma de las estancias mor- ^ *®5 WONfERREY, MEXIC9 tuorias. ... y una muerta Anatolia! LA OBRA MAESTRA.

A 1ÍALBINO DÁVAI.OS. h ! No creas, preciosa Ismenia, que lo que voy á contarte es un embuste urdido en la fantasía para decomisar tu atención quince minutos; tam- poco imagines que invento la historia de lo que no ha sucedido nunca, por más que ese defecto sea una costumbre en la que, confieso ingenua- mente, incurrimos todos los emborronadores de cuartillas. No, amiguita mía, Antíocp Entrambasaguas existe, digo más, somos amigos íntimos, tan ínti- mos, que nunca nos hemos pedido prestado un peso.... Voy á referir una de sus acciones malas, la más punible tal vez; pero antes, permíteme hacer, no la anatomía de su corazón, que esa sería ta- rea prolija y superior á mis fuerzas, sino una brevísima digresión, que nos ponga, por decirlo así, en legitimo y puntual conocimiento del ca- rácter de mi héroe. No hagas una muequecilla encantadora para En su vocación se equivocó lastimosamente, decirme que ya no hay héroes ni en las novelas como casi todos los que acometen empresas difí- por entregas de á quince centavos; no, interesan- te burlona, aplaca tu punzante mofa porque ciles careciendo de temperamento y de carác- bien seguro estoy de que mi atolondrado joven ter es muy merecedor del calificativo. En su oficio, y sin para ello argüir razones de buena ley, odia cordialmente todos los simbolis- Antioco Entrambasaguas podrá ser un mozo mos de sus colegas de Munich, las complicadas de buena presencia, si así figurártelo quieres; su composiciones del Renacimiento, las estrambóti- físico me interesa muy poco y en manera algu- cas faunas de Beóklin, las apopléticas y beodas na dará motivo á una disputa; lo que sí me con rubicundeces flamencas y hasta las palideces viene asegurar, y lo aseguro, es que al tropezar desmayadas de esa escuela religiosa que se ini- con él podrías fácilmente confundirle con cual- cia en Gioto y termina en Beato Angélico. quiera, lo cual no quiere significar que vista con buscado aliño ó lleve en la truculenta testa Se llama impresionista sirviéndose de una de un chambergo Rubens cepillado á contrapelo. esas palabras que hacen moda porque las inven- tan los gomosos y por su insigne anodinismo no No, bellísima Ismenia, el perverso Antioco es significan nunca nada. tan limpio y pulcro como un gato de casa decen- En los esbozos de que está repleto su estudio te, en el comercio social, habla bien de los que he visto el color atormentado y pervertido hasta piensa horrores, escucha, sin sentirse acometido lo inaudito. de hidrofobia, todas las sonatas que le obsequian Yo no sé de qué extraña orquestrica arranca lasBasbkirtseffmexicanas, paga á sus acreedores, ese diantre de hombre las demoniacas actitudes bebe cerveza en jarros de Fiandes y tiene amor de sus figuras. fanático por una copia del Perseo de Cellini, de la que se hizo propietario en un bazar de bric á Intenta un claro obscuro á la Rops, y sobre brac. fondo negro como techumbre de fragua, amon- tona matices amortecidos y humosas penumbras Como pudo haber sido carbonero, millonario, para bosquejar, á pincelazos aventados, la cabe- gendarme ó domador de fieras, resultó pintor, za del suicida en cuya lengua colgante y rene- pero un pintorcito muy desventurado y muy ra grida por los efectos del veneno se clava un dar- quítico, un verdadero manchador de trapos! do de luz híbrida En las fisonomías que sorprende está redivivo de eso, tiene su misantropía, como la tienes tú, y palpitante odio artificial. como la tengo yo y como la tienen otros! Verás en ellas la mirada imbécil del tomador La verdad es, hermosa Ismenia, que Antioco de opio, la anublada del haschichino ó la del neu- admitió á la muchacha, única y exclusivamente rótico consumido A fuego lento por el morfinismo; porque en su embrutecimiento de solterón se observarás los visajes de la desesperación aso- despertaba con gruñidos feroces la necesidad ani - mándose entre dientes inválidos, incrustados en mal é imprescindible de una mujer. encías violáceas, recocidas por el alcohol, manos Teresa se abandonó exclusivamente al protec- peludas ostentando una sarmentosa ramificación tor, enamorada, porque creía gallarda su presen- de nervios atrofiados por el agotamiento, las pier- cia, agradecida, porque había encontrado un am- nas anquilosadas de los que mueren en los hos- paro en su abandono, humilde, porque admiraba pitales ó los despojos de todos los victimarios del con entusiasmo de hembra á su amigo y creía crimen pasional con su tórax acribillado de heri- en sus talentos con más fe que en Dios mismo. das de puñales y acaso, acaso, porque era la primera vez que Un día llegó á su taller solicitando jornal de sentía la seda joyante de su cútis frotada por el modelo una pobre mozuela de esas que se hun- calorcito de una caricia voluptuosa no pagada á den en los lodos del arroyo con una impudencia puntapiés de calafate ó con monedas de merca- que á fuerza de ser inconsciente se aproxima á der de carne humana. . .. las lindes de la castidad cenobítica. Finadas las primeras embriagueces del entu- Después de mucho vacilar, aceptó el pintor siasmo, del amor, de la lujuria y de la bestiali- á la desvalida, obrando así únicamente por- dad, que está más abajo de la concupiscencia y que era bonita y le inspiraba cierta conmicera es como el De Profundis de todas las fiebres que ción. provocan hervores en la sangre y palpitaciones Y no es que Entrambasaguas sea redentorista en el corazón, llegado el día en que la razón, con de los que creen, en su estúpido lirismo, que toda todas sus frialdades analíticas, comenzó á picar- mujer calda puede convertirse en ángel como la le las entrañas, ocurrióse al piutor, que la tierna oruga en mariposa; tampoco es romántico con enamorada no sólo iba á enflorar su tálamo con los azucarados resabios de mil ochocientos trein- las rosas del deleite, sino también á hacerle la re- ta, como muchos que andan por el mundo, nada velación suprema. ¡Su obra maesirai pensadoras con la corona de abrojos tan codicia- Con mirada de iluminado sorprendió todas las da por los que saben que sobre las mezquindades patricias perfeccioiies del cuerpo de su querida: de la vida corriente flota, raudo, un fantasma, pasaba el tiempo olvidado de los pinceles, de su que sólo prodiga sus besos á los raros, á los un- cantimplora de aguardiente, de la enorme pipa gidos en el divino sacerdocio del arte, á esos turca que le brindaba nebulosos vapores llenan claudicantes que desprecia Aliboron porque son do su mente de sueños de sátrapa, de las pindá- los desertores en la lucha de ambiciones bur- ricas estrofas de su poeta favorito ó los lirios ro guesas donde es preciso tremolar una bandera jos que cultivaba en tiestos elegantes.... que tiene por símbolo... .ur» cerdo cebado y un Vivía en éxtasis, contemplando el tono aper- talego rebosante de dineros! lado de aquella piel que tenía heroicas nitideces, Antíoco Entrambasaguas sentía aproximarse pasmado ante ese bélico himno de la carne que el momento de la concepción, y la cobardía del se revelaba sabiamente en curvas suavísimas y neófito le intranquilizaba, llevando á su pensa- nerviosas flacuras miento, como carga de centauros encabritados, Besaba con sus labios excitados las combas re- \ mil y mil preocupaciones sombrías.... beldee de aquel seno, la atenuación egipcia de la ¡Si no tenia talento, si era un pobre embadur- cadera, la mano frágil, el rostro expresivo, cir- nado^ despues de vivir para un sueño se es- cuido por negrísimos cabellos que chorreaban trellaba su impotencia en él como esas golondri- fúnebremente sobre la lírica turgencia de sus nas que al abajar su vuelo tropiezan con las pie- hombros dras y se rompen la cabeza....! En ese ciclo de su maravillosa enajenación Ante la primera audacia, sentía el miedo su por la línea» sus pesadillas sensuales junto á Te- persticioso del ladrón que roba la custodia, el ho- resa no buscaban el saciamiento del goce impu- rror siniestro del desesperado que quiere arrojar ro, antes bien, la resurrección de un mito muer- al cielo un escupitajo en forma de blasfemia, el to conjurado por el ingenuo y tenaz presentimien- trágico pavor del que nunca se ha visto cara á to de su futura gloria artística.... cara con la muerte La muchacha bohemia había llegado al aban- ¡Su obra maestra! donado tugurio para llevarle el más elevado de Trabajarla con asiduidad incomparable, tra- los amores, el de las musas, el que ciñe las frentes bajaría mucho, tenazmente, hasta ver trasladas al lienzo aquellas ideas que lo desvelaban con su rostro, espantosamente demudado, lloró como provocante mariposeo un cobarde. Preparó con lentitud el trabajo, puso colores La producción le avergonzaba: era odiosa: en las paletas, colocó el caballete en la mejor carnes magulladas y amarillas, expresión estú- posición, y después llevó á Teresa á un lugar pida en la faz, senos de nodriza bretona, múscu- del aposento donde toda la claridad diurna ba- los groseros y contornos acentuados de un modo ñara su desnudez con polvito de sol. varonil.... Pintaría á Cleopatra muerta. Por largo tiem- Cualquiera supondría que estudió frente á la po fué un entusiasta devoto de la gran reina te- plancha de un anfiteatro, ante el cadáver de una bana, amó sus grandes ojos sombreados de anti- de esas impulsivas que truecan su lecho de in- monio, sus lujosas túnicas fimbriadas de grecas caprichosas, sus fetiches de alabastro y lapislá- pudicias por el de la muerte. zuli, á Isis y á Nephtys, á Sumauth el de la ca- Cuando se aplacó un tanto su estupor, Antío- beza de cinocéfalo y á Hator con su airón de plu- co Entrambasaguas sintió, nuevo Leaconte, que mas de avestruz. ... le atormentaban las serpientes del furor. Y en un rapto de cólera leonina se arrojó so- Veneró también los animales sagrados que adornaban las columnatas de sus palacios faraó- bre el modelo. nicos, sus amores formidables, sus versatilidades La lucha fué breve. Sus manos atenacearon increíbles y su muerte.tan grandiosa! el cuello de Teresa hasta lograr estrangularla La brocha lamió la tela dándole al momento por completo.... colorido. Y sucedió en ese instante, que frente al despo- Después la espátula trabajó como la navaja jo mortal de su víctima sintió el asesino que la de un chispero que riñese con un chulapo por inspiración, como un cometa de brillante cauda, alguna Dolores veleidosa pasaba por su mente ensombrecida. . Terminadas varias secciones de un trabajo Pintó de nuevo con rapidez vertiginosa, y des- abrumador, Antíoco Entrambasaguas dió por pues de muchas horas de trabajo, cuando la terminado el cuadro aquel. muerta comenzaba á corromperse, dió el último Lo contempló un instante. toque y retrocedió algunos pasos buscando la Su mirada se enturbió, y llevando las manos al perspectiva de su cuadro El triunfo es completo. Había producido una obra genial! Será cierto, mi señora Ismenia, que para ven- cer, los artistas, tienen siempre que sacrificar impíamente á la musa que los hace creadores y fuertes....? Será cierto que por un siniestro fatalismo, el dolor acerbo ó el horripilante crimen serán pe LA CRISIS. rennemente la moneda con que compren su glo- ria los apasionados de la belleza invicta ? A JÓSE MARÍA OCHOA. Me hace daño la risa que te causa la historie- ta, pero, ríe mucho; cuando las mujeres bonitas La señorita Abigail hizo un gesto de cólera y ríen hasta ajar las blondas del corpiño ó romper con el semblante enrojecido por las copiosas lá- el varillaje del corsé, las pesadumbres y las tris- grimas que vertia, entró á su alcoba, sentóse al tezas emigran, como los pájaros nocturnos cuan- borde del lecho y estrujando el pañuelo con las do la albirrubia mañana destiñe sus fuchinas en manos: los pálidos orientes. ... —¡Pues sí, aunque te enojes, lo quiero! —Es un cualquiera. —¡No me importa! El señor Valenzuela, tembloroso y demudado, haciendo ademanes melodramáticos y protestan- do á regañadientes, dejóse caer medio muerto en la butaca. —¡La chiquilla! Y ante lo irremediable se atarantaba; no, no podía comprender el intempestivo arrebato de esa colegiala que siempre obedeció sus manda- tos con los ojos bajos: como á una evocación fatídica, aparecía ante su cansada retina el cua- dro triste y monótono del pasado: novela vul- Había producido una obra genial! Será cierto, mi señora Ismenia, que para ven- cer, los artistas, tienen siempre que sacrificar impíamente á la musa que los hace creadores y fuertes....? Será cierto que por un siniestro fatalismo, el dolor acerbo ó el horripilante crimen serán pe LA CRISIS. rennemente la moneda con que compren su glo- ria los apasionados de la belleza invicta ? A JOSÉ MARÍA OCHOA. Me hace daño la risa que te causa la historie- ta, pero, ríe mucho; cuando las mujeres bonitas La señorita Abigail hizo un gesto de cólera y ríen hasta ajar las blondas del corpiño ó romper con el semblante enrojecido por las copiosas lá- el varillaje del corsé, las pesadumbres y las tris- grimas que vertía, entró á su alcoba, sentóse al tezas emigran, como los pájaros nocturnos cuan- borde del lecho y estrujando el pañuelo con las do la albirrubia mañana destiñe sus fuchinas en manos: los pálidos orientes. ... —¡Pues sí, aunque te enojes, lo quiero! —Es un cualquiera. —¡No me importa! El señor Valenzuela, tembloroso y demudado, haciendo ademanes melodramáticos y protestan- do á regañadientes, dejóse caer medio muerto en la butaca. —¡La chiquilla! Y ante lo irremediable se atarantaba; no, no podía comprender el intempestivo arrebato de esa colegiala que siempre obedeció sus manda- tos con los ojos bajos: como á una evocación fatídica, aparecía ante su cansada retina el cua- dro triste y monótono del pasado: novela vul- gar, sin peripecias, desarrollada con lentitud de- una alma piadosa y buena, cultivarla como plan- sesperante en medio de las exigencias de una la- ta de invernáculo, edificar con paciencia de hor- bor estúpida, la del burgués que pone á con- miga la torre blanca de la felicidad, y, cuando tribución sus mediocres energías por acumular después de copiosos sudores y prolijos afanes se monedas y llegar á alcanzar un bienestar. Des- levantaba airoso el monumento, llegaba un no- pués de embrutecerse veinte años tras el mos- vio petimetre, con su florecilla en el ojal, y siu trador, comerciando en alhajuelas de miriñaque preámbulos, á título de candidato á matrimonio, y perlas de vidrio azogado, era al fin dueño de se llevaba impunemente la postrera alegría del un capitalillo cuya cifra hacia las veces de tar- viejo laborioso. . .. ¡Ah!.... El ladrón no tenía jeta de visita en los salones de la aristocracia respetos que coartasen el logro de sus fines, pe- del dinero, á la que por derecho de rico frecuen- ro ella, ella, la voluntaria y dócil cómplice de taba. sus manejos por qué desconocía los vínculos de El desahogo de su posición le permitía vestir la sangre de tal modo? ¡Ingratitud sin ejem- á Abigail como una duquesa de Saint Germain; plo. Descastarse, renegar de un padre bueno y con su orgullete de palurdo enriquecido, veíala amoroso por el primer zascandil que llega, en- cortejada por toda la garzonía del gran tono, y tregarse á trueque de unas cuantas epístolas eró- ticas, olvidar asi los sacrificios y desvelos de un con su astucia de villano testaturado sabía po- pobre homre, valetudinario casi, que apresuró nerla siempre á cubierto de las asechanzas de su ancianidad trabajando rudamente, y por ella los cazadores de dotes. perdió la salud y el vigor, por ella, sí, por ella Llegaba á la senectud sin lamentarse de la sólo! No. Su enemigo, el intruso, tenía irremisi- existencia, gozando en lo muy interno con la fi- blemente que sucumbir; él, Valenzuela, viejo y lial solicitud de esa adorable compañera que le todo, sentía surgir arrogante y vivo el valor que habla sido otorgada por el destino como una re- creía perdido ya completamente. Aún estaba vi- compensa de los tiempos malos, y de improviso, goroso y bravo. Pelearía como un león mutila- cuando nada faltaba á su dicha, un extraño, un do. ¡Hasta vencer ó estrellarse! Ah! Si él pudie- nadie, venía de la calle y sin preámbulos le arre- se matar, con qué indecible placer precipitaría bataba el corazón de su bien amada niña. en la fosa al seductor... .' ¿Era eso justo? Aviejarse bajo el yugo del trabajo, fabricar Sus lívidos labios se arrugaron en las comisu ras por amarga sonrisa. Frente á sus pupilas chinela que paseaba su insolente y minúscula inyectadas volatineaba la silueta esbozada y personalidad por las baldosas de la calle, un sie- reidora del rival, su boca balbuciente por la ra- temesino que osaba sobornar lacayos, mientras bia contenida, se ahogaba en un vómito de vo- él, Valenzuela, que fué siempre bueno y nunca cablos insolentes, sus instintos malvados desper- dañó á nadie, se transformaba en un malvado y taban con ímpetus de bestia, el odio, el siniestro urdía proyectos monstruosos, y blasfemaba, con- torsionándose, para sacudir esas pasiones que demonio, hacía correr veneno por sus arterias y como manojo de víboras bravas lo mordisquea- el deseo de la venganza se apoderaba instantá- ban por doquiera ? Y de un afecto paternal, neamente de sus potencias. ¡Aniquilarle!.... ¡Hun!¡liarle!.... santo y lleno de abnegaciones, nacían aquellas Para qué si ella lo quería? rebeliones tan mezquinas? ¡Misterio! Esa reflexión lo avergonzaba. ¡Arcano! Transigir? ¡Nunca! Eston- Aquellos seres estaban realmente vinculados ces se casarían, se irían muy lejos, perdería las por los fortísimos ligamentos de un cariño? carantoñas de su Abigail, caminaría solo y sin Atormentando uno perecerían los dos? apoyo por los barrios y paseos. Serían ellos fe- Entonces, él era un pobre iluso, un maniático lices! Ellos! Y él, el poseedor legítimo y absolu- que en su insana obsecación hacía sufrir á dos to del talismán disputado, quedaba en el olvido, solo, y moriría de tristeza y de abandono. amantes acreedores á la ventura. Padeciendo su hija podría él experimentar ¡Eso no!.... ¡Jamás.... ¡Jamás! placer alguno? ¿Qué voz era aquella que con zumbido de ci- Muerta ella, él viviría? garra murmuraba así á su oído: Debía consentir, lo ordenaba el deber, la tran- —¡Hombre al fin! Por la ley atávica de tu li quilidad de todos, la moral, la religión, la so- naje eres cobarde, incrédulo y tacaño. No pue- ciedad. des desprenderte del barro de la tierra. Los es- —¡Consentir! carabajos que brotan del humeante estercolero Y volvía más tenaz y obsesora su primera sólo saben redondear bolas de excremento para rodarlas después hasta morir. Es su suerte. No idea. intentes dignificar tus miserias: las pasiones hu- ¡Un hortera que ni siquiera disculpaba su osa- manas, cuando redundan de sus fuentes, no pue- día con un talego repleto de monedas, un poli- de ennoblecerlas ningún título, ni el de padre, do porque el perfume de esos pétalos daña tu que es augusto por el tributo que á natura rin- olfato porcino di, insigne presuntuoso, en de. Interroga á tu conciencia y-díme: Tu em- qué código se castiga tan nefando delito? peño por ser el exclusivo afecto de esa pobre ¡Drama sin solución! Misteriosa é intermina- Abigail no es idéntico al del odioso avaro que ble cadena, eslabonada con lo bajo y lo sublime! guarda en lóbrega cueva su tesoro? No es el Volvía el problema á su punto de partida, ro- amor que santifica y redime, la nota acordada al bustecido en su sarcarmo, más cruel, más im- himno universal, el sentimiento que te conturba, placable, más abstruso. sino el yo, el bien propio, el egoísmo, un egoís- El señor Valenzuela cayó en una de esas tor- mo feroz: quieres conservarla porque la necesi- vas meditaciones que enlobreguecen el espíritu tas: en tu infame desvarío intentas sacrificar dos con las tinieblas del Erebo ó lo alumbran con las juventudes, por satisfacer un antojo loco y vil claridades del Empíreo. horrendamente vil! Obstruyes el natural desen- volvimiento de un impulso que es sagrado, vio- las leyes morales, preceptos religiosos, fueros de la sociedad que temes, de que has creado, por el culto á sí propio, por adoración á tí mismo, por egoísta, por idiota!.... ¿Preten- des hacer de esa criatura una solterona caman- dulera y deslenguada?.... ¿La hermana de la caridad que cuide tus achaques y amortaje tu cuerpo de hemiplégico?. .. ¿Con qué derecho das muerte súbita á las más opulentas floracio- nes de su juvenilia, impidiéndole que sea buena esposa y madre buena?. ... ¿Eso es amor?.... ¡Sacrilegio! Sembraste la planta, vivió y creció, y al aproximarse á la estación exúbera, cuando espolvoreados de sol brotan los botones, tronchas el tallo impidiendo que floreen!. ... y to- 1S DIARIO DE UN SIMPLE.

A JOSK ALBERTO ZUWJAGA.

Entre los papeles de un joven estudiante, ve- cino mió, que se ahorcó en una buhardilla fronte- ra á la que yo habito, habia un sobre dirigido á mí, y en su interior, lo que copio: Enero 6'.— Cada día se robustece más y más mi convicción: soy el tipo perfecto del soñador de género werteriano, y por anacronismo en mi tiempo, romántico, furibundamente romántico, acaso el último mite de esa especie que vive en el mundillo. Deléitome en locos entusiasmos con libros de heroínas tísicas ó enamorados decadentes, y pa- ra que nada falte á mi depravación moral, ten- go la monomanía de garrapatear versos, de esos, que como dice Theophile Gautier, hacemos to- dos, á la edad en que se estila el juicio corto y los cabellos largos. Frecuentemente padezco exaltaciones sensua- les por mujeres muertas en la más remota anti- güedad ó concebidas sólo en las imaginaciones Siempre he perseguido á la esperanza, porque de los noveleros. es la incansable fugitiva, y con frecuencia, es- En la historia de mis impresiones han escrito cribe en los corazones, páginas candentes...... poemas sensacionales, la Evangelina de Longfe- que puede borrar una impresión trivial. llow, Lady Macbeth, Santa Teresa. Merella, y Amo á las rosas con pétalos de terciopelo, tantas y tantas que como aladas visiones de luz cuando tiemblan en sus endebles tallos espino- volaron deslumhrándome con sus albeantes ra- sos; las odio en mi mano, porque hacen brotar diaciones. Ninguna dama de las que yo puedo sangre y se marchitan. ser novio ó marido ó amante, ha logrado poseer Creo que ser devoto de una bella á la distan- de causar perturbaciones en mi orga- cia en que el lente analítico hace inapreciables nismo. He querido siempre abstractamente. A los detalles, es sentir el amor en su más refina- ésta, porque imaginé que sus brazos eran los per- do exquisitismo: me horripilan los desencantos: didos de la Venus mutilada; á esa, porque las fre prefiero amar á una falsa belleza, desde lejos, á néticas alburas de su piel me hicieron pensar en saber que las gracias de su sonrisa las hizo una Adriana abandonada; á la otra, porque sus bu- postiza dentadura, que el brillo de los ojos lo cles á la prerafaelista tenían el brillante negror poetizaron unos pincelazos de carbón, y el tono de sedeña madeja fabricada por gusanos japo- sonrosado de la piel es un maceramiento de co- neses, y á las demás, por sus pupilas de Medu- loretes y polvos cutáneos. sa ó sus rizos de oro pálido porque aureolaban el óvalo seráfico del rostro con la melena fosfórica de Espirita. La mujer ha sido para mí la hembra, y nun- Marzo (J.—Algunos días, el vacío de mi alma ca, nunca, he llegado á paladear los deleites de sin afecciones determinadas, me causa vértigos: ese amor paradisíaco que anida en la cabaña y veo el Nirwana muy cerca, en la noche caótica, el alcázar. donde, nauta de lo incognoscible, se aventuramás Mis ilusiones florecen sólo en las nieves de la y más mi fantasía. . .. Siento debilidades pro- indiferencia, viven efímeras y enfermizas el bre- pias de la edad senil, mis carnes al tornarse dé- ve tiempo que he podido creerlas imposibles, pa- biles y exangües adquieren una amarillez que ra morir después al más leve soplo del hastío. me da apariencias de cadáver, entristece mi ju ventud como alondra en la época inverniza, y Mayo ó'—Pacem suma tenent. ...! cuando la diátesis llega á las recrudescencias de su período álgido, caigo, inerme y prisionero, en las telarañas del fastidio ... Mayo 20.—He visto en el escaparate de no sé qué fotografía la imagen de una mujer. Debe haberse retratado á propósito de algún baile de fantasía, porque viste un caprichoso traje de Abril J.—Quiero aproximarme á un fantasma campesina: faldellines albaneses enseñando el indolente y luminoso que he columbrado entre nacimiento de una pierna delgada, que, según la las vaguedades de mis paraísos artificiales. expresión de Dumas, promete no serlo en ade- E? una figura¡inmaterial, que me ronda, sigue lante: hay no sé qué romancesca nostalgia en sus mis pasos, habla cosas de amor á mis oídos y ha- pupilas, el talle es delicadamente fino, su seno ce huir á mi ángel bueno con sus gloriosas im- se eleva sólo con la valentía necesaria para per- pudicias. filar una curva clásica, sonríe como deben ha- cerlo las musas á los poetas, y en su cuello, ad- mirablemente modelado, se enroscan varias sar- tas de cuentas: serán perlas

Abril '20.—¡Confusión demoniaca! Creyérase que en bullente microcosmo de mi cráneo produce la sangre inflamada muchas ex- Junio ¿.'.—¡No hay remedio! Estoy profunda- plosiones rojas. mente impresionado por la joven del retrato. ¡Oigo ruido de alas! Estoy seguro que maripo- Cada vez que paso frente al establecimiento, de- sea y vuela en el espacio un suspiro del extra- téngome ante el cristal y la observo escrupulo- mundo ó algún fluido psíquico sensible á mi neu- samente, descubriendo siempre algún encanto rosis. nuevo que contribuya á harmonizar sus perfec. ¿Será porque leo á Hegel y á Swedenborg? ciones. Mi cariño está lleno de virginidades. Me ¡Tal vez. . . . acaso! he vuelto niño. Tengo rubores de colegiala á quien sorprende la pubertad pensando en un novicia, blanca, con la palidez enferma de los li- hombre, y tiemblo cuando alguna idea pecami- rios que se mueren sobre el mármol de los sepul- nosa me acomete en mis contemplaciones á su cros, digna de guardar como arca santa los más efigie. Concurro á los paseos, á los hipódromos, hermosos pensamientos: tiene su carne suave y al teatro, y entre las bellezas, que según Alfon- tierna, transparencias nivosas, es el cuerpo es- so Karr, mientras más desnudas mejor vestidas belto y frágil, las manos, pequeñitas, son nobilí- van, no he podido encontrar alguna que se le simas y crueles, como las de esas reinas que parezca. Lo infructuoso de mis pesquisas acre- firmaban con niveas plumas sentencias sangui- cienta peligrosamente mi neuropatía, y aunque narias: más que mujer, se me antoja una alma, me siento peligrosamente enfermo, aunque como porque no hay en sus formas nada que punce ó Gerardo de Nerval, exclamo: ¡Ah! Creo estar ena- hiera á los sentidos.... está espiritualizada! morado. Entonces creo estar enfermo; ¿no es ¡Es rica! Pregónanlo á gritos, los diamantes verdad? pero si creo estar enfermo, lo estoy. ¡A de sus sortijas, las finísimas blondas y sedas de pesar de eso no me decido á obedecer el trata- sus vestiduras el fausto regio de sus trenes! miento de un físico, porque adivino que hablará ¡Oh, sensitivo autor de los Versos Dorados, oh! de un microbio infinitamente pequeño, á quien pobre loco de Passy, yo siento en toda su inten- es forzoso exterminar arrojándole una batería sidad tus amarguras! de pildoras y redomas de farmacia: además, mi mal no es de los que cura Ja medicina, nace en lo profundo, ha echado muy hondas raíces, se parece al del ahorcado de la calle de la Vieille Agosto 4.—Habéis visto á la diva en moda, ho- Lanterne! llar sonriente con sus leves pies la alfombra de flores que arrojan electrizados sus fanáticos?. Habeísla visto en el escenario (ese altar donde oficia su coquetería) tomar el más valioso buqué Junio 30.—¡La he visto! Es muy rubia: sus on- y hundir la roxelana naricita en las corolas, ol- dulantes cabellos caen en espirales doradas so- vidando, ingrata, el modesto ramillete que en su bre los hombros, nimbando su faz asiría con un tímida fragrancia lleva la admiración de algún halo fosforescente y ambarino: es su frente de sufriente anónimo, el más desdeñado porque es el más vehemente y sincero? Así mi amor perdones, y conciencias purificadas por la santa es ignorado de la que derechamente lo inspiró, bendición! tiene pudibundeces de violeta, estremecimientos Mi amigo el capellán, que es un viejecito es- de sensitiva, miedo á las desfloraciones! cuálido, de faz hierática, una especie de Vol- Quiero que pase triunfante á mi lado, sin sos- taire con sotana de jesuíta, hacia los preparati- pechar que entre la turba que cuchichea está vos de una boda, que por voto religioso iba á un corazón palpitando furiosamente por ella. celebrarse sin boato. Esperé la ceremonia. Amo á las novias que enclavijan las manos enguantadas, temerosas y alegres, pensando en los deleites nupciales que Agosto 20.—¡Quisiera saber su nombre, que se acercan. Llegan los esposos. No veo el rostro una sola de las palabras amables que prodiga á de la prometida. Distingo sólo un manchón va- los que por ella no han padecido, sea para mí poroso y blanco entre el mar de cabezas negras solo, que me mire con sus pupilas de diamante que se agitan. Subo á un banco. La columbro ya. negro! Está radiante de placer ¡Angelical criatu- ra! Me ve y se burla! Dios mío! Es ella!... ¿Por qué gemirían mis nervios como las cuer- das de viejo clavicordio entre las garras de una Septiembre 8.—Ayer entré á la iglesia. No soy fiera? creyente, pero venero á los dioses. Me agradan los templos por su obscuridad contemplativa, sus santas afligidas y sus cirios crepitantes. Creo que las naves sombrosas albergan legiones de Con esta interrogación termina el diario. almas con tocas de monja y cruces de abadesas. El día veintiuno de Septiembre del mismo año Sus inscripciones latinas, son cristianas teogo- ocurrió el suicidio de ese amador paradisíaco. nias, conjuran leyendas poéticas hundidas ya en Su resolución mereció mi aplauso, porque yo el polvo canoso de los siglos muertos; el confe- no compadezco ni á los vivos ni á los muertos. sonario, habla de luchas internas, y terrores, y ** i.:0**»' "^.«exíc®

CONFLICTO GRAVE.

A TEDRO ESCALANTE PAI.MA.

Que un hombre se apasione vilmente de dos mujeres, aunque parezca escandaloso, es tan na- tural como que á una dama le ocurra exacta- mente lo propio por ti es varones. Comunmente esos amadores en plural procuran disculpar su felonía, alegando el recurso de los contrastes: rubia y morena, esbelta y rolliza, tonta y vivaz, pobre y rica. Fabián no disponía de esa formu- lilla que solapadamente puede atenuar la infide- lidad, porque las dos muchachas por quienes él se perecía, eran muy parecidas, tan parecidas como dos gotitas de rocío. Tenían casi la misma edad, pensaban idénticamente, fueron educadas en un mismo colegio, la dote de ambas alcan- zaba igual cifra, dormían en la misma alcoba, leían juntas sus novelas, y estupendo fenómeno entre dos rivales, se amaban francamente y con ternura: eran hermanas. Ignorándolo, Fabián había acreditado una re- putación de hombre singular, sin que sus humo- rismos y genialidades fuesen, por fortuna, capa- y un capital al que no habían abierto brecha ni ces de encaminarle á la casa de locos. el bacará ni los muslos de una bailarina, era en No era el más jaquetón de los galanes de su verdad presa digna de codicias. barrio, ni perpetraba elegías cursis, ni encrespa- Por esa única y exclusiva razón el honrado y ba sus cabellos, ni vestía desaliñadamente, ni benévolo mayorazgo se vió atacado ruda y en- desatinaba en disertaciones escabrosas delante carnizadamente por una poderosa artillería de de las señoras, hablando de escepticismo y des- miradas suplicantes: tuvo que aplicar frascos de engaños para hacerse interesante, nada de eso: vinagre alcaloide y sales amoniacales á la pica- su fama de hombre excéntrico la adquirió debido resca naricita de muchas vírgenes, violadas ya más á un exceso de cordura que á un principio de por sueños caprinos, que tenían la atingencia de demencia, porque aunque el concepto resulte accidentarse en sus brazos: soportó aparentan- alambicado ó paradógico, nadie negará que ante do propicio talante, infinitas y fantásticas histo- el criterio de la comunidad burguesa es más fácil rietas sentimentales; escuchó, resignado, los au- ganarse el título de loco siendo cuerdo, que el llidos de muchos pianos desafinados ó las lamen- de cuerdo siendo loco. taciones de padres fósiles entregados á políticas- Las mamás con hijas cotizables en el merca- ó catarros crónicos, y fué, por luengos meses, do matrimonial le acogían melosamente y elo- halagado hasta lo empalagoso por una parva- giaban sin cesar su figura é indumentaria, ri- da de solteritas que lo buscaban como las palo- ñéndole porque no hacía visitas ni frecuentaba mas golosas al granero. círculos. Ante su impasibilidad, las chicuelas sin dote Muchas señoritas vestidas á la última moda, propalaron que no tenía sentimientos; otras, mons- sabedoras de que ese joven no feo y de aspecto truosamente feas, murmuraban que era un pre- bonachón poseía una fortuna muy bien saneada, suntuoso; otras, enteramente viejas, conjuraban declararon en estado de sitio su pacífico é ino- su nombre haciendo cruces, porque según su de- fensivo corazón, el cual, según dicho de ventru- cir, era un ateo; las gotosas abuelas lo calumnia- das y casamenteras matronas, no había pertene- ron también sangrientamente, y hasta los mari- cido á ninguna beldad. dos de buena fe se permitieron desacreditarle en Un caballero rico y no muy sandio, que con- muchas partes.... servaba á los veinticinco años una alma virgen Por mucho tiempo el inocente Fabian sufrió con estoicismo de espartano la tormenta de ira Aunque las muchachas, por su aspecto, eran cundías que como castigo del cielo llovía sobre más gemelas que los Dioscuros, moralmente sus su cabeza, preguntándose en el colmo del asom- instintos se hallaban siempre en contraposición. bro cuál pudiera ser la causa de aquella mal- Sabina era impetuosa y capaz de todas las lo- querencia que las amables doncellas se empeña- curas de una impulsiva. ban en manifestarle. Mercedes, por el contrario, tenia la santa bon En el más amargo periodo de su caída fué dad de los espíritus fuertes, y su sensitivo cora- ocasionalmente presentado á Sabina y á Merce- zón era un manantial inagotable" de ternuras. des, doncellas huérfanas, de regular posición, bo Sus temperamentos, representando fuerzas é nitas, inteligentes y honradas: caso raro, aque impulsos enteramente disímbolos, estaban sub- lias niñas no adularon al prócer ni se mostraron yugados á la voluntad veleidosa del aturdido indignadas ante sus impasibles cortesías: recibié- por los hilos de una pasión, de igual intensidad, ronle con espontánea camaradería, sin mostrar aunque revelada de maneras muy diversas. se tímidas ni descocadas: no platicaron de pe- La psicología de Fabián era por demás drolá- rendengues ó ganzadas amorosas ni insinuaron tica y complicada. en la conversación palabras de esas que orillan Cuando palpitaron en sus órgauos las prime á un señor decente á las ceremonias y madriga- ras eclosiones de la pubertad, sus más próximos les que en lo íntimo le fastidiarían soberamente. amigos y parientes llegaron á creer que estaba Sea que la indiferencia de las hembras lasti- loco, tantas y tan gordas fueron sus extravagan- mara el vidrioso orgullo de aquel efebo, que co- cias: en ese lapso de la vida en que la juventud mo Hilas estuvo á punto de ser raptado por las echa á vuelo sus clamoreantes campanas, y la ninfas, ó que derechamente se sintiese enamora hembra surge ante las atónitas virilidades del do, ello fué, que cierta noche, contemplando el adolescente con todos los satanismos y con todas hermes de la luna y el chispear de los luceros, las artimañas del pecado, porque pecadores son juró á las dos criaturas una pasión volcánica y sus ojos, y pecadores son sus labios y pecadora trágica, á la que ellas, ignorantes de la perfidia es su oarne, Fabián codició furiosamente á to de su amador, prometieron corresponder con to das las pensativas que supieron dejar en su re- das las fórmulas que en casos tales son de uso cuerdo la coruscante huella de uua mirada dia- corriente y común. blesca: se enamoró sucesivamente de una cir- ii quera con nalgas de exuberancia calipigia, de de cavilar mucho, quedóse como entontecida en alguna gazmoña amiga de su madre, de la espo- un aletargamiento de marmota. Ya atenuado el colérico paroxismo, las dos llo- sa de su profesor de lógica, de su madrina de raron copiosamente, y abrazadas, cayeron de hi- contirmación y probablemente hasta de la por- nojos ante la Madona, encareciéndole como bue- tera de su casa. nas cristianas que arrancara de su pecho aquel Como se colegirá, en tipo de tau peregrinos maldito hechizo que amenazaba perturbar por antecedentes, una afección como la que le con- siempre la paz filial de sus afectos. turbó por las jóvenes, tenía que prosperar, cau- Arrojaron las cuitas de sus conciencias en sando sus consecuentes estragos. la rejilla del confesonario, refiriendo todos sus La extraña aventura hacía trastrabillar al escrúpulos al padre cura, y procurando en un amador sobre una hilera de horcas caudinas. severo examen espiritual, que ningún replie Torturando su ingenio, logró por mucho tiem- gue de sus almas pasara desapercibido á la in- po que ninguna de las novias sospechara la trai- vestigación saludable del mentor. ción de que estaban siendo victimas, pero como Este, que era un viejecillo experimentado y por el inexorable fatalismo que determinad des- muy sabio, después de oír atentamente la nove- tino de los vivos, todas las tragedias de la exis- la, dijo á sus penitentes: tencia tienen que desenmarañarse alguna vez, —Huir muy lejos. llegó por fuerza el día en que las burladas su- Cuando se aleja la blonda soñadora, dejando pieran basta en sus más incógnitos detalles to- plantado á un amante que sufre, es porque el das las maquinaciones del traidor. olvido, ese pájaro siniestro, ha manchado con la .Su estupefacción fué mayor que la del santí- sombra de sus alas la aurora de un amor efí- simo Job cuando el ángel agorero fué á notifi- mero .... carle las tremendas nuevas. A la hora en que el muriente crepúsculo cho- Dejándose arrebatar por los furores del mo- rreaba oro molido sobre el luto de la noche ave- mento, juraron tomar venganza del perverso: cindada, llegó Fabián á la casa de sus amigas, Sabina, haciendo belicosos ademanes y arras- con un ramillete de violetas en cada mano y trada por sus melodramáticos instintos, llegó á dos cartuchos de bombones en las faltriqueras pensar en venenos y puñales; Mercedes, después de su americana Llamó discretamente. Como no le contestaran, colóse á los aposen- tos de rondón, y después de minuciosa investi- gación acabó por convencerse de que la jaula estaba vacia y las alondras habian volado. Entonces alejóse llorando de aquel hogar don- de habla sido dichoso tantas veces. INSTANTÁNEA. Las torres desgastaban sus bronces celebran- do con regia pompa las exequias del sol, y la A ANTONIO DE LA PKSA Y REYES. tristeza indefinible de la noche que llegaba, lo Asi el cuadro: Un cielo invernizo, anodino y opa- invadía todo prontamente prontamente. co, con turbio blancor de grumos de humo: el es- pacio silente, torvo, sin trinos de aves, sin clarida- des límpidas, sin rayos de sol: una familia de pa lomas tiritando sobre la torre de vieja capilla: en la plazuela, alfombrada de cieno, con negru- ras vibrantes de alquitrán, las casucas del ba- rrio plebeyo, ostentando en sus pustulosos muros grandes manchones obscuros, huellas de un to- rrencial aguacero, extinto ya: adherida á los ci- mientos una greca de granizo no licuada aún, extendida opulentamente, con todo el orgullo de las cosas blancas, extendida como un anchuro- so encaje de Malinas que fimbriase la falda de una mendiga, y la luz, una luz mortecina, do- rando lo que podía: un charqui« do naufragaba un barquichuelo de papel de periódico que fa- bricó un parvulillo desnudo é incircunciso, una piedra humeante, un vidrio chorreado, un bal- Llamó discretamente. Como no le contestaran, colóse A los aposen- tos de rondón, y después de minuciosa investi- gación acabó por convencerse de que la jaula estaba vacia y las alondras habian volado. Entonces alejóse llorando de aquel hogar don- de habla sido dichoso tantas veces. INSTANTÁNEA. Las torres desgastaban sus bronces celebran- do con regia pompa las exequias del sol, y la A ANTONIO DE LA PKSA Y REYES. tristeza indefinible de la noche que llegaba, lo Asi el cuadro: Un cielo invernizo, anodino y opa- invadía todo prontamente prontamente. co, con turbio blancor de grumos de humo: el es- pacio silente, torvo, sin trinos de aves, sin clarida- des límpidas, sin rayos de sol: una familia de pa lomas tiritando sobre la torre de vieja capilla: en la plazuela, alfombrada de cieno, con negru- ras vibrantes de alquitrAn, las casucas del ba- rrio plebeyo, ostentando en sus pustulosos muros grandes manchones obscuros, huellas de un to- rrencial aguacero, extinto ya: adherida A los ci- mientos una greca de granizo no licuada aún, extendida opulentamente, con todo el orgullo de las cosas blancas, extendida como un anchuro- so encaje de Malinas que fimbriaso la falda de una mendiga, y la luz, una luz mortecina, do- rando lo que podía: un charqui« do naufragaba un barquichuelo de papel de periódico que fa- bricó un parvuliUo desnudo é incircunciso, una piedra humeante, un vidrio chorreado, un bal- hoyo, otra patética escena agregada al drama dosín roto ó el pelaje atigrado de un felino que aventuraba pasos cautelosos por el suelo tortuo- elegiaco de su vida! so y desigual Limpió su rostro lo mejor que pudo, vistió su Por allí el tugurio. vieja osamenta con andrajos, y aturdido por el atiplado vocerío de los harapiezos que pedían Como los pequeños metían boruca insoporta- pan, buscó á tientas el nudoso báculo, llamó al ble, el señor Juan despertó sobresaltado de su perro amigo, y claudicante y pesaroso se lanzó letargo. al acaso. Anonadado por las brutales escenas de la no- La compasiva estanquera dióle á crédito un che anterior, habíase desmayado en el jergón. billete de lotería, con cuya venta podría obte- Sombrías pesadillas hacían su sueño más pe- ner unas cuantas piezas de cobre. noso que la realidad misma. Casi alegre instalóse cerca de una iglesia con- La historia cotidiana. El movimiento escéni- currida: allí, confundido entre falsos indigentes co de aquella gatera, nido de pesadumbres y y ladronzuelos de baja estofa, cada vez que oía desesperaciones, habitáculo de vicios, de blasfe- rumor de pasos, extendía la sarmentosa diestra mias y de lamentos: ofreciendo su mercancía: Que el amante de la Toribia llegó muy tarde —Veinte mil pesos para hoy! ya, borracho, con la embriaguez sombría de los ¡Ninguno compraba! Las señoras caritativas dipsómanos, que golpeó á la mujer, maltrató á I03 pasaban de largo, sin mirarle siquiera; alguna niños é injurió sus canas de viejo veterano, las que otra jugadora fanática se detenía un instan- canas del señor Juan, del héroe sin nombre, que te, estudiaba el número, ajaba el sutil papel, su- ciego y baldado sufria con resignación de már- maba trabajosamente las cifras, abría el gra- tir las bestialidades del hombre y los desboca- sicnto portamoneda y después de embromar un dos vicios de la hija, la perdida que obcecada buen rato marchábase impasible: por siniestro atavUmo se prostituía en todos los —No me gusta ese número! lugares indignos para llevarle cada año un re- Transcurrían las horas, pasaban violentas, fu- cién nacido espurio ... gitivas, implacables, aproximábase el momento ¡El dia nuevo! ¿Qué era para el señor Juan? del sorteo, el señor Juan se sentía desfallecido Un escalón más al descenso incesante hacia el por el hambre, pensaba con el corazón oprimi- Atraído por los ruidosos aspavientos de la vie- do en los nietezuelos abandonados en el tugurio, ja llegó un municipal, se informó del caso, y en- y para olvidar el sufrimiento torturante que le tonces el señor Juan, á golpes, empellones y embargaba, ofrecía el billete con suplicante y bastonazos, seguido de una caterva de pilletes gemebunda voz: que silbaban y vociferaban, fué llevado á la Ins- —Veinte mil pesos para hoy! pección de Policía, acusado de ladrón y escamo- Llegó un pillastrín, tomó el papel de la tem- teador! blona mano que lo vendía, y después de cam- Protestaba su inocencia, pedia perdón por el biarlo por otro inútil, que devolvió al cuitado, se delito que no había cometido, imploraba, sollo- largó tarareando alegremente. zando, la piedad de sus verdugos y todos El señor Juan sentía morirse, sus piernas va- reían y so burlaban sangrientamente! cilaban, sudaba copiosamente, y los síntomas de un vahído producido por su excesiva debilidad, El billete fué vendido. le llenaban de terror. Obtuvo el premio. Levantaba la velluda mano y llorando como Lo compró un rico avaro. una mujer exhibía su mercancía. Por qué el billete fué vendido . ? Una beata, entapujada y jibosa, que salía del Por qué obtuvo el premio....? templo acariciando las cuentas de la camándu- Por qué lo compró un rico avaro la, acaso por un remordimiento ó deseosa de ganar una indulgencia que atenuara el saldo de sus culpas, sintió piedad por el des- valido, detúvose ante él, tomó el billete, estornu- dó, calóse las obscuras gafas con chocante par- simonia, y luego de observarlo con prolijidad, dijo: —¡Es falso! V por su descomunal bocaza, bigotuda y tu- mefacta, se escapó un torrente do insultos y re- criminaciones. INDICE.

Págs.

Dedicatoria | El Caso de Pedro ^ Un Crimen Raro ^ El Rey de las Gemas Amor Insulso ^

Monografía. 1Qg El Viejo Error ^ Escrutinio ^ Dos Cartas ^ La Muerta ^ Dos Pasiones Trágicas ^ La Obra Maestra ^ La Crisis... ^ Diario de un bimple ^

Conflicto Grave OQ5 Instantánea Esta obra se acabó de imprimir en Imprenta del Sr. D .Eduardo Dublán, el VII de Ju- nio del año de MDCCCXCVIII.