LA UTOPÍA EN AMÉRICA Vasco de Quiroga LA u t o p ìa EN AMÉRICA Edición de Paz Serrano Cassent C r ó n i c a s d e A m é r i c a 1ÍA ST I3V H isto ria © DASTIN, S. L, Polígono Industrial Európolis, calle M, 9 28230 Las Rozas (Madrid). España Tel. 91 637 52 54 / 91 637 36 86 Fax: 91 636 12 56 E-mail; [email protected] WWW.artehistoria.com (para esta colección) WWW.dastin.es (resto fondo) ISBN: 84-492-0255-8 Deposito legal: M. 45338-2002 Impreso y encuadernado en España por; Cofás, S.A. Printed in Spain - Impreso en España Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier método o procedimiento, com­ prendidos la reprografia y el tratamiento informático, así como la distribu­ ción de ejemplares de la misma mediante alquiler o préstamos públicos. INTRODUCCION Rescatar la obra de Vasco de Quiroga, juez español destinado a la Segunda Audiencia de Nueva España, en 1530, y futuro obis­ po de la extensa región de Michoacán, presenta el interés de per­ mitir analizar un aspecto de la conquista de América, a veces os­ curecido por las hazañas espectaculares de los hechos de guerra o la magnitud del desastre indígena. Se trata de la evangelización y la construcción, con y para la masa indiana, de utopías que, pese a su origen europeo, sólo parecían posibles en el nuevo mundo des­ cubierto, espacio abierto para la realización de todos los sueños. En esa línea, que partía de la defensa del indio y sus cualidades naturales, docilidad, mansedumbre, humildad, carencia de codicia, que le conferían un carácter privilegiado para intentar reconstruir con ellos el ideal de la primitiva cristiandad, se hallaban, aunque con concepciones ideológicas diferentes y prácticas distintas, fran­ ciscanos y, posteriormente, jesuitas. Pero, tal vez, entre nosotros, se ha conocido menos la acción de este jurista y obispo que, tres lustros después de la aparición de Utopía, la obra de Moro, intentó, en los pueblos-hospital que fundó en América, la realización cris­ tianizada de la organización política que proponía como modelo el canciller inglés. Esta introducción pretende familiarizar al lector con la figura de un utopista hispano, su obra, sus ideas y contradicciones, de ma­ nera que, a partir de sus textos, se aporten nuevos elementos que amplíen las perspectivas de análisis del complejo mundo de la con­ quista. Problemas de importancia para el pensamiento moderno. 6 La Utopía en América como la cuestión del otro, las distintas técnicas de colonización, la conquista de las almas como corolario imprescindible de la ac­ ción dominadora, la relación entre razón utópica y razón de Esta­ do, o la función de la utopía, empiezan a apuntarse ya en la acción y la obra de este obispo, al que hoy se continúa recordando entre los indígenas de Michoacán como tata, padre, Vasco. El utopista Vasco de Quiroga Vasco de Quiroga, futuro oidor y posterior obispo de Michoa­ cán, en la Nueva España, nació en Madrigal de las Altas Torres, provincia de Ávila, lugar de origen de otros personajes como la rei­ na Isabel o Alonso de Madrigal, el Tostado. Tradicionalmente se databa la fecha en 1470, lo que confirmaba la idea general de que había muerto a la edad de noventa y cinco años y habría pasado a las Indias como juez a ios sesenta años, aproximadamente. Otras interpretaciones, como la de J. B. Warren, sostienen que debe re­ trasarse la fecha ocho años, y Francisco Miranda la sitúa en 1488. En cualquier caso, esta confusión respecto de la fecha de su naci­ miento coincide con una desinformación general sobre la primera etapa de su vida, anterior a su llegada a México. Efectivamente, poco se sabe de sus primeros años. Su familia, de origen gallego y noble, tenía buena posición social en Madri­ gal, siendo su padre gobernador del priorazgo de San Juan en Cas­ tilla. Tuvo dos hermanos, Constanza, que ingresó en un convento, y Alvaro, que heredó el mayorazgo y tuvo nueve hijos. Entre és­ tos, destacaría con el tiempo Gaspar de Quiroga, que empezó como servidor del cardenal don Juan Tavera, para ser posteriormente visitador de Nápoles, inquisidor, obispo de Cuenca, arzobispo de Toledo y cardenal. Este personaje, Tavera, parece que mantuvo estrecha amistad con la familia Quiroga desde su estancia en Ma­ drigal y, dado que tuvo gran influencia por su posición de presi­ dente del Consejo de Castilla, cardenal y arzobispo de Toledo, pudo haber favorecido la posición de don Vasco. Introducción Sus estudios los realizó como bachiller y licenciado en cánones, posiblemente en Salamanca, aunque no se puede asegurar con certeza la ciudad. Esta licenciatura en cánones le orientó hacia el cuerpo de letrados, que iba adquiriendo relevancia en la resolución de los asuntos de Estado y en los oficios de la corte. Así, se le pue­ de encontrar, en 1525, en Orán, en el norte de África, actuando como juez de residencia del corregidor Alonso Páez de Ribera. Este había sido acusado por los regidores de la ciudad de haber come­ tido una serie de excesos, como tomar dinero de los comerciantes, judíos, moros y cristianos, y fue denunciado por dos mercaderes saboyanos al haberles confiscado algunos bienes. Quiroga con­ denó al corregidor a restituir lo apropiado, pagando los intereses y las pérdidas. Intervino además en un extraño pleito, derivado del pacto entre dos comerciantes, por el cual la mujer de uno de­ bía vivir con el otro durante un año, a cambio de una cantidad de dinero. El comerciante comprador de la mujer había sido conde­ nado a una multa, pero Quiroga consideró que no era competen­ cia de la ciudad exigirla. Lo destacable en esa actividad jurídica, anécdotas aparte, es que suponía un primer contacto con territo­ rios conquistados y los problemas derivados de los excesos de po­ der de los ocupantes, que dejaban entrever el carácter estricta­ mente jurídico y de apego a la legalidad del futuro oidor de Nueva España. En 1526 se le llamó para actuar como uno de los representantes de la Corona española en la firma de un tratado de paz con el rey de Tremecén. El tratado tardaba en firmarse por diferencias acer­ ca de los impuestos que Tremecén debía pagar a España, aunque finalmente los españoles cedieron. Warren destaca en este trata­ do algunos artículos que podían manifestar la actitud que poste­ riormente tomaría Quiroga en las relaciones con los indios. Así, se establecía , en el noveno, que los españoles no podían comprar nin­ gún objeto que hubiera sido robado a los vasallos del rey de Tre­ mecén, obligándoles a su restitución; el artículo décimo procla­ maba la libertad de comercio para los mercaderes, moros o judíos, en Orán; el decimotercero aseguraba que no se convertiría al cris­ tianismo, por la fuerza, a los vasallos del rey de Tremecén y que La Utopía en América serían tratados con el debido respeto a la ley de esos reinos. Aun­ que no se sepa cuál fue la efectiva intervención de Quiroga, es destacable en el articulado cierto espíritu de consideración legal hacia otros pueblos próximos a la nueva corriente del derecho de gentes, que se gestaba, como precursora del derecho internacional moderno, en la obra de Francisco de Vitoria en la Universidad de Salamanca. Posteriormente, siguiendo a la corte, vivió en Granada y Valla- dolid. De ello nos quedan como referencias la huella que la primera ciudad dejó en su espíritu y pudo influir en su idea, no realizada, de llamar así a la ciudad que eligió como capital de su obispado, o en el nombre, Santa Fe, con que designaría sus experimentos ame­ ricanos, así como las amistades y relaciones que estableció con al­ gunos cortesanos ilustrados. En Granada se había dado una situación similar a la que des­ pués se encontraría Quiroga en México. Ciudad conquistada y so­ metida en 1492, requería con urgencia su cristianización para un mejor control y gobierno de los vencidos. Para ello se plantearon dos tácticas. Una fue la propiciada por el cardenal Cisneros y sus franciscanos, que lograron bautismos masivos, pero en gran parte forzados y falsos, antecedente claro de lo que sería su acción mi­ sionera, tres décadas después, en las nuevas tierras de América. No consiguieron una auténtica conversión y aculturación de la pobla­ ción hispano-musulmana, sino que fueron semilla de alzamientos, como el de 1499. Otra fue la de fray Hernando de Talavera, primer arzobispo de Granada, que propuso otro método basado en la persuasión, el ejemplo y la labor de catequesis; para ello fundó un colegio, el de San Cecilio, donde, además de existir un seminario, germen de un futuro clero reformado, se instruía a los moros principales y, sobre todo, a sus hijos en la escritura, lectura y gramática castellana, así como en la doctrina y el amor al trabajo. Parece que este modelo debió influir en Quiroga y, de alguna manera, repercutió en su fu­ tura fundación del de San Nicolás de Pátzcuaro, una de cuyas in­ tenciones sería la de integrar, vía educativa, a indios y españoles, además de formar un clero selecto. Introducción Respecto de sus amistades de la época, se encuentra sufi­ cientemente probada su relación con Bernal Díaz de Luco. Este había sido colaborador de Tavera y posteriormente oidor en el Con­ sejo de Indias. Marcel Bataillon lo señala como el amigo a quien envió su obra Información en Derecho. En ella, indica Quiroga que había discutido con la persona a quien enviaba el tratado el pasa­ je del Villano en el Danubio, de Antonio de Guevara, durante un traslado de la corte desde Burgos a Madrid.
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