15 La Sucesión a Los Bienes De Juan Antonio Llorente, En París

15 La Sucesión a Los Bienes De Juan Antonio Llorente, En París

15 LA SUCESIÓN A LOS BIENES DE JUAN ANTONIO LLORENTE, EN PARÍS Yo tengo derecho a que las personas imparciales y desnudas de pasión juzguen mi causa en el tribunal de la opinión pública. J.A. Llorente Noticia biográfica. Apéndice La diana que se desea acertar –en cualquier trabajo histórico– es siempre el hombre. Su rostro. Su alma. Su vida. Y, por eso, su muerte, que es el suceso de los sucesos: acaecimiento nunca trivial. El único ins- tante total, definitivo e inexorable, que deja en pos de sí la huella más elocuente de la existencia concluida. LO QUE CONDENA LA VERDAD SINCERA A Juan Antonio Llorente le sobrevino el fallecimiento de modo sú- bito. Era el 5 de febrero de 1823 «a cosa de las dos y media de la tarde», «de resultas de un ataque apopléjico por cuyo motivo no pudo recibir los Santos Sacramentos» –dice el acta de defunción–. Para el Nuncio Giustiniani –retirado en Burdeos por la crudeza de la situación político- religiosa en España– la muerte del «demasiado célebre señor Llorente ... es un visible y tremendo ejemplo de la Justicia divina». Y completa la noticia añadiendo que «dos días antes de su espantoso fin» había visto luz pública un opúsculo de Llorente titulado Notas al dictamen de la co- misión encargada del arreglo definitivo del clero, con el que se anima a las Cortes a un abierto Cisma1. 1. Despacho GIUSTINIANI-CONSALVI, Notizie ecclesiastiche di Spagna, Bordeaux 22 febbraio 1823. ASV SS, 249 (1823) fasc. 2º: «Quella (morte) del troppo celebre Sigr. 441 LLORENTE FRENTE A SÍ MISMO No faltará quien se rasgue las vestiduras ante las palabras de Gius- tiniani, personalidad notablemente propensa a expresiones dramáticas. Pero, aparte la discutible retórica del Nuncio de España, resulta incon- testable que la noticia del fallecimiento del eclesiástico riojano impre- sionó en los ambientes de la Villa y Corte y también y, sobre todo, en Francia donde las páginas de sus últimos libros –Historia crítica de la Inquisición de España, Aforismos Políticos, Retrato político de los Papas– le habían hecho acreedor a un ambiguo reconocimiento: «Suetonio de la Inquisición» –seguimos estando ante la grandilocuencia decimonónica– , «calurosísimo defensor de las libertades eclesiásticas», escritor tolerante y culto «cuya filosofía razonable era precisamente el término opuesto a la que acaba de descubrir recientemente M. l’abbé Lamennais, quien, para llegar al conocimiento de lo verdadero, no admite –como es sabi- do– otra vía que el argumento de autoridad»2. – Tales encomios dedi- cados al recién finado en una nota biográfica y necrológica tienen, sin embargo, su contrapeso. El autor, A. Mahul –amigo de Llorente y, por lo tanto, no sospechoso de animadversión– reconoce defectos patentes en el estilo del eclesiástico español que disminuyen su crédito –negando su savoir faire– como escritor y hombre de letras. Y no sólo defectos externos que restan elegancia, sino quiebras de criterio en merma de su coherencia moral. «Esta obra –dice refiriéndose a Portrait politique des Llorente V.E. l’avrà già saputa dai giornali francesi; essa è un visibile, tremendo esempio della Giustizia Divina. Due giorni prima dello spaventevole suo fine, il Sigr. Llorente avea pubblicato un’ opuscolo sotto il titolo di Osservazioni sul nuovo Piano del Clero, per animare le Cortes ad’ un aperto scisma. Egli è spirato senza veder coronati i suoi voti; ma se per l’ imperscrutabili decreti della Providenza, la rivoluzione di Spagna gli soppra- vive ancora per qualche tempo, l’ opera dell empietà verrà senza dubbio consumata e il Piano del Clero, come già accennai in altro mio dispaccio a V. E., per non sgomentare il popolo, s’ introdurrà quasi furtivamente nella Chiesa di Spagna in altrettanti separati decreti, quanti –a un dipresso– sono i principali punti che abbraccia. Il decreto già pro- nunziato per la vacanza delle sedi de’ Vescovi espulsi o da esigliarsi in appresso, servirà di norma al partito giansenista pel successivo sviluppo di tutti i soui dissegni. Il salutare ti- more di una guerra straniera non a fatto che momentaneamente paralizzarli; ma se qual- che inaspettato successo giunge su di ciò à rassicurarli, non vi sarà più ostacolo alcuno che li rattenga». Sirvan estas palabras de Giustiniani para evocar el contexto que rodeó el proceloso atardecer de Juan Antonio Llorente recién llegado a su patria. Y también para valorar la relevancia del discutido eclesiástico como mentor en las Cortes de lo que el Nuncio denomina como partido jansenista. A este partido pertenecían, entre otras personalidades, los también eclesiásticos Espiga y Muñoz Torrero. 2. A. MAHUL, Notice biographique sur D. J. Antoine Llorente, auteur de l’Histoire de l’Inquisition, l’un des collaborateurs de la «Revue Encyclopédique» como necrológica tras conocer el fallecimiento del clérigo español. Revue Encyclopédique, XVIII (avril 1823) 29. 442 LA SUCESIÓN A LOS BIENES DE JUAN ANTONIO LLORENTE EN PARÍS Papes– es un trabajo de gran erudición; pero cabe objetar que propor- cionará lamentable entretenimiento a cuantos han quedado escandaliza- dos por los abusos contra la religión y por los pecados de sus sacerdotes. El autor admite una porción de datos de más que dudosa autenticidad, principalmente la historia de la pretendida papisa Juana, cuyo origen de fuente apócrifa está ya hoy suficientemente demostrado; debemos reconocer con dolor que el tema de la obra, el fin pretendido y el mis- mo tono adoptado desdicen de la condición de un sacerdote católico, cuyo honor es en todo caso inseparable del de la Sede Apostólica; salvo, naturalmente, el derecho inamisible a combatir los errores que pudieran ampararse bajo capa de tan gran autoridad»3. Y amplía más adelante Mahul refiriéndose, por un lado, a la nobleza de la causa que Llorente sirvió y, por otro, al desacierto con que la sirvió: «La religión, la política y la historia fueron alternativamente deudoras a M. Llorente de servicios importantes; algunas veces también tuvieron que lamentar sus errores. –Sin duda –continúa– él ha sido benemérito de la religión por combatir y desenmascarar el fanatismo sanguinario que ha mancillado su pure- za. Ha debido de atraer a su causa muchos espíritus generosos que se habían alejado de ella por culpa de odiosas y falsas interpretaciones; ha contribuido a curarla de esta lepra de la superstición, que tantas veces se adhiere a sus obras: pero, dedicado demasiado exclusivamente a la per- secución de los abusos modernos, se le ha visto a veces ofender aquellas tradiciones de origen apostólico que el verdadero católico respeta tanto como los dogmas de su fe. Acostumbrado a remontarse a las fuentes históricas y a verificarlas rigurosamente, ha olvidado en ocasiones que, en la comunión de la Iglesia, hay establecimientos de costumbres y de hechos cuya discusión no ha sido dejada a la libre interpretación de cada cual, sino que para nosotros los católicos son y permanecen irrevoca- blemente fijas por esta tradición constante de las iglesias, que nosotros contamos en el número de las reglas de nuestra fe»4. Y refiriéndose ahora a aspectos de rango profesional que afectan a la personalidad de Llorente y a su prestigio como escritor, Mahul con- cluye: «M. Llorente poseía un vasto saber, principalmente en materias eclesiásticas e históricas; pero su erudición no tenía esa precisión rigu- rosa que los sabios de Inglaterra, de Francia y de Alemania exigen hoy en día. Su espíritu no carecía de perspicacia y de método; pero el arte de componer un libro, tal como nosotros lo entendemos en Francia, le 3. Ibidem, 41. 4. Ibidem, 43. 443 LLORENTE FRENTE A SÍ MISMO era desconocido. Su estilo en su lengua materna, en la medida en que nos es permitido valorarlo, tenía corrección y claridad, pero no se hacía notar por ninguna cualidad brillante; hablaba el francés penosamente, poco correctamente y así también lo escribía. Lo que él ha publicado en nuestra lengua ha debido ser necesariamente revisado por personas a quienes este idioma les era familiar ...»5. A este enjuiciamiento negativo se adhería, consciente o inconscien- temente, Alcalá Galiano en 1833 en uno de aquellos artículos que pu- blicó entre abril y junio de ese año en la revista londinense «The Athe- naeum». Se refería él a la Historia de la Inquisición en la que reconocía méritos como «aportación a la historia de las instituciones religiosas y del entendimiento humano». Afirmaba que, «antes de que saliera a luz, poco era lo que se sabía del famoso tribunal, aun en España. Cuando la abolieron Napoleón y las Cortes –es decir los dos contendientes por la supremacía política de España– la falta de documentos impidió la pu- blicación de otra cosa que vagas generalidades respecto a sus misteriosos procedimientos». Ahora bien, Alcalá Galiano no se queda corto en el contrapeso: «La historia de la Inquisición resultó, como cabía esperar, un libro curioso. Pero mal escrito. Llorente había nacido en las provin- cias vascongadas, donde, como es bien sabido, se habla una lengua to- talmente diferente de la castellana, y aun de todas las europeas, hasta el punto que entre españoles concordancia vizcaína es sinónimo de sin- taxis absurda. Puede que esto sea un prejuicio, pero es verdad respecto a Llorente. La historia de la Inquisición, sus Memorias históricas sobre la revolución de España, su ingeniosísima obra acerca del autor de Gil Blas, y muchos otros trabajos fruto de su infatigable laboriosidad, no puede decirse que estén escritos en castellano. El menos exigente lector español, por mucho que le satisfaga la materia contenida en sus obras, no dejará de sentirse herido por las peculiaridades del estilo»6. Está muy claro que ni Llorente era vasco –¡si levantara la cabeza...!– ni su estilo es tan descortés y reñido con la limpieza literaria como dice Alcalá Galia- no.

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