Pepe Gutiérrez-Álvarez Libertarios, libertarias. Un diccionario bio-bibliográfico A la memoria de Francecs Pedra y de José Ester, que me enseñaron su propio anarquismo desde la práctica y la duda crítica 1 A modo de introducción Una primera redacción de este volumen tuvo lugar a comienzos de los años ochenta, y se paseó por diferentes editoriales, incluso estuvo anunciado en los catálogos de una, con un prologuista ilustre. Sin embargo, la coyuntura social, y por lo tanto cultural y editorial hizo que tuviera que esperar tiempos mejores. Desde aquel entonces ha transcurrido no menos de veinte años, y asistimos a una situación más favorable para este tipo de libros centrados en la historia de un movimiento, el obrero, que parecía haber perdido su protagonismo y sus señas de identidad. Por medio hemos conocido una derrota devastadora del movimiento obrero en su conjunto. El ideal del socialismo ha resultado francamente dañado, la descomposición de la burocracia y del estalinismo, así como por la desestructuración industrial y la hegemonía del consumismo como ideología social dominante. En contra de muchas previsiones, esta descomposición no fue en beneficio de socialismos superadores, sino de una contrarrevolución conservadora que llevó el dominio del dinero hasta las últimas instancias, pero a cuya crisis inicial estamos asistiendo. Una idea del alcance de este retroceso vivido nos la pueda dar una pequeña anécdota situada principios de los años noventa, y la protagonizó un viejo amigo libertario al que, casualmente, encontré cuando salía de uno de esos debates radiofónicos en los que, bajo el vestido de la pluralidad, se ofrece el punto de vista del triunfal-capitalismo. Mientras tomamos un café, mi amigo me contaba que ante ferocidad de la acometida de los tertulianos presentes en el debate, se encontró de alguna manera justificando el estalinismo ya que, a través de éste, los nuevos perros guardianes –entre los que se contaba un viejo estalinista como Ramón Tamames-, sus adversarios trataban de hacer tabula rasa de las ideas revolucionarias, el anarquismo incluido. Este triunfal-capitalismo resulta hegemónico hasta dentro de los medias que tratan de integrar a la izquierda (El País es un buen ejemplo). En ellos solo se aceptan las ideas socialistas en clave de pasado, y no dudan en realizar su apología del presente en contra hasta del reformismo social más moderado. Cualquier tentativa de salir del “talón de hierro” neoliberal es vituperado de “populismo”, cuando no de cosas peores. Intelectuales instalados como Vargas Llosa tildan esta tentativas como “enfermedades”. No es fácil medir todas las consecuencias de esta hegemonía totalitaria, pero me parece evidente que después que, ante la degradación de los grandes movimientos que antaño fueron las palancas de Arquímedes para abordar grandes transformaciones, ya no se puede entonar sin más aquello de "Decíamos ayer…". La suma de derrotas sociales han destrozado una base social, han cortado la acumulación de décadas de trabajo, y han desestructurado personas y colectivos. Hasta el momento, los movimientos de rechazo, no han sobrepasado el estadio de la disidencia marginal, por más que movilizaciones como las desarrollada contra la ocupación de Irak, muestran que resurge un nuevo protagonista, un elemento de recomposición factible de reanimar franjas cada vez mayores de contestación, capaces de alumbrar nuevas expectativas, sobre todo para los países del mundo mayoritario, de los países empobrecidos por la nueva ola de rapiña imperial. Durante los grandes procesos (y la victoria del franquismo, así como las consecuencias de la II Guerra Mundial, ya lo fueron), los grandes ideales se ven obligados a enfrentarse al dilema de renovarse o morir, a plantearse la consiguiente metamorfosis. Las crisis extremas lo convierten en más variados y obliga a replantearse sus relaciones con las corrientes más próximas. Todo cobra un nuevo sentido. Las debilidades organizativas, las limitaciones teóricas, aparecen más claras que nunca. De alguna manera, se puede decir que las grandes sirven en la medida que resulten capaces de situarse al orden del día, y para ello tienen que 2 cuestionarse las actitudes instaladas. No fue otra cosa lo que, a lo largo del siglo XIX, hicieron los grandes creadores, enfrentados a los paradigmas de la revolución francesa, del socialismo apoyado en proyectos utópicos, o del socialismo de transición o del 48... Esta exigencia de renovación y de replanteamiento se traduce por la voluntad de recuperación de los formas de relación más participativas y creativas, y cuyo base inicial no es otra que el reconocimiento de una pluralidad socialista esencial. Estas formas creativas buscan recuperar claves tradicionales como la horizontalidad organizativa, el libre debate, la acción directa, propia de los interesado/as, la oposición clara a las izquierdas más convencionales, y apuesta por un curso organizativo lo más abierto posible. Se trata de debatir antes que afirmar, que coexistir antes que hegemonizar, y de actuar en común antes que hacer las guerras por la cuenta de unos u otros. Entre otras cosas se trata de neutralizar las inclinaciones cainistas dentro de las tradiciones y de los movimientos, y por lo tanto de imponer el diálogo donde antes primaban las acusaciones. Se trata por lo mismo de recuperar las concepciones más abierta y pluralistas en el terreno de la historia, y expulsar en lo posible los dogmatismo y las seguridades escolásticas que convertían a los otros, sobre todo a los críticos, en agente del adversario y cosas por el estilo. Vivimos unos tiempos en los que, si bien las condiciones materiales (de una revolución tecnológica sin precedentes), son cada vez idóneas para la liberación humana, para alcanzar la mayor calidad de vida y el máximo de libertad, resulta que la dominación ideológica del egoísmo propietario y consumista está siendo más devastadora que nunca, llegando a corromper conceptos como democracia y libertad, pero también otros más arduos como anarquista o libertario, parámetros deformados hasta extremos increíbles con tal de convertirlos en refinados instrumentos de justificación de la primacía del yo privilegiado, en detrimento del nosotros, del individualismo solidario... Contrarrestar el peso agobiante de esta hegemonía, y sus correspondientes imposturas y falsedades para restablecer la verdad histórica, hacerla asequible al mayor número de trabajadore/as, deviene por lo mismo, una exigencia...Evidentemente, esta es una empresa colosal dentro de la cual trabajados como éste se justifican como granos de arenas, y lo quieren hacer en el terreno de la divulgación didáctica, inexcusable para la gran mayoría trabajadora ajena a las lecturas digamos universitarias. Este y no otro es el sentido de este proyecto, el propio de un “recopilador”. Durante décadas, el autor ha ido seleccionado a los y las protagonistas de una extensa bibliografía sobre la historia libertaria, general y particular, y a partir de aquí ha establecido un “fichero” en el que ha condensado toda las información posible a través de la selección de las individualidades más destacadas en dicha bibliografía. Evidentemente, este criterio es tan justo o injusto como pueda parecer, por eso se habla de un diccionario. La línea de enfoque está guiada por el mayor respeto a los datos y con el menor grado posible de pronunciamientos, lo que no significa rehuir de apreciaciones consideradas puntualmente como necesarias. Su objetivo ha sido ofrecer una visión lo más desprejuiciada posible, anotando las diferencias y las críticas (desde fuera o desde dentro, que muchas veces han sido mucho más afiladas), y tratando de reducir en lo posible mis propios pronunciamientos delante de acontecimientos marcados por las polémicas. Aunque se pueda hablar de ciertas afinidades, esté no es un trabajo hecho “desde dentro”, no da por incuestionable ningún principio por la sencilla razón de que todos y cada de los cánones establecidos han sido libremente interpretado según escuelas y circunstancias, considerando que en el anarquismo organizado no solamente transcurrieron diversas heterodoxias, sino también tendencias y personalidades que mantuvieron diversos grados de conexión fronteriza con otras opciones, comenzando con la masonería (Bakunin, Lorenzo), el cristianismo (Tolstoy), el liberalismo (Flores Magón), el 3 parlamentarismo (Fanelli), el populismo ruso, el marxismo (Guerin, Chomsky), el nacionalismo y el independentismo, sobre todo en Cataluña (Foix, Manent), el socialismo clásico (Haywood), etcétera, etcétera. La pertinencia de esta reconsideración abierta quizás puedan escandalizar a los guardianes de las verdades establecidas, que olvidan que la verdad únicamente existe como un objetivo que nunca se alcanza y que se justifica por el rigor y la coherencia que se ponen en marcha en su búsqueda. No cre que sin el reconocimiento de la existencia de una suma de contradicciones y ambivalencias, se puede entender un corriente que cuya finalidad última, el comunismo libre, se desarrollaba en unas condiciones sociales de las que querían liberarse, pero que marcaba su existencia desde su nacimiento. No hay que andar muco para encontrar en el presente nuevas muestras de lo que decimos. Cualquier opción libertaria actual se ve obligada a una reconsideración de la sempiterna desconfianza contra el Estado (“maldito”, según Louise Michel), dado que la defensa de lo público (de las conquistas del "Estado del Bienestar") en oposición al neoliberalismo está tratando de privatizar (la privatización
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