JORGE LANATA JOE GOLDMAN Cortinas de humo Una investigación independiente sobre los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA (c) 1994, Jorge Lanata, Joe Goldman EQUIPO DE INVESTIGACION: Jorge Lanata Joe Goldman Romina Manguel Miguel Weiskind Antonio Turban Leila Guerriero Jorge Repiso COLABORACIONES: Ana Gershenson, Lucía Maudet, Noga Tarnopolsky, Pedro Brieguer y Cristián Le Monnier AGRADECIMIENTOS: a Héctor Ruiz Núñez, Horacio Verbitsky, Marcelo Justo, Estrella Martínez, Karina Iturreria, Yair Kon, Carlos Juvenal, Mario Zozzoli, Marcelo Strauch, Eduardo Febbro, Ariel Maudet, Jorge Luis Calderón, Miguel Martelotti, Julio Menajovsky y Alejandro Elías, por su colaboración al aportar elementos, análisis o riquezas de enfoque durante el trabajo de investigación de este libro; a Silvina Chaine, Héctor Calós, Mario Lyon y Javier Blanco (productores de Rompecabezas) y al equipo del programa, por su paciencia; a las autoridades y personal técnico de Canal 13, América 2, Telefé y Canal 9, que colaboraron editando la transmisión de archivo de ambos atentados, material esencial para la reconstrucción; a Hector D'Amico y Carlos Lunghi, de la revista Noticias; a los encargados y personal de Archivo de los diarios Clarín y Página/12 y de la revista Noticias; al diario El Espectador de Bogotá y al Servicio Latinoamericano de BBC; a Marta Merkin y Silvia Albert; a Florencia Scarpatti; a Gabriela D'Angelo y Joaquín Goldman; a Nicolás, Pablo y Daniel del bar "El Viejo Henry", en la esquina de la AMIA, que devino en oficina ambulante; a Juan Forn, por el trabajo de edición de este libro. A todos ellos, gracias. Nunca he escrito un diario; sin embargo sé que las líneas que siguen tendrán ese tono, incomprensiblemente público y privado: escrito para nadie, para nadie que soy yo y miles de desconocidos a la vez. Es imposible responder una pregunta tan simple como por qué escribí este libro. Un científico diría: "Para encontrar la verdad". Un científico, o un fanático, o un ingenuo, o un idiota. Sin embargo, durante los últimos ocho meses formé parte de un grupo de ocho personas que buscó obsesivamente la verdad que se ocultaba detrás de los dos atentados. La consigna de la primera reunión de ese grupo de investigación fue que sólo sabíamos dos cosas ciertas: el 17 de marzo de 1992 y el 18 de julio de 1994 habían estallado dos bombas. La reconstrucción del resto ocupó la vigilia y los sueños de los meses siguientes. Cada línea de las páginas que siguen proviene del chequeo de tres, o por lo menos dos fuentes distintas. Sin embargo, a pesar de las primicias y de las denuncias, a pesar de los testimonios y de las hipótesis finales, este libro sólo contiene una pequeña parte de la verdad. Quizá, sin proponérselo, algunas de estas páginas resulten un tibio reflejo de la especie humana, de las infinitas preguntas sin respuesta que nacen de la crueldad, la estupidez, el egoísmo, el desinterés; la vida y la muerte. Debo reconocer que sólo conocía un costado de la palabra sombra hasta mediados de julio de 1994, y aquella sombra era verde, o marrón y significaba aire fresco y pesado. Durante estos meses conocí otra sombra, la del poder dentro del poder, la de la miseria y la mentira, y esa sombra no es verde sino gris, y no respira o lo hace de modo tan lento que no puede advertirse. En esa sombra las dudas crecen con la lentitud inexorable de la hiedra. Uno de los personajes reales de los hechos narrados en este libro dijo, respecto de la bomba en la Embajada: "Todo esto me da asco". Yo mismo, desde mi pequeño metro cuadrado de sombra, pensé en distintas ocasiones que al terminar este libro abandonaría la profesión. Llevo veinte años en el periodismo y he escrito hasta el cansancio -propio y ajeno- sobre el escaso valor de la vida, de cualquier vida, en la historia de la Argentina. En estos meses sentí lo ínfimo de ese valor: lo supe. Supe que las víctimas de la muerte mueren cien veces: mueren de estupidez, de pistas falsas, de operaciones de prensa, de interpretaciones políticas, de miserias, de rencillas internas, de ignorancia y miedo. Conocí también la mirada de los que quedaron; y creo sinceramente que esos ojos, si se lo proponen, pueden atravesar la sombra. Este libro esta dedicado a las víctimas: intenta ofrecerles algo de paz en su descanso. Jorge Lanata noviembre de 1994 "La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido." Milan Kundera Este proyecto fue concebido en algún lugar dentro de la brecha enorme que existe entre el amor y la indignación por un grupo de periodistas-personas que simplemente decidieron un día decir "basta". En cada etapa de esta investigación entraron en juego estas contradictorias emociones, para cada una de las personas involucradas en la minuciosa búsqueda de material para este libro. El 18 de julio de 1994 llegué al lugar donde estaba el edificio de la AMIA una hora después de la bomba. La escena del caos era total. Desde aquel momento en adelante, durante cuatro días enteros, realicé la cobertura del atentado para medios norteamericanos. De la misma manera en que el 17 de marzo de 1992 cubrí a los veinte minutos de la explosión el atentado a la embajada de Israel. En la primera bomba, muchos de los periodistas hablamos sobre nuestro deber de intentar el esclarecimiento del ataque terrorista, pero finalmente sólo cubrimos lo que pasó. En el atentado de la AMIA la sensación fue muy distinta. Hubo un grupo de periodistas que no sólo quiso cubrir el horror, sino que se propuso desde un primer momento descubrirlo. Llevar adelante una investigación que el gobierno se negó a hacer. No soy argentino, pero vivo en Buenos Aires desde hace una década. La sensación de impunidad en la Argentina es terrible, pero más terrible aún es la impotencia de la gente para atacarla. En los Estados Unidos también tenemos bombas, atentados, horror. Pero rara vez sufrimos de impotencia o desconfiamos de las investigaciones o las intenciones de las autoridades. En estos meses de investigación me convertí en un experto en detonadores, materiales explosivos químicos y plásticos, y otros artefactos terroristas de los que nunca antes había oído hablar. Si hay algo que realmente espero es no tener que usar mis nuevos conocimientos nunca más en mi vida. En la embajada y en la AMIA alguien presionó su pulgar sobre un detonador y en segundos asesinó a decenas de personas. A causa de los atentados, las vidas de miles de personas quedaron destruidas. Este equipo ve hasta en sueños las caras de los sobrevivientes que llevan el horror a cuestas. Yo he sido uno de los tantos que se queja de las actitudes de los argentinos: he dicho muchas veces que sólo quieren olvidar, esconderse, no comprometerse. Pero hubo cientos de personas que nos abrieron las puertas de sus casas destrozadas, de sus vidas arrasadas, de su dolor infinito. Esa gente es la que hizo posible este libro, al darnos su testimonio en lugar de callar. Joe Goldman noviembre de 1994 Capítulo Uno Embajada Como en Drácula, el personaje central de esta historia sólo aparece en contadas ocasiones. Como en el terror real, será necesario reconstruir el camino a Transilvania. Los personajes vivos y muertos de este libro existen: más de doscientos de ellos contaron sinceramente lo que vieron. Por su relato supimos que la muerte tiene colores diversos: será amarilla, o gris, o un fortísimo viento de electricidad, o el miedo haciendo temblar el piso, o un ruido que se multiplica, favorecido por la distancia. Sólo algunas personas sabían, el 17 de marzo de 1992, que los hechos pequeños, las dudas, los relojes, los cambios de planes, iban a recorrer, después de las 14:45, el camino comprendido entre una anécdota y la muerte. Una bomba destruye, no evapora: las respuestas permanecen en el lugar; los cuerpos se secan, estallan pero no se desvanecen; la materia se dobla, se tensa, se eleva o se entierra en trozos de diversos tamaños, pero nunca tan pequeños como para no ser encontrados. Ese rompecabezas es lento pero posible; este equipo dedicó varios meses a armarlo, con la ayuda de técnicos en la Argentina y en el exterior. La filosofía y la investigación son hijas de la pregunta: no es muy distinta la imagen de Emannuel Kant caminando alrededor de la plaza de Könnisburg a la del detective Holmes encerrado en su escritorio caoba, atento a los sonidos de su reloj cucú. Como cazadores de enigmas, ambos supieron que sólo pueden atraparse las preguntas menores. El resto es parte de un juego de especulación sobre la muerte; son contadas las ocasiones en que se acierta; otras veces -demasiadas- se renueva el asombro sobre las conductas sin respuesta de la especie humana. Enfrentarse al horror no siempre significa diluirse dolorosamente en él. También el horror responde; también puede encontrarse -si se está dispuesto a buscar- una lógica de la no lógica: algunas pequeñas respuestas que superen el silencio de la resignación, o del desinterés. Día por día, éstas son las piezas, los personajes y los hechos de los que se ocupa este capítulo: La presión norteamericana por la falta de seguridad en el aeropuerto de Ezeiza se acercaba, el lunes 16 de marzo de 1992, a su punto máximo. La Administración Federal de Aviación (FAA) declaró que la aeroestación local no tenía las medidas mínimas de seguridad. (Ver comunicación interna en el Anexo Documental.) El interés norteamericano sobre el tema no era exclusivamente comercial, aunque por cierto Federal Express se relamía de gusto ante la posibilidad de expulsar a Alfredo Yabrán (el dueño, junto a un importante lobby de la Fuerza Aérea Argentina, de EDCADASSA, la empresa proveedora del servicio de rampas -es decir, de la circulación por la pista, y de toda la carga y descarga de los aviones que llegan y parten del aeropuerto argentino).
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