Razones para la esperanza estimomo existencial de la vida cristiana en nuestra época José Luis Martín Descalzo SOCIEDAD DE EDUCACIÓN ATENAS J. L. MARTIN DESCALZO BIBLIOTECA BÁSICA DEL CREYENTE Nuestra oración: ESPIRITUALIDAD RAZONES PARA LA ESPERANZA (Cuaderno de apuntes) DHCr.MOTI'.Ra'.RA l'.DICIÜX SOCIEDAD DE EDUCACIÓN ATENAS MAYOR, 81 - 28013 MADRID BIBLIOTECA BÁSICA DEL CREYENTE DIRECTOR: JOSÉ MARÍA JAVIERRE La BIBLIOTECA BÁSICA DEL CREYENTE pretende ofrecer d católico de nuestros días un conjunto de volúmenes, como el presente, en los que halle una exposición al mismo tiempo pro­ funda y atractiva de los contenidos propios de nuestra fe y de nuestra vida cristiana. Además de los volúmenes que constitu­ yen un tratado sistemático y completo de la materia correspon­ diente, habrá otros dedicados especialmente a temas monográfi­ cos que den variedad e interés al conjunto. La BIBLIOTECA BÁSICA DEL CREYENTE está agrupada en las siguientes secciones: Nuestros Libros Sagrados: BIBLIA (Serie ocre) índice Nuestra fe: DOGMA (Serie azul) Nuestra vida: MORAL (Serie magenta) Nuestra oración: ESPIRITUALIDAD (Serie roja) Nuestra familia: DERECHO CANÓNICO (Serie amarilla) Nuestra Iglesia: HISTORIA (Serie verde) Introducción 9 Nuestra estética: ARTE Y LITERATURA (Serie naranja) Nuestro culto: LITURGIA (Serie gris) 1. Querido ladrón 11 2. La hierba crece de noche 14 3. ¿A qué derrota llegas, muchacho? 17 4. Música para sobrevivir 20 5. El suicidio de un niño 23 6. Una humanidad de trapo 27 7. El relámpago gris 30 8. Teoría del trampolín 35 9. «Reina» no ríe 38 10. Elogio del coraje 41 11. Niño en el cubo 44 12. Vagabundos por fuera, bibliotecas por dentro 47 13. Morir solos, vivir juntos 50 14. Las monjas de la colza 53 15. Cándido y Roberto 56 16. Sarina ha vuelto 59 17; El año en que Cristo murió entre las llamas 62 18. Quemar a Judas 65 19. Un campo sembrado de futuro 68 20. El terrorista no ha dormido esta noche 71 21. Todos los padres son adoptivos 74 22. Mis diez mandamientos 77 r'> SOCIEDAD DE EDUCACIÓN ATENAS 23. El arte de reírse de sí mismo 80 Mayor, 81 - 28013 Madrid 24. El arcángel caracol 83 25. Vivir con veinte almas 86 26. La farmacia de mi abuelo 89 ISBN: 84-7020-185-9 27. Un ciego en San Pedro 92 Depósito legal: M. 640.—1991 28. Las seis cosas que dan honra 95 Impreso en España por 29. No mates a nadie, hijo 98 ARTES GRÁFICAS BENZAL, S. A. - Virtudes, 7 - 28010 MADRID 5 30. El «delito» de ser mujer 101 79. Hombres de cristal 248 31. La vejez desprestigiada 104 80. Las nuevas esclavitudes 251 32. Historia de doña Anita 107 81. Cinco duros por la fruta 254 33. Pregón para una Navidad entre miedos 110 82. Asomarse a la puerta de la dicha 257 34. Dios era una hogaza 113 83. «Muchacho, cuida tus alas» 260 35. Dolorosa, dramática, magnífica 116 84. Cambiar de agenda 263 36. La hija del diablo 119 85. El reino de los «buenos días» 266 37. El hombre que había visto su entierro 122 86. El hereje y el inquisidor ... 269 38. La pedagogía de la Y 125 39. Los muebles ensabanados 128 40. La mano en el violín 131 41. Un campeonato de cariño 134 42. Me he sacado una espina 137 43. El milagro del gitano 140 44. Elogio de la tía 143 45. Hay estrellas 146 46. Los calumniadores del cielo 149 47. El hombre que mendigaba cuartos de hora 152 48. El desmadre y el despadre 155 49. Los ojos eran verdes 158 50. Casi omnipotente 161 51. Sardinas con chocolate 164 52. La gran pregunta 167 53. El incendio 170 54. La casa prestada 173 55. Los niños de la guerra 175 56. «Mete la espada en la vaina» 177 57. El vestido en el arcón 180 58. Caminar hacia el amanecer 183 59. El dulce reino 186 60. Enfermos de soledad 189 61. En el cielo no hay enchufes 192 62. La pata coja 195 63. Niño en la biblioteca 198 64. «Miss Traje de Baño» no sabe nadar 201 65. Hombres y cafeteras 204 66. Animar al suspendido 207 67. Jesús, nació mongólico 210 68. El malo de la película 213 69. Me acuso, padre 217 70. Anónima Matrimonios, S. A 221 71. Viajar como maletas 224 72. Una cura de Bach 227 73. El derecho a equivocarse 230 74. La estampida del egoísmo 233 75. La sonrisa y las tinieblas 236 76. El pobre en el jardín 239 77. La guerra de los listos 242 78. La paz nuestra de cada día 245 6 7 Introducción Dicen que la gran enfermedad de este mundo es la falta de fe o la crisis moral que atraviesa. No lo creo. Me temo que en nuestro mun­ do lo que está agonizante es la esperanza, las ganas de vivir y luchar, el redescubrimiento de las infinitas zonas luminosas que hay en las gentes y en las cosas que nos rodean. Lo mismo que se dice que la gran victoria del demonio en nuestro tiempo es haber conseguido convencer a todos de que no existe, creo que el gran triunfo del mal consiste ño tanto en habernos vuelto cie­ gos como en habernos puesto a todos unas gafas negras para que ter­ minemos de creer que el mundo es mal y sólo en el mal puede re­ volcarse. ¿Qué va a creer un pobre ser humano que abre los periódicos y sólo encuentra en sus páginas violencia y polémicas y que, cuando abre a la tarde o la noche el televisor, vuelve a recibir una segunda ración de metralletas, ambiciones y sexo? Desde el día en que decidi­ mos que era noticia un hombre que muerde a su perro y que, en cam­ bio, no fueran noticia diez millones de hombres que todos los días lo sacan a pasear, hemos logrado convertirnos en algo peor que ciegos: en gentes que sólo tienen capacidad para ver lo negro e ignoran toda la ancha gama de colores luminosos que les rodean. ¡Y, sin embargo, qué hambre tiene el hombre de ternura y buen humor! ¡Qué necesidad de que alguien le limpie los ojos y le ayude a confiar en sí mismo y en cuanto le rodea! Los artículos que componen este libro han sido para mí una expe­ riencia apasionante. Después de dieciocho años de periodismo, en los que escribí millares de artículos, descubría —¡por fin¡— que los lec­ tores podían seguir con más o menos interés mis comentarios ideo- 9 lógicos, pero sólo vibraban cuando me dirigía a su corazón y a su condición de hombres. Un poco por casualidad comencé en los domini­ cales de «ABC» esta serie titulada sencillamente «Cuaderno de apun­ tes», en la que intenté, también con sencillez, hablar a la gente de mi corazón, de las pequeñas alegrías de cada día, de esas zonas luminosas del mundo de las que nadie hablaba, y descubrí, con gozo y asombro, que aquellos artículos ¡servían! Quienes me escribían comentándolos —y eran muchos cientos— no decían que mis comentarios les gusta­ sen o que estuvieran de acuerdo con sus ideas; contaban que esos artículos les eran útiles, les ayudaban a vivir, que los esperaban cada domingo como un alimento, casi como una comunión. No eran ya (¡horror!) mis admiradores, sino mis amigos. En torno a mi palabra 1 se había creado un corro de amistad, mi página se volvía una casa ha­ bitable para muchos. Querido ladrón Viví durante meses en éxtasis: si mis artículos podían alimentar a alguien, llevarle el entusiasmo de vivir, escribir se me volvía un ofi­ cio sagrado, hermano gemelo de mi sacerdocio, una tarea que sólo podía cumplirse descalzándose el alma como ante la zarza ardiente. Me gustaría que este primer apunte de mi cuaderno llegase a tus Fui dándome cuenta de cuánta soledad hay en el mundo: descubrí ámanos, amigo ladrón, que hace dos semanas violentaste mi puerta, re­ cuántos miles de muchachos no tienen a nadie con quien hablar, cuán­ gistraste mis cajones y abriste uno a uno todos mis armarios. Me gus­ tas mujeres no conviven espiritualmente con sus maridos, cuantísimos taría, al menos, darte las gracias, más, incluso, que por no haberte son los que se «dejan vivir» por puro aburrimiento. Y pensé que ayu­ llevado nada, por no haber alterado el orden de uno solo de mis dar a todos estos desesperanzados a descubrir las zonas luminosas de papeles. la aventura humana era el más apasionante de los empeños. Supongo, muchacho —porque estoy seguro de que eres poco más Y no es que yo debiera mentir: pintar un mundo color de rosa, que un chiquillo—, que debiste maldecir a toda mi ascendencia al des­ distribuir la morfina del falso optimismo, ocultar las zonas negras de cubrir que en mi casa había sólo cosas que —desgraciadamente para la existencia. No, nada debía ser escamoteado. Al contrario: parte del ti, por fortuna para mí— no te interesaban en absoluto: libros, discos oficio era mostrar y reconocer nuestras llagas; pero era imprescindi­ y algún objeto de arte muy cercano a mi alma, aunque no muy valio­ ble, en todo caso, asumir la desgracia sin desposarse con la amargura, so. Tú buscabas —supongo que para seguir hundiéndote en el infier­ aprender a mirar más allá del dolor, sabiendo siempre que, si es nece­ no de la droga— joyas, oro, dinero. Te hubieras ahorrado el trabajo sario que vivamos con los pies en el barro, nadie va a impedirnos de romperme el marco de la puerta de haberme conocido. Habrías nunca levantar los ojos hacia las estrellas.
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