LA INCONTINENCIA VERBAL Y EL FRACASO DE LA II REPÚBLICA ESPAÑOLA. EL DISCURSO POLÍTICO IRRESPONSABLE Y SU CONTRIBUCIÓN AL ESTALLIDO DE LA GUERRA CIVIL Jiří Chalupa Katedra romanistiky, Filozofická fakulta, Univerzita Mateja Bela v Banskej Bystrici, Tajovského 40, 974 01 Banská Bystrica, Eslovaquia [email protected] VERBAL INCONTINENCE AND THE FAILURE OF THE SECOND SPANISH REPUBLIC. IRRESPONSIBLE POLITICAL DISCOURSE AND ITS CONTRIBUTION TO THE OUTBREAK OF THE CIVIL WAR IN SPAIN Abstract: The intention of this paper is to show how much the tragic failure of the Second Spanish Republic was the result not only of the economic, social, and international situation, but also the totally irresponsible behaviour of many of the main political actors in the ’thirties. Some speeches of Manuel Azaña, Francisco Largo Caballero, José María Gil Robles, and José Antonio Primo de Rivera will be analysed in order to show how much those iconic characters let themselves be seduced by their own words, speaking in a very reck- less manner without thinking of the possible consequences of such diatribes. Some of those personalities were being changed into fictional characters to a certain point, perhaps even parodic – products of their own verbiage: Largo Caballero into a “Madrid Lenin”, Gil Robles into a “Spanish Mussolini”, José Antonio into an “out‑and‑out fascist”. The power of the propaganda word, which is often underestimated and which can cause real disasters simply because the speakers, powered by the energy of an excited crowd, do not know when to stop, will be highlighted. How some terms, for example “anti‑Spain”, can carry so much explosive and destructive cargo that their widespread use can lead almost inevitably to a conflict of unexpected dimen- sions, in our case the Spanish Civil War, will be shown. Keywords: Spanish History; Second Spanish Republic; Spanish Civil War. Resumen: Nuestra intención es mostrar hasta qué punto el trágico fracaso de la II República Española fue resultado no solamente de la situación económica, social e internacional, sino también de un comportamiento totalmente irresponsable de muchos de los principales actores políticos de los años treinta. Vamos a analizar algunos discursos de Manuel Azaña, Francisco Largo Caballero, José María Gil Robles y José Antonio Primo de Rivera con el fin de enseñar lo mucho que aquellos protagonistas emblemáticos se dejaban seducir por sus propias palabras, hablando de una manera totalmente irresponsable, sin pensar en las posibles conse- cuencias de tales diatribas. Y convirtiéndose algunos en personajes hasta cierto punto ficticios, quizás incluso paródicos, productos de su propia palabrería: Largo Caballero en un «Lenin de Madrid», Gil Robles en un «Mussolini español», José Antonio en un «fascista puro y duro». Vamos a poner de relieve la frecuentemente Romanica Olomucensia 28.1 (2016): 75–91 (ISSN 1803-4136) Jiří Chalupa subestimada fuerza de la palabra propagandística que puede ocasionar auténticas catástrofes simplemente porque los oradores, propulsados por la energía de una multitud excitada, no saben parar a tiempo. Mos- traremos cómo algunos términos, p. ej. el de «anti‑España», pueden llevar tanta carga explosiva y destructiva que su uso extendido conduce casi inevitablemente a un conflicto de dimensiones inesperadas, en nuestro caso la Guerra Civil Española. Palabras clave: Historia española, II República Española; Guerra Civil Española. Las palabras son como flechas [...] Una vez lanzadas no hay manera de hacerlas volver. George R. R. Martin, Festín de Cuervos Hay que desmontar y montar de nuevo el Estado. Fernando de los Ríos, El Sol, 2 de mayo de 1931 Entre marxistas y fascistas, entre los hunos y los hotros, van a dejar a España inválida de espíritu. Miguel de Unamuno, Epistolario inédito. II. 1915‑1936, carta n. 479 ¿Fuerzas ciegas o políticos inmaduros? El tema de la responsabilidad de algunos políticos concretos en el fracaso de la Repú- blica y en el desencadenamiento de la guerra civil –o la «guerra incivil», como decía Unamuno– en nuestra opinión no despierta tanta atención como uno podría esperar teniendo en cuenta la inmensa cantidad de textos de todo tipo que todos los años se pu- blican sobre el peor conflicto civil de la historia española. Uno de los posibles motivos de este «relativo silencio» es el hecho de que para los historiadores será más cómodo presentar el panorama bastante desolador de los años 1931‑36 aludiendo a las «fuerzas históricas», a las «situaciones económicas o sociales adversas», al «contexto general» o al «marco internacional». Tal procedimiento, por supuesto, les quita una buena parte de responsabilidad a sus figuras favoritas, con lo cual los partidarios actuales de aquellos bandos enfrentados en los años treinta pueden seguir con sus interpretaciones parciales y a propósito subjetivas, más bien leyendas y mitos que discursos historiográficos tipo: «la lucha contra el fascismo y la reacción», «la defensa de los valores tradicionales», «la Fe contra los ateos, comunistas y masones», «la transformación de España en un país moderno y occidental», y un muy largo etcétera. Durante décadas predominaban entre los historiadores análisis que atribuían el origen de la Guerra Civil Española (GCE) a la intervención de «fuerzas exógenas». La teoría A decía que la GCE fue resultado de una intromisión fascista. La teoría B afirmaba que detrás de la masacre había que buscar una conspiración comunista. El resultado de semejante «historiografía» eran textos real- mente peculiares, como p. ej. el del padre redentorista Andrés Goy, autor de un manual oficial de formación religiosa y patriótica para los jóvenes escolares titulado Religión y Patria. Estampas religioso-patrióticas, que en 1945 valoraba la GCE con las siguientes pa- labras rotundas: «No era aquélla guerra civil, porque no es guerra civil la que mantiene la autoridad contra los ladrones, asesinos e incendiarios: eran los momentos del ser o no ser del alma española» (Otero 2000: 21). Más tarde la búsqueda de las causas de la gran tragedia se torna más sutil y sofisticada, generando teorías sobre los motivos socio‑eco- nómicos de la catástrofe: diferencias demasiado agudas entre los ricos y los pobres; una crisis estructural crónica que España sufre desde mediados del siglo XIX como resultado 76 La incontinencia verbal y el fracaso de la II República Española de su tardía e incompleta participación en la revolución industrial y científica; la actual Gran Depresión, etc. O encontraremos igualmente especulaciones sobre una gestación del conflicto a largo plazo, es decir, el concepto de una lucha encarnizada de dos Españas incompatibles que empieza ya a principios del siglo XIX con el enfrentamiento entre los afrancesados y los tradicionalistas. O una refinada hipótesis sobre el planteamiento uni- versal de un enfrentamiento entre las tres «erres», es decir, entre Reforma, Revolución y Reacción, tres proyectos políticos difícilmente compatibles cuyo conflicto mutuo tiene que resolverse de alguna manera. En Gran Bretaña, Francia o Checoslovaquia triunfa el reformismo, es decir, poco a poco se está transformando el estado capitalista liberal en una sociedad de bienestar y de fuerte intervención estatal en la economía de mercado; en Rusia se impone una revolución comunista; y el proyecto reaccionario se realizará incluso en dos variantes distintas: la autoritaria, p. ej. en la Polonia del mariscal Pilsudski o en el Portugal del profesor Salazar, y la totalitaria en la Italia de Mussolini o en la Ale- mania de Hitler.1 Según esta interpretación la GCE no es otra cosa que una consecuencia del empate que se produjo en España donde ninguno de los tres proyectos tuvo suficien- te fuerza para someter a los demás sin una confrontación bélica. Mencionemos solo lacónicamente que ninguna de las teorías arriba mencionadas nos convence del todo, ya que hablando de la situación socio‑económica conviene tener en cuenta que el retraso económico y la pobreza de España eran perfectamente comparables con Portugal o Grecia donde por aquel entonces no iba a desencadenarse ningún conflicto parecido. Y añadamos que los efectos de la gran crisis del veintinueve sí que se dejarían sentir en España, pero en ningún caso de manera tan cruda y destructiva como en muchos otros países europeos que no conocerían ninguna guerra civil. El enfrentamiento de «dos Españas» es innegable, pero, primero, es un concepto bastante vago que no abarca un vas- to sector de la sociedad española que no se identifica ni con lo primero ni con lo segundo constituyendo una enorme masa de la llamada «tercera España». Y segundo, reducir el amplio abanico de proyectos políticos existentes en los años treinta a dos nos parece sim- plificar demasiado. La misma objeción surge en cuanto a la teoría de las tres erres. P. ej. la revolución planeada por los falangistas en el estilo de un «fascismo católico» difícilmente podría encasillarse bajo la etiqueta de Reacción, ya que al menos en la versión presentada por José Antonio suponía una radical transformación de las estructuras económicas y so- ciales del país. Por otro lado, englobarla dentro de la Revolución significaría ponerla a la par con los proyectos revolucionarios de los marxistas, tanto socialistas como comunistas, o los anarquistas, que ya no sería simplificar sino más bien despistar o incluso manipular. Además, si realmente estamos dispuestos a creer que el gran conflicto entre las dos Espa- ñas se iba gestando desde hacía más de cien años, surge una pregunta lógica: ¿por qué estalla precisamente a mediados de los años treinta del siglo XX? Y volviendo una vez más a las «tres erres», se nos ocurre otra pregunta inevitable: si España realmente representaba una excepción dentro de toda Europa, un empate inaudito entre tres fuerzas históricas, ¿por qué fue así? Decir que algo es excepción no es explicar sino solamente constatar. Sin embargo, no es nuestra ambición presentar aquí y ahora un pulcro y convincente esquema de las causas de la GCE, evidentemente un desafío casi sobrehumano si es que existe siquiera la posibilidad teórica de realizar un trabajo así.
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