Melchor Ocampo

Melchor Ocampo

Biblioteca Reform ista POLEMICAS RELIGIOSAS Melchor Ocampo OBRAS COMPLETAS TOMO I BIBLIOTECA REFORMISTA.— YOL. II MELCHOR OCAMÍ OBRAS COMPLETAS TOMO I POLÉMICAS RELIGIOSAS PROLOGO DEL Lic. Félix Romero N O T A S A N G E L P O L A MEXICO P, Vássquesci Ecl i t or CALLE DE TACUBA NUM. 25 igO O Es propiedad del editor. Queda hecho el depósito que marca la ley. Imprenta «J. de Elizaldei» 2a de San Lorenzo núm. 10 ADVERTENCIA. Al aparecer el volumen de estreno de la Biblioteca Reformista, los periódi­ cos retrógados aseveraron que la indife- rencia y el silencio del público habían sido el premio del editor. Por desgra- cia para esos periódicos, ahora les traemos la prueba palpable de lo con- trario: este segundo volumen, superior tipográficamente al primero, y dado á la prensa más temprano de lo que pen- sábamos. En su preparación colaboraron la S ra. Dª. Josefina Mata y Ocampo de Carrera, el Lic. D. Melchor Ocampo Manzo y el Coronel D. Genaro Rubio VI (1); la primera nieta, el segundo hijo y el tercero yerno del Reformador: de su nombre muy dignos los tres. Solícitos pusieron en nuestras manos cuanto quisimos, al hacerles saber nuestro de­ signio. Gracias á su ayuda cariñosa hemos andado medio camino en la edi­ ción de las obras completas del discre­ tísimo político y filósofo. ¡Felices nosotros si conseguimos que ocupe en las almas el lugar que tie­ ne en la nuestra, México, Julio de 1,900 ANGEL POLA. (1) Su nombre de pila ora Napoleón, pero de­ jó de usarle desde la intervención francesa, por creer oprobioso que le llevara un mexicano. Introducción. El Apóstol y su (M o. De todos los recuerdos gratos que se despiertan en mi memoria cada vez que vuelvo los ojos hacia la mitad de este si­ glo, en que conocí y traté á tantos hom­ bres que merecieron la estimación de sus conciudadanos, hay uno que se destaca siempre luminoso y palpitante: este es el del insigne Melchor Ocampo. No era Ocampo un tipo ideal y atra­ yente po:- su talante y hermosura, nó: antes bien, su aspecto de hombre medi­ tabundo y serio, con la mano derecha metida á menudo en la solapa de la levi­ ta y el aire de indiferencia para todo lo VIH que encontraba á su paso, lo hacían á él también pasar desapercibido. Ocampo no llamaba la atención sino cuando desple­ gaba los labios y hacía sentir sus agude­ zas en la conversación familiar, sus teo­ rías políticas en el periódico, ó sus arran­ ques patrióticos en la tribuna. Era cortés, fácil, tranquilo, benévolo, lleno de gracia y frescura, esto es, in­ dulgente con todos los hombres y resig­ nado á todas las cosas, monos en lo con­ cerniente á sus opiniones políticas, res­ pecto de las cuales era intransigente. Como orador, su palabra era clara, ló­ gica, precisa, contundente; no aspiraba á ser grandi-elocuentc. ni parecía serlo; pero su voz bien timbrada, aunque no muy extensa, tenía las inflexiones á pro­ pósito para todos los asuntos y todas las situaciones. Era lilósofo á la manera de Voltaire, y herbolario como Juan Jacobo Rousseau. De estas eminencias del talento y la li­ teratura, tenía él rasgos bien salientes; pero de quien celebraba más las chanzas y los gustos, y á quien hubiera deseado pare erse, era al primero, tanto, que á su casa y su retiro donde veía caer con de­ licia el sol de Abril sobre las rosas de su jardín y también sobre los cedros y los pinos de su panteón, y el sol de Agosto IX sobre las espigas doradas de sus campos, llamaba con deliquio su Ferney, así co­ mo era conocida la hermosa residencia de Voltaire á orillas del lago de Ginebra y al pie del Jura y el Monte-Blanco. Ocam- po era, en efecto, un filósofo: sus ideas, su ingenio, su juicio clarísimo, su vida y trato común así lo revelaban; pero era más filántropo que filósofo, y más natu­ ralista que político. Ocampo, con menos impaciencias y ménos delicadezas en su vida ac ¡denta­ da y laboriosa, hubiera sido más de lo que fué. Recordamos con este motivo, que desde que comenzó á figurar en po­ lítica, resonó su nombre entre el de los más distinguidos ciudadanos. Fué varias veces gobernador de Mi­ choacán: senador y ministro de hacienda en la admistración del general José Joa­ quín Herrera; senador \ político influyen­ te bajo la presidencia del general Arista; y competidor de él en la elección para este encargo, aliado de Almonte y Angel Trías, en los comicios de 1851. En fin, figuró quince días como ministro de re­ laciones en el gabinete de D. Juan Alva­ rez, y fué el colaborador más grande y competente, como consejero de Juárez, el año 59 en Veracruz. Dando vuelo á las extensas miras que X abarcaba el alma de Ocampo. puede de* oírse que él amaba todo: pero todo lo bello en la naturaleza, en las ciencias, en los candores de la juventud, en los sueños del patriotismo, en todas las ilu­ siones de la vida. ¡Cuánto le complacía mandar y no ser mandado! Casi á esto debió por diversos modos y en distintas épocas, bajar del poder é ir á reposará su hacienda. Cuan­ do él decía en el jrabinete ministerial ó en las cámaras deliberantes, esta es la línea recta, y sus col opas resolvían que no. no disimulaba el sentimiento do su derrota, pues sacudía sus sandalias, se ca­ laba el sombrero y partía sin demora hasta su vcrpel de Poniooa. Probablemente á esto so debió, que siendo miembro del Conpreso Constitu­ yente y también déla Comisión de Cons­ titución, en 1857, no pusiese su nombre al pie do esta Ley Suprema. A propósito: tocaban ya á su término las labores del C.onpreso, y se discutían como complemento á su mandato, entre otras reformas, la supresión de las alca­ balas. y la mayoría de la Comisión de Constitución ¡a-oponía que éstas y las aduanas interiores quedasen extinpuidas al año sipniente de expedida la ley fun- 'damental: entonces se levantó Ocampo, XI y diciendo que él no estaba por las pro­ mesas sino por los hechos, é increpando á los miembros de la Comisión por in­ currir con este aplazamiento á la refor­ ma, en los términos medios de los parti­ darios del no es tiempo, terminó invocan­ do la pronta realización de los principios de la revolución de Ayutla. No faltó enton­ ces qnicn le contestara, asegurando, que de suprimirse las alcabalas ipso fado, de promulgarse la Carta fundamental, cuan­ do en aquellaextrema transición política, no secontabaen la extensión del país, con otra renta segura que la de las alcabalas, sería lo mismo que provocar el desqui­ ciamiento de los gobiernos de los Esta­ dos: que el planteamiento de esta refor­ ma, necesitaba preparación: esto es, crear otras rentas para reemplazar las alcaba­ las, y asegurada entonces la vida admi­ nistrativa de las entidades políticas, lle­ var á cabo la supresión del odioso im­ puesto para los pueblos. El Congreso vo­ tó el artículo propuesto por la ('omisión, y Ocampo desapareció después del seno de la Asamblea. Pero si Ocampo era tan susceptible como una dama y tan arraigado en sus convicciones como un p ofeta, en cam­ bio, ¡qué corazón tan sensible, qué alma tan generosa, qué miras tan profundas, XII tan extensas y tan seguías tenía respec­ to á los intereses sociales en genera ! ¡Cuánto amaba á la juventud, la escuela, el taller, la lilosofía, al hombre honrado, al pueblo libre, á la democracia pura! Sí, Ocampo, es inolvidable para todos los que piensan y sienten bien: pero más particularmente, para los que le conocie­ ron en la intimidad y pudieron analizar sus prendas, unas dignas de Catón, otras más dignas de ltenjamín Franklin. No terminaremos este recuerdo del gran ciudadano, sin mencionar dos las- gos, que son á la vez raía gas de sn inge­ nio y enseñanzas de la vida parlamenta­ ria. Avanzado ya el período del Congreso Constituyente y cuando sus deliberacio­ nes eran más acaloradas, se presentó el general D. .luán Soto, ministro de la gue­ rra, dando cuenta de haber estallado en Puebla el pronunciamiento del coronel Joaquín Orihuela contra el gobierno de Comonforl. Aquella noticia produjo la explosión de un volcán en la Cámara; veinte voces estallaron á la vez, unas apostrofando al gobierno sobre las medi­ das que hubiese tomado para soíoear el motín; otras acusando sus debilidades y condescendencias, á las cuales se atri­ buía el pronunciamiento, y alguna dieien- XIII do, que era necesario ver con calma el asunto, pues lo sucedido no era más que la defensa de una opinión. Pero cuan­ do la tormenta era más deshecha y ya nadie se entendía en aquella batahola, Ocampo se lanzó de su asiento á la tri­ buna, y dijo: Veo que no nos entende­ mos pero es preciso que nos entenda­ mos: Orihuela se ha declarado en rebe­ lión, y por el mismo hecho, no se en­ cuentra á nuestro alcance, sino en el campo opuesto; para cogerlo, pues, y cas­ tigarlo, es necesario antes batirlo, y ni nosotros ni nuestro gobierno lo hemos hecho todavía. Y yo recuerdo á todos mis camaradas, que quieren que desde luego se escarmiente ó castigue al rebel­ de, que el verbo pegar ó castigar se con­ juga: yo pego, tu pegas, aquel pega, nos­ otros pegamos; por lo mismo, así que nosotros venzamos al malvado, entonces lo castigaremos. Estas pocas, sensatas y oportunas palabras, aplacaron la tormén ta, que se convirtió en plácemes al ora­ dor.

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