Lucas Fernández Piedrahita HISTORIA GENERAL DEL NUEVO REINO DE GRANADA TOMO I BIBLIOTEC A POPULAR DE CULTURA COLOMBIANA EL SEÑOR PIEDRAHITA Y SU OBRA A HISTORIA GENERAL DE LAS CONQUISTAS DEL NUEVO REINO DE GRANADA, por el doctor don Z Lucas Fernández de Piedrahita, es un libro que goza de gran crédito y que ha circulado pro• fusamente entre los eruditos dedicados a investi• gar el origen de los pueblos americanos. ' Piedrahita vio la primera luz en . la ciudad de Santafé de Bogotá el 6 de marzo de 162%, y su edu• cación corrió a cargo de los padres jesuítas en el antiguo Colegio de San Bartolomé. Dicese que de joven compuso piezas dramáticas, de lo cual ape• nas queda la memoria, que no las obras. Dedicado a la Iglesia, ganó rápidos ascensos en su carrera, y con sus puntas de abogado se le encaró a uno de los visitadores de la Real Audiencia, por defender sus prerrogativas como provisor del arzobispado. De resultas de tal pleito tuvo que ir a España para sustentar en la corte sus derechos; allí duró seis años, y entretuvo sus ocios en escribir el libro que hoy aparece en una tercera edición, consultando para redactarlo los manuscritos de Quesada, Cas-' tellanos, Aguado y Medrano. Regresó a América con el nombramiento de obispo de Santa Marta,. Una vez en posesión de su sede eclesiástica, hi• zo reedificar de piedra la Catedral de esa ciudad, que era un edificio de paja muy dispuesto a los in• cendios. Sorprendiólo en el mismo lugar la expedi• ción de los piratas ingleses Pedro Duncan y Ricar• do Sawkins y el francés Francisco Cozes, quienes, después de saqueaf a Santa Marta, le llevaron pre• so a la isla de Providencia: pero Morgan, el jefe de los corsarios, le devolvió la libertad e hizo que le condujeran en un buque a Panamá, de donde hw- VI FERNANDEZ PIEDRAHITA bía sido nombrado últimamente obispo. Termino su vida en la capital istmeña a los sesenta y cuatro años de edad, en el de 1688, según Vergara y Ver- gara, aunque el historiador Joaquín Acosía afir• ma ¿¡ue cuando Piedrahita murió era ya octoge• nario. » Aunque fruto de selección de una mezcla de san• gres —pues descendía del .conquistador español Juan Muñoz de Collantes y dela princesa inca do• ña Francisca Coya, bisabuelos maternos del futu• ro obispo—, Piedrahita no dejó de compartir, co• mo mestizo, el aborrecimiento del indígena puro con el desprecio y la envidia del hispano. Respecto del primero, él mismo nos da cuenta de aquel odio en el capítulo 2?, libro l9 de su obra, al referir que algunas tribus, del Nuevo Reino son tan celosas de là pureza de su sangre "que no se hallará en sus pueblos mestizo que sea hijo de español y de india de su nación, porque temerosas las madres de la condición de estos indios, si acaso por flaqueza han tenido ayuntamiento con algún hombre blanco, se van a parir a los ríos (costumbre visada en ellas), y si por el color de la criatura reconocen que tiene mezcla, la ahogan para que también lo quede su delito". En cuanto al menosprecio de los héroes hispanos por el producto híbrido de sus amoríos con las te- rrígenas de América, hay también un testimonio del propio bisnieto de la sobrina de Huayna Çapac, que no puede ser más elocuente por su proceden• cia- y por el lugar en donde lo estampara. En efec• to, el párrafo con. que cierra su obra el obispo es• critor, viene a ser como una queja contra el orgu• llo español, aun cuando Piedrahita, en su condición de prelado cristiano, trata de ennoblecer aquel sen• timiento atribuyéndole un carácter de muy discu• tible dignidad y pundonor, por la diferencia de cultos y el desnivel natural entre el dominador y él esclavo. Llama la atención el historiador bogota• no hacia la singularidad —atribuida equivocada- HISTORIA DEL NUEVO REINO VII mente, según él, a la mucha altivez de los conquis• tadores— de que "habiendo en el Nuevo Reino tan• tas mujeres nobles, hijas y hermanas de reyes, ca• ciques y uzaques, que sin menoscabo de su Vmtre pudieran recibir por esposas los más nobles que pasaron a su conquista, como se practicó en las de• más partes de la América, no se hallará que alguno de todos ellos casase con india, por más calificada que fuese; y no, a mi entender, porque notasen des• igualdad en la sangre, sino porque mirándolas gen• tiles y en la sujeción de prisioneras, se desdeñó el pundonor castellano de recibir en consorcio a quien no asintiese a él con libertad de señora y educación de católica, de que resultó ocurrir a Castilla los ca• sados por sus mujeres y los que no lo eran a elegir de su misma nación a las hijas o parientes de aqué• llos, o alas que por otro accidente decoroso habían pasado a Indias, de quienes se fundaron las rmi- chas casas de caballeros que ilustran el Nuevo Rei• no de Granada". En un viejo infolio que se guarda en nuestro Ar• chivo Nacional, que lleva por título "Libro en que se toma la razón de las executórias del Real Con• sejo", figura en su página 338 un detalle que sir• ve no sólo para comprender la seriedad de los car• gos que se acostumbraba acumular en aquella épo• ca contra los funcionarios públicos, sino también para darnos la clave de la envidia que despertaba el señor Piedrahita, y que fue cama, a no dudarlo, "del asedio tan largo de persecuciones" tramado por sus malquerientes, que le llevaron hasta la cor• te de su rey, aunque habrían de salir chasqueados, pues éste lejos de castigar las pretendidas faltas del ilustre mestizo, le hubo de sacar "de la bajeza del infortunio para, la cumbre d,e la felicidad". Y fue el caso que cuanMo llegó a Santafé él visitador don Juan Cornejo, en el año de 1658, enviado por la corte española para residenciar al presidente Dionisio Pérez Manrique, marqués de Santiago y gran amigo de Fernández Piedrahita, aquél apro- VIII FERNANDEZ PIEDRAHITA vechó la coyuntura de que su víctima se hallaba fuera de la capital para abrir la visita, y dictó auto por el que prohibía al mandatario moverse del lu• gar en que se encontraba. Entonces llovieron las quejas contra Pérez Manrique, expresadas con to• da libertad por los colonos, y una de ellas no puede ser más curiosa, como reveladora de los prejuicios de raza y de sangre que dominaban social y oficial• mente. Entre los cargos graves que resultaron con• tra el alto funcionario, aparece el de que "hizo ir (al Real Acuerdo) al entierro y honras de Catali• na Collantes, madre del doctor Piedrahita, provi• sor que era 'in sede vacante', siendo la dicha di• funta mujer humilde y mestiza, y mujer de un ofi• cial de carpintería". La posición psicológica y social del primer his• toriador nativo del Nuevo Reino fue privilegiada, e7i todo caso, para narrar los hechos, ya que por la raza paterna sentía en su alma el atavismo hidal• go, y por la materna hervía en su sangre el atavis• mo de la raza indígena. Piedrahita, en efecto, es el único autor del siglo XVII que reconocía el valor y arrojo con que peleaban los naturales de este país, al paso que otros amenguaban muchas veces tales condiciones, o las negaban en absoluto, como acontece en Rodríguez Freyle. Asemejóse en esto al noble poeta de "La Araucana" y preparó el ca• mino a su coterráneo don Juan Bautista de Toro, eclesiástico bogotano que en la centuria siguiente quiso defender a los indios en su obra "El secular religioso" y oponerse a ciertos bárbaros manejos de los españoles. Es{ digna de citarse sobre el par• ticular la página que Piedrahita consagra para describir la batalla de Las Vueltas entre los ejérci• tos del Zaque de Tunja y el Zipa de Bogotá. Véase el principio de tan interesanM relato: "Seguía el sol su carrera poco antes de rayar el medio día, y hallándose los tunjanos no menos deseosos de venir a las manos que los bogotaes, bien ordenados de ambas partes los escuadrones. HISTORIA DEL NUEVO REINO IX después de un corto razonamiento que los dos re• yes hicieron para aumentarles el ánimo que mos• traban, a la primera señal empezaron a resonar los caracoles, pífanos y fotutos, y juntamente la grita, y confusión de voces de ambos ejércitos que lla• maban "guazabara" y acostumbraban siempre al romper de la batalla; cuyo ataque primero ocurrió por cuenta de Saquezazipa con tanto estrépito y efusión de sangre por aquella muchedumbre de bárbaros derramada, que nadaban las yerbas en arroyos de ella. El primer estrago causaron los pe• dreros de las dos alas de cada ejército, y entre el restallar de las hondas y silbar de las saetas se fueron mezclando las hileras con tanto coraje, que no se malograba tiro ni golpe entre los combatien• tes. Veíanse los campos sembrados de penachos y medias lunas de sus dueños, a quienes desampara• ban en las últimas angustias de su vida... Nunca Marte se mostró más sangriento y sañudo, ni la muerte recogió más despojos en las batallas más memorables..." Como se ve, el estilo de nuestro autor es pulcro; sus períodos son generalmente largos, pero cuida• dosamente escritos; el modo como presenta los su• cesos es claro, y tiene lógicas deducciones. No deja de ser curioso, ademéis, el hecho de que Fernández Piedrahita, criollo americano en cuyas venas her• vía la sangre indígena, fuese a narrar la historia de la conquista en España, al paso que varios es• pañoles —como Castellanos, fray Pedro de Agua• do y fray Pedro Simón— viniesen a referir el mis• mo suceso en América.
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