Nicolás Rabal Y Díaz

Nicolás Rabal Y Díaz

SORIA Nicolás Rabal y Díaz Original publicado en 1889 PIBN 1400006742 Por Don Nicolás Rabal y Díaz Dibujos a pluma de Isidro Gil Heliografías de Tomás Cromos de Xumetra BARCELONA Establecimiento Tipográfico-Editorial de Daniel Cortezo y Cía. Calle de Pallars (Salón de San Juan) Título Original: Soria ©1889, Rabal y Díaz, Nicolás ©1889, Daniel Cortezo y Cía. ISBN: 9788497611435 Índice Introducción. Fin y objeto de esta obra — Bosquejo histórico de la provincia de Soria Capítulo primero. Antigüedades romanas — Ruinas de Numancia — Ruinas de Uxama — El mosaico de Ucero — Ruinas de Termancia — Las vías romanas Capítulo II Naturaleza de la provincia — Su situación y límites; extensión y población — Su formación geológica — Orografía — Hidrografía — Minerales útiles por su aplicación — Aguas medicinales — Flora y Fauna — Los Montes Capítulo III Naturaleza de la provincia de Soria (continuación) — Los pastos — La ganadería — Las tierras de labor — Caracteres y tipos de sus naturales Capítulo IV Soria — Su fundación y repoblación — Los doce linajes — Los Jurados — Los Sesmeros de la Tierra — Su gobierno municipal Capítulo V Soria — Sus edificios primitivos — La Torre de Dª Urraca; la del conde de Lérida; la casa de los Castejones; el palacio viejo del conde de Gómara — Casas y palacios de la calle de los Caballeros — El palacio nuevo del conde de Gómara — Ruinas de San Lázaro — San Polo — San Juan de Duero — Colegio de San Agustín Capítulo VI La Colegiata de San Pedro de Soria: su descripción e historia — Ruinas de San Nicolás — Convento y hospicio de Nuestra Señora del Carmen Capítulo VII Iglesias de Soria: Nuestra Señora la Mayor — Nuestra Señora del Espino — Convento de Santa Clara — Iglesia de San Juan de Rabanera — Iglesia de Santo Tomé — Convento de la Merced — Colegio de los PP. Jesuitas — Iglesia del Salvador — Convento de San Francisco. Capítulo VIII El Priorato de San Benito y las fiestas de las Calderas — Las ermitas — Nuestra Señora del Mirón y las rogativas por los pueblos de la tierra — El patrono San Saturio y su ermita. Capítulo IX Historia eclesiástica — Antigua iglesia episcopal de Osma — Su restauración en la villa del Burgo — Cuestiones sobre límites y jurisdicción — Descripción de la Catedral — Engrandecimiento y embellecimiento de la villa por los obispos Capítulo X Monasterio de Espeja — Villa de Langa — San Esteban de Gormaz — Castillo de Gormaz —Villa de Berlanga — Villa de Almazán Capítulo XI De Almazán a Medinaceli — Tradiciones sobre el pueblo de Barahona — El castillo de Relio — Las villas de las vicarías y la de Gómara — Medinaceli: sus monumentos, artes e historia Capítulo XII De Medinaceli a Santa María de Huerta — Recuerdos y bellezas del Real Monasterio Capítulo XIII Del Monasterio de Huerta a la villa de Agreda — El Moncayo — La Cueva y Beratón — El río Keiles — Monumentos e historia de la villa de Agreda Capítulo XIV Los pueblos de la Sierra — El pastoreo y la emigración a la aceituna — El valle de Valdeavellano — La emigración periódica a las provincias del mediodía — Los Pinares y sus carreterías Capítulo XV Monumentos literarios — Leyendas ibéricas y latinas de las antiguas monedas — Absoluta carencia de monumentos literarios hasta la reconquista — Los fueros — La enseñanza en la Edad media — Los conventos — El colegio-universidad del Burgo de Osma — Hombres ilustres en las ciencias y en las letras. Introducción Fin y objeto de esta obra Bosquejo histórico de la provincia de Soria ¿Quién sería el autor de unos grabados que no hace muchos años vendían los ciegos por las calles, en los cuales se veían representados los 49 tipos de nuestras 49 provincias, y al pie de cada cual un dístico en el que se trazaban concisa y enérgicamente los rasgos más característicos de sus habitantes? Recordamos que al llegar al de Soria decía: Nunca la gente de Soria hizo gran bulto en la historia. Ignoraba el autor de estos versos que Soria es la legítima heredera de las glorias de Numancia; ignoraba que en los campos de Calatañazor se decidieron por primera vez en sentido favorable, con la célebre derrota de Almanzor, los destinos de toda España; ignoraba que en la guerra de la Independencia un puñado de voluntarios numantinos derrotó a la famosa Guardia Imperial, y que en la capital se repitieron las escenas heroicas de Gerona y Zaragoza. Pero a lo que aludía el mencionado autor era a la pobreza del país y al carácter humilde de sus habitantes, porque el grabado representaba a dos aldeanos en traje de pinariegos, sentados sobre un taburete. Ni aun así concedemos la razón al detractor de Soria: ignoraba sin duda también que una provincia no es más rica porque su suelo sea más abundante y fértil; ignoraba que hasta principios de este siglo ella era la más rica de todas por el sin número de sus rebaños y la abundancia de sus lanas las mejores del mundo, secreto que nos arrebataron, aprovechándose de nuestro marasmo, los industriosos ganaderos de Sajonia. Verdad es que hoy ya vive tan sólo del recuerdo de lo pasado, mas todo ello es debido a que no le encajan bien las leyes generales de la nación, molde de hierro al que tienen que acomodarse hasta los usos y costumbres del hogar doméstico: de medio a medio le han cogido, como suele decirse, los trastornos y males de la revolución, sin que hasta ahora le haya llegado uno tan solo de sus beneficios. Desmembrada en su mejor parte, que era la Rioja soriana, con ella fue su industria siempre floreciente, que hoy ostenta orgullosa la vecina Logroño: abolida la confederación de los pueblos con las villas y ciudades, deshecha en 350 ayuntamientos rivales entre sí y acotados sus términos, cesó también la mancomunidad de pastos y con ella su riqueza mayor que era la ganadería, venida a lastimosa decadencia, sin que en la agricultura pueda competir con ninguna a pesar de los esfuerzos de sus naturales y de los adelantos de la época, porque a su altura de 1000 metros, y más, sobre el nivel del mar, sus campos necesitan para la producción los abonos animales que antes se recogían en abundancia en los establos y en los corrales del pastor. Mas no se trata aquí de vindicar a Soria ni deshacer el concepto generalmente formado de su escasa importancia; tratase nada más de ver si por sí sola puede figurar dignamente en el concierto general de las provincias de España, sin desmerecer de ninguna, por sus monumentos y sus artes, por su naturaleza e historia. Recuerdos y bellezas, sucesos interesantes y dramáticos, ruinas y monumentos, antigüedades romanas, leyendas populares, trajes, usos, costumbres, espectáculos públicos, sabias leyes y fueros; de todo encontrará el lector, reproducido a la fotografía fiel o expuesto claramente en sencillas narraciones, colocadas de intento, para que no fatigue su lectura, en aparente desorden; que este libro ha de ser, si sale de mis manos tal como yo deseo, una historia local filosófico-pintoresca. II Todas las teorías inventadas por los etnógrafos de más crédito, son aplicables, para la determinación de sus primeros pobladores, a la provincia de Soria (*). Con las apariencias mayores de verdad, casi con la evidencia, se puede demostrar que a pesar de su situación en lo interior, llegaron hasta ella cuantas gentes arribaron a la Península, pues de todas se encuentran manifiestos recuerdos en las tradiciones y leyendas, en los enterramientos y en las etimologías de los nombres de muchas poblaciones y sitios a gusto de los vascófilos, iberistas y de los anti-iberistas, sin desmentir en nada a los que remontándose más allá de la época de los Iberos y los Vascos, creen que todos ellos son familias hermanas procedentes de los Turáneos, se puede entretejer una genealogía de razas aborígenes de nuestra provincia como de toda España, y seguir paso a paso el movimiento, mezclas de unas con otras, y mudanzas, hasta la venida de los romanos en que empiezan de lleno ya los tiempos históricos. (*) No hay para qué exponer aquí estas teorías, ni hacer su detallado análisis, porque formando colección este libro con los de Navarra y Logroño, en ellos pueden verlo nuestros lectores, hecho por el Sr. Madrazo extensamente. —Tomo I, cap. II y III. No ha muchos años conservaba yo de los juguetes de mi infancia una piedra extraña de duro pedernal: su figura era la de un prisma triangular de unos cinco centímetros de base por diez de altura, con la particularidad de que Esta presentaba una arista que parecía cortante y el vértice opuesto terminaba en punta. La piedra me la había regalado otro niño, hijo de un labrador del pueblo de Centenera de Andaluz, quien la había encontrado en un sitio del término de este pueblo donde, según decía, solían hallarse muchas. Añadía, mi amigo de la infancia, que la piedra en cuestión era un rayo que había caído como núcleo de una chispa eléctrica en una exhalación, y penetrando siete estados debajo de tierra, a los siete años había salido por sí misma a la superficie. ¡Lástima grande que aquel labrador haya muerto y mi compañero de la niñez esté en la tumba! a vivir uno u otro, yo corriera al pueblo de Centenera de Andaluz, y haciéndome llevar al sitio donde se halló aquel rayo, rebuscara hasta encontrar algunos de ellos, no con menos afán que el avaro minero busca las venas de oro en las entrañas de la tierra; que aquellas piedras no eran rayos sino armas ofensivas o instrumentos de labranza empleados por los hombres, allá, muy lejos, cuando no se conocían el hierro ni el acero. Hallábase en general estas piedras, armas, instrumentos, hachas y martillos celtas, atribuyéndolas a los primeros tiempos de estos pueblos o razas; pero los sabios modernos calculan con fundamento que pertenecen a una época más remota (*) en que los usaron hombres de distintas razas y origen diferente de los celtas, los Iberos y Vascos que tenemos equivocadamente por los primeros pobladores de nuestro suelo.

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