OSCAR MANGIONE Gabriel Batistuta Perfil de un crack que se construyó a sí mismo A mi mujer, Diana Cano, por su apoyo y ayuda constante. A mis hijos, Sebastián y Nicolás, por la alegría imprescindible. Agradecimientos Mariel Fiori, Diana Cano, Julián Methol, Julio Chiapetta, diario Clarín, diario Olé, Gaetano Imparatto, La Gazzetta dello Sport, Oscar Laiguera, Enrique Gibert Mella, María Maratea, Juan José Lujambio, Settimio Aloisio, Marcos Fabaz, Luis Chitarroni, Claudio Knie, Patricia Mangione. Introducción Un crack ¿nace o se hace? Conocí a Gabriel Batistuta cuando trabajaba como psicólogo en el plantel profesional de fútbol de Boca Juniors. Él provenía de las filas del eterno rival, River Plate. No había tenido allí la oportunidad necesaria para triunfar, y su llegada a Boca quizás era la última posibilidad de actuar en los niveles más altos del fútbol argentino. Luego de un período de adaptación, su crecimiento fue impresionante y su trayectoria ascendente no se detuvo hasta ocupar un lugar privilegiado en el fútbol mundial. El desarrollo de este libro es el resultado del testimonio de quienes fueron protagonistas de los episodios más salientes de su carrera, desde los inicios hasta la llegada al fútbol italiano y a la Selección Nacional. A partir de sus dichos y de lo que de ellos pudiera apreciarse, intentaré trazar el perfil de un futbolista especial. Un crack que se construyó a sí mismo. Aportando una opinión más a esa vieja controversia de si el crack nace o se hace. No aspiro a realizar aquí una obra biográfica; me inclino por la reflexión que surge de la mirada enfocada sobre una carrera deportiva con singularidades extraordinarias, cuyo resultado esperanzador pretendo comunicar. Anécdotas del mundo del fútbol relatadas por jugadores, técnicos y dirigentes han nutrido este trabajo descubriendo entretelones que ayudan a entender el complejo ambiente de un deporte que ha cautivado y apasionado a millones de personas en distintos países y cul-turas. La vida deportiva de Gabriel revela su condición humana. Su manera de sentir el deporte, de superar los obstáculos, la relación con sus colegas y la fórmula de su crecimiento marcan, según creo, un ejemplo que brinda aliento para todos aquellos que quieran afianzar sus expectativas de éxito en sus propias fuerzas. Ahora bien, todo el mundo quiere ver culminados sus sueños; la elección del camino y la lucha cotidiana son generalmente precedidas por una legítima esperanza de triunfo. La forma en que algunas personas logran llegar a la cúspide de sus carreras siempre ha sido objeto de fascinación para quienes estamos interesados en observar al hombre desde distintas disciplinas. ¿Por qué se triunfa? ¿Por qué se fracasa? ¿Dependerá del talento, del esfuerzo, de la suerte? ¿Con qué elementos deberemos contar para una empresa tan difícil? El ámbito en que nos desarrollamos aparece como un componente decisivo. Hay consenso para afirmar que la contención afectiva que da la familia puede ayudar mucho o, por el contrario, la necesidad de cubrir el déficit de amor logrando un triunfo que nos envuelva en el reconocimiento masivo cumpliría la función de compensar una orfandad amorosa. La severidad o la comprensión de nuestros maestros nos dará el marco de crecimiento según el estilo que hayan adoptado quienes nos guían. Los ideales a los que nos aferramos marcan la meta a la que aspiramos llegar, y cuanto más difícil y anhelada sea ésta, más deberemos pertrecharnos de lo necesario para conseguir nuestros fines. Al mismo tiempo, nos despojaremos de todo lo que nos signifique un lastre; si llevamos peso de más podemos quedar cerca, pero para llegar no debemos cargar con nada extra, ya que la energía de la que disponemos no será suficiente para alcanzar la cima. Es difícil imaginar a un alpinista con elementos superfluos, cuando enfrenta el desafío de la cumbre más alta y escarpada. La inteligencia para elegir nuestros pasos, para sortear obstáculos que tratarán de truncar nuestro objetivo, es un elemento indispensable. De todas maneras, muy pocos llegan y muchos quedan en el camino, estrellando sus ilusiones contra las inexorables dificultades que presenta la realidad. El éxito parecería estar reservado a unos pocos tocados con la varita mágica del talento, que además están dispuestos a sacrificarse. Una especie de aristocracia. Ubicándonos en el terreno del fútbol podemos pensar que Maradona, Pelé, Cruyff, Di Stéfano, entre otros, caminaron inexorablemente a su destino de gloria debido primordialmente a una capacidad formidable combinada con una dosis de esfuerzo. Pero esto nos llevaría a la conclusión de que si no se poseen capacidades superlativas, si no se “nace” exquisito, se debe abandonar la idea de llegar a lo más alto. Sin ponernos a juzgar la justicia de esta proposición, diremos que el arte y el deporte son los campos de donde proviene la mayor cantidad de figuras que alcanzan la devoción popular. Los dichos de un gran músico argentino parecen reforzar la hipótesis de “los elegidos”. “La música es fácil o imposible”, afirmaba el viejo maestro. O bien comprobábamos tener facilidad, destreza, talento, o bien nos dedicábamos a otra cosa. Por más que Salieri se empeñara, jamás alcanzaría a Mozart. Sus composiciones no podrían igualar el talento encerrado en una sola obra de ese genio insuperable, por mucho que se esforzara. ¿Será así también en el deporte? Hay una diferencia esencial. El arte pertenece al mundo de la estética; aun cuando las aptitudes deben estar acompañadas por esfuerzo y estudio, su producto final no se mide más que en la belleza que transmite. Por eso el campo de los creadores en el arte está restringido a esos seres ungidos con el talento. En el deporte está presente la eficiencia como producto final. Apunta al acto de ganar y perder. En su escenario hay vencedores y vencidos. Si una victoria es coronada con el talento y la belleza, mejor, pero nadie podría desestimar las virtudes de la entrega y el sacrificio. Todas las aptitudes del hombre se entrelazan para lograr el triunfo en sus disputas. El deporte reproduce en un juego simbólico los avatares de estas luchas en donde conviven estética y sacrificio. Pensar ambos campos como opuestos es generar una visión reducida de las capacidades humanas. Gabriel Batistuta no llegó al fútbol como un dotado. Por supuesto que tenía condiciones, que supo desarrollarlas al máximo y aprender con humildad para poder mejorar hasta convertirse en uno de los mejores del mundo. Pero no pertenecía a la aristocracia de los elegidos. Sin embargo, potenció sus cualidades con una voluntad inclaudicable, con una entrega tan generosa como poco común. Sus objetivos nunca fueron abandonados. Confió en sí mismo y contagió su confianza a quienes lo rodearon. Probó a todo el mundo que se puede llegar bien alto, que un jugador voluntarioso se puede meter en el corazón del pueblo futbolero, con las poderosas condiciones de un titán que sabe que ha llegado hasta allí gracias a su propio esfuerzo. Un espíritu inclaudicable es también un espíritu bello. 1 El Descubrimiento El mundo del fútbol, le dice mucha gente. Tal vez exageren, pero algo de cierto hay. Tiene su geografía, sus leyes y sus códigos, sus habitantes con distintas responsabilidades, posiciones, privilegios, desigualdades e injusticias. Tiene próceres y hasta dioses. Banderas de todos los colores enfrentan a vecinos y compatriotas en el mundo del fútbol como si fueran extranjeros en el mundo cotidiano. Felicidades y tristezas fugaces se entrecruzan en realidades distintas que conviven en una misma persona, buscando compensar tal vez las frustraciones de nuestra vida cotidiana con la alegría y la sensación de triunfo que el fútbol puede regalarnos. Dimensiones paralelas. Realidades diversas que nos proveen otras posibilidades de ganar y triunfar en ese otro planeta donde un pobre diablo puede llegar a ser poderoso e invicto. Territorios que no figuran en ningún catastro pero que encuentran su explicación en la historia subterránea del barrio. No faltan los ascensos y descensos que recuerdan la movilidad social del mundo real. Hay presidentes, jueces y maestros. Fanáticos y moderados. Pero sobre todo son extraordinariamente fértiles las pasiones que se reproducen con fidelidad en cada escenario humano. En este mundo tan especial, los protagonistas principales, sin duda los futbolistas, tienen un nacimiento que difiere del biológico. No son concebidos; son descubiertos. Podríamos pensar entonces que el descubridor tiene el derecho de llamarse padre. Y mucho más si lo ayuda a crecer, si le enseña las reglas, si lo templa al mismo tiempo que lo contiene, con un afecto escondido detrás de una severidad de utilería; no debe confundirse con blandura, ya que el rigor y el sacrificio deben ser armas provistas para atravesar un territorio tan áspero como el que debe cruzar un futbolista amateur en camino a la tierra prometida de su consagración. Jorge Griffa es un clásico padre de futbolistas. Es uno de esos visionarios que poseen la cualidad de ver al hombre en el niño, al profesional en el atorrantito que corre detrás de la pelota en el potrero, al diamante en la piedra. Y no sólo eso. Es el orfebre que con su trabajo produce la transformación esperada. Padre de este mundo y padre futbolero en sus relatos pletóricos de emoción y sentimientos, en ellos se mezclan los afectos, las pasiones de la sangre y las del fútbol. Griffa habla de sus jugadores con el calor de lo familiar. Rara avis en un universo en donde los intereses económicos y los del poder siempre hermanados al fin intentan avasallar el sentir y el afecto verdadero. Lucha entre hombres de principios y predadores. Como siempre en la historia humana. Gabriel Batistuta nació al fútbol profesional de la mano de este hombre de pura estirpe futbolística. Jorge Griffa lo descubrió, lo acompañó en su crecimiento y lo sufrió cuando ya con vuelo propio buscó su destino.
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