Capítulo A Sobre León Al llegar a La Paz Centro encontramos que ya el Gral. Páiz había logrado desalojar al enemigo y éste se retiraba a toda prisa a la ciudad de León. Informado el Comandante General de tal suceso, dispuso que el ejército hiciera alto en La Paz Centro, para reunirse ahí con los ejércitos del Norte y el del Centro, hecho lo cual, se dispuso que ya con su nueva organización la vanguar- dia la tomara las fuerzas del Gral. Juan Pablo Reyes, y las de ese Cuerpo, me dieron la vanguardia a mí para marchar so- bre León. Mi marcha a la ciudad, muchas veces fue interrumpida por comisiones que llegaban del ejército derrotado, para evitar que las fuerzas triunfantes, o sean las del Gral. Zelaya, cntraran a la ciudad. Pero ninguna de esas comisiones tuvieron éxito ante el Comando Supremo y la orden dada antes para mí, fue mante- nida, por lo que seguí adelante hasta ocupar Subtiaba, sin haber choque alguno. Pocas horas después fui ordenado salir para el puerto de El Realejo, en donde según datos que teníamos, sa- lieron a embarcarse los jefes de la Revolución. En esta perse- cución llegué hasta la hacienda "Corcuera" de don Fernando Sánchez, y ahí obtuve datos ciertos de que ese mismo día se ha- bían embarcado dichos jefes para el puerto de La Unión, El Salvador. Antes de terminar este capítulo, quiero dejar constancia de que en Subtiaba conocí, por vez primera al Presbítero Ramón Ignacio Matus, entonces Cura del Templo de aquel barrio, sacer- dote con quien conservé más tarde, estrecha y muy gratas relaciones. Ascendido a Teniente Coronel Tres o cuatro días después de haber entrado a León (la ciu- dad) el Gral. Zelaya, como Comandante General del Ejército, principió a la desmovilización de las tropas que hubo que armar para hacerle frente a la Revolución que acababa de terminar. Esta desmovilización comenzó por las fuerzas comandadas por jefes militares conservadores, tales como el Gral. Ignacio Páiz, Coro- 40 / EMILIANO CHAMORRO neles Filiberto Castro, Jonás Alvarez y otros varios; por supuesto que también mis fuerzas entraron en ese número; pero en León no supe que mi reconcentración a Managua, era para desmovi- lizarlas; así que para mí fue una sorpresa que cuando llegamos frente al Palacio Nacional y del Jefe Militar de ese edificio, me dijo éste: "Pare su tropa, la hace entrar al edificio y que pongan sus armas arrimadas a la pared, y vengan mañana para liquidarlos". El siguiente día fueron liquidadas mis fuerzas, de igual ma- nera como ya habían sido liquidadas las otras; y a mí se me nom- bró "Jefe Día", con el grado de Teniente Coronel; lo cual me impresioné por el ascenso que se había hecho, sobre todo cuando me presenté al Gral. Zelaya a pedirle sus órdenes. En el cumplimiento de mis funciones de Jefe Día, me acom- pañó el joven Alfredo Gallegos que como yo, era conservador y opositor al Gobierno del Gral. Zelaya; recorrimos todos los puestos militares de la población y nos dedicamos también a vi- sitar a nuestras amistades personales. Estando en funciones de Jefe Día, pedí mi baja, y se me concedió en el acto, como que ya se me estaba esperando con ella, y se me entregó con el Despacho de TENIENTE CORONEL a mi favor. Regreso a Matagalpa Ya convertido en ciudadano civil, volví a Matagalpa a reanu- dar mis trabajos de agricultura y a formar una hacienda de café que llamé "El Picacho". La vida que allí pasaba era la misma que la anterior, cuando llegué la vez primera, es decir que me mantenía cinco días en el trabajo y dos en la población, y eso ge- neralmente hacían los otros granadinos que se encontraban allá, en las mismas condiciones mías. En este estado de comunidad de amigos y paisanos, me encontré con don Luis Vega, que ya vivía ahí y con él y en reunión de amigos departíamos sobre va- rios temas, mientras nos divertíamos a la vez jugando "póker'. En esa forma don Luis y yo, teníamos oportunidad de hablar sobre asuntos políticos, sin despertar sospecha alguna; así llega- mos hasta lograr que don Luis se convirtiera en el alma de una conspiración, basada en el pronunciamiento militar que llevarían a efecto los acantonados en el Cuartel llamado "La Momotombo' , en Managua. Entonces sucedió un episodio digno de anotar, con resultados fatales para nosotros: la noche en que iba a realizarse el pro- nunciamiento, nos encontrábamos reunidos jugando una partida de "póker : El Jefe Político, el Director de Policía, don Luis, EL ULTIMO CAUDILLO - AUTOBIOGRAFIA / 41 yo y dos personas más aficionadas a ese deporte. Nosotros es- perábamos un telegrama que debía llegarnos de Managua, avisán- donos que ya había estallado el movimiento aquí, para nosotros apretar allá capturando a las citadas autoridades con quienes es- tábamos reunidos; pero en cambio de llegarnos a nosotros el avi- so esperado, le llegó un telegrama al Jefe Político poniéndolo al tanto de todo, procediendo éste a capturar a don Luis. El Di- rector de Policía no hizo nada. Sin embargo de la captura, el Jefe Político se portó muy caballerosamente al extremo que se echó el telegrama a la bolsa y continuamos jugando durante un término prudencial entre quince minutos o media hora más. En seguida, don Francisco Uriarte, que así se llamaba el Jefe Politico, le dijo a don Luis: "Vámonos, y para que no se alarme tu señora, ancló a dormir a tu casa, y te presentís a mí a las seis de la mañana, mañana". A las seis de la mañana antes citada, el Coronel Uriarte pasó por mi casa invitándome para que fuéramos a bañarnos al río y pasáramos sacando al señor Vega, para que después del baño, ya pasara don Luis a guardar prisión, como efectivamente se hizo; pero las consideraciones del Cnel. Uriarte no cesaron allí sino que tuvo la deferencia de que invitáramos amigos para que jugáramos con don Luis partidas de "póker". Banquetes y puyas Ya que he referido la anterior anécdota noble del Cnel. Uriar- te, voy a relatar otro suceso que ocurrió entre los Jefes Políticos de Jinotega y Matagalpa y la Colonia granadina que había ido como promotora en el cultivo del café a los Departamentos del Norte, y que vivía entre Jinotega y Matagalpa, guardando amis- tosas relaciones que se traslucían en visitas que se hacían los unos a los otros. En aquella ocasión a que me he referido, nos tocó a los resi- dentes en Matagalpa, ir a visitar a los que vivían en Jinotega, quienes eran generalmente, igual que nosotros, amigos de las di- versiones entusiastas, pero honestas, como bailes y banquetes, a los que invitábamos al Jefe Político, que también era joven aunque ya era General. Me refiero al General Juan Bautista Sáenz, que como buen rivense era de espíritu jovial y festivo. Tres días pasamos esa vez en continua expansión y el Ge- neral Sáenz se mostró tan satisfecho de nosotros, que con algu- nos de sus amigos de aquella ciudad nos acompañó de regreso hasta la de Matagalpa. Llegados que fuimos a ésta, nos pareció impropio dejar regresar a nuestro anfitrión sin manifestar, por 42 / EMILIANO CHAMORRO nuestra parte, el agradecimiento que le guardábamos y corres- ponder a las cortesías que él gastó con nosotros en Jinotega; en- tonces dispusimos obsequiarle un banquete, invitando al Jefe Po- lítico y a la sociedad de Matagalpa. Como es de suponer aquel convivio estuvo muy animado y cuando se llegó la hora del ofrecimiento de rigor, después de oir el discurso del caso, el General Sáenz se levantó para agra- decer el agasajo. Además, tuvo frases muy laudatorias para la colonia de agricultores granadinos —en la que había miembros de las principales familias de Granada—, por su dedicación al trabajo, por su respeto y reconocimiento a la conducta concilia- toria de las autoridades superiores del Departamento, por lo que tenía absoluta confianza que en él reinada la tranquilidad para desarrollar su progreso. Parece que el discurso del Jefe Político de Jinotega, tan amplio para reconocer la labor benéfica de la colonia granadina, no agradó mucho al Jefe Político de Matagalpa, don Enrique C. López, hombre muy reconcentrado de suyo y de pocas pala- bras, y quien, al terminar de hablar el general Sáenz, se levantó e hizo uso de la palabra. Después de manifestar cierta extra- ñeza por aquel agasajo tan entusiasta para el Jefe Político de Jinotega, dijo que él, a pesar de considerarse no tener las mismas cualidades externas, ni gozar de los mismos afectos, se sentía ga- rantizado y muy seguro de que no se alteraría la paz en el De- partamento bajo su mandato, pues bastaba que él fuera el Jefe Político y que yo fuera el amigo principal de la colonia granadina y el jefe de la oposición al Gobierno para que no se perturbara la tranquilidad pública "porque Emiliano", dijo "fue mi alumno en el Colegio". Al concluir su discurso el señor López, pedí yo la palabra para manifestar mi agradecimiento a don Enrique por haber sido mi profesor de Matemáticas en el Instituto, o sea el conocido Colegio de Granada, pero que encontrándonos ahora en campos políticos opuestos tenía que obedecer, como soldado del Conservatismo, las órdenes que recibiera de mi Partido, y que si alguna de esas órdenes era la de proceder a amarrar al Jefe Po- lítico para así poder tomar la plaza, que yo lo haría, a lo cual re- plicó don Enrique al instante: "Y yo te mataría". "Sí, don En- rique" le contesté, "pero me mataría cuando ya usted estuviera amarrado", diálogo jocoso que causó mucha hilaridad entre los concurrentes.
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