Artículos de Ignacio Martínez de Pisón Fernando Cordobés Dossier: Derechos humanos: 60 años Hernando Valencia Villa Sergio Ramírez Héctor Abad Faciolince Alonso Cueto Creación Raúl Zurita Ilustraciones de Lina Vila 702 diciembre 2008 Cuadernos Hispanoamericanos Edita Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación Miguel Ángel Moratinos Secretaria de Estado para la Cooperación Internacional Soraya Rodríguez Ramos Secretario General de la Agencia Española de Cooperación Internacional Juan Pablo De Laiglesia Director de Relaciones Culturales y Científicas Antonio Nicolau Martí Jefa del Departamento de Cooperación y Promoción Cultural Exterior Mercedes de Castro Jefe del Servicio Publicaciones de la Agencia Española de Cooperación Internacional Antonio Papell Esta Revista foe fondada en el año 1948 y ha sido dirigida sucesivamente por Pedro Lain Entralgo, Luis Rosales, José Antonio Maravall, Félix Grande y Blas Matamore Director: Benjamín Prado Redactor Jefe: Juan Malpartida Cuadernos Hispanoamericanos: Avda. Reyes Católicos, 4. 28040, Madrid. Tlfno: 91 583 83 99. Fax: 91 583 83 10/11/13. Subscripciones: 91 582 79 45 e- mail: Cuadernos.HispanoamericanosOiaecid.es Secretaria de Redacción: Ma Antonia Jiménez Suscripciones: María del Carmen Fernández Poyato e-mail: [email protected] Imprime: Solana e Hijos, A. G., S.A. San Alfonso 26, La Fortuna, Leganés Diseño: Cristina Vergara Depósito Legal: M. 3875/1958 - ISSN: 0011-250 X- ÑIPO: 502-08-003-8 Catálogo General de Publicaciones Oficiales http://publicaciones.administracion.es Los índices de la revista pueden consultarse en el HAPI (Hispanic American Periodical Index), en la MLA Bibliography y en el Catálogo de la Biblioteca 2 702 índice Editorial 4 El oficio de escribir Ignacio Martínez de Pisón: El único surrealista de la ciudad ... 9 Derechos humanos: 60 años Hernando Valencia Villa: Abe de la declaración universal de los derechos humanos 19 Sergio Ramírez: Antropología de la memoria 25 Héctor Abad Faciolince: Un bel morir tutta una vita onora .... 33 Alonso Cueto: Los escritores del caso Dreyfus 37 Mesa revuelta Fernando Valverde: La casa infantil de Francisco Ayala 45 Fernando Cordobés: Exilio y regreso al Caribe: Edward Kamu Brathwaite 51 Juan Cruz: El hombre que le hablaba a la pared 59 Teresa Rosenvinge: Vivir acaso 63 Creación Raúl Zurita: Little boy 73 Punto de vista César Viudez: El mundo de Onetti. Dualidad teoría-práctica en Mario Vargas Llosa 79 Bianca Estela Sánchez Pacheco: María López Vigil nos contó . 91 Entrevista Ana Solanes: Raúl Zurita: «Escribir es suspender la vida» 99 Biblioteca Esther Ramón: Canción adherida a la cal de la pared, a la madera 121 Carlos Tomás: Nada es lo que parece porque todo es posible . 125 Norma Stumiolo: Viaje catártico con Los frutos de la niebla ... 130 María Delgado: El cuaderno de notas del escritor 138 Juan Carlos Abril: La prosa del mundo 141 Isabel de Armas: La memoria de 1808 146 Milagros Sánchez Arnosi: La lectura como pasión razonada ... 161 3 Editorial Benjamín Prado Hay muchas formas de cobardía, entre ellas la que consiste en mirar para otra parte y la que se basa en la imparcialidad, que no es una virtud, como algunos creen, sino sólo una coartada. Buena prueba de todo ello son los sucesos que han ocurrido hace poco en la Universidad de Granada, de la que ha anunciado que pien­ sa marcharse, a fin de curso, el poeta y catedrático de literatura Luis García Montero, tras haber sido condenado, por injurias a otro profesor, a una indemnización de 3000 euros y una multa de 1800. Aparte de la injusticia de la sentencia, que no debe de ser muy acertada cuando ha suscitado las protestas por escrito de más de tres mil intelectuales de España y Latinoamérica, y que vuelve a poner de actualidad la sospecha que muchos ciudadanos de nuestro país tienen acerca de nuestros jueces y nuestros tribu­ nales, cuyas actuaciones a menudo resultan inexplicables, lo que ha ocurrido en Granada deja en evidencia a la propia Universi­ dad, que primero permitió que un profesor dedicara durante años sus clases, según han declarado sus propios alumnos, a decir que Federico García Lorca fue un falangista asesinado por sus propios camaradas, a definir a Francisco Ayala como un aliado del fascismo y a desprestigiar al propio García Montero; y des­ pués, cuando llegó la denuncia y el juicio, se amparó en la ecua­ nimidad para no tomar partido, como si eso, en lugar de ser una indignidad, tuviese algún mérito. Qué extraño, que ni la Univer­ sidad en su conjunto ni casi ninguno de sus integrantes tenga nada que decir en un caso de esa naturaleza y de esta gravedad; que ninguno supiese nada de lo que pasaba en el aula de al lado y que, a la hora de la verdad, casi todos hayan optado, al parecer, por no comprometerse. Incluso, desde el rectorado se culpa a los propios alumnos, por no haber denunciado formalmente lo que pasaba, y aunque tal vez haya una parte de razón en ese argu­ mento, parece excesivo desviar toda esa agua negra hacia los estu­ diantes, con tal de que otros no tengan que mojarse las manos. Lo cierto es que el resultado no adminte lugar a dudas: la Universi­ dad de Granada cerró los ojos y hay que darle un doble pésame, por lo que pierde y por lo que conserva. Y lo que ha perdido es 4 dido es al más prestigioso de sus catedráticos, un precio muy alto que van a tener que pagar por empeñarse en confundir la neutra­ lidad con la negligencia, como ha dicho a la prensa el escritor Andrés Neuman, que también añadió, con una autoridad avalada por el hecho de haber sido alumno de los dos profesores enemis­ tados y miembro del departamento al que ambos pertenecían, que lo que ha pasado es producto de «la típica cobardía gremial que hay en la institución.» Una lástima y tal vez una suerte, si pensamos que quizás lo que derrocha nuestra Universidad lo gane nuestra literatura, por­ que sin duda ahora García Montero va a tener más tiempo para escribir. En cualquier caso, si ya es mala la impresión que deja lo ocurrido en la Universidad de Granada, peor aún son las sospe­ chas que pueden tenerse sobre los resentimientos, celos y deseos de venganza que puede ocultar todo este asunto y que, puestos a pensar mal, nos dejan entrever a muchas personas gobernadas por la envidia, ofendidas por el éxito de Luis García Montero en su profesión y felices por el daño que ha sufrido. Es como si, sal­ vando todas las distancias que hay entre un drama irreparable y un simple contratiempo profesional, los resentidos de hoy fuesen los de siempre, los mismos que, por ejemplo, debieron de odiar a Federico García Lorca por su prestigio y, algunos de ellos, qui­ zás alegrarse de su muerte, sólo que con otros apellidos y disfra­ zados de otra cosa. ¿Habrá unos cuántos profesores de la Uni­ versidad de Granada que, en el fondo, hayan celebrado íntima­ mente la marcha de García Montero? Es una pregunta inquie­ tante, una duda sobre la que quizá pueda opinar el propio autor de esa bella evocación de la ciudad andaluza que es El jardín extranjero en algún próximo número de Cuadernos Hispanoamericanos, de la que, como saben nuestros lectores, es un asiduo colaborador. Él, como todos los intelectuales honestos de España e Iberoamérica, tiene llave de esta casa, y aquí siempre es bienvenido G 5 El oficio de escribir El único surrealista de la ciudad Ignacio Martínez de Pisón MARTÍNEZ DE PISÓN QUISO SER SURREALISTA EN I_A ADOLESCENCIA, PERO ACABÓ RECONOCIÉNDOSE EN EL REALISMO, NOCIÓN ESTÉTICA EN LA QUE HA DESARROLLADO UNA AMPLIA OBRA NARRATIVA. SU ÚLTIMO LIBRO, DIENTES DE LECHE, HA SIDO PUBLICADO POR SEIX-BARRAL. Yo, a los catorce o quince años, quería ser surrealista. Pintor, cineasta, poeta, lo que fuera, pero surrealista. ¿Por qué? Ni yo mismo lo sabía. Seguramente porque eso de surrealismo sonaba a declaración de guerra contra la realidad, y ya se sabe que los ado­ lescentes (y especialmente los adolescentes de mediados de los años setenta) suelen estar en pie de guerra contra la realidad que les rodea. Por supuesto, yo en aquella época sabía muy poco sobre el surrealismo: sabía lo que me habían contado en las clases de arte del colegio, más algún que otro dato aislado que había espigado en las revistas de cine a las que entonces era tan aficionado. Para mí, ser surrealista equivalía a formar parte de un grupo, de una tribu, de una secta casi secreta. Una secta a la que pertenecían Salvador Dalí, Luis Buñuel y... ¿Y quién más? Yo quería ser surrealista pero no conocía a nadie que lo fuera. ¿Qué tenía que hacer para serlo? ¿Dónde debía inscribirme? El problema era que quería formar parte de un grupo que no existía como tal, y corría el riesgo de convertirme en el único surrealista de mi ciudad. Ahora sospecho que mis inclinaciones surrealistas tenían mucho que ver con mi ilimitada admiración por el cine de Buñuel. 9 Admiraba el cine de Buñuel sin haber visto ninguna de sus pelí­ culas. Lo admiraba sólo por lo que había leído sobre ellas. Admi­ raba por tanto la idea que yo tenía del cine de Buñuel, y esa idea era tan vaga que se adaptaba con facilidad a lo ilimitado de mi admiración. Como la gente religiosa con respecto a la figura de Dios, me había creado un Buñuel a la medida de mi voluntad y mi fantasía, a la medida de mi fe. Y, como el propio Dios, ese Buñuel era al mismo tiempo próximo y lejano.
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