Sandino, General De Hombres Libres Gregorio Selser

Sandino, General De Hombres Libres Gregorio Selser

www.elortiba.org COLECCIÓN LATINOAMÉRICA VIVA AUTORES Y TEMAS DE AMÉRICA LATINA Director: ENRIQUE MEDINA Sandino, General de Hombres Libres Gregorio Selser Gregorio Selser Sandino, general de hombres libres editorial abril 2 Sandino, General de Hombres Libres Gregorio Selser COLECCIÓN LATINOAMÉRICA VIVA 1* Pedro Orgambide - Historias con tangos y corridos. Diseño gráfico y tapa David Almirón Impreso en la Argentina Printed in Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11723 Prohibida la reproducción total o parcial. ® 1984. Editorial Abril S.A. Av. Belgrano 624, Buenos Aires ISBN 950-10-0140-7 Edición digital de Carlos & urijenny 3 Sandino, General de Hombres Libres Gregorio Selser A MARTA mi compañera Usted, Sandino, general de los hombres libres, está representando un papel histórico, imborrable... HENRI BARBUSSE A la civilización capitalista no hay que verla en las metrópolis, donde va disfrazada, sino en las colonias, donde se pasea desnuda. CARLOS MARX 4 Sandino, General de Hombres Libres Gregorio Selser I EL ÁGUILA SOBRE LA PRESA Los vecinos iberoamericanos nos han oído proclamar esta nueva fe, pero también han comprendido el nuevo interés de Estados Unidos por obtener bases navales y aéreas que llevarán a aquellos territorios la visita permanente de soldados y marinos norteamericanos. La política vigente de moderación y templanza no ha borrado todavía de su memoria el recuerdo de la Diplomacia del Dólar, y las declaraciones de nobles propósitos son recibidas con escepticismo [...] El llamado imperialismo sin dolor de los norteamericanos, sólo a nosotros mismos nos ha parecido exento de dolor. Las repúblicas de Centroamérica que alojaron a nuestros marinos, directores de aduanas, inspectores de bancos, encontraban sin duda harto dolorosas las lecciones de moderna contabilidad apoyadas sobre las bayonetas. Parecía en aquel momento como si nuestro respeto a las fronteras y a las integridades territoriales fuera tan sólo el resultado de nuestra preferencia por las aduanas y los bancos centrales. 1 NICHOLAS J. SPYKMAN Después de 1820, los Estados Unidos se convirtieron en meta de la inmigración europea. Las hambrunas y las persecuciones políticas y religiosas les proveyeron del material humano indispensable para su creciente industrialismo. En la década finalizada en 1840, habían entrado al país 600.000 inmigrantes; en el decenio siguiente el cupo fue de 1.700.000 personas, y entre 1850 y 1860, a pesar del 1 Spykman, Nicholas J. Estados Unidos frente al mundo, pág. 67. Fondo de Cultura Económica, México, 1944. 5 Sandino, General de Hombres Libres Gregorio Selser aldabonazo de la Guerra de Secesión ya claramente perceptible, la cifra de arribados se acercaba a los 2.500.000, cantidad que, empero, no bastaba para cubrir las necesidades de los Estados no esclavistas, al norte de la línea Mason y Dixon, en cuyo sector este se exigía el esfuerzo del proletariado vomitado a sacudones por Europa, y en cuyo sector oeste —en el far west de leyenda y aventura— el esfuerzo del pionero tanto como la brutalidad del conquistador, la codicia y desfachatez del acaparador de tierras, o la avidez del comerciante. Pero el 24 de enero de 1848 se produjo un hecho destinado a tener consecuencias no sólo para los Estados Unidos o para la América Central —una de cuyas repúblicas es precisamente el motivo de esta obra—, sino para los destinos económicos del mundo todo: poco antes de firmarse la paz entre los Estados Unidos y México, triunfantes las tropas norteamericanas del general Scott sobre las anarquizadas fuerzas de la nación azteca, James W. Marshall, obrero del aserradero de John A. Sutter en el American River, valle del Sacramento, descubrió oro en esa propiedad. La estampida que se produjo fue memorable. Nadie quería estar fuera de la probable riqueza. Y así, lo que en un principio fue sólo un tímido ensayo de traslado a California por parte de los más osados, a poco más se transformó en una furiosa carrera en la que todos los elementos de transporte resultaban demasiado lentos para la ansiedad del oro. A fines de 1849, San Francisco, la más importante población de la costa del Pacífico, había pasado, de sus escasos centenares de habitantes, a agrupar veinticinco mil personas. La distancia que mediaba entre el Atlántico y el Pacífico no era vencida a través del continente, inmenso territorio aún virgen en el que señoreaban tribus de indios insumisas y cuyo paso se presentaba lleno de peligros y zozobras. En cambio, se fletaban barcos que daban la vuelta por el Cabo de Hornos, o se organizaban caravanas que desafiaban las fiebres del istmo de Panamá, o que ganaban tiempo a través de los ríos y lagos de Nicaragua, viaje igualmente azaroso y de incierto porvenir. Compañías de capitalistas surgían para crear empresas de trasporte entre ambos océanos: solamente en Londres, en enero de 1849, figuraban registradas cinco empresas financieras con un capital de más de un millón de libras. Hacia 1850, el censo de la población acordaba a California 92.000 habitantes, cifra que hacia 1858 ya se había elevado a 380.000. Como el tiempo se había hecho demasiado largo para el afán 6 Sandino, General de Hombres Libres Gregorio Selser de enriquecimiento, acortar la distancia entre ambas costas se convirtió en una obsesión de los agentes navieros. La solución de una ruta interoceánica, que ya desde los albores del descubrimiento de América torturara el pensamiento de los conquistadores, se hizo más acuciadora y urgente. Tres de las clásicas posibles vías de comunicación volvieron a ser estudiadas como perspectivas más razonables: la del istmo de Tehuantepec, en territorio mexicano; la del istmo de Panamá, entonces territorio perteneciente a Colombia, y, finalmente, la del Lago de Nicaragua, cuyo trayecto se hacía en su mayor parte por agua, y sólo en relativamente breve trecho, por tierra. El presidente norteamericano Pierce, mediante el Tratado de Gadsden, impuesto a México en 1853, había obtenido de este país el derecho de construcción de un ferrocarril a través de su territorio, derecho del que nunca se hizo uso por considerarlo antieconómico. 2 La segunda posibilidad, la del istmo de Panamá, ya estaba en vías de ejecución merced a la buena disposición de Colombia, nación que en 1846, por el Tratado de Nueva Granada, no sólo concedió el derecho de paso a los ciudadanos norteamericanos, sino que acordó a los Estados Unidos la concesión para construir un ferrocarril interoceánico — transístmico— camino de hierro que en 1855 estaba concluido y prestaba útiles servicios. La tercera de las posibilidades, la vía acuática-terrestre nicaragüense, hizo previamente necesario desbrozar las malezas en que estaban envueltas la política y la diplomacia de los Estados Unidos y Gran Bretaña en todo el ámbito del Caribe. Cuando éstas llegaron a una especie de acuerdo transitorio mediante el Tratado Clayton-Bulwer, en 1850, se convino la construcción de un canal por territorio de Nicaragua. Este proyecto, que durante algo más de media centuria había alimentado las esperanzas de constructores, financistas, políticos y diplomáticos, provocando entre ellos en no menor escala recelos, odios, intrigas y revoluciones, es, todavía hoy, un anhelo insatisfecho de Nicaragua. Pero en su momento, cuando la diplomacia estadounidense aún no se había decidido por la solución de Panamá, la circunstancia de que esta ruta fuera la favorita de los buscadores de oro que viajaban hacia California, motivó la primera de las intervenciones norteamericanas en Nicaragua. 2 Ese derecho quedó abrogado en 1937, mediante un acuerdo celebrado entre los presidentes Franklin D. Roosevelt y Lázaro Cárdenas. 7 Sandino, General de Hombres Libres Gregorio Selser En efecto, hasta la época del descubrimiento de oro en el valle del Sacramento, los contactos entre centroamericanos y norteamericanos habían sido esporádicos. Sólo viajes ocasionales de barcos mercantes estadounidenses o la presencia de solitarios representantes diplomáticos mostraban una tendencia al acercamiento que no pasaba de ser excepcional. Pero la fiebre del oro trastrocó el cuadro de un modo violento, y de alguna manera despertó de su somnolencia colonial a los naturales de los países que observaban atónitos esa extraña, colérica y viciosa migración que, en general, nada útil dejaba a su paso. Había llegado, pues, sin que los centroamericanos se lo propusieran, la ocasión de trabar conocimiento con los hermanos mayores del Norte, con aquel pueblo cuyos representantes famosos —Paine, Franklin, Washington, Jefferson y Madison— tenían gran predicamento entre los estudiantes y estudiosos del istmo. Pero los visitantes en nada se parecían a la idea que de los estadounidenses se habían formado los centroamericanos. Pendencieros, borrachos, lujuriosos, trataban a sus huéspedes con torpeza y brutalidad y procuraban obtener de ellos con violencia y altanería lo que de otro modo, según la tradición hispánica, les habría sido acordado con buena voluntad y simpatía. Lo peor del conglomerado humano de los Estados Unidos se había volcado en los barcos que hacían la travesía interoceánica en pos del sueño áureo. El dueño de buena parte de esos barcos, verdaderas pocilgas flotantes, era el afamado Cornelius Vanderbilt, aquel que había amasado una gran fortuna en el campo de los transportes con vapores, al comienzo, en el río Hudson y en Long Island Sound, y luego en el Atlántico, y que según Kirkland, tenía proyectos de tal envergadura que no sólo envolvían la construcción de un canal a través de Nicaragua "sino que financiaba las revoluciones de Centroamérica".3 Los barcos de Vanderbilt, además de ser portadores de la codicia de los aventureros materializaban de algún modo el anhelo imperial de la comunicación interoceánica. Ahora, la interpretación tradicional sobre el valor de una tal intercomunicación había sufrido una modificación: ya no se 3 Kirkland, Edward C. Historia económica de Estados Unidos, pág. 391. Fondo de Cultura Económica, México, 1948. 8 Sandino, General de Hombres Libres Gregorio Selser trataba solamente de allanar las necesidades comerciales determinadas por las aspiraciones europeas en Asia; se había convertido en el vehículo potencial de penetración de una nación en pleno ascenso, los Estados Unidos.

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