11. semestre/2002 l. semestre/2003 IN MEMÓRIAM JORGE DÁVILA VÁZQUEZ 3 En la muerte de Rubén Astudillo y Astudillo EDGAR FREIRE 5 A Rubén, no recuerdo cuando lo conod ... RAÚL SERRANO SÁNCHEZ 9 Adalberto Ortiz: «El sembrío de 105 recuerdosll HOMENAJE ENRIQUE OJEDA 17 Jorge Carrera Andrade: 105 primeros años FERNANDO BALSECA 27 El pensamiento poético de Jorge Carrera Andrade HUMBERTO E. ROBLES 45 Jorge Carrera Andrade: boletines de crítica MARÍA ISABEL HAYEK 63 La dudad: geografía de la soledad GALO GALARZA 67 Sobre las huellas de Jorge Carrera Andrade LUIS A. AGUlLAR MONSALVE 73 Ecuador en la prosa de Jorge Carrera Andrade IVONNE GORDON VAILAKIS 89 Búsqueda de memoria: el poeta sin cielo, Jorge Carrera Andrade MIGUEL DONOSO PAREJA 99 Entre lo planetario, tres paréntesis verdes y un final inarrativo PABLO A. MARTíNEZ 113 Aproximación a la poética visual de Jorge Carrera Andrade (Cartografía lírica, imaginarios colectivos y códigos pictóricos de un País secreto) YANNA HADATIY MORA 145 1930, Ecuador e Hispanoamérica 2 JUAN PABLO CASTRO RODAS 159 En la piel del polvo: una aproximación a la poética de Jorge Carrera Andrade MARTHA RODRÍGUEZ 175 Jorge Carrera Andrade: regreso de las visitas al planeta ESTEBAN PONCE 179 Darío y Carrera Andrade: el dulce engaño de la totalidad ALEYDA QUEVEDO ROJAS 187 La corporeidad de lo abstracto en la poesía de Jorge Carrera Andrade JORGE DÁVILA VÁZOOEZ 195 Lectura de ClLugar de origen •• RAMIRO REINALDO HUANCA SOTO 197 Viaje, palabra y creación poética. Jorge Carrera Andrade: la pasión por el demonio ADRIANA FLORES 215 Jorge Carrera Andrade: poesía de los seres y los objetos cotidianos RAQUEL NARANJO 219 Jorge Carrera Andrade: el hombre moderno entre la provincia y el planeta ADR!ANA MANOSALVAS 223 Jorge Carrera Andrade: cien años de nacimiento SANDRA GARNICA 227 Hombre planetario, Jorge Carrera Andrade MARíA ELENA BARONA 231 Los seres y objetos cotidianos DIANA LAZO GARCíA 235 La poesía de los seres y objetos cotidianos RECUPERACIONES JORGE CARRERA ANDRADE 239 Autobiografía de un poeta 247 Destino de la poesía ecuatoriana de nuestro tiempo RESEÑAS SUSANA ZANETIt 257 La dorada garra de la lectura. Lectoras y lectores de novela en América Latina ORLANDO PÉREZ 263 La celebración de la libertad MARTHA RODRíGUEZ 265 Pero es después, bajo el sol TOMÁS ELOY MARTíNEZ 267 El vuelo de la reina GABRtELA ALEMÁN 269 Fuga permanente ALFONSO MONSALVE 271 Cuentos de pelicula GALO MORA W. 276 Un pájaro redondo parajugar SONIA NAVARRO 278 Sabor a olvido (Biografía de la Sra. René) MARGARITO CUÉLLAR 280 Los riesgos del placer COLABORADORES 283 kipus REVISTA ANDINA DE LETRAS N MEMÓRiAM. 15/2002-2003/UASB-Ecuador¡Corporación Editora Nacional EN LA MUERTE DE RUSÉN ASTUDILLO y ASTUDILLO Jorge Dávila Vázquez De él se dirán muchas cosas, se contarán infinidad de anécdotas, se evoca­ rán sus desafios poéticos, en una ciudad solo removida antes por la iconoc1as­ tia del Grupo Elan y por la desolación de su maestro espiritual, César Dávila Andrade; se continuará admirando su juventud de lobo y sus aullidos entre cí• nicos y blasfemos, pero sea lo sea que de él se diga, vivirá por siempre en la memoria de los poetas y de los amantes de la literatura, porque era un hom­ bre hecho para vivir largamente en el corazón de las gentes, nunca para el ol­ vido; y muchos de sus poemas seguirán leyéndose por largo tiempo, por su frescura, su irreverencia y esa calidez de la palabra dicha entre amigos, a la sombra de un amor nunca alcanzado, al son de un jazz que a muchos les pa­ recía estridente, y en el marco de un café al que inmortalizó en la «Carta pa­ ra Saskhya Kovva»: Esta es una isla en Cuenca, trece nudos al sur de la alegría. Se llama Raymipamba, el familiar Raymi, sede del grupo cuencano Syrma, cu­ yo capitán fue él, en la década del sesenta, la de los Tzántzicos, la que cambia­ ría para siempre la literatura de la patria. Astudillo fue no solo el poeta absoluto de su grupo generacional en su ciudad, y uno de los mayores del Ecuador, desde su siempre joven Canción para lobos (1963) y sus palpitantes Elegías de la carne (1968), hasta el inson­ dable Pozo y los paraísos (1969), la oscura Larga noche de los lobos (1973) o la jubilosa Celebración de los instantes (1993), que contiene sus bellos textos es­ critos en China. ¿Qué preocupaciones movían su poetizar? Todas las del hombre del siglo XX. El ultrajante temor del final atómico, la masificación y la cosificación del ser humano, las batallas existencialístas por Dios y contra Él, el temblor del se­ xo, la nitidez del arte, el amor por la tierra, la naturaleza -que florecía en sus poemas como un enorme crisantemo- y sus gentes. Estas temáticas y otras 4 infundieron sentido a una de las creaciones más trascendentes de nuestra lite­ ratura. Con Dios, mantuvo un diálogo constante, que a ratos se volvía blasfemia, pero que en opinión de uno de sus buenos lectores, Ernesto Proaño S.r., so­ lo era una forma desesperada de búsqueda de la divinidad. Su juvenil «Ora­ ción para ser dicha aullando» escandalizó a su hora; tal vez por la confianza excesiva que parece demostrar al Ser Supremo, al que dice, entre otras cosas: «cuánto debes sufrir en tu abandono, / pordiosero, limosnero / de nombres y de preces / cuánto deben dolerte los / mundos que no hiciste ... ». O peor aún: «no te odiara ni amara si existieras, (me han / dado la evidencia de que tú nunca fuiste, / -entre paréntesis~) / pero si es que existieras en verdad, te invitara / a que caigas y / nos llegues; te diera mi camisa y mis / zapatos; mi chompa; mi blue jean; y mis / pañuelos, mi modo de beber y mi / cos­ tumbre / de abrazar hasta olvidarme las esquinas, los / bares y las pistas». Es dificil no sentir una emoción, por contradictoria que sea, ante estos versos, o no sonreír ante el coloquialismo de estos: «vieras que nuestra música es mejor que los / coros / de tanta virgen loca; de tanto anciano turbio; / de tanto án­ gel sin sexo ... ». Pienso que al encontrarse con Dios, le habrá dicho uno de sus versos: «Ya no tienes que huir, Señor. Te he descubierto». Y el buen Señor le dejaría pa­ so a su interminable ansia de libertad, permitiéndole volver a su terruño es­ condido, a su Valle natal, para fundirse para siempre con él, «como un arado tierno», pues de seguro Astudillo le repetiría aquello de: «Pongo / un dique de fuego entre tu voz y mi terror, te limito los / pasos; te abandono y me mar­ cho ... vuelvo al río del alba y / los venados, / yo quiero ser, cantando un to­ rrente de pie sobre los / lomos de azúcar de mi / tierra. Vuelvo a danzar des­ nudo bajo el cielo de / agosto / entre la luz y el aire maduro de los frutos». Tan tierno a veces para con todo 10 hermoso de este mundo, se llenaba también de una intensa amargura ante las injusticias de este mundo, que le hu­ biera gustado transformar, yeso le dio una cierta sorna, le hizo en ocasiones duro, despectivo. Quizá por ello, unos le admiraron, otros le detestaron, y él con su enorme vitalismo, igual al de su camarada de trasnoche periodístico, sueños, lecturas, proyectos, y olímpicas borracheras, Edmundo Maldonado, que se le adelantó hace años en el camino de la muerte, se encogía de hom­ bros, en medio de una risa llena de ironía. Ahora mismo estará riéndose al leer estas líneas, moviendo la cabeza, con su usual mordacidad, por las cosas que escribe este Dávila, que le conoció cua­ renta años y más, y sintió por él profundas amistad y admiración hasta su úl­ timo día .• lcipus REVISTA ANDINA DE LETRAS 15/2002-2003/UASB-Ecuador/Corporación Editora Nacional A RUBÉN, NO RECUERDO CUANDO LO CONOCÍ. .. Edgar Freire Tengo mala memoria para las fechas. No suelo retener los números. De­ be ser el trauma de mis andanzas por la escuela: detesté las cuatro operacio­ nes, y temí, hasta el pavor, a los profesores de matemáticas. Por eso, cuando alguien me inquiere en qué año, mes o día conocí a determinada persona, sur­ ge una neblina en mi cabeza. En estos días, ante la muerte de Rubén Astudillo y Astudillo, me llaman y me preguntan desde cuándo soy su amigo. «No lo sé, ni me interesa», ha si­ do mi respuesta. Lo que sí evoco es la palabra «hermano» cuando por prime­ ra vez saludamos en la vieja Librería CIMA. Yo andaba recopilando material para hacer un soñado libro Los libros en mi vida. La historia que nunca se con­ tó (Círculo de Lectores, Quito, 1995). En esa lista de amigos había puesto su nombre y me urgía conocer sus respuestas a un cuestionario tipo (la editorial apremiaba por la hechura del libro ). Un día llegó el poeta con un sobre en la mano y con un librito escondido en el bolsillo de su saco. Saludamos como si toda la vida nos hubiéramos tra­ tado. El sobre contenía su testimonio personal de los libros que le habían mar­ cado en su vida de ansioso lector. El librito que me entregó era: Los himnos del crepúsculo y El presente tomado. Por la emoción del encuentro hasta olvidó es­ tampar la infaltable dedicatoria, la misma que le pedí luego porque era una condición sine qua non para hacerlo mío (tonto y viejo rito que acostumbro a pedir a los amigos, desde la primera vez que Jorge Icaza me regaló una fir­ ma en El Chulla Romero y Flores en la vieja colección Salvat General).
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