Calfucurá La conquista de las pampas Calfucurá La conquista de las pampas Álvaro Yunque EDICIONES BIBLIOTECA NACIONAL Álvaro Yunque Calfucurá : La conquista de las pampas. - 1a ed. - Buenos Aires : Biblioteca Nacional, 2008. 568 p. ; 13 x 19 cm. ISBN 978-987-9350-21-8 1. Conquista del Desierto. 2. Indigenismo. I. Título CDD 982 COLECCIÓN REEDICIONES Y ANTOLOGÍAS Biblioteca Nacional Director de la Biblioteca Nacional: Horacio González Subdirectora de la Biblioteca Nacional: Elsa Barber Coordinación Editorial: Sebastián Scolnik, Horacio Nieva Producción Editorial: María Rita Fernández, Ignacio Gago, Paula Ruggeri Diseño Editorial: Alejandro Truant | Área de Diseño Gráfico Colaboración: Juana Orquín, Susana Pujol, Noemí Cavallo, Alba Gandolfi Corrección: Ana Lía Effrón © 2008, Biblioteca Nacional Agüero 2502 (C1425EID) Ciudad Autónoma de Buenos Aires [email protected] www.bn.gov.ar ISBN: 978-987-9350-21-8 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión o digital en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma, sin autorización expresa de los editores. IMPRESO EN ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Índice Yunque, nuestro Mariátegui Guillermo David 7 Acerca de sus trabajos de historiador Mario Tesler 19 Calfucurá Proemio 55 Primera parte 65 Segunda parte 119 Tercera parte 191 Cuarta parte 295 Quinta parte 439 Bibliografía 557 Yunque, nuestro Mariátegui Guillermo David Yunque, nuestro Mariátegui El peso de la historiografía liberal en la conformación del imagi- nario de izquierdas en la Argentina es uno de los motivos no menores de la tardía visibilidad de la cuestión indígena entre sus preocupacio- nes. Izquierda indiana sin indios, la situación de los pueblos originarios no sería tematizada más que en los márgenes de sus discursos y apenas circularía por los laterales de sus aparatos culturales antes de ingresar en los programas partidarios. Pero ello no sucedería sino hasta bien en- trados los noventa en que la implosión de los Estados-Nación suscitara la emergencia de nuevas y antiguas identidades particulares –étnicas, de género, de afinidades culturales, etc.– como modos de agregación política. La aparición en México de la insurgencia zapatista sería el toque de alerta que pondría de manifiesto, entre otras, aquella falla. Entretanto muchas otras voces enlazadas al Estado se habían hecho cargo del llamado problema del indio: ya su mera enunciación mostraba el nudo a desatar. Militares para definirlos como enemigos y salesianos para convertirlos con suave compulsión a la fe católica habían sido se- guidos por médicos higienistas en la consideración de los pueblos indí- genas, a quienes tratarían de conjurar en su diferencia para integrarlos en el sistema de gobernabilidad. La sucesión de historiadores, arqueó- logos y etnólogos, análogas figuras modernas que ejecutarán sus rutinas taxonómicas sobre sus sujetos a quienes mayormente razonarían como resabios del pasado, irán conformando un cuerpo de saberes disponibles que reclamaban visiones y fuerzas históricas actuales que asumieran su drama íntimo en clave revolucionaria. Digamos: un Mariátegui. Pero ninguna figura similar al Amauta había alertado entre no- sotros sobre la dimensión étnica de la conformación nacional. Nadie había reparado en el redentorismo social de los mitos originarios que eventualmente se activarían como inusitada potencia histórica cuando las redes estatales de configuración y cooptación comunitaria se vieran debilitadas por la oleada neoliberal. Nadie en el mapa de las izquierdas 10 | Guillermo David de extracción más o menos marxista había franqueado el esquematismo de clase para pensar los sujetos históricos, pese a los enormes ejemplos americanos que recorren la historia de la insurgencia emancipatoria continental. La Argentina, para las izquierdas usuales, era concebida como una civilización de trasplante sin raíces ni dimensión étnica au- tóctona. La Argentina era, pues, una anomalía, una nación confor- mada por “europeos en el exilio”. Esa visión sesgada es sin duda un capítulo constitutivo de la tragedia histórica que atraviesa al país, uno de los tantos elementos que llevó al colapso de las izquierdas que in- comprendieron fenómenos complejos como el peronismo, la cuestión nacional y la cuestión indígena, entre otras. Será recién bien entrada la segunda mitad del siglo veinte y merced a la obra de autores considera- dos medianamente heréticos, que la toma de posición por los pueblos indígenas irá cobrando pregnancia en el discurso historiográfico de las izquierdas político-culturales, en un momento, por lo demás, en que sus formaciones partidarias trataban dificultosamente de reconvertir sus coordenadas que la habían impedido como interlocutor eficaz del movimiento de masas en auge combativo. En ese panorama poco alentador Álvaro Yunque fue la excep- ción1. Un raro. Pero un raro situado en el centro de la escena. Puesto que, tras sus pasos iniciales en las filas anarquistas, desde la década del treinta fue considerado un compañero de ruta, un publicista aliado del Partido Comunista en su época clásica. Que, no sin paradoja, junto a un gran ascendiente sobre el campo cultural construido por la acción de un eficaz aparato –publicaciones, editoriales, revistas, instituciones 1. No fue la única. Para poner un ejemplo notable mencionemos a Liborio Justo, cuya saga historiográficaNuestra Patria vasalla iniciada con Pampas y lanzas (1962), establece ejes similares a los de Yunque en la valoración del universo indígena. Algunas otras voces aisladas prohijarán ensayos de relevancia centrados en la pesquisa de nuestras poblaciones originarias. Menciono dos casos cuyas escansiones resuenan con visos de actualidad: los de Bernardo Canal Feijoo y Rodolfo Kusch. Aunque las izquierdas, con la notoria excepción del Frente Indoamericano Revolucionario Popular de los hermanos Santucho, no darían cuenta de su novedad. Prólogo | 11 de agremiación, espacios de producción y circulación de bienes simbó- licos, etc.– se veía lastrado por un fatal estrabismo en la comprensión de los fenómenos históricos que debía afrontar. Yunque, que se había autorizado a sí mismo en su propio saber y obrar, a través de una im- portante obra de ensayista, poeta, narrador (será, sobre todo, uno de nuestros clásicos de la narrativa infantil), podía pensar por su propia cuenta y publicar sus ideas bajo la mirada displicente de los comisa- riatos de turno no solo amparado en su prestigio, que le daba cierta impunidad enunciativa, sino, y sobre todo, porque no era un militante encuadrado, sujeto a los consabidos llamados al orden. Pero por eso mismo su palabra era también, en cierta medida, inaudible. Dos décadas después de la aparición del libro que presentamos la dictadura militar instaurada en marzo del 76 hará que la tragedia de la masacre cometida en la conformación de la Argentina moderna se actualizase. Con la frase “los indios, nuestros primeros desaparecidos”, David Viñas enunciaba para siempre el drama en su magnífico Indios, ejército y fronteras, abriendo la cuestión en nuevas coordenadas. Libro tartajeado hecho en el exilio con los retazos recogidos del naufragio, lleno de vacíos, de las voces silenciadas que truenan por ocupar su lugar en la historia, operaría como un acicate en la revisión del pasado cultural de las izquierdas jugado en torno de la historiografía liberal legitimante del genocidio, no sin matices. Pero para ello había que desandar un camino ya demasiado consolidado. Y es que mal podía la cruzada que oponía civilización a barbarie, articulada a una idea tributaria de la concepción positivista que ve en el progreso tecnológico y la acumulación económica el índice de avance de una sociedad, conducir una mirada que diera cuenta de las culturas oprimidas, sesgadas, aplastadas por la supremacía militar, económica y cultural del occidente capitalista en plena expansión. Al igual que buena parte de las clases dominantes la izquierda quería capitalismo y obreros; pero para hacer su revolución. En sus esquemas de pensa- miento los demás actores históricos eran restos del pasado que se verían arrastrados por la transformación de carácter socialista en ciernes. En 12 | Guillermo David ese eje, la acumulación historiográfica heredada sin demasiados correc- tivos impedía la visión del otro social y cultural del occidente civiliza- dor. Entre Echeverría y Sarmiento, emblemas de aquella cosmovisión, no había lugar para Calfucurá. Sin embargo Álvaro Yunque, en este contexto hostil, a fuerza de suaves martillazos de lo que llamó sus iluminaciones de arte con las que planteará una poética lejana de la numeralización positivista de etnólogos y militares genocidas así como de las piadosas denegaciones encubridoras de los salesianos, hará ese sitio. Habiendo investigado el tema durante los años peronistas, sin duda bajo el incentivo de ese enigma irresoluble para las izquierdas de entonces, su Calfucurá verá la luz en 1956, en un momento dominado por la revisión del pasado en clave política. Pero no es el suyo un revisionismo banal como el que cundiría entonces, limitado a un cambio intempestivo de signo en las valoraciones legadas por la tradición liberal. Con autonomía de crite- rios, y eludiendo todo carácter polémico –aunque no sin puntualizar las zonas de conflicto con las interpretaciones vigentes– Yunque proce- derá a entablar un diálogo nuevo con las fuentes, y propondrá un rela- to autónomo de las que por entonces se formulaban como las versiones pensables
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