ISSN 03266117 “ GLADIUS SPIRITUS QUOD EST VERBUM DEI ” NAVIDAD Jorge Norberto Ferro SANTO TOMS: LA CONTEMPLACIN Y LA ACCIN P. Alfredo Senz LA CATEQUESIS Y LA ESPIRITUALIDAD DE LOS PADRES Manuel Diego Snchez LA VIDA VIRGINAL, POBRE Y OBEDIENTE Madre Mara Jess Becerra FTIMA. UN EXAMEN DE CONCIENCIA ANTE EL TERCER MILENIO P. Ramiro Senz LA FELICIDAD COMO ASUNTO PROFTICO: JUAN ZORRILLA DE SAN MARTN P. Horacio Bojorge PLOTINO: UN CAMINO ASCENSIONAL POR MEDIO DE LA BELLEZA P. Ricardo Coll P R T I C O Antonio Caponnetto HUGO WAST Y UNA REVISTA QUE HIZO HISTORIA Juan Bautista Magaldi 40 SANTO TOMÁS: LA CONTEMPLACIÓN Y LA ACCIÓN P. ALFREDO SÁENZ [ A Iglesia ha llamado a Santo Tomás doctor communis, más L allá de toda escuela o tendencia legítima dentro de la Iglesia. ¿No será porque en él confluyó toda la preparación providencial antigua, encontrando en su pensamiento una síntesis insuperable ? Se ha dicho con razón que el designio providencial de Dios se con- cretó históricamente en tres ciudades: Atenas, Roma y Jerusalén. La antigua sabiduría, que encontró su cima en el pensamiento de los grie- gos y el poder de los romanos, puede ser considerada como el alba pre- anunciadora del Evangelio que el Hijo de Dios, plenitud de la verdad y fuente última del poder, al encarnarse, anunció en la tierra. Los Padres y Doctores de la Iglesia reconocieron en las realizaciones de aquellos dos pueblos cierta preparación de los espíritus para recibir las riquezas divinas que Cristo, al llegar “la plenitud de los tiempos”, comunicó a los hombres. De Atenas y de Roma llegaron así los frutos más preciados de la naturaleza, y de Jerusalén los diversos dones de la gracia. Pero no to- do lo de Atenas y de Roma fue bueno, así como no todo lo de Jerusa- lén. Hubo una Grecia y hubo una Roma obstinadamente cerradas al Evangelio, como hubo una Jerusalén refractaria a la revelación, tempo- ralista y prevaricadora. Analicemos brevemente estas tres vertientes. Ante todo la de Jeru- salén. Dentro del pueblo elegido hubo dos sectores. Estaba, ante todo, el sector temporalista, el de los judíos que entendían la obra mesiánica en relación con los bienes de la tierra, con especial referencia a la libe- ración del ocupante romano, deudores, en última instancia, del “espíritu del mundo”. Las bienaventuranzas que anuncia Cristo constituyen, precisamente, la antípoda del espíritu del mundo, el anuncio de las [ Conferencia que el A. preparó para ser pronunciada en Madrid, el 28 de enero del presente año, durante la Sesión Académica que la Sociedad Internacional Tomás de Aquino organizó en honor del Santo (N. de la R.). 7 bienaventuranzas para los pobres de espíritu, para los que son persegui- dos por su amor a Dios y a la justicia...; seguidas por lo que podríamos llamar las “malaventuranzas” –“¡ay de vosotros !”–, que denuncian los anhelos del espíritu del mundo: la risa vana, la codicia, el aplauso de los hombres. No es sino la aceptación por parte del pueblo de las tres tentaciones del desierto: abundancia de pan material, búsqueda de lo maravilloso que suscita la vanidad y la adhesión de las masas, dominio del mundo a costa de la sumisión al espíritu demoníaco. El sector au- téntico y fiel del pueblo judío al designio divino se encarna en los que aceptan al Mesías, como por ejemplo Nicodemo y los apóstoles fieles. La segunda vertiente, decíamos, es la de Grecia. Frente a la cultura antigua, representada sobre todo por Grecia, los Padres de la Iglesia no fueron unánimes en su juicio. “Hay dos opiniones sobre la filosofía griega –escribe Clemente de Alejandría–; según algunos, toca la verdad, pero entre brumas, y de modo incompleto; según otros, ha recibido su impulso del demonio”. Clemente se refiere sobre todo a la actitud de algunos Padres anteriores a él que, al modo de Tertuliano, creían que bastaba con el Evangelio; todo lo demás parecía obviable, si no directa- mente demoníaco. “Yo pienso –opina Clemente– que la filosofía griega no capta la verdad en su totalidad, admito también que es radicalmente impotente para hacer practicar los mandamientos del Señor; pero sin embargo prepara el camino a la doctrina real por excelencia..., prepara al hombre para que se deje penetrar por la verdad”. Sobre tal presupues- to, Clemente elaboró toda una teoría sobre el uso de la cultura profana, incluyendo la física, la geometría, la ética, para culminar con la metafísica. Se sintió además atraído por la retórica o arte del buen decir, y exaltó a los poetas griegos destacando sus semejanzas con los autores humanos de la Escritura. Adviértase que lo de Clemente no expresaba tan sólo una simpatía o gusto personal. Creía basarse en algo más sólido. Leyendo la epístola a los hebreos había encontrado allí una enseñanzas fundamental para su propósito, y es que la sabiduría de Dios “se manifestó de muchos y muy diversos modos” (Heb 1, 1); se manifestó, aclararía, por el Antiguo Testamento, por el Nuevo, y por la Filosofía; por ésta Dios educó a los griegos, así como por la Ley educó a los judíos, para que “todos fueran a Cristo”. “¿Quién es Platón –llegó a escribir– sino Moisés que habla grie- go?”. Tan sublime le parecía el pensamiento griego. Más aún: “Creemos que la filosofía ha sido dada, sobre todo a los griegos, como un testamen- to que les era específico, y que fue para ellos como un escalón para la filosofía que es Cristo”. Se habrían dado, pues, tres Testamentos: el de la Filosofía griega, el del Antiguo Testamento y el del Nuevo Testamento. Y el concierto de estos tres Testamentos –concluye– hacen del cristiano un “gnóstico”, es decir, un perfecto conocedor. Clemente está, así, en el origen de la teología escolástica, por haber sido uno de los primeros en 8 señalar la utilidad de la filosofía para la inteligencia de la revelación. Empresa que llevaría muy adelante su discípulo, el genial Orígenes, y luego la mayor parte de los Padres orientales y occidentales. Es cierto que en el mundo de la filosofía griega no todo era trigo lim- pio. Si bien hubo en Grecia verdaderos filósofos, hubo también sofistas. Los sofistas no podían abrirse a la revelación, deslumbrados como esta- ban con sus solipsismos y elucubraciones narcisistas. Pero sí los grandes filósofos, aquellos admirados por los Padres, verdaderos voceros del Verbo y jalones de la verdad plenaria. Veremos enseguida cómo esta grande y secular propedéutica culminará en Santo Tomás. La tercera vertiente es Roma. También en el mundo romano se ma- nifiestan dos tendencias semejantes a las que encontramos en Jerusalén y en Atenas, si bien en un plano más práctico. Está, ante todo, la Roma pagana, cerrilmente enfrascada en su gloria temporal, en su inmanencia, como si fuese la sociedad terminal de la historia, no abierta a ninguna esperanza trascendente, que venga de lo alto. Es la Roma que condenará al cristianismo porque propicia la sumisión del orden temporal a la realidad sobrenatural, la sujeción del César al Rey de reyes. Es la Roma de las persecuciones al cristianismo, inauguradas por Poncio Pilato. Esa Roma, la Roma pagana e inmanentista, sería condenada, aun por la historia. A lo largo de los siglos se seguirá repitiendo que Cristo “padeció bajo Poncio Pilato”. Junto a esta Roma anclada en su grandeza temporal y refractaria al Evangelio, está la otra Roma, la Roma abierta a la salud no sólo del “populus romanus”, sino de todo el mundo, capaz de ampliar su visión universalista temporal –la del Imperium– en una visión universalista so- brenatural. Un magnífico representante de esta Roma abierta fue el poeta Virgilio. “Cecini pascua, rura, duces” (Canté pastores, labriegos y caudillos), decía su inscripción funeraria. Y así fue, en verdad, ya que can- tó a los pastores en las Bucólicas, a los labriegos en las Geórgicas, y a los caudillos en la Eneida. Pudo, por cierto, cantar a los pastores por- que fue un romano cabal, un hombre brotado de la tierra, fiel a las vie- jas costumbres de la república romana; su canto a los labriegos constituye un elogio insuperable al cultivo de la tierra y de las viñas. Bien ha dicho Haecker: “Los primeros monjes de Occidente tenían como padre espiri- tual a San Benito y como padre secular a Virgilio... Eran Benedictinos en el orden de la gracia. Virgilianos en el orden de la naturaleza”. Pero fue, sobre todo, en la Eneida donde Virgilio dio forma poética al desti- no del Imperium Romanum, en el momento de su madurez. De esa Ro- ma pagana, a la que dedicara sus más nobles acentos, surgirían la Ro- ma cristiana y el Occidente cristiano. Los romanos terminarían aceptando la salvación que no vendría de ellos sino de los judíos. El Imperium Ro- manum, tras haberse opuesto cruelmente al cristianismo, acabaría por 9 convertirlo voluntariamente en religión del Estado, obedeciendo a un impulso nacido de sus propias entrañas. Nos gusta ver en Virgilio algo así como la concreción de esa gran propedéutica que representa el Im- perio Romano para el surgimiento del cristianismo y su encarnación en el orden temporal, que sería la Cristiandad. Toda la época patrística, como los autores medievales, consideraron la cuarta de sus Églogas co- mo “mesiánica”. Lo que allí se dice acerca del tiempo futuro supera ampliamente los confines de lo humano y va mucho más allá de Au- gusto y su época. Es un presentimiento de la historia divina de la salva- ción. Realmente Virgilio fue el mejor de los romanos, un “anima natu- raliter christiana”. Esto es lo que queríamos señalar: la continuidad de lo mejor del Im- perio y la naciente Iglesia, sobre todo en su encarnación temporal.
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