Lemir 18 (2014) Conmemoración iv Centenario del Quijote de Avellaneda ISSN: 1579-735X ISSN: Alonso Fernández de Avellaneda dQA el QUIJOTE apócrifo _______________________________________________ Edición de Enrique Suárez Figaredo 2 Lemir 18 (2014) - Textos Alonso Fernández de Avellaneda INTRODUCCIÓN STE año 2014 (y precisamente por estas fechas) se cumple el iv Centenario de la publicación del inquietante Quijote de Avellaneda. Precavidamente dije «se cumple», no «se celebra»; pero lo cierto es que este centenario es sustancial- menteE diferente de los pasados, porque hoy ya no cae sobre aquel la visceral re- Quijote pulsa que venía recibiendo sobre sus sufridas espaldas. Y no sólo eso: las investigaciones sobre quién pudo ser el maligno tampoco reciben el rechazo de antaño. Hasta hace unos decenios, el ver aspectos positivos en la obra, interesarse por su autor, era poco menos que un sacrilegio. El presente Centenario está generando interés sobre el autor y su criatura, desde luego, pero ya hace más de una década que el Quijote de Avellaneda (obra y autor) interesa más que nunca. En cierta medida, creo haber colaborado a ese renovado interés, por haber da- do a conocer la verdadera editio princeps del libro —que agonizaba en las estanterías de la BNE— y por mis esfuerzos en iluminar algunos aspectos del enigma sobre su verdadero autor. Todo cuanto he escrito sobre ello ha sido publicado en la Revista Electrónica LEMIR, y me considero en deuda con su amable y paciente editor José Luis Canet. Con tales antecedentes y en tal circunstancia, me pareció buena idea ofrecer a LEMIR mi revisión del dQA que tiempo atrás publique en papel: la primera edición que siguió el texto de la princeps (Barcelona, Edics. Carena, 2008). Aceptada la sugerencia, aquí he suprimido los preámbulos y el Anexo Cervantes vs. Figueroa: ‘la puntual merecida corres- pondencia’, pues no dejaba de ser una actualización de artículos ya publicados en números anteriores (véase abajo la lista completa). Lo que se ofrece es, pues, el texto de dQA y las notas antecedidos de una breve introducción, en la línea de las ediciones de clasicos cas- tellanos que he publicado en la Revista. 2006 – núm. 10: Suárez de Figueroa y el Quijote de Avellaneda Los ‘sinónomos voluntarios’: un reproche sin réplica posible 2007 – núm. 11 Cervantes, Avellaneda y Barcelona: la ‘venganza de los ofendidos’ Piedra, mano y tejado en el Quijote de Avellaneda La verdadera edición príncipe del Quijote de Avellaneda 2008 – núm. 12 ¿‘Ofender a mil’ o ‘a mí’? Una errata plausible 2009 – núm. 13 ¿Cuándo se escribió el Quijote de Avellaneda? 2010 – núm. 14 Un apunte al artículo «Tirso, Lope y el Quijote de Avellaneda», de José Luis Madrigal El Quijote apócrifo (ed. de Enrique Suárez Figaredo) Lemir 18 (2014) - Textos 3 2011 – núm. 15 Sobre la atribución del Quijote apócrifo a José de Villaviciosa Para recapacitar globalmente sobre el contenido y conclusiones de los distintos artí- culos, así como para dar mi visión del estado del problema y de lo que cabe esperar en el futuro, recupero aquí lo comentado en el Post scriptum de aquel Anexo. — o O o — Por afectar nada menos que a Cervantes y a su Quijote, el enigma de Avellaneda ha de interesarnos a todos y merece ser bien recibido todo intento de identificar al intruso. Cier- to es que algunos de los estudios al respecto no pasan de proponer una mera conjetura; otros, todo y arrancar de ella, van más allá, y parecen confirmarla con acopio de revelado- res indicios y casualidades. De todas las propuestas de este tipo, la que mejor suerte ha co- rrido es la de Martín de Riquer, quien apuntó al soldado aragonés Jerónimo de Pasamonte, a quien Cervantes habría caricaturizado en el personaje Ginés de Pasamonte. Y es que, aban- donada la polémica y estéril vía de los anagramas, en tiempos modernos se ha recurrido a los sinónomos voluntarios. Se propone que Avellaneda habría sido ofendido por Cervantes valiéndose de un alias o mote; de modo que sólo se trata de encontrar alguien real (escritor, preferiblemente) a quien le encaje algún personaje de la primera parte cervantina; mucho mejor si se conoce o puede conjeturarse la existencia de algún conflicto entre ellos. Pero creo haber demostrado que de lo que protestó Avellaneda fue de que Cervantes ofendió a otros y se ensalzó a sí mismo ostentando con el personaje Tal de Saavedra. En otro lugar del prólogo decía Avellaneda que Cervantes, para «desterrar la perniciosa lición de los vanos libros de caballerías», se había valido de «el ofender a mí, y particularmente a» Lope de Vega. Creo haber demostrado que si Avellaneda hubiese querido protestar de una ofensa personal recibida nunca habría escrito sino «ofenderme a mí». Propongo que el manuscrito decía «ofender a mil» [a tantos], que es fácil —aunque fatal— errata; y pues Cervantes sólo rechazó haber querido ofender a Lope y no replicó al «ofender a mí», es muy posible que leyese «a mil» en la primera edición del libro, como propongo para el manuscrito. Estas dos cuestiones son de fundamental importancia para la resolución del enigma: si yo tengo razón —y los hechos parecen corroborarlo—, no sólo no hubo ofensa a Avella- neda por medio de algún apodo en el Quijote cervantino, sino que ni siquiera hubo ofensa particular y notoria que justificase tan severa réplica —ciertamente retardada— como fue el Quijote apócrifo. En otras palabras: Avellaneda no respondió en 1614 a una tan remota ofensa, sino que atacó a quien entonces aborrecía, y lo hizo en el momento más oportuno y con el arma que más le iba a doler. Otra atractiva proposición planteada por algún comentarista es que Lope de Vega no pudo ser ajeno al complot, así que Avellaneda debió serle amigo o secuaz, y, ya puestos en ello, fue el propio Lope quien escribió el prólogo. La idea es que Lope atacaba despia- dadamente a Cervantes para evitar que éste le atacase en su continuación. Eso es una in- genuidad, y creo haber demostrado que la mano del prólogo es la misma que la del texto —novelitas incluidas—; y más: sigo pensando que las palabras con que Avellaneda alude 4 Lemir 18 (2014) - Textos Alonso Fernández de Avellaneda a Lope están preñadas de hipocresía (lo que no dejó de observar el propio comentarista que dio a luz la idea). Algunos comentaristas defienden —porque así conviene a su candidato— la guerra de manuscritos: Cervantes y Avellaneda ya conocían pasajes de sus respectivas obras antes de llevarlas a la estampa. Basta leer a Cervantes para demostrar que eso no se sostiene: en julio de 1613, en las Novelas ejemplares, da muestras de no conocer la existencia de aquel otro Quijote; tampoco en julio de 1614, en su Viaje del Parnaso. Es en septiembre de 1615, en sus Comedias y entremeses, cuando informa al Conde de Lemos del libro estampado «en Tarragona» y dice que su Don Quijote «lleva información hecha de que no es el contenido en aquella historia». Esa información va al cap. lxxii. En cuanto a que Avellaneda hubo de ser aragonés —que no se sostiene por el léxico—, no puede dejar de observarse que Cervantes no habla de ello en las páginas finales del li- bro, tampoco en el Prólogo y Dedicatoria, lugares idóneos para la denuncia. Y hay más: lo de «aragonés» se concentraba originalmente en apenas cuatro capítulos, del lviii al lxi (Cervantes cambió de lugar la aventura de la resurrección de Altisidora): Avellaneda de- jaba de ser «aragonés» en Barcelona, donde don Quijote —que acude allí a «otras justas donde… mostrar su valor»— será severamente reprendido por un «castellano», donde verá estamparse elQuijote de Avellaneda y donde se mofará de las pretensiones de un autor que resulta un calco del vallisoletano Cristóbal Suárez de Figueroa —que acudió a Barcelona en un desesperado intento de conseguir audiencia con el Conde de Lemos en su última escala antes de partir a Nápoles como nuevo Virrey, a quien esperaba convencer le incorporase a su séquito—. Figueroa estaba convencido de que Cervantes maniobró en contra de sus pretensiones, y se lo reprochó mordazmente en el Libro XIV de su España defendida. Así puede entenderse que Cervantes relacionase la Ciutat Comtal con la «ven- ganza de los ofendidos» y que nadie llegase tan lejos contra Cervantes como Figueroa (España defendida, Plaza universal, El pasajero, Varias noticias). El asunto entre ellos debió arrancar tiempo atrás, quizá con las dos traducciones que Figueroa hizo de Il pastor fido (curiosamente traído a colación en el incidente de la imprenta barcelonesa). El problema es que tales argumentos —aragonés, lopista, ofendido con un apodo u oculto en un anagrama— eran los que permitían las soluciones fáciles al enigma, bien fue- se para proponer alegremente un candidato, bien para redondear una candidatura basada en otro aspecto. Y ahora ¿qué nos queda para resolverlo? Nos queda lo que decía Francisco Rodríguez Marín: «Entre todos, con paciencia y vi- gilias, llegaremos a saberlo», recomendación que combina perfectamente con aquel «¡No más conjeturas!» de Luis Astrana Marín. Porque la solución habrá de ser analítica y re- querirá más esfuerzo: ya no hay lugar para proposiciones atractivas. A la espera de que por milagro aparezca el documento definitivo —que no aparecerá, si Avellaneda fue tan listo como parece— todo lo que podemos hacer es analizar detenidamente y sin prejuicio alguno lo que tenemos en las manos: el Quijote de Avellaneda, su léxico y sintaxis. Yo lo he intentado, y si bien no puedo demostrar palmariamente que Cristóbal Suárez de Figueroa fue el verdadero autor de aquel Quijote, al menos habré conseguido abrir la vía y separar el polvo de la paja.
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