Pedro L. Cano Alonso Cine de Romanos Apuntes sobre la Tradición cinematográfica y televisiva del Mundo Clásico y Noticia breve acerca de las Vidas de Jesús y los primeros tiempos del Cristianismo de Enrique Otón Sobrino Colección ATENEA LIBROS DE INVESTIGACIÓN Dirige Matilde Rovira Soler, UCM CONSEJO ASESOR Dra. Julia Butiñá, UNED; Dr. Manuel Gil Esteve UCM; Dr. Enrique Otón Sobrino, UCM Dr. José Carlos Rovira Soler, UA. Esta obra ha recibido una ayuda a la Edición del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte Ninguna parte de este volumen puede reproducirse por cualquier medio técnico, electrónico o mecánico, incluida fotocopia, sin permiso expreso del editor. Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra, contacte con CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos), www.cedro.org © de Cartel de Portada Library of Congress Prints and Photographs Division Washington, D.C. © Centro de Lingüística Aplicada Atenea c/ Valdevarnés, 11 28039 Madrid (España) tf. 91 386 46 46 fax 91 386 73 44 www.editatenea.com ĂƚĞŶĞĂΛĞĚŝƚĂƚĞŶĞĂ͘ĐŽŵ ISBN 978-84-15194-21- 7 Depósito legal: J-163-2014 Imprime:GRÁFICAS LA PAZ 4 A Pili A Carles Miralles In memoriam Miquel Porter Virgilio Bejarano Antonio López Eire Joan Bastardas Santiago Alcolea ÍNDICE Introducción de Pedro L.Cano Alonso 9 Capítulo 1 Panem et circenses 13 Capítulo 2 Épica 1. Cabiria 45 Capítulo 3 Épica 2. La épica política 61 Capítulo 4 Épica 3. La epopeya egipcio-romana 115 Capítulo 5 Épica 4. La épica cristiana 135 Capítulo 6 La epopeya clásica: La Ilíada, La Odisea, 169 La Eneida Capítulo 7 La épica menor: el neomitologismo 205 Capítulo 8 La tragedia 245 Capítulo 9 La comedia 285 Capítulo 10 La novela 309 Capítulo 11 El cine de romanos en el contexto histórico contemporáneo 325 Fuentes filmográficas y de TV 367 para el estudio de la Tradición Clásica Índice filmográfico 395 Bibliografía 415 Noticia breve acerca de las Vidas de Jesús 423 y de los primeros tiempos del Cristianismo de Enrique Otón Sobrino Filmografía 467 Bibliografía 478 7 INTRODUCCIÓN No me gusta el cine de romanos. Me gusta el cine. Desde luego que disfruté con Publio Cornelio Escipión, llamado también el Africano1 de Luigi Magni. Ahí es nada contemplar el enfrentamiento de un Escipión y un Catón, que son los fantasmas de Mastroianni y Gassman declamando un espléndido texto irónico sobre ética y política. O con La caída del Imperio Romano de Anthony Mann -algo lastrada como está por una historia de amor convencional- y su reflexión sobre lo inestable de la grandeza. O el Espartaco de Kubrick, y su mensaje de libertad -tanto la ficción como las condi- ciones políticas en que se produjo-, interpretado por el mejor cuadro de actores y actrices que una película habría reunido jamás, si no hubiera existido el Julio César de Manckievicz ¡vaya recital colectivo del gran Shakespeare!; o la Cleopatra del mismo director. Me fascina también el encanto que la pátina del tiempo ha dejado impreso en obras como Cabiria de Pastrone o La Ilíada de Manfred Noa, incluso en el blando Ben Hur de Niblo. Y me divierte aún la Cleopatra de De Mille, con sus deliciosos anacronismos y su galera de cabaré; o César y Cleopatra de Pascal, con los diálogos de Bernard Shaw, igual que la estupenda Androcles y el león de Chester Erskine. Y hasta el Quo Vadis? de Le Roy, que, gracias a Peter Ustinov, tiene un Nerón capaz, a medias con Petronio, Leo Genn, y algún que otro rugido, de elevar, cada vez que toma protagonismo, las cabezadas del espectador. A la vista, por enésima vez, de Las tres edades de Buster Keaton, el Anfitrión de Reinhold Schunzel, el Golfus de Roma de Richard Lester o La vida de Brian de Terry Jones, no puedo reprimir las carcajadas. Ni tampoco algún bostezo ante Fabiola de Blasetti o el Ben Hur de Wyler, pero vale la pena para ver a la bellísima Michele Morgan semejar estatua y luego cobrar vida a la luz plateada de la luna; y para, en la otra, saltar en la butaca con la mejor carrera de cuadrigas jamás fingida. Tampoco sé contener un soberano ataque de malhumor ante las manipulaciones de la cultura de Roma y Grecia antiguas, que sirven al poder conservador. Y me fascinan las exhibiciones oratorias que reducen a /DVSHOtFXODVVHQRPEUDQSRUVXWtWXORHQHVSDxRO 9 Pedro L. Cano Alonso miniatura bien didáctica las retóricas clásicas. Como el shakesperiano discurso que inmortalizó Marco Antonio, bajo figura de Marlon Brando; o la prédica brillante del padre de la fabulosa Fabiola, Fabio Severo -el imponente Michel Simon-, o la proclama protoeuropeista de Marco Aurelio con voz y rostro de Alec Guinnes, la misma voz y el mismo busto de Obi-Wan Kenobi en La guerra de las galaxias. Hasta me dejo llevar por la fantasía de las historias mitológicas bien contadas. Reconozco que, por viejo, prefiero a Harrihausen y las escenografías artesanas, pero no rechazo lo digital. Y me han entretenido todas las versiones de la Odisea y algunas de la Ilíada. Hasta recuerdo haber comido pipas frente al Hércules de Francisci, aquella película en cuyo comienzo se dudaba si Steve Reeves miraba con más apetito el suculento muslo asado de la res, o las piernas de Silva Koscina, una cándida y bien torneada Yole. Bien pensado, a lo mejor no me disgusta tanto el cine de romanos. Claro está que hay más posos que café. Como en las artes. Y como en literatura. O ¿es que todas las estanterías de la Biblioteca Nacional albergan obras maestras? Las páginas que siguen se diseñaron como una tesis doctoral2, cuando el cine no había llegado a las aulas universitarias, ni a su forma de expresión habíanle aún concedido los sabios categoría intelectual. El profesor Virgilio Bejarano -catedrático de Filología Latina a la sazón en la UB- aceptó la idea, después de haber probado a encargarme alguno de los interesantes documentos, que parte de sus discípulos fue publicando años después. Hasta yo mismo me planteé trabajar sobre alguna otra cosa más seria -la edición de algún texto monacal, los prólogos de una gramática renacentista, la frecuencia de partículas en algún prosista imperial-, hasta que asumí que, antes o después, alguien superaría los prejuicios contra el cine: asunto frívolo, falta de profundidad científica y otros tópicos. Y lo hice yo. El Dr. Bejarano no vaciló siquiera. Le pareció -y lo mantuvo- una parcela interesante y poco explorada. Así que recogí una filmografía y una bibliografía. Estudié el estado de la cuestión. Organicé un corpus. Analicé las obras con métodos adaptados de los filológicos, porque la crítica al uso carecía de más sistema que los gustos del comentarista. Propuse rasgos comunes y específicos en $SHQDV \D UHFRQRFLEOH HQ HVWH OLEUR SRU HO FDPELR GH JpQHUR \ ORV GDWRV HQ HYROXFLyQ FRQVWDQWH 10 INTRODUCCIÓN busca de géneros. Estudié las fuentes y su productividad. No fue fácil. Las películas sufrían la maldición de los derechos de distribu- ción y ni siquiera las filmotecas daban muchas facilidades. Aunque algunas lo hicieron. No existía el vídeo, y era cuestión de suerte conseguir una moviola. Las latas pesaban un montón. Y además tuve que pagar el alquiler de salas con proyeccionista. Nunca disfruté entonces -ni los consejos de sabios me lo han concedido nunca después- de una ayuda relacionada con mis modestos trabajos sobre cine. Se leyó, por fin, el 14 de diciembre de 1973. El tribunal se mostró abierto al trabajo realizado y apreció el esfuerzo con generosidad. Vaya, pues, en cabeza mi reconocimiento a los profesores Virgilio Bejarano (+), Joan Bastardas (+), Santiago Alcolea (+), Antonio López Eire (+), y Carlos Miralles, que concedieron su preciado album calculum a mi trabajo de ¡ay! joven y vacilante doctorando. Y a Miquel Porter (+), que me introdujo en el mundo de la filmografía. Nunca le dediqué después al asunto una atención constante ni decidida; y fui publicando alguno de sus temas de vez en cuando y en lugares dispersos. Hoy por hoy, creo que la mejor manera de librarme de su sombra es organizarlo todo en un solo volumen. De modo que ahí va el libro, bien lejos y bien cerca de la idea inicial. Valga al menos para constatar que puse la primera piedra. Hasta que Solomon puso la segunda, y bien sólida. Y, luego, Attolini. La verdad es que yo no he sido nunca un buen agricultor de la parcela y que he seguido mis investigaciones de forma esporádica, inconstante, y muchas veces a expensas de encargos y sugerencias exteriores. He visto con admiración, por lo contrario, las aportaciones de Fernando Lillo en el campo de la didáctica y de la bibliografía; de Pau Gilabert o de Javier Tovar, en el de la literatura, con brillantes enfoques; de Alberto Prieto en historia; de Mª Cruz García Fuentes en mitología. Y otros, Alejandro Valverde, desde luego, u Óscar Lapeña, que me disculparán que no extienda la lista. Es larga por fortuna e irremediablemente desigual. Esta, decía, trata sencillamente de concentrar mi tosca aportación al estudio de la presencia de la cultura clásica en el cine. He comenzado por la idea de espectáculo a la romana, el munus o celebración para disfrute de las masas, y su influencia en la configuración de lo que llamamos, por su nombre coloquial, “cine de romanos”. De otras denominaciones se habla a lo largo del libro. Se 11 Pedro L. Cano Alonso pasa después a ordenar por géneros esa tradición, y se presentan unos capítulos dedicados a la épica: mayor y menor, histórica, literaria, mitológica; a la dramática: la tragedia y la comedia; y a la novela. Queda con ello limitado el corpus general del estudio tal y como lo he concebido.
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