Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990 CAPÍTULO IV EN EL CAMINO DE LA IGUALDAD RACIAL, 1912-1959 Si los cubanos queremos reconstruir la nación... tenemos que comenzar por reconstruir interiormente, dentro de cada uno de nosotros la integridad psicológica, étnica, histórica, cultural, compuesta por las razas que enraizaron en la Isla y por las gentes de todo origen que quisieron construir, a través de los siglos, el hermoso edificio de una Patria libre, justa y feliz, una Patria de todos. GASTÓN BAQUERO Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990 Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990 Desde los días de la Guerra del Año Doce hasta los de la dicta­ dura de Fulgencio Batista —la iniciada en 1952— el «problema negro» sigue, con mayor o menor ilación, los vaivenes del «problema cubano». Hay momentos de desilusión y desencanto. Y momentos de renacida esperanza. Hay momentos de graves tropiezos y deses­ perantes frustraciones. E instantes de lucha heroica, de grandes victorias y progresos, a veces obvios, a veces callados pero rotura­ dores. En ocasiones los extremos se tocan y ambas actitudes y resultados se producen al mismo tiempo. La primera etapa de este proceso culmina con la Constitución de 1940. Y a este período hay que dedicarle una brevísima mirada retrospectiva. La crisis de la conciencia cubana: 1902-1940 La primera generación republicana crece en una época domina­ da por un hondo pesimismo cívico que, sin embargo, misteriosa­ mente guardaba en el hondón los rescoldos de la antigua pasión patriótica y la fe en los destinos nacionales. Su gesto es el mismo, sencillo y complejo, que predomina en las repetidísimas estrofas de uno de los representantes más puros de la generación precedente, el poeta de la Revolución Libertadora, el cantor del ideal separatis­ ta, Bonifacio Byrne: Al volver de distante ribera, con el alma enlutada y sombría, afanoso busqué mi bandera ¡y otra he visto además de la mía! ¿Dónde está mi bandera cubana la bandera más bella que existe? 331 Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990 ¡Desde el buque la vi esta mañana y no he visto una cosa más triste!... Con la fe de las almas austeras hoy sostengo con honda energía que no deben flotar dos banderas donde basta con una: ¡la mía! Si deshecha en menudos pedazos llega a ser mi bandera algún día.,., ¡nuestros muertos alzando los brazos la sabrán defender todavía! Ahí están acopladas las dos actitudes. Ahí está el alma «enlutada y sombría». Pero también «la fe de las almas austeras» que se niega a morir y la honda energía que sigue luchando por el viejo ideal. Es una actitud de disgusto, de protesta y de combate. No le faltaban a la nueva generación motivos para el desengaño. Como vimos en el capítulo anterior, la intervención de los Estados Unidos en el conflicto cubano había cambiado totalmente el rumbo de la República. Vencidos por el pesimismo, debilitados en su médula, los sectores más influyentes de las clases dominantes cubanas se entregaron al poder foráneo. Y buena parte de la clase media, desorientada y confundida, por un buen rato pareció perder el rumbo. De ahí esa tendencia entre cínica y burlona, escéptica y escapista, que con tanta frecuencia aparece en el panorama litera­ rio de los comienzos de siglo. De ahí ese abstencionismo y ese impulso al aislamiento que aquejaron a muchos espíritus selectos. Para muchos esta era la etapa del laissez-faire ético, del dejar hacer y dejar pasar, o de la fatiga de quienes huyen de la plaza pública para refugiarse en la capilla o el campanario. Hablando de la «promoción de 1910» (los jóvenes escritores cubanos formados en la década anterior a la Primera Guerra Mundial) ha dicho Salvador Bueno: «Estos jóvenes no acatan las realidades de la nueva nación del modo optimista que era preferido por los que habían vivido la revolución y el destierro. Percibían de cierta manera las fallas internas de la conformación de la República, notablemente sensi­ bles al lastre nacional que era el Apéndice Constitucional de la Enmienda Platt. Afanosos de universalidad, de americanismo, tal 332 Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990 como predicaba Rodó, se hicieron en la lectura de los escritores y pensadores europeos de fines de siglo. Todo este escenario histórico e ideológico reflejaría sus incertidumbres sombrías en la obra en- sayística de muchos de ellos.» Luis Rodríguez Embil, uno de aque­ llos escritores de que habla Bueno —^y, por cierto, de los mejores— traza con precisión el cuadro espiritual de esa hora: «Vivíamos — escribe— sin fe en nosotros mismos, primariamente de dos abs­ tracciones, ambas admirables, pero ajenas a nuestro íntimo ser: Grecia, Francia... Si algún credo realmente poseíamos y alguna actitud tomábamos, eran sobre todo estéticos... Nosotros fuimos, en nuestra desorientación de fondo, pesimistas con Schopenhauer, adoradores después por moda del superhombre de Nietzsche, es decir, pesimistas, heroicos y amargos sin haber vivido.»' Los escritores que siguen —^y empiezan a producir alrededor de 1917— sufren del mismo desencanto ante la realidad circundante. De ese año, por ejemplo, son los primeros versos de Rubén Martínez Villena, unas décimas tituladas «Peñas Arriba», vertidas todavía en puro molde romántico: Llora triste, corazón llora tu rudo quebranto y llora con triste llanto la muerte de mi ilusión. Que no hay en la Creación alivio a mis sinsabores ni hay remedio a mis ardores ni hay aurora a mi contento, ni hay ocaso a mi tormento, ni piedad a mis dolores. El castillo de idéales que forjó mi fantasía se vio derribado un día a fuerza de vendavales... Andrés Núñez Olano, que con Ramón Rubiera, Regino Pedroso, María Villar Buceta, Juan Marinello, Enrique Serpa, Rafael Estén- 1. Ver a este respecto Revista Lyceum, noviembre, 1950. 333 Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990 ger y otros forma parte de la nueva generación, confiesa que el sentimiento predominante en el grupo por aquel entonces era el asco que les provocaba ese patológico medio ambiente, contra el cual parecía tan difícil luchar. Y su primera reacción fue —como lo había hecho la generación precedente— el escapismo intelectual: «Nos desasimos de lo inmediato —dice— para buscar en la litera­ tura, en el análisis propio, el refugio común, la evasión...»^ Ahora bien, en el centro mismo de esa actitud estaba sembrada la semilla de la reacción salvadora que no tardaría en salir a la luz. Porque al igual que en los modernistas antes que ellos (es decir, en Regino Eladio Boti, José Manuel Poveda, Agustín Acosta, Federico Uhrbach, etc.) la retirada hacia la torre de marfil representaba una protesta sorda contra la mediocridad que los asfixiaba. Y, en medio de la chabacanería y la corrupción, significaba la búsqueda solita­ ria y heroica de la calidad estética y moral y la condenación de la degeneración cívica y literaria. El propio Núñez Olano explica la orientación primaria de las primeras generaciones republicanas: «Orientación —por demás definida— fue la voluntad, aparente en cada integrante del grupo, de rebasar los límites; de renovar los temas poéticos y decir las cosas de un modo personal y, sobre todo, decoroso —el enfrentar la creación poética con el rigor de un ejerci­ cio. Y en el propio plano fue renovación, puesto que trajo a nuestra literatura un concepto más estricto de la seriedad y la trascenden­ cia del hecho poético; un sentido de universalidad, un aire de cultura. La exigencia, la vigilancia propia, fue, sin duda —y quizás con exceso— la tónica del grupo: sentíamos con sensibilidad exas­ perada, el pudor de la obra personal; queríamos, ambiciosamente, construir para la eternidad...»^ Se trataba no sólo de protestar contra lo negativo, sino de reformarlo, de reivindicar los valores en crisis, de crear un mundo nuevo y mejor. Labor no sólo de antisep­ sia, sino de asepsia y recreación. Labor de esperanza. Desde comienzos de la década que va del diez al veinte, particu­ larmente en las páginas de Cuba Contemporánea se aunaban inse­ parablemente el disgusto, la protesta, la autocrítica y la elabora­ ción de un programa de renovación patria. El pesimismo cierta­ mente existía. Pero no la parálisis pétrea de la voluntad nacional de 2. Portuondo (1981), p. 478. 3. Portuondo (1981), p. 477. Aunque Núñez Olano se refería específicamente a su grupo generacional, sus palabras son válidas también para el que le precedió en la evolución poética cubana. 334 Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 2, Universal, Miami 1990 que hablan algunos de los historiadores de este período. Cuba Contemporánea no era ajena a los desalientos circundantes. Pero precisamente se alzaba para luchar contra ellos. De ahí estriba su importancia, que con tanto acierto explica Sarah Marqués: «...Ade­ más de ser un vehículo, contribuyó con su labor a la reafirmación de la nacionalidad cuando estableció en su primer número que uno de los ideales de la revista era probar la capacidad cubana para acometer y sostener por largo tiempo empresas arduas y difíciles.»^ Desde sus mismos comienzos tuvieron que enfrentarse sus editores con la falta de fe en los destinos cubanos que a tantos asaltaba. En su historia de la publicación, refiere Mario Guiral Moreno cómo Cristino F. Cowan, redactor en los primeros números, pronto dejó de serlo: «Invadido por un pesimismo extemporáneo a sus años, desde el principio demostró tibieza, y al fin, confesándolo franca­ mente su nombre dejó de figurar al lado de los nuestros.»^ En el prospecto en que anunciaban su salida, los fundadores trataron de establecer un lazo con otras dos revistas ilustres del pasado: la Revista de Cuba y la Revista Cubana.
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