Diálogo Volume 16 Number 2 Article 16 2013 Lentes para la memoría Miriam Mabel Martínez Follow this and additional works at: https://via.library.depaul.edu/dialogo Part of the Latin American Languages and Societies Commons Recommended Citation Martínez, Miriam Mabel (2013) "Lentes para la memoría," Diálogo: Vol. 16 : No. 2 , Article 16. Available at: https://via.library.depaul.edu/dialogo/vol16/iss2/16 This Rincón Creativo is brought to you for free and open access by the Center for Latino Research at Via Sapientiae. It has been accepted for inclusion in Diálogo by an authorized editor of Via Sapientiae. For more information, please contact [email protected]. Lentes para la memoría Miriam Mabel Martínez Ciudad de México, México No tuve opción de acostumbrarme a los lentes. A era que ese viaje se suponía especial, o al menos ésa era veces me parece que nací con ellos. Supongo que en un la intención de mi madre. Ignoro si se compadeció de mí principio me rehusé a portarlos (los lentes no se usan: o si su lealtad materna la obligó a describirme Tlalpan y se portan); no había descubierto sus cualidades y los contarme sobre los barrios. discursos de mi padre (un portador de lentes muy ele- “Cuando llegamos de Veracruz, vivíamos a una cuan- gante sobre mi look, me sonaban raros: A los seis años tas cuadras de la estación Nativitas.” Durante mi época de no me importaba que mis rasgos se enfatizaran o la estudiante en la Escuela de Periodismo Carlos Septién, gente creyera que por el simple hecho de vestirlos fuera esta parada fue también mi referencia—ahí tomaba, a inteligente. Me ofendía tal pensamiento: mi inteligencia la vuelta, un pesero rumbo a mi casa. En ese tiempo, el no necesitaba de un accesorio para presumirla u ocul- Aurrera (hoy WalMart), ubicado en el lado contrario, tarla. Lo que me afectaba era la certeza de que en la y el circo Atayde fueron mis referencias; tanto como escuela me pudieran llamar “la cuatro ojos” … apodo años después (en 1996) lo fuera una panadería después casi obvio. Al principio, los oculté y fingí ver el mismo de Villa de Cortés, para dar vuelta en la calle Luis G. mundo que los demás, pero fue el deseo por ver la ciudad, Urbina, adonde cada martes acudía a mi junta del o bueno, lo que yo imaginaba era la gran ciudad, lo que Centro Mexicano de Escritores. me convenció. También me contó de las fábricas de ropa entre las Solíamos tomar Río Churubusco, por donde el cine estaciones Chabacano y San Antonio, pero yo sólo las Pedro Armendáriz y la Cineteca Nacional lucían, en ese evocaría hasta 1985, cuando en la tele las imágenes de momento, tan borrosos como ahora aparecen en mi rollos de tela volando saturaron mi tristeza y se volvieron memoria. En ese entonces—y ahora—sólo adivinaba en punto de referencia para ubicar, aunque ya no exist- que estaban ahí. El paso a desnivel de Tlalpan era más ieran, la Escuela de Diseño del INBA y el corralón en una sensación que una certeza. Así medía el camino donde más de una vez los oficiales me han hecho el favor hacia la “Güay” (YMCA) de División del Norte. Después de guardar mi carro. A la estación Chabacano, desde su de un hueco en el estómago, provocado por la veloci- ampliación para hacer conexión con la línea café, la ligo a dad con la que mi madre conducía su Gremlin amarillo, Terminator (ahí se filmó parte de Total Recall con Arnold había que salirse a la lateral y luego dar vuelta a la Schwarzenegger). Mi mamá me tenía más sorpresas, y yo izquierda y listo: estábamos en nuestro destino. A la no las podría ver del todo. A pesar de esa nubosidad, la derecha estaba una cosota: “la Alberca Olímpica”, me sensación de amplitud, al entrar a la calle 20 de noviembre repetía mi mamá hasta que me aprendí tal nombre. y advertir que al fondo hay algo monumental, me animó Pero un día, no hubo vuelco en el estómago, sino una a forzar la vista y ver la catedral un poco fuera de foco. salida a la derecha y luego más velocidad. Mi mamá Por fortuna, la memoria me ha ayudado a ver mejor esas sólo dijo: “Vamos por Tlalpan.” Y yo sólo veía pasar un imágenes. Una de las ventajas de crecer es construir los gusano naranja y carros por la derecha e izquierda. No recuerdos. alcanzaba a leer los letreros de las que mi mamá nombró Aquel Zócalo, con su Palacio Nacional y arquitectura estaciones, no por la velocidad, sino porque no enfocaba colonial, fueron imágenes de monografías en mi infancia. bien las letras. Portales, Nativitas, Villa de Cortés. “¿Y Más que la belleza de los edificios, me impactó la espacial- tus lentes?”, preguntó. “Los olvidé,” respondí. “Pues ni idad. Mis seis años cabían en menos de un tabique. Hasta modo, te perderás el espectáculo del centro iluminado.” hoy, nunca he sentido tanta amplitud como ahí. No sé si No sabía donde quedaba el centro, supuse que como ese paseo en auto definió mi atracción por la ciudad. No su nombre lo indicaba: en el centro. No entendía qué sé si realmente dimos una vuelta, tampoco sé si ese día atractivo podría tener. Pero lo que sí me quedaba claro fue cuando descubrí las manzanas cubiertas de caramelo Diálogo Rincón Creativo 83 Miriam Mabel Martínez Volume 16 Number 2 Fall 2013 del estacionamiento de Almacenes Blanco (luego un Católica para encontrarnos con mi padre en Casimires Suburbia, más tarde un C & A). Confieso que en mi adul- América. Después nos fuimos por Venustiano Carranza tez, más de una ocasión he repetido ese periplo infantil y cruzamos por dentro Telas Junco para llegar al esta- que hacía con mi madre: llegar al estacionamiento por la cionamiento. calle República de Uruguay para luego recorrer Liverpool, Durante mi infancia, imaginé siempre el Centro el Palacio de Hierro y el Nuevo Mundo; después comer Histórico como una ciudad que no era la misma que yo unos mariscos en el restaurante El Danubio (sólo si era habitaba. Ahí siempre comíamos delicioso, comprábamos temporada), y si teníamos antojo de algo más mexicano, cosas. Veía gente, mucha gente, y esos conglomerados siempre estaba: la Hostería Santo Domingo, el Café me hipnotizaban. Las joyerías, el Monte de Piedad, las Tacuba o mi favorito, Las Cazuelas, en la calle República tiendas de artefactos médicos en Palma, las librerías de de Colombia. Sólo que ya nada es igual, simplemente viejo en Donceles, el metro atravesando las entrañas porque Las Cazuelas se rompieron y no existe más; Telas del imperio azteca (eso creía y creo). Descubrí el Teatro Junco se incendió y ahora es un C & A; de las tiendas de la Ciudad con la comedia musical Las Leandras; ese de estambres, en la calle de Uruguay, sólo queda una, al ex-Teatro Iris, vestido de Teatro de la Ciudad desde 1976, igual que en Corregidora (¿qué acaso ya nadie teje en se incendió en 1984. Pero yo no vi los periódicos, sim- esta ciudad?). Y no sólo eso: el Palacio de Bellas Artes plemente dejamos de ir. Regresé muchos años después se ha hundido, mientras que el Templo Mayor, ése que para ver zarzuela, aunque mi reencuentro verdadero fue, emergió repentinamente en algún momento de mi niñez, muchos años después, al ver el espectáculo Song & Stories hoy parece que alcanzará la superficie y rebasará a la cat- de la artista Laurie Anderson. Ella me convenció de la edral. Y estos cambios (como la inclinación de la iglesia monumentalidad de este espacio, en el que aún persiste de la Santa Veracruz) no son efecto de mi miopía ni de la figura de Iran Eory bailando por los pasillos. mi astigmatismo. Supongo que nada de esto es cierto. Y que las travesías En la calle de Madero estaba mi sorpresa: unos lentes al centro están encimadas en mi memoria: cuando fuimos nuevos. Sin duda, había mucho de donde escoger. Tal vez por lámparas, cuando me compraron mis botas en El ahí también nació mi hábito de ir a las ópticas Kauff- Borceguí, cuando entré con papá a la recién extinta Casa man del Centro hasta que descubrí la Óptica Moderna Rionda (hoy tienda Bershka), o cuando iba a comprar (mejor conocida como la “Anteojería universitaria”), ubi- chucherías con mi mamá a República de Venezuela. Lo cada en Guatemala casi esquina con Correo Mayor, que cierto es que de niña el centro me parecía un mundo en sí hoy es—penosamente—una plaza de reubicación de los mismo. Caminar por República de Brasil, pasar de largo la ambulantes, y esa anteojería únicamente existe en una Plaza de Santo Domingo, dar vuelta en alguna calle para foto de Manuel Álvarez Bravo, y es parte de un ejercicio llegar al estacionamiento del deportivo Guelatao, es una visual en el Exploratorium de la ciudad de San Francisco. práctica que he olvidado. Apenas recuerdo el sabor de Ahí compré las primeras gafas que en realidad sentí mías. unos tacos de carnitas deliciosos cerca de las mueblerías Mi papá compraba las suyas en las Ópticas Dos y las travesías por el mercado de zapatos. Nunca crucé la Búhos, mi mamá no usaba y a mi hermana le daba igual. frontera hacia Tepito hasta que fui adolescente y me lancé A mí no. Usar lentes no es una deficiencia, es una opor- con mis amigos a comprar unos tenis Reebok de bota. tunidad, al menos así lo quise asumir desde entonces; Quería unos parecidos a los de Jennifer Beals en Flash- después de una larga prueba, elegí (¿o me escogieron?) dance, y los conseguí junto con unas gafas maravillosas los apropiados.
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