AKAL / HISTORIAS Diseño interior y cubierta: RAG Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte. Título original: A Concise History of France (Third Edition) 1.ª edición, 1998 3.ª edición, 2016 © Cambridge University Press, 1993, 2005, 2014 Publicado originalmente por Cambridge University Press, 1993, 2005, 2014 © Ediciones Akal, S. A., 2016 para lengua española Sector Foresta, 1 28760 Tres Cantos Madrid – España Tel.: 918 061 996 Fax: 918 044 028 www.akal.com ISBN: 978-84-460-4260-0 Depósito legal: M-36-2016 Impreso en España Historia de Francia 3.ª edición ROGER PRICE * Traducción de la 1.ª edición Beatriz Mariño Actualización de la 3.ª edición Alfredo Brotons Muñoz Agradecimientos El autor de una obra de carácter general como esta se halla en deuda con muchas personas, incluidos los estudiantes que entre 1968 y 1993 asistieron a mis cursos en la Universidad de East Anglia y pos- teriormente en Aberystwyth, con los antiguos y nuevos colegas y con los bibliotecarios de ambas instituciones, así como con los de la Na- tional Library of Wales. Estoy especialmente agradecido a William Davies, de la Cambridge University Press, por primero plantearme este desafío y luego animarme a otros proyectos. Su sucesor, Michael Watson, junto con Isabelle Dambricourt y Chloe Dawson, fueron de inestimable ayuda en la preparación de las siguientes ediciones, lo mismo que Elizabeth Friend-Smith, Fleur Jones y Abigail Jones. Los siguientes amigos leyeron y comentaron el manuscrito original: Mal- colm Crook, Colin Heywood, Oliver Logan y el muy añorado Peter Morris. La contribución de Heather Price ha sido enorme. Richard Johnson, de la Universidad de East Anglia, dibujó algunos de los ma- pas, y Mary Richards, Jean Field y Mike Richardson, correctores de la Cambridge University Press, hicieron sugerencias sumamente pro- vechosas. Por sus constructivas críticas, por su paciencia, por su afecto y por su alegría, sigo profundamente agradecido a Richard, Luisa, Luca y Charlotte; a Siân, Andy, Molly y Lilly; a Emily, Dafydd y Eleri; a Han- nah y Simon, y a mi querida Heather. 5 Introducción La entidad a la que denominamos Francia es fruto de una evolu- ción centenaria, durante la cual la acción política y el deseo de en- grandecimiento territorial de los sucesivos monarcas, ministros y sol- dados impulsaron la unidad de varias regiones. Con todo, dicha evolución no fue lineal ni sus resultados obvios, por lo que conviene evitar la tentación de una explicación de carácter teleológico. El fac- tor clave de este proceso fue la aparición de un Estado relativamente fuerte en Île-de-France y la expansión de su autoridad. Nuestro ob- jetivo es explicar cómo y por qué se produjo este fenómeno. La propuesta de escribir un libro que cubra un periodo de tiempo tan vasto atrae e intimida a la vez. Ofrece al historiador la oportunidad de contemplar los resultados de estudios más restringidos –general- mente su objeto de investigación– en un contexto histórico más am- plio, pero también le plantea problemas fundamentales de perspec- tiva e interpretación. Nunca se podrán dar por resueltas cuestiones como la de «hasta qué punto es posible reconstruir el pasado a partir de los restos que de él conservamos» (R. J. Evans). Las pruebas a disposición de los historiadores consisten en fragmentos, a menudo producto del azar, que se han de contextualizar en el esfuerzo por reconstruir su significado. Todo estudio histórico es selectivo, espe- cialmente cuando abarca tantos siglos. La cuestión es determinar qué debemos seleccionar, cómo presentar un hilo conductor en el caos de los acontecimientos y en la sucesión de generaciones –que tienen un papel central en la historia–, cómo definir el tiempo his- tórico y trazar la oscilante frontera entre cambio y continuidad. Po- dríamos optar por una historia política organizada según criterios cronológicos y descriptivos, pero correría el riesgo de convertirse en un mero catálogo de los grandes protagonistas de cada época y de su actuación. 7 Historia de Francia El nacimiento, en la década de los veinte, de la historia social, a menudo asociada con Marc Bloch y Lucien Febrve, fundadores de la llamada Escuela de los Annales, requirió que incluso el historiador político situara a los grandes hombres y la evolución de las institucio- nes del Estado en el contexto de sistemas sociales cambiantes. Mien- tras los historiadores continuaban su diálogo autocrítico con el pasado y debatían acerca de la importancia relativa de los factores económi- cos, culturales e ideológicos en el proceso de la formación y el cam- bio sociales, se produjo una proliferación de enfoques. Las atractivas simplicidades de un enfoque estructuralista, basado en las clases y neomarxista, asociadas en las décadas de los sesenta y setenta con Fer- nand Braudel y Ernest Labrousse, se rechazaron como en exceso de- terministas y conducentes a un descuido reduccionista de los «actores históricos», de la «cultura» y de la comunidad. A la decisión de inte- grar a los «pobres» en los registros históricos siguió un deseo de reco- nocer la importancia del género y la etnicidad como claves para la explicación de la elección y la conducta. Los hallazgos en antropolo- gía social se han desplegado también a fin de crear una consciencia de la importancia del lenguaje, las imágenes y la acción simbólica en la construcción de la identidad social y de una historia «cultural» que sitúe a la ideología, en lugar de a la sociedad y la economía, en el centro de la experiencia humana. En ausencia de leyes generales del desarrollo histórico y como resultado de una mayor consciencia de la extraordinaria complejidad de la interacción humana, entre los historiadores se desarrolló una crisis de confianza. Esta se ahondó frente al reto planteado por una filosofía «posestructuralista» y «posmoderna» asociada con Michel Foucault, Jacques Derrida y otros, la cual, en su versión más extrema, hace hincapié en que toda percepción de la «realidad» está mediada por el lenguaje, en que todo texto posee una gama de significados posibles y en que la investigación histórica misma no es nada más que una reflexión sobre el discurso. Si el pasado carece de toda realidad fuera de la representación que los historiadores se hacen de él, se sigue que la «realidad» no se puede distinguir de su representación. La his- toria se convierte así en meramente un género literario entre otros, en poco diferente de la novela. Valioso por cuanto anima a los historiadores a cuestionarse sus supuestos, un posestructuralismo que desafía las bases sobre las que se 8 Introducción han construidas las ciencias sociales, incluida la creencia en un cono- cimiento verificable y el valor de la investigación empírica, ha de desecharse en último término como un callejón sin salida intelectual: como poco más que un refrito de antiguas discusiones filosóficas so- bre la naturaleza de la realidad. Plagada de jerga y cada vez más auto- rreferencial, la posmodernidad se convirtió en una caricatura de sí misma, un arrogante y elitista juego lingüístico. Aunque es importan- te reconocer la necesidad de desarrollar modelos de causación más complejos e inclusivos, es también vital abordar «la cultura y la iden- tidad..., el lenguaje y la conciencia, como fenómenos cambiantes que se han de explicar en lugar de como la explicación última de todos los demás fenómenos sociales» (Tilly). Los individuos desarrollan una consciencia social dentro de la multiplicidad de complejas situaciones de la vida diaria. La identidad no es una constante. La construcción de un contexto explicativo con significado por parte del historiador re- quiere el reconocimiento de las estructuras, tanto a pequeña como a gran escala, que afectan al individuo y procuran las bases para la inte- racción social. La auténtica crisis que afronta la historia es probablemente su fragmentación. El historiador profesional típico lleva a cabo investiga- ciones conducentes a la publicación de monografías que hagan avan- zar el conocimiento y el análisis, una labor docente que desarrolle las actitudes críticas e inquisitivas entre los estudiantes, y lo que los fran- ceses llaman «vulgarización»: un término sumamente desafortunado para describir la esencial tarea de comunicación con el público más amplio posible. El reto que esto plantea es la reconciliación de la cre- dibilidad profesional con las demandas comerciales de los medios de comunicación. Tanto en los textos impresos como en la televisión, las demandas de accesibilidad amenazan con ofrecer distorsiones simpli- ficadoras de situaciones históricas complejas y un regreso a la peor clase de historia descriptiva, junto con explicaciones de los hechos de los grandes personajes que, al quitar importancia al contexto, pasan por alto la revolución en el método histórico inaugurado hace casi un siglo por Bloch y Febvre. El tema central de este libro es, pues, el proceso continuo de in- teracción entre el Estado y la sociedad. El Estado ha sido definido por la especialista en historia social, Theda Skocpol (States and Social Revo- lution, 1979) como «un conjunto de órganos administrativos, políticos 9 Historia de Francia y militares dirigidos y, mejor o peor, coordinados por un poder ejecu- tivo». Evidentemente, estos órganos administrativos y coercitivos se mantienen mediante recursos que proceden de la sociedad. Su de- manda aumenta considerablemente en tiempo de guerra, por lo que esta se convierte en un estímulo de primer orden tanto en la evolu- ción de las instituciones estatales como en los conflictos sociales y políticos. Al menos desde Locke, los escritores liberales han visto al Estado como un poder moralmente neutro, capaz de imponer la ley y el orden y de defender a sus ciudadanos de toda amenaza exterior.
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