Sígueme si puedes: hazañas y miserias en el Tour de Francia El fogoso Ferdi Kübler, durante una de sus escaladas suicidas, recibe los pasionales ánimos de su mujer (foto: DP) «Sígueme si puedes». ¿Acaso no se reduce el ciclismo a eso? A pedalear más y mejor que tu adversario, sea subiendo, bajando, en una contrarreloj o en un frenético sprint. Sígueme si puedes, le dijo Luis Ocaña a José Manuel Fuente después de que este le hubiera estado atacando una y otra vez hasta que sus piernas comenzaron a desfallecer. Y es que, de todos los deportes donde se participa por equipos, ninguno es tan solitario como el ciclismo. Cuando los músculos dejan de responder, los pulmones se empequeñecen, el corazón parece a punto de estallar y restan por recorrer cincuenta, cien o más kilómetros, ningún compañero podrá librarte de esa delicada agonía que es desfallecer en una competición ciclista. El secreto de la victoria segúnHenri Desgrange, fundador del Tour de Francia, sigue siendo el mismo hoy como ayer: tête et jambes, o lo que es lo mismo, cabeza y piernas. No basta solo con buenos músculos y un corazón a prueba de bombas; la cabeza del campeón ciclista, más allá de su capacidad para leer la carrera o planear estrategias, más allá de una alta capacidad de recuperación, ha de ser más fuerte que las piernas, porque | 1 Sígueme si puedes: hazañas y miserias en el Tour de Francia cuando estas comiencen a ceder, lo único que puede seguir dándole la victoria al corredor es la habilidad mental para sobreponerse a la agonía y el sufrimiento. Así lo resumió Miguel Indurain: «He llegado muy lejos en el dolor». Y es que la épica del ciclismo se ha construido sobre la miseria, el agotamiento, el calvario, la sed, el calor sofocante y el frío impenitente. Sobre desfallecimientos, heridas, músculos desgarrados, huesos rotos e incluso algunas muertes. Y por encima de todo sobre la capacidad de los corredores para sobreponerse a todo ello. Esa épica no se encuentra solo en el Tour. De hecho muchos entendidos y aficionados prefieren antes la absurdamente dura clásica de un día París-Roubaix, o el usualmente más competitivo Giro. Pero con el Tour pasa un poco como con Hollywood: podrá haber mejor cine en otras partes, pero el glamour y la leyenda de su nombre no tienen parangón. La ronda gala es tan famosa que una derrota puede llegar a encumbrarte tanto como una victoria. ALaurent Fignon, por ejemplo, la gente le preguntaba más por el Tour que perdió en 1989 que por los dos que ganó en 1983 y 1984. Y es que en el ciclismo las lágrimas y los segundos puestos son a veces más aplaudidos que las sonrisas y las victorias. Es una de las razones que hacen especial a este deporte y a la gran ronda francesa. Creo que el propio Fignon lo resumió bastante bien en su autobiografía Éramos jovenes e inconscientes: «El Tour de Francia es un microcosmos que crea y exhibe personajes tan desmesurados como el evento en sí». Lo que leerán a continuación es un repaso a la historia del Tour mediante ciertos momentos escogidos, algunos de los más gloriosos, y también algunos de los más penosos. Ganaré el Tour, si antes no me asesinan Maurice Garin, vencedor del primer Tour de la historia, no pronunció esas palabras en vano. La edición inaugural del Tour había suscitado un increíble interés por parte de los medios y había exacerbado los ánimos de los entusiastas seguidores del ciclismo. En una carrera repleta de participantes franceses las rivalidades provincianas hicieron acto de presencia de una manera inusitada durante su segunda edición en 1904. Apenas había echado a rodar la ronda cuando esta estuvo a punto de perecer a causa de su propio éxito. Ya en la primera etapa un grupo de corredores, entre los que se encontraba Garin, fueron atacados en Saint- Étienne por unos encapuchados que huyeron en coche, aunque los ciclistas pudieron continuar con la carrera. Otro de los favoritos, Hyppolite Aucouturier, sufrió tal cantidad de | 2 Sígueme si puedes: hazañas y miserias en el Tour de Francia pinchazos y accidentes que difícilmente podían atribuirse a la mala suerte. Hubo todavía más: un corredor descalificado, otros multados, rumores de que Garin había recibido comida de uno los jueces… Como pueden comprobar, Tour de Francia y polémica siempre han estado asociados. En la segunda etapa las cosas fueron a peor. Un grupo de lugareños que querían asegurarse de que su paisanoAntoine Fauré, escapado, se hiciera con la victoria, decidió cortar el paso al grupo de favoritos. Además, no dudaron en atacarles con palos y piedras, hasta que los ciclistas fueron rescatados por uno de los coches de la organización, que embistió a los asaltantes mientras un juez realizaba disparos al aire. Kilómetros después sobrevino un aluvión de pinchazos cuando el pelotón se encontró el camino sembrado de cristales rotos. A pesar de todas las argucias empleadas por sus seguidores, Fauré fue alcanzado y la victoria de etapa correspondió a Aucouturier. En la tercera etapa, entre Marsella y Toulouse, los incidentes volvieron a sucederse, pero poco a poco los ánimos se fueron calmando, aunque las tachuelas, cristales rotos y clavos siguieron haciendo acto de presencia en el que probablemente haya sido el Tour más accidentado de la historia. Veintisiete supervivientes llegaron a París, y efectivamente Garin se proclamó vencedor en una edición repleta de problemas, trampas y descalificaciones, a un nivel tal que la federación francesa de ciclismo tomó cartas en el asunto, decidida a investigar los hechos. ¿Y saben qué? Cuatro meses después, los cuatro primeros clasificados, el campeón Garin entre ellos, fueron descalificados. Ya ven, tampoco en esto el Tour del siglo XXI ha sentado precedentes. El quinto corredor en la clasificación general, un jovenzuelo de diecinueve años llamado Henri Cormet, se encontró sin comerlo ni beberlo con que era campeón del Tour. El ganador más joven de la historia, un récord que obviamente permanece imbatido. «Vous êtes des assassins! Oui, des assassins!» | 3 Sígueme si puedes: hazañas y miserias en el Tour de Francia Decía Henri Desgrange, creador y primer director del Tour (aunque la idea partiera de uno de sus subordinados) que deseaba que la ronda gala fuese el test definitivo del deportista, la competición donde realmente pudieran medirse la capacidad de dolor y de resistencia del ser humano. Se dice que en su mente el ganador ideal del Tour sería aquel corredor que llegara en solitario a la última etapa en París, único superviviente de un pelotón ya desaparecido. Por supuesto, en la práctica lo que hacía vender periódicos (verdadero motivo de la creación del Tour) eran las rivalidades deportivas entre tal y cual campeón, con lo que quedarse sin corredores no era una opción muy comercial. Por ello, en más de una ocasión Henri Desgrange, creador del Tour (foto: DP) Desgrange tuvo que repescar a numerosos grupos de ciclistas que habían llegado fuera de tiempo a la meta, medida que se ha repetido a lo largo de los años cuando la organización así lo ha creído conveniente. Con todo, no bromeaba respecto a hacer del Tour la competición deportiva más dura sobre la Tierra, aunque poco a poco hubieron de moderarse los kilometrajes interminables y las etapas en que el primer clasificado tardaba catorce o quince horas en completar el recorrido, y el último veinticuatro horas o más. También se evitó la competición en horario nocturno aunque no fue por consideraciones humanitarias hacia los ciclistas, sino para no dar facilidades a los tramposos, quienes con la falta de visibilidad hacían de las suyas. Por todo ello, si no se podían alargar las etapas, sí se podían buscar rampas más duras. Las primeras grandes cotas de montaña habían llegado al Tour en 1905, pero con todo eran escaladas aisladas en etapas con el ya mítico Ballon de Alsacia o la côte de Laffrey como puntos fuertes del día. Hechos como el que en la edición de 1907 un aristócrata hiciera del Tour una excusa para acompañarse de dos o tres | 4 Sígueme si puedes: hazañas y miserias en el Tour de Francia gregarios y recorrer Francia en bicicleta comiendo en los mejores restaurantes y bebiendo el mejor vino, o el que algunos ciclistas afirmaran que su trabajo en la fábrica o el puerto era mucho más agotador que la carrera ciclista, no gustaron nada en la organización, que se decidió a endurecer la vuelta. Y la solución fue llevar su recorrido a la alta montaña. La carrera ya había tanteado los Alpes, pero los Pirineos permanecían ajenos al Tour. Se los tenía por una región agreste y semisalvaje. Cuando uno de sus colaboradores, el periodista Alphonse Steinès, sugirió precisamente la posibilidad de llevar a los corredores a las cimas pirenaicas, el propio Desgrange descartó la idea. Sin embargo Steinès volvió a insistir, esta vez con los deberes hechos, mostrando mapas con posibles rutas y varias cotas de montaña marcadas en rojo. Esta vez el jefe aceptó, con la condición de que fuera el propio Steinès quien reconociera el terreno, advirtiéndole que si no podía atravesar aquellas montañas en coche, los ciclistas tampoco lo harían. Acompañado de mapas, papeles, apuntes y un chófer, Steinès se dirigió a los Pirineos mientras en París los diarios hablaban de la locura de Desgrange y de que su ambición estaba poniendo en peligro la vida de los corredores. En una carta a L’Auto, periódico organizador del Tour, un lector avisaba: enviar a los ciclistas a los Pirineos era enviarlos a la muerte. Steinès se centró en visitar el puerto del Tourmalet; un ingeniero le había asegurado que era totalmente impracticable.
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