“Round” De La Lucha Del Exilio Contra La Junta Militar

“Round” De La Lucha Del Exilio Contra La Junta Militar

555 LA VISITA DE LA C.I.D.H. A LA ARGENTINA. OTRO “ROUND” DE LA LUCHA DEL EXILIO CONTRA LA JUNTA MILITAR. Si el Mundial de Fútbol fue un escenario clave – y hasta inaugural – de la lucha antidictatorial, también sus resultados fueron ambiguos porque si, por una parte, era evidente la atención decidida de la comunidad internacional más allá de sus grupos más politizados y la creciente instalación del tema argentino en los foros internacionales y en los gobiernos progresistas luego de una primera etapa monopolizada por el caso chileno; por la otra, esa inscripción pública se evidenciaba efímera si no se reforzaban aquellas acciones coyunturales y sobre todo si no se mejoraban las estrategias de comunicación del exilio. En este sentido, los desterrados enfrentaron dos desafíos. Uno, a la hora de mostrar al mundo que querer fútbol no era equivalente a relajar su oposición al gobierno que organizó el Campeonato. Y otro, a la hora de explicar a los argentinos del interior la diferencia entre denostar un régimen o boicotear sus logros y atacar al pueblo sobre todo en instancias en las que la instumentalización política del deporte por parte de los militares permitió asimilar Nación y FF.AA. en las canchas de fútbol. Lo que el Campeonato Mundial del ´78 puso en evidencia fue que los efectos de la lucha antidictatorial no eran definitivos, inmediatos ni totales. Más allá de lo deseable y de la urgencia de ver un país movilizado contra los militares, el exilio comprendió que la acción política, cultural y psicológica de la dictadura había dejado sus marcas y que para vencerla era necesario sumar más legitimidad para que sus denuncias sobre las violaciones a los derechos humanos fueran aceptadas como verdaderas, tanto en el exterior como en la Argentina. La visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la O.E.A. permitió al exilio avanzar en ese sentido. ¿Por qué la visita de la C.I.D.H. a la Argentina fue un momento álgido de la confrontación entre gobierno militar y exilio argentino en Cataluña? En principio, hacia 1979, los exiliados comprendieron que las luchas por “lo realmente ocurrido” en la Argentina podían tener un impacto directo y actual sobre el destino y la vida de los “desaparecidos”. En ese sentido, las luchas por lo simbólico asumían una “realidad” insospechada. En segundo lugar, la visita de la Comisión fue el primer intento oficial claro por “clausurar el pasado”. Nunca como entonces, el mandato de olvidar funcionó como recurso para consolidar una nueva genealogía nacional. En este contexto, el gobierno 556 militar se vio impulsado a contar el pasado inmediato argentino. La “paz conquistada” por la derrota de la “delincuencia subversiva”, dejaba paso a la necesidad de desarticular otros frentes: en lo interno, la destrucción de las raíces profundas de la “subversión” y en lo externo, la prédica malintencionada de la “subversión en fuga”. Si como afirmaba Mariano Grondona, la fórmula de los militares argentinos había sido discreción “no hacer ruido, no exagerar los enfrentamientos, hablar en voz baja y sin llamar la atención” (Grondona, Abril 1977: 25), había llegado el momento de ejercer el poder desde la definición de las categorías en las que lo real debía ser pensado y recordado. En tercer lugar, 1979 fue un momento de inflexión en la instalación del tema argentino a nivel internacional y, por lo mismo, para el exilio argentino fue una coyuntura para repensar cuál era su función de cara a su país de origen y para esclarecer frente a la sociedad receptora las razones de su presencia en Cataluña. Si para el exilio, la memoria funcionó como territorio de pertenencia, la dictadura fue igualmente consciente de la importancia de transformar a los que hablaban otro lenguaje desde el destierro, en impostores, traidores y descastados. Controlar la memoria fue para ambos actores un proceso activo de producción de significados e interpretaciones, en el que no sólo pensaban el pasado, sino transformaban el presente del país y la identidad de cada uno. Para los exiliados, comprender el sentido colectivo de su destierro implicaba asumirlo y mostrarlo como una consecuencia más de las prácticas terroristas del Estado. Pero, inscribir las experiencias exílicas individuales como un drama colectivo, definía a la memoria como un deber. La pérdida del exiliado se resignificaba ante la muerte de los compañeros, la “desaparición” de familiares o amigos, la tortura de inocentes, etc. La tragedia transformaba el recuerdo en un deber insoslayable, en un compromiso ético y hasta en una opción vital. Para los militares, su futuro a nivel nacional e internacional dependía de definir una buena política de memoria que partiera del establecimiento de los hechos del pasado inmediato y llegara a la legitimación de sus accionar político presente y futuro. Aunque al abandonar el poder, los militares pretendieron someter su accionar al juicio intangible de la Historia para evitar la persecución penal, durante siete años trabajaron gestionando la memoria y para crear una Historia que los librara de acusaciones. 557 La C.I.D.H., la violación de los DD.HH. y el exilio En el marco de política de DD.HH. promovida por el ala más progresista de la administración Carter y especialmente por Patricia Derian desde el Departamento de Estado, la C.I.D.H. visitó la Argentina “invitada” por la Junta Militar. Durante los primeros años, los militares habían logrado bloquear los intentos de la Comisión por visitar Argentina gracias a las buenas relaciones comerciales que la Junta tenía con la U.R.S.S. Finalmente, desde el 7 al 20 de Septiembre de 1979, la C.I.D.H. pudo investigar in loco la situación de los derechos humanos en Argentina, para constatar el grado de veracidad de las sistemáticas denuncias que venía recibiendo en los últimos años. Esta visita era un signo del creciente cerco internacional de la dictadura que unía a personajes y regímenes tan disímiles como el gobierno estadounidense, la democracia cristiana en Italia, el Parlamento Europeo, el Papado, A.I. o las NN.UU. (Testimonio Latinoamericano, Marzo/Abril 1980: 3). Más allá de las recomendaciones iniciales, la C.I.D.H. publicó en 1980 el informe oficial sobre la visita a la Argentina en el que consignó que, entre 1975 y 1979, Argentina había sufrido “graves, generalizadas y sistemáticas” violaciones de los derechos y libertades fundamentales del hombre, a saber: derecho a la vida – “desaparecidos” –, derecho a la libertad personal – detenidos a disposición del Poder Ejecutivo –, derecho a la seguridad e integridad personal –tortura y campos de concentración–, derecho de justicia y proceso regular – anulación de la división de poderes, anulación de las debidas garantías en los procesos ante tribunales militares –; limitación de la libertad de opinión, expresión e información; cercenamiento de derechos laborales – supresión del derecho de asociación sindical –, derechos políticos –prohibición de la actividad y participación de los partidos políticos en la vida pública –, derecho de libertad religiosa y de cultos – prohibición de la actividad de los Testigos de Jehová y discriminación contra los judíos, etc. (C.I.D.H., 1980: 292-294). ¿Qué dijo la Comisión sobre los exiliados? En la enumeración de los derechos conculcados por la dictadura, la C.I.D.H. involucró al exilio en su multiplicidad de situaciones legales y de hecho. 558 En principio, reconocía que el régimen militar había violado sistemáticamente el “Derecho de residencia” (Art. VIII) de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre. (C.I.D.H., 1980: 160). Al referir a la violación a la “libertad de opinión, expresión e información” (Art. IV) explicaba la detención y posterior exilio del periodista Robert Cox por su peligrosidad para “la paz social” (C.I.D.H., 1980: 260). Paradójicamente, el caso Cox recogido por el informe de la C.I.D.H. encerraba algunas peculiaridades: en principio que aunque se sentía argentino y estaba próximo a solicitar la ciudadanía, lo cierto es que era un ciudadano inglés. Sin embargo, la Comisión de la O.E.A. usó el caso Cox para ilustrar la vulneración del derecho a habitar el suelo propio. El director del Buenos Aires Herald52 se había visto “obligado a abandonar el país” por las amenazas recibidas y ante el intento de secuestro de su esposa e hijos, amenazas que el gobierno consideraba inexistentes (Junta Militar, 1980: 88). De hecho, pese a que la situación de Cox se estaba tornando insostenible, el propio presidente Videla le solicitó que no se fuera del país porque si no “todo el mundo en el exterior iba a pensar que se tuvo que ir por la dictadura” (Cox, 2002: 98; A.I.D.A., 1981: 50). Frente a las muertes y “desapariciones”, Cox utilizaba los editoriales del periódico para darlas a conocer porque creía que era una forma de marcar a la Junta los límites que la sociedad consideraba no debían vulnerarse. Siempre eludió identificarse con un hombre de izquierdas. Prefería definirse como un periodista que deseaba informar sobre lo que estaba pasando en el país (Cox, 2002: 48). En los primeros meses de 1979, Cox fue llamado por el Secretario de Información Pública, General Antonio Llamas, quien le advirtió que el gobierno no estaba dispuesto a aceptar que continuara “escribiendo sobre derechos humanos”. Los militares le advertían que abandonara las denuncias, lo mismo que habían hecho los Montoneros poco antes del golpe que le recomendaron que dejara de hablar sobre unos policías custodias 52 En un campo periodístico monopolizado por los adláteres del régimen o dominado por el silencio, el Buenos Aires Herald sin dejar de aplaudir la política económica de la Junta, muy rápidamente empezó a dar cuenta sobre las violaciones a los DD.HH.

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