ESCRITOS SELECTOS | I - Ministerio db Instrucción Pública y Prbvisión Social BIBLIOTECA ARTIGAS Art. 14 de la Ley de 10 de agosto de 1950 COMISION EDITORA Prof. J uan E. Pivbl Devoto Ministro de Instrucción Pública María J ulia Ardao Directora interina del Museo Histórico Nacional Dionisio Trillo Pays Director de la Biblioteca Nacional J uan C. Gómez Alzóla Director del Archivo General de la Nación Colección db Clásicos Uruguayos Vol. 111 Bernardo Prudencio Bbrro ESCRITOS SELECTOS Preparación del texto y cuidado del mismo a cargo del Departa­ mento de Investigaciones del Museo Histórico Nacional y de las profesoras Elisa Silva Cázet y María Angélica Lissardy BERNARDO PRUDENCIO BERRO ESCRITOS SELECTOS Prólogo de JUAN E. PIVEL DEVOTO MONTEVIDEO 1966 PROLOGO "Mi preocupación es más el porvenir que el presente. Nunca creí poder edifi­ car; pensé no más que en preparar, o a lo sumo echar cimientos. Que lo de ma­ ñana sea mejor que lo de hoy". .. Bernardo P. Berro. Bernardo P. Berro tenía veinticinco años cuando la Convención Preliminar de Paz reconoció la inde­ pendencia del Uruguay. Dio pues comienzo a su vida pública en los momentos en que el país entraba en la etapa de su organización constitucional. La infancia y el período de la formación intelectual de Berro transcurrieron en Montevideo durante el proceso de la revolución campesina iniciada en 1811. Formado a semejanza del modelo paterno y junto a su tío el Pbro. Dámaso A. Larrañaga, que eran el buen sentido más la moderación y la templanza, no recogió en el ambiente doméstico ninguna influencia que pudiera despertar en su espíritu juvenil, inclinación por la violencia o la pasión. Berro fue por educación y por temperamento, desde muy joven, un reflexivo, un racional, equilibrado, sereno y antirrevolucionario que solo concebía el progreso de los pueblos por obra de la evolución y la educación del individuo. Obser­ vador penetrante de los fenómenos políticos y sociales del mundo americano, fue un analista minucioso del proceso revolucionario y de los primeros años de la [IX] PROLOGO vida institucional del país. Aplicaba al examen de los hechos un criterio riguroso y frío. Esos juicios y opiniones contribuyeron a fijar su posición en la vida pública y fueron elementos orien­ tadores de su conducta y determinantes de sus ideas políticas. Cuando niño, vio la revolución anárquica y tumultuosa desde la ciudad; ya hombre, viviendo entre las sierras de Minas, enfocó el panorama de la revolución social y política que producían en el Río de la Plata el advenimiento de los partidos y de las nuevas ideas. De sus abundantes escritos, algunos publicados de manera dispersa en revistas de especia- lización, inéditos otros, redactados con distinta fina­ lidad y en diversas épocas, podemos deducir con claridad sus apreciaciones sobre los acontecimientos que habían cambiado la fisonomía de estos pueblos y que, lógicamente, instaban al análisis, a un espíritu observador y crítico como el suyo. I A juicio de Berro, la revolución de 1810 había abrazado dos objetos: obtener la independencia de España y de cualquier otra nación europea y organi­ zar una sociedad libre bajo el régimen republicano. Respecto de lo primero dice: “No disputaremos si al hacer el movimiento primitivo hubo o no ya esta intención, o cuándo fue que realmente se concibió, establecemos solo lo que nadie puede negar, y es que al cabo en eso se vino a resumir el pensamiento de Mayo”. Sostiene Berro que en las provincias que formaron después la República Argentina y en particular en [X] PROLOGO nuestro país, no existió durante la época colonial lo que se puede llamar una aristocracia. "Había en ella — dice— una especie de aristocracia; pero ésa se com­ ponía de los españoles de ciudad, quienes poseían todas las riquezas, quienes ejercían el monopolio de los destinos lucrativos y honoríficos, y para quienes estaban reservadas todas las distinciones, toda la in­ fluencia y todo el predominio en la sociedad de que formaban parte”. "Los campesinos, — agrega— se hallaban colocados en una muy inferior, de la que no les era dado salir: no porque la ley así lo hubiese dispuesto, sino porque la costumbre, nacida de causas que es por demás explicar aquí, lo había ordenado de este modo”. De acuerdo con la interpretación de Berro, el pue­ blo no había hecho la revolución conscientemente; solo se había prestado a obedecer con gusto las órde­ nes de un reducido número de dirigentes que lo llevó a pelear por la independencia. Al sublevarse, no buscó en realidad mejorar su suerte por medio de otras instituciones, porque ignoraba cuáles eran las que mejor podrían convenirle. "Cualquiera — dice— que haya tenido motivo de oír expresar sus agravios a los independientes, en su lucha con los realistas, puede saber que a excepción de una escasa porción de la clase más decente e ilustrada, los demás, todos, cuando se les preguntaba por las quejas que tenían de los españoles, y las razones que los habían inducido a sustraerse a su dominación, respondían solo que la tierra era suya y "que querían ser gobernados por los suyos y no por los extraños”. Lo que indujo al pueblo a lanzarse a la resistencia primero y a la revolución después, — según Berro— no fue el desconocimiento de sus derechos políticos [XI] PROLOGO y civiles ni la injusticia de las trabas que impedían el desarrollo del comercio y de la industria. Fue “un instinto bruto, por decirlo así, un sentimiento íntimo y enérgico de la existencia nacional, y de la fuerza capaz de sostener su independencia”. La influencia creciente del campesino alejó cada día más a nuestra sociedad de la antigua sociedad colonial. Lo que Berro llama la "revolución interior”, para diferenciarla de la lucha por la independencia, dio por resultado "la emancipación de la clase del campo”, al determinar que se convirtieran en propie­ tarios de las tierras sus hasta entonces ocupantes. Pero ese pueblo sin ideas políticas, aunque con amor a la tierra y a la independencia, se entregó — según Berro— a los hombres más ilustrados y atre­ vidos, erigidos desde entonces en árbitros de sus des­ tinos y en dirigentes del movimiento, sin una noción clara de la orientación que debía dársele. Esos diri­ gentes acudieron sin vacilación al modelo de Francia revolucionaria, tomando de ella sus principios, ideas y lenguaje. "No ha habido — dice Berro— demasía ni error político ninguno que no se haya apoyado en un ejemplo y en un paralogismo tomado de Francia. Los dirigentes actuaron seducidos siempre por los modelos más extremos, oscilando entre la insubordinación y el despotismo, sin tomar jamás el término medio, llevando el pueblo ignorante a soste­ ner ora la bandera de la anarquía o el absolutismo disfrazado”. "Entretanto — comenta— sus infieles guías seguían su carrera fatal imitando todas las aberraciones francesas, sin establecer un solo elemento de libertad, que a otra parte y bajo otras influencias, habían ido a buscar”. "Viciadas las ideas, adulterados los principios y corrompidos los ánimos con la con- CXII] PROLOGO tinuación de errar y sostener sus yerros a todo trance, el espíritu del Padre Duchesne y de Mirabeau, de Egalité y de Napoleón, reinaban con absoluto señorío en todos los actos y en todos los discursos. El viejo Franklin, el grave Washington eran despreciados como personajes muy fríos y templados para tener lugar en la representación de un drama en que lo más era fuego, arrojos y pasiones”. No menos funesto para el desarrollo de la libertad en América, fue en su concepto, la imitación del modelo napoleónico, de lo que él llama la "abomina­ ble gloria napoleónica”, "de ese héroe de los tontos y de los insensatos”. "¿Cuántos alicientes — dice— no ha ofrecido a esos sus ridículos, pero no menos funestos sectarios e imitadores que se han visto y se ven siempre en estas tierras verdaderamente dejadas de la mano de Dios?”. El unitarismo, que con Rivadavia había penetrado en 1826 en nuestra organización política, cuya ideo­ logía predominó en el espíritu de la clase dirigente de Montevideo a partir de 1838, era, a través del análisis de Berro, una producción típicamente fran­ cesa. Al modificarse la estructura institucional del régimen colonial se habían tomado de Francia, a la que se imitara en los métodos políticos, las doctrinas para organizar el Estado bajo el sistema representa­ tivo, los usos parlamentarios, los reglamentos y los códigos, la centralización administrativa que deter­ minó la muerte de los municipios; los prefectos, la organización policial, sin repararse que el modelo había sido concebido para el medio europeo y no para América, donde no había rey, nobleza ni popu­ lacho. La galomanía había sido — dice Berro— el prurito de estos pueblos. "Por ahora y en muchos (XIII} PROLOGO años y tal vez siempre estaremos dominados de ella”, apuntaba en 1838. La literatura política de la revolución que exaltó la libertad, los movimientos liberales y las estridencias del romanticismo que influyen en la modalidad y en las ideas de los hombres de su época, no impresio­ naron el espíritu racionalista de Berro, al que deslum­ bró, en cambio, el desarrollo de la República demo­ crática en los Estados Unidos de Norte América, que Tocqueville elogió en páginas cuya lectura suscitó en Berro una entusiasta admiración. "Yo tengo pasión por este autor en lo que confieso que algo puede mezclarse de amor propio, pues no es posible ima­ ginarse cuánta satisfacción experimenté la primera vez que leí su obra sobre la democracia, y vi en ella estampadas muchas de las opiniones que yo me había formado respecto a varios puntos de política, de eco­ nomía y de moralidad”, escribió en 1840. Cuando Berro menciona a los Estados Unidos no disimula su admiración por sus instituciones, su pro­ greso material, su concepto de la libertad, así como por la sencillez y espíritu práctico de sus gobernantes.
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