Sigiloso desvelo La poesía de Blanca Varela Sigiloso desvelo La poesía de Blanca Varela OLGA MUÑOZ CARRASCO Sigiloso desvelo La poesía de Blanca Varela Primera edición, noviembre de 2007 © Olga Muñoz Carrasco, 2007 © De esta edición, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2007 Plaza Francia 1164, Lima 1, Perú Teléfono: (1 1) 2-140 Fax: (1 1) 2-1 [email protected] www.pucp.edu.pe/publicaciones Imagen de cubierta: «La oscura materia» (detalle) de Alberto Argulló Martínez Diseño de cubierta: Juan Carlos García Miguel Diagramación de interiores: Aída Nagata Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores. ISBN 978-9972-42-83-7 Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú N° 2007-12264 Impreso en el Perú – Printed in Peru Contenido Primeras palabras 13 Blanca Varela y sus alrededores 1 Blanca Varela de cerca 1 El surrealismo como origen 2 César Moro o el furor 2 La sombra silenciosa de Emilio Adolfo Westphalen 29 Un surrealismo tardío 31 Blanca Varela surrealista 33 La cicatriz indeleble del existencialismo 42 Una difícil Generación del Cincuenta 47 Los datos de una época 49 Un intento constante de clasificación 5 Una mirada a la poesía del cincuenta 58 ¿Presencia de una generación? 1 La voz en la poesía de Blanca Varela 3 La voz fragmentada de Ese puerto existe (199) 3 Tentativa de la memoria 4 El sujeto sin rostro 71 Huecos y carencias 81 La voz frente al espejo 84 El habitante de Ese puerto existe 90 El sujeto vigilante de Luz de día (193) 92 Palabra sobre palabra 93 La vigilia y la luz 101 Autorretratos impíos 111 Fantasmas, ruinas 11 Una voz traspasada 123 7 La invasión de la realidad de Valses y otras falsas confesiones (1972) 124 Mundo y texto como rompecabezas 12 Del nombre de las cosas 13 La mentira, el simulacro 140 Confesiones falsas (secretos) 12 La cotidianeidad de la voz en Canto villano (1978) 14 Merodeos textuales 1 El resto como saber 14 Conocimiento sensible 19 El sujeto en el umbral 173 Las nítidas imágenes de la voz 178 La desaparición en la carne de Ejercicios materiales (1993) 182 El cuerpo como límite 184 Convertir lo interior en exterior 193 Tiempo, agente de destrucción 199 Una voz insurrecta 203 El sujeto y la estirpe en El libro de barro (1993) 209 En el origen 212 El tiempo circular 218 Remontando el rastro 222 Un territorio ilimitado 22 Últimos acordes en Concierto animal (1999) 232 Animales y oscuras cavidades 233 El corcoveo del tiempo 239 La sin sombra, la muerte 244 La asunción definitiva 250 El ancho delta de El falso teclado (2001) 2 Una eternidad solo aparente 259 El hueco del amor 23 Esto es mi cuerpo, esto la poesía 27 Obras citadas 273 Bibliografía de Blanca Varela 281 a Juan 9 Quiero dedicar este ensayo a Blanca Varela, en agradecimiento a su poesía y al tiempo que me dedicó. Deseo también dar las gracias al profesor Ricardo Silva Santisteban por la gran ayuda que ha supues- to durante todo el proceso de escritura y publicación. La primera versión de este trabajo fue defendida como tesis doc- toral en julio de 2004, bajo la esmerada dirección del profesor Luis Sáinz de Medrano Arce y gracias a la ayuda de una Beca Predoctoral de la Universidad Complutense de Madrid. Obtuvo, por unani- midad, la calificación de «Sobresaliente cum laude» y posterior- mente el Premio Extraordinario de Doctorado, concedido por la Universidad Complutense. Algunos de los capítulos, con bastantes modificaciones en ciertos casos, han aparecido recientemente como artículos. 11 Primeras palabras Vinculada a la efervescencia cultural de los años cincuenta en el Perú, la obra de Blanca Varela ha sido recientemente premiada y traduci- da a varios idiomas. Sin embargo, si bien va poco a poco recibiendo la misma atención que la de sus contemporáneos, los estudios dedi- cados a su poesía son todavía escasos: reseñas periodísticas, algunos ensayos esclarecedores y breves monografías; cabe añadir que hace poco ha visto la luz un interesante trabajo de Modesta Suárez de- dicado a la relación entre la poesía de Varela y la pintura (Espacio pictórico y espacio poético en la obra de Blanca Varela, 2003). Con este ensayo he querido contribuir al reconocimiento que esta poesía merece, a la vez que he pretendido hacer un viaje. Como un viaje lo concebí casi desde el principio, puesto que la poesía de Varela resulta arriesgada, intensa y también, como los viajes, frus- trante de vez en cuando. Estos poemas maniatan al lector y lo arras- tran deslumbrado hasta una belleza terrible. Creo que solo después de una aclimatación al duro territorio de su palabra puede descu- brirse el valor excepcional de una creación oculta y a la vez dadivosa con quien la persigue. La densidad de la poesía de Varela garantiza que cualquier aproxi- mación crítica o teórica a sus versos resulte fructífera. El seguimien- to de la voz textual, sin duda, es una de las más ricas, en tanto que nos pone en contacto con muchos de los elementos definidores de su creación. Desde el primer libro (Ese puerto existe, 199) hasta el último (El falso teclado, 2001), encontramos un sujeto textual que imanta los versos, que se apodera de todos los habitantes y objetos del poema, ejemplificando perfectamente «ese lazo fantasmal que 13 liga los nombres a un yo que solo vive en un ámbito de palabras», mencionado por Fernando Lázaro Carreter (1990: 47). El lector es testigo del nacimiento de una poderosa voz lírica y se ve impelido a rastrear sus apariciones, para después intentar dar coherencia a una silueta verbal que va descubriéndose fragmentaria, lúcida y cruel. La construcción de esa figura se convierte en uno de los procesos más complejos y persistentes; su implacable desarrollo ocupa toda la poesía con un protagonismo ineludible. Es entonces una clave necesaria para abrir la obra de Varela porque constituye una pieza básica en la aventura principal que propone: la exploración de la realidad y la aceptación posterior de esta con todas sus aristas. Desde el primer poemario, la voz se construye incorporan- do lentamente a su perfil elementos que se adivinan muy pronto. Porque gracias a una densidad agotadora, sucede que casi cualquier rasgo descubierto según avanzamos se encuentra prefigurado en los versos iniciales de la obra. Sí es cierto, en cambio, que muchos ras- gos cuajan solo en este o aquel poemario y no actúan plenamente en otros, de manera que mi estudio intentará seguir muy de cerca al sujeto para comprobar cómo y cuándo la voz se forma, se transfor- ma, a través de los libros. La trayectoria de la obra de Varela aparece en las siguientes pági- nas bajo la figura de una espiral. Es decir, recorre un itinerario que obsesivamente vuelve a lugares similares mientras avanza poco a poco, atraída por ese punto que se nombra explícitamente: en el centro de todo está el poema intacto sol ineludible noche (2001: 1) Como si se tratara de un telar, aparecen con claridad ciertas for- mas, el dibujo visto a distancia. Como en el caso de un tejido, el resultado podría haber sido otro con una diferente manipulación de los mismos hilos, de los mismos colores. Pero el recorrido que propongo nos lleva a observar esta imagen y no otra: una voz que se interroga e interroga al mundo para finalmente aceptarlo sin conse- guir una sola respuesta fiable. 14 Blanca Varela y sus alrededores Blanca Varela de cerca Blanca Varela nació en Lima el 10 de agosto de 192 en una familia de escritores y artistas, una casa bohemia en la que a menudo se hablaba en verso y se recitaba poesía, donde se dejaba sentir el peso de la palabra y la importancia del idioma. Ya su bisabuela, Manuela Antonia Márquez García (1844-1890), escribía y hacía teatro. Aun más, consiguió que le enviaran en barco desde Europa todo lo ne- cesario para montar sus propios escenarios, instalados en el terreno que luego albergaría el Teatro Forero, más tarde convertido en el Teatro Municipal de Lima. Delia Castro Márquez (1874-1939), su abuela, fue amiga de Rubén Darío y escribió sobre política, ade- más de poesía (Sin rumbo, 1921), cuentos y novelas. Al ecuatoriano Nicolás Augusto González, abuelo materno, se lo recuerda como escritor de tradiciones, y su trabajo periodístico se vinculó al diario El Comercio de Lima. Del prestigioso diario también fue colabo- rador Luis Varela Orbegoso, tío de Varela, bajo el pseudónimo de Clovis. Finalmente, su madre, Esmeralda González Castro (1902- 2003), es recordada todavía hoy como letrista de canción criolla y poesía festiva, e incluso ha publicado libros en clave de humor (Así hablaba Zarapastro, 1951). Más conocida como Serafina Quinteras, formó dúo con su prima Joaquina bajo el nombre de Las Hermanas Quinteras, con un guiño a los hermanos Álvarez Quintero pro- puesto por la propia Varela. 1 La infancia de la escritora se pobló muy pronto de libros, a menudo facilitados por su padre, Alberto Varela: «Para mí nunca fueron extraños los libros, los poemas, la lectura, vengo de una fa- milia no sé si de poetas pero sí de versificadores, que me hicieron natural acceder a la poesía» (Gustavo 1978: 31). Con tan solo doce años leyó Nana de Zola y Madame Bovary de Flaubert, devorados ya Los tres mosqueteros y todo Salgari, según sus propias palabras (Kristal et al. 1995: 138). También durante la niñez se afianza una temprana actitud irreverente, conservada en sus versos hasta hoy: «Mi rebeldía fue primero contra Dios.
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